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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
[Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
Continua Please1!!!
Que desesperacion! (?
haha xD
Que desesperacion! (?
haha xD
Augustinesg
Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
Hola chicas!!! de verdad perdon por no dejarles capi ayer pero estsba estudiando :study: pero valio la pena porq aprobe asi que aca les dejo el capitulo 5 completo y este finde les subo el maraton que les prometi...
CAPÍTULO 05
—Qué fiesta tan
encantadora, ¿no le parece, milord?
Nicholas Drake,
abstraído, bajó la mirada hacia la mujer que tenía en sus brazos. Dios bendito,
durante un segundo fue incapaz de recordar cómo se llamaba. Qué inquietante.
Amelia. Sí, era la
hermana de un amigo y esa era la razón principal por la que estaba bailando con
ella. Horace se la había endilgado y él había aceptado sacarla a la pista,
porque si uno asiste a un baile, como mínimo debe fingir que está
divirtiéndose.
Nicholas no se
divertía, pero tampoco había esperado hacerlo.
El motivo por el que
había ido no tenía nada que ver con el disfrute. Sus razones eran algo más
parecido a la autoflagelación.
Es algo muy
productivo, pensó burlándose de sí mismo mientras recorría la pista al ritmo
del vals. Su pareja era muy menuda, Nicholas era un hombre alto, e imaginaba
que juntos ofrecían una imagen un tanto absurda.
—Sí, encantadora —dijo
en voz alta.
Con ese tipo de
conversación banal no se ganaría deslumbrantes calificativos de amante
superlativo, ¿verdad? Por suerte para él, su respuesta pareció complacer a
Amelia, pues le dedicó una sonrisa de admiración como si hubiera dicho algo
inteligente.
—Efectivamente.
¿Qué iba a decir a
eso? Nada le parecía apropiado. Su famoso pico de oro no funcionaba esa noche.
Cuando sonaron los últimos acordes de la música se sintió inmensamente
agradecido, y la condujo fuera de la pista, se inclinó sobre su mano regordeta
y se fue.
El baile estaba
abarrotado como era de esperar, y Nicholas se alejó a través de la multitud. La
sala estaba llena de gente, las ventanas abiertas no contribuían demasiado a
mitigar el calor y el murmullo de las voces competía con la orquesta por el
protagonismo. Por suerte su estatura le permitía no perder de vista a su
objetivo. Finalmente alcanzó a Joseph. Su amigo estaba apoyado en un pilar de
estilo helénico, bebiendo champán.
—¿Una semana? —Dijo
Nick sin mayor preámbulo. —¿Te has vuelto loco, Joe?
Estaban rodeados de
gente, pero entre la música y la reverberación de centenares de voces, su
conversación era relativamente privada, como si estuvieran en algún lugar
apartado. El duque de Rothay le obsequió con una de las miradas indescifrables
por las que era tan conocido.
—Me parece razonable.
Nick gruñó con grosero
desdén.
—Tú nunca has pasado
esa cantidad de tiempo seguido con una fémina en tu vida, exceptuando tal vez a
tu madre.
La duquesa viuda era
un personaje imponente, pese a que apenas le llegaba al hombro a su hijo. Una
célebre belleza en su época, que seguía teniendo un influjo importante en los
círculos de la buena sociedad. Su desaprobación por el desinterés de su hijo
hacia el matrimonio era del dominio público.
Joseph se echó a reír,
francamente divertido por la referencia.
—Y ni siquiera con
ella, en cuanto tuve edad para evitarlo. Aprecio a mi madre, pero pensar en
pasar una semana con sus consejos constantes me provoca temblores.
—Eso hace que tu
propuesta me sorprenda aún más. No conoces a lady Wynn.
Para Nicholas era
mucho más fácil concentrarse en la frívola apuesta que en su desgraciada
situación personal.
—¿Estás diciéndome que
pones reparos a tener a alguien tan encantador en la cama durante ese tiempo?
—Ella es realmente
preciosa. —Nicholas eludió la respuesta y dirigió la mirada a la esquina donde
estaba sentada _______ junto a varias mujeres mayores, con su habitual actitud
lejana e inabordable. Ella casi nunca aceptaba una invitación a bailar, pero
los hombres seguían intentándolo. Incluso desde la distancia, el contraste
entre su piel pálida y perfecta y el centelleante color de su cabellera caoba
era impresionante. Era toda belleza y opulencia femenina, y él debería estar
ansioso ante la perspectiva de acostarse con ella.
¿Por qué no lo estaba?
—Soy tan poco partidario
de las aventuras prolongadas como tú —comentó Nicholas a la ligera.
Excepto una. Habría
sido partidario de una aventura prolongada, pero lo había estropeado todo.
Aunque fuera una
prueba de su imbecilidad, examinó la sala con una mirada inquieta y escrutadora.
Y la descubrió.
Por supuesto que
Annabel estaba allí, maldición. De una ojeada, Nick captó entre la elegante
multitud cierto reflejo dorado, el destello de un perfil de porcelana que
conocía tan bien como su propio rostro, y sintió una opresión en el pecho.
«Bien —se dijo con
tanto distanciamiento pragmático como le fue posible, —tú confiabas verla.» La
presencia de la pupila de su tío no era ninguna sorpresa. Medio Londres estaba
apiñado en ese salón de baile. Era lógico que Annabel asistiera, y no debería
sorprenderle demasiado que fuera del brazo de su prometido.
Al diablo con ese
hombre.
—¿Cómo decidiremos
quién tendrá el privilegio de llevársela primero?
La pregunta de Joseph
hizo que volviera a centrarse en el tema y Nicholas se obligó a apartar la
mirada. Puesto que el mero hecho de ver a Annabel le suponía una tortura, valía
la pena concentrarse en otra cosa. Como un agradable interludio pasional con la
seductora lady Wynn. Había perdido a Annabel. ¿Era necesario que se convirtiera
en un monje?
No, por supuesto que
no. Aun así dio un rodeo.
—Imagino que depende
de lo pronto que pueda salir la dama. La semana que viene tengo varios
compromisos que no puedo eludir y, por otro lado, he de encontrar un lugar
igualmente apartado.
—Yo creo que puedo
organizar las cosas para marcharme dentro de un día o dos. ¿Está decidido,
pues?
Llevaban mucho tiempo
siendo amigos. Una década desde que se conocieron en el primer curso de la
Universidad de Cambridge, pero ahora en la voz de Joseph había un tono desconocido.
Nicholas recordó una versión más joven del duque de Rothay, afectado aún por la
primera incursión desgraciada en lo que él percibió como amor y decidido, de una
forma de la que solo Joseph era capaz, a quitarle importancia a esa
experiencia.
Nicholas le hizo una
señal a un camarero que pasaba por allí, cogió una copa de la bandeja y miró a
su camarada con ironía.
—Ella te intriga.
—Un poco.
Ya era hora que una lo
hiciera, con la cantidad de mujeres que habían entrado y salido de la vida de
Joseph. Nicholas rió entre dientes.
—Mucho. Tal vez
engañes a otro, pero a mí no.
—Es muy atractiva.
—Eso es cierto, pero
todos tus enredos han sido con mujeres espectaculares.
—Me gustaría que no
usaras el término «enredo». Me hace pensar en la red de un cazador furtivo y en
un animal herido.
En opinión de Nick,
esa descripción era bastante exacta. Solo Dios sabía que él se sentía
dolorosamente atrapado contra la pared y con muy pocos recursos. Utilizó un
tono neutro para replicar:
—Me parece bien. Dime
cómo lo llamarías tú. —Escapadas lujuriosas. —Joseph acompañó la frase con una
amplia sonrisa que mitigó la impertinente corrección.
—Supongo que eso
encaja. Pero puesto que es obvio que nuestra encantadora juez no intenta
atraparte, al menos puedes relajarte y satisfacer tu interés.
—Puede. —Rothay,
inexpresivo, bebió un sorbo de su copa. —¿A ti no te interesa ella?
« ¡Que el diablo los
lleve!», pensó Nick. Annabel y Hyatt estaban en la pista, girando entre los
bailarines al son de una de las tonadas más populares del momento. Ella tenía
la cara ruborizada con un tono rosa muy favorecedor, la luz se reflejaba en su
cabello claro y aquel traje de noche de seda rosa le daba un aspecto...
Fascinante.
Cautivador. Tan hermoso que él sintió un dolor en el pecho. Por desgracia,
Hyatt también parecía feliz, aunque a Nick no se le daba especialmente bien
juzgar la apariencia de los demás hombres, sabía que las mujeres le
consideraban atractivo.
No era un pensamiento
muy estimulante, pero en cualquier caso no recordaba haberse sentido más
desanimado en su vida.
—¿Nick?
Oh, demonios, le
habían hecho una pregunta, ¿no? Sacado de sus abstracciones, Nick se dio la
vuelta.
—Disculpa.
Joe debía de haber
notado algo raro en su conducta, pero afortunadamente no lo mencionó.
—Solo te preguntaba si
nuestra inesperada voluntaria te intriga.
—Por supuesto.
—Nicholas contestó demasiado aprisa y bebió un trago de champán para disimular
el error.
Tuvo que recordarse
que Joseph no se dejaba engañar fácilmente. Y ahora le miraba entornando sus ojos
oscuros.
El único consuelo era
que entre ellos había una norma no escrita pero inviolable. Prohibidas las
preguntas indiscretas. Un pacto de caballeros entre dos hombres que respetaban
la intimidad del otro.
Funcionó. Al cabo de
un instante, Joseph se limitó a decir:
—Entonces no te
importa que yo me la quede primero.
«Me la quede.» Muy
apropiado. La carcajada quedó atrapada en su garganta.
Verdaderamente Nick
necesitaba recobrar la compostura. Puede que el champán no estuviera lo
bastante frío, pero le hizo bien, pues bebió otro sorbo y después no tuvo
problemas para conseguir algo que confió que pareciera una amplia sonrisa.
—No. Estoy seguro de
que tú también lo harás muy bien. Pero no te olvides que será a mí a quien
recordará.
—Tienes todo el derecho
a pensar eso, Manderville. Ahora que los tres hemos llegado a un acuerdo, mi
plan consiste en dejar una impresión indeleble. No sé si yo hubiera escogido a
la dama en cuestión, pero ya que ella se ha adelantado, estoy... impaciente.
Cosa curiosa, pues el
duque de Rothay siempre había sido la personificación del seductor
despreocupado. En su caso, la impaciencia estaba fuera de lugar.
—Lo cierto es que la
situación ha tomado un rumbo que no esperábamos, ¿no crees? —preguntó Nick,
pero él sabía que su propia impaciencia estaba atemperada por su actual
infelicidad personal, y le resultaba difícil saber si era Joe quien estaba más
interesado de lo previsto en la atípica oferta de lady Wynn o si él estaba
demasiado afectado para juzgarlo.
Quizá alguien que había
sido tan incapaz de discernir sus propios sentimientos de un modo tan
lamentable no debía suponer que entendía los de los demás.
Si Joseph estaba tan
entusiasmado por recluirse en el campo acompañado de la dama, dejaría que lo
hiciera de inmediato, que ejerciera su notorio encanto y la sedujera. En aquel
momento el corazón de Nicholas simplemente no estaba en ello.
—Cuando los dos
volváis a la ciudad, házmelo saber —dijo en tono indolente.
La señora Haroldson se
inclinó hacia delante con un gesto conspirativo, y pareció que iba a caerse al
suelo a causa de su considerable busto.
—Imagino —dijo con
susurro sibilino—que esto no debe de ser una sorpresa para nadie.
________ se esforzó en
aparentar reserva y frialdad cuando, en realidad, en aquella abarrotada sala se
respiraba un ambiente agobiante. Una gota de sudor se abrió paso entre sus
pechos de forma muy poco refinada.
—¿Sorpresa el qué?
—La forma como su
excelencia y el conde están allí de pie, charlando los dos sobre ello, con
total confianza.
¿Estaban hablando
sobre la apuesta? Parecían absortos en la conversación. No hacía más que una
hora o dos desde que los tres salieron de la taberna, de modo que era de
suponer que estaban hablando sobre ello.
Sobre ella.
Lo había hecho. Se
ofreció a dos picaros de mala fama, aceptó un malicioso pacto que si se
descubriera significaría su ruina a los ojos de toda la sociedad, y se había
colocado a sí misma en el camino al escándalo y la desgracia.
Todo por una buena
causa, le recordó una vocecita interior con tozudo pragmatismo.
Su cordura.
Su vida incluso, si
optaba por ponerse melodramática.
—Estoy segura de que
charlan a menudo. Yo los he visto. —Fingió un tono desdeñoso y lanzó una mirada
de desinterés a los dos hombres altos que estaban al otro lado de la sala.
—¿Acaso no son amigos?
—Estoy convencida,
lady Wynn, de que se ha enterado de su última hazaña.
—¿Se refiere a esa
aburrida apuesta?
Dios del cielo, hacía
calor y no ayudaba mucho tener a una falange de matronas mayores alrededor, que
prácticamente la tenían cercada. Tuvo que reprimir el impulso de levantarse de
un salto y huir de la habitación, como si todos los demonios del infierno le
pisaran los talones.
Un demonio de pelo
negro en particular, compensado por un ángel dorado.
Cuando finalmente la
conversación se lo permitió, observó a ambos hombres a través de las sombras de
sus pestañas, aunque había querido mirarlos desde que llegó: Joseph Jonas, tan
espectacularmente atractivo, con el cabello algo despeinado aunque conseguía
hacerlo parecer acicalado y lustroso a la vez, y un traje de noche entallado,
perfecto para su belleza varonil; Manderville también pero como una especie de
dios griego, tan bello que su mera presencia parecía animar el salón. Y ambos,
con esa brillantez que los convertía en el centro de atención, con ayuda de su
última infamia o sin ella.
—Sí, por supuesto, la
apuesta. Es vergonzoso, ¿no le parece?
Ocho pares de ojos se
clavaron en ________. El círculo de viudas, la mayoría veinte años mayor que
ella como mínimo, era su actual bastión contra cualquier hombre que pudiera
acercarse. Era más seguro apiñarse con ellas en una esquina que arriesgarse a
aceptar alguna de las peticiones para bailar o para algo incluso menos
atrayente, como disfrutar del coqueteo.
Ella no tenía la menor
idea de cómo se hacía eso último.
—Estoy segura de que
mi opinión no le importará a ninguno de los dos —murmuró. —Su impertinencia es
legendaria. A mi modo de ver, todo el asunto es de muy mal gusto.
—Bien dicho —asintió
con firmeza la honorable condesa de Langtry, —es inaceptable, sin duda. Tiene
usted razón.
Se sumó un coro de
voces; todas estaban de acuerdo con ella. Pero por mucho que el grupo se
quejara del comportamiento de los dos hombres, no parecían tener ningún
problema en comerse con los ojos a los objetos de su conversación.
Ella era,
naturalmente, la distante, la tan ajena e indiferente lady Wynn. Era muy
natural que desdeñara hablar siquiera de algo tan opuesto a su propia
existencia plácida y recluida.
Si ellas supieran la
verdad...
«Dios no lo quiera»,
pensó con un ligero estremecimiento.
Al final no pudo
seguir sentada allí y fingir que el asunto del bello duque y el gallardo conde
le aburría. Se excusó y salió a los jardines que había detrás de la
esplendorosa mansión. Aspiró una bocanada de aire, como si eso pudiera sanar y
enmendar todas las cosas fallidas de su vida.
No, solo ella podía
conseguirlo.
En la terraza había
unos cuantos invitados más, de modo que se escabulló a la zona de parterres y
arbustos. Vagó por un sendero en sombras. Las estrellas cubrían el cielo de la
noche como una capa de diamantes. Intentó evaluar las emociones que la
perturbaban en aquel momento.
¿Realmente podía hacer
algo así? ¿Una cita romántica secreta para dilucidar una apuesta entre dos
caballeros, que admitían que en aquel momento habían estado bajo la influencia
de una cantidad de vino considerable?
Se ruborizó y dio
gracias porque nadie pudiera verla. Ella nunca había visto nada parecido a la
imperturbable valoración masculina que el duque había hecho de su persona allá
en la taberna. Pero su propia reacción fue del todo inesperada.
Normalmente se sentía
invadida por una incómoda mezcla de torpeza e inquietud.
Por alguna razón, él
no le había afectado de ese modo. Tal vez su papel en la apuesta había puesto
en marcha desde el principio un mecanismo de interacción entre ellos. La
reunión la había decidido ella.
Decidir, qué concepto
tan nuevo en su vida.
Al pasar, rozó con la
falda las lustrosas hojas de algún arbusto y los pétalos de una flor blanca se
dispersaron por la tela, como el estallido de una ráfaga en una tormenta de
nieve. La fragancia era dulce, inocente, cautivadora. Se los sacudió de la
falda distraída y volvió la cara hacia la agradable brisa.
Al menos sus futuros
amantes parecían capaces de respetar tu petición de mantener su identidad en
secreto. Ninguno de los dos había cruzado la mirada con ella en toda la velada.
«Esto saldrá bien», se
dijo.
Y rezó para que fuera
cierto.
CAPÍTULO 05
—Qué fiesta tan
encantadora, ¿no le parece, milord?
Nicholas Drake,
abstraído, bajó la mirada hacia la mujer que tenía en sus brazos. Dios bendito,
durante un segundo fue incapaz de recordar cómo se llamaba. Qué inquietante.
Amelia. Sí, era la
hermana de un amigo y esa era la razón principal por la que estaba bailando con
ella. Horace se la había endilgado y él había aceptado sacarla a la pista,
porque si uno asiste a un baile, como mínimo debe fingir que está
divirtiéndose.
Nicholas no se
divertía, pero tampoco había esperado hacerlo.
El motivo por el que
había ido no tenía nada que ver con el disfrute. Sus razones eran algo más
parecido a la autoflagelación.
Es algo muy
productivo, pensó burlándose de sí mismo mientras recorría la pista al ritmo
del vals. Su pareja era muy menuda, Nicholas era un hombre alto, e imaginaba
que juntos ofrecían una imagen un tanto absurda.
—Sí, encantadora —dijo
en voz alta.
Con ese tipo de
conversación banal no se ganaría deslumbrantes calificativos de amante
superlativo, ¿verdad? Por suerte para él, su respuesta pareció complacer a
Amelia, pues le dedicó una sonrisa de admiración como si hubiera dicho algo
inteligente.
—Efectivamente.
¿Qué iba a decir a
eso? Nada le parecía apropiado. Su famoso pico de oro no funcionaba esa noche.
Cuando sonaron los últimos acordes de la música se sintió inmensamente
agradecido, y la condujo fuera de la pista, se inclinó sobre su mano regordeta
y se fue.
El baile estaba
abarrotado como era de esperar, y Nicholas se alejó a través de la multitud. La
sala estaba llena de gente, las ventanas abiertas no contribuían demasiado a
mitigar el calor y el murmullo de las voces competía con la orquesta por el
protagonismo. Por suerte su estatura le permitía no perder de vista a su
objetivo. Finalmente alcanzó a Joseph. Su amigo estaba apoyado en un pilar de
estilo helénico, bebiendo champán.
—¿Una semana? —Dijo
Nick sin mayor preámbulo. —¿Te has vuelto loco, Joe?
Estaban rodeados de
gente, pero entre la música y la reverberación de centenares de voces, su
conversación era relativamente privada, como si estuvieran en algún lugar
apartado. El duque de Rothay le obsequió con una de las miradas indescifrables
por las que era tan conocido.
—Me parece razonable.
Nick gruñó con grosero
desdén.
—Tú nunca has pasado
esa cantidad de tiempo seguido con una fémina en tu vida, exceptuando tal vez a
tu madre.
La duquesa viuda era
un personaje imponente, pese a que apenas le llegaba al hombro a su hijo. Una
célebre belleza en su época, que seguía teniendo un influjo importante en los
círculos de la buena sociedad. Su desaprobación por el desinterés de su hijo
hacia el matrimonio era del dominio público.
Joseph se echó a reír,
francamente divertido por la referencia.
—Y ni siquiera con
ella, en cuanto tuve edad para evitarlo. Aprecio a mi madre, pero pensar en
pasar una semana con sus consejos constantes me provoca temblores.
—Eso hace que tu
propuesta me sorprenda aún más. No conoces a lady Wynn.
Para Nicholas era
mucho más fácil concentrarse en la frívola apuesta que en su desgraciada
situación personal.
—¿Estás diciéndome que
pones reparos a tener a alguien tan encantador en la cama durante ese tiempo?
—Ella es realmente
preciosa. —Nicholas eludió la respuesta y dirigió la mirada a la esquina donde
estaba sentada _______ junto a varias mujeres mayores, con su habitual actitud
lejana e inabordable. Ella casi nunca aceptaba una invitación a bailar, pero
los hombres seguían intentándolo. Incluso desde la distancia, el contraste
entre su piel pálida y perfecta y el centelleante color de su cabellera caoba
era impresionante. Era toda belleza y opulencia femenina, y él debería estar
ansioso ante la perspectiva de acostarse con ella.
¿Por qué no lo estaba?
—Soy tan poco partidario
de las aventuras prolongadas como tú —comentó Nicholas a la ligera.
Excepto una. Habría
sido partidario de una aventura prolongada, pero lo había estropeado todo.
Aunque fuera una
prueba de su imbecilidad, examinó la sala con una mirada inquieta y escrutadora.
Y la descubrió.
Por supuesto que
Annabel estaba allí, maldición. De una ojeada, Nick captó entre la elegante
multitud cierto reflejo dorado, el destello de un perfil de porcelana que
conocía tan bien como su propio rostro, y sintió una opresión en el pecho.
«Bien —se dijo con
tanto distanciamiento pragmático como le fue posible, —tú confiabas verla.» La
presencia de la pupila de su tío no era ninguna sorpresa. Medio Londres estaba
apiñado en ese salón de baile. Era lógico que Annabel asistiera, y no debería
sorprenderle demasiado que fuera del brazo de su prometido.
Al diablo con ese
hombre.
—¿Cómo decidiremos
quién tendrá el privilegio de llevársela primero?
La pregunta de Joseph
hizo que volviera a centrarse en el tema y Nicholas se obligó a apartar la
mirada. Puesto que el mero hecho de ver a Annabel le suponía una tortura, valía
la pena concentrarse en otra cosa. Como un agradable interludio pasional con la
seductora lady Wynn. Había perdido a Annabel. ¿Era necesario que se convirtiera
en un monje?
No, por supuesto que
no. Aun así dio un rodeo.
—Imagino que depende
de lo pronto que pueda salir la dama. La semana que viene tengo varios
compromisos que no puedo eludir y, por otro lado, he de encontrar un lugar
igualmente apartado.
—Yo creo que puedo
organizar las cosas para marcharme dentro de un día o dos. ¿Está decidido,
pues?
Llevaban mucho tiempo
siendo amigos. Una década desde que se conocieron en el primer curso de la
Universidad de Cambridge, pero ahora en la voz de Joseph había un tono desconocido.
Nicholas recordó una versión más joven del duque de Rothay, afectado aún por la
primera incursión desgraciada en lo que él percibió como amor y decidido, de una
forma de la que solo Joseph era capaz, a quitarle importancia a esa
experiencia.
Nicholas le hizo una
señal a un camarero que pasaba por allí, cogió una copa de la bandeja y miró a
su camarada con ironía.
—Ella te intriga.
—Un poco.
Ya era hora que una lo
hiciera, con la cantidad de mujeres que habían entrado y salido de la vida de
Joseph. Nicholas rió entre dientes.
—Mucho. Tal vez
engañes a otro, pero a mí no.
—Es muy atractiva.
—Eso es cierto, pero
todos tus enredos han sido con mujeres espectaculares.
—Me gustaría que no
usaras el término «enredo». Me hace pensar en la red de un cazador furtivo y en
un animal herido.
En opinión de Nick,
esa descripción era bastante exacta. Solo Dios sabía que él se sentía
dolorosamente atrapado contra la pared y con muy pocos recursos. Utilizó un
tono neutro para replicar:
—Me parece bien. Dime
cómo lo llamarías tú. —Escapadas lujuriosas. —Joseph acompañó la frase con una
amplia sonrisa que mitigó la impertinente corrección.
—Supongo que eso
encaja. Pero puesto que es obvio que nuestra encantadora juez no intenta
atraparte, al menos puedes relajarte y satisfacer tu interés.
—Puede. —Rothay,
inexpresivo, bebió un sorbo de su copa. —¿A ti no te interesa ella?
« ¡Que el diablo los
lleve!», pensó Nick. Annabel y Hyatt estaban en la pista, girando entre los
bailarines al son de una de las tonadas más populares del momento. Ella tenía
la cara ruborizada con un tono rosa muy favorecedor, la luz se reflejaba en su
cabello claro y aquel traje de noche de seda rosa le daba un aspecto...
Fascinante.
Cautivador. Tan hermoso que él sintió un dolor en el pecho. Por desgracia,
Hyatt también parecía feliz, aunque a Nick no se le daba especialmente bien
juzgar la apariencia de los demás hombres, sabía que las mujeres le
consideraban atractivo.
No era un pensamiento
muy estimulante, pero en cualquier caso no recordaba haberse sentido más
desanimado en su vida.
—¿Nick?
Oh, demonios, le
habían hecho una pregunta, ¿no? Sacado de sus abstracciones, Nick se dio la
vuelta.
—Disculpa.
Joe debía de haber
notado algo raro en su conducta, pero afortunadamente no lo mencionó.
—Solo te preguntaba si
nuestra inesperada voluntaria te intriga.
—Por supuesto.
—Nicholas contestó demasiado aprisa y bebió un trago de champán para disimular
el error.
Tuvo que recordarse
que Joseph no se dejaba engañar fácilmente. Y ahora le miraba entornando sus ojos
oscuros.
El único consuelo era
que entre ellos había una norma no escrita pero inviolable. Prohibidas las
preguntas indiscretas. Un pacto de caballeros entre dos hombres que respetaban
la intimidad del otro.
Funcionó. Al cabo de
un instante, Joseph se limitó a decir:
—Entonces no te
importa que yo me la quede primero.
«Me la quede.» Muy
apropiado. La carcajada quedó atrapada en su garganta.
Verdaderamente Nick
necesitaba recobrar la compostura. Puede que el champán no estuviera lo
bastante frío, pero le hizo bien, pues bebió otro sorbo y después no tuvo
problemas para conseguir algo que confió que pareciera una amplia sonrisa.
—No. Estoy seguro de
que tú también lo harás muy bien. Pero no te olvides que será a mí a quien
recordará.
—Tienes todo el derecho
a pensar eso, Manderville. Ahora que los tres hemos llegado a un acuerdo, mi
plan consiste en dejar una impresión indeleble. No sé si yo hubiera escogido a
la dama en cuestión, pero ya que ella se ha adelantado, estoy... impaciente.
Cosa curiosa, pues el
duque de Rothay siempre había sido la personificación del seductor
despreocupado. En su caso, la impaciencia estaba fuera de lugar.
—Lo cierto es que la
situación ha tomado un rumbo que no esperábamos, ¿no crees? —preguntó Nick,
pero él sabía que su propia impaciencia estaba atemperada por su actual
infelicidad personal, y le resultaba difícil saber si era Joe quien estaba más
interesado de lo previsto en la atípica oferta de lady Wynn o si él estaba
demasiado afectado para juzgarlo.
Quizá alguien que había
sido tan incapaz de discernir sus propios sentimientos de un modo tan
lamentable no debía suponer que entendía los de los demás.
Si Joseph estaba tan
entusiasmado por recluirse en el campo acompañado de la dama, dejaría que lo
hiciera de inmediato, que ejerciera su notorio encanto y la sedujera. En aquel
momento el corazón de Nicholas simplemente no estaba en ello.
—Cuando los dos
volváis a la ciudad, házmelo saber —dijo en tono indolente.
La señora Haroldson se
inclinó hacia delante con un gesto conspirativo, y pareció que iba a caerse al
suelo a causa de su considerable busto.
—Imagino —dijo con
susurro sibilino—que esto no debe de ser una sorpresa para nadie.
________ se esforzó en
aparentar reserva y frialdad cuando, en realidad, en aquella abarrotada sala se
respiraba un ambiente agobiante. Una gota de sudor se abrió paso entre sus
pechos de forma muy poco refinada.
—¿Sorpresa el qué?
—La forma como su
excelencia y el conde están allí de pie, charlando los dos sobre ello, con
total confianza.
¿Estaban hablando
sobre la apuesta? Parecían absortos en la conversación. No hacía más que una
hora o dos desde que los tres salieron de la taberna, de modo que era de
suponer que estaban hablando sobre ello.
Sobre ella.
Lo había hecho. Se
ofreció a dos picaros de mala fama, aceptó un malicioso pacto que si se
descubriera significaría su ruina a los ojos de toda la sociedad, y se había
colocado a sí misma en el camino al escándalo y la desgracia.
Todo por una buena
causa, le recordó una vocecita interior con tozudo pragmatismo.
Su cordura.
Su vida incluso, si
optaba por ponerse melodramática.
—Estoy segura de que
charlan a menudo. Yo los he visto. —Fingió un tono desdeñoso y lanzó una mirada
de desinterés a los dos hombres altos que estaban al otro lado de la sala.
—¿Acaso no son amigos?
—Estoy convencida,
lady Wynn, de que se ha enterado de su última hazaña.
—¿Se refiere a esa
aburrida apuesta?
Dios del cielo, hacía
calor y no ayudaba mucho tener a una falange de matronas mayores alrededor, que
prácticamente la tenían cercada. Tuvo que reprimir el impulso de levantarse de
un salto y huir de la habitación, como si todos los demonios del infierno le
pisaran los talones.
Un demonio de pelo
negro en particular, compensado por un ángel dorado.
Cuando finalmente la
conversación se lo permitió, observó a ambos hombres a través de las sombras de
sus pestañas, aunque había querido mirarlos desde que llegó: Joseph Jonas, tan
espectacularmente atractivo, con el cabello algo despeinado aunque conseguía
hacerlo parecer acicalado y lustroso a la vez, y un traje de noche entallado,
perfecto para su belleza varonil; Manderville también pero como una especie de
dios griego, tan bello que su mera presencia parecía animar el salón. Y ambos,
con esa brillantez que los convertía en el centro de atención, con ayuda de su
última infamia o sin ella.
—Sí, por supuesto, la
apuesta. Es vergonzoso, ¿no le parece?
Ocho pares de ojos se
clavaron en ________. El círculo de viudas, la mayoría veinte años mayor que
ella como mínimo, era su actual bastión contra cualquier hombre que pudiera
acercarse. Era más seguro apiñarse con ellas en una esquina que arriesgarse a
aceptar alguna de las peticiones para bailar o para algo incluso menos
atrayente, como disfrutar del coqueteo.
Ella no tenía la menor
idea de cómo se hacía eso último.
—Estoy segura de que
mi opinión no le importará a ninguno de los dos —murmuró. —Su impertinencia es
legendaria. A mi modo de ver, todo el asunto es de muy mal gusto.
—Bien dicho —asintió
con firmeza la honorable condesa de Langtry, —es inaceptable, sin duda. Tiene
usted razón.
Se sumó un coro de
voces; todas estaban de acuerdo con ella. Pero por mucho que el grupo se
quejara del comportamiento de los dos hombres, no parecían tener ningún
problema en comerse con los ojos a los objetos de su conversación.
Ella era,
naturalmente, la distante, la tan ajena e indiferente lady Wynn. Era muy
natural que desdeñara hablar siquiera de algo tan opuesto a su propia
existencia plácida y recluida.
Si ellas supieran la
verdad...
«Dios no lo quiera»,
pensó con un ligero estremecimiento.
Al final no pudo
seguir sentada allí y fingir que el asunto del bello duque y el gallardo conde
le aburría. Se excusó y salió a los jardines que había detrás de la
esplendorosa mansión. Aspiró una bocanada de aire, como si eso pudiera sanar y
enmendar todas las cosas fallidas de su vida.
No, solo ella podía
conseguirlo.
En la terraza había
unos cuantos invitados más, de modo que se escabulló a la zona de parterres y
arbustos. Vagó por un sendero en sombras. Las estrellas cubrían el cielo de la
noche como una capa de diamantes. Intentó evaluar las emociones que la
perturbaban en aquel momento.
¿Realmente podía hacer
algo así? ¿Una cita romántica secreta para dilucidar una apuesta entre dos
caballeros, que admitían que en aquel momento habían estado bajo la influencia
de una cantidad de vino considerable?
Se ruborizó y dio
gracias porque nadie pudiera verla. Ella nunca había visto nada parecido a la
imperturbable valoración masculina que el duque había hecho de su persona allá
en la taberna. Pero su propia reacción fue del todo inesperada.
Normalmente se sentía
invadida por una incómoda mezcla de torpeza e inquietud.
Por alguna razón, él
no le había afectado de ese modo. Tal vez su papel en la apuesta había puesto
en marcha desde el principio un mecanismo de interacción entre ellos. La
reunión la había decidido ella.
Decidir, qué concepto
tan nuevo en su vida.
Al pasar, rozó con la
falda las lustrosas hojas de algún arbusto y los pétalos de una flor blanca se
dispersaron por la tela, como el estallido de una ráfaga en una tormenta de
nieve. La fragancia era dulce, inocente, cautivadora. Se los sacudió de la
falda distraída y volvió la cara hacia la agradable brisa.
Al menos sus futuros
amantes parecían capaces de respetar tu petición de mantener su identidad en
secreto. Ninguno de los dos había cruzado la mirada con ella en toda la velada.
«Esto saldrá bien», se
dijo.
Y rezó para que fuera
cierto.
zai
Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
Oh dioooooooooooooooooos!!
No puede ser que esto se este poniendo tan bueno
No puedo esperar al fin de semana!
haha xD
Felicitaciones por aprobar!!
No puede ser que esto se este poniendo tan bueno
No puedo esperar al fin de semana!
haha xD
Felicitaciones por aprobar!!
Augustinesg
Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
ya quiero que pongas maraton!!!!!!!
estoy muy enviciada con esta nove jejejje
me alegra que te halla ido bn felicitaciones
beshitos!!!!!!!!!!!!
estoy muy enviciada con esta nove jejejje
me alegra que te halla ido bn felicitaciones
beshitos!!!!!!!!!!!!
Julieta♥
Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
Uh! Genial, genial genial capitulo!
SIGUELAAAAAA
SIGUELAAAAAA
.Lu' Anne Lovegood.
Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
quiero cappppp yaaaaaaaaaaaa
creo que voy a enloquecer con la espera
jajajjajajja
creo que voy a enloquecer con la espera
jajajjajajja
Julieta♥
Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
Hola Chicas de verdad perdon por no poner el maraton antes pero estaba festejando que por fin se terminaron las mesas :)
pero aca el maraton y muy largo por haber esperado tanto.... aparte de que son unos capitulos de verdad hermosos... Bueno espero les gusten y Gracias por esperar
1/4
CAPÍTULO 06
¿No había nadie en Londres que tuviera otra cosa de que rabiar aparte de esa apuesta infernal?
Annabel Reid apartó el platillo; la taza vibró y se derramó un poco de té por el borde. Apretó los dientes, confiando en que nadie lo hubiera notado, e intentó aparentar la mayor serenidad posible.
Ella sabía que, en parte, el creciente interés se debía a la aparición de los dos implicados en el baile de los Branscum, la noche anterior. Ambos habían estado charlando un rato, indiferentes a los murmullos que habían suscitado, como de costumbre. Formaban una pareja muy atractiva, como siempre: el duque con su manifiesto atractivo moreno y ese aire de energía natural que emanaba de él de forma espontánea, y Nicholas Drake, a quien ella conocía desde que aprendió a andar, con su devastadora belleza, extinción y encanto innatos.
Solo ella no estaba encantada.
Puede que aquel hombre tuviera un abrumador atractivo varonil en todos los sentidos, pero ella lo aborrecía. Aquella sonrisa fácil y aquel aire cordial solo enmascaraban los defectos que había bajo la superficie.
Sí, ella le despreciaba.
Profundamente.
Por completo.
—Perdone, querida señorita Reid, pero ¿no es usted pariente de Manderville?
Annabel levantó la mirada y solo en ese momento se dio cuenta con fastidio de que se dirigían a ella. Un grupo de ocho damas la observaban expectantes, y su futura suegra estaba entre ellas. Las demás eran una serie de tías y primas de Alfred. Inexplicablemente horrorizada por la pregunta, se aclaró la garganta.
—No... no. En absoluto. Su tío es mi tutor. Solo se trata de eso.
Era la verdad. No había parentesco sanguíneo. Thomas Drake y su padre habían sido amigos íntimos toda la vida y aquel vínculo tenía la fuerza suficiente como para que su padre hubiera previsto que si sucedía lo peor, como así había sido, su viejo amigo se ocupara de ella. A la muerte de sus progenitores en un accidente de navegación, ella era una niña de ocho años desamparada y desconcertada. Pensara lo que pensase en ese momento sobre su infame sobrino Nicholas, sir Thomas era un hombre maravilloso, y él y su esposa Margaret la habían tratado como a una hija. Dado que no habían tenido descendencia, Annabel se preguntaba si ella no había sido una bendición para ellos en cierto sentido, tanto como ellos lo eran para ella.
De cualquier forma, por mucho que quisiera a Thomas y a Margaret, Nicholas era un caso muy distinto.
—Pero usted creció en la propiedad familiar, ¿me equivoco? —Lady Henderson la miró con evidente curiosidad.
—Yo... bien... sí, eso es. En... Berkshire.
¿Por qué había tartamudeado al responder, sobre todo cuando la miraba tanta gente? Aquel incómodo asunto era lo último que deseaba comentar. Odiaba los chismes. Sería feliz si aquel escandaloso tema se dejara a un lado. Estaba sentada en el salón de la residencia londinense de su prometido, con aquel mobiliario tan formal y demasiado atestado de gente para su gusto; ya era lo bastante malo, sin necesidad de volver una vez más sobre aquel espinoso asunto. Annabel disfrutaba mucho más con los libros y la soledad que en aquellos remilgados tés. Un buen ejemplar de Voltaire y una butaca junto a una ventana soleada eran mucho más de su agrado que la presente situación.
—Imagino que le vería usted bastante a menudo. —En los ojos claros de lady Henderson había un matiz de curiosidad.
Todas la miraron con interés. Claro, porque estaban hablando de Nicholas Drake y su nombre no pasaba inadvertido cuando se mencionaba en una sala repleta de mujeres.
«Maldito sea.»
Sí, era un poco mortificante saber que de hecho él era el propietario de la casa que ella consideraba su hogar. Su tutor era el hermano menor del padre de Nicholas, el difunto conde. Por eso, tenía la desagradable sensación de que Nicholas le había proporcionado su dote. Cuando Annabel preguntó directamente a Margaret sobre la cuestión, esta se mostró evasiva y como ella nunca le mentiría, la respuesta quedó clara. Thomas tenía una buena posición económica, pero Nicholas poseía la verdadera fortuna de la familia.
Era algo irónico. El hombre a quien una vez creyó amar aportaba dinero como incentivo para que otro se casara con ella.
—No tan a menudo —señaló Annabel, —él tiene diez años más que yo. Cuando yo tenía ocho, él estaba en Cambridge y, en cualquier caso, parece que prefiere Londres a Berkshire. Apenas le veo. Ni cuando estamos en la ciudad, ya que él tiene casa propia aquí.
Otra dama, estaba segura de que su prometido la llamaba tía Ida, murmuró:
—Me imagino la razón. Londres es mucho más... populoso.
Lo cual significaba más mujeres disponibles. La implicación era clara y pese a que lo último que Annabel deseaba era defender a un irremediable libertino como el conde de Manderville, inexplicablemente lo hizo.
—De hecho tiene muchos negocios y cuando está en la ciudad le resulta más fácil ponerse en contacto con sus abogados administradores. Es un hombre muy ocupado y Manderville Hall no resulta práctico.
—Ya me imagino. —Otra dama, delgada y con un cabello oscuro que no correspondía a su edad, soltó una carcajada sonora v cortante. —Pero dudo que los negocios sean su principal preocupación. No obstante, es un joven tan guapo que sus indiscreciones son fáciles de perdonar.
—¿Más que Rothay? —preguntó otra.
—Imposible —intervino una tercera.
«Sí —replicó traicionero el corazón de Annabel. —Más que cualquier hombre del mundo.»
Le había adorado tanto cuando era niña... Su maliciosa sonrisa y su humor espontáneo le convirtieron de forma natural en un héroe para una chiquilla que se había quedado huérfana. Cuando recordaba el pasado, reconocía que él había soportado con amabilidad que ella fuera siempre pisándole los talones. Que aquel muchacho de dieciocho años hubiera encontrado tiempo para darle un poni a una niña y enseñarle a montar era un punto a su favor, pero aun así... era un granuja despreciable. La apariencia angelical que la naturaleza le había otorgado era un fraude de la peor clase. Aquellos ojos fascinantes y esos rasgos delicadamente cincelados deberían ir acompañados de dos cuernos y una cola bífida.
—¿Cómo puede alguien decidir quién es más guapo? —Gorjeó una de las jóvenes primas de Alfred, con un tenue rubor en la cara. —Los dos son divinos.
—Cállate, Eugenia —la reprendió su madre.
—Es como si ambos nadaran siempre en un mar de escándalos. —La enjuta tía intervino de nuevo con severidad, pero en sus ojos había un destello de malicioso disfrute. —¿No fue hace apenas unos meses cuando lord Tanner amenazó con citar a Manderville en su proceso de divorcio, argumentando que su esposa cometió adulterio con él?
Cuatro meses exactamente desde que aquel desagradable rumor salió a la luz. Pero Annabel, que se ponía enferma cada vez que pensaba en ello, no hizo el menor comentario. Era mejor que guardara para sí sus sentimientos sobre el inmoral conde, no fuera a tener que explicar la razón de su intenso despecho. La acusación pública de que Nicholas había tomado parte en la ruptura de un matrimonio hizo que su opinión sobre él cayera aún más en picado, algo que ella había creído imposible.
—Y ahora esta competición indecente. Aunque es muy poco apropiado pensar en ello, una no puede dejar de preguntarse cómo piensan dilucidar su pequeña disputa. —Ida, una de las matronas que acababa de calificar el asunto de extravagante, parecía muy dispuesta a comentarlo.
—He oído decir que esa actriz rusa, la que interpretó tan bien el papel de Ofelia a pesar de su espantoso acento, será quien decida el vencedor. —Lady Henderson, a quien no le convenía aumentar el perímetro de su ya muy amplia cintura, escogió otro dulce de la bandeja.
—¿De veras? Bien, yo me he enterado...
Annabel se concentró con desesperación en abstraerse de la charla. Sus esfuerzos fueron inútiles y probablemente acabó pareciendo demasiado apagada y silenciosa, pero consiguió decidir qué vestido se pondría para la velada de esa noche.
De modo que la tarde no fue un absoluto desperdicio.
A Dios gracias aquel té interminable acabó y la acompañaron hasta el carruaje que la esperaba. Pronto estaría casada y dejarían de relacionarla con Nicholas Drake de una vez por todas. Bueno, no del todo, porque su tío y su tía tenían muy buena opinión de él, y Thomas y Margaret eran como unos padres para ella; pero al menos ya no tendría que soportar su compañía a menudo. Además, cuando tal cosa sucediera, Alfred estaría a su lado y eso la ayudaría.
¿La ayudaría a qué? Aquella pregunta muda la obligó a mirar por la ventanilla mientras el carruaje emprendía la marcha. Mejor no pensar en ello. En él.
Tenterden Manor no correspondía precisamente a la idea que ella tenía de una pequeña propiedad rural, pensó _________ con un brillo de irónico nerviosismo, pero el duque tenía razón en una cosa: estaba aislada.
Se asentaba en un parque boscoso, y el sol de media tarde se reflejaba en su añeja estructura de piedra. La elegante fachada mostraba una evidente influencia isabelina en unas extensas alas, parte de las cuales obviamente se habían añadido a lo largo de los años. Aunque el duque casi nunca residía allí, los terrenos, de un verdor intenso, estaban muy bien cuidados y había un limpio y serpenteante sendero de grava que llegaba hasta la puerta principal. Hileras de ventanas con parteluz, enmarcadas por la hiedra, daban a la casa el aspecto encantador de un cuento de hadas; árboles frondosos extendían sus ramas cubiertas de hojas sobre la mayoría del terreno, de forma que el cuidado césped estaba salpicado de motas de luz solar.
Era precioso y muy privado. Justo lo que ellos necesitaban para su breve interludio.
«Oh, Dios.» El nerviosismo revoloteaba en su garganta y le resultaba difícil tragar.
Aún no era demasiado tarde, se recordó, para pedirle a Huw que diera la vuelta y la llevase de nuevo a Londres, y así olvidar aquella loca escapada. Aparte del riesgo que estaba asumiendo, ¿cómo se sentiría cuando las dos próximas semanas hubieran terminado?
¿Como una prostituta por haberse ofrecido a dos de los granujas más famosos de la sociedad?
Quizá. Pero también era cierto que tal vez, en lugar de eso, se sentiría por fin como una mujer, si su inapropiado comportamiento le reportaba alguna recompensa. El paso que iba a dar para cambiar su vida era drástico, pero quizá fueran necesarias las medidas drásticas.
Sin embargo, qué humillante sería si ella resultara una decepción para el notorio duque de Rothay.
Al contrario, se dijo con firmeza cuando el vehículo se detuvo y el estómago le dio un vuelco; la apuesta entre él y el conde consistía en que ellos probaran sus habilidades en el dormitorio. De ella se esperaba tan solo que emitiera su voto sobre cuál era el más capaz.
Parecía bastante fácil.
El fornido Huw estaba junto a la portezuela del carruaje, con la mano extendida para ayudarla a apearse. Su ancho rostro no dejaba entrever curiosidad ni censura, tan inexpresivo como cuando la llevó a la mísera taberna. ________ no pudo evitar preguntarse qué pensaría él cuando se diera cuenta de que el objetivo de su viaje era una cita romántica. Llevaba varios años trabajando para ella y tenían una relación de sirviente y patrona muy cómoda. Se dio cuenta de que muchas cosas podrían cambiar a partir de esta temeraria aventura, además de su percepción sobre sí misma como mujer, y se preguntó hasta qué punto debía preocuparle la opinión de un criado. La mayoría de la alta sociedad la tranquilizaría diciendo que no debía preocuparle en absoluto, pero ________ no estaba segura de ser tan indiferente.
—Gracias —murmuró al bajar, confiando en que su turbación no fuera evidente.
—Es un placer, milady. —Huw inclinó la cabeza con expresión neutra.
La puerta principal se abrió y, mientras ella subía los escalones con incrustaciones de ladrillo, apareció el duque en persona. En la breve nota con las indicaciones que él le había enviado, mencionó que en la casa había muy poco servicio porque él apenas la usaba, pero lo último que ________ esperaba es que alguien de su alcurnia hiciera las funciones de lacayo. Era inaudito. Además llevaba un atuendo muy informal: una camisa blanca de manga larga, unos pantalones ajustados negros y unas botas relucientes. Aquello le hacía parecer más joven, pero no menos formidable sino más, en cierto sentido.
La vestimenta sencilla acentuaba su estatura y la impresionante anchura de su espalda, y subrayaba la fuerza musculosa de sus largas piernas. Su característica cascada de pelo negro y brillante le acariciaba los hombros, y resplandecía al sol del crepúsculo, enmarcando aquellas bellas e irresistibles facciones masculinas. Ella tuvo la impresión de que veía realmente al hombre y no solo al adinerado y apuesto aristócrata con aquella sonrisa extraordinaria y seguridad irresistible. Aquella ropa más desenfadada indicaba también una relación de tipo íntimo que dejaba clara la situación actual: ella iba a pasar la semana próxima en su cama.
Cuando él se adelantó cortésmente para tomarle la mano, se inclinó ante ella y le rozó apenas la piel con los labios, ________ sintió un ligero escalofrío.
Él se irguió y murmuró:
—Bienvenida, milady.
—Buenas tardes, excelencia. —_______ consiguió que no le vacilara la voz, pese a que se le había intensificado el ritmo del pulso. El duque era mucho más alto que ella y parecía tener unas espaldas enormes.
Sus ojos negros la miraban fijamente con un ligerísimo destello de ironía.
—Espero que esté preparada para pasar una semana en un ambiente rústico. Como ya le advertí, el personal es mínimo aquí. El ama de llaves se ha puesto un poco nerviosa por mi llegada. Venga conmigo, entremos. Pediré un poco de té y podremos... conocernos.
¿Tan aprisa? ________ no estaba segura de lo que él quería decir con aquel comentario y fue presa de su habitual incertidumbre. Haciendo acopio de toda su audacia, murmuró con frialdad:
—Supongo que eso es aceptable.
Ahora él parecía divertido y en su boca se dibujó una mueca.
—Ha hablado como la auténticamente gélida lady Wynn. Por favor, no olvide que solo he mencionado un té.
Ella era muy consciente de su fama de distante y desafecta. Era la razón por la que se había embarcado en la presente locura.
—Ambos sabemos por qué estoy aquí, Rothay.
—Sí, lo sabemos. —Él seguía reteniéndole la mano, la mantenía levemente sujeta con sus dedos largos. Era una licencia que se permitía, pero dadas las circunstancias, ¿qué podía objetar ella?
Rothay se inclinó hacia delante, lo suficiente como para que su cálido aliento le acariciara el oído.
—No piensa usted derretirse fácilmente, ¿verdad?
Aquellas palabras dichas en voz baja la obligaron a apartarse y mirarle un segundo, sin saber cómo responder, con un peculiar hormigueo en la boca del estómago. Quizá lo mejor era la sinceridad.
—No —admitió finalmente.
Para su tranquilidad, él no dijo nada más y le soltó la mano.
—¿Entramos?
Ella pasó a su lado y se dirigió al vestíbulo, bastante desconcertada por la leve intimidad de aquel intercambio. Al momento se dio cuenta, y agradeció la distracción, de que por muy rural que él considerara el entorno, aquel lugar con sus paneles de madera barnizada, sus preciosos suelos y sus techos altos, era confortable y refinado a la vez, con un aire de belleza antigua. Un buen esqueleto bajo un exterior apacible y una sensación de pertenencia al bucólico escenario, el olor de la cera y el pan horneado en el ambiente...
—Esto es muy agradable —consiguió decir con aplomo, aunque aquella alusión a derretirla había devuelto a la superficie viejas y persistentes inseguridades.
¿Y si ella era realmente desapasionada e incapaz de reaccionar con un hombre?
Joseph Jonas miró en derredor. El vestíbulo daba a una estancia abierta con una enorme chimenea, y una serie de butacas y sofás agrupados que favorecían la charla. Al fondo subía una grácil escalera curva de madera tallada.
—Más de lo que yo recordaba —admitió. —He dejado que pasara mucho tiempo sin venir por aquí. Gracias a mis ilustres antepasados poseo ocho casas más repartidas por diversas zonas de Inglaterra. Se diría que los Rothay acumulamos propiedades cada vez que se casa un heredero, como los niños acumulan dulces. Es imposible vivir en todas ellas y, por otro lado, mi presencia en Londres es requerida demasiado a menudo para que pueda pasar mucho tiempo en el campo.
El tono seco de su voz indicó a ________ que en la referencia a su patrimonio había cierta conmiseración por sí mismo, y complacida por la falta de presunción que él demostraba lanzó una ligera carcajada.
—No creo que mucha gente le compadezca por ser demasiado rico, excelencia.
—Puede que no. —La cogió por el codo y la guió por el pasillo. —Pero tiene sus riesgos, como todo. La señora Sims le mostrará su habitación y cuando esté lista, por favor, reúnase conmigo para tomar algo.
El ama de llaves era una anciana con voz suave y un deje escocés, que acompañó a ________ al piso de arriba, hasta una estancia encantadora con una vista esplendorosa sobre los jardines traseros, cuyas ventanas abiertas dejaban entrar el dulce aroma de las rosas en flor. Para ser una residencia campestre, el mobiliario era realmente elegante, si bien anticuado. Había una cama enorme con un dosel de seda azul pálido, y una alfombra con un exuberante dibujo en colores marfil, rosa y añil. El efecto general la hizo sentir como una invitada de honor, pero no pudo evitar preguntarse si aquella elegante habitación no estaría pensada para la señora de la casa. Sobre todo cuando vio una puerta que obviamente conducía a otra habitación.
¿Invitada de honor? Bueno, imaginaba que ella era eso. Joseph Jonas quería que pensara que era un amante soberbio.
No obstante, para llegar a esa conclusión haría falta algo más que una habitación bonita. Se quedó mirando la puerta contigua y sintió otro escalofrío de inquietud.
pero aca el maraton y muy largo por haber esperado tanto.... aparte de que son unos capitulos de verdad hermosos... Bueno espero les gusten y Gracias por esperar
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CAPÍTULO 06
¿No había nadie en Londres que tuviera otra cosa de que rabiar aparte de esa apuesta infernal?
Annabel Reid apartó el platillo; la taza vibró y se derramó un poco de té por el borde. Apretó los dientes, confiando en que nadie lo hubiera notado, e intentó aparentar la mayor serenidad posible.
Ella sabía que, en parte, el creciente interés se debía a la aparición de los dos implicados en el baile de los Branscum, la noche anterior. Ambos habían estado charlando un rato, indiferentes a los murmullos que habían suscitado, como de costumbre. Formaban una pareja muy atractiva, como siempre: el duque con su manifiesto atractivo moreno y ese aire de energía natural que emanaba de él de forma espontánea, y Nicholas Drake, a quien ella conocía desde que aprendió a andar, con su devastadora belleza, extinción y encanto innatos.
Solo ella no estaba encantada.
Puede que aquel hombre tuviera un abrumador atractivo varonil en todos los sentidos, pero ella lo aborrecía. Aquella sonrisa fácil y aquel aire cordial solo enmascaraban los defectos que había bajo la superficie.
Sí, ella le despreciaba.
Profundamente.
Por completo.
—Perdone, querida señorita Reid, pero ¿no es usted pariente de Manderville?
Annabel levantó la mirada y solo en ese momento se dio cuenta con fastidio de que se dirigían a ella. Un grupo de ocho damas la observaban expectantes, y su futura suegra estaba entre ellas. Las demás eran una serie de tías y primas de Alfred. Inexplicablemente horrorizada por la pregunta, se aclaró la garganta.
—No... no. En absoluto. Su tío es mi tutor. Solo se trata de eso.
Era la verdad. No había parentesco sanguíneo. Thomas Drake y su padre habían sido amigos íntimos toda la vida y aquel vínculo tenía la fuerza suficiente como para que su padre hubiera previsto que si sucedía lo peor, como así había sido, su viejo amigo se ocupara de ella. A la muerte de sus progenitores en un accidente de navegación, ella era una niña de ocho años desamparada y desconcertada. Pensara lo que pensase en ese momento sobre su infame sobrino Nicholas, sir Thomas era un hombre maravilloso, y él y su esposa Margaret la habían tratado como a una hija. Dado que no habían tenido descendencia, Annabel se preguntaba si ella no había sido una bendición para ellos en cierto sentido, tanto como ellos lo eran para ella.
De cualquier forma, por mucho que quisiera a Thomas y a Margaret, Nicholas era un caso muy distinto.
—Pero usted creció en la propiedad familiar, ¿me equivoco? —Lady Henderson la miró con evidente curiosidad.
—Yo... bien... sí, eso es. En... Berkshire.
¿Por qué había tartamudeado al responder, sobre todo cuando la miraba tanta gente? Aquel incómodo asunto era lo último que deseaba comentar. Odiaba los chismes. Sería feliz si aquel escandaloso tema se dejara a un lado. Estaba sentada en el salón de la residencia londinense de su prometido, con aquel mobiliario tan formal y demasiado atestado de gente para su gusto; ya era lo bastante malo, sin necesidad de volver una vez más sobre aquel espinoso asunto. Annabel disfrutaba mucho más con los libros y la soledad que en aquellos remilgados tés. Un buen ejemplar de Voltaire y una butaca junto a una ventana soleada eran mucho más de su agrado que la presente situación.
—Imagino que le vería usted bastante a menudo. —En los ojos claros de lady Henderson había un matiz de curiosidad.
Todas la miraron con interés. Claro, porque estaban hablando de Nicholas Drake y su nombre no pasaba inadvertido cuando se mencionaba en una sala repleta de mujeres.
«Maldito sea.»
Sí, era un poco mortificante saber que de hecho él era el propietario de la casa que ella consideraba su hogar. Su tutor era el hermano menor del padre de Nicholas, el difunto conde. Por eso, tenía la desagradable sensación de que Nicholas le había proporcionado su dote. Cuando Annabel preguntó directamente a Margaret sobre la cuestión, esta se mostró evasiva y como ella nunca le mentiría, la respuesta quedó clara. Thomas tenía una buena posición económica, pero Nicholas poseía la verdadera fortuna de la familia.
Era algo irónico. El hombre a quien una vez creyó amar aportaba dinero como incentivo para que otro se casara con ella.
—No tan a menudo —señaló Annabel, —él tiene diez años más que yo. Cuando yo tenía ocho, él estaba en Cambridge y, en cualquier caso, parece que prefiere Londres a Berkshire. Apenas le veo. Ni cuando estamos en la ciudad, ya que él tiene casa propia aquí.
Otra dama, estaba segura de que su prometido la llamaba tía Ida, murmuró:
—Me imagino la razón. Londres es mucho más... populoso.
Lo cual significaba más mujeres disponibles. La implicación era clara y pese a que lo último que Annabel deseaba era defender a un irremediable libertino como el conde de Manderville, inexplicablemente lo hizo.
—De hecho tiene muchos negocios y cuando está en la ciudad le resulta más fácil ponerse en contacto con sus abogados administradores. Es un hombre muy ocupado y Manderville Hall no resulta práctico.
—Ya me imagino. —Otra dama, delgada y con un cabello oscuro que no correspondía a su edad, soltó una carcajada sonora v cortante. —Pero dudo que los negocios sean su principal preocupación. No obstante, es un joven tan guapo que sus indiscreciones son fáciles de perdonar.
—¿Más que Rothay? —preguntó otra.
—Imposible —intervino una tercera.
«Sí —replicó traicionero el corazón de Annabel. —Más que cualquier hombre del mundo.»
Le había adorado tanto cuando era niña... Su maliciosa sonrisa y su humor espontáneo le convirtieron de forma natural en un héroe para una chiquilla que se había quedado huérfana. Cuando recordaba el pasado, reconocía que él había soportado con amabilidad que ella fuera siempre pisándole los talones. Que aquel muchacho de dieciocho años hubiera encontrado tiempo para darle un poni a una niña y enseñarle a montar era un punto a su favor, pero aun así... era un granuja despreciable. La apariencia angelical que la naturaleza le había otorgado era un fraude de la peor clase. Aquellos ojos fascinantes y esos rasgos delicadamente cincelados deberían ir acompañados de dos cuernos y una cola bífida.
—¿Cómo puede alguien decidir quién es más guapo? —Gorjeó una de las jóvenes primas de Alfred, con un tenue rubor en la cara. —Los dos son divinos.
—Cállate, Eugenia —la reprendió su madre.
—Es como si ambos nadaran siempre en un mar de escándalos. —La enjuta tía intervino de nuevo con severidad, pero en sus ojos había un destello de malicioso disfrute. —¿No fue hace apenas unos meses cuando lord Tanner amenazó con citar a Manderville en su proceso de divorcio, argumentando que su esposa cometió adulterio con él?
Cuatro meses exactamente desde que aquel desagradable rumor salió a la luz. Pero Annabel, que se ponía enferma cada vez que pensaba en ello, no hizo el menor comentario. Era mejor que guardara para sí sus sentimientos sobre el inmoral conde, no fuera a tener que explicar la razón de su intenso despecho. La acusación pública de que Nicholas había tomado parte en la ruptura de un matrimonio hizo que su opinión sobre él cayera aún más en picado, algo que ella había creído imposible.
—Y ahora esta competición indecente. Aunque es muy poco apropiado pensar en ello, una no puede dejar de preguntarse cómo piensan dilucidar su pequeña disputa. —Ida, una de las matronas que acababa de calificar el asunto de extravagante, parecía muy dispuesta a comentarlo.
—He oído decir que esa actriz rusa, la que interpretó tan bien el papel de Ofelia a pesar de su espantoso acento, será quien decida el vencedor. —Lady Henderson, a quien no le convenía aumentar el perímetro de su ya muy amplia cintura, escogió otro dulce de la bandeja.
—¿De veras? Bien, yo me he enterado...
Annabel se concentró con desesperación en abstraerse de la charla. Sus esfuerzos fueron inútiles y probablemente acabó pareciendo demasiado apagada y silenciosa, pero consiguió decidir qué vestido se pondría para la velada de esa noche.
De modo que la tarde no fue un absoluto desperdicio.
A Dios gracias aquel té interminable acabó y la acompañaron hasta el carruaje que la esperaba. Pronto estaría casada y dejarían de relacionarla con Nicholas Drake de una vez por todas. Bueno, no del todo, porque su tío y su tía tenían muy buena opinión de él, y Thomas y Margaret eran como unos padres para ella; pero al menos ya no tendría que soportar su compañía a menudo. Además, cuando tal cosa sucediera, Alfred estaría a su lado y eso la ayudaría.
¿La ayudaría a qué? Aquella pregunta muda la obligó a mirar por la ventanilla mientras el carruaje emprendía la marcha. Mejor no pensar en ello. En él.
Tenterden Manor no correspondía precisamente a la idea que ella tenía de una pequeña propiedad rural, pensó _________ con un brillo de irónico nerviosismo, pero el duque tenía razón en una cosa: estaba aislada.
Se asentaba en un parque boscoso, y el sol de media tarde se reflejaba en su añeja estructura de piedra. La elegante fachada mostraba una evidente influencia isabelina en unas extensas alas, parte de las cuales obviamente se habían añadido a lo largo de los años. Aunque el duque casi nunca residía allí, los terrenos, de un verdor intenso, estaban muy bien cuidados y había un limpio y serpenteante sendero de grava que llegaba hasta la puerta principal. Hileras de ventanas con parteluz, enmarcadas por la hiedra, daban a la casa el aspecto encantador de un cuento de hadas; árboles frondosos extendían sus ramas cubiertas de hojas sobre la mayoría del terreno, de forma que el cuidado césped estaba salpicado de motas de luz solar.
Era precioso y muy privado. Justo lo que ellos necesitaban para su breve interludio.
«Oh, Dios.» El nerviosismo revoloteaba en su garganta y le resultaba difícil tragar.
Aún no era demasiado tarde, se recordó, para pedirle a Huw que diera la vuelta y la llevase de nuevo a Londres, y así olvidar aquella loca escapada. Aparte del riesgo que estaba asumiendo, ¿cómo se sentiría cuando las dos próximas semanas hubieran terminado?
¿Como una prostituta por haberse ofrecido a dos de los granujas más famosos de la sociedad?
Quizá. Pero también era cierto que tal vez, en lugar de eso, se sentiría por fin como una mujer, si su inapropiado comportamiento le reportaba alguna recompensa. El paso que iba a dar para cambiar su vida era drástico, pero quizá fueran necesarias las medidas drásticas.
Sin embargo, qué humillante sería si ella resultara una decepción para el notorio duque de Rothay.
Al contrario, se dijo con firmeza cuando el vehículo se detuvo y el estómago le dio un vuelco; la apuesta entre él y el conde consistía en que ellos probaran sus habilidades en el dormitorio. De ella se esperaba tan solo que emitiera su voto sobre cuál era el más capaz.
Parecía bastante fácil.
El fornido Huw estaba junto a la portezuela del carruaje, con la mano extendida para ayudarla a apearse. Su ancho rostro no dejaba entrever curiosidad ni censura, tan inexpresivo como cuando la llevó a la mísera taberna. ________ no pudo evitar preguntarse qué pensaría él cuando se diera cuenta de que el objetivo de su viaje era una cita romántica. Llevaba varios años trabajando para ella y tenían una relación de sirviente y patrona muy cómoda. Se dio cuenta de que muchas cosas podrían cambiar a partir de esta temeraria aventura, además de su percepción sobre sí misma como mujer, y se preguntó hasta qué punto debía preocuparle la opinión de un criado. La mayoría de la alta sociedad la tranquilizaría diciendo que no debía preocuparle en absoluto, pero ________ no estaba segura de ser tan indiferente.
—Gracias —murmuró al bajar, confiando en que su turbación no fuera evidente.
—Es un placer, milady. —Huw inclinó la cabeza con expresión neutra.
La puerta principal se abrió y, mientras ella subía los escalones con incrustaciones de ladrillo, apareció el duque en persona. En la breve nota con las indicaciones que él le había enviado, mencionó que en la casa había muy poco servicio porque él apenas la usaba, pero lo último que ________ esperaba es que alguien de su alcurnia hiciera las funciones de lacayo. Era inaudito. Además llevaba un atuendo muy informal: una camisa blanca de manga larga, unos pantalones ajustados negros y unas botas relucientes. Aquello le hacía parecer más joven, pero no menos formidable sino más, en cierto sentido.
La vestimenta sencilla acentuaba su estatura y la impresionante anchura de su espalda, y subrayaba la fuerza musculosa de sus largas piernas. Su característica cascada de pelo negro y brillante le acariciaba los hombros, y resplandecía al sol del crepúsculo, enmarcando aquellas bellas e irresistibles facciones masculinas. Ella tuvo la impresión de que veía realmente al hombre y no solo al adinerado y apuesto aristócrata con aquella sonrisa extraordinaria y seguridad irresistible. Aquella ropa más desenfadada indicaba también una relación de tipo íntimo que dejaba clara la situación actual: ella iba a pasar la semana próxima en su cama.
Cuando él se adelantó cortésmente para tomarle la mano, se inclinó ante ella y le rozó apenas la piel con los labios, ________ sintió un ligero escalofrío.
Él se irguió y murmuró:
—Bienvenida, milady.
—Buenas tardes, excelencia. —_______ consiguió que no le vacilara la voz, pese a que se le había intensificado el ritmo del pulso. El duque era mucho más alto que ella y parecía tener unas espaldas enormes.
Sus ojos negros la miraban fijamente con un ligerísimo destello de ironía.
—Espero que esté preparada para pasar una semana en un ambiente rústico. Como ya le advertí, el personal es mínimo aquí. El ama de llaves se ha puesto un poco nerviosa por mi llegada. Venga conmigo, entremos. Pediré un poco de té y podremos... conocernos.
¿Tan aprisa? ________ no estaba segura de lo que él quería decir con aquel comentario y fue presa de su habitual incertidumbre. Haciendo acopio de toda su audacia, murmuró con frialdad:
—Supongo que eso es aceptable.
Ahora él parecía divertido y en su boca se dibujó una mueca.
—Ha hablado como la auténticamente gélida lady Wynn. Por favor, no olvide que solo he mencionado un té.
Ella era muy consciente de su fama de distante y desafecta. Era la razón por la que se había embarcado en la presente locura.
—Ambos sabemos por qué estoy aquí, Rothay.
—Sí, lo sabemos. —Él seguía reteniéndole la mano, la mantenía levemente sujeta con sus dedos largos. Era una licencia que se permitía, pero dadas las circunstancias, ¿qué podía objetar ella?
Rothay se inclinó hacia delante, lo suficiente como para que su cálido aliento le acariciara el oído.
—No piensa usted derretirse fácilmente, ¿verdad?
Aquellas palabras dichas en voz baja la obligaron a apartarse y mirarle un segundo, sin saber cómo responder, con un peculiar hormigueo en la boca del estómago. Quizá lo mejor era la sinceridad.
—No —admitió finalmente.
Para su tranquilidad, él no dijo nada más y le soltó la mano.
—¿Entramos?
Ella pasó a su lado y se dirigió al vestíbulo, bastante desconcertada por la leve intimidad de aquel intercambio. Al momento se dio cuenta, y agradeció la distracción, de que por muy rural que él considerara el entorno, aquel lugar con sus paneles de madera barnizada, sus preciosos suelos y sus techos altos, era confortable y refinado a la vez, con un aire de belleza antigua. Un buen esqueleto bajo un exterior apacible y una sensación de pertenencia al bucólico escenario, el olor de la cera y el pan horneado en el ambiente...
—Esto es muy agradable —consiguió decir con aplomo, aunque aquella alusión a derretirla había devuelto a la superficie viejas y persistentes inseguridades.
¿Y si ella era realmente desapasionada e incapaz de reaccionar con un hombre?
Joseph Jonas miró en derredor. El vestíbulo daba a una estancia abierta con una enorme chimenea, y una serie de butacas y sofás agrupados que favorecían la charla. Al fondo subía una grácil escalera curva de madera tallada.
—Más de lo que yo recordaba —admitió. —He dejado que pasara mucho tiempo sin venir por aquí. Gracias a mis ilustres antepasados poseo ocho casas más repartidas por diversas zonas de Inglaterra. Se diría que los Rothay acumulamos propiedades cada vez que se casa un heredero, como los niños acumulan dulces. Es imposible vivir en todas ellas y, por otro lado, mi presencia en Londres es requerida demasiado a menudo para que pueda pasar mucho tiempo en el campo.
El tono seco de su voz indicó a ________ que en la referencia a su patrimonio había cierta conmiseración por sí mismo, y complacida por la falta de presunción que él demostraba lanzó una ligera carcajada.
—No creo que mucha gente le compadezca por ser demasiado rico, excelencia.
—Puede que no. —La cogió por el codo y la guió por el pasillo. —Pero tiene sus riesgos, como todo. La señora Sims le mostrará su habitación y cuando esté lista, por favor, reúnase conmigo para tomar algo.
El ama de llaves era una anciana con voz suave y un deje escocés, que acompañó a ________ al piso de arriba, hasta una estancia encantadora con una vista esplendorosa sobre los jardines traseros, cuyas ventanas abiertas dejaban entrar el dulce aroma de las rosas en flor. Para ser una residencia campestre, el mobiliario era realmente elegante, si bien anticuado. Había una cama enorme con un dosel de seda azul pálido, y una alfombra con un exuberante dibujo en colores marfil, rosa y añil. El efecto general la hizo sentir como una invitada de honor, pero no pudo evitar preguntarse si aquella elegante habitación no estaría pensada para la señora de la casa. Sobre todo cuando vio una puerta que obviamente conducía a otra habitación.
¿Invitada de honor? Bueno, imaginaba que ella era eso. Joseph Jonas quería que pensara que era un amante soberbio.
No obstante, para llegar a esa conclusión haría falta algo más que una habitación bonita. Se quedó mirando la puerta contigua y sintió otro escalofrío de inquietud.
zai
Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
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CAPÍTULO 07
Unas suaves sombras se extendían a lo largo del césped, una brisa aromática circulaba entre los árboles meciendo las hojas brillantes, y se diría que todos los pájaros de Inglaterra se habían reunido para trinar y cantar. Un conejo cruzó de un salto uno de los senderos de gravilla, mordisqueó una brizna de hierba y dejó caer una oreja a un lado, indiferente ante la presencia de ambos en la terraza de baldosas que había a pocos metros de allí. Era como uno de aquellos escenarios que él recordaba de los libros infantiles, donde el mundo era un lugar perpetuamente soleado de cielos incólumes.
O tal vez su hastiada alma pasaba demasiado tiempo en la ciudad.
Un cuento de hadas clásico no estaba completo sin una preciosa doncella.
Joe, reclinado en una confortable butaca, bebía coñac, no té, y observaba a su bella invitada con lo que esperaba que pareciera una atención despreocupada y no el voraz interés que sentía en realidad.
La noche en que Nick y él se habían excedido tanto con la bebida fue confusa, y cuando a la mañana siguiente se dio cuenta de que habían hecho pública la apuesta al anotarla en el libro de apuestas de White's, emitió un gruñido interior. Creía que la mejor forma de soportar el subsiguiente furor de interés y rumores era tratar aquello con el máximo sentido del humor posible. No obstante, sentado frente a la fascinante lady Wynn, no estaba tan seguro de que, después de todo, aquello hubiera sido un garrafal error de borrachos.
Incluso el modo como ella bebía sorbos de té, levantando las manos y rozando apenas el borde de la taza con los labios, era reservado y comedido. Su mirada parecía fija en algún objeto distante no identificado, como si directamente no le mirara a él.
Joseph había coincidido con _______ de pasada una o dos veces, pero debido a su condición de soltera primero, por su posición de joven recién casada que aún no había dado un heredero después, y más adelante por su retiro de la sociedad tras la muerte de su marido, la verdad es que no le había prestado mucha atención. Sí, había pensado que era deliciosa en un sentido exuberante y opulento. Su abundante cabello y su piel inmaculada resaltaban esos increíbles ojos plateados pero, simplemente, él jamás perseguiría a alguien como ella. Aquello era más bien como admirar un cuadro en un museo; atraía tu mirada y te complacía en un sentido estético, pero sabías que nunca lo poseerías, así que no perdías el tiempo pensando demasiado en ello.
Salvo que todo había cambiado.
Él la poseería en un sentido muy carnal y la deseaba de tal modo que estaba atónito. Tal vez fuera lo inusual de la situación, tal vez era esa estúpida y arrogante apuesta, pero Joseph no conseguía recordar la última vez que había sentido un interés tan intenso por una mujer en un período tan corto.
—Hábleme de usted —le dijo con la copa de coñac en la mano y viendo cómo ella daba otro sorbo de la exquisita taza de porcelana. La luz del sol realzaba los gloriosos reflejos rojizos de su pelo caoba. Llevaba un elegante vestido gris plata que combinaba con sus ojos, y aunque en cualquier otra mujer ese color podría carecer de estilo, a ella le sentaba perfectamente, porque realzaba tanto su vibrante color como la esbeltez voluptuosa de su silueta.
No podía esperar a que llegara el momento de quitárselo, decidió con una impaciencia poco habitual en él. La protuberancia de su busto bajo el discreto escote atraía su mirada y le provocaba ideas poco caballerosas sobre qué sentiría al tocar y probar esos tentadores senos.
_________ parecía un poco sorprendida.
—¿Qué es lo que quiere saber, excelencia?
—Llámeme Joseph.
—Si es lo que desea... —Pero parecía vacilante y se apresuró a tomar otro sorbo de té. La taza tembló solo un poco al rozarle la boca, pero bastó para que él se fijara.
Y esa también era una boca atrayente. Unos labios de un rosa claro, y el inferior ligeramente más carnoso, con una curva perfecta y sensual. Bonito.
—¿De dónde es usted? —insistió.
—De York. —Ella contestó de bastante buena gana, pero su expresión conservaba aquella mirada solemne que la hacía parecer tan distante. —Mi madre murió cuando yo era una niña y mi padre era un hombre ocupado, por lo que pasé mucho tiempo en Londres con mi tía. Ella fue quien organizó mi presentación en sociedad y mi matrimonio.
Dos frases que no resumían exactamente la vida de alguien.
—¿Tiene hermanos o hermanas?
—No.
No solía ser tan difícil conseguir que una mujer entablara conversación. Él arqueó la ceja, extrañado, y volvió a intentarlo.
—¿Cuáles son sus aficiones? ¿El teatro, la ópera, la moda?
Ella dudó.
—Me encanta leer —dijo simplemente. —Cualquier cosa y de todo. Novelas, el periódico de la primera a la última página, incluso textos científicos si los encuentro. Esa ha sido siempre mi pasión. Mi institutriz era una mujer de ideas avanzadas. Ella espoleó mi curiosidad y me prestó libros cuya lectura estoy segura que mi tía no habría aprobado. El padre de la señorita Dunsworth era un famoso anticuario y tenía una colección de obras de todas partes del mundo. Al morir la dejó pobre en cierto sentido, pero rica en otro, si valora usted el conocimiento. Tuvo que venderlo todo, pero conservó su biblioteca.
A él no le molestaban las féminas con cerebro, como les sucedía a varios de sus conocidos. También le gustó la palabra «pasión» cuando ella la dijo.
—Dígame quién es su autor favorito.
—Voltaire, si me obliga a escoger uno. —Tenía una expresión animosa que iluminaba su encantador rostro.
—¿Quién más?
Le gustaban los griegos clásicos, Shakespeare, Alexander Pope, las obras más recientes de ciertos autores populares del momento, algunos de los cuales él todavía no había leído.
El sol le daba calor, el coñac era añejo y exquisito, y él estaba... encantado.
¿Por aquellas inclinaciones literarias? Eso era una revelación. Normalmente las mujeres solo tenían una utilidad superficial en su vida, pero allí, en los ojos de ________, había una chispa que le atraía. Desde que descubrió su identidad allí en la taberna, estaba fascinado.
Pero en cuanto recondujo de nuevo la conversación al tema de la familia de ella, el entusiasmo se borró de la expresión de _________, que centró deliberadamente la atención en su taza de té.
—Como ya le he dicho, viví con mi tía. Murió apenas un mes después que Edward.
Joseph esperó. Al parecer no recibiría más información, pero sentía bastante curiosidad sobre su matrimonio a raíz de la nota que ella había escrito.
—Conocí a su marido, aunque muy vagamente.
—Tuvo suerte.
El no pudo evitarlo y enarcó las cejas ante aquel tono escueto.
—Ya entiendo.
________ le miró por encima del borde de la taza y luego la dejó a un lado con un cuidado que pareció deliberado. Aquellos luminosos ojos grises, enmarcados de forma tan encantadora por unas pestañas densas y nítidas, eran muy directos.
—Perdóneme, pero no, no lo entiende. A usted nunca le han casado con un hombre que no le importa lo más mínimo. Usted nunca ha servido a los caprichos de nadie, y por favor admita que es consciente de las diferencias entre sexos en nuestra sociedad, que permite que caballeros aristócratas hagan apuestas extravagantes sobre su falta de virtud, mientras a las mujeres se las juzga con mucha severidad en función de que la conserven.
Durante un momento, Joseph no supo qué decir. Lady Wynn no coqueteaba, eso ya lo había notado, y al parecer tenía la habilidad de ir al grano y de ser gratamente sincera.
—Tiene razón. A partir de ahora me abstendré de sacar conclusiones presuntuosas.
Su fácil aquiescencia pareció desconcertarla. Frunció la boca y consiguió de nuevo atraer la caprichosa atención de Joseph hacia sus dulces labios.
—Lo... lo siento —dijo con un leve suspiro al cabo de un momento. —Soy un poco susceptible con el tema del matrimonio. Y por eso no tengo intención de formar parte nunca más de ese acuerdo.
—No tiene por qué disculparse por expresar su opinión, se lo aseguro.
En el rostro de ella revoloteó una mirada irónica.
—Creo que acabo de reñir al duque de Rothay.
—Que sin duda se lo merece de vez en cuando. —Y sonrió. —Puede que bastante más a menudo.
—Es usted muy... —pareció que buscaba una palabra que finalmente encontró —gentil. La mayoría de los hombres quieren que una mujer esté de acuerdo con todo lo que dicen. Yo lo considero tedioso.
—¿De ahí esa actitud disuasoria hacia todos esos entusiastas caballeros que se congregan a su alrededor en cualquier acto? —Joseph se acomodó en su butaca, disfrutando no solo de la cálida y agradable brisa del atardecer, sino también de la singular falta de coquetería de ella. Estaba acostumbrado a que las mujeres le adularan, no que le reprendiesen por su escasa comprensión de su posición en el mundo.
—Digamos simplemente que valoro mi independencia.
Puede que no se conocieran muy bien el uno al otro, pero tenían eso en común.
—Como yo.
—Eso dicen. —En los labios de ella se dibujó una sonrisa plena y fascinante, que obligó al cuerpo de Joseph, que ya estaba absolutamente alerta, a tomar nota.
El cambio era notable. Aquello transformó una distante figura de mármol en una mujer dulce y atractiva.
Joseph se revolvió en la butaca, ligeramente excitado, de modo que sintió un tirón en los pantalones. Qué raro. La dama no se andaba con disimulos, ni siquiera fingió desconocer de lo que le hablaba, y él descubrió que le gustaba su franqueza.
—No debe creerse todos los rumores que circulan sobre mí, pero este es correcto —dijo despacio.
—Desde luego hay bastantes. Tiene usted una de las peores reputaciones de toda Inglaterra.
—No puedo comprender por qué.
—Ah, ¿no? Las historias abundan.
—Eso creo. Pero la verdad y las habladurías rara vez van de la mano, milady.
Ella le miró muy seria.
—¿Pretende decirme que usted, y quiero recordarle que recientemente hizo una apuesta muy arrogante sobre sus supuestas habilidades en esa misma área que estamos debatiendo, es más virtuoso de lo que implican esos rumores?
¿Era virtuoso? Joseph estaba seguro de que nunca le habían aplicado ese calificativo, pero en un sentido abstracto quizá lo era. Para él era una cuestión de honor no mezclarse nunca con nadie que pudiera tomarse en serio el juego de la seducción. Sonrió con una despreocupación indolente y deliberada.
—Puede. Admito que dejé de defenderme hace años.
—Pero ¿usted quiere compañía sin ataduras?
—Absolutamente. —Desde Helena había descubierto que las aventuras amorosas eran mejores si se reducían al puro y simple placer físico.
Hubo un tiempo, antes de que comprendiera que los sueños de amor no eran más que eso, en que había cometido un error de proporciones colosales. Uno que seguramente no cometería nunca más. Aquello había sido una dura lección, pero entonces él era joven y estúpido y lleno de sueños idealistas. La experiencia podía ser una píldora amarga y el sabor que dejaba era difícil de olvidar.
Por lo visto, __________ había interpretado correctamente su expresión.
—Bien, nadie sabe que estoy aquí, excelencia. Estamos solos, de forma anónima y somos libres de hacer lo que nos plazca.
—Joseph —le recordó él con una leve sonrisa, contemplando el modo como la luz jugaba entre los frágiles rasgos de su cara, a lo largo de las finas curvas de sus hombros, proyectando una deliciosa sombra sobre aquella tentadora hendidura entre sus rotundos senos, que insinuaba apenas el escote de su vestido.
—¿Le apetece que entremos?
Ella no pasó por alto la propuesta y sus mejillas adquirieron un tono rosado.
—¿Ahora? Es media tarde.
El reprimió la risa ante la ingenua suposición de que la gente solo hacia el amor después de la puesta de sol. Para ser viuda era bastante inocente.
—¿Por qué esperar? —murmuró. —Podríamos hablar más cómodamente.
—¿Hablar?
—Entre otras cosas.
El rubor de las mejillas de ______ adquirió un tono rosado más intenso.
En la cama, quería decir él. Pese a que en ese contexto a él no solía gustarle especialmente charlar, estaba dispuesto a hacerlo si ello la hacía sentirse más cómoda. El nunca trataba con vírgenes. Jamás. Había recibido la educación del heredero de un ducado, y le habían hablado de los riesgos de la pérdida de la inocencia en cuanto fue lo suficientemente mayor para entender el concepto; pero empezaba a tener la sensación de que ella era lo más parecido a una virgen con quien podría estar hasta que se casara. Era evidente que a pesar de su compostura estaba muy nerviosa, y a la vez era muy consciente de él como hombre. Aquello aumentaba su interés hasta un nivel sorprendente.
Joseph se levantó, se acercó para cogerle la mano, y tiró con suavidad para ponerla en pie. Bajó los ojos hacia aquella cara que miraba hacia arriba y se concentró en la boca.
—Opino que es usted preciosa, lady Wynn.
Los ojos grises centellearon.
—No va a decir otra cosa, naturalmente —respondió ella con voz queda.
—Solo si lo pienso. —Era sincero. Seducir a las mujeres hasta su lecho no incluía los falsos piropos. El no necesitaba la coacción y si ella pensaba lo contrario es que era más inocente de lo que creía. Seguro que alguien de su exquisita belleza había recibido suficientes halagos poéticos para toda una vida. —Si esta no es la primera vez que lo oye, ¿por qué no confía en mi sinceridad?
Le acarició el pelo muy levemente, tan solo pasó la parte de atrás de los dedos por aquel cabello vibrante y sedoso. El color, castaño intenso con destellos rojizos, le recordaba el otoño. Unos pocos rizos sueltos rodeaban el rostro ovalado y realzaban la esbelta columna del cuello. Aquel color cálido la favorecía, a pesar de su reputación de ser fría y distante.
Joseph haría con gusto otra apuesta temeraria sobre que, de hecho, no era fría en absoluto. Obviamente su marido había sido un patán en la alcoba, pero él tendría el placer de enseñarle los beneficios del mutuo disfrute físico entre una mujer y un hombre.
_______ le dedicó una sonrisa soñadora.
—Apenas le conozco, Joseph.
Le gustó escuchar su nombre en aquellos labios.
—Seguro que era consciente de ello antes de enviarme la nota. ¿Qué mejor forma de conocernos?
Cualquier respuesta que ella pudiera haber dado fue silenciada cuando él inclinó la cabeza y le tomó la boca. Le puso las manos en la cintura, con firmeza pero sin insistencia, mientras amoldaba con mucha dulzura los labios de ambos.
Sus instintos eran muy agudizados cuando se trataba de mujeres. Ya se había dado cuenta de que la persuasión resultaría mucho más eficaz que la pasión impetuosa. Había muchas damas a las que les gustaba que las cogieran en volandas; que deseaban que su amante no solo las poseyera, sino que las dominase, pero él ya había comprendido que ________ no era una de ellas antes de tocarla.
Tenía un sabor dulce y tenerla en los brazos le produjo una sensación increíble. Sus flexibles senos le rozaban levemente el pecho, pero cuando él acarició con la lengua el interior de su boca, ella hizo un movimiento brusco que solo podía indicar sorpresa.
«¡¿Qué demonios?!»
Se detuvo un segundo, frenado ante aquella asombrosa evidencia.
Era imposible que a una mujer que había estado casada nunca la hubieran besado de forma íntima, pero Joseph notó que ella respondía indecisa a la exploración de su lengua, como si no tuviera ni idea de qué hacer.
Esa era una faceta interesante de esta cita amorosa campestre. Joseph continuó, siguió besándola sin exigir, pero provocando sutilmente que se le acercara más, de modo que sus cuerpos se tocaran de forma más completa. Por lo general él habría considerado desmoralizador aquel particular grado de inexperiencia pero... quizá era aquella situación única, tal vez era su irresistible belleza, o puede que fuera solo la perfección con la que ella encajaba en sus brazos... no estaba seguro, pero descubrió que estaba más intrigado que nunca.
—¿Puedo volver a invitarla a entrar? —murmuró junto a sus labios.
A esas alturas, ella estaba pegada a su creciente erección, de manera que no era posible malinterpretar lo que implicaba esa propuesta. Pero al fin y al cabo, ¿no era por eso por lo que estaba allí?
________ asintió. Joseph se apartó, le tomó la mano y sonrió.
Ella no le devolvió la sonrisa sino que le miró fijamente un momento, con sus increíbles ojos del todo abiertos y las mejillas ruborizadas. No era mala señal, se dijo él mientras ella se dejaba conducir al interior y por la escalera hacia su dormitorio. La casa estaba silenciosa al atardecer; sin duda la señora Sims seguía ocupada en las obligaciones derivadas de su inesperada visita. No había habido tiempo de conseguir más personal de servicio y, puesto que él sabía que ________ deseaba el anonimato, no había traído consigo a ningún criado salvo al cochero. Incluso su ayuda de cámara se había quedado en Londres, de modo que su dormitorio estaba vacío y, cuando él cerró la puerta a sus espaldas, supo que estarían solos hasta que lo desearan. El ama de llaves tenía instrucciones estrictas de no molestarlos a menos que la llamaran.
—Nuestras habitaciones se comunican. —________ echó una ojeada a la pared que separaba sus dormitorios.
—Práctico, ¿no le parece? —Joseph sonrió. Con una mirada ardorosa admiró el aspecto de ella, tan grácil y femenino, en la atmósfera masculina de su alcoba. El mobiliario era de un tamaño excesivo (la cama inmensa sobre la tarima, las proporciones enormes), y la madera tallada y oscura tenía varios siglos de antigüedad. En un retrato sobre la chimenea, uno de sus augustos antepasados posaba con encajes, calzas y un jubón.
Por contra, ella era curvas y sombras, seductora y, oh, tan accesible allí.
La vibrante erección producto de aquel beso presionó de nuevo la tela de sus pantalones entallados.
—Hagámoslo de la forma apropiada.
Ella no se resistió cuando él le soltó la melena que cayó libremente sobre su espalda. Tenía el tacto de una seda cálida que se hubiera derramado sobre sus manos, y una fragancia estival dulce y femenina. Mientras le desabrochaba el vestido la besó suavemente para tranquilizarla, preocupándose de no apresurarse ni alarmarla. La cogió en brazos, la llevó a la cama y le quitó los zapatos y las medias con la misma habilidad de experto, admirando su belleza con un criterio meramente masculino, mientras se sentaba para quitarse las botas. Acabó con ello en un tiempo récord y se levantó para terminar de desnudarse.
Estaba sorprendido, porque tenía auténtica prisa.
Vestida únicamente con su camisola y bajo la luz sesgada del sol del crepúsculo que entraba por los ventanales, ________ era una Venus perfecta de pelo caoba. Extremidades flexibles y piel pálida sin mácula, enmarcada por una cascada de mechones centelleantes. Sus pechos rotundos temblaban cada vez que respiraba y sus ojos parecían más oscuros, dilatados, con ese extraordinario color plata matizado por la pasión... ... O por el miedo.
Joseph se dio cuenta de ello con consternación, mientras sus dedos interrumpían el acto de desabrocharse la camisa.
Sí, pensó mientras se esforzaba en creerlo. Miedo. El temblor de la mujer que estaba en su cama no tenía nada que ver con el deseo.
En lugar de ruborizada por la excitación, en aquel momento ella tenía la cara algo pálida. Joseph, con la camisa abierta hasta la cintura, dejó caer las manos sin saber cómo reaccionar ante ese inesperado giro de los acontecimientos.
—No es necesario que hagamos esto, ¿sabe? No tiene más que decirlo. En su lugar podemos ir a beber vino bajo el sol y mañana puede marcharse si lo desea.
Ella dudó un segundo y luego susurró:
—¿Tan evidente es?
En el dormitorio, Joseph no estaba acostumbrado a nada que no fuera una impaciencia total, de manera que la respuesta era un clamoroso sí. No obstante, le pareció mejor la diplomacia.
—Creo que es obvio que no está usted cómoda del todo, milady —dijo con dulzura. —Nuestra apuesta fue producto de un instante estúpido entre dos caballeros bebidos que por la mañana compartieron una fuerte resaca. Pese a que su elegante presencia en mi cama me resulta atractiva, no es necesario que siga usted adelante con su oferta.
Con su exquisita semi-desnudez superpuesta a las elegantes sábanas de la cama, _______ le sonrió levemente.
—No me extraña que su encanto sea legendario, Rothay, pero ¿cree usted que me ofrecí a la ligera? De todas las damas que conoce, probablemente yo sea la última que esperaba tener en su cama, pero aquí estoy y le corresponde a usted seducirme, ¿es correcto?
Tenía razón. Estaba seguro de que lo que Nicholas o él habían pensado no era en una mujer asustada y nerviosa, pero ella se había ofrecido, ellos habían aceptado y había sido él quien estaba ansioso por tenerla a solas.
—Solo si usted lo desea.
—Si no fuera así, no estaría aquí.
¿Por qué demonios estaba allí, si la idea de compartir su lecho la hacía palidecer y estremecerse de temor?_______ declaró con un leve matiz de angustia:
—Quiero hacerlo.
¿Era eso cierto? El cuerpo incontrolable de Joseph le urgía a seguir, pero aun así no se movió. Toda aventura tenía sus requisitos y cada mujer era distinta, pero aquella situación le daba que pensar. Tenía la sensación de que a ella le costaba un esfuerzo tremendo yacer allí, obediente y dispuesta.
Aquello era desalentador.
¿Qué diablos le había hecho, o no hecho, Wynn a ella?
—¿Es usted virgen? —Hizo la pregunta en voz baja, sin saber exactamente cómo procedería si le decía que sí. No pensaba fingir que no había notado su reacción cuando la besó. Aquello ya no tenía nada que ver con la ridícula apuesta. Empezaba a darse cuenta de que, para ella, nunca había tenido nada que ver.
Ella apartó la mirada y tragó saliva visiblemente, moviendo los músculos de su fino cuello.
—No.
Aquella pequeña palabra contenía un universo de significados.
Joseph se quedó bastante perplejo. Él lo sabía todo sobre los juegos sexuales que los hombres y las mujeres practicaban juntos, pero sobre este no. Aquello no tenía la menor relación con una seducción despreocupada. Se sentó y la acarició; una levísima presión sobre la barbilla para que volviera la cara hacia él. Y con un ligero sobresalto de angustia, vio las lágrimas que centelleaban en sus pestañas.
—Sedúzcame —musitó ella en medio de aquel doloroso silencio. —Por favor.
CAPÍTULO 07
Unas suaves sombras se extendían a lo largo del césped, una brisa aromática circulaba entre los árboles meciendo las hojas brillantes, y se diría que todos los pájaros de Inglaterra se habían reunido para trinar y cantar. Un conejo cruzó de un salto uno de los senderos de gravilla, mordisqueó una brizna de hierba y dejó caer una oreja a un lado, indiferente ante la presencia de ambos en la terraza de baldosas que había a pocos metros de allí. Era como uno de aquellos escenarios que él recordaba de los libros infantiles, donde el mundo era un lugar perpetuamente soleado de cielos incólumes.
O tal vez su hastiada alma pasaba demasiado tiempo en la ciudad.
Un cuento de hadas clásico no estaba completo sin una preciosa doncella.
Joe, reclinado en una confortable butaca, bebía coñac, no té, y observaba a su bella invitada con lo que esperaba que pareciera una atención despreocupada y no el voraz interés que sentía en realidad.
La noche en que Nick y él se habían excedido tanto con la bebida fue confusa, y cuando a la mañana siguiente se dio cuenta de que habían hecho pública la apuesta al anotarla en el libro de apuestas de White's, emitió un gruñido interior. Creía que la mejor forma de soportar el subsiguiente furor de interés y rumores era tratar aquello con el máximo sentido del humor posible. No obstante, sentado frente a la fascinante lady Wynn, no estaba tan seguro de que, después de todo, aquello hubiera sido un garrafal error de borrachos.
Incluso el modo como ella bebía sorbos de té, levantando las manos y rozando apenas el borde de la taza con los labios, era reservado y comedido. Su mirada parecía fija en algún objeto distante no identificado, como si directamente no le mirara a él.
Joseph había coincidido con _______ de pasada una o dos veces, pero debido a su condición de soltera primero, por su posición de joven recién casada que aún no había dado un heredero después, y más adelante por su retiro de la sociedad tras la muerte de su marido, la verdad es que no le había prestado mucha atención. Sí, había pensado que era deliciosa en un sentido exuberante y opulento. Su abundante cabello y su piel inmaculada resaltaban esos increíbles ojos plateados pero, simplemente, él jamás perseguiría a alguien como ella. Aquello era más bien como admirar un cuadro en un museo; atraía tu mirada y te complacía en un sentido estético, pero sabías que nunca lo poseerías, así que no perdías el tiempo pensando demasiado en ello.
Salvo que todo había cambiado.
Él la poseería en un sentido muy carnal y la deseaba de tal modo que estaba atónito. Tal vez fuera lo inusual de la situación, tal vez era esa estúpida y arrogante apuesta, pero Joseph no conseguía recordar la última vez que había sentido un interés tan intenso por una mujer en un período tan corto.
—Hábleme de usted —le dijo con la copa de coñac en la mano y viendo cómo ella daba otro sorbo de la exquisita taza de porcelana. La luz del sol realzaba los gloriosos reflejos rojizos de su pelo caoba. Llevaba un elegante vestido gris plata que combinaba con sus ojos, y aunque en cualquier otra mujer ese color podría carecer de estilo, a ella le sentaba perfectamente, porque realzaba tanto su vibrante color como la esbeltez voluptuosa de su silueta.
No podía esperar a que llegara el momento de quitárselo, decidió con una impaciencia poco habitual en él. La protuberancia de su busto bajo el discreto escote atraía su mirada y le provocaba ideas poco caballerosas sobre qué sentiría al tocar y probar esos tentadores senos.
_________ parecía un poco sorprendida.
—¿Qué es lo que quiere saber, excelencia?
—Llámeme Joseph.
—Si es lo que desea... —Pero parecía vacilante y se apresuró a tomar otro sorbo de té. La taza tembló solo un poco al rozarle la boca, pero bastó para que él se fijara.
Y esa también era una boca atrayente. Unos labios de un rosa claro, y el inferior ligeramente más carnoso, con una curva perfecta y sensual. Bonito.
—¿De dónde es usted? —insistió.
—De York. —Ella contestó de bastante buena gana, pero su expresión conservaba aquella mirada solemne que la hacía parecer tan distante. —Mi madre murió cuando yo era una niña y mi padre era un hombre ocupado, por lo que pasé mucho tiempo en Londres con mi tía. Ella fue quien organizó mi presentación en sociedad y mi matrimonio.
Dos frases que no resumían exactamente la vida de alguien.
—¿Tiene hermanos o hermanas?
—No.
No solía ser tan difícil conseguir que una mujer entablara conversación. Él arqueó la ceja, extrañado, y volvió a intentarlo.
—¿Cuáles son sus aficiones? ¿El teatro, la ópera, la moda?
Ella dudó.
—Me encanta leer —dijo simplemente. —Cualquier cosa y de todo. Novelas, el periódico de la primera a la última página, incluso textos científicos si los encuentro. Esa ha sido siempre mi pasión. Mi institutriz era una mujer de ideas avanzadas. Ella espoleó mi curiosidad y me prestó libros cuya lectura estoy segura que mi tía no habría aprobado. El padre de la señorita Dunsworth era un famoso anticuario y tenía una colección de obras de todas partes del mundo. Al morir la dejó pobre en cierto sentido, pero rica en otro, si valora usted el conocimiento. Tuvo que venderlo todo, pero conservó su biblioteca.
A él no le molestaban las féminas con cerebro, como les sucedía a varios de sus conocidos. También le gustó la palabra «pasión» cuando ella la dijo.
—Dígame quién es su autor favorito.
—Voltaire, si me obliga a escoger uno. —Tenía una expresión animosa que iluminaba su encantador rostro.
—¿Quién más?
Le gustaban los griegos clásicos, Shakespeare, Alexander Pope, las obras más recientes de ciertos autores populares del momento, algunos de los cuales él todavía no había leído.
El sol le daba calor, el coñac era añejo y exquisito, y él estaba... encantado.
¿Por aquellas inclinaciones literarias? Eso era una revelación. Normalmente las mujeres solo tenían una utilidad superficial en su vida, pero allí, en los ojos de ________, había una chispa que le atraía. Desde que descubrió su identidad allí en la taberna, estaba fascinado.
Pero en cuanto recondujo de nuevo la conversación al tema de la familia de ella, el entusiasmo se borró de la expresión de _________, que centró deliberadamente la atención en su taza de té.
—Como ya le he dicho, viví con mi tía. Murió apenas un mes después que Edward.
Joseph esperó. Al parecer no recibiría más información, pero sentía bastante curiosidad sobre su matrimonio a raíz de la nota que ella había escrito.
—Conocí a su marido, aunque muy vagamente.
—Tuvo suerte.
El no pudo evitarlo y enarcó las cejas ante aquel tono escueto.
—Ya entiendo.
________ le miró por encima del borde de la taza y luego la dejó a un lado con un cuidado que pareció deliberado. Aquellos luminosos ojos grises, enmarcados de forma tan encantadora por unas pestañas densas y nítidas, eran muy directos.
—Perdóneme, pero no, no lo entiende. A usted nunca le han casado con un hombre que no le importa lo más mínimo. Usted nunca ha servido a los caprichos de nadie, y por favor admita que es consciente de las diferencias entre sexos en nuestra sociedad, que permite que caballeros aristócratas hagan apuestas extravagantes sobre su falta de virtud, mientras a las mujeres se las juzga con mucha severidad en función de que la conserven.
Durante un momento, Joseph no supo qué decir. Lady Wynn no coqueteaba, eso ya lo había notado, y al parecer tenía la habilidad de ir al grano y de ser gratamente sincera.
—Tiene razón. A partir de ahora me abstendré de sacar conclusiones presuntuosas.
Su fácil aquiescencia pareció desconcertarla. Frunció la boca y consiguió de nuevo atraer la caprichosa atención de Joseph hacia sus dulces labios.
—Lo... lo siento —dijo con un leve suspiro al cabo de un momento. —Soy un poco susceptible con el tema del matrimonio. Y por eso no tengo intención de formar parte nunca más de ese acuerdo.
—No tiene por qué disculparse por expresar su opinión, se lo aseguro.
En el rostro de ella revoloteó una mirada irónica.
—Creo que acabo de reñir al duque de Rothay.
—Que sin duda se lo merece de vez en cuando. —Y sonrió. —Puede que bastante más a menudo.
—Es usted muy... —pareció que buscaba una palabra que finalmente encontró —gentil. La mayoría de los hombres quieren que una mujer esté de acuerdo con todo lo que dicen. Yo lo considero tedioso.
—¿De ahí esa actitud disuasoria hacia todos esos entusiastas caballeros que se congregan a su alrededor en cualquier acto? —Joseph se acomodó en su butaca, disfrutando no solo de la cálida y agradable brisa del atardecer, sino también de la singular falta de coquetería de ella. Estaba acostumbrado a que las mujeres le adularan, no que le reprendiesen por su escasa comprensión de su posición en el mundo.
—Digamos simplemente que valoro mi independencia.
Puede que no se conocieran muy bien el uno al otro, pero tenían eso en común.
—Como yo.
—Eso dicen. —En los labios de ella se dibujó una sonrisa plena y fascinante, que obligó al cuerpo de Joseph, que ya estaba absolutamente alerta, a tomar nota.
El cambio era notable. Aquello transformó una distante figura de mármol en una mujer dulce y atractiva.
Joseph se revolvió en la butaca, ligeramente excitado, de modo que sintió un tirón en los pantalones. Qué raro. La dama no se andaba con disimulos, ni siquiera fingió desconocer de lo que le hablaba, y él descubrió que le gustaba su franqueza.
—No debe creerse todos los rumores que circulan sobre mí, pero este es correcto —dijo despacio.
—Desde luego hay bastantes. Tiene usted una de las peores reputaciones de toda Inglaterra.
—No puedo comprender por qué.
—Ah, ¿no? Las historias abundan.
—Eso creo. Pero la verdad y las habladurías rara vez van de la mano, milady.
Ella le miró muy seria.
—¿Pretende decirme que usted, y quiero recordarle que recientemente hizo una apuesta muy arrogante sobre sus supuestas habilidades en esa misma área que estamos debatiendo, es más virtuoso de lo que implican esos rumores?
¿Era virtuoso? Joseph estaba seguro de que nunca le habían aplicado ese calificativo, pero en un sentido abstracto quizá lo era. Para él era una cuestión de honor no mezclarse nunca con nadie que pudiera tomarse en serio el juego de la seducción. Sonrió con una despreocupación indolente y deliberada.
—Puede. Admito que dejé de defenderme hace años.
—Pero ¿usted quiere compañía sin ataduras?
—Absolutamente. —Desde Helena había descubierto que las aventuras amorosas eran mejores si se reducían al puro y simple placer físico.
Hubo un tiempo, antes de que comprendiera que los sueños de amor no eran más que eso, en que había cometido un error de proporciones colosales. Uno que seguramente no cometería nunca más. Aquello había sido una dura lección, pero entonces él era joven y estúpido y lleno de sueños idealistas. La experiencia podía ser una píldora amarga y el sabor que dejaba era difícil de olvidar.
Por lo visto, __________ había interpretado correctamente su expresión.
—Bien, nadie sabe que estoy aquí, excelencia. Estamos solos, de forma anónima y somos libres de hacer lo que nos plazca.
—Joseph —le recordó él con una leve sonrisa, contemplando el modo como la luz jugaba entre los frágiles rasgos de su cara, a lo largo de las finas curvas de sus hombros, proyectando una deliciosa sombra sobre aquella tentadora hendidura entre sus rotundos senos, que insinuaba apenas el escote de su vestido.
—¿Le apetece que entremos?
Ella no pasó por alto la propuesta y sus mejillas adquirieron un tono rosado.
—¿Ahora? Es media tarde.
El reprimió la risa ante la ingenua suposición de que la gente solo hacia el amor después de la puesta de sol. Para ser viuda era bastante inocente.
—¿Por qué esperar? —murmuró. —Podríamos hablar más cómodamente.
—¿Hablar?
—Entre otras cosas.
El rubor de las mejillas de ______ adquirió un tono rosado más intenso.
En la cama, quería decir él. Pese a que en ese contexto a él no solía gustarle especialmente charlar, estaba dispuesto a hacerlo si ello la hacía sentirse más cómoda. El nunca trataba con vírgenes. Jamás. Había recibido la educación del heredero de un ducado, y le habían hablado de los riesgos de la pérdida de la inocencia en cuanto fue lo suficientemente mayor para entender el concepto; pero empezaba a tener la sensación de que ella era lo más parecido a una virgen con quien podría estar hasta que se casara. Era evidente que a pesar de su compostura estaba muy nerviosa, y a la vez era muy consciente de él como hombre. Aquello aumentaba su interés hasta un nivel sorprendente.
Joseph se levantó, se acercó para cogerle la mano, y tiró con suavidad para ponerla en pie. Bajó los ojos hacia aquella cara que miraba hacia arriba y se concentró en la boca.
—Opino que es usted preciosa, lady Wynn.
Los ojos grises centellearon.
—No va a decir otra cosa, naturalmente —respondió ella con voz queda.
—Solo si lo pienso. —Era sincero. Seducir a las mujeres hasta su lecho no incluía los falsos piropos. El no necesitaba la coacción y si ella pensaba lo contrario es que era más inocente de lo que creía. Seguro que alguien de su exquisita belleza había recibido suficientes halagos poéticos para toda una vida. —Si esta no es la primera vez que lo oye, ¿por qué no confía en mi sinceridad?
Le acarició el pelo muy levemente, tan solo pasó la parte de atrás de los dedos por aquel cabello vibrante y sedoso. El color, castaño intenso con destellos rojizos, le recordaba el otoño. Unos pocos rizos sueltos rodeaban el rostro ovalado y realzaban la esbelta columna del cuello. Aquel color cálido la favorecía, a pesar de su reputación de ser fría y distante.
Joseph haría con gusto otra apuesta temeraria sobre que, de hecho, no era fría en absoluto. Obviamente su marido había sido un patán en la alcoba, pero él tendría el placer de enseñarle los beneficios del mutuo disfrute físico entre una mujer y un hombre.
_______ le dedicó una sonrisa soñadora.
—Apenas le conozco, Joseph.
Le gustó escuchar su nombre en aquellos labios.
—Seguro que era consciente de ello antes de enviarme la nota. ¿Qué mejor forma de conocernos?
Cualquier respuesta que ella pudiera haber dado fue silenciada cuando él inclinó la cabeza y le tomó la boca. Le puso las manos en la cintura, con firmeza pero sin insistencia, mientras amoldaba con mucha dulzura los labios de ambos.
Sus instintos eran muy agudizados cuando se trataba de mujeres. Ya se había dado cuenta de que la persuasión resultaría mucho más eficaz que la pasión impetuosa. Había muchas damas a las que les gustaba que las cogieran en volandas; que deseaban que su amante no solo las poseyera, sino que las dominase, pero él ya había comprendido que ________ no era una de ellas antes de tocarla.
Tenía un sabor dulce y tenerla en los brazos le produjo una sensación increíble. Sus flexibles senos le rozaban levemente el pecho, pero cuando él acarició con la lengua el interior de su boca, ella hizo un movimiento brusco que solo podía indicar sorpresa.
«¡¿Qué demonios?!»
Se detuvo un segundo, frenado ante aquella asombrosa evidencia.
Era imposible que a una mujer que había estado casada nunca la hubieran besado de forma íntima, pero Joseph notó que ella respondía indecisa a la exploración de su lengua, como si no tuviera ni idea de qué hacer.
Esa era una faceta interesante de esta cita amorosa campestre. Joseph continuó, siguió besándola sin exigir, pero provocando sutilmente que se le acercara más, de modo que sus cuerpos se tocaran de forma más completa. Por lo general él habría considerado desmoralizador aquel particular grado de inexperiencia pero... quizá era aquella situación única, tal vez era su irresistible belleza, o puede que fuera solo la perfección con la que ella encajaba en sus brazos... no estaba seguro, pero descubrió que estaba más intrigado que nunca.
—¿Puedo volver a invitarla a entrar? —murmuró junto a sus labios.
A esas alturas, ella estaba pegada a su creciente erección, de manera que no era posible malinterpretar lo que implicaba esa propuesta. Pero al fin y al cabo, ¿no era por eso por lo que estaba allí?
________ asintió. Joseph se apartó, le tomó la mano y sonrió.
Ella no le devolvió la sonrisa sino que le miró fijamente un momento, con sus increíbles ojos del todo abiertos y las mejillas ruborizadas. No era mala señal, se dijo él mientras ella se dejaba conducir al interior y por la escalera hacia su dormitorio. La casa estaba silenciosa al atardecer; sin duda la señora Sims seguía ocupada en las obligaciones derivadas de su inesperada visita. No había habido tiempo de conseguir más personal de servicio y, puesto que él sabía que ________ deseaba el anonimato, no había traído consigo a ningún criado salvo al cochero. Incluso su ayuda de cámara se había quedado en Londres, de modo que su dormitorio estaba vacío y, cuando él cerró la puerta a sus espaldas, supo que estarían solos hasta que lo desearan. El ama de llaves tenía instrucciones estrictas de no molestarlos a menos que la llamaran.
—Nuestras habitaciones se comunican. —________ echó una ojeada a la pared que separaba sus dormitorios.
—Práctico, ¿no le parece? —Joseph sonrió. Con una mirada ardorosa admiró el aspecto de ella, tan grácil y femenino, en la atmósfera masculina de su alcoba. El mobiliario era de un tamaño excesivo (la cama inmensa sobre la tarima, las proporciones enormes), y la madera tallada y oscura tenía varios siglos de antigüedad. En un retrato sobre la chimenea, uno de sus augustos antepasados posaba con encajes, calzas y un jubón.
Por contra, ella era curvas y sombras, seductora y, oh, tan accesible allí.
La vibrante erección producto de aquel beso presionó de nuevo la tela de sus pantalones entallados.
—Hagámoslo de la forma apropiada.
Ella no se resistió cuando él le soltó la melena que cayó libremente sobre su espalda. Tenía el tacto de una seda cálida que se hubiera derramado sobre sus manos, y una fragancia estival dulce y femenina. Mientras le desabrochaba el vestido la besó suavemente para tranquilizarla, preocupándose de no apresurarse ni alarmarla. La cogió en brazos, la llevó a la cama y le quitó los zapatos y las medias con la misma habilidad de experto, admirando su belleza con un criterio meramente masculino, mientras se sentaba para quitarse las botas. Acabó con ello en un tiempo récord y se levantó para terminar de desnudarse.
Estaba sorprendido, porque tenía auténtica prisa.
Vestida únicamente con su camisola y bajo la luz sesgada del sol del crepúsculo que entraba por los ventanales, ________ era una Venus perfecta de pelo caoba. Extremidades flexibles y piel pálida sin mácula, enmarcada por una cascada de mechones centelleantes. Sus pechos rotundos temblaban cada vez que respiraba y sus ojos parecían más oscuros, dilatados, con ese extraordinario color plata matizado por la pasión... ... O por el miedo.
Joseph se dio cuenta de ello con consternación, mientras sus dedos interrumpían el acto de desabrocharse la camisa.
Sí, pensó mientras se esforzaba en creerlo. Miedo. El temblor de la mujer que estaba en su cama no tenía nada que ver con el deseo.
En lugar de ruborizada por la excitación, en aquel momento ella tenía la cara algo pálida. Joseph, con la camisa abierta hasta la cintura, dejó caer las manos sin saber cómo reaccionar ante ese inesperado giro de los acontecimientos.
—No es necesario que hagamos esto, ¿sabe? No tiene más que decirlo. En su lugar podemos ir a beber vino bajo el sol y mañana puede marcharse si lo desea.
Ella dudó un segundo y luego susurró:
—¿Tan evidente es?
En el dormitorio, Joseph no estaba acostumbrado a nada que no fuera una impaciencia total, de manera que la respuesta era un clamoroso sí. No obstante, le pareció mejor la diplomacia.
—Creo que es obvio que no está usted cómoda del todo, milady —dijo con dulzura. —Nuestra apuesta fue producto de un instante estúpido entre dos caballeros bebidos que por la mañana compartieron una fuerte resaca. Pese a que su elegante presencia en mi cama me resulta atractiva, no es necesario que siga usted adelante con su oferta.
Con su exquisita semi-desnudez superpuesta a las elegantes sábanas de la cama, _______ le sonrió levemente.
—No me extraña que su encanto sea legendario, Rothay, pero ¿cree usted que me ofrecí a la ligera? De todas las damas que conoce, probablemente yo sea la última que esperaba tener en su cama, pero aquí estoy y le corresponde a usted seducirme, ¿es correcto?
Tenía razón. Estaba seguro de que lo que Nicholas o él habían pensado no era en una mujer asustada y nerviosa, pero ella se había ofrecido, ellos habían aceptado y había sido él quien estaba ansioso por tenerla a solas.
—Solo si usted lo desea.
—Si no fuera así, no estaría aquí.
¿Por qué demonios estaba allí, si la idea de compartir su lecho la hacía palidecer y estremecerse de temor?_______ declaró con un leve matiz de angustia:
—Quiero hacerlo.
¿Era eso cierto? El cuerpo incontrolable de Joseph le urgía a seguir, pero aun así no se movió. Toda aventura tenía sus requisitos y cada mujer era distinta, pero aquella situación le daba que pensar. Tenía la sensación de que a ella le costaba un esfuerzo tremendo yacer allí, obediente y dispuesta.
Aquello era desalentador.
¿Qué diablos le había hecho, o no hecho, Wynn a ella?
—¿Es usted virgen? —Hizo la pregunta en voz baja, sin saber exactamente cómo procedería si le decía que sí. No pensaba fingir que no había notado su reacción cuando la besó. Aquello ya no tenía nada que ver con la ridícula apuesta. Empezaba a darse cuenta de que, para ella, nunca había tenido nada que ver.
Ella apartó la mirada y tragó saliva visiblemente, moviendo los músculos de su fino cuello.
—No.
Aquella pequeña palabra contenía un universo de significados.
Joseph se quedó bastante perplejo. Él lo sabía todo sobre los juegos sexuales que los hombres y las mujeres practicaban juntos, pero sobre este no. Aquello no tenía la menor relación con una seducción despreocupada. Se sentó y la acarició; una levísima presión sobre la barbilla para que volviera la cara hacia él. Y con un ligero sobresalto de angustia, vio las lágrimas que centelleaban en sus pestañas.
—Sedúzcame —musitó ella en medio de aquel doloroso silencio. —Por favor.
zai
Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
sin querer toque algo y ahora la nove dice RESUELTO (? y nose como sacarlo
3/4
CAPÍTULO 08
Si las cosas seguían por ahí, ella sería la única mujer del mundo entero que había estado medio desnuda en la cama del guapísimo y sensual duque de Rothay, a quien él se había negado a hacerle el amor.
Casi había tenido que suplicárselo.
Por mortificante que fuera, a _______ le sorprendió que un libertino tan reconocido tuviese la sensibilidad de saber que estaba asustada. Parecía sentirse tan incómodo como ella, y eso quería decir algo. En otras circunstancias incluso le habría parecido divertido.
—Yo lo deseo, es obvio —murmuró finalmente él, con una media sonrisa mientras bajaba la vista hacia el impresionante bulto de sus pantalones.
Dios santo, pensó ________, eso parecía... enorme.
Pero las viudas llorosas, inexpertas y glaciales no eran el territorio habitual del conde de Rothay. El no necesitaba explicar nada. ¿Quién podría culparle? No importaba la apariencia que ella tuviera, la sensualidad no era su fuerte.
Pero allí estaba, sin ropa, con el pelo suelto, en su cama. Si en ese momento se acobardaba, la oportunidad desaparecería.
—Béseme otra vez —urgió _______, mirando al interior de aquellos ojos oscuros del color de la medianoche. A través del hueco de la camisa desabrochada, veía la firmeza de su pecho desnudo, y aquello le provocó una extraña sensación que se le alojó en la boca del estómago. El cabello de ébano brillante y un poco despeinado rozó su potente cuello cuando él acabó de desabrocharse la camisa. Su morena belleza masculina era irresistible, pero también su marido había sido un hombre guapo. Tal vez no un espécimen tan magnífico como el infame Rothay, pero aun así...
No. No pensaría en Edward. Ahora no.
Joseph se inclinó hacia delante y, ante su sorpresa, en lugar de tomarle la boca para otro beso devastador y perverso, pasó los labios sobre la reveladora humedad de sus pestañas. Con delicados besos borró sus lágrimas, y con ellas parte de sus miedos. Cuando se tumbó a su lado y la estrechó, ella se esforzó por seguir relajada, aun estando presa entre sus fuertes brazos.
Joseph olía maravillosamente bien, de una manera extraña y cautivadora. ¿Todos los hombres despedían ese aroma picante y misterioso, o solo era este?
—Es usted muy hermosa —susurró él, acariciándola y levantándole la camisola con tanta sutileza que ella apenas lo notó hasta que sus dedos se deslizaron sobre la curva del muslo desnudo.
________ se sobresaltó y él retiró inmediatamente la mano.
—Relájese —le murmuró al oído, con el aliento cálido, hechizante.
—Hago todo lo que puedo. —«Y el resultado es lamentable», se recriminó con amargura. Quizá Edward siempre estuvo en lo cierto, porque si yacer junto a uno de los hombres más apuestos y encantadores de Inglaterra no le producía ningún efecto, tal vez algo fallaba en ella.
Bueno, quizá ningún efecto, no.
La respiración tranquila y acompasada y el firme latido del corazón de Joseph mitigaban en cierto modo la conciencia de _______ de lo menuda que parecía comparada con aquel hombre. Ante su sorpresa notó que se le tensaban los pechos, y cuando él le rozó la mejilla con los labios, suspiró y se dio la vuelta para ofrecerle la boca.
—Tal vez deberíamos empezar despacio.
Ella deseó tener alguna idea de a qué se refería exactamente, pero ni siquiera pudo aventurar una respuesta.
—Como usted quiera.
Con qué desesperación ansiaba estar a la altura de aquella propuesta.
En los labios de Joseph apareció una sonrisa cautivadora.
—Besar es un arte. ¿Desea algunas indicaciones?
—¿Por qué otro motivo estaría aquí?
En su retirada propiedad, en su cama, entre sus brazos. ¿Por qué otro, ciertamente, que no fuera la inspiración que ella esperaba obtener?
—En ese caso será un placer, milady.
Él volvió a inclinar la cabeza, muy despacio. Sus labios la acariciaron, se aferraron a ella.
Fue algo prolongado, lujurioso, tentador, prohibido. Fue un beso auténtico.
La lengua de Joseph se batió con la suya; le exploró la boca y la obligó a responder, y _______ empezó a sentirse cómoda en aquel beso, sobre todo porque él se limitó a abrazarla sin hacer nada más. Además estaba complemente vestido, pese a que ella notaba el calor que emanaba su piel desnuda por el hueco de la camisa desabrochada. Joseph separó los labios de su boca, se acercó de nuevo y esa vez bajó por el cuello, entreteniéndose en la hendidura de la garganta.
De repente, el capricho de enviar aquella nota —no, no fue un capricho realmente, pues la había angustiado muchísimo—parecía muy buena idea.
Era así como esperaba sentirse.
Aquello era placentero. No, esa palabra no bastaba. Más que placentero. Sentía escalofríos ante la provocadora presión de la boca de Joseph.
—Lo que voy a hacer ahora es probarla —le susurró pegado a su piel y con un matiz ronco en la voz. —Nada más. ¿Me permite?
Ella se dio cuenta de que él sostenía entre los dedos el lazo que abrochaba el corpiño de su camisola, y que le pedía permiso para deshacerlo.
Pedía. Esa era una experiencia insólita para ella. La idea de que sus apetencias pudieran ser objeto de consideración era tranquilizadora.
Pero la idea de que él deseara verla desnuda era muy perturbadora. Aquello era un dilema. Aunque lo último que deseaba era que él se limitase a levantarle las faldas y siguiera adelante; la idea de estar desnuda ante él, o ante cualquiera, de hecho, la intimidaba. A plena luz del día, nada menos. Ya sabía que nada de esto iba a resultarle fácil, pero mientras él esperaba cortésmente en aquel prolongado silencio, ella sintió un inusual destello de confianza.
Un buen comienzo al menos.
_______ asintió y recibió el tirón resultante con una ráfaga de calor en la cara, cuando su camisola se abrió mostrando sus pechos. Joseph contempló la carne expuesta y colocó la mano despacio entre la tela abierta, para rozarle un pezón con la yema del dedo. Ella contuvo un jadeo.
—Del color de una rosa de verano, delicada y perfecta.
_______ consiguió de algún modo hablar.
—Un cumplido verdaderamente... florido, excelencia.
Joseph, divertido, arqueó una ceja oscura.
—Pero en este caso es la pura verdad. Tampoco debe olvidar, _______, que cuando está usted en mi cama, yo soy un hombre y usted la mujer que deseo. Use mi nombre de pila.
Ella cerró los ojos sin poder evitarlo ante la caricia de aquellos dedos que le recorrían la piel. Entonces él le rodeó completamente un pecho con su mano cálida y, para su propia sorpresa, la ardorosa mirada de aquellos ojos apaciguó alguno de sus recelos.
Aquellos ojos. Negros como la noche, seductores como el pecado, enmarcados por pestañas densas que contrastaban con la pureza de sus facciones esculpidas. _______ se permitió alzar los párpados y al encontrarse con su mirada tuvo un pequeño sobresalto, pues se dio cuenta de que él estaba esperando, sin más, apoyado en un codo y contemplando su expresión mientras le rodeaba el pecho con la mano.
¿Esperando qué? No tenía ni idea. Aquello era humillante, y su ignorancia hizo que despreciara aún más a Edward.
—¿Se supone que debo hacer algo?
La boca de él se transformó en una sonrisa extrañada.
—¿Hacer algo?
Puesto que era obvio que, desde el momento en que la besó en la terraza, él había sido capaz de ver a través de su apariencia de viuda desenvuelta, disimular parecía fuera de lugar.
—Por favor, no se ría de mí. Estoy segura de que ya habrá notado...
—No me estoy riendo de usted. —Fue una interrupción suave y tranquila. —Estoy admirando una vista deliciosa y también planeando mi estrategia. Al fin y al cabo, se supone que tengo que superarme a mí mismo de forma notable, y lo cierto es que la primera vez es la más crucial, ¿no le parece?
—No está usted acostumbrado a mujeres como yo, claro —contestó ella con toda la dignidad que le fue posible dadas las circunstancias, —y de ahí que esté desconcertado.
Porque ella era un auténtico fracaso en el dormitorio. Él estaba acostumbrado a las elegantes damas de mundo que solía conquistar. La distancia entre esas experimentadas señoras y su ineptitud era inmensa.
—¿Desconcertado?
Entonces sonrió como un muchacho, pero la connotación de la embriagadora curva de sus labios era propia de un hombre hecho y derecho. Incluso en su ignorancia, ella percibió allí, con un ligero temblor de expectación, una promesa.
—Por supuesto que no —dijo Joseph mientras apretaba ligeramente el montículo de carne que abarcaba con la mano. —Tan solo intento decidir por dónde empezar. Es usted como un lienzo en blanco, querida, y la primera pincelada es esencial.
La referencia poética no era más que una parte de su experimentado encanto, se recordó a sí misma.
—Estoy convencida de que usted es el artista supremo, Rothay.
—¿Supremo? ¿He ganado ya? ¿Con tanta facilidad?
—Eso ha sido sarcástico además de arrogante. —Era un poco difícil aparentar frialdad y distancia mientras sus hábiles dedos le masajeaban el pezón excitado.
—¿Percibo cierto escarnio?
A ella le gustaba aquel tono ligeramente irónico y él empezaba a vencer su aprensión. No era de extrañar que sucumbieran decenas de mujeres, pensó al sentir una extraña calidez entre los muslos. Pese a su impresionante altura y evidente fuerza, Joseph transmitía una impresión de poder sin amenazas, de carisma masculino sin dominación. Incluso su sonrisa contenía una promesa sensual manifiesta.
Tal vez su impulsiva y escandalosa ocurrencia no había sido tan mala después de todo. Desde luego, aquello supondría su ruina definitiva si alguien lo averiguaba, pero a lo mejor valía la pena.
Cuando él inclinó la cabeza y le tomó la yema del pezón entre los labios, ella se estremeció y reprimió con esfuerzo un suspiro, aunque tuvo la impresión de que él lo había notado. Para ______, la idea de que un hombre adulto quisiera mamar de sus pezones era sorprendente, pero él satisfizo primero un pecho y luego el otro, y ella se dio cuenta de que era maravilloso. Una lujuriosa sensación de placer empezó a adueñarse de su cuerpo mientras él probaba y acariciaba, primero un pecho erecto y luego el otro. Su apasionada boca trazó los contornos del valle que había entre ellos, las partes inferiores y de nuevo las cumbres, ahora tensas y brillantes.
Pero ella no hacía nada más que seguir allí tumbada y estaba convencida de que había algo más.
O eso le había dicho Edward de la forma más cáustica posible.
El duque deslizó una de sus largas manos por un lado de la pierna y le acarició la parte interior de la rodilla. Aquello tenía algo de delicioso. _______ jamás habría pensado que aquel punto fuera tan sensible. Lentamente, le levantó la pierna de modo que quedara un poco doblada y luego le colocó otra vez el pie sobre la cama. Hizo lo mismo con la otra, mientras dedicaba a sus labios uno de aquellos besos íntimos y prolongados, demorándose en su boca; de modo que ahora ella estaba tumbada con las piernas ligeramente separadas, y aunque la camisola le cubría el sexo, el bajo se deslizó hasta el principio de los muslos debido a aquella sugestiva postura.
Darse cuenta de su situación fue como sentir un relámpago. Estaba en la cama con el infame duque de Rothay y prácticamente desnuda, con las piernas lo bastante abiertas como para darle acceso si él lo deseaba.
Lo deseaba, descubrió al cabo de un momento cuando, con la delicadeza de una caricia tan suave que apenas la notó, él deslizó la mano bajo la tela que la cubría y acarició el triángulo de vello entre sus muslos. Ella tembló y eso fue lo único que pudo hacer para no juntar con fuerza las piernas, pues con eso solo conseguiría que la mano derecha de Joseph quedara atrapada justo donde deseaba estar. _____ respiró profunda y tranquilamente y logró quedarse quieta.
Muy quieta. Demasiado quieta, porque él dijo:
—Esto debería derretirla, ______, no convertirla en una estatua. Ya veo que tendré que ser muy, muy persuasivo. No recoger el guante que usted arrojó ante Manderville y ante mí no sería nada galante por mi parte.
Ya la había llamado glacial y con esto quedaba a un paso de frígida. Esa había sido la despectiva opinión de Edward, y ______ abrió la boca para defenderse, pero no le salieron las palabras. En su lugar emitió algo entre un jadeo y un grito inarticulado de protesta cuando su apuesto seductor cambió de postura, puso aquellas insistentes manos sobre la parte interior de sus temblorosos muslos para separarlos más, y después bajó la cabeza.
Ella estaba rígida, totalmente horrorizada, tan atónita que ni siquiera se opuso a la forma como él le subió de un tirón la camisola, dejándola expuesta de cintura para abajo. Rozó con la boca sus partes más íntimas y después se asentó allí, y la sensación que le provocó cuando su lengua indagó en sus pliegues femeninos fue... una revelación.
El duque diabólico tenía la boca entre sus piernas, su cabello de seda oscura le acariciaba el interior de los muslos y su lengua empezó a hacer cosas inesperadas.
Pequeños espasmos de placer asaltaron su cuerpo y ______ retorció la ropa de la cama con las manos, como si agarrándose a algo fuera a evitar salir volando. Su sensibilidad ofendida prevaleció en su mente solo un momento y luego se rindió con extático deleite.
—Oh, Dios.
Jospeh se rió entre dientes; fue un sonido breve que palpitó contra su vibrante sexo, y ella se dio cuenta de que había dicho aquellas palabras en voz alta. En circunstancias normales eso habría bastado para ruborizarla, pero estas circunstancias no eran normales en absoluto. Él mantenía su cuerpo subyugado a una posesión erótica y ella separó aún más las piernas, elevando un poco las caderas, mientras la embargaba una extraña sensación de expectación.
Era eso. Esa era la razón por la que las mujeres se tapaban la boca para murmurar, agitaban los abanicos y hablaban del hermoso duque moreno con reverencia, con tímidas insinuaciones y emotivos suspiros. Al sentirse dominada por un deleite sensual, ella reaccionó involuntariamente con un estremecimiento.
No hubo forma de ahogar ese gemido impropio de una dama y, una vez se le escapó, descubrió que ya no le importaba ningún otro sonido, solo la misteriosa necesidad progresiva que crecía en su interior. Era algo mágico, elusivo, cautivador. Le ardía la sangre, se le aceleraba el pulso, y con un movimiento instintivo se arqueó para incrementar la presión de aquella boca embriagadora.
Era una sensación demasiado maravillosa, entre la agonía y el placer, como si su caprichoso cuerpo ansiara algo.
Lo encontró, o le encontró a ella; un estallido de dicha, como si cayera en picado desde gran altura, expulsando bocanadas de aire de los pulmones, obligándola a emitir un gritito cuando el goce físico la recorrió y se estremeció y tembló.
En una palabra, aquello fue glorioso.
Volvieron a aparecer vagos fragmentos de realidad. La elegancia clásica del dormitorio del duque bañado por el sol, la semi-desnudez de su camisola desabrochada y aquella delicada tela arrugada sobre sus caderas, y él, el hombre que acababa de hacerle la cosa más escandalosa que podía imaginar —de hecho nunca podría haberla imaginado—a ella.
Joseph Jonas yacía a su lado, esbelto e impresionante, con un prominente bulto en los pantalones, aunque no hizo el menor movimiento para tocarla mientras esperaba que se recuperara. Salvo por las botas y la camisa desabrochada, él seguía rotalmente vestido.
Una parte de ella deseaba borrarle la sonrisa satisfecha de la cara, pero otra parte, la que la había embarcado en este asunto por esa precisa razón, deseaba darle las gracias desde el fondo del corazón.
—¿Bien? —dijo él con un impúdico gesto de una de sus cejas oscuras.
La mujer que estaba tumbada sobre su cama de forma tan deliciosa era un enigma. Exuberante pero recatada, inexperta pero consciente de una sensualidad interior que quería descubrir, reprimida pero sin ganas de seguir siéndolo. Su belleza también era algo glorioso. El contraste entre las inmaculadas sábanas blancas y su resplandeciente cabellera caoba era irresistible, sus pechos llenos y con una forma perfecta, las piernas esbeltas y blancas. Aquellos labios carnosos y suaves que él había besado eran del mismo tono que sus pezones, y ambos adoptaban un profundo matiz rosado cuando él los mimaba. Todo, desde el delicado arco de las cejas, la línea recta de la naricita y la forma de la barbilla, eran de una feminidad casi frágil. Joseph tenía que admitir que su apariencia física le había cautivado.
Estaba también aquella fascinante constatación de que acababa de proporcionarle el primer clímax sexual de su vida. Apostaría a que cualquier cosa que hubiese pasado entre ella y su difunto marido, no había sido agradable, porque estaba claro que ella no tenía una naturaleza tímida. La ira que Joseph sentía hacia un hombre que ya había muerto era fútil, pero ahí estaba. ¿Qué había hecho Wynn a aquella mujer? Para Joseph había sido muy sorprendente darse cuenta de que ______ le temía en un sentido físico, pero aquello explicaba muchas cosas.
Si lord Wynn no estuviera ya en la tumba, no habría tardado en ir a parar a ella, porque la violencia contra las mujeres y los niños era algo que a Joseph le revolvía especialmente el estómago y su destreza en un duelo con pistolas era indiscutible. Se había levantado al amanecer por causas mucho menos valiosas.
La oferta de ______ de arbitrar aquella disputa de adolescentes no era solo el antojo de una viuda aburrida, sino una lección de valentía. Ella había dado un gran paso para liberarse de aquel miedo innato que la obligaba a mostrarse tan fría y distante.
Ella le miró con aquellos extraordinarios ojos.
—¿Bien? —repitió todavía un poco aturdida.
El aún conservaba su sabor, el dulce residuo de su rendición, en los labios. A pesar de su rígida e incómoda erección, Joe sonrió.
—Supongo que es injusto que le pregunte qué tal voy hasta ahora, de modo que lo plantearé de otra manera. ¿Le gustaría vestirse y salir a dar un paseo por los jardines? Están bastantes bonitos en esta época del año. Hace tanto tiempo que ya lo había olvidado, pero di una vuelta mientras esperaba su llegada y me pareció encantador.
—Pero usted no ha... en fin, que no... —Un vivido rubor inundó el rostro de _____ que se llevó la mano al dobladillo de la camisola, pero no la bajó para cubrirse, aunque era evidente que deseaba hacerlo. Su mirada viajó hacia aquella patente erección, claramente visible a través de los pantalones de él.
—Puedo esperar.
—No parece que desee usted esperar, exce... Joseph.
Su pene erecto estaba absolutamente de acuerdo con ella, pero si deseaba ganarse su confianza, lo mejor era recurrir a la contención. Joseph se incorporó, le tapó los muslos con la camisola, cogió el lazo del corpiño y lo anudó de mala gana sobre el que sin duda era el par de pechos más bonito que había acariciado y probado jamás.
—Tenemos toda la semana por delante.
Ella frunció el ceño.
—¿He hecho algo mal?
La pregunta le divirtió y le dejó perplejo al mismo tiempo.
—¿Qué le hace pensar eso, si me permite que se lo pregunte?
En cuanto dijo esas palabras, se dio cuenta de que había una cosa que ella aún no había hecho. Pese a que él la había besado, había probado sus deliciosos pechos y la había llevado hasta el clímax con la boca, ella no le había tocado, ni una sola vez. Ni el cabello con los dedos, ni aquel agarrón en los hombros tan revelador, ni tan siquiera le había apoyado la mano en la espalda.
Se hizo una promesa silenciosa: antes de que terminara aquella semana, él habría cambiado aquello. Tenía la impresión de que ganarse su confianza en un sentido intelectual era tan importante como conquistar su esplendoroso cuerpo.
Era un desafío inesperado.
Ella contestó su pregunta de un modo indirecto.
—No quiero... decepcionarle.
Era una idea tan absurda que la miró a los ojos.
—Le prometo que no es así, y no, no ha hecho nada mal. Usted me intriga en muchos sentidos, milady. Entonces, ¿damos una vuelta por los jardines y empezamos quizá a conocernos un poquito mejor? Los amantes deben tener algo más en común que las relaciones sexuales, ¿no cree? Digan lo que digan, no valoro a una mujer solo por el placer físico que me proporciona.
Era cierto, pero con una vuelta filosófica. La cercanía emocional tampoco era el objetivo de Joseph. Aquel era un sendero desastroso que prefería no pisar. Le gustaba ser amigo de sus amantes, nada más. En último término eso allanaba el camino hacia una despedida más cordial.
Con una ráfaga de su brillante cabellera caoba y una pequeña sonrisa que embelleció esa boca tan apetecible, ______ se sentó.
—Veo que tiene el propósito de ganar esta apuesta. ¿Quién hubiera dicho que el duque diabólico tiene esa sensibilidad romántica?
—Cualquiera que me conozca bien —replicó él con suavidad. —Cuando estoy con una mujer hermosa quiero conocerlo todo de ella, no solo su cuerpo.
—En cuanto a la última parte —apuntó ella con ironía, —creo que en mi caso ya nos hemos ocupado de ello. Diría que soy la única que está desnuda.
Joseph, que apenas había empezado a iniciarla en los placeres de la carne, sonrió.
—Debo admitir que este es un buen punto de partida. No tenga miedo, me desnudaré más adelante.
3/4
CAPÍTULO 08
Si las cosas seguían por ahí, ella sería la única mujer del mundo entero que había estado medio desnuda en la cama del guapísimo y sensual duque de Rothay, a quien él se había negado a hacerle el amor.
Casi había tenido que suplicárselo.
Por mortificante que fuera, a _______ le sorprendió que un libertino tan reconocido tuviese la sensibilidad de saber que estaba asustada. Parecía sentirse tan incómodo como ella, y eso quería decir algo. En otras circunstancias incluso le habría parecido divertido.
—Yo lo deseo, es obvio —murmuró finalmente él, con una media sonrisa mientras bajaba la vista hacia el impresionante bulto de sus pantalones.
Dios santo, pensó ________, eso parecía... enorme.
Pero las viudas llorosas, inexpertas y glaciales no eran el territorio habitual del conde de Rothay. El no necesitaba explicar nada. ¿Quién podría culparle? No importaba la apariencia que ella tuviera, la sensualidad no era su fuerte.
Pero allí estaba, sin ropa, con el pelo suelto, en su cama. Si en ese momento se acobardaba, la oportunidad desaparecería.
—Béseme otra vez —urgió _______, mirando al interior de aquellos ojos oscuros del color de la medianoche. A través del hueco de la camisa desabrochada, veía la firmeza de su pecho desnudo, y aquello le provocó una extraña sensación que se le alojó en la boca del estómago. El cabello de ébano brillante y un poco despeinado rozó su potente cuello cuando él acabó de desabrocharse la camisa. Su morena belleza masculina era irresistible, pero también su marido había sido un hombre guapo. Tal vez no un espécimen tan magnífico como el infame Rothay, pero aun así...
No. No pensaría en Edward. Ahora no.
Joseph se inclinó hacia delante y, ante su sorpresa, en lugar de tomarle la boca para otro beso devastador y perverso, pasó los labios sobre la reveladora humedad de sus pestañas. Con delicados besos borró sus lágrimas, y con ellas parte de sus miedos. Cuando se tumbó a su lado y la estrechó, ella se esforzó por seguir relajada, aun estando presa entre sus fuertes brazos.
Joseph olía maravillosamente bien, de una manera extraña y cautivadora. ¿Todos los hombres despedían ese aroma picante y misterioso, o solo era este?
—Es usted muy hermosa —susurró él, acariciándola y levantándole la camisola con tanta sutileza que ella apenas lo notó hasta que sus dedos se deslizaron sobre la curva del muslo desnudo.
________ se sobresaltó y él retiró inmediatamente la mano.
—Relájese —le murmuró al oído, con el aliento cálido, hechizante.
—Hago todo lo que puedo. —«Y el resultado es lamentable», se recriminó con amargura. Quizá Edward siempre estuvo en lo cierto, porque si yacer junto a uno de los hombres más apuestos y encantadores de Inglaterra no le producía ningún efecto, tal vez algo fallaba en ella.
Bueno, quizá ningún efecto, no.
La respiración tranquila y acompasada y el firme latido del corazón de Joseph mitigaban en cierto modo la conciencia de _______ de lo menuda que parecía comparada con aquel hombre. Ante su sorpresa notó que se le tensaban los pechos, y cuando él le rozó la mejilla con los labios, suspiró y se dio la vuelta para ofrecerle la boca.
—Tal vez deberíamos empezar despacio.
Ella deseó tener alguna idea de a qué se refería exactamente, pero ni siquiera pudo aventurar una respuesta.
—Como usted quiera.
Con qué desesperación ansiaba estar a la altura de aquella propuesta.
En los labios de Joseph apareció una sonrisa cautivadora.
—Besar es un arte. ¿Desea algunas indicaciones?
—¿Por qué otro motivo estaría aquí?
En su retirada propiedad, en su cama, entre sus brazos. ¿Por qué otro, ciertamente, que no fuera la inspiración que ella esperaba obtener?
—En ese caso será un placer, milady.
Él volvió a inclinar la cabeza, muy despacio. Sus labios la acariciaron, se aferraron a ella.
Fue algo prolongado, lujurioso, tentador, prohibido. Fue un beso auténtico.
La lengua de Joseph se batió con la suya; le exploró la boca y la obligó a responder, y _______ empezó a sentirse cómoda en aquel beso, sobre todo porque él se limitó a abrazarla sin hacer nada más. Además estaba complemente vestido, pese a que ella notaba el calor que emanaba su piel desnuda por el hueco de la camisa desabrochada. Joseph separó los labios de su boca, se acercó de nuevo y esa vez bajó por el cuello, entreteniéndose en la hendidura de la garganta.
De repente, el capricho de enviar aquella nota —no, no fue un capricho realmente, pues la había angustiado muchísimo—parecía muy buena idea.
Era así como esperaba sentirse.
Aquello era placentero. No, esa palabra no bastaba. Más que placentero. Sentía escalofríos ante la provocadora presión de la boca de Joseph.
—Lo que voy a hacer ahora es probarla —le susurró pegado a su piel y con un matiz ronco en la voz. —Nada más. ¿Me permite?
Ella se dio cuenta de que él sostenía entre los dedos el lazo que abrochaba el corpiño de su camisola, y que le pedía permiso para deshacerlo.
Pedía. Esa era una experiencia insólita para ella. La idea de que sus apetencias pudieran ser objeto de consideración era tranquilizadora.
Pero la idea de que él deseara verla desnuda era muy perturbadora. Aquello era un dilema. Aunque lo último que deseaba era que él se limitase a levantarle las faldas y siguiera adelante; la idea de estar desnuda ante él, o ante cualquiera, de hecho, la intimidaba. A plena luz del día, nada menos. Ya sabía que nada de esto iba a resultarle fácil, pero mientras él esperaba cortésmente en aquel prolongado silencio, ella sintió un inusual destello de confianza.
Un buen comienzo al menos.
_______ asintió y recibió el tirón resultante con una ráfaga de calor en la cara, cuando su camisola se abrió mostrando sus pechos. Joseph contempló la carne expuesta y colocó la mano despacio entre la tela abierta, para rozarle un pezón con la yema del dedo. Ella contuvo un jadeo.
—Del color de una rosa de verano, delicada y perfecta.
_______ consiguió de algún modo hablar.
—Un cumplido verdaderamente... florido, excelencia.
Joseph, divertido, arqueó una ceja oscura.
—Pero en este caso es la pura verdad. Tampoco debe olvidar, _______, que cuando está usted en mi cama, yo soy un hombre y usted la mujer que deseo. Use mi nombre de pila.
Ella cerró los ojos sin poder evitarlo ante la caricia de aquellos dedos que le recorrían la piel. Entonces él le rodeó completamente un pecho con su mano cálida y, para su propia sorpresa, la ardorosa mirada de aquellos ojos apaciguó alguno de sus recelos.
Aquellos ojos. Negros como la noche, seductores como el pecado, enmarcados por pestañas densas que contrastaban con la pureza de sus facciones esculpidas. _______ se permitió alzar los párpados y al encontrarse con su mirada tuvo un pequeño sobresalto, pues se dio cuenta de que él estaba esperando, sin más, apoyado en un codo y contemplando su expresión mientras le rodeaba el pecho con la mano.
¿Esperando qué? No tenía ni idea. Aquello era humillante, y su ignorancia hizo que despreciara aún más a Edward.
—¿Se supone que debo hacer algo?
La boca de él se transformó en una sonrisa extrañada.
—¿Hacer algo?
Puesto que era obvio que, desde el momento en que la besó en la terraza, él había sido capaz de ver a través de su apariencia de viuda desenvuelta, disimular parecía fuera de lugar.
—Por favor, no se ría de mí. Estoy segura de que ya habrá notado...
—No me estoy riendo de usted. —Fue una interrupción suave y tranquila. —Estoy admirando una vista deliciosa y también planeando mi estrategia. Al fin y al cabo, se supone que tengo que superarme a mí mismo de forma notable, y lo cierto es que la primera vez es la más crucial, ¿no le parece?
—No está usted acostumbrado a mujeres como yo, claro —contestó ella con toda la dignidad que le fue posible dadas las circunstancias, —y de ahí que esté desconcertado.
Porque ella era un auténtico fracaso en el dormitorio. Él estaba acostumbrado a las elegantes damas de mundo que solía conquistar. La distancia entre esas experimentadas señoras y su ineptitud era inmensa.
—¿Desconcertado?
Entonces sonrió como un muchacho, pero la connotación de la embriagadora curva de sus labios era propia de un hombre hecho y derecho. Incluso en su ignorancia, ella percibió allí, con un ligero temblor de expectación, una promesa.
—Por supuesto que no —dijo Joseph mientras apretaba ligeramente el montículo de carne que abarcaba con la mano. —Tan solo intento decidir por dónde empezar. Es usted como un lienzo en blanco, querida, y la primera pincelada es esencial.
La referencia poética no era más que una parte de su experimentado encanto, se recordó a sí misma.
—Estoy convencida de que usted es el artista supremo, Rothay.
—¿Supremo? ¿He ganado ya? ¿Con tanta facilidad?
—Eso ha sido sarcástico además de arrogante. —Era un poco difícil aparentar frialdad y distancia mientras sus hábiles dedos le masajeaban el pezón excitado.
—¿Percibo cierto escarnio?
A ella le gustaba aquel tono ligeramente irónico y él empezaba a vencer su aprensión. No era de extrañar que sucumbieran decenas de mujeres, pensó al sentir una extraña calidez entre los muslos. Pese a su impresionante altura y evidente fuerza, Joseph transmitía una impresión de poder sin amenazas, de carisma masculino sin dominación. Incluso su sonrisa contenía una promesa sensual manifiesta.
Tal vez su impulsiva y escandalosa ocurrencia no había sido tan mala después de todo. Desde luego, aquello supondría su ruina definitiva si alguien lo averiguaba, pero a lo mejor valía la pena.
Cuando él inclinó la cabeza y le tomó la yema del pezón entre los labios, ella se estremeció y reprimió con esfuerzo un suspiro, aunque tuvo la impresión de que él lo había notado. Para ______, la idea de que un hombre adulto quisiera mamar de sus pezones era sorprendente, pero él satisfizo primero un pecho y luego el otro, y ella se dio cuenta de que era maravilloso. Una lujuriosa sensación de placer empezó a adueñarse de su cuerpo mientras él probaba y acariciaba, primero un pecho erecto y luego el otro. Su apasionada boca trazó los contornos del valle que había entre ellos, las partes inferiores y de nuevo las cumbres, ahora tensas y brillantes.
Pero ella no hacía nada más que seguir allí tumbada y estaba convencida de que había algo más.
O eso le había dicho Edward de la forma más cáustica posible.
El duque deslizó una de sus largas manos por un lado de la pierna y le acarició la parte interior de la rodilla. Aquello tenía algo de delicioso. _______ jamás habría pensado que aquel punto fuera tan sensible. Lentamente, le levantó la pierna de modo que quedara un poco doblada y luego le colocó otra vez el pie sobre la cama. Hizo lo mismo con la otra, mientras dedicaba a sus labios uno de aquellos besos íntimos y prolongados, demorándose en su boca; de modo que ahora ella estaba tumbada con las piernas ligeramente separadas, y aunque la camisola le cubría el sexo, el bajo se deslizó hasta el principio de los muslos debido a aquella sugestiva postura.
Darse cuenta de su situación fue como sentir un relámpago. Estaba en la cama con el infame duque de Rothay y prácticamente desnuda, con las piernas lo bastante abiertas como para darle acceso si él lo deseaba.
Lo deseaba, descubrió al cabo de un momento cuando, con la delicadeza de una caricia tan suave que apenas la notó, él deslizó la mano bajo la tela que la cubría y acarició el triángulo de vello entre sus muslos. Ella tembló y eso fue lo único que pudo hacer para no juntar con fuerza las piernas, pues con eso solo conseguiría que la mano derecha de Joseph quedara atrapada justo donde deseaba estar. _____ respiró profunda y tranquilamente y logró quedarse quieta.
Muy quieta. Demasiado quieta, porque él dijo:
—Esto debería derretirla, ______, no convertirla en una estatua. Ya veo que tendré que ser muy, muy persuasivo. No recoger el guante que usted arrojó ante Manderville y ante mí no sería nada galante por mi parte.
Ya la había llamado glacial y con esto quedaba a un paso de frígida. Esa había sido la despectiva opinión de Edward, y ______ abrió la boca para defenderse, pero no le salieron las palabras. En su lugar emitió algo entre un jadeo y un grito inarticulado de protesta cuando su apuesto seductor cambió de postura, puso aquellas insistentes manos sobre la parte interior de sus temblorosos muslos para separarlos más, y después bajó la cabeza.
Ella estaba rígida, totalmente horrorizada, tan atónita que ni siquiera se opuso a la forma como él le subió de un tirón la camisola, dejándola expuesta de cintura para abajo. Rozó con la boca sus partes más íntimas y después se asentó allí, y la sensación que le provocó cuando su lengua indagó en sus pliegues femeninos fue... una revelación.
El duque diabólico tenía la boca entre sus piernas, su cabello de seda oscura le acariciaba el interior de los muslos y su lengua empezó a hacer cosas inesperadas.
Pequeños espasmos de placer asaltaron su cuerpo y ______ retorció la ropa de la cama con las manos, como si agarrándose a algo fuera a evitar salir volando. Su sensibilidad ofendida prevaleció en su mente solo un momento y luego se rindió con extático deleite.
—Oh, Dios.
Jospeh se rió entre dientes; fue un sonido breve que palpitó contra su vibrante sexo, y ella se dio cuenta de que había dicho aquellas palabras en voz alta. En circunstancias normales eso habría bastado para ruborizarla, pero estas circunstancias no eran normales en absoluto. Él mantenía su cuerpo subyugado a una posesión erótica y ella separó aún más las piernas, elevando un poco las caderas, mientras la embargaba una extraña sensación de expectación.
Era eso. Esa era la razón por la que las mujeres se tapaban la boca para murmurar, agitaban los abanicos y hablaban del hermoso duque moreno con reverencia, con tímidas insinuaciones y emotivos suspiros. Al sentirse dominada por un deleite sensual, ella reaccionó involuntariamente con un estremecimiento.
No hubo forma de ahogar ese gemido impropio de una dama y, una vez se le escapó, descubrió que ya no le importaba ningún otro sonido, solo la misteriosa necesidad progresiva que crecía en su interior. Era algo mágico, elusivo, cautivador. Le ardía la sangre, se le aceleraba el pulso, y con un movimiento instintivo se arqueó para incrementar la presión de aquella boca embriagadora.
Era una sensación demasiado maravillosa, entre la agonía y el placer, como si su caprichoso cuerpo ansiara algo.
Lo encontró, o le encontró a ella; un estallido de dicha, como si cayera en picado desde gran altura, expulsando bocanadas de aire de los pulmones, obligándola a emitir un gritito cuando el goce físico la recorrió y se estremeció y tembló.
En una palabra, aquello fue glorioso.
Volvieron a aparecer vagos fragmentos de realidad. La elegancia clásica del dormitorio del duque bañado por el sol, la semi-desnudez de su camisola desabrochada y aquella delicada tela arrugada sobre sus caderas, y él, el hombre que acababa de hacerle la cosa más escandalosa que podía imaginar —de hecho nunca podría haberla imaginado—a ella.
Joseph Jonas yacía a su lado, esbelto e impresionante, con un prominente bulto en los pantalones, aunque no hizo el menor movimiento para tocarla mientras esperaba que se recuperara. Salvo por las botas y la camisa desabrochada, él seguía rotalmente vestido.
Una parte de ella deseaba borrarle la sonrisa satisfecha de la cara, pero otra parte, la que la había embarcado en este asunto por esa precisa razón, deseaba darle las gracias desde el fondo del corazón.
—¿Bien? —dijo él con un impúdico gesto de una de sus cejas oscuras.
La mujer que estaba tumbada sobre su cama de forma tan deliciosa era un enigma. Exuberante pero recatada, inexperta pero consciente de una sensualidad interior que quería descubrir, reprimida pero sin ganas de seguir siéndolo. Su belleza también era algo glorioso. El contraste entre las inmaculadas sábanas blancas y su resplandeciente cabellera caoba era irresistible, sus pechos llenos y con una forma perfecta, las piernas esbeltas y blancas. Aquellos labios carnosos y suaves que él había besado eran del mismo tono que sus pezones, y ambos adoptaban un profundo matiz rosado cuando él los mimaba. Todo, desde el delicado arco de las cejas, la línea recta de la naricita y la forma de la barbilla, eran de una feminidad casi frágil. Joseph tenía que admitir que su apariencia física le había cautivado.
Estaba también aquella fascinante constatación de que acababa de proporcionarle el primer clímax sexual de su vida. Apostaría a que cualquier cosa que hubiese pasado entre ella y su difunto marido, no había sido agradable, porque estaba claro que ella no tenía una naturaleza tímida. La ira que Joseph sentía hacia un hombre que ya había muerto era fútil, pero ahí estaba. ¿Qué había hecho Wynn a aquella mujer? Para Joseph había sido muy sorprendente darse cuenta de que ______ le temía en un sentido físico, pero aquello explicaba muchas cosas.
Si lord Wynn no estuviera ya en la tumba, no habría tardado en ir a parar a ella, porque la violencia contra las mujeres y los niños era algo que a Joseph le revolvía especialmente el estómago y su destreza en un duelo con pistolas era indiscutible. Se había levantado al amanecer por causas mucho menos valiosas.
La oferta de ______ de arbitrar aquella disputa de adolescentes no era solo el antojo de una viuda aburrida, sino una lección de valentía. Ella había dado un gran paso para liberarse de aquel miedo innato que la obligaba a mostrarse tan fría y distante.
Ella le miró con aquellos extraordinarios ojos.
—¿Bien? —repitió todavía un poco aturdida.
El aún conservaba su sabor, el dulce residuo de su rendición, en los labios. A pesar de su rígida e incómoda erección, Joe sonrió.
—Supongo que es injusto que le pregunte qué tal voy hasta ahora, de modo que lo plantearé de otra manera. ¿Le gustaría vestirse y salir a dar un paseo por los jardines? Están bastantes bonitos en esta época del año. Hace tanto tiempo que ya lo había olvidado, pero di una vuelta mientras esperaba su llegada y me pareció encantador.
—Pero usted no ha... en fin, que no... —Un vivido rubor inundó el rostro de _____ que se llevó la mano al dobladillo de la camisola, pero no la bajó para cubrirse, aunque era evidente que deseaba hacerlo. Su mirada viajó hacia aquella patente erección, claramente visible a través de los pantalones de él.
—Puedo esperar.
—No parece que desee usted esperar, exce... Joseph.
Su pene erecto estaba absolutamente de acuerdo con ella, pero si deseaba ganarse su confianza, lo mejor era recurrir a la contención. Joseph se incorporó, le tapó los muslos con la camisola, cogió el lazo del corpiño y lo anudó de mala gana sobre el que sin duda era el par de pechos más bonito que había acariciado y probado jamás.
—Tenemos toda la semana por delante.
Ella frunció el ceño.
—¿He hecho algo mal?
La pregunta le divirtió y le dejó perplejo al mismo tiempo.
—¿Qué le hace pensar eso, si me permite que se lo pregunte?
En cuanto dijo esas palabras, se dio cuenta de que había una cosa que ella aún no había hecho. Pese a que él la había besado, había probado sus deliciosos pechos y la había llevado hasta el clímax con la boca, ella no le había tocado, ni una sola vez. Ni el cabello con los dedos, ni aquel agarrón en los hombros tan revelador, ni tan siquiera le había apoyado la mano en la espalda.
Se hizo una promesa silenciosa: antes de que terminara aquella semana, él habría cambiado aquello. Tenía la impresión de que ganarse su confianza en un sentido intelectual era tan importante como conquistar su esplendoroso cuerpo.
Era un desafío inesperado.
Ella contestó su pregunta de un modo indirecto.
—No quiero... decepcionarle.
Era una idea tan absurda que la miró a los ojos.
—Le prometo que no es así, y no, no ha hecho nada mal. Usted me intriga en muchos sentidos, milady. Entonces, ¿damos una vuelta por los jardines y empezamos quizá a conocernos un poquito mejor? Los amantes deben tener algo más en común que las relaciones sexuales, ¿no cree? Digan lo que digan, no valoro a una mujer solo por el placer físico que me proporciona.
Era cierto, pero con una vuelta filosófica. La cercanía emocional tampoco era el objetivo de Joseph. Aquel era un sendero desastroso que prefería no pisar. Le gustaba ser amigo de sus amantes, nada más. En último término eso allanaba el camino hacia una despedida más cordial.
Con una ráfaga de su brillante cabellera caoba y una pequeña sonrisa que embelleció esa boca tan apetecible, ______ se sentó.
—Veo que tiene el propósito de ganar esta apuesta. ¿Quién hubiera dicho que el duque diabólico tiene esa sensibilidad romántica?
—Cualquiera que me conozca bien —replicó él con suavidad. —Cuando estoy con una mujer hermosa quiero conocerlo todo de ella, no solo su cuerpo.
—En cuanto a la última parte —apuntó ella con ironía, —creo que en mi caso ya nos hemos ocupado de ello. Diría que soy la única que está desnuda.
Joseph, que apenas había empezado a iniciarla en los placeres de la carne, sonrió.
—Debo admitir que este es un buen punto de partida. No tenga miedo, me desnudaré más adelante.
zai
Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
4/4
CAPÍTULO 09
Si daba un puñetazo en la pared alguien podría notarlo, así que quizá era mejor que no lo hiciera.
Pero al infierno con todos, deseaba hacerlo. Nicholas se terminó media copa de vino de un trago. Al pensar que tenía que soportar el resto de la velada le vinieron ganas de salir disparado por la puerta. De todas formas, si lo hacía, su humillante secreto quedaría expuesto ante el mundo, y eso era algo que debía evitar cualquier precio. Si no podía tener lo que quería, al menos conservaría algún vestigio de orgullo masculino.
Diablos, ¿era necesario que Annabel estuviera tan hermosa? claro que lo estaba, se recordó con sardónica franqueza. Aunque llevara un saco sería la mujer más encantadora de la sala, y con un vestido escotado de seda azul que realzaba sus ojos y su bello dorado, bueno... estaba impresionante. Pese a que hacía lo posible por aparentar indiferencia, apoyando un hombro contra la pared con un gesto despreocupado, Nicholas la seguía por toda la estancia con su mirada melancólica mientras ella se mezclaba con los invitados, aceptaba felicitaciones y, lo peor de rodo, lucía de forma premeditada una de sus deslumbrantes y favorecedoras sonrisas...
—Creo que todo ha salido bien, ¿no te parece?
Thomas Drake, el hermano menor de su padre, dio un sorbo a su copa de vino y se reunió con Nick en la esquina del elegante salón.
Nick asintió con cortesía.
—Una fiesta espléndida, tío.
—Annabel parece muy feliz, ¿verdad?
Nick apretó los dientes.
—Sí.
—Es evidente que lord Hyatt está enamorado.
Aquello era quedarse corto. Al maldito tipo se le caía la baba. Nicholas prefirió no hacer comentarios. Hyatt no era el único hombre enamorado de la sala.
—Tu tía Margaret pensó que lo mejor sería una tranquila fiesta familiar antes del gran baile del compromiso. Yo también opino que es muy agradable que estemos todos juntos. En la celebración formal habrá muchísima gente, me alegro de que hayas venido.
Dado que él habría preferido que un caballo encabritado le arrastrara desnudo por un campo embarrado de zarzas y piedras, Nick apenas consiguió esbozar una sonrisa forzada.
—¿Cómo iba a perdérmelo?
—La comida era deliciosa, ¿no crees? —Alto y esbelto, con aspecto de erudito, Thomas alzó ambas cejas durante una fracción de segundo.
Para Nick podía haber sido engrudo. Se había pasado toda la cena bebiendo, sin apenas probar bocado. Emitió un gruñido que podía significar cualquier cosa, y miró alrededor buscando más clarete. Era verdad, una reunión familiar de unas treinta personas era mejor que un salón de baile lleno de invitados, pero solo en un sentido marginal. Él seguía teniendo que adoptar una verosímil actitud de indiferencia, o peor, de alegría por la feliz pareja, además de verse obligado a entablar una conversación apropiada con tías abuelas y primos lejanos.
De ahí que se hubiera apostado en un extremo de la sala, tan apartado como pudo. Si hubiera podido agacharse detrás de uno de los señoriales sofás o trepar por la chimenea de uno de los diversos hogares de mármol italiano, lo habría hecho.
Pero él era el conde; su tía requirió su presencia y él la apreciaba sinceramente, y lo menos que podía hacer era soportarlo con toda la ecuanimidad de la que fuera capaz dadas las circunstancias.
—Claro que yo, por mi parte, no estaba seguro de que Hyatt era para Annabel. Ella puede ser muy obstinada a veces y ese hombre es un poco sumiso. —Thomas soltó una risita. —¿Por qué estoy diciéndote esto? La conoces de toda la vida, prácticamente. De una niña picara y traviesa se ha convertido en una mujer que sabe muy bien lo que quiere. Estarás de acuerdo conmigo en que necesita una mano firme.
Lo que necesitaba, pensó Nicholas de un modo malsano, eran las manos de él. Sobre ella, acariciando cada delicioso milímetro, dándole un placer exquisito e inolvidable... Carraspeó.
—Estoy seguro de que Hyatt podrá hacerlo. —Según mi predicción, ella podrá con él. Tener que asistir a la cena ya era bastante malo, pero discutir como la mujer que amaba llevaría su matrimonio con otro era infinitamente peor. Nicholas echó un vistazo al otro lado de la sala, o que la luz de los candelabros creaba intensos reflejos dorados en el cabello claro de Annabel, y se puso tenso. Ella era obstinada. Y también brillante y preciosa y estaba demasiado cerca, incluso en una habitación abarrotada.
—Necesito más vino —espetó. —Discúlpame, por favor.
—Sí, no he podido evitar darme cuenta de que pareces muy desgraciado. Pero ¿el vino es la solución?
La serena pregunta de Thomas detuvo a Nicholas en el momento de irse. Se quedó inmóvil y se dio la vuelta.
Desgraciado era poco, pero él creía que había conseguido ocultar bastante bien sus sentimientos. Thomas continuó:
—Intenté mantenerme al margen, pero he decidido que no os hace ningún bien. ¿Has pensado alguna vez en decirle lo que sientes?
Nicholas pasó un momento terrible en el que quiso actuar como si no le hubiera entendido, pero el tío Thomas le conocía demasiado bien. Había estado a su lado cuando asumió sus responsabilidades como conde; en muchos sentidos, había sido como un padre desde que Nicholas perdió al suyo siendo muy joven. Exhaló una bocanada de aire entrecortada, se pasó los dedos por el cabello y no se fue con disimulos.
—Ella me desprecia.
—¿Eso piensas? —Thomas le miró, inexpresivo.
—Lo ha dejado bastante claro. —Nick captó el tono defensivo de su voz e hizo lo posible por atemperarlo. —Es culpa mía y lo estoy pagando, pero así es.
—¿Te importaría contarme qué pasó? Le he preguntado a ella sobre vuestras evidentes diferencias y se ha negado a explicármelo.
¿Le importaba? Demonios, sí, le importaba. Le traía de nuevo a la memoria la cara de Annabel durante aquella desafortunada velada. Nick se esforzó al máximo por parecer indiferente, pero sentía un nudo en el estómago.
—Me temo que me pilló en una indiscreción bastante flagrante con lady Bellvue. Seguro que recuerdas que fue nuestra invitada en Manderville Hall el año pasado.
En favor de Thomas había que decir que no le miró con reproche. Ni tampoco parecía sorprendido.
—Imaginé que sería algo así. Recuerdo que la dama en cuestión estuvo persiguiéndote con ardor durante toda su estancia. Supongo que no me asombra descubrir que finalmente sucumbiste.
—No, no debería haber sucumbido. Puede que aquello hubiera sido la debilidad más fatal de toda su vida. Nicholas explotó.
—Maldita sea, tío, no me excuses. No debería haber tocado a Isabella y no lo habría hecho si...
—¿Si?
Si no hubiera ido a la biblioteca aquella fatídica tarde. Todavía recordaba cómo la luz del sol caía a raudales sobre la alfombra oriental, cómo el aire estaba cargado del aroma del cuero y el papel amarillento, y cómo él no se había sorprendido lo más mínimo al descubrir que la habitación ya estaba ocupada, porque Annabel a menudo tenía su preciosa naricita metida en un libro. Ella ya estaba allí, con un vestido de día de muselina blanca y una especie de bordado de florecillas amarillas, que le daba un aspecto excepcionalmente encantador, y su centelleante cabello recogido en la nuca con un sencillo lazo de satén. Cuando él entró, ella levantó la mirada y sonrió, y a él le cogió bastante desprevenido la intensidad de su propia reacción.
A una sonrisa.
Sí, sabía que Annabel sentía un enamoramiento infantil por él. Al principio, cuando se dio cuenta, le divirtió porque, aunque estaba muy acostumbrado a que las mujeres le persiguieran y disfrutaba con ese juego, no estaba habituado a ser el objeto de la adoración de una muchachita. Después pasaron varios años, y ella dejó de ser aquella niña simpática que solía trotar a su alrededor para convertirse en una joven muy hermosa. Aparte de esa mera transformación física de niña a mujer, también era inteligente, elocuente y, como su tío acababa de señalar, capaz de expresar su opinión en la mayoría de los temas. Incluso cuando era más joven se había mostrado aventurera, entusiasta de la vida y decidida a superar la horrenda tragedia de la pérdida de sus padres en aquel terrible accidente. Quizá por el hecho de quedar huérfana a una edad tan temprana, tenía una naturaleza fuerte y segura, o quizá aquello no era más que un aspecto innato de su personalidad, pero fuera lo que fuese, a él le gustaba su aire de independencia; siempre le había gustado. En la jovencita aquello era simpático, en la mujer era intrigante.
Para su sorpresa, Nicholas se descubrió pensando a menudo en ella, incluso cuando estaba en Londres y ella en Berkshire. Al recordar ahora el pasado, se daba cuenta de que había ido a Manderville Hall con más frecuencia de lo necesario, y de que Annabel era el motivo. Su risa, la tendencia que tenía de inclinarse hacia delante cuando discutía un argumento, aquella inteligencia tan poco convencional que no se esforzaba en ocultar... todo le atraía.
¿Cómo era posible? ¿El, nada menos, interesado en una damita que acababa de salir del colegio? No.
¿O lo estaba?
Aquella tarde fatal en la biblioteca, después de fingir que buscaba un libro y soltar una serie de comentarios graciosos para poder oír la música de su risa, había hecho una cosa imperdonable: la había besado. Oh, fue algo hábilmente ejecutado, porque él tenía mucha experiencia en el arte del coqueteo y Annabel no estaba a su altura. Consiguió llevarla junto a la ventana para admirar la Vista de la rosaleda, se colocó un milímetro más cerca de lo correcto, le puso la mano en la parte baja de la espalda y luego arqueó un poco el cuerpo y bajó la mirada hacia ella. Aún recordaba vívidamente que ella abrió los ojos como platos un segundo al darse cuenta de sus intenciones, y su agradable entrega entre sus brazos.
Su boca tenía el sabor de las fresas maduras, cálido e inocente, y cuando ella le acarició el cuello con los dedos vacilantes, el cuerpo de Nicholas se tensó de deseo. Con un infalible instinto femenino, Annabel se dejó caer contra él, entregándolo todo, y él aceptó aquella preciosa oferta que le condenó directamente al infierno.
El primer beso de Annabel le había convertido en el elegido.
Es más, él había deseado ser el elegido.
Sin embargo, la realidad tenía la fea costumbre de irrumpir de repente, y eso hizo en cuanto él levantó la cabeza y la miró a los ojos. Eran azules, de un tono nítido que solo podía compararse al cielo despejado del verano, y guardaban una mirada soñadora de felicidad, mientras el brillo de una sonrisa acariciaba sus labios suaves y todavía húmedos por sus mimos.
Entonces ella lo dijo. «No pares.» Con un susurro entrecortado y singular que trajo consigo un chorro de gélida realidad.
«No pares.» ¿Estaba loca? Por supuesto que tenía que parar.
¿Qué demonios acababa de hacer?
Él tenía veintisiete años y ella aún no había cumplido dieciocho. Él era un calavera con una formidable reputación de libertino, hasta cierto punto merecida aunque no del todo, y ella era la inocente pupila de su tío. A menos que quisiera casarse con ella, no debía ponerle un dedo encima y mucho menos fomentar su enamoramiento.
En aquel momento la palabra «matrimonio» le daba más miedo que el diablo. No estaba seguro de que ahora le produjera el mismo efecto, pero entonces la perspectiva había sido distinta.
Así, en un acto de cobardía aún mayor que el de haberla besado, balbuceó una excusa banal, salió de la habitación bruscamente y la evitó durante el resto del día, porque no tenía ni idea de qué hacer con los tumultuosos sentimientos de culpa, de contusión y de algo más... algo difícil de definir. ¿Cuándo había sucedido aquello? ¿Cuándo la niña se había convertido en una mujer y cuándo se había dado cuenta él?
Y es más, ¿cuándo se había visto arrastrado a ello? No por la recién descubierta madurez de ella, no por la distinta forma en que miraba y se movía, sino por ella. La chispa de su risa, el ingenio rápido y brillante, la extraordinaria mirada de sus ojos cuando se fijaban en él.
Nicholas había seducido, fascinado y conquistado a decenas de mujeres sin perder su libertad. Esta jovencita, apenas una muchacha, no debía afectar ni a su vida ni a sus emociones.
Pero lo hizo.
Aquella noche, algo más tarde, cuando Isabella Bellvue le había arrinconado en el invernadero, él no se había resistido a sus proposiciones. Todo para sacarse de la cabeza la imagen de la cara de Annabel. Que, quizá por su mala suerte, o quizá por el destino, vino a buscarlo.
La mirada de desilusión en el rostro de Annabel antes de darse la vuelta y huir de la estancia quedaría grabada en su memoria para siempre. Al día siguiente, fue aún más estúpido y agravó su pecado marchándose a Londres sin decir una palabra. En el año que había transcurrido desde entonces Annabel apenas le había hablado, y no la culpaba. Por dos veces había intentado ofrecerle algún tipo de disculpa banal, pero en ambas ocasiones ella se había limitado a alejarse de él, sin dejarle pronunciar más que unas pocas palabras. Después de la segunda vez, se dijo que olvidaría el incidente, que la olvidaría a ella, y que el mundo estaba lleno de mujeres bonitas que no le despreciaban.
Sabias palabras, pero el fantasma de aquel beso le perseguía.
Nicholas había llegado a la conclusión de que no iba a resultarle fácil apartarla de su vida, pero eso apenas importaba ahora. Ella ya le había apartado a él comprometiéndose con otro hombre.
—Si yo no fuera un maldito idiota —dijo Nick apesadumbrado.
—En ocasiones estoy de acuerdo. —Thomas sonrió con benevolencia. —Pero también es verdad que la mayoría podríamos decir lo mismo. La verdadera cuestión es si quieres remediar el daño ocasionado. En mi opinión, el persistente desdén de Annabel es un indicio de la fuerza de sus sentimientos. Te adoraba cuando era una niña, y por lo visto ahora que se ha convertido en una mujer, el sentimiento se ha intensificado. Descubrirte en una situación comprometida con otra dama probablemente le hizo daño. Tal vez deberías intentar reparar ese dolor.
—Apenas me habla y, además, por si no te has dado cuenta, está prometida a otro.
Thomas dirigió una mirada pensativa hacia donde estaba ella junto a su prometido.
—De lo que me dado cuenta, Nicholas, es de que no es feliz, sea cual fuere la fachada que muestre en público. Opino que Hyatt es un hombre afable y que a ella le gusta bastante, pero este no es un matrimonio por amor. Por parte de ella no.
—La mayoría de los matrimonios actuales no lo son. —Nick habló con la autoridad de un hombre que sabía que decía la verdad. Aquello formaba parte del estilo de vida de la alta sociedad. No era necesario el amor para que un matrimonio fuera ventajoso.
Thomas no pensaba darse por vencido.
—Ambos sabemos que Annabel se merece la felicidad, no la simple tranquilidad.
¿Esa conversación y una copa vacía? Ninguna de las dos le atraía. Nicholas hizo un gesto de indefensión con la mano.
—A mí me parece que ella ha escogido su camino.
—Puede que una opción distinta la llevara en otra dirección. Contéstame a esto. Si fuera libre y pudieras persuadirla para que te diese una segunda oportunidad, ¿te casarías con ella?
—Sí.
Dios bendito, ni siquiera había dudado. Necesitaba algo más fuerte que el clarete. ¿Acababa de decir que sí habría considerado el matrimonio?
El tío Thomas le dedicó una sonrisa radiante.
—¿Ves? —Dijo con ironía. —No siempre te comportas como un idiota, aparte de tu reciente y escandalosa apuesta con Rothay.
—No fue una de mis mejores ideas —reconoció Nicholas con una punzada de dolor interior. —Pero el anuncio del compromiso de Annabel había salido en el periódico aquella mañana. Emborracharme me pareció lo apropiado.
—¿Como ahora?
—A veces la insensibilidad tiene sus ventajas.
—Lo que has de hacer —le informó Thomas—es cambiar su forma de pensar. Si ella no quiere hablar contigo, y estoy casi seguro de que es algo que sigue teniendo en mente, usa ese legendario talento tuyo en algo bueno, para variar. Dios sabe que llevas años perfeccionándolo en infinidad de dormitorios. No dejes que toda esa práctica se desperdicie cuando hay algo importante en peligro.
Nicholas se quedó con la mirada fija, desconcertado, mientras su tío iba a mezclarse con los invitados.
¿Le había sugerido realmente Thomas que sedujera a Annabel?
CAPÍTULO 09
Si daba un puñetazo en la pared alguien podría notarlo, así que quizá era mejor que no lo hiciera.
Pero al infierno con todos, deseaba hacerlo. Nicholas se terminó media copa de vino de un trago. Al pensar que tenía que soportar el resto de la velada le vinieron ganas de salir disparado por la puerta. De todas formas, si lo hacía, su humillante secreto quedaría expuesto ante el mundo, y eso era algo que debía evitar cualquier precio. Si no podía tener lo que quería, al menos conservaría algún vestigio de orgullo masculino.
Diablos, ¿era necesario que Annabel estuviera tan hermosa? claro que lo estaba, se recordó con sardónica franqueza. Aunque llevara un saco sería la mujer más encantadora de la sala, y con un vestido escotado de seda azul que realzaba sus ojos y su bello dorado, bueno... estaba impresionante. Pese a que hacía lo posible por aparentar indiferencia, apoyando un hombro contra la pared con un gesto despreocupado, Nicholas la seguía por toda la estancia con su mirada melancólica mientras ella se mezclaba con los invitados, aceptaba felicitaciones y, lo peor de rodo, lucía de forma premeditada una de sus deslumbrantes y favorecedoras sonrisas...
—Creo que todo ha salido bien, ¿no te parece?
Thomas Drake, el hermano menor de su padre, dio un sorbo a su copa de vino y se reunió con Nick en la esquina del elegante salón.
Nick asintió con cortesía.
—Una fiesta espléndida, tío.
—Annabel parece muy feliz, ¿verdad?
Nick apretó los dientes.
—Sí.
—Es evidente que lord Hyatt está enamorado.
Aquello era quedarse corto. Al maldito tipo se le caía la baba. Nicholas prefirió no hacer comentarios. Hyatt no era el único hombre enamorado de la sala.
—Tu tía Margaret pensó que lo mejor sería una tranquila fiesta familiar antes del gran baile del compromiso. Yo también opino que es muy agradable que estemos todos juntos. En la celebración formal habrá muchísima gente, me alegro de que hayas venido.
Dado que él habría preferido que un caballo encabritado le arrastrara desnudo por un campo embarrado de zarzas y piedras, Nick apenas consiguió esbozar una sonrisa forzada.
—¿Cómo iba a perdérmelo?
—La comida era deliciosa, ¿no crees? —Alto y esbelto, con aspecto de erudito, Thomas alzó ambas cejas durante una fracción de segundo.
Para Nick podía haber sido engrudo. Se había pasado toda la cena bebiendo, sin apenas probar bocado. Emitió un gruñido que podía significar cualquier cosa, y miró alrededor buscando más clarete. Era verdad, una reunión familiar de unas treinta personas era mejor que un salón de baile lleno de invitados, pero solo en un sentido marginal. Él seguía teniendo que adoptar una verosímil actitud de indiferencia, o peor, de alegría por la feliz pareja, además de verse obligado a entablar una conversación apropiada con tías abuelas y primos lejanos.
De ahí que se hubiera apostado en un extremo de la sala, tan apartado como pudo. Si hubiera podido agacharse detrás de uno de los señoriales sofás o trepar por la chimenea de uno de los diversos hogares de mármol italiano, lo habría hecho.
Pero él era el conde; su tía requirió su presencia y él la apreciaba sinceramente, y lo menos que podía hacer era soportarlo con toda la ecuanimidad de la que fuera capaz dadas las circunstancias.
—Claro que yo, por mi parte, no estaba seguro de que Hyatt era para Annabel. Ella puede ser muy obstinada a veces y ese hombre es un poco sumiso. —Thomas soltó una risita. —¿Por qué estoy diciéndote esto? La conoces de toda la vida, prácticamente. De una niña picara y traviesa se ha convertido en una mujer que sabe muy bien lo que quiere. Estarás de acuerdo conmigo en que necesita una mano firme.
Lo que necesitaba, pensó Nicholas de un modo malsano, eran las manos de él. Sobre ella, acariciando cada delicioso milímetro, dándole un placer exquisito e inolvidable... Carraspeó.
—Estoy seguro de que Hyatt podrá hacerlo. —Según mi predicción, ella podrá con él. Tener que asistir a la cena ya era bastante malo, pero discutir como la mujer que amaba llevaría su matrimonio con otro era infinitamente peor. Nicholas echó un vistazo al otro lado de la sala, o que la luz de los candelabros creaba intensos reflejos dorados en el cabello claro de Annabel, y se puso tenso. Ella era obstinada. Y también brillante y preciosa y estaba demasiado cerca, incluso en una habitación abarrotada.
—Necesito más vino —espetó. —Discúlpame, por favor.
—Sí, no he podido evitar darme cuenta de que pareces muy desgraciado. Pero ¿el vino es la solución?
La serena pregunta de Thomas detuvo a Nicholas en el momento de irse. Se quedó inmóvil y se dio la vuelta.
Desgraciado era poco, pero él creía que había conseguido ocultar bastante bien sus sentimientos. Thomas continuó:
—Intenté mantenerme al margen, pero he decidido que no os hace ningún bien. ¿Has pensado alguna vez en decirle lo que sientes?
Nicholas pasó un momento terrible en el que quiso actuar como si no le hubiera entendido, pero el tío Thomas le conocía demasiado bien. Había estado a su lado cuando asumió sus responsabilidades como conde; en muchos sentidos, había sido como un padre desde que Nicholas perdió al suyo siendo muy joven. Exhaló una bocanada de aire entrecortada, se pasó los dedos por el cabello y no se fue con disimulos.
—Ella me desprecia.
—¿Eso piensas? —Thomas le miró, inexpresivo.
—Lo ha dejado bastante claro. —Nick captó el tono defensivo de su voz e hizo lo posible por atemperarlo. —Es culpa mía y lo estoy pagando, pero así es.
—¿Te importaría contarme qué pasó? Le he preguntado a ella sobre vuestras evidentes diferencias y se ha negado a explicármelo.
¿Le importaba? Demonios, sí, le importaba. Le traía de nuevo a la memoria la cara de Annabel durante aquella desafortunada velada. Nick se esforzó al máximo por parecer indiferente, pero sentía un nudo en el estómago.
—Me temo que me pilló en una indiscreción bastante flagrante con lady Bellvue. Seguro que recuerdas que fue nuestra invitada en Manderville Hall el año pasado.
En favor de Thomas había que decir que no le miró con reproche. Ni tampoco parecía sorprendido.
—Imaginé que sería algo así. Recuerdo que la dama en cuestión estuvo persiguiéndote con ardor durante toda su estancia. Supongo que no me asombra descubrir que finalmente sucumbiste.
—No, no debería haber sucumbido. Puede que aquello hubiera sido la debilidad más fatal de toda su vida. Nicholas explotó.
—Maldita sea, tío, no me excuses. No debería haber tocado a Isabella y no lo habría hecho si...
—¿Si?
Si no hubiera ido a la biblioteca aquella fatídica tarde. Todavía recordaba cómo la luz del sol caía a raudales sobre la alfombra oriental, cómo el aire estaba cargado del aroma del cuero y el papel amarillento, y cómo él no se había sorprendido lo más mínimo al descubrir que la habitación ya estaba ocupada, porque Annabel a menudo tenía su preciosa naricita metida en un libro. Ella ya estaba allí, con un vestido de día de muselina blanca y una especie de bordado de florecillas amarillas, que le daba un aspecto excepcionalmente encantador, y su centelleante cabello recogido en la nuca con un sencillo lazo de satén. Cuando él entró, ella levantó la mirada y sonrió, y a él le cogió bastante desprevenido la intensidad de su propia reacción.
A una sonrisa.
Sí, sabía que Annabel sentía un enamoramiento infantil por él. Al principio, cuando se dio cuenta, le divirtió porque, aunque estaba muy acostumbrado a que las mujeres le persiguieran y disfrutaba con ese juego, no estaba habituado a ser el objeto de la adoración de una muchachita. Después pasaron varios años, y ella dejó de ser aquella niña simpática que solía trotar a su alrededor para convertirse en una joven muy hermosa. Aparte de esa mera transformación física de niña a mujer, también era inteligente, elocuente y, como su tío acababa de señalar, capaz de expresar su opinión en la mayoría de los temas. Incluso cuando era más joven se había mostrado aventurera, entusiasta de la vida y decidida a superar la horrenda tragedia de la pérdida de sus padres en aquel terrible accidente. Quizá por el hecho de quedar huérfana a una edad tan temprana, tenía una naturaleza fuerte y segura, o quizá aquello no era más que un aspecto innato de su personalidad, pero fuera lo que fuese, a él le gustaba su aire de independencia; siempre le había gustado. En la jovencita aquello era simpático, en la mujer era intrigante.
Para su sorpresa, Nicholas se descubrió pensando a menudo en ella, incluso cuando estaba en Londres y ella en Berkshire. Al recordar ahora el pasado, se daba cuenta de que había ido a Manderville Hall con más frecuencia de lo necesario, y de que Annabel era el motivo. Su risa, la tendencia que tenía de inclinarse hacia delante cuando discutía un argumento, aquella inteligencia tan poco convencional que no se esforzaba en ocultar... todo le atraía.
¿Cómo era posible? ¿El, nada menos, interesado en una damita que acababa de salir del colegio? No.
¿O lo estaba?
Aquella tarde fatal en la biblioteca, después de fingir que buscaba un libro y soltar una serie de comentarios graciosos para poder oír la música de su risa, había hecho una cosa imperdonable: la había besado. Oh, fue algo hábilmente ejecutado, porque él tenía mucha experiencia en el arte del coqueteo y Annabel no estaba a su altura. Consiguió llevarla junto a la ventana para admirar la Vista de la rosaleda, se colocó un milímetro más cerca de lo correcto, le puso la mano en la parte baja de la espalda y luego arqueó un poco el cuerpo y bajó la mirada hacia ella. Aún recordaba vívidamente que ella abrió los ojos como platos un segundo al darse cuenta de sus intenciones, y su agradable entrega entre sus brazos.
Su boca tenía el sabor de las fresas maduras, cálido e inocente, y cuando ella le acarició el cuello con los dedos vacilantes, el cuerpo de Nicholas se tensó de deseo. Con un infalible instinto femenino, Annabel se dejó caer contra él, entregándolo todo, y él aceptó aquella preciosa oferta que le condenó directamente al infierno.
El primer beso de Annabel le había convertido en el elegido.
Es más, él había deseado ser el elegido.
Sin embargo, la realidad tenía la fea costumbre de irrumpir de repente, y eso hizo en cuanto él levantó la cabeza y la miró a los ojos. Eran azules, de un tono nítido que solo podía compararse al cielo despejado del verano, y guardaban una mirada soñadora de felicidad, mientras el brillo de una sonrisa acariciaba sus labios suaves y todavía húmedos por sus mimos.
Entonces ella lo dijo. «No pares.» Con un susurro entrecortado y singular que trajo consigo un chorro de gélida realidad.
«No pares.» ¿Estaba loca? Por supuesto que tenía que parar.
¿Qué demonios acababa de hacer?
Él tenía veintisiete años y ella aún no había cumplido dieciocho. Él era un calavera con una formidable reputación de libertino, hasta cierto punto merecida aunque no del todo, y ella era la inocente pupila de su tío. A menos que quisiera casarse con ella, no debía ponerle un dedo encima y mucho menos fomentar su enamoramiento.
En aquel momento la palabra «matrimonio» le daba más miedo que el diablo. No estaba seguro de que ahora le produjera el mismo efecto, pero entonces la perspectiva había sido distinta.
Así, en un acto de cobardía aún mayor que el de haberla besado, balbuceó una excusa banal, salió de la habitación bruscamente y la evitó durante el resto del día, porque no tenía ni idea de qué hacer con los tumultuosos sentimientos de culpa, de contusión y de algo más... algo difícil de definir. ¿Cuándo había sucedido aquello? ¿Cuándo la niña se había convertido en una mujer y cuándo se había dado cuenta él?
Y es más, ¿cuándo se había visto arrastrado a ello? No por la recién descubierta madurez de ella, no por la distinta forma en que miraba y se movía, sino por ella. La chispa de su risa, el ingenio rápido y brillante, la extraordinaria mirada de sus ojos cuando se fijaban en él.
Nicholas había seducido, fascinado y conquistado a decenas de mujeres sin perder su libertad. Esta jovencita, apenas una muchacha, no debía afectar ni a su vida ni a sus emociones.
Pero lo hizo.
Aquella noche, algo más tarde, cuando Isabella Bellvue le había arrinconado en el invernadero, él no se había resistido a sus proposiciones. Todo para sacarse de la cabeza la imagen de la cara de Annabel. Que, quizá por su mala suerte, o quizá por el destino, vino a buscarlo.
La mirada de desilusión en el rostro de Annabel antes de darse la vuelta y huir de la estancia quedaría grabada en su memoria para siempre. Al día siguiente, fue aún más estúpido y agravó su pecado marchándose a Londres sin decir una palabra. En el año que había transcurrido desde entonces Annabel apenas le había hablado, y no la culpaba. Por dos veces había intentado ofrecerle algún tipo de disculpa banal, pero en ambas ocasiones ella se había limitado a alejarse de él, sin dejarle pronunciar más que unas pocas palabras. Después de la segunda vez, se dijo que olvidaría el incidente, que la olvidaría a ella, y que el mundo estaba lleno de mujeres bonitas que no le despreciaban.
Sabias palabras, pero el fantasma de aquel beso le perseguía.
Nicholas había llegado a la conclusión de que no iba a resultarle fácil apartarla de su vida, pero eso apenas importaba ahora. Ella ya le había apartado a él comprometiéndose con otro hombre.
—Si yo no fuera un maldito idiota —dijo Nick apesadumbrado.
—En ocasiones estoy de acuerdo. —Thomas sonrió con benevolencia. —Pero también es verdad que la mayoría podríamos decir lo mismo. La verdadera cuestión es si quieres remediar el daño ocasionado. En mi opinión, el persistente desdén de Annabel es un indicio de la fuerza de sus sentimientos. Te adoraba cuando era una niña, y por lo visto ahora que se ha convertido en una mujer, el sentimiento se ha intensificado. Descubrirte en una situación comprometida con otra dama probablemente le hizo daño. Tal vez deberías intentar reparar ese dolor.
—Apenas me habla y, además, por si no te has dado cuenta, está prometida a otro.
Thomas dirigió una mirada pensativa hacia donde estaba ella junto a su prometido.
—De lo que me dado cuenta, Nicholas, es de que no es feliz, sea cual fuere la fachada que muestre en público. Opino que Hyatt es un hombre afable y que a ella le gusta bastante, pero este no es un matrimonio por amor. Por parte de ella no.
—La mayoría de los matrimonios actuales no lo son. —Nick habló con la autoridad de un hombre que sabía que decía la verdad. Aquello formaba parte del estilo de vida de la alta sociedad. No era necesario el amor para que un matrimonio fuera ventajoso.
Thomas no pensaba darse por vencido.
—Ambos sabemos que Annabel se merece la felicidad, no la simple tranquilidad.
¿Esa conversación y una copa vacía? Ninguna de las dos le atraía. Nicholas hizo un gesto de indefensión con la mano.
—A mí me parece que ella ha escogido su camino.
—Puede que una opción distinta la llevara en otra dirección. Contéstame a esto. Si fuera libre y pudieras persuadirla para que te diese una segunda oportunidad, ¿te casarías con ella?
—Sí.
Dios bendito, ni siquiera había dudado. Necesitaba algo más fuerte que el clarete. ¿Acababa de decir que sí habría considerado el matrimonio?
El tío Thomas le dedicó una sonrisa radiante.
—¿Ves? —Dijo con ironía. —No siempre te comportas como un idiota, aparte de tu reciente y escandalosa apuesta con Rothay.
—No fue una de mis mejores ideas —reconoció Nicholas con una punzada de dolor interior. —Pero el anuncio del compromiso de Annabel había salido en el periódico aquella mañana. Emborracharme me pareció lo apropiado.
—¿Como ahora?
—A veces la insensibilidad tiene sus ventajas.
—Lo que has de hacer —le informó Thomas—es cambiar su forma de pensar. Si ella no quiere hablar contigo, y estoy casi seguro de que es algo que sigue teniendo en mente, usa ese legendario talento tuyo en algo bueno, para variar. Dios sabe que llevas años perfeccionándolo en infinidad de dormitorios. No dejes que toda esa práctica se desperdicie cuando hay algo importante en peligro.
Nicholas se quedó con la mirada fija, desconcertado, mientras su tío iba a mezclarse con los invitados.
¿Le había sugerido realmente Thomas que sedujera a Annabel?
zai
Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
Hhahah, re copado el Tio haha xD
Gracias por subir la nove!!!
Graciaaaaas!!! encerio :3
Gracias por subir la nove!!!
Graciaaaaas!!! encerio :3
Augustinesg
Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
ohhhhhhhhhhhhhhh...
me encanto el maraton
quede super encantada
que lindo nick...y pobre tiene q seducir a annabell
y q va a pasar con joe y la rayis!!!!
sigue pronto plissssssssssssss
me encanto el maraton
quede super encantada
que lindo nick...y pobre tiene q seducir a annabell
y q va a pasar con joe y la rayis!!!!
sigue pronto plissssssssssssss
Julieta♥
Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
La cena fue sencilla pero
deliciosa, como solo una comida campestre podía serlo. La mantequilla estaba
recién batida; las verduras, recién cogidas y tiernísimas, y la ternera era
aromática y cubierta de abundante salsa. Para postre la señora Sims había hecho
una tarta de frutas con peras del huerto de la finca, y ______ saboreó cada
bocado.
También saboreó la
conversación, para su sorpresa. Los dos se sentaron en una encantadora salita
de techos bajos y grandes ventanales, que normalmente se usaba para desayunar.
El bufete era pequeño y el espacio no era llamativo pero sí muy agradable.
La luz de las velas
iluminaba una mesa que llevaba muchos años usándose, pero que estaba cuidada
hasta el último detalle, como todo lo demás, desde el pulido suelo de madera
oscura hasta el mural de un jardín primaveral en la pared. Era una estancia
encantadora e informal, y en absoluto lo que ella esperaba de un honorable
duque con una vasta fortuna a su disposición.
La falta de pretensiones
era grata. Y eso también la sorprendió.
El la sorprendió.
Seguía nerviosa ante la
noche inminente, pero Joseph Jonas tenía una habilidad singular para llevar
gran parte de la conversación sin monopolizarla, y ella ya se había dado cuenta
de que pertenecía a una rara clase de hombre que no deseaba hablar más de sí
mismo que de cualquier otro tema.
Sus caballos eran otro
asunto. Estaba claro que su pasatiempo era también una obsesión, y ella había
visto personalmente en Ascot el éxito que le reportaba.
—Aquel día, Norfolk ganó
—le dijo él después de cenar, mientras acariciaba una copa de oporto y le
contaba el final de una anécdota, con una leve y peculiar sonrisa en la cara —con
una fractura en la pata trasera. Ya no pudo abandonar la zona de ganadores.
Nunca había visto tanto coraje. Mi entrenador lloró. Admito que yo mismo
derramé un par de lágrimas.
¿El duque diabólico
llorando por un caballo herido, cuando con su dinero podía comprarse otro, o
cien más?
_______ le miró desde el
otro lado de la mesa.
—¿Siempre ha sido tan
aficionado a los caballos?
La risa de Joseph fue un
destello de dientes blancos.
—Creo que sí. De niño me
las arreglaba para escaparme de mi tutor, pero él sabía que si desaparecía
misteriosamente a la hora de las clases me encontraría en los establos. Aún hoy
los caballos de pura sangre me parecen más interesantes que el latín y el
griego.
Imaginarle de niño la
intrigaba. No estaba segura del porqué, tal vez por lo deprimente que había
sido su propia infancia.
—¿Tiene hermanos y
hermanas? —Gracias a la brisa que entraba por las ventanas abiertas, ______ olía
el aroma fresco de la hierba y las flores recién cortadas; la serenidad de la
tarde la relajaba.
—Una hermana mayor
—contestó él de buena gana. —Está casada con un barón y tienen tres hijas.
Charles trabaja en el Ministerio de la Guerra, con un cargo del que nadie hace
mención.
______, que había pasado
la infancia privada del calor familiar, sintió una punzada de envidia al notar
el afecto en su voz.
—¿Y su madre?
—Normalmente reside en
Rothay Hall, en Kent, pero a veces viene a Londres. —Arqueó una ceja. —Es una
fuerza de la naturaleza y reconozco que hago todo lo posible por evitar un
contacto excesivo con ella. La respeto y la adoro, pero no deja de intentar
organizarme la vida a su gusto.
El padre y la tía de
______ le habían organizado la vida, y definitivamente no había sido a su
gusto, de modo que comprendió la reserva de Joseph.
—Al menos usted es el
duque y nadie puede obligarle a nada —murmuró.
Joseph la observó con una
mirada ecuánime.
—Comprendo sus
sentimientos, pero no se equivoque. Todos tenemos obligaciones que no nos
gustan. Los títulos no suponen carta blanca para hacer lo que nos plazca,
créame. —Cambió de postura, un leve movimiento para acomodar su esbelto cuerpo,
como una pantera que se despereza después de una siesta al calor de un tórrido
mediodía. —Dijo usted antes que su tía falleció. ¿Y su padre?
Era justo. Ella le había
preguntado por su familia.
________ movió la cabeza.
—Sigue en York y, sin
haberlo hablado, hemos llegado al acuerdo común de olvidarnos el uno del otro.
Yo no fui un varón.
—Ah. —Como heredero de un
ducado esa única palabra probablemente significaba que lo entendía muy bien.
El recuerdo de la reciente
visita de Franklin le vino a la cabeza, y _______ reprimió un escalofrío de
inquietud.
—El primo de mi marido... el
actual lord Wynn... es el único a quien puedo considerar mi familia, y en su
caso preferiría que no fuera así.
La expresión de su cara
debió de ser elocuente, porque Jospeh frunció el ceño. Repanchingado en su
butaca como un macho indolente, tenía una actitud de arrogancia no
intencionada, pero evidente; como si él fuera capaz de cambiar las cosas.
—¿Le crea dificultades?
—Le gustaría hacerlo
—admitió ella.
—¿Puedo ayudarla?
Ella era la dueña de su
vida y a un coste muy alto.
—¿Por qué iba a ofrecerse?
—le desafió. —¿Y por qué iba a aceptarlo?
Pasado un momento en el
que se limitaron a mirarse, él sonrió.
—No estoy seguro de
ninguno de los motivos —añadió en voz baja, —salvo que me gusta estar aquí con
usted. Esto... —señaló la acogedora estancia, la mesa donde aún había platos
desperdigados —es agradable.
Vaya afirmación más
simple. Y, sin embargo, convincente. Tampoco era un coqueteo, no del tipo
zalamero que ella esperaba, sino infinitamente más persuasivo, ya que evocaba
la posibilidad de que Joseph fuera sincero y no tan solo encantador.
—¿Agradable? —______
arqueó una ceja y le devolvió la sonrisa.
El duque de Rothay se
acomodó de nuevo en su butaca, con las largas piernas extendidas y la copa de
vino en la mano.
—Pensé que era la palabra
adecuada. ¿Debo reformularla?
—No —respondió ella sin
haberlo pensado.
Se interpuso el recuerdo
del glorioso estallido de placer que él le había proporcionado aquella tarde.
Varias veces se había descubierto mirándole al otro lado de la mesita con una
sensación de incredulidad. No era solo que estuviera allí, con él, haciendo una
de las cosas más... no, la más escandalosa de su vida; sino que él no era en
absoluto como ella esperaba. Parte del personaje era auténtica: allí estaba
desde luego el carisma de aquel aristócrata atrevido, pero eso era una fachada refinada, y
el hombre que había debajo no parecía en absoluto calculador, ni alguien
que buscara el placer egoísta. Antes, Joseph se había dado cuenta de que ella
le habría permitido que le hiciera el amor, pero había optado por no hacerlo,
pese a que _______ había visto claramente que estaba más que dispuesto. Podía
haber resultado humillante saber que él había percibido con tanta facilidad que
estaba nerviosa y asustada, pero había demostrado una sensibilidad inesperada.
Un libertino perspicaz.
Mmm. Esa era una faceta interesante que ______ no esperaba encontrar.
Pero también era cierto
que no había sabido qué esperar en absoluto.
Entre un padre indiferente
y un marido dominante y cruel, no tenía buena opinión de los hombres en
general. Tal vez la revelación sexual no sería lo único que aprendería en esta
semana perversa.
—Mañana por la mañana
podríamos cabalgar hasta el río, si le apetece.
_________ recuperó la
atención de golpe y notó que aquella reflexión le había provocado un ligero
rubor en las mejillas.
—Estoy a su disposición.
Joe sonrió y unas
deliciosas arruguitas aparecieron en los rabillos de sus ojos.
—Me gusta cómo suena eso,
milady.
El timbre ronco de su voz
la inquietó.
—Lo que quiero decir...
—replicó cortante, y luego se quedó callada. De hecho, quería decir exactamente
lo que dijo.
Joseph enarcó las cejas.
Seguía sentado allí, cómodo y relajado.
—¿Es que para usted todo
ha de tener una connotación sexual, Rothay?
_______ recuperó su actitud
fría como un manto protector. Era más fácil de lo que imaginaba preguntarle
algo así, tras aquella comida en la intimidad y tras el romántico paseo por los
jardines, durante el cual él había recogido rosas para ella y le había incluso
puesto una en la oreja.
—Cuando estoy con alguien
tan bello como usted, es probable. —Y encogió sus anchos hombros con
impertinencia.
—¿Se le resiste alguien?
—Tenía que admitir que sentía curiosidad. El gozaba de una reputación
formidable, pero las habladurías no eran de fiar.
Joseph jugueteó indolente
con el pie de su copa de vino. El parpadeo de la luz de las velas jugó sobre
sus estilizadas facciones, destacando la perfección de su elegante estructura
ósea y haciendo relucir su cabello azabache.
—Soy exigente a la hora de
seleccionar mis opciones.
—En otras palabras, una
vez que ha escogido a una mujer entre una multitud de admiradoras entusiastas,
¿es suya? —________ había oído los comentarios, había sido testigo del efecto
que él provocaba al entrar en un salón de baile o cabalgando por Hyde Park.
La risa de Joe fue queda y
dulce.
—Hace que suene de muy mal
gusto. Como separar a una yegua de la manada.
Las bromas ingeniosas no eran
la especialidad de _____. Había tenido muy poca práctica a lo largo de la vida.
—A veces soy demasiado
franca —admitió. —Mi tía se pasó casi toda la vida diciéndome lo poco apropiado
que es eso en una dama, aunque mi institutriz me animó a pensar con libertad, y
supongo que en cierta medida esa es la razón por la que soy tan callada cuando
estoy en sociedad. Dios sabe que es muy probable que suelte algo demasiado
directo. Debe de ser por haber pasado mucho tiempo sola, de niña. Uno no
necesita mentirse a sí mismo.
Joseph se reclinó de nuevo
en la butaca con un aire de total languidez varonil. Era difícil interpretar su
expresión.
—Eso lo envidio, me crea o
no.
—¿Qué es lo que envidia?
—La idea de que usted
disfrutó de cierta privacidad en su niñez, así como su capacidad de opinar con
franqueza. Yo, como heredero del ducado, estuve rodeado desde que nací de gente
que me enseñó a hablar con diplomacia a partir del momento en el que pronuncié
la primera palabra, créame. El título va acompañado de cierto grado de
responsabilidad e inevitable sometimiento a la crítica social.
—Nunca lo había visto de
ese modo. —______ inclinó la cabeza a un lado, estudiándole. —Es difícil
compadecer a alguien que es guapo, rico y noble, pero supongo que todo tiene
sus inconvenientes.
—Es difícil compadecerse
de una mujer que es una heredera de belleza exquisita, y alguien que podría
escoger entre todos los hombres de Londres, pero es posible que aun así tenga
sus propios demonios.
Su perspicacia se acercaba
demasiado a la verdad.
Sí, Edward era un demonio,
acechando sus intentos de vivir una vida plena.
—Touché —dijo con frialdad. —Espero exorcizar a uno de ellos esta
semana.
—Tras saborear una muestra
de su pasión, puedo decir con toda sinceridad que para mí será un placer
ayudarla a hacerlo.
Joseph replicó con una
seguridad en sí mismo tan espontánea, que ella se esforzó en disimular el
intenso rubor que le produjo el hincapié que había hecho en la palabra
«saborear», e intentó conseguir al menos un aire de sofisticación parecido.
—Y la semana próxima usted
me habrá olvidado. ¿No es así como funciona? ¿No se cansa de aventuras
pasajeras?
Aquella crítica implícita
no alteró su seguridad en sí mismo.
—Creía que usted no estaba
interesada en la continuidad.
—No lo estoy —se apresuró
a corroborar ella.
—Entonces estamos de
acuerdo y podemos disfrutar el uno del otro sin reservas. Me parece que van a
ser siete días muy placenteros. —Joseph miró hacia la ventana, donde se veían
las estrellas en un cielo de terciopelo azul. Los cortinajes seguían
descorridos, y el cristal, entreabierto, para que entrara la fragante brisa
nocturna. —Con sus noches.
________, que empezaba a
pensar que él tenía razón aunque no hubiera respondido a su pregunta, juntó las
manos en el regazo.
—No esperaba que usted me
gustara.
Joseph se echó a reír.
—Sí que es usted directa,
querida mía. Por favor, no me diga que tengo fama de ser un tipo desagradable.
—No, dicen que es de lo
más encantador. Solo que yo tenía mis dudas de que el encanto fuera real.
—Ah, un artificio para
atraer a las doncellas a mi lecho, ¿es eso? —Algo centelleó en sus ojos
oscuros.
¿Enfado, quizá? No, no le
conocía lo bastante bien para juzgarle.
—Bien... sí.
—Y sin embargo usted
aceptó pasar una semana entera en mi compañía.
—Ambos sabemos que tengo
mis motivos.
Joseph, su cuerpo alto y
esbelto inmóvil y una enigmática expresión, la miró fijamente.
—Veo que estamos siendo
muy francos el uno con el otro. Me parece refrescante, si quiere que le diga la
verdad. Las aventuras amorosas están demasiado a menudo plagadas de intrigas y
fingimientos. En aras de la sinceridad, le diré que normalmente no suelo estar
con mujeres con poca experiencia en la cama, ni me acuesto con viudas jóvenes y
casaderas que han sido tratadas con evidente rudeza en el pasado.
Quizá había sido demasiado
directa. ______ sintió con un destello de alarma que lo siguiente que él iba a
decirle era que deseaba cancelar el trato.
Para su tranquilidad, Joe
siguió diciendo:
—Pero usted es muy
tentadora, milady, y ahora que comprendo mejor sus motivos para estar aquí, me
siento más que honrado, y si su indigno marido aún estuviera vivo —añadió como
sin darle importancia, —le daría tal paliza que casi acabaría con su
despreciable existencia.
Ella captó su sinceridad
con sobresalto, porque la severa mirada de sus ojos desmentía el tono
indiferente de su voz.
_______ nunca había tenido
un defensor. De niña había estado bajo la protección de su tía solterona y
autoritaria, y se casó cuando apenas tenía dieciocho años. El acuerdo se había
negociado totalmente al margen de su consentimiento, pero ella no se labia dado
cuenta de la devastadora realidad del mismo hasta su noche de bodas. Cuando
descubrió lo implacable e insensible que era el hombre con quien la habían
obligado a casarse, le había abandonado y había regresado a su casa de York. Su
padre la había enviado de vuelta inmediatamente y Dios sabe que había pagado
por aquel desliz. Las magulladuras habían tardado semanas en desaparecer.
—Le odiaba. —Era difícil
mantener un tono de voz natural, pero ______ lo intentó. —La lógica me dice que
no todos los hombres son como él, pero a veces la experiencia pesa más que el
sentido común.
—De modo que lo que
necesita son algunas experiencias buenas para contrarrestar las malas.
El matiz ronco de la voz
del apuesto duque provocó un estremecimiento que le subió por la espalda.
—Cierto. Por eso estoy
aquí.-- ______ irguió los hombros.
—Entonces quizá sea hora
de que nos retiremos. —Joe se levantó con un movimiento ágil y suave, y le
tendió la mano.
Su cuerpo insatisfecho
deseaba apresurarse, pero si había una cosa que Joe había aprendido a lo largo
de los últimos años, cuando probó a algunas de las damas más bellas de la alta
sociedad, era la contención sexual. Las mujeres tardaban más en excitarse;
algunas eran aventureras en la cama; otras, recatadas; unas pocas, insaciables.
Mostrarse solícito con cualquiera de las necesidades que pudieran tener sus
amantes nunca había sido un problema, pero ________ era completamente distinta.
Bajo aquella hermosura exquisita había una mujer dolida, y a pesar de que antes
él ya había creado un frágil vínculo de confianza, seguía siendo un auténtico
desafío.
Deseaba llevarla en brazos
al piso de arriba en un gesto romántico y teatral, pero desechó la idea porque
aquello le recordaría a ella que él era superior en fuerza y tamaño. En su
lugar la escoltó con cortesía, la mano de ______ apoyada en su brazo curvado,
como si la condujera a una cena de etiqueta o a una velada en la ópera.
La verdad era que él
seguía estando completamente fuera de su elemento.
Ella tampoco estaba en el
suyo.
¿Por qué le intrigaba eso?
Tal vez fuera hastío, pero
no lo creía realmente. _______ era fuerte a su manera, franca, distante... y
sin embargo vulnerable, absolutamente femenina y, en su opinión, valiente en un
sentido único.
Muy distinta a cierto
recuerdo de su pasado. Aquella dama en particular lo había sido todo menos
indefensa, y fue él quien se vio superado por la situación. Desde entonces
había decidido llevar la voz cantante.
Siempre.
Cuando llegaron al pasillo
del piso de arriba, él optó por el dormitorio de ella, pensando que si utilizaban
otra vez el suyo, _______ volvería a sentirse dominada y en un terreno
incierto.
—Aquí —murmuró abriendo la
puerta. —Disculpe que no haya doncella, pero supuse que usted preferiría privacidad
más que comodidad.
—La habitación es preciosa
—dijo ella, que vaciló un segundo antes de entrar. —Y tiene usted razón. Puedo
vivir sin una doncella.
El dio un somero vistazo a
los muebles, sin saber si se había fijado en ellos alguna vez. Siendo soltero,
nunca se había preocupado en ningún sentido de la alcoba contigua.
—Me alegro de que le guste
el dormitorio y yo puedo ser muy servicial. Permítame desnudarla.
—Su reputación de hombre
servicial es legendaria.
Al infierno con su
reputación, pensó Joseph, molesto. Era consciente de lo que se rumoreaba sobre
él, y a los veintiocho años seguía asombrándole que su vida pudiera interesarle
tanto a la gente.
—Lo único que quería decir
era que si necesita alguna ayuda durante su estancia, me la pida a mí —replicó
en un tono casi brusco.
—¿Le he ofendido?
El la cogió por los
hombros y, con una ligera presión de las manos, la urgió a darse la vuelta.
—Me ofende el hecho de
tener una reputación. Preferiría que mi vida personal no avivara el fuego de
los rumores.
—Entonces quizá no debería
hacer escandalosas apuestas públicas sobre su destreza sexual. —Ella dijo esas
palabras en un tono seco, pero con la voz ligerísimamente entrecortada,
mientras él le apartaba el cabello y empezaba a desabotonar su vestido de noche
de un refulgente verde claro.
Desabrochó los botones con
la facilidad de un experto, aparró la ropa de aquellos hombros esbeltos y
retiró los alfileres del sencillo recogido. Una masa sedosa cayó en cascada
sobre sus manos y por la grácil espalda de _______, y él aspiró aquel perfume
con un cautivador toque de lirios del valle. Levantó el cálido peso de su
cabellera, le besó la nuca con una presión lenta y tentadora y, al sentir que
ella respondía con un escalofrío, dejó que su boca se entretuviera.
—Yo haría caso de su
consejo, hermosa _______, pero si no hubiera aceptado el reto de Manderville,
usted no estaría aquí, verdad? Tal vez debería cruzar apuestas de borrachos con
él más a menudo.
Deslizó la mano alrededor
de su cintura y empezó a hacerle el amor a su cuello. Olió, besó, saboreó la
piel suave y fragante, hasta que ella apoyó la espalda en él y Joseph pudo ver
la rapidez con la que se alzaban sus senos henchidos bajo las puntillas de su
camisa de lino, y cómo los pezones se tensaban bajo la tela finísima.
—¿Puede sentir cómo la
deseo? —Él sabía que podía, pues su brazo la retenía con suavidad pero a la vez
con firmeza contra su erección ya rígida. —¿Tiene idea del dominio que tiene
una mujer sobre un hombre cuando él la desea?
—No. —Fue un susurro quedo
y doloroso.
Desgraciadamente, él
estaba seguro de que ella le decía la verdad. Aquello no hizo nada para apagar
su ardor, pero atemperó su comportamiento.
—Concentra usted toda mi
atención, créame —le prometió. —Deje que se lo demuestre.
Entonces la levantó con
cuidado, como si ella fuera una filigrana de vidrio, y la llevó a la cama con
dosel. Esta vez se lo quitó todo, incluida la camisola, de modo que ________
quedó tendida desnuda y exuberante bajo el resplandor de las velas, que alguien
había dejado ya encendidas.
Joseph se desnudó con
calma mientras ella le observaba. Se quitó la chaqueta, la corbata, la camisa y
las botas, dándole a ella la oportunidad de pedirle que parara, o de cubrirse
el cuerpo desnudo.
_______ no hizo ninguna de
esas cosas.
Gracias a Dios, porque él
estaba ardiendo.
Cuando se desabrochó los
pantalones y los bajó por los muslos, ella abrió aquellos encantadores ojos
grises mientras estudiaba sin disimulo su erección, con sus suaves labios
entreabiertos con evidente sorpresa.
Era inquietante que no
hubiera visto nunca a un hombre excitado.
«Qué demonios, otro
obstáculo que salvar.»
Ahora era fácil imaginar
que su esposo había acudido a ella en la oscuridad de la noche para ejercer sus
derechos maritales, en lo que Joseph calculó que era más brutalidad egoísta que
ninguna otra cosa. Por lo general se consideraba imposible que un hombre
violara a su esposa, ya que esta era, en esencia, de su propiedad, pero él no
estaba de acuerdo. Cuando una mujer se mostraba reacia o no estaba preparada,
seguía siendo un crimen apropiarse de algo que no se daba voluntariamente.
Subió a la cama junto a
ella y se limitó a acariciarle el labio inferior, trazando y explorando con un
dedo aquella fascinante curva.
—¿He mencionado que es usted
asombrosamente hermosa?
—Ha sido usted más que
generoso con sus cumplidos, Joseph. —______ bajó los párpados un milímetro,
pero no se apartó, y parecía muchísimo menos tensa que en su encuentro de la
tarde.
—Todos los hombres de
Inglaterra me envidiarían si supieran dónde estoy ahora.
—Y no dudo que todas las
mujeres sentirían lo mismo acerca de mí. Especialmente las legiones que me han
precedido y que saben lo que están perdiéndose.
Hablar de antiguas amantes
nunca era prudente, en ninguna circunstancia, y él no iba a empezar ahora,
cuando la necesidad carnal controlaba tan descaradamente sus sentidos. Lo que Joseph
codiciaba estaba a pocos centímetros de distancia: la boca de _____ cálida y
tentadora, su cuerpo voluptuoso al alcance de la mano; pero necesitaba estar
seguro de que ella estaba igualmente implicada.
—Béseme —la animó con la
voz tomada.
«Deja que ella tome la
iniciativa.» Eso parecía lo mejor, pues no quería asustarla ni darle prisa.
Ella dudó un instante,
pero luego se acercó y le rozó los labios con la boca. Tuvo que hacer uso de
toda su fuerza de voluntad para no aplastarla y devorarla, pero se quedó quieto
y no se movió cuando ______ apretó tímidamente la boca contra la suya, y
después se apartó.
Era un pequeño y
prometedor comienzo.
—¿Esto es un beso? —El
enarcó una ceja con ironía. —La besé esta tarde, ¿lo recuerda? Me gustaría ver
cómo se esfuerza un poco más, lady Wynn.
Durante un momento, ella
se limitó a mirarle fijamente, con su centelleante cabello sobre los hombros
gráciles y una sombra desafiante en los ojos. Después se acercó de nuevo y esta
vez puso sus pequeñas manos sobre los hombros de Joseph y separó los labios. El
ladeó un poco la cabeza para intensificar el beso, y cuando ella deslizó la
lengua de forma indecisa dentro de su boca, una leve sonrisa surgió en su fuero
interno.
Tenía la sensación de que ______
iba a ser una alumna competente, a pesar de su pasado.
Unos senos suaves y
desnudos le acariciaron el pecho, y él reprimió un gemido cuando la larga cabellera
de ella se derramó sobre ambos. Sin hacer otra cosa más que rozarle apenas la
espalda, dibujó la curva de su columna vertebral y dejó que ella controlara el
juego. Enredó los dedos en su largo cabello y cuando ella siguió besándole con
progresiva confianza, un quedo sonido de aprobación escapó de su garganta.
Ambos estaban sin aliento
cuando finalmente ella volvió a recostarse.
—¿Mejor?
—Mucho mejor.
Su erección palpitaba con
cada latido de su corazón y Joseph, que no podía esperar a estar dentro de
ella, sonrió sin ganas cuando ella dirigió la mirada a aquel cuerpo abultado y
tieso junto a su estómago. Parecía cautelosa, pero él se animó al ver un brillo
de intriga en sus ojos.
Con un movimiento
deliberadamente lento, le cogió la mano y la puso sobre su erección.
—No deseo ser un misterio
para usted en ningún sentido.
Ella rodeó el perímetro
con sus dedos largos y vacilantes, y se mordió el labio inferior.
—Mi ignorancia es
mortificante.
Él contuvo la respiración
cuando ella apretó un poco.
—Esté tranquila, puede
preguntarme cualquier cosa y le contestaré si puedo. Nunca he comprendido por
qué la sociedad cree que a las mujeres debe ocultárseles todo lo referente a
los temas sexuales. Los hombres hablan de ello cuando quieren. Suele ser un
tema de conversación muy popular.
—Ustedes tienen derechos
que a nosotras se nos niegan, por si no lo había notado.
Tenía bastante razón, pero
era difícil hablar cuando sus dedos le exploraban el miembro, duro como una
piedra.
—Lo he notado —consiguió
admitir, reprimiendo un quejido cuando ella limpió una gota de la punta y se
quedó mirando el dedo, —pero no olvide que el motivo es la posesión, en parte.
Puesto que nuestro deseo es que nuestras hijas se mantengan castas y que
nuestras esposas sean solo para nosotros, y creo que la idea básica es que
cuanto menos sepan ustedes acerca del placer que los hombres y las mujeres
pueden darse mutuamente, mejor.
—¿Vamos a empezar un
debate intelectual sobre este asunto? No creo que le guste mi postura en este
tema. —Ella le acarició y miró detenidamente entre sus piernas, mientras le
cogía los testículos en el hueco de la mano. —Son pesados.
Para ser alguien que carecía
de experiencia, _______ estaba haciendo bastante bien el trabajo de conseguir
que él se excitara hasta un extremo febril. ¿Pesados? Joseph estaba a punto de
explotar solo con aquellas inocentes caricias y eso le sorprendió. Quería
tomarse su tiempo, al menos hasta que ella entendiera ese juego al que él sabía
jugar tan bien.
—Estoy disfrutando de su
curiosidad —explicó con un esfuerzo monumental para parecer relajado, cuando de
hecho ella le retenía los testículos con la mano, —pero quizá sería mejor que
me tocara a mí el turno.
______, con su cabellera
deliciosa y brillante y su piel pálida, parecía un poco confusa.
—De acariciarla. —El se
movió para cogerla en brazos y cambió de postura, de modo que ella quedó
tumbada de espaldas y él sobre ella, apoyándose en los codos. Debían empezar de
forma sencilla, decidió Joseph mientras le rozaba la cadera primero, le
acariciaba luego la parte interna del muslo y descubría después la calidez de
su sexo. Separó con los dedos los delicados pliegues femeninos, y ella apartó
inmediatamente la mirada y se puso tensa.
«Maldición.»
—No le haré daño —susurró
él mientras le besaba el contorno de la barbilla. —Quiero hacerla sentirse
bien, hermosa ______. Si ha sido convenientemente estimulada, disfrutará usted
de mí, le doy mi palabra. Ya está un poco húmeda, lo cual significa que su
cuerpo comprende lo que su mente quiere rechazar. Relájese y se lo demostraré.
Entonces la tocó. Por
todas partes. Cada roce y cada caricia salpicados con besos dulces como el
azúcar y palabras a media voz. En esa zona del pulso, justo encima del hueco de
la clavícula. En el tierno interior del codo. Movió la lengua a través de la
muñeca. Metió su dedo en la boca con provocadora delicadeza, mientras le
acariciaba el hombro desnudo y la mantenía abrazada. Aquello era una
exploración, un viaje de iniciación y de persuasión. Ambos desnudos, piel contra
piel ardiente, mientras él le hacía el amor sin penetrarla aún.
El primer suspiro le
permitió saber que su paciencia había sido recompensada, el gemido siguiente le
animó aún más, y cuando deslizó la mano entre sus muslos y la estimuló con
aquella pequeña y experta presión, ella se agarró a él con una urgencia
prometedora.
Se le humedecieron más los
dedos; la reacción del cuerpo de ______ a sus caricias era indudable.
Y él descubrió que aquello
era más poderoso en cierto sentido, porque sabía que implicaba riesgo,
confianza y una decena de aspectos referentes a la pasión, que él había
abandonado diez años atrás, como mínimo.
Aquello tuvo un impacto
extraordinario. Ella no se confiaba con facilidad. Bueno, él tampoco, de modo
que eso tenían en común, aunque las reservas de Joseph eran diferentes. No
obstante, ______ estaba superando las suyas si el hecho de que elevara las
caderas en un gesto de súplica indicaba algo. Por su parte, él pensó que había
cerrado firmemente la puerta a sus fantasmas.
Aunque quizá estaba
equivocado. El pasado irrumpió de pronto y colisionó con el presente, y aunque
Joseph no acababa de entender las motivaciones que la habían llevado hasta
allí, sintió una conexión con su encantadora compañera de cama mayor de la
habitual.
Era como la situación de
ambos, tan original como el pecado en sí mismo.
Sus atenciones se vieron
recompensadas cuando al final la condujo hacia un estremecedor clímax. Y
después a otro. Justo cuando ella empezaba a relajarse, él volvió a hacerlo;
deslizó profundamente los dedos en aquel calor húmedo y tentador, y sintió
aquellas reveladoras contracciones, mientras ella jadeaba y cerraba los ojos.
El se detuvo un momento
ante aquel pasaje exquisitamente cerrado, sintiendo una necesidad vertiginosa y
urgente. Los músculos internos se cerraron alrededor de sus dedos invasores
cuando inició la tentativa de explorar el paraíso prometido.
La expresión de la cara de
_______ le dijo todo lo que necesitaba saber, y le invadió una sensación de
alivio, aun cuando notó el sudor que le escocía la piel por el esfuerzo que le
costaba no moverse para trepar en medio de aquellos preciosos muslos... y
tomarla. ______ parecía colmada, aturdida incluso; la roca entreabierta, los
ojos abiertos y un leve rubor en sus mejillas a consecuencia de la entrega
sexual.
—Joseph —susurró
maravillada, y dejó caer los párpados.
Ese fue el permiso que él
necesitaba para moverse. Para colocarse en el sitio, para usar su nuevo poder
sobre ella, separarle las piernas aún más y obtener entonces su propio placer.
No lo hizo. Una vocecita,
una que él deseó enviar al infierno, le dijo que no era el momento adecuado.
Aún no.
En el lánguido corolario,
él la acomodó en sus brazos intentando acallar la traicionera urgencia de
poseerla. Ella no habló, pero él podía sentir los rápidos latidos de su
corazón, la suavidad de su piel de seda, la leve exhalación cuando _______ se
desplazó un poco y finalmente levantó la cabeza.
—Yo... yo —titubeó, y
luego tragó saliva de forma audible.
Él, que estaba tumbado a
su lado y presa de una resignada tensión sexual, sonrió. Cuando llegara el
momento, intentaría asegurarse de que ambos llegaran al clímax juntos.
—¿Usted qué?
—Me gustó.
—Pensé que tal vez le
gustaría. —Reprimió una sonrisa, porque tuvo la sensación de que a ella le
molestaría, y añadió en voz baja: —Y me alegro.
Ella echó hacia atrás su
centelleante cabellera. La imagen de su voluptuosa desnudez bajo el brillo de
la tenue luz de las velas desafió su decisión de esperar.
—Usted no comprende la
profundidad de ese cumplido, Jospeh.
—Au contraire, querida. Tengo la sensación de que la comprendo.
—Antes dijo que no haría
suposiciones.
El temple de su voz hizo reír
a Joe.
—No puede tener razón
siempre. O bien yo entiendo a las mujeres y esa fue la razón primigenia por la
que usted decidió hacer esto, o bien yo no sé nada de nada. ¿En qué quedamos?
—Usted no sabe nada de mí.
—Los magníficos ojos de _____ lanzaban destellos de plata, pero le resultaba
difícil ser la altanera y distante lady Wynn cuando estaba deliciosamente
desnuda junto a él.
Joe tenía una erección
vibrante, casi dolorosa. Maldita sea, la contención tenía un coste. Aquello,
cuando finalmente sucediera, debía valer realmente la pena.
Y tal vez había sido un
poco petulante.
La cogió por los hombros y
la atrajo hacia sí para besarla despacio. Cuando ella se abandonó entre sus
brazos, sintió el fulgor de la victoria. Le acercó la boca al oído.
—Muy bien —susurró con voz
ronca, —admito que no la conozco tanto como me gustaría. Tenemos toda la semana
y acabamos de empezar a conocernos. ¿No la intriga?
Y ella respondió con un
suspiro que aleteó contra el pecho de Joseph:
—Sí.
deliciosa, como solo una comida campestre podía serlo. La mantequilla estaba
recién batida; las verduras, recién cogidas y tiernísimas, y la ternera era
aromática y cubierta de abundante salsa. Para postre la señora Sims había hecho
una tarta de frutas con peras del huerto de la finca, y ______ saboreó cada
bocado.
También saboreó la
conversación, para su sorpresa. Los dos se sentaron en una encantadora salita
de techos bajos y grandes ventanales, que normalmente se usaba para desayunar.
El bufete era pequeño y el espacio no era llamativo pero sí muy agradable.
La luz de las velas
iluminaba una mesa que llevaba muchos años usándose, pero que estaba cuidada
hasta el último detalle, como todo lo demás, desde el pulido suelo de madera
oscura hasta el mural de un jardín primaveral en la pared. Era una estancia
encantadora e informal, y en absoluto lo que ella esperaba de un honorable
duque con una vasta fortuna a su disposición.
La falta de pretensiones
era grata. Y eso también la sorprendió.
El la sorprendió.
Seguía nerviosa ante la
noche inminente, pero Joseph Jonas tenía una habilidad singular para llevar
gran parte de la conversación sin monopolizarla, y ella ya se había dado cuenta
de que pertenecía a una rara clase de hombre que no deseaba hablar más de sí
mismo que de cualquier otro tema.
Sus caballos eran otro
asunto. Estaba claro que su pasatiempo era también una obsesión, y ella había
visto personalmente en Ascot el éxito que le reportaba.
—Aquel día, Norfolk ganó
—le dijo él después de cenar, mientras acariciaba una copa de oporto y le
contaba el final de una anécdota, con una leve y peculiar sonrisa en la cara —con
una fractura en la pata trasera. Ya no pudo abandonar la zona de ganadores.
Nunca había visto tanto coraje. Mi entrenador lloró. Admito que yo mismo
derramé un par de lágrimas.
¿El duque diabólico
llorando por un caballo herido, cuando con su dinero podía comprarse otro, o
cien más?
_______ le miró desde el
otro lado de la mesa.
—¿Siempre ha sido tan
aficionado a los caballos?
La risa de Joseph fue un
destello de dientes blancos.
—Creo que sí. De niño me
las arreglaba para escaparme de mi tutor, pero él sabía que si desaparecía
misteriosamente a la hora de las clases me encontraría en los establos. Aún hoy
los caballos de pura sangre me parecen más interesantes que el latín y el
griego.
Imaginarle de niño la
intrigaba. No estaba segura del porqué, tal vez por lo deprimente que había
sido su propia infancia.
—¿Tiene hermanos y
hermanas? —Gracias a la brisa que entraba por las ventanas abiertas, ______ olía
el aroma fresco de la hierba y las flores recién cortadas; la serenidad de la
tarde la relajaba.
—Una hermana mayor
—contestó él de buena gana. —Está casada con un barón y tienen tres hijas.
Charles trabaja en el Ministerio de la Guerra, con un cargo del que nadie hace
mención.
______, que había pasado
la infancia privada del calor familiar, sintió una punzada de envidia al notar
el afecto en su voz.
—¿Y su madre?
—Normalmente reside en
Rothay Hall, en Kent, pero a veces viene a Londres. —Arqueó una ceja. —Es una
fuerza de la naturaleza y reconozco que hago todo lo posible por evitar un
contacto excesivo con ella. La respeto y la adoro, pero no deja de intentar
organizarme la vida a su gusto.
El padre y la tía de
______ le habían organizado la vida, y definitivamente no había sido a su
gusto, de modo que comprendió la reserva de Joseph.
—Al menos usted es el
duque y nadie puede obligarle a nada —murmuró.
Joseph la observó con una
mirada ecuánime.
—Comprendo sus
sentimientos, pero no se equivoque. Todos tenemos obligaciones que no nos
gustan. Los títulos no suponen carta blanca para hacer lo que nos plazca,
créame. —Cambió de postura, un leve movimiento para acomodar su esbelto cuerpo,
como una pantera que se despereza después de una siesta al calor de un tórrido
mediodía. —Dijo usted antes que su tía falleció. ¿Y su padre?
Era justo. Ella le había
preguntado por su familia.
________ movió la cabeza.
—Sigue en York y, sin
haberlo hablado, hemos llegado al acuerdo común de olvidarnos el uno del otro.
Yo no fui un varón.
—Ah. —Como heredero de un
ducado esa única palabra probablemente significaba que lo entendía muy bien.
El recuerdo de la reciente
visita de Franklin le vino a la cabeza, y _______ reprimió un escalofrío de
inquietud.
—El primo de mi marido... el
actual lord Wynn... es el único a quien puedo considerar mi familia, y en su
caso preferiría que no fuera así.
La expresión de su cara
debió de ser elocuente, porque Jospeh frunció el ceño. Repanchingado en su
butaca como un macho indolente, tenía una actitud de arrogancia no
intencionada, pero evidente; como si él fuera capaz de cambiar las cosas.
—¿Le crea dificultades?
—Le gustaría hacerlo
—admitió ella.
—¿Puedo ayudarla?
Ella era la dueña de su
vida y a un coste muy alto.
—¿Por qué iba a ofrecerse?
—le desafió. —¿Y por qué iba a aceptarlo?
Pasado un momento en el
que se limitaron a mirarse, él sonrió.
—No estoy seguro de
ninguno de los motivos —añadió en voz baja, —salvo que me gusta estar aquí con
usted. Esto... —señaló la acogedora estancia, la mesa donde aún había platos
desperdigados —es agradable.
Vaya afirmación más
simple. Y, sin embargo, convincente. Tampoco era un coqueteo, no del tipo
zalamero que ella esperaba, sino infinitamente más persuasivo, ya que evocaba
la posibilidad de que Joseph fuera sincero y no tan solo encantador.
—¿Agradable? —______
arqueó una ceja y le devolvió la sonrisa.
El duque de Rothay se
acomodó de nuevo en su butaca, con las largas piernas extendidas y la copa de
vino en la mano.
—Pensé que era la palabra
adecuada. ¿Debo reformularla?
—No —respondió ella sin
haberlo pensado.
Se interpuso el recuerdo
del glorioso estallido de placer que él le había proporcionado aquella tarde.
Varias veces se había descubierto mirándole al otro lado de la mesita con una
sensación de incredulidad. No era solo que estuviera allí, con él, haciendo una
de las cosas más... no, la más escandalosa de su vida; sino que él no era en
absoluto como ella esperaba. Parte del personaje era auténtica: allí estaba
desde luego el carisma de aquel aristócrata atrevido, pero eso era una fachada refinada, y
el hombre que había debajo no parecía en absoluto calculador, ni alguien
que buscara el placer egoísta. Antes, Joseph se había dado cuenta de que ella
le habría permitido que le hiciera el amor, pero había optado por no hacerlo,
pese a que _______ había visto claramente que estaba más que dispuesto. Podía
haber resultado humillante saber que él había percibido con tanta facilidad que
estaba nerviosa y asustada, pero había demostrado una sensibilidad inesperada.
Un libertino perspicaz.
Mmm. Esa era una faceta interesante que ______ no esperaba encontrar.
Pero también era cierto
que no había sabido qué esperar en absoluto.
Entre un padre indiferente
y un marido dominante y cruel, no tenía buena opinión de los hombres en
general. Tal vez la revelación sexual no sería lo único que aprendería en esta
semana perversa.
—Mañana por la mañana
podríamos cabalgar hasta el río, si le apetece.
_________ recuperó la
atención de golpe y notó que aquella reflexión le había provocado un ligero
rubor en las mejillas.
—Estoy a su disposición.
Joe sonrió y unas
deliciosas arruguitas aparecieron en los rabillos de sus ojos.
—Me gusta cómo suena eso,
milady.
El timbre ronco de su voz
la inquietó.
—Lo que quiero decir...
—replicó cortante, y luego se quedó callada. De hecho, quería decir exactamente
lo que dijo.
Joseph enarcó las cejas.
Seguía sentado allí, cómodo y relajado.
—¿Es que para usted todo
ha de tener una connotación sexual, Rothay?
_______ recuperó su actitud
fría como un manto protector. Era más fácil de lo que imaginaba preguntarle
algo así, tras aquella comida en la intimidad y tras el romántico paseo por los
jardines, durante el cual él había recogido rosas para ella y le había incluso
puesto una en la oreja.
—Cuando estoy con alguien
tan bello como usted, es probable. —Y encogió sus anchos hombros con
impertinencia.
—¿Se le resiste alguien?
—Tenía que admitir que sentía curiosidad. El gozaba de una reputación
formidable, pero las habladurías no eran de fiar.
Joseph jugueteó indolente
con el pie de su copa de vino. El parpadeo de la luz de las velas jugó sobre
sus estilizadas facciones, destacando la perfección de su elegante estructura
ósea y haciendo relucir su cabello azabache.
—Soy exigente a la hora de
seleccionar mis opciones.
—En otras palabras, una
vez que ha escogido a una mujer entre una multitud de admiradoras entusiastas,
¿es suya? —________ había oído los comentarios, había sido testigo del efecto
que él provocaba al entrar en un salón de baile o cabalgando por Hyde Park.
La risa de Joe fue queda y
dulce.
—Hace que suene de muy mal
gusto. Como separar a una yegua de la manada.
Las bromas ingeniosas no eran
la especialidad de _____. Había tenido muy poca práctica a lo largo de la vida.
—A veces soy demasiado
franca —admitió. —Mi tía se pasó casi toda la vida diciéndome lo poco apropiado
que es eso en una dama, aunque mi institutriz me animó a pensar con libertad, y
supongo que en cierta medida esa es la razón por la que soy tan callada cuando
estoy en sociedad. Dios sabe que es muy probable que suelte algo demasiado
directo. Debe de ser por haber pasado mucho tiempo sola, de niña. Uno no
necesita mentirse a sí mismo.
Joseph se reclinó de nuevo
en la butaca con un aire de total languidez varonil. Era difícil interpretar su
expresión.
—Eso lo envidio, me crea o
no.
—¿Qué es lo que envidia?
—La idea de que usted
disfrutó de cierta privacidad en su niñez, así como su capacidad de opinar con
franqueza. Yo, como heredero del ducado, estuve rodeado desde que nací de gente
que me enseñó a hablar con diplomacia a partir del momento en el que pronuncié
la primera palabra, créame. El título va acompañado de cierto grado de
responsabilidad e inevitable sometimiento a la crítica social.
—Nunca lo había visto de
ese modo. —______ inclinó la cabeza a un lado, estudiándole. —Es difícil
compadecer a alguien que es guapo, rico y noble, pero supongo que todo tiene
sus inconvenientes.
—Es difícil compadecerse
de una mujer que es una heredera de belleza exquisita, y alguien que podría
escoger entre todos los hombres de Londres, pero es posible que aun así tenga
sus propios demonios.
Su perspicacia se acercaba
demasiado a la verdad.
Sí, Edward era un demonio,
acechando sus intentos de vivir una vida plena.
—Touché —dijo con frialdad. —Espero exorcizar a uno de ellos esta
semana.
—Tras saborear una muestra
de su pasión, puedo decir con toda sinceridad que para mí será un placer
ayudarla a hacerlo.
Joseph replicó con una
seguridad en sí mismo tan espontánea, que ella se esforzó en disimular el
intenso rubor que le produjo el hincapié que había hecho en la palabra
«saborear», e intentó conseguir al menos un aire de sofisticación parecido.
—Y la semana próxima usted
me habrá olvidado. ¿No es así como funciona? ¿No se cansa de aventuras
pasajeras?
Aquella crítica implícita
no alteró su seguridad en sí mismo.
—Creía que usted no estaba
interesada en la continuidad.
—No lo estoy —se apresuró
a corroborar ella.
—Entonces estamos de
acuerdo y podemos disfrutar el uno del otro sin reservas. Me parece que van a
ser siete días muy placenteros. —Joseph miró hacia la ventana, donde se veían
las estrellas en un cielo de terciopelo azul. Los cortinajes seguían
descorridos, y el cristal, entreabierto, para que entrara la fragante brisa
nocturna. —Con sus noches.
________, que empezaba a
pensar que él tenía razón aunque no hubiera respondido a su pregunta, juntó las
manos en el regazo.
—No esperaba que usted me
gustara.
Joseph se echó a reír.
—Sí que es usted directa,
querida mía. Por favor, no me diga que tengo fama de ser un tipo desagradable.
—No, dicen que es de lo
más encantador. Solo que yo tenía mis dudas de que el encanto fuera real.
—Ah, un artificio para
atraer a las doncellas a mi lecho, ¿es eso? —Algo centelleó en sus ojos
oscuros.
¿Enfado, quizá? No, no le
conocía lo bastante bien para juzgarle.
—Bien... sí.
—Y sin embargo usted
aceptó pasar una semana entera en mi compañía.
—Ambos sabemos que tengo
mis motivos.
Joseph, su cuerpo alto y
esbelto inmóvil y una enigmática expresión, la miró fijamente.
—Veo que estamos siendo
muy francos el uno con el otro. Me parece refrescante, si quiere que le diga la
verdad. Las aventuras amorosas están demasiado a menudo plagadas de intrigas y
fingimientos. En aras de la sinceridad, le diré que normalmente no suelo estar
con mujeres con poca experiencia en la cama, ni me acuesto con viudas jóvenes y
casaderas que han sido tratadas con evidente rudeza en el pasado.
Quizá había sido demasiado
directa. ______ sintió con un destello de alarma que lo siguiente que él iba a
decirle era que deseaba cancelar el trato.
Para su tranquilidad, Joe
siguió diciendo:
—Pero usted es muy
tentadora, milady, y ahora que comprendo mejor sus motivos para estar aquí, me
siento más que honrado, y si su indigno marido aún estuviera vivo —añadió como
sin darle importancia, —le daría tal paliza que casi acabaría con su
despreciable existencia.
Ella captó su sinceridad
con sobresalto, porque la severa mirada de sus ojos desmentía el tono
indiferente de su voz.
_______ nunca había tenido
un defensor. De niña había estado bajo la protección de su tía solterona y
autoritaria, y se casó cuando apenas tenía dieciocho años. El acuerdo se había
negociado totalmente al margen de su consentimiento, pero ella no se labia dado
cuenta de la devastadora realidad del mismo hasta su noche de bodas. Cuando
descubrió lo implacable e insensible que era el hombre con quien la habían
obligado a casarse, le había abandonado y había regresado a su casa de York. Su
padre la había enviado de vuelta inmediatamente y Dios sabe que había pagado
por aquel desliz. Las magulladuras habían tardado semanas en desaparecer.
—Le odiaba. —Era difícil
mantener un tono de voz natural, pero ______ lo intentó. —La lógica me dice que
no todos los hombres son como él, pero a veces la experiencia pesa más que el
sentido común.
—De modo que lo que
necesita son algunas experiencias buenas para contrarrestar las malas.
El matiz ronco de la voz
del apuesto duque provocó un estremecimiento que le subió por la espalda.
—Cierto. Por eso estoy
aquí.-- ______ irguió los hombros.
—Entonces quizá sea hora
de que nos retiremos. —Joe se levantó con un movimiento ágil y suave, y le
tendió la mano.
Su cuerpo insatisfecho
deseaba apresurarse, pero si había una cosa que Joe había aprendido a lo largo
de los últimos años, cuando probó a algunas de las damas más bellas de la alta
sociedad, era la contención sexual. Las mujeres tardaban más en excitarse;
algunas eran aventureras en la cama; otras, recatadas; unas pocas, insaciables.
Mostrarse solícito con cualquiera de las necesidades que pudieran tener sus
amantes nunca había sido un problema, pero ________ era completamente distinta.
Bajo aquella hermosura exquisita había una mujer dolida, y a pesar de que antes
él ya había creado un frágil vínculo de confianza, seguía siendo un auténtico
desafío.
Deseaba llevarla en brazos
al piso de arriba en un gesto romántico y teatral, pero desechó la idea porque
aquello le recordaría a ella que él era superior en fuerza y tamaño. En su
lugar la escoltó con cortesía, la mano de ______ apoyada en su brazo curvado,
como si la condujera a una cena de etiqueta o a una velada en la ópera.
La verdad era que él
seguía estando completamente fuera de su elemento.
Ella tampoco estaba en el
suyo.
¿Por qué le intrigaba eso?
Tal vez fuera hastío, pero
no lo creía realmente. _______ era fuerte a su manera, franca, distante... y
sin embargo vulnerable, absolutamente femenina y, en su opinión, valiente en un
sentido único.
Muy distinta a cierto
recuerdo de su pasado. Aquella dama en particular lo había sido todo menos
indefensa, y fue él quien se vio superado por la situación. Desde entonces
había decidido llevar la voz cantante.
Siempre.
Cuando llegaron al pasillo
del piso de arriba, él optó por el dormitorio de ella, pensando que si utilizaban
otra vez el suyo, _______ volvería a sentirse dominada y en un terreno
incierto.
—Aquí —murmuró abriendo la
puerta. —Disculpe que no haya doncella, pero supuse que usted preferiría privacidad
más que comodidad.
—La habitación es preciosa
—dijo ella, que vaciló un segundo antes de entrar. —Y tiene usted razón. Puedo
vivir sin una doncella.
El dio un somero vistazo a
los muebles, sin saber si se había fijado en ellos alguna vez. Siendo soltero,
nunca se había preocupado en ningún sentido de la alcoba contigua.
—Me alegro de que le guste
el dormitorio y yo puedo ser muy servicial. Permítame desnudarla.
—Su reputación de hombre
servicial es legendaria.
Al infierno con su
reputación, pensó Joseph, molesto. Era consciente de lo que se rumoreaba sobre
él, y a los veintiocho años seguía asombrándole que su vida pudiera interesarle
tanto a la gente.
—Lo único que quería decir
era que si necesita alguna ayuda durante su estancia, me la pida a mí —replicó
en un tono casi brusco.
—¿Le he ofendido?
El la cogió por los
hombros y, con una ligera presión de las manos, la urgió a darse la vuelta.
—Me ofende el hecho de
tener una reputación. Preferiría que mi vida personal no avivara el fuego de
los rumores.
—Entonces quizá no debería
hacer escandalosas apuestas públicas sobre su destreza sexual. —Ella dijo esas
palabras en un tono seco, pero con la voz ligerísimamente entrecortada,
mientras él le apartaba el cabello y empezaba a desabotonar su vestido de noche
de un refulgente verde claro.
Desabrochó los botones con
la facilidad de un experto, aparró la ropa de aquellos hombros esbeltos y
retiró los alfileres del sencillo recogido. Una masa sedosa cayó en cascada
sobre sus manos y por la grácil espalda de _______, y él aspiró aquel perfume
con un cautivador toque de lirios del valle. Levantó el cálido peso de su
cabellera, le besó la nuca con una presión lenta y tentadora y, al sentir que
ella respondía con un escalofrío, dejó que su boca se entretuviera.
—Yo haría caso de su
consejo, hermosa _______, pero si no hubiera aceptado el reto de Manderville,
usted no estaría aquí, verdad? Tal vez debería cruzar apuestas de borrachos con
él más a menudo.
Deslizó la mano alrededor
de su cintura y empezó a hacerle el amor a su cuello. Olió, besó, saboreó la
piel suave y fragante, hasta que ella apoyó la espalda en él y Joseph pudo ver
la rapidez con la que se alzaban sus senos henchidos bajo las puntillas de su
camisa de lino, y cómo los pezones se tensaban bajo la tela finísima.
—¿Puede sentir cómo la
deseo? —Él sabía que podía, pues su brazo la retenía con suavidad pero a la vez
con firmeza contra su erección ya rígida. —¿Tiene idea del dominio que tiene
una mujer sobre un hombre cuando él la desea?
—No. —Fue un susurro quedo
y doloroso.
Desgraciadamente, él
estaba seguro de que ella le decía la verdad. Aquello no hizo nada para apagar
su ardor, pero atemperó su comportamiento.
—Concentra usted toda mi
atención, créame —le prometió. —Deje que se lo demuestre.
Entonces la levantó con
cuidado, como si ella fuera una filigrana de vidrio, y la llevó a la cama con
dosel. Esta vez se lo quitó todo, incluida la camisola, de modo que ________
quedó tendida desnuda y exuberante bajo el resplandor de las velas, que alguien
había dejado ya encendidas.
Joseph se desnudó con
calma mientras ella le observaba. Se quitó la chaqueta, la corbata, la camisa y
las botas, dándole a ella la oportunidad de pedirle que parara, o de cubrirse
el cuerpo desnudo.
_______ no hizo ninguna de
esas cosas.
Gracias a Dios, porque él
estaba ardiendo.
Cuando se desabrochó los
pantalones y los bajó por los muslos, ella abrió aquellos encantadores ojos
grises mientras estudiaba sin disimulo su erección, con sus suaves labios
entreabiertos con evidente sorpresa.
Era inquietante que no
hubiera visto nunca a un hombre excitado.
«Qué demonios, otro
obstáculo que salvar.»
Ahora era fácil imaginar
que su esposo había acudido a ella en la oscuridad de la noche para ejercer sus
derechos maritales, en lo que Joseph calculó que era más brutalidad egoísta que
ninguna otra cosa. Por lo general se consideraba imposible que un hombre
violara a su esposa, ya que esta era, en esencia, de su propiedad, pero él no
estaba de acuerdo. Cuando una mujer se mostraba reacia o no estaba preparada,
seguía siendo un crimen apropiarse de algo que no se daba voluntariamente.
Subió a la cama junto a
ella y se limitó a acariciarle el labio inferior, trazando y explorando con un
dedo aquella fascinante curva.
—¿He mencionado que es usted
asombrosamente hermosa?
—Ha sido usted más que
generoso con sus cumplidos, Joseph. —______ bajó los párpados un milímetro,
pero no se apartó, y parecía muchísimo menos tensa que en su encuentro de la
tarde.
—Todos los hombres de
Inglaterra me envidiarían si supieran dónde estoy ahora.
—Y no dudo que todas las
mujeres sentirían lo mismo acerca de mí. Especialmente las legiones que me han
precedido y que saben lo que están perdiéndose.
Hablar de antiguas amantes
nunca era prudente, en ninguna circunstancia, y él no iba a empezar ahora,
cuando la necesidad carnal controlaba tan descaradamente sus sentidos. Lo que Joseph
codiciaba estaba a pocos centímetros de distancia: la boca de _____ cálida y
tentadora, su cuerpo voluptuoso al alcance de la mano; pero necesitaba estar
seguro de que ella estaba igualmente implicada.
—Béseme —la animó con la
voz tomada.
«Deja que ella tome la
iniciativa.» Eso parecía lo mejor, pues no quería asustarla ni darle prisa.
Ella dudó un instante,
pero luego se acercó y le rozó los labios con la boca. Tuvo que hacer uso de
toda su fuerza de voluntad para no aplastarla y devorarla, pero se quedó quieto
y no se movió cuando ______ apretó tímidamente la boca contra la suya, y
después se apartó.
Era un pequeño y
prometedor comienzo.
—¿Esto es un beso? —El
enarcó una ceja con ironía. —La besé esta tarde, ¿lo recuerda? Me gustaría ver
cómo se esfuerza un poco más, lady Wynn.
Durante un momento, ella
se limitó a mirarle fijamente, con su centelleante cabello sobre los hombros
gráciles y una sombra desafiante en los ojos. Después se acercó de nuevo y esta
vez puso sus pequeñas manos sobre los hombros de Joseph y separó los labios. El
ladeó un poco la cabeza para intensificar el beso, y cuando ella deslizó la
lengua de forma indecisa dentro de su boca, una leve sonrisa surgió en su fuero
interno.
Tenía la sensación de que ______
iba a ser una alumna competente, a pesar de su pasado.
Unos senos suaves y
desnudos le acariciaron el pecho, y él reprimió un gemido cuando la larga cabellera
de ella se derramó sobre ambos. Sin hacer otra cosa más que rozarle apenas la
espalda, dibujó la curva de su columna vertebral y dejó que ella controlara el
juego. Enredó los dedos en su largo cabello y cuando ella siguió besándole con
progresiva confianza, un quedo sonido de aprobación escapó de su garganta.
Ambos estaban sin aliento
cuando finalmente ella volvió a recostarse.
—¿Mejor?
—Mucho mejor.
Su erección palpitaba con
cada latido de su corazón y Joseph, que no podía esperar a estar dentro de
ella, sonrió sin ganas cuando ella dirigió la mirada a aquel cuerpo abultado y
tieso junto a su estómago. Parecía cautelosa, pero él se animó al ver un brillo
de intriga en sus ojos.
Con un movimiento
deliberadamente lento, le cogió la mano y la puso sobre su erección.
—No deseo ser un misterio
para usted en ningún sentido.
Ella rodeó el perímetro
con sus dedos largos y vacilantes, y se mordió el labio inferior.
—Mi ignorancia es
mortificante.
Él contuvo la respiración
cuando ella apretó un poco.
—Esté tranquila, puede
preguntarme cualquier cosa y le contestaré si puedo. Nunca he comprendido por
qué la sociedad cree que a las mujeres debe ocultárseles todo lo referente a
los temas sexuales. Los hombres hablan de ello cuando quieren. Suele ser un
tema de conversación muy popular.
—Ustedes tienen derechos
que a nosotras se nos niegan, por si no lo había notado.
Tenía bastante razón, pero
era difícil hablar cuando sus dedos le exploraban el miembro, duro como una
piedra.
—Lo he notado —consiguió
admitir, reprimiendo un quejido cuando ella limpió una gota de la punta y se
quedó mirando el dedo, —pero no olvide que el motivo es la posesión, en parte.
Puesto que nuestro deseo es que nuestras hijas se mantengan castas y que
nuestras esposas sean solo para nosotros, y creo que la idea básica es que
cuanto menos sepan ustedes acerca del placer que los hombres y las mujeres
pueden darse mutuamente, mejor.
—¿Vamos a empezar un
debate intelectual sobre este asunto? No creo que le guste mi postura en este
tema. —Ella le acarició y miró detenidamente entre sus piernas, mientras le
cogía los testículos en el hueco de la mano. —Son pesados.
Para ser alguien que carecía
de experiencia, _______ estaba haciendo bastante bien el trabajo de conseguir
que él se excitara hasta un extremo febril. ¿Pesados? Joseph estaba a punto de
explotar solo con aquellas inocentes caricias y eso le sorprendió. Quería
tomarse su tiempo, al menos hasta que ella entendiera ese juego al que él sabía
jugar tan bien.
—Estoy disfrutando de su
curiosidad —explicó con un esfuerzo monumental para parecer relajado, cuando de
hecho ella le retenía los testículos con la mano, —pero quizá sería mejor que
me tocara a mí el turno.
______, con su cabellera
deliciosa y brillante y su piel pálida, parecía un poco confusa.
—De acariciarla. —El se
movió para cogerla en brazos y cambió de postura, de modo que ella quedó
tumbada de espaldas y él sobre ella, apoyándose en los codos. Debían empezar de
forma sencilla, decidió Joseph mientras le rozaba la cadera primero, le
acariciaba luego la parte interna del muslo y descubría después la calidez de
su sexo. Separó con los dedos los delicados pliegues femeninos, y ella apartó
inmediatamente la mirada y se puso tensa.
«Maldición.»
—No le haré daño —susurró
él mientras le besaba el contorno de la barbilla. —Quiero hacerla sentirse
bien, hermosa ______. Si ha sido convenientemente estimulada, disfrutará usted
de mí, le doy mi palabra. Ya está un poco húmeda, lo cual significa que su
cuerpo comprende lo que su mente quiere rechazar. Relájese y se lo demostraré.
Entonces la tocó. Por
todas partes. Cada roce y cada caricia salpicados con besos dulces como el
azúcar y palabras a media voz. En esa zona del pulso, justo encima del hueco de
la clavícula. En el tierno interior del codo. Movió la lengua a través de la
muñeca. Metió su dedo en la boca con provocadora delicadeza, mientras le
acariciaba el hombro desnudo y la mantenía abrazada. Aquello era una
exploración, un viaje de iniciación y de persuasión. Ambos desnudos, piel contra
piel ardiente, mientras él le hacía el amor sin penetrarla aún.
El primer suspiro le
permitió saber que su paciencia había sido recompensada, el gemido siguiente le
animó aún más, y cuando deslizó la mano entre sus muslos y la estimuló con
aquella pequeña y experta presión, ella se agarró a él con una urgencia
prometedora.
Se le humedecieron más los
dedos; la reacción del cuerpo de ______ a sus caricias era indudable.
Y él descubrió que aquello
era más poderoso en cierto sentido, porque sabía que implicaba riesgo,
confianza y una decena de aspectos referentes a la pasión, que él había
abandonado diez años atrás, como mínimo.
Aquello tuvo un impacto
extraordinario. Ella no se confiaba con facilidad. Bueno, él tampoco, de modo
que eso tenían en común, aunque las reservas de Joseph eran diferentes. No
obstante, ______ estaba superando las suyas si el hecho de que elevara las
caderas en un gesto de súplica indicaba algo. Por su parte, él pensó que había
cerrado firmemente la puerta a sus fantasmas.
Aunque quizá estaba
equivocado. El pasado irrumpió de pronto y colisionó con el presente, y aunque
Joseph no acababa de entender las motivaciones que la habían llevado hasta
allí, sintió una conexión con su encantadora compañera de cama mayor de la
habitual.
Era como la situación de
ambos, tan original como el pecado en sí mismo.
Sus atenciones se vieron
recompensadas cuando al final la condujo hacia un estremecedor clímax. Y
después a otro. Justo cuando ella empezaba a relajarse, él volvió a hacerlo;
deslizó profundamente los dedos en aquel calor húmedo y tentador, y sintió
aquellas reveladoras contracciones, mientras ella jadeaba y cerraba los ojos.
El se detuvo un momento
ante aquel pasaje exquisitamente cerrado, sintiendo una necesidad vertiginosa y
urgente. Los músculos internos se cerraron alrededor de sus dedos invasores
cuando inició la tentativa de explorar el paraíso prometido.
La expresión de la cara de
_______ le dijo todo lo que necesitaba saber, y le invadió una sensación de
alivio, aun cuando notó el sudor que le escocía la piel por el esfuerzo que le
costaba no moverse para trepar en medio de aquellos preciosos muslos... y
tomarla. ______ parecía colmada, aturdida incluso; la roca entreabierta, los
ojos abiertos y un leve rubor en sus mejillas a consecuencia de la entrega
sexual.
—Joseph —susurró
maravillada, y dejó caer los párpados.
Ese fue el permiso que él
necesitaba para moverse. Para colocarse en el sitio, para usar su nuevo poder
sobre ella, separarle las piernas aún más y obtener entonces su propio placer.
No lo hizo. Una vocecita,
una que él deseó enviar al infierno, le dijo que no era el momento adecuado.
Aún no.
En el lánguido corolario,
él la acomodó en sus brazos intentando acallar la traicionera urgencia de
poseerla. Ella no habló, pero él podía sentir los rápidos latidos de su
corazón, la suavidad de su piel de seda, la leve exhalación cuando _______ se
desplazó un poco y finalmente levantó la cabeza.
—Yo... yo —titubeó, y
luego tragó saliva de forma audible.
Él, que estaba tumbado a
su lado y presa de una resignada tensión sexual, sonrió. Cuando llegara el
momento, intentaría asegurarse de que ambos llegaran al clímax juntos.
—¿Usted qué?
—Me gustó.
—Pensé que tal vez le
gustaría. —Reprimió una sonrisa, porque tuvo la sensación de que a ella le
molestaría, y añadió en voz baja: —Y me alegro.
Ella echó hacia atrás su
centelleante cabellera. La imagen de su voluptuosa desnudez bajo el brillo de
la tenue luz de las velas desafió su decisión de esperar.
—Usted no comprende la
profundidad de ese cumplido, Jospeh.
—Au contraire, querida. Tengo la sensación de que la comprendo.
—Antes dijo que no haría
suposiciones.
El temple de su voz hizo reír
a Joe.
—No puede tener razón
siempre. O bien yo entiendo a las mujeres y esa fue la razón primigenia por la
que usted decidió hacer esto, o bien yo no sé nada de nada. ¿En qué quedamos?
—Usted no sabe nada de mí.
—Los magníficos ojos de _____ lanzaban destellos de plata, pero le resultaba
difícil ser la altanera y distante lady Wynn cuando estaba deliciosamente
desnuda junto a él.
Joe tenía una erección
vibrante, casi dolorosa. Maldita sea, la contención tenía un coste. Aquello,
cuando finalmente sucediera, debía valer realmente la pena.
Y tal vez había sido un
poco petulante.
La cogió por los hombros y
la atrajo hacia sí para besarla despacio. Cuando ella se abandonó entre sus
brazos, sintió el fulgor de la victoria. Le acercó la boca al oído.
—Muy bien —susurró con voz
ronca, —admito que no la conozco tanto como me gustaría. Tenemos toda la semana
y acabamos de empezar a conocernos. ¿No la intriga?
Y ella respondió con un
suspiro que aleteó contra el pecho de Joseph:
—Sí.
zai
Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
ohhhhhhhhhhhhhhh
joe definitivamente es demasiado paciente jejje
pobre
sigue!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
joe definitivamente es demasiado paciente jejje
pobre
sigue!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Julieta♥
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