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[Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
Sooky escribió:Hola soy nueva lectora ;) me ha encantado la nove siguelaaa!!!!!!!!!!!! esta interesante
https://onlywn.activoforo.com/t20686-rendicion-adaptada-joe-y-tu esta es mi web porsiquieres pasarte por ella
Gracias que bueno que te guste la novela :)
Bienvenida
Cuado pueda me paso por tu novela :)
Bienvenida
Cuado pueda me paso por tu novela :)
zai
Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
me encanta me encanta me encanta me encanta me encanta me encanta
siguela pronto por fis!!!!!!!!!!!!
siguela pronto por fis!!!!!!!!!!!!
Julieta♥
Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
awwwww me encanta Joseph!!
Es tan lindo y estan enamorados los dos!
Annabel ya hasle caso a Nick
Siguela!!
Es tan lindo y estan enamorados los dos!
Annabel ya hasle caso a Nick
Siguela!!
aranzhitha
Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
HOOLAAAA!!1 NUEVA LECTOORAAA Y ME GUSTA TU NOOVEEE LA ACABO DE LEEERR!!!
PERO ME QUEDE CON DUDA EL DUQUE ES JOE VERDAD???
POR QUE EL ULTIMO CAPIS HABLA QUE ES NICK???
PERO AUN ASI ME ENCANTAAAA!!!
ASI QUE SIGUELA PORFIISSS
PERO ME QUEDE CON DUDA EL DUQUE ES JOE VERDAD???
POR QUE EL ULTIMO CAPIS HABLA QUE ES NICK???
PERO AUN ASI ME ENCANTAAAA!!!
ASI QUE SIGUELA PORFIISSS
chelis
Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
chelis escribió:HOOLAAAA!!1 NUEVA LECTOORAAA Y ME GUSTA TU NOOVEEE LA ACABO DE LEEERR!!!
PERO ME QUEDE CON DUDA EL DUQUE ES JOE VERDAD???
POR QUE EL ULTIMO CAPIS HABLA QUE ES NICK???
PERO AUN ASI ME ENCANTAAAA!!!
ASI QUE SIGUELA PORFIISSS
Hola que bueno que te guste esta novela tambien :)
La nove es de Joe y ____ que es el duque y Nick es el conde son dos personajes diferentes.. son los dos que hicieron la apuesta... por eso es como que cuenta las dos historias a la vez porq la de Nick es con Annabel :)
En el prologo estan mas claros los nombres :)
O puede ser tambien que yo edite mal el capitulo xq en la novela original Joe se llama Nicholas..
Nose si ahora te quedo mas claro pero cualquier cosa preguntame de nuevo :)
Ahh y Bienvenida
zai
Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
CAPÍTULO 17
Annabel contempló a través del cristal surcado por la lluvia la vista de la calle mojada y la ocasional salpicadura de un vehículo al pasar, que destacaba sobre el persistente sonido del aguacero. El cielo, suspendido justo encima de los tejados, parecía hosco.
—Me temo que soy una consentida. Últimamente ha hecho tan buen tiempo, que creo que casi había olvidado lo espantoso que puede llegar a ser.
—Esta tarde parece más silenciosa que de costumbre, querida. —Alfred le sonrió. —Me alegra oír que es el tiempo y no otra cosa lo que va mal.
Si él supiera... Todo iba mal.
Todo.
Según Nicholas, Alfred había notado la tensión. Peor aún, le había pedido explicaciones a Nicholas sobre la misma.
Miró a su prometido y se preguntó por qué dudaba. Él tenía el mismo aspecto de siempre; iba vestido con elegancia, a la última moda, con las botas abrillantadas al máximo, el cabello castaño bien peinado hacia atrás y su rostro, si bien no exactamente hermoso, sí era muy agradable. Los mismos ojos castaños, la misma nariz, la misma boca. Pero por algún motivo insensato, en lugar de sentirse confortada por su presencia, Annabel sentía flaquear su convicción de que esa boda inminente fuera lo que ella quería.
La culpa era de Nicholas. Ella le echaba la culpa de todo y cuando pensaba en la otra noche, cuando él trepó hasta la ventana y entró en su dormitorio, se sentía furiosa.
¿Cómo se atrevía a arruinar su felicidad?
«Te amo.»
Ni que decir tenía que no le creyó y aunque le creyera no importaba. El no era la clase de hombre que sería fiel y ella no era la clase de mujer que podía casarse con alguien que no lo fuera. Y no había más que hablar.
En cualquier caso, él tampoco había mencionado el matrimonio. Nicholas Drake no era del tipo que ofrecía un matrimonio cabal a ninguna mujer. El solo quería el uso transitorio de los cuerpos femeninos. Annabel sabía que se sentía atraído por ella desde aquel beso devastador del año anterior, y sospechaba que esa impetuosa invasión de su dormitorio y la posterior declaración provenían de la conciencia de que no podría tenerla.
Porque no había forma humana de que ella fuera tan estúpida para creer que era sincero.
—... él acababa de cruzar la calle cuando dio un traspié, y cayó de cabeza a los pies de ella. ¿Fue por casualidad? —Alfred rió entre dientes y el grueso anillo de sello que llevaba en el dedo centelleó cuando se llevó la taza a los labios.
Annabel parpadeó; se dio cuenta de que no había escuchado la anécdota y un sentimiento de culpa acrecentó aún más la turbulencia de sus emociones.
—Tiene gracia —dijo en un funesto intento por fingir que había oído lo que él había dicho.
—En aquel momento realmente la tuvo. —Alfred dejó a un lado el té y la miró con una serenidad que a ella le pareció desconcertante. —Pero ya veo que no está usted de humor para historias banales. ¿Sería mejor que la visitara en otro momento?
—No —protestó ella y después, al cabo de un momento, suspiró. —Quizá sí, milord. ¿Puedo ofrecerle mis disculpas por ser tan mala compañía?
—No hay ninguna necesidad, querida mía, ya lo sabe. Estaremos casados durante muchos, muchos años e imagino que compartiremos buena parte de nuestros malos humores.
Muchos, muchos años. De algún modo aquello acrecentaba su dilema. Estaba allí sentada, antes de que estuvieran casados siquiera, pensando en otro hombre. Por todos los diablos, ella no quería que las cosas fueran de esa manera.
Alfred se levantó.
—La visitaré mañana por la mañana y, si el tiempo mejora, tal vez podremos dar un pequeño paseo.
Aquel tiempo lúgubre se correspondía perfectamente con su actual estado de ánimo. Annabel asintió.
Su prometido se acercó, le tomó la mano, se la llevó a los labios y, antes de soltarla, le rozó apenas la parte de atrás de los dedos con la boca.
—Hasta mañana pues, querida mía, y sea lo que sea eso que la perturba espero que se solucione. Si hay algo que yo pueda hacer, ya sabe que no tiene más que pedírmelo.
Aquel lejano y fatídico instante en la biblioteca era sin duda parte del problema. Annabel tuvo una idea. De repente se puso de pie.
—Béseme.
Alfred parecía indescriptiblemente asombrado.
—Annabel, estamos en la salita. No creo que... Ella alzó la cara y preguntó en un tono que esperaba que fuera dulce y persuasivo:
—¿No lo desea?
—Sí... bueno, sí, maldita sea, por supuesto; pero la única razón por la que estamos relativamente a solas es porque Thomas confía en que yo sea un caballero en todo momento.
El tenía razón, y la puerta estaba abierta de par en par, de modo que cualquier criado que pasara pudiera verlos, aparte de que Margaret podía irrumpir en cualquier momento, pero a Annabel no le importó. Si podía hacer algo para borrar aquel calamitoso recuerdo, estaba dispuesta a arriesgarse. Por otro lado, se suponía que dentro de unos meses estarían casados. Seguro que nadie se escandalizaría demasiado.
—No creo que un beso sea una horrible transgresión de conducta. No, cuando la mujer va a ser su esposa. —Desde que fue presentada en sociedad, Annabel había aprendido algo sobre el arte del coqueteo, y alzó la mirada hacia él bajo el velo de las pestañas, incitándole tan provocativamente como supo.
El, a su vez, le miró la boca y luego le pasó la mano apenas por la cintura.
—Imagino que tiene razón.
«Bésame. Hazme olvidar aquel primer beso, haz que me olvide de él...»
Cuando Alfred inclinó la cabeza, ella cerró los ojos y esperó, con la respiración palpitando en la garganta.
Por desgracia, todo terminó demasiado deprisa. Él se limitó a apretar ligeramente los labios contra su boca durante dos, quizá tres décimas de segundo, y después dio un paso hacia atrás.
Esta vez la tierra no tembló. Esta vez... con el hombre con quien había aceptado casarse... el beso fue una experiencia bastante pedestre. El sonrió con su contención habitual y un aire vagamente triunfante. Annabel hizo todo lo que pudo para disimular su apabullante decepción. Una cosa era pedirle un beso, y otra muy distinta decirle que no había quedado en muy buen lugar. Claro que Alfred era un joven muy correcto, de modo que jamás la habría incitado a abrir la boca, ni la habría seducido con la lengua y los labios, de un modo fascinante y pecaminoso que hiciera flaquear sus rodillas. ¿En qué había estado pensando?
Con toda la presencia de ánimo de la que fue capaz, Annabel dijo:
—Entonces le veré mañana por la mañana, milord.
Cuando él se fue, volvió a sentarse muy abatida, y contempló el jarrón de cristal con rosas de invernadero que descansaba sobre una mesa de madera barnizada en el otro extremo de la sala. Alfred las había traído unos días antes y algunas flores amarillas habían empezado a marchitarse, ya tenían un ligero tono marrón en los bordes, y las cabezas algo caídas.
Era un hombre en verdad considerado. Atento, educado y muy buen partido. Sería un marido bueno y responsable, y la trataría con respeto y cariño.
¿Estaba enamorado de ella? Nunca lo había dicho y ella dudaba que detrás de aquella proposición de matrimonio hubiera auténticos sentimientos de pasión. Ella procedía de buena familia y tenía una buena dote, y sabía que él admiraba su belleza. En resumen, era muy apropiada, y él buscaba una esposa apropiada.
Dios, Dios, «apropiada». Cómo odiaba de repente esa palabra.
Nicholas oyó el murmullo familiar de voces masculinas, salpicadas por una carcajada ocasional, y le hizo un gesto al camarero.
—¿El duque está aquí, Frederick?
El joven, tan inmaculadamente vestido como cualquiera de los miembros del club, inclinó la cabeza.
—Buenas noches, milord. Sí, en efecto. Está en la mesa de costumbre.
—Gracias.
El aroma del tabaco, con un relevante toque de coñac, impregnaba el aire, y él pasó junto a varias mesas de conocidos que le saludaron y le retrasaron. Cuando finalmente llegó al extremo del salón, vio a Joseph sentado con su habitual aire de despreocupación y el ceño algo fruncido. Estaba disfrutando de un licor y sostenía la enorme copa en la palma de la mano.
Sin mayor preámbulo, Nicholas se dejó caer en la butaca de enfrente y cogió una copa. Ya le habían traído su whisky preferido, prueba de la eficacia del personal.
—Recibí tu nota. Has vuelto pronto, por lo que veo.
—A petición del primer ministro.
—Ah. Siempre es difícil negarse a eso. Lord Liverpool llama y nosotros acudimos.
—En efecto.
De hecho, el tono de la misiva de Joe le había parecido un poco brusco, y era comprensible que Nicholas sintiera una curiosidad terrible por la semana que su amigo había pasado en el campo... y en brazos de lady Wynn.
—Dime, ¿fue un alivio marcharse? Estuviste allí... ¿qué?, ¿cinco días? Sigo diciendo que es mucho tiempo en compañía de la misma mujer.
—Depende de la mujer.
Ese sentimiento era nuevo para un reconocido calavera.
—Ah, ¿sí? ¿Ahora depende?
Joe levantó finalmente su copa y dio un sorbo antes de contestar.
—De hecho, fue una decepción tener que interrumpirlo.
—Deduzco que nuestra exquisita _____ hace honor a su belleza —dijo Nick con creciente interés.
—Y de qué modo, sí. —Joseph le dedicó una mirada que solo podía describirse como una advertencia.
—Esto es una pequeña sorpresa. Aunque en efecto ella es muy atractiva, no habría imaginado que resultara ser una jovencita ardiente entre las sábanas.
—Si esperas que te cuente los detalles, más vale que lo olvides, Nicholas.
Aquel tono cortante y de amenaza era lo último que esperaba de un hombre que se había marchado de improviso con una mujer encantadora para una semana de disfrute sexual. Nicholas se reclinó de nuevo en la butaca.
—Yo no he pedido detalles, Joe. Estamos un poco susceptibles, ¿eh?
La respuesta fue un ligero gruñido que no le proporcionó excesiva información, pero Nicholas ya había deducido que pasaba algo fuera de lo normal. Desde el principio le había sorprendido bastante la inusual impaciencia de su amigo por llevarse a la dama al campo, y ahora era evidente que Joseph parecía empecinado en volver.
Él mismo también había estado bastante empecinado últimamente, pero eso era debido a su insostenible situación con Annabel.
Ambos estaban muy acostumbrados a ser sinceros el uno con el otro, así que Nicholas dijo sin rodeos:
—Estás de un humor de perros.
—Mira quién habla. Si tuviera una moneda por todas las veces que te has puesto de mal humor en los últimos meses, mi fortuna aumentaría de forma significativa.
Bien, era difícil negar eso, por lo que Nicholas prefirió beber un buen sorbo de su copa. Aún no estaba preparado para hablarle a su amigo del desastre del año anterior y de los errores siguientes que, por lo visto, lo habían empeorado todo. Thomas lo sabía y con eso bastaba.
Annabel lo sabía, y con eso no bastaba.
De pronto, Joe dijo con innecesaria vehemencia:
—A su marido deberían haberle azotado.
Nick pestañeó antes de preguntar con cautela:
—¿A lord Wynn? ¿Qué te contó ella?
—No hizo falta que me contara nada. Digamos únicamente que la respuesta de ______ a nuestro infantil alarde de masculinidad implicó cierto grado de coraje. La admiro por ello.
Alguien rió con ganas a sus espaldas y aquel estridente sonido destacó por encima del usual tono de murmullo de la conversación. Nicholas estaba confuso.
—A riesgo de parecer obtuso, lo cual no es la primera vez que ocurre, ¿podrías explicarte mejor?
—Era un vicioso bastardo.
—Ah, ya entiendo. —El tono de la nota de lady Wynn adquirió un significado completamente nuevo.
Lo que demonios hubiera sucedido en Essex, había sido algo más que una simple cita sexual. Nicholas intentó una expresión ambigua y mientras asimilaba el nuevo giro de los acontecimientos, se terminó la primera copa de aquel excelente whisky. Hizo un gesto para que le sirvieran otra.
—Imagino que ahora que ella ha vuelto a Londres, tú... bueno, supongo que organizarás las cosas. —Joe masajeó su fina mandíbula, con una expresión de enfado en aquel atractivo rostro que tantas mujeres admiraban. Para la reunión con el primer ministro vestía una ajustada chaqueta de terciopelo verde, chaleco con un bordado esmeralda a juego, pantalones beis y unas botas muy lustrosas. Su cabello de ébano contrastaba con una prístina corbata blanca con ribete de encaje, pero su frente levemente fruncida desmerecía su imagen de elegante cortesano.
¡Por todos los diablos, el infame Rothay estaba celoso! Nicholas se dio cuenta de ello con cierta sorpresa.
Aunque él ya no tenía intención de tocar a la dama en cuestión, no podía dejar pasar la oportunidad de tantear el terreno y averiguar si tenía razón.
—Estoy impaciente —mintió. Se recostó en la butaca con un movimiento lánguido y agitó su copa mientras el camarero se alejaba a toda prisa. —Últimamente me he aburrido bastante y me iría bien un buen polvo.
Sin ninguna duda, algo brilló en los ojos oscuros de su amigo ante la deliberada grosería.
—Vuelve a decirlo de ese modo y yo... —gruñó Joe.
Nicholas esperó con una ceja arqueada.
Ah, sí, definitivamente posesivo con la en otros tiempos estirada lady Wynn.
—Te envié una nota para que nos viéramos —musitó Joe, —porque quería decirte que fueras cuidadoso con ella. Eso es todo.
—¿Cuidadoso?
—Sí, cuidadoso. Gentil. No aceleres las cosas.
—¿De verdad me estás indicando cómo acostarme con ella? —Atemperó la incredulidad con una cordial ironía.
—Lo único que digo... —Joe vaciló por segunda vez y tensó los dedos alrededor de la copa. Entonces añadió con fiereza: —Maldita sea.
Se levantó de repente y salió a toda prisa sin decir ni adiós.
Nicholas juntó los labios y emitió un silbido silencioso, mientras veía la enérgica silueta del duque abandonar la sala.
Puesto que Nicholas había cometido una vez el imperdonable pecado de reprimir sus propios sentimientos, comprendía a la perfección cómo podía afectar todo aquello la vida de un hombre. Pero también sabía que es difícil perder las malas costumbres. Tal vez Joseph no estaba listo para admitir que estaba, cuando menos, afectado, y muy posiblemente algo más.
Bien, puede que Nicholas no fuera capaz de resolver su propio problema con Annabel, pero quizá podía ayudar a Joseph. Mientras estaba sentado allí, se le ocurrió el germen de una idea y la meditó mientras observaba su vaso de whisky, pero sin bebérselo.
Las mujeres caían ante Joseph como planean las hojas del otoño desde los árboles. Si la espléndida viuda había vivido un matrimonio horrible, ¿cómo habría reaccionado a los poderes de seducción de uno de los amantes más reputados de Inglaterra? A juzgar por la forma como acababa de actuar el duque de Rothay, debía de haber sucedido algo memorable.
Vaya, eso era en verdad interesante.
Sí, tal vez él debía arreglar las cosas para ver a la dama; aunque no con el objetivo original que había insinuado Joseph.
Annabel contempló a través del cristal surcado por la lluvia la vista de la calle mojada y la ocasional salpicadura de un vehículo al pasar, que destacaba sobre el persistente sonido del aguacero. El cielo, suspendido justo encima de los tejados, parecía hosco.
—Me temo que soy una consentida. Últimamente ha hecho tan buen tiempo, que creo que casi había olvidado lo espantoso que puede llegar a ser.
—Esta tarde parece más silenciosa que de costumbre, querida. —Alfred le sonrió. —Me alegra oír que es el tiempo y no otra cosa lo que va mal.
Si él supiera... Todo iba mal.
Todo.
Según Nicholas, Alfred había notado la tensión. Peor aún, le había pedido explicaciones a Nicholas sobre la misma.
Miró a su prometido y se preguntó por qué dudaba. Él tenía el mismo aspecto de siempre; iba vestido con elegancia, a la última moda, con las botas abrillantadas al máximo, el cabello castaño bien peinado hacia atrás y su rostro, si bien no exactamente hermoso, sí era muy agradable. Los mismos ojos castaños, la misma nariz, la misma boca. Pero por algún motivo insensato, en lugar de sentirse confortada por su presencia, Annabel sentía flaquear su convicción de que esa boda inminente fuera lo que ella quería.
La culpa era de Nicholas. Ella le echaba la culpa de todo y cuando pensaba en la otra noche, cuando él trepó hasta la ventana y entró en su dormitorio, se sentía furiosa.
¿Cómo se atrevía a arruinar su felicidad?
«Te amo.»
Ni que decir tenía que no le creyó y aunque le creyera no importaba. El no era la clase de hombre que sería fiel y ella no era la clase de mujer que podía casarse con alguien que no lo fuera. Y no había más que hablar.
En cualquier caso, él tampoco había mencionado el matrimonio. Nicholas Drake no era del tipo que ofrecía un matrimonio cabal a ninguna mujer. El solo quería el uso transitorio de los cuerpos femeninos. Annabel sabía que se sentía atraído por ella desde aquel beso devastador del año anterior, y sospechaba que esa impetuosa invasión de su dormitorio y la posterior declaración provenían de la conciencia de que no podría tenerla.
Porque no había forma humana de que ella fuera tan estúpida para creer que era sincero.
—... él acababa de cruzar la calle cuando dio un traspié, y cayó de cabeza a los pies de ella. ¿Fue por casualidad? —Alfred rió entre dientes y el grueso anillo de sello que llevaba en el dedo centelleó cuando se llevó la taza a los labios.
Annabel parpadeó; se dio cuenta de que no había escuchado la anécdota y un sentimiento de culpa acrecentó aún más la turbulencia de sus emociones.
—Tiene gracia —dijo en un funesto intento por fingir que había oído lo que él había dicho.
—En aquel momento realmente la tuvo. —Alfred dejó a un lado el té y la miró con una serenidad que a ella le pareció desconcertante. —Pero ya veo que no está usted de humor para historias banales. ¿Sería mejor que la visitara en otro momento?
—No —protestó ella y después, al cabo de un momento, suspiró. —Quizá sí, milord. ¿Puedo ofrecerle mis disculpas por ser tan mala compañía?
—No hay ninguna necesidad, querida mía, ya lo sabe. Estaremos casados durante muchos, muchos años e imagino que compartiremos buena parte de nuestros malos humores.
Muchos, muchos años. De algún modo aquello acrecentaba su dilema. Estaba allí sentada, antes de que estuvieran casados siquiera, pensando en otro hombre. Por todos los diablos, ella no quería que las cosas fueran de esa manera.
Alfred se levantó.
—La visitaré mañana por la mañana y, si el tiempo mejora, tal vez podremos dar un pequeño paseo.
Aquel tiempo lúgubre se correspondía perfectamente con su actual estado de ánimo. Annabel asintió.
Su prometido se acercó, le tomó la mano, se la llevó a los labios y, antes de soltarla, le rozó apenas la parte de atrás de los dedos con la boca.
—Hasta mañana pues, querida mía, y sea lo que sea eso que la perturba espero que se solucione. Si hay algo que yo pueda hacer, ya sabe que no tiene más que pedírmelo.
Aquel lejano y fatídico instante en la biblioteca era sin duda parte del problema. Annabel tuvo una idea. De repente se puso de pie.
—Béseme.
Alfred parecía indescriptiblemente asombrado.
—Annabel, estamos en la salita. No creo que... Ella alzó la cara y preguntó en un tono que esperaba que fuera dulce y persuasivo:
—¿No lo desea?
—Sí... bueno, sí, maldita sea, por supuesto; pero la única razón por la que estamos relativamente a solas es porque Thomas confía en que yo sea un caballero en todo momento.
El tenía razón, y la puerta estaba abierta de par en par, de modo que cualquier criado que pasara pudiera verlos, aparte de que Margaret podía irrumpir en cualquier momento, pero a Annabel no le importó. Si podía hacer algo para borrar aquel calamitoso recuerdo, estaba dispuesta a arriesgarse. Por otro lado, se suponía que dentro de unos meses estarían casados. Seguro que nadie se escandalizaría demasiado.
—No creo que un beso sea una horrible transgresión de conducta. No, cuando la mujer va a ser su esposa. —Desde que fue presentada en sociedad, Annabel había aprendido algo sobre el arte del coqueteo, y alzó la mirada hacia él bajo el velo de las pestañas, incitándole tan provocativamente como supo.
El, a su vez, le miró la boca y luego le pasó la mano apenas por la cintura.
—Imagino que tiene razón.
«Bésame. Hazme olvidar aquel primer beso, haz que me olvide de él...»
Cuando Alfred inclinó la cabeza, ella cerró los ojos y esperó, con la respiración palpitando en la garganta.
Por desgracia, todo terminó demasiado deprisa. Él se limitó a apretar ligeramente los labios contra su boca durante dos, quizá tres décimas de segundo, y después dio un paso hacia atrás.
Esta vez la tierra no tembló. Esta vez... con el hombre con quien había aceptado casarse... el beso fue una experiencia bastante pedestre. El sonrió con su contención habitual y un aire vagamente triunfante. Annabel hizo todo lo que pudo para disimular su apabullante decepción. Una cosa era pedirle un beso, y otra muy distinta decirle que no había quedado en muy buen lugar. Claro que Alfred era un joven muy correcto, de modo que jamás la habría incitado a abrir la boca, ni la habría seducido con la lengua y los labios, de un modo fascinante y pecaminoso que hiciera flaquear sus rodillas. ¿En qué había estado pensando?
Con toda la presencia de ánimo de la que fue capaz, Annabel dijo:
—Entonces le veré mañana por la mañana, milord.
Cuando él se fue, volvió a sentarse muy abatida, y contempló el jarrón de cristal con rosas de invernadero que descansaba sobre una mesa de madera barnizada en el otro extremo de la sala. Alfred las había traído unos días antes y algunas flores amarillas habían empezado a marchitarse, ya tenían un ligero tono marrón en los bordes, y las cabezas algo caídas.
Era un hombre en verdad considerado. Atento, educado y muy buen partido. Sería un marido bueno y responsable, y la trataría con respeto y cariño.
¿Estaba enamorado de ella? Nunca lo había dicho y ella dudaba que detrás de aquella proposición de matrimonio hubiera auténticos sentimientos de pasión. Ella procedía de buena familia y tenía una buena dote, y sabía que él admiraba su belleza. En resumen, era muy apropiada, y él buscaba una esposa apropiada.
Dios, Dios, «apropiada». Cómo odiaba de repente esa palabra.
Nicholas oyó el murmullo familiar de voces masculinas, salpicadas por una carcajada ocasional, y le hizo un gesto al camarero.
—¿El duque está aquí, Frederick?
El joven, tan inmaculadamente vestido como cualquiera de los miembros del club, inclinó la cabeza.
—Buenas noches, milord. Sí, en efecto. Está en la mesa de costumbre.
—Gracias.
El aroma del tabaco, con un relevante toque de coñac, impregnaba el aire, y él pasó junto a varias mesas de conocidos que le saludaron y le retrasaron. Cuando finalmente llegó al extremo del salón, vio a Joseph sentado con su habitual aire de despreocupación y el ceño algo fruncido. Estaba disfrutando de un licor y sostenía la enorme copa en la palma de la mano.
Sin mayor preámbulo, Nicholas se dejó caer en la butaca de enfrente y cogió una copa. Ya le habían traído su whisky preferido, prueba de la eficacia del personal.
—Recibí tu nota. Has vuelto pronto, por lo que veo.
—A petición del primer ministro.
—Ah. Siempre es difícil negarse a eso. Lord Liverpool llama y nosotros acudimos.
—En efecto.
De hecho, el tono de la misiva de Joe le había parecido un poco brusco, y era comprensible que Nicholas sintiera una curiosidad terrible por la semana que su amigo había pasado en el campo... y en brazos de lady Wynn.
—Dime, ¿fue un alivio marcharse? Estuviste allí... ¿qué?, ¿cinco días? Sigo diciendo que es mucho tiempo en compañía de la misma mujer.
—Depende de la mujer.
Ese sentimiento era nuevo para un reconocido calavera.
—Ah, ¿sí? ¿Ahora depende?
Joe levantó finalmente su copa y dio un sorbo antes de contestar.
—De hecho, fue una decepción tener que interrumpirlo.
—Deduzco que nuestra exquisita _____ hace honor a su belleza —dijo Nick con creciente interés.
—Y de qué modo, sí. —Joseph le dedicó una mirada que solo podía describirse como una advertencia.
—Esto es una pequeña sorpresa. Aunque en efecto ella es muy atractiva, no habría imaginado que resultara ser una jovencita ardiente entre las sábanas.
—Si esperas que te cuente los detalles, más vale que lo olvides, Nicholas.
Aquel tono cortante y de amenaza era lo último que esperaba de un hombre que se había marchado de improviso con una mujer encantadora para una semana de disfrute sexual. Nicholas se reclinó de nuevo en la butaca.
—Yo no he pedido detalles, Joe. Estamos un poco susceptibles, ¿eh?
La respuesta fue un ligero gruñido que no le proporcionó excesiva información, pero Nicholas ya había deducido que pasaba algo fuera de lo normal. Desde el principio le había sorprendido bastante la inusual impaciencia de su amigo por llevarse a la dama al campo, y ahora era evidente que Joseph parecía empecinado en volver.
Él mismo también había estado bastante empecinado últimamente, pero eso era debido a su insostenible situación con Annabel.
Ambos estaban muy acostumbrados a ser sinceros el uno con el otro, así que Nicholas dijo sin rodeos:
—Estás de un humor de perros.
—Mira quién habla. Si tuviera una moneda por todas las veces que te has puesto de mal humor en los últimos meses, mi fortuna aumentaría de forma significativa.
Bien, era difícil negar eso, por lo que Nicholas prefirió beber un buen sorbo de su copa. Aún no estaba preparado para hablarle a su amigo del desastre del año anterior y de los errores siguientes que, por lo visto, lo habían empeorado todo. Thomas lo sabía y con eso bastaba.
Annabel lo sabía, y con eso no bastaba.
De pronto, Joe dijo con innecesaria vehemencia:
—A su marido deberían haberle azotado.
Nick pestañeó antes de preguntar con cautela:
—¿A lord Wynn? ¿Qué te contó ella?
—No hizo falta que me contara nada. Digamos únicamente que la respuesta de ______ a nuestro infantil alarde de masculinidad implicó cierto grado de coraje. La admiro por ello.
Alguien rió con ganas a sus espaldas y aquel estridente sonido destacó por encima del usual tono de murmullo de la conversación. Nicholas estaba confuso.
—A riesgo de parecer obtuso, lo cual no es la primera vez que ocurre, ¿podrías explicarte mejor?
—Era un vicioso bastardo.
—Ah, ya entiendo. —El tono de la nota de lady Wynn adquirió un significado completamente nuevo.
Lo que demonios hubiera sucedido en Essex, había sido algo más que una simple cita sexual. Nicholas intentó una expresión ambigua y mientras asimilaba el nuevo giro de los acontecimientos, se terminó la primera copa de aquel excelente whisky. Hizo un gesto para que le sirvieran otra.
—Imagino que ahora que ella ha vuelto a Londres, tú... bueno, supongo que organizarás las cosas. —Joe masajeó su fina mandíbula, con una expresión de enfado en aquel atractivo rostro que tantas mujeres admiraban. Para la reunión con el primer ministro vestía una ajustada chaqueta de terciopelo verde, chaleco con un bordado esmeralda a juego, pantalones beis y unas botas muy lustrosas. Su cabello de ébano contrastaba con una prístina corbata blanca con ribete de encaje, pero su frente levemente fruncida desmerecía su imagen de elegante cortesano.
¡Por todos los diablos, el infame Rothay estaba celoso! Nicholas se dio cuenta de ello con cierta sorpresa.
Aunque él ya no tenía intención de tocar a la dama en cuestión, no podía dejar pasar la oportunidad de tantear el terreno y averiguar si tenía razón.
—Estoy impaciente —mintió. Se recostó en la butaca con un movimiento lánguido y agitó su copa mientras el camarero se alejaba a toda prisa. —Últimamente me he aburrido bastante y me iría bien un buen polvo.
Sin ninguna duda, algo brilló en los ojos oscuros de su amigo ante la deliberada grosería.
—Vuelve a decirlo de ese modo y yo... —gruñó Joe.
Nicholas esperó con una ceja arqueada.
Ah, sí, definitivamente posesivo con la en otros tiempos estirada lady Wynn.
—Te envié una nota para que nos viéramos —musitó Joe, —porque quería decirte que fueras cuidadoso con ella. Eso es todo.
—¿Cuidadoso?
—Sí, cuidadoso. Gentil. No aceleres las cosas.
—¿De verdad me estás indicando cómo acostarme con ella? —Atemperó la incredulidad con una cordial ironía.
—Lo único que digo... —Joe vaciló por segunda vez y tensó los dedos alrededor de la copa. Entonces añadió con fiereza: —Maldita sea.
Se levantó de repente y salió a toda prisa sin decir ni adiós.
Nicholas juntó los labios y emitió un silbido silencioso, mientras veía la enérgica silueta del duque abandonar la sala.
Puesto que Nicholas había cometido una vez el imperdonable pecado de reprimir sus propios sentimientos, comprendía a la perfección cómo podía afectar todo aquello la vida de un hombre. Pero también sabía que es difícil perder las malas costumbres. Tal vez Joseph no estaba listo para admitir que estaba, cuando menos, afectado, y muy posiblemente algo más.
Bien, puede que Nicholas no fuera capaz de resolver su propio problema con Annabel, pero quizá podía ayudar a Joseph. Mientras estaba sentado allí, se le ocurrió el germen de una idea y la meditó mientras observaba su vaso de whisky, pero sin bebérselo.
Las mujeres caían ante Joseph como planean las hojas del otoño desde los árboles. Si la espléndida viuda había vivido un matrimonio horrible, ¿cómo habría reaccionado a los poderes de seducción de uno de los amantes más reputados de Inglaterra? A juzgar por la forma como acababa de actuar el duque de Rothay, debía de haber sucedido algo memorable.
Vaya, eso era en verdad interesante.
Sí, tal vez él debía arreglar las cosas para ver a la dama; aunque no con el objetivo original que había insinuado Joseph.
zai
Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
AAAAAAAAAHHHHH!!!!!!!
JOE CELOOSSOOOOO!!!
Y NIIICCKKKK UN DULCESITO DE LECHEEEE!!
OJALA ANNABEL VIERA COMO ES EN REALIDAD NIIICCKKK!!!
Y MIRA LEEEII DE NUEVO EL CAAAPIISSS Y SIII PUSISTE A NICK EN VEZ DE A JOEEEE!!!
PERO LO BUENO ES QUE ENTENDIII!!!
ASI QUE SIGUELA PORFIIISS
JOE CELOOSSOOOOO!!!
Y NIIICCKKKK UN DULCESITO DE LECHEEEE!!
OJALA ANNABEL VIERA COMO ES EN REALIDAD NIIICCKKK!!!
Y MIRA LEEEII DE NUEVO EL CAAAPIISSS Y SIII PUSISTE A NICK EN VEZ DE A JOEEEE!!!
PERO LO BUENO ES QUE ENTENDIII!!!
ASI QUE SIGUELA PORFIIISS
chelis
Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
awwww mi Joe todo celosito!!
Nick es tan dulce!!! Anabel le deberia de hacer caso!!
Siguela!!
Nick es tan dulce!!! Anabel le deberia de hacer caso!!
Siguela!!
aranzhitha
Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
jajajjajajajjajaja
pobre joe esta que se muerde los codos de los celos
tienes que seguirla pequeña
me encanta esta nove
ya te lo habia dicho??
jejje sigue!!!!!!!!!
pobre joe esta que se muerde los codos de los celos
tienes que seguirla pequeña
me encanta esta nove
ya te lo habia dicho??
jejje sigue!!!!!!!!!
Julieta♥
Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
Hola chicas!!! como andan???
yo estoy muerta de sueño pero no me podia ir sin dejarles su capitulo =)
lo edite medio dormida asi que perdon si me equivoque en algun nombre :oops:
Espero les guste el capi!!!!
yo estoy muerta de sueño pero no me podia ir sin dejarles su capitulo =)
lo edite medio dormida asi que perdon si me equivoque en algun nombre :oops:
Espero les guste el capi!!!!
CAPÍTULO 18
Era muy tarde, estaba cansada, y la visita no le había dado su nombre al mayordomo. ______ contempló los crípticos garabatos de aquella sencilla tarjeta con el ceño fruncido, y entonces parpadeó consternada al darse cuenta de quién debía de ser.
—Sí, Norman, recibiré al caballero. Por favor, acompáñele al estudio de Edward.
El anciano mayordomo, vestido con una bata, inclinó la cabeza sin mostrar curiosidad por aquel acontecimiento tan inusual en una residencia normalmente tranquila, pero ella podía imaginar lo que estaba pensando. Tampoco su reciente ausencia era habitual en ella.
Demonio. Eso debía de significar conde de Manderville. Ella había pedido discreción y estaba bastante segura de que una visita vespertina a su casa de la ciudad no lo era. Aquel hombre debía de haberse enterado por Joseph de que ya habían vuelto.
Bien, no había tardado ni un minuto en ir a verla. Era difícil decidir si sentirse adulada o molesta. El azar quiso que todavía estuviera vestida, pues se había quedado adormilada en la salita contigua a su dormitorio mientras leía después de cenar. Cuando estaba sola le resultaba más cómodo llevarse una bandeja a sus aposentos que pasar por todo aquel ceremonioso ritual en el comedor. El servicio tampoco había previsto que volviera tan pronto, de modo que pudo comer con la misma facilidad el pollo frío, el queso y el pan tierno en el piso de arriba. Lo hacía bastante a menudo. Aunque sentarse sola en aquella mesa enorme era mejor que cenar con Edward; aun así le provocaba desánimo y ponía de manifiesto su soledad.
No era eso lo que tenía que hacer. Lo que tenía que hacer era preguntarse si la cita idílica con el apuesto Rothay le había hecho la vida más difícil, en lugar de ser una cura para su melancolía.
______ se miró al espejo, se alisó el cabello y luego bajó a comprobar qué deseaba comentar Nicholas Drake con ella que no podía esperar a una hora más civilizada.
Al principio lo que vio en el interior del estudio la sobresaltó, luego sintió alivio y después le divirtió. Entró en la estancia y cerró la puerta a toda prisa.
—Buenas noches, milord.
El se dio la vuelta, descubrió la risa que planeaba sobre los labios de ella, y una sonrisa triste acarició aquella boca bien perfilada.
—Buenas noches. ¿Sabe, milady?, yo también puedo ser tan ingenioso como usted. He venido paseando, para asegurarme de que a nadie le llamara la atención el caballo ni el carruaje.
Era verdad. Nicholas iba vestido con el sencillo atuendo de un comerciante. Llevaba una chaqueta gris colgada de sus enormes espaldas, las largas piernas embutidas en unos pantalones ajados y unas viejas botas usadas que había encontrado en algún sitio. Encima de una butaca había un sombrero maltrecho. Estaba de pie junto a la ventana, alto e impresionante pese al estado de sus ropas, y aunque a primera vista el disfraz podía resultar convincente, ella supuso que la apariencia plebeya se desvanecería tras pasar un rato en su compañía. Esa actitud natural de seguridad en sí mismo, idéntica a la de Joseph, era mucho más difícil de disimular que el aspecto físico.
—Me complace, por supuesto, que se molestara en asegurarse de que nadie le reconociera, pero me intriga un poco por qué está usted aquí, y a estas horas nada menos —murmuró.
No estaba ansiosa por decirle a Nicholas Drake que había cambiado de opinión sobre su participación en la apuesta. Él querría saber por qué. Era muy probable que a un sofisticado granuja como el conde le pareciera muy graciosa su ingenuidad si le contaba la verdad. Aunque estaba segura de que ella no era la primera mujer que se rendía tan rápidamente al amor con el duque de Rothay, ______ seguía intentando comprender sus sentimientos, y abordar la situación de la forma más objetiva posible. Otro desafortunado aspecto de su decisión era que si Nicholas y Joseph decidían que la apuesta siguiera adelante y todavía quisieran dirimirla, eso significaba que Joseph obsequiaría a otra mujer con su fastuoso encanto y glorioso talento en la alcoba.
Le dolía pensar en ello, lo cual la convertía en una boba por partida doble.
¿Qué esperaba? ¿Que después de ella, él fuera célibe? Joseph había pedido volver a verla y ella había dicho que no. Ese era el final de la historia.
—Podría haber esperado a mañana —dijo Nicholas de pronto, —pero visitarla de noche reducía las probabilidades de que me reconocieran, y lo que he de hablar con usted es mucho mejor hacerlo cara a cara. He esperado demasiado tiempo para hacer algo y lo que he intentado hasta ahora no ha funcionado.
Algo confusa, ______ escogió una butaca y se sentó con las manos entrelazadas sobre el regazo. A pesar de su propósito de conservar la calma, se ruborizó.
—Sé que hemos de organizar nuestra... bien, semana, pero...
—Disculpe la imperdonable interrupción, pero no se trata de eso. —Nicholas hizo un gesto de impaciencia con la mano. —Bien, indirectamente imagino que sí. ¿Qué pasó entre usted y Joe?
Vaya pregunta. Ella le miró fijamente, con la cara aún más acalorada.
—¿Cómo dice?
Cualquiera que fuese el significado de su expresión, él lo comprendió. Claro que lo comprendió; era muy desenvuelto con las mujeres y estaba acostumbrado a sus estados de ánimo, según decían. Soltó una leve carcajada.
—No le pregunto por los detalles, créame. Ya sé cómo son estas cosas. No lo que pasó entre ustedes en el dormitorio, sino ¿qué más? A él le he visto hace un rato y no es el de siempre en absoluto. Está nervioso y, es más, creo que quería disuadirme. Cancelar el desafío.
«¿De veras?»
Fue como si el estudio que la rodeaba, con su persistente y vago aroma de cuero y whisky, se desvaneciera. _____ miró al hombre alto del otro extremo de la sala y sintió una punzada de... ¿qué? ¿Esperanza? ¿Felicidad?
—De todas formas yo no puedo seguir adelante —confesó con un hilo de voz, mientras intentaba asimilar lo que él le estaba diciendo. —Iba a enviarle a usted una nota. Lamento incumplir, pero... he de hacerlo.
Para su sorpresa, al ver que balbuceaba, la expresión de Nicholas pareció iluminarse, pese a que no había respondido directamente a su pregunta.
—¿Por qué debe cancelarlo?
No, si lo dijera en voz alta, se involucraría emocionalmente. Admitirlo de palabra lo convertiría en algo dolorosamente cierto. Nicholas incluso podía contarle a Joseph que ella creía haberse enamorado de él.
No.
—Motivos personales —dijo, confiando zanjar el tema con eso. —Una vez más, me disculpo por retirarme.
—¿Esas razones personales están relacionadas con un duque muy tozudo e independiente? —Sus ojos azules expresaban una sagacidad desconcertante.
Ella llevaba años haciendo creer a la gente que era fría e insensible. Por lo visto ahora había perdido esa habilidad. ______ carraspeó.
—Por favor, no me pregunte eso.
—Eso es un contundente sí, sin duda alguna. Excelente.
El comentario era desconcertante. ______ estaba más perdida que nunca respecto al motivo de su visita. ¿Lo había malinterpretado o él acababa de dar a entender que consideraba una buena cosa que ella se sintiera atraída sin remedio por un hombre cuyo desapego emocional era bien conocido cuando se trataba de asuntos de amor?
—No se disculpe porque hayamos perdido la oportunidad de pasar juntos el tiempo que nos correspondía, lady Wynn —continuó Nicholas. —Eso no iba a suceder en ningún caso, al margen de lo que ocurriera entre Joe y usted. Yo ya estoy harto de relaciones sin sentido, con mujeres que solo valoran el placer transitorio. Permítame ser absolutamente sincero con usted. La apuesta fue el resultado directo de un momento de frustración, motivada por el anuncio de que la mujer que amo con todo mi corazón y mi alma iba a casarse con otro hombre.
¿El reloj de la esquina siempre había sonado tan fuerte? Ella trataba sus asuntos contables en esa estancia y nunca antes lo había notado. Aquel fue el único sonido que interfirió en el silencio mortal que se hizo, mientras observaba a su visitante con evidente sorpresa.
¿Acababa de decir lord Manderville que estaba enamorado? ______ se echó a reír espontáneamente, y su júbilo descontrolado quebró aquel instante. Fue en parte un regocijo auténtico, y en parte la liberación de la tensión nerviosa que había ido acumulando en los últimos días.
Nicholas arqueó sus cejas castañas.
—¿Le parece divertido? Me alegro de que sea así, pero en lo que a mí respecta, soy el hombre más desgraciado de Londres.
Ella consiguió recuperar el aliento, se presionó el estómago con la mano y negó con la cabeza.
—No, milord, no me estoy riendo del infortunio al que se ha referido. Pero debe usted admitir que todo esto es muy cómico en cierto sentido. Mientras estábamos en Essex, Joseph me dijo en esencia que solo desea casarse por amor. Aquí está usted, diciéndome que su corazón, presuntamente intacto, está roto. Ningún miembro de la alta sociedad lo creería.
El conde parecía desconcertado, pero tuvo la cortesía de sonreír.
—Supongo que tiene usted razón.
_______ tuvo que reconocer que estaba intrigada.
—¿Quién es ella?
—Annabel Reid, la pupila de mi tío.
Ella asimiló la información con incredulidad. La señorita Reid era muy joven y la quintaesencia de la debutante ingenua. ¿Eso era lo que había conquistado el corazón del malicioso ángel? ¿Una muchacha recién salida de la escuela y pupila de su tío? No es que la jovencita no fuera muy hermosa, pero lord Manderville no perdía el tiempo con jóvenes casaderas. Eso lo sabía todo el mundo.
—Está usted sorprendida —dijo él, interpretando correctamente su expresión. —Bien, yo también, pero es la verdad. También me sorprende la reacción de Joseph con usted. No obstante, quizá sea el destino. Confío bastante en que podamos unir nuestras fuerzas. Es decir, si está usted tan fascinada por Joseph como él parecer estarlo por usted.
Ella estaba más que fascinada, ese era el problema, pero intentó divagar.
—No creo que el duque y yo nos conozcamos lo suficiente para ser capaces de calibrar la profundidad de nuestros sentimientos.
Lord Manderville resopló.
—Cuando él habló conmigo está tarde estaba celoso. Yo soy capaz de reconocer ese sentimiento de sobra. Preocupado por usted, inquieto, infeliz, enfadado consigo mismo, confuso...
—Hace usted que eso parezca una enfermedad terrible, milord. —Al ver la expresión dolorida de Nicholas, ______ reprimió otra carcajada involuntaria y una oleada de optimismo irracional.
—Lo es, créame. —Él apretó los labios y dudó un momento. —Mire, milady, hace mucho tiempo que conozco a Joe. Desde el primer momento, allí en la salita de la taberna, saltó una chispa entre ustedes dos. Entonces me di cuenta, pero pensé que quizá eran las circunstancias inusuales lo que le intrigaban. Ahora me pregunto si no es mucho más.
¿Podía tener razón Nicholas? Era irracional confiar en eso. Pero aun así, ella le miró confusa e indefensa.
—¿Cómo podemos ayudarnos el uno al otro?
—Tal vez si trabajamos juntos podemos ayudarnos mutuamente. Mi tío está convencido de que Annabel siente lo mismo por mí que yo por ella y yo creo, rezo por ello, que tiene razón. Pero está prometida a lord Hyatt y mi último intento de explicarme ante ella fue un desastre. Me preguntaba si usted, a partir del sesgo de su propia experiencia, podría convencerla para que se diera cuenta de que un matrimonio sin amor es el camino a la infelicidad.
¿Realmente sentía lástima por uno de los hombres más guapos, ricos y encantadores de Inglaterra?
Bien, sí. Él parecía desesperadamente sincero y, al fin y al cabo, se había puesto un disfraz ridículo y había ido a verla en plena noche. Por no decir que había manifestado que no tenía intención de seguir adelante con la apuesta, aunque ella hubiera estado dispuesta.
—Yo solo puedo hablar a partir de mi propia experiencia —dijo _______. —Conozco a lord Hyatt y dudo que vaya a ser un marido cruel. Pero tiene usted razón, milord. Creo que un matrimonio sin amor echa a perder una parte muy valiosa de la vida de una persona, y ello es doblemente injusto si una de las personas implicadas está enamorada de otra. Supongo que estoy dispuesta a intentarlo.
—Excelente. —La sonrisa de Nicholas fue auténtica por primera vez. Era un gesto cautivador con la boca, que sin duda había hecho que a más de una mujer le temblaran las rodillas. Alzó una ceja y aquella expresión sonriente se convirtió en una mueca diabólica. —Yo, a mi vez, me encargaré encantado de hacer que Joe reconozca ante sí mismo, y ante usted, que tal vez su corazón esté por fin comprometido. No quiero que él cometa el mismo error que cometí yo. Si creyera que bastaría con un simple discurso, lo intentaría, pero los hombres son más obtusos que las mujeres.
—Si piensa por un momento que voy a discutirle eso, lord Manderville, está muy equivocado.
—Dudo que lo hiciera —dijo él con sequedad. —Mi tesis es que algo que le dé un buen porrazo en la cabeza será más útil que la sutileza. Tengo un plan.
______ empezaba a darse cuenta de por qué Joseph era tan buen amigo de su notorio camarada.
—Imagino que será algo muy ocurrente, pero hay un problema muy grave. Si usted no hubiera sido tan honesto hace un momento, ni siquiera se lo comentaría, pero...
En cuanto hubo dicho eso, a ______ le falló la voz y tragó saliva para mitigar la tensión que sentía en la garganta. Bajó la mirada un momento hacia sus dedos entrelazados sobre el regazo y después irguió los hombros.
—A pesar de mi oferta de arbitrar la apuesta y de los días que pasé con el duque, no estoy interesada en una aventura pasajera. Dado que es muy probable que yo sea estéril, cualquier otra cosa es imposible entre nosotros. Por otro lado, él y yo nos conocemos desde hace muy poco tiempo. Apenas una semana en mutua compañía sin duda no basta para juzgar la autenticidad de los sentimientos.
Manderville apoyó su enorme hombro en la pared y cruzó los brazos.
—Opino que está usted muy equivocada, lady Wynn. Conozco a Annabel desde hace más de una década, y aun así no supe ver lo que estaba pasando entre nosotros. No hay un espacio de tiempo establecido para medir el enamoramiento. Creo que a ciertas personas les sucede en el instante en que se conocen, y en otros casos hacen falta años para que madure poco a poco; entre ambas situaciones hay infinidad de variables. En cuanto a la posibilidad de que conciba usted un hijo algún día, admito que tener un heredero es algo que debe tener muy en cuenta cualquiera que posea un título que transmitir. Pero incluso si Joe se casara con alguna jovencita virginal, correría ese riesgo.
Eso era cierto. Efectivamente, antes de casarse, ella ni siquiera había pensado que no pudiera concebir.
—En mi caso, él tiene la evidencia de mi anterior fracaso.
—Así, ¿su tesis es que él haría mejor casándose con alguna cría insulsa? Pensé que acababa usted de decirme que él quiere casarse por amor.
¿Realmente estaba teniendo una conversación sobre el tema del romanticismo y el matrimonio con un conocido libertino?
Ni Joseph ni Nicholas Drake eran los hombres que aparentaban ser.
—No sabemos si él siente algo por mí, más allá de la atracción física —señaló ______.
—Al contrario. Usted no le vio está tarde. —Nicholas se irguió. —Contésteme a esto, milady. Si solo dispusiera de una palabra para describir el tiempo que pasó con él en Essex, ¿cuál sería?
¿Una palabra? Era imposible resumir el claro del bosque bañado por el sol, el indescriptible placer, las extraordinarias sonrisas y los valses silenciosos con una sola palabra.
Pero podía intentarlo.
—Mágico —dijo finalmente con una voz casi inaudible.
Él asintió; la mirada de sus ojos demostraba el escaso éxito que ______ había tenido al ocultar sus sentimientos.
—Entonces, ¿le gustaría oír lo que tengo en mente?
zai
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