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[Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHH!!!!
QUE ES LO QUE TIENE EN MENTEEEEEE???
AAAII PON OOOTROOOOO
QUE ES LO QUE TIENE EN MENTEEEEEE???
AAAII PON OOOTROOOOO
chelis
Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
awww me encanta!!! Van a unir fuerzas!!!
Para hacer entender a esos dos!!
Siguela!!!!
Para hacer entender a esos dos!!
Siguela!!!!
aranzhitha
Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
CAPÍTULO 19
Dos días. El estribillo le rondaba en la cabeza incluso cuando hacía algo tan simple como untar un poco de mermelada en una tostada. A diferencia de la sencilla y soleada salita del desayuno en la propiedad de Essex donde había cenado con _______, los techos altos, la mesa enorme y reluciente, y el grupo de sirvientes que se movían con discreción en un segundo plano, mientras reponían lonchas de carne y huevos, le recordaban que en su casa de Londres nada se hacía a pequeña escala. Joseph estaba acostumbrado, rara vez había pensado en ello siquiera, pero aquella pompa ducal se le hacía esa mañana muy evidente porque estaba obsesionado con una viuda muy encantadora e inasequible.
______ prefería comer solo una tostada. Tomaba el té con leche, pero sin azúcar. Cuando el sol rozaba su cabello, producía un resplandor de un color extraordinario, como...
—Realmente estás en otro mundo, querido. ¿Qué te tiene tan distraído esta mañana?
Joseph levantó la mirada al momento, la taza quedó suspendida a medio camino de su boca. Dios bendito, había estado soñando despierto como un idiota enamorado.
¿Qué debía hacer? ¿Decirle a su madre que estaba absorto con la idea de que lady Wynn le debía dos días más de placeres carnales para decidir la apuesta? Joseph no se hacía ilusiones; su madre debía de estar enterada del envite, pero hasta el momento no había dicho nada. No es que no le agradeciera que no hubiera sacado a colación un desafío masculino tan falto de tacto, ya que estaba seguro de que ella lo desaprobaba. Seguramente debía desaprobarlo, en realidad. Sin embargo, lo que había sucedido no podía cambiarse. Como tampoco el reto, convenientemente anunciado en el libro de apuestas, para que todo Londres hablara de ello, ni aquellos cinco reveladores días con _______.
Esos no cambiarían, pero el pacto eran siete.
Sí, ella le debía dos más. Se había negado a ello, pero tal vez él podía convencerla de lo contrario. Estaba empezando a obsesionarse con la idea.
—He estado muy ocupado esta semana. —Joseph depositó la taza con exagerado cuidado junto al plato y se llevó la servilleta a la boca. —Siento no estar por ti. Por favor, perdóname.
—Te perdono, cariño, pero preferiría saber qué provoca esa expresión en tu cara. —Ella le miró con el ceño fruncido desde el otro extremo de la mesa, mientras removía lánguidamente el chocolate.
—¿Qué expresión? —El emitió un suspiro profundo y resignado. Al fin y al cabo, para empezar era un error estar sentado ahí y pensando en ________. Si se avecinaba un interrogatorio, la culpa era solo suya.
Pero al parecer no podía quitársela de la cabeza.
Su madre cogió con elegancia la preciosa jarra de porcelana que tenía delante y se sirvió una generosa cantidad de chocolate deshecho, pero sin dejar de estar pendiente de él.
—Parecía que estuvieras recordando algo bastante placentero. Te hizo sonreír.
La excelentísima duquesa de Rothay siempre había sido perspicaz. Pero Joseph no estaba de humor para contestar preguntas, y aunque lo estuviera, dudaba de que a ella le gustasen las respuestas. Tal vez ni siquiera le creería. El nunca se obsesionaba con las mujeres.
Hasta ahora.
Su madre seguía mirándole pensativa, con la curiosidad reflejada en sus bonitos ojos oscuros.
—Se diría que tienes la cabeza en otra parte. Has estado silencioso toda la semana y no has querido acompañarnos a ningún sitio.
Tenía razón. Había evitado asistir a la habitual serie de veladas y diversiones de todo tipo, sobre todo porque quería evitar a _______.
Y al mismo tiempo sentía ese impulso perverso e inquietante de verla. Normalmente sabía cómo funcionaba su mente. Su actual estado de ansiedad le recordaba de forma preocupante lo que había sentido por Helena diez años antes. Solo que entonces había sido un interés motivado por un enamoramiento juvenil, y ahora ya no era un muchacho.
—En este momento estoy muy ocupado —dijo con la voz más neutra que pudo.
Su madre no se dejó engañar. Alzó una ceja y en sus rasgos aristocráticos apareció un escepticismo burlón.
—Tú siempre estás terriblemente ocupado, Joseph. Esa no puede ser la razón. Althea también lo ha notado. Pareces un tanto... no sé... distante.
Justo lo que un hombre necesitaba, pensó él con resignada y sardónica ironía, que todas las mujeres de la casa le analizaran.
—Si he estado distraído, es debido a la conflictiva situación política. Estamos debatiéndolo todo, desde la solicitud de Wellington de más tropas hasta las sanciones agrícolas.
—¿Eso provoca que te acuestes a horas razonables y te levantes al amanecer? —Su madre le escudriñó con tanta atención que le hizo sentir como si volviera a tener cinco años y le hubiesen pillado en una mentira flagrante. —Tu horario suele ser el contrario. En el Parlamento hay debates constantemente. Me parece que estás siendo evasivo y me pregunto por qué.
Desde que volvió de Essex, Joseph no dormía demasiado bien. Se había adaptado a esa nueva afición por el amanecer, pero ya no le satisfacía tanto como cuando tenía a su lado a ______, cariñosa y dispuesta, y podía celebrar la salida del sol de la forma más placentera posible.
—Piensas acudir al baile de los Harrison está noche, ¿verdad?
Me parece que Charles y Althea, en cambio, van a ir a la ópera, y me gustaría que me acompañaras.
Si se lo pedía así, ¿cómo iba a negarse?
—Será un honor complacerte. Y por favor, deja de preocuparte por mí. —Se levantó de la mesa del desayuno, la besó en la mejilla con un afecto que no era en absoluto fingido, aunque no estaba interesado en quedarse para seguir siendo interrogado, y salió de la sala.
No había mentido. No es que algo fuera mal; es que algo no iba bien. Esa ridícula obsesión no se limitaba tampoco a pensamientos erráticos durante el desayuno. La noche anterior había soñado que estaba junto a aquella cremosa piel de satén, con la brillante cabellera caoba desparramada sobre su pecho, y un ardoroso placer mezclado con el elusivo aroma de lirios del valle. Para su desgracia se había despertado sudando y enrollado en las sábanas, por no mencionar intensamente excitado y erecto, cosa que no le había provocado un sueño desde la adolescencia.
La visión tenía una cara, delicada, preciosa e íntimamente familiar, enmarcada por esa mata de cabello sedoso, y dominada por unos ojos plateados, enormes e increíbles.
Se había solventado la excitación él solo, pensando en ella. No era algo que hiciera a menudo. En realidad no lo necesitaba. Cuando se trataba de sexo, había mujeres dispuestas y encantadas de ocuparse de él.
Un extremo que quizá recordaría más adelante. Por el momento, sin embargo, quería examinar a sus caballos. Últimamente no había pasado por la caballeriza, y la próxima semana se presentaba llena de reuniones, y ese horario frenético significaba que no dispondría de demasiado tiempo para pensar en lo que podía estar haciendo la incomparable lady Wynn.
Con Nicholas.
No, afortunadamente no. Le proporcionaba una perversa satisfacción saber que Nicholas no podía marcharse enseguida. Los asuntos políticos le tenían tan ocupado como a él. Cualquier arreglo al que pudiera llegar con _______, tendría que posponerse durante una breve temporada.
Cuando ordenó que le trajeran su caballo, Joseph descubrió que al pensar en la inminente cita romántica entre ellos dos apretaba los dientes, cuya consecuencia inmediata era un ligero dolor en la mandíbula. Ante esa reacción, hizo un gesto negativo con la cabeza para sí mismo, y la apartó de sus pensamientos a conciencia. El recuerdo de cómo ella le había rechazado seguía vivo en su mente. No había duda de que hablaba en serio. Tampoco podía culparla por no desear un escándalo en su vida, así que... todo estaba decidido. No necesariamente de forma satisfactoria para él, pero decidido.
¿O no?
El paseo a caballo hasta las afueras de la ciudad no le resultó agradable, porque las calles estaban húmedas por la lluvia de los últimos días, pero aun así el aire libre le sentó bien. Ya estaba harto de salas de reuniones mal ventiladas y de estar confinado en su estudio. El encargado de sus establos le recibió con una amplia sonrisa, y le palmeó la espalda con su fornida mano de modo informal. El rango que poseía no tenía ninguna importancia cuando se trataba de sus caballos de pura sangre, pues O'Brien gobernaba el establo como un rey; sus decisiones eran inviolables y Joesph, después de una serie interrumpida de victorias, confiaba en él incondicionalmente.
Los establos, cuidados con esmero, eran compartimientos construidos con piedra y madera pulida, dispuestos en largas hileras y dominados por un persistente olor a heno y avena, y un ligerísimo e inevitable toque de estiércol. Era una instalación de primer nivel, digna de algunos de los mejores caballos de Gran Bretaña, y Joseph siempre experimentaba cierta paz entre los animales que para él eran como niños.
—¿Cómo está la pata delantera de Satán? —preguntó. Siempre se interesaba en primer lugar por su favorito del momento.
—Ese valiente chaval está fresco como una rosa. Vamos a verlo, ¿le parece, señor? —O'Brien, pelirrojo y jovial, era un mago con sus carísimos pupilos.
—¿Y Baikal? —Era una de sus adquisiciones más jóvenes y aún una caja de sorpresas, y aunque el irlandés había insistido en comprar el potro por una cantidad aparentemente desorbitada, Joseph no lo había dudado ni un minuto.
—Honestamente he de decirle que va a impresionarle. Recorrió algo más de kilómetro y medio en un minuto y medio, y todavía es joven.
—¿De verdad?
Pasó la hora siguiente recorriendo la instalación, poniéndose al día del bienestar de cada animal, compartimiento por compartimiento. Fue agradable olvidar los aspectos externos de su vida y sumergirse en su pasión personal.
Casi, casi, olvidó, durante un breve intervalo, su otra pasión, hasta que se acordó bruscamente cuando algo pequeño, peludo y muy torpe apareció trotando frente a él y estuvo a punto de hacerle caer.
—Perdone, excelencia —un joven mozo del establo cogió en brazos al culpable y retuvo al inquieto animal en el hueco del codo, —este es el travieso del grupo, sí señor.
Joseph observó al cachorro que no paraba de moverse, pero en lugar de ver una bola de pelo y una lengua rosada que intentaba lamer con energía la cara del muchacho, visionó en su lugar un claro en el bosque y una mujer desnuda y muy hermosa en sus brazos, mientras ambos yacían en la indolente secuela de un exquisito placer, y él intentaba que ella le proporcionara aún más información sobre su vida.
«Mi padre nunca se preocupó de molestarse por nada que considerara un incordio. De niña, yo deseaba desesperadamente un cachorro, pero él siempre se negó y mi tía no quería ni oír hablar de ello... Ahora eso ya no importa, por supuesto...»
Pero incluso entonces, incluso en la bruma que sucede a un exceso sexual, él había notado en la voz de ______ que sí importaba. Había adivinado también otra cosa. Su padre había incluido a la única hija que tenía en la categoría de incordio. Viajar hasta York y retorcer el cuello de aquel hombre insensible tenía cierto encanto.
Pero quizá en lugar de eso, Joseph podía complacer aquel sueño infantil.
Al fin y al cabo, ella le había retado a hacer algo incluso más romántico que organizar una cena improvisada en la terraza.
—¿Hay una camada, entonces? —preguntó de manera impulsiva.
—De seis —asintió el joven.
—¿Lo suficientemente mayores para destetarlos?
—Apenas, excelencia.
—Me gustaría verlos, si puede ser —dijo Joseph, complacido. —Tengo un amigo que siempre quiso tener un perro.
Al final escogió al salvaje que se había cruzado literalmente en su camino, y pese a que parecía más bien una mata de pelo que un perro de verdad, tuvo que admitir que la criatura era tremendamente cariñosa y entusiasta. Debería haberlo pensado mejor, pues se vio obligado a cruzar Londres de vuelta, sujetando aquella maldita cosa, y cuando llegó al punto en el que esta se orinó en sus pantalones, inmaculados hasta el momento, Joseph se preguntó si se estaría comportando como un tonto sentimental.
El deseo apremiante de poder estar allí para ver la cara de ______ cuando se lo entregaran, confirmó dicha sospecha. Pero eso era imposible, y ese deseo le convertía en un idiota aún mayor que el hecho de cruzar media ciudad cargando con un chucho.
En favor del taciturno lacayo que le abrió la puerta, hubo que decir que conservó su disciplinada expresión cuando Joseph, agradecido, depositó el perro en sus brazos y dijo:
—Ocúpese de que lo alimenten y lo bañen y yo le daré una dirección donde entregarlo.
—Muy bien, excelencia.
Le vino a la mente la petición de discreción de lady Wynn y se detuvo un momento. Era impensable usar su carruaje, porque llevaba pintado el emblema ducal en el costado.
—Mi nombre debe quedar al margen de esto. Si quiere alquile un caballo. La dama deducirá que viene de mi parte.
—Por supuesto.
Subió sonriendo al piso de arriba para bañarse y cambiarse.
Puede que oliera a caballos y a orina de perro, pensó para sí con sardónica ironía, pero había sido una tarde satisfactoria, de hecho.
No había duda de que él la había estado esperando.
No, _____ podía precisar esa observación: espiando.
Franklin había surgido como una aparición repentina, y ella no tuvo más remedio que dejar que la tomara del brazo para subir la escalera. Si no estuviera segura de que la idea era ridícula, le habría acusado de merodear por el callejón contiguo a la casa, esperando su regreso.
—Qué casualidad que hayamos llegado al mismo tiempo —murmuró Franklin, mientras la acompañaba hacia la puerta. —He venido en varias ocasiones, pero tengo entendido que ha estado usted visitando a una amiga en el campo.
Imágenes de aquella amiga acudieron a su mente. Una cabellera negra agitada por el viento, una pecaminosa sonrisa que fascinaba y cautivaba a la vez, un cuerpo esbelto que cubría el suyo mientras ambos se movían juntos en la comunión más antigua que podía haber entre un hombre y una mujer. ¿Era Joseph un amigo? De hecho sí, ella pensaba en él de ese modo, dejando aparte su destreza sexual. Si lo analizaba, probablemente había hablado más con él en esos cinco días que con ninguna otra persona en toda su vida. Eso era culpa de Joseph, porque se había mostrado interesado en lo que ella tenía que decir.
—Sí, estuve con una amiga.
Si el tono cortante de su respuesta molestó al nuevo vizconde, no lo demostró. Aquellas facciones familiares de los Wynn, angulosas y definidas, no revelaron nada acerca de sus sentimientos. Demasiado bien recordaba ella esa misma característica en su difunto marido. En cuanto ________ hubo comprendido qué era Edward en realidad, su apariencia física perdió absolutamente todo atractivo. Un monstruo era un monstruo, sin importar qué cara tuviera.
—¿Querrá usted pasar? —dijo, aunque verse obligada a hacer esa educada oferta le hizo sentir un vivísimo fogonazo de rabia.
—Si no quisiera hacerlo, no habría venido.
Aquel falso tono de satisfacción la molestó más que nunca, pero ella había estado varios años casada con su primo, aún más insufrible, y había aprendido mucho sobre autocontrol. Confió en que su sonrisa fuera tan fría como pretendía.
—Por supuesto. Por aquí, milord.
—Conozco muy bien el camino. Durante un tiempo creí que esta residencia sería mía.
Fueron unas palabras pronunciadas con supuesta ironía, pero _____ recordaba bien qué parte de su herencia había cedido ante los albaceas, que habían discutido la legitimidad del legado.
No se hacía ilusiones. El no era un amigo, pero al menos su rencor era mucho menos patente que el que había mostrado Edward. Cuando tomó asiento frente a él en el salón de las visitas y pidió unos refrescos, se quedó en silencio, esperando que Franklin expusiera el motivo de su visita. Tenía uno: de eso no cabía duda.
Él le devolvió la mirada, con sus ojos pálidos e inescrutables.
—Tiene usted un aspecto encantador, ______. Esa visita le debe de haber sentado muy bien.
—Gracias.
—Yo siempre he valorado su belleza, ¿sabe?
Su calculado interés solo consiguió que a _____-_ se le erizara la piel. En el tiempo que pasó con Edward había aprendido que un hombre podía desear a una mujer en un sentido carnal, y no sentir por ella el más mínimo afecto o cariño.
Al ver que ella no contestaba al comentario de ningún modo, la boca de Franklin se curvó con una leve sonrisa. Estaba sentado con relajada naturalidad y vestía con su habitual elegancia rayana en el acicalamiento: una chaqueta de un azul llamativo, una inmaculada corbata con aguja de diamantes y pantalones beis embutidos en unas botas bruñidas.
—Seamos francos. Usted desconfía a raíz del desacuerdo sobre la disposición del patrimonio de mi primo. Creo haber dejado claro mi deseo de zanjar las cosas entre nosotros.
—No es necesario que volvamos a discutir eso nunca más. —Esa era una afirmación neutra. La verdad era que ella sospechaba que Franklin no había sido del agrado de Edward porque ambos se parecían demasiado.
El extendió las manos con un gesto de súplica.
—Por supuesto que lo es, si es motivo de discordia entre nosotros. Al fin y al cabo, somos parientes, y yo no quiero eludir mis responsabilidades para con usted. Como ya he dicho con anterioridad, soy su pariente varón más cercano y tengo derecho a poder opinar sobre su vida.
Ella no deseaba hablar otra vez sobre ese tedioso asunto.
—Solo somos primos lejanos por vía matrimonial. No se trata de un parentesco cercano, ni directo siquiera. Por otro lado, ya tengo a mi padre.
—He hablado con él.
Sobresaltada ante esa posibilidad, _____ le miró fijamente.
¿Qué?
Franklin apenas le devolvió la mirada con el rostro impasible.
—Naturalmente. Ya sabe que me preocupo por usted. Él opina que a partir del día que se casó con Edward y se convirtió en una Wynn, cesaron sus obligaciones para con usted.
Obligaciones. Le dolía pensar que su padre lo expusiera de ese modo, pero por desgracia le imaginaba diciendo exactamente eso. ______ notó que sus manos, convertidas en puños, se aferraban a la tela de su vestido y aplastaban la delicada seda. Las relajó de un modo consciente.
—Soy una mujer adulta y viuda. No preciso ayuda financiera ni tampoco protección de nadie.
Dentro de su frialdad, él parecía un tanto divertido.
—Todas las mujeres necesitan protección. Desde que su período de luto ha terminado, más de un hombre se ha dirigido a mí con la intención de pedir su mano.
Pensar que no solo él asumía con arrogancia que podía entrometerse, sino que otros también lo hacían, la puso furiosa.
—Es muy amable por su parte que me proteja de mis pretendientes.
Él ni siquiera parpadeó ante el tono de sarcasmo que impregnó el comentario de _____.
—Su futuro me preocupa. Es usted demasiado joven para no casarse.
—En su opinión solo, milord. En la mía, mi edad me da libertad para esperar y decidir en caso de que desee casarme otra vez.
—Tiene usted una postura muy avanzada sobre ese tema, querida, pero...
—Milady...
La interrupción de la creciente controversia hizo que ambos miraran hacia la entrada. Norman, siempre impecable y meticuloso, estaba allí con una cómica expresión de terror. En las manos sostenía lo que parecía ser una descontrolada bola de pelo castaño.
—Perdóneme, pero acaban de entregar esto para usted. El hombre que lo trajo dijo que no había nota, pero que usted conocería el origen del... eh... presente. ¿Qué debo hacer con él?
______ se quedó sin palabras durante un segundo, mirando al cachorro que su mayordomo tenía en las manos, y que llenaba de pelos su chaleco limpio con los contoneos de su cuerpo lanudo. En cuanto se planteó quién diantre le habría enviado un regalo tan insólito, surgió la verdad como el fogonazo de un relámpago en una tormenta de verano.
Joseph. Ella recordaba haber confesado, durante una de aquellas tardes indolentes y divinas, con la cabeza apoyada en su musculoso torso desnudo, y rodeados por la fragancia del agua, la hierba y la tierra, que de niña siempre había querido un perro que le habían negado. No es que ella deseara hablar sobre su infancia, pero él se las arregló para conseguir que le diera más detalles de los que nunca le había contado a nadie. Tal vez fue el perverso encanto de Joseph, o quizá la catarsis de hablar por fin con alguien por quien sentía un interés auténtico, pero se descubrió a sí misma confesando pequeñas cosas, como el frustrado deseo de tener una mascota.
Deseó echarse a reír de gozo ante aquel gesto. Deseó romper a llorar al mismo tiempo; estaba tan emocionada...
_____ se levantó, se acercó y le cogió la pequeña criatura a Norman, que pareció agradecérselo. Dos enternecedores ojos oscuros la miraron y algo que pasaba por ser una cola rechoncha se agitó frenéticamente. Una pequeña lengua rosada empezó a restregarle la mano.
Ella se enamoró por segunda vez en su vida.
—Oh, Dios, ¿verdad que es adorable?
Norman, a quien le gustaba que la vida doméstica transcurriera de forma apacible y ordenada, parecía dubitativo ante la nueva adquisición.
—Si usted lo dice, milady...
—¿Quién demonios le enviaría un chucho? —dijo Franklin en un tono contrariado.
Puesto que la verdad no resultaba conveniente, ______ no contestó. En lugar de eso se inclinó y dejó a su recién descubierto amigo, que correteó hasta esconderse bajo un sofá tapizado y un segundo después volvió trotando hacia ella y se dejó caer a sus pies. Dio un pequeño ladrido, como si pidiera aprobación a tan maravillosa hazaña. Ella se la dio, inclinándose para acariciarle una oreja peluda.
—Nunca he tenido una mascota.
—Es un regalo bastante presuntuoso, si quiere saber mi opinión.
______ se echó a reír ante esa apropiada elección de palabras. No pudo evitarlo. El magnífico duque de Rothay era presuntuoso en extremo, pero en este caso su gesto le conmovió con una emotividad intensa e inexplicable. Si él le hubiera enviado diamantes, le habría considerado generoso y romántico, pero esto era algo realmente espléndido, ya que significaba que él había escuchado algo más que sus meras palabras cuando le habló de su decepción infantil. El había oído lo que había detrás de aquella explicación distante y del ligero encogimiento de hombros.
Rezó para que Nicholas estuviera en lo cierto, y si había una forma de convencer a Joseph para que considerara su relación como algo presente y permanente, en lugar de pasado y ocasional, quería intentarlo por lo menos.
Aunque corría el riesgo de destrozarse el corazón si aquello salía mal.
—Si hubiera sabido lo que hacía falta para que se dibujara una sonrisa como esta en sus labios, querida, yo mismo habría sacado a un perro callejero y sucio de algún arroyo inmundo. No imagino a una mujer haciendo un gesto de este tipo, así que me pregunto a quién más puede ocurrírsele la peregrina idea de hacer este tipo de regalo.
Aquel tono suave y casi amenazador provocó que ella alzara la vista y se irguiese con un destello de alarma en el estómago. Joseph no podía saber de antemano que lord Wynn estaría allí cuando entregaran el cachorro, pero el momento era de lo más inoportuno. Franklin la miró con los ojos entornados y la boca ligeramente tensa.
—Estoy segura de que es de Melinda —improvisó ella, consciente de que no mentía bien, y confiando en que él no notara el rubor de sus mejillas. —Me parece que comentó que una de las perras spaniels de su marido estaba a punto de tener una camada.
—No creo que esto sea una cría de un cazador de pura raza.
Sin duda tenía razón.
—¿Quién sabe quién es el padre?
Franklin se puso de pie.
—Ya que por lo visto está ocupada en este momento, yo me marcho. Piense en lo que le he dicho.
La alegría se vio inmediatamente sustituida por el resentimiento.
—Si se refiere al matrimonio, lo siento, pero por ahora no está en mis planes de futuro.
El se ajustó el puño con elaborado detenimiento.
—Eso cambiará.
Cuando él se hubo marchado, ella se quedó mirando la puerta, preguntándose qué habría querido decir con aquel críptico comentario. Eso la inquietó, pues aunque se juró a sí misma que Franklin no podría obligarla a hacer nada que no deseara hacer, por lo visto él estaba igualmente convencido de que sí podía.
Un brusco tirón en el ruedo de la falda hizo que desviara la atención hacia abajo. Recogió el regalo de Joseph y abrazó aquel exuberante fardo. Un poco de amor incondicional en su vida sería agradable, pensó, incapaz de reprimir una sonrisa mientras borraba a lord Wynn de su mente.
Dos días. El estribillo le rondaba en la cabeza incluso cuando hacía algo tan simple como untar un poco de mermelada en una tostada. A diferencia de la sencilla y soleada salita del desayuno en la propiedad de Essex donde había cenado con _______, los techos altos, la mesa enorme y reluciente, y el grupo de sirvientes que se movían con discreción en un segundo plano, mientras reponían lonchas de carne y huevos, le recordaban que en su casa de Londres nada se hacía a pequeña escala. Joseph estaba acostumbrado, rara vez había pensado en ello siquiera, pero aquella pompa ducal se le hacía esa mañana muy evidente porque estaba obsesionado con una viuda muy encantadora e inasequible.
______ prefería comer solo una tostada. Tomaba el té con leche, pero sin azúcar. Cuando el sol rozaba su cabello, producía un resplandor de un color extraordinario, como...
—Realmente estás en otro mundo, querido. ¿Qué te tiene tan distraído esta mañana?
Joseph levantó la mirada al momento, la taza quedó suspendida a medio camino de su boca. Dios bendito, había estado soñando despierto como un idiota enamorado.
¿Qué debía hacer? ¿Decirle a su madre que estaba absorto con la idea de que lady Wynn le debía dos días más de placeres carnales para decidir la apuesta? Joseph no se hacía ilusiones; su madre debía de estar enterada del envite, pero hasta el momento no había dicho nada. No es que no le agradeciera que no hubiera sacado a colación un desafío masculino tan falto de tacto, ya que estaba seguro de que ella lo desaprobaba. Seguramente debía desaprobarlo, en realidad. Sin embargo, lo que había sucedido no podía cambiarse. Como tampoco el reto, convenientemente anunciado en el libro de apuestas, para que todo Londres hablara de ello, ni aquellos cinco reveladores días con _______.
Esos no cambiarían, pero el pacto eran siete.
Sí, ella le debía dos más. Se había negado a ello, pero tal vez él podía convencerla de lo contrario. Estaba empezando a obsesionarse con la idea.
—He estado muy ocupado esta semana. —Joseph depositó la taza con exagerado cuidado junto al plato y se llevó la servilleta a la boca. —Siento no estar por ti. Por favor, perdóname.
—Te perdono, cariño, pero preferiría saber qué provoca esa expresión en tu cara. —Ella le miró con el ceño fruncido desde el otro extremo de la mesa, mientras removía lánguidamente el chocolate.
—¿Qué expresión? —El emitió un suspiro profundo y resignado. Al fin y al cabo, para empezar era un error estar sentado ahí y pensando en ________. Si se avecinaba un interrogatorio, la culpa era solo suya.
Pero al parecer no podía quitársela de la cabeza.
Su madre cogió con elegancia la preciosa jarra de porcelana que tenía delante y se sirvió una generosa cantidad de chocolate deshecho, pero sin dejar de estar pendiente de él.
—Parecía que estuvieras recordando algo bastante placentero. Te hizo sonreír.
La excelentísima duquesa de Rothay siempre había sido perspicaz. Pero Joseph no estaba de humor para contestar preguntas, y aunque lo estuviera, dudaba de que a ella le gustasen las respuestas. Tal vez ni siquiera le creería. El nunca se obsesionaba con las mujeres.
Hasta ahora.
Su madre seguía mirándole pensativa, con la curiosidad reflejada en sus bonitos ojos oscuros.
—Se diría que tienes la cabeza en otra parte. Has estado silencioso toda la semana y no has querido acompañarnos a ningún sitio.
Tenía razón. Había evitado asistir a la habitual serie de veladas y diversiones de todo tipo, sobre todo porque quería evitar a _______.
Y al mismo tiempo sentía ese impulso perverso e inquietante de verla. Normalmente sabía cómo funcionaba su mente. Su actual estado de ansiedad le recordaba de forma preocupante lo que había sentido por Helena diez años antes. Solo que entonces había sido un interés motivado por un enamoramiento juvenil, y ahora ya no era un muchacho.
—En este momento estoy muy ocupado —dijo con la voz más neutra que pudo.
Su madre no se dejó engañar. Alzó una ceja y en sus rasgos aristocráticos apareció un escepticismo burlón.
—Tú siempre estás terriblemente ocupado, Joseph. Esa no puede ser la razón. Althea también lo ha notado. Pareces un tanto... no sé... distante.
Justo lo que un hombre necesitaba, pensó él con resignada y sardónica ironía, que todas las mujeres de la casa le analizaran.
—Si he estado distraído, es debido a la conflictiva situación política. Estamos debatiéndolo todo, desde la solicitud de Wellington de más tropas hasta las sanciones agrícolas.
—¿Eso provoca que te acuestes a horas razonables y te levantes al amanecer? —Su madre le escudriñó con tanta atención que le hizo sentir como si volviera a tener cinco años y le hubiesen pillado en una mentira flagrante. —Tu horario suele ser el contrario. En el Parlamento hay debates constantemente. Me parece que estás siendo evasivo y me pregunto por qué.
Desde que volvió de Essex, Joseph no dormía demasiado bien. Se había adaptado a esa nueva afición por el amanecer, pero ya no le satisfacía tanto como cuando tenía a su lado a ______, cariñosa y dispuesta, y podía celebrar la salida del sol de la forma más placentera posible.
—Piensas acudir al baile de los Harrison está noche, ¿verdad?
Me parece que Charles y Althea, en cambio, van a ir a la ópera, y me gustaría que me acompañaras.
Si se lo pedía así, ¿cómo iba a negarse?
—Será un honor complacerte. Y por favor, deja de preocuparte por mí. —Se levantó de la mesa del desayuno, la besó en la mejilla con un afecto que no era en absoluto fingido, aunque no estaba interesado en quedarse para seguir siendo interrogado, y salió de la sala.
No había mentido. No es que algo fuera mal; es que algo no iba bien. Esa ridícula obsesión no se limitaba tampoco a pensamientos erráticos durante el desayuno. La noche anterior había soñado que estaba junto a aquella cremosa piel de satén, con la brillante cabellera caoba desparramada sobre su pecho, y un ardoroso placer mezclado con el elusivo aroma de lirios del valle. Para su desgracia se había despertado sudando y enrollado en las sábanas, por no mencionar intensamente excitado y erecto, cosa que no le había provocado un sueño desde la adolescencia.
La visión tenía una cara, delicada, preciosa e íntimamente familiar, enmarcada por esa mata de cabello sedoso, y dominada por unos ojos plateados, enormes e increíbles.
Se había solventado la excitación él solo, pensando en ella. No era algo que hiciera a menudo. En realidad no lo necesitaba. Cuando se trataba de sexo, había mujeres dispuestas y encantadas de ocuparse de él.
Un extremo que quizá recordaría más adelante. Por el momento, sin embargo, quería examinar a sus caballos. Últimamente no había pasado por la caballeriza, y la próxima semana se presentaba llena de reuniones, y ese horario frenético significaba que no dispondría de demasiado tiempo para pensar en lo que podía estar haciendo la incomparable lady Wynn.
Con Nicholas.
No, afortunadamente no. Le proporcionaba una perversa satisfacción saber que Nicholas no podía marcharse enseguida. Los asuntos políticos le tenían tan ocupado como a él. Cualquier arreglo al que pudiera llegar con _______, tendría que posponerse durante una breve temporada.
Cuando ordenó que le trajeran su caballo, Joseph descubrió que al pensar en la inminente cita romántica entre ellos dos apretaba los dientes, cuya consecuencia inmediata era un ligero dolor en la mandíbula. Ante esa reacción, hizo un gesto negativo con la cabeza para sí mismo, y la apartó de sus pensamientos a conciencia. El recuerdo de cómo ella le había rechazado seguía vivo en su mente. No había duda de que hablaba en serio. Tampoco podía culparla por no desear un escándalo en su vida, así que... todo estaba decidido. No necesariamente de forma satisfactoria para él, pero decidido.
¿O no?
El paseo a caballo hasta las afueras de la ciudad no le resultó agradable, porque las calles estaban húmedas por la lluvia de los últimos días, pero aun así el aire libre le sentó bien. Ya estaba harto de salas de reuniones mal ventiladas y de estar confinado en su estudio. El encargado de sus establos le recibió con una amplia sonrisa, y le palmeó la espalda con su fornida mano de modo informal. El rango que poseía no tenía ninguna importancia cuando se trataba de sus caballos de pura sangre, pues O'Brien gobernaba el establo como un rey; sus decisiones eran inviolables y Joesph, después de una serie interrumpida de victorias, confiaba en él incondicionalmente.
Los establos, cuidados con esmero, eran compartimientos construidos con piedra y madera pulida, dispuestos en largas hileras y dominados por un persistente olor a heno y avena, y un ligerísimo e inevitable toque de estiércol. Era una instalación de primer nivel, digna de algunos de los mejores caballos de Gran Bretaña, y Joseph siempre experimentaba cierta paz entre los animales que para él eran como niños.
—¿Cómo está la pata delantera de Satán? —preguntó. Siempre se interesaba en primer lugar por su favorito del momento.
—Ese valiente chaval está fresco como una rosa. Vamos a verlo, ¿le parece, señor? —O'Brien, pelirrojo y jovial, era un mago con sus carísimos pupilos.
—¿Y Baikal? —Era una de sus adquisiciones más jóvenes y aún una caja de sorpresas, y aunque el irlandés había insistido en comprar el potro por una cantidad aparentemente desorbitada, Joseph no lo había dudado ni un minuto.
—Honestamente he de decirle que va a impresionarle. Recorrió algo más de kilómetro y medio en un minuto y medio, y todavía es joven.
—¿De verdad?
Pasó la hora siguiente recorriendo la instalación, poniéndose al día del bienestar de cada animal, compartimiento por compartimiento. Fue agradable olvidar los aspectos externos de su vida y sumergirse en su pasión personal.
Casi, casi, olvidó, durante un breve intervalo, su otra pasión, hasta que se acordó bruscamente cuando algo pequeño, peludo y muy torpe apareció trotando frente a él y estuvo a punto de hacerle caer.
—Perdone, excelencia —un joven mozo del establo cogió en brazos al culpable y retuvo al inquieto animal en el hueco del codo, —este es el travieso del grupo, sí señor.
Joseph observó al cachorro que no paraba de moverse, pero en lugar de ver una bola de pelo y una lengua rosada que intentaba lamer con energía la cara del muchacho, visionó en su lugar un claro en el bosque y una mujer desnuda y muy hermosa en sus brazos, mientras ambos yacían en la indolente secuela de un exquisito placer, y él intentaba que ella le proporcionara aún más información sobre su vida.
«Mi padre nunca se preocupó de molestarse por nada que considerara un incordio. De niña, yo deseaba desesperadamente un cachorro, pero él siempre se negó y mi tía no quería ni oír hablar de ello... Ahora eso ya no importa, por supuesto...»
Pero incluso entonces, incluso en la bruma que sucede a un exceso sexual, él había notado en la voz de ______ que sí importaba. Había adivinado también otra cosa. Su padre había incluido a la única hija que tenía en la categoría de incordio. Viajar hasta York y retorcer el cuello de aquel hombre insensible tenía cierto encanto.
Pero quizá en lugar de eso, Joseph podía complacer aquel sueño infantil.
Al fin y al cabo, ella le había retado a hacer algo incluso más romántico que organizar una cena improvisada en la terraza.
—¿Hay una camada, entonces? —preguntó de manera impulsiva.
—De seis —asintió el joven.
—¿Lo suficientemente mayores para destetarlos?
—Apenas, excelencia.
—Me gustaría verlos, si puede ser —dijo Joseph, complacido. —Tengo un amigo que siempre quiso tener un perro.
Al final escogió al salvaje que se había cruzado literalmente en su camino, y pese a que parecía más bien una mata de pelo que un perro de verdad, tuvo que admitir que la criatura era tremendamente cariñosa y entusiasta. Debería haberlo pensado mejor, pues se vio obligado a cruzar Londres de vuelta, sujetando aquella maldita cosa, y cuando llegó al punto en el que esta se orinó en sus pantalones, inmaculados hasta el momento, Joseph se preguntó si se estaría comportando como un tonto sentimental.
El deseo apremiante de poder estar allí para ver la cara de ______ cuando se lo entregaran, confirmó dicha sospecha. Pero eso era imposible, y ese deseo le convertía en un idiota aún mayor que el hecho de cruzar media ciudad cargando con un chucho.
En favor del taciturno lacayo que le abrió la puerta, hubo que decir que conservó su disciplinada expresión cuando Joseph, agradecido, depositó el perro en sus brazos y dijo:
—Ocúpese de que lo alimenten y lo bañen y yo le daré una dirección donde entregarlo.
—Muy bien, excelencia.
Le vino a la mente la petición de discreción de lady Wynn y se detuvo un momento. Era impensable usar su carruaje, porque llevaba pintado el emblema ducal en el costado.
—Mi nombre debe quedar al margen de esto. Si quiere alquile un caballo. La dama deducirá que viene de mi parte.
—Por supuesto.
Subió sonriendo al piso de arriba para bañarse y cambiarse.
Puede que oliera a caballos y a orina de perro, pensó para sí con sardónica ironía, pero había sido una tarde satisfactoria, de hecho.
No había duda de que él la había estado esperando.
No, _____ podía precisar esa observación: espiando.
Franklin había surgido como una aparición repentina, y ella no tuvo más remedio que dejar que la tomara del brazo para subir la escalera. Si no estuviera segura de que la idea era ridícula, le habría acusado de merodear por el callejón contiguo a la casa, esperando su regreso.
—Qué casualidad que hayamos llegado al mismo tiempo —murmuró Franklin, mientras la acompañaba hacia la puerta. —He venido en varias ocasiones, pero tengo entendido que ha estado usted visitando a una amiga en el campo.
Imágenes de aquella amiga acudieron a su mente. Una cabellera negra agitada por el viento, una pecaminosa sonrisa que fascinaba y cautivaba a la vez, un cuerpo esbelto que cubría el suyo mientras ambos se movían juntos en la comunión más antigua que podía haber entre un hombre y una mujer. ¿Era Joseph un amigo? De hecho sí, ella pensaba en él de ese modo, dejando aparte su destreza sexual. Si lo analizaba, probablemente había hablado más con él en esos cinco días que con ninguna otra persona en toda su vida. Eso era culpa de Joseph, porque se había mostrado interesado en lo que ella tenía que decir.
—Sí, estuve con una amiga.
Si el tono cortante de su respuesta molestó al nuevo vizconde, no lo demostró. Aquellas facciones familiares de los Wynn, angulosas y definidas, no revelaron nada acerca de sus sentimientos. Demasiado bien recordaba ella esa misma característica en su difunto marido. En cuanto ________ hubo comprendido qué era Edward en realidad, su apariencia física perdió absolutamente todo atractivo. Un monstruo era un monstruo, sin importar qué cara tuviera.
—¿Querrá usted pasar? —dijo, aunque verse obligada a hacer esa educada oferta le hizo sentir un vivísimo fogonazo de rabia.
—Si no quisiera hacerlo, no habría venido.
Aquel falso tono de satisfacción la molestó más que nunca, pero ella había estado varios años casada con su primo, aún más insufrible, y había aprendido mucho sobre autocontrol. Confió en que su sonrisa fuera tan fría como pretendía.
—Por supuesto. Por aquí, milord.
—Conozco muy bien el camino. Durante un tiempo creí que esta residencia sería mía.
Fueron unas palabras pronunciadas con supuesta ironía, pero _____ recordaba bien qué parte de su herencia había cedido ante los albaceas, que habían discutido la legitimidad del legado.
No se hacía ilusiones. El no era un amigo, pero al menos su rencor era mucho menos patente que el que había mostrado Edward. Cuando tomó asiento frente a él en el salón de las visitas y pidió unos refrescos, se quedó en silencio, esperando que Franklin expusiera el motivo de su visita. Tenía uno: de eso no cabía duda.
Él le devolvió la mirada, con sus ojos pálidos e inescrutables.
—Tiene usted un aspecto encantador, ______. Esa visita le debe de haber sentado muy bien.
—Gracias.
—Yo siempre he valorado su belleza, ¿sabe?
Su calculado interés solo consiguió que a _____-_ se le erizara la piel. En el tiempo que pasó con Edward había aprendido que un hombre podía desear a una mujer en un sentido carnal, y no sentir por ella el más mínimo afecto o cariño.
Al ver que ella no contestaba al comentario de ningún modo, la boca de Franklin se curvó con una leve sonrisa. Estaba sentado con relajada naturalidad y vestía con su habitual elegancia rayana en el acicalamiento: una chaqueta de un azul llamativo, una inmaculada corbata con aguja de diamantes y pantalones beis embutidos en unas botas bruñidas.
—Seamos francos. Usted desconfía a raíz del desacuerdo sobre la disposición del patrimonio de mi primo. Creo haber dejado claro mi deseo de zanjar las cosas entre nosotros.
—No es necesario que volvamos a discutir eso nunca más. —Esa era una afirmación neutra. La verdad era que ella sospechaba que Franklin no había sido del agrado de Edward porque ambos se parecían demasiado.
El extendió las manos con un gesto de súplica.
—Por supuesto que lo es, si es motivo de discordia entre nosotros. Al fin y al cabo, somos parientes, y yo no quiero eludir mis responsabilidades para con usted. Como ya he dicho con anterioridad, soy su pariente varón más cercano y tengo derecho a poder opinar sobre su vida.
Ella no deseaba hablar otra vez sobre ese tedioso asunto.
—Solo somos primos lejanos por vía matrimonial. No se trata de un parentesco cercano, ni directo siquiera. Por otro lado, ya tengo a mi padre.
—He hablado con él.
Sobresaltada ante esa posibilidad, _____ le miró fijamente.
¿Qué?
Franklin apenas le devolvió la mirada con el rostro impasible.
—Naturalmente. Ya sabe que me preocupo por usted. Él opina que a partir del día que se casó con Edward y se convirtió en una Wynn, cesaron sus obligaciones para con usted.
Obligaciones. Le dolía pensar que su padre lo expusiera de ese modo, pero por desgracia le imaginaba diciendo exactamente eso. ______ notó que sus manos, convertidas en puños, se aferraban a la tela de su vestido y aplastaban la delicada seda. Las relajó de un modo consciente.
—Soy una mujer adulta y viuda. No preciso ayuda financiera ni tampoco protección de nadie.
Dentro de su frialdad, él parecía un tanto divertido.
—Todas las mujeres necesitan protección. Desde que su período de luto ha terminado, más de un hombre se ha dirigido a mí con la intención de pedir su mano.
Pensar que no solo él asumía con arrogancia que podía entrometerse, sino que otros también lo hacían, la puso furiosa.
—Es muy amable por su parte que me proteja de mis pretendientes.
Él ni siquiera parpadeó ante el tono de sarcasmo que impregnó el comentario de _____.
—Su futuro me preocupa. Es usted demasiado joven para no casarse.
—En su opinión solo, milord. En la mía, mi edad me da libertad para esperar y decidir en caso de que desee casarme otra vez.
—Tiene usted una postura muy avanzada sobre ese tema, querida, pero...
—Milady...
La interrupción de la creciente controversia hizo que ambos miraran hacia la entrada. Norman, siempre impecable y meticuloso, estaba allí con una cómica expresión de terror. En las manos sostenía lo que parecía ser una descontrolada bola de pelo castaño.
—Perdóneme, pero acaban de entregar esto para usted. El hombre que lo trajo dijo que no había nota, pero que usted conocería el origen del... eh... presente. ¿Qué debo hacer con él?
______ se quedó sin palabras durante un segundo, mirando al cachorro que su mayordomo tenía en las manos, y que llenaba de pelos su chaleco limpio con los contoneos de su cuerpo lanudo. En cuanto se planteó quién diantre le habría enviado un regalo tan insólito, surgió la verdad como el fogonazo de un relámpago en una tormenta de verano.
Joseph. Ella recordaba haber confesado, durante una de aquellas tardes indolentes y divinas, con la cabeza apoyada en su musculoso torso desnudo, y rodeados por la fragancia del agua, la hierba y la tierra, que de niña siempre había querido un perro que le habían negado. No es que ella deseara hablar sobre su infancia, pero él se las arregló para conseguir que le diera más detalles de los que nunca le había contado a nadie. Tal vez fue el perverso encanto de Joseph, o quizá la catarsis de hablar por fin con alguien por quien sentía un interés auténtico, pero se descubrió a sí misma confesando pequeñas cosas, como el frustrado deseo de tener una mascota.
Deseó echarse a reír de gozo ante aquel gesto. Deseó romper a llorar al mismo tiempo; estaba tan emocionada...
_____ se levantó, se acercó y le cogió la pequeña criatura a Norman, que pareció agradecérselo. Dos enternecedores ojos oscuros la miraron y algo que pasaba por ser una cola rechoncha se agitó frenéticamente. Una pequeña lengua rosada empezó a restregarle la mano.
Ella se enamoró por segunda vez en su vida.
—Oh, Dios, ¿verdad que es adorable?
Norman, a quien le gustaba que la vida doméstica transcurriera de forma apacible y ordenada, parecía dubitativo ante la nueva adquisición.
—Si usted lo dice, milady...
—¿Quién demonios le enviaría un chucho? —dijo Franklin en un tono contrariado.
Puesto que la verdad no resultaba conveniente, ______ no contestó. En lugar de eso se inclinó y dejó a su recién descubierto amigo, que correteó hasta esconderse bajo un sofá tapizado y un segundo después volvió trotando hacia ella y se dejó caer a sus pies. Dio un pequeño ladrido, como si pidiera aprobación a tan maravillosa hazaña. Ella se la dio, inclinándose para acariciarle una oreja peluda.
—Nunca he tenido una mascota.
—Es un regalo bastante presuntuoso, si quiere saber mi opinión.
______ se echó a reír ante esa apropiada elección de palabras. No pudo evitarlo. El magnífico duque de Rothay era presuntuoso en extremo, pero en este caso su gesto le conmovió con una emotividad intensa e inexplicable. Si él le hubiera enviado diamantes, le habría considerado generoso y romántico, pero esto era algo realmente espléndido, ya que significaba que él había escuchado algo más que sus meras palabras cuando le habló de su decepción infantil. El había oído lo que había detrás de aquella explicación distante y del ligero encogimiento de hombros.
Rezó para que Nicholas estuviera en lo cierto, y si había una forma de convencer a Joseph para que considerara su relación como algo presente y permanente, en lugar de pasado y ocasional, quería intentarlo por lo menos.
Aunque corría el riesgo de destrozarse el corazón si aquello salía mal.
—Si hubiera sabido lo que hacía falta para que se dibujara una sonrisa como esta en sus labios, querida, yo mismo habría sacado a un perro callejero y sucio de algún arroyo inmundo. No imagino a una mujer haciendo un gesto de este tipo, así que me pregunto a quién más puede ocurrírsele la peregrina idea de hacer este tipo de regalo.
Aquel tono suave y casi amenazador provocó que ella alzara la vista y se irguiese con un destello de alarma en el estómago. Joseph no podía saber de antemano que lord Wynn estaría allí cuando entregaran el cachorro, pero el momento era de lo más inoportuno. Franklin la miró con los ojos entornados y la boca ligeramente tensa.
—Estoy segura de que es de Melinda —improvisó ella, consciente de que no mentía bien, y confiando en que él no notara el rubor de sus mejillas. —Me parece que comentó que una de las perras spaniels de su marido estaba a punto de tener una camada.
—No creo que esto sea una cría de un cazador de pura raza.
Sin duda tenía razón.
—¿Quién sabe quién es el padre?
Franklin se puso de pie.
—Ya que por lo visto está ocupada en este momento, yo me marcho. Piense en lo que le he dicho.
La alegría se vio inmediatamente sustituida por el resentimiento.
—Si se refiere al matrimonio, lo siento, pero por ahora no está en mis planes de futuro.
El se ajustó el puño con elaborado detenimiento.
—Eso cambiará.
Cuando él se hubo marchado, ella se quedó mirando la puerta, preguntándose qué habría querido decir con aquel críptico comentario. Eso la inquietó, pues aunque se juró a sí misma que Franklin no podría obligarla a hacer nada que no deseara hacer, por lo visto él estaba igualmente convencido de que sí podía.
Un brusco tirón en el ruedo de la falda hizo que desviara la atención hacia abajo. Recogió el regalo de Joseph y abrazó aquel exuberante fardo. Un poco de amor incondicional en su vida sería agradable, pensó, incapaz de reprimir una sonrisa mientras borraba a lord Wynn de su mente.
capitulo super largo :)
Espero les guste!!!
Joseph es un tierno
Espero les guste!!!
Joseph es un tierno
zai
Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
hermoso joseph
con un regalo asi yo me muero jejejje
tienes que seguirla me encanta!!!!!!!
con un regalo asi yo me muero jejejje
tienes que seguirla me encanta!!!!!!!
Julieta♥
Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
GUUUUUAAUUU!!1
QUE DETALLLLAAAAAAZOOO DEEE JOOOOEEEEEE!!!!!!
AAII SI QUE LA AAAMAAAAA!!!
Y EL NO LO SAABEEEEE
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AAII SI QUE LA AAAMAAAAA!!!
Y EL NO LO SAABEEEEE
chelis
Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
awwww que hermoso!!
Joseph es tan tierno!! :hug:
siguela!!!!!!!
Joseph es tan tierno!! :hug:
siguela!!!!!!!
aranzhitha
Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
CAPÍTULO 20
La sala de juegos estaba, como siempre, saturada de humo de tabaco empapado de olor a coñac y clarete, y las ventanas abiertas a la cálida noche apenas conseguían ventilar el ambiente. En ocasiones las conversaciones eran estridentes, salpicadas de súbitas carcajadas, pero en su mesa había una atmósfera poco animada. Nicholas contempló en silencio cómo el hombre que tenía enfrente mostraba sus cartas y recogía las ganancias de una mano más.
Por lo visto, el duque de Rothay estaba teniendo una noche de suerte.
Solo que él, para ser un hombre a quien sonreía la fortuna de ese modo, no parecía demasiado contento. Joseph tenía un peculiar gesto en la boca que cualquiera que fuera algo más que un conocido, identificaría como de enfado. Nicholas tenía la impresión de saber el motivo.
—Y digo yo, Rothay —refunfuñó lord Renquist, —¿le importaría mucho no jugar un par de manos para que los demás tengamos alguna oportunidad?
En los ojos oscuros de Joseph había un ligerísimo destello de algo parecido a la borrachera. Puede que dicha suposición fuera correcta, si la cantidad de veces que había llenado su copa desde que ocupó su asiento permitía imaginar lo que había estado haciendo antes de llegar al baile.
—Yo no reparto las cartas. ¿Insinúa usted algo? —dijo arrastrando las palabras con relativa urbanidad.
El joven Renquist podía estar también algo bebido, pero no hasta el punto de no reconocer el matiz de calculada advertencia en la voz de Joseph.
—Yo no insinúo nada. Solo era una broma.
—Ah, ¿sí?
La cara de Renquist palideció solo un poco.
—No muy buena.
—Limitémonos a jugar, ¿les parece? —Joseph cogió sus cartas y las abrió con sus dedos largos y expertos y aquella atípica expresión algo hosca y malhumorada.
Nicholas vio que los otros dos jugadores intercambiaban una mirada, con el claro acuerdo tácito de no irritar esa noche al habitualmente ecuánime y sereno duque de Rothay. Si un comentario tan inocuo podía ofenderle, quizá lo mejor era estar callado.
Después de dos manos desastrosas más, Renquist se excusó con extrema educación y se trasladó a una mesa donde se jugaba a los dados. A Nicholas no le importaba perder un poco, ya que aquella noche estaba decidido a hacer el papel de perro guardián. En circunstancias normales confiaba en la corrección de Joseph, pero la situación no era usual en absoluto.
_______ estaba presente en la sala de baile mientras ellos jugaban a las cartas. Por consejo de Nicholas, estaba bailando incluso, cosa que no hacía habitualmente. Esa noche estaba más bonita que nunca. Llevaba un escotado vestido crema de encaje que realzaba su centellante cabellera y su piel de marfil. Algo inidentificable había cambiado en ella desde que había vuelto de su estancia con Joseph, y aunque parecía tan serena como siempre, tenía un aire distinto.
Los hombres lo habían notado. No solo porque bailara, aunque eso había provocado comentarios, sino por una diferencia más sutil que dulcificaba su habitual coraza de hielo.
De ahí la inquietud y el malhumor del duque, dedujo Nicholas, porque nadie mejor que él sabía lo que suponía estar cerca de la mujer que uno desea y no poder aproximarse. ______ estaba allí, Joseph lo sabía y se veía obligado a mantenerse a distancia, mientras los demás hombres danzaban y coqueteaban con ella. Era una postura de contención desconocida hasta el momento en un hombre que solía tener lo que quería, especialmente si se trataba de mujeres.
No es que él se encontrara en una situación mejor, pensó Nicholas, ya que Annabel estaba allí también, encantadora con su vestido de tul rosa y el cabello claro recogido en alto para mostrar la silueta grácil de su cuello y sus hombros de satén. El podía pedirle un baile, por supuesto, nadie le daría ninguna importancia dado su parentesco con el tutor de la joven. Pero Nicholas no estaba en absoluto seguro de que ella no le rechazara de plano si intentaba acercarse. Ser desairado en público provocaría comentarios, y aunque por su parte no le importaba demasiado, dudaba que a ella le hiciera feliz ser la protagonista de ambiguas murmuraciones. No se hacía ilusiones; ella le echaría la culpa.
De modo que, como Joseph, tenía que mantenerse a distancia.
Uno de sus amigos cogió la silla vacante de Renquist en la mesa y solicitó incorporarse.
—Solo una palabra de advertencia, George —dijo Nicholas en un tono neutro. —Joe tiene la suerte del mismo diablo esta noche. Siempre tiene buenas cartas.
—Gracias por avisarme. No jugaré demasiado fuerte, entonces. —George Winston, corpulento y sociable, se instaló y sonrió. —Hablando de suerte, ¿cómo va esa apuesta entre los dos, por cierto? ¿Cuándo conoceremos el triunfal resultado?
Un músculo de la mandíbula de Joe se tensó de forma visible, pero su voz fue bastante cordial.
—Aún no está decidido.
—Será en las próximas semanas, creo —dijo Nicholas con una mueca deliberadamente apática. —No queremos apresurar demasiado las cosas.
Podía ser un error pinchar a Joseph en su presente estado de ánimo, pero obligarle a reconocer los celos que sentía era parte del plan.
Winston, de buen carácter pero siempre demasiado charlatán, hizo un guiño.
—Quieres decir que no queréis apresurar a la dama. Debéis saber que todo el mundo está haciendo todo lo posible para intentar averiguar quién es ella. Dadnos una pista, vamos.
Joseph se miró la mano como si fuera la cosa más fascinante del mundo.
—No.
—¿Es bonita? —George no estaba dispuesto a que le dejaran al margen. De hecho, todos los hombres de la mesa parecían tan divertidos como intrigados.
—¿Tú qué crees? —Nicholas alzó una ceja.
—Lo supongo. ¿Pechos grandes?
Joseph levantó la cabeza como un lobo olisqueando a su presa.
Si hubiera una forma discreta de decirle a George que especulaciones como esa podían traerle muchos problemas, Nicholas lo habría hecho. Desde el otro lado de la mesa, con Una voz aparentemente desenfadada, Joseph dijo sin más:
—Como caballeros, nos negamos a hablar de ello.
Una advertencia clara.
La fría mirada de sus ojos negros declaró que el tema estaba zanjado.
Entonces arrojó las cartas en la mesa y se levantó.
—Perdónenme, caballeros, me voy.
Después de su abrupta marcha hubo un breve silencio. Él salió de la habitación con paso firme, como si tuviera un destino claro en mente.
—Yo opino que esta noche no es el de siempre, ¿verdad? —musitó otro de los jugadores.
Una señal muy prometedora.
—Esta pasada semana ha estado reuniéndose a diario con el primer ministro y su familia está en la ciudad. Puede que solo esté cansado —dijo Nicholas sin más.
—¿El duque diabólico? —Gruñó George. —Yo le he visto beber hasta la madrugada, cambiarse de ropa e ir a una carrera de caballos sin más, y hacer lo mismo la noche siguiente. Joe no se cansa.
Nicholas habría apostado el montón de fichas que tenía delante algunas más a que George se equivocaba. Había supuesto que, en ese momento, el legendario Rothay estaba muy cansado de estar cerca de los límites del territorio de lady Wynn y no poder siquiera rozarle la mano.
La puerta del carruaje se abrió y Joseph se quedó inmóvil, confiando en no haber cometido en un impulso el error de su vida por escuchar a su revoltoso miembro. _______ se dispuso a subir, pero al verle se detuvo y separó los labios, atónita por la sorpresa.
—Por favor, entra y te lo explicaré —dijo él en voz baja.
—Joseph, ¿qué estás haciendo? —preguntó ella con un susurro colérico, y se quedó encaramada en el estribo, sin pasar al interior del carruaje.
—Hablé con tu cochero. Nos llevará a casa dando un rodeo. Así que, por favor, entra antes de que alguien se pregunte por qué no lo haces.
Eso hizo que finalmente ella pasara dentro, y el joven gales que la había llevado a Essex cerró la puerta. Con un exquisito crujido de sus faldas de seda, _______ se acomodó en el asiento y al cabo de un momento el vehículo emprendió su camino. Le miró con sus luminosos ojos de plata, pero estaba oscuro y él apenas podía evaluar hasta qué punto ella objetaba su presencia.
—Francamente espero que nadie te viera hablando con Huw ni, algo aún peor, subiendo a mi carruaje —comentó ______ al fin.
—Fui prudente. —Lo había sido y se sentía endiabladamente satisfecho de haber charlado con el joven durante el tiempo que había pasado con ______ en Essex. El cochero y él hablaron de caballos, una pasión natural y mutua que colocó al aristócrata y al criado en un plano común. Por otro lado, era obvio que Huw sabía con exactitud dónde pasó las noches su señora, así que no había ni pestañeado ni ante Joseph ni ante su petición.
—No estoy segura de que sepas ser discreto, Rothay —le dijo ella en tono cortante, aunque en su boca se dibujó una tenue sonrisa.
—Por ti, estoy dispuesto a esforzarme al máximo. —Ante aquella familiar expresión de indulgencia en un rostro femenino, él se relajó un poco.
No es que para Joseph hubiera sido nunca muy importante saber si una mujer deseaba su compañía, pero con ella lo era. Por increíble que pareciera, deseaba saber si ella le había extrañado como él la había extrañado a ella.
______ siguió riñéndole con severidad.
—Creo que te dije no. Me doy cuenta de que no estás familiarizado con la palabra, pero me temo que en este caso soy sincera. No quiero correr el riesgo de intentar tener una relación clandestina contigo. La lista de las personas que conocen mi viaje y mi estancia en tu propiedad ya es suficientemente larga en este momento. Además de Huw están la señora Sims, las doncellas que había allí, por no hablar de lord Manderville.
—Nicholas no dirá nada. Nadie en Essex está informado de tu apellido y solo tú puedes responder de tu cochero, pero parece bastante leal. No nos descubrirán.
Ella bajó las pestañas con un estudiado gesto.
—Debe de ser agradable estar siempre tan seguro de que la vida irá como uno quiere.
Haber nacido rico y noble seguro que le otorgaba cierta confianza, no tanto innata como impuesta, pero en realidad él no quería debatir ese asunto; no teniéndola tan deliciosamente cerca. La ligera fragancia de su perfume puso en alerta máxima el cuerpo de Joseph, que distinguió las seductoras curvas de sus pechos enmarcadas por el escote de su vestido. ¿Pechos grandes? No. ¿Pechos femeninos, perfectos y firmes, que cabían en sus manos y en su boca? Sí. Cuando Winston había empezado a especular sobre la apariencia física de ella, una imagen demasiado vivida de aquel cuerpo desnudo bajo el suyo apareció en su mente, y en ese momento, incapaz de reprimirse, había tomado una decisión que tendría que revisar más tarde cuando estuviera en un estado mental más sereno.
Cuando no estuviera en celo, apuntó una voz más civilizada e irónica en su cerebro. La creciente erección por el mero hecho de estar cerca de ella, era la prueba irrefutable de que su cuerpo estaba de acuerdo.
—Tengo grandes esperanzas de que esta velada mejorará, de veras. —Le retuvo la mirada y palmeó el asiento que había a su lado. —Ven a sentarte aquí.
—No debo —respondió ella en voz baja. —Y tú no deberías estar aquí.
—Sí debo. Estamos solos. Tu cochero pospondrá nuestra llegada hasta que yo le haga una señal. Deseo introducirte en los placeres de hacer el amor en un carruaje. Es un tanto estrecho, lo admito, pero puede hacerse con resultados deliciosos.
—No sé por qué tengo la sensación de que se trata de un arte que has practicado bastante a menudo. —Pese a la sequedad de su tono, ______ hizo lo que Joe le pidió y se trasladó al asiento que le ofrecía. Se le escapó un ligero jadeo cuando él cambió de opinión y la levantó para colocarla sobre su regazo. Las tentadoras nalgas de ella se posaron sobre sus ingles y él se excitó aún más.
Los labios de Joseph le acariciaron el cuello.
—Esta noche has bailado. No sueles hacerlo.
_______ echó la cabeza hacia atrás para facilitarle el acceso, e hizo una pregunta ligera, como una telaraña de nubes.
—¿Me vigilabas?
Admitir que no había sido capaz de evitarlo parecía tan imprudente como colarse en su carruaje. Retirarse a la sala de juegos tampoco había servido de nada.
—Lo vi —susurró Joseph.
—Yo también te vi —admitió ella con voz ronca, y sus ojos centellearon como joyas bajo la tenue luz.
De modo que se vigilaron el uno al otro. Él no quería pensar demasiado en eso. Aquello se estaba convirtiendo en algo que le distraía de su vida habitual, y lo que debía hacer era mantenerse alejado de ella hasta que se le pasara la fiebre. Pero en lugar de eso allí estaba, robando unos instantes del tiempo de _______, como una especie de vagabundo ladrón que no tenía adonde ir.
Lo cual era ridículo. El tenía docenas más de sitios adonde ir. Antes, mientras bailaba con lady Whitmore, ella le había hecho una proposición flagrante, pero para empezar él había salido a la pista solo para rozar a ______ al pasar.
La había declinado con la mayor educación posible.
Y en lugar de eso se pasó casi una hora sentado a oscuras en un carruaje.
Esperando.
Para esto.
—Hueles a flores —le dijo, recorriendo con la boca aquel delicado hueco bajo la oreja de ______, mientras trataba de borrar esos inquietantes pensamientos. —Mmm.
—Joseph...
—Shhh.
Le tomó la boca con un beso abrasador porque no deseaba hablar, ni analizar el motivo y el porqué de su presencia. Buscó la entrada con la lengua y acarició la de ella al encontrarla. Los brazos de ______ treparon alrededor de su cuello y al abrazarle apoyó en él su cuerpo, flexible, esbelto e imperceptible comparado con el de Joseph. Finalmente ella había perdido el miedo por completo, pensó él mientras exploraba su boca con lento y ardiente placer, y por la forma como le devolvía los besos, su buena disposición era indudable.
El carruaje siguió traqueteando y se balanceó al doblar una esquina, y ellos se desplazaron al mismo tiempo para contrarrestar la sacudida, con las bocas y los cuerpos unidos. Joseph se dio cuenta de que estaba sin aliento cuando alzó la cabeza. Su erección era ahora como un trozo de hierro que protestaba contra el confinamiento de sus pantalones entallados.
«Pronto.»
Primero liberó un esbelto hombro femenino de la tela del vestido y tiró hacia abajo, más y más, hasta que un pecho tenso y rotundo quedó libre. Inclinó la cabeza y lamió la cima madura, probando, provocando, hasta hacer que ________ se estremeciera entre sus brazos.
—Oh... —Brotó un jadeo gutural.
Era un placer sigiloso, en penumbra. Mientras él le chupaba el pecho, ella arqueó la espalda y le enredó suavemente los dedos en el pelo, proporcionándole un goce puro e intensamente masculino. Una cama habría sido preferible, pensó mientras la excitaba de un modo sutil, y pasaba la mano bajo su vestido y deslizaba los dedos por la parte interior del muslo terso y cálido, para encontrar un calor húmedo y tentador. Pero si lo único que podía tener era esto, lo aceptaría.
Tal vez ella tenía razón. Tal vez sus pasados encuentros con sus amantes le habían malacostumbrado; tal vez dio por sentado que ella había asumido un riesgo al relacionarse con él, debido a su maldita notoriedad.
Y tal vez no debería tener relaciones sexuales con ella en un carruaje en marcha, simplemente porque no tenía el aguante de aceptar su negativa.
En el momento en el que le levantó las faldas, con la delicada tela en las manos y el cuerpo tenso y clamando rapidez, vaciló. Era un desafortunado momento para tener un ataque de conciencia, pero por lo visto eso era lo que pasaba. Respiró honda y entrecortadamente.
—¿Cuántas veces durante nuestra relación voy a tener que suplicarte que me perdones por mi pretenciosa arrogancia? ¿Deseas esto, _______?
Ella respiró con ardor junto a su mejilla, y exhaló una imperceptible carcajada.
—¿No te parezco entregada?
—Cuando subiste al carruaje no.
—Eso fue una objeción a las implicaciones de tu presencia, no a tu persona. —Se le acercó más y le besó. Pegó ligeramente los labios y frotó contra él su cuerpo medio desnudo. Cuando se apartó, susurró: —Ya hemos corrido el riesgo, así que por favor no lo desaproveches. He estado pensando en ti, Joseph.
—Soy un idiota egoísta, ya que solo eres tú quien corre un riesgo, y yo no te di ninguna opción.
Ella deslizó la mano hacia abajo y acarició el bulto entre las piernas de Joseph.
—¿Podemos discutir eso dentro de unos minutos, por favor?
—¿Estás segura?
—Dios, sí, Jospeh... date prisa.
En otro momento, el poder que emanaba del hombre que la retenía habría hecho que ______ se sintiera intimidada y vulnerable, pero ahora se deleitó en él, cuando Joseph la desplazó con facilidad, se desabrochó los pantalones con ágil destreza, de modo que su pene erecto quedó libre, y le agarró la cintura.
—Levántate las faldas. —La brusquedad de la orden indicó hasta qué punto la necesitaba, y ella disfrutó de la idea de que la deseara, aunque aquello solo fuera una comunión física. ______ obedeció, las levantó hasta la cintura y separó las piernas mientras él la alzaba para colocarla sobre sus caderas. Se unieron despacio, la mano de ella guió su miembro rígido y él la hizo caer. La sensación en el interior del vehículo en marcha, rodeados por las calles de la ciudad, fue espectacular, temeraria y pecaminosa.
Ella se sentía perversa, pero también experimentó una extraña libertad cuando acogió su erección con el cuerpo ansioso. Cabalgando en su regazo, empezó a moverse al ritmo del impulso de Joseph, levantándose hacia arriba y deslizándose hacia abajo. Él retenía sus caderas con manos firmes, y cuando ella se alzó la penetró con evidente impaciencia, pero todavía con cierto control. Se sostuvieron la mirada mientras avanzaban hacia un erótico objetivo común.
El deseo se elevó hacia cimas nuevas, colmando los sentidos de ______, y el balanceo del carruaje se incorporó al ritmo con el que hacían el amor. Joseph la sujetaba, con una especie de combinación de fuerza retentiva y gentileza; dando y tomando con un destello de deseo feroz en sus cautivadores ojos azules. Su embriagador aroma masculino añadía combustible al fuego que azotaba el interior del cuerpo de ______, familiar y evocador de recuerdos imborrables del mismo placer seductor, inolvidable.
Ella separó los labios y empezó a jadear, intentando ahogar un evidente gemido, pero llegó a un punto en el que ya no le importó si Huw los oía, ni tampoco que todo Londres fuera testigo de su entregado éxtasis. El clímax surgió de pronto, abrasadoramente brillante y palpitante. Se agarró a él como si las primeras sacudidas del orgasmo la aprisionaran y la retuvieran con grilletes, y ahogó un grito contra la elegante chaqueta de terciopelo de Jospeh.
El tensó las manos a su vez de un modo casi doloroso, levantó las caderas con una turbulenta urgencia y ella notó que su cuerpo se estremecía por entero. Una vez, dos y tres sacudidas, mientras él eyaculaba y ambos quedaban suspendidos, fusionados y unidos en un éxtasis mutuo e irresistible.
Medio aturdida, ______ se dejó caer sobre él. Notó apenas la boca de Joseph pegada al pelo, sus brazos que ahora la estrechaban con ternura. Se quedaron así, unidos todavía, y poco a poco se moderó su respiración. Finalmente surgió una leve carcajada del pecho de Joseph que tenía bajo el oído.
—Creo que nada me gustaría más que dar vueltas en un carruaje durante el resto de mi vida.
—No dudes en invitarme a acompañarte. —Ella balbuceó en voz baja esas palabras; con el cuerpo pegado a él y tan laxo que creyó no tener huesos.
—No me tientes. Como ya debes de haber notado, cuando se trata de ti el autocontrol no es mi cualidad más acusada. Con sugerencias como esta no me mantendrás a raya.
Había cierta irritación en aquel tono cariñoso y él se movió, solo un poco, pero ella lo notó claramente.
Hasta el momento, _______ tenía la sensación de que la idea de Nicholas de instigar con celos la habitual indiferencia natural de Joseph había funcionado, pero ¿era eso tan solo lujuria? Un momento antes así lo parecía, pero la forma como la abrazaba ahora, como la acunaba contra él, sugería otra cosa.
—Conoces mis motivos para querer mantener en secreto incluso la sugerencia de una relación pasajera —dijo ella, mientras escuchaba el fuerte latido del corazón de Joseph a través de las capas de su elegante atuendo.
—Sí.
—Pero no estás de acuerdo.
—Lo comprendo. Pero aun así no me hace feliz. Obviamente.
—O no te las habrías ingeniado para esconderte en mi coche.
Aunque fue precipitado y desacertado, la hizo sonreír que él hubiera hecho algo así.
—No es mi forma usual de acercarme a una dama, lo reconozco.
Oírle decir «usual» fue un baño de gélida realidad. Le recordó qué y quién era él, y ______ hizo acopio de la suficiente fuerza para sentarse. Aún estaba con las piernas abiertas sobre su regazo, con su sexo dentro, y ambos rodeados por los racimos de espuma que formaban sus faldas. ______ notaba la tela de sus pantalones en el interior de los muslos.
—Me siento muy agradecida contigo, pero... temerosa.
Bajo la tenue oscuridad, los rasgos cincelados de Joseph eran un tanto misteriosos y su expresión podía significar cualquier cosa.
—Del escándalo. Porque soy Rothay.
¿Por qué mentir?
—Sí.
—Yo también te temo, mi gélida lady Wynn.
______ alzó las cejas un instante, centelleó la esperanza y se le humedecieron repentinamente las palmas de las manos, pegadas a la chaqueta entallada de Joseph.
—¿Y eso?
Hubo una vacilación evidente.
—Bueno, para empezar ese impulso de acechar en carruajes sin haber sido invitado. —En sus dientes centelleó una sonrisa lánguida y perezosa. —Mi magnífico magnetismo resultará comprometido si alguien lo averigua. De modo que ya ves, tu secreto está a salvo conmigo.
Y ella se dio cuenta en aquel momento de que él había eliminado de la conversación cualquier matiz de seriedad. También era muy bueno en eso, muy bueno.
Apaciguó su decepción, recordándose a sí misma con desafecto pragmatismo que de todos los hombres del mundo, él era quien tenía menos posibilidades de ponerse de rodillas y lanzar poéticas declaraciones de amor de un modo tan fácil. Por lo visto ella le había dado lo que él quería y con eso bastaba. El había calmado su acceso de lujuria, estaba satisfecho, y ella era una distracción que olvidaría. Si se había sentido celoso, fue algo pasajero, como cuando un niño ve a otro jugando con su juguete preferido.
—Me parece que no te he dado las gracias por tu imaginativo regalo —murmuró ______. —Mi mayordomo no está demasiado contento de tener un cachorro corriendo por ahí, pero yo debo admitir que lo encuentro tremendamente divertido.
—De nada. Parecía una criatura bastante simpática y comentaste que querías uno.
—Fuiste muy considerado. —Le acarició la mejilla; apenas un roce con los dedos.
—O un soborno calculado, para conservar tu estima quizá.
—El curvó la comisura de los labios con ironía.
Con la misma facilidad atlética que había usado para colocarla allí, Joseph la levantó de su regazo. Le ofreció galantemente el pañuelo para limpiarse los restos de los muslos, se abrochó los pantalones y después golpeó tres veces en el techo del carruaje.
—Le dije a tu cochero que me dejara a varias manzanas de tu casa —dijo con voz neutra. —Ya encontraré un coche que me lleve de vuelta al baile. Nadie sabrá nunca que estuvimos juntos.
Salvo que ella lo sabría, pensó ______ con pragmática desesperación.
Y más le valía afrontar la realidad de que lord Manderville pudiera estar terriblemente equivocado. Joseph se había presentado antes con una encantadora mujer mayor del brazo. El parecido familiar era tan claro, que ella lo supo incluso antes de que los anunciaran; eran madre e hijo. La llegada de la honorable duquesa había debilitado el ánimo de _____ para seguir con el plan de Nicholas. Melinda Cassat siempre era una fuente de rumores y ella no tuvo que insistir demasiado para que su amiga le revelara los detalles sobre el linaje de la familia Manning. Joseph era el único hijo varón; el siguiente en la línea sucesoria era un primo lejano, que en ese momento residía en las colonias. Para su familia era importante que él tuviera un heredero y, según Melinda, cuanto más se acercaba a los treinta, mayor era el número de mamas esperanzadas y de jóvenes debutantes dispuestas a casarse para preservar la dinastía.
Posiblemente una viuda estéril no era en absoluto lo que la distinguida duquesa tenía en mente para un hijo tan apuesto y tan buen partido.
______ acabó de ajustarse la ropa y asintió, incapaz de hablar.
Si, en primer lugar, lograba algún día que él considerara siquiera el matrimonio. El juego era arriesgado y las probabilidades, escasas. Pero cuando se detuvieron, y él se despidió con un prolongado beso antes de bajar de un salto del coche, ella decidió que, dado que su primera experiencia con el duque diabólico había resultado tan bien, también valía la pena intentar eso.
La sala de juegos estaba, como siempre, saturada de humo de tabaco empapado de olor a coñac y clarete, y las ventanas abiertas a la cálida noche apenas conseguían ventilar el ambiente. En ocasiones las conversaciones eran estridentes, salpicadas de súbitas carcajadas, pero en su mesa había una atmósfera poco animada. Nicholas contempló en silencio cómo el hombre que tenía enfrente mostraba sus cartas y recogía las ganancias de una mano más.
Por lo visto, el duque de Rothay estaba teniendo una noche de suerte.
Solo que él, para ser un hombre a quien sonreía la fortuna de ese modo, no parecía demasiado contento. Joseph tenía un peculiar gesto en la boca que cualquiera que fuera algo más que un conocido, identificaría como de enfado. Nicholas tenía la impresión de saber el motivo.
—Y digo yo, Rothay —refunfuñó lord Renquist, —¿le importaría mucho no jugar un par de manos para que los demás tengamos alguna oportunidad?
En los ojos oscuros de Joseph había un ligerísimo destello de algo parecido a la borrachera. Puede que dicha suposición fuera correcta, si la cantidad de veces que había llenado su copa desde que ocupó su asiento permitía imaginar lo que había estado haciendo antes de llegar al baile.
—Yo no reparto las cartas. ¿Insinúa usted algo? —dijo arrastrando las palabras con relativa urbanidad.
El joven Renquist podía estar también algo bebido, pero no hasta el punto de no reconocer el matiz de calculada advertencia en la voz de Joseph.
—Yo no insinúo nada. Solo era una broma.
—Ah, ¿sí?
La cara de Renquist palideció solo un poco.
—No muy buena.
—Limitémonos a jugar, ¿les parece? —Joseph cogió sus cartas y las abrió con sus dedos largos y expertos y aquella atípica expresión algo hosca y malhumorada.
Nicholas vio que los otros dos jugadores intercambiaban una mirada, con el claro acuerdo tácito de no irritar esa noche al habitualmente ecuánime y sereno duque de Rothay. Si un comentario tan inocuo podía ofenderle, quizá lo mejor era estar callado.
Después de dos manos desastrosas más, Renquist se excusó con extrema educación y se trasladó a una mesa donde se jugaba a los dados. A Nicholas no le importaba perder un poco, ya que aquella noche estaba decidido a hacer el papel de perro guardián. En circunstancias normales confiaba en la corrección de Joseph, pero la situación no era usual en absoluto.
_______ estaba presente en la sala de baile mientras ellos jugaban a las cartas. Por consejo de Nicholas, estaba bailando incluso, cosa que no hacía habitualmente. Esa noche estaba más bonita que nunca. Llevaba un escotado vestido crema de encaje que realzaba su centellante cabellera y su piel de marfil. Algo inidentificable había cambiado en ella desde que había vuelto de su estancia con Joseph, y aunque parecía tan serena como siempre, tenía un aire distinto.
Los hombres lo habían notado. No solo porque bailara, aunque eso había provocado comentarios, sino por una diferencia más sutil que dulcificaba su habitual coraza de hielo.
De ahí la inquietud y el malhumor del duque, dedujo Nicholas, porque nadie mejor que él sabía lo que suponía estar cerca de la mujer que uno desea y no poder aproximarse. ______ estaba allí, Joseph lo sabía y se veía obligado a mantenerse a distancia, mientras los demás hombres danzaban y coqueteaban con ella. Era una postura de contención desconocida hasta el momento en un hombre que solía tener lo que quería, especialmente si se trataba de mujeres.
No es que él se encontrara en una situación mejor, pensó Nicholas, ya que Annabel estaba allí también, encantadora con su vestido de tul rosa y el cabello claro recogido en alto para mostrar la silueta grácil de su cuello y sus hombros de satén. El podía pedirle un baile, por supuesto, nadie le daría ninguna importancia dado su parentesco con el tutor de la joven. Pero Nicholas no estaba en absoluto seguro de que ella no le rechazara de plano si intentaba acercarse. Ser desairado en público provocaría comentarios, y aunque por su parte no le importaba demasiado, dudaba que a ella le hiciera feliz ser la protagonista de ambiguas murmuraciones. No se hacía ilusiones; ella le echaría la culpa.
De modo que, como Joseph, tenía que mantenerse a distancia.
Uno de sus amigos cogió la silla vacante de Renquist en la mesa y solicitó incorporarse.
—Solo una palabra de advertencia, George —dijo Nicholas en un tono neutro. —Joe tiene la suerte del mismo diablo esta noche. Siempre tiene buenas cartas.
—Gracias por avisarme. No jugaré demasiado fuerte, entonces. —George Winston, corpulento y sociable, se instaló y sonrió. —Hablando de suerte, ¿cómo va esa apuesta entre los dos, por cierto? ¿Cuándo conoceremos el triunfal resultado?
Un músculo de la mandíbula de Joe se tensó de forma visible, pero su voz fue bastante cordial.
—Aún no está decidido.
—Será en las próximas semanas, creo —dijo Nicholas con una mueca deliberadamente apática. —No queremos apresurar demasiado las cosas.
Podía ser un error pinchar a Joseph en su presente estado de ánimo, pero obligarle a reconocer los celos que sentía era parte del plan.
Winston, de buen carácter pero siempre demasiado charlatán, hizo un guiño.
—Quieres decir que no queréis apresurar a la dama. Debéis saber que todo el mundo está haciendo todo lo posible para intentar averiguar quién es ella. Dadnos una pista, vamos.
Joseph se miró la mano como si fuera la cosa más fascinante del mundo.
—No.
—¿Es bonita? —George no estaba dispuesto a que le dejaran al margen. De hecho, todos los hombres de la mesa parecían tan divertidos como intrigados.
—¿Tú qué crees? —Nicholas alzó una ceja.
—Lo supongo. ¿Pechos grandes?
Joseph levantó la cabeza como un lobo olisqueando a su presa.
Si hubiera una forma discreta de decirle a George que especulaciones como esa podían traerle muchos problemas, Nicholas lo habría hecho. Desde el otro lado de la mesa, con Una voz aparentemente desenfadada, Joseph dijo sin más:
—Como caballeros, nos negamos a hablar de ello.
Una advertencia clara.
La fría mirada de sus ojos negros declaró que el tema estaba zanjado.
Entonces arrojó las cartas en la mesa y se levantó.
—Perdónenme, caballeros, me voy.
Después de su abrupta marcha hubo un breve silencio. Él salió de la habitación con paso firme, como si tuviera un destino claro en mente.
—Yo opino que esta noche no es el de siempre, ¿verdad? —musitó otro de los jugadores.
Una señal muy prometedora.
—Esta pasada semana ha estado reuniéndose a diario con el primer ministro y su familia está en la ciudad. Puede que solo esté cansado —dijo Nicholas sin más.
—¿El duque diabólico? —Gruñó George. —Yo le he visto beber hasta la madrugada, cambiarse de ropa e ir a una carrera de caballos sin más, y hacer lo mismo la noche siguiente. Joe no se cansa.
Nicholas habría apostado el montón de fichas que tenía delante algunas más a que George se equivocaba. Había supuesto que, en ese momento, el legendario Rothay estaba muy cansado de estar cerca de los límites del territorio de lady Wynn y no poder siquiera rozarle la mano.
La puerta del carruaje se abrió y Joseph se quedó inmóvil, confiando en no haber cometido en un impulso el error de su vida por escuchar a su revoltoso miembro. _______ se dispuso a subir, pero al verle se detuvo y separó los labios, atónita por la sorpresa.
—Por favor, entra y te lo explicaré —dijo él en voz baja.
—Joseph, ¿qué estás haciendo? —preguntó ella con un susurro colérico, y se quedó encaramada en el estribo, sin pasar al interior del carruaje.
—Hablé con tu cochero. Nos llevará a casa dando un rodeo. Así que, por favor, entra antes de que alguien se pregunte por qué no lo haces.
Eso hizo que finalmente ella pasara dentro, y el joven gales que la había llevado a Essex cerró la puerta. Con un exquisito crujido de sus faldas de seda, _______ se acomodó en el asiento y al cabo de un momento el vehículo emprendió su camino. Le miró con sus luminosos ojos de plata, pero estaba oscuro y él apenas podía evaluar hasta qué punto ella objetaba su presencia.
—Francamente espero que nadie te viera hablando con Huw ni, algo aún peor, subiendo a mi carruaje —comentó ______ al fin.
—Fui prudente. —Lo había sido y se sentía endiabladamente satisfecho de haber charlado con el joven durante el tiempo que había pasado con ______ en Essex. El cochero y él hablaron de caballos, una pasión natural y mutua que colocó al aristócrata y al criado en un plano común. Por otro lado, era obvio que Huw sabía con exactitud dónde pasó las noches su señora, así que no había ni pestañeado ni ante Joseph ni ante su petición.
—No estoy segura de que sepas ser discreto, Rothay —le dijo ella en tono cortante, aunque en su boca se dibujó una tenue sonrisa.
—Por ti, estoy dispuesto a esforzarme al máximo. —Ante aquella familiar expresión de indulgencia en un rostro femenino, él se relajó un poco.
No es que para Joseph hubiera sido nunca muy importante saber si una mujer deseaba su compañía, pero con ella lo era. Por increíble que pareciera, deseaba saber si ella le había extrañado como él la había extrañado a ella.
______ siguió riñéndole con severidad.
—Creo que te dije no. Me doy cuenta de que no estás familiarizado con la palabra, pero me temo que en este caso soy sincera. No quiero correr el riesgo de intentar tener una relación clandestina contigo. La lista de las personas que conocen mi viaje y mi estancia en tu propiedad ya es suficientemente larga en este momento. Además de Huw están la señora Sims, las doncellas que había allí, por no hablar de lord Manderville.
—Nicholas no dirá nada. Nadie en Essex está informado de tu apellido y solo tú puedes responder de tu cochero, pero parece bastante leal. No nos descubrirán.
Ella bajó las pestañas con un estudiado gesto.
—Debe de ser agradable estar siempre tan seguro de que la vida irá como uno quiere.
Haber nacido rico y noble seguro que le otorgaba cierta confianza, no tanto innata como impuesta, pero en realidad él no quería debatir ese asunto; no teniéndola tan deliciosamente cerca. La ligera fragancia de su perfume puso en alerta máxima el cuerpo de Joseph, que distinguió las seductoras curvas de sus pechos enmarcadas por el escote de su vestido. ¿Pechos grandes? No. ¿Pechos femeninos, perfectos y firmes, que cabían en sus manos y en su boca? Sí. Cuando Winston había empezado a especular sobre la apariencia física de ella, una imagen demasiado vivida de aquel cuerpo desnudo bajo el suyo apareció en su mente, y en ese momento, incapaz de reprimirse, había tomado una decisión que tendría que revisar más tarde cuando estuviera en un estado mental más sereno.
Cuando no estuviera en celo, apuntó una voz más civilizada e irónica en su cerebro. La creciente erección por el mero hecho de estar cerca de ella, era la prueba irrefutable de que su cuerpo estaba de acuerdo.
—Tengo grandes esperanzas de que esta velada mejorará, de veras. —Le retuvo la mirada y palmeó el asiento que había a su lado. —Ven a sentarte aquí.
—No debo —respondió ella en voz baja. —Y tú no deberías estar aquí.
—Sí debo. Estamos solos. Tu cochero pospondrá nuestra llegada hasta que yo le haga una señal. Deseo introducirte en los placeres de hacer el amor en un carruaje. Es un tanto estrecho, lo admito, pero puede hacerse con resultados deliciosos.
—No sé por qué tengo la sensación de que se trata de un arte que has practicado bastante a menudo. —Pese a la sequedad de su tono, ______ hizo lo que Joe le pidió y se trasladó al asiento que le ofrecía. Se le escapó un ligero jadeo cuando él cambió de opinión y la levantó para colocarla sobre su regazo. Las tentadoras nalgas de ella se posaron sobre sus ingles y él se excitó aún más.
Los labios de Joseph le acariciaron el cuello.
—Esta noche has bailado. No sueles hacerlo.
_______ echó la cabeza hacia atrás para facilitarle el acceso, e hizo una pregunta ligera, como una telaraña de nubes.
—¿Me vigilabas?
Admitir que no había sido capaz de evitarlo parecía tan imprudente como colarse en su carruaje. Retirarse a la sala de juegos tampoco había servido de nada.
—Lo vi —susurró Joseph.
—Yo también te vi —admitió ella con voz ronca, y sus ojos centellearon como joyas bajo la tenue luz.
De modo que se vigilaron el uno al otro. Él no quería pensar demasiado en eso. Aquello se estaba convirtiendo en algo que le distraía de su vida habitual, y lo que debía hacer era mantenerse alejado de ella hasta que se le pasara la fiebre. Pero en lugar de eso allí estaba, robando unos instantes del tiempo de _______, como una especie de vagabundo ladrón que no tenía adonde ir.
Lo cual era ridículo. El tenía docenas más de sitios adonde ir. Antes, mientras bailaba con lady Whitmore, ella le había hecho una proposición flagrante, pero para empezar él había salido a la pista solo para rozar a ______ al pasar.
La había declinado con la mayor educación posible.
Y en lugar de eso se pasó casi una hora sentado a oscuras en un carruaje.
Esperando.
Para esto.
—Hueles a flores —le dijo, recorriendo con la boca aquel delicado hueco bajo la oreja de ______, mientras trataba de borrar esos inquietantes pensamientos. —Mmm.
—Joseph...
—Shhh.
Le tomó la boca con un beso abrasador porque no deseaba hablar, ni analizar el motivo y el porqué de su presencia. Buscó la entrada con la lengua y acarició la de ella al encontrarla. Los brazos de ______ treparon alrededor de su cuello y al abrazarle apoyó en él su cuerpo, flexible, esbelto e imperceptible comparado con el de Joseph. Finalmente ella había perdido el miedo por completo, pensó él mientras exploraba su boca con lento y ardiente placer, y por la forma como le devolvía los besos, su buena disposición era indudable.
El carruaje siguió traqueteando y se balanceó al doblar una esquina, y ellos se desplazaron al mismo tiempo para contrarrestar la sacudida, con las bocas y los cuerpos unidos. Joseph se dio cuenta de que estaba sin aliento cuando alzó la cabeza. Su erección era ahora como un trozo de hierro que protestaba contra el confinamiento de sus pantalones entallados.
«Pronto.»
Primero liberó un esbelto hombro femenino de la tela del vestido y tiró hacia abajo, más y más, hasta que un pecho tenso y rotundo quedó libre. Inclinó la cabeza y lamió la cima madura, probando, provocando, hasta hacer que ________ se estremeciera entre sus brazos.
—Oh... —Brotó un jadeo gutural.
Era un placer sigiloso, en penumbra. Mientras él le chupaba el pecho, ella arqueó la espalda y le enredó suavemente los dedos en el pelo, proporcionándole un goce puro e intensamente masculino. Una cama habría sido preferible, pensó mientras la excitaba de un modo sutil, y pasaba la mano bajo su vestido y deslizaba los dedos por la parte interior del muslo terso y cálido, para encontrar un calor húmedo y tentador. Pero si lo único que podía tener era esto, lo aceptaría.
Tal vez ella tenía razón. Tal vez sus pasados encuentros con sus amantes le habían malacostumbrado; tal vez dio por sentado que ella había asumido un riesgo al relacionarse con él, debido a su maldita notoriedad.
Y tal vez no debería tener relaciones sexuales con ella en un carruaje en marcha, simplemente porque no tenía el aguante de aceptar su negativa.
En el momento en el que le levantó las faldas, con la delicada tela en las manos y el cuerpo tenso y clamando rapidez, vaciló. Era un desafortunado momento para tener un ataque de conciencia, pero por lo visto eso era lo que pasaba. Respiró honda y entrecortadamente.
—¿Cuántas veces durante nuestra relación voy a tener que suplicarte que me perdones por mi pretenciosa arrogancia? ¿Deseas esto, _______?
Ella respiró con ardor junto a su mejilla, y exhaló una imperceptible carcajada.
—¿No te parezco entregada?
—Cuando subiste al carruaje no.
—Eso fue una objeción a las implicaciones de tu presencia, no a tu persona. —Se le acercó más y le besó. Pegó ligeramente los labios y frotó contra él su cuerpo medio desnudo. Cuando se apartó, susurró: —Ya hemos corrido el riesgo, así que por favor no lo desaproveches. He estado pensando en ti, Joseph.
—Soy un idiota egoísta, ya que solo eres tú quien corre un riesgo, y yo no te di ninguna opción.
Ella deslizó la mano hacia abajo y acarició el bulto entre las piernas de Joseph.
—¿Podemos discutir eso dentro de unos minutos, por favor?
—¿Estás segura?
—Dios, sí, Jospeh... date prisa.
En otro momento, el poder que emanaba del hombre que la retenía habría hecho que ______ se sintiera intimidada y vulnerable, pero ahora se deleitó en él, cuando Joseph la desplazó con facilidad, se desabrochó los pantalones con ágil destreza, de modo que su pene erecto quedó libre, y le agarró la cintura.
—Levántate las faldas. —La brusquedad de la orden indicó hasta qué punto la necesitaba, y ella disfrutó de la idea de que la deseara, aunque aquello solo fuera una comunión física. ______ obedeció, las levantó hasta la cintura y separó las piernas mientras él la alzaba para colocarla sobre sus caderas. Se unieron despacio, la mano de ella guió su miembro rígido y él la hizo caer. La sensación en el interior del vehículo en marcha, rodeados por las calles de la ciudad, fue espectacular, temeraria y pecaminosa.
Ella se sentía perversa, pero también experimentó una extraña libertad cuando acogió su erección con el cuerpo ansioso. Cabalgando en su regazo, empezó a moverse al ritmo del impulso de Joseph, levantándose hacia arriba y deslizándose hacia abajo. Él retenía sus caderas con manos firmes, y cuando ella se alzó la penetró con evidente impaciencia, pero todavía con cierto control. Se sostuvieron la mirada mientras avanzaban hacia un erótico objetivo común.
El deseo se elevó hacia cimas nuevas, colmando los sentidos de ______, y el balanceo del carruaje se incorporó al ritmo con el que hacían el amor. Joseph la sujetaba, con una especie de combinación de fuerza retentiva y gentileza; dando y tomando con un destello de deseo feroz en sus cautivadores ojos azules. Su embriagador aroma masculino añadía combustible al fuego que azotaba el interior del cuerpo de ______, familiar y evocador de recuerdos imborrables del mismo placer seductor, inolvidable.
Ella separó los labios y empezó a jadear, intentando ahogar un evidente gemido, pero llegó a un punto en el que ya no le importó si Huw los oía, ni tampoco que todo Londres fuera testigo de su entregado éxtasis. El clímax surgió de pronto, abrasadoramente brillante y palpitante. Se agarró a él como si las primeras sacudidas del orgasmo la aprisionaran y la retuvieran con grilletes, y ahogó un grito contra la elegante chaqueta de terciopelo de Jospeh.
El tensó las manos a su vez de un modo casi doloroso, levantó las caderas con una turbulenta urgencia y ella notó que su cuerpo se estremecía por entero. Una vez, dos y tres sacudidas, mientras él eyaculaba y ambos quedaban suspendidos, fusionados y unidos en un éxtasis mutuo e irresistible.
Medio aturdida, ______ se dejó caer sobre él. Notó apenas la boca de Joseph pegada al pelo, sus brazos que ahora la estrechaban con ternura. Se quedaron así, unidos todavía, y poco a poco se moderó su respiración. Finalmente surgió una leve carcajada del pecho de Joseph que tenía bajo el oído.
—Creo que nada me gustaría más que dar vueltas en un carruaje durante el resto de mi vida.
—No dudes en invitarme a acompañarte. —Ella balbuceó en voz baja esas palabras; con el cuerpo pegado a él y tan laxo que creyó no tener huesos.
—No me tientes. Como ya debes de haber notado, cuando se trata de ti el autocontrol no es mi cualidad más acusada. Con sugerencias como esta no me mantendrás a raya.
Había cierta irritación en aquel tono cariñoso y él se movió, solo un poco, pero ella lo notó claramente.
Hasta el momento, _______ tenía la sensación de que la idea de Nicholas de instigar con celos la habitual indiferencia natural de Joseph había funcionado, pero ¿era eso tan solo lujuria? Un momento antes así lo parecía, pero la forma como la abrazaba ahora, como la acunaba contra él, sugería otra cosa.
—Conoces mis motivos para querer mantener en secreto incluso la sugerencia de una relación pasajera —dijo ella, mientras escuchaba el fuerte latido del corazón de Joseph a través de las capas de su elegante atuendo.
—Sí.
—Pero no estás de acuerdo.
—Lo comprendo. Pero aun así no me hace feliz. Obviamente.
—O no te las habrías ingeniado para esconderte en mi coche.
Aunque fue precipitado y desacertado, la hizo sonreír que él hubiera hecho algo así.
—No es mi forma usual de acercarme a una dama, lo reconozco.
Oírle decir «usual» fue un baño de gélida realidad. Le recordó qué y quién era él, y ______ hizo acopio de la suficiente fuerza para sentarse. Aún estaba con las piernas abiertas sobre su regazo, con su sexo dentro, y ambos rodeados por los racimos de espuma que formaban sus faldas. ______ notaba la tela de sus pantalones en el interior de los muslos.
—Me siento muy agradecida contigo, pero... temerosa.
Bajo la tenue oscuridad, los rasgos cincelados de Joseph eran un tanto misteriosos y su expresión podía significar cualquier cosa.
—Del escándalo. Porque soy Rothay.
¿Por qué mentir?
—Sí.
—Yo también te temo, mi gélida lady Wynn.
______ alzó las cejas un instante, centelleó la esperanza y se le humedecieron repentinamente las palmas de las manos, pegadas a la chaqueta entallada de Joseph.
—¿Y eso?
Hubo una vacilación evidente.
—Bueno, para empezar ese impulso de acechar en carruajes sin haber sido invitado. —En sus dientes centelleó una sonrisa lánguida y perezosa. —Mi magnífico magnetismo resultará comprometido si alguien lo averigua. De modo que ya ves, tu secreto está a salvo conmigo.
Y ella se dio cuenta en aquel momento de que él había eliminado de la conversación cualquier matiz de seriedad. También era muy bueno en eso, muy bueno.
Apaciguó su decepción, recordándose a sí misma con desafecto pragmatismo que de todos los hombres del mundo, él era quien tenía menos posibilidades de ponerse de rodillas y lanzar poéticas declaraciones de amor de un modo tan fácil. Por lo visto ella le había dado lo que él quería y con eso bastaba. El había calmado su acceso de lujuria, estaba satisfecho, y ella era una distracción que olvidaría. Si se había sentido celoso, fue algo pasajero, como cuando un niño ve a otro jugando con su juguete preferido.
—Me parece que no te he dado las gracias por tu imaginativo regalo —murmuró ______. —Mi mayordomo no está demasiado contento de tener un cachorro corriendo por ahí, pero yo debo admitir que lo encuentro tremendamente divertido.
—De nada. Parecía una criatura bastante simpática y comentaste que querías uno.
—Fuiste muy considerado. —Le acarició la mejilla; apenas un roce con los dedos.
—O un soborno calculado, para conservar tu estima quizá.
—El curvó la comisura de los labios con ironía.
Con la misma facilidad atlética que había usado para colocarla allí, Joseph la levantó de su regazo. Le ofreció galantemente el pañuelo para limpiarse los restos de los muslos, se abrochó los pantalones y después golpeó tres veces en el techo del carruaje.
—Le dije a tu cochero que me dejara a varias manzanas de tu casa —dijo con voz neutra. —Ya encontraré un coche que me lleve de vuelta al baile. Nadie sabrá nunca que estuvimos juntos.
Salvo que ella lo sabría, pensó ______ con pragmática desesperación.
Y más le valía afrontar la realidad de que lord Manderville pudiera estar terriblemente equivocado. Joseph se había presentado antes con una encantadora mujer mayor del brazo. El parecido familiar era tan claro, que ella lo supo incluso antes de que los anunciaran; eran madre e hijo. La llegada de la honorable duquesa había debilitado el ánimo de _____ para seguir con el plan de Nicholas. Melinda Cassat siempre era una fuente de rumores y ella no tuvo que insistir demasiado para que su amiga le revelara los detalles sobre el linaje de la familia Manning. Joseph era el único hijo varón; el siguiente en la línea sucesoria era un primo lejano, que en ese momento residía en las colonias. Para su familia era importante que él tuviera un heredero y, según Melinda, cuanto más se acercaba a los treinta, mayor era el número de mamas esperanzadas y de jóvenes debutantes dispuestas a casarse para preservar la dinastía.
Posiblemente una viuda estéril no era en absoluto lo que la distinguida duquesa tenía en mente para un hijo tan apuesto y tan buen partido.
______ acabó de ajustarse la ropa y asintió, incapaz de hablar.
Si, en primer lugar, lograba algún día que él considerara siquiera el matrimonio. El juego era arriesgado y las probabilidades, escasas. Pero cuando se detuvieron, y él se despidió con un prolongado beso antes de bajar de un salto del coche, ella decidió que, dado que su primera experiencia con el duque diabólico había resultado tan bien, también valía la pena intentar eso.
Hola chicas!!! como andan???
Me alegro que les guste tanto la novela :)
Perdon por no subir ayer :oops:
les queria subir dos capitulos pero tenia solo uno editado
asi que les debo el otro :roll:
y si puedo editar bastante les pongo maraton un dia de estos
pero no de muchoas capitulos porque a la novela no le queda mucho para el final :(
Me alegro que les guste tanto la novela :)
Perdon por no subir ayer :oops:
les queria subir dos capitulos pero tenia solo uno editado
asi que les debo el otro :roll:
y si puedo editar bastante les pongo maraton un dia de estos
pero no de muchoas capitulos porque a la novela no le queda mucho para el final :(
zai
Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
aww pero la rayiz no es esteril o si??
Aun asi Joe la querra mucho!!
Siguela!!
Aun asi Joe la querra mucho!!
Siguela!!
aranzhitha
Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
AAII POR QUE NO LE DICE LA VERDAD JOEEE???
ES QUE NO SE DA CUENTA QUE ESTA ENAMORADO???
AAIII CIELOS ES MUY COMPLICADOOOO!!!!
Y ESPERARE A UN MINI MARATOONN
ES QUE NO SE DA CUENTA QUE ESTA ENAMORADO???
AAIII CIELOS ES MUY COMPLICADOOOO!!!!
Y ESPERARE A UN MINI MARATOONN
chelis
Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]
Me encanta!!!!!
Joe es un hermoso lujurioso ;)
Síguela me muero por saber q pasara
Joe es un hermoso lujurioso ;)
Síguela me muero por saber q pasara
Julieta♥
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