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Encendí el tercer cigarrillo de la noche mientras observaba el parque. Las parejas se encontraban aquí desde hace rato y sólo me había limitado a observarlas. La manera en que se toman de las manos, se besan y abrazan, cómo se susurran cosas al oído y lo más increíble de todo, lo felices que son. ¿Cómo lo logran? Es decir, ¿Cómo logran no sufrir? ¿Acaso la vida se los ha dado todo?  
Expulsé el humo y luego me llevé el objeto a los labios una vez más, me levanté del lugar y caminé hacia el pequeño lago con la esperanza de no encontrar ninguna de esas personas compartiendo su saliva, por más que desee ser una de ellas no hay por qué quedármeles viendo como una acosadora.
Me incliné en el barandal de metal que dividía el lago del parque y jugué con el cigarrillo entre mis dedos. Quizás soy igual a él. Quizás no soy más que la hija de aquel hombre de las noticias que mató a su esposa y luego se quitó la vida en un arrebato de ira y borrachera. Él fumaba, y lo hacía el doble de las veces de las que yo lo hago, lo cual me hace sentir igual a él.
Cerré los ojos recordando aquella de noche, cuando apenas tenía nueve. Me encontraba en mi habitación dibujando cuando escucho gritos desde la parte de abajo, me sentí asustada al instante pensando en mi padre golpeando a mi madre una vez más. Así que, salí de la habitación y bajé las escaleras, oh Dios, nunca en mi vida había odiado tanto una decisión como odié esa; mi madre yacía en el suelo con un charco de sangre a su alrededor y mi padre tenía una pistola apuntando el lado derecho de su cabeza. Mis ojos se llenaron de lágrimas al instante en que me miró y susurró un te amo antes de apretar el gatillo y caer al suelo.
Vaya forma de amar a alguien. El amor es algo inexistente y que sólo, por más que intentes evitarlo, terminará partiéndote el corazón y dejándote sin esperanza o, en mi caso, sin familia. Sequé mis lágrimas con las mangas de mi sweater y tiré el cigarrillo a la tierra, sé que está mal pero estoy cansada y sólo quiero irme a casa.
Alargué más las mangas del sweater hasta que mis manos quedaron totalmente tapadas y comencé a caminar, el frío estaba comenzando a hacerse presente y quería volver a casa. Presiento que mañana será un largo día.
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Abrí los ojos de repente al escuchar el sonido de la guitarra de Slash justo a mi lado, tallé mis ojos y estiré mi mano para apagar la alarma. Nunca me acostumbraré a las clases por la mañana. Nunca.
Suspiré y me dirigí al baño arrastrando los pies, las siete de la mañana digamos que no es una linda hora para andar con elegancia. Me desvestí y entre a la ducha abriendo la llave sin pensarlo dos veces, gracias al cielo que vivo en una de las habitaciones de la universidad, sino no tendría dinero para pagar agua caliente y estuviese ahora mismo con cubos de hielo recorriendo mi cuerpo.
Salí de la ducha y envolví mi cuerpo en una gran toalla negra, lo sé, es extraño que tenga una toalla negra pero, simplemente amo ese color. Caminé hacia el armario y tomé unos jeans grises y desgastados, una camiseta sencilla y unas botas a la altura del tobillo, cogí la chaqueta de cuero de la silla frente al escritorio y me la coloqué.
Me encaminé hacia el pequeño estante de libros y tomé mi libro de Orgullo y Perjuicio para después tomar el celular de la cama, las llaves de la mesita de noche y salir de la habitación para dirigirme a mi clase de Literatura Inglesa.
Durante los primeros minutos de clases hablamos acerca de la relación entre el increíble Sr. Darcy y Elizabeth Bennet, no sentí mucha emoción por el tema, pues el profesor ponía el amor que se sentían por algo perfecto, cuando en verdad comenzaron distantes y por causa del destino terminaron enamorados.
—Elizabeth era la única del problema— habló un chico al final del salón, llevaba una camiseta básica que hacía resaltar sus músculos. Arrugué el entrecejo al escuchar aquello.
—¿Por qué piensa eso señor Parker?— argumentó el profesor.
—La señorita Bennet sin duda no supo apreciar el amor que sentía el señor Darcy por ella, es decir, él había ido, con lluvia y todo, a expresarle su amor y ella, haciendo más difícil la vida del señor Darcy, se negó a expresar sus sentimientos. Además, de que desde la visita de Elizabeth cuando Jane estaba enferma en casa del señor Bingley, se le notó lo mucho que le gustó.
—Lo hacía, pero muchas veces la actitud puede arruinar un sentimiento— interrumpí —y, por Dios, en el momento de la lluvia él había arruinado la vida de su hermana días antes— añadí. Quizás no sepa mucho de sentimientos como el amor, pero sé que si alguien arruinara la vida de un ser querido, odiaría a esa persona.
—Ese no es motivo, él no sabía lo que hacía— expresó el mismo chico mirándome detenidamente.
—¿Está diciendo, señor Parker, que si una chica arruina la vida alguien a quien ama la aceptaría de todos modos? ¿Se casaría con ella?— agregó el profesor.
—No.
—Es lo mismo en éste caso— hablo —ella no lo hizo porque no lo amara, sino por orgullo, él había arruinado la felicidad de su hermana más amada.
—Él no arruinó nada, el señor Bingley no sentía nada por ella.
—¡Sí lo hacía! Incluso desde el primer momento, es decir, las miradas, las risas y los bailes del primer baile dejan claro que al señor Bingley le gustó Jane pero, el señor Darcy, guiándose de los viles consejos de la señorita Bingley le arruinó su futuro matrimonio, todo por el que dirán.
—Es una estupidez, se supone que si en verdad sientes algo no te importa el qué dirán.
—En esa época lo más importante eran los comentarios sociales y el que sus hijas se casaran con personas poderosas— contraataqué.
—Lo era, pero también lo que Austen más quiere mostrar en el libro es que el amor puede contra cualquier barrera.
—Blasfemias— comencé a decir, pero justo en ese momento suena la campana dando final a la clase de literatura. Amor, no es más que una pérdida de tiempo. Tomé mis cosas y comencé a caminar, pero justo a la salida, choqué con alguien, el mismo chico de antes.
—Entonces, ¿Por qué blasfemias?— pregunta mirándome fijamente, sus ojos, azules, me miraban desafiantes y una sonrisa se formó en sus labios.
—Porque el amor no es más que una ilusión vendida en papel además ellos se amaban profundamente pero, la señorita Bingley se las arregló para arruinarlos— comento encogiéndome de hombros y rodeándolo para después seguir mi camino, hacia el trabajo.
—Soy Derek, por cierto— grita mientras me alejo.

Spoiler:

 

En el momento en que mi despertador decidió no cumplir su tarea diaria, supe que el día no iba a estar a mi favor. Quizás era la semana, o el mes, o la vida castigándome por ser tan tonta y caer en los brazos de Ezra una y otra vez.  
Amarré los cordones de mis zapatillas y comencé a correr, no sin antes dar un vistazo al espejo de mi habitación para asegurarme de que no me había puesto la remera al revés en la carrera por vestirme rápido para poder llegar al menos a la ultima clase del día.
La noche anterior no había sido muy diferente a las demás. Había llegado a mi departamento con la intención de meterme en mi cama y dormir hasta el día siguiente pero Ariadna llegó con una bolsa de comida chatarra en una mano y un par de películas en la otra. Solo se quedó un par de horas, pero en ese pequeño instante volví a reir junto a ella y sus anécdotas.
En cuanto se fue, hice el intento de dormir aunque sea dos horas, pero no lo logré. Recién cuando comenzó amanecer, mis ojos se cerraron y no puede despertarme a tiempo para ir a la Universidad.
Me había perdido la primera clase, no había podido entregar mi tarea y posiblemente mi grupo de estudio me odiara en ese momento.
Por suerte, vivía en las residencias cercanas al edificio donde se impartían mis clases y no me tomó mucho llegar hasta el.
Subí los escalones como pude. Mi torpeza estaba potenciada por la falta de café en mis venas.
Savannah caminaba sonriente hacia la salida, con sus libros en una mano, parecía revisar algo en los mismo.

—¡Rosie!—me saludó al verme. Le sonreí de la manera más amable mientras continuaba mi camino hacia la biblioteca, rogando porque entendiera la indirecta.— ¡Oye, Rosie!— volvió a gritar. Giré sobre mis talones para encontrarme con la rubia y una gran sonrisa pintada en su rostro. —Pensé que estabas enferma.— Parecía preocupada, pero aun así no quitada la cara de felicidad. Llegaba a recordarme a Cheshire, el gato de aquel cuento infantil que tanto adoraba cuando era pequeña.
—Tuve un problema en la mañana y no pude llegar hasta ahora— mentí. No quería otro sermón por parte de Savannah si se enteraba que había llegado tarde por mi estúpida depresión.
—Creo que deberías presentarte con el profesor Stevens y explicarle tu ausencia. Se puso como loco cuando todo asistencia y tú no estabas ahí para entregar tu trabajo— comentó la rubia. Me volví a regañar a mi misma por haberme quedado dormida. Ahora tendría que inventar una excusa convincente que explicara mi falta.
—Gracias por avisarme, lo tendré en cuenta. Ahora si me disculpas, necesito llegar a tiempo a la biblioteca si no quiero ser asesinada por mi grupo de estudio.— Saludé a mi amiga y comencé a caminar hacia donde debíamos reunirnos. Ese era uno de los últimos trabajos que debíamos hacer juntos, como la líder del equipo, se suponía que no debía faltar nunca.
—Rosie, espera...— la ignoré. No porque no quisiera hablar con ella, esto era cuestión de vida o muerte.

Mis pasos resonaron por los pasillos haciéndose más fuerte a medida que avanzaba. No recuerdo cuando fue la última vez que corrí tanto y sin dudas, debía comenzar a ejercitarme lo más pronto posible, apenas podía respirar.

Las puertas de la biblioteca estaban abiertas para cuando llegué.
Candice, una pelirroja proveniente de Irlanda, y los demás estaban ahí. El chico con un extraño acento, David, con quien no tenía mucho trato, Sandy, mi vecina, y Alex, el chico que me hacía reír cada vez que Ezra me hacía llorar.

—Pero miren lo que trajo en viento— canturreó Candice con su voz excesivamente chillona.—Pensé que no vendrías hoy—. No era la única. A decir verdad, yo tampoco hubiese venido si no necesitara despejar mi mente aun que sea solo por media hora.
—Deja eso para otro momento, Candy— solté, sentándome en una de las mesas que ya habíamos apartado como nuestra y comencé a sacar mis cosas del bolso.—Comencemos, tenemos mucho por hacer y solo un mes nos separa de la presentación. Creo que deberíamos separarnos los temas, así será mucho más sencillo terminar y tendremos tiempo de sobra para memorizar cada cosa...
—Wow, espera un momento amiga—me interrumpió Alex. —No se que hiciste con mi Rosie, pero esta definitivamente no me agrada. Es demasiado....
—Estresante— completó Candice. No pude evitar formar una sonrisa. Ellos dos estaban comenzando a formar parte de mi vida.
—Esto tiene que ser perfecto— me justifique.
—Si, Rosie. Pero no es necesario que nos de un ataque cardíaco en el intento.—Candice soltó una carcajada ante el comentario de Alex pero tuvo que callarse cuando la Señora Smith le lanzó una de sus típicas miradas cargadas de advertencias.
—Me gusta la idea de dividir el trabajo—dijo Sandy rompiendo el silencio que se había formado.
—Quizás podríamos hacer pequeños grupos entre nosotros así no es tan pesado— sugirió David.

Todos estuvimos de acuerdo con la idea.
En los minutos restantes, nos pusimos de acuerdo con lo que iba a hacer cada uno y cuales serían nuestras parejas. David terminó quedandose sin compañero. Según él, era mejor así.
Al cabo de una hora, caminaba hacia la salida un poco más feliz que cuando entré.
La terapia había funcionado. ¿Quién iba a decir que unos segundos en la biblioteca, preparando un proyecto para Derecho Civil,  iba a ser tan reconfortante?  

—Rosie— escuché que gritaban detrás de mi. Miré sobre mi hombro pero el dueño de la voz ya estaba junto a mi. — Compañera.
—Compañero— lo imité. Alex me sonrío de una forma cálida que hacía saltar mi corazón.
—Dime que se siente saber que estas a solo un par de meses de ser llamada finalmente abogada— Lo miré para asegurarme que lo que acabada de decir era cierto. Medio año y podría largarme de ahí y hacer lo que yo quisiera. Eso debía sentirse bien, pero no era así. Estaba intoxicada por alguien que no era capaz de preguntarme como me sentía luego de haberme dejado solo en un hotel con una cuenta para pagar.
—Creo que bien—volví a mentir. Alex paró en secó obligándome a hacer lo mismo. Su mirada reflejaba preocupación.
—No sabes mentir, Rosie.

Abrí mi boca para protestar pero no tenía palabras. Mis ojeras eran demasiado grandes, mi cabello estaba hecho un desastre, y podía jurar que la ropa que estaba usando en ese mismo momento la había utilizado el día anterior. Parecía todo menos feliz.

—Los exámenes me están matando.
—Escucha— continuó ignorando mi intento de negar la situación. — No sé lo que ese tal Ezra te haya hecho, pero si sé que es un idiota por no ver lo maravillosa que eres.
—No quiero hablar de esto—lo interrumpí.
—Alguien tiene que decírtelo.
—Me lo dicen a diario, no te preocupes.
—Pero lo hago— Podía sentir la sangre acumularse en mis mejillas. Por suerte, solo estábamos él y yo, y la iluminación no era demasiado buena. —Te conozco hace solo un par de meses y me preocupo. ¿Hace cuanto te conoce él?— Hice una cuenta mentalmente descartando la época en la que yo lo odiaba, y él a mi también.
—Bastante.
—No quiero meterme en tu vida, Rosie,  pero estoy dispuesto a que olvides a ese idiota. No importa lo que tenga que hacer, mientras seas feliz.

Alex besó mi mejilla antes de dar media vuelta y perderse entre los pasillos, dejándome sola con mis pensamientos. Aquellos que me volvían loca y me hacían cometer estupideces de vez en cuando.
Quizás luego me arrepentiría, pero si todo salía bien, esa era mi salida y quería tomarla.
Corrí siguiendo sus pasos. A lo lejos, su melena azabache resaltaba entre los pasillos blancos. Él me escucho puesto que cuando estaba a unos poco metros de su cuerpo se detuvo.

—¿Tienes hambre?—pregunté. Su sonrisa se hizo más grande. Alex era encantador y me hacía bien.- Conozco un pequeño lugar a unas cuadras de aquí donde podríamos desayunar.
—No es un poco tarde para tomar el desayuno— preguntó divertido. Me encogí de hombros.
—Acabo de despertarme. Necesito un poco de café y quizás un pedazo de torta. Luego podemos empezar el proyecto.
—Me parece perfecto, Rosie— le sonreí.

Alex era todo lo que yo necesitaba para que mi día, mi semana y quizás el mes, terminaran bien.