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Cerré la puerta de la casa a mis espaldas. Esta vez con una sonrisa en mi rostro, una expresión totalmente diferente a la que tenía antes de salir. No sé qué tenía Eric, pero siempre que estaba con él encontraba la manera de reír libremente de nuevo. Por una parte, podría ser el hecho de que él no tenía el menor conocimiento sobre mi enfermedad y por eso me tratara como si no fuera a quebrarme en cualquier momento, o puede ser también porque simplemente, así era Eric, siempre atento por hacer reír a cualquiera a su alrededor.

Colgué el abrigo en el perchero junto con la bufanda y dejé las botas al lado de la alfombra de entrada. En lugar de tomar camino a mi habitación, me dirigí a la sala, esperando aunque sea cambiar de ambiente dentro de la casa. Me senté en el sofá y saqué mi celular para llamarlo.

– ¿Tan pronto me extrañas? – preguntó riendo del otro lado de la bocina – te acabo de dejar en la puerta.
– Que modesto, – reí – se me olvidó agradecerte. Siempre estás ahí para distraerme aunque yo no sepa que lo necesite. Entonces, gracias.
– No tienes que agradecer cariño, estoy para lo que necesites.
– Lo sé – susurré, Eric aún sin saberlo, ya me apoyaba.
– Aprovecho que llamaste, ¿Cuánto crees que dure tu hermano en pasarle mi número? ¿Segura que lo conoce?
– Seguramente mañana, calma tus hormonas Romeo, le acabamos de decir hace menos de una hora. – reí, escuchando su risa al otro lado del auricular al momento en el que se unía a la mía. –  Y probablemente, ambos estudian medicina, tendrían que haberse visto al menos una vez.
– Bueno, es una universidad muy grande.
– Al parecer no lo es tanto si me encontré a Stanley sin siquiera asistir a ella. – fruncí el ceño, yo le había contado toda la historia de Stanley y él me contó la del misterioso chico del tren – De todas maneras – proseguí – si no lo conoce, soy capaz de ir y buscar en todas las clases de medicina hasta encontrarlo por ti.
– No, es diferente, lo de Stanley es cosa del destino, ya te lo dije. Y eso me recuerda, llámalo, lo prometiste.Probablemente iríamos juntos a la universidad. Ni si quiera sabes como es.
– Iría gritando su nombre por los pasillos, tendría que salir en algún momento. – reí ignorando la primera parte.
– No me evadas Blaire.
– Creo que nos sacarían de la universidad si decides ir conmigo, ambos gritando por los pasillos y…
– Blaire – me cortó. – Tienes que llamarlo.
– Bien – susurré, perdiendo la capacidad de hablar a un volumen normal.
– Es por tu bien, quiero ver la sonrisa de esa rubia que estaba en las fotos que me enseñaste. Esa sonrisa que al parecer sólo está cuando estás a su lado. Y al mío, por supuesto. – Agregó rompiendo un poco la tensión y logrando sacarme una sonrisa.
– Claro, ya quisieras. – rodé los ojos aunque supiera que no podía verme.
– Por favor enana, no te resistas, ya todos los sabemos. – Reí de nuevo, Eric era realmente único. – Tengo que cortar, te quiero ricitos de oro.
– Deja el apodo – escuché su risa, disipando un poco la pequeña irritación que me provocaba el apodo. Rodé los ojos y reí con él. – hasta luego.
– Hasta luego. Y Blaire…
– ¿Sí? – pregunté al ver que no prosiguió.
– Llámalo – completó antes de cortar la llamada.

Dejé salir el aire y reposé el teléfono en mis piernas. Lo observé por unos segundos, como si el teléfono fuera a sacar piernas y salir corriendo en cualquier momento. Desearía que lo hiciera. Apoyé mi cabeza en el respaldo del sofá y tapé mi rostro con mis manos. ¿Por qué tuve que ir a esa universidad?

Ciertamente todo hubiera sido más sencillo si nunca nos hubiéramos rencontrado, sin embargo, desde hace demasiado tiempo que había olvidado lo que se sentía querer algo, había olvidado lo bien que se sentía.

Tomé una respiración profunda, agarré el teléfono, busqué el número, llamé y coloqué el teléfono en mi oído. El primer pitido de llamada se escuchó y mi valentía se esfumó, por lo que corté la llamada y tiré el teléfono al otro lado del sillón. Un sonido de frustración salió de mi garganta y dejé caer mi cabeza de nuevo.

No iba a lograr nada llamándolo. Mi enfermedad no desaparecería y la idea de lastimarlo me parecía insoportable. No podía hacerle esto. Ya me había despedido de él una primera vez, no estaba segura de poder hacerlo una segunda.

Un sonido interrumpió mis pensamientos. Levanté mi cabeza y la giré sólo para ver la pantalla del celular alumbrada y su nombre en el centro de la pantalla. ¡Estúpida! Obviamente devolvería la llamada. Jalé mi cabello hacia atrás y miré el celular desde mi lugar. Con miedo a moverme. Comencé a morder mis uñas debido al nerviosismo, un hábito que había dejado en el instituto, pero que al parecer había vuelto. Respiré y alargué mi mano para tomar el teléfono. Presioné el botón verde en la pantalla táctil y lo acerqué a mi oído.

Por unos segundos, nadie dijo nada. Seguramente se encontraba igual de sorprendido que yo de que realmente hubiera tomado la llamada. Podía escuchar su respiración del otro lado del auricular, él seguramente podía escuchar la rapidez de la mía y no me impresionaría si también pudiera escuchar el latir desbocado de mi corazón, el cual parecía a punto de salir de mi pecho.

– ¿Blaire? – preguntó con claro nerviosismo marcado en su voz.
– Hola – hablé casi en un susurro. Por un momento temí que no hubiera escuchado, pero el sonido de sorpresa que salió de su garganta me dio a entender que sí lo había hecho.
–Wow, contestaste, eso es una primera. – aunque pareciera que lo dijo más para sí mismo, lo había dicho, y lo había escuchado.

Después de salir del instituto, había cortado cualquier tipo de comunicación con él. Por una semana tuve que encerrar el teléfono en la gaveta de mi escritorio y olvidar que estaba ahí, de otra manera, le hubiera contestado, incluso después de la semana seguía llamando y más de una vez vino a mi casa, nunca salí a recibirlo. Sabía que le dolía, sin embargo, estaba segura de que a mí me dolía un poco más hacerle esto, pero lo hacía por su bien. Eso no implica que el dolor hubiera desaparecido o fuera menor.

– Rayos Blaire, lo siento, no me refería a eso, en serio lo siento, sólo me tomó por sorpresa y yo…
– Stan – le interrumpí. De otra manera no dejaría de hablar, me recordé, era una costumbre suya desvariar cuando estaba nervioso, que aunque debería parecerme irritante, me parecía más que adorable. Reí ante el recuerdo.
– Extrañaba eso.
– ¿Qué? – pregunté confundida.
– Tu risa. – en ese momento pude sentir como el calor toma lugar en mis mejillas, escondí mi rostro en el respaldo del sillón, como si en verdad pudiera verme. Aunque, al mismo tiempo, mis ojos comenzaron a picar, pero logré mantener las lágrimas a raya. Por primera vez en mucho tiempo, sentía como mi pecho estuviera a punto de explotar, un sentimiento tan fuerte, entonces ¿por qué me sentía tan débil?

– Lo siento – susurré.
– No tienes por qué. Estoy seguro de que tenías tus razones. Lo importante es que ahora te encontré de nuevo. – la emoción con las que esas palabras se escucharon, sabía que las sentía, sabía que no me culpaba de nada, sabía que aún sin saber, él me entendía.
– Yo, yo no debí haber llamado, yo, lo siento, no debí…
– No, no, Blaire, por favor, no cortes, por favor. ¿Dije algo malo?
– No Stanley, ese es el problema, que no hay nada malo en ti. El problema soy yo. – revolví mi cabello y al momento me arrepentí de decir las palabras que se tenían que tener encerradas en mi mente, pero ya las había dicho y no había nada que pudiera hacer. El problema soy yo y siempre lo voy a ser. Al parecer mi filtro había vuelto a su lugar por lo que esas palabras sí quedaron en mi mente. Escuché un suspiro de su parte y temí lo peor, que se enojara, que me gritara, que cortara, que se decepcionara, como seguramente ya lo estaba.
– Blaire, esta no es una conversación que quiera tener por teléfono. ¿Podríamos vernos? Siento que me voy a volver loco si no puedo sacarte esas locas ideas de tu cabeza en persona. Por favor. – A pesar de lo que esperé, su vos sonaba, ¿aliviada? Negué y una sonrisa escapó de mis labios, nunca llegaría a entender a este chico. – ¿Blaire?
– Está bien – acepté, sé que debí haber dicho que no, todas mis alarmas me lo indicaban, pero ya no podía.
– ¿Puedes hoy? ¿No? ¿Un poco apresurado? – rió, contagiándome su risa y provocando que riera con él.
– Te digo luego. – sonreí al auricular.
– De acuerdo. No voy a presionar. Esperaré tu respuesta.
– De acuerdo. – repetí – Hasta luego Stanley.
– Hasta luego Blaire.

Corté la llamada y solté el aire que había estado reteniendo a lo largo de la conversación. Lo había hecho, lo había llamado y aunque probablemente no debí haberlo hecho, en este momento, se sentía bien.


El sol comenzaba a caer en el horizonte, la brisa se tornaba fría y entraba cada vez con más velocidad a mi habitación. Pero no quería cerrar la ventana. Simplemente no quería moverme. No sabía si esto era realidad y si era un sueño, no quería despertarme, por lo que estaba siendo lo más cautelosa posible.

Esta vez, mi habitación no me agobiaba y el silencio no me atormentaba, esta vez, el silencio me tranquilizaba. Pero ya llevaba mucho tiempo alejada de la realidad y ésta siempre encontraba la manera de hacer que me acordara de ella y bajara de las nubes.

Su manera se vio materializada en los gritos de mis padres mientras se acercaban a mi habitación. Mi madre abrió la puerta con más fuerza que la que nunca había usado, mi padre tratando de calmarla, pero también mantenía la mirada triste en sus ojos.

– Volvió – gritó mi madre mirándome, esperando una explicación, una que nunca salió de mis labios – Todo este tiempo nos has hecho creer que seguía pasivo. ¿Para eso querías estar sola en la consulta con el doctor? Para mentirnos. Ya no más Blaire, tenemos que empezar con el tratamiento lo más pronto posible y…
– No voy a tomar el tratamiento madre. – la interrumpí. Tanto sus facciones como las de mi papá quedaron paralizadas, mirándome incrédulos. – No voy a hacerlo de nuevo mamá. La quimioterapia, el hospital, la pérdida de cabello, las náuseas, la cirugía, ¿para qué? ¿Para tener unos meses más en el hospital donde ni siquiera voy a ser yo misma?
– No sabes lo que estás diciendo Blaire, si no lo haces, si no lo haces… – dejó las palabras en el aire, siendo incapaz de decirlas.
– Ya lo sé mamá, pero va a pasar de todas maneras, eventualmente, tome el tratamiento o no, va a pasar. Ya no quiero vivir en hospitales madre. El tiempo que me quede, sea largo o corto, quiero ser yo.
– No, todavía tienes una posibilidad Blaire. No voy a dejar que la tires de lado. Vas a seguir peleando, no puedes rendirte, no dejaré que lo hagas.
– No tiene sentido batallar una pelea que no voy a ganar mamá.
– Claro que lo tiene – elevó la voz – tu hermano, tus amigos, nosotros, ¿no valemos nada para ti?

Miré a papá en busca de ayuda, pero su vista estaba en el suelo mientras lloraba en silencio. Podía ver el dolor en los ojos de mamá también y como las lágrimas se escurrían de sus ojos. Y todo era mi culpa. El sentimiento me sofocaba y esta vez no pude controlarlo, por lo que corrí. Lejos de mis padres, de la habitación, de la casa. Corrí como nunca lo había hecho, ignorando el dolor creciente en mi cuerpo y los gritos de mis padres. Corrí de mi vida y de mi realidad, hoy, sólo quería olvidarlo todo, lo necesitaba. Unos metros luego, caí en el césped de algún parque, golpeando mis rodillas y mis manos en el impacto, pero no me importó. Me senté y abrecé mis rodillas apegándolas a mi cuerpo.

– Sólo quiero olvidar, sólo hoy, por favor déjame olvidar – rogué en voz baja, tratando de detener las lágrimas. Quiero olvidar, repetí en mi cabeza, así que saqué el celular y marqué el último número que había llamado a mi teléfono, luego de unos segundos, contestó.

– ¿Blaire?
– No es apresurado – hablé rápido y entrecortado.
– ¿Qué?
– Hoy está bien. Podemos salir hoy. – completé para darme a entender – ¿Si no estás ocupado claro?
– ¿Yo? ¿Ocupado? ¿Para ti? Por supuesto que no. ¿A dónde te gustaría ir?
– A cualquier lado. Sólo, sólo ayúdame a olvidar. 

Lo logré: