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– Te dije que no salieras.
– Estoy bien mamá. – espeté por lo que parecía la decimo sexta vez en menos de diez minutos.
– Eso no apoya tu criterio. – señaló el moretón que ya reposaba en la parte externa de mi muslo derecho.
– No duele. – aseguré, ya que era la verdad. Recordé la caída y, en lugar de fruncir el ceño, sonreí al recordar el motivo de ella. Realmente había creído que no lo volvería a ver luego del instituto. – Sólo con acostarme en la cama ya corro el riesgo de tener una marca nueva, eso no implica que siempre sea dolorosa. – hablé apartando mis pensamientos y me encogí de hombros, mamá aún no dejaba de mirarme.
– Eso es porque eres…
– ¿Delicada? – terminé por ella. Vi el arrepentimiento en los ojos de mamá y decidí aplacarlo, no era su culpa tener un limitado vocabulario para referirse a mi condición médica. – Tranquila, ya aprendí a aceptarlo. – me encogí de hombros, besé su mejilla, salí del baño para dirigirme a mi habitación y cerré la puerta detrás de mí. Antes de poder apartarme unos cuantos pasos, escuché como alguien tocaba.

– Me vestiré con cuidado mamá, lo prometo. – imploré, ya era suficientemente vergonzoso que a mi edad no pudiera ni siquiera bañarme sola.
– Al menos déjame ponerte la venda. – suspiré y decidí abrirle ya que de otra manera estaría constantemente preocupada.

Me acercó a mi cama y me senté en ella. Se sentó a mi espalda y desinfectó primero el lugar por donde entraba el catéter y luego ató la venda alrededor de parte de mi estómago y espalda asegurándose de ocultar e inmovilizar todos los cables que estaban conectados a mi columna. Depositó un beso en mi hombro y luego de susurrar un “te amo” en mi oído se levantó de la cama y salió de mi habitación, cerrando la puerta detrás de ella.

Suspiré y reí, ya que de otra manera lloraría, y no quería hacerlo, reír siempre se sentía mejor. Me levanté de la cama y caminé al espejo de cuerpo entero que se encontraba en una esquina de mi habitación. Aún estaba en ropa interior y una toalla amarraba mi cabello ya que aún se encontraba húmedo. Estaba segura de que si mamá no escuchaba la secadora de pelo pronto vendría ella misma a hacerse cargo de ello. Quité la toalla de mi cabello y dejé que callera rozando mis hombros, sin embargo, no me moví de mi posición frente al espejo.

Miré mi reflejo y lo estudié. Me gustaba tener el cabello relativamente largo, más aún sabiendo que era realmente mío. Desvié la vista a mi armario, la puerta estaba casi abierta por lo que desde ahí podía ver las pelucas que estaban amontonadas en una de las gavetas. En la secundaria, tenía que utilizarlas si quería seguir asistiendo al colegio. Debido a la quimioterapia había perdido mi propio cabello y aunque aún me recomendaban no asistir al instituto, me negaba a dejarlo. Claro que tuve más de una ausencia, pero en general nadie se enteró de la razón. Miré el reflejo de nuevo y acerqué mi mano a un mechón rubio que permanecía húmedo en mi hombro. Sonreí al tocarlo.

La venda llamó mi atención en el espejo. La verdad no me importaba llevarla, era mejor que sentir como algo que no se supone debería estar ahí se movía y colgaba libremente en mi espalda media. Además, desde hace varios años que la necesitaba, así que, al igual que muchas otras cosas, ya me había acostumbrado.

Escuché un pequeño golpe proveniente de mi ventana y aunque me sobresalté un poco, ya sabía quien estaría detrás de ella por lo que no llegué a asustarme. En ese momento agradecí haber cerrado la cortina la noche anterior.

– Dame un momento – hablé y caminé, lo más rápido que mi cuerpo me permitía, al armario. Tomé un par de pantalones cortos y una sudadera y me los coloqué rápidamente y me aseguré de cerrar la puerta del armario. Atravesé mi habitación y abrí las cortinas, sonreí al ver la cabellera castaña, quité el seguro de la ventana y me aparté para dejar que entrara. – Hay una puerta, ¿no lo sabías?
– Insisto, prefiero saltar de un balcón a otro a que recibir el cuestionario de tu madre, en serio, ¿qué es esa obsesión por ser tan meticulosa con tus invitados?
– Sólo es curiosa. – me encogí de hombros nerviosa. El levantó una ceja incrédulo.
– ¿Curiosa? Estoy seguro que sacó el cuestionario del área de visitas en la prisión estatal. – reí más por la ironía de que en más de una vez había pensado lo mismo.
– No le gusta tener nada fuera de control.
– ¿Ni siquiera a ti? – preguntó sentándose al borde de mi cama. Me encogí de hombros y me acerqué a mi cómoda para tomar el secador y encenderlo, de otra manera, mi madre subiría a ver que me tomaba tanto tiempo. – ¿Cuál es la afición de los padres por tener la última decisión? – inquirió pensativo, claramente no se refería a ninguno de los dos.
– Confiesa Eric. – hablé lo suficientemente fuerte para que me escuchara sobre el sonido de la secadora, pero no tanto para que mi madre no lo hiciera. Me miró sorprendido, entendiendo a que me refería, sin embargo, nada más se encogió de hombros.
– Nada del otro mundo, además, no pienso gritar para que me escuches, es molesto. – rodó los ojos y reí con él. Terminé de secarme el cabello y la apagué, la guardé de nuevo en el cajón y me volví a él.

Ahora su vista no estaba en mí, sino más bien en uno de los muebles que reposaba al lado de mi cama. Más específicamente en un foto que me había tomado con Ezra en mi último cumpleaños.

– ¿Dónde me habías dicho que estudiaba tu hermano? – preguntó con su vista aún perdida en la imagen.
– Columbia. – respondí extrañada.
– Cierto, ¿Derecho?
– No, medicina. – Volvió su vista hacia mí sorprendido.
– ¿En serio?
– Sí, ¿por qué? – negó con la cabeza.
– ¿Crees que tu hermano me haría un favor?
– Si se da cuenta de que entras a mi cuarto, a escondidas de mi madre, por la ventana, lo dudo mucho. – reí molestándolo.
– Oh no, ese es nuestro secreto. – me guiñó un ojo. Ambos reímos. Me encantaba pasar tiempo con Eric, pero simplemente ambos sabíamos que lo nuestro jamás iba a ser más que amistad, y eso mismo era lo que hacía que nuestra relación fuera tan natural.
– ¿Qué clase de favor?
– Sólo… – antes de que continuara hablando, mi celular comenzó a sonar en algún lugar de mi habitación.  Bufé y comencé a buscarlo, ya que de ser Ezra se molestaría si no le contestaba de inmediato. Caminé al armario pensando que lo había dejado ahí.
– Uuh, ¿quién es Stanley?
– ¿Qué? – me volví rápidamente y vi a Eric de pie con mi teléfono en sus manos. – Dame eso.
– Mmm no, – rió, pero luego cambió su expresión divertida por un puchero mientras me acercaba a él. – duele Blaire, pensé que era el único hombre en tu vida.
– Dame ese teléfono Eric. – intenté agarrarlo, pero subió su mano evitando que lo hiciera ya que él era mucho más alto que yo. Una parte de mi deseaba que la llamada terminara, la otra imploraba que no lo hiciera hasta que llegara a contestarla. – Por favor. – negó divertido. Intenté tomarlo desprevenido al saltar, no sólo no lo logré, sino que también aseguré que había sido una mala idea. Al tocar el piso mis pies cedieron y si no fuera por los buenos reflejos de Eric en este momento estaría de espaldas en la alfombra.
– ¿Qué fue eso Blaire? ¿Estás bien?
– Lo estoy, algunas veces sólo lo olvido. – exclamé, más enojada con mí misma que con cualquier otra cosa.
– ¿Qué? – preguntó claramente preocupado. En ese momento fui consciente de lo que dije y me golpeé mentalmente.
– Me doblé el tobillo ayer y aún lo tengo un poco resentido. Lo siento. – Asintió aún sin creérselo del todo. Me soltó al ver que ya podía mantenerme en pie y me decidí que era mejor sentarme en la cama ya que mis piernas aún temblaban, mas años de práctica habían logrado que el temblor pasara desapercibido ante los ojos del castaño.

Se sentó de nuevo a mi lado y me pasó mi teléfono. Lo tomé con una pequeña sonrisa en mi rostro, aunque aún no decidía si era de desilusión o de felicidad por el hecho de que ya la llamada hubiera terminado. A pesar de todo, una pequeña luz aún parpadeaba indicando la llegada de un mensaje. Suspiré y acerqué el teléfono a mi oído para escuchar el mensaje de voz.

Hola Blaire, soy Stanley, aunque creo que ya lo sabes, a no ser que hayas borrado mi número entonces en ese caso no lo sabrías, o puede que este ya ni siquiera sea tu número entonces nunca llegarías a recibir este mensaje, pero creo que sí lo es, si el número estuviera desactivado la llamada no hubiera entrado del todo y no estaría grabando esto, pero…– se escuchó silencio del otro lado de la línea, luego de unos segundos, se escuchó una risa nerviosa – Balbuceo, de nuevo, supongo que unas mañas nunca se van. – reí junto a la grabación. – El punto es, me gustaría verte de nuevo, esta vez en una situación más normal si no te molesta. – sonreí – Entonces, eso… espero que me llames pronto, o en realidad no tienes que llamarme, puedes enviarme un mensaje si quieres, pero si quieres llamarme hazlo, no me molestaría, nada de ti me molesta y.. Rayos. – se escuchó por última vez antes de que se acabara el mensaje.

Reí y bloqueé el teléfono antes de bajarlo y dejarlo reposar en mis piernas. Sentía la mirada de Eric en mí, pero no me atrevía a verlo ya que sabía que en algún momento de la conversación unilateral mis mejillas se habían sonrojado. No había sido consciente de las lágrimas que habían caído libremente hasta que de reojo lo vi tomar un paño y lo sentí secar mis mejillas con el mismo.

Sonreí de nuevo y esta vez sí lo miré a los ojos, pero él no sonreía.

– Blaire, ¿quién es Stanley? – Preguntó esta vez sin rastro de humor en sus facciones.
– Él es… – suspiré – era, mi mejor amigo.
– ¿Era? – asentí.
– Yo lo aparté.
– ¿Por qué? – frunció el ceño.
– Si me quedaba a su lado, eventualmente, sólo iba a lastimarlo, y no podía permitirme hacerlo.