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"Un Lugar Para Joe"
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "Un Lugar Para Joe"
Capítulo 17
______ estaba agotada. Se dejó caer en el asiento del carro absolutamente exhausta, y se caló el sombrero para protegerse de la lluvia que seguía cayendo. Oren se sentó junto a ella y ninguno de los dos dijo nada mientras recorrían el embarrado camino hasta Peachtree. _______ estaba demasiado cansada para hablar, y aunque, para Oren, éste era su sexto hijo, siempre había sido hombre de pocas palabras.
Ella pensó en el rostro cansado pero exultante de Kate mientras sostenía a su bebé recién nacido, y en Oren, henchido de orgullo, dándole un beso a su esposa delante de ella. Realmente le enternecía verlos tan felices después de dieciséis años de matrimonio. «Debe ser maravilloso estar casado», pensó y se quedó dormida.
Se despertó cuando el carromato se detuvo de golpe. Cogió su cesta y bajó de un salto de la carreta sin esperar a que Oren le ayudase.
—Asegúrate de que Doc Morrison les echa un vistazo a Kate y al niño en cuanto regrese.
—Lo haré —contestó—. Gracias por todo, _____ —dijo. Volvió a subir al carromato, agitó las riendas y se alejó por el paseo mientras ella corría a buscar refugio en el porche. Se quitó las botas llenas de barro y entró en casa.
La casa estaba silenciosa, pero de la biblioteca llegaba una luz tenue. «Joe debe estar todavía despierto», pensó, y dejó la cesta y sus botas embarradas. La había estado esperando. Al pensarlo, sintió una cálida alegría y sonrió.
Se quitó el sombrero empapado por la lluvia y el guardapolvo. Atravesó el pasillo y al ver la escena de la biblioteca sonrió. Joe estaba sentado en el sofá, totalmente despierto, rodeado por las niñas que se amontonaban a su alrededor como si fuesen cachorros de lobo en su guarida, las tres bien a gusto, cómodas y dormidas. Chester también estaba profundamente dormido a sus pies.
Él miró a _____ por encima de la cabeza de Miranda.
—Ni se te ocurra reírte —murmuró y apartó la mirada, casi avergonzado.
Ella se cubrió la boca con la mano y agitó la cabeza.
—No osaría hacerlo. ¿Estás cómodo? Se te ve bastante… sofocado.
Joe echó un vistazo a las niñas que le rodeaban.
—En estos momentos, me parece que estoy atrapado.
—Eres una buena almohada —dijo _____ observándolo con una sonrisa.
Joe levantó la cabeza y la miró. A la luz del candil, los ojos de Joe eran de color avellana. Se le había pasado la vergüenza y su mirada se había transformado. Era casi depredadora. Bajó las pestañas y repasó el cuerpo de _____ con una mirada concienzuda, lenta, especulativa, desde el cabello húmedo hasta los calcetines y el empapado dobladillo.
—¿Eso crees, cielo?
Ella no pudo evitar imaginar la tentadora imagen de Joe en medio de unas sábanas revueltas. Repentinamente consciente de sus pensamientos, se quedó helada. Se apoderó de ella la vergüenza. Deseó poder decir algo inteligente, algún comentario para flirtear, pero sintió que le resultaba imposible. Nunca había sido buena en el arte del coqueteo.
El sonido de sus voces despertó a Carrie, que levantó la cabeza y vio a _____ allí de pie.
—¿Mamá? —murmuró medio dormida—. Te hemos esperado levantadas.
—Ya lo veo —contestó ella aliviada por la interrupción—. Pero ya hace tiempo que tendríais que estar en la cama. —Se dirigió al sofá y sacudió el hombro de Becky—: Becky, despierta.
La niña abrió los ojos y levantó la cabeza del hombro de Joe.
—Mamá, estás en casa —dijo bostezando—. ¿Ha tenido la señora Johnson a su bebé?
—Sí, así es. Un niño y están los dos bien —explicó ella, y se volvió hacia Joe que le estaba tendiendo a Miranda—. Gracias —murmuró cogiendo a la niña en brazos—. Espero que no te hayan molestado mucho.
—¿Qué molestias me han podido causar? Se han quedado todas dormidas justo en medio de una de mis mejores historias.
Al imaginarlo, ______ deseó haber estado allí. Habría sido maravilloso verlo contándoles cuentos a las niñas como un padre cualquiera. Pero Joe no era su padre. Ni por asomo.
—Bueno, buenas noches —dijo apartando la mirada—. Que duermas bien.
—Lo intentaré —contestó él con un tono irónico que _____ no entendió.
Las niñas le dieron las buenas noches a Joe medio dormidas y _____ se las llevó de la biblioteca. Se detuvo en el pasillo para encender un candil y subieron arriba.
—A dormir —les susurró a Becky y a Carrie mientras se detenía en el vestíbulo frente a sus habitaciones—. Cuando haya dejado a Miranda en la cama, os arroparé.
—Ya soy muy mayor para que me arropes, mamá —le susurró Becky.
—Bueno, todavía puedo ir a darte las buenas noches, ¿no? —le dijo ella sonriendo.
—Supongo —admitió Becky y se metió en su habitación.
_____ se dirigió a Carrie.
—Tú también, señorita. A la cama.
Por una vez, Carrie no intentó buscar ninguna excusa y se metió en su cuarto sin protestar. De todos modos, _____ esperó a que estuviese metida en la cama antes de llevar a Miranda a su habitación. Apartó las sábanas y dejó a la niña suavemente en la cama procurando no despertarla, pero en cuanto la hubo dejado, se despertó.
—Todavía llueve, ¿verdad, mamá? —murmuró abriendo los ojos.
______ se sentó en el borde de la cama sabiendo que Miranda estaría todavía asustada.
—Sí, pero los truenos ya han terminado, cariño.
—Tenía miedo —admitió la niña—, pero el señor Joe me ha dicho que los truenos lo único que hacen es gritar a la gente y que la próxima vez que oiga uno le tengo que gritar también. Eso es lo que hace él cuando tiene sueños malos.
—¿Eso te ha dicho? —le preguntó ____ estupefacta al saber que Joe había admitido algo así delante de las niñas—. Creo que es una buena idea. ¿Qué te parece si lo hacemos la próxima vez?
—De acuerdo —dijo Miranda acurrucándose entre las sábanas—. Nos contó un cuento, uno muy bonito, mamá. —La niña lanzó un enorme bostezo—. Me gustaría que el señor Joe pudiese contarnos cuentos todas las noches. —Y cerró los ojos lentamente.
_______ se inclinó y le dio un beso en la mejilla.
—A mí también, amor mío. A mí también.
______ estaba agotada, pero no conseguía dormirse. Se cambiaba de postura, ahuecaba la almohada, rehacía la colcha, pero no podía conciliar el sueño. Al final, decidió que le sentaría bien una taza de té y se levantó. Se puso el chal y salió de la habitación. Pero cuando empezaba a bajar las escaleras, vio que salía luz por la ranura de la puerta de la cocina.
¿Estaba Joe todavía despierto? Dudó y pensó que igual era mejor que volviese arriba y se olvidase del té, pero al final no lo hizo. Siguió bajando las escaleras hasta la cocina y lo encontró encorvado sobre la mesa, escribiendo en la pizarra. Levantó la vista cuando la oyó entrar.
—No podía dormir —le explicó _____—. ¿Tú tampoco?
—No.
—Voy a prepararme una taza de té, ¿te apetece una?
No contestó y ella se dirigió a los fogones. Avivó las brasas, añadió algunas breas y puso la tetera a hervir.
Ninguno de los dos dijo nada, pero ella lo miró con el rabillo del ojo mientras preparaba el té; seguía inclinado sobre la pizarra, escribiendo cuidadosamente las letras.
—Veo que estás practicando tu caligrafía —dijo, y llevó dos tazas de té hasta la mesa.
—Sí, aunque no sé de qué me puede servir siendo un boxeador —dijo él tomando la taza que le ofrecía _____.
—Boxeo —murmuró ella pensativa. Apoyó los codos sobre la mesa, agarrando la taza con las manos y observando a Joe.
—¿Por qué lo haces?
—Es una forma de ganarme la vida —contestó él encogiéndose de hombros.
—Hay muchas otras maneras de ganarse la vida.
—Sí, pero todas ellas implican trabajar.
_____ no se dejó engañar por aquel comentario simplón. Lo había visto trabajar y sabía que no era un holgazán.
—¿Nunca has pensado en hacer otro trabajo? Algo menos… violento.
—¿Como qué? —le preguntó él, y su cara se ensombreció—. A un hombre no le hace falta saber leer para entender los carteles de los escaparates que dicen «No se necesita mano de obra irlandesa».
—¿Nunca te apetece instalarte en algún sitio, tener una meta más permanente que la pelea de mañana?
Joe la miró a los ojos.
—Ya te lo dije. Me gusta vagabundear. No soy de los que se quedan en un sitio, ______, me gusta mi libertad.
Lo había sabido desde la primera vez que le vio.
—Podrías tener tu propia granja, hay un montón de tierra en el oeste. Dicen que es gratis.
—No soy granjero.
—¿Qué tiene de malo ser granjero?
Se quedó callado un momento.
—Mi padre era granjero —dijo finalmente— y su padre antes de él. Cultivábamos patatas como todo el mundo. Mira, había muy poca tierra para nosotros, la mayor parte de las tierras las tenían terratenientes ingleses que cultivaban cereales para mandar a Inglaterra. Lo único que podíamos cultivar en la poca tierra que teníamos y que podía alimentar a nuestra gente era la patata. Comíamos patata, alimentábamos a los animales con patata y la patata nos permitía pagar el arrendamiento de nuestra tierra. Lo era todo para nosotros y no podíamos sobrevivir sin ella. Entonces llegó el ocrás. El hambre.
Miraba fijamente a ______, pero ella sabía que no le veía. En su mente, estaba viendo su tierra.
—Una mañana, cuando yo tenía once años, me levanté al oír los gritos de mi madre. Corrí afuera a ver qué ocurría y la vi de pie junto a mi padre y mi hermano señalando el clochan donde guardábamos nuestras cosechas. Estaba gimoteando y decía algo sobre las patatas. Corrí hasta el clochan justo cuando mi padre abría la puerta. El olor nos golpeó… Virgen santa, era un olor que nunca antes habíamos conocido.
Hizo una pausa, pero _____ no dijo nada. Pensó con temor que si decía algo, Joe se volvería a encerrar en su mutismo, haría algún tonto comentario para cambiar de tema y nunca acabaría su relato.
—Mi padre y Kevin entraron en el clochan —continuó Joe—. Me dijeron que esperara afuera, pero no lo hice. Los seguí y los vi agachados sobre el tonel donde habíamos dejado las patatas recién cogidas del campo el día anterior. Mi padre me miró cuando entré y por primera vez en mi vida vi miedo en su rostro. Supe que había ocurrido algo horrible.
Frunció el ceño y de pronto pareció sobrecogido, como un niño que no llega a entender la cruel broma que le acaban de hacer.
—Miré dentro del tonel y no vi ninguna patata. Estaba lleno de una masa viscosa que olía a azufre y parecía puré, puré oscuro. Pensé que estaba mirando las entrañas del infierno.
Su descripción era tan vivida que _____ podía ver el tonel y oler el azufre. Era como si estuviera allí con él.
—Cogimos un poco de aquella masa y se lo dimos a uno de los cerdos —continuó—. El cerdo murió y supimos que era una plaga. Intentamos desenterrar las patatas que todavía estaban en la tierra, pero era demasiado tarde. En una noche, las hojas se habían puesto blancas y las patatas negras dentro de la tierra. Todo el cultivo estaba así, y el olor putrefacto a azufre flotaba por encima de la tierra como una niebla pesada. Todavía puedo olerlo.
_____ sintió un escalofrío que le recorría la espalda mientras escuchaba cómo Joe contaba la historia con voz neutra y carente de emoción.
—Al cabo de un mes, no quedaba una sola patata en toda Irlanda. A los seis meses, la gente moría de hambre y de enfermedades, morían a miles. La gente en nuestro pueblo se moría tan rápido que no había suficientes ataúdes. Los tuvieron que enterrar en fosas comunes, amontonados con algo de tierra encima para proteger sus cuerpos de las ratas.
______ sintió ganas de devolver, se apretó la boca con la mano y escuchó angustiada y en silencio, con el corazón roto.
Joe tragó saliva y su voz se tornó un susurro.
—Mi padre fue el primero de la familia en morir. La plaga lo destrozó y la fiabhras dubh lo mató, la fiebre negra, vosotros lo llamáis tifus. Mi madre lo lloró de rodillas durante tres días de lo grande que era su pena. Una semana más tarde, el tifus la mató a ella también. Murió en una cuneta porque el terrateniente nos había echado de nuestra casa y la había quemado.
Joe la miró y en sus ojos había un potente brillo.
—Nunca seré granjero —dijo; la intensidad de su voz asustó a _____. Joe se levantó y se dirigió hacia la puerta que daba al comedor. Se detuvo y giró la cabeza—. Nunca estaré atado a un pedazo de tierra, ni a una mujer, ni a un hogar, ni a una familia, ni a una iglesia. Ni a una forma de vida. Nunca más.
______ le miró con los ojos anegados en lágrimas. Se sentía inútil y se despreciaba por ello. No había nada que pudiera decir para reconfortar a un hombre cuya familia llevaba tanto tiempo muerta, no había bálsamo para curar las heridas del alma de un hombre marcado, y no había forma de hacer que volviera a creer en los lazos que unen a las personas.
Joe no podía escapar de sus demonios. Intentaba correr y alejarse de ellos, pero no era lo bastante rápido. Nunca era lo bastante rápido. Seguían su ritmo y le hablaban con susurros bajos y convincentes. No podía expulsarlos porque le hablaban desde dentro de su cabeza. Se detuvo y se dejó caer sobre sus rodillas. Se tapó los oídos con las manos, pero seguía oyéndolos.
Si fuera fuerte, podría arrancárselos, podría reventar su cráneo como una cascara de nuez y eso sería el fin. Se apretó la cabeza con las manos furiosamente, pero no era lo bastante fuerte. Nunca sería lo bastante fuerte.
Naranja. El odioso color lo rodeaba por todas partes. Las llamas del infierno, ventanas naranjas, atizadores ardiendo. Los demonios le apartaron las manos y lo ataron con correas. Le estiraron el brazo y se lo retorcieron y pudo sentir de nuevo el dolor de su hombro dislocado, oler su piel quemada. Gritó.
Dínoslo, murmuraban, dínoslo, dínoslo…
Lo hizo.
Joe se despertó del sueño como un hombre que se está ahogando y logra sacar la cabeza del agua, mojado, desorientado, aspirando una bocanada de aire. Se sentó y se cogió la cabeza con manos temblorosas. Sintió el sudor de terror en su rostro.
—¡Dios! —gimió—. Mierda, mierda.
Levantó la cabeza y miró la pared que había frente a él. Por la cortina de encaje entraban los rayos del sol. Intentó volver a la realidad. Otra vez los sueños.
Al salir de la cárcel, las pesadillas lo habían acosado durante meses, pero conforme pasaba el tiempo, se habían ido espaciando. Ya no tenía casi nunca. Hasta llegar allí. Al despertarse por vez primera en aquella casa, supo que había estado teniendo pesadillas, pero luego todo había ido mejor y habían desaparecido. Y ahora habían vuelto. «Otra vez no —suplicó—, aquí no.»
La puerta de su habitación se abrió de repente y con fuerza golpeando la pared y haciendo bailar las luces y sombras que formaba el sol a través de la cortina de encaje. ____ miró y se acercó a él con los ojos abiertos de par en par, alarmada.
—¿Joe?
_____. Centró su atención en ella, en la luz del sol que configuraba remolinos y rosetones sobre su cuerpo. Le recordó a la Virgen de la vidriera de San Brendan, tan unidimensional e irreal como el resto.
—No —dijo con un fiero susurro, y consiguió detenerla—. Déjame solo.
Ella no se movió.
Joe oyó pasos detrás de ______.
—¿Mamá? ¿Está bien? ¿Está teniendo otra vez pesadillas?
Las niñas. No podía dejar que lo viesen así.
—¡Sal de aquí! —ordenó satisfecho por haber conseguido chillar—. ¡Mantenlas alejadas de mí!
Vio que _____ se mordía el labio y dudaba.
—¿Estás bien? —le preguntó.
Joe soltó una risa ahogada y dura.
—Bien, estoy estupendamente, gracias por el interés.
____ se retiró mirándolo con aquellos ojos dulces como si fuera una cierva herida. La puerta se cerró y él dejó escapar un largo y profundo suspiro de alivio.
Joe apartó la sábana y se levantó de la cama. Caminó hasta el lavamanos y levantó la mirada para ver su reflejo en el espejo ovalado. Tenía la cara de un pálido mortal, los ojos inyectados en sangre y la sombra de la barba le daba a su rostro una tonalidad azul. Tenía un aspecto espantoso, normal teniendo en cuenta que dormía con el demonio.
_____ mandó a las niñas a coger zarzamoras. No quería que estuvieran cerca de Joe en aquellos momentos. Puso la tetera a hervir sabiendo que necesitaría agua caliente para bañarse y afeitarse. También preparó un café bien fuerte. Estaba preocupada y abrumada y se preguntaba qué más podía hacer por él. Aunque él había dejado claro que no la quería junto a él, que no quería su ayuda.
_______ estaba en el jardín cuando oyó aquel ruido proveniente de la ventana abierta de su habitación. Se había dado cuenta de que volvía a tener aquellas pesadillas, los recuerdos violentos de un hombre que había vivido horrores que ella no podía ni imaginar.
La tetera empezó a silbar. ______ vertió el agua caliente en un jarro y la dejó junto a la puerta cerrada de la habitación de Joe. Al no oír ningún ruido, llamó con los nudillos.
—Te he traído agua caliente, si la quieres —dijo, y se alejó por el pasillo antes de que abriese la puerta.
En la cocina empezó a preparar el desayuno procurando mantenerse activa, pero en su mente resonaba todavía el eco del ruido que había oído a través de la ventana y su corazón se encogió lleno de compasión. Se cubrió la cara con las manos. Aquel ruido le había dado más miedo que todas las maldiciones y los chillidos.
Al oír pasos, levantó la cabeza y se dio la vuelta rápidamente para que Joe no pudiese verle el rostro. No iba a aceptar ni su compasión ni su preocupación, y en aquel momento no creía ser capaz de ocultarlos. Cuando él entró, ______ empezó a romper huevos en una fuente.
—Buenos días —dijo con voz ronca y temblorosa.
—Buenos días —contestó ella cogiendo un tenedor. Lo miró fugazmente mientras comenzaba a batir los huevos. Se dio cuenta de que se había afeitado y de que tenía mejor aspecto, aunque todavía se lo veía ojeroso y muy cansado. Le habría gustado decirle que sólo eran pesadillas, que algún día desaparecerían, pero sabía que no le creería.
—Te he preparado el desayuno —le dijo.
Él cogió una silla y se sentó.
—¿Dónde están las niñas?
—Las he mandado a buscar zarzamoras —contestó ella y vertió los huevos batidos en una sartén. Lo miró de nuevo—. Estarán fuera toda la mañana.
—Gracias, no quería que vieran… —se calló. Por la expresión de su rostro vio que se sentía avergonzado.
______ lo comprendió de golpe. Era un hombre que odiaba cualquier tipo de debilidad. Dio un paso hacia él, pero se detuvo, recordándose que no aceptaría simpatía ni compasión. Miró cómo ponía el codo sobre la mesa y la cabeza en la palma de su mano.
—¿Dolor de cabeza? —le preguntó.
—No —dijo él irguiéndose—. Sólo estoy un poco cansado esta mañana.
Una manera algo peculiar de explicarse. Le preparó una taza de café y se la dio.
—Esto te ayudará.
—Gracias.
______ volvió a los fogones y le preparó huevos, patatas fritas y unas galletas.
—Come —le ordenó dejando el plato frente a él. Se alejó y se puso a cortar verduras para hacer un guiso. Aunque simulaba estar centrada en la tarea, lo observaba con el rabillo del ojo.
Joe se quedó mirando fijamente el plato un rato y después tomó el tenedor. Empezó a comer su desayuno, pero no lo terminó. Apartó el plato medio lleno.
—¿No tienes hambre? —le preguntó _____.
—No —dijo empujando la silla hacia atrás y levantándose. Sin decir nada más, salió por la puerta de atrás. Lo único que quería era alejarse.
La puerta del establo estaba abierta. Se refugió allí, en las sombras frescas que olían a heno y a polvo. A través de las puertas abiertas, llegaba la brisa veraniega, moviendo la paja a sus pies, susurrándole como los guardias de la cárcel de Mountjoy, como los fantasmas de su familia, como el viento que atravesaba las ruinas o las rocas de los acantilados irlandeses.
Paz, maldita sea. Quería paz. Pero sabía que para él no había paz posible, no acariciando a una gentil mujer en las colinas verdes de Luisiana. Era demasiado tarde para eso. Había vendido su alma a los demonios, había traicionado todo aquello en lo que merecía la pena creer sólo para detener el dolor.
Pero ésa era la paradoja. El dolor nunca se detuvo.
Sabía que venía una mala época. Los sueños sólo irían a peor. Cuando estaba en la carretera, moviéndose de una ciudad a otra, podía alejarse de ellos. Podía ahogarlos con mujeres y whisky. Podía mantenerlos a raya con los puños cuando estaba peleando en el ring. Si todo eso fallaba, podía buscar una habitación en algún lugar donde nadie lo conociese, donde nadie se preocupase por él, un lugar donde pudiera cerrar la puerta y luchar con los demonios él solo.
Pero en aquel lugar no podía hacer nada de eso. Tenía que marcharse.
—De acuerdo, Nick, dime qué pasa con el acuerdo para el ferrocarril.
Alice estaba agachada sin ser vista fuera del despacho de su padre, escuchando atentamente. Por supuesto, había sido excluida de la reunión, pero eso no le había impedido escuchar. La puerta del despacho estaba medio abierta y ella se acercó a la abertura al mismo tiempo que su marido comenzaba a explicarle la situación a su padre.
Alice Jamison Tyler sabía que su padre era un inteligente hombre de negocios. Había triplicado su ya considerable fortuna proveyendo cañones y pistolas para el ejército de la Unión durante la guerra. Pocas veces hacía inversiones gratuitas y no dudaría en abandonar un proyecto si no producía los resultados esperados. Nick también lo sabía y en seguida empezó a dar explicaciones.
Alice oyó un ruido detrás de ella y giró la cabeza rápidamente, pero la criada que cruzaba el vestíbulo al otro lado ni siquiera la había visto, así que siguió escuchando a hurtadillas. Prácticamente no sabía nada de aquel proyecto del ferrocarril ya que Nick nunca le contaba nada y tenía poderosas razones para querer saber la verdad sobre la situación.
—A ver si lo entiendo bien —dijo su padre—. Tenemos toda la tierra que necesitamos, excepto una pequeña parte. No podemos circunvalarla ni podemos conseguir que el propietario la venda. Así que ¿una sola mujer puede arruinar todo lo que hemos planeado?
—Sí, pero garantizo…
—Ahórrate tus garantías, Nick —dijo con frialdad—. Las llevo oyendo mucho tiempo. Varios de mis socios más cercanos han invertido dinero en este proyecto, y cada vez resulta más difícil explicarles los retrasos. Por eso te he hecho llamar. Mientras estés aquí, te reunirás con mis socios para asegurarles que este proyecto del ferrocarril no es un producto de mi imaginación, y te vas a pasar las próximas semanas procurando causarles una buena impresión. Quieren resultados, y tú vas a ser el encargado de mirarlos a la cara y decirles que han invertido bien su dinero.
—Sí, señor.
—Quiero empezar a construir el ferrocarril en otoño. Presiona a la señora Maitland y consigue que venda.
—Telegrafiaré a Joshua inmediatamente y le diré que vaya a hacerle una oferta más alta. Joshua puede ser muy persuasivo.
—Bien. No hace falta que te recuerde, Nick, que hay una gran cantidad de dinero en juego.
—No, señor. Quiero que este proyecto salga adelante no sólo por el dinero, sino porque quiero demostrarle que puedo hacerlo. Soy el marido de Alice y quiero ser yo quien pueda garantizarle el futuro.
Alice entornó los ojos. Sabía que aquella afirmación complacería a su padre, pero ella tenía su propia visión de su futuro y no incluía vivir en un pueblo de granjeros en medio de Luisiana. Odiaba aquel lugar, el calor, las serpientes y sus horribles gentes, que se mostraban hostiles con ella sólo porque había nacido al norte de la frontera con Mason Dixon. Pero sobre todo odiaba estar tan lejos de su padre y de sus amigos. Estaba tan sola allí. Había tenido paciencia con Vernon porque lo amaba, pero se le estaba agotando.
Forzó una sonrisa y empujó la puerta del despacho.
—Ya está bien, papá —empezó cruzando la estancia hasta llegar a su lado—. Creo que eres muy malo haciendo a Vernon estar aquí en esta diminuta oficina hablando de negocios cuando acabamos de llegar.
—Lo siento, tesoro mío —dijo Hiram—, pero tu marido y yo tenemos mucho que hacer mientras estéis aquí.
—¿Negocios? —dijo con un mohín—. Pero yo quiero estar también contigo. Te veo tan poco.
Hiram la rodeó por la cintura y la atrajo hacia él cariñosamente.
—Te prometo que pasaremos tiempo juntos. Quiero llevarte a un concierto. Sé cuánto lo echas de menos.
—¡Oh, me encantaría! ¿Podremos ir a Newport también?
Los dos hombres intercambiaron una mirada, pero ninguno de ellos dijo nada y Alice continuó sabiendo que tenía las de ganar.
—Sólo algunas semanas; por favor, papá.
Por supuesto, su padre cedió.
—De acuerdo, iremos a Newport. Podemos invitar a mis socios para una reunión de fin de semana.
—Gracias, papá.
—Ya sabes que no te puedo decir que no a nada —dijo él sonriendo.
Alice se rio y se inclinó a darle un beso en la mejilla. Lo sabía. De hecho, su futuro dependía de eso.
Las niñas volvieron con zarzamoras para una docena de pasteles, pero ____ sólo hizo dos. Se pasó la tarde haciendo mermelada con el resto, y mantuvo a las niñas ocupadas ayudándole.
Se mantenía ocupada deliberadamente para que sus pensamientos no le llevasen a Joe, pero seguía acosándole su rostro atormentado. No tenía ni idea de dónde estaba ni de qué estaba haciendo, pero al caer la tarde todavía no había regresado, y de sentirse aliviada por su ausencia pasó a estar preocupada. Decidió ir a buscarlo. Lo había visto en el establo y empezó a buscarlo allí, pero no estaba. Buscó por el resto de edificios, por los jardines y pasó por el huerto de nuevo, llamándolo hasta quedarse ronca, pero después de una hora seguía sin dar con él.
Preocupada, se detuvo en la linde del huerto pensando por dónde seguir su búsqueda. Pero sabía que ya había mirado por todas partes. Quizá se hubiese ido caminando hasta la carretera y algún granjero lo había llevado hasta el pueblo.
No, no podía haberse marchado así sin más, sin decir adiós. Pero mientras se decía eso, sabía que sí podía, que probablemente eso era lo que había hecho.
Suspiró y se apoyó en un árbol. Era un solitario, un hombre que no quería la compañía de nadie, por lo menos no muy a menudo y no durante mucho tiempo. Era un hombre que había construido un muro a su alrededor para mantener a la gente alejada, un hombre lleno de dolor que podía retorcerse como un animal herido, pero que era capaz de aliviar el miedo de una niña a las tormentas.
¿Qué tremendos recuerdos reviviría en sus pesadillas? _____ lo sabía. Hambre y muerte, cárcel y tortura, traición y amnistía, pistolas y alguien llamado Sean Gallagher. Había dicho que había traicionado todo aquello en lo que creía, decía que sus cicatrices eran lo que se merecía. A ______ no le importaba lo que hubiera hecho. Fuera lo que fuese, no podía creer que fuese tan malo como para merecer lo que le había ocurrido en la cárcel.
Comenzó a caminar hacia la casa. Caminaba despacio, pero su cabeza era un torbellino.
—Puede coger la diligencia en Callersville —le dijo el granjero mirando a Joe, que estaba sentado a su lado en un carromato repleto de nabos—. La diligencia lo llevará hasta Monroe y desde allí puede coger el tren a cualquier lado.
Pero Joe sabía que no podía. Con seis dólares no podría llegar a Boston. Quizás si conseguía llegar a Monroe, podría encontrar algún pub donde lo contratasen para pelear y le pagasen lo suficiente para pagarse un billete de tren.
Pero en el mismo momento en que pensaba eso, en su mente podía ver la cara de _____ y sus ojos mirándolo de aquel modo, pidiéndole ayuda al mismo tiempo que el orgullo le impedía verbalizar de nuevo su petición. Se acordó avergonzado de su promesa.
«Me quedaré el tiempo suficiente para ayudarte a recolectar la cosecha.»
Había roto su promesa. Por eso nunca hacía promesas, porque sabía que no era capaz de cumplirlas.
Tomó aire profundamente y se puso a toser al entrarle por la boca el polvo que levantaban las ruedas del carromato. Su propia promesa lo asfixiaba.
¿Y si volvía? Cerró los ojos. Sólo quedaba un mes. Podía controlarlo, ¿verdad? Un mes.
Pensó en sus primeros meses en Boston tres años atrás y en su sucia habitación en casa de Polly Keane. Se acordó del día en que Hugo O'Donnell, el jefe del Clan na Gael, le había pedido ayuda para recolectar dinero americano para la causa irlandesa. Hugh estaba convencido de que Joe sería el hombre perfecto para llegar al corazón de los americanos de origen irlandés y hacerles vaciar sus bolsillos. Porque él era una figura heroica. Aquella noche habían vuelto las pesadillas, y cuando Polly había entrado a despertarlo, casi la había golpeado creyendo que era un guardia de la cárcel.
Podía recordar cómo lo habían mirado las prostitutas de Polly después, cómo se habían echado hacia atrás recelosas a su paso por el pasillo y cómo habían murmurado a sus espaldas. Pero su reputación lo había alcanzado, y cuando supieron que era un feniano que había sobrevivido a la tortura de Mountjoy, su miedo se había transformado en un temeroso respeto. Fue entonces cuando se marchó de Boston, incapaz de soportar cómo había convertido su vergüenza en algo glorioso, cómo los rumores convertían en héroe a un hombre que era un mero fraude.
«Me quedaré el tiempo suficiente para ayudarte a recolectar la cosecha.»
No podía quedarse. Le había hecho una promesa a ______ y no podía cumplirla.
Vio de nuevo sus ojos, y la culpa lo invadió. Ni siquiera había terminado de reparar el tejado. Se la imaginó allá arriba intentando repararlo ella misma. «Mierda, mierda, mierda.»
Joe se irguió en el asiento.
—Pare el carro.
—¿Qué?
—He dicho que pare el carro.
El granjero tiró con fuerza de las riendas y detuvo la carreta. Vio cómo Joe bajaba de un salto y movió la cabeza sorprendido.
—Señor, creía que quería que le acercara a la ciudad.
—He cambiado de idea —respondió Joe, sabiendo que se iba a arrepentir de su repentino cargo de conciencia. Siempre le ocurría.
______ estaba agotada. Se dejó caer en el asiento del carro absolutamente exhausta, y se caló el sombrero para protegerse de la lluvia que seguía cayendo. Oren se sentó junto a ella y ninguno de los dos dijo nada mientras recorrían el embarrado camino hasta Peachtree. _______ estaba demasiado cansada para hablar, y aunque, para Oren, éste era su sexto hijo, siempre había sido hombre de pocas palabras.
Ella pensó en el rostro cansado pero exultante de Kate mientras sostenía a su bebé recién nacido, y en Oren, henchido de orgullo, dándole un beso a su esposa delante de ella. Realmente le enternecía verlos tan felices después de dieciséis años de matrimonio. «Debe ser maravilloso estar casado», pensó y se quedó dormida.
Se despertó cuando el carromato se detuvo de golpe. Cogió su cesta y bajó de un salto de la carreta sin esperar a que Oren le ayudase.
—Asegúrate de que Doc Morrison les echa un vistazo a Kate y al niño en cuanto regrese.
—Lo haré —contestó—. Gracias por todo, _____ —dijo. Volvió a subir al carromato, agitó las riendas y se alejó por el paseo mientras ella corría a buscar refugio en el porche. Se quitó las botas llenas de barro y entró en casa.
La casa estaba silenciosa, pero de la biblioteca llegaba una luz tenue. «Joe debe estar todavía despierto», pensó, y dejó la cesta y sus botas embarradas. La había estado esperando. Al pensarlo, sintió una cálida alegría y sonrió.
Se quitó el sombrero empapado por la lluvia y el guardapolvo. Atravesó el pasillo y al ver la escena de la biblioteca sonrió. Joe estaba sentado en el sofá, totalmente despierto, rodeado por las niñas que se amontonaban a su alrededor como si fuesen cachorros de lobo en su guarida, las tres bien a gusto, cómodas y dormidas. Chester también estaba profundamente dormido a sus pies.
Él miró a _____ por encima de la cabeza de Miranda.
—Ni se te ocurra reírte —murmuró y apartó la mirada, casi avergonzado.
Ella se cubrió la boca con la mano y agitó la cabeza.
—No osaría hacerlo. ¿Estás cómodo? Se te ve bastante… sofocado.
Joe echó un vistazo a las niñas que le rodeaban.
—En estos momentos, me parece que estoy atrapado.
—Eres una buena almohada —dijo _____ observándolo con una sonrisa.
Joe levantó la cabeza y la miró. A la luz del candil, los ojos de Joe eran de color avellana. Se le había pasado la vergüenza y su mirada se había transformado. Era casi depredadora. Bajó las pestañas y repasó el cuerpo de _____ con una mirada concienzuda, lenta, especulativa, desde el cabello húmedo hasta los calcetines y el empapado dobladillo.
—¿Eso crees, cielo?
Ella no pudo evitar imaginar la tentadora imagen de Joe en medio de unas sábanas revueltas. Repentinamente consciente de sus pensamientos, se quedó helada. Se apoderó de ella la vergüenza. Deseó poder decir algo inteligente, algún comentario para flirtear, pero sintió que le resultaba imposible. Nunca había sido buena en el arte del coqueteo.
El sonido de sus voces despertó a Carrie, que levantó la cabeza y vio a _____ allí de pie.
—¿Mamá? —murmuró medio dormida—. Te hemos esperado levantadas.
—Ya lo veo —contestó ella aliviada por la interrupción—. Pero ya hace tiempo que tendríais que estar en la cama. —Se dirigió al sofá y sacudió el hombro de Becky—: Becky, despierta.
La niña abrió los ojos y levantó la cabeza del hombro de Joe.
—Mamá, estás en casa —dijo bostezando—. ¿Ha tenido la señora Johnson a su bebé?
—Sí, así es. Un niño y están los dos bien —explicó ella, y se volvió hacia Joe que le estaba tendiendo a Miranda—. Gracias —murmuró cogiendo a la niña en brazos—. Espero que no te hayan molestado mucho.
—¿Qué molestias me han podido causar? Se han quedado todas dormidas justo en medio de una de mis mejores historias.
Al imaginarlo, ______ deseó haber estado allí. Habría sido maravilloso verlo contándoles cuentos a las niñas como un padre cualquiera. Pero Joe no era su padre. Ni por asomo.
—Bueno, buenas noches —dijo apartando la mirada—. Que duermas bien.
—Lo intentaré —contestó él con un tono irónico que _____ no entendió.
Las niñas le dieron las buenas noches a Joe medio dormidas y _____ se las llevó de la biblioteca. Se detuvo en el pasillo para encender un candil y subieron arriba.
—A dormir —les susurró a Becky y a Carrie mientras se detenía en el vestíbulo frente a sus habitaciones—. Cuando haya dejado a Miranda en la cama, os arroparé.
—Ya soy muy mayor para que me arropes, mamá —le susurró Becky.
—Bueno, todavía puedo ir a darte las buenas noches, ¿no? —le dijo ella sonriendo.
—Supongo —admitió Becky y se metió en su habitación.
_____ se dirigió a Carrie.
—Tú también, señorita. A la cama.
Por una vez, Carrie no intentó buscar ninguna excusa y se metió en su cuarto sin protestar. De todos modos, _____ esperó a que estuviese metida en la cama antes de llevar a Miranda a su habitación. Apartó las sábanas y dejó a la niña suavemente en la cama procurando no despertarla, pero en cuanto la hubo dejado, se despertó.
—Todavía llueve, ¿verdad, mamá? —murmuró abriendo los ojos.
______ se sentó en el borde de la cama sabiendo que Miranda estaría todavía asustada.
—Sí, pero los truenos ya han terminado, cariño.
—Tenía miedo —admitió la niña—, pero el señor Joe me ha dicho que los truenos lo único que hacen es gritar a la gente y que la próxima vez que oiga uno le tengo que gritar también. Eso es lo que hace él cuando tiene sueños malos.
—¿Eso te ha dicho? —le preguntó ____ estupefacta al saber que Joe había admitido algo así delante de las niñas—. Creo que es una buena idea. ¿Qué te parece si lo hacemos la próxima vez?
—De acuerdo —dijo Miranda acurrucándose entre las sábanas—. Nos contó un cuento, uno muy bonito, mamá. —La niña lanzó un enorme bostezo—. Me gustaría que el señor Joe pudiese contarnos cuentos todas las noches. —Y cerró los ojos lentamente.
_______ se inclinó y le dio un beso en la mejilla.
—A mí también, amor mío. A mí también.
______ estaba agotada, pero no conseguía dormirse. Se cambiaba de postura, ahuecaba la almohada, rehacía la colcha, pero no podía conciliar el sueño. Al final, decidió que le sentaría bien una taza de té y se levantó. Se puso el chal y salió de la habitación. Pero cuando empezaba a bajar las escaleras, vio que salía luz por la ranura de la puerta de la cocina.
¿Estaba Joe todavía despierto? Dudó y pensó que igual era mejor que volviese arriba y se olvidase del té, pero al final no lo hizo. Siguió bajando las escaleras hasta la cocina y lo encontró encorvado sobre la mesa, escribiendo en la pizarra. Levantó la vista cuando la oyó entrar.
—No podía dormir —le explicó _____—. ¿Tú tampoco?
—No.
—Voy a prepararme una taza de té, ¿te apetece una?
No contestó y ella se dirigió a los fogones. Avivó las brasas, añadió algunas breas y puso la tetera a hervir.
Ninguno de los dos dijo nada, pero ella lo miró con el rabillo del ojo mientras preparaba el té; seguía inclinado sobre la pizarra, escribiendo cuidadosamente las letras.
—Veo que estás practicando tu caligrafía —dijo, y llevó dos tazas de té hasta la mesa.
—Sí, aunque no sé de qué me puede servir siendo un boxeador —dijo él tomando la taza que le ofrecía _____.
—Boxeo —murmuró ella pensativa. Apoyó los codos sobre la mesa, agarrando la taza con las manos y observando a Joe.
—¿Por qué lo haces?
—Es una forma de ganarme la vida —contestó él encogiéndose de hombros.
—Hay muchas otras maneras de ganarse la vida.
—Sí, pero todas ellas implican trabajar.
_____ no se dejó engañar por aquel comentario simplón. Lo había visto trabajar y sabía que no era un holgazán.
—¿Nunca has pensado en hacer otro trabajo? Algo menos… violento.
—¿Como qué? —le preguntó él, y su cara se ensombreció—. A un hombre no le hace falta saber leer para entender los carteles de los escaparates que dicen «No se necesita mano de obra irlandesa».
—¿Nunca te apetece instalarte en algún sitio, tener una meta más permanente que la pelea de mañana?
Joe la miró a los ojos.
—Ya te lo dije. Me gusta vagabundear. No soy de los que se quedan en un sitio, ______, me gusta mi libertad.
Lo había sabido desde la primera vez que le vio.
—Podrías tener tu propia granja, hay un montón de tierra en el oeste. Dicen que es gratis.
—No soy granjero.
—¿Qué tiene de malo ser granjero?
Se quedó callado un momento.
—Mi padre era granjero —dijo finalmente— y su padre antes de él. Cultivábamos patatas como todo el mundo. Mira, había muy poca tierra para nosotros, la mayor parte de las tierras las tenían terratenientes ingleses que cultivaban cereales para mandar a Inglaterra. Lo único que podíamos cultivar en la poca tierra que teníamos y que podía alimentar a nuestra gente era la patata. Comíamos patata, alimentábamos a los animales con patata y la patata nos permitía pagar el arrendamiento de nuestra tierra. Lo era todo para nosotros y no podíamos sobrevivir sin ella. Entonces llegó el ocrás. El hambre.
Miraba fijamente a ______, pero ella sabía que no le veía. En su mente, estaba viendo su tierra.
—Una mañana, cuando yo tenía once años, me levanté al oír los gritos de mi madre. Corrí afuera a ver qué ocurría y la vi de pie junto a mi padre y mi hermano señalando el clochan donde guardábamos nuestras cosechas. Estaba gimoteando y decía algo sobre las patatas. Corrí hasta el clochan justo cuando mi padre abría la puerta. El olor nos golpeó… Virgen santa, era un olor que nunca antes habíamos conocido.
Hizo una pausa, pero _____ no dijo nada. Pensó con temor que si decía algo, Joe se volvería a encerrar en su mutismo, haría algún tonto comentario para cambiar de tema y nunca acabaría su relato.
—Mi padre y Kevin entraron en el clochan —continuó Joe—. Me dijeron que esperara afuera, pero no lo hice. Los seguí y los vi agachados sobre el tonel donde habíamos dejado las patatas recién cogidas del campo el día anterior. Mi padre me miró cuando entré y por primera vez en mi vida vi miedo en su rostro. Supe que había ocurrido algo horrible.
Frunció el ceño y de pronto pareció sobrecogido, como un niño que no llega a entender la cruel broma que le acaban de hacer.
—Miré dentro del tonel y no vi ninguna patata. Estaba lleno de una masa viscosa que olía a azufre y parecía puré, puré oscuro. Pensé que estaba mirando las entrañas del infierno.
Su descripción era tan vivida que _____ podía ver el tonel y oler el azufre. Era como si estuviera allí con él.
—Cogimos un poco de aquella masa y se lo dimos a uno de los cerdos —continuó—. El cerdo murió y supimos que era una plaga. Intentamos desenterrar las patatas que todavía estaban en la tierra, pero era demasiado tarde. En una noche, las hojas se habían puesto blancas y las patatas negras dentro de la tierra. Todo el cultivo estaba así, y el olor putrefacto a azufre flotaba por encima de la tierra como una niebla pesada. Todavía puedo olerlo.
_____ sintió un escalofrío que le recorría la espalda mientras escuchaba cómo Joe contaba la historia con voz neutra y carente de emoción.
—Al cabo de un mes, no quedaba una sola patata en toda Irlanda. A los seis meses, la gente moría de hambre y de enfermedades, morían a miles. La gente en nuestro pueblo se moría tan rápido que no había suficientes ataúdes. Los tuvieron que enterrar en fosas comunes, amontonados con algo de tierra encima para proteger sus cuerpos de las ratas.
______ sintió ganas de devolver, se apretó la boca con la mano y escuchó angustiada y en silencio, con el corazón roto.
Joe tragó saliva y su voz se tornó un susurro.
—Mi padre fue el primero de la familia en morir. La plaga lo destrozó y la fiabhras dubh lo mató, la fiebre negra, vosotros lo llamáis tifus. Mi madre lo lloró de rodillas durante tres días de lo grande que era su pena. Una semana más tarde, el tifus la mató a ella también. Murió en una cuneta porque el terrateniente nos había echado de nuestra casa y la había quemado.
Joe la miró y en sus ojos había un potente brillo.
—Nunca seré granjero —dijo; la intensidad de su voz asustó a _____. Joe se levantó y se dirigió hacia la puerta que daba al comedor. Se detuvo y giró la cabeza—. Nunca estaré atado a un pedazo de tierra, ni a una mujer, ni a un hogar, ni a una familia, ni a una iglesia. Ni a una forma de vida. Nunca más.
______ le miró con los ojos anegados en lágrimas. Se sentía inútil y se despreciaba por ello. No había nada que pudiera decir para reconfortar a un hombre cuya familia llevaba tanto tiempo muerta, no había bálsamo para curar las heridas del alma de un hombre marcado, y no había forma de hacer que volviera a creer en los lazos que unen a las personas.
Joe no podía escapar de sus demonios. Intentaba correr y alejarse de ellos, pero no era lo bastante rápido. Nunca era lo bastante rápido. Seguían su ritmo y le hablaban con susurros bajos y convincentes. No podía expulsarlos porque le hablaban desde dentro de su cabeza. Se detuvo y se dejó caer sobre sus rodillas. Se tapó los oídos con las manos, pero seguía oyéndolos.
Si fuera fuerte, podría arrancárselos, podría reventar su cráneo como una cascara de nuez y eso sería el fin. Se apretó la cabeza con las manos furiosamente, pero no era lo bastante fuerte. Nunca sería lo bastante fuerte.
Naranja. El odioso color lo rodeaba por todas partes. Las llamas del infierno, ventanas naranjas, atizadores ardiendo. Los demonios le apartaron las manos y lo ataron con correas. Le estiraron el brazo y se lo retorcieron y pudo sentir de nuevo el dolor de su hombro dislocado, oler su piel quemada. Gritó.
Dínoslo, murmuraban, dínoslo, dínoslo…
Lo hizo.
Joe se despertó del sueño como un hombre que se está ahogando y logra sacar la cabeza del agua, mojado, desorientado, aspirando una bocanada de aire. Se sentó y se cogió la cabeza con manos temblorosas. Sintió el sudor de terror en su rostro.
—¡Dios! —gimió—. Mierda, mierda.
Levantó la cabeza y miró la pared que había frente a él. Por la cortina de encaje entraban los rayos del sol. Intentó volver a la realidad. Otra vez los sueños.
Al salir de la cárcel, las pesadillas lo habían acosado durante meses, pero conforme pasaba el tiempo, se habían ido espaciando. Ya no tenía casi nunca. Hasta llegar allí. Al despertarse por vez primera en aquella casa, supo que había estado teniendo pesadillas, pero luego todo había ido mejor y habían desaparecido. Y ahora habían vuelto. «Otra vez no —suplicó—, aquí no.»
La puerta de su habitación se abrió de repente y con fuerza golpeando la pared y haciendo bailar las luces y sombras que formaba el sol a través de la cortina de encaje. ____ miró y se acercó a él con los ojos abiertos de par en par, alarmada.
—¿Joe?
_____. Centró su atención en ella, en la luz del sol que configuraba remolinos y rosetones sobre su cuerpo. Le recordó a la Virgen de la vidriera de San Brendan, tan unidimensional e irreal como el resto.
—No —dijo con un fiero susurro, y consiguió detenerla—. Déjame solo.
Ella no se movió.
Joe oyó pasos detrás de ______.
—¿Mamá? ¿Está bien? ¿Está teniendo otra vez pesadillas?
Las niñas. No podía dejar que lo viesen así.
—¡Sal de aquí! —ordenó satisfecho por haber conseguido chillar—. ¡Mantenlas alejadas de mí!
Vio que _____ se mordía el labio y dudaba.
—¿Estás bien? —le preguntó.
Joe soltó una risa ahogada y dura.
—Bien, estoy estupendamente, gracias por el interés.
____ se retiró mirándolo con aquellos ojos dulces como si fuera una cierva herida. La puerta se cerró y él dejó escapar un largo y profundo suspiro de alivio.
Joe apartó la sábana y se levantó de la cama. Caminó hasta el lavamanos y levantó la mirada para ver su reflejo en el espejo ovalado. Tenía la cara de un pálido mortal, los ojos inyectados en sangre y la sombra de la barba le daba a su rostro una tonalidad azul. Tenía un aspecto espantoso, normal teniendo en cuenta que dormía con el demonio.
_____ mandó a las niñas a coger zarzamoras. No quería que estuvieran cerca de Joe en aquellos momentos. Puso la tetera a hervir sabiendo que necesitaría agua caliente para bañarse y afeitarse. También preparó un café bien fuerte. Estaba preocupada y abrumada y se preguntaba qué más podía hacer por él. Aunque él había dejado claro que no la quería junto a él, que no quería su ayuda.
_______ estaba en el jardín cuando oyó aquel ruido proveniente de la ventana abierta de su habitación. Se había dado cuenta de que volvía a tener aquellas pesadillas, los recuerdos violentos de un hombre que había vivido horrores que ella no podía ni imaginar.
La tetera empezó a silbar. ______ vertió el agua caliente en un jarro y la dejó junto a la puerta cerrada de la habitación de Joe. Al no oír ningún ruido, llamó con los nudillos.
—Te he traído agua caliente, si la quieres —dijo, y se alejó por el pasillo antes de que abriese la puerta.
En la cocina empezó a preparar el desayuno procurando mantenerse activa, pero en su mente resonaba todavía el eco del ruido que había oído a través de la ventana y su corazón se encogió lleno de compasión. Se cubrió la cara con las manos. Aquel ruido le había dado más miedo que todas las maldiciones y los chillidos.
Al oír pasos, levantó la cabeza y se dio la vuelta rápidamente para que Joe no pudiese verle el rostro. No iba a aceptar ni su compasión ni su preocupación, y en aquel momento no creía ser capaz de ocultarlos. Cuando él entró, ______ empezó a romper huevos en una fuente.
—Buenos días —dijo con voz ronca y temblorosa.
—Buenos días —contestó ella cogiendo un tenedor. Lo miró fugazmente mientras comenzaba a batir los huevos. Se dio cuenta de que se había afeitado y de que tenía mejor aspecto, aunque todavía se lo veía ojeroso y muy cansado. Le habría gustado decirle que sólo eran pesadillas, que algún día desaparecerían, pero sabía que no le creería.
—Te he preparado el desayuno —le dijo.
Él cogió una silla y se sentó.
—¿Dónde están las niñas?
—Las he mandado a buscar zarzamoras —contestó ella y vertió los huevos batidos en una sartén. Lo miró de nuevo—. Estarán fuera toda la mañana.
—Gracias, no quería que vieran… —se calló. Por la expresión de su rostro vio que se sentía avergonzado.
______ lo comprendió de golpe. Era un hombre que odiaba cualquier tipo de debilidad. Dio un paso hacia él, pero se detuvo, recordándose que no aceptaría simpatía ni compasión. Miró cómo ponía el codo sobre la mesa y la cabeza en la palma de su mano.
—¿Dolor de cabeza? —le preguntó.
—No —dijo él irguiéndose—. Sólo estoy un poco cansado esta mañana.
Una manera algo peculiar de explicarse. Le preparó una taza de café y se la dio.
—Esto te ayudará.
—Gracias.
______ volvió a los fogones y le preparó huevos, patatas fritas y unas galletas.
—Come —le ordenó dejando el plato frente a él. Se alejó y se puso a cortar verduras para hacer un guiso. Aunque simulaba estar centrada en la tarea, lo observaba con el rabillo del ojo.
Joe se quedó mirando fijamente el plato un rato y después tomó el tenedor. Empezó a comer su desayuno, pero no lo terminó. Apartó el plato medio lleno.
—¿No tienes hambre? —le preguntó _____.
—No —dijo empujando la silla hacia atrás y levantándose. Sin decir nada más, salió por la puerta de atrás. Lo único que quería era alejarse.
La puerta del establo estaba abierta. Se refugió allí, en las sombras frescas que olían a heno y a polvo. A través de las puertas abiertas, llegaba la brisa veraniega, moviendo la paja a sus pies, susurrándole como los guardias de la cárcel de Mountjoy, como los fantasmas de su familia, como el viento que atravesaba las ruinas o las rocas de los acantilados irlandeses.
Paz, maldita sea. Quería paz. Pero sabía que para él no había paz posible, no acariciando a una gentil mujer en las colinas verdes de Luisiana. Era demasiado tarde para eso. Había vendido su alma a los demonios, había traicionado todo aquello en lo que merecía la pena creer sólo para detener el dolor.
Pero ésa era la paradoja. El dolor nunca se detuvo.
Sabía que venía una mala época. Los sueños sólo irían a peor. Cuando estaba en la carretera, moviéndose de una ciudad a otra, podía alejarse de ellos. Podía ahogarlos con mujeres y whisky. Podía mantenerlos a raya con los puños cuando estaba peleando en el ring. Si todo eso fallaba, podía buscar una habitación en algún lugar donde nadie lo conociese, donde nadie se preocupase por él, un lugar donde pudiera cerrar la puerta y luchar con los demonios él solo.
Pero en aquel lugar no podía hacer nada de eso. Tenía que marcharse.
—De acuerdo, Nick, dime qué pasa con el acuerdo para el ferrocarril.
Alice estaba agachada sin ser vista fuera del despacho de su padre, escuchando atentamente. Por supuesto, había sido excluida de la reunión, pero eso no le había impedido escuchar. La puerta del despacho estaba medio abierta y ella se acercó a la abertura al mismo tiempo que su marido comenzaba a explicarle la situación a su padre.
Alice Jamison Tyler sabía que su padre era un inteligente hombre de negocios. Había triplicado su ya considerable fortuna proveyendo cañones y pistolas para el ejército de la Unión durante la guerra. Pocas veces hacía inversiones gratuitas y no dudaría en abandonar un proyecto si no producía los resultados esperados. Nick también lo sabía y en seguida empezó a dar explicaciones.
Alice oyó un ruido detrás de ella y giró la cabeza rápidamente, pero la criada que cruzaba el vestíbulo al otro lado ni siquiera la había visto, así que siguió escuchando a hurtadillas. Prácticamente no sabía nada de aquel proyecto del ferrocarril ya que Nick nunca le contaba nada y tenía poderosas razones para querer saber la verdad sobre la situación.
—A ver si lo entiendo bien —dijo su padre—. Tenemos toda la tierra que necesitamos, excepto una pequeña parte. No podemos circunvalarla ni podemos conseguir que el propietario la venda. Así que ¿una sola mujer puede arruinar todo lo que hemos planeado?
—Sí, pero garantizo…
—Ahórrate tus garantías, Nick —dijo con frialdad—. Las llevo oyendo mucho tiempo. Varios de mis socios más cercanos han invertido dinero en este proyecto, y cada vez resulta más difícil explicarles los retrasos. Por eso te he hecho llamar. Mientras estés aquí, te reunirás con mis socios para asegurarles que este proyecto del ferrocarril no es un producto de mi imaginación, y te vas a pasar las próximas semanas procurando causarles una buena impresión. Quieren resultados, y tú vas a ser el encargado de mirarlos a la cara y decirles que han invertido bien su dinero.
—Sí, señor.
—Quiero empezar a construir el ferrocarril en otoño. Presiona a la señora Maitland y consigue que venda.
—Telegrafiaré a Joshua inmediatamente y le diré que vaya a hacerle una oferta más alta. Joshua puede ser muy persuasivo.
—Bien. No hace falta que te recuerde, Nick, que hay una gran cantidad de dinero en juego.
—No, señor. Quiero que este proyecto salga adelante no sólo por el dinero, sino porque quiero demostrarle que puedo hacerlo. Soy el marido de Alice y quiero ser yo quien pueda garantizarle el futuro.
Alice entornó los ojos. Sabía que aquella afirmación complacería a su padre, pero ella tenía su propia visión de su futuro y no incluía vivir en un pueblo de granjeros en medio de Luisiana. Odiaba aquel lugar, el calor, las serpientes y sus horribles gentes, que se mostraban hostiles con ella sólo porque había nacido al norte de la frontera con Mason Dixon. Pero sobre todo odiaba estar tan lejos de su padre y de sus amigos. Estaba tan sola allí. Había tenido paciencia con Vernon porque lo amaba, pero se le estaba agotando.
Forzó una sonrisa y empujó la puerta del despacho.
—Ya está bien, papá —empezó cruzando la estancia hasta llegar a su lado—. Creo que eres muy malo haciendo a Vernon estar aquí en esta diminuta oficina hablando de negocios cuando acabamos de llegar.
—Lo siento, tesoro mío —dijo Hiram—, pero tu marido y yo tenemos mucho que hacer mientras estéis aquí.
—¿Negocios? —dijo con un mohín—. Pero yo quiero estar también contigo. Te veo tan poco.
Hiram la rodeó por la cintura y la atrajo hacia él cariñosamente.
—Te prometo que pasaremos tiempo juntos. Quiero llevarte a un concierto. Sé cuánto lo echas de menos.
—¡Oh, me encantaría! ¿Podremos ir a Newport también?
Los dos hombres intercambiaron una mirada, pero ninguno de ellos dijo nada y Alice continuó sabiendo que tenía las de ganar.
—Sólo algunas semanas; por favor, papá.
Por supuesto, su padre cedió.
—De acuerdo, iremos a Newport. Podemos invitar a mis socios para una reunión de fin de semana.
—Gracias, papá.
—Ya sabes que no te puedo decir que no a nada —dijo él sonriendo.
Alice se rio y se inclinó a darle un beso en la mejilla. Lo sabía. De hecho, su futuro dependía de eso.
Las niñas volvieron con zarzamoras para una docena de pasteles, pero ____ sólo hizo dos. Se pasó la tarde haciendo mermelada con el resto, y mantuvo a las niñas ocupadas ayudándole.
Se mantenía ocupada deliberadamente para que sus pensamientos no le llevasen a Joe, pero seguía acosándole su rostro atormentado. No tenía ni idea de dónde estaba ni de qué estaba haciendo, pero al caer la tarde todavía no había regresado, y de sentirse aliviada por su ausencia pasó a estar preocupada. Decidió ir a buscarlo. Lo había visto en el establo y empezó a buscarlo allí, pero no estaba. Buscó por el resto de edificios, por los jardines y pasó por el huerto de nuevo, llamándolo hasta quedarse ronca, pero después de una hora seguía sin dar con él.
Preocupada, se detuvo en la linde del huerto pensando por dónde seguir su búsqueda. Pero sabía que ya había mirado por todas partes. Quizá se hubiese ido caminando hasta la carretera y algún granjero lo había llevado hasta el pueblo.
No, no podía haberse marchado así sin más, sin decir adiós. Pero mientras se decía eso, sabía que sí podía, que probablemente eso era lo que había hecho.
Suspiró y se apoyó en un árbol. Era un solitario, un hombre que no quería la compañía de nadie, por lo menos no muy a menudo y no durante mucho tiempo. Era un hombre que había construido un muro a su alrededor para mantener a la gente alejada, un hombre lleno de dolor que podía retorcerse como un animal herido, pero que era capaz de aliviar el miedo de una niña a las tormentas.
¿Qué tremendos recuerdos reviviría en sus pesadillas? _____ lo sabía. Hambre y muerte, cárcel y tortura, traición y amnistía, pistolas y alguien llamado Sean Gallagher. Había dicho que había traicionado todo aquello en lo que creía, decía que sus cicatrices eran lo que se merecía. A ______ no le importaba lo que hubiera hecho. Fuera lo que fuese, no podía creer que fuese tan malo como para merecer lo que le había ocurrido en la cárcel.
Comenzó a caminar hacia la casa. Caminaba despacio, pero su cabeza era un torbellino.
—Puede coger la diligencia en Callersville —le dijo el granjero mirando a Joe, que estaba sentado a su lado en un carromato repleto de nabos—. La diligencia lo llevará hasta Monroe y desde allí puede coger el tren a cualquier lado.
Pero Joe sabía que no podía. Con seis dólares no podría llegar a Boston. Quizás si conseguía llegar a Monroe, podría encontrar algún pub donde lo contratasen para pelear y le pagasen lo suficiente para pagarse un billete de tren.
Pero en el mismo momento en que pensaba eso, en su mente podía ver la cara de _____ y sus ojos mirándolo de aquel modo, pidiéndole ayuda al mismo tiempo que el orgullo le impedía verbalizar de nuevo su petición. Se acordó avergonzado de su promesa.
«Me quedaré el tiempo suficiente para ayudarte a recolectar la cosecha.»
Había roto su promesa. Por eso nunca hacía promesas, porque sabía que no era capaz de cumplirlas.
Tomó aire profundamente y se puso a toser al entrarle por la boca el polvo que levantaban las ruedas del carromato. Su propia promesa lo asfixiaba.
¿Y si volvía? Cerró los ojos. Sólo quedaba un mes. Podía controlarlo, ¿verdad? Un mes.
Pensó en sus primeros meses en Boston tres años atrás y en su sucia habitación en casa de Polly Keane. Se acordó del día en que Hugo O'Donnell, el jefe del Clan na Gael, le había pedido ayuda para recolectar dinero americano para la causa irlandesa. Hugh estaba convencido de que Joe sería el hombre perfecto para llegar al corazón de los americanos de origen irlandés y hacerles vaciar sus bolsillos. Porque él era una figura heroica. Aquella noche habían vuelto las pesadillas, y cuando Polly había entrado a despertarlo, casi la había golpeado creyendo que era un guardia de la cárcel.
Podía recordar cómo lo habían mirado las prostitutas de Polly después, cómo se habían echado hacia atrás recelosas a su paso por el pasillo y cómo habían murmurado a sus espaldas. Pero su reputación lo había alcanzado, y cuando supieron que era un feniano que había sobrevivido a la tortura de Mountjoy, su miedo se había transformado en un temeroso respeto. Fue entonces cuando se marchó de Boston, incapaz de soportar cómo había convertido su vergüenza en algo glorioso, cómo los rumores convertían en héroe a un hombre que era un mero fraude.
«Me quedaré el tiempo suficiente para ayudarte a recolectar la cosecha.»
No podía quedarse. Le había hecho una promesa a ______ y no podía cumplirla.
Vio de nuevo sus ojos, y la culpa lo invadió. Ni siquiera había terminado de reparar el tejado. Se la imaginó allá arriba intentando repararlo ella misma. «Mierda, mierda, mierda.»
Joe se irguió en el asiento.
—Pare el carro.
—¿Qué?
—He dicho que pare el carro.
El granjero tiró con fuerza de las riendas y detuvo la carreta. Vio cómo Joe bajaba de un salto y movió la cabeza sorprendido.
—Señor, creía que quería que le acercara a la ciudad.
—He cambiado de idea —respondió Joe, sabiendo que se iba a arrepentir de su repentino cargo de conciencia. Siempre le ocurría.
Suzzey
Re: "Un Lugar Para Joe"
Como estoy desde el bb
Me toca copiar el texto
Y pegarlo en documento de word
Para poder leer grande
Si no me demoraria horas jejejejeje
Me toca copiar el texto
Y pegarlo en documento de word
Para poder leer grande
Si no me demoraria horas jejejejeje
Julieta♥
Re: "Un Lugar Para Joe"
Voy para la casa de una tia
Alla si hay computador e internet
Voy a leer alla el cap jejejejeje
Alla si hay computador e internet
Voy a leer alla el cap jejejejeje
Julieta♥
Re: "Un Lugar Para Joe"
Esta nove es una adaptacion verdad????
Como es el nombre del libro y de quien es????
Como es el nombre del libro y de quien es????
Julieta♥
Re: "Un Lugar Para Joe"
A ver y de donde eres???
Yo soy de colombia
Vivo en bogota
Aunque en estos momentos
Estoy en villavicencio
Que es tierra caliente
Visitando a mis abuelos (por eso no tengo internet...por q no hay computadaor...mis abuelitos ya estan viejitos) y tios y primos
Y me quedare una semana mas
Yo soy de colombia
Vivo en bogota
Aunque en estos momentos
Estoy en villavicencio
Que es tierra caliente
Visitando a mis abuelos (por eso no tengo internet...por q no hay computadaor...mis abuelitos ya estan viejitos) y tios y primos
Y me quedare una semana mas
Julieta♥
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