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La luz en mi vida. | 1er lugar
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La luz en mi vida. | 1er lugar
La luz en mi vida.
Sisa. | The Script - Flares. | 942 palabras.
Llanto. Sufrimiento. Dolor. Duelo. Culpa. Y más dolor. Aquellas eran las palabras que me abrumaban cada noche antes de dormir desde hace meses. A veces, el dolor era tan fuerte que no podía soportarlo. El dolor físico calmaba por momentos el dolor por el que mi alma estaba pasando. Los cortes y la sangre no me molestaban, siempre y cuando se llevaran el dolor interno por un momento. Pero ya no más. El dolor se había vuelto demasiado para soportar, y el dolor físico no era suficiente para que pudiera olvidarlo.
Aquella mañana había amanecido enferma. No fui a la preparatoria porque tenía que ir al doctor. Mi madre me llevó al doctor a regañadientes, porque teníamos que ir al hospital a ver a mi hermano. A veces me molestaba ir al hospital tan seguido, pero lo hacía por responsabilidad y por amor a él. Lo visitamos y él se encontraba ahí, como la última semana. Muchas máquinas conectadas a su cuerpo y respiraba con dificultad. La luz que iluminaba su mirada se perdía por momentos, y hace días que ya no hablaba. Mierda, me dolía ver a mi héroe así. Diego era la persona que me había enseñado a pelear siempre sin importar las adversidades. La persona que me escuchaba y aconsejaba mejor que nadie, aquel que nunca me juzgaba sin saber toda la historia, y el único que siempre me apoyó en todo aunque no estuviera de acuerdo. Mi hermanito mayor ahora estaba luchando contra el cáncer cerebral. Esa enfermedad hija de puta que viene y amenaza con quitarte a todos aquellos que amas cuando menos te lo esperas.
Estuve por una media hora con él, obviamente con una mascarilla para evitar que se enfermara más aún y se pusiera peor. Nos fuimos a casa para almorzar y me despedí de él con un beso, diciendo “volveré pronto. Te amo.” Para luego regresar a casa y almorzar. Había comido carne molida con arroz y huevo. Luego de almorzar nos subimos al auto de mi tía junto a mi madre y nos encaminamos al hospital nuevamente. Para ese entonces me había olvidado que yo estaba enferma porque mi hermano ocupaba todos mis pensamientos. Al aparcar el auto frente al hospital suena el teléfono de mi tía. Al ver su expresión a través del espejo sé que ha pasado algo. Mi madre comienza a llorar preguntando qué le había pasado a su hijo.
No pude evitar salir del automóvil y correr a toda velocidad hacia el hospital. Mi corazón estaba acelerado y mi vista nublada. Algo malo había pasado, y creía saber qué era aunque no quería creerlo. Subí por las escaleras y vi a varios miembros de mi familia y amigos a lo largo del corredor. Todos con miradas tristes. Evité saludar a cualquiera y corrí hasta la maldita habitación. Mi hermano y mi padre estaban llorando. Me negué a mirar la cama, pero eventualmente lo hice. Las máquinas habían sido desconectadas, y mi hermano no respiraba. Mis piernas me fallaron y caí al suelo, hecha un mar de lágrimas. Dejé de escuchar y ver a cualquier persona que se me acercara. Mi mundo se había quebrado. Mi corazón palpitaba con fuerza y me clavé las uñas en los brazos, intentando sentir algo más que el dolor de mi alma. No lo logré. Él se había ido. Mi hermano había muerto.
Y heme aquí. Después del funeral, observando la luna y las estrellas desde mi ventana. Las lágrimas salían cada vez con más intensidad mientras mi mente repetía una y otra vez el escenario de aquella tarde. Me sentía culpable por molestarme al verlo, deseando haberlo visitado más veces y por mayor tiempo. Me sentía triste y sola, porque no había miembro de mi familia o amigo que me entendiera como mi hermano lo hacía. El dolor estaba abrazándome con fuerza y no intenté alejarlo, creía que permitiendo que entrara en mí, lo superaría con el tiempo. Pero en estos momentos las heridas internas que tenía estaban abiertas y mi alma estaba sufriendo una hemorragia interna. Necesitaba apagar aquel dolor, desviarlo, sentir cualquier cosa que no fuera aquel tormento, por lo que una vez más tomé las tijeras, en un intento de aliviar el dolor de mi alma con algo físico. Pero no estaba funcionando. Necesitaba una mayor dosis de cortes para que el dolor se alejara, así que coloqué las tijeras en mi antebrazo, buscando probar algo que jamás había hecho. Esa era una zona libre de cicatrices.
Mi vista nublada no me permitía ver con claridad. Todos los miembros de mi familia estaban lidiando con su propia forma de llevar el duelo y mis amigos solo habían ido a hacerme compañía un rato. Lo único que no deseaba era estar sola, porque el dolor me abrumaba con su presencia ante la soledad. Comencé a cortar primero sin mucha profundidad, experimentando el dolor. Cuando descubrí que no era suficiente, corté más profundo.
Y entonces lo vi. La casa vecina había encendido sus luces, y el reflejo había iluminado una fotografía. En la fotografía estábamos mi hermano y yo cuando era más pequeña. Dejé caer las tijeras para tomar la fotografía y sonreír con nostalgia, sollozando por la pérdida de mi hermano. Noté que mi teléfono había estado sonando al lado de aquella fotografía, era mi sobrino. Y entonces lo entendí. Valentino era la luz en mi vida, el hijo de mi hermano a quien yo debía proteger y criar como mi hermano me había criado. Valentino volvió a encender aquella luz en mi vida. Y decidí vivir por él, para honrar la memoria de su padre y amarlo como su padre me amó a mi.
Aquella mañana había amanecido enferma. No fui a la preparatoria porque tenía que ir al doctor. Mi madre me llevó al doctor a regañadientes, porque teníamos que ir al hospital a ver a mi hermano. A veces me molestaba ir al hospital tan seguido, pero lo hacía por responsabilidad y por amor a él. Lo visitamos y él se encontraba ahí, como la última semana. Muchas máquinas conectadas a su cuerpo y respiraba con dificultad. La luz que iluminaba su mirada se perdía por momentos, y hace días que ya no hablaba. Mierda, me dolía ver a mi héroe así. Diego era la persona que me había enseñado a pelear siempre sin importar las adversidades. La persona que me escuchaba y aconsejaba mejor que nadie, aquel que nunca me juzgaba sin saber toda la historia, y el único que siempre me apoyó en todo aunque no estuviera de acuerdo. Mi hermanito mayor ahora estaba luchando contra el cáncer cerebral. Esa enfermedad hija de puta que viene y amenaza con quitarte a todos aquellos que amas cuando menos te lo esperas.
Estuve por una media hora con él, obviamente con una mascarilla para evitar que se enfermara más aún y se pusiera peor. Nos fuimos a casa para almorzar y me despedí de él con un beso, diciendo “volveré pronto. Te amo.” Para luego regresar a casa y almorzar. Había comido carne molida con arroz y huevo. Luego de almorzar nos subimos al auto de mi tía junto a mi madre y nos encaminamos al hospital nuevamente. Para ese entonces me había olvidado que yo estaba enferma porque mi hermano ocupaba todos mis pensamientos. Al aparcar el auto frente al hospital suena el teléfono de mi tía. Al ver su expresión a través del espejo sé que ha pasado algo. Mi madre comienza a llorar preguntando qué le había pasado a su hijo.
No pude evitar salir del automóvil y correr a toda velocidad hacia el hospital. Mi corazón estaba acelerado y mi vista nublada. Algo malo había pasado, y creía saber qué era aunque no quería creerlo. Subí por las escaleras y vi a varios miembros de mi familia y amigos a lo largo del corredor. Todos con miradas tristes. Evité saludar a cualquiera y corrí hasta la maldita habitación. Mi hermano y mi padre estaban llorando. Me negué a mirar la cama, pero eventualmente lo hice. Las máquinas habían sido desconectadas, y mi hermano no respiraba. Mis piernas me fallaron y caí al suelo, hecha un mar de lágrimas. Dejé de escuchar y ver a cualquier persona que se me acercara. Mi mundo se había quebrado. Mi corazón palpitaba con fuerza y me clavé las uñas en los brazos, intentando sentir algo más que el dolor de mi alma. No lo logré. Él se había ido. Mi hermano había muerto.
Y heme aquí. Después del funeral, observando la luna y las estrellas desde mi ventana. Las lágrimas salían cada vez con más intensidad mientras mi mente repetía una y otra vez el escenario de aquella tarde. Me sentía culpable por molestarme al verlo, deseando haberlo visitado más veces y por mayor tiempo. Me sentía triste y sola, porque no había miembro de mi familia o amigo que me entendiera como mi hermano lo hacía. El dolor estaba abrazándome con fuerza y no intenté alejarlo, creía que permitiendo que entrara en mí, lo superaría con el tiempo. Pero en estos momentos las heridas internas que tenía estaban abiertas y mi alma estaba sufriendo una hemorragia interna. Necesitaba apagar aquel dolor, desviarlo, sentir cualquier cosa que no fuera aquel tormento, por lo que una vez más tomé las tijeras, en un intento de aliviar el dolor de mi alma con algo físico. Pero no estaba funcionando. Necesitaba una mayor dosis de cortes para que el dolor se alejara, así que coloqué las tijeras en mi antebrazo, buscando probar algo que jamás había hecho. Esa era una zona libre de cicatrices.
Mi vista nublada no me permitía ver con claridad. Todos los miembros de mi familia estaban lidiando con su propia forma de llevar el duelo y mis amigos solo habían ido a hacerme compañía un rato. Lo único que no deseaba era estar sola, porque el dolor me abrumaba con su presencia ante la soledad. Comencé a cortar primero sin mucha profundidad, experimentando el dolor. Cuando descubrí que no era suficiente, corté más profundo.
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Loki.
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