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"Un Lugar Para Joe"
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "Un Lugar Para Joe"
Capítulo 12
NEAMH
Belfast, Irlanda, 1862
Joe se echó a un lado y sintió en la mejilla la caricia del ligero aire que había movido el puño del contrincante al errar el golpe. Respondió con un fuerte derechazo que lanzó a Angus O'Farrell contra las mesas y las sillas del pub.
Riendo, los mirones empujaron a Angus hacia el espacio abierto que servía de ring, a la espera de que la pelea se alargase un poco más, pero Joe no estaba dispuesto. Esa noche no. Mary lo estaba esperando.
Podía ver su hermoso rostro mirando a través del quicio de la puerta de McGrath's, y decidió que ya había llegado el momento de dejar de atormentar al pobre O'Farrell. Evitó el último swing de Angus y lo golpeó de nuevo tumbando al boxeador de Carrickfergus en el suelo. La multitud lanzó un murmullo de desilusión que duró apenas un momento. Joe se abrió paso hasta la barra recibiendo palmadas de aprobación en la espalda. Cogió su camisa, se la puso encima sin abrochársela. Se apoyó en la barra y notó que la sangre le latía con fuerza. Se sentía vivo y feliz por primera vez en muchos años.
Aceptó el chupito de whisky y una pinta de cerveza de Colm McGrath, que parecía más taciturno de lo habitual. A Colm le gustaba Mary y sabía que estaba fuera esperando a Joe. Pero al mismo tiempo sabía que las peleas de éste le llenaban el pub y le hacían ganar dinero. Los dos hombres habían sido amigos prácticamente desde el día en que Joe llegó a Belfast siete años antes, pero lo de Mary lo había cambiado todo.
Joe se tragó el whisky y golpeó la barra con el vaso. Después lo acompañó con un buen sorbo de la pinta, pero no se acabó la cerveza. No había cerveza por la que mereciera la pena hacer esperar a un ángel. Se dirigió hacia la puerta, se detuvo para darle un apretón de manos al pobre O'Farrell, que estaba recostado sobre una pinta y todavía parecía un poco mareado, deseó buenas noches a los colegas y salió a la calle.
Mary estaba junto a la puerta y la apretó entre sus brazos para darle un rápido y profundo beso, después miró a su alrededor en busca de algún rincón más íntimo.
—Ven.
La cogió del brazo y la llevó a la vuelta de la esquina, calle abajo, al callejón que había detrás de McGrath's.
Se miraron y él le tomó la cara con las manos, la atrajo hacia él y la besó. El roce de sus labios le produjo una oleada de placer y, por su respuesta, sabía que ella sentía lo mismo. Pero no era suficiente. Bajó las manos hasta rodearla por la cintura y la atrajo más cerca de él. Le abrió la boca con la suya y le dio un beso más profundo.
Mary era una buena chica católica, pero Jjoe le había hecho olvidarse de todo lo que contaban los curas. Más de una vez. Habían tonteado con un juego peligroso y las llamas de la pasión les habían hecho perder el control. Más de una vez. Pero ninguno de los dos podía pararlo. Él dejó de besarla con un gruñido aspirando aire desesperadamente.
—Podemos ir a mi casa —dijo abruptamente—. Mi compañero está en Inglaterra con su equipo de fútbol.
—No puedo. —Mary cogió los brazos de Joe con sus manos y por primera vez, lo apartó—. Hoy no puedo.
Hubo algo en su voz que le llamó la atención, algo que hizo que le diese un vuelco el corazón. Un pavor tan gélido como el del invierno de Belfast se le metió en el cuerpo.
—Mary, ¿qué pasa?
Mary sacudió la cabeza y tomó aire profundamente, con calma.
—Nada —le dijo sonriendo con confianza—. Hoy no puedo. Eso es todo, lo siento.
—Está bien. Podré sobrevivir una noche sin ti, si me emborracho lo suficiente.
Le cogió la mano y se apoyaron contra la pared de ladrillo de una casa de vecinos sucia por el polvo de carbón acumulado durante años. Mientras ambos intentaban apagar el fuego que los consumía, se hizo el silencio.
—Te he visto luchar —le dijo ella—. Eres muy bueno y lo sabes.
—Es un trabajo, nada más —contestó él encogiéndose de hombros.
—Ya tienes un trabajo. Boxear es mucho más que eso.
Joe no dijo nada y los dos se quedaron callados de nuevo. En la distancia, se oyó el sonido de risas de borrachos procedentes del McGrath's, mezcladas con la tos de un trabajador del aserradero que llegaba a través de la ventana rota que había sobre sus cabezas. Mary tenía razón. Su oficio era el de carpintero, pero boxear era algo más.
—Supongo que es un desafío para mí.
—No es eso —murmuró ella moviendo la cabeza—. Hay algo dentro de ti, sentimientos de rabia que bullen en tu interior y que pugnan por salir, pasiones que te mueven que yo no comprendo, a las que yo no llego. Estás buscando algo y yo no sé qué es. A veces me asustas.
Joe la miró sorprendido y vio su aprensión en el rostro. Se dio la vuelta y le tocó la mejilla que se veía pálida y traslúcida a la luz de la luna.
—Dios, Mary, ¿qué quieres decir? ¿Me tienes miedo? Sabes que te quiero, nunca te haría daño.
Le acarició los labios con el dedo pulgar y sintió que le temblaban.
—No, te haces daño a ti —dijo ella, dejando escapar el aliento sobre la mano de Joe—. He oído lo de la reunión.
Él bajó la mano y dirigió la vista al suelo.
—Era sólo una charla. Ya sabes cómo son estas cosas. Te tomas unas cuantas pintas y todos nos encendemos, empezamos a cantar a nuestra querida Irlanda con lágrimas en los ojos y a hablar de libertad. No hace daño a nadie.
—La hermandad no es peligrosa, lo sabes, pero si te juntas con los fenianos, te destruirán.
—Has estado escuchando al padre Keenan otra vez.
—La hermandad de la República de Irlanda —dijo ella subiendo el tono y encendida con una rabia poco habitual en ella— parece algo bueno, pero no lo es.
—¿Y esto lo es? —dijo Joe extendiendo el brazo para señalar a su alrededor y dirigiendo su furia contra los montones de estiércol, orines y agua podrida del barrio de Belfast donde estaban, guetos católicos y protestantes que eran el resultado brutal de la revolución industrial británica.
Mary se negó a mirar la suciedad.
—La Iglesia te excomulgará —susurró—. Te prohibirán la entrada al Neamh.( cielo.)
Él miró el hermoso rostro de Mary, la dulce Mary que se preocupaba más del destino de su alma que él mismo.
—Mary —murmuró tomando un rizo de su cabello entre los dedos; su belleza contrastaba con las heridas de sus manos. Era el cabello de un ángel, una rica y gloriosa mezcla de rojo y oro que cuando lo llevaba suelto cubría a Joe como la luz del sol—. No voy a ir a Neamh cuando muera. Tú eres lo más parecido al cielo que voy a conocer.
Ella dejó escapar un sollozo contra su boca y después se apartó.
—No tiene por qué ser así.
—¿Qué es lo que quieres que haga? ¿Que me ponga el yugo británico sobre los hombros y trabaje la tierra que nos han robado como un animal memo y sin cerebro? ¿Quieres que trabaje como un esclavo en las fábricas que han construido, que viva en las barriadas espantosas que han hecho y haga ver que soy un feliz súbdito de la Corona?
—Lo que quiero es que te construyas una vida para ti. Un hogar, una casa, una familia. Quiero que dejes el pasado atrás y pienses en el futuro.
Para Joe todo era lo mismo.
—No puedo olvidar. No voy a perdonar.
—Lo sé —dijo ella lanzando un suspiro de resignación y dolor. Se dio la vuelta y se dejó caer contra el muro—. Pero esta guerra no la puedes ganar. Te destruirán. —Hizo una pausa y añadió con suavidad—: No puedo soportar ver cómo eso ocurre.
Desde el pub se oyó cómo la risa de las borracheras se transformaba en una canción.
«Me gustaría tenerte en Carrickfergus, o sólo por las noches en Ballygrand…»
Estaba claro que Angus ya se había recuperado de la derrota y había animado a los chicos a cantar.
«Atravesaría el océano más profundo, el océano más profundo, para estar a tu lado.»
—Colm me ha pedido que me case con él.
Nueve palabras y el abismo se abrió a los pies de Joe. Sintió que caía en un agujero oscuro.
—¿Y qué le has dicho?
Mary se irguió y levantándose del muro lo miró a los ojos.
—¿Vas a seguir en la Hermandad?
Él la miró a la cara y supo lo que estaba pensando.
—Mary, no, por el amor de Dios, no me hagas elegir.
—¡Tengo que hacerlo, Joe! —gritó—. No puedo vivir en esta incertidumbre. No puedo pasarme las noches arriba y abajo preguntándome si vas a volver a casa, sabiendo que una noche no volverás. —Se calló y cogió aire con fuerza—. Si sigues en la Hermandad, me casaré con Colm. Así de simple.
Él sintió cómo lo abandonaba toda la alegría y se quedaba más vacío de lo que nunca había estado. Debía haber sabido que eso iba a pasar, debería haberlo visto venir. Pensó que podría tener ambas cosas, pero no. Incluso O'Bourne, que lo había reclutado para la Hermandad dos años atrás, le había advertido que las mujeres y las causas no casaban bien. Él no le había creído entonces. Miró a Mary, pálida y decidida, y entonces le creyó.
—Colm es un buen hombre —dijo sabiendo que debía decir algo.
—Ni siquiera vas a intentar detenerme, ¿verdad? —preguntó ella. No había sorpresa en su voz, pero sí dolor. Él lo percibió, pero no podía hacer nada para aliviarlo.
Colm era un buen hombre, él no lo era. Colm le podía ofrecer algo a Mary, él no. Colm poseía un pub, el único negocio en aquella barriada de Belfast que podía prosperar. Tenía dinero suficiente para mantenerla, para darle un hogar, una casa y los hijos que ella quería. Mary siempre sabría que al alba Colm estaría durmiendo junto a ella, no muerto en algún callejón o en alguna zanja con una bala británica en la cabeza. La vida ya era suficientemente dura y Mary se lo merecía. Joe sabía que él nunca le podría dar todo eso. No se lo podía dar a ninguna mujer. Había sido un estúpido al soñar que las cosas podrían ser diferentes.
Apretó los labios y negó con la cabeza, un movimiento que le partió el corazón en dos.
—No —contestó—. No puedo abandonar aquello en lo que creo, Mary, ni siquiera por ti.
—Te amo, Joe —levantó la mano y le acarició la mejilla—. Adiós —murmuró, y se puso de puntillas para darle un beso fugaz. Después se dio la vuelta—. Que Dios te bendiga.
Él miró a Mary mientras se alejaba por el callejón, caminando con cuidado sobre los adoquines resbaladizos por la suciedad acumulada con los años. Mary, una hermosa y esbelta flor que de algún modo había surgido en medio de aquel montón de estiércol; Mary, lo único bello y hermoso de aquel mundo feo y malvado. Se detuvo en la esquina y por un momento Joe pensó que se iba a dar la vuelta y lo miraría una última vez. Pero siguió adelante y desapareció de su vista. Joe tuvo la terrible sensación de que había tirado por la borda su única oportunidad de tocar el cielo con las manos.
NEAMH
Belfast, Irlanda, 1862
Joe se echó a un lado y sintió en la mejilla la caricia del ligero aire que había movido el puño del contrincante al errar el golpe. Respondió con un fuerte derechazo que lanzó a Angus O'Farrell contra las mesas y las sillas del pub.
Riendo, los mirones empujaron a Angus hacia el espacio abierto que servía de ring, a la espera de que la pelea se alargase un poco más, pero Joe no estaba dispuesto. Esa noche no. Mary lo estaba esperando.
Podía ver su hermoso rostro mirando a través del quicio de la puerta de McGrath's, y decidió que ya había llegado el momento de dejar de atormentar al pobre O'Farrell. Evitó el último swing de Angus y lo golpeó de nuevo tumbando al boxeador de Carrickfergus en el suelo. La multitud lanzó un murmullo de desilusión que duró apenas un momento. Joe se abrió paso hasta la barra recibiendo palmadas de aprobación en la espalda. Cogió su camisa, se la puso encima sin abrochársela. Se apoyó en la barra y notó que la sangre le latía con fuerza. Se sentía vivo y feliz por primera vez en muchos años.
Aceptó el chupito de whisky y una pinta de cerveza de Colm McGrath, que parecía más taciturno de lo habitual. A Colm le gustaba Mary y sabía que estaba fuera esperando a Joe. Pero al mismo tiempo sabía que las peleas de éste le llenaban el pub y le hacían ganar dinero. Los dos hombres habían sido amigos prácticamente desde el día en que Joe llegó a Belfast siete años antes, pero lo de Mary lo había cambiado todo.
Joe se tragó el whisky y golpeó la barra con el vaso. Después lo acompañó con un buen sorbo de la pinta, pero no se acabó la cerveza. No había cerveza por la que mereciera la pena hacer esperar a un ángel. Se dirigió hacia la puerta, se detuvo para darle un apretón de manos al pobre O'Farrell, que estaba recostado sobre una pinta y todavía parecía un poco mareado, deseó buenas noches a los colegas y salió a la calle.
Mary estaba junto a la puerta y la apretó entre sus brazos para darle un rápido y profundo beso, después miró a su alrededor en busca de algún rincón más íntimo.
—Ven.
La cogió del brazo y la llevó a la vuelta de la esquina, calle abajo, al callejón que había detrás de McGrath's.
Se miraron y él le tomó la cara con las manos, la atrajo hacia él y la besó. El roce de sus labios le produjo una oleada de placer y, por su respuesta, sabía que ella sentía lo mismo. Pero no era suficiente. Bajó las manos hasta rodearla por la cintura y la atrajo más cerca de él. Le abrió la boca con la suya y le dio un beso más profundo.
Mary era una buena chica católica, pero Jjoe le había hecho olvidarse de todo lo que contaban los curas. Más de una vez. Habían tonteado con un juego peligroso y las llamas de la pasión les habían hecho perder el control. Más de una vez. Pero ninguno de los dos podía pararlo. Él dejó de besarla con un gruñido aspirando aire desesperadamente.
—Podemos ir a mi casa —dijo abruptamente—. Mi compañero está en Inglaterra con su equipo de fútbol.
—No puedo. —Mary cogió los brazos de Joe con sus manos y por primera vez, lo apartó—. Hoy no puedo.
Hubo algo en su voz que le llamó la atención, algo que hizo que le diese un vuelco el corazón. Un pavor tan gélido como el del invierno de Belfast se le metió en el cuerpo.
—Mary, ¿qué pasa?
Mary sacudió la cabeza y tomó aire profundamente, con calma.
—Nada —le dijo sonriendo con confianza—. Hoy no puedo. Eso es todo, lo siento.
—Está bien. Podré sobrevivir una noche sin ti, si me emborracho lo suficiente.
Le cogió la mano y se apoyaron contra la pared de ladrillo de una casa de vecinos sucia por el polvo de carbón acumulado durante años. Mientras ambos intentaban apagar el fuego que los consumía, se hizo el silencio.
—Te he visto luchar —le dijo ella—. Eres muy bueno y lo sabes.
—Es un trabajo, nada más —contestó él encogiéndose de hombros.
—Ya tienes un trabajo. Boxear es mucho más que eso.
Joe no dijo nada y los dos se quedaron callados de nuevo. En la distancia, se oyó el sonido de risas de borrachos procedentes del McGrath's, mezcladas con la tos de un trabajador del aserradero que llegaba a través de la ventana rota que había sobre sus cabezas. Mary tenía razón. Su oficio era el de carpintero, pero boxear era algo más.
—Supongo que es un desafío para mí.
—No es eso —murmuró ella moviendo la cabeza—. Hay algo dentro de ti, sentimientos de rabia que bullen en tu interior y que pugnan por salir, pasiones que te mueven que yo no comprendo, a las que yo no llego. Estás buscando algo y yo no sé qué es. A veces me asustas.
Joe la miró sorprendido y vio su aprensión en el rostro. Se dio la vuelta y le tocó la mejilla que se veía pálida y traslúcida a la luz de la luna.
—Dios, Mary, ¿qué quieres decir? ¿Me tienes miedo? Sabes que te quiero, nunca te haría daño.
Le acarició los labios con el dedo pulgar y sintió que le temblaban.
—No, te haces daño a ti —dijo ella, dejando escapar el aliento sobre la mano de Joe—. He oído lo de la reunión.
Él bajó la mano y dirigió la vista al suelo.
—Era sólo una charla. Ya sabes cómo son estas cosas. Te tomas unas cuantas pintas y todos nos encendemos, empezamos a cantar a nuestra querida Irlanda con lágrimas en los ojos y a hablar de libertad. No hace daño a nadie.
—La hermandad no es peligrosa, lo sabes, pero si te juntas con los fenianos, te destruirán.
—Has estado escuchando al padre Keenan otra vez.
—La hermandad de la República de Irlanda —dijo ella subiendo el tono y encendida con una rabia poco habitual en ella— parece algo bueno, pero no lo es.
—¿Y esto lo es? —dijo Joe extendiendo el brazo para señalar a su alrededor y dirigiendo su furia contra los montones de estiércol, orines y agua podrida del barrio de Belfast donde estaban, guetos católicos y protestantes que eran el resultado brutal de la revolución industrial británica.
Mary se negó a mirar la suciedad.
—La Iglesia te excomulgará —susurró—. Te prohibirán la entrada al Neamh.( cielo.)
Él miró el hermoso rostro de Mary, la dulce Mary que se preocupaba más del destino de su alma que él mismo.
—Mary —murmuró tomando un rizo de su cabello entre los dedos; su belleza contrastaba con las heridas de sus manos. Era el cabello de un ángel, una rica y gloriosa mezcla de rojo y oro que cuando lo llevaba suelto cubría a Joe como la luz del sol—. No voy a ir a Neamh cuando muera. Tú eres lo más parecido al cielo que voy a conocer.
Ella dejó escapar un sollozo contra su boca y después se apartó.
—No tiene por qué ser así.
—¿Qué es lo que quieres que haga? ¿Que me ponga el yugo británico sobre los hombros y trabaje la tierra que nos han robado como un animal memo y sin cerebro? ¿Quieres que trabaje como un esclavo en las fábricas que han construido, que viva en las barriadas espantosas que han hecho y haga ver que soy un feliz súbdito de la Corona?
—Lo que quiero es que te construyas una vida para ti. Un hogar, una casa, una familia. Quiero que dejes el pasado atrás y pienses en el futuro.
Para Joe todo era lo mismo.
—No puedo olvidar. No voy a perdonar.
—Lo sé —dijo ella lanzando un suspiro de resignación y dolor. Se dio la vuelta y se dejó caer contra el muro—. Pero esta guerra no la puedes ganar. Te destruirán. —Hizo una pausa y añadió con suavidad—: No puedo soportar ver cómo eso ocurre.
Desde el pub se oyó cómo la risa de las borracheras se transformaba en una canción.
«Me gustaría tenerte en Carrickfergus, o sólo por las noches en Ballygrand…»
Estaba claro que Angus ya se había recuperado de la derrota y había animado a los chicos a cantar.
«Atravesaría el océano más profundo, el océano más profundo, para estar a tu lado.»
—Colm me ha pedido que me case con él.
Nueve palabras y el abismo se abrió a los pies de Joe. Sintió que caía en un agujero oscuro.
—¿Y qué le has dicho?
Mary se irguió y levantándose del muro lo miró a los ojos.
—¿Vas a seguir en la Hermandad?
Él la miró a la cara y supo lo que estaba pensando.
—Mary, no, por el amor de Dios, no me hagas elegir.
—¡Tengo que hacerlo, Joe! —gritó—. No puedo vivir en esta incertidumbre. No puedo pasarme las noches arriba y abajo preguntándome si vas a volver a casa, sabiendo que una noche no volverás. —Se calló y cogió aire con fuerza—. Si sigues en la Hermandad, me casaré con Colm. Así de simple.
Él sintió cómo lo abandonaba toda la alegría y se quedaba más vacío de lo que nunca había estado. Debía haber sabido que eso iba a pasar, debería haberlo visto venir. Pensó que podría tener ambas cosas, pero no. Incluso O'Bourne, que lo había reclutado para la Hermandad dos años atrás, le había advertido que las mujeres y las causas no casaban bien. Él no le había creído entonces. Miró a Mary, pálida y decidida, y entonces le creyó.
—Colm es un buen hombre —dijo sabiendo que debía decir algo.
—Ni siquiera vas a intentar detenerme, ¿verdad? —preguntó ella. No había sorpresa en su voz, pero sí dolor. Él lo percibió, pero no podía hacer nada para aliviarlo.
Colm era un buen hombre, él no lo era. Colm le podía ofrecer algo a Mary, él no. Colm poseía un pub, el único negocio en aquella barriada de Belfast que podía prosperar. Tenía dinero suficiente para mantenerla, para darle un hogar, una casa y los hijos que ella quería. Mary siempre sabría que al alba Colm estaría durmiendo junto a ella, no muerto en algún callejón o en alguna zanja con una bala británica en la cabeza. La vida ya era suficientemente dura y Mary se lo merecía. Joe sabía que él nunca le podría dar todo eso. No se lo podía dar a ninguna mujer. Había sido un estúpido al soñar que las cosas podrían ser diferentes.
Apretó los labios y negó con la cabeza, un movimiento que le partió el corazón en dos.
—No —contestó—. No puedo abandonar aquello en lo que creo, Mary, ni siquiera por ti.
—Te amo, Joe —levantó la mano y le acarició la mejilla—. Adiós —murmuró, y se puso de puntillas para darle un beso fugaz. Después se dio la vuelta—. Que Dios te bendiga.
Él miró a Mary mientras se alejaba por el callejón, caminando con cuidado sobre los adoquines resbaladizos por la suciedad acumulada con los años. Mary, una hermosa y esbelta flor que de algún modo había surgido en medio de aquel montón de estiércol; Mary, lo único bello y hermoso de aquel mundo feo y malvado. Se detuvo en la esquina y por un momento Joe pensó que se iba a dar la vuelta y lo miraría una última vez. Pero siguió adelante y desapareció de su vista. Joe tuvo la terrible sensación de que había tirado por la borda su única oportunidad de tocar el cielo con las manos.
Suzzey
Re: "Un Lugar Para Joe"
Capítulo 13
Durante los días que siguieron, ______ no volvió a mencionar su oferta de trabajo ni la negativa de Joe. Siguió enseñándole a leer y él logró rápidos progresos. También estaba cada día más fuerte. Empezó a dar paseos cada mañana, cada día un poco más largos. Algunas veces las niñas lo acompañaban, pero la mayoría de las veces iba solo.
Conforme pasaban los días, la adoración que sentían las niñas por Joe no sólo no disminuía sino que se acrecentaba, lo que a ______ la tenía preocupada. Sabía que cuanto más cerca se sintiesen de él, más dura sería para ellas su marcha. Sin embargo, sus hijas habían echado tanto de menos tener un padre que cuando los veía juntos no lograba reunir las fuerzas suficientes para oponerse a aquella amistad.
_____ era muy protectora con las niñas, pero sabía que no podría protegerlas de las decepciones para siempre. Se desilusionarían cuando Joe se marchase, pero lo superarían. Y ella encontraría a alguien que le ayudase, alguien serio y de fiar, alguien temeroso de Dios y trabajador, que no jurase ni bebiese ni tuviese aquellos ojos azules grisáceos que hacían que le temblasen las piernas.
Levantó el hacha y la dejó caer sobre el tronco con un movimiento torpe. La hoja se hundió en el tronco y se quedó allí clavada, pero no se hundió lo suficiente como para cortarlo. A pesar de que cortaba leña cada día, no conseguía mejorar su habilidad. Había sido una idea estúpida pedirle que se quedara, pensó mientras intentaba sacar la hoja del hacha del tronco. Era mejor que se marchara cuanto antes. Ni ella ni las niñas necesitaban su ayuda. Se las estaban arreglando bien. _____ cogió la cuña y la metió en el corte que había hecho en el tronco, después se irguió y miró al cielo.
—Bien —repitió en voz alta—. No le necesitamos.
Se echó hacia atrás el sombrero de ala ancha y miró a su alrededor dejando vagar la vista por el deteriorado establo, las vallas medio rotas y los ruinosos edificios. Incluso a la suave luz del amanecer, se veían viejos y cansados.
Dejó caer los hombros y de pronto se sintió tan usada y agotada como todo lo que le rodeaba. Qué importaba lo que ella quisiera. Joe se iba. Y era una decisión que no dependía de ella.
Ella había tomado sus propias decisiones hacía mucho tiempo. Contempló el jardín que la rodeaba, los rosales sin podar, los descuidados setos, el cenador maltrecho y vio lo que eran realmente: los patéticos vestigios de lo que en su día había sido una hermosa y elegante plantación.
Podía recordar a su madre celebrando cotillones en el jardín, su elegante figura moviéndose entre la multitud como una nube de seda de albaricoque. ______ miró su burdo vestido gris y los pesados guantes que llevaba y suspiró. ¿Qué diría su madre si pudiera verla en aquel momento? Se escandalizaría al ver a su hija con unos guantes de hombre y cortando leña, cuando había sido educada para tocar el piano y organizar fiestas en el jardín. Pero después de su muerte, la música se había acabado. Ya no había habido más fiestas en el jardín.
Recordó el año 1863, cuando todos los esclavos se habían ido. Sólo se había quedado Nate, el querido y fiel Nate. _____ le había dado veinte acres de tierra cultivable para que se estableciese en una granja propia, pero sabía que no se había quedado por eso. Tenía veintiún años cuando vio cómo los esclavos se iban uno detrás de otro y descubrió la verdad que le habían estado ocultando durante toda su vida: los esclavos no eran felices siéndolo, a los tipos blancos del norte no les importaba lo que fuese de las plantaciones, y la belleza y elegancia de su infancia había sido una existencia falsa y frágil.
Podía recordar la angustia que se había apoderado de su padre y que se reflejaba en su rostro con el paso de los años, un hombre desorientado sin su esposa, privado de sus hijos, desconcertado tras haber perdido su forma de vida, que intentaba ahogar su dolor en el bourbon de Kentucky y, más tarde, en whisky barato fabricado clandestinamente. ______ todavía podía ver su rostro el día en que se supo que Lee se había rendido en Appomattox. Estaba subido en la escalera a sólo unos metros de donde se encontraba ella entonces, moviendo una botella y cantando Mira hacia otro lado, Dixieland a todo pulmón, antes de caer encima de las camelias y romperse la espalda y también el alma.
Nate y ella se habían ocupado de él durante seis semanas de agonía, viendo cómo se le escapaba la vida lenta e implacablemente, mientras él se negaba a comer, a lavarse o a afeitarse; sólo quería morir y odiaba a Nate y a _____ por mantenerlo con vida. Lo habían enterrado en el cementerio de la familia, junto a su esposa y a las dos cruces de madera que _____ había hecho para las tumbas de sus hermanos.
Había deambulado por la casa vacía, por los días vacíos, sin rumbo, perdida, aferrándose a lo que le quedaba de fe e intentando encontrar un sentido a su vida. Su familia ya no estaba y ella no tenía a nadie. Nate era un amigo fiel e incondicional, pero no podía sustituir a la familia que había perdido. Y entonces, aquel verano, las niñas fueron a vivir con ella, y ______ encontró la razón de vivir que necesitaba. Tenía una nueva vida, nacida de las cenizas de la anterior.
Las palabras de Joe le llegaron como un eco. «Me gusta mi libertad.»
Bueno, pronto tendría toda la libertad que quisiese y ella seguiría como siempre. Si no encontraba a alguien que la ayudase, seguiría adelante sin ayuda. Peachtree podía haber dejado de ser una plantación elegante, pero era suya. Iba a continuar en ella, aunque para eso tuviese que reparar ella misma el tejado y recoger sola los melocotones. Rezaba para que tuviese el valor para hacer las dos cosas cuando llegase el momento. _____ levantó el hacha y siguió trabajando.
Había pocas cosas que Joe no pudiese soportar y una de ellas era ver un trabajo mal hecho.
Desde la cocina de la ventana que daba a una de las zonas laterales de la casa, observó los patéticos intentos de ______ por cortar el tronco y sintió aquel inconveniente e irritante cargo de conciencia. Sabía cuán duramente trabajaba, lo difíciles que le resultaban las cosas. No podía quedarse, pero diablos, estaba ya suficientemente bien como para cortar unos cuantos troncos. Era lo mínimo que podía hacer.
Salió afuera y dio la vuelta a la casa en dirección a la zona donde estaba la leña.
______ levantó la vista al verle acercarse.
—Buenos días. Se ha levantado pronto.
Joe la observó mientras ella levantaba el hacha torpemente de nuevo, sin golpear el tronco. Sacudió la cabeza. Era un milagro que no se cortase un pie. Se dirigió hacia ella.
—¿Qué está haciendo? —le preguntó ______ cuando él le quitó el hacha de las manos.
—No puedo soportarlo —la empujó amablemente a una distancia prudencial—. No puedo soportarlo y ya está. No tiene ni idea de cortar leña.
—¿Cómo dice? —preguntó _____ viendo cómo Joe se dirigía hacia el tocón.
Él la miró girando ligeramente la cabeza y sonrió, con una mirada maliciosa en sus ojos cafes. Después levantó el hacha y dio de lleno en el tronco. Con dos rápidos movimientos más cortó el tronco en dos partes que cayeron del tocón listas para la chimenea. Miró de nuevo a ____ con expresión inocente, como si fuese un escolar.
—Presumido —le acusó ella. Pero sonrió y cogió varias piezas de madera del pequeño montón que había conseguido reunir ella, y se marchó. Las niñas todavía no se habían levantado y la casa estaba silenciosa. Sólo se oía el constante y concienzudo sonido del hacha. _____ se quitó los guantes y encendió el fuego de la cocina con la leña, pero mientras preparaba el desayuno no pudo evitar mirar a Joe a través de la ventana abierta. Podía verlo de perfil, trabajando a ritmo constante, sin que pareciera hacer demasiado esfuerzo. Pensó en sus torpes intentos y en lo mucho que le llevaba a ella cada mañana lograr lo que él estaba consiguiendo con tan poco esfuerzo.
Joe hizo una pausa y dejó el hacha. Se desabrochó la camisa y se la quitó dejándola a un lado. Se quitó el sudor de la frente con el antebrazo, cogió otro tronco del montón y siguió con el trabajo. ______ se fijó en la flexibilidad y el movimiento de sus músculos mientras trabajaba, fascinada por los esculpidos contornos de su ancha espalda y sus fuertes hombros, y por la fuerza de sus brazos mientras movía el hacha. Se movía con una elegancia masculina y una fuerza increíble. Aquella sensación punzante y cálida la invadió de nuevo y se apoyó en la encimera, olvidándose del desayuno.
Un ruido por encima de ella la sacó de su ensimismamiento. Miró al techo y reconoció los pasos de las niñas que ya se habían levantado. Movió la cabeza y se reprendió a sí misma. No tenía tiempo para soñar despierta frívolamente. Se dio la vuelta y empezó a poner la mesa, obligándose a concentrarse en esa tarea y no en la atractiva visión que había más allá de la ventana.
Carrie fue la primera en entrar.
—Buenos días, mamá —dijo y en seguida vio a Jor fuera a través de la ventana. Corrió hacia ella y gritó—: ¡Buenos días, señor Jor!
—Por el amor de Dios, Carrie, no grites —le riñó _____. Vio que Joe dejaba el hacha y se acercaba a la ventana.
—Buenos días, mó cailín(mi chica) —le dijo a la niña y apoyó los brazos en el alféizar—. ¿Por qué no vienes aquí afuera y me ayudas llevándole a tu madre estos trozos de madera?
Carrie giró la cabeza para mirar a ____.
—¿Puedo, mamá?
______ asintió y la niña corrió hacia la puerta de atrás. En un instante estaba junto a Joe reuniendo la leña, codo con codo. Al verlos juntos, a _______ de nuevo le invadieron las dudas. Quizás era mejor que acabase con aquello en ese momento pidiéndole a Joe Branigan que siguiese su camino.
Cuando Becky bajó con Miranda unos minutos más tarde, las mandó a dar de comer a las gallinas y a traer los huevos, después preparó pan de maíz mientras escuchaba la conversación de fuera.
—… y Bobby McCann dijo que no podía ir con él a pescar porque soy una niña —sonó la voz de Carrie indignada—. No entiendo qué tiene eso que ver. He pescado peces más grandes que Bobby muchas veces.
—¿Sabes pescar? —le preguntó Joe.
—Claro. Nate me enseñó.
—¿Nate? ¿El capataz de tu madre?
—Vivía junto al riachuelo y solíamos ir a pescar a menudo. Pero murió el verano pasado.
_____ pudo oír el suspiro profundo de la niña y supo lo que seguiría. Se dirigió hacia la ventana y vio que Carrie bajaba la cabeza.
—Y ahora no tengo a nadie con quien ir a pescar —sentenció, tan desolada que ______ sintió cargo de conciencia. Después de escalar árboles, la pesca era la afición favorita de la niña, pero ella no tenía mucho tiempo para acompañarla.
Joe se arrodilló a la altura de Carrie.
—Tendremos que ir algún día —le dijo.
La expresión triste de la pequeña se desvaneció al instante.
—¿De verdad? ¿Cuándo podemos ir? ¿Hoy? —y el tono de su voz fue subiendo cargado de impaciencia.
—Se lo preguntaremos a tu madre. A lo mejor ella y tus hermanas quieren venir también.
—Becky y Miranda no saben pescar.
—Bueno, entonces supongo que tendré que enseñarles, ¿no? Además, seguro que nos entra hambre y me apuesto lo que sea a que tu madre trae una cesta de picnic estupenda —su tono se elevó un poco—. A lo mejor un poco de pollo frito, o ese pastel de zarzamora tan rico que hace.
Se dio la vuelta y le sonrió a ______, dejando claro que sabía que estaba escuchando.
—Lo pensaré —dijo ella y se alejó de la ventana.
Al hacer la oferta de llevarse a Carrie y a sus hermanas a pescar, Joe no sabía en lo que se metía. Miranda no podía soportar la idea de ahogar a aquellos pobres gusanos y se negó a pescar hasta que él la convenció de que no sentían nada y de que eran felices viviendo dentro de los peces. Becky parecía incapaz de lograr que el sedal de su caña no diese con cada árbol o se enredase con los troncos o las rocas que había en el agua. Carrie quería tener toda su atención. Entre las tres, lo tenían entretenido.
_____ estaba sentada en el césped a la sombra, y no podía dejar de reírse mientras lo veía correr arriba y abajo en la orilla del Sugar Creek, yendo de una niña a otra y tropezando con Chester continuamente. En cuanto se instalaba cómodamente con la caña bien puesta, una de ellas necesitaba su ayuda. Les preparó los anzuelos, les desenmarañó los sedales y no tuvo ni una oportunidad de pescar un pez.
Después de unas dos horas, pidió un receso. Fue hasta el lugar donde se encontraba _____ y se dejó caer junto a ella, dejando que las niñas se las arreglasen solas. Pero no querían seguir pescando sin él, y cuando después de mucho suplicar e implorar no consiguieron conmoverlo, se fueron a dar una vuelta con Chester y le dejaron por lo menos unos minutos de paz y tranquilidad.
—Bobby McCann debe ser un chico listo —dijo Joe, dejándose caer sobre el césped con un gruñido.
—¿No me diga que el boxeador Joe Branigan ha sido derrotado otra vez por tres chiquillas?
—______, ya le he dicho —dijo él mirándola— que soy un hombre herido.
—¡Ah! —exclamó ella moviendo la cabeza para indicarle que su explicación no era buena—: Eso valía hasta la semana pasada. Además, le he visto cortar el tronco esta mañana. Tendrá que buscar otra excusa mejor.
—Bien —dijo él sentándose y tomando la cesta del picnic—. Debe de ser que estoy débil por la falta de alimento.
Levantó la tapa de la cesta y empezó a husmear en ella.
—Pollo frito, brillante idea. Pastel de zarzamora, otra idea brillante —cogió una rebanada de pan y aspiró el aroma fresco y apetitoso. Después miró a _____—: Cuando estaba en la cárcel, esto es lo que más echaba de menos.
—¿El pan? —le preguntó ______ mirándolo.
Asintió y cerró los ojos saboreando de nuevo el olor de la rebanada que tenía en las manos.
—Pan recién hecho y mantequilla. Y el agua caliente. Eso también lo echaba mucho de menos.
Cogió de la cesta un cuchillo y el trozo de mantequilla que _______ había traído y quitó el paño húmedo con el que estaba envuelta. Cortó un trozo de pan y expandió una gruesa capa de mantequilla.
—Cuando estaba en la cárcel, teníamos pan, pero… —Se detuvo de manera abrupta. No quería que _____ supiese lo del pan, no quería que supiese que le habían obligado a implorar como un perro para conseguirlo, y que así lo había hecho.
—¿Qué? —le preguntó ella—. Tenían pan, pero…
—Pero no era como éste. Era oscuro, grueso y rancio. El primer día que me desperté aquí, lo primero que noté fue el olor a pan recién hecho y por un momento pensé que los ángeles se habían equivocado —levantó la vista y le sonrió con insolencia—, que me habían mandado en la dirección equivocada.
—¿Es así como cree que olerá el cielo? —le preguntó ella apoyándose en los brazos—. ¿A pan recién hecho?
Joe le dio un buen mordisco a la rebanada que tenía en las manos.
—Con toda seguridad —contestó con la boca llena de pan—. Estoy convencido.
—Supongo que todo el mundo tiene sus predilecciones.
Él se le acercó.
—¿Y cuál es la suya, ______? —le preguntó burlonamente.
Lo pensó un momento.
—Bueno, me gustan especialmente los pralinés. Estoy segura de que en el cielo tiene que haber.
—¿Qué es eso?
—Es un tipo de caramelo.
_____ cerró los ojos y se pasó la lengua por los labios como si estuviese saboreando el dulce. Joe la observó. No podía moverse, con el cuerpo en tensión, sólo podía mirar la curvatura de su boca y la piel color crema de su cuello al descubierto.
—Pacanas —dijo ella con aquella voz lánguida que despertaba en él puro deseo—, mantequilla y azúcar moreno.
Abrió los ojos y Joe pensó que con toda seguridad debía tener escrito en la cara lo que estaba pensando, pero ella se limitó a sonreírle, aparentemente sin darse cuenta. Pensó en algo que decir.
—Tendrá que hacerlos.
—Oh, a las niñas les encantará. Hace mucho tiempo que no hago pralinés.
Las niñas, un tema seguro y decente. Preguntó lo primero que se le pasó por la cabeza.
—¿Cómo es que viven con usted?
_______ se incorporó y miró hacia el arroyo.
—Su madre, Sarah, era mi mejor amiga. Murió en el 1865 y yo me traje a las niñas a vivir conmigo.
—¿Y su padre? —preguntó Joe—. ¿Murió en la guerra?
—Sí —suspiró mirando al riachuelo—. Su hermano no podía hacer frente a los impuestos de las tierras, así que las sacó a subasta y se marchó al oeste. —Miró a Joe. Su mirada era oscura y triste, tremendamente embaucadora—. Él no quería hacerse cargo de las niñas. No quería esa responsabilidad.
Joe conocía muy bien lo que le hacía a un hombre evitar las responsabilidades. Él había luchado contra la locura y la desesperación, había experimentado la desesperanza y la pena, conocía muy bien esos demonios. Pero era imperdonable dejarse llevar por ellos cuando había una familia que te necesitaba. Si alguna vez él era preso de esos demonios, no quería dejar atrás a nadie que le quisiese lo suficiente como para sufrir.
—Si no me hubiese quedado con las niñas —continuó _____—, las habrían enviado a un orfanato, pues no había parientes cercanos que las quisieran. No podía soportar la idea de que las hijas de Sarah acabasen en un orfanato. Yo tenía una casa grande, simplemente me pareció que era lo que tenía que hacer.
—Tiene buen corazón, _______.
—Yo necesitaba a esas niñas —dijo ella sacudiendo la cabeza— tanto como ellas me necesitaban a mí. Estaba sola; no tenía familia y me sentía muy sola. Quiero a esas niñas, señor Branigan. Ahora son mis hijas.
Él la miró a los ojos, dulces y oscuros como chocolate deshecho, y se preguntó cómo habría sido su vida si alguien, cualquiera, hubiera hecho eso por él cuando era un chiquillo. Quizás habría encontrado la satisfacción que veía en _____, quizás habría encontrado la paz, quizás no habría traicionado todo aquello en lo que creía. Quizás…
Sabía que no tenía sentido pensar en lo que podría haber sido. Había tomado sus decisiones y tenía que vivir en consecuencia. Era demasiado tarde para nada más. Simplemente era demasiado tarde.
Tomaron el picnic y pescaron un poco más. Después Joe se echó la siesta mientras ______ y las niñas jugaban con Chester. Cuando recogieron los bártulos y volvieron caminando a casa, empezaba a ponerse el sol. Hacía una estupenda noche de verano, con una ligera brisa que aliviaba el calor.
______ caminaba junto a Miranda y Becky, con la cesta de picnic colgando del brazo, e iba cogiendo flores para poner en la mesa a la hora de cenar. Carrie y Joe iban detrás y la niña sujetaba firmemente la ristra de peces, la mayoría pescados por ella.
Cuando llegaron al huerto, _____ se detuvo.
—Voy a echar un vistazo a los melocotoneros —les dijo a las niñas—. Vosotras id a casa y lavaros para la cena.
Las niñas continuaron andando.
—Carrie, acuérdate de poner los peces en un cubo de agua —le gritó—, y vosotras, guardad esas cañas que os ha hecho el señor Joe.
Este se quedó en el huerto mientras ella inspeccionaba la fruta.
—He visto que no hay más huertos de melocotoneros por aquí —comentó.
_______ sonrió y golpeó uno de los troncos con la mano.
—Mi padre plantó estos árboles cuando yo tenía trece años. Eran para mi madre. Él la solía llamar «melocotón» porque a ella le encantaba esta fruta y rebautizó la plantación Peachtree por ella. —Miró a Joe sonriendo abiertamente—. Todo el mundo pensó que estaba loco por utilizar buenos acres de tierra en algo que no fuese algodón. Pero mi padre siempre hacía las cosas a su manera. Resultó que estos árboles fueron una bendición.
—¿Y eso?
______ se apoyó en uno de los melocotoneros y lo miró.
—Después de la guerra, mi padre murió y yo no tenía ingresos. Necesitaba dinero desesperadamente. Vinieron los yanquis, se hicieron cargo de todo y los impuestos subieron desorbitadamente. Por supuesto no quedaba ni un esclavo y no había nadie para ocuparse de los campos o para plantar algodón, excepto yo misma y sola no podía hacerlo.
Hizo un gesto señalando los árboles a su alrededor.
—Pero el melocotonar estaba bien cuidado. Después de que mi madre muriese, mi padre perdió todo el interés por él, pero yo me había estado ocupando de cuidarlo, haciendo injertos de nuevos árboles, podándolos y supervisando la cosecha. Era el legado de mi madre y para mí era importante preservarlo. Ahora este melocotonero me da una buena cosecha cada año sin demasiado trabajo —le lanzó una mirada irónica—. Bueno, excepto la época de la recolecta, claro.
—Es un poco duro recolectar melocotones si no puedes subirte a una escalera.
—Nate solía ocuparse de eso antes de morir. —Lanzó un suspiro de irritación y miró a Joe—. Me da tanta rabia tener miedo a las alturas. Me hace sentirme débil y tonta.
—¿Qué va a hacer este año, _____?
—No lo sé. —Volvió la cara, demasiado orgullosa para pedirle ayuda otra vez. Para su consternación, notó que le temblaba un poco la voz cuando añadió—: Lo haré yo misma, supongo. Las niñas me ayudarán.
Se incorporó sin mirarlo y ambos recorrieron el campo de melocotones en silencio.
Al final del terreno, Joe se detuvo y echó la vista atrás mirando los árboles. Olivia se detuvo también preguntándose por qué se habría parado.
Él la miró y le preguntó de repente:
—¿Cuánto falta?
—¿Para qué? —dijo ella sorprendida.
—¿Cuánto falta para la recolecta?
—Un mes más o menos.
Se miraron el uno al otro y ______ vio que fruncía el ceño como si estuviese enfadado. Se pasó la mano por el cabello.
—Me quedaré el tiempo suficiente para ayudarle a recolectar la cosecha —dijo, y siguió andando antes de que ella pudiese recuperarse de su sorpresa y responder—. Después me marcharé.
______ se quedó mirando cómo Joe se alejaba. Para cuando se dio cuenta de que ni siquiera le había dado las gracias, él ya estaba demasiado lejos para oírla.
Aquella noche después de la cena, mientras ______ y las niñas seguían el ritual de los baños del sábado por la noche, Joe se sentó en la mesa de la cocina con la pizarra, la tiza y el diccionario repasando todas las palabras que se le pudieran ocurrir que empezasen por be. Utilizó el diccionario para aquellas que no sabía cómo deletrear. Después de una hora, decidió que la primera conclusión que había extraído sobre la escritura era la correcta. No necesitaba aprender cómo hacerlo.
Cuando las niñas ya estaban en la cama, ______ tomó su baño, se puso el camisón y la bata y bajó a la cocina una vez más para comprobar los progresos de Joe antes de meterse en la cama. Lo encontró mirando el diccionario.
—¿Qué tal va? —le preguntó.
Él levantó la vista. Parecía exasperado.
—Este diccionario no tiene la palabra «baca».
—Sí, sí la tiene —dijo sonriendo—. La encontrará en la uve.
—Eso no tiene sentido.
Ella se rio y se sentó frente a él.
—Señor Branigan, descubrirá que hay muchas cosas de la lengua inglesa que no tienen sentido.
—Conociendo a los británicos, no me sorprende.
—No es momento para discusiones políticas, por favor —le reprendió ella severamente, golpeando la mesa con el dedo—. Piense en palabras que empiecen por be.
Joe se inclinó sobre el diccionario de nuevo.
—Si «barco» empieza por be, «vaca» debería empezar con be —refunfuñó.
_______ reprimió una carcajada. Ese hombre siempre tenía que tener su opinión de todo. Lo observó mientras escribía en la pizarra. Estaba completamente concentrado en su tarea.
Aunque al principio se había mostrado reacio a aprender a leer, una vez se propuso lograrlo, no cejaba en el empeño. Hacía un sinfín de preguntas y parecía no olvidar ni una sola respuesta. Pero también era impaciente y muy crítico con sus propios logros. Él se mostraba poco satisfecho con sus progresos, pero ________ sabía que estaba aprendiendo muy rápido. En menos de una semana había memorizado todas las consonantes y las vocales y había empezado a aprender palabras simples. En una semana comenzaría a leer y escribir frases sencillas. En un mes…
En un mes, se habría marchado. Habrían recogido los melocotones y ya no estaría allí. Estaba sinceramente agradecida por el hecho de que se quedase para ayudarla con la recolecta, pero mientras lo observaba al otro lado de la mesa, se preguntó cómo serían los anocheceres cuando él ya no se sentase allí con ella, cuando se hubiera marchado y sólo tuviese los recuerdos de su presencia.
De pronto se sintió desolada y se dio cuenta de que no tendría nada tangible para demostrar que había estado allí. Como el gato de Cheshire en el cuento de Carrie, se habría desvanecido y sólo quedaría el recuerdo de su sonrisa.
Joe se irguió en la silla con un suspiro y devolvió a ______ a la realidad.
—Dígame todas las palabras con be que tenga —le ordenó.
Dejó la tiza a un lado.
—Barco —dijo, leyendo en la pizarra—. Burro, bestia, botón, barba, bosque, baño. —Hizo una pausa—. Beso.
Levantó la vista y sus miradas se cruzaron.
—Beso, sí, empieza por be —susurró ella.
—¿Sí? —Bajó la vista hasta sus labios—. Me gusta.
______ se sintió poseída de pronto por el anhelo y el rechazo, el placer y el pánico. Notó que el pulso le latía frenéticamente en los oídos como un tren a toda máquina. Levantó las manos como para ir a tocarse la boca, y las apartó rápidamente. En la boca de Joe se dibujó una especie de sonrisa y él sí hizo lo que ella había estado a punto de hacer. Alargó la mano y trazó la línea de sus labios con la yema de los dedos.
Todo su interior comenzó a temblar. Abrió los labios sabiendo que debía hablar, que debía protestar, que debía apartarse. Pero se quedó inmóvil y en silencio, inundada por las sensaciones que le transmitía la suave caricia. Se preguntó si eso era la carnalidad, ese dolor crudo, ese impulso intenso. Él lo conoce, pensó viendo cómo la mirada de Joe seguía el deliberado ritmo de su dedo acariciándole el labio inferior. Lo conoce todo. Joe movió la mano hacia su barbilla, su garganta. Después, muy despacio, la apartó, dejándola imbuida en las sensaciones que le había provocado, aturdida y vacía, a la espera de un beso que no llegó.
—Creo que se está haciendo tarde.
El tono bajo de su voz penetró despacio en su cerebro y se encontró a sí misma poniéndose de pie.
—Por supuesto —murmuró. Se levantó con los ojos en la mesa y con las mejillas encendidas, incapaz de enfrentarse a su mirada—. Mañana podemos pasar a las palabras que empiezan por ce —dijo. Se movió inquieta—. No sé lo que ha hecho que decida quedarse un mes más para ayudarme con la cosecha. Pero quiero que sepa que le estoy muy agradecida, y si hay algún modo en que pueda pagarle…
—Váyase a la cama, ______.
Ella obedeció la lacónica petición, huyendo de la cocina sin mirar hacia atrás. Pero una vez sola en la habitación, y cuando ya se había metido en la cama, se quedó tumbada abrazada a la almohada y con la mano se apretó los labios intentando recuperar el momento en el que Joe la había tocado.
Ningún hombre la había tocado antes de aquella manera. Ni siquiera Nick había osado hacerlo. Pensó en las tontas especulaciones que habían intercambiado Sarah y ella en susurros cuando eran unas niñas. Cuando Frank empezó a cortejar a Sarah, ésta le había contado a _____ que le había besado en el cenador de Taylor Hill, pero cuando le pidió que le explicase cómo era un beso, su amiga no había sido capaz de hacerlo.
—Ya lo descubrirás —le susurró con una sonrisa llena de secretismo, sonrojándose y temblando de placer—. Lo descubrirás.
Pero aquello había sido hacía mucho tiempo y _____ todavía estaba esperando. Los años que la separaban de aquel momento habían ido pasando sin darse cuenta, la luz de la luna, las magnolias y los besos en el cenador no se habían cruzado en su camino. Le habían sido negados por las necesidades de su doliente padre, por las turbulencias de la guerra, por las prioridades de la supervivencia diaria.
Pensó en Joe y echó de menos todo lo que se había perdido.
______ abrazó la almohada con fuerza. Sólo iba a quedarse un mes, se recordó a sí misma. Y supo que Sarah se había equivocado. Nunca averiguaría cómo era un beso.
Durante los días que siguieron, ______ no volvió a mencionar su oferta de trabajo ni la negativa de Joe. Siguió enseñándole a leer y él logró rápidos progresos. También estaba cada día más fuerte. Empezó a dar paseos cada mañana, cada día un poco más largos. Algunas veces las niñas lo acompañaban, pero la mayoría de las veces iba solo.
Conforme pasaban los días, la adoración que sentían las niñas por Joe no sólo no disminuía sino que se acrecentaba, lo que a ______ la tenía preocupada. Sabía que cuanto más cerca se sintiesen de él, más dura sería para ellas su marcha. Sin embargo, sus hijas habían echado tanto de menos tener un padre que cuando los veía juntos no lograba reunir las fuerzas suficientes para oponerse a aquella amistad.
_____ era muy protectora con las niñas, pero sabía que no podría protegerlas de las decepciones para siempre. Se desilusionarían cuando Joe se marchase, pero lo superarían. Y ella encontraría a alguien que le ayudase, alguien serio y de fiar, alguien temeroso de Dios y trabajador, que no jurase ni bebiese ni tuviese aquellos ojos azules grisáceos que hacían que le temblasen las piernas.
Levantó el hacha y la dejó caer sobre el tronco con un movimiento torpe. La hoja se hundió en el tronco y se quedó allí clavada, pero no se hundió lo suficiente como para cortarlo. A pesar de que cortaba leña cada día, no conseguía mejorar su habilidad. Había sido una idea estúpida pedirle que se quedara, pensó mientras intentaba sacar la hoja del hacha del tronco. Era mejor que se marchara cuanto antes. Ni ella ni las niñas necesitaban su ayuda. Se las estaban arreglando bien. _____ cogió la cuña y la metió en el corte que había hecho en el tronco, después se irguió y miró al cielo.
—Bien —repitió en voz alta—. No le necesitamos.
Se echó hacia atrás el sombrero de ala ancha y miró a su alrededor dejando vagar la vista por el deteriorado establo, las vallas medio rotas y los ruinosos edificios. Incluso a la suave luz del amanecer, se veían viejos y cansados.
Dejó caer los hombros y de pronto se sintió tan usada y agotada como todo lo que le rodeaba. Qué importaba lo que ella quisiera. Joe se iba. Y era una decisión que no dependía de ella.
Ella había tomado sus propias decisiones hacía mucho tiempo. Contempló el jardín que la rodeaba, los rosales sin podar, los descuidados setos, el cenador maltrecho y vio lo que eran realmente: los patéticos vestigios de lo que en su día había sido una hermosa y elegante plantación.
Podía recordar a su madre celebrando cotillones en el jardín, su elegante figura moviéndose entre la multitud como una nube de seda de albaricoque. ______ miró su burdo vestido gris y los pesados guantes que llevaba y suspiró. ¿Qué diría su madre si pudiera verla en aquel momento? Se escandalizaría al ver a su hija con unos guantes de hombre y cortando leña, cuando había sido educada para tocar el piano y organizar fiestas en el jardín. Pero después de su muerte, la música se había acabado. Ya no había habido más fiestas en el jardín.
Recordó el año 1863, cuando todos los esclavos se habían ido. Sólo se había quedado Nate, el querido y fiel Nate. _____ le había dado veinte acres de tierra cultivable para que se estableciese en una granja propia, pero sabía que no se había quedado por eso. Tenía veintiún años cuando vio cómo los esclavos se iban uno detrás de otro y descubrió la verdad que le habían estado ocultando durante toda su vida: los esclavos no eran felices siéndolo, a los tipos blancos del norte no les importaba lo que fuese de las plantaciones, y la belleza y elegancia de su infancia había sido una existencia falsa y frágil.
Podía recordar la angustia que se había apoderado de su padre y que se reflejaba en su rostro con el paso de los años, un hombre desorientado sin su esposa, privado de sus hijos, desconcertado tras haber perdido su forma de vida, que intentaba ahogar su dolor en el bourbon de Kentucky y, más tarde, en whisky barato fabricado clandestinamente. ______ todavía podía ver su rostro el día en que se supo que Lee se había rendido en Appomattox. Estaba subido en la escalera a sólo unos metros de donde se encontraba ella entonces, moviendo una botella y cantando Mira hacia otro lado, Dixieland a todo pulmón, antes de caer encima de las camelias y romperse la espalda y también el alma.
Nate y ella se habían ocupado de él durante seis semanas de agonía, viendo cómo se le escapaba la vida lenta e implacablemente, mientras él se negaba a comer, a lavarse o a afeitarse; sólo quería morir y odiaba a Nate y a _____ por mantenerlo con vida. Lo habían enterrado en el cementerio de la familia, junto a su esposa y a las dos cruces de madera que _____ había hecho para las tumbas de sus hermanos.
Había deambulado por la casa vacía, por los días vacíos, sin rumbo, perdida, aferrándose a lo que le quedaba de fe e intentando encontrar un sentido a su vida. Su familia ya no estaba y ella no tenía a nadie. Nate era un amigo fiel e incondicional, pero no podía sustituir a la familia que había perdido. Y entonces, aquel verano, las niñas fueron a vivir con ella, y ______ encontró la razón de vivir que necesitaba. Tenía una nueva vida, nacida de las cenizas de la anterior.
Las palabras de Joe le llegaron como un eco. «Me gusta mi libertad.»
Bueno, pronto tendría toda la libertad que quisiese y ella seguiría como siempre. Si no encontraba a alguien que la ayudase, seguiría adelante sin ayuda. Peachtree podía haber dejado de ser una plantación elegante, pero era suya. Iba a continuar en ella, aunque para eso tuviese que reparar ella misma el tejado y recoger sola los melocotones. Rezaba para que tuviese el valor para hacer las dos cosas cuando llegase el momento. _____ levantó el hacha y siguió trabajando.
Había pocas cosas que Joe no pudiese soportar y una de ellas era ver un trabajo mal hecho.
Desde la cocina de la ventana que daba a una de las zonas laterales de la casa, observó los patéticos intentos de ______ por cortar el tronco y sintió aquel inconveniente e irritante cargo de conciencia. Sabía cuán duramente trabajaba, lo difíciles que le resultaban las cosas. No podía quedarse, pero diablos, estaba ya suficientemente bien como para cortar unos cuantos troncos. Era lo mínimo que podía hacer.
Salió afuera y dio la vuelta a la casa en dirección a la zona donde estaba la leña.
______ levantó la vista al verle acercarse.
—Buenos días. Se ha levantado pronto.
Joe la observó mientras ella levantaba el hacha torpemente de nuevo, sin golpear el tronco. Sacudió la cabeza. Era un milagro que no se cortase un pie. Se dirigió hacia ella.
—¿Qué está haciendo? —le preguntó ______ cuando él le quitó el hacha de las manos.
—No puedo soportarlo —la empujó amablemente a una distancia prudencial—. No puedo soportarlo y ya está. No tiene ni idea de cortar leña.
—¿Cómo dice? —preguntó _____ viendo cómo Joe se dirigía hacia el tocón.
Él la miró girando ligeramente la cabeza y sonrió, con una mirada maliciosa en sus ojos cafes. Después levantó el hacha y dio de lleno en el tronco. Con dos rápidos movimientos más cortó el tronco en dos partes que cayeron del tocón listas para la chimenea. Miró de nuevo a ____ con expresión inocente, como si fuese un escolar.
—Presumido —le acusó ella. Pero sonrió y cogió varias piezas de madera del pequeño montón que había conseguido reunir ella, y se marchó. Las niñas todavía no se habían levantado y la casa estaba silenciosa. Sólo se oía el constante y concienzudo sonido del hacha. _____ se quitó los guantes y encendió el fuego de la cocina con la leña, pero mientras preparaba el desayuno no pudo evitar mirar a Joe a través de la ventana abierta. Podía verlo de perfil, trabajando a ritmo constante, sin que pareciera hacer demasiado esfuerzo. Pensó en sus torpes intentos y en lo mucho que le llevaba a ella cada mañana lograr lo que él estaba consiguiendo con tan poco esfuerzo.
Joe hizo una pausa y dejó el hacha. Se desabrochó la camisa y se la quitó dejándola a un lado. Se quitó el sudor de la frente con el antebrazo, cogió otro tronco del montón y siguió con el trabajo. ______ se fijó en la flexibilidad y el movimiento de sus músculos mientras trabajaba, fascinada por los esculpidos contornos de su ancha espalda y sus fuertes hombros, y por la fuerza de sus brazos mientras movía el hacha. Se movía con una elegancia masculina y una fuerza increíble. Aquella sensación punzante y cálida la invadió de nuevo y se apoyó en la encimera, olvidándose del desayuno.
Un ruido por encima de ella la sacó de su ensimismamiento. Miró al techo y reconoció los pasos de las niñas que ya se habían levantado. Movió la cabeza y se reprendió a sí misma. No tenía tiempo para soñar despierta frívolamente. Se dio la vuelta y empezó a poner la mesa, obligándose a concentrarse en esa tarea y no en la atractiva visión que había más allá de la ventana.
Carrie fue la primera en entrar.
—Buenos días, mamá —dijo y en seguida vio a Jor fuera a través de la ventana. Corrió hacia ella y gritó—: ¡Buenos días, señor Jor!
—Por el amor de Dios, Carrie, no grites —le riñó _____. Vio que Joe dejaba el hacha y se acercaba a la ventana.
—Buenos días, mó cailín(mi chica) —le dijo a la niña y apoyó los brazos en el alféizar—. ¿Por qué no vienes aquí afuera y me ayudas llevándole a tu madre estos trozos de madera?
Carrie giró la cabeza para mirar a ____.
—¿Puedo, mamá?
______ asintió y la niña corrió hacia la puerta de atrás. En un instante estaba junto a Joe reuniendo la leña, codo con codo. Al verlos juntos, a _______ de nuevo le invadieron las dudas. Quizás era mejor que acabase con aquello en ese momento pidiéndole a Joe Branigan que siguiese su camino.
Cuando Becky bajó con Miranda unos minutos más tarde, las mandó a dar de comer a las gallinas y a traer los huevos, después preparó pan de maíz mientras escuchaba la conversación de fuera.
—… y Bobby McCann dijo que no podía ir con él a pescar porque soy una niña —sonó la voz de Carrie indignada—. No entiendo qué tiene eso que ver. He pescado peces más grandes que Bobby muchas veces.
—¿Sabes pescar? —le preguntó Joe.
—Claro. Nate me enseñó.
—¿Nate? ¿El capataz de tu madre?
—Vivía junto al riachuelo y solíamos ir a pescar a menudo. Pero murió el verano pasado.
_____ pudo oír el suspiro profundo de la niña y supo lo que seguiría. Se dirigió hacia la ventana y vio que Carrie bajaba la cabeza.
—Y ahora no tengo a nadie con quien ir a pescar —sentenció, tan desolada que ______ sintió cargo de conciencia. Después de escalar árboles, la pesca era la afición favorita de la niña, pero ella no tenía mucho tiempo para acompañarla.
Joe se arrodilló a la altura de Carrie.
—Tendremos que ir algún día —le dijo.
La expresión triste de la pequeña se desvaneció al instante.
—¿De verdad? ¿Cuándo podemos ir? ¿Hoy? —y el tono de su voz fue subiendo cargado de impaciencia.
—Se lo preguntaremos a tu madre. A lo mejor ella y tus hermanas quieren venir también.
—Becky y Miranda no saben pescar.
—Bueno, entonces supongo que tendré que enseñarles, ¿no? Además, seguro que nos entra hambre y me apuesto lo que sea a que tu madre trae una cesta de picnic estupenda —su tono se elevó un poco—. A lo mejor un poco de pollo frito, o ese pastel de zarzamora tan rico que hace.
Se dio la vuelta y le sonrió a ______, dejando claro que sabía que estaba escuchando.
—Lo pensaré —dijo ella y se alejó de la ventana.
Al hacer la oferta de llevarse a Carrie y a sus hermanas a pescar, Joe no sabía en lo que se metía. Miranda no podía soportar la idea de ahogar a aquellos pobres gusanos y se negó a pescar hasta que él la convenció de que no sentían nada y de que eran felices viviendo dentro de los peces. Becky parecía incapaz de lograr que el sedal de su caña no diese con cada árbol o se enredase con los troncos o las rocas que había en el agua. Carrie quería tener toda su atención. Entre las tres, lo tenían entretenido.
_____ estaba sentada en el césped a la sombra, y no podía dejar de reírse mientras lo veía correr arriba y abajo en la orilla del Sugar Creek, yendo de una niña a otra y tropezando con Chester continuamente. En cuanto se instalaba cómodamente con la caña bien puesta, una de ellas necesitaba su ayuda. Les preparó los anzuelos, les desenmarañó los sedales y no tuvo ni una oportunidad de pescar un pez.
Después de unas dos horas, pidió un receso. Fue hasta el lugar donde se encontraba _____ y se dejó caer junto a ella, dejando que las niñas se las arreglasen solas. Pero no querían seguir pescando sin él, y cuando después de mucho suplicar e implorar no consiguieron conmoverlo, se fueron a dar una vuelta con Chester y le dejaron por lo menos unos minutos de paz y tranquilidad.
—Bobby McCann debe ser un chico listo —dijo Joe, dejándose caer sobre el césped con un gruñido.
—¿No me diga que el boxeador Joe Branigan ha sido derrotado otra vez por tres chiquillas?
—______, ya le he dicho —dijo él mirándola— que soy un hombre herido.
—¡Ah! —exclamó ella moviendo la cabeza para indicarle que su explicación no era buena—: Eso valía hasta la semana pasada. Además, le he visto cortar el tronco esta mañana. Tendrá que buscar otra excusa mejor.
—Bien —dijo él sentándose y tomando la cesta del picnic—. Debe de ser que estoy débil por la falta de alimento.
Levantó la tapa de la cesta y empezó a husmear en ella.
—Pollo frito, brillante idea. Pastel de zarzamora, otra idea brillante —cogió una rebanada de pan y aspiró el aroma fresco y apetitoso. Después miró a _____—: Cuando estaba en la cárcel, esto es lo que más echaba de menos.
—¿El pan? —le preguntó ______ mirándolo.
Asintió y cerró los ojos saboreando de nuevo el olor de la rebanada que tenía en las manos.
—Pan recién hecho y mantequilla. Y el agua caliente. Eso también lo echaba mucho de menos.
Cogió de la cesta un cuchillo y el trozo de mantequilla que _______ había traído y quitó el paño húmedo con el que estaba envuelta. Cortó un trozo de pan y expandió una gruesa capa de mantequilla.
—Cuando estaba en la cárcel, teníamos pan, pero… —Se detuvo de manera abrupta. No quería que _____ supiese lo del pan, no quería que supiese que le habían obligado a implorar como un perro para conseguirlo, y que así lo había hecho.
—¿Qué? —le preguntó ella—. Tenían pan, pero…
—Pero no era como éste. Era oscuro, grueso y rancio. El primer día que me desperté aquí, lo primero que noté fue el olor a pan recién hecho y por un momento pensé que los ángeles se habían equivocado —levantó la vista y le sonrió con insolencia—, que me habían mandado en la dirección equivocada.
—¿Es así como cree que olerá el cielo? —le preguntó ella apoyándose en los brazos—. ¿A pan recién hecho?
Joe le dio un buen mordisco a la rebanada que tenía en las manos.
—Con toda seguridad —contestó con la boca llena de pan—. Estoy convencido.
—Supongo que todo el mundo tiene sus predilecciones.
Él se le acercó.
—¿Y cuál es la suya, ______? —le preguntó burlonamente.
Lo pensó un momento.
—Bueno, me gustan especialmente los pralinés. Estoy segura de que en el cielo tiene que haber.
—¿Qué es eso?
—Es un tipo de caramelo.
_____ cerró los ojos y se pasó la lengua por los labios como si estuviese saboreando el dulce. Joe la observó. No podía moverse, con el cuerpo en tensión, sólo podía mirar la curvatura de su boca y la piel color crema de su cuello al descubierto.
—Pacanas —dijo ella con aquella voz lánguida que despertaba en él puro deseo—, mantequilla y azúcar moreno.
Abrió los ojos y Joe pensó que con toda seguridad debía tener escrito en la cara lo que estaba pensando, pero ella se limitó a sonreírle, aparentemente sin darse cuenta. Pensó en algo que decir.
—Tendrá que hacerlos.
—Oh, a las niñas les encantará. Hace mucho tiempo que no hago pralinés.
Las niñas, un tema seguro y decente. Preguntó lo primero que se le pasó por la cabeza.
—¿Cómo es que viven con usted?
_______ se incorporó y miró hacia el arroyo.
—Su madre, Sarah, era mi mejor amiga. Murió en el 1865 y yo me traje a las niñas a vivir conmigo.
—¿Y su padre? —preguntó Joe—. ¿Murió en la guerra?
—Sí —suspiró mirando al riachuelo—. Su hermano no podía hacer frente a los impuestos de las tierras, así que las sacó a subasta y se marchó al oeste. —Miró a Joe. Su mirada era oscura y triste, tremendamente embaucadora—. Él no quería hacerse cargo de las niñas. No quería esa responsabilidad.
Joe conocía muy bien lo que le hacía a un hombre evitar las responsabilidades. Él había luchado contra la locura y la desesperación, había experimentado la desesperanza y la pena, conocía muy bien esos demonios. Pero era imperdonable dejarse llevar por ellos cuando había una familia que te necesitaba. Si alguna vez él era preso de esos demonios, no quería dejar atrás a nadie que le quisiese lo suficiente como para sufrir.
—Si no me hubiese quedado con las niñas —continuó _____—, las habrían enviado a un orfanato, pues no había parientes cercanos que las quisieran. No podía soportar la idea de que las hijas de Sarah acabasen en un orfanato. Yo tenía una casa grande, simplemente me pareció que era lo que tenía que hacer.
—Tiene buen corazón, _______.
—Yo necesitaba a esas niñas —dijo ella sacudiendo la cabeza— tanto como ellas me necesitaban a mí. Estaba sola; no tenía familia y me sentía muy sola. Quiero a esas niñas, señor Branigan. Ahora son mis hijas.
Él la miró a los ojos, dulces y oscuros como chocolate deshecho, y se preguntó cómo habría sido su vida si alguien, cualquiera, hubiera hecho eso por él cuando era un chiquillo. Quizás habría encontrado la satisfacción que veía en _____, quizás habría encontrado la paz, quizás no habría traicionado todo aquello en lo que creía. Quizás…
Sabía que no tenía sentido pensar en lo que podría haber sido. Había tomado sus decisiones y tenía que vivir en consecuencia. Era demasiado tarde para nada más. Simplemente era demasiado tarde.
Tomaron el picnic y pescaron un poco más. Después Joe se echó la siesta mientras ______ y las niñas jugaban con Chester. Cuando recogieron los bártulos y volvieron caminando a casa, empezaba a ponerse el sol. Hacía una estupenda noche de verano, con una ligera brisa que aliviaba el calor.
______ caminaba junto a Miranda y Becky, con la cesta de picnic colgando del brazo, e iba cogiendo flores para poner en la mesa a la hora de cenar. Carrie y Joe iban detrás y la niña sujetaba firmemente la ristra de peces, la mayoría pescados por ella.
Cuando llegaron al huerto, _____ se detuvo.
—Voy a echar un vistazo a los melocotoneros —les dijo a las niñas—. Vosotras id a casa y lavaros para la cena.
Las niñas continuaron andando.
—Carrie, acuérdate de poner los peces en un cubo de agua —le gritó—, y vosotras, guardad esas cañas que os ha hecho el señor Joe.
Este se quedó en el huerto mientras ella inspeccionaba la fruta.
—He visto que no hay más huertos de melocotoneros por aquí —comentó.
_______ sonrió y golpeó uno de los troncos con la mano.
—Mi padre plantó estos árboles cuando yo tenía trece años. Eran para mi madre. Él la solía llamar «melocotón» porque a ella le encantaba esta fruta y rebautizó la plantación Peachtree por ella. —Miró a Joe sonriendo abiertamente—. Todo el mundo pensó que estaba loco por utilizar buenos acres de tierra en algo que no fuese algodón. Pero mi padre siempre hacía las cosas a su manera. Resultó que estos árboles fueron una bendición.
—¿Y eso?
______ se apoyó en uno de los melocotoneros y lo miró.
—Después de la guerra, mi padre murió y yo no tenía ingresos. Necesitaba dinero desesperadamente. Vinieron los yanquis, se hicieron cargo de todo y los impuestos subieron desorbitadamente. Por supuesto no quedaba ni un esclavo y no había nadie para ocuparse de los campos o para plantar algodón, excepto yo misma y sola no podía hacerlo.
Hizo un gesto señalando los árboles a su alrededor.
—Pero el melocotonar estaba bien cuidado. Después de que mi madre muriese, mi padre perdió todo el interés por él, pero yo me había estado ocupando de cuidarlo, haciendo injertos de nuevos árboles, podándolos y supervisando la cosecha. Era el legado de mi madre y para mí era importante preservarlo. Ahora este melocotonero me da una buena cosecha cada año sin demasiado trabajo —le lanzó una mirada irónica—. Bueno, excepto la época de la recolecta, claro.
—Es un poco duro recolectar melocotones si no puedes subirte a una escalera.
—Nate solía ocuparse de eso antes de morir. —Lanzó un suspiro de irritación y miró a Joe—. Me da tanta rabia tener miedo a las alturas. Me hace sentirme débil y tonta.
—¿Qué va a hacer este año, _____?
—No lo sé. —Volvió la cara, demasiado orgullosa para pedirle ayuda otra vez. Para su consternación, notó que le temblaba un poco la voz cuando añadió—: Lo haré yo misma, supongo. Las niñas me ayudarán.
Se incorporó sin mirarlo y ambos recorrieron el campo de melocotones en silencio.
Al final del terreno, Joe se detuvo y echó la vista atrás mirando los árboles. Olivia se detuvo también preguntándose por qué se habría parado.
Él la miró y le preguntó de repente:
—¿Cuánto falta?
—¿Para qué? —dijo ella sorprendida.
—¿Cuánto falta para la recolecta?
—Un mes más o menos.
Se miraron el uno al otro y ______ vio que fruncía el ceño como si estuviese enfadado. Se pasó la mano por el cabello.
—Me quedaré el tiempo suficiente para ayudarle a recolectar la cosecha —dijo, y siguió andando antes de que ella pudiese recuperarse de su sorpresa y responder—. Después me marcharé.
______ se quedó mirando cómo Joe se alejaba. Para cuando se dio cuenta de que ni siquiera le había dado las gracias, él ya estaba demasiado lejos para oírla.
Aquella noche después de la cena, mientras ______ y las niñas seguían el ritual de los baños del sábado por la noche, Joe se sentó en la mesa de la cocina con la pizarra, la tiza y el diccionario repasando todas las palabras que se le pudieran ocurrir que empezasen por be. Utilizó el diccionario para aquellas que no sabía cómo deletrear. Después de una hora, decidió que la primera conclusión que había extraído sobre la escritura era la correcta. No necesitaba aprender cómo hacerlo.
Cuando las niñas ya estaban en la cama, ______ tomó su baño, se puso el camisón y la bata y bajó a la cocina una vez más para comprobar los progresos de Joe antes de meterse en la cama. Lo encontró mirando el diccionario.
—¿Qué tal va? —le preguntó.
Él levantó la vista. Parecía exasperado.
—Este diccionario no tiene la palabra «baca».
—Sí, sí la tiene —dijo sonriendo—. La encontrará en la uve.
—Eso no tiene sentido.
Ella se rio y se sentó frente a él.
—Señor Branigan, descubrirá que hay muchas cosas de la lengua inglesa que no tienen sentido.
—Conociendo a los británicos, no me sorprende.
—No es momento para discusiones políticas, por favor —le reprendió ella severamente, golpeando la mesa con el dedo—. Piense en palabras que empiecen por be.
Joe se inclinó sobre el diccionario de nuevo.
—Si «barco» empieza por be, «vaca» debería empezar con be —refunfuñó.
_______ reprimió una carcajada. Ese hombre siempre tenía que tener su opinión de todo. Lo observó mientras escribía en la pizarra. Estaba completamente concentrado en su tarea.
Aunque al principio se había mostrado reacio a aprender a leer, una vez se propuso lograrlo, no cejaba en el empeño. Hacía un sinfín de preguntas y parecía no olvidar ni una sola respuesta. Pero también era impaciente y muy crítico con sus propios logros. Él se mostraba poco satisfecho con sus progresos, pero ________ sabía que estaba aprendiendo muy rápido. En menos de una semana había memorizado todas las consonantes y las vocales y había empezado a aprender palabras simples. En una semana comenzaría a leer y escribir frases sencillas. En un mes…
En un mes, se habría marchado. Habrían recogido los melocotones y ya no estaría allí. Estaba sinceramente agradecida por el hecho de que se quedase para ayudarla con la recolecta, pero mientras lo observaba al otro lado de la mesa, se preguntó cómo serían los anocheceres cuando él ya no se sentase allí con ella, cuando se hubiera marchado y sólo tuviese los recuerdos de su presencia.
De pronto se sintió desolada y se dio cuenta de que no tendría nada tangible para demostrar que había estado allí. Como el gato de Cheshire en el cuento de Carrie, se habría desvanecido y sólo quedaría el recuerdo de su sonrisa.
Joe se irguió en la silla con un suspiro y devolvió a ______ a la realidad.
—Dígame todas las palabras con be que tenga —le ordenó.
Dejó la tiza a un lado.
—Barco —dijo, leyendo en la pizarra—. Burro, bestia, botón, barba, bosque, baño. —Hizo una pausa—. Beso.
Levantó la vista y sus miradas se cruzaron.
—Beso, sí, empieza por be —susurró ella.
—¿Sí? —Bajó la vista hasta sus labios—. Me gusta.
______ se sintió poseída de pronto por el anhelo y el rechazo, el placer y el pánico. Notó que el pulso le latía frenéticamente en los oídos como un tren a toda máquina. Levantó las manos como para ir a tocarse la boca, y las apartó rápidamente. En la boca de Joe se dibujó una especie de sonrisa y él sí hizo lo que ella había estado a punto de hacer. Alargó la mano y trazó la línea de sus labios con la yema de los dedos.
Todo su interior comenzó a temblar. Abrió los labios sabiendo que debía hablar, que debía protestar, que debía apartarse. Pero se quedó inmóvil y en silencio, inundada por las sensaciones que le transmitía la suave caricia. Se preguntó si eso era la carnalidad, ese dolor crudo, ese impulso intenso. Él lo conoce, pensó viendo cómo la mirada de Joe seguía el deliberado ritmo de su dedo acariciándole el labio inferior. Lo conoce todo. Joe movió la mano hacia su barbilla, su garganta. Después, muy despacio, la apartó, dejándola imbuida en las sensaciones que le había provocado, aturdida y vacía, a la espera de un beso que no llegó.
—Creo que se está haciendo tarde.
El tono bajo de su voz penetró despacio en su cerebro y se encontró a sí misma poniéndose de pie.
—Por supuesto —murmuró. Se levantó con los ojos en la mesa y con las mejillas encendidas, incapaz de enfrentarse a su mirada—. Mañana podemos pasar a las palabras que empiezan por ce —dijo. Se movió inquieta—. No sé lo que ha hecho que decida quedarse un mes más para ayudarme con la cosecha. Pero quiero que sepa que le estoy muy agradecida, y si hay algún modo en que pueda pagarle…
—Váyase a la cama, ______.
Ella obedeció la lacónica petición, huyendo de la cocina sin mirar hacia atrás. Pero una vez sola en la habitación, y cuando ya se había metido en la cama, se quedó tumbada abrazada a la almohada y con la mano se apretó los labios intentando recuperar el momento en el que Joe la había tocado.
Ningún hombre la había tocado antes de aquella manera. Ni siquiera Nick había osado hacerlo. Pensó en las tontas especulaciones que habían intercambiado Sarah y ella en susurros cuando eran unas niñas. Cuando Frank empezó a cortejar a Sarah, ésta le había contado a _____ que le había besado en el cenador de Taylor Hill, pero cuando le pidió que le explicase cómo era un beso, su amiga no había sido capaz de hacerlo.
—Ya lo descubrirás —le susurró con una sonrisa llena de secretismo, sonrojándose y temblando de placer—. Lo descubrirás.
Pero aquello había sido hacía mucho tiempo y _____ todavía estaba esperando. Los años que la separaban de aquel momento habían ido pasando sin darse cuenta, la luz de la luna, las magnolias y los besos en el cenador no se habían cruzado en su camino. Le habían sido negados por las necesidades de su doliente padre, por las turbulencias de la guerra, por las prioridades de la supervivencia diaria.
Pensó en Joe y echó de menos todo lo que se había perdido.
______ abrazó la almohada con fuerza. Sólo iba a quedarse un mes, se recordó a sí misma. Y supo que Sarah se había equivocado. Nunca averiguaría cómo era un beso.
Suzzey
Re: "Un Lugar Para Joe"
Capítulo 14 aqui estas beso andreita :D y muy bueno :P
Durante la noche, Joe tuvo sueños vagos y sombríos que hicieron que al despertarse se sintiese inquieto y nervioso. Estaba apenas amaneciendo, pero se vistió y se fue a dar su paseo.
No podía recordar exactamente los sueños que había tenido, pero de todos modos le inquietaban. En su mente, podía oír el eco de los vagos susurros de sus fantasmas, recordándole que todavía estaban con él. Paseó concentrándose en la inane tarea de poner un pie detrás de otro. Quería seguir caminando sin parar, lejos de aquel lugar, lejos del pasado, lejos de sí mismo.
Pero no podía ser. Le había prometido a ______ que se quedaría hasta la cosecha, que le ayudaría a recolectar los melocotones. Era la primera promesa que le hacía a alguien en mucho tiempo, y ya le pesaba. Joe caminó hasta que el sol estuvo en lo alto y hasta que la sensación de inquietud lo abandonó. Dio la vuelta y comenzó a desandar sus pasos en dirección a la casa. Pero cuando pasaba junto al establo, sus pensamientos se vieron interrumpidos por una voz llena de cansancio y frustración.
—Cally, vieja mula tozuda, ¡vuelve aquí!
Joe giró la esquina del establo y se encontró a ____- allí de pie junto a una tremenda abertura en la cerca, con las manos en las caderas, contemplando a la mula que trotaba lejos de ella a través del campo sin ninguna intención de volver dentro de los límites del pasto. ______ no lo vio.
—Terca —murmuró entre dientes contemplando a la mula—. Eres una terca.
Joe sonrió y se apoyó contra la pared del establo viendo cómo ______ perseguía a la mula a través del campo y la falda gris de su vestido de domingo flotaba movida por la cálida brisa. La mujer hacía todo lo posible por llevar al animal en la dirección correcta, pero Cally tenía otras intenciones.
—¿Necesita ayuda? —le preguntó cuando ella se detuvo a tomar aire.
—¿Cuánto tiempo lleva ahí? —preguntó _____ dándose la vuelta.
—El suficiente. —Se acercó a ella todavía sonriendo.
______ no le devolvió la sonrisa, pero señaló a la mula, que se había detenido a unos metros de distancia.
—Cally ha roto otra vez la cerca. Vaya mula, siempre escapándose.
Frunció el ceño y se dirigió al animal.
—Nunca debería haberte comprado. Debería haber dejado que Elroy te disparase.
Cally torció la cabeza sin sentirse intimidada en absoluto. Golpeó el suelo con la pezuña como si se estuviese preparando para seguir con la persecución.
—¿Elroy? —preguntó Joe parándose junto a ella—. ¿Elroy Harlan?
—¿Cómo…? —comenzó. Pero se dio cuenta de que ya sabía la respuesta a su pregunta—. Elroy es el tipo con el que se enfrentó en el ring —añadió con un tono de desaprobación en la voz.
—Por lo menos gané la pelea. Elroy ni siquiera aguantó el primer round.
_____ alzó la frente sin dejarse impresionar.
—No me sorprende que se haya metido a boxear. Supongo que necesita el dinero. Antes era propietario de las tierras al otro lado de Sugar Creek, pero perdió la granja hace unos años. Elroy, un viejo malo y tonto —añadió—. Cally solía escaparse de su prado y salir corriendo. Un día vi que la estaba persiguiendo a través del bosque con la escopeta gritándole que iba a dispararle. Lo habría hecho y yo no podía dejar que eso ocurriera. Así que le dije a Elroy que me quedaría con la mula, le pagué dos dólares —movió la cabeza y miró a Joe—. Creo que me timó.
Él se acercó a _____.
—Si usted va por el otro lado —le susurró en tono conspiratorio—, la tenemos.
—De acuerdo —asintió ella—, pero no se sorprenda si consigue zafarse de los dos.
Quince minutos más tarde, una Cally contrariada estaba de nuevo dentro del prado y Joe estaba examinando la cerca.
—No me extraña que se haya escapado, las estacas están muy sueltas y con sólo presionar un poco se rompe la cerca. Mire.
Se puso junto a la valla y con el puño golpeó una de las tablas. Los clavos que las sujetaban saltaron y la valla cayó al suelo.
—A la mula le ha bastado con dar un par de coces.
—Sé que la valla está en muy mal estado, pero cada vez que pongo un clavo bien, parece que se suelta otro.
—¡Mamá! —se oyó la voz de Becky desde el porche trasero—. Si no nos damos prisa, llegaremos tarde a misa.
_____ miró a su hija que estaba al otro lado del patio.
—Lo sé, cariño, pero primero tengo que enganchar el carromato.
Joe volvió a poner la tabla que había quitado en su sitio.
—Si me da un martillo y algunos clavos, arreglaré la valla mientras están en la iglesia.
Su oferta pareció sorprender a _____.
—¿Lo hará?
—Ya que me voy a quedar un mes, por lo menos podré ocuparme de algo útil.
Ella le regaló una de aquellas impresionantes sonrisas que siempre lo pillaban desprevenido.
—Gracias, señor Branigan.
—Pero tengo algo que decir. Deja de llamarme señor Branigan, tengo un nombre propio.
Ella lo miró pensativamente.
—¿Eso quiere decir que ahora somos amigos?
Él miró más allá del prado. Hacía mucho tiempo que no estaba en un sitio el tiempo suficiente como para hacer amigos.
—Supongo que sí —admitió.
Pero mientras la miraba marcharse contemplaba admirado sus caderas cimbreantes, recordó la suavidad de su boca bajo sus dedos y pensó que el término amistad sonaba demasiado suave.
Después de la misa del domingo, _____ quería volver a casa con las niñas directamente, pero Oren Johnson la detuvo a la salida de la iglesia.
—¿Tienes un minuto, ______? Quiero hablar contigo.
—Por supuesto —miró alrededor para controlar a sus hijas. Becky estaba a los pies de las escaleras de la iglesia hablando con Jeremiah, Miranda estaba sufriendo los pellizcos en las mejillas de las hermanas Chubb y Carrie estaba en un círculo con Jimmy Johnson y Bobby McCann, seguramente planeando alguna travesura.
—Becky —llamó a su hija, pero tuvo que repetir su nombre dos veces más hasta que logró que distrajese la atención de su amigo—. Vigila a tus hermanas, volveré en seguida.
La chica asintió y se volvió hacia Jeremiah mientras ______ seguía a Oren lejos de la iglesia por la calle principal del pueblo.
—Ya te he dicho que podías comprarme el ternero de Princess —le dijo riéndose—. No te preocupes que no se lo voy a vender a nadie más.
Oren negó con la cabeza.
—Esto no tiene nada que ver con el ternero. —Se detuvo y se dio la vuelta—. ¿Te ha hecho Nick nuevas ofertas por Peachtree? —le preguntó en voz baja, mirando a su alrededor para asegurarse de que nadie le podía oír.
—Hace un par de semanas me volvió a pedir que se la vendiese y le dije que no, por supuesto. ¿Por qué?
—¿Te ha amenazado?
—No, no abiertamente. —Vio la mirada sombría de Oren—. Al día siguiente de rechazar su última oferta, algunos de mis melocotoneros aparecieron con el tronco medio cortado. Murieron, claro. Vi algunas colillas de cigarrillo y pensé que a lo mejor habían sido los Harlan.
—Pudieron ser ellos. Elroy y sus chicos trabajan para Nick.
—Es difícil de creer —dijo ella suspirando.
—¿Por qué? Nick es un codicioso hijo de… —se calló al ver la expresión ceñuda de desaprobación de ______—. Perdona, _____. Es codicioso, ya lo sabes.
—Lo sé, pero conozco a Nick de toda la vida, y no siempre fue así. Cuando yo era una niña, era amable conmigo, incluso dulce. No me gusta pensar que puede hacer algo así.
—______, podría llegar a hacer cosas peores si sigues negándote a vender. Ya sabes que desea desesperadamente el acuerdo del ferrocarril y tú eres la única que puede estropear sus planes.
Oren miró a su alrededor incómodo.
—Creo que Nick está recibiendo presiones de su suegro para que el tema de la tierra quede resuelto.
—¿Por qué piensas eso?
— Nick recibió un telegrama hace dos semanas y media y otro la semana pasada —contestó. Uno de los hijos de Oren trabajaba en la oficina del telégrafo y por eso él tenía esa información—. Los dos eran de Hiram Jamison. Esa es la razón por la que él y su mujer se fueron de manera inesperada a Nueva York. No tenían planeado ir este año, pero por alguna razón cambiaron de opinión. Según su mujer, estarán fuera unas seis semanas.
Olivia no pudo evitar sonreír.
—Oren, estás más al tanto de los cotilleos que Martha.
Él le devolvió la sonrisa.
—Ya sabes que la hermana de Kate trabaja de sirvienta en casa de Nick.
No era sorprendente entonces que las noticias en Callersville corrieran como la pólvora. Era más eficaz que un telegrama.
Oren dejó de sonreír.
—Si su suegro está impacientándose y empieza a presionar, Nick podría empezar a actuar con malos modos. Quizás deberías trasladarte al pueblo una temporada.
______ negó con la cabeza.
—No puedo. Tengo que recolectar la cosecha de melocotones dentro de un mes. Además, no pasará nada hasta que no vuelva Nick.
—Yo no estaría tan seguro, _____. Joshua y sus hermanos están aquí para hacer el trabajo sucio de Nick. —Movió el ala del sombrero—. A Kate y a mí nos preocupa que estéis solas las niñas y tú en Peachtree.
Pero ella y las niñas no estaban solas. _____ pensó en Joe y dio gracias a Dios de que hubiera decidido quedarse un mes más.
—Estaremos bien. Nick no nos haría daño, ni le ordenaría a Joshua nada parecido.
—Espero que tengas razón —le contestó Oren.
—Gracias por contarme todo esto.
—No hay de qué. Para eso estamos los vecinos. Me alegro de que mis tierras no estén en el trazado del ferrocarril de Nick. Ten cuidado, ______.
Se separaron en la iglesia y _____ buscó a sus hijas, pero sólo pudo encontrar a Miranda. La niña todavía era presa de las hermanas Chubb. Sabiendo que la pequeña estaba bien, aunque no precisamente contenta, fue en busca de las otras dos. La ausencia de Carrie no le sorprendía, pero la de Becky sí. Le había pedido que cuidara de sus hermanas y Becky era muy obediente. No era propio de ella desaparecer así.
Fue a buscar a Carrie primero. Tenía la sospecha de que la encontraría haciendo alguna travesura con Jimmy y Bobby y, efectivamente, vio confirmadas sus sospechas cuando se encontró a los tres jugando a las canicas en el suelo detrás de la iglesia. Les dio un acalorado sermón sobre jugar a las canicas en domingo y puso fin al juego para consternación de Carrie.
—Me estaba yendo de fábula, mamá —protestó la niña mientras _____ la arrastraba y dejaban a los niños detrás para que recogiesen sus canicas—. Estaba ganando.
—Caroline Marie, te lo he dicho no una sino mil veces. No se juega a las canicas en domingo. Debería avergonzarte comportarte de ese modo.
Carrie realmente intentó que pareciese que se arrepentía. Bajó la cabeza y arrastró los pies. ______ suspiró.
—¿Has visto a Becky?
—Ha ido a dar un paseo junto al riachuelo —contestó la niña señalando el bosque cercano—, pero dijo que volvía en seguida.
—¿Un paseo? —repitió ______ sorprendida. Era muy extraño que Becky se hubiera ido a dar un paseo cuando ella le había pedido que vigilase a sus hermanas—. Carrie, quiero que vayas a buscar a tu hermana mientras recojo a Miranda y traigo la carreta.
La niña se dio la vuelta y corrió hacia el bosque a buscar a Becky. _____ arrancó a la pobre Miranda de las garras de las hermanas Chubb y cruzó la calle en dirección a la carreta. La pequeña subió en la parte de atrás y ella condujo el carromato hasta pasar la iglesia. Desde el lugar donde se detuvo, se podía ver claramente el bosquecillo que rodeaba Sugar Creek. Miranda y ella estuvieron esperando unos cinco minutos y por fin Becky y Carrie salieron de entre los árboles corriendo hacia el carromato. Carrie subió a la parte trasera junto a Miranda y Becky se subió a la parte delantera al lado de ______.
—Perdona, mamá —dijo sin aliento y sin mirarla.
—¿Dónde estabas? —le reprendió _____ con suavidad mientras agitaba las riendas para poner el carromato en marcha y empezaban a circular por la carretera—. ¿Cómo has dejado a tus hermanas solas?, ¿en qué estabas pensando?
—No pretendía alejarme tanto rato —murmuró la chica—. Y no estaban solas. Estaban rodeadas de gente.
—Esa no es la cuestión. Te dije que las vigilases.
—Pero ¿cómo iba a hacerlo? —soltó Carrie—. Estaba demasiado ocupada intercambiando saliva con Jeremiah Miller junto al río.
—¡Carrie! ¡Mocosa! —gritó Becky al mismo tiempo que _____ tiraba de las riendas para detener el carro.
Miró a su hija mayor y vio cómo enrojecía hasta la raíz del cabello.
—¿Es eso verdad? —le preguntó.
Becky bajó la vista y se removió en el asiento. Su embarazo confirmaba el comentario de su hermana.
—Fue sólo uno —murmuró.
_____ se sintió consternada.
Miró a las dos niñas que iban detrás, después de nuevo a Becky y dijo:
—Hablaremos de esto cuando lleguemos a casa —dijo severamente, y agitó de nuevo las riendas poniendo el carro en marcha. El viaje hasta casa transcurrió en silencio y se hizo largo. Ni siquiera Carrie supo qué decir.
Joe notó la tensión en el ambiente en cuanto entraron en la casa. Había terminado de poner los clavos en la desvencijada valla y estaba trabajando en lo que ______ había llamado «deberes» para la siguiente lección. Levantó la vista de la pizarra cuando las vio entrar y con sólo una mirada al rostro de ______ pudo comprobar que algo no iba bien.
—Carrie —dijo ______— vete con Miranda al jardín y llenad un cubo con esas patatas dulces que tenemos mientras Becky y yo tenemos una pequeña charla. Y corta también algunas hojas de calabaza —miró a Joe—. El señor Joe te ayudará.
Él se levantó y siguió a las niñas afuera, preguntándose qué estaría pasando. No tardó mucho en averiguarlo. Cuando sólo habían desenterrado un par de patatas, Carrie ya lo había puesto al día y había lanzado a modo de conclusión:
—Becky se ha metido en un buen lío.
—Mamá no está contenta —añadió Miranda.
Joe se lo podía imaginar. Se acordaba de la primera vez que su madre había pillado a Kevin en el granero con Maud O'Donnell y lo furiosa que se había puesto. El castigo para Kevin había sido inmediato y severo. Siguieron los golpes con la vara, las preguntas, las recriminaciones y la confesión al padre Donovan con la penitencia de interminables horas de rodillas. Joe recordaba lo humillantes que habían sido las preguntas y la inutilidad de los castigos. Kevin no había dejado de sobar a Maud, simplemente había logrado ser más hábil para que no le pillasen. Si su madre hubiese estado viva cuando él empezó a disfrutar de esa actividad en particular, Joe habría sufrido la misma suerte que Kevin. También sabía que los castigos de su madre no le habrían impedido seguir actuando igual.
—¿Por qué la gente quiere besarse? —preguntó Carrie interrumpiendo sus pensamientos—. A mí me parece algo muy tonto.
—Algún día no opinarás así —dijo él sonriendo.
La niña frunció el ceño escéptica.
—Los chicos están bien —admitió a regañadientes—. Les gusta hacer cosas divertidas, jugar a canicas, ir a pescar… Pero creo que no quiero besar a ninguno —añadió dubitativa.
Joe desenterró otra patata dulce, le quitó la tierra y la añadió al montón.
—Así que piensas que los chicos hacen cosas divertidas, ¿verdad?
Ella asintió.
—El padre de Jimmy le construyó una cabaña en un árbol el año pasado, pero no me deja subir. Dicen que son cosas de chicos, así que a mí me lo tienen prohibido. Si yo tuviese una cabaña en un árbol, les dejaría subir. ¿Por qué ellos no me dejan a mí?
Él meditó un instante.
—Quizás piensen que deberías estar jugando con tus amigas, haciendo cosas de chicas.
—¿Como jugar con muñecas? —dijo Carrie arrugando la nariz con desagrado—. ¡Puaj!
—¿Qué hay de malo en jugar con muñecas? —preguntó Miranda—. A mí me gusta.
—Es aburrido —afirmó su hermana mientras ponía otra patata en el montón—. Creo que besarse también debe ser aburrido. No entiendo por qué Becky quería besar a Jeremiah. El verano pasado ni siquiera le gustaba. Decía que era muy delgado y que tenía la voz rara.
—Quizás ahora ha cambiado de opinión —sugirió Joe—. Puede que ahora le guste.
—Supongo. Pero te tiene que gustar el chico un montón, ¿no? A mí me gusta Bobby, pero si alguna vez intenta besarme, le daré un tortazo.
Joe observó a la chiquilla frente a él y se imaginó muy bien la persecución a la que podría someter a Bobby McCann algún día. Casi le dio pena el chico.
Mientras Carrie hablaba con Joe sobre las transgresiones de Becky, _____ estaba intentando hacerse cargo de ellas. Observó a su hija mayor al otro lado de la mesa de la cocina y notó su expresión de resentimiento y obstinación. Tuvo la impresión de que no estaba manejando muy bien la situación.
—¡No es justo! —gritó Becky—. Carrie siempre se está metiendo en líos y nunca le dices nada.
—Eso no es verdad.
—Sí, lo es. Me siguió a escondidas y me espió y después te lo contó. Pero no has dicho nada acerca de eso.
—Me ocuparé de Carrie después —contestó _____— pero ahora mismo no estamos hablando de ella. Hablamos de ti. Te pedí que vigilases a tus hermanas y me desobedeciste. ¿Y si hubiera pasado algo? ¿Y si Miranda se hubiese marchado y hubiese sufrido algún accidente?
—A Miranda no le ha pasado nada.
—Pero podría haber pasado cualquier cosa y tú no habrías estado allí. Becky, yo cuento contigo para ayudarme con las niñas. Necesito que seas responsable.
—¿Por qué tengo que ser yo siempre la responsable? —soltó la chica—. ¿Por qué tengo que ser siempre la niña buena? «Becky, vigila a las niñas», «Becky, trae los huevos», «Becky, haz esto», «Becky, haz lo otro». ¡Estoy harta!
_____ miró fijamente el rostro enrojecido y furioso de su hija, demasiado sorprendida para estar enfadada. Nunca, ni una sola vez en seis años, le había levantado la voz y no podía acabar de digerir que lo estaba haciendo en aquel momento.
—No me había dado cuenta de que te sentías de ese modo —consiguió decirle.
—Bueno, ya no quiero seguir siendo la niña buena —continuó Becky desafiante—. No quiero que me manden y que me digan lo que tengo que hacer. Tengo catorce años, ya soy mayor para pensar por mí misma.
______ miró el rostro rebelde de su hija y sabía que era algo que tenían que discutir, pero estaba totalmente perdida, no sabía cómo hacerlo.
—Cariño, puede que pienses que sabes lo que estás haciendo, pero no es así.
La chica puso una cara aún más seria y tozuda y ______ supo que había dicho lo que no debía. Se aclaró la garganta y volvió a empezar.
—Becky, yo te quiero y por eso me preocupo por ti. Besarse es…
Se le quebró la voz y miró a su hija con aflicción y vergüenza. Dios, qué difícil era hablar de eso. ¿Cómo podía explicarle la vida a una inocente niña de catorce años si ella misma era igual de inocente con veintinueve? ¿Cómo podía advertirle a Becky sobre temas de los que ella apenas tenía un vago conocimiento? Su propia madre no había estado allí para contarle nada sobre besos entre chicos y chicas.
Se inclinó hacia adelante, juntó las manos sobre la mesa e hizo un nuevo intento de discutir la situación razonablemente.
—Becky, besarse es algo que una chica de tu edad no debería hacer. Puede… —Dios, dame fuerza—. Puede llevar a otras cosas…
—¿Cómo lo sabes? —le soltó Becky como si le hubiera leído los pensamientos—. Tú nunca has tenido novio.(golpe bajo)
_____- se tragó el nudo que se le había formado en la garganta.
—Es verdad…
—Que tú nunca hayas tenido novio no significa que yo no pueda tenerlo.
—No digo que no puedas tener novio. Sólo digo que eres demasiado joven para eso. Sólo tienes catorce años. Tienes todavía mucho tiempo. Cuando tengas dieciséis…
—¿Dieciséis? —le cortó Becky—. ¡Faltan dos años para eso! ¿Y si hay otra guerra y todos los chicos se van al frente? ¡Seré una solterona!(2º golpe auch! Eso duele)
Sonaba tan tremendamente dramática que ___ casi sonrió.
—Cariño, no va a haber otra guerra. Y aunque no lo creas, dos años no es tanto.
—¡Dos años es una vida entera!
—Sé que puede parecerlo, pero no es así.
La expresión terca de Becky no se suavizó y _____ decidió que era el momento de ponerse firme.
—No tienes edad para ir de paseo con un chico y menos aún sin acompañante. Algo así puede arruinar la reputación de una chica. En cuanto a Jeremiah, creía que era un buen chico, educado, pero este incidente hace que reconsidere mi opinión sobre él. Creo que sería mejor si no le vieses de ahora en adelante.
—¿Qué quieres decir? —dijo Becky poniéndose de pie tan de golpe que la silla salió despedida hacia atrás—. ¿Y qué pasa cuando empiece el colegio? Jeremiah y yo siempre vamos juntos al salir de clase a la tienda a tomar regaliz.
—Lo sé —dijo _____ levantándose también—. Creo que sería mejor que no lo hicieseis durante una temporada.
—¡Y yo creo que eres mala y odiosa!
_____ sintió que se le despertaba el genio.
—Ese comentario era innecesario, Rebecca Ann —dijo duramente—. No hay nada que discutir al respecto. Por el momento no vas a ir a ningún sitio con Jeremiah. Tengo la intención de discutir esto con Lila y asegurarme de que no vuelva a ocurrir.
—¿Qué? —Becky la miró desconcertada—. No puedes. ¿Pretendes humillarme? Jeremiah no me volverá a dirigir la palabra.
—En las actuales circunstancias, creo que eso será una bendición.
El rostro de Becky se contrajo desolado.
—¿Cómo puedes hacerme esto? —estalló—. ¡Te odio!
Corrió fuera de la cocina llorando y dio un portazo al salir.
_____ dio un respingo. Se inclinó hacia adelante y se apretó la frente con los dedos. Se sentía enfadada y muy preocupada. Había ocasiones en las que ser madre era agotador.
Cuando Joe abrió la puerta trasera y miró dentro, vio a _____ de pie frente a la encimera de la cocina sujetando una fuente con una mano y una cuchara con la otra. Estaba removiendo el contenido de la fuente con furia y apenas lo miró.
—¿Es seguro entrar? —preguntó él desde la puerta.
—No sé a qué te refieres. —Dejó de golpe la fuente sobre la encimera y cogió el pote de harina.
—Por la forma en que Becky ha salido de aquí, pensaba que había estallado una guerra. He mandado a Carrie y a Miranda con ella sólo para asegurarme de que no hace nada dramático y estúpido, como irse de casa.
_____ empezó a poner harina en la fuente y no contestó.
Joe entró en la cocina y dejó un montón de patatas dulces en la caja que había junto a la entrada. Cerró la puerta y se apoyó en ella estudiando a ______. No la había visto tan enfadada desde que descubrió que él se ganaba la vida boxeando. Se enfadaba por cosas muy extrañas. La decente, remilgada y estirada _____.
—Así que ¿cuál es el destino de la pobre Becky? —preguntó.
Ella dejó el pote de harina de nuevo en su sitio y siguió removiendo la masa de la fuente.
—Supongo que Carrie te lo ha contado todo.
—Hasta el más mínimo y fascinante detalle.
—Me alegra que lo encuentres fascinante —dijo ella enfadada—. Espero que cuando tú tengas hijas no te causen problemas.
—Claro, es la maldición de las madres —dijo Joe riendo despreocupadamente—. Cuando yo era un chiquillo y me metía en problemas, mi madre siempre acababa su sermón con las mismas palabras: «Joe, hijo, cuando tengas hijos, espero que no te den ni la mitad de quebraderos de cabeza que tú me has dado.»
_____ siguió removiendo la masa y no contestó.
—¿Qué vas a hacer? —le preguntó.
Ella dejó de descargar su furia contra la masa de galletas.
—Voy a asegurarme de que no vuelve a ocurrir —dijo alcanzando un huevo. Lo rompió contra el borde de la fuente con una fuerza exagerada—. Voy a hablar con la madre del chico.
—¿Qué? —Joe la miró perplejo—. ¿Es que no tienes corazón, ______?
Ella apartó la cascara del huevo y se dio la vuelta:
—¿Qué?
—No puedes hablar con la madre del chico —dijo Joe moviendo la cabeza—, lo avergonzarás. Habla con él, si es lo que debes hacer, pero deja a la madre fuera.
—Ya debería estar avergonzado —respondió ella con vehemencia—. Debería estar más que avergonzado.
—¿Por qué? El chico sólo le estaba robando un beso a una chica bonita detrás de la iglesia. Creo que es de lo más inofensivo.
—Los besos no son inofensivos. Pueden llevar a…
Joe cruzó los brazos y la miró arqueando una ceja, esperando a que terminase.
______ apretó los labios y se dio la vuelta.
—Becky es demasiado joven para eso —dijo rompiendo otro huevo—. Sólo tiene catorce años.
—Sólo ha sido un beso. ¿Cuántos años tenías tú cuando te dieron a ti el primero, _____?
Ella volvió a remover la masa y no contestó. Joe observó su espalda rígida y pensó en aquella mañana en que ella le había masajeado la piel con el linimento y en la respuesta que él había tenido a su tacto. Pensó en la noche anterior cuando le había acariciado los labios y en cómo ella le había mirado con sus ojos grandes y aturdidos. Se preguntó si la habrían besado alguna vez. De pronto, quiso saber la respuesta. Lo deseó ardientemente.
—¿Cuántos años tenías, _____?
—No creo que sea asunto tuyo.
—Y yo creo que nunca te han besado.
—Pues te equivocas —cogió una botella de vainilla, la destapó y vertió una cucharada del líquido marrón en la fuente—. Dos veces —añadió dejando la botella de golpe. Un chorro de vainilla cayó sobre su mano y sobre la encimera de madera.
—¿Dos? ¿Dos veces en total?
Antes de que pudiera darse cuenta, le llegó un huevo volando, pero Joe era un buen boxeador y tenía reflejos rápidos, sabía esquivar. El huevo pasó por encima de su cabeza y se estrelló contra la puerta. La yema, la clara y la cascara resbalaron hasta el suelo. Él silbó, se irguió de nuevo y le sonrió:
—Buena puntería, pero demasiado lenta. ¿Quieres probar otro tiro?
—¿Siempre tienes que burlarte de mí? —preguntó con la voz temblorosa de furia.
Joe se acercó a ella y vio cómo _____ daba un paso hacia atrás y chocaba con la encimera. Se detuvo a unos centímetros de ella y abrió los brazos.
—Bueno, venga, estoy listo.
—¿Para qué?
—Te han besado dos veces. Demuéstrame tu experiencia. Enséñame cómo se hace.
—¡No lo haré!
Joe observó su expresión sorprendida y furiosa y asintió despacio.
—Tal como me suponía. Ni un solo beso en toda tu vida.
_____ levantó la barbilla y lo miró ceñuda. Él le respondió con una sonrisa maliciosa y esperó.
—Está bien —dijo ella, reaccionando inesperadamente al desafío de su sonrisa. Se puso de puntillas, le besó levemente los labios y se apartó de nuevo, tan rápido que Joe apenas se dio cuenta—. Ahí tienes.
—¿A eso le llamas tú un beso? —Negó con la cabeza—. _____, no sé lo que era eso, pero no era un beso.
Ella enrojeció y en su rostro se reflejó una expresión de dolor.
—No hay necesidad de que te rías de mí, no todos tenemos tu… tu…
—¿Mi qué?
—Tu capacidad para pecar —soltó.
—Así que besar es un pecado, ¿no?
—Estoy segura de que el modo en que tú besas, sí es pecado.
—Dios, eso espero —le respondió Joe después de echar la cabeza hacia atrás y lanzar una carcajada.
A ella no le pareció que aquello fuera divertido.
—Tú sabes todo sobre el tema, claro. Estoy segura de que has besado a muchas mujeres.
____ empezó a darse la vuelta, pero él levantó los brazos y los apoyó en la encimera atrapándola. Se inclinó hacia ella y olió su aroma a vainilla.
—He tenido una buena ración, sí —murmuró—. ¿Quieres que te enseñe cómo hay que hacerlo?
En el rostro de _____ pudo vislumbrar el pánico, pero ella echó la cabeza hacia atrás, lo miró a los ojos y le dijo remilgadamente:
—No, señor Branigan, no quiero.
Joe sonrió. Ninguna mujer podía levantar la nariz como lo hacía ella.
—¿Tienes miedo de que mis formas pecaminosas te corrompan? —Bajó la cabeza hasta que su boca estuvo a unos centímetros de la de ____—. Al fin y al cabo, puede que te guste.
—Lo dudo.
Aquello era demasiado. No podía dejar pasar aquel comentario desafiante.
—Así que dudas de mí, ¿eh? —Le tocó la comisura de los labios con la boca—. Creo que no tienes suficiente información para juzgar.
Movió ligeramente la cabeza y le tocó la comisura opuesta de la boca.
—Lo que importa de los besos —dijo acariciando los labios de ella con los suyos cada vez que pronunciaba una palabra— es no pensar mucho en ellos.
Cerró los ojos disfrutando del olor a vainilla que los envolvía. Sintió los labios de ______ temblar bajo los suyos, pero no se movió. Notó cómo se ponía tensa, pero no le empujó para apartarlo. Pasó la lengua por sus labios cerrados, tanteándola, persuadiéndola, hasta que ella se rindió y su boca se abrió contra la de él con un sonido de sorpresa, dándole la respuesta a su pregunta.
Joe sólo había estado bromeando, pensando que se trataba sólo de un juego, pero de pronto ya no era un juego en absoluto. La besó más profundamente y apoyó su cuerpo contra el de ella, apretándole la espalda contra el armario bajo de la cocina. La agresividad del movimiento debió asustarla, porque levantó las manos para apartarlo, pero él no iba a permitírselo. Le agarró las manos, entrelazando sus dedos con los de ella, y las hizo descender mientras saboreaba la suavidad de su boca. Su breve resistencia desapareció y sus manos se relajaron. Las soltó y le cogió la cabeza, quitándole las horquillas y soltándole el cabello. Las horquillas se desparramaron por la encimera y el suelo y Joe hundió los dedos en su cabello y tomó sus gruesos mechones con las manos.
Algo le decía que debía parar, que aquel tonto juego que había empezado con ella había ido demasiado lejos. Apartó los labios, con la intención de detener el beso antes de que el poco juicio que le quedaba se desvaneciese, pero entonces ______ dejó escapar un gemido, un palpitante gemido, mezcla de inocencia e invitación, y su último vestigio de lucidez se disolvió.
Le cubrió de besos la barbilla, el cuello, por encima de la tela de un blanco prístino, las orejas… Le echó el pelo hacia atrás y le mordisqueó la suave piel de su lóbulo, notando cómo ella temblaba. Agarró su enredado cabello con una mano y con la otra descendió hasta su cintura, rodeándola y apretándola con fuerza contra él, notando cada una de sus suaves curvas bajo su cuerpo. Sus caderas se movieron ante su presión y Joe tembló de puro placer. Quería tomarla ahí mismo, en el suelo, quería sentirla moverse debajo de él, quería sentir sus muslos alrededor de los suyos.
Apartó las manos de su cabello y las hizo descender hasta abrirlas suavemente sobre sus pechos. La besó de nuevo, pero no con ternura sino con fuerza y deseo. Mientras saboreaba su boca, movió su dedo pulgar formando lentos círculos sobre el pecho de _____ y a través de las capas de telas, notó su respuesta.
Ella dejó de besarlo, desesperada por una bocanada de aire. Y entonces Joe más allá de sus propios gemidos y de la lujuria que lo poseía el cuerpo entero, la oyó decir su nombre. No sabía si a modo de concesión o de protesta, pero en aquella súplica susurrante halló un atisbo de cordura.
Dios, ¿qué estaba haciendo? Se echó hacia atrás, resollando, desconcertado ante esa fuerza ardiente y arrebatadora que casi le había hecho tomarla en el suelo. La dejó apartarse y dio un paso hacia atrás con el cuerpo todavía poseído de una excitación frustrada. Miró los grandes y asustados ojos de ______, luchando por recuperar el control. Años de voluntad y disciplina, años de rígido control y emociones fuertemente contenidas, todo casi hecho trizas por un beso.
—Pensándolo mejor —murmuró—, quizás deberías hablar con la madre de ese chico.
Se dio la vuelta y salió de la casa, respirando profundamente el bochornoso aire veraniego, pero no podía desprenderse del exquisito aroma a vainilla.
Durante la noche, Joe tuvo sueños vagos y sombríos que hicieron que al despertarse se sintiese inquieto y nervioso. Estaba apenas amaneciendo, pero se vistió y se fue a dar su paseo.
No podía recordar exactamente los sueños que había tenido, pero de todos modos le inquietaban. En su mente, podía oír el eco de los vagos susurros de sus fantasmas, recordándole que todavía estaban con él. Paseó concentrándose en la inane tarea de poner un pie detrás de otro. Quería seguir caminando sin parar, lejos de aquel lugar, lejos del pasado, lejos de sí mismo.
Pero no podía ser. Le había prometido a ______ que se quedaría hasta la cosecha, que le ayudaría a recolectar los melocotones. Era la primera promesa que le hacía a alguien en mucho tiempo, y ya le pesaba. Joe caminó hasta que el sol estuvo en lo alto y hasta que la sensación de inquietud lo abandonó. Dio la vuelta y comenzó a desandar sus pasos en dirección a la casa. Pero cuando pasaba junto al establo, sus pensamientos se vieron interrumpidos por una voz llena de cansancio y frustración.
—Cally, vieja mula tozuda, ¡vuelve aquí!
Joe giró la esquina del establo y se encontró a ____- allí de pie junto a una tremenda abertura en la cerca, con las manos en las caderas, contemplando a la mula que trotaba lejos de ella a través del campo sin ninguna intención de volver dentro de los límites del pasto. ______ no lo vio.
—Terca —murmuró entre dientes contemplando a la mula—. Eres una terca.
Joe sonrió y se apoyó contra la pared del establo viendo cómo ______ perseguía a la mula a través del campo y la falda gris de su vestido de domingo flotaba movida por la cálida brisa. La mujer hacía todo lo posible por llevar al animal en la dirección correcta, pero Cally tenía otras intenciones.
—¿Necesita ayuda? —le preguntó cuando ella se detuvo a tomar aire.
—¿Cuánto tiempo lleva ahí? —preguntó _____ dándose la vuelta.
—El suficiente. —Se acercó a ella todavía sonriendo.
______ no le devolvió la sonrisa, pero señaló a la mula, que se había detenido a unos metros de distancia.
—Cally ha roto otra vez la cerca. Vaya mula, siempre escapándose.
Frunció el ceño y se dirigió al animal.
—Nunca debería haberte comprado. Debería haber dejado que Elroy te disparase.
Cally torció la cabeza sin sentirse intimidada en absoluto. Golpeó el suelo con la pezuña como si se estuviese preparando para seguir con la persecución.
—¿Elroy? —preguntó Joe parándose junto a ella—. ¿Elroy Harlan?
—¿Cómo…? —comenzó. Pero se dio cuenta de que ya sabía la respuesta a su pregunta—. Elroy es el tipo con el que se enfrentó en el ring —añadió con un tono de desaprobación en la voz.
—Por lo menos gané la pelea. Elroy ni siquiera aguantó el primer round.
_____ alzó la frente sin dejarse impresionar.
—No me sorprende que se haya metido a boxear. Supongo que necesita el dinero. Antes era propietario de las tierras al otro lado de Sugar Creek, pero perdió la granja hace unos años. Elroy, un viejo malo y tonto —añadió—. Cally solía escaparse de su prado y salir corriendo. Un día vi que la estaba persiguiendo a través del bosque con la escopeta gritándole que iba a dispararle. Lo habría hecho y yo no podía dejar que eso ocurriera. Así que le dije a Elroy que me quedaría con la mula, le pagué dos dólares —movió la cabeza y miró a Joe—. Creo que me timó.
Él se acercó a _____.
—Si usted va por el otro lado —le susurró en tono conspiratorio—, la tenemos.
—De acuerdo —asintió ella—, pero no se sorprenda si consigue zafarse de los dos.
Quince minutos más tarde, una Cally contrariada estaba de nuevo dentro del prado y Joe estaba examinando la cerca.
—No me extraña que se haya escapado, las estacas están muy sueltas y con sólo presionar un poco se rompe la cerca. Mire.
Se puso junto a la valla y con el puño golpeó una de las tablas. Los clavos que las sujetaban saltaron y la valla cayó al suelo.
—A la mula le ha bastado con dar un par de coces.
—Sé que la valla está en muy mal estado, pero cada vez que pongo un clavo bien, parece que se suelta otro.
—¡Mamá! —se oyó la voz de Becky desde el porche trasero—. Si no nos damos prisa, llegaremos tarde a misa.
_____ miró a su hija que estaba al otro lado del patio.
—Lo sé, cariño, pero primero tengo que enganchar el carromato.
Joe volvió a poner la tabla que había quitado en su sitio.
—Si me da un martillo y algunos clavos, arreglaré la valla mientras están en la iglesia.
Su oferta pareció sorprender a _____.
—¿Lo hará?
—Ya que me voy a quedar un mes, por lo menos podré ocuparme de algo útil.
Ella le regaló una de aquellas impresionantes sonrisas que siempre lo pillaban desprevenido.
—Gracias, señor Branigan.
—Pero tengo algo que decir. Deja de llamarme señor Branigan, tengo un nombre propio.
Ella lo miró pensativamente.
—¿Eso quiere decir que ahora somos amigos?
Él miró más allá del prado. Hacía mucho tiempo que no estaba en un sitio el tiempo suficiente como para hacer amigos.
—Supongo que sí —admitió.
Pero mientras la miraba marcharse contemplaba admirado sus caderas cimbreantes, recordó la suavidad de su boca bajo sus dedos y pensó que el término amistad sonaba demasiado suave.
Después de la misa del domingo, _____ quería volver a casa con las niñas directamente, pero Oren Johnson la detuvo a la salida de la iglesia.
—¿Tienes un minuto, ______? Quiero hablar contigo.
—Por supuesto —miró alrededor para controlar a sus hijas. Becky estaba a los pies de las escaleras de la iglesia hablando con Jeremiah, Miranda estaba sufriendo los pellizcos en las mejillas de las hermanas Chubb y Carrie estaba en un círculo con Jimmy Johnson y Bobby McCann, seguramente planeando alguna travesura.
—Becky —llamó a su hija, pero tuvo que repetir su nombre dos veces más hasta que logró que distrajese la atención de su amigo—. Vigila a tus hermanas, volveré en seguida.
La chica asintió y se volvió hacia Jeremiah mientras ______ seguía a Oren lejos de la iglesia por la calle principal del pueblo.
—Ya te he dicho que podías comprarme el ternero de Princess —le dijo riéndose—. No te preocupes que no se lo voy a vender a nadie más.
Oren negó con la cabeza.
—Esto no tiene nada que ver con el ternero. —Se detuvo y se dio la vuelta—. ¿Te ha hecho Nick nuevas ofertas por Peachtree? —le preguntó en voz baja, mirando a su alrededor para asegurarse de que nadie le podía oír.
—Hace un par de semanas me volvió a pedir que se la vendiese y le dije que no, por supuesto. ¿Por qué?
—¿Te ha amenazado?
—No, no abiertamente. —Vio la mirada sombría de Oren—. Al día siguiente de rechazar su última oferta, algunos de mis melocotoneros aparecieron con el tronco medio cortado. Murieron, claro. Vi algunas colillas de cigarrillo y pensé que a lo mejor habían sido los Harlan.
—Pudieron ser ellos. Elroy y sus chicos trabajan para Nick.
—Es difícil de creer —dijo ella suspirando.
—¿Por qué? Nick es un codicioso hijo de… —se calló al ver la expresión ceñuda de desaprobación de ______—. Perdona, _____. Es codicioso, ya lo sabes.
—Lo sé, pero conozco a Nick de toda la vida, y no siempre fue así. Cuando yo era una niña, era amable conmigo, incluso dulce. No me gusta pensar que puede hacer algo así.
—______, podría llegar a hacer cosas peores si sigues negándote a vender. Ya sabes que desea desesperadamente el acuerdo del ferrocarril y tú eres la única que puede estropear sus planes.
Oren miró a su alrededor incómodo.
—Creo que Nick está recibiendo presiones de su suegro para que el tema de la tierra quede resuelto.
—¿Por qué piensas eso?
— Nick recibió un telegrama hace dos semanas y media y otro la semana pasada —contestó. Uno de los hijos de Oren trabajaba en la oficina del telégrafo y por eso él tenía esa información—. Los dos eran de Hiram Jamison. Esa es la razón por la que él y su mujer se fueron de manera inesperada a Nueva York. No tenían planeado ir este año, pero por alguna razón cambiaron de opinión. Según su mujer, estarán fuera unas seis semanas.
Olivia no pudo evitar sonreír.
—Oren, estás más al tanto de los cotilleos que Martha.
Él le devolvió la sonrisa.
—Ya sabes que la hermana de Kate trabaja de sirvienta en casa de Nick.
No era sorprendente entonces que las noticias en Callersville corrieran como la pólvora. Era más eficaz que un telegrama.
Oren dejó de sonreír.
—Si su suegro está impacientándose y empieza a presionar, Nick podría empezar a actuar con malos modos. Quizás deberías trasladarte al pueblo una temporada.
______ negó con la cabeza.
—No puedo. Tengo que recolectar la cosecha de melocotones dentro de un mes. Además, no pasará nada hasta que no vuelva Nick.
—Yo no estaría tan seguro, _____. Joshua y sus hermanos están aquí para hacer el trabajo sucio de Nick. —Movió el ala del sombrero—. A Kate y a mí nos preocupa que estéis solas las niñas y tú en Peachtree.
Pero ella y las niñas no estaban solas. _____ pensó en Joe y dio gracias a Dios de que hubiera decidido quedarse un mes más.
—Estaremos bien. Nick no nos haría daño, ni le ordenaría a Joshua nada parecido.
—Espero que tengas razón —le contestó Oren.
—Gracias por contarme todo esto.
—No hay de qué. Para eso estamos los vecinos. Me alegro de que mis tierras no estén en el trazado del ferrocarril de Nick. Ten cuidado, ______.
Se separaron en la iglesia y _____ buscó a sus hijas, pero sólo pudo encontrar a Miranda. La niña todavía era presa de las hermanas Chubb. Sabiendo que la pequeña estaba bien, aunque no precisamente contenta, fue en busca de las otras dos. La ausencia de Carrie no le sorprendía, pero la de Becky sí. Le había pedido que cuidara de sus hermanas y Becky era muy obediente. No era propio de ella desaparecer así.
Fue a buscar a Carrie primero. Tenía la sospecha de que la encontraría haciendo alguna travesura con Jimmy y Bobby y, efectivamente, vio confirmadas sus sospechas cuando se encontró a los tres jugando a las canicas en el suelo detrás de la iglesia. Les dio un acalorado sermón sobre jugar a las canicas en domingo y puso fin al juego para consternación de Carrie.
—Me estaba yendo de fábula, mamá —protestó la niña mientras _____ la arrastraba y dejaban a los niños detrás para que recogiesen sus canicas—. Estaba ganando.
—Caroline Marie, te lo he dicho no una sino mil veces. No se juega a las canicas en domingo. Debería avergonzarte comportarte de ese modo.
Carrie realmente intentó que pareciese que se arrepentía. Bajó la cabeza y arrastró los pies. ______ suspiró.
—¿Has visto a Becky?
—Ha ido a dar un paseo junto al riachuelo —contestó la niña señalando el bosque cercano—, pero dijo que volvía en seguida.
—¿Un paseo? —repitió ______ sorprendida. Era muy extraño que Becky se hubiera ido a dar un paseo cuando ella le había pedido que vigilase a sus hermanas—. Carrie, quiero que vayas a buscar a tu hermana mientras recojo a Miranda y traigo la carreta.
La niña se dio la vuelta y corrió hacia el bosque a buscar a Becky. _____ arrancó a la pobre Miranda de las garras de las hermanas Chubb y cruzó la calle en dirección a la carreta. La pequeña subió en la parte de atrás y ella condujo el carromato hasta pasar la iglesia. Desde el lugar donde se detuvo, se podía ver claramente el bosquecillo que rodeaba Sugar Creek. Miranda y ella estuvieron esperando unos cinco minutos y por fin Becky y Carrie salieron de entre los árboles corriendo hacia el carromato. Carrie subió a la parte trasera junto a Miranda y Becky se subió a la parte delantera al lado de ______.
—Perdona, mamá —dijo sin aliento y sin mirarla.
—¿Dónde estabas? —le reprendió _____ con suavidad mientras agitaba las riendas para poner el carromato en marcha y empezaban a circular por la carretera—. ¿Cómo has dejado a tus hermanas solas?, ¿en qué estabas pensando?
—No pretendía alejarme tanto rato —murmuró la chica—. Y no estaban solas. Estaban rodeadas de gente.
—Esa no es la cuestión. Te dije que las vigilases.
—Pero ¿cómo iba a hacerlo? —soltó Carrie—. Estaba demasiado ocupada intercambiando saliva con Jeremiah Miller junto al río.
—¡Carrie! ¡Mocosa! —gritó Becky al mismo tiempo que _____ tiraba de las riendas para detener el carro.
Miró a su hija mayor y vio cómo enrojecía hasta la raíz del cabello.
—¿Es eso verdad? —le preguntó.
Becky bajó la vista y se removió en el asiento. Su embarazo confirmaba el comentario de su hermana.
—Fue sólo uno —murmuró.
_____ se sintió consternada.
Miró a las dos niñas que iban detrás, después de nuevo a Becky y dijo:
—Hablaremos de esto cuando lleguemos a casa —dijo severamente, y agitó de nuevo las riendas poniendo el carro en marcha. El viaje hasta casa transcurrió en silencio y se hizo largo. Ni siquiera Carrie supo qué decir.
Joe notó la tensión en el ambiente en cuanto entraron en la casa. Había terminado de poner los clavos en la desvencijada valla y estaba trabajando en lo que ______ había llamado «deberes» para la siguiente lección. Levantó la vista de la pizarra cuando las vio entrar y con sólo una mirada al rostro de ______ pudo comprobar que algo no iba bien.
—Carrie —dijo ______— vete con Miranda al jardín y llenad un cubo con esas patatas dulces que tenemos mientras Becky y yo tenemos una pequeña charla. Y corta también algunas hojas de calabaza —miró a Joe—. El señor Joe te ayudará.
Él se levantó y siguió a las niñas afuera, preguntándose qué estaría pasando. No tardó mucho en averiguarlo. Cuando sólo habían desenterrado un par de patatas, Carrie ya lo había puesto al día y había lanzado a modo de conclusión:
—Becky se ha metido en un buen lío.
—Mamá no está contenta —añadió Miranda.
Joe se lo podía imaginar. Se acordaba de la primera vez que su madre había pillado a Kevin en el granero con Maud O'Donnell y lo furiosa que se había puesto. El castigo para Kevin había sido inmediato y severo. Siguieron los golpes con la vara, las preguntas, las recriminaciones y la confesión al padre Donovan con la penitencia de interminables horas de rodillas. Joe recordaba lo humillantes que habían sido las preguntas y la inutilidad de los castigos. Kevin no había dejado de sobar a Maud, simplemente había logrado ser más hábil para que no le pillasen. Si su madre hubiese estado viva cuando él empezó a disfrutar de esa actividad en particular, Joe habría sufrido la misma suerte que Kevin. También sabía que los castigos de su madre no le habrían impedido seguir actuando igual.
—¿Por qué la gente quiere besarse? —preguntó Carrie interrumpiendo sus pensamientos—. A mí me parece algo muy tonto.
—Algún día no opinarás así —dijo él sonriendo.
La niña frunció el ceño escéptica.
—Los chicos están bien —admitió a regañadientes—. Les gusta hacer cosas divertidas, jugar a canicas, ir a pescar… Pero creo que no quiero besar a ninguno —añadió dubitativa.
Joe desenterró otra patata dulce, le quitó la tierra y la añadió al montón.
—Así que piensas que los chicos hacen cosas divertidas, ¿verdad?
Ella asintió.
—El padre de Jimmy le construyó una cabaña en un árbol el año pasado, pero no me deja subir. Dicen que son cosas de chicos, así que a mí me lo tienen prohibido. Si yo tuviese una cabaña en un árbol, les dejaría subir. ¿Por qué ellos no me dejan a mí?
Él meditó un instante.
—Quizás piensen que deberías estar jugando con tus amigas, haciendo cosas de chicas.
—¿Como jugar con muñecas? —dijo Carrie arrugando la nariz con desagrado—. ¡Puaj!
—¿Qué hay de malo en jugar con muñecas? —preguntó Miranda—. A mí me gusta.
—Es aburrido —afirmó su hermana mientras ponía otra patata en el montón—. Creo que besarse también debe ser aburrido. No entiendo por qué Becky quería besar a Jeremiah. El verano pasado ni siquiera le gustaba. Decía que era muy delgado y que tenía la voz rara.
—Quizás ahora ha cambiado de opinión —sugirió Joe—. Puede que ahora le guste.
—Supongo. Pero te tiene que gustar el chico un montón, ¿no? A mí me gusta Bobby, pero si alguna vez intenta besarme, le daré un tortazo.
Joe observó a la chiquilla frente a él y se imaginó muy bien la persecución a la que podría someter a Bobby McCann algún día. Casi le dio pena el chico.
Mientras Carrie hablaba con Joe sobre las transgresiones de Becky, _____ estaba intentando hacerse cargo de ellas. Observó a su hija mayor al otro lado de la mesa de la cocina y notó su expresión de resentimiento y obstinación. Tuvo la impresión de que no estaba manejando muy bien la situación.
—¡No es justo! —gritó Becky—. Carrie siempre se está metiendo en líos y nunca le dices nada.
—Eso no es verdad.
—Sí, lo es. Me siguió a escondidas y me espió y después te lo contó. Pero no has dicho nada acerca de eso.
—Me ocuparé de Carrie después —contestó _____— pero ahora mismo no estamos hablando de ella. Hablamos de ti. Te pedí que vigilases a tus hermanas y me desobedeciste. ¿Y si hubiera pasado algo? ¿Y si Miranda se hubiese marchado y hubiese sufrido algún accidente?
—A Miranda no le ha pasado nada.
—Pero podría haber pasado cualquier cosa y tú no habrías estado allí. Becky, yo cuento contigo para ayudarme con las niñas. Necesito que seas responsable.
—¿Por qué tengo que ser yo siempre la responsable? —soltó la chica—. ¿Por qué tengo que ser siempre la niña buena? «Becky, vigila a las niñas», «Becky, trae los huevos», «Becky, haz esto», «Becky, haz lo otro». ¡Estoy harta!
_____ miró fijamente el rostro enrojecido y furioso de su hija, demasiado sorprendida para estar enfadada. Nunca, ni una sola vez en seis años, le había levantado la voz y no podía acabar de digerir que lo estaba haciendo en aquel momento.
—No me había dado cuenta de que te sentías de ese modo —consiguió decirle.
—Bueno, ya no quiero seguir siendo la niña buena —continuó Becky desafiante—. No quiero que me manden y que me digan lo que tengo que hacer. Tengo catorce años, ya soy mayor para pensar por mí misma.
______ miró el rostro rebelde de su hija y sabía que era algo que tenían que discutir, pero estaba totalmente perdida, no sabía cómo hacerlo.
—Cariño, puede que pienses que sabes lo que estás haciendo, pero no es así.
La chica puso una cara aún más seria y tozuda y ______ supo que había dicho lo que no debía. Se aclaró la garganta y volvió a empezar.
—Becky, yo te quiero y por eso me preocupo por ti. Besarse es…
Se le quebró la voz y miró a su hija con aflicción y vergüenza. Dios, qué difícil era hablar de eso. ¿Cómo podía explicarle la vida a una inocente niña de catorce años si ella misma era igual de inocente con veintinueve? ¿Cómo podía advertirle a Becky sobre temas de los que ella apenas tenía un vago conocimiento? Su propia madre no había estado allí para contarle nada sobre besos entre chicos y chicas.
Se inclinó hacia adelante, juntó las manos sobre la mesa e hizo un nuevo intento de discutir la situación razonablemente.
—Becky, besarse es algo que una chica de tu edad no debería hacer. Puede… —Dios, dame fuerza—. Puede llevar a otras cosas…
—¿Cómo lo sabes? —le soltó Becky como si le hubiera leído los pensamientos—. Tú nunca has tenido novio.(golpe bajo)
_____- se tragó el nudo que se le había formado en la garganta.
—Es verdad…
—Que tú nunca hayas tenido novio no significa que yo no pueda tenerlo.
—No digo que no puedas tener novio. Sólo digo que eres demasiado joven para eso. Sólo tienes catorce años. Tienes todavía mucho tiempo. Cuando tengas dieciséis…
—¿Dieciséis? —le cortó Becky—. ¡Faltan dos años para eso! ¿Y si hay otra guerra y todos los chicos se van al frente? ¡Seré una solterona!(2º golpe auch! Eso duele)
Sonaba tan tremendamente dramática que ___ casi sonrió.
—Cariño, no va a haber otra guerra. Y aunque no lo creas, dos años no es tanto.
—¡Dos años es una vida entera!
—Sé que puede parecerlo, pero no es así.
La expresión terca de Becky no se suavizó y _____ decidió que era el momento de ponerse firme.
—No tienes edad para ir de paseo con un chico y menos aún sin acompañante. Algo así puede arruinar la reputación de una chica. En cuanto a Jeremiah, creía que era un buen chico, educado, pero este incidente hace que reconsidere mi opinión sobre él. Creo que sería mejor si no le vieses de ahora en adelante.
—¿Qué quieres decir? —dijo Becky poniéndose de pie tan de golpe que la silla salió despedida hacia atrás—. ¿Y qué pasa cuando empiece el colegio? Jeremiah y yo siempre vamos juntos al salir de clase a la tienda a tomar regaliz.
—Lo sé —dijo _____ levantándose también—. Creo que sería mejor que no lo hicieseis durante una temporada.
—¡Y yo creo que eres mala y odiosa!
_____ sintió que se le despertaba el genio.
—Ese comentario era innecesario, Rebecca Ann —dijo duramente—. No hay nada que discutir al respecto. Por el momento no vas a ir a ningún sitio con Jeremiah. Tengo la intención de discutir esto con Lila y asegurarme de que no vuelva a ocurrir.
—¿Qué? —Becky la miró desconcertada—. No puedes. ¿Pretendes humillarme? Jeremiah no me volverá a dirigir la palabra.
—En las actuales circunstancias, creo que eso será una bendición.
El rostro de Becky se contrajo desolado.
—¿Cómo puedes hacerme esto? —estalló—. ¡Te odio!
Corrió fuera de la cocina llorando y dio un portazo al salir.
_____ dio un respingo. Se inclinó hacia adelante y se apretó la frente con los dedos. Se sentía enfadada y muy preocupada. Había ocasiones en las que ser madre era agotador.
Cuando Joe abrió la puerta trasera y miró dentro, vio a _____ de pie frente a la encimera de la cocina sujetando una fuente con una mano y una cuchara con la otra. Estaba removiendo el contenido de la fuente con furia y apenas lo miró.
—¿Es seguro entrar? —preguntó él desde la puerta.
—No sé a qué te refieres. —Dejó de golpe la fuente sobre la encimera y cogió el pote de harina.
—Por la forma en que Becky ha salido de aquí, pensaba que había estallado una guerra. He mandado a Carrie y a Miranda con ella sólo para asegurarme de que no hace nada dramático y estúpido, como irse de casa.
_____ empezó a poner harina en la fuente y no contestó.
Joe entró en la cocina y dejó un montón de patatas dulces en la caja que había junto a la entrada. Cerró la puerta y se apoyó en ella estudiando a ______. No la había visto tan enfadada desde que descubrió que él se ganaba la vida boxeando. Se enfadaba por cosas muy extrañas. La decente, remilgada y estirada _____.
—Así que ¿cuál es el destino de la pobre Becky? —preguntó.
Ella dejó el pote de harina de nuevo en su sitio y siguió removiendo la masa de la fuente.
—Supongo que Carrie te lo ha contado todo.
—Hasta el más mínimo y fascinante detalle.
—Me alegra que lo encuentres fascinante —dijo ella enfadada—. Espero que cuando tú tengas hijas no te causen problemas.
—Claro, es la maldición de las madres —dijo Joe riendo despreocupadamente—. Cuando yo era un chiquillo y me metía en problemas, mi madre siempre acababa su sermón con las mismas palabras: «Joe, hijo, cuando tengas hijos, espero que no te den ni la mitad de quebraderos de cabeza que tú me has dado.»
_____ siguió removiendo la masa y no contestó.
—¿Qué vas a hacer? —le preguntó.
Ella dejó de descargar su furia contra la masa de galletas.
—Voy a asegurarme de que no vuelve a ocurrir —dijo alcanzando un huevo. Lo rompió contra el borde de la fuente con una fuerza exagerada—. Voy a hablar con la madre del chico.
—¿Qué? —Joe la miró perplejo—. ¿Es que no tienes corazón, ______?
Ella apartó la cascara del huevo y se dio la vuelta:
—¿Qué?
—No puedes hablar con la madre del chico —dijo Joe moviendo la cabeza—, lo avergonzarás. Habla con él, si es lo que debes hacer, pero deja a la madre fuera.
—Ya debería estar avergonzado —respondió ella con vehemencia—. Debería estar más que avergonzado.
—¿Por qué? El chico sólo le estaba robando un beso a una chica bonita detrás de la iglesia. Creo que es de lo más inofensivo.
—Los besos no son inofensivos. Pueden llevar a…
Joe cruzó los brazos y la miró arqueando una ceja, esperando a que terminase.
______ apretó los labios y se dio la vuelta.
—Becky es demasiado joven para eso —dijo rompiendo otro huevo—. Sólo tiene catorce años.
—Sólo ha sido un beso. ¿Cuántos años tenías tú cuando te dieron a ti el primero, _____?
Ella volvió a remover la masa y no contestó. Joe observó su espalda rígida y pensó en aquella mañana en que ella le había masajeado la piel con el linimento y en la respuesta que él había tenido a su tacto. Pensó en la noche anterior cuando le había acariciado los labios y en cómo ella le había mirado con sus ojos grandes y aturdidos. Se preguntó si la habrían besado alguna vez. De pronto, quiso saber la respuesta. Lo deseó ardientemente.
—¿Cuántos años tenías, _____?
—No creo que sea asunto tuyo.
—Y yo creo que nunca te han besado.
—Pues te equivocas —cogió una botella de vainilla, la destapó y vertió una cucharada del líquido marrón en la fuente—. Dos veces —añadió dejando la botella de golpe. Un chorro de vainilla cayó sobre su mano y sobre la encimera de madera.
—¿Dos? ¿Dos veces en total?
Antes de que pudiera darse cuenta, le llegó un huevo volando, pero Joe era un buen boxeador y tenía reflejos rápidos, sabía esquivar. El huevo pasó por encima de su cabeza y se estrelló contra la puerta. La yema, la clara y la cascara resbalaron hasta el suelo. Él silbó, se irguió de nuevo y le sonrió:
—Buena puntería, pero demasiado lenta. ¿Quieres probar otro tiro?
—¿Siempre tienes que burlarte de mí? —preguntó con la voz temblorosa de furia.
Joe se acercó a ella y vio cómo _____ daba un paso hacia atrás y chocaba con la encimera. Se detuvo a unos centímetros de ella y abrió los brazos.
—Bueno, venga, estoy listo.
—¿Para qué?
—Te han besado dos veces. Demuéstrame tu experiencia. Enséñame cómo se hace.
—¡No lo haré!
Joe observó su expresión sorprendida y furiosa y asintió despacio.
—Tal como me suponía. Ni un solo beso en toda tu vida.
_____ levantó la barbilla y lo miró ceñuda. Él le respondió con una sonrisa maliciosa y esperó.
—Está bien —dijo ella, reaccionando inesperadamente al desafío de su sonrisa. Se puso de puntillas, le besó levemente los labios y se apartó de nuevo, tan rápido que Joe apenas se dio cuenta—. Ahí tienes.
—¿A eso le llamas tú un beso? —Negó con la cabeza—. _____, no sé lo que era eso, pero no era un beso.
Ella enrojeció y en su rostro se reflejó una expresión de dolor.
—No hay necesidad de que te rías de mí, no todos tenemos tu… tu…
—¿Mi qué?
—Tu capacidad para pecar —soltó.
—Así que besar es un pecado, ¿no?
—Estoy segura de que el modo en que tú besas, sí es pecado.
—Dios, eso espero —le respondió Joe después de echar la cabeza hacia atrás y lanzar una carcajada.
A ella no le pareció que aquello fuera divertido.
—Tú sabes todo sobre el tema, claro. Estoy segura de que has besado a muchas mujeres.
____ empezó a darse la vuelta, pero él levantó los brazos y los apoyó en la encimera atrapándola. Se inclinó hacia ella y olió su aroma a vainilla.
—He tenido una buena ración, sí —murmuró—. ¿Quieres que te enseñe cómo hay que hacerlo?
En el rostro de _____ pudo vislumbrar el pánico, pero ella echó la cabeza hacia atrás, lo miró a los ojos y le dijo remilgadamente:
—No, señor Branigan, no quiero.
Joe sonrió. Ninguna mujer podía levantar la nariz como lo hacía ella.
—¿Tienes miedo de que mis formas pecaminosas te corrompan? —Bajó la cabeza hasta que su boca estuvo a unos centímetros de la de ____—. Al fin y al cabo, puede que te guste.
—Lo dudo.
Aquello era demasiado. No podía dejar pasar aquel comentario desafiante.
—Así que dudas de mí, ¿eh? —Le tocó la comisura de los labios con la boca—. Creo que no tienes suficiente información para juzgar.
Movió ligeramente la cabeza y le tocó la comisura opuesta de la boca.
—Lo que importa de los besos —dijo acariciando los labios de ella con los suyos cada vez que pronunciaba una palabra— es no pensar mucho en ellos.
Cerró los ojos disfrutando del olor a vainilla que los envolvía. Sintió los labios de ______ temblar bajo los suyos, pero no se movió. Notó cómo se ponía tensa, pero no le empujó para apartarlo. Pasó la lengua por sus labios cerrados, tanteándola, persuadiéndola, hasta que ella se rindió y su boca se abrió contra la de él con un sonido de sorpresa, dándole la respuesta a su pregunta.
Joe sólo había estado bromeando, pensando que se trataba sólo de un juego, pero de pronto ya no era un juego en absoluto. La besó más profundamente y apoyó su cuerpo contra el de ella, apretándole la espalda contra el armario bajo de la cocina. La agresividad del movimiento debió asustarla, porque levantó las manos para apartarlo, pero él no iba a permitírselo. Le agarró las manos, entrelazando sus dedos con los de ella, y las hizo descender mientras saboreaba la suavidad de su boca. Su breve resistencia desapareció y sus manos se relajaron. Las soltó y le cogió la cabeza, quitándole las horquillas y soltándole el cabello. Las horquillas se desparramaron por la encimera y el suelo y Joe hundió los dedos en su cabello y tomó sus gruesos mechones con las manos.
Algo le decía que debía parar, que aquel tonto juego que había empezado con ella había ido demasiado lejos. Apartó los labios, con la intención de detener el beso antes de que el poco juicio que le quedaba se desvaneciese, pero entonces ______ dejó escapar un gemido, un palpitante gemido, mezcla de inocencia e invitación, y su último vestigio de lucidez se disolvió.
Le cubrió de besos la barbilla, el cuello, por encima de la tela de un blanco prístino, las orejas… Le echó el pelo hacia atrás y le mordisqueó la suave piel de su lóbulo, notando cómo ella temblaba. Agarró su enredado cabello con una mano y con la otra descendió hasta su cintura, rodeándola y apretándola con fuerza contra él, notando cada una de sus suaves curvas bajo su cuerpo. Sus caderas se movieron ante su presión y Joe tembló de puro placer. Quería tomarla ahí mismo, en el suelo, quería sentirla moverse debajo de él, quería sentir sus muslos alrededor de los suyos.
Apartó las manos de su cabello y las hizo descender hasta abrirlas suavemente sobre sus pechos. La besó de nuevo, pero no con ternura sino con fuerza y deseo. Mientras saboreaba su boca, movió su dedo pulgar formando lentos círculos sobre el pecho de _____ y a través de las capas de telas, notó su respuesta.
Ella dejó de besarlo, desesperada por una bocanada de aire. Y entonces Joe más allá de sus propios gemidos y de la lujuria que lo poseía el cuerpo entero, la oyó decir su nombre. No sabía si a modo de concesión o de protesta, pero en aquella súplica susurrante halló un atisbo de cordura.
Dios, ¿qué estaba haciendo? Se echó hacia atrás, resollando, desconcertado ante esa fuerza ardiente y arrebatadora que casi le había hecho tomarla en el suelo. La dejó apartarse y dio un paso hacia atrás con el cuerpo todavía poseído de una excitación frustrada. Miró los grandes y asustados ojos de ______, luchando por recuperar el control. Años de voluntad y disciplina, años de rígido control y emociones fuertemente contenidas, todo casi hecho trizas por un beso.
—Pensándolo mejor —murmuró—, quizás deberías hablar con la madre de ese chico.
Se dio la vuelta y salió de la casa, respirando profundamente el bochornoso aire veraniego, pero no podía desprenderse del exquisito aroma a vainilla.
Suzzey
Re: "Un Lugar Para Joe"
Capítulo 15 las niñas me recuerdan mucho a las de mi villano favorito mas carrie y miranda que opinan? es el uitimo cap de la maraton
Cuando Becky volvió a casa un par de horas más tarde, con los ojos rojos y la cara hinchada de tanto llorar, _____ se sintió tal como Becky le había espetado, malvada y odiosa. También se sentía como una auténtica hipócrita.
Vio cómo su hija atravesaba la cocina y subía arriba por las escaleras de atrás sin dirigirle una mirada.
—La cena está casi lista —le dijo.
—No tengo hambre —fue la seca respuesta que llegó desde arriba. Y un instante más tarde, se oyó el portazo que dio Becky al entrar en su habitación.
______ se apoyó en la encimera y se quedó mirando las tablas del suelo, donde todavía quedaba una horquilla. Notó que las mejillas se le enrojecían de pura culpa. Se agachó, recogió la horquilla y se la colocó en el moño que se había vuelto a hacer. Todavía podía sentir los dedos de Joe soltándole el pelo, jugando con él, arrancando en tres segundos la incondicional moral y los ideales virtuosos de toda su vida. Sólo unos minutos antes le había estado sermoneando a su hija sobre el decoro. Qué hipócrita era.
La cena resultó insoportable. Becky se quedó en su cuarto, Carrie y Miranda mantuvieron una cháchara monótona y joe actuó como si no hubiera ocurrido nada fuera de lo normal. Y era eso lo que más le dolía.
Todavía podía sentir el calor de su boca en todos los lugares donde le había besado, todavía podía sentir el peso de su cuerpo presionándola contra el armario bajo de la cocina. El solo recuerdo le hacía ponerse nerviosa, le hacía sentirse inquieta y extraña y culpable, muy culpable. Intentó cruzar una mirada con Joe a través de la mesa mientras él y Carrie hablaban de cabañas en los árboles y se preguntó cómo podía actuar como si aquel beso nunca hubiera sucedido, cómo podía actuar con tanta calma, con tanta indiferencia.
Pero claro está, él mismo había admitido que había besado a muchas mujeres.
_____ empujó su plato y se levantó. Preparó una bandeja y la llevó a la habitación de Becky, dejando a Joe y a Carrie hablar tranquilamente de las cabañas en los árboles.
No hubo respuesta cuando llamó a la puerta de la chica, pero ella la empujó suavemente y se encontró a su hija tumbada boca abajo en medio de la cama, con la cabeza enterrada en la almohada. No levantó la cabeza cuando ella entró en la habitación.
—He pensado que querrías comer algo.
—Vete —murmuró Becky desde las profundidades de su almohada.
_____ dejó la bandeja en el lavamanos y se dirigió hacia la cama. Se sentó en el borde y alargó la mano hasta tocar el hombro de su hija. Notó cómo se ponía tensa, pero no apartó la mano.
—Creo que tenemos que hablar —dijo _____ acariciando con suavidad el hombro de Becky—. Ya sé que ahora mismo no tienes ganas, pero tengo algo que decir, así que si quieres puedes limitarte a escucharme.
Hizo una pausa y luego continuó:
—Me puse muy nerviosa cuando me enteré de lo que había pasado esta tarde porque eres mi hija. Me resulta duro darme cuenta de que estás creciendo. Para mí, sigues siendo una niña.
—Tengo catorce años —dijo Becky sentándose—. Mi madre se casó con mi padre sólo con un año más que yo.
—Eso es cierto. —______ recordó que Sarah estaba embarazada de casi dos meses cuando se casó y que su padre casi acaba con Fank en un duelo, pero no se lo contó a Becky. Luchó contra el pánico protector que crecía en su interior y tomó aire—. ¿Quieres casarte con Jeremiah?
La cara de Becky cambió. De pronto, parecía contrariada y muy vulnerable.
—No lo sé —susurró.
—Cariño, Jeremiah es el primer chico que aparece en tu vida, es el primero por el que sientes algo, pero habrá otros. Creo que eso lo sabes —añadió con delicadeza—. Por eso estás insegura.
—Quería besarme —murmuró bajando la cabeza y mirándose las manos—. Y yo quería que lo hiciese. Tenía curiosidad. Quería saber… —su voz se quebró y no terminó la frase.
______ se mordió el labio. Lo comprendía perfectamente.
Becky la miró con ansiedad.
—¿Es eso malo, mamá?
Tenía la oportunidad servida para darle un buen sermón maternal. Pero pensó en Joe Branigan y no pudo hacerlo.
—¿Tú qué crees?
—¡No lo sé! ¡Estoy tan confusa!
______ la rodeó con el brazo y la atrajo hacia sí.
—Sé lo que quieres decir.
_____ abrazó a su hija durante un buen rato, acariciándole el cabello y dejándole pensar. Esperó hasta que Becky se apartó y se sentó de nuevo. Y entonces le dijo:
—¿Por qué no hacemos un trato? —Alargó el brazo y apartó un mechón de pelo de los ojos de la chica—. Yo te prometo que confiaré en ti. No te prohibiré ver a Jeremiah. Podéis seguir sentándoos juntos en misa y podéis ir juntos a por regaliz al colmado. No le contaré nada a Lila de todo esto. A cambio, tú me prometes que no traicionarás mi confianza. No irás a pasear a solas con él y no habrá más besos junto al río. Si quieres ir a pasear con él después de la iglesia, yo iré contigo.
—¡Mamá!
—Además, probablemente encontraré un montón de hierbas y flores silvestres para recoger y con seguridad podréis caminar más rápido que yo. —Vio cómo su hija sonreía—. ¿Trato hecho?
—Trato hecho.
—Bien, bueno, ¿ahora por qué no cenas algo? Luego iremos arriba a ver si encontramos un vestido para que lleves al baile de la cosecha.
—¿Me podrá llevar Jeremiah al baile?
—Por supuesto —contestó ______—. Dentro de un par de años.
Joe no podía dormir. Estaba tumbado en la cama pensando en ____, en cómo se había deshecho entre sus brazos, con aquella dulce rendición, cómo su propio deseo se había encendido, de repente, ardiente y tan intenso que todavía le dolía el cuerpo.
Nunca había perdido el control así con ninguna mujer. Por un momento, se había perdido con ella, olvidándolo todo. Toda una vida luchando para mantener sus pasiones a raya, una vida entera reprimiendo el odio y el amor y el miedo que rabiaban dentro de él, una vida entera tragándose el orgullo y bajando los ojos pretendiendo indiferencia. Una vida entera de control perdida. Sin contar con los carceleros de Mountjoy. Ellos le habían roto el control en mil pedazos con armas mucho más duras. Pero perder el control con una mujer cuya única arma era unos dulces ojos color chocolate y unos labios gruesos y suaves era una experiencia desconcertante. En una cocina, por Dios bendito, a plena luz del día, pudiendo haber entrado cualquiera de las niñas y haberlos visto allí.
Era fatal ser vulnerable, necesitarla, desearla.
Pero era así. Quería volver a tocarla, quería perderse en su suavidad y en su calidez otra vez. Aquel conflicto lo estaba volviendo loco.
Y ella no tenía ni idea. _____ no era el tipo de mujer a la que él podría perder y luego dejarla atrás. Era inocente. Decente y completamente inocente. Todavía podía verla mirándolo sorprendida, con los ojos muy abiertos, los dedos sobre los labios, los rizos de su largo cabello castaño revueltos y su respiración entrecortada y jadeante.
Por la ventana le llegaba el chirrido incesante de los grillos y el croar de los sapos. Hacía un calor bochornoso, sin un asomo de brisa, y la habitación resultaba sofocante. Se levantó de la cama sabiendo que tenía que hacer algo, tenía que encontrar algún modo de alejarla de su mente. Un mes así, y se volvería completamente loco.
Nunca debería haber prometido quedarse. Tendría que haber ignorado la súplica en su mirada el día anterior, su orgullosa barbilla elevada, la emoción en la voz que le había hecho recordar que de algún modo, en medio de la culpa y del odio que sentía por sí mismo, todavía tenía conciencia.
Debería haberse limitado a seguir su camino. La conciencia era un maldito inconveniente.
Se puso los pantalones y las botas, cogió el candil y salió fuera. Se quedó de pie en el porche, apoyado en la baranda y mirando la vacía oscuridad, más allá de la luz que proyectaba el candil.
Disciplina. Control. Orgullo. Eran su armadura, eran todo lo que tenía. Le había costado tanto lograrlo y lo había perdido con tanta facilidad.
Recordó las palabras de Mary tanto tiempo atrás. Tenía razón con respecto a él. Había notado las pasiones que bullían bajo la superficie, había visto detrás de su máscara y se había asustado. Supo que el boxeo no era sólo una forma de ganarse la vida. El ring era su válvula de escape, su forma de dejarse llevar por la pasión de manera controlada, como una tetera que va dejando escapar el vapor. Siempre había utilizado el sexo para lo mismo. Pero no con ______.
Cogió el candil y bajó las escaleras, y luego cruzó el jardín en dirección al establo. Encontró una cuerda larga y fuerte y un saco de avena que calculó pesaría unas cien libras.
Ató con fuerza el final de la cuerda alrededor del saco y la otra punta la colgó de una viga hasta poner el saco a la altura correcta. Para asegurar el contrapeso pasó la cuerda por un agujero que había en la pared del establo a sus espaldas, la llevó hasta arriba y la ató con un nudo de bolina. No era un contrincante muy desafiante, pero era el único que tenía. Lanzó unos cuantos puñetazos al aire, sólo para recuperar el movimiento y después se puso delante del saco, echó el brazo derecho hacia atrás y le dio un buen golpe haciendo que el saco se bamboleara.
Demasiado lento, pensó. Le faltaba práctica. Si golpeaba así cuando volviese al ring, el mismo Elroy Harlan sería capaz de vencerle. Cuando el saco volvió hacia él, lo golpeó de nuevo, esta vez con el puño izquierdo. Después el derecho, el izquierdo, otra vez el derecho. Puso toda su atención en su oponente sin prestar atención al punzante dolor de sus costillas. Estuvo haciendo bailar el saco durante una hora. El sudor le empapaba todo el cuerpo y empezaba a sentir abrasados los músculos de los brazos y de la espalda. Pero no paró. Siguió golpeando hasta que ya no pudo siquiera levantar el brazo. Abrazó el saco para detenerlo y después se dejó caer jadeando. Tenía las venas hinchadas y los músculos destrozados.
Descolgó el improvisado saco de boxeo, quitó la cuerda y la dejó en su sitio, cogió el candil y abandonó el establo. Dio varias vueltas a la casa hasta lograr refrescarse un poco y que el corazón volviese a latirle con normalidad, y después volvió a la cama.
Pero todos sus esfuerzos resultaron inútiles.
El cuerpo todavía le dolía de tanto desearla, todavía podía sentir el calor de su cuerpo y sabía que la tensión que estaba sintiendo no era de las que se aliviaba con unos cuantos golpes a un saco de boxeo.
________ se despertó a la mañana siguiente con el sonido inconfundible de pasos encima de su cabeza. Miró al techo medio dormida y se preguntó si Becky habría vuelto al ático para mirar vestidos. Se levantó y se dirigió arriba, pero no encontró a nadie.
Volvió a oír pasos que venían del tejado y al mismo tiempo le llegó un extraño sonido chirriante. ¿Qué era aquello? Se dirigió abajo y salió por la puerta de atrás. Se detuvo de golpe ante la visión que tenía delante de sus ojos. En el jardín había un montón de tablas de madera y láminas de hojalata, el material que había comprado el año anterior para arreglar el tejado. Y justo junto a las escalinatas del porche, había apoyada en la pared de la casa una escalera de mano.
_____ descendió por las escaleras del porche a toda prisa y corrió al patio para tener una mejor perspectiva. Se dio la vuelta.
Joe estaba encima del tejado, sentado a horcajadas, desclavando las viejas tablas con ayuda de un martillo. ______ se llevó las manos a la cara y miró hacia arriba sorprendida. Aunque acababa de salir el sol, era evidente que llevaba allí arriba un buen rato. Se había quitado la camisa y podía verla colgando de la chimenea.
Estaba arreglándole el tejado. ______ se lo echó hacia atrás y miró a Joe arrancar otra tabla y apartarla a un lado. Él la vio entonces en medio del patio y se quedó helado. Dejó caer una tabla al suelo a unos pocos centímetros de donde estaba ______.
Estaba arreglándole el tejado. ______ se lo repetía una y otra vez, como el odioso rosario de Joe, pero no podía creérselo. Unas absurdas lágrimas asomaron a sus ojos.
Levantó el brazo para saludarlo y se dio cuenta de que estaba allí de pie en camisón.
Oh, Dios mío. Corrió dentro de casa y cerró la puerta. Pero no pudo resistir la tentación de echar una mirada rápida por la ventana a los montones de tablas que había en el jardín, para asegurarse de que no se lo había imaginado todo.
Rodeó su cuerpo con sus brazos y cerró los ojos. En su mente, lo vio en el tejado, sentado a horcajadas sobre él como si fuese a caballo. Cabalgando contra el viento quizás y desde luego herido en la batalla, pero un auténtico príncipe azul salido de un cuento para rescatarla. Susurró una sincera plegaria de agradecimiento.
Dios mío, ten piedad. Esa mujer no tenía ninguna intención de ponerle las cosas fáciles, ¿verdad? Joe metió el final del martillo bajo otra de las tablas y la soltó. La única razón por la que estaba allí arriba a esa hora intempestiva de la mañana era porque pensando en ella no había podido dormir en toda la noche. Y ¿qué hacía ella? Salir paseando tranquilamente al jardín en camisón con el pelo suelto y enredado y el sol a sus espaldas. Había podido ver la silueta de su cuerpo por debajo de la tela, las contorneadas curvas de sus muslos y sus caderas. Probablemente se pasaría lo que quedaba del maldito día imaginándose esa escena.
Apostaría toda su fortuna, sus diez dólares, a que aquel camisón discreto y de color blanco tenía una larga hilera de botones de perlas en la parte delantera. Pensó en la facilidad con la que se podían desabrochar los botones de perlas.
—Maldita sea —murmuró y arrancó otra tabla.
Si tuviese algo de mollera, debería irse en aquel mismo momento, antes de que no pudiera controlar las cosas, antes de que dejara a su cuerpo pensar por él.
Joe hizo una pausa y se quedó mirando el martillo que tenía en la mano. No podía irse todavía. Había hecho una promesa y tenía la intención de cumplirla, aunque muriera en el intento. Unos pocos encuentros más con ______ en camisón y estaba seguro de que, en efecto, moriría.
Con determinación, apartó la deliciosa visión de la joven de su mente y se concentró en la tarea que tenía entre manos.
Oyó la puerta de atrás abrirse y al mirar hacia abajo vio que salían _____ y Carrie. Sintió alivio al ver que ______ estaba vestida decentemente. Por primera vez, casi estaba contento de que llevase aquellos vestidos cerrados hasta el cuello.
La niña le saludó.
—Buenos días, señor Joe —le gritó desde abajo.
—Buenos días, mó cailín —le contestó.
—¿Cómo es que está arreglando el tejado?
—Le hacía falta un arreglo, ¿no crees?
—¡Ya lo creo! Tiene unas goteras tremendas. Mamá tiene el ático lleno de latas para recoger el agua.
Él miró a ______. En una mano llevaba una taza y con la otra se cogía la falda para que no volase con el fuerte viento. Se dio cuenta de que se había recogido el pelo. Se la imaginó con el pelo suelto sobre una almohada, su cabello cual seda entre sus dedos, y apartó rápidamente la mirada. Era mejor que no pensase en ello.
—Buenos días —lo saludó—. Te has levantado con el sol.
Se preguntó qué le respondería si le dijese por qué. Pero, en lugar de eso, señaló el tejado.
—Ya que voy a quedarme un tiempo, pensé que podía ponerme a arreglar este tejado tuyo.
______ le sonrió.
—Te lo agradezco. Gracias. —Levantó la taza que llevaba en la mano—. Voy a preparar el desayuno en seguida, pero he pensado que te apetecería una taza de té.
Él dejó el martillo y se puso de pie, encorvándose para mantener el equilibrio.
—Ten cuidado —le advirtió ____.
—No te preocupes —contestó él—. No tengo ninguna intención de volverme a romper las costillas. —Se movió con cuidado por el resbaladizo tejado hacia la escalera y después bajó. ______ le tendió la taza de té.
—¿Puedo ayudarle a arreglar el tejado, señor Joe? —le preguntó la niña.
—Carrie —dijo _____ antes de que Joe pudiera responder—, no vas a subir ahí arriba.
—Pero, mamá…
—He dicho que no.
Joe se fijó en la expresión alicaída de la pequeña. Le sonrió.
—Necesitaré clavos. ¿Te importaría traerme unos cuantos?
—Claro que no —dijo dirigiéndose hacia el cuarto de herramientas, pero ______ le puso una mano en el hombro, deteniéndola.
—Las tareas primero —dijo firmemente.
—Pero yo quiero ayudar al señor Joe, él me ha dicho que le traiga clavos —dijo mirando al hombre y pidiéndole ayuda con los ojos—. ¿Verdad?
—Más tarde —dijo ____ con firmeza, adelantándose a la respuesta de Joe—. Los pollos no se pueden alimentar solos.
—Pero yo no quiero dar de comer a los pollos. Quiero ayudar al señor Joe.
—Ahora, señorita —dijo su madre girando a Carrie en dirección al gallinero—. Y no te olvides de traerme los huevos para que pueda hacer el desayuno.
La niña lanzó un suspiro de abatimiento y la miró:
—Eres un rollo, mamá —dijo con tristeza—. Eres un verdadero rollo.
______ no se dejó convencer. Señaló el gallinero:
—Andando.
Carrie se puso en marcha arrastrando los pies con los hombros encogidos.
Una suave carcajada detrás de ella hizo que ______ se diera la vuelta.
—¿De qué te ríes? —le preguntó.
—No sé si la niña de mayor se convertirá en actriz o en una estafadora.
A ______ no le convencía ninguna de las opciones, pero no pudo evitar sonreír:
—Lo sé, adoro a esa niña, pero puede llegar a ser un incordio a veces.
—Lo sé —contestó él levantando la taza y sorbiendo el té.
Ella estudió sus manos masculinas que asían la delicada taza de porcelana y se acordó de las primeras noches que Joe había pasado en su casa, y de cómo había movido las manos durante sus violentas pesadillas, rompiendo la pastorcita de porcelana y golpeando la almohada. También se acordó del increíble tacto de aquellas manos sobre sus cabellos, alrededor de su cintura, acariciando sus labios, y se preguntó cómo las manos de un hombre podían ser al mismo tiempo tan fuertes como para golpear el cuerpo de otro hombre en el ring de boxeo y tan suaves como para hacer que sus rodillas se doblaran con sólo tocarla.
—Creo que me va a llevar su tiempo arreglar el tejado.
La voz de Joe sacó a ______ de su ensimismamiento y se dio cuenta de que la había estado mirando fijamente. Bajó la cabeza y miró las herramientas y la madera a sus pies.
—Veo que has encontrado las tablas.
Él asintió y tomó otro sorbo de té.
—En esa vieja cabaña allá atrás —dijo señalando la desvencijada caseta donde Nate guardaba sus herramientas.
Desde su muerte, ______ no se había acercado a husmear en la caseta. Lo único que sabía es que había ratas, y eso bastaba para mantenerla alejada.
—Es muy amable por tu parte —murmuró.
—Como te he dicho, así tengo algo que hacer. —Se acabó el té y le tendió la taza—. Además, eso me ayudará a recuperar la forma para boxear.
Ella cogió la taza de sus manos y se dio la vuelta con una repentina sensación de melancolía. Le había pedido ayuda a Dios y había obtenido lo que había pedido. Joe le estaba reparando el tejado y le iba a ayudar en la recolecta del melocotón. Se quedaría un mes más. Antes eso habría sido suficiente.
Pero ya no. _____ se avergonzó de sí misma por querer más.
El trabajo duro tenía su recompensa. Al caer la tarde, Joe era el carpintero más mimado de todo Luisiana. Becky le había llevado agua fresca del pozo por lo menos media docena de veces; Miranda le había llevado galletas recién hechas de ______; Carrie le llevó los clavos que le había pedido y se quedó cerca de él durante el resto del día, dándole las herramientas que necesitaba y entreteniéndolo con su animada charla. Si Joe hubiese tenido tanta atención femenina cuando era carpintero en Irlanda, no habría cambiado de profesión.
Era un día de verano caluroso y bochornoso y las pesadas nubes que se formaron al caer la tarde no ayudaron a aliviar el calor. Levantó la vista, miró las nubes y se pasó el brazo por la frente para quitarse el sudor. Observó la considerable parte del tejado que ya había reparado y concluyó que lo mejor sería empezar con otra zona al día siguiente.
Miró abajo a su diminuta ayudante. Tenía el vestido estampado de algodón enganchado al cuerpo como si se lo hubiesen pegado y las mejillas brillantes y rosas por el calor. Dejó caer el martillo y bajó del tejado.
—Carrie, cielo, creo que es hora de acercarnos al estanque a nadar.
—¡Sí! —La niña dejó caer la lata de clavos y cogió la mano de Joe—. ¡Vamos!
—Un momento, pequeña —dijo señalando la lata y los clavos que habían quedado esparcidos por todos lados—. ¿Es ése su sitio?
Ella se agachó, recogió los clavos y luego dejó la lata en el borde del porche. —¿Así está mejor?
—Por ahora sí, vamos a buscar a tu madre y a tus hermanas.
Joe y Carrie las encontraron en la cocina, pero sólo Miranda podía acompañarles. Becky llevaba un vestido azul y estaba de pie sobre una silla mientras _____, arrodillada en el suelo junto a ella, le estaba recogiendo el dobladillo. Miranda estaba sentada a la mesa comiendo galletas mientras las observaba.
—Carrie y yo hemos decidido que hace demasiado calor para seguir trabajando. —Miró a la niña—. ¿No es así jovencita?
La pequeña asintió.
—Sí, vamos a nadar.
—¿Queréis venir con nosotros, chicas? —preguntó Joe.
—Yo sí —dijo Miranda bajando de su silla. Pero Becky y ______ negaron con la cabeza.
—Hoy no —les dijo Becky—. Mamá está rehaciendo un vestido para mí.
—Ya lo veo. Y es un vestido muy bonito. ¿A qué se debe?
______ colocó otro alfiler y lo miró.
—Cada septiembre el pueblo celebra la fiesta de la cosecha. Lo hemos hecho cada año desde que acabó la guerra y se ha convertido en una especie de tradición.
—Mamá llevará el vestido rojo de seda, ¿verdad, mamá?
—Sí —contestó y colocó otro alfiler—. Si puedo estrechar un poco la falda.
—¿Rojo? —Joe se la imaginó vestida con un color diferente a los marrones y grises que solía llevar—. Me gustaría verlo —murmuró en voz baja—. El rojo es mi color favorito.
______ no hizo comentario alguno. Metió el último alfiler y se puso en pie.
—Listo, cariño.
Becky pasó las manos por la falda.
—¡Oh, mamá! —suspiró—. Me encanta. Gracias.
—De nada. Bájate y nos aseguraremos de que el dobladillo está recto.
Becky dio un ligero salto para bajar de la silla y dio una vuelta haciendo una pirueta. Se detuvo frente a Joe con sus ojos azules llenos de brillo.
—¿Qué opina, señor Joe?
Él le sonrió.
—Estás preciosa.
Becky enrojeció y agachó la cabeza, acariciando la seda azul.
—¿De verdad?
—De verdad, tendrás a los chicos haciendo cola, ya lo verás.
—Espero que sólo a uno.
Joe movió la cabeza negativamente.
—Es una pena. Mi madre le dijo una vez a mi hermana Brigid que encontrar marido era como comprarse un sombrero.
—¿Un sombrero? —preguntó Becky riéndose.
Él asintió.
—Dijo que hay que echar un vistazo, probarse algunos y no quedarse con el primero que ves —le guiñó un ojo—. Tómate tu tiempo, chica, aquí tienes un pequeño consejo de mi madre.
_____ le lanzó una mirada de agradecimiento por encima del costurero.
—Becky, ve arriba y cámbiate el vestido para que podamos empezar a arreglarlo. Y cuidado con los alfileres.
La chica se fue arriba y Joe se llevó a Carrie y a Miranda al estanque a nadar. ______ se quedó sola en la cocina. Cogió la cinta de medir y se la enrolló en la mano, dando gracias a Joe por su sabiduría irlandesa.
Becky tenía razón. Ya no era una niña y _____ sabía que ya no iba a poder tomar las decisiones por ella. Lo único que podía hacer era confiar en que ella tomara sus decisiones correctamente.
A través de la ventana abierta le llegó el sonido de los cascos de un caballo y de las ruedas de un carromato. Dejó caer la cinta de medir en el costurero y salió de la cocina. Desde el salón, movió una cortina de encaje de una de las ventanas para ver quién se acercaba por el sendero.
Era el carromato de Oren Johnson arrastrado por sus caballos grises a una velocidad que le indicó que algo iba mal. Corrió a la puerta principal y bajó las escaleras al mismo tiempo que el carromato tomaba el paseo de grava que había delante de la casa y se detenía.
—_____, gracias a Dios que estás aquí.
—¿Qué pasa, Oren?
—Es Kate. —Se echó el sombrero hacia atrás, y ella pudo ver la preocupación en su rostro—. Está de parto.
—¿Qué? Pero si no le toca hasta dentro de un mes.
—Lo sé, pero está de parto y lo está pasando muy mal. Doc Morrison está en Choudrant Parish hasta el domingo. Hay un brote de sarampión. ¿Puedes venir?
—Claro, deja que coja algunas cosas y se lo diga a Becky. Quédate ahí un momento. Ahora mismo vuelvo.
______ se dio la vuelta y subió las escaleras a toda prisa.
—¡Becky! —gritó yendo hacia la cocina—. ¡Becky! ¡Baja, rápido!
Cogió una cesta de la despensa y en ella metió una ristra de algodón, su botiquín y dos toallas. Su hija entró en la cocina cuando ya estaba cogiendo el sombrero.
—¿Qué pasa, mamá? Me ha parecido oír un carromato en el paseo.
—Kate Johnson está de parto y Doc Morrison está fuera. Tengo que ir ahora mismo. —_____ se caló su viejo sombrero en la cabeza y se dirigió hacia la puerta—. No sé cuánto voy a tardar, cariño. ¿Te podrás ocupar de la cena para todos?
—Claro —contestó Becky saliendo a la puerta principal—. ¿Cuándo volverás?
—No lo sé, si se hace tarde, no os preocupéis. Acuesta a las niñas, ¿de acuerdo? Y no me esperes despierta. —Saltó al carromato al lado de Oren, y éste se puso en marcha, alejándose por el paseo—. Volveré lo antes posible.
Becky miró el tablero de ajedrez pensando en cuál debía ser su siguiente movimiento. Joe estaba frente a ella en la mesa de la cocina y por el ceño fruncido de la niña supo que no sabía cómo seguir.
No le dio ningún consejo. Le había hecho una encerrona, pero también le había dejado una vía de escape. Quería esperar a ver si daba con ella por sí misma.
Se oyó el ruido de un trueno en el exterior y empezó a llover. Joe se repanchingó en la silla y escuchó el sonido de la lluvia contra las ventanas mientras esperaba a que Becky moviese.
—¿Señor Joe?
—¿Mmm? —murmuró mirándola.
—¿De verdad cree que encontrar marido es como comprarse un sombrero?
—No lo sé —dijo sonriendo—. Yo no compro maridos.
Ella rio.
—Está bien, dele la vuelta. ¿Cree que encontrar una mujer es como comprarse un sombrero?
—Supongo que en cierto modo sí. Pero dado que no estoy casado ni llevo sombrero, no puedo contestar.
Ella lo observó. Tenía una cara honesta y hermosa.
—¿Nunca ha querido casarse, tener una familia?
Otra voz lo salvó de contestar.
—¿Becky?
Ambos levantaron la vista y vieron a Carrie de pie en el quicio de la puerta, descalza y en camisón.
—Carrie —dijo Becky ceñuda—. Se supone que debes estar en la cama. Eso ha dicho mamá.
Su hermana la ignoró.
—Será mejor que vengas rápido —le aconsejó—. Miranda se ha despertado.
—¡Oh, no! —gruñó Becky y poniéndose de pie de un salto. Corrió fuera de la cocina dejando a Joe mirándola sorprendido.
Estaba claro que se había perdido algo.
—¿Qué le pasa a Miranda?
—No le gustan las tormentas —le explicó Carrie—. Le asustan.
Él se levantó y siguió a Becky arriba con Carrie a su lado.
Entró en la habitación de Miranda justo detrás de Becky y vio a la pequeña acurrucada en un rincón de la cama junto a Chester, emitiendo pequeños hipidos.
Becky corrió hasta su cama y abrazó a su hermana.
—Ya está, Mandy —le dijo—. No pasa nada.
Joe podía asegurar que Miranda estaba aterrorizada. La miró y vio que era una pequeña bola asustada. Se oyó otro trueno, el cielo se iluminó con un rayo y la niña hundió el rostro en el grueso pelaje de Chester con un quejido.
Bastó un instante para que aquel pequeño sonido indefenso atravesase las capas de la armadura de protección y de cínica indiferencia de Joe. Sin pensárselo, fue hasta la cama y por encima de Becky, cogió a la atemorizada niña sin hacer caso del gruñido protector de Chester.
Miranda se acurrucó de inmediato en sus brazos y dejó escapar un sollozo de alivio, deseosa de encontrar el consuelo que necesitaba que él le diese. Hacía mucho tiempo que nadie necesitaba a Joe Branigan, que nadie buscaba su consuelo. Se quedó helado. Qué poco adecuado era que se estuviese haciendo cargo de aquella situación. Él no era un hombre de familia.
Sonó de nuevo un trueno y Miranda se acurrucó aún más, agarrándose a él temblorosa. Él la cogió más fuerte y la sujetó con seguridad en uno de sus brazos, mientras con el otro le acariciaba la espalda circularmente.
—Bueno, y ahora, ¿cómo estás, mó paisté? —le susurró sobre la cabeza—. No estarás asustada por una pequeña tormenta, ¿verdad?
Oyó que murmuraba algo y la apartó para contemplar sus ojos redondos y asustados.
—Sólo es un montón de lluvia, amor —le dijo con suavidad, apartándole el pelo de la cara—. Le gusta llamar la atención, eso es todo, gritar y seguir adelante. Cada vez que oigas un trueno que te grita, le gritas tú también.
Pareció que en sus ojos desaparecía algo de miedo, y asintió.
—Eso es lo que haces cuando tienes pesadillas, ¿verdad?
Los labios de Joe se curvaron con ironía.
—Algo así —admitió.
—¿Y entonces no tienes miedo?
—¡El señor Joe no tiene miedo de nada! —le gritó Carrie a su hermana con seguridad. Lo miró con los ojos iluminados de clara adoración—. ¿Verdad?
Le habría apetecido reírse ante semejante ironía. Se preguntó qué habría dicho Carrie si le hubiese contado la verdad, que tenía miedo de un montón de cosas.
—No, pequeña, no me da miedo nada. —Y alargó el brazo para coger a Carrie y con un rugido la levantó como un saco de patatas. Ella se rio y se agarró de su camisa para no caerse.
Miró a Becky y le sonrió.
—Si no me equivoco, cariño, todavía queda un plato entero de galletas de mantequilla de ayer esperando a ser devoradas.
Ella le devolvió la sonrisa.
—Vamos.
Becky abrió camino por las escaleras con el candil y él la siguió con las dos niñas en brazos. Chester iba detrás de ellos y a Joe le pareció que por fin el viejo perro gruñón iba a tolerar su presencia.
En la cocina, dejó a Carrie en el suelo y ella rápidamente fue a la despensa y volvió con el plato de galletas.
—¿Por qué no vamos a la biblioteca? —sugirió Becky mientras servía zumo de manzana para todos—. Se está mucho mejor allí.
Joe echó un vistazo a las sillas de recto respaldo de la cocina, se puso a Miranda sobre la cadera y pensó que probablemente era una buena idea.
—Venga, vamos. Nos pondremos cómodos. Carrie, trae las galletas. Becky, cariño, trae el candil.
Se instalaron en los cómodos cojines del sofá de la biblioteca: Miranda hecha un ovillo en su regazo, Carrie acurrucada a su lado y, al otro lado, Becky se quedó apoyada contra su hombro. Chester se dejó caer a sus pies en el suelo.
—Cuéntenos una historia, señor Joe —murmuró Miranda, retorciéndose hasta apoyar su mejilla sobre su pecho.
Una historia. Oh, Dios. Intentó retroceder y acordarse de la historia que la seanachaie (cuentacuentos.)le había explicado cuando era niño, antes de la hambruna, antes de que la música y la risa y las historias alrededor del fuego hubieran desaparecido de su vida.
—Había una vez —empezó— un joven que se llamaba Cuchulain que vivía en la gran corte del rey. Una noche oyó el aullido del perro y supo que era el Perro del Ulster, la enorme y salvaje bestia que recorría los llanos y aterrorizaba a los niños pequeños. Todos los otros niños temblaban de miedo al oír ese ruido, pero Cuchulain era un chico valiente y no tenía miedo. A la mañana siguiente, salió a jugar a batear con sus amigos…
—¿Qué es batear? —le interrumpió Carrie.
—Es un juego irlandés que se juega con palos y una pelota de cuero.
—¿Cómo se juega?
Joe empezó a explicarlo, pero Miranda le golpeó impaciente con el codo.
—Es igual. ¿Qué pasó después, señor Joe?
—Mientras los niños estaban jugando —continuó él—, la bestia llegó hasta ellos. Era un animal inmenso con ojos verdes y una mandíbula como la del diablo. Todos los niños gritaron aterrorizados y echaron a correr. Pero Cuchulain les dijo que se estuvieran quietos y se quedaran detrás de él, y ellos así lo hicieron. La bestia se dirigió directamente hacia ellos, mostrando los dientes, dispuesta a destrozarlos.
—¿Y Cuchulain no estaba asustado? —preguntó Miranda.
—No, pequeña. Era muy valiente y se encaró con el perro de frente. Cogió su palo de batear y golpeó la pelota. Tenía una enorme puntería y la pelota golpeó a la bestia con tanta fuerza que lo tumbó muerto sobre el campo. Y así fue como Cuchulain mató al Perro del Ulster y salvó a los niños. Cuchulain era tan valiente y justo que acabó convirtiéndose en el rey de toda Irlanda.
—Una buena historia, señor Joe —dijo Becky cogiendo una galleta del plato que tenían sobre la mesa frente a ellos—. Cuéntenos otra.
—Es muy tarde. Creo que las tres tendríais que estar en la cama.
Su comentario fue recibido con protestas.
—No quiero volver a la cama —murmuró Miranda.
—Yo tampoco —dijo Carrie mientras cogía otra galleta.
—¿No podemos esperar a mamá? —preguntó Becky, y sus hermanas asintieron.
Él miró sus caras esperanzadas.
—¿Os dais cuenta de que a vuestra madre no le va a gustar encontraros despiertas cuando llegue a casa?
Todas ellas asintieron de nuevo con una sonrisa.
Joe suspiró.
—De acuerdo.
Puso a Miranda más cómoda sobre su regazo y empezó a contarles la historia de Cuchulain y la Corte de Emer, pero a mitad del relato se dio cuenta de que nadie le hacía preguntas. Miró a las niñas a su alrededor y vio que las tres se habían quedado dormidas.
Joe comprendió que la historia en sí no importaba. Lo que querían era la cercanía, el sonido de una voz que las acompañase hasta dormirse.
Pero él no durmió. Escuchó los truenos procurando no acordarse de las innumerables veces en que sus hermanas se habían acurrucado junto a él en callejones oscuros y en las cunetas del camino bajo la lluvia. Después de la muerte de Kevin, él había sido el responsable de cuidarlas, de buscar comida, de buscar cobijo. Ellas habían confiado en él, habían contado con él. Y él les había fallado.
«Tá ocrás orm,( tengo hambre) Joe.» Podía oír las lastimeras voces de sus hermanas en medio del viento, podía ver sus lágrimas bajo la lluvia. Intentó borrarlas de su mente, reconstruir la barrera que mantenía los fragmentos dispersos de su pasado a una distancia tolerable. No quería oír las voces en aquel momento, no cuando estaba despierto, no cuando tenía a las niñas tan cerca. «Tá ocrás orm, Joe.» Creo que me estoy muriendo…
Un fuerte trueno hizo temblar las ventanas. Miranda se acurrucó contra él con un pequeño suspiro y él la apretó más contra él. La sentía tan pequeña en la curva de su brazo, tan vulnerable y frágil. Miró a Carrie acurrucada junto a él como un cachorro junto al fuego. Podía notar el cabello de Becky acariciándole el cuello. Intentó centrarse en eso, no en los ecos de las voces en su cerebro.
Había ocasiones en que deseaba con tanta fuerza acallar esas voces y eliminar las pesadillas oscuras para siempre, pero nunca había sido capaz de dar el paso definitivo. Lo había pensado muchas veces, lo había saboreado como si fuese la espera de unas vacaciones, contemplado los mil modos en que podría hacerlo. Sin embargo, cuando llegaba el momento, algo siempre se lo impedía. El suicidio era el pecado definitivo, el que no reunía valor suficiente para cometer.
Su mayor talento era la supervivencia. Hambruna, tifus, disentería, balas, cuchillos, palizas… había sobrevivido porque morir sería rendirse, el suicidio sería la capitulación final.
El odio y la furia eran lo que le mantenían con vida. Se había alimentado durante tanto tiempo de ellos que eran las únicas emociones que reconocía, las únicas que todavía sabía sentir.
Y sin embargo, en aquel momento, rodeado de la calidez de aquellas tres hermosas niñas que lo estaban usando de almohada, el odio parecía tan lejos, sobrepasado por cosas desconocidas y al mismo tiempo familiares, cosas imposibles. Amor. Un sentimiento de pertenencia. Una sensación de paz.
Cerró los ojos. Todo era una ilusión. No pertenecía a ningún sitio. Ya no sabía lo que era el amor. Y la paz… Dios, ¿qué era eso?
Así que Joe se quedó sentado escuchando la lluvia, robando unos momentos de afecto y confianza que no merecía de tres pequeñas que no eran suyas. Y aquella noche se recordó a sí mismo por lo menos en dos ocasiones que no era un hombre de familia.
por que soy muy buena pondre otro
Cuando Becky volvió a casa un par de horas más tarde, con los ojos rojos y la cara hinchada de tanto llorar, _____ se sintió tal como Becky le había espetado, malvada y odiosa. También se sentía como una auténtica hipócrita.
Vio cómo su hija atravesaba la cocina y subía arriba por las escaleras de atrás sin dirigirle una mirada.
—La cena está casi lista —le dijo.
—No tengo hambre —fue la seca respuesta que llegó desde arriba. Y un instante más tarde, se oyó el portazo que dio Becky al entrar en su habitación.
______ se apoyó en la encimera y se quedó mirando las tablas del suelo, donde todavía quedaba una horquilla. Notó que las mejillas se le enrojecían de pura culpa. Se agachó, recogió la horquilla y se la colocó en el moño que se había vuelto a hacer. Todavía podía sentir los dedos de Joe soltándole el pelo, jugando con él, arrancando en tres segundos la incondicional moral y los ideales virtuosos de toda su vida. Sólo unos minutos antes le había estado sermoneando a su hija sobre el decoro. Qué hipócrita era.
La cena resultó insoportable. Becky se quedó en su cuarto, Carrie y Miranda mantuvieron una cháchara monótona y joe actuó como si no hubiera ocurrido nada fuera de lo normal. Y era eso lo que más le dolía.
Todavía podía sentir el calor de su boca en todos los lugares donde le había besado, todavía podía sentir el peso de su cuerpo presionándola contra el armario bajo de la cocina. El solo recuerdo le hacía ponerse nerviosa, le hacía sentirse inquieta y extraña y culpable, muy culpable. Intentó cruzar una mirada con Joe a través de la mesa mientras él y Carrie hablaban de cabañas en los árboles y se preguntó cómo podía actuar como si aquel beso nunca hubiera sucedido, cómo podía actuar con tanta calma, con tanta indiferencia.
Pero claro está, él mismo había admitido que había besado a muchas mujeres.
_____ empujó su plato y se levantó. Preparó una bandeja y la llevó a la habitación de Becky, dejando a Joe y a Carrie hablar tranquilamente de las cabañas en los árboles.
No hubo respuesta cuando llamó a la puerta de la chica, pero ella la empujó suavemente y se encontró a su hija tumbada boca abajo en medio de la cama, con la cabeza enterrada en la almohada. No levantó la cabeza cuando ella entró en la habitación.
—He pensado que querrías comer algo.
—Vete —murmuró Becky desde las profundidades de su almohada.
_____ dejó la bandeja en el lavamanos y se dirigió hacia la cama. Se sentó en el borde y alargó la mano hasta tocar el hombro de su hija. Notó cómo se ponía tensa, pero no apartó la mano.
—Creo que tenemos que hablar —dijo _____ acariciando con suavidad el hombro de Becky—. Ya sé que ahora mismo no tienes ganas, pero tengo algo que decir, así que si quieres puedes limitarte a escucharme.
Hizo una pausa y luego continuó:
—Me puse muy nerviosa cuando me enteré de lo que había pasado esta tarde porque eres mi hija. Me resulta duro darme cuenta de que estás creciendo. Para mí, sigues siendo una niña.
—Tengo catorce años —dijo Becky sentándose—. Mi madre se casó con mi padre sólo con un año más que yo.
—Eso es cierto. —______ recordó que Sarah estaba embarazada de casi dos meses cuando se casó y que su padre casi acaba con Fank en un duelo, pero no se lo contó a Becky. Luchó contra el pánico protector que crecía en su interior y tomó aire—. ¿Quieres casarte con Jeremiah?
La cara de Becky cambió. De pronto, parecía contrariada y muy vulnerable.
—No lo sé —susurró.
—Cariño, Jeremiah es el primer chico que aparece en tu vida, es el primero por el que sientes algo, pero habrá otros. Creo que eso lo sabes —añadió con delicadeza—. Por eso estás insegura.
—Quería besarme —murmuró bajando la cabeza y mirándose las manos—. Y yo quería que lo hiciese. Tenía curiosidad. Quería saber… —su voz se quebró y no terminó la frase.
______ se mordió el labio. Lo comprendía perfectamente.
Becky la miró con ansiedad.
—¿Es eso malo, mamá?
Tenía la oportunidad servida para darle un buen sermón maternal. Pero pensó en Joe Branigan y no pudo hacerlo.
—¿Tú qué crees?
—¡No lo sé! ¡Estoy tan confusa!
______ la rodeó con el brazo y la atrajo hacia sí.
—Sé lo que quieres decir.
_____ abrazó a su hija durante un buen rato, acariciándole el cabello y dejándole pensar. Esperó hasta que Becky se apartó y se sentó de nuevo. Y entonces le dijo:
—¿Por qué no hacemos un trato? —Alargó el brazo y apartó un mechón de pelo de los ojos de la chica—. Yo te prometo que confiaré en ti. No te prohibiré ver a Jeremiah. Podéis seguir sentándoos juntos en misa y podéis ir juntos a por regaliz al colmado. No le contaré nada a Lila de todo esto. A cambio, tú me prometes que no traicionarás mi confianza. No irás a pasear a solas con él y no habrá más besos junto al río. Si quieres ir a pasear con él después de la iglesia, yo iré contigo.
—¡Mamá!
—Además, probablemente encontraré un montón de hierbas y flores silvestres para recoger y con seguridad podréis caminar más rápido que yo. —Vio cómo su hija sonreía—. ¿Trato hecho?
—Trato hecho.
—Bien, bueno, ¿ahora por qué no cenas algo? Luego iremos arriba a ver si encontramos un vestido para que lleves al baile de la cosecha.
—¿Me podrá llevar Jeremiah al baile?
—Por supuesto —contestó ______—. Dentro de un par de años.
Joe no podía dormir. Estaba tumbado en la cama pensando en ____, en cómo se había deshecho entre sus brazos, con aquella dulce rendición, cómo su propio deseo se había encendido, de repente, ardiente y tan intenso que todavía le dolía el cuerpo.
Nunca había perdido el control así con ninguna mujer. Por un momento, se había perdido con ella, olvidándolo todo. Toda una vida luchando para mantener sus pasiones a raya, una vida entera reprimiendo el odio y el amor y el miedo que rabiaban dentro de él, una vida entera tragándose el orgullo y bajando los ojos pretendiendo indiferencia. Una vida entera de control perdida. Sin contar con los carceleros de Mountjoy. Ellos le habían roto el control en mil pedazos con armas mucho más duras. Pero perder el control con una mujer cuya única arma era unos dulces ojos color chocolate y unos labios gruesos y suaves era una experiencia desconcertante. En una cocina, por Dios bendito, a plena luz del día, pudiendo haber entrado cualquiera de las niñas y haberlos visto allí.
Era fatal ser vulnerable, necesitarla, desearla.
Pero era así. Quería volver a tocarla, quería perderse en su suavidad y en su calidez otra vez. Aquel conflicto lo estaba volviendo loco.
Y ella no tenía ni idea. _____ no era el tipo de mujer a la que él podría perder y luego dejarla atrás. Era inocente. Decente y completamente inocente. Todavía podía verla mirándolo sorprendida, con los ojos muy abiertos, los dedos sobre los labios, los rizos de su largo cabello castaño revueltos y su respiración entrecortada y jadeante.
Por la ventana le llegaba el chirrido incesante de los grillos y el croar de los sapos. Hacía un calor bochornoso, sin un asomo de brisa, y la habitación resultaba sofocante. Se levantó de la cama sabiendo que tenía que hacer algo, tenía que encontrar algún modo de alejarla de su mente. Un mes así, y se volvería completamente loco.
Nunca debería haber prometido quedarse. Tendría que haber ignorado la súplica en su mirada el día anterior, su orgullosa barbilla elevada, la emoción en la voz que le había hecho recordar que de algún modo, en medio de la culpa y del odio que sentía por sí mismo, todavía tenía conciencia.
Debería haberse limitado a seguir su camino. La conciencia era un maldito inconveniente.
Se puso los pantalones y las botas, cogió el candil y salió fuera. Se quedó de pie en el porche, apoyado en la baranda y mirando la vacía oscuridad, más allá de la luz que proyectaba el candil.
Disciplina. Control. Orgullo. Eran su armadura, eran todo lo que tenía. Le había costado tanto lograrlo y lo había perdido con tanta facilidad.
Recordó las palabras de Mary tanto tiempo atrás. Tenía razón con respecto a él. Había notado las pasiones que bullían bajo la superficie, había visto detrás de su máscara y se había asustado. Supo que el boxeo no era sólo una forma de ganarse la vida. El ring era su válvula de escape, su forma de dejarse llevar por la pasión de manera controlada, como una tetera que va dejando escapar el vapor. Siempre había utilizado el sexo para lo mismo. Pero no con ______.
Cogió el candil y bajó las escaleras, y luego cruzó el jardín en dirección al establo. Encontró una cuerda larga y fuerte y un saco de avena que calculó pesaría unas cien libras.
Ató con fuerza el final de la cuerda alrededor del saco y la otra punta la colgó de una viga hasta poner el saco a la altura correcta. Para asegurar el contrapeso pasó la cuerda por un agujero que había en la pared del establo a sus espaldas, la llevó hasta arriba y la ató con un nudo de bolina. No era un contrincante muy desafiante, pero era el único que tenía. Lanzó unos cuantos puñetazos al aire, sólo para recuperar el movimiento y después se puso delante del saco, echó el brazo derecho hacia atrás y le dio un buen golpe haciendo que el saco se bamboleara.
Demasiado lento, pensó. Le faltaba práctica. Si golpeaba así cuando volviese al ring, el mismo Elroy Harlan sería capaz de vencerle. Cuando el saco volvió hacia él, lo golpeó de nuevo, esta vez con el puño izquierdo. Después el derecho, el izquierdo, otra vez el derecho. Puso toda su atención en su oponente sin prestar atención al punzante dolor de sus costillas. Estuvo haciendo bailar el saco durante una hora. El sudor le empapaba todo el cuerpo y empezaba a sentir abrasados los músculos de los brazos y de la espalda. Pero no paró. Siguió golpeando hasta que ya no pudo siquiera levantar el brazo. Abrazó el saco para detenerlo y después se dejó caer jadeando. Tenía las venas hinchadas y los músculos destrozados.
Descolgó el improvisado saco de boxeo, quitó la cuerda y la dejó en su sitio, cogió el candil y abandonó el establo. Dio varias vueltas a la casa hasta lograr refrescarse un poco y que el corazón volviese a latirle con normalidad, y después volvió a la cama.
Pero todos sus esfuerzos resultaron inútiles.
El cuerpo todavía le dolía de tanto desearla, todavía podía sentir el calor de su cuerpo y sabía que la tensión que estaba sintiendo no era de las que se aliviaba con unos cuantos golpes a un saco de boxeo.
________ se despertó a la mañana siguiente con el sonido inconfundible de pasos encima de su cabeza. Miró al techo medio dormida y se preguntó si Becky habría vuelto al ático para mirar vestidos. Se levantó y se dirigió arriba, pero no encontró a nadie.
Volvió a oír pasos que venían del tejado y al mismo tiempo le llegó un extraño sonido chirriante. ¿Qué era aquello? Se dirigió abajo y salió por la puerta de atrás. Se detuvo de golpe ante la visión que tenía delante de sus ojos. En el jardín había un montón de tablas de madera y láminas de hojalata, el material que había comprado el año anterior para arreglar el tejado. Y justo junto a las escalinatas del porche, había apoyada en la pared de la casa una escalera de mano.
_____ descendió por las escaleras del porche a toda prisa y corrió al patio para tener una mejor perspectiva. Se dio la vuelta.
Joe estaba encima del tejado, sentado a horcajadas, desclavando las viejas tablas con ayuda de un martillo. ______ se llevó las manos a la cara y miró hacia arriba sorprendida. Aunque acababa de salir el sol, era evidente que llevaba allí arriba un buen rato. Se había quitado la camisa y podía verla colgando de la chimenea.
Estaba arreglándole el tejado. ______ se lo echó hacia atrás y miró a Joe arrancar otra tabla y apartarla a un lado. Él la vio entonces en medio del patio y se quedó helado. Dejó caer una tabla al suelo a unos pocos centímetros de donde estaba ______.
Estaba arreglándole el tejado. ______ se lo repetía una y otra vez, como el odioso rosario de Joe, pero no podía creérselo. Unas absurdas lágrimas asomaron a sus ojos.
Levantó el brazo para saludarlo y se dio cuenta de que estaba allí de pie en camisón.
Oh, Dios mío. Corrió dentro de casa y cerró la puerta. Pero no pudo resistir la tentación de echar una mirada rápida por la ventana a los montones de tablas que había en el jardín, para asegurarse de que no se lo había imaginado todo.
Rodeó su cuerpo con sus brazos y cerró los ojos. En su mente, lo vio en el tejado, sentado a horcajadas sobre él como si fuese a caballo. Cabalgando contra el viento quizás y desde luego herido en la batalla, pero un auténtico príncipe azul salido de un cuento para rescatarla. Susurró una sincera plegaria de agradecimiento.
Dios mío, ten piedad. Esa mujer no tenía ninguna intención de ponerle las cosas fáciles, ¿verdad? Joe metió el final del martillo bajo otra de las tablas y la soltó. La única razón por la que estaba allí arriba a esa hora intempestiva de la mañana era porque pensando en ella no había podido dormir en toda la noche. Y ¿qué hacía ella? Salir paseando tranquilamente al jardín en camisón con el pelo suelto y enredado y el sol a sus espaldas. Había podido ver la silueta de su cuerpo por debajo de la tela, las contorneadas curvas de sus muslos y sus caderas. Probablemente se pasaría lo que quedaba del maldito día imaginándose esa escena.
Apostaría toda su fortuna, sus diez dólares, a que aquel camisón discreto y de color blanco tenía una larga hilera de botones de perlas en la parte delantera. Pensó en la facilidad con la que se podían desabrochar los botones de perlas.
—Maldita sea —murmuró y arrancó otra tabla.
Si tuviese algo de mollera, debería irse en aquel mismo momento, antes de que no pudiera controlar las cosas, antes de que dejara a su cuerpo pensar por él.
Joe hizo una pausa y se quedó mirando el martillo que tenía en la mano. No podía irse todavía. Había hecho una promesa y tenía la intención de cumplirla, aunque muriera en el intento. Unos pocos encuentros más con ______ en camisón y estaba seguro de que, en efecto, moriría.
Con determinación, apartó la deliciosa visión de la joven de su mente y se concentró en la tarea que tenía entre manos.
Oyó la puerta de atrás abrirse y al mirar hacia abajo vio que salían _____ y Carrie. Sintió alivio al ver que ______ estaba vestida decentemente. Por primera vez, casi estaba contento de que llevase aquellos vestidos cerrados hasta el cuello.
La niña le saludó.
—Buenos días, señor Joe —le gritó desde abajo.
—Buenos días, mó cailín —le contestó.
—¿Cómo es que está arreglando el tejado?
—Le hacía falta un arreglo, ¿no crees?
—¡Ya lo creo! Tiene unas goteras tremendas. Mamá tiene el ático lleno de latas para recoger el agua.
Él miró a ______. En una mano llevaba una taza y con la otra se cogía la falda para que no volase con el fuerte viento. Se dio cuenta de que se había recogido el pelo. Se la imaginó con el pelo suelto sobre una almohada, su cabello cual seda entre sus dedos, y apartó rápidamente la mirada. Era mejor que no pensase en ello.
—Buenos días —lo saludó—. Te has levantado con el sol.
Se preguntó qué le respondería si le dijese por qué. Pero, en lugar de eso, señaló el tejado.
—Ya que voy a quedarme un tiempo, pensé que podía ponerme a arreglar este tejado tuyo.
______ le sonrió.
—Te lo agradezco. Gracias. —Levantó la taza que llevaba en la mano—. Voy a preparar el desayuno en seguida, pero he pensado que te apetecería una taza de té.
Él dejó el martillo y se puso de pie, encorvándose para mantener el equilibrio.
—Ten cuidado —le advirtió ____.
—No te preocupes —contestó él—. No tengo ninguna intención de volverme a romper las costillas. —Se movió con cuidado por el resbaladizo tejado hacia la escalera y después bajó. ______ le tendió la taza de té.
—¿Puedo ayudarle a arreglar el tejado, señor Joe? —le preguntó la niña.
—Carrie —dijo _____ antes de que Joe pudiera responder—, no vas a subir ahí arriba.
—Pero, mamá…
—He dicho que no.
Joe se fijó en la expresión alicaída de la pequeña. Le sonrió.
—Necesitaré clavos. ¿Te importaría traerme unos cuantos?
—Claro que no —dijo dirigiéndose hacia el cuarto de herramientas, pero ______ le puso una mano en el hombro, deteniéndola.
—Las tareas primero —dijo firmemente.
—Pero yo quiero ayudar al señor Joe, él me ha dicho que le traiga clavos —dijo mirando al hombre y pidiéndole ayuda con los ojos—. ¿Verdad?
—Más tarde —dijo ____ con firmeza, adelantándose a la respuesta de Joe—. Los pollos no se pueden alimentar solos.
—Pero yo no quiero dar de comer a los pollos. Quiero ayudar al señor Joe.
—Ahora, señorita —dijo su madre girando a Carrie en dirección al gallinero—. Y no te olvides de traerme los huevos para que pueda hacer el desayuno.
La niña lanzó un suspiro de abatimiento y la miró:
—Eres un rollo, mamá —dijo con tristeza—. Eres un verdadero rollo.
______ no se dejó convencer. Señaló el gallinero:
—Andando.
Carrie se puso en marcha arrastrando los pies con los hombros encogidos.
Una suave carcajada detrás de ella hizo que ______ se diera la vuelta.
—¿De qué te ríes? —le preguntó.
—No sé si la niña de mayor se convertirá en actriz o en una estafadora.
A ______ no le convencía ninguna de las opciones, pero no pudo evitar sonreír:
—Lo sé, adoro a esa niña, pero puede llegar a ser un incordio a veces.
—Lo sé —contestó él levantando la taza y sorbiendo el té.
Ella estudió sus manos masculinas que asían la delicada taza de porcelana y se acordó de las primeras noches que Joe había pasado en su casa, y de cómo había movido las manos durante sus violentas pesadillas, rompiendo la pastorcita de porcelana y golpeando la almohada. También se acordó del increíble tacto de aquellas manos sobre sus cabellos, alrededor de su cintura, acariciando sus labios, y se preguntó cómo las manos de un hombre podían ser al mismo tiempo tan fuertes como para golpear el cuerpo de otro hombre en el ring de boxeo y tan suaves como para hacer que sus rodillas se doblaran con sólo tocarla.
—Creo que me va a llevar su tiempo arreglar el tejado.
La voz de Joe sacó a ______ de su ensimismamiento y se dio cuenta de que la había estado mirando fijamente. Bajó la cabeza y miró las herramientas y la madera a sus pies.
—Veo que has encontrado las tablas.
Él asintió y tomó otro sorbo de té.
—En esa vieja cabaña allá atrás —dijo señalando la desvencijada caseta donde Nate guardaba sus herramientas.
Desde su muerte, ______ no se había acercado a husmear en la caseta. Lo único que sabía es que había ratas, y eso bastaba para mantenerla alejada.
—Es muy amable por tu parte —murmuró.
—Como te he dicho, así tengo algo que hacer. —Se acabó el té y le tendió la taza—. Además, eso me ayudará a recuperar la forma para boxear.
Ella cogió la taza de sus manos y se dio la vuelta con una repentina sensación de melancolía. Le había pedido ayuda a Dios y había obtenido lo que había pedido. Joe le estaba reparando el tejado y le iba a ayudar en la recolecta del melocotón. Se quedaría un mes más. Antes eso habría sido suficiente.
Pero ya no. _____ se avergonzó de sí misma por querer más.
El trabajo duro tenía su recompensa. Al caer la tarde, Joe era el carpintero más mimado de todo Luisiana. Becky le había llevado agua fresca del pozo por lo menos media docena de veces; Miranda le había llevado galletas recién hechas de ______; Carrie le llevó los clavos que le había pedido y se quedó cerca de él durante el resto del día, dándole las herramientas que necesitaba y entreteniéndolo con su animada charla. Si Joe hubiese tenido tanta atención femenina cuando era carpintero en Irlanda, no habría cambiado de profesión.
Era un día de verano caluroso y bochornoso y las pesadas nubes que se formaron al caer la tarde no ayudaron a aliviar el calor. Levantó la vista, miró las nubes y se pasó el brazo por la frente para quitarse el sudor. Observó la considerable parte del tejado que ya había reparado y concluyó que lo mejor sería empezar con otra zona al día siguiente.
Miró abajo a su diminuta ayudante. Tenía el vestido estampado de algodón enganchado al cuerpo como si se lo hubiesen pegado y las mejillas brillantes y rosas por el calor. Dejó caer el martillo y bajó del tejado.
—Carrie, cielo, creo que es hora de acercarnos al estanque a nadar.
—¡Sí! —La niña dejó caer la lata de clavos y cogió la mano de Joe—. ¡Vamos!
—Un momento, pequeña —dijo señalando la lata y los clavos que habían quedado esparcidos por todos lados—. ¿Es ése su sitio?
Ella se agachó, recogió los clavos y luego dejó la lata en el borde del porche. —¿Así está mejor?
—Por ahora sí, vamos a buscar a tu madre y a tus hermanas.
Joe y Carrie las encontraron en la cocina, pero sólo Miranda podía acompañarles. Becky llevaba un vestido azul y estaba de pie sobre una silla mientras _____, arrodillada en el suelo junto a ella, le estaba recogiendo el dobladillo. Miranda estaba sentada a la mesa comiendo galletas mientras las observaba.
—Carrie y yo hemos decidido que hace demasiado calor para seguir trabajando. —Miró a la niña—. ¿No es así jovencita?
La pequeña asintió.
—Sí, vamos a nadar.
—¿Queréis venir con nosotros, chicas? —preguntó Joe.
—Yo sí —dijo Miranda bajando de su silla. Pero Becky y ______ negaron con la cabeza.
—Hoy no —les dijo Becky—. Mamá está rehaciendo un vestido para mí.
—Ya lo veo. Y es un vestido muy bonito. ¿A qué se debe?
______ colocó otro alfiler y lo miró.
—Cada septiembre el pueblo celebra la fiesta de la cosecha. Lo hemos hecho cada año desde que acabó la guerra y se ha convertido en una especie de tradición.
—Mamá llevará el vestido rojo de seda, ¿verdad, mamá?
—Sí —contestó y colocó otro alfiler—. Si puedo estrechar un poco la falda.
—¿Rojo? —Joe se la imaginó vestida con un color diferente a los marrones y grises que solía llevar—. Me gustaría verlo —murmuró en voz baja—. El rojo es mi color favorito.
______ no hizo comentario alguno. Metió el último alfiler y se puso en pie.
—Listo, cariño.
Becky pasó las manos por la falda.
—¡Oh, mamá! —suspiró—. Me encanta. Gracias.
—De nada. Bájate y nos aseguraremos de que el dobladillo está recto.
Becky dio un ligero salto para bajar de la silla y dio una vuelta haciendo una pirueta. Se detuvo frente a Joe con sus ojos azules llenos de brillo.
—¿Qué opina, señor Joe?
Él le sonrió.
—Estás preciosa.
Becky enrojeció y agachó la cabeza, acariciando la seda azul.
—¿De verdad?
—De verdad, tendrás a los chicos haciendo cola, ya lo verás.
—Espero que sólo a uno.
Joe movió la cabeza negativamente.
—Es una pena. Mi madre le dijo una vez a mi hermana Brigid que encontrar marido era como comprarse un sombrero.
—¿Un sombrero? —preguntó Becky riéndose.
Él asintió.
—Dijo que hay que echar un vistazo, probarse algunos y no quedarse con el primero que ves —le guiñó un ojo—. Tómate tu tiempo, chica, aquí tienes un pequeño consejo de mi madre.
_____ le lanzó una mirada de agradecimiento por encima del costurero.
—Becky, ve arriba y cámbiate el vestido para que podamos empezar a arreglarlo. Y cuidado con los alfileres.
La chica se fue arriba y Joe se llevó a Carrie y a Miranda al estanque a nadar. ______ se quedó sola en la cocina. Cogió la cinta de medir y se la enrolló en la mano, dando gracias a Joe por su sabiduría irlandesa.
Becky tenía razón. Ya no era una niña y _____ sabía que ya no iba a poder tomar las decisiones por ella. Lo único que podía hacer era confiar en que ella tomara sus decisiones correctamente.
A través de la ventana abierta le llegó el sonido de los cascos de un caballo y de las ruedas de un carromato. Dejó caer la cinta de medir en el costurero y salió de la cocina. Desde el salón, movió una cortina de encaje de una de las ventanas para ver quién se acercaba por el sendero.
Era el carromato de Oren Johnson arrastrado por sus caballos grises a una velocidad que le indicó que algo iba mal. Corrió a la puerta principal y bajó las escaleras al mismo tiempo que el carromato tomaba el paseo de grava que había delante de la casa y se detenía.
—_____, gracias a Dios que estás aquí.
—¿Qué pasa, Oren?
—Es Kate. —Se echó el sombrero hacia atrás, y ella pudo ver la preocupación en su rostro—. Está de parto.
—¿Qué? Pero si no le toca hasta dentro de un mes.
—Lo sé, pero está de parto y lo está pasando muy mal. Doc Morrison está en Choudrant Parish hasta el domingo. Hay un brote de sarampión. ¿Puedes venir?
—Claro, deja que coja algunas cosas y se lo diga a Becky. Quédate ahí un momento. Ahora mismo vuelvo.
______ se dio la vuelta y subió las escaleras a toda prisa.
—¡Becky! —gritó yendo hacia la cocina—. ¡Becky! ¡Baja, rápido!
Cogió una cesta de la despensa y en ella metió una ristra de algodón, su botiquín y dos toallas. Su hija entró en la cocina cuando ya estaba cogiendo el sombrero.
—¿Qué pasa, mamá? Me ha parecido oír un carromato en el paseo.
—Kate Johnson está de parto y Doc Morrison está fuera. Tengo que ir ahora mismo. —_____ se caló su viejo sombrero en la cabeza y se dirigió hacia la puerta—. No sé cuánto voy a tardar, cariño. ¿Te podrás ocupar de la cena para todos?
—Claro —contestó Becky saliendo a la puerta principal—. ¿Cuándo volverás?
—No lo sé, si se hace tarde, no os preocupéis. Acuesta a las niñas, ¿de acuerdo? Y no me esperes despierta. —Saltó al carromato al lado de Oren, y éste se puso en marcha, alejándose por el paseo—. Volveré lo antes posible.
Becky miró el tablero de ajedrez pensando en cuál debía ser su siguiente movimiento. Joe estaba frente a ella en la mesa de la cocina y por el ceño fruncido de la niña supo que no sabía cómo seguir.
No le dio ningún consejo. Le había hecho una encerrona, pero también le había dejado una vía de escape. Quería esperar a ver si daba con ella por sí misma.
Se oyó el ruido de un trueno en el exterior y empezó a llover. Joe se repanchingó en la silla y escuchó el sonido de la lluvia contra las ventanas mientras esperaba a que Becky moviese.
—¿Señor Joe?
—¿Mmm? —murmuró mirándola.
—¿De verdad cree que encontrar marido es como comprarse un sombrero?
—No lo sé —dijo sonriendo—. Yo no compro maridos.
Ella rio.
—Está bien, dele la vuelta. ¿Cree que encontrar una mujer es como comprarse un sombrero?
—Supongo que en cierto modo sí. Pero dado que no estoy casado ni llevo sombrero, no puedo contestar.
Ella lo observó. Tenía una cara honesta y hermosa.
—¿Nunca ha querido casarse, tener una familia?
Otra voz lo salvó de contestar.
—¿Becky?
Ambos levantaron la vista y vieron a Carrie de pie en el quicio de la puerta, descalza y en camisón.
—Carrie —dijo Becky ceñuda—. Se supone que debes estar en la cama. Eso ha dicho mamá.
Su hermana la ignoró.
—Será mejor que vengas rápido —le aconsejó—. Miranda se ha despertado.
—¡Oh, no! —gruñó Becky y poniéndose de pie de un salto. Corrió fuera de la cocina dejando a Joe mirándola sorprendido.
Estaba claro que se había perdido algo.
—¿Qué le pasa a Miranda?
—No le gustan las tormentas —le explicó Carrie—. Le asustan.
Él se levantó y siguió a Becky arriba con Carrie a su lado.
Entró en la habitación de Miranda justo detrás de Becky y vio a la pequeña acurrucada en un rincón de la cama junto a Chester, emitiendo pequeños hipidos.
Becky corrió hasta su cama y abrazó a su hermana.
—Ya está, Mandy —le dijo—. No pasa nada.
Joe podía asegurar que Miranda estaba aterrorizada. La miró y vio que era una pequeña bola asustada. Se oyó otro trueno, el cielo se iluminó con un rayo y la niña hundió el rostro en el grueso pelaje de Chester con un quejido.
Bastó un instante para que aquel pequeño sonido indefenso atravesase las capas de la armadura de protección y de cínica indiferencia de Joe. Sin pensárselo, fue hasta la cama y por encima de Becky, cogió a la atemorizada niña sin hacer caso del gruñido protector de Chester.
Miranda se acurrucó de inmediato en sus brazos y dejó escapar un sollozo de alivio, deseosa de encontrar el consuelo que necesitaba que él le diese. Hacía mucho tiempo que nadie necesitaba a Joe Branigan, que nadie buscaba su consuelo. Se quedó helado. Qué poco adecuado era que se estuviese haciendo cargo de aquella situación. Él no era un hombre de familia.
Sonó de nuevo un trueno y Miranda se acurrucó aún más, agarrándose a él temblorosa. Él la cogió más fuerte y la sujetó con seguridad en uno de sus brazos, mientras con el otro le acariciaba la espalda circularmente.
—Bueno, y ahora, ¿cómo estás, mó paisté? —le susurró sobre la cabeza—. No estarás asustada por una pequeña tormenta, ¿verdad?
Oyó que murmuraba algo y la apartó para contemplar sus ojos redondos y asustados.
—Sólo es un montón de lluvia, amor —le dijo con suavidad, apartándole el pelo de la cara—. Le gusta llamar la atención, eso es todo, gritar y seguir adelante. Cada vez que oigas un trueno que te grita, le gritas tú también.
Pareció que en sus ojos desaparecía algo de miedo, y asintió.
—Eso es lo que haces cuando tienes pesadillas, ¿verdad?
Los labios de Joe se curvaron con ironía.
—Algo así —admitió.
—¿Y entonces no tienes miedo?
—¡El señor Joe no tiene miedo de nada! —le gritó Carrie a su hermana con seguridad. Lo miró con los ojos iluminados de clara adoración—. ¿Verdad?
Le habría apetecido reírse ante semejante ironía. Se preguntó qué habría dicho Carrie si le hubiese contado la verdad, que tenía miedo de un montón de cosas.
—No, pequeña, no me da miedo nada. —Y alargó el brazo para coger a Carrie y con un rugido la levantó como un saco de patatas. Ella se rio y se agarró de su camisa para no caerse.
Miró a Becky y le sonrió.
—Si no me equivoco, cariño, todavía queda un plato entero de galletas de mantequilla de ayer esperando a ser devoradas.
Ella le devolvió la sonrisa.
—Vamos.
Becky abrió camino por las escaleras con el candil y él la siguió con las dos niñas en brazos. Chester iba detrás de ellos y a Joe le pareció que por fin el viejo perro gruñón iba a tolerar su presencia.
En la cocina, dejó a Carrie en el suelo y ella rápidamente fue a la despensa y volvió con el plato de galletas.
—¿Por qué no vamos a la biblioteca? —sugirió Becky mientras servía zumo de manzana para todos—. Se está mucho mejor allí.
Joe echó un vistazo a las sillas de recto respaldo de la cocina, se puso a Miranda sobre la cadera y pensó que probablemente era una buena idea.
—Venga, vamos. Nos pondremos cómodos. Carrie, trae las galletas. Becky, cariño, trae el candil.
Se instalaron en los cómodos cojines del sofá de la biblioteca: Miranda hecha un ovillo en su regazo, Carrie acurrucada a su lado y, al otro lado, Becky se quedó apoyada contra su hombro. Chester se dejó caer a sus pies en el suelo.
—Cuéntenos una historia, señor Joe —murmuró Miranda, retorciéndose hasta apoyar su mejilla sobre su pecho.
Una historia. Oh, Dios. Intentó retroceder y acordarse de la historia que la seanachaie (cuentacuentos.)le había explicado cuando era niño, antes de la hambruna, antes de que la música y la risa y las historias alrededor del fuego hubieran desaparecido de su vida.
—Había una vez —empezó— un joven que se llamaba Cuchulain que vivía en la gran corte del rey. Una noche oyó el aullido del perro y supo que era el Perro del Ulster, la enorme y salvaje bestia que recorría los llanos y aterrorizaba a los niños pequeños. Todos los otros niños temblaban de miedo al oír ese ruido, pero Cuchulain era un chico valiente y no tenía miedo. A la mañana siguiente, salió a jugar a batear con sus amigos…
—¿Qué es batear? —le interrumpió Carrie.
—Es un juego irlandés que se juega con palos y una pelota de cuero.
—¿Cómo se juega?
Joe empezó a explicarlo, pero Miranda le golpeó impaciente con el codo.
—Es igual. ¿Qué pasó después, señor Joe?
—Mientras los niños estaban jugando —continuó él—, la bestia llegó hasta ellos. Era un animal inmenso con ojos verdes y una mandíbula como la del diablo. Todos los niños gritaron aterrorizados y echaron a correr. Pero Cuchulain les dijo que se estuvieran quietos y se quedaran detrás de él, y ellos así lo hicieron. La bestia se dirigió directamente hacia ellos, mostrando los dientes, dispuesta a destrozarlos.
—¿Y Cuchulain no estaba asustado? —preguntó Miranda.
—No, pequeña. Era muy valiente y se encaró con el perro de frente. Cogió su palo de batear y golpeó la pelota. Tenía una enorme puntería y la pelota golpeó a la bestia con tanta fuerza que lo tumbó muerto sobre el campo. Y así fue como Cuchulain mató al Perro del Ulster y salvó a los niños. Cuchulain era tan valiente y justo que acabó convirtiéndose en el rey de toda Irlanda.
—Una buena historia, señor Joe —dijo Becky cogiendo una galleta del plato que tenían sobre la mesa frente a ellos—. Cuéntenos otra.
—Es muy tarde. Creo que las tres tendríais que estar en la cama.
Su comentario fue recibido con protestas.
—No quiero volver a la cama —murmuró Miranda.
—Yo tampoco —dijo Carrie mientras cogía otra galleta.
—¿No podemos esperar a mamá? —preguntó Becky, y sus hermanas asintieron.
Él miró sus caras esperanzadas.
—¿Os dais cuenta de que a vuestra madre no le va a gustar encontraros despiertas cuando llegue a casa?
Todas ellas asintieron de nuevo con una sonrisa.
Joe suspiró.
—De acuerdo.
Puso a Miranda más cómoda sobre su regazo y empezó a contarles la historia de Cuchulain y la Corte de Emer, pero a mitad del relato se dio cuenta de que nadie le hacía preguntas. Miró a las niñas a su alrededor y vio que las tres se habían quedado dormidas.
Joe comprendió que la historia en sí no importaba. Lo que querían era la cercanía, el sonido de una voz que las acompañase hasta dormirse.
Pero él no durmió. Escuchó los truenos procurando no acordarse de las innumerables veces en que sus hermanas se habían acurrucado junto a él en callejones oscuros y en las cunetas del camino bajo la lluvia. Después de la muerte de Kevin, él había sido el responsable de cuidarlas, de buscar comida, de buscar cobijo. Ellas habían confiado en él, habían contado con él. Y él les había fallado.
«Tá ocrás orm,( tengo hambre) Joe.» Podía oír las lastimeras voces de sus hermanas en medio del viento, podía ver sus lágrimas bajo la lluvia. Intentó borrarlas de su mente, reconstruir la barrera que mantenía los fragmentos dispersos de su pasado a una distancia tolerable. No quería oír las voces en aquel momento, no cuando estaba despierto, no cuando tenía a las niñas tan cerca. «Tá ocrás orm, Joe.» Creo que me estoy muriendo…
Un fuerte trueno hizo temblar las ventanas. Miranda se acurrucó contra él con un pequeño suspiro y él la apretó más contra él. La sentía tan pequeña en la curva de su brazo, tan vulnerable y frágil. Miró a Carrie acurrucada junto a él como un cachorro junto al fuego. Podía notar el cabello de Becky acariciándole el cuello. Intentó centrarse en eso, no en los ecos de las voces en su cerebro.
Había ocasiones en que deseaba con tanta fuerza acallar esas voces y eliminar las pesadillas oscuras para siempre, pero nunca había sido capaz de dar el paso definitivo. Lo había pensado muchas veces, lo había saboreado como si fuese la espera de unas vacaciones, contemplado los mil modos en que podría hacerlo. Sin embargo, cuando llegaba el momento, algo siempre se lo impedía. El suicidio era el pecado definitivo, el que no reunía valor suficiente para cometer.
Su mayor talento era la supervivencia. Hambruna, tifus, disentería, balas, cuchillos, palizas… había sobrevivido porque morir sería rendirse, el suicidio sería la capitulación final.
El odio y la furia eran lo que le mantenían con vida. Se había alimentado durante tanto tiempo de ellos que eran las únicas emociones que reconocía, las únicas que todavía sabía sentir.
Y sin embargo, en aquel momento, rodeado de la calidez de aquellas tres hermosas niñas que lo estaban usando de almohada, el odio parecía tan lejos, sobrepasado por cosas desconocidas y al mismo tiempo familiares, cosas imposibles. Amor. Un sentimiento de pertenencia. Una sensación de paz.
Cerró los ojos. Todo era una ilusión. No pertenecía a ningún sitio. Ya no sabía lo que era el amor. Y la paz… Dios, ¿qué era eso?
Así que Joe se quedó sentado escuchando la lluvia, robando unos momentos de afecto y confianza que no merecía de tres pequeñas que no eran suyas. Y aquella noche se recordó a sí mismo por lo menos en dos ocasiones que no era un hombre de familia.
por que soy muy buena pondre otro
Última edición por SuzzeyMVy el Lun 26 Dic 2011, 3:15 pm, editado 1 vez
Suzzey
Re: "Un Lugar Para Joe"
Capítulo 16
LOS FENIANOS
Belfast, Irlanda, 1865
Cuando Joe conoció a Sean Gallagher, le costó decidir si se trataba de un incendiario genio de la revolución, como lo veían los demás, o más bien de un viejo furioso con hábil verborrea.
Joe había oído hablar de él, claro está. Gallagher era casi una leyenda, un seguidor de O'Connell y uno de los líderes de la revolución de 1848. Como invitado de la Corona, había conocido muchas cárceles y había sufrido un gran número de abusos. En aquellos tiempos era uno de los miembros del sacrosanto círculo privado de la Hermandad. Pero llevaba ya dos horas en la pequeña y estrecha habitación que había en el piso de arriba del pub de McGrath, escuchando un monótono discurso muy parecido al de un seanachaie(cuentacuentos.), sobre los cientos de años de subyugación e injusticia. Joe se había pasado toda la vida oyendo las mismas historias y empezaba a preguntarse si aquel hombre podría estar callado el tiempo suficiente como para hacer la revolución.
«Hablar, hablar, hablar —pensó—. Los irlandeses somos tan buenos hablando.»
De todos modos, Joe se recostó en la silla y escuchó, disimulando su impaciencia y recordando las palabras de O'Bourne la noche anterior:
«Gallagher es de los que mantienen vivo el espíritu. Muchos hombres pueden envalentonarse en el pub después de unas cuantas pintas, pero Gallagher les mantiene la rabia despierta cuando el portero ya ha cerrado, tío. Y sabe lo que hace. Recuérdalo.»
O'Bourne era capitán en la Hermandad, era el líder del pequeño círculo republicano de Belfast. Su meta era organizar la Hermandad en Belfast, reclutar gente, localizar refugios, vías de escape y convertir la ciudad en piedra angular del movimiento feniano. Tanto Joe como la media docena de hombres que estaban en la habitación habían sido escogidos cuidadosamente, sus orígenes exhaustivamente comprobados y sus simpatías por los fenianos examinadas muy de cerca. La mayoría de ellos eran, al igual que Joe, hombres sin hogar y sin familia, con agallas y sin personas cercanas que pudieran llorarles si morían por la causa.
Gallagher había llegado desde Dublín a supervisar a los reclutas de O'Bourne y elegir a algunos de ellos para una misión especial. De los siete hombres que O'Bourne había seleccionado y que se hallaban en la habitación, Gallagher elegiría a dos. A Joe le habría gustado que dejase ya de lado la disertación sobre la historia de Irlanda y se pusiese manos a la obra.
—Algunos de vosotros os estaréis preguntando qué hacemos aquí perdiendo el tiempo hablando de la lucha por la libertad cuando todos los que nos han precedido han fracasado —dijo Gallagher inclinándose hacia adelante y con las palmas de las manos apoyadas en la mesa que había frente a él—. Aquellos de vosotros que esperáis ver cómo Irlanda se alza y se libra del yugo británico con vuestros propios ojos, esperáis en vano. No esperéis que los nuestros salgan a la calle para seguirnos en nuestro camino hacia la libertad. No lo harán. Han estado sojuzgados demasiado tiempo.
Se detuvo para dejar que sus palabras hicieran mella y luego continuó.
—Estamos intentando ir a la guerra con un apoyo limitado, con fondos limitados y con siglos de mala suerte a nuestras espaldas. Así que ¿para qué molestarse? ¿Qué tenemos para albergar esperanza alguna de ser libres?
Gallagher se irguió y cerró los puños.
—Tenemos algo que los británicos nunca lograrán conquistar con sus ejércitos y sus gobiernos, algo que nunca podrán capturar con sus leyes y sus cárceles. Tenemos la voluntad de luchar. Mientras haya un solo hombre que lance el grito de guerra por la libertad, un solo hombre que escupa al enemigo, un solo hombre que se niegue a ser sojuzgado, los británicos no nos conquistarán de verdad. No importa lo que ocurra, recordadlo, porque esto es lo que salvará nuestra tierra y nuestra gente finalmente. Nuestra negativa a ser destruidos.
Pasó la mirada por el grupo de hombres y Joe supo que los estaba examinando. Gallagher estaba decidiendo quién era un valiente de boquilla y quién lo era de verdad, quién se hundiría y quien no, quién podía entregar su vida por la libertad de Irlanda y quién sólo podía presumir de hacerlo.
—Vuestra familia ahora es la Hermandad, chicos. No tenéis otra. Mirad bien las caras de los que estamos aquí. Fuera de este círculo, no confiéis en nadie. Y recordad, no tengo nada en contra de las mujeres, pero, por el amor de Dios, si os bajáis los pantalones, eso no significa que debáis abrir la boca.
Joe no tenía que preocuparse por eso. En aquella época era tan célibe como el papa. Pensó en Mary y el corazón le dio un vuelco de tristeza. Se había casado con Colm una semana después de la conversación que habían tenido fuera del pub. Siete meses más tarde, Mary estaba muerta y también el hijo que llevaba dentro. El hijo de Joe. Habían pasado dos años, pero todavía sufría al pensarlo. «Déjalo», pensó, y apartó los recuerdos de la joven concentrándose en Gallagher y en la causa. Eso era lo único que importaba en aquellos momentos.
—Los espías están por todas partes —continuó Gallagher—, y muchos de ellos llevan ropa de mujer. —Se metió la mano en el bolsillo del abrigo y sacó un revólver. Lo sujetó para que todos los hombres en la habitación pudieran verlo y después apuntó con el arma—. Los informadores pagarán con sus vidas —dijo moviendo el arma lentamente entre el círculo de rostros— y arderán en el infierno para siempre.
La pistola se detuvo frente a la silla de Joe y los ojos de los dos hombres se encontraron por encima del cañón. Todos se agacharon instintivamente cuando Gallagher apretó el gatillo. Todos menos uno.
Joe no pestañeó y el tambor de la pistola hizo un ruido inofensivo.
Gallagher soltó una carcajada.
—Este Joe es uno de los buenos, eh —dijo depositando la pistola en la mesa.
Joe supo que había pasado la prueba y decidió que ya era hora de ir al grano. Se irguió en la silla e hizo la pregunta vital:
—¿Qué quieres que hagamos?
En los labios de Gallagher se formó algo parecido a una sonrisa.
—Tengo un millar de rifles esperando en un almacén de Nueva York, cortesía de nuestros primos americanos del Clan na Gael.(( una sociedad secreta constituida en América durante el siglo XIX formada por emigrantes irlandeses con la voluntad de lograr la independencia de Irlanda del gobierno británico.
))) Quiero que me ayudéis a entrarlos en el Ulster dentro de tres meses.
Joe concluyó que Gallagher hacía honor a su fama de genio incendiario de la revolución.
espero que la disfrutaran :) fueron muChos
LOS FENIANOS
Belfast, Irlanda, 1865
Cuando Joe conoció a Sean Gallagher, le costó decidir si se trataba de un incendiario genio de la revolución, como lo veían los demás, o más bien de un viejo furioso con hábil verborrea.
Joe había oído hablar de él, claro está. Gallagher era casi una leyenda, un seguidor de O'Connell y uno de los líderes de la revolución de 1848. Como invitado de la Corona, había conocido muchas cárceles y había sufrido un gran número de abusos. En aquellos tiempos era uno de los miembros del sacrosanto círculo privado de la Hermandad. Pero llevaba ya dos horas en la pequeña y estrecha habitación que había en el piso de arriba del pub de McGrath, escuchando un monótono discurso muy parecido al de un seanachaie(cuentacuentos.), sobre los cientos de años de subyugación e injusticia. Joe se había pasado toda la vida oyendo las mismas historias y empezaba a preguntarse si aquel hombre podría estar callado el tiempo suficiente como para hacer la revolución.
«Hablar, hablar, hablar —pensó—. Los irlandeses somos tan buenos hablando.»
De todos modos, Joe se recostó en la silla y escuchó, disimulando su impaciencia y recordando las palabras de O'Bourne la noche anterior:
«Gallagher es de los que mantienen vivo el espíritu. Muchos hombres pueden envalentonarse en el pub después de unas cuantas pintas, pero Gallagher les mantiene la rabia despierta cuando el portero ya ha cerrado, tío. Y sabe lo que hace. Recuérdalo.»
O'Bourne era capitán en la Hermandad, era el líder del pequeño círculo republicano de Belfast. Su meta era organizar la Hermandad en Belfast, reclutar gente, localizar refugios, vías de escape y convertir la ciudad en piedra angular del movimiento feniano. Tanto Joe como la media docena de hombres que estaban en la habitación habían sido escogidos cuidadosamente, sus orígenes exhaustivamente comprobados y sus simpatías por los fenianos examinadas muy de cerca. La mayoría de ellos eran, al igual que Joe, hombres sin hogar y sin familia, con agallas y sin personas cercanas que pudieran llorarles si morían por la causa.
Gallagher había llegado desde Dublín a supervisar a los reclutas de O'Bourne y elegir a algunos de ellos para una misión especial. De los siete hombres que O'Bourne había seleccionado y que se hallaban en la habitación, Gallagher elegiría a dos. A Joe le habría gustado que dejase ya de lado la disertación sobre la historia de Irlanda y se pusiese manos a la obra.
—Algunos de vosotros os estaréis preguntando qué hacemos aquí perdiendo el tiempo hablando de la lucha por la libertad cuando todos los que nos han precedido han fracasado —dijo Gallagher inclinándose hacia adelante y con las palmas de las manos apoyadas en la mesa que había frente a él—. Aquellos de vosotros que esperáis ver cómo Irlanda se alza y se libra del yugo británico con vuestros propios ojos, esperáis en vano. No esperéis que los nuestros salgan a la calle para seguirnos en nuestro camino hacia la libertad. No lo harán. Han estado sojuzgados demasiado tiempo.
Se detuvo para dejar que sus palabras hicieran mella y luego continuó.
—Estamos intentando ir a la guerra con un apoyo limitado, con fondos limitados y con siglos de mala suerte a nuestras espaldas. Así que ¿para qué molestarse? ¿Qué tenemos para albergar esperanza alguna de ser libres?
Gallagher se irguió y cerró los puños.
—Tenemos algo que los británicos nunca lograrán conquistar con sus ejércitos y sus gobiernos, algo que nunca podrán capturar con sus leyes y sus cárceles. Tenemos la voluntad de luchar. Mientras haya un solo hombre que lance el grito de guerra por la libertad, un solo hombre que escupa al enemigo, un solo hombre que se niegue a ser sojuzgado, los británicos no nos conquistarán de verdad. No importa lo que ocurra, recordadlo, porque esto es lo que salvará nuestra tierra y nuestra gente finalmente. Nuestra negativa a ser destruidos.
Pasó la mirada por el grupo de hombres y Joe supo que los estaba examinando. Gallagher estaba decidiendo quién era un valiente de boquilla y quién lo era de verdad, quién se hundiría y quien no, quién podía entregar su vida por la libertad de Irlanda y quién sólo podía presumir de hacerlo.
—Vuestra familia ahora es la Hermandad, chicos. No tenéis otra. Mirad bien las caras de los que estamos aquí. Fuera de este círculo, no confiéis en nadie. Y recordad, no tengo nada en contra de las mujeres, pero, por el amor de Dios, si os bajáis los pantalones, eso no significa que debáis abrir la boca.
Joe no tenía que preocuparse por eso. En aquella época era tan célibe como el papa. Pensó en Mary y el corazón le dio un vuelco de tristeza. Se había casado con Colm una semana después de la conversación que habían tenido fuera del pub. Siete meses más tarde, Mary estaba muerta y también el hijo que llevaba dentro. El hijo de Joe. Habían pasado dos años, pero todavía sufría al pensarlo. «Déjalo», pensó, y apartó los recuerdos de la joven concentrándose en Gallagher y en la causa. Eso era lo único que importaba en aquellos momentos.
—Los espías están por todas partes —continuó Gallagher—, y muchos de ellos llevan ropa de mujer. —Se metió la mano en el bolsillo del abrigo y sacó un revólver. Lo sujetó para que todos los hombres en la habitación pudieran verlo y después apuntó con el arma—. Los informadores pagarán con sus vidas —dijo moviendo el arma lentamente entre el círculo de rostros— y arderán en el infierno para siempre.
La pistola se detuvo frente a la silla de Joe y los ojos de los dos hombres se encontraron por encima del cañón. Todos se agacharon instintivamente cuando Gallagher apretó el gatillo. Todos menos uno.
Joe no pestañeó y el tambor de la pistola hizo un ruido inofensivo.
Gallagher soltó una carcajada.
—Este Joe es uno de los buenos, eh —dijo depositando la pistola en la mesa.
Joe supo que había pasado la prueba y decidió que ya era hora de ir al grano. Se irguió en la silla e hizo la pregunta vital:
—¿Qué quieres que hagamos?
En los labios de Gallagher se formó algo parecido a una sonrisa.
—Tengo un millar de rifles esperando en un almacén de Nueva York, cortesía de nuestros primos americanos del Clan na Gael.(( una sociedad secreta constituida en América durante el siglo XIX formada por emigrantes irlandeses con la voluntad de lograr la independencia de Irlanda del gobierno británico.
))) Quiero que me ayudéis a entrarlos en el Ulster dentro de tres meses.
Joe concluyó que Gallagher hacía honor a su fama de genio incendiario de la revolución.
espero que la disfrutaran :) fueron muChos
Suzzey
Re: "Un Lugar Para Joe"
meeeeeeee necanto el martonnnnnnn
estuvo
me jor dicho quede son palabras
enserio
y el beso!!!!!
lo ame lo ame
lo super
ame
me encanta esta nove
ya quiero muchos mas beosos y capsss
siguela
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ame
me encanta esta nove
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siguela
andreita
Re: "Un Lugar Para Joe"
Ame la maraton...
Siguelaaa
Me encanto el beso qe le dio joe a la rayis..
Ame ese cap! :)
Siguelaaaa ya qieo mas caps!
☎ Jimena Horan ♥
Re: "Un Lugar Para Joe"
Hahaha me encantaron
GraaacccciiiaaSs :)
Ya se las niñas son todas cueras y la rayis deberia de soltarse un poco mas el pelo
Uhhh jajaa y joe a veces me dan mucha risa sus comentarios
Sigela pronto esta genial!!!!
GraaacccciiiaaSs :)
Ya se las niñas son todas cueras y la rayis deberia de soltarse un poco mas el pelo
Uhhh jajaa y joe a veces me dan mucha risa sus comentarios
Sigela pronto esta genial!!!!
Heaven.Foster
Re: "Un Lugar Para Joe"
OMJ!!!!!!
SUPERMARATOOOON!!!!! jejejej
Ame la SUPERMARATOOOON!!!!!!!!! Jajajajaja
Sigue please!!! ;)
A ver si pasan por mi nove y mis shot's? ;)
https://onlywn.activoforo.com/t8476-una-caida-de-amor-joe-y-tu (shot)
https://onlywn.activoforo.com/t8493-lamour-est-pour-lair-nick-j-y-tu (shot)
https://onlywn.activoforo.com/t8715-all-this-time-joe-y-tu#655224 (nove)
SUPERMARATOOOON!!!!! jejejej
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https://onlywn.activoforo.com/t8715-all-this-time-joe-y-tu#655224 (nove)
mary(mariana)
Re: "Un Lugar Para Joe"
Nueva lectora
Ame tu nove
Fue grande el maratón pro m kede con las ganas d mas
Siguela! !!!
Ame tu nove
Fue grande el maratón pro m kede con las ganas d mas
Siguela! !!!
joenatik
Re: "Un Lugar Para Joe"
Los ameeeeee
Hermosos!!!!!
Lo unico malo es que quedo con ganas de mas
Plis siguela pronto
Me encanta
Amo esta nove......pobre joe jejejjeje esa vida q le ha tocado es muy dura
Siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaa
Beshitossssss
Hermosos!!!!!
Lo unico malo es que quedo con ganas de mas
Plis siguela pronto
Me encanta
Amo esta nove......pobre joe jejejjeje esa vida q le ha tocado es muy dura
Siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaa
Beshitossssss
Julieta♥
Re: "Un Lugar Para Joe"
joenatik escribió:Nueva lectora
Ame tu nove
Fue grande el maratón pro m kede con las ganas d mas
Siguela! !!!
Bienvenida
Suzzey
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