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"Un Lugar Para Joe"
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "Un Lugar Para Joe"
Me encantaron los capis
Pro se m romperá el coraazon si se marcha
Pobre carrie se encariño tanto
Acaabo d darme cuenta k leo otra d tus noves
Chica en serio k tienes talento
Pro se m romperá el coraazon si se marcha
Pobre carrie se encariño tanto
Acaabo d darme cuenta k leo otra d tus noves
Chica en serio k tienes talento
joenatik
Re: "Un Lugar Para Joe"
perdonperdon y otro perdon esq no pude subir pero ya volvi y les subire maraton de 5 yeiiii
y muy feliz año!!!! otro año mas que rapido.
ademas de q estoy continuando la otra novela "amame solo ami" q no la habia seguido por falta de inpiracion escribire algunos mas y subire ademas de q ya estoy pensado en otra novela creo q sera corta pero aun estoy pensando en ella y otra sorpresa quedan 9 caps :( T.T y como subire 5 quedaran 4, pero ya se q novela adaptare estoy en 2 una larga y una no tanto pondre la larga q llorre es tambien como historica mas adalante les pondre la sipnosis para ver q opinan y espero q no este en otra pagina q lo dudo. bueno mejor doy fin a la habladeria y comienzo con los caps como buen inicio del año.
una pregunta alguien q viva en sudamerica o q esten en verano aclaran mi duda las vacaciones dura 3 meses!!!!! escuhe q es del 18 o 8 de diciembre y entran hasta marzo q genial es mi duda :) algo raro. que genial :D esq lo vi no se donde en fin
y muy feliz año!!!! otro año mas que rapido.
ademas de q estoy continuando la otra novela "amame solo ami" q no la habia seguido por falta de inpiracion escribire algunos mas y subire ademas de q ya estoy pensado en otra novela creo q sera corta pero aun estoy pensando en ella y otra sorpresa quedan 9 caps :( T.T y como subire 5 quedaran 4, pero ya se q novela adaptare estoy en 2 una larga y una no tanto pondre la larga q llorre es tambien como historica mas adalante les pondre la sipnosis para ver q opinan y espero q no este en otra pagina q lo dudo. bueno mejor doy fin a la habladeria y comienzo con los caps como buen inicio del año.
una pregunta alguien q viva en sudamerica o q esten en verano aclaran mi duda las vacaciones dura 3 meses!!!!! escuhe q es del 18 o 8 de diciembre y entran hasta marzo q genial es mi duda :) algo raro. que genial :D esq lo vi no se donde en fin
Suzzey
Re: "Un Lugar Para Joe"
Capítulo 21
Durante los siete días que siguieron, Joe cogió melocotones de sol a sol agradeciendo tener que pasar largas horas dedicado a aquella tarea. Durante el día, no estaba suficientemente cerca de _______ como para tocarla y por la noche estaba tan exhausto que ni siquiera podía ocupar su mente con sus desesperados deseos de acariciarla. Se iba a la cama cada noche justo después de cenar y se quedaba dormido al instante. Durante su sueño, no le atormentaban ni las pesadillas sobre Mountjoy, ni la culpa por su inminente marcha, ni los sueños eróticos con ____. Simplemente estaba agotado.
El trabajo también le estaba haciendo recuperar la fuerza. Sabía que cuando volviese al ring lo haría en plena forma. Cuando pensaba en marcharse, sentía en igual medida culpa y alivio, como si ambos sentimientos batallasen por hacerse con el control, así que no pensaba en el momento de la partida. Dejaba pasar los días como siempre había hecho, uno a uno. Era la única forma que conocía de seguir adelante.
Cuando acabaron de recoger todos los melocotones y estuvieron metidos en barriles llenos de serrín, los cargó en los dos carromatos que _____ había traído del pueblo. Tuvo que ponerlos en varias pilas que aseguró atándolas con cuerdas. A la mañana siguiente, al alba, ______ se llevó a las niñas a la granja de los Johnson para que pasaran allí los siguientes dos días. Cuando volvió, preparó una pequeña bolsa de viaje y ella y Joe, cada uno en un carromato, partieron rumbo a Monroe.
Él estaba encantado con la solución ya que prefería estar a la prudente distancia que mediaba entre los dos carromatos. Pero puesto que _____ iba la primera, se pasó toda la mañana mirándola, y hacia el mediodía llegó a la conclusión de que para volver a sentirse realmente cómodo harían falta cincuenta millas más de distancia entre ellos.
Cuando _____ se quitó el sombrero y el sol tiñó su cabello castaño de tonos rojizos, Joe recordó la sensación de su pelo entre sus dedos. Cuando ella soltó las riendas y levantó los brazos arqueando la espalda para estirarse lánguidamente, se la imaginó desnuda en medio de un revoltijo de almohadas y sábanas. Cuando se detuvieron a comer los bocadillos que ______ había preparado y se sentaron a la sombra de un pinar, Joe pudo observar cómo se desabrochaba los dos botones más altos de su vestido haciendo referencia al calor y sintió que se deshacía.
En aquel momento habría deseado no haberla invitado a cenar en Monroe. La verdad es que había sido una idea estúpida. Iba a sentarse frente a ella deseándola desesperadamente, sin poder ni tan siquiera tocarla sólo porque parecía haber desarrollado un ridículo sentido del decoro en su compañía.
«Sólo unos días más», se dijo a sí mismo moviendo las riendas para que el carromato arrancase de nuevo. Se trataba sólo de unos días más. Después se iría de aquel lugar por su bien. Había decidido que iría primero a Nueva Orleans, al distrito irlandés, donde pensaba enfrentarse a todos los novatos en Shaugnessey. Con las ganancias, compraría suficiente whisky, puros y mujeres y se dedicaría a jugar a las cartas como para ahuyentar cualquier recuerdo de ______ Maitland y confirmar que sus escrúpulos no le habían hecho mella permanente.
Vio cómo _______ se masajeaba la nuca para aliviar la rigidez y se imaginó a sí mismo dándole ese masaje, comenzando por el cuello y siguiendo más abajo. Lo imaginó una y otra vez.
Iba a ser un viaje muy largo.
Llegaron a Monroe al caer la tarde. _____ estuvo negociando con Silas Shaw, el propietario de la fábrica de conservas un buen precio por sus melocotones y, una vez que llegaron a un acuerdo, descargaron los carromatos y ella se guardó el preciado dinero que le permitiría vivir un año entero dentro de una de las altas botas que calzaba. Joe condujo los carromatos hasta las caballerizas que había más allá del Hotel Whitmore y después entró en el establecimiento para pedir las habitaciones donde pasarían la noche. _____ fue al colmado de Danby y compró ocho paneles de cristal para las ventanas que deberían entregarle en el Whitmore por la mañana y después se dirigió al hotel para encontrarse con Joe.
La estaba esperando en el vestíbulo. Cuando firmó su registro, percibió la mirada inquisidora del recepcionista al darse cuenta de que obviamente no eran un matrimonio pero estaban juntos, una idea que Joe confirmó cuando le preguntó dónde podían cenar. Ella sintió que se sonrojaba, pero él le lanzó una sonrisa burlona al ver su mirada de reproche. ______ tomó la llave de la mano del recepcionista sin decir palabra y siguió arriba al botones con su bolsa de viaje.
Media hora más tarde, estaba sumergida en un baño de espuma que le habían preparado las camareras, un baño de agua templada, ideal para refrescarse después del calor del día y eliminar de su cuerpo el sudor y el polvo del viaje. Se permitió un baño sin prisas, después se lavó el cabello, lo envolvió en una toalla y salió de la bañera.
Se secó el cuerpo con la toalla, se vistió con su combinación de encaje, se abrochó los cordeles del corsé y se metió por la cabeza el vestido de seda rojo.
Se sentó en el tocador y se cepilló el pelo todavía ligeramente húmedo, pero que ya empezaba a ondularse, se hizo un recogido ligero en el cogote y dejó que algunos rizos sueltos le cayesen por el rostro. El domingo que había afeitado a Joe, él le había dicho que le gustaba su pelo de aquel modo. Se fijó el recogido con dos horquillas y se acordó de cómo él le había soltado el pelo aquel día en la cocina. El recuerdo le hizo estremecerse.
______ se estiró los pliegues del vestido, contenta de haberlo llevado. Intentó acordarse de la última vez que se había puesto aquel precioso vestido, que había sentido el delicioso roce de las delicadas piezas íntimas de encaje. Pero no lo recordaba. Hacía mucho tiempo, demasiado.
Se levantó y dio unos pasos hacia atrás para verse mejor y estudió el reflejo en el espejo con sorpresa. No se reconoció. Estaba bastante guapa.
Se quedó allí de pie mirando su propia imagen. Joe había insistido en llevarla a cenar y _____ había decidido que aquella noche iba a ser diferente. Aquella noche no iba a ser la mujer gris de siempre. Miró fijamente el corpiño que dejaba descubiertos sus hombros y que bajaba formando un escote en uve, bastante casto aunque para ella muy atrevido. Pero no le importaba. Por una vez en su vida quería ser osada, incluso algo descarada. Quería algo de romance, y aquella noche era su única oportunidad. Pensó en los ojos azules y turbios de Joe y notó otra vez que se estremecía. «Sólo esta vez —pensó cubriéndose con los brazos—, sólo esta vez.» Tenía el resto de su vida para arrepentirse.
Cuando _____ abrió la puerta de su habitación, Joe sintió que la garganta se le quedaba totalmente seca y que de pronto sentía una imperiosa necesidad de tomar un buen trago de whisky. Pasó la mirada por su silueta deteniéndose abruptamente en el escote que formaba el corpiño de oscura seda roja de su vestido. Mejor dos tragos. ¿Cómo diablos iba a aguantar una noche entera de ligera conversación con ella si lo único que quería era besarle la suave piel?
—¿Pasa algo? —le preguntó ella.
—¿Que si pasa? —Sacudió la cabeza—. Estoy anonadado —dijo soltando una carcajada y procurando trivializar—. Estás tan hermosa que seré la envidia de todos los hombres.
Por sus mejillas acaloradas y su sonrisa vacilante, Joe intuyó que ella no le creía del todo.
—Es el vestido —murmuró.
—No, no lo es. —Lanzó una nueva mirada al escote de ______—. Aunque el vestido, sin duda, tengo que reconocer que ayuda.
—Tú también estás muy guapo —dijo ______ con timidez, señalando su traje.
Joe pasó la mano por el chaleco gris marengo. Había pagado la habitación, se había cortado el pelo, se había dado un baño y se había comprado ese traje por tres dólares.
—Por lo menos me va bien. Y creo que todavía me queda dinero para invitarte a cenar.
—No tienes por qué. Puedo pagarme la cena.
—Puede que sí, pero no lo harás —le ofreció el brazo—. ¿Vamos, señorita Maitland?
______ lo cogió del brazo y bajaron juntos al restaurante del hotel. Cenaron sopa de verduras, salmón con salsa de eneldo, espárragos y pastel de melocotón. Todo estaba delicioso, algo más lujoso que lo que tomaban habitualmente en la cocina de ______, pero Joe afirmó que igual de rico.
Después de la comida, el camarero le ofreció a la dama café y al caballero una copa y un puro. Joe respondió sin vacilar:
—Whisky irlandés, por favor, y un habano.
—Muy bien, señor —contestó el camarero retirándose. Entonces Joe miró a _____ y vio que se mordía el labio inferior y bajaba la vista.
—Te molesta —dijo.
—No.
—______, lo tienes escrito en la cara. Se me había olvidado que no aprobabas el whisky. Pediré que no lo traigan.
—No, por favor, no lo hagas —lo miró con sinceridad—. Por favor, disfruta de tu whisky y tu puro, si te apetece.
A pesar de sus palabras, él se dio cuenta de que no se sentía cómoda.
—¿Por qué te molesta?
______ vaciló, después bajó la mirada hacia su plato y con los dedos jugueteó con la servilleta que tenía en el regazo.
—Mi padre bebía whisky —dijo en voz baja—. Bourbon, en realidad, mucho bourbon. No lo llevaba muy bien.
Estaba retorciendo la servilleta con los dedos, pero pareció darse cuenta y la alisó sobre la falda.
—Cuando yo era pequeña —continuó— no era tan terrible. A mamá no le gustaba el alcohol, así que no bebía delante de ella y escondía el bourbon en un lugar concreto que mi madre conocía. Todos lo conocíamos. Pero por el bien de mi madre, lo tenía controlado. Cuando ella murió, dejó de esconderlo. Bebía abiertamente y muy a menudo. Podía llegar a ser bastante… embarazoso.
Joe de pronto entendió muchas cosas.
—Por eso no tuviste bailes ni fiestas.
—Sí. Mis hermanos estaban en la universidad la mayor parte del año, así que claro está, yo no podía ir a ningún acontecimiento social sin acompañante. Así que, no iba con mucha frecuencia, y cuando lo hacía, me acompañaba mi padre. Después de varios incidentes bochornosos, dejaron de invitarnos. —Hizo una pausa y luego añadió—: Mi padre llevó muy mal la muerte de mi madre. Se sentía perdido sin ella y se volvió muy dependiente de mí, incluso posesivo. Los hombres que se acercaban a mi padre para pedirle permiso para cortejarme, eran rechazados.
—¿Y no te daba rabia?
—Sí —admitió—. Pero era mi padre.
El camarero apareció de nuevo. Dejó una taza de café para _____ y un vaso de whisky para Joe, junto con una pequeña bandeja de plata con el puro y un par de cortapuros. Él dio un sorbo a la bebida, pero de algún modo ya no le apetecía tanto. Dejó el vaso en la mesa.
_____ bebió un poco de café, y empezó a acariciar el borde de la taza con la yema de los dedos.
—Después vino la guerra y todos los hombres se fueron al frente. Muchos de ellos no volvieron. Los esclavos se marcharon, y la plantación se echó a perder porque no había nadie que la trabajase, sólo yo. Y entonces nos llegó la noticia de que mis dos hermanos habían muerto en Gettysburg.
Detuvo el movimiento de la mano y levantó la vista hacia Joe.
—Creo que aquello fue el golpe de gracia para mi padre. Lo vi deteriorarse y pasar de ser un hombre de voluntad fuerte y de gran energía a una sombra desconcertada. Y no había nada que yo pudiera hacer para detener ese deterioro. Intenté cuidarlo, ayudarle, pero no pude. Por eso se cayó de la escalera y se rompió la columna. Estaba borracho y yo creo que quería morir.
No había asomo de desaprobación en su voz, ni rabia ni rencor, simplemente una resignación cansada y una dolorosa señal de algo que emocionó a Joe porque era algo que conocía muy bien: soledad. A pesar de sus vidas dispares, sus valores opuestos y sus experiencias tan diferentes, tenían algo en común. Alargó la mano y la posó sobre la de ______ en un gesto de apoyo que le sorprendió a él mismo. A ella también. Bajó la vista hacia las manos unidas y, lentamente, ______ entrelazó sus dedos con los de él.
—Gracias —dijo.
—¿Por qué?
—Por escucharme. Nunca antes había hablado de esto con nadie.
____ le sonrió y el deseo de Joe de reconfortarla se transformó al instante en algo muy diferente, algo que sin duda había dejado traslucir porque la sonrisa se desvaneció del rostro de ______, que de repente lo miró con intensidad.
—¿De verdad crees que soy hermosa? —le preguntó.
Joe se quedó helado, mirándola fijamente a los ojos y sintiendo que se estaba derritiendo en dulce chocolate deshecho.
—Creo que es mejor que vayamos a descansar —dijo despacio y a regañadientes, retiró la mano—. Mañana nos espera un largo viaje y es mejor que duermas bien.
Dormir era lo último que necesitaba ______ y no sabía qué hacer. Miró la puerta cerrada de su habitación confusa y frustrada. Su noche romántica se había terminado antes de empezar.
No sabía muy bien cómo había ocurrido, pero estaban cogidos de la mano compartiendo un momento de intimidad y al minuto siguiente Joe la estaba empujando a su habitación y le daba unas secas buenas noches.
Le había preguntado si de verdad pensaba que era hermosa, una pregunta estúpida y de la que se arrepentía, pero él la había mirado como si lo fuese y le había dicho que lo era, así que igual no había sido eso lo que había acabado con la velada de manera tan abrupta.
A lo mejor no debería haber hablado tanto de su padre, no era un tema precisamente romántico, pero no tenía ni idea de qué temas eran los que se consideraban románticos.
O puede que hubiese sido su reacción cuando él había pedido la bebida. Por Dios, el hombre tenía derecho a tomarse una copa después de cenar, o lo que le apeteciese. Era sólo una copa y _______ no debería haberse comportado de manera tan estúpida. Le habría gustado darse ella misma una patada.
Suspiró y le dio la espalda a la puerta para dejar su bolso y sus guantes sobre la cama. Sea lo que fuese lo que había hecho, ya era tarde para remediarlo. Ella estaba en su habitación, Joe en la suya y la velada juntos se había terminado. Estaba claro que no era una gran seductora y, además, ya lo sabía.
Él se marcharía. No se hacía ilusiones al respecto. Su vida volvería a la normalidad de antes, pero aquella noche deseaba tanto que todo hubiese sido diferente. Desde el momento en que se habían conocido, _______ había sentido lo que él podía darle, y aquel día en la cocina, él le había dado a probar todo lo que ella se había perdido. Quería probar de nuevo. ¿Podía simplemente alargar la mano y tomarlo? ¿Y podría vivir después con el dolor, amándolo y viéndolo marchar?
Pero, ¿cómo se seducía a alguien? No podía simplemente ir a su habitación y decirle «¿Me besas, por favor?». No podía.
¿O sí?
Se quedó de pie durante varios minutos de agónica incertidumbre. El dolor iba a ser el mismo de todos modos. Pero no quería dejarle marchar sin sentir primero la pasión que él podía ofrecerle, la pasión que ella ni siquiera había sabido que podría sentir hasta que él llegó.
Se metió la llave de la habitación en el bolsillo del vestido y agarró el pomo de la puerta antes de que pudiera cambiar de opinión.
Cuando llamó a la puerta, pensó que igual había oído mal al recepcionista y que, si resultaba ser la habitación equivocada, se moriría de vergüenza. Pero no se había equivocado de habitación. La puerta se abrió y Joe apareció en el umbral.
Se había quitado el chaleco y tenía la camisa arrugada en la mano como si se la acabase de quitar al oír la puerta. Lo había visto muchas veces sin ella, así que no debería haberse puesto nerviosa, pero se puso.
—¿_______? —dijo él frunciendo el ceño sorprendido y dejó la camisa a un lado—. ¿Qué demonios haces aquí?
—Hay algo que quería decirte antes —empezó ella intentando disimular su nerviosismo sin lograrlo—, pero no he tenido ocasión.
Se oyeron unos pasos en las escaleras al final del pasillo y Joe se asomó. Lanzó una maldición en voz baja, la cogió del brazo, la metió en la habitación y cerró la puerta. ______ se apoyó en ella y lo miró. Él no parecía contento de verla y ella sintió que le fallaban las fuerzas. No parecía nada contento.
—¿Qué querías decirme? —le preguntó con una voz que no invitaba a _____ a continuar. Tomó aire profundamente.
—Antes te he explicado que de joven me perdí muchas cosas. —Se alisó los laterales del vestido y sintió que nunca en su vida había estado tan asustada como en aquel momento. Pero no apartó la vista de Joe—. Lo que no te he dicho —continuó con voz temblorosa— es que deseaba todas esas cosas. Deseaba bailes y fiestas y escaparme de las carabinas para dar paseos románticos con un novio. Quería reír y bailar y enamorarme. Quería… quería que me besaran, pero nunca me besaron, por lo menos no hasta que tú… hasta que nosotros… Bueno, te mentí.
—Sí —dijo él. En su boca asomó una sonrisa—. Lo sé. —Ella nunca le había oído hablar con tanta dulzura.
______ dejó de alisarse el vestido y juntó las palmas abiertas de sus manos.
—Así que eso es lo que quería decirte.
—¿Por qué has venido a mi habitación a estas horas a decirme eso?
El corazón de _____ latía desbocado. Levantó el rostro, se humedeció los labios secos e intentó hablar, pero no le salía una sola palabra. Tragó dos veces saliva e hizo acopio de valor.
—Quiero un poquito de todo lo que me perdí hace ya tantos años, y aquella tarde en la cocina me dijiste que tú me lo podías mostrar, y lo hiciste, un poco. Quiero que me lo muestres, Joe, otra vez. Quiero pasar la noche contigo.
—¡Dios! —exclamó él mirándola con tal consternación que ella deseó que se la tragase la tierra. Le abandonó todo el valor y vio cómo era sustituido por una tremenda vergüenza.
—Perdona si la idea no es de tu agrado —dijo dándose la vuelta y tomando el pomo de la puerta. No iba a dejar que Joe viese lo dolida que estaba, ni hablar. Ya había hecho bastante el ridículo. Intentó abrir la puerta, pero no pudo y se dio cuenta de que el pestillo estaba echado. Movió desesperadamente adelante y atrás el cerrojo y oyó que Joe se acercaba por detrás justo en el momento en que lograba entreabrir la puerta.
La mano de Joe golpeó la puerta y la cerró. No la estaba tocando en absoluto, pero podía sentir el calor de su cuerpo como si lo estuviese haciendo. _______ sintió su cálido aliento en la mejilla cuando agachó la cabeza.
—Amor, espero que te des cuenta de lo que realmente me estás pidiendo —murmuró en su oído—. Quieres que te haga el amor.
_____ se dio la vuelta y lo miró directamente a sus intensos ojos cafés.
—Sí —dijo—. Eso es exactamente lo que quiero.
Durante los siete días que siguieron, Joe cogió melocotones de sol a sol agradeciendo tener que pasar largas horas dedicado a aquella tarea. Durante el día, no estaba suficientemente cerca de _______ como para tocarla y por la noche estaba tan exhausto que ni siquiera podía ocupar su mente con sus desesperados deseos de acariciarla. Se iba a la cama cada noche justo después de cenar y se quedaba dormido al instante. Durante su sueño, no le atormentaban ni las pesadillas sobre Mountjoy, ni la culpa por su inminente marcha, ni los sueños eróticos con ____. Simplemente estaba agotado.
El trabajo también le estaba haciendo recuperar la fuerza. Sabía que cuando volviese al ring lo haría en plena forma. Cuando pensaba en marcharse, sentía en igual medida culpa y alivio, como si ambos sentimientos batallasen por hacerse con el control, así que no pensaba en el momento de la partida. Dejaba pasar los días como siempre había hecho, uno a uno. Era la única forma que conocía de seguir adelante.
Cuando acabaron de recoger todos los melocotones y estuvieron metidos en barriles llenos de serrín, los cargó en los dos carromatos que _____ había traído del pueblo. Tuvo que ponerlos en varias pilas que aseguró atándolas con cuerdas. A la mañana siguiente, al alba, ______ se llevó a las niñas a la granja de los Johnson para que pasaran allí los siguientes dos días. Cuando volvió, preparó una pequeña bolsa de viaje y ella y Joe, cada uno en un carromato, partieron rumbo a Monroe.
Él estaba encantado con la solución ya que prefería estar a la prudente distancia que mediaba entre los dos carromatos. Pero puesto que _____ iba la primera, se pasó toda la mañana mirándola, y hacia el mediodía llegó a la conclusión de que para volver a sentirse realmente cómodo harían falta cincuenta millas más de distancia entre ellos.
Cuando _____ se quitó el sombrero y el sol tiñó su cabello castaño de tonos rojizos, Joe recordó la sensación de su pelo entre sus dedos. Cuando ella soltó las riendas y levantó los brazos arqueando la espalda para estirarse lánguidamente, se la imaginó desnuda en medio de un revoltijo de almohadas y sábanas. Cuando se detuvieron a comer los bocadillos que ______ había preparado y se sentaron a la sombra de un pinar, Joe pudo observar cómo se desabrochaba los dos botones más altos de su vestido haciendo referencia al calor y sintió que se deshacía.
En aquel momento habría deseado no haberla invitado a cenar en Monroe. La verdad es que había sido una idea estúpida. Iba a sentarse frente a ella deseándola desesperadamente, sin poder ni tan siquiera tocarla sólo porque parecía haber desarrollado un ridículo sentido del decoro en su compañía.
«Sólo unos días más», se dijo a sí mismo moviendo las riendas para que el carromato arrancase de nuevo. Se trataba sólo de unos días más. Después se iría de aquel lugar por su bien. Había decidido que iría primero a Nueva Orleans, al distrito irlandés, donde pensaba enfrentarse a todos los novatos en Shaugnessey. Con las ganancias, compraría suficiente whisky, puros y mujeres y se dedicaría a jugar a las cartas como para ahuyentar cualquier recuerdo de ______ Maitland y confirmar que sus escrúpulos no le habían hecho mella permanente.
Vio cómo _______ se masajeaba la nuca para aliviar la rigidez y se imaginó a sí mismo dándole ese masaje, comenzando por el cuello y siguiendo más abajo. Lo imaginó una y otra vez.
Iba a ser un viaje muy largo.
Llegaron a Monroe al caer la tarde. _____ estuvo negociando con Silas Shaw, el propietario de la fábrica de conservas un buen precio por sus melocotones y, una vez que llegaron a un acuerdo, descargaron los carromatos y ella se guardó el preciado dinero que le permitiría vivir un año entero dentro de una de las altas botas que calzaba. Joe condujo los carromatos hasta las caballerizas que había más allá del Hotel Whitmore y después entró en el establecimiento para pedir las habitaciones donde pasarían la noche. _____ fue al colmado de Danby y compró ocho paneles de cristal para las ventanas que deberían entregarle en el Whitmore por la mañana y después se dirigió al hotel para encontrarse con Joe.
La estaba esperando en el vestíbulo. Cuando firmó su registro, percibió la mirada inquisidora del recepcionista al darse cuenta de que obviamente no eran un matrimonio pero estaban juntos, una idea que Joe confirmó cuando le preguntó dónde podían cenar. Ella sintió que se sonrojaba, pero él le lanzó una sonrisa burlona al ver su mirada de reproche. ______ tomó la llave de la mano del recepcionista sin decir palabra y siguió arriba al botones con su bolsa de viaje.
Media hora más tarde, estaba sumergida en un baño de espuma que le habían preparado las camareras, un baño de agua templada, ideal para refrescarse después del calor del día y eliminar de su cuerpo el sudor y el polvo del viaje. Se permitió un baño sin prisas, después se lavó el cabello, lo envolvió en una toalla y salió de la bañera.
Se secó el cuerpo con la toalla, se vistió con su combinación de encaje, se abrochó los cordeles del corsé y se metió por la cabeza el vestido de seda rojo.
Se sentó en el tocador y se cepilló el pelo todavía ligeramente húmedo, pero que ya empezaba a ondularse, se hizo un recogido ligero en el cogote y dejó que algunos rizos sueltos le cayesen por el rostro. El domingo que había afeitado a Joe, él le había dicho que le gustaba su pelo de aquel modo. Se fijó el recogido con dos horquillas y se acordó de cómo él le había soltado el pelo aquel día en la cocina. El recuerdo le hizo estremecerse.
______ se estiró los pliegues del vestido, contenta de haberlo llevado. Intentó acordarse de la última vez que se había puesto aquel precioso vestido, que había sentido el delicioso roce de las delicadas piezas íntimas de encaje. Pero no lo recordaba. Hacía mucho tiempo, demasiado.
Se levantó y dio unos pasos hacia atrás para verse mejor y estudió el reflejo en el espejo con sorpresa. No se reconoció. Estaba bastante guapa.
Se quedó allí de pie mirando su propia imagen. Joe había insistido en llevarla a cenar y _____ había decidido que aquella noche iba a ser diferente. Aquella noche no iba a ser la mujer gris de siempre. Miró fijamente el corpiño que dejaba descubiertos sus hombros y que bajaba formando un escote en uve, bastante casto aunque para ella muy atrevido. Pero no le importaba. Por una vez en su vida quería ser osada, incluso algo descarada. Quería algo de romance, y aquella noche era su única oportunidad. Pensó en los ojos azules y turbios de Joe y notó otra vez que se estremecía. «Sólo esta vez —pensó cubriéndose con los brazos—, sólo esta vez.» Tenía el resto de su vida para arrepentirse.
Cuando _____ abrió la puerta de su habitación, Joe sintió que la garganta se le quedaba totalmente seca y que de pronto sentía una imperiosa necesidad de tomar un buen trago de whisky. Pasó la mirada por su silueta deteniéndose abruptamente en el escote que formaba el corpiño de oscura seda roja de su vestido. Mejor dos tragos. ¿Cómo diablos iba a aguantar una noche entera de ligera conversación con ella si lo único que quería era besarle la suave piel?
—¿Pasa algo? —le preguntó ella.
—¿Que si pasa? —Sacudió la cabeza—. Estoy anonadado —dijo soltando una carcajada y procurando trivializar—. Estás tan hermosa que seré la envidia de todos los hombres.
Por sus mejillas acaloradas y su sonrisa vacilante, Joe intuyó que ella no le creía del todo.
—Es el vestido —murmuró.
—No, no lo es. —Lanzó una nueva mirada al escote de ______—. Aunque el vestido, sin duda, tengo que reconocer que ayuda.
—Tú también estás muy guapo —dijo ______ con timidez, señalando su traje.
Joe pasó la mano por el chaleco gris marengo. Había pagado la habitación, se había cortado el pelo, se había dado un baño y se había comprado ese traje por tres dólares.
—Por lo menos me va bien. Y creo que todavía me queda dinero para invitarte a cenar.
—No tienes por qué. Puedo pagarme la cena.
—Puede que sí, pero no lo harás —le ofreció el brazo—. ¿Vamos, señorita Maitland?
______ lo cogió del brazo y bajaron juntos al restaurante del hotel. Cenaron sopa de verduras, salmón con salsa de eneldo, espárragos y pastel de melocotón. Todo estaba delicioso, algo más lujoso que lo que tomaban habitualmente en la cocina de ______, pero Joe afirmó que igual de rico.
Después de la comida, el camarero le ofreció a la dama café y al caballero una copa y un puro. Joe respondió sin vacilar:
—Whisky irlandés, por favor, y un habano.
—Muy bien, señor —contestó el camarero retirándose. Entonces Joe miró a _____ y vio que se mordía el labio inferior y bajaba la vista.
—Te molesta —dijo.
—No.
—______, lo tienes escrito en la cara. Se me había olvidado que no aprobabas el whisky. Pediré que no lo traigan.
—No, por favor, no lo hagas —lo miró con sinceridad—. Por favor, disfruta de tu whisky y tu puro, si te apetece.
A pesar de sus palabras, él se dio cuenta de que no se sentía cómoda.
—¿Por qué te molesta?
______ vaciló, después bajó la mirada hacia su plato y con los dedos jugueteó con la servilleta que tenía en el regazo.
—Mi padre bebía whisky —dijo en voz baja—. Bourbon, en realidad, mucho bourbon. No lo llevaba muy bien.
Estaba retorciendo la servilleta con los dedos, pero pareció darse cuenta y la alisó sobre la falda.
—Cuando yo era pequeña —continuó— no era tan terrible. A mamá no le gustaba el alcohol, así que no bebía delante de ella y escondía el bourbon en un lugar concreto que mi madre conocía. Todos lo conocíamos. Pero por el bien de mi madre, lo tenía controlado. Cuando ella murió, dejó de esconderlo. Bebía abiertamente y muy a menudo. Podía llegar a ser bastante… embarazoso.
Joe de pronto entendió muchas cosas.
—Por eso no tuviste bailes ni fiestas.
—Sí. Mis hermanos estaban en la universidad la mayor parte del año, así que claro está, yo no podía ir a ningún acontecimiento social sin acompañante. Así que, no iba con mucha frecuencia, y cuando lo hacía, me acompañaba mi padre. Después de varios incidentes bochornosos, dejaron de invitarnos. —Hizo una pausa y luego añadió—: Mi padre llevó muy mal la muerte de mi madre. Se sentía perdido sin ella y se volvió muy dependiente de mí, incluso posesivo. Los hombres que se acercaban a mi padre para pedirle permiso para cortejarme, eran rechazados.
—¿Y no te daba rabia?
—Sí —admitió—. Pero era mi padre.
El camarero apareció de nuevo. Dejó una taza de café para _____ y un vaso de whisky para Joe, junto con una pequeña bandeja de plata con el puro y un par de cortapuros. Él dio un sorbo a la bebida, pero de algún modo ya no le apetecía tanto. Dejó el vaso en la mesa.
_____ bebió un poco de café, y empezó a acariciar el borde de la taza con la yema de los dedos.
—Después vino la guerra y todos los hombres se fueron al frente. Muchos de ellos no volvieron. Los esclavos se marcharon, y la plantación se echó a perder porque no había nadie que la trabajase, sólo yo. Y entonces nos llegó la noticia de que mis dos hermanos habían muerto en Gettysburg.
Detuvo el movimiento de la mano y levantó la vista hacia Joe.
—Creo que aquello fue el golpe de gracia para mi padre. Lo vi deteriorarse y pasar de ser un hombre de voluntad fuerte y de gran energía a una sombra desconcertada. Y no había nada que yo pudiera hacer para detener ese deterioro. Intenté cuidarlo, ayudarle, pero no pude. Por eso se cayó de la escalera y se rompió la columna. Estaba borracho y yo creo que quería morir.
No había asomo de desaprobación en su voz, ni rabia ni rencor, simplemente una resignación cansada y una dolorosa señal de algo que emocionó a Joe porque era algo que conocía muy bien: soledad. A pesar de sus vidas dispares, sus valores opuestos y sus experiencias tan diferentes, tenían algo en común. Alargó la mano y la posó sobre la de ______ en un gesto de apoyo que le sorprendió a él mismo. A ella también. Bajó la vista hacia las manos unidas y, lentamente, ______ entrelazó sus dedos con los de él.
—Gracias —dijo.
—¿Por qué?
—Por escucharme. Nunca antes había hablado de esto con nadie.
____ le sonrió y el deseo de Joe de reconfortarla se transformó al instante en algo muy diferente, algo que sin duda había dejado traslucir porque la sonrisa se desvaneció del rostro de ______, que de repente lo miró con intensidad.
—¿De verdad crees que soy hermosa? —le preguntó.
Joe se quedó helado, mirándola fijamente a los ojos y sintiendo que se estaba derritiendo en dulce chocolate deshecho.
—Creo que es mejor que vayamos a descansar —dijo despacio y a regañadientes, retiró la mano—. Mañana nos espera un largo viaje y es mejor que duermas bien.
Dormir era lo último que necesitaba ______ y no sabía qué hacer. Miró la puerta cerrada de su habitación confusa y frustrada. Su noche romántica se había terminado antes de empezar.
No sabía muy bien cómo había ocurrido, pero estaban cogidos de la mano compartiendo un momento de intimidad y al minuto siguiente Joe la estaba empujando a su habitación y le daba unas secas buenas noches.
Le había preguntado si de verdad pensaba que era hermosa, una pregunta estúpida y de la que se arrepentía, pero él la había mirado como si lo fuese y le había dicho que lo era, así que igual no había sido eso lo que había acabado con la velada de manera tan abrupta.
A lo mejor no debería haber hablado tanto de su padre, no era un tema precisamente romántico, pero no tenía ni idea de qué temas eran los que se consideraban románticos.
O puede que hubiese sido su reacción cuando él había pedido la bebida. Por Dios, el hombre tenía derecho a tomarse una copa después de cenar, o lo que le apeteciese. Era sólo una copa y _______ no debería haberse comportado de manera tan estúpida. Le habría gustado darse ella misma una patada.
Suspiró y le dio la espalda a la puerta para dejar su bolso y sus guantes sobre la cama. Sea lo que fuese lo que había hecho, ya era tarde para remediarlo. Ella estaba en su habitación, Joe en la suya y la velada juntos se había terminado. Estaba claro que no era una gran seductora y, además, ya lo sabía.
Él se marcharía. No se hacía ilusiones al respecto. Su vida volvería a la normalidad de antes, pero aquella noche deseaba tanto que todo hubiese sido diferente. Desde el momento en que se habían conocido, _______ había sentido lo que él podía darle, y aquel día en la cocina, él le había dado a probar todo lo que ella se había perdido. Quería probar de nuevo. ¿Podía simplemente alargar la mano y tomarlo? ¿Y podría vivir después con el dolor, amándolo y viéndolo marchar?
Pero, ¿cómo se seducía a alguien? No podía simplemente ir a su habitación y decirle «¿Me besas, por favor?». No podía.
¿O sí?
Se quedó de pie durante varios minutos de agónica incertidumbre. El dolor iba a ser el mismo de todos modos. Pero no quería dejarle marchar sin sentir primero la pasión que él podía ofrecerle, la pasión que ella ni siquiera había sabido que podría sentir hasta que él llegó.
Se metió la llave de la habitación en el bolsillo del vestido y agarró el pomo de la puerta antes de que pudiera cambiar de opinión.
Cuando llamó a la puerta, pensó que igual había oído mal al recepcionista y que, si resultaba ser la habitación equivocada, se moriría de vergüenza. Pero no se había equivocado de habitación. La puerta se abrió y Joe apareció en el umbral.
Se había quitado el chaleco y tenía la camisa arrugada en la mano como si se la acabase de quitar al oír la puerta. Lo había visto muchas veces sin ella, así que no debería haberse puesto nerviosa, pero se puso.
—¿_______? —dijo él frunciendo el ceño sorprendido y dejó la camisa a un lado—. ¿Qué demonios haces aquí?
—Hay algo que quería decirte antes —empezó ella intentando disimular su nerviosismo sin lograrlo—, pero no he tenido ocasión.
Se oyeron unos pasos en las escaleras al final del pasillo y Joe se asomó. Lanzó una maldición en voz baja, la cogió del brazo, la metió en la habitación y cerró la puerta. ______ se apoyó en ella y lo miró. Él no parecía contento de verla y ella sintió que le fallaban las fuerzas. No parecía nada contento.
—¿Qué querías decirme? —le preguntó con una voz que no invitaba a _____ a continuar. Tomó aire profundamente.
—Antes te he explicado que de joven me perdí muchas cosas. —Se alisó los laterales del vestido y sintió que nunca en su vida había estado tan asustada como en aquel momento. Pero no apartó la vista de Joe—. Lo que no te he dicho —continuó con voz temblorosa— es que deseaba todas esas cosas. Deseaba bailes y fiestas y escaparme de las carabinas para dar paseos románticos con un novio. Quería reír y bailar y enamorarme. Quería… quería que me besaran, pero nunca me besaron, por lo menos no hasta que tú… hasta que nosotros… Bueno, te mentí.
—Sí —dijo él. En su boca asomó una sonrisa—. Lo sé. —Ella nunca le había oído hablar con tanta dulzura.
______ dejó de alisarse el vestido y juntó las palmas abiertas de sus manos.
—Así que eso es lo que quería decirte.
—¿Por qué has venido a mi habitación a estas horas a decirme eso?
El corazón de _____ latía desbocado. Levantó el rostro, se humedeció los labios secos e intentó hablar, pero no le salía una sola palabra. Tragó dos veces saliva e hizo acopio de valor.
—Quiero un poquito de todo lo que me perdí hace ya tantos años, y aquella tarde en la cocina me dijiste que tú me lo podías mostrar, y lo hiciste, un poco. Quiero que me lo muestres, Joe, otra vez. Quiero pasar la noche contigo.
—¡Dios! —exclamó él mirándola con tal consternación que ella deseó que se la tragase la tierra. Le abandonó todo el valor y vio cómo era sustituido por una tremenda vergüenza.
—Perdona si la idea no es de tu agrado —dijo dándose la vuelta y tomando el pomo de la puerta. No iba a dejar que Joe viese lo dolida que estaba, ni hablar. Ya había hecho bastante el ridículo. Intentó abrir la puerta, pero no pudo y se dio cuenta de que el pestillo estaba echado. Movió desesperadamente adelante y atrás el cerrojo y oyó que Joe se acercaba por detrás justo en el momento en que lograba entreabrir la puerta.
La mano de Joe golpeó la puerta y la cerró. No la estaba tocando en absoluto, pero podía sentir el calor de su cuerpo como si lo estuviese haciendo. _______ sintió su cálido aliento en la mejilla cuando agachó la cabeza.
—Amor, espero que te des cuenta de lo que realmente me estás pidiendo —murmuró en su oído—. Quieres que te haga el amor.
_____ se dio la vuelta y lo miró directamente a sus intensos ojos cafés.
—Sí —dijo—. Eso es exactamente lo que quiero.
Suzzey
Re: "Un Lugar Para Joe"
Capítulo 22 muy hot :)
Por Dios bendito. Iba en serio.
La observó bañada por la luz del candil y la sombra de su propio cuerpo y no supo qué decir o qué hacer. Estaba apoyada en la puerta, el rostro pálido, sus oscuros ojos cautelosos muy abiertos, esa expresión que le recordaba a una cierva en medio del bosque, lista para huir al menor peligro, completamente vulnerable.
En realidad, ésa era su situación: vulnerable, inocente y sin tener la más remota idea de lo que estaba pidiendo. Quería romanticismo, pero no sexo.
Joe se maldijo a sí mismo por su actitud aquella tarde en la cocina, por sus malditas bromas, por sus palabras engreídas.
Claro que podía mostrárselo. Quería hacerlo más de lo que nunca había querido nada en la vida. Dios, el deseo que sentía por ella lo había estado carcomiendo desde hacía un mes y había llegado a pensar que lo iba a volver loco. Pero en aquel momento, cuando la tenía tan cerca, cuando lo único que tenía que hacer era bajar la cabeza y besarla, se sentía incapaz de moverse.
Sería fácil. No, no sería nada fácil.
Le haría daño y no había forma de evitarlo. Y él no quería vivir con eso. Se recordó a sí mismo de nuevo que ella no era de esa clase de mujeres, que necesitaba un hombre que no estuviera condenado a dar vueltas por el mundo, un hombre que no tuviera el alma poseída por sus demonios, un hombre al que de verdad le gustase la granja, la familia y asistir a misa. Necesitaba y se merecía un hombre que se casase con ella, que la protegiese, que la mantuviera y que fuese un padre para sus hijas. Y él no era ese hombre.
—Vuelve a tu habitación, ______ —le dijo antes de cambiar de opinión—. No soy bueno.
—No me lo creo.
—Entonces eres boba. —Vio cómo ______ levantaba la barbilla temblorosa con terca valentía. Suspiró—. Bueno, está bien, digamos que no soy bueno para ti.
—Creo que soy perfectamente capaz de decidir lo que es bueno para mí. —Y le miró con aquellos malditos ojos oscuros—. Y creo que eres tú.
—Quizás esta noche, pero no mañana cuando me marche para seguir mi camino.
—No pido nada para mañana —susurró ella—. Lo que pido es esta noche.
—No sabes lo que dices.
_____ levantó las manos y Joe vio cómo temblaban cuando las llevó a sus brazos desnudos y se los frotó como si tuviese frío.
—Sé perfectamente lo que estoy diciendo. Quiero que me hagas el amor. Puede que no tenga… experiencia, pero sé lo que significa.
Joe recordó aquel beso en la cocina y pensó que no tenía ni la más remota idea.
—¿Es que no… no quieres?
¿Quería? Perderse en su suavidad sería como probar el cielo. Debía rechazarla, echarla, decirle que no. Cerró los ojos, luchando contra su deseo con todas sus fuerzas.
—¿Joe?
Fue la forma de decir su nombre lo que lo deshizo. Lo pronunció como una caricia, pero con una nota de dolor y temblor que lo desgarró, le removió por dentro y le hizo vulnerable. Había perdido y lo sabía. Se había acabado lo de ser caballeroso y noble y lo de actuar correctamente. De todos modos, hacía tiempo que había demostrado que no era un héroe.
Abrió los ojos.
—No me odies mañana por esto, _____ —dijo, y le tomó las mejillas con las manos, echando la cabeza de la joven hacia atrás mientras acercaba su boca a la de ella—. Por lo que más quieras, no me odies.
Antes de que ella pudiera responderle, la besó en la boca. Los labios de ______ se abrieron y al probarla por primera vez supo que no había marcha atrás. La besó más profundamente, acariciándole el cabello.
Encontró las horquillas y se las quitó, soltándole el pelo. Las horquillas cayeron al suelo y él tomó sus cabellos con las manos, deleitándose en el tacto sedoso y en el sabor dulce y cálido de ella. Le dio rápidos y ligeros besos en los labios y en las mejillas mientras caminaba hacia atrás arrastrándola hacia la cama. La excitación se apoderó de él y la besó con más profundidad, hundiendo la lengua en su boca.
______ emitió un leve y suave gemido de deseo y tembló entre sus manos, un pálpito femenino que el cuerpo de Joe reconoció al instante. Quería tomarla sin preliminares, sin la ternura que ella deseaba y la delicadeza que necesitaba. Pero debía.
Apartó los labios de los suyos y hundió su rostro en la curva de su cuello. Bajó las manos hasta su fina cintura y la continuó besando por el hombro, acariciando su espalda obligándose a seguir con movimientos contenidos, a ser paciente, a esperar.
Se apartó y la miró mientras ella abría lentamente los ojos. Nunca la había visto más hermosa, con el cabello cayéndole en lustrosas ondas por los hombros y una expresión de aturdido asombro en el rostro, una imagen que le complació más que todas las sonrisas forzadas y los gemidos de las mujeres fáciles que había conocido.
______ le regaló una de sus impresionantes sonrisas y echó la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos y pronunciando su nombre en un suspiro. Joe sintió que aquella imagen y aquel quedo gemido iban a acompañarle durante muchas de las noches solitarias que le esperaban.
Sin dejar de contemplar su rostro, subió las manos de la cintura hasta el primer botón de su vestido, que se escondía detrás de un adorno floral de seda.
_______ dio un respingo y abrió los ojos de nuevo luchando contra su ligera resistencia.
—¿No deberías apagar la luz? —susurró.
Él negó con la cabeza y le desabrochó el botón. Después el siguiente, y el otro, rozando sus pechos con los nudillos, después sus costillas, hacia abajo, notando cómo ella temblaba cada vez que desabrochaba un botón. Cuando llegó a la cintura, ______ le empujó los hombros.
—Por favor, apaga la luz —le susurró apartando el rostro enrojecido por la confusión y la vergüenza.
—¿Por qué? —preguntó él besando su cuello—. Tú me has visto desnudo —le dijo bromeando al oído—. Tengo derecho a verte a ti.
Aquello la puso aún más nerviosa y emitió un gemido agitado. Joe dejó de desvestirla, la atrajo hacia él y le mordisqueó el lóbulo de la oreja mientras le acariciaba las costillas.
—_______, creo que no seré capaz de soltarte todos esos botones sin luz —le confesó—. Además, quiero verte, mirarte. Déjame.
Ella no respondió. Le acarició con la palma de la mano el torso, le besó la aterciopelada piel de su oreja, la garganta, el hombro… Después volvió a subir, cada movimiento pensado para convencerla, para persuadirla, para hacer que se rindiese.
—¿Me dejarás?
—Bueno —susurró ella en voz tan baja que Joe apenas pudo oírla. Tenía el cuerpo en tensión.
Se apartó y la miró a la cara.
—_____, mírame.
Ella, a regañadientes, abrió los ojos y lo miró.
Él sacudió la cabeza.
—No, mírame —le cogió la mano y la atrajo hacia él, poniéndola sobre su pecho—. Tócame y mírame.
Ella intentó apartar la mano, pero él se la retuvo contra su pecho hasta que notó que ya no oponía resistencia. Con la mano extendida sobre su pecho, ______ susurró:
—Es que no sé que se supone que debo hacer.
Él soltó su mano y extendió los brazos.
—Haz lo que te apetezca.
_____ bajó las pestañas y se quedó callada un largo rato mirándole el pecho. Después se acercó hacia Joe, apoyó las manos sobre su pecho y posó los labios en las cicatrices dentadas fruto de las navajas y el odio. Sus besos eran tan indecisos como la caricia de las alas de una mariposa. El muro defensivo que Joe llevaba construyendo toda su vida se vino abajo como si fuese de arena.
_____ sintió cómo el cuerpo de Joe temblaba con cada uno de sus besos, y se sintió desarmada al comprobar que tenía ese poder. Bajo sus labios podía notar el áspero tacto del vello de su cuerpo, el latido de su corazón, la respiración agitada de su pecho.
—Ya está bien —gruñó Joe tomándole la cabeza con las manos, apartándola con suavidad—. Creo que… por ahora… es suficiente.
La tomó por los hombros y metiendo los pulgares por los pliegues del cuello del vestido, se lo bajó hasta la cintura y lo dejó caer a sus pies. ____ dio un paso al frente emergiendo de él y lo empujó de una patada.
Tiró del protector del corsé y, adivinando lo que tenía que hacer, levantó los brazos para que Joe le pudiera quitar la prenda por la cabeza. Él inclinó la cabeza y le besó los hombros mientras con los dedos intentaba soltarle los cierres del corsé. Finalmente, lo logró y lo dejó a un lado junto con las enaguas.
La ansiedad de ______ iba creciendo con cada prenda que él le quitaba. No quería que la viese sin ropa, era demasiado embarazoso, demasiado agónico. Debía haber visto a muchas otras mujeres, mujeres mucho más bonitas que ella y no quería sufrir la comparación.
Joe deslizó las manos por su columna y tomó con sus dedos la combinación.
—Levanta los brazos, ____ —le dijo con suavidad—. Déjame verte.
Sin estar demasiado convencida, ella obedeció y dejó que Joe le quitase la prenda. La dejó en el suelo y _____ pudo sentir los ojos de Joe sobre su cuerpo. No podía mirarlo y se cubrió el pecho con sus brazos entrecerrando los ojos.
—Sí —dijo él.
La palabra le sorprendió y le confundió.
—¿Sí, qué? —preguntó ella con los ojos cerrados.
—Sí, creo que eres hermosa.
Abrumada, abrió los ojos y vio que Joe le sonreía. Sus ojos tenían ese tono neblinoso que la desarmaba. Vio cómo bajaba las pestañas negras, la cogía por las muñecas, le apartaba los brazos, los extendía y la miraba.
—Tan endiabladamente hermosa que la cabeza me da vueltas. Me da vueltas, de verdad.
______ sintió un enorme alivio. No la consideraba una desilusión, no la consideraba poco agraciada. Pensaba que era hermosa, se lo decían no sólo sus palabras, sino sus ojos, sus manos, su voz. Bajo la ardiente mirada de Joe, su timidez y su embarazo se evaporaron.
—No deberías hablar mal, Joe —susurró al tiempo que liberaba una de sus manos para acariciarle la mejilla.
Él volvió la cabeza y le besó la palma de la mano, después la miró con aquel brillo perverso que ella conocía tan bien.
—Divina y endiabladamente hermosa.
Le soltó la otra mano y se arrodilló frente a ella. Le desató las botas y le levantó el primer pie con las manos. ______ se sujetó al dosel de la cama para mantener el equilibrio mientras él le sacaba primero una bota y luego la otra. Le tomó los tobillos y subió las manos por las pantorrillas hasta las rodillas, buscando por dentro de su ropa íntima el liguero que sujetaba las medias.
Con los dedos le acarició delicadamente la parte de atrás de las rodillas y ella sintió que una calidez lenta y penetrante le invadía el cuerpo, como si se estuviese deshaciendo bajo el mágico tacto de sus dedos. Se agarró con fuerza al dosel de la cama.
—Oh, Dios —gimió—. Oh, Dios.
Le pareció oír que él se reía quedamente, pero no podía estar segura. Conor deshizo los lazos de los ligueros y le quitó despacio las medias, deslizando las manos por su piel como si fuera una cálida brisa. Levantó su pie derecho y le quitó la media.
Cuando ya le había quitado las dos medias, subió las manos por sus piernas. El ardor de su tacto le quemaba a través de la fina tela de su prenda íntima. Le acarició los muslos, las caderas, hasta llegar a la cintura, Estiró de la cinta que mantenía sujeta su ropa íntima y deshizo el lazo. Agarró la tela con los puños y comenzó a tirar de ella bajándola por sus caderas.
_____ sintió que le invadía de nuevo la vergüenza al comprender lo que Joe estaba haciendo, lo que estaba viendo, y se puso tensa, luchando contra el impulso de huir.
—Maravilloso —murmuró él al tiempo que cada vez era mayor la desnudez de ______—. Absolutamente maravilloso.
Se acercó a ella, soltó la prenda y la tomó por las caderas desnudas. Ella sintió que la prenda se deslizaba por sus piernas y caía a sus pies, al tiempo que Joe la atraía hacia él y posaba los labios en su estómago.
_____ lanzó un grito de sorpresa ante el placer carnal de aquel beso y sintió escalofríos por todo el cuerpo. Soltó el dosel y apoyó sus manos en los hombros de Joe para evitar tambalearse, mientras él le llenaba el vientre y las costillas de besos, acariciando su piel con la lengua.
Movió las manos por sus caderas, siguiendo la curva de su cintura, a través de sus costillas, hasta tomarle el pecho, acariciándole con los dedos pulgares sus pezones. ______ echó la cabeza hacia atrás con un gemido, cerró los ojos y se agarró a sus hombros con fuerza.
Joe la tomó por la espalda, atrayéndola hacia él. _______ se dejó hacer y él abrió la boca alrededor de su pecho y le tomó el pezón entre los dientes. Ella sintió una sensación increíble que la dejó sin aliento. Apartó las manos de los hombros de Joe y le cogió la cabeza, apretándola contra ella.
Pero él se resistió. Se separó de ella, se puso de pie y apartó las sábanas. La tomó en sus brazos como si fuese una pluma y la depositó en el centro de la cama. _____ abrió los ojos y vio que se estaba quitando las botas. Le mantuvo la mirada, incapaz de bajar la vista mientras él se desabrochaba los pantalones y los dejaba caer.
Se tumbó junto a ella y el colchón se hundió bajo su peso. Se apoyó en el hombro y la miró un momento, después le acarició el rostro. _______ cerró los ojos y sintió las yemas de sus dedos acariciándole las mejillas, la barbilla, la garganta, la clavícula y luego detenerse un momento sobre sus pechos, para seguir bajando y acariciando delicadamente su estómago y después más abajo. ______ se quedó sin respiración cuando Joe metió sus dedos entre sus muslos. Cuando le acarició delicadamente la entrepierna, lanzó un grito y se sacudió contra él con un gemido, sintiendo cálidos escalofríos por todo el cuerpo.
Estaba tan abrumada por la intimidad del gesto que pensó que debía apartar su mano, pedirle que parase, pero no pudo hacerlo. Nada le importaba más allá de la tensión y del ardor que llenaba su cuerpo con el tacto de sus dedos. La tensión crecía dentro de ella con cada empuje de su mano.
—Joe. Oh, Joe… —gimió, notando que estaba al borde de algo glorioso y maravilloso.
—Eso es, cariño —murmuró él—. Eso es.
Se oyó a sí misma lanzar pequeños gemidos, pero no podía detenerlos. Sintió que debía estar ardiendo de vergüenza y de perversa y tremenda excitación, hasta que de pronto notó como si toda ella por dentro explotase en un estallido blanco y cálido que recorrió con deliciosas oleadas de placer todo su cuerpo.
Todavía temblaba por aquella increíble sensación cuando Joe apartó la mano y le notó moverse. Cayó su peso y su fuerza sobre ella, apretándola contra el colchón con una urgencia repentina, abrumándola con el poder de su cuerpo. Sus pulmones se quedaron sin aire y dio un respingo cuando él empujó contra ella, dentro de ella. Todas aquellas sensaciones increíbles y deliciosas de un instante antes la abandonaron y sintió como si la hubiesen metido en agua helada. Creía que estaba preparada para aquello, pero no lo estaba. Hacía daño.
Se mordió el labio para no gritar, pero él pareció darse cuenta porque su cuerpo se puso rígido y se detuvo. Inclinó la cabeza y le olisqueó el cuello suavemente.
—¿Estás bien, á mhúirnín?(mi amor)—dijo con una voz tensa que hizo que ella se preguntase si a él también le dolía—. ____ ¿estás bien?
—Eso creo —dijo sintiendo que la sensación dolorosa y aguda se le iba pasando. Movió las caderas debajo de él a modo de prueba.
—______ —le dijo él con voz ronca al oído—. No te muevas, por el amor de Dios, no te muevas.
Ella intentó quedarse quieta, pero aunque ya no le dolía, notaba una incómoda sensación, algo extraño y tenso. No estaba segura de que le gustase, tomó aire de nuevo y movió otra vez las caderas.
—______, oh, no hagas eso. Oh, Dios. Oh, Dios.
Empezó a moverse él también, con fuerza, con una respiración ronca y agitada, golpeando las caderas y empujándola contra el colchón. Ella empezó a acostumbrarse al movimiento de Joe y a disfrutar. Pero de pronto el cuerpo de Joe fue atravesado por un temblor, lanzó un grito ronco, empujó otra vez contra ella y se quedó quieto.
Se había terminado.
—Neamh (cielo )—murmuró él—. Eres Neamh, _______.
Ella no entendió la palabra irlandesa, pero oyó su nombre y la ternura con la que Joe lo pronunciaba y pensó con algo de melancolía que debía ser una palabra cariñosa. Lo apretó más fuerte con los brazos y sintió que la invadía la ternura. Le acarició las anchas espaldas con una mano y con la otra el cabello mientras notaba cómo la tensión abandonaba el cuerpo de Joe y era sustituida por el letargo.
Él se dio la vuelta arrastrándola con él y reteniéndola entre sus brazos. Pronto se quedó dormido. ______ cogió la sábana que yacía a sus pies, la estiró para tapar a ambos, apagó el candil y se acurrucó entre los brazos de Joe.
Se suponía que en aquel momento era una mujer caída. No lo lamentaba, ni se avergonzaba, sólo sentía una alegría increíble y poderosa que brotaba como una flor y llenaba su cuerpo, haciéndole sentirse viva, vibrante y hermosa. Lo que más deseaba era estar tumbada así junto a él para siempre. Lo amaba. Cerró los ojos, apretó la mejilla contra su pecho y escuchó el latido de su corazón. Sólo por aquella noche, hizo ver que él también la amaba.
Joe se despertó con los sentidos embotados por el aroma de ______. No olía a empalagosa colonia, sino que de ella sólo emanaba el cálido y provocativo olor femenino de su delicada piel y sus cabellos revueltos.
En algún momento de la noche, ______ se había dado la vuelta y se había quedado con la espalda apoyada contra su pecho. Sin abrir los ojos, podía reconocer cada una de las formas de su cuerpo, la exquisita curva de sus pantorrillas entre sus piernas, la profunda curva de su cintura en el hueco de su brazo rodeándola, la aterciopelada parte inferior de su pecho contra el dorso de su mano, los mechones sedosos de su cabello bajo su barbilla. Su cuerpo encajaba perfectamente en el suyo, como si estuviese hecha para él. Medio dormido, lanzó un suspiro de absoluta felicidad, saboreando el placer poco habitual de despertarse con una mujer entre sus brazos.
Había dormido con ella.
Aquel pensamiento ahogó su alegría. Abrió los ojos y levantó la cabeza de la almohada que compartían. Observó la piel color crema del hombro de _____ y sus enredados mechones de cabello castaño que le caían sobre el pecho y que cubrían a su vez la mano de Joe, apenas perceptible a la tenue luz que se filtraba en la habitación a través de los postigos de la ventana.
Había dormido con ella.
Estaba anonadado. Él nunca dormía con mujeres. Las besaba, las desnudaba, disfrutaba de ellas y luego se marchaba y dormía solo, así sus pesadillas no podían despertarlas ni sus debilidades o secretos podían ser revelados. Así su vergüenza permanecía callada y escondida.
Miró el perfil de _______, perfecto con sus largas pestañas, su nariz respingona, los labios entreabiertos, el cabello revuelto, un desorden tentador. Pensó en la noche anterior, recordándolo todo: la fragancia de su piel, el sabor de su boca, el tacto de sus manos, los sonidos de su pasión, y cómo había encendido todo ello la lujuria de Joe como una cerilla una mecha, dejándolo después saciado y dormido y deseando únicamente abrazarla. Abrazarla. Por el amor de Dios.
Sintió que dentro de él crecía a la vez el pánico y el deseo. Quería volver a hacerlo, quería volver a sentir la intensa explosión de placer y la maravillosa descarga, quería el pacífico letargo y el sueño sin pesadillas, junto a ella, con ella. Nunca había sentido algo así con ninguna otra mujer.
Le aterrorizaba.
Se apartó para dejar de tocarla y se tumbó boca arriba mirando el techo. Podía marcharse en aquel mismo instante. Podía levantarse, vestirse y marcharse mientras ella dormía. Abandonar a una mujer era fácil y él lo había hecho miles de veces.
No se movió.
Se quedó tumbado escuchando su respiración y pensando en todas las razones que tenía para marcharse mientras ella todavía dormía. De aquel modo, no habría silencios embarazosos ni una escena, ni malditas lágrimas, ni un orgullo femenino herido, ni unos ojos castaños llenos de dolor para perseguirlo después de su marcha.
No se movió.
Odiaba estar atado. Pero se había atado dos meses atrás. Le ahogaba sentirla cerca. Sin embargo, no se había sentido así cuando se había despertado con ella entre sus brazos. Había sentido un momento de felicidad, ¿o no? Un momento de paz.
Apartó ese pensamiento al instante. Para _____ la tierra, el hogar y la familia lo eran todo. Pero para él aquello era todo lo que le habían quitado, todo lo que no podría soportar volver a perder.
Estaba claro que él había sido honesto con ella, que no le había dado falsas esperanzas. Ella le había ido a buscar la noche anterior y él le había dado lo que ella quería. Se lo había dado porque él también lo quería. Y punto. Había prometido quedarse hasta la cosecha y la cosecha ya había terminado. No había razón alguna para quedarse con ella un minuto más.
No se movió.
No podía marcharse todavía. No podía dejar que hiciera el viaje de vuelta sola; además ella lo necesitaba para conducir el segundo carromato y era peligroso que una mujer viajase sola. Debía quedarse hasta acompañarla de vuelta a la granja y con las niñas, al lugar al que pertenecía. Luego se marcharía. Se levantó de la cama y se puso los calzoncillos y los pantalones. Después atravesó la habitación para coger la camisa y se preguntó por qué le estaba pareciendo que tardaba una vida entera en atravesarla.
_____ se despertó lentamente. Con un enorme bostezo, levantó los brazos por encima de la cabeza y se estiró, haciendo una mueca al notar la punzada de dolor que atravesaba todos sus músculos. Se notaba rígida y algo irritada, como si hubiese estado cabalgando demasiado rato, pero también se sentía gloriosamente viva y feliz. Se recordó a sí misma que era una mujer caída e intentó sentirse avergonzada.
Le vinieron a la mente los recuerdos de la noche anterior. Sonrió al mismo tiempo que enrojecía, incapaz de sentirse culpable tal como cabía esperar. Abrió los ojos y vio a Joe ya despierto, vestido y sentado en una silla al otro lado de la habitación, observándola. Para su sorpresa, junto a la silla y en el suelo estaba su maleta.
Se puso rígida bajo la mirada de Joe y enrojeció de vergüenza, sintiéndose al mismo tiempo muy femenina.
—Buenos días —dijo apartándose el pelo de los ojos y tapándose con la sábana al sentarse.
—Buenos días —dijo él girando la cara. La felicidad de _____ se desvaneció.
Estaba sentado frente a ella, pero no estaba allí realmente. Había vuelto a encerrarse en sí mismo, a esconderse bajo su coraza. De nuevo era un extraño, un hombre aislado.
______ sintió un profundo dolor, pero no lo mostró, no podía hacerlo. Habría sido demasiado humillante. Bajó la vista hacia las sábanas e hizo un esfuerzo por mantener el rostro inexpresivo, pero al cabo de un momento lo miró con el rabillo del ojo y se dio cuenta de que no era necesario ya que ni siquiera la estaba mirando.
Joe señaló una bandeja que había junto a la silla.
—He pensado que te apetecería desayunar algo —dijo con la vista fija en el plato y la taza de plata como si fuesen lo más fascinante del mundo.
—Gracias.
—Tendrás que comer rápido —continuó—. Ya son más de las siete y la camarera traerá el agua y las toallas a las siete y media. De todos modos, será mejor que nos pongamos en camino. Es un largo viaje —señaló la maleta—. Te he traído tus cosas y he puesto las mías en tu habitación. Te veré abajo dentro de una hora.
_____ apretó las sábanas con fuerza y las sujetó a su alrededor como si fueran una coraza.
—Por supuesto —dijo secamente, y vio cómo se marchaba y cerraba la puerta tras él.
______ apartó las sábanas e inmediatamente vio las manchas de sangre que cubrían sus muslos y la ropa de cama. Miró las manchas oscuras totalmente sorprendida. Sabía que no le tocaba el período así que debía haber sido por lo sucedido la noche anterior. No se había dado cuenta de que sangraba y realmente no le había dolido tanto.
El dolor físico le parecía en aquel momento insignificante, pero no así el dolor emocional.
Cerró los ojos luchando contra el dolor de su rechazo, aunque debía aceptar su inevitable e inminente partida. Durante todo aquel tiempo había sabido que estaba en su vida de paso y no era culpa de él que ella hubiera albergado tontos deseos. No era culpa de Joe que ella se hubiera enamorado.
Cuando se marchase, ella tendría las niñas y el hogar para ocupar sus días y los recuerdos de él para pasar las noches. Pero en aquel momento, aquello era poco consuelo.
La reunión de costura en honor a Kate Johnson ya había comenzado hacía un buen rato cuando la invitada hizo su aparición. Las mujeres de Callersville habían ido llegando a la casa de madera detrás del colmado desde las diez de la mañana sin interrupción, acompañadas por sus costureros y sus agujas de hacer punto, hasta abarrotar el pequeño salón de Lila Miller. Todas las mujeres estaban haciendo colchas y vestiditos para el recién nacido de Kate pero, por supuesto, la verdadera razón de ser de la reunión era intercambiar recetas, consejos y cuchichear. Sobre todo, cuchichear.
Cara Johnson y Becky apartaron a sus hermanas pequeñas mientras todas las mujeres se abalanzaban en el vestíbulo a ver al bebé de Kate y dar su opinión. La opinión general parecía ser que era clavadito a su padre.
—Veo que has traído a las niñas de ______ —comentó Martha Chubb saludando a Becky y a sus hermanas, mientras las mujeres volvían a sentarse y proseguían con las agujas.
—La cosecha del melocotón —les recordó Kate. Pasó el bebé, Robert Thomas, a los brazos de su hija mayor, encantada, y ésta rápidamente empezó a presumir de hermano pequeño con las amigas que todavía no lo conocían. Kate se sentó junto a Becky en uno de los sofás y sacó sus agujas.
—Puesto que Nate ya no está para llevar los melocotones a Monroe, ha ido _____. Las niñas se quedan con nosotros hasta que regrese esta noche.
Martha frunció el ceño con gesto de desaprobación.
—La verdad es que _____ se está volviendo algo excéntrica, dejar a sus hijas al cuidado de otras personas, ir deambulando por los campos sola… Y tener que quedarse en un hotel sola, sin acompañante, claro está. Es sorprendente.
—Realmente sorprendente —corroboró Emily Chubb.
Becky levantó la vista al oír aquellos comentarios y miró a Miranda y a Carrie que habían dejado de jugar a las damas para escuchar. Le enfureció que Martha dijese esas cosas delante de sus hermanas pequeñas. Frunció el ceño.
—No creo que deba decir esas cosas de mi madre. Es de mala educación.
—Calla, niña —dijo Martha haciendo un gesto despectivo con la mano—. Las señoritas sólo hablan cuando se les dice.
Becky se calló ante el reproche y bajó la vista notando que se ponía roja mientras Martha seguía hablando.
—El comportamiento de ______ desde la muerte de su padre ha sido muy poco decoroso, pero ir a Monroe sola… es indecente.
—¡Martha! —Kate bajó las agujas de hacer punto y se dirigió a la mujer para darle su opinión—. No es justo lo que dices. ¿Cómo quieres que venda sus melocotones? Ha estado intentando encontrar ayuda. De hecho, le dijo…
—Esa es otra —la interrumpió Martha con un movimiento enérgico de cabeza que hizo que la pluma de su sombrero se agitase—. Anunciar por toda la ciudad que buscaba mano de obra para la granja. Vergonzoso.
—Atroz —añadió Emily.
Becky empujó la aguja para atravesar la blonda que estaba bordando, demasiado furiosa para darse cuenta de lo que estaba haciendo y se pinchó el dedo con tanta violencia que se hizo sangre. Hizo una mueca y soltó la costura para chuparse la yema del dedo, deseando poder decirle a Martha Chubb lo que pensaba de ella, vieja cotilla.
Kate se puso tiesa en la silla.
—¿Y cómo quieres que encuentre _____ ayuda en la granja? —le preguntó—. Por Dios, Martha, _____- ya ha tenido suficientes problemas en la vida. Déjala en paz.
La aludida iba a interrumpirla, pero Kate tomó aire con fuerza y continuó. Cada vez estaba más furiosa y fue elevando el tono de voz.
—Los Harlan se emborracharon la otra noche y fueron a casa de ______. Le lanzaron piedras contra la ventana y asustaron a las chicas. Ella tuvo que usar el rifle para que se marchasen. Oímos claramente los tiros desde casa. _____ nos contó lo que había pasado cuando dejó ayer a las niñas con nosotros.
—¿Un rifle? —Martha levantó las manos en un gesto exagerado y se sorbió la nariz—. Eso es exactamente de lo que estoy hablando, rifles, no entiendo qué mosca le ha picado a _____.
—Creo que es una mujer valiente y que se las arregla lo mejor que puede —contestó Kate—. Es más, si no fuese por ella probablemente yo no estaría aquí. Ella me ayudó en el parto de Robert Thomas. Lo estaba pasando fatal y ella me ayudó. Podría estar muerta de no haber sido por _____.
Kate miró a Becky y la niña le lanzó una mirada de agradecimiento por salir en defensa de su madre cuando a ella le habían impedido hacerlo. Sintió una mano sobre el hombro y se dio la vuelta. Carrie y Miranda se habían levantado y estaban junto a ella.
—¿Por qué están diciendo cosas malas de mamá las hermanas Chubb? —susurró Carrie.
—Porque son unas cotillas malísimas —contestó Becky entre dientes, mirando a Martha y a Emily—. Por eso.
Kate se apoyó en su silla y retomó la palabra.
—Todos sabemos que Nick fue quien mandó a los hermanos Harlan y todos sabemos por qué. Quiere la tierra de _____ para construir esa vía de ferrocarril con el dinero de su mujer yanqui. Ha hecho lo mismo con la mitad de la gente de la ciudad. ¡Yo felicito a ______ por enfrentarse a él!
Becky quería lanzar un hurra.
—¿Necesitas que te recuerde que Nick donó el órgano a la iglesia el año pasado? —comentó con aspereza Martha.
—Eso es porque Nick cree que lo puede comprar todo —le contestó Kate echándose el cabello rubio hacia atrás—, incluso su plaza en el paraíso.
Lila, que era la anfitriona, intentó intervenir para detener la discusión antes de que los ánimos se calentaran aún más. Cogió el plato de pastas de té y se puso en pie.
—¿Le apetece a alguien una pastita?
Todas la ignoraron, excepto Miranda, que adoraba los dulces y tenía la bandeja a mano.
—No creo que sea necesario blasfemar, Kate —dijo Martha apoltronándose en la silla como una reina en su trono, sabiendo que tenía la atención de todo el mundo—. _______ no debería intentar sacar adelante Peachtree ella sola. Debería haber vendido la tierra cuando murió su padre.
—¡Tonterías! —exclamó Kate decidida.
Entre las mujeres que estaban presentes se elevaron algunas voces. Pero cuando Martha volvió a hablar, su potente voz se alzó por encima de las demás.
—Comprendo que, como eres amiga suya, te sientes obligada a defenderla, pero, de verdad, este viaje a Monroe sobrepasa todos los límites de la decencia femenina. ¡Hacer ese viaje ella sola!
Algunas mujeres asintieron aprobando su comentario y la discusión siguió adelante.
—Pero mamá no está sola —comentó Miranda cogiendo una pasta de la bandeja de Lila—. El señor Joe está con ella.
El murmullo de las damas se cortó en seco y se hizo un silencio absoluto.
—¡Miranda, se supone que no debías decirle a nadie nada del señor Joe! —gritó Carrie, dándole un codazo a su hermana—. Mamá dijo que era un secreto.
La pequeña dejó caer la pasta en el plato y se llevó la mano a la boca, mirando arrepentida a su hermana.
—Se me había olvidado.
Becky echó un vistazo a las caras horrorizadas que la rodeaban con un tremendo sentimiento de consternación.
Martha se incorporó en la silla y miró fijamente a Miranda.
—¿Y quién es ese tal señor Joe, niña?
Becky recordó las palabras de su madre sobre lo fácil que era que una chica perdiese su reputación sólo por pasear con un chico, y comprendió de golpe el alcance del inocente comentario de Miranda sobre su madre y el señor Joe. Escondió la cara en sus manos.
—Oh, no —susurró—. Oh, no.
Por Dios bendito. Iba en serio.
La observó bañada por la luz del candil y la sombra de su propio cuerpo y no supo qué decir o qué hacer. Estaba apoyada en la puerta, el rostro pálido, sus oscuros ojos cautelosos muy abiertos, esa expresión que le recordaba a una cierva en medio del bosque, lista para huir al menor peligro, completamente vulnerable.
En realidad, ésa era su situación: vulnerable, inocente y sin tener la más remota idea de lo que estaba pidiendo. Quería romanticismo, pero no sexo.
Joe se maldijo a sí mismo por su actitud aquella tarde en la cocina, por sus malditas bromas, por sus palabras engreídas.
Claro que podía mostrárselo. Quería hacerlo más de lo que nunca había querido nada en la vida. Dios, el deseo que sentía por ella lo había estado carcomiendo desde hacía un mes y había llegado a pensar que lo iba a volver loco. Pero en aquel momento, cuando la tenía tan cerca, cuando lo único que tenía que hacer era bajar la cabeza y besarla, se sentía incapaz de moverse.
Sería fácil. No, no sería nada fácil.
Le haría daño y no había forma de evitarlo. Y él no quería vivir con eso. Se recordó a sí mismo de nuevo que ella no era de esa clase de mujeres, que necesitaba un hombre que no estuviera condenado a dar vueltas por el mundo, un hombre que no tuviera el alma poseída por sus demonios, un hombre al que de verdad le gustase la granja, la familia y asistir a misa. Necesitaba y se merecía un hombre que se casase con ella, que la protegiese, que la mantuviera y que fuese un padre para sus hijas. Y él no era ese hombre.
—Vuelve a tu habitación, ______ —le dijo antes de cambiar de opinión—. No soy bueno.
—No me lo creo.
—Entonces eres boba. —Vio cómo ______ levantaba la barbilla temblorosa con terca valentía. Suspiró—. Bueno, está bien, digamos que no soy bueno para ti.
—Creo que soy perfectamente capaz de decidir lo que es bueno para mí. —Y le miró con aquellos malditos ojos oscuros—. Y creo que eres tú.
—Quizás esta noche, pero no mañana cuando me marche para seguir mi camino.
—No pido nada para mañana —susurró ella—. Lo que pido es esta noche.
—No sabes lo que dices.
_____ levantó las manos y Joe vio cómo temblaban cuando las llevó a sus brazos desnudos y se los frotó como si tuviese frío.
—Sé perfectamente lo que estoy diciendo. Quiero que me hagas el amor. Puede que no tenga… experiencia, pero sé lo que significa.
Joe recordó aquel beso en la cocina y pensó que no tenía ni la más remota idea.
—¿Es que no… no quieres?
¿Quería? Perderse en su suavidad sería como probar el cielo. Debía rechazarla, echarla, decirle que no. Cerró los ojos, luchando contra su deseo con todas sus fuerzas.
—¿Joe?
Fue la forma de decir su nombre lo que lo deshizo. Lo pronunció como una caricia, pero con una nota de dolor y temblor que lo desgarró, le removió por dentro y le hizo vulnerable. Había perdido y lo sabía. Se había acabado lo de ser caballeroso y noble y lo de actuar correctamente. De todos modos, hacía tiempo que había demostrado que no era un héroe.
Abrió los ojos.
—No me odies mañana por esto, _____ —dijo, y le tomó las mejillas con las manos, echando la cabeza de la joven hacia atrás mientras acercaba su boca a la de ella—. Por lo que más quieras, no me odies.
Antes de que ella pudiera responderle, la besó en la boca. Los labios de ______ se abrieron y al probarla por primera vez supo que no había marcha atrás. La besó más profundamente, acariciándole el cabello.
Encontró las horquillas y se las quitó, soltándole el pelo. Las horquillas cayeron al suelo y él tomó sus cabellos con las manos, deleitándose en el tacto sedoso y en el sabor dulce y cálido de ella. Le dio rápidos y ligeros besos en los labios y en las mejillas mientras caminaba hacia atrás arrastrándola hacia la cama. La excitación se apoderó de él y la besó con más profundidad, hundiendo la lengua en su boca.
______ emitió un leve y suave gemido de deseo y tembló entre sus manos, un pálpito femenino que el cuerpo de Joe reconoció al instante. Quería tomarla sin preliminares, sin la ternura que ella deseaba y la delicadeza que necesitaba. Pero debía.
Apartó los labios de los suyos y hundió su rostro en la curva de su cuello. Bajó las manos hasta su fina cintura y la continuó besando por el hombro, acariciando su espalda obligándose a seguir con movimientos contenidos, a ser paciente, a esperar.
Se apartó y la miró mientras ella abría lentamente los ojos. Nunca la había visto más hermosa, con el cabello cayéndole en lustrosas ondas por los hombros y una expresión de aturdido asombro en el rostro, una imagen que le complació más que todas las sonrisas forzadas y los gemidos de las mujeres fáciles que había conocido.
______ le regaló una de sus impresionantes sonrisas y echó la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos y pronunciando su nombre en un suspiro. Joe sintió que aquella imagen y aquel quedo gemido iban a acompañarle durante muchas de las noches solitarias que le esperaban.
Sin dejar de contemplar su rostro, subió las manos de la cintura hasta el primer botón de su vestido, que se escondía detrás de un adorno floral de seda.
_______ dio un respingo y abrió los ojos de nuevo luchando contra su ligera resistencia.
—¿No deberías apagar la luz? —susurró.
Él negó con la cabeza y le desabrochó el botón. Después el siguiente, y el otro, rozando sus pechos con los nudillos, después sus costillas, hacia abajo, notando cómo ella temblaba cada vez que desabrochaba un botón. Cuando llegó a la cintura, ______ le empujó los hombros.
—Por favor, apaga la luz —le susurró apartando el rostro enrojecido por la confusión y la vergüenza.
—¿Por qué? —preguntó él besando su cuello—. Tú me has visto desnudo —le dijo bromeando al oído—. Tengo derecho a verte a ti.
Aquello la puso aún más nerviosa y emitió un gemido agitado. Joe dejó de desvestirla, la atrajo hacia él y le mordisqueó el lóbulo de la oreja mientras le acariciaba las costillas.
—_______, creo que no seré capaz de soltarte todos esos botones sin luz —le confesó—. Además, quiero verte, mirarte. Déjame.
Ella no respondió. Le acarició con la palma de la mano el torso, le besó la aterciopelada piel de su oreja, la garganta, el hombro… Después volvió a subir, cada movimiento pensado para convencerla, para persuadirla, para hacer que se rindiese.
—¿Me dejarás?
—Bueno —susurró ella en voz tan baja que Joe apenas pudo oírla. Tenía el cuerpo en tensión.
Se apartó y la miró a la cara.
—_____, mírame.
Ella, a regañadientes, abrió los ojos y lo miró.
Él sacudió la cabeza.
—No, mírame —le cogió la mano y la atrajo hacia él, poniéndola sobre su pecho—. Tócame y mírame.
Ella intentó apartar la mano, pero él se la retuvo contra su pecho hasta que notó que ya no oponía resistencia. Con la mano extendida sobre su pecho, ______ susurró:
—Es que no sé que se supone que debo hacer.
Él soltó su mano y extendió los brazos.
—Haz lo que te apetezca.
_____ bajó las pestañas y se quedó callada un largo rato mirándole el pecho. Después se acercó hacia Joe, apoyó las manos sobre su pecho y posó los labios en las cicatrices dentadas fruto de las navajas y el odio. Sus besos eran tan indecisos como la caricia de las alas de una mariposa. El muro defensivo que Joe llevaba construyendo toda su vida se vino abajo como si fuese de arena.
_____ sintió cómo el cuerpo de Joe temblaba con cada uno de sus besos, y se sintió desarmada al comprobar que tenía ese poder. Bajo sus labios podía notar el áspero tacto del vello de su cuerpo, el latido de su corazón, la respiración agitada de su pecho.
—Ya está bien —gruñó Joe tomándole la cabeza con las manos, apartándola con suavidad—. Creo que… por ahora… es suficiente.
La tomó por los hombros y metiendo los pulgares por los pliegues del cuello del vestido, se lo bajó hasta la cintura y lo dejó caer a sus pies. ____ dio un paso al frente emergiendo de él y lo empujó de una patada.
Tiró del protector del corsé y, adivinando lo que tenía que hacer, levantó los brazos para que Joe le pudiera quitar la prenda por la cabeza. Él inclinó la cabeza y le besó los hombros mientras con los dedos intentaba soltarle los cierres del corsé. Finalmente, lo logró y lo dejó a un lado junto con las enaguas.
La ansiedad de ______ iba creciendo con cada prenda que él le quitaba. No quería que la viese sin ropa, era demasiado embarazoso, demasiado agónico. Debía haber visto a muchas otras mujeres, mujeres mucho más bonitas que ella y no quería sufrir la comparación.
Joe deslizó las manos por su columna y tomó con sus dedos la combinación.
—Levanta los brazos, ____ —le dijo con suavidad—. Déjame verte.
Sin estar demasiado convencida, ella obedeció y dejó que Joe le quitase la prenda. La dejó en el suelo y _____ pudo sentir los ojos de Joe sobre su cuerpo. No podía mirarlo y se cubrió el pecho con sus brazos entrecerrando los ojos.
—Sí —dijo él.
La palabra le sorprendió y le confundió.
—¿Sí, qué? —preguntó ella con los ojos cerrados.
—Sí, creo que eres hermosa.
Abrumada, abrió los ojos y vio que Joe le sonreía. Sus ojos tenían ese tono neblinoso que la desarmaba. Vio cómo bajaba las pestañas negras, la cogía por las muñecas, le apartaba los brazos, los extendía y la miraba.
—Tan endiabladamente hermosa que la cabeza me da vueltas. Me da vueltas, de verdad.
______ sintió un enorme alivio. No la consideraba una desilusión, no la consideraba poco agraciada. Pensaba que era hermosa, se lo decían no sólo sus palabras, sino sus ojos, sus manos, su voz. Bajo la ardiente mirada de Joe, su timidez y su embarazo se evaporaron.
—No deberías hablar mal, Joe —susurró al tiempo que liberaba una de sus manos para acariciarle la mejilla.
Él volvió la cabeza y le besó la palma de la mano, después la miró con aquel brillo perverso que ella conocía tan bien.
—Divina y endiabladamente hermosa.
Le soltó la otra mano y se arrodilló frente a ella. Le desató las botas y le levantó el primer pie con las manos. ______ se sujetó al dosel de la cama para mantener el equilibrio mientras él le sacaba primero una bota y luego la otra. Le tomó los tobillos y subió las manos por las pantorrillas hasta las rodillas, buscando por dentro de su ropa íntima el liguero que sujetaba las medias.
Con los dedos le acarició delicadamente la parte de atrás de las rodillas y ella sintió que una calidez lenta y penetrante le invadía el cuerpo, como si se estuviese deshaciendo bajo el mágico tacto de sus dedos. Se agarró con fuerza al dosel de la cama.
—Oh, Dios —gimió—. Oh, Dios.
Le pareció oír que él se reía quedamente, pero no podía estar segura. Conor deshizo los lazos de los ligueros y le quitó despacio las medias, deslizando las manos por su piel como si fuera una cálida brisa. Levantó su pie derecho y le quitó la media.
Cuando ya le había quitado las dos medias, subió las manos por sus piernas. El ardor de su tacto le quemaba a través de la fina tela de su prenda íntima. Le acarició los muslos, las caderas, hasta llegar a la cintura, Estiró de la cinta que mantenía sujeta su ropa íntima y deshizo el lazo. Agarró la tela con los puños y comenzó a tirar de ella bajándola por sus caderas.
_____ sintió que le invadía de nuevo la vergüenza al comprender lo que Joe estaba haciendo, lo que estaba viendo, y se puso tensa, luchando contra el impulso de huir.
—Maravilloso —murmuró él al tiempo que cada vez era mayor la desnudez de ______—. Absolutamente maravilloso.
Se acercó a ella, soltó la prenda y la tomó por las caderas desnudas. Ella sintió que la prenda se deslizaba por sus piernas y caía a sus pies, al tiempo que Joe la atraía hacia él y posaba los labios en su estómago.
_____ lanzó un grito de sorpresa ante el placer carnal de aquel beso y sintió escalofríos por todo el cuerpo. Soltó el dosel y apoyó sus manos en los hombros de Joe para evitar tambalearse, mientras él le llenaba el vientre y las costillas de besos, acariciando su piel con la lengua.
Movió las manos por sus caderas, siguiendo la curva de su cintura, a través de sus costillas, hasta tomarle el pecho, acariciándole con los dedos pulgares sus pezones. ______ echó la cabeza hacia atrás con un gemido, cerró los ojos y se agarró a sus hombros con fuerza.
Joe la tomó por la espalda, atrayéndola hacia él. _______ se dejó hacer y él abrió la boca alrededor de su pecho y le tomó el pezón entre los dientes. Ella sintió una sensación increíble que la dejó sin aliento. Apartó las manos de los hombros de Joe y le cogió la cabeza, apretándola contra ella.
Pero él se resistió. Se separó de ella, se puso de pie y apartó las sábanas. La tomó en sus brazos como si fuese una pluma y la depositó en el centro de la cama. _____ abrió los ojos y vio que se estaba quitando las botas. Le mantuvo la mirada, incapaz de bajar la vista mientras él se desabrochaba los pantalones y los dejaba caer.
Se tumbó junto a ella y el colchón se hundió bajo su peso. Se apoyó en el hombro y la miró un momento, después le acarició el rostro. _______ cerró los ojos y sintió las yemas de sus dedos acariciándole las mejillas, la barbilla, la garganta, la clavícula y luego detenerse un momento sobre sus pechos, para seguir bajando y acariciando delicadamente su estómago y después más abajo. ______ se quedó sin respiración cuando Joe metió sus dedos entre sus muslos. Cuando le acarició delicadamente la entrepierna, lanzó un grito y se sacudió contra él con un gemido, sintiendo cálidos escalofríos por todo el cuerpo.
Estaba tan abrumada por la intimidad del gesto que pensó que debía apartar su mano, pedirle que parase, pero no pudo hacerlo. Nada le importaba más allá de la tensión y del ardor que llenaba su cuerpo con el tacto de sus dedos. La tensión crecía dentro de ella con cada empuje de su mano.
—Joe. Oh, Joe… —gimió, notando que estaba al borde de algo glorioso y maravilloso.
—Eso es, cariño —murmuró él—. Eso es.
Se oyó a sí misma lanzar pequeños gemidos, pero no podía detenerlos. Sintió que debía estar ardiendo de vergüenza y de perversa y tremenda excitación, hasta que de pronto notó como si toda ella por dentro explotase en un estallido blanco y cálido que recorrió con deliciosas oleadas de placer todo su cuerpo.
Todavía temblaba por aquella increíble sensación cuando Joe apartó la mano y le notó moverse. Cayó su peso y su fuerza sobre ella, apretándola contra el colchón con una urgencia repentina, abrumándola con el poder de su cuerpo. Sus pulmones se quedaron sin aire y dio un respingo cuando él empujó contra ella, dentro de ella. Todas aquellas sensaciones increíbles y deliciosas de un instante antes la abandonaron y sintió como si la hubiesen metido en agua helada. Creía que estaba preparada para aquello, pero no lo estaba. Hacía daño.
Se mordió el labio para no gritar, pero él pareció darse cuenta porque su cuerpo se puso rígido y se detuvo. Inclinó la cabeza y le olisqueó el cuello suavemente.
—¿Estás bien, á mhúirnín?(mi amor)—dijo con una voz tensa que hizo que ella se preguntase si a él también le dolía—. ____ ¿estás bien?
—Eso creo —dijo sintiendo que la sensación dolorosa y aguda se le iba pasando. Movió las caderas debajo de él a modo de prueba.
—______ —le dijo él con voz ronca al oído—. No te muevas, por el amor de Dios, no te muevas.
Ella intentó quedarse quieta, pero aunque ya no le dolía, notaba una incómoda sensación, algo extraño y tenso. No estaba segura de que le gustase, tomó aire de nuevo y movió otra vez las caderas.
—______, oh, no hagas eso. Oh, Dios. Oh, Dios.
Empezó a moverse él también, con fuerza, con una respiración ronca y agitada, golpeando las caderas y empujándola contra el colchón. Ella empezó a acostumbrarse al movimiento de Joe y a disfrutar. Pero de pronto el cuerpo de Joe fue atravesado por un temblor, lanzó un grito ronco, empujó otra vez contra ella y se quedó quieto.
Se había terminado.
—Neamh (cielo )—murmuró él—. Eres Neamh, _______.
Ella no entendió la palabra irlandesa, pero oyó su nombre y la ternura con la que Joe lo pronunciaba y pensó con algo de melancolía que debía ser una palabra cariñosa. Lo apretó más fuerte con los brazos y sintió que la invadía la ternura. Le acarició las anchas espaldas con una mano y con la otra el cabello mientras notaba cómo la tensión abandonaba el cuerpo de Joe y era sustituida por el letargo.
Él se dio la vuelta arrastrándola con él y reteniéndola entre sus brazos. Pronto se quedó dormido. ______ cogió la sábana que yacía a sus pies, la estiró para tapar a ambos, apagó el candil y se acurrucó entre los brazos de Joe.
Se suponía que en aquel momento era una mujer caída. No lo lamentaba, ni se avergonzaba, sólo sentía una alegría increíble y poderosa que brotaba como una flor y llenaba su cuerpo, haciéndole sentirse viva, vibrante y hermosa. Lo que más deseaba era estar tumbada así junto a él para siempre. Lo amaba. Cerró los ojos, apretó la mejilla contra su pecho y escuchó el latido de su corazón. Sólo por aquella noche, hizo ver que él también la amaba.
Joe se despertó con los sentidos embotados por el aroma de ______. No olía a empalagosa colonia, sino que de ella sólo emanaba el cálido y provocativo olor femenino de su delicada piel y sus cabellos revueltos.
En algún momento de la noche, ______ se había dado la vuelta y se había quedado con la espalda apoyada contra su pecho. Sin abrir los ojos, podía reconocer cada una de las formas de su cuerpo, la exquisita curva de sus pantorrillas entre sus piernas, la profunda curva de su cintura en el hueco de su brazo rodeándola, la aterciopelada parte inferior de su pecho contra el dorso de su mano, los mechones sedosos de su cabello bajo su barbilla. Su cuerpo encajaba perfectamente en el suyo, como si estuviese hecha para él. Medio dormido, lanzó un suspiro de absoluta felicidad, saboreando el placer poco habitual de despertarse con una mujer entre sus brazos.
Había dormido con ella.
Aquel pensamiento ahogó su alegría. Abrió los ojos y levantó la cabeza de la almohada que compartían. Observó la piel color crema del hombro de _____ y sus enredados mechones de cabello castaño que le caían sobre el pecho y que cubrían a su vez la mano de Joe, apenas perceptible a la tenue luz que se filtraba en la habitación a través de los postigos de la ventana.
Había dormido con ella.
Estaba anonadado. Él nunca dormía con mujeres. Las besaba, las desnudaba, disfrutaba de ellas y luego se marchaba y dormía solo, así sus pesadillas no podían despertarlas ni sus debilidades o secretos podían ser revelados. Así su vergüenza permanecía callada y escondida.
Miró el perfil de _______, perfecto con sus largas pestañas, su nariz respingona, los labios entreabiertos, el cabello revuelto, un desorden tentador. Pensó en la noche anterior, recordándolo todo: la fragancia de su piel, el sabor de su boca, el tacto de sus manos, los sonidos de su pasión, y cómo había encendido todo ello la lujuria de Joe como una cerilla una mecha, dejándolo después saciado y dormido y deseando únicamente abrazarla. Abrazarla. Por el amor de Dios.
Sintió que dentro de él crecía a la vez el pánico y el deseo. Quería volver a hacerlo, quería volver a sentir la intensa explosión de placer y la maravillosa descarga, quería el pacífico letargo y el sueño sin pesadillas, junto a ella, con ella. Nunca había sentido algo así con ninguna otra mujer.
Le aterrorizaba.
Se apartó para dejar de tocarla y se tumbó boca arriba mirando el techo. Podía marcharse en aquel mismo instante. Podía levantarse, vestirse y marcharse mientras ella dormía. Abandonar a una mujer era fácil y él lo había hecho miles de veces.
No se movió.
Se quedó tumbado escuchando su respiración y pensando en todas las razones que tenía para marcharse mientras ella todavía dormía. De aquel modo, no habría silencios embarazosos ni una escena, ni malditas lágrimas, ni un orgullo femenino herido, ni unos ojos castaños llenos de dolor para perseguirlo después de su marcha.
No se movió.
Odiaba estar atado. Pero se había atado dos meses atrás. Le ahogaba sentirla cerca. Sin embargo, no se había sentido así cuando se había despertado con ella entre sus brazos. Había sentido un momento de felicidad, ¿o no? Un momento de paz.
Apartó ese pensamiento al instante. Para _____ la tierra, el hogar y la familia lo eran todo. Pero para él aquello era todo lo que le habían quitado, todo lo que no podría soportar volver a perder.
Estaba claro que él había sido honesto con ella, que no le había dado falsas esperanzas. Ella le había ido a buscar la noche anterior y él le había dado lo que ella quería. Se lo había dado porque él también lo quería. Y punto. Había prometido quedarse hasta la cosecha y la cosecha ya había terminado. No había razón alguna para quedarse con ella un minuto más.
No se movió.
No podía marcharse todavía. No podía dejar que hiciera el viaje de vuelta sola; además ella lo necesitaba para conducir el segundo carromato y era peligroso que una mujer viajase sola. Debía quedarse hasta acompañarla de vuelta a la granja y con las niñas, al lugar al que pertenecía. Luego se marcharía. Se levantó de la cama y se puso los calzoncillos y los pantalones. Después atravesó la habitación para coger la camisa y se preguntó por qué le estaba pareciendo que tardaba una vida entera en atravesarla.
_____ se despertó lentamente. Con un enorme bostezo, levantó los brazos por encima de la cabeza y se estiró, haciendo una mueca al notar la punzada de dolor que atravesaba todos sus músculos. Se notaba rígida y algo irritada, como si hubiese estado cabalgando demasiado rato, pero también se sentía gloriosamente viva y feliz. Se recordó a sí misma que era una mujer caída e intentó sentirse avergonzada.
Le vinieron a la mente los recuerdos de la noche anterior. Sonrió al mismo tiempo que enrojecía, incapaz de sentirse culpable tal como cabía esperar. Abrió los ojos y vio a Joe ya despierto, vestido y sentado en una silla al otro lado de la habitación, observándola. Para su sorpresa, junto a la silla y en el suelo estaba su maleta.
Se puso rígida bajo la mirada de Joe y enrojeció de vergüenza, sintiéndose al mismo tiempo muy femenina.
—Buenos días —dijo apartándose el pelo de los ojos y tapándose con la sábana al sentarse.
—Buenos días —dijo él girando la cara. La felicidad de _____ se desvaneció.
Estaba sentado frente a ella, pero no estaba allí realmente. Había vuelto a encerrarse en sí mismo, a esconderse bajo su coraza. De nuevo era un extraño, un hombre aislado.
______ sintió un profundo dolor, pero no lo mostró, no podía hacerlo. Habría sido demasiado humillante. Bajó la vista hacia las sábanas e hizo un esfuerzo por mantener el rostro inexpresivo, pero al cabo de un momento lo miró con el rabillo del ojo y se dio cuenta de que no era necesario ya que ni siquiera la estaba mirando.
Joe señaló una bandeja que había junto a la silla.
—He pensado que te apetecería desayunar algo —dijo con la vista fija en el plato y la taza de plata como si fuesen lo más fascinante del mundo.
—Gracias.
—Tendrás que comer rápido —continuó—. Ya son más de las siete y la camarera traerá el agua y las toallas a las siete y media. De todos modos, será mejor que nos pongamos en camino. Es un largo viaje —señaló la maleta—. Te he traído tus cosas y he puesto las mías en tu habitación. Te veré abajo dentro de una hora.
_____ apretó las sábanas con fuerza y las sujetó a su alrededor como si fueran una coraza.
—Por supuesto —dijo secamente, y vio cómo se marchaba y cerraba la puerta tras él.
______ apartó las sábanas e inmediatamente vio las manchas de sangre que cubrían sus muslos y la ropa de cama. Miró las manchas oscuras totalmente sorprendida. Sabía que no le tocaba el período así que debía haber sido por lo sucedido la noche anterior. No se había dado cuenta de que sangraba y realmente no le había dolido tanto.
El dolor físico le parecía en aquel momento insignificante, pero no así el dolor emocional.
Cerró los ojos luchando contra el dolor de su rechazo, aunque debía aceptar su inevitable e inminente partida. Durante todo aquel tiempo había sabido que estaba en su vida de paso y no era culpa de él que ella hubiera albergado tontos deseos. No era culpa de Joe que ella se hubiera enamorado.
Cuando se marchase, ella tendría las niñas y el hogar para ocupar sus días y los recuerdos de él para pasar las noches. Pero en aquel momento, aquello era poco consuelo.
La reunión de costura en honor a Kate Johnson ya había comenzado hacía un buen rato cuando la invitada hizo su aparición. Las mujeres de Callersville habían ido llegando a la casa de madera detrás del colmado desde las diez de la mañana sin interrupción, acompañadas por sus costureros y sus agujas de hacer punto, hasta abarrotar el pequeño salón de Lila Miller. Todas las mujeres estaban haciendo colchas y vestiditos para el recién nacido de Kate pero, por supuesto, la verdadera razón de ser de la reunión era intercambiar recetas, consejos y cuchichear. Sobre todo, cuchichear.
Cara Johnson y Becky apartaron a sus hermanas pequeñas mientras todas las mujeres se abalanzaban en el vestíbulo a ver al bebé de Kate y dar su opinión. La opinión general parecía ser que era clavadito a su padre.
—Veo que has traído a las niñas de ______ —comentó Martha Chubb saludando a Becky y a sus hermanas, mientras las mujeres volvían a sentarse y proseguían con las agujas.
—La cosecha del melocotón —les recordó Kate. Pasó el bebé, Robert Thomas, a los brazos de su hija mayor, encantada, y ésta rápidamente empezó a presumir de hermano pequeño con las amigas que todavía no lo conocían. Kate se sentó junto a Becky en uno de los sofás y sacó sus agujas.
—Puesto que Nate ya no está para llevar los melocotones a Monroe, ha ido _____. Las niñas se quedan con nosotros hasta que regrese esta noche.
Martha frunció el ceño con gesto de desaprobación.
—La verdad es que _____ se está volviendo algo excéntrica, dejar a sus hijas al cuidado de otras personas, ir deambulando por los campos sola… Y tener que quedarse en un hotel sola, sin acompañante, claro está. Es sorprendente.
—Realmente sorprendente —corroboró Emily Chubb.
Becky levantó la vista al oír aquellos comentarios y miró a Miranda y a Carrie que habían dejado de jugar a las damas para escuchar. Le enfureció que Martha dijese esas cosas delante de sus hermanas pequeñas. Frunció el ceño.
—No creo que deba decir esas cosas de mi madre. Es de mala educación.
—Calla, niña —dijo Martha haciendo un gesto despectivo con la mano—. Las señoritas sólo hablan cuando se les dice.
Becky se calló ante el reproche y bajó la vista notando que se ponía roja mientras Martha seguía hablando.
—El comportamiento de ______ desde la muerte de su padre ha sido muy poco decoroso, pero ir a Monroe sola… es indecente.
—¡Martha! —Kate bajó las agujas de hacer punto y se dirigió a la mujer para darle su opinión—. No es justo lo que dices. ¿Cómo quieres que venda sus melocotones? Ha estado intentando encontrar ayuda. De hecho, le dijo…
—Esa es otra —la interrumpió Martha con un movimiento enérgico de cabeza que hizo que la pluma de su sombrero se agitase—. Anunciar por toda la ciudad que buscaba mano de obra para la granja. Vergonzoso.
—Atroz —añadió Emily.
Becky empujó la aguja para atravesar la blonda que estaba bordando, demasiado furiosa para darse cuenta de lo que estaba haciendo y se pinchó el dedo con tanta violencia que se hizo sangre. Hizo una mueca y soltó la costura para chuparse la yema del dedo, deseando poder decirle a Martha Chubb lo que pensaba de ella, vieja cotilla.
Kate se puso tiesa en la silla.
—¿Y cómo quieres que encuentre _____ ayuda en la granja? —le preguntó—. Por Dios, Martha, _____- ya ha tenido suficientes problemas en la vida. Déjala en paz.
La aludida iba a interrumpirla, pero Kate tomó aire con fuerza y continuó. Cada vez estaba más furiosa y fue elevando el tono de voz.
—Los Harlan se emborracharon la otra noche y fueron a casa de ______. Le lanzaron piedras contra la ventana y asustaron a las chicas. Ella tuvo que usar el rifle para que se marchasen. Oímos claramente los tiros desde casa. _____ nos contó lo que había pasado cuando dejó ayer a las niñas con nosotros.
—¿Un rifle? —Martha levantó las manos en un gesto exagerado y se sorbió la nariz—. Eso es exactamente de lo que estoy hablando, rifles, no entiendo qué mosca le ha picado a _____.
—Creo que es una mujer valiente y que se las arregla lo mejor que puede —contestó Kate—. Es más, si no fuese por ella probablemente yo no estaría aquí. Ella me ayudó en el parto de Robert Thomas. Lo estaba pasando fatal y ella me ayudó. Podría estar muerta de no haber sido por _____.
Kate miró a Becky y la niña le lanzó una mirada de agradecimiento por salir en defensa de su madre cuando a ella le habían impedido hacerlo. Sintió una mano sobre el hombro y se dio la vuelta. Carrie y Miranda se habían levantado y estaban junto a ella.
—¿Por qué están diciendo cosas malas de mamá las hermanas Chubb? —susurró Carrie.
—Porque son unas cotillas malísimas —contestó Becky entre dientes, mirando a Martha y a Emily—. Por eso.
Kate se apoyó en su silla y retomó la palabra.
—Todos sabemos que Nick fue quien mandó a los hermanos Harlan y todos sabemos por qué. Quiere la tierra de _____ para construir esa vía de ferrocarril con el dinero de su mujer yanqui. Ha hecho lo mismo con la mitad de la gente de la ciudad. ¡Yo felicito a ______ por enfrentarse a él!
Becky quería lanzar un hurra.
—¿Necesitas que te recuerde que Nick donó el órgano a la iglesia el año pasado? —comentó con aspereza Martha.
—Eso es porque Nick cree que lo puede comprar todo —le contestó Kate echándose el cabello rubio hacia atrás—, incluso su plaza en el paraíso.
Lila, que era la anfitriona, intentó intervenir para detener la discusión antes de que los ánimos se calentaran aún más. Cogió el plato de pastas de té y se puso en pie.
—¿Le apetece a alguien una pastita?
Todas la ignoraron, excepto Miranda, que adoraba los dulces y tenía la bandeja a mano.
—No creo que sea necesario blasfemar, Kate —dijo Martha apoltronándose en la silla como una reina en su trono, sabiendo que tenía la atención de todo el mundo—. _______ no debería intentar sacar adelante Peachtree ella sola. Debería haber vendido la tierra cuando murió su padre.
—¡Tonterías! —exclamó Kate decidida.
Entre las mujeres que estaban presentes se elevaron algunas voces. Pero cuando Martha volvió a hablar, su potente voz se alzó por encima de las demás.
—Comprendo que, como eres amiga suya, te sientes obligada a defenderla, pero, de verdad, este viaje a Monroe sobrepasa todos los límites de la decencia femenina. ¡Hacer ese viaje ella sola!
Algunas mujeres asintieron aprobando su comentario y la discusión siguió adelante.
—Pero mamá no está sola —comentó Miranda cogiendo una pasta de la bandeja de Lila—. El señor Joe está con ella.
El murmullo de las damas se cortó en seco y se hizo un silencio absoluto.
—¡Miranda, se supone que no debías decirle a nadie nada del señor Joe! —gritó Carrie, dándole un codazo a su hermana—. Mamá dijo que era un secreto.
La pequeña dejó caer la pasta en el plato y se llevó la mano a la boca, mirando arrepentida a su hermana.
—Se me había olvidado.
Becky echó un vistazo a las caras horrorizadas que la rodeaban con un tremendo sentimiento de consternación.
Martha se incorporó en la silla y miró fijamente a Miranda.
—¿Y quién es ese tal señor Joe, niña?
Becky recordó las palabras de su madre sobre lo fácil que era que una chica perdiese su reputación sólo por pasear con un chico, y comprendió de golpe el alcance del inocente comentario de Miranda sobre su madre y el señor Joe. Escondió la cara en sus manos.
—Oh, no —susurró—. Oh, no.
Suzzey
Re: "Un Lugar Para Joe"
Capítulo 23
Como habían salido tarde de Monroe, cuando ____ y Joe llegaron a la granja de los Johnson a recoger a las niñas, ya era de noche. _____ detuvo su carromato junto al sendero que conducía a la casa y Joe hizo lo mismo con el suyo. Ella le pidió que la esperase allí y después bajó con el carro por el camino iluminado por la luz de la Luna.
Desde la mañana, Joe había estado taciturno y silencioso. No le había dicho exactamente cuándo se iba a marchar. No sabía si sería al día siguiente o al otro o a la semana siguiente, pero sería pronto. ______ sabía que probablemente no se despediría, desaparecería tal como había hecho la otra vez, sin despedirse. Durante el largo viaje de vuelta, había intentado endurecer su corazón, pero cada vez que se acordaba de la noche anterior, de las cosas increíbles que le había hecho, de la forma extraordinaria en que había reaccionado a sus caricias, lo único que quería era rodearlo con sus brazos y agarrarlo muy fuerte, como si así pudiese retenerlo con ella. Sabía que no podría.
Cuando llegó al camino de la entrada, vio a Oren en la terraza, como si hubiese estado esperando su llegada. Detuvo el carromato y él bajó las escaleras en dirección hacia ella antes de que bajara del carro.
—Kate y las niñas están ya en tu casa —le dijo.
______ frunció el ceño extrañada.
—¿Por qué? Le dije a Kate que las recogería aquí. No hacía falta que las llevase a casa.
Oren se echó el sombrero hacia atrás y lanzó un profundo suspiro.
—Me temo que ha habido problemas.
____ se acordó de Nick y automáticamente pensó en lo peor.
—¿Las niñas están bien?
Él la tranquilizó rápidamente:
—Están bien. Pero será mejor que vayas a casa rápido.
—¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
Oren le lanzó una grave mirada.
—Todo el mundo lo sabe, _____. Lo del irlandés que ha estado viviendo en tu casa.
______ sintió un tremendo pavor y notó que se le hacía un nudo en el estómago.
—¿Todo el mundo?
—Todo el pueblo —contestó confirmándole lo peor—. Incluidas Martha y Emily Chubb.
El miedo le pesaba como una piedra en el estómago.
—Oh, cielos.
—La noticia ha levantado cierto revuelo. Será mejor que vayas a casa y lo arregles.
_____ asintió y movió las riendas sin decir palabra llevando las mulas de vuelta por el sendero a toda velocidad. Las ruedas levantaban la gravilla de la carretera principal y al pasar de largo junto a Joe, oyó cómo él gritaba su nombre, pero no se paró a darle explicaciones.
No podía pensar, no podía sentir. Lo único que podía hacer era mirar fijamente la carretera iluminada por la Luna, paralizada y helada por el terror, mientras corría hacia su casa.
Cuando enfiló el sendero que conducía a Peachtree, tal como Oren le había dicho, la estaban esperando. No había rastro de las niñas, pero fuera estaba Kate, junto con el reverendo Allen y, por supuesto, las hermanas Chubb. La luz les llegaba desde atrás a través de las ventanas, y aunque no podía ver sus rostros, podía intuir la condena en sus ojos.
Bajó del carromato y se dirigió lentamente hacia su casa. Se sentía como una marioneta a la que le estuviesen haciendo avanzar. Su pánico era tal que lo que deseaba era correr y esconderse.
Lo sabían. Todos. Lo podía ver en su silencio y en sus posturas y se preguntó cómo podría volver a mirarlos a la cara a la luz del día. Se acordó de la pasión de la noche anterior, de lo que había hecho, de lo que le había dejado hacer a Joe, y cada beso y cada caricia que recordaba le parecía un latigazo. La vergüenza le hizo enrojecer, pero mantuvo la cabeza alta.
La mente le bullía con explicaciones, excusas o negaciones. Pero todo serían mentiras. Deseaba que la tierra se la tragase ahí mismo y desaparecer.
Oyó que por detrás llegaba el segundo carromato y se detenía, pero no se dio la vuelta para mirar a Joe. No podía. Subió las escaleras hacia la terraza y con cada escalón sentía que la vergüenza y la culpa se hacían más pesadas.
Kate salió a recibirla. Cogió la mano enguantada de ______ y se la apretó ligeramente.
—Lo siento, _____ —le susurró—. Se empeñaron en venir. No he podido evitarlo.
_____ se deshizo de la mano de Kate y apartó la mirada del rostro compasivo de su amiga. No lo podía soportar.
—¿Dónde están las niñas?
—Están dentro cenando. No lo… entienden. Bueno, quizás Becky, pero las pequeñas no.
No tuvo opción de responder. Martha apareció por detrás de Kate y estudió a ______ con ojos inquisidores frunciendo los labios.
—Así que has vuelto. Me sorprende que te atrevas a aparecer después de lo que has hecho.
______ se dijo a sí misma que era materialmente imposible que Martha supiera lo que había ocurrido en Monroe, pero no importaba. Ella sí lo sabía y no podía mentirse a sí misma. No podía actuar como si fuese una mujer inocente y despreocupada, porque no lo era. Empezaron a temblarle las manos.
Oyó el rumor de pasos detrás de ella y supo que era Joe, pero no se volvió. Martha dirigió la mirada hacia él y repasó al desconocido.
—Y te atreves a traerlo contigo —añadió—. ¿Es que no tienes vergüenza?
Joe vio la expresión desesperada de _______ ante las acusaciones de aquella mujer con el ridículo sombrero y decidió que había tenido suficiente. Notó la barbilla tensa y se dispuso a dirigirse hacia ella y apartarla de aquella perra vieja, pero en ese momento notó una mano en el hombro. Se dio la vuelta y se encontró frente a un hombre mayor de pelo cano vestido con traje negro y cuello de clérigo.
—Ven conmigo, hijo.
No era una petición. Joe lanzó un suspiro de frustración y siguió a regañadientes al hombre, que cogió un candil y lo guió por el lateral de la casa hacia el establo.
Entraron y el hombre cerró la puerta y puso el candil en el suelo.
—Bueno —dijo sentándose en un tonel polvoriento y acomodándose lo mejor que pudo—, ahora podemos hablar tranquilamente.
Él lo miró y se hizo un silencio sepulcral. No era capaz de dar con las palabras adecuadas para una conversación formal. Sólo podía pensar en defenderse.
—Por cierto, soy el reverendo Allen —dijo el hombre con su templado acento sureño—. Soy el clérigo de la iglesia baptista aquí en Callersville. Supongo que tú eres el señor Joe.
La forma de referirse a él le llamó la atención y de pronto todo cuadró con claridad meridiana.
—Las niñas —dijo secamente.
—Sí, las niñas.
—¿Qué es exactamente lo que han dicho de mí?
—No estoy muy seguro, yo no estaba allí, la verdad. Pero me han dicho que fue durante una reunión de costura esta tarde. Todas las mujeres estaban allí. —Se apoyó contra el muro y cruzó los brazos—. Lo que se rumorea ahora es que has estado viviendo en casa de ______ como si fueses su marido en todos los aspectos, excepto en el aspecto legal.
Joe se acordó de todas las noches frustrantes que había pasado en el establo intentando desfogarse y alejar sus fantasías eróticas con ella y casi se echó a reír. Si no le estuviese pasando a él, habría lanzado una carcajada.
—¿Qué más?
—Dicen que eres un vagabundo, un boxeador, lo que hace que todo sea aún más recriminatorio. Si fueras alguien de aquí, sería igualmente escandaloso, pero no tan sorprendente. Me temo que la reputación de _____ está en serio peligro.
—¡Por el amor de Dios! —Joe miró ceñudo al clérigo olvidando su condición—. Estaba herido y _____, que es una mujer de buen corazón, que Dios la bendiga, me recogió en su casa para que pudiese recuperarme. ¿La condenan por un acto bondadoso?
—No me tienes que explicar cómo es ___, joven, la conozco desde que era una niña.
—Entonces sabe perfectamente que no tiene nada de lo que avergonzarse. —Pensó en la noche que habían pasado juntos y le repugnó cómo aquellos que no tenían nada mejor que hacer podían transformar algo hermoso en algo sórdido—. Nada —repitió.
—Por desgracia, no puedo evitar que la gente piense lo que quiera. Y ______ sabía el riesgo que corría. Está claro que se tomó muchas molestias para evitar que se conociese tu presencia.
—¡Maldita sea, y ahora entiendo por qué!
El reverendo lo miró con compasivo entendimiento, lo que sólo aumentó el resentimiento de Joe. Maldijo entre dientes.
—No estoy aquí para discutir sobre lo bueno o lo malo de las acciones de ____ —le dijo el reverendo Allen con calma— o las tuyas.
—Entonces, ¿por qué está aquí?
—Estoy aquí porque creo que puedo ser de alguna ayuda en este asunto. Lo creas o no, me preocupa el bienestar de _______. Sólo puedo confiar en que a ti también te preocupe.
El reverendo se echó hacia adelante, apoyó los codos en sus rodillas y cruzó las manos.
—El tema es el siguiente —empezó—. Tienes dos opciones. La primera es marcharte. Entiendo que no te ata nada aquí, así que eres libre de partir.
Joe pensó que aquélla era una buena opción.
—Puedes simplemente marcharte y dejar que _____ se enfrente al escándalo ella sola —continuó el reverendo, en el mismo tono amable y sin pretensiones—. Por supuesto, le quitarían a las niñas.
El cuerpo de Joe se puso tenso y sintió que de pronto le habían dado con la izquierda sin que supiese de dónde venía el golpe.
—¿Quitárselas?
—_____ nunca adoptó legalmente a las hermanas Taylor. Nunca pensó que fuera necesario. De hecho, dudo que nunca se le pasase por la cabeza. Martha y Emily ya le han pedido al sheriff que se las lleve de su casa, y me temo que la mayoría de las mujeres del pueblo están de acuerdo con ellas.
—Me iré —dijo secamente—. Me iré esta noche. Haré lo que sea para que _____ se quede con las niñas.
El reverendo negó con la cabeza.
—Es demasiado tarde para eso. El daño ya está hecho.
Joe iba a responder, pero la pesada piedra que parecía haberse alojado en su pecho no le dejó pronunciar ni una palabra. Cerró los ojos y en su mente pudo ver a _____ en el jardín de atrás riendo con sus hijas, pudo verla abrir los brazos para abrazarlas, pudo oír la voz amable y adorable con la que les hablaba.
Abrió los ojos y apartó implacablemente la imagen de su mente.
El reverendo lo observaba con atención.
—Ellas no son de tu incumbencia. No son tus hijas, así que no son responsabilidad tuya. —Hizo una pausa y carraspeó—. Sin embargo, otro niño sí que haría que tu decisión resultase mucho más difícil.
Joe miró fijamente los bondadosos ojos azules del reverendo y llegó a pronunciar un no.
—Podría estar embarazada.
Era el momento de mentir, de decir que no era posible, que su viaje había sido del todo inocente y que nada había ocurrido, de desentenderse y escabullirse fuera del pueblo, de actuar como lo que realmente era, un cobarde.
El reverendo Allen lo estaba mirando con expectación, esperando las palabras que lo negasen todo. Al no oírlas, continuó.
—Pareces un hombre de mundo, así que asumo que habrás contemplado esa posibilidad.
No lo había hecho. Por Dios, ni se le había ocurrido hasta entonces. Y podría pasar. Podría haber un niño. Pensó en Mary, en el niño que había sido suyo y algo se rompió en su interior, una abertura en su armadura, una debilidad que quedaba expuesta para ser explotada.
Parecía que el reverendo Allen también se había dado cuenta.
—Hay otra opción —dijo despacio.
Joe miró al hombre con precaución, atento a la trampa.
—Le escucho.
—Podrías casarte con ella.
La trampa se cerró y Joe apretó sus puños luchando contra el pánico incontenible que lo invadía. No podía pensar ni razonar, sólo podía revolverse contra lo inevitable y maldecirse por su estupidez.
Se dio la vuelta.
—El matrimonio no es una opción —dijo entre dientes, que casi le rechinaban de rabia, miedo y desesperación.
—No estás casado, ¿no?
Joe echó la cabeza hacia atrás y observó las vigas del techo. De su boca salió un ruido extraño que sonaba como una carcajada.
—No.
—Podría celebrar la ceremonia mañana en la iglesia. Si os casáis, el escándalo se olvidará pronto, la reputación de _____ quedará salvaguardada y no se llevarán a las niñas al orfanato.
El orfanato. Oh, Dios.
Joe se dio la vuelta de nuevo. No podía creer que después de tanto huir, después de tanto luchar por su libertad, se tuviese que ver ante una decisión así.
—Dice que se preocupa por _____. Si supiese algo de mí, reverendo, si conociese apenas la mitad de lo que he hecho, me estaría echando del pueblo a punta de pistola y no me pediría que me casase con ella.
—No te estoy pidiendo que hagas nada. Sólo te estoy diciendo cuáles son tus opciones. Ahora voy a marcharme y dejarte solo para que tomes una decisión —le lanzó una sonrisa condescendiente a Joe—, pero soy un viejo entrometido, así que te voy a dar un pequeño consejo antes de irme.
Hizo una pausa. Su sonrisa se desvaneció y fue sustituida por una expresión seria y honesta.
—Haz lo correcto, hijo —dijo con su amable voz de ministro de Dios—. Por una vez en tu vida, haz lo correcto.
Se dio la vuelta y se marchó cerrando la puerta del establo tras él y dejándolo a solas para que tomara una decisión.
Joe miró las paredes que le rodeaban, que lo cercaban, que amenazaban con aprisionarlo en una vida que no quería. Miró hacia abajo y fijó su atención en la llama del candil a sus pies. La vio brillar atrapada en su burbuja de vidrio. Era como sus demonios. «Haz lo correcto, hijo.»
Se tapó los oídos con las manos para alejar las palabras que se clavaban en su cerebro como los barrotes de hierro de Mountjoy. «Por una vez en tu vida, haz lo correcto… lo correcto… lo correcto… Por una vez en tu vida.»
No podía hacer lo correcto. Poco a poco, muy lentamente, recuperó la lógica, la razón y el sentido de la realidad. Volvió a cerrar la armadura de indiferencia que le había protegido durante toda su vida. Con una fuerza de voluntad de hierro apartó la imagen de los ojos heridos de ______ que flotaba en su conciencia. No tenía ninguna intención de hacer lo correcto.
_____ vio cómo el carruaje del vicario se alejaba con las hermanas Chubb dentro. Le siguió el carromato de Kate con las niñas. Mientras se alejaba dando tumbos por el camino, las tres cabecitas se dieron la vuelta para mirarla; Becky, silenciosa y angustiada, Carrie lanzando gritos indignados de protesta y Miranda sollozando por su madre.
______ oyó los sollozos de su hija pequeña y creyó que la iban a partir en dos. Se mordió el labio inferior y le resbaló una lágrima por la mejilla. El carro se perdió en la noche. Se abrazó a una de las columnas de la terraza con fuerza para evitar salir corriendo detrás de ellas.
Intentó convencerse de que era algo temporal. Había accedido a la solución sugerida por el reverendo —que las niñas se quedasen en casa de los Johnson hasta que las cosas se arreglasen— sólo porque Martha había amenazado con llamar al sheriff para que se las llevase inmediatamente al orfanato de Monroe.
No supo cuánto tiempo estuvo allí de pie, pero no podía encontrar las fuerzas para moverse, para dar la vuelta y entrar en casa. Moverse significaba pensar, decidir, encontrar un modo de continuar, y no podía. Se quedó de pie en la terraza, mirando el camino mucho después de que el carromato se hubiese perdido en la noche, y en su mente sólo podía oír los sollozos de Miranda.
En todas las tragedias de su vida, siempre había buscado consuelo en su fe, hablaba con Dios y tenía las respuestas que necesitaba. Pero la única plegaria que podía rezar aquella noche era que Dios hiciera con ella lo que había hecho con la mujer pecadora de Lot, convertirla en una estatua de sal allí mismo en el porche, para así dejar de existir.
Oyó un ruido detrás de ella, el abrir y cerrar de la puerta principal y el crujido de los tablones de la terraza. Soltó la columna y se dio la vuelta.
—Esta zona siempre cruje —dijo mirando las botas de Joe—. Siempre he pensado en hacer algo para arreglarlo, pero…
Vaciló incapaz de recordar lo que estaba diciendo. Levantó la vista y miró al pecho de Joe como si no estuviese, como si viese a través de él y de la puerta, más allá.
—Se han llevado a mis hijas —susurró. Parecía una niña perdida y desconcertada—. Se han llevado a mis hijas.
Él inspiró aire con fuerza y después la cogió violentamente por los brazos con deliberada crueldad, desesperado por esconder el pánico y la culpa que le carcomían.
—No puedo quedarme. No puedo casarme contigo.
Ella no pareció oírle. Aturdida, seguía mirando como si él no estuviese delante.
—No puedo hacerlo, _____. No puedo ser un marido, un padre… Por Dios, no puedo. —La soltó y empezó a mover los puños delante de ella—. ¡Esto es lo que soy! ¡Esto es para lo que sirvo!
Se golpeó la palma de la mano con una violencia que hizo que _____ diese un respingo.
—Te dije que no me ataría a un pedazo de tierra, ni a un modo de vida, ni a una mujer. He estado en la cárcel y no volveré a estar en ninguna. Maldita sea, tengo que ser libre. Libre. ¿Lo entiendes?
Ella no contestó, no levantó la vista hacia él. Simplemente se quedó mirando fijamente las manos de Joe. Le resbaló una lágrima por la mejilla y él de pronto la odió. Pero se odiaba más a sí mismo. La cogió por los hombros como si fuese a zarandearla, como si fuese ella la culpable de lo mucho que se repugnaba a sí mismo y de cuánto ese odio oscurecía su alma.
—¿Lo entiendes?
—Sí —dijo—. Lo entiendo.
Levantó la mirada y él pudo ver el dolor en el fondo de sus ojos oscuros llenos de lágrimas. Tenía las largas pestañas húmedas y pegadas. La indiferencia que Joe había construido concienzudamente se hizo añicos. Se sentía como una taza de porcelana rota, cuyos trozos se han pegado de nuevo, pero que se rompen con la mínima presión.
—_____, por Dios, no me mires así. Maldita seas.
La soltó como si le quemase. Sintió las cadenas de la angustia de _____ rodeándolo, atándole a ella con una fuerza inexorable, cada vez más firmes a pesar de que intentaba alejarse. La espalda de Joe chocó contra la puerta.
Quería estrujar algo, arremeter contra el destino que lo había llevado hasta allí. Pero las lágrimas de _____ lo desarmaron. Le habían vencido, habían sido un oponente más poderoso que ninguno contra el que se hubiera podido enfrentar antes. Y supo que no podría dejarla. Se irguió de golpe, pasó a su lado sin detenerse, bajó las escaleras y atravesó el pequeño camino de grava de la entrada. Perdiéndose en la oscuridad, gritó:
—Tú ganas. Iremos a la ciudad mañana y nos casaremos.
_____ vio cómo se marchaba. Oyó sus palabras. Pero también pudo oír, en medio de la serenidad de la noche, que estaban cargadas con la amargura de toda una vida. Supo que no había ganado absolutamente nada.
El día de la boda llovió. _____ entró en la iglesia detrás de Joe justo cuando estalló la tormenta y se preguntó melancólicamente si aquella tormenta de verano que golpeaba el techo era algún tipo de mal augurio. Se retiró a la pequeña habitación que había junto a la puerta, mirando desalentada la espalda rígida de Joe que se alejaba de ella para ir en busca del reverendo Allen. Desapareció a través del arco que llevaba al interior del templo sin decir palabra, y ella llegó a la conclusión de que la lluvia era lo más adecuado para la ocasión.
No le había dirigido la palabra en toda la mañana, y su silencio había sido mucho más elocuente que ningún discurso. Iban a atraparlo con el matrimonio, con la paternidad, y _____ temía los días de frío silencio que habían de suceder a aquél. Aunque él no la culpase, ella sí se culpaba a sí misma.
Se miró al espejo. Muchas novias en Callersville se habían mirado sonriendo en él. Cuando era una chica joven llena de sueños románticos, ella también lo había deseado.
Las lágrimas amenazaron con asomar a sus ojos, unas lágrimas que había retenido durante una larga noche sin dormir. Cerró los ojos. Temía que si empezaba a llorar no sería capaz de parar.
Oyó pasos y parpadeó para disimular las lágrimas. Se dio la vuelta y se encontró con Joe y el reverendo Allen bajo el arco. Sólo le sonrió uno de ellos.
—Me temo que tendré que buscar testigos —dijo el reverendo—. Así que…
El ruido de la puerta de la iglesia al abrirse le interrumpió. Por la puerta abierta entró una ráfaga de lluvia y detrás, empapadas por la lluvia, las tres hijas de _____ seguidas de Kate y Oren Johnson, vestidos con sus mejores galas de domingo e igualmente empapados. En una mano, Kate llevaba un inmenso ramo de gardenias.
—¡Mamá! —gritaron las niñas al unísono al verla en la habitación. Corrieron hacia ella y _____ cayó al suelo de rodillas y sollozó de alivio, abriendo los brazos para rodearlas a las tres.
—Te hemos echado de menos, mamá —susurró Miranda rodeándole el cuello con sus brazos.
—Yo también a vosotras, cariño —dijo ella besando la mejilla de la pequeña y rodeando a Carrie con el brazo.
—¿De verdad os vais a casar el señor Joe y tú? —preguntó ésta—. ¿De verdad?
_____ desvió la mirada de la pequeña de nueve años y la dirigió a la figura silenciosa y severa que estaba contemplando la escena.
—Sí —contestó. Levantándose, apartó la mirada y la dirigió a Becky.
La niña tenía aspecto contrito y afligido.
—Lo siento, mamá. Intenté explicar lo que pasaba, pero Martha Chubb fue horrible y no dejaba de tergiversar todo lo que decía, y…
______ apretó un dedo contra los labios de la niña.
—No te preocupes, amor mío. Todo irá bien.
El reverendo carraspeó para captar la atención de los presentes.
—Ahora que tenemos testigos, podemos empezar.
Kate Johnson dio un paso al frente.
—Reverendo, creo que la novia necesita unos minutos para prepararse. —Miró su falda empapada por la lluvia y añadió—: Y también la dama de honor. ¿Por qué no entráis? Nosotras iremos en seguida.
—Claro. Empezaremos cuando estéis listas. Vamos, niñas.
El reverendo se llevó a las niñas fuera de la habitación y Oren se dirigió hacia Joe y se presentó:
—Somos los vecinos de _____ —dijo, alargando la mano.
Joe se la estrechó.
—Joe Branigan.
Oren asintió.
—Lo sé, vi el combate de boxeo. Fue algo admirable, cuando le diste aquel puñetazo a Elroy y salió volando. Nunca había visto nada igual, lo juro. Perdí un dólar —añadió—, pero mereció la pena.
—¡Oren! —le censuró Kate—. Estamos en la iglesia. Deja de hablar de apuestas inmediatamente. —Hizo una señal hacia el arco—. Anda, id pasando.
Su marido sacudió la cabeza.
—Mujeres. Se enfadan por las cosas más tontas.
—Desde luego —contestó Joe—. Sé exactamente a lo que te refieres.
Mientras veía salir a los dos hombres de la habitación, ____ pensó que sería bonito si se hicieran amigos, podría hacer que a Joe le resultase más fácil quedarse. Si es que se quedaba. No era tan tonta como para pensar que los votos matrimoniales bastarían para retenerlo si decidía seguir su camino.
Pero eso no importaba. Se casaba con ella para que no perdiese a las niñas y pensaba ser la mejor esposa del mundo el tiempo que durase. Por eso y porque lo amaba.
Kate la tomó del brazo.
—Me gusta tu hombre —dijo y le tendió a _____ el ramo de gardenias cogido con un lazo de muselina azul—. He pensado que necesitabas algo azul.
_____ se quedó mirando las gardenias.
—No es mi hombre —dijo despacio—. Por lo menos, no lo quiere ser.
Notó cómo la mano de Kate le apretaba más fuerte y las lágrimas volvieron a asomar a sus ojos. Parpadeó para apartarlas y levantó la cabeza.
—¿Cómo sabías que íbamos a estar aquí?
Kate sonrió.
—Oren estaba en el pasto más al sur esta mañana y os vio a los dos en el carro en dirección al pueblo. ¿No ha sido una suerte?
—Sí, una suerte —dijo _____.
—Pensamos que necesitaríais testigos —continuó alegremente Kate—. Oren estará junto a tu hombre y yo seré tu dama de honor.
—Oh, Kate —emocionada, no pudo decir nada más, pero le ofreció a su amiga una temblorosa sonrisa de gratitud.
—No pensarías que íbamos a dejar que pasases por esto sola, ¿verdad? —le dijo Kate sonriendo.
—Gracias.
—Cariño, no hay nada que agradecer. Tú trajiste a mi bebé a este mundo. Sin ti, no lo habría conseguido. Nada de lo que podamos hacer Oren y yo será suficiente para devolverte el favor.
Se quitó la cruz de oro del cuello y se la puso a _____.
—Esto es tu «algo prestado», y supongo que el vestido será tu «algo viejo» —añadió con un suspiro—. ¿Por qué no llevas el traje de novia de tu madre?
Otra vez notó las lágrimas asomar a sus ojos y _____ volvió a pestañear para evitarlas. Cuando era una niña que soñaba con el día de su boda, siempre se había imaginado a sí misma llevando el vestido de novia de su madre. Pero la noche anterior, cuando lo había sacado del baúl de cedro y de su envoltorio de papel protector, supo que no podría llevarlo. El satén blanco virginal no habría hecho más que agrandar la hipocresía del acto.
—No podía —murmuró bajando la vista para mirar el ramo de flores—. Simplemente no podía.
Kate la tomó por los hombros y la zarandeó ligeramente, forzándola a mirarlo.
—Escúchame, ______ Louise Maitland. No hay nada de lo que debas avergonzarte.
_____ empezó a negarlo, pero Kate le interrumpió.
—Sé lo que han dicho. Yo estaba en la reunión de costura, ¿te acuerdas? No me importa si ese hombre ha vivido en tu casa. No me importa si fuiste a Monroe y te quedaste a dormir allí sin más compañía. No me importa si dormiste con él o le bailaste la danza de los siete velos. He visto cómo lo has mirado hace un minuto. Estás enamorada de él, lo llevas escrito en la cara. No hay nada malo si lo haces con amor. Mantén la cabeza bien alta cuando pronuncies tus votos, ¿me oyes?
______ se sintió desfallecer al saber que sus sentimientos eran tan transparentes, pero asintió.
—Buena chica. —Kate se dirigió hacia la arcada que llevaba de la habitación al interior de la iglesia—. Será mejor que empecemos.
_______ se miró y después levantó la vista para seguir a su amiga.
—¿Y qué hay de «algo nuevo»?
Kate echó un vistazo por encima del hombro.
—Las gardenias —contestó—. Se han abierto esta mañana.
_______ ahogó la risa histérica que le subía por la garganta y siguió a su amiga por el pasillo, acercándose al hombre que la aguardaba en el altar.
No lo miró. Fijó la vista en el reverendo Allen y siguiendo el consejo de Kate, mantuvo la cabeza alta.
Pero cuando vio a las niñas sonriéndole al pasar, sus emociones fuertemente contenidas casi le sobrepasaron y dio un traspiés. Parecían tan felices, como si la boda fuese una celebración y no una farsa.
Las lágrimas le subieron a los ojos y se le nubló la vista. Luchó por retenerlas.
Había rezado por un hombre que la ayudase, y había logrado un hombre. Se había enamorado de aquel hombre y había rezado para que se quedase y el hombre se quedaba. Por lo menos de momento. Todas sus plegarias habían sido respondidas. Dios le había dado todo lo que había pedido. Debía estar agradecida.
Pero cuando Kate le cogió el ramo de gardenias de las rígidas manos y dio un paso hacia atrás, cuando _____ se vio obligada a mirar a Joe y vio los fríos ojos cafes de un extraño, no encontró nada por lo que estar agradecida. Oyó cómo juraba amarla, honrarla y cuidarla, y no pudo hallar felicidad alguna en sus promesas, porque eran falsas. Él no la amaba y ninguna plegaria ni ningún deseo podía cambiar eso.
Pero ella sí lo quería, y cuando llegó el momento de pronunciar los votos que le unían a él para el resto de sus días, los dijo con convicción, porque eran ciertos y le salían del corazón.
—Y ahora os declaro marido y mujer.
Joe bajó la cabeza y le rozó la mejilla con los labios. Le ofreció el brazo y caminaron por el pasillo juntos. «Marido y mujer.»
Se sintió aturdida. Joe le soltó el brazo y se alejó, dejando que las niñas se reunieran con ella en la habitación. Vio cómo el reverendo le estrechaba la mano y lo conducía fuera de la pequeña estancia.
—Las plegarias funcionan de verdad, mamá —dijo Carrie rodeándole la cintura con los brazos con fuerza—. Te prometo que rezaré mis plegarias cada noche a partir de ahora, de verdad.
______ sacudió la cabeza despacio procurando pensar más allá del aturdimiento que se había apoderado de ella y atender a las palabras de su hija.
—¿De qué estás hablando, Carrie?
La niña se apartó y la miró con ojos brillantes.
—Es maravilloso, ¿verdad? ¡Le pedí a Dios que convirtiera al señor Joe en mi nuevo papá y lo ha hecho! ¡He conseguido lo que pedí!
El frágil aguante de _____ se hizo añicos y rompió a llorar.
Hacer un papel no era algo nuevo para Joe. Le resultaba fácil sonreír hipócritamente, incluso al reverendo, quien era muy probable que no pretendiera darle un tono condescendiente al comentario que le hizo mientras le estrechaba la mano:
—Estoy orgulloso de ti, hijo.
Pero cuando vio a _____ rodeada por sus hijas, cubriéndose la cara con las manos, supo que estaba llorando. Sintió las lágrimas y sabía que no eran lágrimas de felicidad. Se acordó de la noche anterior, de unas lágrimas que se le habían clavado como un puñal y volvió a sentir que el puñal le atravesaba. Se le desvaneció la falsa sonrisa.
—Creo que esto te pertenece.
Joe miró el saco de cuero que le tendía el reverendo.
—Desde luego —murmuró cogiéndolo—. ¿Dónde lo ha encontrado?
—Uno de los nuestros lo encontró y me lo trajo hará un par de meses. En su día mencionó que lo había encontrado en Jackson Field, que creo que es el lugar donde tuvo lugar el combate en julio. Cuando lo abrí, encontré un crucifijo. —Hizo una pausa y le sonrió a modo de disculpa a Joe—. No es que quisiera fisgar, pero esperaba encontrar un nombre o algo que me condujese al propietario. En medio del lío de ayer, supe que eras boxeador y que eras irlandés, así que pensé que esto debía ser tuyo.
—Gracias —dijo Joe. Abrió la bolsa y empezó a rebuscar dentro con la esperanza de que el hombre que la había encontrado, no se hubiera apropiado del objeto más importante.
—Espero que no falte nada.
Los dedos de Joe rodearon la botella de whisky irlandés que todavía estaba escondida entre sus ropas.
—No, reverendo —dijo y cerró el saco colgándoselo del hombro—. No falta absolutamente nada.
Como habían salido tarde de Monroe, cuando ____ y Joe llegaron a la granja de los Johnson a recoger a las niñas, ya era de noche. _____ detuvo su carromato junto al sendero que conducía a la casa y Joe hizo lo mismo con el suyo. Ella le pidió que la esperase allí y después bajó con el carro por el camino iluminado por la luz de la Luna.
Desde la mañana, Joe había estado taciturno y silencioso. No le había dicho exactamente cuándo se iba a marchar. No sabía si sería al día siguiente o al otro o a la semana siguiente, pero sería pronto. ______ sabía que probablemente no se despediría, desaparecería tal como había hecho la otra vez, sin despedirse. Durante el largo viaje de vuelta, había intentado endurecer su corazón, pero cada vez que se acordaba de la noche anterior, de las cosas increíbles que le había hecho, de la forma extraordinaria en que había reaccionado a sus caricias, lo único que quería era rodearlo con sus brazos y agarrarlo muy fuerte, como si así pudiese retenerlo con ella. Sabía que no podría.
Cuando llegó al camino de la entrada, vio a Oren en la terraza, como si hubiese estado esperando su llegada. Detuvo el carromato y él bajó las escaleras en dirección hacia ella antes de que bajara del carro.
—Kate y las niñas están ya en tu casa —le dijo.
______ frunció el ceño extrañada.
—¿Por qué? Le dije a Kate que las recogería aquí. No hacía falta que las llevase a casa.
Oren se echó el sombrero hacia atrás y lanzó un profundo suspiro.
—Me temo que ha habido problemas.
____ se acordó de Nick y automáticamente pensó en lo peor.
—¿Las niñas están bien?
Él la tranquilizó rápidamente:
—Están bien. Pero será mejor que vayas a casa rápido.
—¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
Oren le lanzó una grave mirada.
—Todo el mundo lo sabe, _____. Lo del irlandés que ha estado viviendo en tu casa.
______ sintió un tremendo pavor y notó que se le hacía un nudo en el estómago.
—¿Todo el mundo?
—Todo el pueblo —contestó confirmándole lo peor—. Incluidas Martha y Emily Chubb.
El miedo le pesaba como una piedra en el estómago.
—Oh, cielos.
—La noticia ha levantado cierto revuelo. Será mejor que vayas a casa y lo arregles.
_____ asintió y movió las riendas sin decir palabra llevando las mulas de vuelta por el sendero a toda velocidad. Las ruedas levantaban la gravilla de la carretera principal y al pasar de largo junto a Joe, oyó cómo él gritaba su nombre, pero no se paró a darle explicaciones.
No podía pensar, no podía sentir. Lo único que podía hacer era mirar fijamente la carretera iluminada por la Luna, paralizada y helada por el terror, mientras corría hacia su casa.
Cuando enfiló el sendero que conducía a Peachtree, tal como Oren le había dicho, la estaban esperando. No había rastro de las niñas, pero fuera estaba Kate, junto con el reverendo Allen y, por supuesto, las hermanas Chubb. La luz les llegaba desde atrás a través de las ventanas, y aunque no podía ver sus rostros, podía intuir la condena en sus ojos.
Bajó del carromato y se dirigió lentamente hacia su casa. Se sentía como una marioneta a la que le estuviesen haciendo avanzar. Su pánico era tal que lo que deseaba era correr y esconderse.
Lo sabían. Todos. Lo podía ver en su silencio y en sus posturas y se preguntó cómo podría volver a mirarlos a la cara a la luz del día. Se acordó de la pasión de la noche anterior, de lo que había hecho, de lo que le había dejado hacer a Joe, y cada beso y cada caricia que recordaba le parecía un latigazo. La vergüenza le hizo enrojecer, pero mantuvo la cabeza alta.
La mente le bullía con explicaciones, excusas o negaciones. Pero todo serían mentiras. Deseaba que la tierra se la tragase ahí mismo y desaparecer.
Oyó que por detrás llegaba el segundo carromato y se detenía, pero no se dio la vuelta para mirar a Joe. No podía. Subió las escaleras hacia la terraza y con cada escalón sentía que la vergüenza y la culpa se hacían más pesadas.
Kate salió a recibirla. Cogió la mano enguantada de ______ y se la apretó ligeramente.
—Lo siento, _____ —le susurró—. Se empeñaron en venir. No he podido evitarlo.
_____ se deshizo de la mano de Kate y apartó la mirada del rostro compasivo de su amiga. No lo podía soportar.
—¿Dónde están las niñas?
—Están dentro cenando. No lo… entienden. Bueno, quizás Becky, pero las pequeñas no.
No tuvo opción de responder. Martha apareció por detrás de Kate y estudió a ______ con ojos inquisidores frunciendo los labios.
—Así que has vuelto. Me sorprende que te atrevas a aparecer después de lo que has hecho.
______ se dijo a sí misma que era materialmente imposible que Martha supiera lo que había ocurrido en Monroe, pero no importaba. Ella sí lo sabía y no podía mentirse a sí misma. No podía actuar como si fuese una mujer inocente y despreocupada, porque no lo era. Empezaron a temblarle las manos.
Oyó el rumor de pasos detrás de ella y supo que era Joe, pero no se volvió. Martha dirigió la mirada hacia él y repasó al desconocido.
—Y te atreves a traerlo contigo —añadió—. ¿Es que no tienes vergüenza?
Joe vio la expresión desesperada de _______ ante las acusaciones de aquella mujer con el ridículo sombrero y decidió que había tenido suficiente. Notó la barbilla tensa y se dispuso a dirigirse hacia ella y apartarla de aquella perra vieja, pero en ese momento notó una mano en el hombro. Se dio la vuelta y se encontró frente a un hombre mayor de pelo cano vestido con traje negro y cuello de clérigo.
—Ven conmigo, hijo.
No era una petición. Joe lanzó un suspiro de frustración y siguió a regañadientes al hombre, que cogió un candil y lo guió por el lateral de la casa hacia el establo.
Entraron y el hombre cerró la puerta y puso el candil en el suelo.
—Bueno —dijo sentándose en un tonel polvoriento y acomodándose lo mejor que pudo—, ahora podemos hablar tranquilamente.
Él lo miró y se hizo un silencio sepulcral. No era capaz de dar con las palabras adecuadas para una conversación formal. Sólo podía pensar en defenderse.
—Por cierto, soy el reverendo Allen —dijo el hombre con su templado acento sureño—. Soy el clérigo de la iglesia baptista aquí en Callersville. Supongo que tú eres el señor Joe.
La forma de referirse a él le llamó la atención y de pronto todo cuadró con claridad meridiana.
—Las niñas —dijo secamente.
—Sí, las niñas.
—¿Qué es exactamente lo que han dicho de mí?
—No estoy muy seguro, yo no estaba allí, la verdad. Pero me han dicho que fue durante una reunión de costura esta tarde. Todas las mujeres estaban allí. —Se apoyó contra el muro y cruzó los brazos—. Lo que se rumorea ahora es que has estado viviendo en casa de ______ como si fueses su marido en todos los aspectos, excepto en el aspecto legal.
Joe se acordó de todas las noches frustrantes que había pasado en el establo intentando desfogarse y alejar sus fantasías eróticas con ella y casi se echó a reír. Si no le estuviese pasando a él, habría lanzado una carcajada.
—¿Qué más?
—Dicen que eres un vagabundo, un boxeador, lo que hace que todo sea aún más recriminatorio. Si fueras alguien de aquí, sería igualmente escandaloso, pero no tan sorprendente. Me temo que la reputación de _____ está en serio peligro.
—¡Por el amor de Dios! —Joe miró ceñudo al clérigo olvidando su condición—. Estaba herido y _____, que es una mujer de buen corazón, que Dios la bendiga, me recogió en su casa para que pudiese recuperarme. ¿La condenan por un acto bondadoso?
—No me tienes que explicar cómo es ___, joven, la conozco desde que era una niña.
—Entonces sabe perfectamente que no tiene nada de lo que avergonzarse. —Pensó en la noche que habían pasado juntos y le repugnó cómo aquellos que no tenían nada mejor que hacer podían transformar algo hermoso en algo sórdido—. Nada —repitió.
—Por desgracia, no puedo evitar que la gente piense lo que quiera. Y ______ sabía el riesgo que corría. Está claro que se tomó muchas molestias para evitar que se conociese tu presencia.
—¡Maldita sea, y ahora entiendo por qué!
El reverendo lo miró con compasivo entendimiento, lo que sólo aumentó el resentimiento de Joe. Maldijo entre dientes.
—No estoy aquí para discutir sobre lo bueno o lo malo de las acciones de ____ —le dijo el reverendo Allen con calma— o las tuyas.
—Entonces, ¿por qué está aquí?
—Estoy aquí porque creo que puedo ser de alguna ayuda en este asunto. Lo creas o no, me preocupa el bienestar de _______. Sólo puedo confiar en que a ti también te preocupe.
El reverendo se echó hacia adelante, apoyó los codos en sus rodillas y cruzó las manos.
—El tema es el siguiente —empezó—. Tienes dos opciones. La primera es marcharte. Entiendo que no te ata nada aquí, así que eres libre de partir.
Joe pensó que aquélla era una buena opción.
—Puedes simplemente marcharte y dejar que _____ se enfrente al escándalo ella sola —continuó el reverendo, en el mismo tono amable y sin pretensiones—. Por supuesto, le quitarían a las niñas.
El cuerpo de Joe se puso tenso y sintió que de pronto le habían dado con la izquierda sin que supiese de dónde venía el golpe.
—¿Quitárselas?
—_____ nunca adoptó legalmente a las hermanas Taylor. Nunca pensó que fuera necesario. De hecho, dudo que nunca se le pasase por la cabeza. Martha y Emily ya le han pedido al sheriff que se las lleve de su casa, y me temo que la mayoría de las mujeres del pueblo están de acuerdo con ellas.
—Me iré —dijo secamente—. Me iré esta noche. Haré lo que sea para que _____ se quede con las niñas.
El reverendo negó con la cabeza.
—Es demasiado tarde para eso. El daño ya está hecho.
Joe iba a responder, pero la pesada piedra que parecía haberse alojado en su pecho no le dejó pronunciar ni una palabra. Cerró los ojos y en su mente pudo ver a _____ en el jardín de atrás riendo con sus hijas, pudo verla abrir los brazos para abrazarlas, pudo oír la voz amable y adorable con la que les hablaba.
Abrió los ojos y apartó implacablemente la imagen de su mente.
El reverendo lo observaba con atención.
—Ellas no son de tu incumbencia. No son tus hijas, así que no son responsabilidad tuya. —Hizo una pausa y carraspeó—. Sin embargo, otro niño sí que haría que tu decisión resultase mucho más difícil.
Joe miró fijamente los bondadosos ojos azules del reverendo y llegó a pronunciar un no.
—Podría estar embarazada.
Era el momento de mentir, de decir que no era posible, que su viaje había sido del todo inocente y que nada había ocurrido, de desentenderse y escabullirse fuera del pueblo, de actuar como lo que realmente era, un cobarde.
El reverendo Allen lo estaba mirando con expectación, esperando las palabras que lo negasen todo. Al no oírlas, continuó.
—Pareces un hombre de mundo, así que asumo que habrás contemplado esa posibilidad.
No lo había hecho. Por Dios, ni se le había ocurrido hasta entonces. Y podría pasar. Podría haber un niño. Pensó en Mary, en el niño que había sido suyo y algo se rompió en su interior, una abertura en su armadura, una debilidad que quedaba expuesta para ser explotada.
Parecía que el reverendo Allen también se había dado cuenta.
—Hay otra opción —dijo despacio.
Joe miró al hombre con precaución, atento a la trampa.
—Le escucho.
—Podrías casarte con ella.
La trampa se cerró y Joe apretó sus puños luchando contra el pánico incontenible que lo invadía. No podía pensar ni razonar, sólo podía revolverse contra lo inevitable y maldecirse por su estupidez.
Se dio la vuelta.
—El matrimonio no es una opción —dijo entre dientes, que casi le rechinaban de rabia, miedo y desesperación.
—No estás casado, ¿no?
Joe echó la cabeza hacia atrás y observó las vigas del techo. De su boca salió un ruido extraño que sonaba como una carcajada.
—No.
—Podría celebrar la ceremonia mañana en la iglesia. Si os casáis, el escándalo se olvidará pronto, la reputación de _____ quedará salvaguardada y no se llevarán a las niñas al orfanato.
El orfanato. Oh, Dios.
Joe se dio la vuelta de nuevo. No podía creer que después de tanto huir, después de tanto luchar por su libertad, se tuviese que ver ante una decisión así.
—Dice que se preocupa por _____. Si supiese algo de mí, reverendo, si conociese apenas la mitad de lo que he hecho, me estaría echando del pueblo a punta de pistola y no me pediría que me casase con ella.
—No te estoy pidiendo que hagas nada. Sólo te estoy diciendo cuáles son tus opciones. Ahora voy a marcharme y dejarte solo para que tomes una decisión —le lanzó una sonrisa condescendiente a Joe—, pero soy un viejo entrometido, así que te voy a dar un pequeño consejo antes de irme.
Hizo una pausa. Su sonrisa se desvaneció y fue sustituida por una expresión seria y honesta.
—Haz lo correcto, hijo —dijo con su amable voz de ministro de Dios—. Por una vez en tu vida, haz lo correcto.
Se dio la vuelta y se marchó cerrando la puerta del establo tras él y dejándolo a solas para que tomara una decisión.
Joe miró las paredes que le rodeaban, que lo cercaban, que amenazaban con aprisionarlo en una vida que no quería. Miró hacia abajo y fijó su atención en la llama del candil a sus pies. La vio brillar atrapada en su burbuja de vidrio. Era como sus demonios. «Haz lo correcto, hijo.»
Se tapó los oídos con las manos para alejar las palabras que se clavaban en su cerebro como los barrotes de hierro de Mountjoy. «Por una vez en tu vida, haz lo correcto… lo correcto… lo correcto… Por una vez en tu vida.»
No podía hacer lo correcto. Poco a poco, muy lentamente, recuperó la lógica, la razón y el sentido de la realidad. Volvió a cerrar la armadura de indiferencia que le había protegido durante toda su vida. Con una fuerza de voluntad de hierro apartó la imagen de los ojos heridos de ______ que flotaba en su conciencia. No tenía ninguna intención de hacer lo correcto.
_____ vio cómo el carruaje del vicario se alejaba con las hermanas Chubb dentro. Le siguió el carromato de Kate con las niñas. Mientras se alejaba dando tumbos por el camino, las tres cabecitas se dieron la vuelta para mirarla; Becky, silenciosa y angustiada, Carrie lanzando gritos indignados de protesta y Miranda sollozando por su madre.
______ oyó los sollozos de su hija pequeña y creyó que la iban a partir en dos. Se mordió el labio inferior y le resbaló una lágrima por la mejilla. El carro se perdió en la noche. Se abrazó a una de las columnas de la terraza con fuerza para evitar salir corriendo detrás de ellas.
Intentó convencerse de que era algo temporal. Había accedido a la solución sugerida por el reverendo —que las niñas se quedasen en casa de los Johnson hasta que las cosas se arreglasen— sólo porque Martha había amenazado con llamar al sheriff para que se las llevase inmediatamente al orfanato de Monroe.
No supo cuánto tiempo estuvo allí de pie, pero no podía encontrar las fuerzas para moverse, para dar la vuelta y entrar en casa. Moverse significaba pensar, decidir, encontrar un modo de continuar, y no podía. Se quedó de pie en la terraza, mirando el camino mucho después de que el carromato se hubiese perdido en la noche, y en su mente sólo podía oír los sollozos de Miranda.
En todas las tragedias de su vida, siempre había buscado consuelo en su fe, hablaba con Dios y tenía las respuestas que necesitaba. Pero la única plegaria que podía rezar aquella noche era que Dios hiciera con ella lo que había hecho con la mujer pecadora de Lot, convertirla en una estatua de sal allí mismo en el porche, para así dejar de existir.
Oyó un ruido detrás de ella, el abrir y cerrar de la puerta principal y el crujido de los tablones de la terraza. Soltó la columna y se dio la vuelta.
—Esta zona siempre cruje —dijo mirando las botas de Joe—. Siempre he pensado en hacer algo para arreglarlo, pero…
Vaciló incapaz de recordar lo que estaba diciendo. Levantó la vista y miró al pecho de Joe como si no estuviese, como si viese a través de él y de la puerta, más allá.
—Se han llevado a mis hijas —susurró. Parecía una niña perdida y desconcertada—. Se han llevado a mis hijas.
Él inspiró aire con fuerza y después la cogió violentamente por los brazos con deliberada crueldad, desesperado por esconder el pánico y la culpa que le carcomían.
—No puedo quedarme. No puedo casarme contigo.
Ella no pareció oírle. Aturdida, seguía mirando como si él no estuviese delante.
—No puedo hacerlo, _____. No puedo ser un marido, un padre… Por Dios, no puedo. —La soltó y empezó a mover los puños delante de ella—. ¡Esto es lo que soy! ¡Esto es para lo que sirvo!
Se golpeó la palma de la mano con una violencia que hizo que _____ diese un respingo.
—Te dije que no me ataría a un pedazo de tierra, ni a un modo de vida, ni a una mujer. He estado en la cárcel y no volveré a estar en ninguna. Maldita sea, tengo que ser libre. Libre. ¿Lo entiendes?
Ella no contestó, no levantó la vista hacia él. Simplemente se quedó mirando fijamente las manos de Joe. Le resbaló una lágrima por la mejilla y él de pronto la odió. Pero se odiaba más a sí mismo. La cogió por los hombros como si fuese a zarandearla, como si fuese ella la culpable de lo mucho que se repugnaba a sí mismo y de cuánto ese odio oscurecía su alma.
—¿Lo entiendes?
—Sí —dijo—. Lo entiendo.
Levantó la mirada y él pudo ver el dolor en el fondo de sus ojos oscuros llenos de lágrimas. Tenía las largas pestañas húmedas y pegadas. La indiferencia que Joe había construido concienzudamente se hizo añicos. Se sentía como una taza de porcelana rota, cuyos trozos se han pegado de nuevo, pero que se rompen con la mínima presión.
—_____, por Dios, no me mires así. Maldita seas.
La soltó como si le quemase. Sintió las cadenas de la angustia de _____ rodeándolo, atándole a ella con una fuerza inexorable, cada vez más firmes a pesar de que intentaba alejarse. La espalda de Joe chocó contra la puerta.
Quería estrujar algo, arremeter contra el destino que lo había llevado hasta allí. Pero las lágrimas de _____ lo desarmaron. Le habían vencido, habían sido un oponente más poderoso que ninguno contra el que se hubiera podido enfrentar antes. Y supo que no podría dejarla. Se irguió de golpe, pasó a su lado sin detenerse, bajó las escaleras y atravesó el pequeño camino de grava de la entrada. Perdiéndose en la oscuridad, gritó:
—Tú ganas. Iremos a la ciudad mañana y nos casaremos.
_____ vio cómo se marchaba. Oyó sus palabras. Pero también pudo oír, en medio de la serenidad de la noche, que estaban cargadas con la amargura de toda una vida. Supo que no había ganado absolutamente nada.
El día de la boda llovió. _____ entró en la iglesia detrás de Joe justo cuando estalló la tormenta y se preguntó melancólicamente si aquella tormenta de verano que golpeaba el techo era algún tipo de mal augurio. Se retiró a la pequeña habitación que había junto a la puerta, mirando desalentada la espalda rígida de Joe que se alejaba de ella para ir en busca del reverendo Allen. Desapareció a través del arco que llevaba al interior del templo sin decir palabra, y ella llegó a la conclusión de que la lluvia era lo más adecuado para la ocasión.
No le había dirigido la palabra en toda la mañana, y su silencio había sido mucho más elocuente que ningún discurso. Iban a atraparlo con el matrimonio, con la paternidad, y _____ temía los días de frío silencio que habían de suceder a aquél. Aunque él no la culpase, ella sí se culpaba a sí misma.
Se miró al espejo. Muchas novias en Callersville se habían mirado sonriendo en él. Cuando era una chica joven llena de sueños románticos, ella también lo había deseado.
Las lágrimas amenazaron con asomar a sus ojos, unas lágrimas que había retenido durante una larga noche sin dormir. Cerró los ojos. Temía que si empezaba a llorar no sería capaz de parar.
Oyó pasos y parpadeó para disimular las lágrimas. Se dio la vuelta y se encontró con Joe y el reverendo Allen bajo el arco. Sólo le sonrió uno de ellos.
—Me temo que tendré que buscar testigos —dijo el reverendo—. Así que…
El ruido de la puerta de la iglesia al abrirse le interrumpió. Por la puerta abierta entró una ráfaga de lluvia y detrás, empapadas por la lluvia, las tres hijas de _____ seguidas de Kate y Oren Johnson, vestidos con sus mejores galas de domingo e igualmente empapados. En una mano, Kate llevaba un inmenso ramo de gardenias.
—¡Mamá! —gritaron las niñas al unísono al verla en la habitación. Corrieron hacia ella y _____ cayó al suelo de rodillas y sollozó de alivio, abriendo los brazos para rodearlas a las tres.
—Te hemos echado de menos, mamá —susurró Miranda rodeándole el cuello con sus brazos.
—Yo también a vosotras, cariño —dijo ella besando la mejilla de la pequeña y rodeando a Carrie con el brazo.
—¿De verdad os vais a casar el señor Joe y tú? —preguntó ésta—. ¿De verdad?
_____ desvió la mirada de la pequeña de nueve años y la dirigió a la figura silenciosa y severa que estaba contemplando la escena.
—Sí —contestó. Levantándose, apartó la mirada y la dirigió a Becky.
La niña tenía aspecto contrito y afligido.
—Lo siento, mamá. Intenté explicar lo que pasaba, pero Martha Chubb fue horrible y no dejaba de tergiversar todo lo que decía, y…
______ apretó un dedo contra los labios de la niña.
—No te preocupes, amor mío. Todo irá bien.
El reverendo carraspeó para captar la atención de los presentes.
—Ahora que tenemos testigos, podemos empezar.
Kate Johnson dio un paso al frente.
—Reverendo, creo que la novia necesita unos minutos para prepararse. —Miró su falda empapada por la lluvia y añadió—: Y también la dama de honor. ¿Por qué no entráis? Nosotras iremos en seguida.
—Claro. Empezaremos cuando estéis listas. Vamos, niñas.
El reverendo se llevó a las niñas fuera de la habitación y Oren se dirigió hacia Joe y se presentó:
—Somos los vecinos de _____ —dijo, alargando la mano.
Joe se la estrechó.
—Joe Branigan.
Oren asintió.
—Lo sé, vi el combate de boxeo. Fue algo admirable, cuando le diste aquel puñetazo a Elroy y salió volando. Nunca había visto nada igual, lo juro. Perdí un dólar —añadió—, pero mereció la pena.
—¡Oren! —le censuró Kate—. Estamos en la iglesia. Deja de hablar de apuestas inmediatamente. —Hizo una señal hacia el arco—. Anda, id pasando.
Su marido sacudió la cabeza.
—Mujeres. Se enfadan por las cosas más tontas.
—Desde luego —contestó Joe—. Sé exactamente a lo que te refieres.
Mientras veía salir a los dos hombres de la habitación, ____ pensó que sería bonito si se hicieran amigos, podría hacer que a Joe le resultase más fácil quedarse. Si es que se quedaba. No era tan tonta como para pensar que los votos matrimoniales bastarían para retenerlo si decidía seguir su camino.
Pero eso no importaba. Se casaba con ella para que no perdiese a las niñas y pensaba ser la mejor esposa del mundo el tiempo que durase. Por eso y porque lo amaba.
Kate la tomó del brazo.
—Me gusta tu hombre —dijo y le tendió a _____ el ramo de gardenias cogido con un lazo de muselina azul—. He pensado que necesitabas algo azul.
_____ se quedó mirando las gardenias.
—No es mi hombre —dijo despacio—. Por lo menos, no lo quiere ser.
Notó cómo la mano de Kate le apretaba más fuerte y las lágrimas volvieron a asomar a sus ojos. Parpadeó para apartarlas y levantó la cabeza.
—¿Cómo sabías que íbamos a estar aquí?
Kate sonrió.
—Oren estaba en el pasto más al sur esta mañana y os vio a los dos en el carro en dirección al pueblo. ¿No ha sido una suerte?
—Sí, una suerte —dijo _____.
—Pensamos que necesitaríais testigos —continuó alegremente Kate—. Oren estará junto a tu hombre y yo seré tu dama de honor.
—Oh, Kate —emocionada, no pudo decir nada más, pero le ofreció a su amiga una temblorosa sonrisa de gratitud.
—No pensarías que íbamos a dejar que pasases por esto sola, ¿verdad? —le dijo Kate sonriendo.
—Gracias.
—Cariño, no hay nada que agradecer. Tú trajiste a mi bebé a este mundo. Sin ti, no lo habría conseguido. Nada de lo que podamos hacer Oren y yo será suficiente para devolverte el favor.
Se quitó la cruz de oro del cuello y se la puso a _____.
—Esto es tu «algo prestado», y supongo que el vestido será tu «algo viejo» —añadió con un suspiro—. ¿Por qué no llevas el traje de novia de tu madre?
Otra vez notó las lágrimas asomar a sus ojos y _____ volvió a pestañear para evitarlas. Cuando era una niña que soñaba con el día de su boda, siempre se había imaginado a sí misma llevando el vestido de novia de su madre. Pero la noche anterior, cuando lo había sacado del baúl de cedro y de su envoltorio de papel protector, supo que no podría llevarlo. El satén blanco virginal no habría hecho más que agrandar la hipocresía del acto.
—No podía —murmuró bajando la vista para mirar el ramo de flores—. Simplemente no podía.
Kate la tomó por los hombros y la zarandeó ligeramente, forzándola a mirarlo.
—Escúchame, ______ Louise Maitland. No hay nada de lo que debas avergonzarte.
_____ empezó a negarlo, pero Kate le interrumpió.
—Sé lo que han dicho. Yo estaba en la reunión de costura, ¿te acuerdas? No me importa si ese hombre ha vivido en tu casa. No me importa si fuiste a Monroe y te quedaste a dormir allí sin más compañía. No me importa si dormiste con él o le bailaste la danza de los siete velos. He visto cómo lo has mirado hace un minuto. Estás enamorada de él, lo llevas escrito en la cara. No hay nada malo si lo haces con amor. Mantén la cabeza bien alta cuando pronuncies tus votos, ¿me oyes?
______ se sintió desfallecer al saber que sus sentimientos eran tan transparentes, pero asintió.
—Buena chica. —Kate se dirigió hacia la arcada que llevaba de la habitación al interior de la iglesia—. Será mejor que empecemos.
_______ se miró y después levantó la vista para seguir a su amiga.
—¿Y qué hay de «algo nuevo»?
Kate echó un vistazo por encima del hombro.
—Las gardenias —contestó—. Se han abierto esta mañana.
_______ ahogó la risa histérica que le subía por la garganta y siguió a su amiga por el pasillo, acercándose al hombre que la aguardaba en el altar.
No lo miró. Fijó la vista en el reverendo Allen y siguiendo el consejo de Kate, mantuvo la cabeza alta.
Pero cuando vio a las niñas sonriéndole al pasar, sus emociones fuertemente contenidas casi le sobrepasaron y dio un traspiés. Parecían tan felices, como si la boda fuese una celebración y no una farsa.
Las lágrimas le subieron a los ojos y se le nubló la vista. Luchó por retenerlas.
Había rezado por un hombre que la ayudase, y había logrado un hombre. Se había enamorado de aquel hombre y había rezado para que se quedase y el hombre se quedaba. Por lo menos de momento. Todas sus plegarias habían sido respondidas. Dios le había dado todo lo que había pedido. Debía estar agradecida.
Pero cuando Kate le cogió el ramo de gardenias de las rígidas manos y dio un paso hacia atrás, cuando _____ se vio obligada a mirar a Joe y vio los fríos ojos cafes de un extraño, no encontró nada por lo que estar agradecida. Oyó cómo juraba amarla, honrarla y cuidarla, y no pudo hallar felicidad alguna en sus promesas, porque eran falsas. Él no la amaba y ninguna plegaria ni ningún deseo podía cambiar eso.
Pero ella sí lo quería, y cuando llegó el momento de pronunciar los votos que le unían a él para el resto de sus días, los dijo con convicción, porque eran ciertos y le salían del corazón.
—Y ahora os declaro marido y mujer.
Joe bajó la cabeza y le rozó la mejilla con los labios. Le ofreció el brazo y caminaron por el pasillo juntos. «Marido y mujer.»
Se sintió aturdida. Joe le soltó el brazo y se alejó, dejando que las niñas se reunieran con ella en la habitación. Vio cómo el reverendo le estrechaba la mano y lo conducía fuera de la pequeña estancia.
—Las plegarias funcionan de verdad, mamá —dijo Carrie rodeándole la cintura con los brazos con fuerza—. Te prometo que rezaré mis plegarias cada noche a partir de ahora, de verdad.
______ sacudió la cabeza despacio procurando pensar más allá del aturdimiento que se había apoderado de ella y atender a las palabras de su hija.
—¿De qué estás hablando, Carrie?
La niña se apartó y la miró con ojos brillantes.
—Es maravilloso, ¿verdad? ¡Le pedí a Dios que convirtiera al señor Joe en mi nuevo papá y lo ha hecho! ¡He conseguido lo que pedí!
El frágil aguante de _____ se hizo añicos y rompió a llorar.
Hacer un papel no era algo nuevo para Joe. Le resultaba fácil sonreír hipócritamente, incluso al reverendo, quien era muy probable que no pretendiera darle un tono condescendiente al comentario que le hizo mientras le estrechaba la mano:
—Estoy orgulloso de ti, hijo.
Pero cuando vio a _____ rodeada por sus hijas, cubriéndose la cara con las manos, supo que estaba llorando. Sintió las lágrimas y sabía que no eran lágrimas de felicidad. Se acordó de la noche anterior, de unas lágrimas que se le habían clavado como un puñal y volvió a sentir que el puñal le atravesaba. Se le desvaneció la falsa sonrisa.
—Creo que esto te pertenece.
Joe miró el saco de cuero que le tendía el reverendo.
—Desde luego —murmuró cogiéndolo—. ¿Dónde lo ha encontrado?
—Uno de los nuestros lo encontró y me lo trajo hará un par de meses. En su día mencionó que lo había encontrado en Jackson Field, que creo que es el lugar donde tuvo lugar el combate en julio. Cuando lo abrí, encontré un crucifijo. —Hizo una pausa y le sonrió a modo de disculpa a Joe—. No es que quisiera fisgar, pero esperaba encontrar un nombre o algo que me condujese al propietario. En medio del lío de ayer, supe que eras boxeador y que eras irlandés, así que pensé que esto debía ser tuyo.
—Gracias —dijo Joe. Abrió la bolsa y empezó a rebuscar dentro con la esperanza de que el hombre que la había encontrado, no se hubiera apropiado del objeto más importante.
—Espero que no falte nada.
Los dedos de Joe rodearon la botella de whisky irlandés que todavía estaba escondida entre sus ropas.
—No, reverendo —dijo y cerró el saco colgándoselo del hombro—. No falta absolutamente nada.
Suzzey
Re: "Un Lugar Para Joe"
Capítulo 24
GAOL
Cárcel de Mountjoy. Dublín, Irlanda, 1867
Tripas de pescado. Por décimo día consecutivo, el estómago de Joe se revolvió ante la porquería cruda y viscosa que había en el plato de hojalata y que se suponía debía comer. No podía, no podía hacerlo de nuevo. No podía sonreírle al carcelero que se lo había llevado como si nada le importase; no podía comérselo como si fuera el manjar más suculento que había tenido el privilegio de probar; no podía ni siquiera mirarlo. Pero pensó en Megan y en las menudencias del mercado de pescado de Derry, y lanzando un grito lleno de odio, cogió el plato con sus manos encadenadas y lo tiró. Las tripas de pescado cayeron sobre el cuerpo impasible del carcelero que le preguntaba dónde estaban escondidas las armas.
Extenuación. Soñaba con dormir y no le dejaban. Le hacían andar y andar alrededor del patio amurallado del gaol, (cárcel) una hora y otra hora, cambiando de guardias a intervalos regulares. Cuando aminoraba el paso, lo empujaban con palos. Cuando se caía, lo levantaban. Cuando cerraba los ojos, le echaban agua helada por la cabeza. Cuando le preguntaban por las pistolas, él se reía en sus caras.
Azotes. Le arrancaban la piel de la espalda y de la garganta, alaridos. Rezaba para que las heridas se infectasen y así morir, pero llamaban al médico para que salvase su miserable vida y pudiese contarles dónde estaban las armas.
Odio. Todo el rato pensaba en los barcos cargados de comida que zarpaban de Lough Foyle. Pensaba en su madre suplicando por su hogar, en sus hermanas muriendo de hambre en las calles, en su hermano asesinado a golpes. Pensaba en todos los irlandeses que como él estaban en gaols británicas acusados de cometer crímenes contra un gobierno que no reconocían. Pensaba en todo eso y el odio formaba una bola de fuego en su vientre. Mientras le golpeaban, cantaba todas las canciones republicanas que conocía; mientras le hacían pasar hambre, lanzaba todas las maldiciones que había aprendido. Cuando le amordazaban… musitaba las canciones y maldecía en silencio.
Perdió el sentido del tiempo, empezó a oír voces en su mente y su cuerpo musculoso que le había hecho ser el campeón de los combates en los pubs se deterioró hasta convertirse en un saco de huesos. Pero aun así no cedió.
A los dieciocho días, lo llevaron a ver al alcaide.
—«Oh, ahorcan a hombres y mujeres por sus ropas color verde» —cantaba Joe en un tono que era apenas un simulacro de su rica y grave voz de barítono. Lo arrastraron dentro de una pequeña y oscura celda donde había una larga mesa, carbón humeante en un horno y un hombre delgado y anémico que parecía más un contable que un alcaide.
Engancharon las correas de sus muñecas de una argolla que colgaba del techo lo que obligó a Joe a aguantarse de puntillas sobre el suelo.
—«Cuando fuimos salvajes, fieros y rebeldes» —continuó, procurando seguir con la canción a pesar de que sentía la garganta tan áspera como los intestinos de pescado que le obligaban a tragar.
El alcaide lo miró impasible por un momento y después se dirigió hacia el horno. Agarró un hierro del fuego; Joe seguía cantando. El hombre sonrió con amabilidad hipócrita y después sacó el atizador del fuego y examinó la punta que brillaba anaranjada en medio de la oscuridad de la habitación.
—Ahora vamos a hablar tú y yo —dijo cuando la canción de Joe se acabó—. Y estoy seguro de que tendrás mucho que contar.
Él mantuvo la mirada fija en el atizador mientras el hombre lo acercaba hacia él muy lentamente.
—Oye —susurró—, no tengo nada que decir.
—A mí me parece que sí tienes algo que decir —contestó el alcaide con voz susurrante.
Joe escupió y le alcanzó la mejilla, la saliva resbaló despacio por su rostro cadavérico.
—Esto es todo lo que tengo que decirte, maldito bastardo inglés. Así que mejor que dejes de perder el tiempo y me mates ahora mismo.
El alcaide se limpió la saliva de la mejilla con un movimiento lento. Levantó el atizador y sopló la punta candente hasta que brilló blanca. Despacio sacudió la cabeza.
—Irlandés, no vamos a matarte. Sólo vamos a hacer que desees estar muerto.
GAOL
Cárcel de Mountjoy. Dublín, Irlanda, 1867
Tripas de pescado. Por décimo día consecutivo, el estómago de Joe se revolvió ante la porquería cruda y viscosa que había en el plato de hojalata y que se suponía debía comer. No podía, no podía hacerlo de nuevo. No podía sonreírle al carcelero que se lo había llevado como si nada le importase; no podía comérselo como si fuera el manjar más suculento que había tenido el privilegio de probar; no podía ni siquiera mirarlo. Pero pensó en Megan y en las menudencias del mercado de pescado de Derry, y lanzando un grito lleno de odio, cogió el plato con sus manos encadenadas y lo tiró. Las tripas de pescado cayeron sobre el cuerpo impasible del carcelero que le preguntaba dónde estaban escondidas las armas.
Extenuación. Soñaba con dormir y no le dejaban. Le hacían andar y andar alrededor del patio amurallado del gaol, (cárcel) una hora y otra hora, cambiando de guardias a intervalos regulares. Cuando aminoraba el paso, lo empujaban con palos. Cuando se caía, lo levantaban. Cuando cerraba los ojos, le echaban agua helada por la cabeza. Cuando le preguntaban por las pistolas, él se reía en sus caras.
Azotes. Le arrancaban la piel de la espalda y de la garganta, alaridos. Rezaba para que las heridas se infectasen y así morir, pero llamaban al médico para que salvase su miserable vida y pudiese contarles dónde estaban las armas.
Odio. Todo el rato pensaba en los barcos cargados de comida que zarpaban de Lough Foyle. Pensaba en su madre suplicando por su hogar, en sus hermanas muriendo de hambre en las calles, en su hermano asesinado a golpes. Pensaba en todos los irlandeses que como él estaban en gaols británicas acusados de cometer crímenes contra un gobierno que no reconocían. Pensaba en todo eso y el odio formaba una bola de fuego en su vientre. Mientras le golpeaban, cantaba todas las canciones republicanas que conocía; mientras le hacían pasar hambre, lanzaba todas las maldiciones que había aprendido. Cuando le amordazaban… musitaba las canciones y maldecía en silencio.
Perdió el sentido del tiempo, empezó a oír voces en su mente y su cuerpo musculoso que le había hecho ser el campeón de los combates en los pubs se deterioró hasta convertirse en un saco de huesos. Pero aun así no cedió.
A los dieciocho días, lo llevaron a ver al alcaide.
—«Oh, ahorcan a hombres y mujeres por sus ropas color verde» —cantaba Joe en un tono que era apenas un simulacro de su rica y grave voz de barítono. Lo arrastraron dentro de una pequeña y oscura celda donde había una larga mesa, carbón humeante en un horno y un hombre delgado y anémico que parecía más un contable que un alcaide.
Engancharon las correas de sus muñecas de una argolla que colgaba del techo lo que obligó a Joe a aguantarse de puntillas sobre el suelo.
—«Cuando fuimos salvajes, fieros y rebeldes» —continuó, procurando seguir con la canción a pesar de que sentía la garganta tan áspera como los intestinos de pescado que le obligaban a tragar.
El alcaide lo miró impasible por un momento y después se dirigió hacia el horno. Agarró un hierro del fuego; Joe seguía cantando. El hombre sonrió con amabilidad hipócrita y después sacó el atizador del fuego y examinó la punta que brillaba anaranjada en medio de la oscuridad de la habitación.
—Ahora vamos a hablar tú y yo —dijo cuando la canción de Joe se acabó—. Y estoy seguro de que tendrás mucho que contar.
Él mantuvo la mirada fija en el atizador mientras el hombre lo acercaba hacia él muy lentamente.
—Oye —susurró—, no tengo nada que decir.
—A mí me parece que sí tienes algo que decir —contestó el alcaide con voz susurrante.
Joe escupió y le alcanzó la mejilla, la saliva resbaló despacio por su rostro cadavérico.
—Esto es todo lo que tengo que decirte, maldito bastardo inglés. Así que mejor que dejes de perder el tiempo y me mates ahora mismo.
El alcaide se limpió la saliva de la mejilla con un movimiento lento. Levantó el atizador y sopló la punta candente hasta que brilló blanca. Despacio sacudió la cabeza.
—Irlandés, no vamos a matarte. Sólo vamos a hacer que desees estar muerto.
Suzzey
Re: "Un Lugar Para Joe"
Capítulo 25
Las niñas estaban tan excitadas que tardaron siglos en conseguir tranquilizarlas para que se durmiesen. Durante el viaje de vuelta, la cena y varios juegos de damas, no habían dejado de comentar lo maravilloso que era todo, lo estupendo que era que Joe y su madre estuviesen casados y las ganas que tenían de que llegase el lunes para empezar el colegio y poder explicárselo a sus amigos.
Él aguantó toda la atención que le brindaron y no mostró el menor signo de impaciencia. Pero ______ se dio cuenta de que cada vez que comentaban que se iba a quedar con ellas «para siempre», Joe apretaba los labios ligeramente y sabía que sólo estaba tolerando su adorable admiración, no disfrutándola.
Al fin, la charla se apagó, y como estaban exhaustas, ______ logró meterlas en la cama. Gracias a Dios, se quedaron dormidas casi de inmediato.
Cuando bajó, Joe todavía estaba en la biblioteca. Levantó la vista del libro que tenía en las manos cuando ella entró.
—¿Se han dormido las niñas? —preguntó.
—Sí.
Era su noche de bodas.
Se miraron y se hizo evidente lo extraño de la situación. _____ no sabía cómo se debía actuar en una noche de bodas. Se preguntó si debía sentarse, pero eso implicaría conversar, y ponerse a charlar le pareció de lo más socorrido. Se movió impaciente y se pasó la mano por el pelo en un gesto nervioso.
—Creía que no se dormirían nunca —murmuró para romper el silencio.
Joe la miró un momento mientras ella seguía indecisa en la puerta.
—Ve arriba, ______.
¿Le estaba diciendo que se marchase o simplemente le estaba indicando que debía ir subiendo para realizar los preparativos femeninos adecuados, fueran cuales fuesen? Estudió su expresión ilegible y no estuvo segura.
—Claro —murmuró—. ¿Apagarás las luces antes de subir?
Subió un cubo de agua y se bañó recordando la mirada de Joe al decirle que era hermosa. Se cepilló el pelo y lo dejó suelto sobre sus hombros, pensando que él lo prefería así. Se puso el camisón más bonito que tenía y se abrochó los botones de perlas recordando cómo él se los había desabrochado en el hotel de Monroe. El recuerdo hizo que un escalofrío de expectación y aprensión le recorriese el cuerpo. Apartó las sábanas, ahuecó las almohadas y esperó. Pero Joe no acudió.
Deambuló por la habitación, paseando y moviéndose con nerviosismo, intentando contener su creciente inquietud. Apagó el candil, se metió entre las sábanas y aguzó el oído a la espera de sus pasos en la escalera. Se quedó quieta en la oscuridad escuchando el sonido del reloj de su mesilla de noche conforme pasaban los minutos. Pero Joe no acudió.
Finalmente, no pudo esperar más. Se puso la bata y bajó las escaleras. Los candiles estaban apagados y la casa estaba oscura y silenciosa.
Le encontró en el porche trasero. Había sacado una de las sillas de la cocina y estaba allí sentado, mirando fijamente la Luna que flotaba baja en el cielo nocturno. Tenía sus largas piernas extendidas y la cabeza apoyada en la pared y una botella en la mano.
Se dio la vuelta y la miró, observando sus pies desnudos, su cabello suelto, su delicado camisón, sin cambiar en absoluto la expresión de su rostro.
Sin apartar la vista de ella, levantó la botella y dio un trago.
—Ah —dijo satisfecho, lanzándole una sonrisa irónica—. Esto es lo que yo llamo un buen trago de whisky.
Aunque la mano que sujetaba la botella era firme y no tenía la voz temblorosa, ______via no se engañó. En su mente aparecieron las imágenes de su padre con su bourbon y más tarde con su aguardiente barato, y recordó cada una de las marcas de angustia en su rostro, cada comentario hiriente, sus carcajadas bañadas en alcohol. Recordó las noches en las que había tenido que llevarlo a la cama a rastras, las mañanas de arrepentimiento y promesas…
Hundida y consternada, se subió el cuello de la bata con mano temblorosa y observó el rostro de Joe, duro y frío, iluminado por la luz plateada de la luna.
—Estás borracho.
—Sí, así es —dijo él levantando la botella y bebiendo su contenido concienzudamente—. Estoy siguiendo una buena tradición irlandesa. Todo irlandés que se precie se emborracha en su noche de bodas. ¿Lo sabías?
«Noche de bodas.» Pronunció esas palabras con tanta aversión que ______ apretó el cuello de la bata con fuerza y se preguntó cuántas noches como aquélla le aguardaban.
Joe levantó la botella a modo de brindis.
—Slainté(un brindis de buenos deseos.) —dijo, y dio otro trago a la botella.
El fantasma de su padre apareció de nuevo ante ella.
—No habrá alcohol en mi casa —dijo despacio.
Él le lanzó una mirada dura.
—Querrás decir nuestra casa, señora Branigan.
Su voz era tan fría y letal como el filo de una navaja. _____ tragó saliva y mantuvo la compostura.
—No habrá alcohol en nuestra casa —repitió.
—Pero no estoy dentro de casa, estoy fuera —dijo él sonriéndole con malicia. Pero ella pudo notar un oscuro trasfondo detrás de aquellas maneras insolentes.
—Eso es una tontería, Joe. ¿Y si las niñas te vieran así? ¿Qué pensarían?
Al mencionar a las niñas, algo pareció cambiar en él. La sonrisa desapareció y echó la cabeza hacia atrás como si estuviese de pronto harto.
—Quizás dejarían de mirarme como si fuese una especie de héroe —contestó sacudiendo la cabeza y entrecerrando los ojos—. ¡Un héroe! Dios, si ellas supieran…
_____ lo miró. Tenía la impresión de que le faltaba una pieza fundamental del complicado puzle. Podía sentir su dolor, su rabia, pero veía el odio que dirigía hacia su interior y lo que ella sabía que no lo explicaba.
«Tuve lo que me merecía.»
Empezó a tararear una canción que ______ no reconoció.
—Esta canción se llama El valiente feniano. —Abrió los ojos y giró la cabeza para mirarla—. ¿Sabes qué es un feniano?
—No —susurró ella.
Joe empezó a cantar con voz muy baja.
—«Tenemos buenos hombres, nunca los habrá mejores. Gloria, gloria al valiente feniano.»
Se rio y dio otro trago a la botella.
—Una vez fui un héroe —empezó—. La gente así lo creía porque había sido huésped de la Corona, porque tenía las cicatrices de la vara británica en la espalda, porque los bastardos me hicieron ponerme a cuatro patas como un perro para comer; por todo eso era un héroe. El valiente feniano. Qué farsa.
_____ se llevó el puño a la boca al percibir el desprecio en su voz. No sabía si lo había provocado el hecho de casarse con ella, pero le asustaba.
—No —susurró—. Por favor, no hagas eso.
—¿El qué? ¿Emborracharme? Me temo que es demasiado tarde, estoy como una cuba, cariño.
—No te tortures.
—No te preocupes, eso ya lo han hecho manos expertas.
—Así que tienes que continuar su trabajo, ¿por qué?
Joe no contestó. Levantó la botella y saludó con ella de nuevo.
—Gloria —dijo despectivamente burlándose de sí mismo— al valiente feniano.
_____ no lo pudo resistir más. Se dio la vuelta y lo dejó con su whisky irlandés y sus amargos recuerdos.
En su habitación, se quedó tumbada abrazada a la almohada y se preguntó cómo era el hombre con el que se había casado aquel mismo día. Había creído entenderlo por lo menos un poco, pero en aquel momento, se daba cuenta de que apenas había arañado la superficie.
Se acordó de cuántas veces había deseado que su padre saliese del agujero de oscura y autodestructiva apatía en el que había caído, pero con el tiempo había quedado demostrado que su esperanza había sido inocente y fútil. La idea de que su amor de algún modo pudiera curarlo había sido una quimera y pura vanidad.
Y ahí estaba otra vez, en la misma situación, de nuevo tercamente alimentando las mismas esperanzas con respecto a otro hombre. Su esposo.
Sabía que ella no tenía poder para curar las heridas de Joe. Una caricia amorosa y tres comidas al día no podían borrar una vida entera de dolor, culpa y tormento.
Pero de algún modo, su corazón se negaba a escuchar a su razón, se negaba a creer que no había esperanza de que Joe Branigan curase sus heridas. Su corazón ardía en deseos de ayudarle, sus brazos ardían en deseos de abrazarlo, sus manos querían apaciguarlo. Lo amaba. Así que se quedó tumbada en la cama despierta y sola, esperándolo en silencio, deseando tontamente. Por supuesto, Joe no acudió.
A la mañana siguiente, toda la congregación de la iglesia baptista de Callersville se había enterado de la boda de _____. Para cuando ella llegó, todos habían sido informados de su precipitado enlace. Incluso Nick, a quien no solían llegarle los cotilleos locales, se había enterado. En las escaleras que conducían a la iglesia, Kate le informó a ____ de que Nick y su mujer yanqui habían regresado la tarde anterior, y en cuanto entró en la iglesia, Olivia supo que Nick ya sabía que se había casado. Él la observó mientras caminaba por el pasillo central y ella respondió a su dura mirada con una dulce sonrisa. Un ceño fruncido furibundo fue la respuesta del hombre.
Pensó en cómo Nick había ordenado apalear a Joe por negarse a hacer trampas en el combate de boxeo y se sintió muy orgullosa de su marido.
«Su marido.»
Se detuvo un instante. Podía oír los susurros a su alrededor, podía sentir las miradas de curiosidad. Mujeres que dos días antes la habían condenado como a una perdida, le sonreían y se saludaban unas a otras, encantadas de que el hombre en cuestión le hubiese devuelto la honra y de que todo se hubiera resuelto. Aquellas a quienes les costaba más conceder el perdón la estudiaban con aire especulativo y era evidente lo que estaban pensando. ______ sabía que se habían dado cuenta de que su marido no estaba con ella aquella mañana en la iglesia y que se estaban preguntando cuánto le duraría el matrimonio con un boxeador irlandés, que además era católico.
_____ también se lo preguntaba. No podía evitarlo después de lo ocurrido la noche anterior. Quizás algún día Joe llegase a amarla y tal vez con el tiempo, asumiría las responsabilidades y las alegrías de la vida de esposo y padre. Pero ella sabía que el tiempo no jugaba a su favor. Podía regresar aquel mismo día a casa y descubrir que se había marchado, y se preguntó cuánto tiempo podría vivir con esa incertidumbre.
Se detuvo junto a un banco libre y empujó a sus hijas para que lo ocupasen. Tenía las mejillas ardiendo por los murmullos que oía a su alrededor, pero mantuvo la cabeza erguida al sentarse. El día anterior había jurado amor, honor y obediencia y estaba dispuesta a hacer todo lo posible para ser fiel a su juramento, por lo menos en lo que respectaba al amor y al honor. Sólo esperaba que Joe hiciese lo mismo.
Mientras el reverendo Allen le pedía a su congregación de fieles que reflexionasen sobre las benditas enseñanzas de Jesús de poner la otra mejilla y perdonar al prójimo, Nick estaba reflexionando sobre cómo deshacerse de Joe Branigan para siempre.
Al pensar en ello, una impotente furia se había apoderado de él. Él nunca había sido suficientemente bueno para que _____ le concediese su mano y, sin embargo, se había casado con aquel irlandés. Llevaba cuatro años intentándolo y no había podido hacerse con las tierras de _____ y aquel Joe Branigan lo había conseguido en apenas dos meses. Debería haber acabado con aquel hijo de puta irlandés cuando estuvo en su mano.
Debería haber regresado en cuanto recibió el telegrama de Joshua informándole de la presencia de Branigan en la casa de _____. Maldecía a Alice y a su empalagoso entorno social por haberle mantenido alejado tanto tiempo. Maldecía a Hiram por ser tan blando con su hija. Sabía que si en lugar de haber estado estrechando manos yanquis y atendiendo espectáculos hubiera estado allí, nada de aquello habría ocurrido. La cosecha de melocotones de _______ ya había dado sus frutos, lo que significaba que tenía dinero para pagar los impuestos hasta la primavera. Y Branigan tenía control sobre sus tierras. Era el colmo, el más absoluto colmo.
Hasta el telegrama de Joshua, se había olvidado por completo del boxeador que le había desafiado. Sólo vio un problema que debía solventarse y había creído que estaba solucionado. Ya había resultado increíble que ______ hubiese encontrado a aquel hombre, le hubiera recogido y le hubiera contratado, pero ¿quién demonios iba a pensar que se casaría con él? Por el amor de Dios, un boxeador. Nick no podía creerlo. _______ odiaba las apuestas. Siempre las había odiado.
El odio fue haciendo mella en él conforme el reverendo Allen hablaba y hablaba, hasta que no aguantó más. Se levantó en medio del sermón y sin hacer caso de la mirada sorprendida de Alice, salió de la iglesia, plenamente consciente de que estaba escandalizando a todo el mundo. Que se fuesen al diablo. Era su pueblo, ¿no era cierto?
Se iba a ocupar de ese boxeador inmediatamente. Después de su último encuentro, no creía que pudiera tener muchos problemas, pero de todos modos, decidió detenerse en casa de los Harlan de camino a casa. Elroy y sus chicos disfrutaban con una buena pelea.
Cuando Joe se despertó, le golpeó la luz del sol que entraba por la ventana de su habitación, y los rayos le atravesaron el cerebro como agujas ardientes. Gruñó y se cubrió la cabeza con la almohada para esconderse de la luz, pero era demasiado tarde. Le empezó a doler terriblemente la cabeza.
Era el whisky. Dios, no se había sentido así después de una borrachera desde que tenía diecisiete años. Intentó volver a dormirse, pero fue inútil. Viendo que no le quedaba otro remedio, se arrastró hasta el borde de la cama y se levantó, con gesto dolorido. Se movió con muchísimo cuidado, se dirigió hasta la puerta de la habitación y la abrió, pero el agua que ______ le dejaba habitualmente para su baño y su afeitado no estaba allí.
Estaba enfadada con él. Se acordó de cómo le había mirado la noche anterior y de las cosas que él había dicho y sintió que le remordía la conciencia. Aunque el matrimonio fuera una farsa, no era culpa de _____. Era culpa suya. Pensó que estaba recibiendo su castigo y se apretó la cabeza con las manos.
Sin duda, estaría furiosa con él, pero tenía tan buen corazón que cuando viese lo mal que se encontraba aquella mañana se olvidaría de su enfado. Protestaría, sin duda, pero pensó en el dulce tacto de sus manos y decidió que podía tolerar unas cuantas quejas. Se moría de hambre y sabía que, incluso enfadada, le estaría esperando un desayuno caliente. Insistiría en prepararle aquel horrible té verde. Si conseguía que se le fuese el dolor de cabeza, incluso se lo bebería.
Joe se vistió y se dirigió a la cocina, pero descubrió que el único que estaba en casa era Chester. El perro le recibió con un potente ladrido que hizo que le retumbase la dolorida cabeza. No había desayuno caliente y no había ni rastro de ______ ni de las niñas. Desconcertado y algo apenado, miró por los ventanales de la cocina, pero no vio a nadie. Salió de la cocina, y se dirigió al vestíbulo.
—¡______! —gritó pensando que a lo mejor estaban arriba, pero sólo le respondió el eco de su propia voz.
Entonces recordó que era domingo y se sintió bastante descorazonado al darse cuenta de que estaba solo, hambriento y resacoso, y claramente no iba a tener ni desayuno caliente ni protestas.
Volvió a la cocina y cogió un cubo que estaba colgado en la pared. Dejó al perro dentro y fue al pozo para llenarlo de agua fresca. Se la echó por la cabeza.
Dios, qué gusto le dio. Se irguió para volver a llenar el cubo, pero oyó el sonido de ruedas acercarse por el camino de grava y vio que un carromato se dirigía a la casa. «Santa María —pensó, dejando a un lado el cubo y pasándose la mano por el cabello húmedo—, ¿por qué esta mañana?»
El carromato se detuvo en el patio y Nick Tyler descendió de él, seguido por Elroy y Joshua Harlan y los tres hombres que le habían dejado destrozado dos meses atrás. Quizás esta vez no le darían una paliza. Quizás se limitarían a matarle y acabar con sus sufrimientos.
Joe recordó la primera lección que había aprendido en su vida. «Pase lo que pase, tú haz ver que te da igual.» Les sonrió.
—Buenos días, chicos. Un poco pronto para una visita de domingo, ¿no?
Nadie respondió. Nick se detuvo a unos pasos de distancia y sacó un puro del bolsillo de su chaqueta. Lo encendió al tiempo que sus compañeros rodeaban a Joe para dejar bien claro que estaban en mayoría.
—He oído que te has casado —dijo Nick echando el humo—. He venido a felicitarte.
Joe pensó en los cigarrillos que los carceleros de Mountjoy habían apretado contra su omoplato derecho y se preguntó si Nick tenía pensado hacerle una marca similar en el hombro opuesto. Se acordó de aquel granjero y de su carromato lleno de nabos y se arrepintió de no haberse marchado.
—Se lo agradezco, señor Tyler, de verdad que se lo agradezco.
Nick observó la lumbre de su puro un momento y después miró fijamente a Joe, con la evidente resolución de ir al grano.
—Me parece que te dije que te fueses de mi pueblo, chaval.
Chaval. Dios, odiaba esa palabra. La llevaba oyendo toda su vida. Sintió que la rabia le invadía peligrosamente. Apretó los labios y congeló la sonrisa.
—Sí, eso creo. Pero ya ves, tus chicos hicieron tan buen trabajo destrozándome las costillas que no pude irme.
—No me gusta que me lleven la contraria. — Nick lanzó al aire el humo de su cigarro—. ______ ha tardado mucho en casarse. Sería una pena que enviudase. ¿Me entiendes, chaval?
Calma, se dijo a sí mismo. La furia sólo tendría como consecuencia más costillas rotas. Se tragó la rabia como lo había hecho tantas veces en su vida, diciéndose que era lo más razonable. Además del hecho de que tenía un dolor de cabeza horrible, ellos eran más y no tenía demasiadas ganas de que le golpeasen como a una lata de hojalata otra vez. Miró a Nick a los ojos.
—Sí —dijo con tranquilidad—. Te entiendo.
—Bien. Ahora que esto ha quedado claro, vamos a lo que realmente me interesa. Te has casado con ______ y tienes el control de su tierra. Me la vas a vender.
Joe no sabía si había oído correctamente. ¿Tenía control sobre la tierra de ______ y Nick le ofrecía comprársela? Deseaba poder pensar con claridad, pero parecía que le estaban martilleando el cerebro.
—¿Ah, sí? Bueno, supongo que eso depende de lo que me ofrezcas.
—Te ofrezco no matarte.
Joe le respondió con una enorme sonrisa.
—Te lo agradezco, pero si me matas, ______ será dueña de la tierra de nuevo y vuelves al principio. Así que te lo preguntaré otra vez, ¿qué me ofreces?
Nick apretó el puro entre los dientes.
—Peachtree tiene quinientos acres. Te daré tres dólares por acre.
Mil quinientos dólares. Dios, eso era una fortuna. Si realmente fuese su tierra, Joe cogería el dinero sin dudarlo. Pero no lo era. Podía estar a su nombre —seguramente Nick lo sabía mejor que él—, pero no era su tierra. La cuestión era cómo salir de aquella situación sin que le rompiesen las costillas. Lo mejor era sin duda ganar tiempo.
—Es una buena y generosa oferta, de verdad lo es. Pero tendré que discutirlo con mi esposa.
Para su sorpresa, Nick se rio.
—¿Discutirlo? Chaval, no sé cómo haréis las cosas en Irlanda, pero aquí les decimos a nuestras mujeres lo que tienen que hacer y lo hacen.
Bien. Estaba claro que ganar tiempo no funcionaba. No podía salir corriendo hacia la casa para coger el rifle de Henry. Joe echó un vistazo a los hombres que le rodeaban, preparándose para otra temporada de bandejas y bacinillas. Miró a Nick a los ojos y deseó poder salir de aquélla con todos los dientes.
—¡A la mierda! —dijo con una sonrisa.
Los hombres se acercaron para cogerlo, pero en ese instante se oyó el sonido de otro carromato que se acercaba. ______ lo condujo hasta el grupo obligando a Nick a dar un salto hacia atrás para evitar ser atropellado.
—Hola, chicos —dijo al tiempo que las niñas saltaban de la carreta y corrían hacia Joe—. Bonito día, ¿verdad?
Las niñas rodearon a Joe, y éste pensó que probablemente era la primera vez en su vida en que una mujer y tres niñas le salvaban el pellejo.
Los otros hombres miraron a Nick, que sacudió la cabeza y se dirigió hacia ______ tocándose el sombrero.
—Vinimos a dar nuestra enhorabuena.
Ella frenó el carromato y sonrió.
—Bueno, Nick, qué amable por tu parte. Te pediría que te quedases a comer, pero estoy segura de que todos preferís iros a casa con vuestras respectivas familias.
Nick volvió a mirar a Joe.
—Piensa en lo que te he dicho —le dijo, y después se dio la vuelta y se dirigió hacia su carreta. Elroy y los chicos le siguieron.
Joe esperó a que se hubieran marchado y después dijo:
—Becky, lleva el carromato al establo y desengancha la mula. Luego dale agua. Carrie y Miranda, ayudad a vuestra hermana. Vuestra madre y yo vamos a dar un paseo.
Le tendió la mano a ______ y ella vaciló un momento, pero luego dejó que le ayudase a bajar. Tomándole firmemente por la muñeca, le hizo atravesar el jardín y cuando estuvieron en el destartalado cenador, la soltó.
—Es hora de abandonar, _____.
—Creo que ya hemos discutido esto antes —dijo ella cruzándose de brazos.
—Sí, pero no ha servido de nada —le contestó él elevando la voz.
—Pareces de mal humor hoy. Debe ser por el whisky que bebiste anoche.
—El whisky no tiene nada que ver con esto —gritó—. Siempre me pongo de mal humor cuando hay hombres que vienen a darme una paliza. Y no cambies de tema.
—Entonces no me digas lo que tengo que hacer con mi tierra.
Exasperado, la miró fijamente.
—Maldita sea, ¿es que no lo entiendes? No puedes ganar.
Ella le devolvió la mirada.
—Y no me maldigas. Estoy ganando. Llevamos cuatro años con esta batalla y Nick todavía no tiene mis tierras. Estoy ganando.
Joe puso los ojos en blanco.
—Lo único que has ganado es un poco de tiempo. Pueden esperar.
_______ sacudió la cabeza.
—No pueden. Oren me explicó que Nick está recibiendo presiones de su suegro, que es uno de los mayores inversores en el ferrocarril. Esto quiere decir que se le está agotando el tiempo.
—Puede ser, pero eso sólo significa que Nick te presionará más.
______ se dio la vuelta para marcharse, pero él la cogió por los hombros para retenerla y obligarla a mirarle, obligarla a enfrentarse a la desagradable verdad.
—Escúchame. No puedes luchar contra ellos. Si han comprado suficiente tierra para construir esta línea de ferrocarril, quiere decir que han invertido mucho dinero y que esperan sacar muchos más beneficios una vez esté terminada. ¿Crees que van a dejar que una mujer se interponga en su camino?
—Tendrán que hacerlo —dijo liberándose de Joe—. No voy a vender.
—¿Incluso si te amenazan a ti o a las niñas? ¿Estás dispuesta a arriesgarte a que las niñas sufran algún daño?
—Ya te lo he dicho, Nick nunca nos haría daño a las niñas, ni a mí.
—¿Por qué estás tan segura?
—Porque está enamorado de mí —dijo tranquilamente—. Siempre lo ha estado.
—¿Qué? —preguntó sorprendido por las palabras de ______, pero lo que aún le sorprendió más fue el violento ataque de celos que siguió. Algo que le puso todavía más furioso—. ¿Ese cabrón está…?
—No digas palabrotas, por favor —dijo ______ frunciendo el ceño.
—Joe, no digas palabrotas, Joe, no bebas —la imitó burlón—. Haré lo que quiera. Tú eres la que prometiste obediencia en esa iglesia, no yo.
—Y, ahora, ¿quién está cambiando de tema? —le replicó ella.
Él intentó recordar cuándo había estado tan furioso en su vida y no pudo.
— Nick está enamorado de ti —dijo, y de pronto imaginó las consecuencias—. Genial. Es genial. Una razón más para que me odie a muerte. Una razón más para que me utilice como saco de boxeo.
______ se dio la vuelta, cruzó los brazos y se quedó mirando los rosales asilvestrados y abandonados.
—No tienes por qué quedarte —dijo despacio.
—Gracias, querida esposa, pero es un poco tarde para eso.
Ella se puso tensa ante las palabras cariñosas pronunciadas sin ningún afecto.
—El reverendo Allen no te puso ninguna cadena alrededor del cuello cuando nos casó —dijo—. Eres libre de marcharte cuando quieras.
¿Le estaba diciendo que se fuese? No estaba seguro y frunció el ceño, consternado y enfadado y extrañamente vacío. Se dio cuenta de que ______ estaba empezando a importarle demasiado, y de manera inmediata se rebeló contra ese sentimiento.
—Puede que me limite a venderle la tierra a Nick.
—¿Qué? —exclamó ella sorprendida, dándose la vuelta para mirarlo a la cara.
—Me ha ofrecido mil quinientos dólares por la tierra. Puesto que ahora soy tu marido, parece ser que tengo control sobre ella. Mil quinientos dólares es una puñetera fortuna. Podríamos vivir bastante bien durante mucho tiempo con ese dinero. Sería una locura no vender.
Mientras Joe hablaba, algo cambió en _____; Joe se dio cuenta de que ella había advertido que, por enfadado que estuviese y por muy seguro que estuviese de tener razón, nunca vendería sus tierras.
Ella lo estaba mirando con aquellos ojos marrones que desbarataban su cordura y que le hacían hacer cosas estúpidas, cosas que podían llevarlo a la muerte. Nick estaba enamorado de ella. Joe se dio la vuelta maldiciendo.
—Casados o no, es tu tierra no la mía. Haz lo que quieras con ella.
Le dio una patada al yeso desconchado del cenador y abrió un agujero más que hacía juego con los que sentía en su cabeza. Se marchó pensando que las mujeres eran el mismo diablo.
Las niñas estaban tan excitadas que tardaron siglos en conseguir tranquilizarlas para que se durmiesen. Durante el viaje de vuelta, la cena y varios juegos de damas, no habían dejado de comentar lo maravilloso que era todo, lo estupendo que era que Joe y su madre estuviesen casados y las ganas que tenían de que llegase el lunes para empezar el colegio y poder explicárselo a sus amigos.
Él aguantó toda la atención que le brindaron y no mostró el menor signo de impaciencia. Pero ______ se dio cuenta de que cada vez que comentaban que se iba a quedar con ellas «para siempre», Joe apretaba los labios ligeramente y sabía que sólo estaba tolerando su adorable admiración, no disfrutándola.
Al fin, la charla se apagó, y como estaban exhaustas, ______ logró meterlas en la cama. Gracias a Dios, se quedaron dormidas casi de inmediato.
Cuando bajó, Joe todavía estaba en la biblioteca. Levantó la vista del libro que tenía en las manos cuando ella entró.
—¿Se han dormido las niñas? —preguntó.
—Sí.
Era su noche de bodas.
Se miraron y se hizo evidente lo extraño de la situación. _____ no sabía cómo se debía actuar en una noche de bodas. Se preguntó si debía sentarse, pero eso implicaría conversar, y ponerse a charlar le pareció de lo más socorrido. Se movió impaciente y se pasó la mano por el pelo en un gesto nervioso.
—Creía que no se dormirían nunca —murmuró para romper el silencio.
Joe la miró un momento mientras ella seguía indecisa en la puerta.
—Ve arriba, ______.
¿Le estaba diciendo que se marchase o simplemente le estaba indicando que debía ir subiendo para realizar los preparativos femeninos adecuados, fueran cuales fuesen? Estudió su expresión ilegible y no estuvo segura.
—Claro —murmuró—. ¿Apagarás las luces antes de subir?
Subió un cubo de agua y se bañó recordando la mirada de Joe al decirle que era hermosa. Se cepilló el pelo y lo dejó suelto sobre sus hombros, pensando que él lo prefería así. Se puso el camisón más bonito que tenía y se abrochó los botones de perlas recordando cómo él se los había desabrochado en el hotel de Monroe. El recuerdo hizo que un escalofrío de expectación y aprensión le recorriese el cuerpo. Apartó las sábanas, ahuecó las almohadas y esperó. Pero Joe no acudió.
Deambuló por la habitación, paseando y moviéndose con nerviosismo, intentando contener su creciente inquietud. Apagó el candil, se metió entre las sábanas y aguzó el oído a la espera de sus pasos en la escalera. Se quedó quieta en la oscuridad escuchando el sonido del reloj de su mesilla de noche conforme pasaban los minutos. Pero Joe no acudió.
Finalmente, no pudo esperar más. Se puso la bata y bajó las escaleras. Los candiles estaban apagados y la casa estaba oscura y silenciosa.
Le encontró en el porche trasero. Había sacado una de las sillas de la cocina y estaba allí sentado, mirando fijamente la Luna que flotaba baja en el cielo nocturno. Tenía sus largas piernas extendidas y la cabeza apoyada en la pared y una botella en la mano.
Se dio la vuelta y la miró, observando sus pies desnudos, su cabello suelto, su delicado camisón, sin cambiar en absoluto la expresión de su rostro.
Sin apartar la vista de ella, levantó la botella y dio un trago.
—Ah —dijo satisfecho, lanzándole una sonrisa irónica—. Esto es lo que yo llamo un buen trago de whisky.
Aunque la mano que sujetaba la botella era firme y no tenía la voz temblorosa, ______via no se engañó. En su mente aparecieron las imágenes de su padre con su bourbon y más tarde con su aguardiente barato, y recordó cada una de las marcas de angustia en su rostro, cada comentario hiriente, sus carcajadas bañadas en alcohol. Recordó las noches en las que había tenido que llevarlo a la cama a rastras, las mañanas de arrepentimiento y promesas…
Hundida y consternada, se subió el cuello de la bata con mano temblorosa y observó el rostro de Joe, duro y frío, iluminado por la luz plateada de la luna.
—Estás borracho.
—Sí, así es —dijo él levantando la botella y bebiendo su contenido concienzudamente—. Estoy siguiendo una buena tradición irlandesa. Todo irlandés que se precie se emborracha en su noche de bodas. ¿Lo sabías?
«Noche de bodas.» Pronunció esas palabras con tanta aversión que ______ apretó el cuello de la bata con fuerza y se preguntó cuántas noches como aquélla le aguardaban.
Joe levantó la botella a modo de brindis.
—Slainté(un brindis de buenos deseos.) —dijo, y dio otro trago a la botella.
El fantasma de su padre apareció de nuevo ante ella.
—No habrá alcohol en mi casa —dijo despacio.
Él le lanzó una mirada dura.
—Querrás decir nuestra casa, señora Branigan.
Su voz era tan fría y letal como el filo de una navaja. _____ tragó saliva y mantuvo la compostura.
—No habrá alcohol en nuestra casa —repitió.
—Pero no estoy dentro de casa, estoy fuera —dijo él sonriéndole con malicia. Pero ella pudo notar un oscuro trasfondo detrás de aquellas maneras insolentes.
—Eso es una tontería, Joe. ¿Y si las niñas te vieran así? ¿Qué pensarían?
Al mencionar a las niñas, algo pareció cambiar en él. La sonrisa desapareció y echó la cabeza hacia atrás como si estuviese de pronto harto.
—Quizás dejarían de mirarme como si fuese una especie de héroe —contestó sacudiendo la cabeza y entrecerrando los ojos—. ¡Un héroe! Dios, si ellas supieran…
_____ lo miró. Tenía la impresión de que le faltaba una pieza fundamental del complicado puzle. Podía sentir su dolor, su rabia, pero veía el odio que dirigía hacia su interior y lo que ella sabía que no lo explicaba.
«Tuve lo que me merecía.»
Empezó a tararear una canción que ______ no reconoció.
—Esta canción se llama El valiente feniano. —Abrió los ojos y giró la cabeza para mirarla—. ¿Sabes qué es un feniano?
—No —susurró ella.
Joe empezó a cantar con voz muy baja.
—«Tenemos buenos hombres, nunca los habrá mejores. Gloria, gloria al valiente feniano.»
Se rio y dio otro trago a la botella.
—Una vez fui un héroe —empezó—. La gente así lo creía porque había sido huésped de la Corona, porque tenía las cicatrices de la vara británica en la espalda, porque los bastardos me hicieron ponerme a cuatro patas como un perro para comer; por todo eso era un héroe. El valiente feniano. Qué farsa.
_____ se llevó el puño a la boca al percibir el desprecio en su voz. No sabía si lo había provocado el hecho de casarse con ella, pero le asustaba.
—No —susurró—. Por favor, no hagas eso.
—¿El qué? ¿Emborracharme? Me temo que es demasiado tarde, estoy como una cuba, cariño.
—No te tortures.
—No te preocupes, eso ya lo han hecho manos expertas.
—Así que tienes que continuar su trabajo, ¿por qué?
Joe no contestó. Levantó la botella y saludó con ella de nuevo.
—Gloria —dijo despectivamente burlándose de sí mismo— al valiente feniano.
_____ no lo pudo resistir más. Se dio la vuelta y lo dejó con su whisky irlandés y sus amargos recuerdos.
En su habitación, se quedó tumbada abrazada a la almohada y se preguntó cómo era el hombre con el que se había casado aquel mismo día. Había creído entenderlo por lo menos un poco, pero en aquel momento, se daba cuenta de que apenas había arañado la superficie.
Se acordó de cuántas veces había deseado que su padre saliese del agujero de oscura y autodestructiva apatía en el que había caído, pero con el tiempo había quedado demostrado que su esperanza había sido inocente y fútil. La idea de que su amor de algún modo pudiera curarlo había sido una quimera y pura vanidad.
Y ahí estaba otra vez, en la misma situación, de nuevo tercamente alimentando las mismas esperanzas con respecto a otro hombre. Su esposo.
Sabía que ella no tenía poder para curar las heridas de Joe. Una caricia amorosa y tres comidas al día no podían borrar una vida entera de dolor, culpa y tormento.
Pero de algún modo, su corazón se negaba a escuchar a su razón, se negaba a creer que no había esperanza de que Joe Branigan curase sus heridas. Su corazón ardía en deseos de ayudarle, sus brazos ardían en deseos de abrazarlo, sus manos querían apaciguarlo. Lo amaba. Así que se quedó tumbada en la cama despierta y sola, esperándolo en silencio, deseando tontamente. Por supuesto, Joe no acudió.
A la mañana siguiente, toda la congregación de la iglesia baptista de Callersville se había enterado de la boda de _____. Para cuando ella llegó, todos habían sido informados de su precipitado enlace. Incluso Nick, a quien no solían llegarle los cotilleos locales, se había enterado. En las escaleras que conducían a la iglesia, Kate le informó a ____ de que Nick y su mujer yanqui habían regresado la tarde anterior, y en cuanto entró en la iglesia, Olivia supo que Nick ya sabía que se había casado. Él la observó mientras caminaba por el pasillo central y ella respondió a su dura mirada con una dulce sonrisa. Un ceño fruncido furibundo fue la respuesta del hombre.
Pensó en cómo Nick había ordenado apalear a Joe por negarse a hacer trampas en el combate de boxeo y se sintió muy orgullosa de su marido.
«Su marido.»
Se detuvo un instante. Podía oír los susurros a su alrededor, podía sentir las miradas de curiosidad. Mujeres que dos días antes la habían condenado como a una perdida, le sonreían y se saludaban unas a otras, encantadas de que el hombre en cuestión le hubiese devuelto la honra y de que todo se hubiera resuelto. Aquellas a quienes les costaba más conceder el perdón la estudiaban con aire especulativo y era evidente lo que estaban pensando. ______ sabía que se habían dado cuenta de que su marido no estaba con ella aquella mañana en la iglesia y que se estaban preguntando cuánto le duraría el matrimonio con un boxeador irlandés, que además era católico.
_____ también se lo preguntaba. No podía evitarlo después de lo ocurrido la noche anterior. Quizás algún día Joe llegase a amarla y tal vez con el tiempo, asumiría las responsabilidades y las alegrías de la vida de esposo y padre. Pero ella sabía que el tiempo no jugaba a su favor. Podía regresar aquel mismo día a casa y descubrir que se había marchado, y se preguntó cuánto tiempo podría vivir con esa incertidumbre.
Se detuvo junto a un banco libre y empujó a sus hijas para que lo ocupasen. Tenía las mejillas ardiendo por los murmullos que oía a su alrededor, pero mantuvo la cabeza erguida al sentarse. El día anterior había jurado amor, honor y obediencia y estaba dispuesta a hacer todo lo posible para ser fiel a su juramento, por lo menos en lo que respectaba al amor y al honor. Sólo esperaba que Joe hiciese lo mismo.
Mientras el reverendo Allen le pedía a su congregación de fieles que reflexionasen sobre las benditas enseñanzas de Jesús de poner la otra mejilla y perdonar al prójimo, Nick estaba reflexionando sobre cómo deshacerse de Joe Branigan para siempre.
Al pensar en ello, una impotente furia se había apoderado de él. Él nunca había sido suficientemente bueno para que _____ le concediese su mano y, sin embargo, se había casado con aquel irlandés. Llevaba cuatro años intentándolo y no había podido hacerse con las tierras de _____ y aquel Joe Branigan lo había conseguido en apenas dos meses. Debería haber acabado con aquel hijo de puta irlandés cuando estuvo en su mano.
Debería haber regresado en cuanto recibió el telegrama de Joshua informándole de la presencia de Branigan en la casa de _____. Maldecía a Alice y a su empalagoso entorno social por haberle mantenido alejado tanto tiempo. Maldecía a Hiram por ser tan blando con su hija. Sabía que si en lugar de haber estado estrechando manos yanquis y atendiendo espectáculos hubiera estado allí, nada de aquello habría ocurrido. La cosecha de melocotones de _______ ya había dado sus frutos, lo que significaba que tenía dinero para pagar los impuestos hasta la primavera. Y Branigan tenía control sobre sus tierras. Era el colmo, el más absoluto colmo.
Hasta el telegrama de Joshua, se había olvidado por completo del boxeador que le había desafiado. Sólo vio un problema que debía solventarse y había creído que estaba solucionado. Ya había resultado increíble que ______ hubiese encontrado a aquel hombre, le hubiera recogido y le hubiera contratado, pero ¿quién demonios iba a pensar que se casaría con él? Por el amor de Dios, un boxeador. Nick no podía creerlo. _______ odiaba las apuestas. Siempre las había odiado.
El odio fue haciendo mella en él conforme el reverendo Allen hablaba y hablaba, hasta que no aguantó más. Se levantó en medio del sermón y sin hacer caso de la mirada sorprendida de Alice, salió de la iglesia, plenamente consciente de que estaba escandalizando a todo el mundo. Que se fuesen al diablo. Era su pueblo, ¿no era cierto?
Se iba a ocupar de ese boxeador inmediatamente. Después de su último encuentro, no creía que pudiera tener muchos problemas, pero de todos modos, decidió detenerse en casa de los Harlan de camino a casa. Elroy y sus chicos disfrutaban con una buena pelea.
Cuando Joe se despertó, le golpeó la luz del sol que entraba por la ventana de su habitación, y los rayos le atravesaron el cerebro como agujas ardientes. Gruñó y se cubrió la cabeza con la almohada para esconderse de la luz, pero era demasiado tarde. Le empezó a doler terriblemente la cabeza.
Era el whisky. Dios, no se había sentido así después de una borrachera desde que tenía diecisiete años. Intentó volver a dormirse, pero fue inútil. Viendo que no le quedaba otro remedio, se arrastró hasta el borde de la cama y se levantó, con gesto dolorido. Se movió con muchísimo cuidado, se dirigió hasta la puerta de la habitación y la abrió, pero el agua que ______ le dejaba habitualmente para su baño y su afeitado no estaba allí.
Estaba enfadada con él. Se acordó de cómo le había mirado la noche anterior y de las cosas que él había dicho y sintió que le remordía la conciencia. Aunque el matrimonio fuera una farsa, no era culpa de _____. Era culpa suya. Pensó que estaba recibiendo su castigo y se apretó la cabeza con las manos.
Sin duda, estaría furiosa con él, pero tenía tan buen corazón que cuando viese lo mal que se encontraba aquella mañana se olvidaría de su enfado. Protestaría, sin duda, pero pensó en el dulce tacto de sus manos y decidió que podía tolerar unas cuantas quejas. Se moría de hambre y sabía que, incluso enfadada, le estaría esperando un desayuno caliente. Insistiría en prepararle aquel horrible té verde. Si conseguía que se le fuese el dolor de cabeza, incluso se lo bebería.
Joe se vistió y se dirigió a la cocina, pero descubrió que el único que estaba en casa era Chester. El perro le recibió con un potente ladrido que hizo que le retumbase la dolorida cabeza. No había desayuno caliente y no había ni rastro de ______ ni de las niñas. Desconcertado y algo apenado, miró por los ventanales de la cocina, pero no vio a nadie. Salió de la cocina, y se dirigió al vestíbulo.
—¡______! —gritó pensando que a lo mejor estaban arriba, pero sólo le respondió el eco de su propia voz.
Entonces recordó que era domingo y se sintió bastante descorazonado al darse cuenta de que estaba solo, hambriento y resacoso, y claramente no iba a tener ni desayuno caliente ni protestas.
Volvió a la cocina y cogió un cubo que estaba colgado en la pared. Dejó al perro dentro y fue al pozo para llenarlo de agua fresca. Se la echó por la cabeza.
Dios, qué gusto le dio. Se irguió para volver a llenar el cubo, pero oyó el sonido de ruedas acercarse por el camino de grava y vio que un carromato se dirigía a la casa. «Santa María —pensó, dejando a un lado el cubo y pasándose la mano por el cabello húmedo—, ¿por qué esta mañana?»
El carromato se detuvo en el patio y Nick Tyler descendió de él, seguido por Elroy y Joshua Harlan y los tres hombres que le habían dejado destrozado dos meses atrás. Quizás esta vez no le darían una paliza. Quizás se limitarían a matarle y acabar con sus sufrimientos.
Joe recordó la primera lección que había aprendido en su vida. «Pase lo que pase, tú haz ver que te da igual.» Les sonrió.
—Buenos días, chicos. Un poco pronto para una visita de domingo, ¿no?
Nadie respondió. Nick se detuvo a unos pasos de distancia y sacó un puro del bolsillo de su chaqueta. Lo encendió al tiempo que sus compañeros rodeaban a Joe para dejar bien claro que estaban en mayoría.
—He oído que te has casado —dijo Nick echando el humo—. He venido a felicitarte.
Joe pensó en los cigarrillos que los carceleros de Mountjoy habían apretado contra su omoplato derecho y se preguntó si Nick tenía pensado hacerle una marca similar en el hombro opuesto. Se acordó de aquel granjero y de su carromato lleno de nabos y se arrepintió de no haberse marchado.
—Se lo agradezco, señor Tyler, de verdad que se lo agradezco.
Nick observó la lumbre de su puro un momento y después miró fijamente a Joe, con la evidente resolución de ir al grano.
—Me parece que te dije que te fueses de mi pueblo, chaval.
Chaval. Dios, odiaba esa palabra. La llevaba oyendo toda su vida. Sintió que la rabia le invadía peligrosamente. Apretó los labios y congeló la sonrisa.
—Sí, eso creo. Pero ya ves, tus chicos hicieron tan buen trabajo destrozándome las costillas que no pude irme.
—No me gusta que me lleven la contraria. — Nick lanzó al aire el humo de su cigarro—. ______ ha tardado mucho en casarse. Sería una pena que enviudase. ¿Me entiendes, chaval?
Calma, se dijo a sí mismo. La furia sólo tendría como consecuencia más costillas rotas. Se tragó la rabia como lo había hecho tantas veces en su vida, diciéndose que era lo más razonable. Además del hecho de que tenía un dolor de cabeza horrible, ellos eran más y no tenía demasiadas ganas de que le golpeasen como a una lata de hojalata otra vez. Miró a Nick a los ojos.
—Sí —dijo con tranquilidad—. Te entiendo.
—Bien. Ahora que esto ha quedado claro, vamos a lo que realmente me interesa. Te has casado con ______ y tienes el control de su tierra. Me la vas a vender.
Joe no sabía si había oído correctamente. ¿Tenía control sobre la tierra de ______ y Nick le ofrecía comprársela? Deseaba poder pensar con claridad, pero parecía que le estaban martilleando el cerebro.
—¿Ah, sí? Bueno, supongo que eso depende de lo que me ofrezcas.
—Te ofrezco no matarte.
Joe le respondió con una enorme sonrisa.
—Te lo agradezco, pero si me matas, ______ será dueña de la tierra de nuevo y vuelves al principio. Así que te lo preguntaré otra vez, ¿qué me ofreces?
Nick apretó el puro entre los dientes.
—Peachtree tiene quinientos acres. Te daré tres dólares por acre.
Mil quinientos dólares. Dios, eso era una fortuna. Si realmente fuese su tierra, Joe cogería el dinero sin dudarlo. Pero no lo era. Podía estar a su nombre —seguramente Nick lo sabía mejor que él—, pero no era su tierra. La cuestión era cómo salir de aquella situación sin que le rompiesen las costillas. Lo mejor era sin duda ganar tiempo.
—Es una buena y generosa oferta, de verdad lo es. Pero tendré que discutirlo con mi esposa.
Para su sorpresa, Nick se rio.
—¿Discutirlo? Chaval, no sé cómo haréis las cosas en Irlanda, pero aquí les decimos a nuestras mujeres lo que tienen que hacer y lo hacen.
Bien. Estaba claro que ganar tiempo no funcionaba. No podía salir corriendo hacia la casa para coger el rifle de Henry. Joe echó un vistazo a los hombres que le rodeaban, preparándose para otra temporada de bandejas y bacinillas. Miró a Nick a los ojos y deseó poder salir de aquélla con todos los dientes.
—¡A la mierda! —dijo con una sonrisa.
Los hombres se acercaron para cogerlo, pero en ese instante se oyó el sonido de otro carromato que se acercaba. ______ lo condujo hasta el grupo obligando a Nick a dar un salto hacia atrás para evitar ser atropellado.
—Hola, chicos —dijo al tiempo que las niñas saltaban de la carreta y corrían hacia Joe—. Bonito día, ¿verdad?
Las niñas rodearon a Joe, y éste pensó que probablemente era la primera vez en su vida en que una mujer y tres niñas le salvaban el pellejo.
Los otros hombres miraron a Nick, que sacudió la cabeza y se dirigió hacia ______ tocándose el sombrero.
—Vinimos a dar nuestra enhorabuena.
Ella frenó el carromato y sonrió.
—Bueno, Nick, qué amable por tu parte. Te pediría que te quedases a comer, pero estoy segura de que todos preferís iros a casa con vuestras respectivas familias.
Nick volvió a mirar a Joe.
—Piensa en lo que te he dicho —le dijo, y después se dio la vuelta y se dirigió hacia su carreta. Elroy y los chicos le siguieron.
Joe esperó a que se hubieran marchado y después dijo:
—Becky, lleva el carromato al establo y desengancha la mula. Luego dale agua. Carrie y Miranda, ayudad a vuestra hermana. Vuestra madre y yo vamos a dar un paseo.
Le tendió la mano a ______ y ella vaciló un momento, pero luego dejó que le ayudase a bajar. Tomándole firmemente por la muñeca, le hizo atravesar el jardín y cuando estuvieron en el destartalado cenador, la soltó.
—Es hora de abandonar, _____.
—Creo que ya hemos discutido esto antes —dijo ella cruzándose de brazos.
—Sí, pero no ha servido de nada —le contestó él elevando la voz.
—Pareces de mal humor hoy. Debe ser por el whisky que bebiste anoche.
—El whisky no tiene nada que ver con esto —gritó—. Siempre me pongo de mal humor cuando hay hombres que vienen a darme una paliza. Y no cambies de tema.
—Entonces no me digas lo que tengo que hacer con mi tierra.
Exasperado, la miró fijamente.
—Maldita sea, ¿es que no lo entiendes? No puedes ganar.
Ella le devolvió la mirada.
—Y no me maldigas. Estoy ganando. Llevamos cuatro años con esta batalla y Nick todavía no tiene mis tierras. Estoy ganando.
Joe puso los ojos en blanco.
—Lo único que has ganado es un poco de tiempo. Pueden esperar.
_______ sacudió la cabeza.
—No pueden. Oren me explicó que Nick está recibiendo presiones de su suegro, que es uno de los mayores inversores en el ferrocarril. Esto quiere decir que se le está agotando el tiempo.
—Puede ser, pero eso sólo significa que Nick te presionará más.
______ se dio la vuelta para marcharse, pero él la cogió por los hombros para retenerla y obligarla a mirarle, obligarla a enfrentarse a la desagradable verdad.
—Escúchame. No puedes luchar contra ellos. Si han comprado suficiente tierra para construir esta línea de ferrocarril, quiere decir que han invertido mucho dinero y que esperan sacar muchos más beneficios una vez esté terminada. ¿Crees que van a dejar que una mujer se interponga en su camino?
—Tendrán que hacerlo —dijo liberándose de Joe—. No voy a vender.
—¿Incluso si te amenazan a ti o a las niñas? ¿Estás dispuesta a arriesgarte a que las niñas sufran algún daño?
—Ya te lo he dicho, Nick nunca nos haría daño a las niñas, ni a mí.
—¿Por qué estás tan segura?
—Porque está enamorado de mí —dijo tranquilamente—. Siempre lo ha estado.
—¿Qué? —preguntó sorprendido por las palabras de ______, pero lo que aún le sorprendió más fue el violento ataque de celos que siguió. Algo que le puso todavía más furioso—. ¿Ese cabrón está…?
—No digas palabrotas, por favor —dijo ______ frunciendo el ceño.
—Joe, no digas palabrotas, Joe, no bebas —la imitó burlón—. Haré lo que quiera. Tú eres la que prometiste obediencia en esa iglesia, no yo.
—Y, ahora, ¿quién está cambiando de tema? —le replicó ella.
Él intentó recordar cuándo había estado tan furioso en su vida y no pudo.
— Nick está enamorado de ti —dijo, y de pronto imaginó las consecuencias—. Genial. Es genial. Una razón más para que me odie a muerte. Una razón más para que me utilice como saco de boxeo.
______ se dio la vuelta, cruzó los brazos y se quedó mirando los rosales asilvestrados y abandonados.
—No tienes por qué quedarte —dijo despacio.
—Gracias, querida esposa, pero es un poco tarde para eso.
Ella se puso tensa ante las palabras cariñosas pronunciadas sin ningún afecto.
—El reverendo Allen no te puso ninguna cadena alrededor del cuello cuando nos casó —dijo—. Eres libre de marcharte cuando quieras.
¿Le estaba diciendo que se fuese? No estaba seguro y frunció el ceño, consternado y enfadado y extrañamente vacío. Se dio cuenta de que ______ estaba empezando a importarle demasiado, y de manera inmediata se rebeló contra ese sentimiento.
—Puede que me limite a venderle la tierra a Nick.
—¿Qué? —exclamó ella sorprendida, dándose la vuelta para mirarlo a la cara.
—Me ha ofrecido mil quinientos dólares por la tierra. Puesto que ahora soy tu marido, parece ser que tengo control sobre ella. Mil quinientos dólares es una puñetera fortuna. Podríamos vivir bastante bien durante mucho tiempo con ese dinero. Sería una locura no vender.
Mientras Joe hablaba, algo cambió en _____; Joe se dio cuenta de que ella había advertido que, por enfadado que estuviese y por muy seguro que estuviese de tener razón, nunca vendería sus tierras.
Ella lo estaba mirando con aquellos ojos marrones que desbarataban su cordura y que le hacían hacer cosas estúpidas, cosas que podían llevarlo a la muerte. Nick estaba enamorado de ella. Joe se dio la vuelta maldiciendo.
—Casados o no, es tu tierra no la mía. Haz lo que quieras con ella.
Le dio una patada al yeso desconchado del cenador y abrió un agujero más que hacía juego con los que sentía en su cabeza. Se marchó pensando que las mujeres eran el mismo diablo.
Suzzey
Re: "Un Lugar Para Joe"
Hoooolaaaa
Por fin apareciste!!!!
ya necesitaba caps jejjejje
Bueno con respecto a tu duda
Yo soy de colombia
Y aqui en los colegios depende del calendario academico
El geberal q es el B se sale a finales de noviembre y entran de nuevo la primera semana de febrero
Son mas o menos 2 meses y unos diitas
Y ps si estamos en verano!!!! Aunque ha llovido varios dias por q los cambios climaticos estan bien severos
Ahhh y ya quiero leer la sinospsis de la nueva nove que vas a adptar si es como esta o la anterior q subiste seguro la amare!!!!
Por fin apareciste!!!!
ya necesitaba caps jejjejje
Bueno con respecto a tu duda
Yo soy de colombia
Y aqui en los colegios depende del calendario academico
El geberal q es el B se sale a finales de noviembre y entran de nuevo la primera semana de febrero
Son mas o menos 2 meses y unos diitas
Y ps si estamos en verano!!!! Aunque ha llovido varios dias por q los cambios climaticos estan bien severos
Ahhh y ya quiero leer la sinospsis de la nueva nove que vas a adptar si es como esta o la anterior q subiste seguro la amare!!!!
Julieta♥
Re: "Un Lugar Para Joe"
ME ENCANTARON LOS CAP
EL MARAON ESTUVO SUPER
NO PUEDO CRREER QUE SE
CASARON Y
JOE ESTA CELOSOO
EL MARAON ESTUVO SUPER
NO PUEDO CRREER QUE SE
CASARON Y
JOE ESTA CELOSOO
andreita
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