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[Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]

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Mensaje por zai Jue 15 Mar 2012, 1:09 pm

Nombre: Una apuesta indecente
Autor Emma Wildes
Adaptación: si de la escritora Emma Wildes
Género: Drama-Romance
Advertencias: algunas parte HOT
Otras páginas:creo que no.


ARGUMENTO:






Una disparatada apuesta entre dos galanes dará lugar a una
deliciosa historia de amor muy poco convencional…




Es la
comidilla de la ciudad. En plena Regencia, dos aristócratas londinenses: el
Duque de Rothay, Joseph Jonas y el
Conde de Manderville, Nicholas Drake,
atractivos y conquistadores, se desafían mutuamente para saber cuál de ellos es
el mejor amante. Pero, ¿qué mujer de belleza, inteligencia y discernimiento
consentiría ser juez de tal concurso?




La noticia,
que se extiende con rapidez, llega a oídos de la atractiva,
fría y distante viuda lady ______ Wynn, la última mujer que
cualquiera podría esperar que dé un paso al frente. Sin embargo, movida por la
curiosidad, y si los hombres prometen mantener su identidad en secreto, decide
participar del desafío y convertirse en el secreto objeto de deseo que decidirá
cuál de los caballeros tiene más finura entre las sábanas.




Para
sorpresa de todos, sin embargo, lo que empieza como una proposición inmoral se
convierte en una lección impresionante de amor eterno.



Hola!! bueno mi nombre es Zaira pero todos me dicen Zai :) soy de Argentina y esta es la primera nove q subo :oops: .. La verdad es que esta nove me encanto porq no es solo una historia de amor son dos ya sabran porq.. . Bueno no se que mas decir espero que lean la nove porq de verdad es hermosa, espero poder publicar capis todos los dias siempre que mi internet me deje porq es medio lento como yo jaja
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zai
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Mensaje por .Lu' Anne Lovegood. Jue 15 Mar 2012, 1:28 pm

Nueva & creo que primera lectora!*

Me has dejado estupefacta con el prefacio, se escucha muuuuuuuuuuy interesanteeee, pleaseee SIGUELAAAAAAAA & suerte con tu primera novela! =)

XOXO
.Lu' Anne Lovegood.
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[Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA] Empty Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]

Mensaje por Little'Skyscraper Jue 15 Mar 2012, 4:37 pm

hjfdkp Nueva lectora. Síguela :D
Little'Skyscraper
Little'Skyscraper


http://www.twitter.com/ProudOfJonatic

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[Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA] Empty Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]

Mensaje por zai Jue 15 Mar 2012, 6:56 pm

●LalalandJonas† escribió:
Nueva & creo que primera lectora!*

Me has dejado estupefacta con el prefacio, se escucha muuuuuuuuuuy interesanteeee, pleaseee SIGUELAAAAAAAA & suerte con tu primera novela! =)

XOXO♥️

Wiiiiiiiii mi primera lectora [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA] 67591 [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA] 67591
Gracias!!! ahora subo el prologo.. Espero que te guste :)
zai
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Mensaje por zai Jue 15 Mar 2012, 7:06 pm

ElyJonasLovato escribió:hjfdkp Nueva lectora. Síguela :D

Binvenida!!! Si ahora subo Gracias por pasarte espero te guste la nove =)
zai
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[Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA] Empty Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]

Mensaje por zai Jue 15 Mar 2012, 7:16 pm

Dedicado a mis dos primeras lectoras el prologo!!!!!!!



PRÓLOGO





Carreras
de Ascot, 1812.



Los caballos entraron como un trueno en
la recta final entre los gritos y los vítores de la multitud, y poco después Joseph
Jonas, sexto duque de Rothay, se alzaba nuevamente con la victoria gracias a su
espectacular zaino. De hecho, su cuadra había arrasado en las carreras hasta el
momento ese día. Lo que no era una gran sorpresa.



No había ninguna duda al respecto; ese
hombre tenía un toque mágico cuando se trataba de caballos y, según se decía,
una habilidad aún mayor cuando se trataba de mujeres.



Lo que era fácil de creer. _______ Wynn
le vio dirigirse hacia su palco privado en la tribuna, con su legendaria
sonrisa centelleando al recibir los parabienes de sus amigos. El duque poseía
un tipo de atractivo especial y evidente, que unía la pura masculinidad a una
espléndida estructura ósea clásica, un cabello oscuro y una tez morena. También
era alto y atlético, y se movía con una gracia natural mientras subía la
escalera deseoso, sin duda, de celebrar sus victorias. Vestía con desenfadada
elegancia una chaqueta azul marino, pantalones de montar beis y unas botas
lustrosas; su cabello color ébano contrastaba con el blanco resplandeciente de
su corbata muy bien anudada.



—Verdaderamente Rothay parece encantado
consigo mismo —murmuró Melinda Cassat, mientras se abanicaba con energía para
mitigar el calor vespertino. Cada vez que movía la muñeca sus ricitos castaño
oscuro revoloteaban alrededor de su rostro. Estaban sentadas a la sombra de un
pequeño toldo de rayas, pero apenas corría algo de brisa. El cielo, limpio de
nubes, era de un azul cobalto claro e intenso.



—Ha ganado, así que ¿por qué no debería
estarlo? — _______ sintió un leve temblor en la boca del estómago al ver
aquella esbelta silueta desaparecer en el interior del palco.



« ¿Qué estoy haciendo?»


—No es que necesite el dinero. Ese
hombre es tan rico como Creso. —Melinda se apartó un mechón de pelo rebelde del
cuello y frunció los labios. —Claro que apostar en una carrera de caballos es
mucho menos escandaloso que los últimos rumores sobre sus aventuras. ¿Te han
llegado?



Agradecida porque el calor del sol
justificaba el rubor de sus mejillas, ______ mintió abiertamente.



—No. ¿A qué te refieres?


Melinda, ávida chismosa, pareció
encantada ante la pregunta. Se inclinó hacia delante y entornó sus ojos
castaños con expresión conspirativa. Inspiró con rapidez y su prominente busto
se agitó.



—Bueno, parece ser... según dicen, en
fin... que el guapísimo duque y su íntimo amigo lord Manderville, quien, como
ya debes de saber, ha heredado la reputación de su padre de ser una calavera de
primer orden, han hecho una apuesta escandalosa sobre cuál de los dos es mejor
amante.



—¿En serio? — _______ confió que su
expresión fuera de lo más anodino.



La cara de su amiga exhalaba emoción e
intriga.



—¿No te parece increíble?


—¿Estás segura? Lo que quiero decir,
querida, es que esto es Londres y que se trata de la alta sociedad. No todos
los rumores son ciertos. Sabes tan bien como yo que la mayoría son auténticas
falsedades o, como mínimo, exageraciones.



—Ya, pero tengo entendido que ellos no
lo han negado. El envite aparece debidamente registrado en el libro de apuestas
de White's y las apuestas sobre quién ganará están alcanzando cifras nunca
vistas. Ese par siempre roza el escándalo, pero parece que esta vez se han
superado a sí mismos.



________ vio que los jinetes tomaban
posiciones para la última carrera.



—¿Cómo puede alguien probar una cosa
tan absurda? En último término el resultado siempre será subjetivo. Al fin y al
cabo, si la apuesta es cuál de los dos es mejor amante, ¿quién va a juzgarlo?



—Bueno, querida, esa es la parte más
escandalosa. Necesitan un crítico imparcial. Toda la buena sociedad especula
sobre quién será ella.



—Es una barbaridad, ¿no crees? Ella
tendría que estar de acuerdo en mantener relaciones íntimas con... bueno, con
los dos, imagino. ¡Dios del cielo!



Melinda la miró con manifiesta ironía.


—Con lo mojigata que eres ya imaginaba
que dirías algo así. No sé si es una barbaridad exactamente pero desde luego
que es pasarse de la raya, aunque hablemos de unos granujas como ese par. Sin
embargo, aún hay más apuestas sobre lo rápido que encontrarán a alguien que se
avenga a probar lo que cada uno tiene que ofrecer. Es una maldad, lo sé, pero
dos de los hombres más apuestos de Inglaterra harán todo lo posible para
complacer a la elegida. Imagínate lo que le espera a la dama que acepte.



Bien, ________ era bastante consciente
de tener fama de fría y distante, pero aun así, oírse llamar mojigata la puso a
la defensiva.



—No soy ninguna matrona vieja y
marchita. Puedo entender muy bien que una mujer sucumba ante un hombre
atractivo y encantador, capaz de seducirla sin esfuerzo. Cualquiera de esos dos
cumplen de sobra con los requisitos, ya que, dicen, tienen bastante práctica.



—Desde luego que la tienen, y en ningún
momento he querido decir que seas vieja y marchita; más bien lo contrario. —Su
amiga suspiró con exagerado énfasis. —Pero no eres demasiado accesible,
________ . Sé que desde que te casaste, y sobre todo tras el fallecimiento de
Edward, has levantado muros para protegerte, pero francamente deberías
permitirte vivir otra vez. Si quisieras, querida, tendrías a medio Londres a
tus pies. Eres joven y preciosa.



—Gracias.


—Es la verdad. Los hombres harían cola
con flores y sonetos. No hay razón para que languidezcas en una soltería
solitaria.



—No deseo volver a casarme. —Era
absolutamente cierto. Con una vez había sido suficiente. Con una vez había sido
más que suficiente.



—No todos los hombres son como Edward.


_______ observó distraída cómo se
alineaban los caballos y oyó el pistoletazo de salida. Bien, esperaba que no
todos los hombres fueran como su difunto marido, pensó mientras los magníficos
animales se lanzaban a la carrera, porque aquel licencioso duque no tardaría en
leer su nota.




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Mensaje por Julieta♥ Jue 15 Mar 2012, 9:44 pm

nueva y fiel lectora!!!!!
me gusto mucho mucho!!!!!
sigue no tardes plissssss
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por .Lu' Anne Lovegood. Vie 16 Mar 2012, 3:20 pm

OMG! me encantoo el capitulo! gosh! esa rayis & la Melinda que la llama mojigata :¬¬: :risa: xD Oww pero como la dejas ahi? Yo quiero saber que nota le dejo al duque?! Please siguela que tu novela esta buenisiiiiiiiimaaaa!!!

P.D. Thanks por la bienvenida! :) :hi: :hug:
.Lu' Anne Lovegood.
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Mensaje por Julieta♥ Vie 16 Mar 2012, 6:13 pm

cappppppppppppppppppppppppp
Julieta♥
Julieta♥


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[Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA] Empty Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]

Mensaje por zai Vie 16 Mar 2012, 7:28 pm

julieta_black escribió:nueva y fiel lectora!!!!!
me gusto mucho mucho!!!!!
sigue no tardes plissssss

Bienvenida!!! Gracias por leer la nove espero te guste =)
zai
zai


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[Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA] Empty Re: [Resuelto]Una apuesta indecente -Adaptacion- Joe y tu[TERMINADA]

Mensaje por zai Vie 16 Mar 2012, 7:49 pm

CAPÍTULO 01





—Esto es interesante.


Joseph musitó esas
palabras, cogió la licorera de coñac y vertió una generosa medida en la copa de
cristal que tenía cerca. Dejó la botella a un lado con un golpe seco y examinó
de nuevo el trozo de pergamino que tenía en la mano. Regresar a Londres después
de una dura aunque victoriosa jornada hípica le había puesto de un humor
excelente, dulcificado tanto por la victoria como por la celebración posterior.
Refugiarse en su estudio parecía lo adecuado. Aquel era en muchos sentidos su
santuario, aunque pasara allí una cantidad excesiva de tiempo trabajando.



El estudio le
recordaba a su padre; quizá debido a un sentimentalismo que no admitiría ante
nadie, no había cambiado absolutamente nada. El suelo pulido estaba cubierto
con la misma alfombra, descolorida a causa del sol que entraba en diagonal por
la ventana de parteluz, y el escritorio seguía tan abarrotado como siempre. Los
libros en estanterías de roble situadas junto a la repisa de la chimenea
emanaban un familiar aroma húmedo, de papel amarillento y cuero ligeramente
ajado.



—¿Qué es interesante?
¿Algo relacionado con las carreras?



Frente a él, Nicholas
Drake, conde de Manderville, arqueó una ceja de color castaño claro y se
arrellanó en su asiento. Como de costumbre, Nicholas iba a la última moda, con
una ropa entallada que se adaptaba perfectamente a su esbelta figura. Cruzó las
bruñidas botas de caña alta mientras se reclinaba en la butaca. Su rostro
atractivo apenas reflejaba una leve curiosidad.



—Joe, hoy tus caballos
se superaron. Seguro que eso no es una maldita sorpresa. Ni a mí me importa.
Gané una pequeña suma en la última carrera porque me dijiste que Satán estaba
en forma. Gracias por el soplo.



—De nada, pero no se
trata de eso. —La actitud displicente de Joseph no era porque no le importaran
las carreras (sus caballos eran su pasión y era competitivo hasta el punto de
constituir uno de sus defectos), pero la pulcra caligrafía de la nota que tenía
delante le había intrigado. Levantó la mirada y extendió el trozo de pergamino
con dos dedos. —Echa un vistazo a esto, Nick.



Su compañero cogió el
pedazo de papel doblado y su interés aumentó de modo manifiesto a medida que
iba leyendo. Como Joseph, Nicholas leyó dos veces la cuidada caligrafía y alzó
la vista.



—Vaya, suena
prometedor, ¿no te parece?



—No es la primera
oferta que recibimos. — Joseph bebió un trago; el coñac francés fue como seda
cálida en la boca. Había pagado una pequeña fortuna por él, pero solo podía
conseguirse de contrabando y decidió que el precio valía la pena. —Pero debo
reconocer que me gusta el enfoque directo de esta dama.



—Un desafío para un
desafío. Sí, imaginativo. Yo ya la admiro. Pero a pesar de todo sería agradable
saber quién es. — Nicholas curvó los labios y leyó en voz alta: —«Si me prometen total discreción y desean
un juez imparcial para su
absurda
apuesta, los ayudaré. Les advierto que, hasta la fecha, mi experiencia en los
asuntos entre hombres y mujeres no me ha causado gran impresión. Si están
ustedes dos interesados en que nos veamos para hablar del tema, por mi parte
estoy dispuesta a seguir adelante».



Era inteligente, pensó
Joseph, hacer referencia al desencanto sexual previo para provocar su interés.
Si se avenía a admitirlo, la dama tenía razón: era una apuesta absurda, hecha
cuando ambos estaban algo más que un poco ebrios.



—Veo aquí algo
ligeramente insultante —comentó Joseph con humor. —Una propuesta un tanto tajante.
Nuestra misteriosa dama tiene bastantes agallas. Eso me atrae.



—Ah, ¿sí? —Nicholas le
lanzó una mirada pensativa.



Ellos solían ver a las
mujeres con el mismo interés carnal, atenuado por una decidida tendencia a la
distancia emocional. La conquista sexual era un juego y ambos eran jugadores
experimentados.



Joseph no entró en
detalles. Estaba sometido a una creciente presión para casarse, tanto por parte
de la sociedad como de su familia. Eso era lo previsto; él siempre supo que eso
era lo previsto, pero admitir su reticencia a encontrar una esposa significaba
reconocer algunas verdades que él mismo no estaba dispuesto a afrontar.



Todos los hombres
cometían errores. El suyo en particular fue una catástrofe memorable, pero
también era cierto que la catástrofe, causada por la juventud y la
inexperiencia, solo se le podía atribuir a él, y que desde entonces la había
compensado de todas las formas posibles. Eso por lo visto incluía alocadas
apuestas de la naturaleza más extravagante.



—Por supuesto. Una
mujer aventurera siempre es atractiva en la alcoba, ¿no te parece? —comentó Joseph
con estudiada indiferencia.



—Estoy de acuerdo en
que si seguimos adelante con esto, nuestra reputación no se verá más
perjudicada de lo que ya está, así que ¿por qué no?



La palabra
«avergonzado» no existía en el vocabulario de Joseph. Hacía mucho tiempo que se
había dado cuenta de que las habladurías eran algo inevitable en la sociedad
londinense, y que mantenerse por entero al margen del escándalo implicaba
demasiado esfuerzo a cambio de pocas ganancias. No obstante, tanto Nicholas
como él estaban de acuerdo en que hubiera sido mejor no dejar constancia
escrita de la prueba, ni apostar una suma tan importante al resultado. Ahora
toda la gente bien estaba impaciente.



Obsequió a Manderville
con una perezosa sonrisa.



—No hay ninguna
posibilidad de que no mordamos el anzuelo, ¿verdad? Hasta ahora las ofertas de
entrar en la apuesta, y en nuestras camas, han venido principalmente de damas
de dudosa reputación que desean compartir nuestra notoriedad. Esta parece algo
distinta. Ella desea el anonimato, por lo visto.



—No tengo nada que
objetar a una mujer experimentada, pero estoy de acuerdo en que el anonimato
que ella pide introduce un factor distinto. —Nicholas dio un golpecito con un
dedo en el pedazo de papel y estiró sus largas piernas. —Podría ser perfecta
siempre que no sea poco agraciada, o alguna jovencita soltera a la caza de
título y fortuna.



—Amén a eso.


La mera idea de
involucrar en la apuesta a una muchachita ingenua era inadmisible. El desafío
no había sido más que un mero pasatiempo divertido; solo que se les había ido
un poco de las manos. Visto en perspectiva, la tercera botella de clarete de
aquella noche no había sido una buena idea, pero Nicholas, sobre todo, parecía
decidido a beber hasta perder el sentido.



Lo que no era propio
de él, ahora que Joseph reflexionaba sobre ello. No sabría decir qué, pero
tenía la impresión de que algo iba mal. Últimamente el habitual buen humor de Nicholas
parecía forzado. Su despreocupación y encanto naturales eran una de las razones
de que las mujeres le encontraran tan atractivo, pero durante los últimos
meses, cuando menos, había estado como apagado y distraído.



—Ya sabes que no
tenemos por qué hacer esto —le recordó Joseph a su camarada, observando su cara
para evaluar su reacción. Los vapores del coñac le provocaban un ánimo apacible
e introspectivo. —Fue una broma impulsiva entre dos amigos y no es ningún
secreto que nosotros tenemos tendencia a ser un poco competitivos.



—¿Nos estamos echando
atrás, Joe? —preguntó Nick con sardónico reproche. Rubio, alto, con los ojos de
color azul celeste y una belleza casi angelical, era la antítesis de la
constitución morena de Joseph. —¿Quién podría culparte, sabiendo que vas a
perder?



Ahí estaba otra vez,
una pulla inusual y vehemente.



Funcionó. Joseph
reaccionó con un gruñido a la expresión petulante en el rostro de su amigo.



—¿Qué te hace pensar
eso? ¿Esa afluencia de mujeres insípidas en tu cama? Déjame recordarte que la
cantidad no es sustituta de la calidad, Manderville.



—Si estás intentando
fingir que eres menos promiscuo, Rothay, cuéntaselo a otro.



De hecho, no lo
intentaba y tuvo que reprimir una respuesta airada. Promiscuo, eso es, no
importaba lo que se rumoreara sobre su vida privada. Joseph disfrutaba con las
mujeres. Pero a pesar de su reputación, era selectivo y procuraba ser discreto.
Por ese motivo sabía que Nick tampoco era tan malo como le describían las
habladurías, y que sus tendencias eran muy parecidas. Últimamente ni siquiera
había tenido noticias de que Nick fuera detrás de nadie. Si no era célibe,
desde luego estaba siendo muy discreto en ese aspecto.



Quizá aquella apuesta
impulsiva había surgido de ahí. De un desafío de Nick y de su propia respuesta,
ambas debidas a un nerviosismo motivado por... bueno, no estaba seguro.
Demasiado análisis interno no era bueno para el alma.



No para una empañada
como la suya.



En su mutua defensa
había que decir que al menos la mayoría de las aventuras pasajeras eran un
acuerdo placentero entre dos partes, sin albergar sentimientos más profundos.
Aunque Joseph dudaba de que la sociedad le creyera, pensaba que el matrimonio
debía estar basado en algo más que en la cuna de una mujer y en su capacidad de
concebir un hijo del linaje apropiado. El hecho de ser un sentimental era algo
que se guardaba para sí. No porque fuera una actitud pasada de moda, que lo
era, sino porque era una cuestión privada. Dios sabía que ya le había faltado
suficiente privacidad en su vida debido a su educación aristocrática, al lustre
de sus títulos y a la relevancia de su familia.



Luego había empeorado
aún más las cosas al aceptar esa descabellada apuesta que le convertía aún más
en el foco de la atención pública.



Joseph se frotó el
mentón.



—Debo de estar más
aburrido de lo que pensaba —admitió, —para considerar siquiera acostarme con
una mujer con una tarjeta de puntuación en la mano.



—Entonces ambos
sufrimos de la misma dolencia. —Manderville le lanzó una mirada cínica. —Pero
nos hemos embarcado en esto. Veámoslo de esta manera: si la nota es cierta,
podemos hacerle un favor a esa mujer cambiando su idea sobre el placer sexual.



—¿Como una especie de
acto caritativo? Una forma interesante de abordar la situación.



—No olvides que
nosotros no nos hemos puesto en contacto con ella. Ella ha acudido a nosotros.



Bien, eso era cierto.


—Así pues, ¿debo
entender qué opinas que debemos darle una respuesta afirmativa y organizar la
cita que ella desea? —Agitó su copa vacía.



Nicholas asintió.


—Estoy impaciente por
conocer a la joven dama.



—¿Qué te hace pensar
que es joven? Y hablando de esto, tal vez deberíamos decidir qué vamos a
decirle si ninguno de los dos la encuentra atractiva. Podría ser una situación
espinosa. Al fin y al cabo, el deseo es un factor necesario para ser un amante
competente.



—Cierto. Dudo que
pudiera dar la talla con una vieja bruja poco agraciada. Si hay algo que el
varón no puede fingir es la excitación sexual.



Joseph tuvo que darle
la razón en eso. Aunque él no pensaba que una mujer tuviera que ser una belleza
fascinante para captar su interés, la atracción mutua formaba parte de la
química sexual.



Al amparo del
atardecer había emergido un tapiz de estrellas brillantes y unas pocas nubes
altas, y al otro lado de la ventana se veía el pálido reflejo de la luna. Con un
gesto indolente, Joseph volvió a llenar su copa y dejó la licorera lo
suficientemente cerca de su invitado para que este hiciera lo mismo.



—Creo —dijo
lentamente—que nuestras preocupaciones sobre el resultado son infundadas.
Imagino que ella debe de ser preciosa, y el tono de su carta demuestra cierta
seguridad en sí misma que nos gustará.



Nicholas cogió la nota
una vez más y le echó otro vistazo.



—Creo que tienes
razón. —Sus ojos azules mostraban un destello de su habitual humor burlón, pero
su boca parecía algo tensa. —Estoy impaciente por conocerla. ¿Escribirás tú la
respuesta o lo hago yo? También hemos de pensar en un lugar adecuado para
encontrarnos, ya que ella exige absoluto anonimato.



—Dejemos que la dama
decida. Es ella quien desea proteger su identidad.



—Me parece justo
—corroboró Nicholas con una sonrisa perezosa.



—Debemos establecer
unas normas, por si ella resulta ser la persona adecuada.



—Supongo que sí, aunque
espero que te des cuenta, Joe, de que estamos aportando una dimensión
totalmente nueva al término «notorio».



Sí, se daba cuenta.
Pero ¿qué estaban haciendo? Ambos fingían, haciendo ver que la apuesta era
seria en todos los sentidos. En el fondo de su corazón, fuera inmune al
sentimiento o no como se rumoreaba, él no creía que ninguno de ellos fuese tan
vanidoso ni tan superficial como para participar en una competición tan
absurda. Pero fuera cual fuese la razón, Nicholas se mostraba más despreocupado
ante ella, y él, por su parte, enfocaba la situación como enfocaba los asuntos
de Estado, los temas políticos y las cuestiones sociales: con un análisis frío
y calculado.



En los negocios, en la
política o en las aventuras sexuales de un hombre no había lugar para las
emociones. Cierta parte de él deseaba que lo hubiera, pero esa parte ya había
resultado escaldada una vez por la cruda realidad.



Encanto, sí, por
supuesto. Él era Rothay. Le gustaban las mujeres. Le gustaba la suave entrega
de sus cuerpos fascinantes, la música de la risa femenina, el intercambio de
fogosos susurros durante un interludio apasionado, la secuela lánguida de la
culminación carnal. En su opinión, no había nada como aquella particular
respiración jadeante de una mujer cuando estabas profundamente en su interior y
el pellizco de sus uñas, solo eso, sobre tus hombros desnudos.



Pero amor no.
Satisfacer a su cuerpo era una cosa; a su corazón, otra.



El no era un hombre
que cometiera dos veces el mismo error. La destreza sexual, en cambio, no era
ningún problema. Había cortejado la notoriedad desde los diecisiete años, tras
la muerte de su padre, y la consiguió.



—Todo es efímero...
tanto la fama como el famoso —murmuró sin pensar.



Nicholas le miró con
cautela.



—¿Ahora citamos a
Marco Aurelio? ¿Puedo preguntar el porqué de ese ánimo introspectivo?



—No. —La respuesta fue
demasiado escueta y su viejo amigo le conocía demasiado bien. Lo último que
quería era desenterrar fantasmas del pasado. Bebió un prolongado sorbo de su
copa, se reclinó en la butaca y rectificó: —Sean cuales fueran nuestros
motivos, esto me apetece mucho.





zai
zai


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Mensaje por .Lu' Anne Lovegood. Vie 16 Mar 2012, 8:34 pm

Genial el capitulo! Aww ya quiero saber que dira la rayis cuando reciba una respuesta! SIGUELAAAA
.Lu' Anne Lovegood.
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Mensaje por Julieta♥ Vie 16 Mar 2012, 10:11 pm

ohhhhhhhhh
como va a ser eso!!!!
con los 2????
wwwaaauuuuu.....pero y ella por q lo hace?????
ya quiero saber!!!!!!!!!!!!
sigue pronto plisssssssssssss
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por .Lu' Anne Lovegood. Sáb 17 Mar 2012, 5:31 pm

SIGUELA
.Lu' Anne Lovegood.
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Mensaje por zai Sáb 17 Mar 2012, 7:09 pm

CAPÍTULO 02





—Repetiré la pregunta:
¿por qué estaba usted allí, señora?



La pregunta, hecha con
tanta frialdad, hizo que ________ tensara los labios, molesta. Para su
desgracia, el primo de su difunto marido y actual lord Wynn había ido a
visitarla, y aunque ella llevaba meses evitando verle, no había tenido otro
remedio que recibirle finalmente. Dado que el parecido familiar era enorme,
estar cara a cara con Franklin siempre le producía un pequeño sobresalto, como
si un fantasma se hubiera materializado frente a ella.



Un espectro de lo más
inoportuno, además.



Estaban sentados en el
salón de las visitas, con los grandes ventanales abiertos a la cálida atmósfera
del mediodía. El mobiliario, una elegante combinación de tonos crema y dorado,
era un reflejo de su gusto personal y de la re-decoración que había emprendido
tras la muerte de Edward. Sofás de brocado, dos encantadoras butacas importadas
de Italia junto a la chimenea, una serie de atractivas acuarelas en las paredes
tapizadas de seda. Un jarrón precioso y muy costoso que ________ había
encargado, contenía un ramillete variado del jardín de atrás, y el perfume era
un baño de delicias florales, sobre todo en un día tan bonito. Erradicar todas
las cosas que le recordaran la presencia de Edward fue un placer. El habría
odiado la feminidad de los toques personales, leves y delicados, pero por lo
que ella sabía, él había odiado un gran número de cosas si no eran idea
específicamente suya.



Franklin había
reaccionado ante la nueva decoración con una mueca y un destello de frialdad de
sus ojos claros. «La casa de la ciudad debía haber sido mía», decía esa mirada,
y el coste del nuevo mobiliario procedía de la fortuna que él creyó que debía
heredar. No es que a ________ le importara la opinión de Franklin, ya que era
su dinero, y si deseaba barrer el gusto de su marido de la casa, habitación por
habitación, eso haría.



—Fui a ver las
carreras de caballos, naturalmente, milord. Por suerte hizo un día magnífico,
de modo que disfruté muchísimo. — _______ mantuvo en todo momento un tono frío
y distante, intentando que él dejara de interesarse por sus actividades
sociales. —Lamento no haber estado en casa cuando vino usted la semana pasada.
Me temo que últimamente he estado bastante ocupada.



—La semana pasada, la
anterior... sí, ya me he dado cuenta. Espero que sea consciente de que no es
recomendable ir sola a un lugar como las carreras. Allí suele congregarse una
multitud compuesta en su mayoría por hombres. Las damas decentes no van por ahí
sin acompañante. La próxima vez que desee usted asistir a un espectáculo
público de ese tipo, hágamelo saber y yo organizaré las cosas para estar a su
lado.



«Dios bendito, se
parece tanto a Edward, con esos mismos fríos ojos azules...»



Tenía la cara de un
halcón, completamente angulosa con una nariz algo aguileña, y el pelo espeso y
oscuro. Sus pómulos enjutos terminaban en una boca de labios finos que muy
pocas veces sonreían. Franklin, que había entrado en la treintena y ahora tenía
un título, estaba considerado muy buen partido. Tal vez fuera apuesto, pero su
parecido con Edward, tanto en lo físico como en la actitud, resultaba demasiado
perturbador. Sus ojos de pesados párpados la observaban y evaluaban con la
desafección habitual.



Era como ser avistada
por un pájaro de presa, pensó con desagrado. No, por un buitre, listo para
arrancarle la carne de los huesos si no se protegía a sí misma.



________ se puso tensa
ante su tono y la presunción de que él pudiera decidir alguna cosa sobre su
vida, y darle lecciones de decoro, nada menos.



—Fui con Melinda
Cassat y su esposo, de manera que no estuve sola en absoluto. En cualquier
caso, no es necesario que se preocupe por mi bienestar.



Franklin se inclinó
hacia delante. Iba pulcramente vestido con unas ropas más propias de un
cortesano que de un caballero durante una visita matinal. Con profusión de
encajes en el cuello y en los puños de las mangas.



—Ah, pero no olvidemos
que es usted la viuda de mi primo, así que debo preocuparme.



—No se inquiete, se lo
ruego.



No había nada que ella
deseara más que dar por terminada toda relación con la familia Wynn, y Franklin
siempre la incomodaba. En su opinión, el interés que él mostraba por su
bienestar tenía muy poco que ver con su persona, y mucho con la cantidad de
dinero que Edward le había dejado. Afortunadamente el testamento había bastado
para neutralizar sus protestas. De todo aquel asunto, ella había aprendido una
nueva lección sobre lo difícil que puede ser conseguir la independencia.



—Su reincorporación a
la vida social me preocupa de manera infinita. —Parecía que él la atravesara
con su mirada fija y carente de emoción.



—No consigo comprender
por qué ha de ser así. Llevo una vida muy tranquila en su mayor parte. Estoy
empezando a aceptar algunas invitaciones de un modo gradual, pero...



—Tal vez yo debería
ser consultado sobre los actos a los que debe usted asistir.



La irritación se
convirtió en algo más.



—Soy una viuda —le
recordó a modo de duro reproche. Luego, puesto que era él quien la había
visitado y él quien insistía en hacer suposiciones, añadió de forma impulsiva:
—Con fortuna propia.



Le tocó a él
irritarse; ese tema le resultaba doloroso. Tardó un momento, pero adquirió de
forma evidente una expresión de ira.



—Soy plenamente
consciente, querida, del estado de sus finanzas. Y sé también que es usted
joven y muy casadera todavía. Los caballeros carentes de escrúpulos existen, y
es mi deber protegerla.



Cualquier respuesta
que ________ hubiera dado a continuación habría sido probablemente brusca y
malintencionada, pero por suerte fue capaz de morderse la lengua. Echó una
ojeada a las pálidas paredes y a las telas lujosas que la rodeaban, que sentía
como indicadores de su independencia. Deseó que en ese momento la nota de
respuesta de Rothay no estuviera apretujada en su mano excesivamente húmeda.



Hubiera mantenido
mejor la serenidad frente a Franklin si aquel pedazo de pergamino inculpador no
hubiera creado un círculo de fuego en la palma de su mano. El mayordomo se la
había entregado al mismo tiempo que anunciaba a su indeseado visitante, y
______, muerta de curiosidad, ansiaba deshacerse de Franklin y leer la
contestación de Rothay. Aquello era como una brasa ardiente que ella debía
arrojar tan lejos de su persona como le fuera posible.



Si Franklin supiera lo
que era aquello, denostaría su nombre, y con enorme placer. No se hacía
ilusiones acerca de lo que él era capaz de hacer si tenía la oportunidad.



—Estuve muy bien
acompañada por Melinda y su esposo y nadie me abordó. No había asistido a las
carreras anteriormente y no sabía qué esperar. Todo me pareció bastante
emocionante.



Lo había sido, desde
los sofisticados atuendos de la gente, los vítores exuberantes, la atronadora
gloria de los lustrosos caballos, hasta el momento en el que había contenido el
aliento al ver al duque de Rothay y a lord Manderville, un contraste de morena
y satánica belleza masculina y dorado atractivo apolíneo. Parecidos y sin
embargo tan distintos físicamente, ambos tan habituados a su notoriedad,
prescindiendo con tanta naturalidad de los murmullos y las miradas furtivas,
como si ellos dictaran sus propias normas y sencillamente no notaran que las
cabezas se volvían, ni los susurros solapados tras las manos enguantadas.



¿Qué haría Melinda si
supiera que la nota de respuesta de Rothay estaba en ese momento, sin leer, en
sus manos? O aún peor, ¿qué pensaría si se diera cuenta de que era ________ ,
nada más y nada menos, quien se había puesto en contacto con el infame duque y
su igualmente célebre amigo?



Esa era una pregunta
fácil de contestar. Melinda no lo hubiera creído. Nadie lo hubiera hecho.



Ni ella misma estaba
segura de creerlo.



—Me hace muy feliz
saber que disfrutó, querida, pero ya sabe que yo estoy siempre a su
disposición. —Franklin se acomodó de nuevo en la butaca como si tuviera
intención de quedarse un rato y cruzó las piernas, refinadamente ataviadas, a
la altura de los tobillos.



El tono un tanto
sugerente de su voz hizo que ella reprimiera un escalofrío. Disposición. Una
palabra carente de contenido sexual, pero algo en la forma en que fue
pronunciada dejaba entrever una insinuación lasciva. Era difícil no preguntarse
si no sería parecido a Edward en más aspectos que el puramente físico. No es
que él fuera a molestarse jamás en cortejarla; _______ no se hacía ilusiones a ese respecto. Franklin
quería controlar la herencia que consideraba que debería ser suya por derecho,
y ella estaba entre él y su objetivo; de ahí su solícito interés.



________ asintió, pero con una ambigua inclinación de
cabeza que ocultaba su repulsión. Según su amarga experiencia, la familia Wynn
tenía una faceta tenaz que era difícil sacudirse de encima, de manera que una
confrontación directa no era una buena idea.



—Le agradezco su
oferta.



—Yo sigo ansioso por
recibirla unos días en el campo, para que podamos hablar tranquilamente de
cuestiones como esta. Mi madre ejercería de acompañante, por supuesto.



Pese a que Franklin le
había dicho que podía utilizar la casa a su conveniencia, ella había optado por
no aceptar nada de él, ni siquiera la hospitalidad.



—Tal vez algún día.


Era tremendamente
consciente de la misiva que tenía al lado, sobre la tela de la butaca, y que
intentaba ocultar lo mejor posible, cubriéndola con un gesto despreocupado de
la mano.



«¿Qué dirá?»


Era duro estar sentada
allí, con compostura, con la serenidad fría y absoluta que la hacía parecer tan
inalcanzable a la mayoría de los caballeros impertinentes.



La imagen exterior era
la adecuada.



La verdad interior era
un poco más difícil de afrontar.



Franklin persistió:


—En cuanto a Londres,
humildemente le diría que yo puedo aconsejarla acerca de qué invitaciones debe
aceptar o declinar. Al fin y al cabo, tengo más experiencia.



¿Hacía demasiado calor
en la habitación o era ella? _______ luchó contra el impulso de abanicarse y en
lugar de eso sonrió.



—Admiro mucho su
pericia para desenvolverse en sociedad con tanta naturalidad, milord.



—Un nuevo matrimonio
ventajoso también la ayudaría. —Levantó una espesa ceja con una implicación
arrogante, que fue como el pinchazo de una aguja.



Él quería su dinero.
_______ tuvo la desagradable sensación
de que codiciaba su cuerpo también, pero ni bajo pena de muerte habría aceptado
jamás esa idea.



No era necesario que
él conociera la inseguridad que ella sentía en público y en privado. De hecho,
era algo que estaba intentando superar. Con la ayuda de un duque muy apuesto y
de un joven conde igualmente atractivo.



Quizá.


Le pareció que pasaba
una eternidad hasta que él echó una mirada al reloj de bronce dorado en la
repisa de la chimenea y se puso de pie.



—Discúlpeme, pero
tengo una cita. La visitaré la semana próxima. Si hace buen tiempo, tal vez
podríamos planear una pequeña salida.



Ella preferiría que le
pasara por encima una manada de elefantes, pero se las arregló para sonreír de
forma banal.



—Tal vez.


_________ esperó a oír el traqueteo del carruaje
alejándose, antes de coger con cuidado el sobre que le habían enviado.



Incluso la caligrafía
del duque era arrogante, pensó contemplando la carta un momento, antes de
inspirar hondo y abrirla. Con los dedos temblándole de un modo revelador, sacó
el único pedazo de papel que había dentro, y leyó la respuesta a su imprudente
proposición.



Probablemente él iba a
perder esa apuesta infame, pero la mejor forma de disimular un corazón roto era
con una alocada bravuconería varonil... o al menos así era como él lo estaba
haciendo.









El carruaje circulaba
con gran estruendo por Upper Brook Street y Nicholas Drake miraba por la
ventanilla sin ver nada, absorto en sus propios pensamientos.



La mayoría no eran
agradables, desgraciadamente. La mayoría incluían imágenes de Annabel —no, eso
había que corregirlo: de la futura lady Hyatt, —en brazos de su nuevo marido.
Desnuda, él la abrazaba, le besaba los labios; la cabellera dorada de ella
centelleaba entre las sábanas mientras ambos se movían unidos por un ritmo inmemorial,
y ella abría completamente sus esbeltas piernas mientras su amante penetraba su
complaciente cuerpo...



Vaya, era muy
productivo imaginarse eso, se conminó a sí mismo de malhumor, mientras se
hundía en los cojines de la banqueta y dejaba escapar un suspiro de
frustración. Torturarse no mejoraba las cosas. Eso era lo que le había puesto
en el aprieto actual. No le sorprendía el hecho de haber caído de tal modo en
la bebida la noche en que Rothay y él habían empezado aquella discusión de
adolescentes; quizá incluso la apuesta pública había sido una forma de
devolverle el golpe a Annie, por aquel anuncio que había aparecido en el
periódico.






El honorable Nicholas Drake se complace en anunciar el
compromiso formal de la señorita Annabel Reid con lord Alfred Hyatt. El enlace
se celebrará dentro de cuatro meses...






Nicholas no había sido capaz de seguir leyendo.


Aquello le había
dolido. Maldita sea, ver aquello en letra impresa le había dolido de verdad.
Incluso más de lo que esperaba, a pesar de que su tío Thomas ya le había
hablado de la petición de mano y de que ella había aceptado, añadiendo además
un comentario personal sobre lo apropiado que era el enlace.



Pero cuando Nicholas,
sentado allí, leyó la irrefutable nota del anuncio público del compromiso y se
hizo cargo de sus implicaciones, una punzada de dolor penetró en su alma y le
provocó una herida sangrante.



Así que para «mejorar»
las cosas, pensó con un estremecimiento interior, se había emborrachado a
conciencia y después empeoró una reputación que Annabel ya había considerado
repugnante lanzando aquel desafío por el que Londres bullía de expectación en
aquel momento. El hecho de que Joseph y él ya tuvieran un pasado de pugnas de
todo tipo, desde académicas hasta atléticas y, por supuesto, de mujeres, no
ayudó mucho. En parte aquello no era más que una faceta de sus personalidades,
y en parte resultado de su origen similar. Ambos habían heredado riquezas y
títulos en la juventud, y con ellos tanto la libertad como las limitaciones que
acompañaban a los legados. Su amistad nació de forma inmediata y natural, como
dos hermanos que se encontraban cara a cara por primera vez y se reconocían
mutuamente.



Eso había espoleado el
disparatado debate de la otra noche. Joseph tenía sus propios demonios.
Nicholas sabía muy bien que su amigo había sufrido una experiencia muy poco
feliz que siempre le mantenía en guardia, por muy encantador que pudiera
parecer desde fuera. Joe no había hablado de ello, y Nick no hizo preguntas
sobre aquel roce casi desastroso con el amor, que por parte de la mujer con la
que Joseph pensaba casarse resultó ser avaricia calculada en lugar de
sentimiento profundo. Entre ambos hombres existía un acuerdo tácito de no
hablar del asunto, que no había sido violado en los diez años de relación.



Al fin y al cabo,
ambos se parecían mucho.



Por lo visto ahora le
tocaba a Nicholas arder en el infierno.



Sin duda Annabel
sentía menos afecto por él que nunca. Si es que eso era posible. ¿Por qué no se
había dado cuenta nunca de que la amaba hasta que fue demasiado tarde?



Porque era un maldito
estúpido, desde luego. Ella amaba a otro. Por lo que sabía, lord Alfred Hyatt
era un tipo decente, lo cual empeoraba las cosas. Si ella fuera a casarse con
un desaprensivo, sería razonable que él manifestara sus objeciones, pero no era
así. De modo que no podía, y en cualquier caso ella jamás escucharía sus
consejos.



¿Por qué debería
hacerlo? El era experto en lo transitorio, no en el matrimonio.



—Milord...


La voz le sacó de su
abstracción; se dio cuenta de que el vehículo se había detenido y de que el
cochero estaba de pie esperando, con la puerta abierta. El joven tosió
discretamente.



—Perdón. —Nick bajó de
un salto con una sonrisa contrita en la cara. —Esta tarde he bebido un poco.



Aquello era
innecesario y se preguntó por qué le daba explicaciones a un criado. Tal vez
porque no tenía ni idea del rato que llevaba allí meditando taciturno. Subió la
escalera de su casa de la ciudad, le hizo un gesto de agradecimiento al lacayo
que le abrió la puerta y se encaminó derecho al estudio.



Al contrario que la
abarrotada estancia de la enorme mansión de Mayfair que los duques de Rothay
habían considerado su hogar durante varios siglos, el santuario de Nick era
pulcro y ordenado. Tenía todos sus papeles apilados en una esquina del
escritorio, la correspondencia nueva encima del vade y su whisky favorito en
una licorera sobre una bandeja colocada a un lado. La habitación olía a cera y
un poco a tabaco; él se encontraba cómodo entre aquellas paredes revestidas de
madera y la pintura al óleo de un paisaje de Berkshire sobre la chimenea era
una de sus preferidas. Aunque en su actual estado de turbulencia emocional, ni
siquiera la bucólica visión de las onduladas colinas influía en su agitado
espíritu.



Se hundió en la butaca
detrás del escritorio y echó una ojeada a las cartas sin abrir con expresión de
hastío. Encima de todas había un sobre sencillo, sin sello, y solo con su
nombre escrito delante con una caligrafía clara. Intrigado, lo apartó del
montón y lo abrió.






Milord Manderville:


Reunámonos en el Flower and Swine de Holborn, esta noche a
las diez en punto. Habré reservado el saloncito privado para nuestra
conversación.






Ah, sí, la endemoniada
apuesta.



No había firma, pero
él reconoció la caligrafía de la nota que había leído anteriormente. Bien, la
dama era rápida, eso tenía que reconocerlo. Era fácil deducir que Joseph habría
recibido una misiva similar.



Cogió un abrecartas
con el emblema familiar en el mango de metal y lo hizo girar distraídamente
entre los dedos.



Bien, pensó con
vehemente resignación, ¿por qué no asistir? ¿Por qué no esforzarse al máximo en
probar su destreza sexual? Por lo menos, aquello le distraería de su presente
estado de patética autocompasión, además de proporcionarle la posibilidad de
pasar un buen rato con una mujer cariñosa y complaciente.



Si cerraba los ojos,
tal vez incluso podría fingir que le hacía el amor a Annabel. Después de todo,
quizá esa estrategia le haría vencer.




Hola chicas!! aca les dejo el cap 2 y lo de la apuesta ya lo van a entender mejor :)

zai
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