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"Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
CAPITULO 14
Joe se echó a reír cuando le conté dónde había estado. El brillo de sus ojos me animó a que le describiera la reunión. Nunca había sido demasiado buena a la hora de contar historias, pero a él se le daba tan bien escuchar, que hablé y hablé hasta que me di cuenta de que llevaba veinte minutos hablando de juguetes sexuales y medias abiertas.
—Parece que has pasado un buen rato —comentó—. Veinte Preguntas Picantes.
El vino de Joe era mejor que el de Marcy, y tomé otro trago antes de contestar. El alcohol me soltaba la lengua. Me recliné contra los cojines del sofá, y le dije:
—Me parece que la sociedad en general está tan centrada en el sexo y en ser sexy, que se ha convertido en una especie de carrera. Todo el mundo corre sin parar mientras intenta alcanzar a los demás, y al final todos creemos que nos merecemos el premio —al ver que él se echaba a reír, lo miré ceñuda y le pregunté—: ¿Estás riéndote de mí?
—No. Eres tan sincera, que me resulta Imposible reírme de ti.
—Estás haciéndolo —le dije, mientras dejaba el vaso encima de la mesa.
—No —se acercó un poco más a mí, y posó las manos en mis brazos—. Es que me hace gracia, estás un poco borracha.
Aquello era cierto, pero también estaba indignada.
—¿Te hace gracia que esté borracha?
Él empezó a frotarme los brazos, y me dijo:
—No, lo que me hace gracia es que te ofenda tanto que la sociedad nos convierta en una especie de maniacos sexuales. Y también que relaciones los fuegos eróticos con algo sacado de Alicia en el país de las maravillas.
Intenté indignarme aún más, pero me resultaba muy difícil seguir enfadada teniéndolo tan cerca.
—¿Lo has leído?
—Sí, ¿te extraña?
Si le decía que sí, a lo mejor se molestaba. Recorrí la sala de estar con la mirada, y al ver las estanterías, le pregunté:
—¿Te gusta leer?
Me levanté antes de que contestara, y me acerqué a leer los títulos. Ver los libros de alguien puede ser tan íntimo como echarle un vistazo a su botiquín. Joe tenía varios estantes con libros forrados en cuero sobre derecho y otros temas de lo más aburridos, pero debajo había novelas policíacas en rústica y ediciones en tapa dura de algunos clásicos que reconocí. Lo miré por encima del hombro, y le pregunté sonriente:
—¿Te apuntaste al Club de los Clásicos Mensuales?
—Sí.
—¿Los has leído todos?
El corazón es un cazador solitario, Jayne Eyre, Cumbres borrascosas, Drácula, Fiesta... pasé el dedo por los lomos, y saqué uno. El olor de un buen libro tiene un olor especial.
—Sí —se acercó a mí, y me abrazó por la cintura desde detrás.
Dejé el libro en su sitio, y seguí leyendo los títulos, Mis dedos se detuvieron de nuevo, y me volví para mirarlo.
—¡Tienes El principito!
—Sí —admitió, con una pequeña carcajada.
Lo saqué de la estantería. Aquella edición era más reciente que la mía. La tapa estaba casi nueva, y las páginas no estaban dobladas. Alguien con bastante mala letra había escrito: Para Joe, con amor. Cuando le enseñé la inscripción, se encogió de hombros y me dijo:
—Me lo regaló una antigua novia.
—¿Lo has leído?
—No, ¿debería hacerlo?
—No soy quién para decirte lo que tienes que hacer —lo dije con altanería, mientras volvía a poner el libro en su sitio.
—Tú sí que lo has leído, ¿verdad?
Me limité a sonreír. Al notar que sus manos me agarraban de las caderas con suavidad, di un paso hacia un lado mientras me giraba un poco, para que no pareciera que estaba huyendo de su abrazo. Me apoyé en la estantería y le dije:
—Sí, es uno de mis libros preferidos.
—¿Ah, sí? —miró hacía el libro antes de volver a mirarme a los ojos—. En ese caso, voy a tener que leerlo.
—No hace falta —sentí un poco de vergüenza. El principito era un libro para niños... bueno, más o menos. Pero al admitir que era mi libro preferido acababa de revelar algo sobre mí misma.
—Ya sé que no hace falta —se me acercó un poco, y añadió—: A lo mejor quiero hacerlo.
Pasé por debajo de su brazo, y fui hacia el sofá.
—A lo mejor no te gusta, Joe.
—Y a lo mejor sí. ¿Quieres más vino?
Intenté lanzarle una mirada severa, pero a juzgar por su sonrisa, no lo logré.
—Me parece que quieres emborracharme.
—Pues claro.
—Para poder aprovecharte de mí.
—Me has pillado.
Conseguí a duras penas contener una sonrisa, —Para poder hacer todo tipo de cosas depravadas conmigo.
—Exacto.
Lo miré a los ojos cuando se sentó a mi lado, y le dije:
—He sido la que ha sacado menos puntuación en el cuestionario la verdad es que me he sentido como una inútil.
—¿Por eso has empezado a despotricar antes? Me dio unas palmaditas tranquilizadoras en la cabeza cuando asentí, y los dos nos echamos a reír.
—Pobrecita, ¿qué es lo que no has hecho y las demás sí?
—Todo.
Había tenido relaciones sexuales con un montón de hombres, pero en gran parte habían sido encuentros aburridos e inútiles, diez minutos de preliminares rápidos seguidos por un minuto y medio de embestidas frenéticas. La gente no tiene tanta imaginación como en las películas. A lo mejor había tenido la suerte de no haber topado nunca con un fetichista ni con un asesino en serie, o quizá había tenido la precaución de elegir a tipos que no me habían impresionado con su imaginación... hasta que había conocido a Joe.
—Sé que has hecho algunas cosas, _____________.
—Nada fuera de lo normal —dejé que me acercara más, y me pasó un brazo por los hombros.
—¿Eso crees? —empezó a besarme la oreja, y añadió—: Yo diría que dejar que te follara en un servicio público se salió bastante de lo normal.
—Ésa no era una de las preguntas —bueno, no era una de las que había contestado con sinceridad. Me estremecí al sentir su boca sobre mi piel. Me incliné para poder sacar la hoja de mi bolso, que estaba a mis pies, y se la di—. Aquí tienes las Veinte Preguntas Picantes, descubre los secretos de mi tristemente aburrido pasado.
Joe desdobló el papel, y empezamos a leerlo. Después de echarle un vistazo, me miró a la cara y posó una mano sobre mi mejilla. Me acarició con suavidad, y trazó mis labios con el pulgar.
—¿Perdiste la virginidad a los dieciséis?
—Sí, ¿y tú?
—Cuando tenía más de dieciséis —volvió a mirar la hoja, y me preguntó—: ¿Sólo has tenido un novio?
—Sí —me miró con expresión penetrante, pero fui incapaz de adivinar lo que estaba pensando—. ¿Y tú?
—Ninguno.
—¿Y novias?
—Cuatro o cinco en serio —cuando empecé a hacerle cosquillas, se echó a reír y se apartó un poco—. ¡Estate quieta!
Volvimos a reclinarnos en el sofá. Se volvió a mirarme después de dejar la hoja sobre la mesa, y me tensé al verlo tan serio.
—Has estado con setenta y ocho hombres, pero sólo has tenido un novio.
—Sí.
Creía que me preguntaría por qué, pero él se limitó a apoyar la cabeza contra la mía y no dijo nada. El silencio podría haber sido incómodo, pero no lo fue. Había vuelto a pasarme un brazo por los hombros, y empezó a trazar pequeños círculos sobre mi brazo con la punta de los dedos. Entrelazó la otra mano con la mía, y las colocó sobre mi muslo,
—¿Has estado alguna vez con dos hombres?
—¿Has estado alguna vez con dos mujeres?
—Sí. ¿Te excitaría estar con una? —lo dijo con total naturalidad, como si estuviera hablando del tiempo.
—No lo sé. No lo he intentado nunca.
—Pero te gustaría estar con dos hombres.
Asentí mientras me humedecía el labio inferior con la lengua, y admití:
—Sí, me parece que sí —al ver que no decía nada, me di cuenta de que estaba esperando a que añadiera algo más, así que respiré hondo y le dije—: He tenido muchas relaciones sexuales, pero sin demasiada... variedad.
—Puede ser divertido tener variedad, __________.
—En ese caso, no me he divertido demasiado.
Ladeó la cabeza para mirarme, y asintió antes de decir:
—Me gustaría hacer algo al respecto.
—No sé si...
—¿Preferirías no saberlo de antemano, que se presentara la oportunidad sin más?
No supe qué contestar. Las sorpresas nunca me han gustado demasiado. Mi vida se rige a partir de cálculos, estadísticas, números, planes, reglas, líneas, cuadrículas. Todo lo que hacía tenía un orden, una estructura, un control... hasta que conocí a Joe.
—Soy un poco rígida... no, la verdad es que soy muy rígida, y soy una obsesa del control.
Era algo que me parecía obvio, pero Joe negó con la cabeza y me dijo:
—A mí no me lo parece.
—¿En serio? —me aparté un poco de él. El efecto del vino empezaba a desvanecerse—. Dime, ¿qué es lo que ves?
Él sonrió mientras me miraba de arriba abajo, y al final me dijo:
—Veo una mujer muy inteligente y sexy —se echó a reír al ver mi expresión—. Lo digo en serio, __________. Sí, es obvio que eres un poco... reservada, pero no eres rígida, sobre todo después de beber un par de vasos de vino.
Tardé unos segundos en contestar,
—¿Alguna vez has escuchado un sonido durante tanto tiempo, que al final te has olvidado de que estaba allí hasta que ha parado?
—Sí, el año que hubo tantas cigarras. Hacían tanto ruido, que parecía que una nave espacial estaba aterrizando, pero al cabo de un rato el sonido pasó a un segundo plano hasta que anocheció y me di cuenta de que habían dejado de zumbar.
—Ruido blanco. Pues eso es lo que hay continuamente dentro de mi cabeza. Siempre estoy pensando en algo, mi mente sigue y sigue todo el rato.
Lo miré con atención para intentar ver su reacción, pero mi pequeña rareza no pareció importarle.
—Bueno, casi todo el rato —admití.
—¿Qué es lo que consigue que se pare?
—La bebida —contemplé nuestras manos entrelazadas, y añadí—: Y el sexo.
—¿El sexo hace que dejes de pensar tanto?
Y también que dejara de contar. Me limité a asentir, y le dije:
—Tenía que haber alguna razón que explicara lo de los setenta y ocho hombres, ¿no?
Él permaneció en silencio mientras yo seguía observando nuestras manos. No quería mirarlo a la cara, porque tenía miedo de que aquellos ojos que me habían animado a hablar estuvieran llenos de desprecio.
—Ven conmigo —se puso de pie, y tiró de mí.
El corazón se me aceleró, pero lo seguí hacia el dormitorio sin protestar.
—Siéntate.
Volví a obedecerlo, me senté en el borde de la cama.
Fue a su armario, sacó un pañuelo, lo dobló una: dos, tres veces, me lo puso sobre los ojos, y me lo ató detrás de la cabeza. Oscuridad total, con un pequeño resquicio de luz debajo. Solté una risita nerviosa, pero él permaneció en silencio.
Me limité a esperar, pero no pasó nada. Oí que se movía por la habitación, un sonido suave que podría ser él quitándose la ropa, el golpeteo ahogado de un cajón al cerrarse... no dijo ni una palabra.
Noté que la boca se me secaba por la ansiedad, pero permanecí quieta. Mi vida entera se centraba en el control... excepto allí, en aquel lugar, en aquel momento, con aquel hombre.
Sentí que sus manos me levantaban la falda por encima de las rodillas, y que la cama se hundía un poco cuando se sentó a mi lado. Enderecé la espalda, pero él me puso una mano en el hombro para que no me moviera. Su otra mano se deslizó por mi muslo hasta mi entrepierna, y sus dedos me rozaron las bragas. Entonces se quedó quieto.
Como no podía ver, mis otros sentidos se aguzaron. Podía oler su colonia y el vino que había bebido, oía su respiración y la notaba en el cuello. Permanecí rígida y tensa.
—¿Joe?
—Shhh...
Tragué con dificultad. La mano que estaba en mi entrepierna ascendió por mi cuerpo, me desabrochó la blusa y me la quitó. Al notar la caricia del aire en la piel los pezones se me endurecieron.. Me quitó el sujetador, y tomó mis senos en sus manos. Sus pulgares empezaron a acariciarme los pezones, y poco después solté un grito del placer al notar la calidez y la humedad de su boca.
Me chupó un pezón mientras seguía acariciándome el otro pecho con la mano. Mientras yo respiraba jadeante, su boca recorrió la curva de mi pecho y empezó a chuparme el otro pezón.
Sus manos empezaron a deslizarse por mi piel. Después de desabrocharme la falda, me alzó un poco para poder quitármela. Sentí que se colocaba entre mis piernas mientras sus manos se posaban en mis muslos y su boca me succionaba el pezón. Me tensé cuando hizo que abriera más las piernas.
—¿Sigues pensando, ___________?
—Sí —le dije, con voz ronca.
—A ver si puedo echarte una mano.
Su tono de voz travieso contribuyó a que me relajara. Me estremecí cuando sus dedos ascendieron por la parte interior de mis muslos, cerré los ojos tras el pañuelo, y eché la cabeza hacia atrás mientras me apoyaba en las manos.
Cuando me tocó por fin entre las piernas, di un pequeño respingo. Me acarició a través del encaje antes de quitarme las bragas, y sentí el contacto sedoso y fresco de la colcha bajo mi piel.
—¿Tienes frío?
Negué con la cabeza. Sus manos empezaron a deslizarse por mi cuerpo de nuevo, fueron subiendo por mis muslos y mis caderas, por mi vientre y mis senos. Llegaron a mis hombros, y me rodearon el cuello con una suave presión.
—Estás temblando, ________.
Tuve que humedecerme los labios antes de poder contestar.
—Es... es por cómo me tocas...
Su aliento me acarició la piel y al cabo de un momento su boca se posó sobre mi cuello, justo sobre mi pulso. Eché la cabeza un poco más hacia atrás mientras él me chupaba y me mordisqueaba. Bajó la mano hasta mi entrepierna, y gemí cuando me metió los dedos.
—Me encantan los ruidos que haces cuando estás excitada —me susurró al oído, mientras sus dedos me arrancaban otro gemido—. Me encanta que te pongas tan húmeda por mí, y con tanta rapidez. Ninguna mujer ha respondido a mis caricias como tú.
Sus dedos siguieron moviéndose dentro de mí, y en cuestión de segundos estuve al borde del orgasmo. Joe me atormentó con un ritmo lento mientras su boca trazaba eróticos dibujos sobre mi piel, pero de repente se apartó y me quedé jadeante. Cuando empezó a acariciarme con la punta de un dedo, alternando pequeños roces con movimientos circulares más firmes, mi espalda se arqueó.
Se apartó de nuevo, pero volvió al cabo de un instante. Sus manos presionaron contra la parte interna de mis muslos para que los abriera más, y entonces noté su aliento sobre el estómago.
Me tensé de pies a cabeza, y me senté de golpe.
—No.
Él me frotó con suavidad las piernas, y me dijo: —Relájate, no pasa nada.
—No, Joe. Necesito saber que te pararás si te digo que no, tengo que estar segura.
Intenté apartarme de él mientras intentaba quitarme el pañuelo, pero él puso una mano sobre la mía para detenerme. Permanecimos así durante unos segundos, hasta que bajé la mano de nuevo. Estaba temblando. Su sombra se movió delante de mi rostro, y el pequeño resquicio de claridad se desvaneció.
—Te prometo que jamás haré nada que tú no quieras, __________.
Asentí y él empezó a acariciarme de nuevo, pero me costó un poco volver a relajarme. Él se tomó su tiempo, se movió sin prisa. Me susurró al oído palabras llenas de dulzura mientras avivaba mi excitación con las manos y la boca. Su lengua trazó palabras sobre mi clavícula, y consiguió arrancarme un suspiro trémulo.
Todo se desvaneció a mí alrededor, sólo existía él.
Aquello era glorioso, era felicidad pura, era placer, era el olvido, era el infinito. Era sexo, aunque también había algo aterrador que solía evitar, pero que en ese momento fui incapaz de rechazar: intimidad.
Grité su nombre cuando me corrí, y volví a decirlo mientras respiraba jadeante. Él apretó la mano contra mi sexo, y me abrazó mientras el orgasmo me recorría.
—¿Qué me está pasando?, no puedo saciarme de ti —me susurró al oído, mientras mi cuerpo seguía convulsionándose.
Fui incapaz de responderle, de darle una explicación. Yo misma tampoco lo entendía. Me daba un poco de miedo, pero lo mismo puede decirse de las montañas rusas, y me subo en ellas a pesar de todo.
Es difícil romper los viejos hábitos, pero resulta fácil adaptarse a los nuevos. Joe fue convirtiéndose en un hábito poco a poco, paso a paso. Sí no podíamos vernos en persona, hablábamos por teléfono. Me enviaba mensajes graciosos por el móvil o por correo electrónico, y cuando chateábamos hasta tarde me escribía ocurrencias subidas de tono que me hacían reír y suspirar a la vez.
El sexo era fantástico, variado, apasionado, excitante... resultaba cada vez más familiar, y eso era algo que anhelaba con todas mis fuerzas pero que también me daba miedo. Le había dicho que estaba dispuesta a llegar hasta donde él quisiera llevarme, y quizá había sido una afirmación bastante bravucona. Joe me llevaba a lugares en los que nunca había estado, a los que nunca me había permitido ir, y dejaba que me llevara hasta allí sencillamente porque él hacía que quisiera permitírselo. Le había dicho cómo me llamaba y le había entregado mi cuerpo, pero era incapaz de entregarme por completo. Me contenía hasta cierto punto, pero no sé si él notaba que le ocultaba secretos y que había cosas que no le había contado, porque no sacó el tema en ningún momento.
Siempre era yo la que iba a su casa, jamás lo invitaba a que viniera a la mía. No quería tener que explicarle a qué se debían el mobiliario austero, la falta de color, o la ausencia de fotos de familia. No quería arriesgarme a que oyera por casualidad alguno de los mensajes de mi madre, no quería revelarme por entero ante él.
Él no me presionó, y yo no intenté apartarme. Seguimos así, con aquella rutina cómoda, y yo intenté restarle importancia al asunto. Pasaron tres semanas más o menos así, mientras él iba penetrando en mi vida con tanta fluidez, que deseé poder olvidar cómo había sido mi vida antes de conocerlo.
Pero no podía olvidarlo. Había algunos días en los que pensaba que el pasado había sido mejor de lo que recordaba, y otros en los que admitía que había sido peor, pero cada vez que me planteaba dejar de devolverle las llamadas, él hacía o decía algo que me ayudaba a darme cuenta de que sería una tonta si dejaba de verme con él.
La primavera fue dando paso al verano, así que cuando volvía a casa aún no había anochecido. Por eso no me costó ver las bolsas de basura que había tiradas por el porche de al lado. Justo cuando acababa de meter la llave en la cerradura, la puerta de los Ossley se abrió de golpe y Gavin salió a trompicones.
Llevaba los vaqueros negros y la camiseta gris de siempre, pero no tenía puesta la enorme sudadera con capucha. Se agachó con actitud defensiva junto a una de las bolsas, y el flequillo le cayó sobre la frente.
No tenía intención de quedarme mirando, no quería hacerlo. Fuera lo que fuese lo que estaba pasando en casa de mis vecinos, no era asunto mío, pero mi llave y el testarudo cerrojo parecían empeñados en no dejarme entrar en casa.
—¡Te dije que limpiaras tu mierda sí no querías que lo tirara todo a la basura! —gritó la señora Ossley, desde la puerta de su casa—. ¡Me paso todo el día trabajando, no tengo por qué encontrarme una pocilga al llegar a casa!
—¡Pues no entres en mi habitación!
Al otro lado del pequeño callejón que separaba nuestras casas, la señora Pease entreabrió su puerta y se asomó. Era una mujer que llevaba unos cuarenta años en aquel vecindario. Mantenía su casa limpia y en buenas condiciones, sacaba el cubo de basura los días en que pasaba el camión, y tenía un gato que a veces miraba por la ventana. Eso era todo lo que sabía sobre ella. Nuestras miradas se encontraron por un instante.
La señora Ossley me vio, y se volvió de nuevo hacia Gavin. Supuse que a lo mejor se sentía un poco avergonzada al ver que la habían pillado comportándose con tanta beligerancia, pero me di cuenta de que estaba equivocada cuando tomó un trago del vaso que tenía en la mano y dijo como si yo no existiera:
—Dennis va a venir esta noche, y no quiero que tus trastos estén por medio. Limpia tu mierda, Gavin.
Me sentía cada vez más incómoda. Gavin se puso de pie, se apartó el pelo de la cara, y gritó con voz aguda y temblorosa:
—¡No quiero que entres en mí habitación!
—¡Tu habitación está en mi casa!
La llave entró por fin en el cerrojo, y me prometí que lo engrasaría cuanto antes para que no volviera a pasarme algo así. Cerré la puerta a mi espalda. Tenía un nudo en el estómago, aunque sabía que mi reacción era exagerada; al fin y al cabo, los adolescentes se pelean a menudo con sus padres por la limpieza de sus habitaciones. Que yo supiera, la señora Ossley no había golpeado a su hijo.
No tenía por qué entrometerme, las manos no tenían por qué temblarme después de la escena que acababa de presenciar... pero ella tenía un vaso en la mano, y arrastraba un poco las palabras. Y Gavin se había encogido al salir a trompicones de la casa, y se había agachado en actitud defensiva junto a una de sus bolsas.
Que una persona beba no significa que sea alcohólica, y lo mismo puede decirse de alguien que se emborracha una vez y trata a gritos a sus hijos. Algunas personas serían unas impresentables si el alcohol no lubricara un poco sus lenguas viperinas, y era posible que la señora Ossley formara parte de ese grupo.
Al fin y al cabo, ¿acaso importaba? No era asunto mío. Aquella mujer estaba en su derecho de querer tener la casa limpia. Los adolescentes son expertos a la hora de ensuciar. Era su hijo, tenía derecho a exigirle que la obedeciera.
Pero no podía dejar de pensar en el vaso, y en cómo se había acobardado Gavin a pesar de que debía de ser unos siete centímetros más alto que ella.
No era asunto mío, no tenía por qué preocuparme. Estaba casi convencida de que ella no lo golpeaba, y aunque supiera a ciencia cierta que lo de los arañazos del gato era mentira, era poco probable que su madre le hubiera hecho aquellas heridas. Las madres no agarran los brazos de sus hijos para empezar a hacerles cortes perfectamente alineados, eso es algo que se hacen ellos mismos.
Pero no era asunto mío.
Gavin era un buen chico, pero no era mi hijo.
Subí a cambiarme de ropa, y al ver lo lleno que estaba el cesto de la ropa sucia, me di cuenta de lo desorganizada que se había vuelto mi rutina. Hacía días que no me acordaba de hacer la colada, y que no pasaba la aspiradora. Como mucho, había metido la vajilla sucia en el lavaplatos, era obvio que Joe estaba abarcando gran parte de mi tiempo.
Me di una ducha larga y caliente pensando en él. Disfruté del vapor que me rodeaba, y del olor del jabón especial de lavanda que mi madre habría criticado porque no tenía lo que fuera que ella utilizaba para evitar que se le arrugara la piel. Me lavé el pelo, que me llegaba hasta la base de la espalda. Lo tenía más largo que nunca y solía llevarlo recogido, así que me sorprendí un poco al sentir su peso sobre los hombros y a lo largo de la espalda.
Era como si estuviera despertando después de haber estado durmiendo durante muchas horas, o como si estuviera hundiéndome en un sueno delicioso y surrealista. La caricia del agua, el calor, el olor del jabón, la sensación de mis manos deslizándose por mi piel... eran cosas que ya había experimentado antes, pero que en ese momento me parecían nuevas. Yo misma me sentía nueva.
Jamás he sido demasiado romántica, los hechos y las cifras siempre han tenido más sentido para mí que las flores y las fantasías. No me gustan los cuentos de hadas porque crea que puedan ser ciertos, sino porque los temas que promueven son tan ridículos, que demuestran por sí mismos que tengo razón al no creer en ellos. ¿Una princesa encerrada en una torre de cristal, que espera a que llegue el príncipe? El cristal se rompe; además, ¿qué clase de princesa esperaría a que la salvara un príncipe? Una estúpida y carente de recursos, la princesa Armonía nunca esperó a que un hombre la rescatara, lo hizo ella misma.
Pero eso no implica que fuera inmune al encanto del romanticismo. Era incapaz de convencerme a mí misma de que existía de verdad, pero eso no significaba que no quisiera creer en él.
No sabría decir por qué fue Joe en concreto, por qué lo quería a él después de pasar tanto tiempo sin querer a ningún hombre. Algunos creen en el destino o en el karma, otros en el deseo a primera vista, y hay quien cree que existe una persona en el universo para cada uno de nosotros, un amor verdadero al que reconocemos en cuanto lo vemos.
Yo creo en las cifras y en la lógica, en los cálculos que pueden demostrarse, en resultados que no están basados en la suerte, sino en los hechos. Creo que el espacio no tolera el vacío, y que todos estamos esperando que nos llenen.
Creo que Joe y yo nos sentimos atraídos el uno hacia el otro, como estrellas que van acercándose debido a la gravedad y que acaban fusionándose y creando un sol. Creo que estaba vacía y a la espera de que me llenaran, y que Joe estaba allí y lo hizo. Y también creo que podría haber sido otro, que no estamos predestinados a estar con una persona en concreto, que otro hombre podría haber acabado llenándome también, Pero me alegro de que fuera Joe quien lo hiciera. Él me había abierto los ojos, pero porque estaban listos para abrirse.
Me quedé en la ducha hasta, que el agua empezó a enfriarse. La suavidad del albornoz y de la toalla en la que me envolví el pelo contribuyeron a la sensación onírica que me envolvía, al igual que el vaho que cubría el espejo. Lo limpié para mirarme, y contemplé mi reflejo mientras intentaba encontrar algún signo externo que revelara mi cambio interno.
No vi ninguno. Los ojos no habían empezado a brillarme con una nueva luz, las líneas de expresión no habían desaparecido, mi boca no había empezado a curvarse hacia arriba como por voluntad propia.
Me senté desnuda en la cama mientras me peinaba. Fui deshaciendo los nudos hasta que pude pasar el peine con fluidez desde la raíz hasta las puntas, y el movimiento rítmico y casi hipnótico fue relajándome. La tersura de la colcha bajo mi piel, la calidez de la brisa nocturna que entraba por las ventanas abiertas, el susurro del peine... estaba envuelta en una burbuja de sensualidad.
Después de ponerme la loción hidratante, me puse un pijama y me dejé el pelo suelto. Estaba lánguida y relajada. Me tumbé en la cama y me quedé mirando las grietas del techo, pero en aquella ocasión no las conté y me dediqué a crear con ellas formas Imaginarias... un pájaro, el perfil de una mujer, un reloj.
Había algo en mi interior que había cambiado, aunque no habría sabido describirlo. Por primera vez en años, no me sentía como si estuviera tras una puerta cerrada, esperando aterrada a que se abriera. Había llegado el momento de que las cosas cambiaran.
Joe se echó a reír cuando le conté dónde había estado. El brillo de sus ojos me animó a que le describiera la reunión. Nunca había sido demasiado buena a la hora de contar historias, pero a él se le daba tan bien escuchar, que hablé y hablé hasta que me di cuenta de que llevaba veinte minutos hablando de juguetes sexuales y medias abiertas.
—Parece que has pasado un buen rato —comentó—. Veinte Preguntas Picantes.
El vino de Joe era mejor que el de Marcy, y tomé otro trago antes de contestar. El alcohol me soltaba la lengua. Me recliné contra los cojines del sofá, y le dije:
—Me parece que la sociedad en general está tan centrada en el sexo y en ser sexy, que se ha convertido en una especie de carrera. Todo el mundo corre sin parar mientras intenta alcanzar a los demás, y al final todos creemos que nos merecemos el premio —al ver que él se echaba a reír, lo miré ceñuda y le pregunté—: ¿Estás riéndote de mí?
—No. Eres tan sincera, que me resulta Imposible reírme de ti.
—Estás haciéndolo —le dije, mientras dejaba el vaso encima de la mesa.
—No —se acercó un poco más a mí, y posó las manos en mis brazos—. Es que me hace gracia, estás un poco borracha.
Aquello era cierto, pero también estaba indignada.
—¿Te hace gracia que esté borracha?
Él empezó a frotarme los brazos, y me dijo:
—No, lo que me hace gracia es que te ofenda tanto que la sociedad nos convierta en una especie de maniacos sexuales. Y también que relaciones los fuegos eróticos con algo sacado de Alicia en el país de las maravillas.
Intenté indignarme aún más, pero me resultaba muy difícil seguir enfadada teniéndolo tan cerca.
—¿Lo has leído?
—Sí, ¿te extraña?
Si le decía que sí, a lo mejor se molestaba. Recorrí la sala de estar con la mirada, y al ver las estanterías, le pregunté:
—¿Te gusta leer?
Me levanté antes de que contestara, y me acerqué a leer los títulos. Ver los libros de alguien puede ser tan íntimo como echarle un vistazo a su botiquín. Joe tenía varios estantes con libros forrados en cuero sobre derecho y otros temas de lo más aburridos, pero debajo había novelas policíacas en rústica y ediciones en tapa dura de algunos clásicos que reconocí. Lo miré por encima del hombro, y le pregunté sonriente:
—¿Te apuntaste al Club de los Clásicos Mensuales?
—Sí.
—¿Los has leído todos?
El corazón es un cazador solitario, Jayne Eyre, Cumbres borrascosas, Drácula, Fiesta... pasé el dedo por los lomos, y saqué uno. El olor de un buen libro tiene un olor especial.
—Sí —se acercó a mí, y me abrazó por la cintura desde detrás.
Dejé el libro en su sitio, y seguí leyendo los títulos, Mis dedos se detuvieron de nuevo, y me volví para mirarlo.
—¡Tienes El principito!
—Sí —admitió, con una pequeña carcajada.
Lo saqué de la estantería. Aquella edición era más reciente que la mía. La tapa estaba casi nueva, y las páginas no estaban dobladas. Alguien con bastante mala letra había escrito: Para Joe, con amor. Cuando le enseñé la inscripción, se encogió de hombros y me dijo:
—Me lo regaló una antigua novia.
—¿Lo has leído?
—No, ¿debería hacerlo?
—No soy quién para decirte lo que tienes que hacer —lo dije con altanería, mientras volvía a poner el libro en su sitio.
—Tú sí que lo has leído, ¿verdad?
Me limité a sonreír. Al notar que sus manos me agarraban de las caderas con suavidad, di un paso hacia un lado mientras me giraba un poco, para que no pareciera que estaba huyendo de su abrazo. Me apoyé en la estantería y le dije:
—Sí, es uno de mis libros preferidos.
—¿Ah, sí? —miró hacía el libro antes de volver a mirarme a los ojos—. En ese caso, voy a tener que leerlo.
—No hace falta —sentí un poco de vergüenza. El principito era un libro para niños... bueno, más o menos. Pero al admitir que era mi libro preferido acababa de revelar algo sobre mí misma.
—Ya sé que no hace falta —se me acercó un poco, y añadió—: A lo mejor quiero hacerlo.
Pasé por debajo de su brazo, y fui hacia el sofá.
—A lo mejor no te gusta, Joe.
—Y a lo mejor sí. ¿Quieres más vino?
Intenté lanzarle una mirada severa, pero a juzgar por su sonrisa, no lo logré.
—Me parece que quieres emborracharme.
—Pues claro.
—Para poder aprovecharte de mí.
—Me has pillado.
Conseguí a duras penas contener una sonrisa, —Para poder hacer todo tipo de cosas depravadas conmigo.
—Exacto.
Lo miré a los ojos cuando se sentó a mi lado, y le dije:
—He sido la que ha sacado menos puntuación en el cuestionario la verdad es que me he sentido como una inútil.
—¿Por eso has empezado a despotricar antes? Me dio unas palmaditas tranquilizadoras en la cabeza cuando asentí, y los dos nos echamos a reír.
—Pobrecita, ¿qué es lo que no has hecho y las demás sí?
—Todo.
Había tenido relaciones sexuales con un montón de hombres, pero en gran parte habían sido encuentros aburridos e inútiles, diez minutos de preliminares rápidos seguidos por un minuto y medio de embestidas frenéticas. La gente no tiene tanta imaginación como en las películas. A lo mejor había tenido la suerte de no haber topado nunca con un fetichista ni con un asesino en serie, o quizá había tenido la precaución de elegir a tipos que no me habían impresionado con su imaginación... hasta que había conocido a Joe.
—Sé que has hecho algunas cosas, _____________.
—Nada fuera de lo normal —dejé que me acercara más, y me pasó un brazo por los hombros.
—¿Eso crees? —empezó a besarme la oreja, y añadió—: Yo diría que dejar que te follara en un servicio público se salió bastante de lo normal.
—Ésa no era una de las preguntas —bueno, no era una de las que había contestado con sinceridad. Me estremecí al sentir su boca sobre mi piel. Me incliné para poder sacar la hoja de mi bolso, que estaba a mis pies, y se la di—. Aquí tienes las Veinte Preguntas Picantes, descubre los secretos de mi tristemente aburrido pasado.
Joe desdobló el papel, y empezamos a leerlo. Después de echarle un vistazo, me miró a la cara y posó una mano sobre mi mejilla. Me acarició con suavidad, y trazó mis labios con el pulgar.
—¿Perdiste la virginidad a los dieciséis?
—Sí, ¿y tú?
—Cuando tenía más de dieciséis —volvió a mirar la hoja, y me preguntó—: ¿Sólo has tenido un novio?
—Sí —me miró con expresión penetrante, pero fui incapaz de adivinar lo que estaba pensando—. ¿Y tú?
—Ninguno.
—¿Y novias?
—Cuatro o cinco en serio —cuando empecé a hacerle cosquillas, se echó a reír y se apartó un poco—. ¡Estate quieta!
Volvimos a reclinarnos en el sofá. Se volvió a mirarme después de dejar la hoja sobre la mesa, y me tensé al verlo tan serio.
—Has estado con setenta y ocho hombres, pero sólo has tenido un novio.
—Sí.
Creía que me preguntaría por qué, pero él se limitó a apoyar la cabeza contra la mía y no dijo nada. El silencio podría haber sido incómodo, pero no lo fue. Había vuelto a pasarme un brazo por los hombros, y empezó a trazar pequeños círculos sobre mi brazo con la punta de los dedos. Entrelazó la otra mano con la mía, y las colocó sobre mi muslo,
—¿Has estado alguna vez con dos hombres?
—¿Has estado alguna vez con dos mujeres?
—Sí. ¿Te excitaría estar con una? —lo dijo con total naturalidad, como si estuviera hablando del tiempo.
—No lo sé. No lo he intentado nunca.
—Pero te gustaría estar con dos hombres.
Asentí mientras me humedecía el labio inferior con la lengua, y admití:
—Sí, me parece que sí —al ver que no decía nada, me di cuenta de que estaba esperando a que añadiera algo más, así que respiré hondo y le dije—: He tenido muchas relaciones sexuales, pero sin demasiada... variedad.
—Puede ser divertido tener variedad, __________.
—En ese caso, no me he divertido demasiado.
Ladeó la cabeza para mirarme, y asintió antes de decir:
—Me gustaría hacer algo al respecto.
—No sé si...
—¿Preferirías no saberlo de antemano, que se presentara la oportunidad sin más?
No supe qué contestar. Las sorpresas nunca me han gustado demasiado. Mi vida se rige a partir de cálculos, estadísticas, números, planes, reglas, líneas, cuadrículas. Todo lo que hacía tenía un orden, una estructura, un control... hasta que conocí a Joe.
—Soy un poco rígida... no, la verdad es que soy muy rígida, y soy una obsesa del control.
Era algo que me parecía obvio, pero Joe negó con la cabeza y me dijo:
—A mí no me lo parece.
—¿En serio? —me aparté un poco de él. El efecto del vino empezaba a desvanecerse—. Dime, ¿qué es lo que ves?
Él sonrió mientras me miraba de arriba abajo, y al final me dijo:
—Veo una mujer muy inteligente y sexy —se echó a reír al ver mi expresión—. Lo digo en serio, __________. Sí, es obvio que eres un poco... reservada, pero no eres rígida, sobre todo después de beber un par de vasos de vino.
Tardé unos segundos en contestar,
—¿Alguna vez has escuchado un sonido durante tanto tiempo, que al final te has olvidado de que estaba allí hasta que ha parado?
—Sí, el año que hubo tantas cigarras. Hacían tanto ruido, que parecía que una nave espacial estaba aterrizando, pero al cabo de un rato el sonido pasó a un segundo plano hasta que anocheció y me di cuenta de que habían dejado de zumbar.
—Ruido blanco. Pues eso es lo que hay continuamente dentro de mi cabeza. Siempre estoy pensando en algo, mi mente sigue y sigue todo el rato.
Lo miré con atención para intentar ver su reacción, pero mi pequeña rareza no pareció importarle.
—Bueno, casi todo el rato —admití.
—¿Qué es lo que consigue que se pare?
—La bebida —contemplé nuestras manos entrelazadas, y añadí—: Y el sexo.
—¿El sexo hace que dejes de pensar tanto?
Y también que dejara de contar. Me limité a asentir, y le dije:
—Tenía que haber alguna razón que explicara lo de los setenta y ocho hombres, ¿no?
Él permaneció en silencio mientras yo seguía observando nuestras manos. No quería mirarlo a la cara, porque tenía miedo de que aquellos ojos que me habían animado a hablar estuvieran llenos de desprecio.
—Ven conmigo —se puso de pie, y tiró de mí.
El corazón se me aceleró, pero lo seguí hacia el dormitorio sin protestar.
—Siéntate.
Volví a obedecerlo, me senté en el borde de la cama.
Fue a su armario, sacó un pañuelo, lo dobló una: dos, tres veces, me lo puso sobre los ojos, y me lo ató detrás de la cabeza. Oscuridad total, con un pequeño resquicio de luz debajo. Solté una risita nerviosa, pero él permaneció en silencio.
Me limité a esperar, pero no pasó nada. Oí que se movía por la habitación, un sonido suave que podría ser él quitándose la ropa, el golpeteo ahogado de un cajón al cerrarse... no dijo ni una palabra.
Noté que la boca se me secaba por la ansiedad, pero permanecí quieta. Mi vida entera se centraba en el control... excepto allí, en aquel lugar, en aquel momento, con aquel hombre.
Sentí que sus manos me levantaban la falda por encima de las rodillas, y que la cama se hundía un poco cuando se sentó a mi lado. Enderecé la espalda, pero él me puso una mano en el hombro para que no me moviera. Su otra mano se deslizó por mi muslo hasta mi entrepierna, y sus dedos me rozaron las bragas. Entonces se quedó quieto.
Como no podía ver, mis otros sentidos se aguzaron. Podía oler su colonia y el vino que había bebido, oía su respiración y la notaba en el cuello. Permanecí rígida y tensa.
—¿Joe?
—Shhh...
Tragué con dificultad. La mano que estaba en mi entrepierna ascendió por mi cuerpo, me desabrochó la blusa y me la quitó. Al notar la caricia del aire en la piel los pezones se me endurecieron.. Me quitó el sujetador, y tomó mis senos en sus manos. Sus pulgares empezaron a acariciarme los pezones, y poco después solté un grito del placer al notar la calidez y la humedad de su boca.
Me chupó un pezón mientras seguía acariciándome el otro pecho con la mano. Mientras yo respiraba jadeante, su boca recorrió la curva de mi pecho y empezó a chuparme el otro pezón.
Sus manos empezaron a deslizarse por mi piel. Después de desabrocharme la falda, me alzó un poco para poder quitármela. Sentí que se colocaba entre mis piernas mientras sus manos se posaban en mis muslos y su boca me succionaba el pezón. Me tensé cuando hizo que abriera más las piernas.
—¿Sigues pensando, ___________?
—Sí —le dije, con voz ronca.
—A ver si puedo echarte una mano.
Su tono de voz travieso contribuyó a que me relajara. Me estremecí cuando sus dedos ascendieron por la parte interior de mis muslos, cerré los ojos tras el pañuelo, y eché la cabeza hacia atrás mientras me apoyaba en las manos.
Cuando me tocó por fin entre las piernas, di un pequeño respingo. Me acarició a través del encaje antes de quitarme las bragas, y sentí el contacto sedoso y fresco de la colcha bajo mi piel.
—¿Tienes frío?
Negué con la cabeza. Sus manos empezaron a deslizarse por mi cuerpo de nuevo, fueron subiendo por mis muslos y mis caderas, por mi vientre y mis senos. Llegaron a mis hombros, y me rodearon el cuello con una suave presión.
—Estás temblando, ________.
Tuve que humedecerme los labios antes de poder contestar.
—Es... es por cómo me tocas...
Su aliento me acarició la piel y al cabo de un momento su boca se posó sobre mi cuello, justo sobre mi pulso. Eché la cabeza un poco más hacia atrás mientras él me chupaba y me mordisqueaba. Bajó la mano hasta mi entrepierna, y gemí cuando me metió los dedos.
—Me encantan los ruidos que haces cuando estás excitada —me susurró al oído, mientras sus dedos me arrancaban otro gemido—. Me encanta que te pongas tan húmeda por mí, y con tanta rapidez. Ninguna mujer ha respondido a mis caricias como tú.
Sus dedos siguieron moviéndose dentro de mí, y en cuestión de segundos estuve al borde del orgasmo. Joe me atormentó con un ritmo lento mientras su boca trazaba eróticos dibujos sobre mi piel, pero de repente se apartó y me quedé jadeante. Cuando empezó a acariciarme con la punta de un dedo, alternando pequeños roces con movimientos circulares más firmes, mi espalda se arqueó.
Se apartó de nuevo, pero volvió al cabo de un instante. Sus manos presionaron contra la parte interna de mis muslos para que los abriera más, y entonces noté su aliento sobre el estómago.
Me tensé de pies a cabeza, y me senté de golpe.
—No.
Él me frotó con suavidad las piernas, y me dijo: —Relájate, no pasa nada.
—No, Joe. Necesito saber que te pararás si te digo que no, tengo que estar segura.
Intenté apartarme de él mientras intentaba quitarme el pañuelo, pero él puso una mano sobre la mía para detenerme. Permanecimos así durante unos segundos, hasta que bajé la mano de nuevo. Estaba temblando. Su sombra se movió delante de mi rostro, y el pequeño resquicio de claridad se desvaneció.
—Te prometo que jamás haré nada que tú no quieras, __________.
Asentí y él empezó a acariciarme de nuevo, pero me costó un poco volver a relajarme. Él se tomó su tiempo, se movió sin prisa. Me susurró al oído palabras llenas de dulzura mientras avivaba mi excitación con las manos y la boca. Su lengua trazó palabras sobre mi clavícula, y consiguió arrancarme un suspiro trémulo.
Todo se desvaneció a mí alrededor, sólo existía él.
Aquello era glorioso, era felicidad pura, era placer, era el olvido, era el infinito. Era sexo, aunque también había algo aterrador que solía evitar, pero que en ese momento fui incapaz de rechazar: intimidad.
Grité su nombre cuando me corrí, y volví a decirlo mientras respiraba jadeante. Él apretó la mano contra mi sexo, y me abrazó mientras el orgasmo me recorría.
—¿Qué me está pasando?, no puedo saciarme de ti —me susurró al oído, mientras mi cuerpo seguía convulsionándose.
Fui incapaz de responderle, de darle una explicación. Yo misma tampoco lo entendía. Me daba un poco de miedo, pero lo mismo puede decirse de las montañas rusas, y me subo en ellas a pesar de todo.
Es difícil romper los viejos hábitos, pero resulta fácil adaptarse a los nuevos. Joe fue convirtiéndose en un hábito poco a poco, paso a paso. Sí no podíamos vernos en persona, hablábamos por teléfono. Me enviaba mensajes graciosos por el móvil o por correo electrónico, y cuando chateábamos hasta tarde me escribía ocurrencias subidas de tono que me hacían reír y suspirar a la vez.
El sexo era fantástico, variado, apasionado, excitante... resultaba cada vez más familiar, y eso era algo que anhelaba con todas mis fuerzas pero que también me daba miedo. Le había dicho que estaba dispuesta a llegar hasta donde él quisiera llevarme, y quizá había sido una afirmación bastante bravucona. Joe me llevaba a lugares en los que nunca había estado, a los que nunca me había permitido ir, y dejaba que me llevara hasta allí sencillamente porque él hacía que quisiera permitírselo. Le había dicho cómo me llamaba y le había entregado mi cuerpo, pero era incapaz de entregarme por completo. Me contenía hasta cierto punto, pero no sé si él notaba que le ocultaba secretos y que había cosas que no le había contado, porque no sacó el tema en ningún momento.
Siempre era yo la que iba a su casa, jamás lo invitaba a que viniera a la mía. No quería tener que explicarle a qué se debían el mobiliario austero, la falta de color, o la ausencia de fotos de familia. No quería arriesgarme a que oyera por casualidad alguno de los mensajes de mi madre, no quería revelarme por entero ante él.
Él no me presionó, y yo no intenté apartarme. Seguimos así, con aquella rutina cómoda, y yo intenté restarle importancia al asunto. Pasaron tres semanas más o menos así, mientras él iba penetrando en mi vida con tanta fluidez, que deseé poder olvidar cómo había sido mi vida antes de conocerlo.
Pero no podía olvidarlo. Había algunos días en los que pensaba que el pasado había sido mejor de lo que recordaba, y otros en los que admitía que había sido peor, pero cada vez que me planteaba dejar de devolverle las llamadas, él hacía o decía algo que me ayudaba a darme cuenta de que sería una tonta si dejaba de verme con él.
La primavera fue dando paso al verano, así que cuando volvía a casa aún no había anochecido. Por eso no me costó ver las bolsas de basura que había tiradas por el porche de al lado. Justo cuando acababa de meter la llave en la cerradura, la puerta de los Ossley se abrió de golpe y Gavin salió a trompicones.
Llevaba los vaqueros negros y la camiseta gris de siempre, pero no tenía puesta la enorme sudadera con capucha. Se agachó con actitud defensiva junto a una de las bolsas, y el flequillo le cayó sobre la frente.
No tenía intención de quedarme mirando, no quería hacerlo. Fuera lo que fuese lo que estaba pasando en casa de mis vecinos, no era asunto mío, pero mi llave y el testarudo cerrojo parecían empeñados en no dejarme entrar en casa.
—¡Te dije que limpiaras tu mierda sí no querías que lo tirara todo a la basura! —gritó la señora Ossley, desde la puerta de su casa—. ¡Me paso todo el día trabajando, no tengo por qué encontrarme una pocilga al llegar a casa!
—¡Pues no entres en mi habitación!
Al otro lado del pequeño callejón que separaba nuestras casas, la señora Pease entreabrió su puerta y se asomó. Era una mujer que llevaba unos cuarenta años en aquel vecindario. Mantenía su casa limpia y en buenas condiciones, sacaba el cubo de basura los días en que pasaba el camión, y tenía un gato que a veces miraba por la ventana. Eso era todo lo que sabía sobre ella. Nuestras miradas se encontraron por un instante.
La señora Ossley me vio, y se volvió de nuevo hacia Gavin. Supuse que a lo mejor se sentía un poco avergonzada al ver que la habían pillado comportándose con tanta beligerancia, pero me di cuenta de que estaba equivocada cuando tomó un trago del vaso que tenía en la mano y dijo como si yo no existiera:
—Dennis va a venir esta noche, y no quiero que tus trastos estén por medio. Limpia tu mierda, Gavin.
Me sentía cada vez más incómoda. Gavin se puso de pie, se apartó el pelo de la cara, y gritó con voz aguda y temblorosa:
—¡No quiero que entres en mí habitación!
—¡Tu habitación está en mi casa!
La llave entró por fin en el cerrojo, y me prometí que lo engrasaría cuanto antes para que no volviera a pasarme algo así. Cerré la puerta a mi espalda. Tenía un nudo en el estómago, aunque sabía que mi reacción era exagerada; al fin y al cabo, los adolescentes se pelean a menudo con sus padres por la limpieza de sus habitaciones. Que yo supiera, la señora Ossley no había golpeado a su hijo.
No tenía por qué entrometerme, las manos no tenían por qué temblarme después de la escena que acababa de presenciar... pero ella tenía un vaso en la mano, y arrastraba un poco las palabras. Y Gavin se había encogido al salir a trompicones de la casa, y se había agachado en actitud defensiva junto a una de sus bolsas.
Que una persona beba no significa que sea alcohólica, y lo mismo puede decirse de alguien que se emborracha una vez y trata a gritos a sus hijos. Algunas personas serían unas impresentables si el alcohol no lubricara un poco sus lenguas viperinas, y era posible que la señora Ossley formara parte de ese grupo.
Al fin y al cabo, ¿acaso importaba? No era asunto mío. Aquella mujer estaba en su derecho de querer tener la casa limpia. Los adolescentes son expertos a la hora de ensuciar. Era su hijo, tenía derecho a exigirle que la obedeciera.
Pero no podía dejar de pensar en el vaso, y en cómo se había acobardado Gavin a pesar de que debía de ser unos siete centímetros más alto que ella.
No era asunto mío, no tenía por qué preocuparme. Estaba casi convencida de que ella no lo golpeaba, y aunque supiera a ciencia cierta que lo de los arañazos del gato era mentira, era poco probable que su madre le hubiera hecho aquellas heridas. Las madres no agarran los brazos de sus hijos para empezar a hacerles cortes perfectamente alineados, eso es algo que se hacen ellos mismos.
Pero no era asunto mío.
Gavin era un buen chico, pero no era mi hijo.
Subí a cambiarme de ropa, y al ver lo lleno que estaba el cesto de la ropa sucia, me di cuenta de lo desorganizada que se había vuelto mi rutina. Hacía días que no me acordaba de hacer la colada, y que no pasaba la aspiradora. Como mucho, había metido la vajilla sucia en el lavaplatos, era obvio que Joe estaba abarcando gran parte de mi tiempo.
Me di una ducha larga y caliente pensando en él. Disfruté del vapor que me rodeaba, y del olor del jabón especial de lavanda que mi madre habría criticado porque no tenía lo que fuera que ella utilizaba para evitar que se le arrugara la piel. Me lavé el pelo, que me llegaba hasta la base de la espalda. Lo tenía más largo que nunca y solía llevarlo recogido, así que me sorprendí un poco al sentir su peso sobre los hombros y a lo largo de la espalda.
Era como si estuviera despertando después de haber estado durmiendo durante muchas horas, o como si estuviera hundiéndome en un sueno delicioso y surrealista. La caricia del agua, el calor, el olor del jabón, la sensación de mis manos deslizándose por mi piel... eran cosas que ya había experimentado antes, pero que en ese momento me parecían nuevas. Yo misma me sentía nueva.
Jamás he sido demasiado romántica, los hechos y las cifras siempre han tenido más sentido para mí que las flores y las fantasías. No me gustan los cuentos de hadas porque crea que puedan ser ciertos, sino porque los temas que promueven son tan ridículos, que demuestran por sí mismos que tengo razón al no creer en ellos. ¿Una princesa encerrada en una torre de cristal, que espera a que llegue el príncipe? El cristal se rompe; además, ¿qué clase de princesa esperaría a que la salvara un príncipe? Una estúpida y carente de recursos, la princesa Armonía nunca esperó a que un hombre la rescatara, lo hizo ella misma.
Pero eso no implica que fuera inmune al encanto del romanticismo. Era incapaz de convencerme a mí misma de que existía de verdad, pero eso no significaba que no quisiera creer en él.
No sabría decir por qué fue Joe en concreto, por qué lo quería a él después de pasar tanto tiempo sin querer a ningún hombre. Algunos creen en el destino o en el karma, otros en el deseo a primera vista, y hay quien cree que existe una persona en el universo para cada uno de nosotros, un amor verdadero al que reconocemos en cuanto lo vemos.
Yo creo en las cifras y en la lógica, en los cálculos que pueden demostrarse, en resultados que no están basados en la suerte, sino en los hechos. Creo que el espacio no tolera el vacío, y que todos estamos esperando que nos llenen.
Creo que Joe y yo nos sentimos atraídos el uno hacia el otro, como estrellas que van acercándose debido a la gravedad y que acaban fusionándose y creando un sol. Creo que estaba vacía y a la espera de que me llenaran, y que Joe estaba allí y lo hizo. Y también creo que podría haber sido otro, que no estamos predestinados a estar con una persona en concreto, que otro hombre podría haber acabado llenándome también, Pero me alegro de que fuera Joe quien lo hiciera. Él me había abierto los ojos, pero porque estaban listos para abrirse.
Me quedé en la ducha hasta, que el agua empezó a enfriarse. La suavidad del albornoz y de la toalla en la que me envolví el pelo contribuyeron a la sensación onírica que me envolvía, al igual que el vaho que cubría el espejo. Lo limpié para mirarme, y contemplé mi reflejo mientras intentaba encontrar algún signo externo que revelara mi cambio interno.
No vi ninguno. Los ojos no habían empezado a brillarme con una nueva luz, las líneas de expresión no habían desaparecido, mi boca no había empezado a curvarse hacia arriba como por voluntad propia.
Me senté desnuda en la cama mientras me peinaba. Fui deshaciendo los nudos hasta que pude pasar el peine con fluidez desde la raíz hasta las puntas, y el movimiento rítmico y casi hipnótico fue relajándome. La tersura de la colcha bajo mi piel, la calidez de la brisa nocturna que entraba por las ventanas abiertas, el susurro del peine... estaba envuelta en una burbuja de sensualidad.
Después de ponerme la loción hidratante, me puse un pijama y me dejé el pelo suelto. Estaba lánguida y relajada. Me tumbé en la cama y me quedé mirando las grietas del techo, pero en aquella ocasión no las conté y me dediqué a crear con ellas formas Imaginarias... un pájaro, el perfil de una mujer, un reloj.
Había algo en mi interior que había cambiado, aunque no habría sabido describirlo. Por primera vez en años, no me sentía como si estuviera tras una puerta cerrada, esperando aterrada a que se abriera. Había llegado el momento de que las cosas cambiaran.
# TeamBullshit
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
ahhhh se esta enamorandoooo (baile de 15 segundos)))
siguelaa x amor de dios, PIDO MARATONNN
MARATONNN
MARATONN
ESTA NOVE CADA DIA ME ADICTA MASSS
MUERO X SABER Q SIGUE
Y SE Q AMBOS ESTAN MEGA ENAMORADOSS!!!
SIGUELAAA X AMOR A LOS JONAS!!!C
ATT: TU MEGASAA FIELISIIMA LECTORA!!!
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Yhosdaly
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
Yop Tambien Quiero .....
MRATON
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porfa! :)
MRATON
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porfa! :)
☎ Jimena Horan ♥
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
JOE ES UN PICARO
5 O 6 NOVIAS???WOW¡¡¡PERO ASI ES EL I LO AMO¡¡¡¡
OTRO CAO X MI CUMPLE¡¡¡¡QUE ES EL LUNES
https://onlywn.activoforo.com/t8348-mis-novelas#626363
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berenice_89
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
ssii maraton!!!!
las cosas van a cambiar??
queiro que se casen y tengan hijos ajjaja
siguela
las cosas van a cambiar??
queiro que se casen y tengan hijos ajjaja
siguela
andreita
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
Siguelaaa :D
Qeremos
MARATON
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MATATON
Qeremos
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☎ Jimena Horan ♥
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
CAPITULO 15
A pesar de que mi mente y mí cuerpo parecían dispuestos a seguir pensando en aquel nuevo rumbo, mi estómago protestó al cabo de un rato, así que no tuve más remedio que bajar a cenar. Hacía horas que había llegado a casa, y ya era de noche.
Mientras metía comida precocinada en el microondas, oí gritos ahogados a través de la pared de la cocina. Había estado en la casa de los Ossley antes de comprar la mía, cuando aún estaba a la venta. La estructura era idéntica, pero había elegido la mía porque el interior estaba en mejores condiciones. Al ver por dentro una y después la otra había sentido una sensación de déja vu, como si hubiera atravesado un espejo.
El temporizador del microondas sonó, y los gritos de la casa de al lado ganaron intensidad. Algo golpeó contra la pared con tanta fuerza, que el cuadro que tenía colgado encima de la mesa se movió; al cabo de un momento, vi movimiento a través de la ventana que daba a mi minúsculo jardín, y fui hacia allí sin pensarlo.
La puerta trasera de la casa de los Ossley estaba abierta, y un rectángulo de luz Iluminaba su jardín. Vi que algo salía volando y caía sobre la hierba. Gavin salió de inmediato y fue hacia el objeto.
—¡Ya te lo he advertido! —le gritó su madre, desde el porche trasero—. ¡Cómo no limpies tu mierda, tus cosas acabarán en la basura! ¡Dennis va a llegar dentro de un cuarto de hora, y no quiero ver tu mierda por toda la jodida casa!
Me sentí incómoda al oír aquel lenguaje tan soez, y de repente me di cuenta de que estaba comportándome como la típica vecina cotilla a la que no soportaba. Me aparté de la ventana, pero aún podía ver lo que pasaba y seguía oyendo los gritos de la señora Ossley. Se oyeron golpes y más golpes mientras las cosas seguían saliendo volando de la casa, y entonces me di cuenta de que eran libros.
Aquella bruja estaba tirando libros. Uno de ellos golpeó a Gavin en el hombro, y cayó abierto sobre la hierba. Él se agachó a recogerlo, aunque ya tenía los brazos llenos. Cuando su madre tiró otro: me di cuenta de que no estaba haciéndolo al azar, sino que estaba lanzándolos contra él. Aquél en concreto era bastante grueso, y tenía la tapa dura. Le dio en la cadera con tanta fuerza, que Gavin retrocedió un paso.
Dicen que, en condiciones extremas, las personas somos capaces de hacer cosas como levantar coches o entrar corriendo en un edificio en llamas. Aquella situación no era tan extrema, pero reaccioné con rapidez, sin pensar, y salí sin tener tiempo a planteármelo siquiera.
Nuestros patios traseros están separados por una valla metálica que llega a la altura de la cintura; la había instalado yo misma al mudarme allí para preservar un poco mi privacidad. Había servido para evitar que mis vecinos entraran en mi propiedad, pero en ese momento impidió que yo entrara en la suya.
—¿Estás bien, Gavin?
Él pareció sobresaltarse, a pesar de que debía de haberme visto salir de la cocina como una exhalación. Abrió la boca para decir algo, pero su madre se le adelantó.
—Entra en casa, Gavin.
Me volví a mirarla. Estaba silueteada por la luz de la casa, así que no era más que una sombra, pero pude ver con claridad el vaso que aún tenía en la mano; al parecer, no lo había soltado ni para lanzar los libros.
Cuando Gavin empezó a agacharse para recoger los libros que quedaban en el suelo, le dijo:
—Deja eso y entra ahora mismo.
—¿Pasa algo, señora Ossley? —mi tono de voz sonó más frío de lo que pretendía, y supongo que la enfadé aún más.
—No, señorita _________(ta). ¿Por qué no se mete en su casa y en sus propios asuntos? —soltó las palabras como si supieran a vómito.
—¿Estás bien, Gavin? —le pregunté con voz suave.
Él asintió y echó a andar hacia su casa, pero se detuvo para recoger un libro que había aterrizado abierto en un charco. El lomo se había roto, y varias de las hojas cayeron al suelo cuando lo levantó. Las demás estaban manchadas de barro, era mi copia de El principito, la que me había regalado mi vecina de la infancia, la señora Cooper. Gavin me lo dio por encima de la valla, y fue incapaz de mirarme a los ojos.
—Lo siento —susurró.
No tenía nada que decirle. Agarré el libro, y permanecí inmóvil mientras lo veía entrar en su casa. Su madre se apartó para dejarlo entrar, y cerró la puerta de golpe. Me quedé allí, en pijama, con un libro destrozado en la mano.
—Aquí fue donde me trajiste el día en que nos conocimos, el Cordero Devorado —miré el letrero, en el que había dibujado un lobo mordiendo a un cordero.
—Eres muy observadora. Anda, vamos a sentarnos — me dijo, mientras sujetaba la puerta para dejarme pasar.
—Me costaría olvidar un sitio con un nombre así. ¿También sirven comida?
—Sí, y muy buena.
—Perfecto, estoy hambrienta.
Nos sentamos a una mesa del fondo del local. Me sonrió al darme el menú, que incluía platos como pescado rebozado con patatas fritas y empanada de carne.
—Yo también, menos mal que comes —comentó, mientras examinaba el listado de cervezas.
—Claro que como —le dije, con una carcajada.
—No, me refiero a que comes de verdad. He salido con algunas mujeres que sólo picoteaban.
—Ah —fijé la mirada en mi menú mientras intentaba no ruborizarme—. Supongo que tengo buen apetito.
—Oye, que es algo que me encanta.
—¿En serio? —él tenía la costumbre de contestar a sus propias preguntas, y yo solía preguntar cosas que no necesitaban respuesta.
—Sí, en serio —me dijo, sonriente.
Siempre me siento un poco incómoda cuando me hacen un cumplido, a menos que tenga que ver con mi inteligencia. No es que crea que la persona que lo hace está mintiendo, sino que nunca sé si se supone que debo devolvérselo.
—Genial —alcé la mirada cuando se nos acercó el camarero, y le dije—: Quiero el pescado rebozado con patatas fritas, por favor, con vinagre de malta y salsa tártara. Y para beber... una Guinness.
—Lo mismo para mí —dijo Joe.
El camarero, que debía de tener veinte y pocos años, sonrió y dijo:
—Vaya, una chica que bebe cerveza de verdad. Impresionante, casi todas las dientas me piden cerveza baja en calorías.
Joe me miró antes de volverse de nuevo hacia el joven y comentó:
—Esta chica es especial.
—Sí, ya lo veo.
Eran dos hombres muy diferentes. Joe iba arreglado sin llegar a ser pijo, y solía llevar trajes caros o pantalones más informales, camisas de diseño con corbatas de fantasía. Aquel día llevaba unos vaqueros oscuros de corte recto, una camiseta blanca, y un jersey negro de cuello redondo de una tela fina. Iba informal, sin parecer descuidado.
El camarero llevaba los vaqueros sujetos con un cinturón de cuero negro tachonado de pequeños pinchos. Su pelo oscuro parecía muy suave. Lo llevaba corto por detrás, pero por delante le caía sobre un ojo. Tenía los brazos cubiertos de tatuajes, y llevaba piercings en las orejas, en la ceja... y en los pezones, se le transparentaban a través de la ajustada camisa blanca que llevaba. Tenía los ojos de un intenso tono azul, y una voz profunda que revelaba que era fumador. Cuando me miró con una sonrisa deslumbrante, entendí por qué las chicas que estaban sentadas en una esquina no paraban de cuchichear entre risitas.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó Joe, mientras se sacaba un paquete de tabaco del bolsillo.
Acepté el cigarro que me ofreció. Era bastante fuerte, rio de ésos de mentol. Cuando me lo encendió, inhalé profundamente, contuve el humo un poco para impresionarlos, y después lo solté poco a poco en una serie de anillos.
—Lo haces muy bien —me dijo el camarero—. Me llamo Jack.
—Jennifer —le di el nombre falso sin vacilar.
—Encantado de conocerte, Jennifer —me tomó la mano, y me besó los nudillos.
Miré a Joe, que me sonrió a través del humo del tabaco. Volví a mirar a Jack, No sabía si estaba flirteando conmigo, o si esta bromeando. Seguro que yo no era su tipo... era demasiado mayor para él, y vestía de forma demasiado conservadora.
—Enseguida vuelvo, llamadme si necesitáis algo.
La mirada que me lanzó no dejaba lugar a dudas: estaba flirteando conmigo. Lo seguí con la mirada mientras se dirigía hacia la barra, y las chicas se echaron a reír otra vez al verlo pasar, Me miró por encima del hombro, y volvió a lanzarme aquella sonrisa demoledora.
—Le pareces sexy —me dijo Joe, antes de darle una calada a su cigarro.
Yo dejé el mío en el cenicero, a pesar de que estaba casi entero.
—¿Ah, sí?
—Sí.
—¿Te molesta?
No había razón alguna por la que debiera molestarle, se lo pregunté por mera curiosidad. Él esbozó una sonrisa, y me dijo:
—No, no me molesta. ¿Por qué le has dado un nombre falso?
—No me gusta que cualquiera sepa cómo me llamo.
—Así que sueles dar un nombre falso, ¿no?
—Sí —cerré los menús, y los coloqué en su soporte.
—Mentir sobre tu nombre puede darte problemas después, si quieres conocer mejor a la persona y se entera de que iniciaste la relación con una mentira.
—A ti te dije la verdad, ¿qué más te da lo que les diga a los demás?
—Supongo que debería darme igual —miró bacía Jack, que estaba llenando nuestras jarras de Guinness en la barra—. ¿Te parece atractivo?
—Es bastante joven.
—No has contestado a mi pregunta.
—Es mono, parece sacado de un grupo punk.
—¿Te irías a casa con él si no estuvieras conmigo? — me preguntó, mientras encendía otro cigarro.
No contesté de inmediato, porque Jack llegó en ese momento con las cervezas. Después de dejarlas sobre la mesa, me sonrió de nuevo y nos dijo que la comida estaría enseguida. Tuve la impresión de que se decepcionaba un poco cuando le dijimos que no necesitábamos nada más.
—Puede que sí —dije, cuando se fue a servir otra mesa—. Lo dudo, pero puede que sí.
—¿Quieres que me vaya para poder ligar con él?
Creo que estaba intentando escandalizarme, pero me limité a agarrar mi cigarro y a hacer varios anillos de humo. Se reclinó en la silla, y tomó un trago de cerveza sin quitarme la mirada de encima.
—¿Quieres irte para que pueda hacerlo? —le pregunté.
Él miró de nuevo a Jack, y entonces se inclinó hacia mí y me dijo:
—Quiero verte con él.
El cigarrillo se detuvo a medio camino de mis labios. El rostro de Joe estaba muy cerca de mi mejilla. Ladeé un poco la cabeza, y le pregunté:
—¿Lo dices en serio?
Él asintió, y me rozó la parte inferior de la oreja con la boca antes de susurrar: —Sí.
Apagué el cigarro en el cenicero, y me aparté de él para poder beber un trago de cerveza. Se me aceleró el corazón, y me recorrió una oleada de calor. Cerré el cuello de mi chaqueta de punto, y posé los dedos sobre las cuentas que ribeteaban el borde. Las froté con suavidad antes de colocar la palma de la mano sobre la mesa.
—¿Sólo quieres mirar? —tomé otro trago, y esperé a que respondiera.
—¿Tienes otra cosa en mente? —me preguntó, mientras miraba de nuevo hacia Jack.
Yo también me volví hacia la barra, y el joven me saludó con una pequeña inclinación de cabeza al pillarnos observándolo. Miré de nuevo a Joe, pero las palabras se negaban a salir de mi boca. ¿Qué le dices al hombre al que estás tirándote cuando te pregunta si te gustaría follar con otro?
—Quieres follar con los dos a la vez.
Siempre sabía cómo decir las cosas.
Asentí en silencio. Era incapaz de decir que sí en voz alta, a pesar de que la mera idea bastaba para excitarme.
—¿Eso te haría feliz? —me preguntó, mientras me miraba con expresión pensativa.
Solté una carcajada, y le dije:
—No sé si me haría feliz, pero... me parece que me gustaría. ¿Estás seguro de que no prefieres algo así?
Le indiqué con un gesto las chicas de la esquina. Una de ellas estaba bailando seductoramente con una de sus amigas, mientras los chicos de la mesa de al lado las contemplaban embobados y aplaudían.
—Chica con chica, la bisexualidad está de moda — dije, en voz baja.
Joe se inclinó de nuevo hacia mí, y me soltó el pelo. Me lo alisó alrededor de los hombros, y hundió la mano entre los mechones al agarrarme con suavidad de la mica.
—¿Te tirarías a otra mujer si yo te lo pidiera? —me susurró al oído.
Tenía la garganta seca, y tuve que tragar saliva antes de poder contestar.
—Sí.
—Joder... Dios, ___________, eres tan... no puedo...
Me tomó por sorpresa al abrazarme. Apoyó la cara contra mi cuello mientras inhalaba mi aroma, y posó las manos en mi espalda. Yo me quedé quieta, sin saber si había cometido algún error o si había tenido un gran acierto.
Él se apartó al fin, y me miró a los ojos antes de decir:
—Sabes que eres maravillosa, ¿verdad?
—No digas eso. Joe. No me gusta.
Enmarcó mi cara entre sus manos, y trazó mis labios con el pulgar.
—¿Te gusta que te diga que tienes la boca más sexy del mundo?
—Tengo una bocaza —no pude evitar sonreír.
—¿Quién te ha dicho eso? —volvió a pasar los dedos por mi pelo. Era una caricia mimosa que me incomodó un poco, pero que al mismo tiempo me encantó.
—Mi madre y mi hermano.
—¿Y ellos qué saben?
No le contesté. Cuando empezó a trazar una de mis cejas me sentí un poco tonta, pero no protesté.
—Si te pidiera que te acostaras con otra mujer, sería pensando en mí, no en ti.
Me encogí de hombros. Su razonamiento estaba dejándome bastante perpleja.
—Sí, supongo que eso es verdad.
Apartó las manos de mi cara, y miró hacia Jack por encima del hombro antes de decir:
—Pero esta experiencia sería pensando en ti.
Me quedé sin palabras por un momento, y al final sólo conseguí decir:
—Joe... —en aquella ocasión, fui yo la que se inclinó para tocarlo. Coloqué las manos sobre sus hombros, y lo miré a los ojos—. ¿Qué está pasando?, ¿por qué estamos haciendo esto?
Deslizó las manos a lo largo de mis brazos, recorrió mis muñecas, y entrelazó sus dedos con los míos.
—No tengo ni idea, pero no quiero parar.
No sé la pinta que debíamos de tener mirándonos a los ojos con tanta intensidad y con las manos entrelazadas. En ese momento, me daba igual. Aquel contacto tan simple me excitaba, pero también me anclaba. Estaba excitada sin llegar a estar ansiosa.
Mientras estaba allí sentada, con Joe agarrándome las manos y preguntándome si quería acostarme con Jack y con él a la vez, los números desaparecieron. Era como sí aquel hombre hubiera apagado un interruptor de mi cerebro a la vez que encendía uno entre mis piernas. El deseo hacía que olvidara los cálculos, pero era Joe el que hacía que me sintiera lo bastante cómoda como para relajarme por completo.
—¿Crees que estaría dispuesto a hacerlo? —le pregunté, mientras lanzaba otra mirada hacia Jack.
—Creo que estaría dispuesto a dar su testículo izquierdo con tal de meterte mano.
—Qué sutileza, qué elegancia.
Joe se echó a reír, y me besó el cuello antes de decir:
—Sí,__________, creo que a Jack le encantaría acostarse contigo.
Me metió la mano por debajo de la falda mientras hablaba, y me estremecí cuando sus dedos me acariciaron por encima de las bragas de encaje. Me mordisqueó el lóbulo de la oreja, y se apartó mientras yo intentaba recobrar el aliento.
Cuando llegó la comida ya me había bebido media jarra de cerveza, pero me sentía tan mareada como si me hubiera tomado tres jarras enteras. Jack colocó los platos y los cubiertos, y yo mantuve la mirada fija en la mesa mientras Joe charlaba con él.
Cuando se fue, empezamos a comer, la comida estaba deliciosa, y saborearla era un placer sensual que se avivó cuando Joe empezó a darme trocitos de pescado con los dedos. Era un gesto tonto que le pringaba los dedos de aceite, pero me parecía muy sexy.
Cuando terminó, soltó un suspiro y apartó el plato vacío. Después de limpiarse los dedos, se dio unas palmaditas en el estómago y comentó:
—Estaba buenísimo.
No había conseguido comérmelo todo, pero no había dejado gran cosa. Jack se nos acercó, y me preguntó: —¿Quieres que te envuelva lo que te ha sobrado?
—No, gracias.
Volvió a mirarme con aquella sonrisa que transformaba su rostro, y que seguro que había levantado un montón de faldas.
—¿Os apetece algo más?, ¿queréis una copa?
Negué con la cabeza. Joe se reclinó en su silla, pero pasó el brazo por el respaldo de la mía en un gesto posesivo.
—La verdad es que estábamos preguntándonos a qué hora sales de aquí, Jack —le dijo.
—Dentro de media hora, más o menos —le contestó con naturalidad.
Era incapaz de apartar la mirada de él. Llevaba un piercing en la lengua, y me pregunté lo que sentiría al tenerlo contra mi piel. Supuse que estaría caliente y húmedo: como su boca, y noté que se me endurecían los pezones.
—En ese caso, tomaremos otra ronda de Guinness... si te parece bien que te esperemos, claro —le dijo Joe.
Jack recogió los platos mientras contestaba, pero me miró a mí.
—Genial.
Así de fácil. Vi cómo se alejaba, pero en aquella ocasión no se volvió a mirarme por encima del hombro. Nos trajo las cervezas al cabo de unos minutos, y Jor pagó la cuenta. Bebimos mientras él iba charlando sobre varios temas, y me sentí aliviada al ver que no esperaba que yo mantuviera una conversación fluida. Me sentía incapaz de hablar, no podía dejar de pensar en lo que iba a pasar.
Joe eligió el motel, y Jack nos siguió en su moto. Me quedé en el coche, viendo cómo fumaba un cigarro, mientras Joe se encargaba de pedir una habitación. Al notar que me dolían las palmas de las manos, bajé la mirada y me di cuenta de que estaba clavándome las uñas. Las froté para intentar borrar las marcas.
A pesar de que mi mente y mí cuerpo parecían dispuestos a seguir pensando en aquel nuevo rumbo, mi estómago protestó al cabo de un rato, así que no tuve más remedio que bajar a cenar. Hacía horas que había llegado a casa, y ya era de noche.
Mientras metía comida precocinada en el microondas, oí gritos ahogados a través de la pared de la cocina. Había estado en la casa de los Ossley antes de comprar la mía, cuando aún estaba a la venta. La estructura era idéntica, pero había elegido la mía porque el interior estaba en mejores condiciones. Al ver por dentro una y después la otra había sentido una sensación de déja vu, como si hubiera atravesado un espejo.
El temporizador del microondas sonó, y los gritos de la casa de al lado ganaron intensidad. Algo golpeó contra la pared con tanta fuerza, que el cuadro que tenía colgado encima de la mesa se movió; al cabo de un momento, vi movimiento a través de la ventana que daba a mi minúsculo jardín, y fui hacia allí sin pensarlo.
La puerta trasera de la casa de los Ossley estaba abierta, y un rectángulo de luz Iluminaba su jardín. Vi que algo salía volando y caía sobre la hierba. Gavin salió de inmediato y fue hacia el objeto.
—¡Ya te lo he advertido! —le gritó su madre, desde el porche trasero—. ¡Cómo no limpies tu mierda, tus cosas acabarán en la basura! ¡Dennis va a llegar dentro de un cuarto de hora, y no quiero ver tu mierda por toda la jodida casa!
Me sentí incómoda al oír aquel lenguaje tan soez, y de repente me di cuenta de que estaba comportándome como la típica vecina cotilla a la que no soportaba. Me aparté de la ventana, pero aún podía ver lo que pasaba y seguía oyendo los gritos de la señora Ossley. Se oyeron golpes y más golpes mientras las cosas seguían saliendo volando de la casa, y entonces me di cuenta de que eran libros.
Aquella bruja estaba tirando libros. Uno de ellos golpeó a Gavin en el hombro, y cayó abierto sobre la hierba. Él se agachó a recogerlo, aunque ya tenía los brazos llenos. Cuando su madre tiró otro: me di cuenta de que no estaba haciéndolo al azar, sino que estaba lanzándolos contra él. Aquél en concreto era bastante grueso, y tenía la tapa dura. Le dio en la cadera con tanta fuerza, que Gavin retrocedió un paso.
Dicen que, en condiciones extremas, las personas somos capaces de hacer cosas como levantar coches o entrar corriendo en un edificio en llamas. Aquella situación no era tan extrema, pero reaccioné con rapidez, sin pensar, y salí sin tener tiempo a planteármelo siquiera.
Nuestros patios traseros están separados por una valla metálica que llega a la altura de la cintura; la había instalado yo misma al mudarme allí para preservar un poco mi privacidad. Había servido para evitar que mis vecinos entraran en mi propiedad, pero en ese momento impidió que yo entrara en la suya.
—¿Estás bien, Gavin?
Él pareció sobresaltarse, a pesar de que debía de haberme visto salir de la cocina como una exhalación. Abrió la boca para decir algo, pero su madre se le adelantó.
—Entra en casa, Gavin.
Me volví a mirarla. Estaba silueteada por la luz de la casa, así que no era más que una sombra, pero pude ver con claridad el vaso que aún tenía en la mano; al parecer, no lo había soltado ni para lanzar los libros.
Cuando Gavin empezó a agacharse para recoger los libros que quedaban en el suelo, le dijo:
—Deja eso y entra ahora mismo.
—¿Pasa algo, señora Ossley? —mi tono de voz sonó más frío de lo que pretendía, y supongo que la enfadé aún más.
—No, señorita _________(ta). ¿Por qué no se mete en su casa y en sus propios asuntos? —soltó las palabras como si supieran a vómito.
—¿Estás bien, Gavin? —le pregunté con voz suave.
Él asintió y echó a andar hacia su casa, pero se detuvo para recoger un libro que había aterrizado abierto en un charco. El lomo se había roto, y varias de las hojas cayeron al suelo cuando lo levantó. Las demás estaban manchadas de barro, era mi copia de El principito, la que me había regalado mi vecina de la infancia, la señora Cooper. Gavin me lo dio por encima de la valla, y fue incapaz de mirarme a los ojos.
—Lo siento —susurró.
No tenía nada que decirle. Agarré el libro, y permanecí inmóvil mientras lo veía entrar en su casa. Su madre se apartó para dejarlo entrar, y cerró la puerta de golpe. Me quedé allí, en pijama, con un libro destrozado en la mano.
—Aquí fue donde me trajiste el día en que nos conocimos, el Cordero Devorado —miré el letrero, en el que había dibujado un lobo mordiendo a un cordero.
—Eres muy observadora. Anda, vamos a sentarnos — me dijo, mientras sujetaba la puerta para dejarme pasar.
—Me costaría olvidar un sitio con un nombre así. ¿También sirven comida?
—Sí, y muy buena.
—Perfecto, estoy hambrienta.
Nos sentamos a una mesa del fondo del local. Me sonrió al darme el menú, que incluía platos como pescado rebozado con patatas fritas y empanada de carne.
—Yo también, menos mal que comes —comentó, mientras examinaba el listado de cervezas.
—Claro que como —le dije, con una carcajada.
—No, me refiero a que comes de verdad. He salido con algunas mujeres que sólo picoteaban.
—Ah —fijé la mirada en mi menú mientras intentaba no ruborizarme—. Supongo que tengo buen apetito.
—Oye, que es algo que me encanta.
—¿En serio? —él tenía la costumbre de contestar a sus propias preguntas, y yo solía preguntar cosas que no necesitaban respuesta.
—Sí, en serio —me dijo, sonriente.
Siempre me siento un poco incómoda cuando me hacen un cumplido, a menos que tenga que ver con mi inteligencia. No es que crea que la persona que lo hace está mintiendo, sino que nunca sé si se supone que debo devolvérselo.
—Genial —alcé la mirada cuando se nos acercó el camarero, y le dije—: Quiero el pescado rebozado con patatas fritas, por favor, con vinagre de malta y salsa tártara. Y para beber... una Guinness.
—Lo mismo para mí —dijo Joe.
El camarero, que debía de tener veinte y pocos años, sonrió y dijo:
—Vaya, una chica que bebe cerveza de verdad. Impresionante, casi todas las dientas me piden cerveza baja en calorías.
Joe me miró antes de volverse de nuevo hacia el joven y comentó:
—Esta chica es especial.
—Sí, ya lo veo.
Eran dos hombres muy diferentes. Joe iba arreglado sin llegar a ser pijo, y solía llevar trajes caros o pantalones más informales, camisas de diseño con corbatas de fantasía. Aquel día llevaba unos vaqueros oscuros de corte recto, una camiseta blanca, y un jersey negro de cuello redondo de una tela fina. Iba informal, sin parecer descuidado.
El camarero llevaba los vaqueros sujetos con un cinturón de cuero negro tachonado de pequeños pinchos. Su pelo oscuro parecía muy suave. Lo llevaba corto por detrás, pero por delante le caía sobre un ojo. Tenía los brazos cubiertos de tatuajes, y llevaba piercings en las orejas, en la ceja... y en los pezones, se le transparentaban a través de la ajustada camisa blanca que llevaba. Tenía los ojos de un intenso tono azul, y una voz profunda que revelaba que era fumador. Cuando me miró con una sonrisa deslumbrante, entendí por qué las chicas que estaban sentadas en una esquina no paraban de cuchichear entre risitas.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó Joe, mientras se sacaba un paquete de tabaco del bolsillo.
Acepté el cigarro que me ofreció. Era bastante fuerte, rio de ésos de mentol. Cuando me lo encendió, inhalé profundamente, contuve el humo un poco para impresionarlos, y después lo solté poco a poco en una serie de anillos.
—Lo haces muy bien —me dijo el camarero—. Me llamo Jack.
—Jennifer —le di el nombre falso sin vacilar.
—Encantado de conocerte, Jennifer —me tomó la mano, y me besó los nudillos.
Miré a Joe, que me sonrió a través del humo del tabaco. Volví a mirar a Jack, No sabía si estaba flirteando conmigo, o si esta bromeando. Seguro que yo no era su tipo... era demasiado mayor para él, y vestía de forma demasiado conservadora.
—Enseguida vuelvo, llamadme si necesitáis algo.
La mirada que me lanzó no dejaba lugar a dudas: estaba flirteando conmigo. Lo seguí con la mirada mientras se dirigía hacia la barra, y las chicas se echaron a reír otra vez al verlo pasar, Me miró por encima del hombro, y volvió a lanzarme aquella sonrisa demoledora.
—Le pareces sexy —me dijo Joe, antes de darle una calada a su cigarro.
Yo dejé el mío en el cenicero, a pesar de que estaba casi entero.
—¿Ah, sí?
—Sí.
—¿Te molesta?
No había razón alguna por la que debiera molestarle, se lo pregunté por mera curiosidad. Él esbozó una sonrisa, y me dijo:
—No, no me molesta. ¿Por qué le has dado un nombre falso?
—No me gusta que cualquiera sepa cómo me llamo.
—Así que sueles dar un nombre falso, ¿no?
—Sí —cerré los menús, y los coloqué en su soporte.
—Mentir sobre tu nombre puede darte problemas después, si quieres conocer mejor a la persona y se entera de que iniciaste la relación con una mentira.
—A ti te dije la verdad, ¿qué más te da lo que les diga a los demás?
—Supongo que debería darme igual —miró bacía Jack, que estaba llenando nuestras jarras de Guinness en la barra—. ¿Te parece atractivo?
—Es bastante joven.
—No has contestado a mi pregunta.
—Es mono, parece sacado de un grupo punk.
—¿Te irías a casa con él si no estuvieras conmigo? — me preguntó, mientras encendía otro cigarro.
No contesté de inmediato, porque Jack llegó en ese momento con las cervezas. Después de dejarlas sobre la mesa, me sonrió de nuevo y nos dijo que la comida estaría enseguida. Tuve la impresión de que se decepcionaba un poco cuando le dijimos que no necesitábamos nada más.
—Puede que sí —dije, cuando se fue a servir otra mesa—. Lo dudo, pero puede que sí.
—¿Quieres que me vaya para poder ligar con él?
Creo que estaba intentando escandalizarme, pero me limité a agarrar mi cigarro y a hacer varios anillos de humo. Se reclinó en la silla, y tomó un trago de cerveza sin quitarme la mirada de encima.
—¿Quieres irte para que pueda hacerlo? —le pregunté.
Él miró de nuevo a Jack, y entonces se inclinó hacia mí y me dijo:
—Quiero verte con él.
El cigarrillo se detuvo a medio camino de mis labios. El rostro de Joe estaba muy cerca de mi mejilla. Ladeé un poco la cabeza, y le pregunté:
—¿Lo dices en serio?
Él asintió, y me rozó la parte inferior de la oreja con la boca antes de susurrar: —Sí.
Apagué el cigarro en el cenicero, y me aparté de él para poder beber un trago de cerveza. Se me aceleró el corazón, y me recorrió una oleada de calor. Cerré el cuello de mi chaqueta de punto, y posé los dedos sobre las cuentas que ribeteaban el borde. Las froté con suavidad antes de colocar la palma de la mano sobre la mesa.
—¿Sólo quieres mirar? —tomé otro trago, y esperé a que respondiera.
—¿Tienes otra cosa en mente? —me preguntó, mientras miraba de nuevo hacia Jack.
Yo también me volví hacia la barra, y el joven me saludó con una pequeña inclinación de cabeza al pillarnos observándolo. Miré de nuevo a Joe, pero las palabras se negaban a salir de mi boca. ¿Qué le dices al hombre al que estás tirándote cuando te pregunta si te gustaría follar con otro?
—Quieres follar con los dos a la vez.
Siempre sabía cómo decir las cosas.
Asentí en silencio. Era incapaz de decir que sí en voz alta, a pesar de que la mera idea bastaba para excitarme.
—¿Eso te haría feliz? —me preguntó, mientras me miraba con expresión pensativa.
Solté una carcajada, y le dije:
—No sé si me haría feliz, pero... me parece que me gustaría. ¿Estás seguro de que no prefieres algo así?
Le indiqué con un gesto las chicas de la esquina. Una de ellas estaba bailando seductoramente con una de sus amigas, mientras los chicos de la mesa de al lado las contemplaban embobados y aplaudían.
—Chica con chica, la bisexualidad está de moda — dije, en voz baja.
Joe se inclinó de nuevo hacia mí, y me soltó el pelo. Me lo alisó alrededor de los hombros, y hundió la mano entre los mechones al agarrarme con suavidad de la mica.
—¿Te tirarías a otra mujer si yo te lo pidiera? —me susurró al oído.
Tenía la garganta seca, y tuve que tragar saliva antes de poder contestar.
—Sí.
—Joder... Dios, ___________, eres tan... no puedo...
Me tomó por sorpresa al abrazarme. Apoyó la cara contra mi cuello mientras inhalaba mi aroma, y posó las manos en mi espalda. Yo me quedé quieta, sin saber si había cometido algún error o si había tenido un gran acierto.
Él se apartó al fin, y me miró a los ojos antes de decir:
—Sabes que eres maravillosa, ¿verdad?
—No digas eso. Joe. No me gusta.
Enmarcó mi cara entre sus manos, y trazó mis labios con el pulgar.
—¿Te gusta que te diga que tienes la boca más sexy del mundo?
—Tengo una bocaza —no pude evitar sonreír.
—¿Quién te ha dicho eso? —volvió a pasar los dedos por mi pelo. Era una caricia mimosa que me incomodó un poco, pero que al mismo tiempo me encantó.
—Mi madre y mi hermano.
—¿Y ellos qué saben?
No le contesté. Cuando empezó a trazar una de mis cejas me sentí un poco tonta, pero no protesté.
—Si te pidiera que te acostaras con otra mujer, sería pensando en mí, no en ti.
Me encogí de hombros. Su razonamiento estaba dejándome bastante perpleja.
—Sí, supongo que eso es verdad.
Apartó las manos de mi cara, y miró hacia Jack por encima del hombro antes de decir:
—Pero esta experiencia sería pensando en ti.
Me quedé sin palabras por un momento, y al final sólo conseguí decir:
—Joe... —en aquella ocasión, fui yo la que se inclinó para tocarlo. Coloqué las manos sobre sus hombros, y lo miré a los ojos—. ¿Qué está pasando?, ¿por qué estamos haciendo esto?
Deslizó las manos a lo largo de mis brazos, recorrió mis muñecas, y entrelazó sus dedos con los míos.
—No tengo ni idea, pero no quiero parar.
No sé la pinta que debíamos de tener mirándonos a los ojos con tanta intensidad y con las manos entrelazadas. En ese momento, me daba igual. Aquel contacto tan simple me excitaba, pero también me anclaba. Estaba excitada sin llegar a estar ansiosa.
Mientras estaba allí sentada, con Joe agarrándome las manos y preguntándome si quería acostarme con Jack y con él a la vez, los números desaparecieron. Era como sí aquel hombre hubiera apagado un interruptor de mi cerebro a la vez que encendía uno entre mis piernas. El deseo hacía que olvidara los cálculos, pero era Joe el que hacía que me sintiera lo bastante cómoda como para relajarme por completo.
—¿Crees que estaría dispuesto a hacerlo? —le pregunté, mientras lanzaba otra mirada hacia Jack.
—Creo que estaría dispuesto a dar su testículo izquierdo con tal de meterte mano.
—Qué sutileza, qué elegancia.
Joe se echó a reír, y me besó el cuello antes de decir:
—Sí,__________, creo que a Jack le encantaría acostarse contigo.
Me metió la mano por debajo de la falda mientras hablaba, y me estremecí cuando sus dedos me acariciaron por encima de las bragas de encaje. Me mordisqueó el lóbulo de la oreja, y se apartó mientras yo intentaba recobrar el aliento.
Cuando llegó la comida ya me había bebido media jarra de cerveza, pero me sentía tan mareada como si me hubiera tomado tres jarras enteras. Jack colocó los platos y los cubiertos, y yo mantuve la mirada fija en la mesa mientras Joe charlaba con él.
Cuando se fue, empezamos a comer, la comida estaba deliciosa, y saborearla era un placer sensual que se avivó cuando Joe empezó a darme trocitos de pescado con los dedos. Era un gesto tonto que le pringaba los dedos de aceite, pero me parecía muy sexy.
Cuando terminó, soltó un suspiro y apartó el plato vacío. Después de limpiarse los dedos, se dio unas palmaditas en el estómago y comentó:
—Estaba buenísimo.
No había conseguido comérmelo todo, pero no había dejado gran cosa. Jack se nos acercó, y me preguntó: —¿Quieres que te envuelva lo que te ha sobrado?
—No, gracias.
Volvió a mirarme con aquella sonrisa que transformaba su rostro, y que seguro que había levantado un montón de faldas.
—¿Os apetece algo más?, ¿queréis una copa?
Negué con la cabeza. Joe se reclinó en su silla, pero pasó el brazo por el respaldo de la mía en un gesto posesivo.
—La verdad es que estábamos preguntándonos a qué hora sales de aquí, Jack —le dijo.
—Dentro de media hora, más o menos —le contestó con naturalidad.
Era incapaz de apartar la mirada de él. Llevaba un piercing en la lengua, y me pregunté lo que sentiría al tenerlo contra mi piel. Supuse que estaría caliente y húmedo: como su boca, y noté que se me endurecían los pezones.
—En ese caso, tomaremos otra ronda de Guinness... si te parece bien que te esperemos, claro —le dijo Joe.
Jack recogió los platos mientras contestaba, pero me miró a mí.
—Genial.
Así de fácil. Vi cómo se alejaba, pero en aquella ocasión no se volvió a mirarme por encima del hombro. Nos trajo las cervezas al cabo de unos minutos, y Jor pagó la cuenta. Bebimos mientras él iba charlando sobre varios temas, y me sentí aliviada al ver que no esperaba que yo mantuviera una conversación fluida. Me sentía incapaz de hablar, no podía dejar de pensar en lo que iba a pasar.
Joe eligió el motel, y Jack nos siguió en su moto. Me quedé en el coche, viendo cómo fumaba un cigarro, mientras Joe se encargaba de pedir una habitación. Al notar que me dolían las palmas de las manos, bajé la mirada y me di cuenta de que estaba clavándome las uñas. Las froté para intentar borrar las marcas.
# TeamBullshit
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
NUEVAAAAA LECTORA!!
¿Como puedes escribir TAN BIEN?
ME ENCANTAAAA. (L
Me llamo Andrea pero aqui me llaman Andy (:
Porfavorr..
SIGUELAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
MuchosBesitos(L
Andy.
:polli:
¿Como puedes escribir TAN BIEN?
ME ENCANTAAAA. (L
Me llamo Andrea pero aqui me llaman Andy (:
Porfavorr..
SIGUELAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
MuchosBesitos(L
Andy.
:polli:
Demi Lovato (:
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
los va a ser con los dos?? ¬¬
y ajoe no le dan celos?? :(
buenoo
ps siguelaa
y ajoe no le dan celos?? :(
buenoo
ps siguelaa
andreita
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
QYE VIEJA TAN LOCA¡¡¡¡OSEA QUE LE PASA?????
SIGUELA¡¡
https://onlywn.activoforo.com/t8348-mis-novelas#626363
https://onlywn.activoforo.com/t8348-mis-novelas#626363
https://onlywn.activoforo.com/t8348-mis-novelas#626363
SIGUELA¡¡
https://onlywn.activoforo.com/t8348-mis-novelas#626363
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berenice_89
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
CAPITULO 16
Joe cerró la puerta cuando los tres entramos en la habitación, y Jack dejó su casco y su chaqueta de cuero en la silla que había junto a la ventana. Me sentía un poco insegura, sólo era consciente de que tenía el cuerpo tenso, a la expectativa, y de que todos mis sentidos estaban aguzados.
Los dos se esforzaron por facilitarme las cosas. Jack se me acercó y me abrazó. Como era un poco más alto que Joe, al principio me sentí un poco rara al tener que alzar más la cabeza para poder mirarlo a la cara. Me apretó contra su cuerpo y empezó a besarme la mejilla, el cuello y la mandíbula, como si supiera que no estaba dispuesta a entregarle mis labios.
Joe se me acercó por la espalda, y me apartó el pelo para poder besarme la nuca. Su cuerpo se apretó contra el mío, me agarró de las caderas, y presionó mí trasero contra su entrepierna. Jack se me acercó más por delante, y presionó su erección contra mi vientre.
A veces, mientras me masturbaba, me había imaginado algo así... sentirme rodeada, tener un hombre delante y otro detrás, sentir que unos brazos fuertes me rodeaban mientras dos bocas dejaban marcas húmedas en mi piel. Al estar atrapada entre los dos ni siquiera tenía que preocuparme por mantenerme de pie, porque ellos impedían que me cayera.
Dos bocas, cuatro manos, dos erecciones. Aún nos separaba la barrera de la ropa, pero era imposible ignorar aquellas dos pollas contra mi cuerpo. Joe deslizó las manos por mis muslos mientras me subía la falda, y metió los dedos por debajo de la prenda para poder acariciarme la piel. Jack me sacó la camisa de la cinturilla, y empezó a desabrocharme los botones con rapidez. Me besaron en el cuello, en los hombros, en la espalda, por encima y por debajo de la ropa, y no se dejaron ni una zona de mi cuerpo mientras me desnudaban con tanta naturalidad como si lo hubieran ensayado.
Cuando me quedé en ropa interior y con los zapatos todavía puestos, Jack miró por encima de mi hombro, y asintió a algo que Joe hizo. Parecían tener un lenguaje propio que yo no entendía. Joe me mordisqueó el hombro, y Jack se arrodilló delante de mí en un movimiento tan súbito: que me sobresaltó. Su cabeza quedaba a la altura de mi cintura. Retrocedí un paso de forma instintiva, pero topé con Joe y noté la suavidad de su jersey contra la piel.
—He...
—Shhh... —me susurró al oído. Posó una mano sobre mi tórax, justo debajo del pecho, y me sujetó con la otra.
Jack me agarró ele las caderas, se inclinó hacia delante, y me besó en la barriga. Di un respingo, pero las manos de ambos me mantuvieron inmóvil. Cuando sus labios rozaron el borde de mis bragas, Justo por debajo del ombligo, me tensé un poco más.
Hasta ese momento, la excitación le había ganado la partida a la ansiedad, pero ésta empezaba a resurgir la boca de Jack estaba demasiado cerca de mi entrepierna. No quería que lo hiciera... era algo que no me gustaba, pero no podía moverme.
—Shhh... —me susurró Joe.
Después de besarme la cadera y el muslo, los labios de Jack se deslizaron hasta mi... rodilla. Se me escapó una risita mientras sus manos se posaban en mi pantorrilla y bajaban para quitarme un zapato. Cuando me quitó el otro, me miró con aquella sonrisa suya.
—Vamos a cuidarte muy bien, ____________—me dijo Joe.
—Claro que sí. ¿Tienes miedo? —me preguntó Jack.
—No —era cierto, no lo tenía.
—Perfecto —me dijo Jack, con una sonrisa de oreja a oreja. Me besó la otra rodilla, se puso de pie, y me tomó de la mano.
Joe apartó la colcha, me tomó también de la mano, y juntos hicieron que me tumbara en la cama y que apoyara la cabeza en la almohada.
—Mírala... es una belleza, ¿verdad? —dijo Joe.
—Sí, está buenísima.
Joe se quitó el jersey y la camiseta mientras Jack hacía lo mismo. No me quitaron la mirada de encima mientras se desabrochaban sus respectivos cinturones, se bajaban los pantalones, y se quitaban los calzoncillos y los calcetines. Sentí envidia al ver lo cómodos que parecían con su propia desnudez; ninguno de los dos parecía preocupado por la musculatura ni por el tamaño del pene del otro. Se limitaron a permanecer desnudos delante de mí, como esperando a que les diera el visto bueno.
Los dos obtuvieron mi aprobación. Con Joe ya estaba familiarizada. Era un poco más bajo, pero estaba más musculoso y tenía más pelo en el pecho; por su parte, Jack era más alto, tenía tatuajes y los piercings en los pezones que yo ya había entrevisto, y apenas tenía vello corporal... pero tenía algo más.
—Oh, Dios mío...
Se echó a reír y bajó la mirada hacia su pene... que también tenía un piercing. El aro era lo bastante grande como para resultarme amenazador, y descansaba a un lado del glande.
—Por el amor de Dios, ¿por qué te has puesto eso? —le dijo Joe.
Jack se echó a reír de nuevo, y empezó a acariciarse el miembro antes de decir:
—Dejaré que ella lo averigüe por sí sola.
—Ven aquí —le ordené, fascinada.
Él obedeció de inmediato. Subió a la cama, y se arrodilló a mi lado. Yo me puse de rodillas para poder verlo mejor, y cuando lo toqué, soltó un pequeño gemido de placer. Empecé a acariciarlo hacia arriba y hacia abajo, tal y como él acababa de hacer, y sentí el roce del aro contra mi palma,
Él suspiró, cubrió mi mano con la suya, y me instó a que acelerara el ritmo.
—Eso es... —susurró.
Joe subió también a la cama. Se arrodilló junto a mí, al otro lado, me quitó el sujetador, y empezó a sobarme los pechos con suavidad. Jugueteó con los pezones hasta que se endurecieron, mientras me chupaba y me mordisqueaba el omóplato.
Metió una mano por dentro de mis bragas, y empezó a frotarme con movimientos circulares mientras yo seguía acariciando a Jack. Gemí al sentir sus dedos sobre mi clítoris, que ya estaba tenso de deseo. Con la otra mano, me movió un poco hasta que estuve sentada entre sus piernas, de espaldas a él, mientras sus dedos seguían acariciándome los pechos y el coño y su boca me chupaba el cuello.
Al darme cuenta de que Jack respiraba jadeante, lo miré y vi que seguía sonriendo, aunque su mirada estaba un poco vidriosa y tenía la piel sudorosa. Sus caderas se movían al ritmo de mi mano. Cuando posó una mano en mi pelo y me dio un pequeño tirón, solté una exclamación y me arqueé contra Joe, que tenía el pene apretado contra mi espalda. Mientras él bajaba un poco más un dedo y volvía a alzarlo para seguir frotándome el clítoris, Jack me agarró la mano para detenerla.
—No tan rápido —susurró.
—Voy a tumbarte —me dijo Joe.
Cuando lo hizo, me colocó la almohada debajo de la cabeza para asegurarse de que estuviera cómoda. Los tíos intercambiaron, una mirada, y empezaron a bajarme juntos las bragas. Levanté un poco el trasero para ayudarlos. Después de lanzar la prenda al suelo, Jack se arrodilló delante de mí y me dobló la rodilla para que apoyara el pie sobre su muslo. Joe me acarició la otra pierna, la cadera y la barriga, mientras me miraba con una sonrisa tranquilizadora.
Solté otra risita trémula cuando Jack volvió a besarme la rodilla. Se movió un poco para poder besarme la pantorrilla, y deslizó los labios por mí tobillo. Me masajeó el pie durante unos segundos, y cuando me besó el empeine, mi cuerpo entero se sacudió; afortunadamente, me sujetaba el tobillo con las manos, así que consiguió evitar que le diera una patada accidental.
Aquel beso me había hecho cosquillas, pero también me había provocado una descarga de placer enorme. Mis muslos se separaron, y mis caderas se arquearon como por voluntad propia. Mi mano golpeó contra la nariz de Joe, y él hizo una mueca de dolor, era obvio que para practicar sexo espectacular había que tener una coordinación excelente.
—Avísame la próxima vez que vayas a hacer algo así —dijo.
Jack se echó a reír con los ojos fijos en los míos, y comentó:
—Me parece que a ella le ha gustado.
A lo mejor tendría que haberme molestado que hablaran de mí como si no pudiera contestar, pero la verdad es que me resultaba sexy oír a dos hombres hablando de mí tal y como debían de hablar sobre las mujeres cuando creían que no podíamos oírlos. Si hubieran suavizado sus palabras, si hubieran intentado aparentar romanticismo para seducirme, la situación me habría parecido ridícula.
—Tiene unos pies muy bonitos —Jack volvió a besarme el empeine, y gemí de nuevo —¿Ves cómo se retuerce?
Joe asintió mientras bajaba la palma de la mano desde mis pechos hasta mi barriga, y comentó: —Está muy húmeda, tócala.
Después de bajar mi pie con cuidado, Jack se inclinó hacia delante y me acarició. Cuando se humedeció los labios, volví a ver el piercing que tenía en la lengua.
—Seguro que tiene un sabor muy dulce.
Joe me miró a la cara cuando Jack hizo aquel comentarlo. Debió de notar que empezaba a tensarme de nuevo, porque me apartó el pelo de la cara y posó una mano en mi mejilla.
—No, eso no es para ti.
Por encima de su hombro vi que Jack asentía, como si se hubiera esperado una respuesta así. Joe me miró a los ojos y me besó en la comisura de la boca. El gesto demostraba que respetaba sin protestar la distancia que yo había impuesto, aunque en ese momento me sentí un poco ridícula por negarle mis labios. Coloqué una mano en su nuca, y lo sujeté por un momento mientras lo miraba a los ojos.
No sé lo que vio en mi mirada, pero pareció satisfacerle, porque sonrió y me besó la punta de la nariz. Apartó mi mano de su nuca, depositó un beso en la palma, y se sentó.
—Chúpale los pezones, le encanta —le dijo a Jack.
Jack asintió, subió por mi cuerpo, y tomó uno de mis pezones entre sus labios antes de que me diera tiempo a tomar aire. Había acertado en lo del piercing de la lengua; al Igual que el del pene, el roce del metal era cálido y suave, y jadeé al sentirlo contra mi piel.
Cuando Joe empezó a chuparme el otro pecho, bajé la mirada y contemplé aquellas dos cabezas, una morena y la otra rubia, que estaban centradas en mí. Me pregunté si iban a besarse o a acariciarse, y la mera idea me arrancó un jadeo que hizo que Joe alzara la mirada hacia mí.
Me humedecí los labios, y él sonrió y miró a Jack, que también había alzado la cabeza. Intercambiaron una mirada, y se echaron a reír. Yo tampoco pude contener la risa.
—Tiene una risa muy sexy, ¿verdad? —comentó Joe.
—Todo en ella es sexy —Jack empezó a chuparme el pezón de nuevo, y deslizó una mano entre mis piernas.
Sus caricias eran diferentes de las de Joe, menos seguras, pero la ligera vacilación de sus dedos sobre el clítoris me resultó increíblemente excitante. Mi cuerpo entero había empezado a tensarse, a contraerse, y me costó recordar que tenía que respirar.
Joe también metió la mano entre mis piernas. Durante unos segundos se limitó a sujetarme mientras Jack seguía con su ritmo irregular, pero gemí al notar que me metía un dedo y después otro.
—Joder, vamos a ver si podemos hacer que vuelva a gemir así —dijo Jack.
No hacía falta que yo contestara, no esperaban que hablara ni que les devolviera las caricias. Se centraron en darme placer. Joe daba consejos de vez en cuando a Jack, que los aceptaba sin protestar.
Cuando abrí los ojos, vi que tenían la mirada fija en mí, pero no en mi rostro. Si me hubieran quedado fuerzas, me habría echado a reír al verlos tan concentrados. Estaban contemplando mi coño como si creyeran que iban a encontrar en él las respuestas de los secretos del universo. Joe estaba follándome con los dedos mientras Jack me acariciaba el clítoris, pero los dos parecían fascinados por mi cuerpo y mis reacciones.
Tendría que haberme sentido un poco incómoda, pero estaba demasiado cerca del orgasmo como para preocuparme por si les gustaba cómo me había depilado el vello púbico. Arqueé las caderas hacia ellos, pero solté una protesta ahogada cuando Dan me miró y apartó la mano.
—Siéntate, cielo —me dijo con ternura, mientras me ayudaba.
Me colocaron en el borde de la cama, con los pies en el suelo. Joe se puso detrás de mí, con las piernas a ambos lados de mi cuerpo y apretó su pecho contra mi espalda. Jack se puso un condón, se colocó entre mis piernas y me agarró las caderas.
—¿No se rasga con el piercing? —le pregunté.
—No —me dijo, sonriente.
Sentí que se me aceleraba el corazón, pero dejé que Joe me atrajera contra su cuerpo. Apoyé la cabeza en su hombro mientras él posaba sus labios en mi cuello y me agarraba las costillas, justo debajo de los senos.
—¿Estás lista?
Fue un detalle por parte de Jack preguntármelo, pero a pesar de que me habría gustado responderle, tenía la garganta seca y sólo pude asentir. Él se movió un poco, agarró la base de su polla y la guió hacia mi sexo, pero no me penetró de inmediato.
—Shhh... —me susurró Joe al oído, mientras me apartaba un poco el pelo para poder besarme el cuello—Relájate.
Jack empezó a penetrarme poco a poco. Creía que el piercing iba a hacerme algo de daño, así que no pude evitar tensarme un poco, pero sólo sentí un placer diferente. Era más largo que Joe, y solté una exclamación ahogada cuando entró hasta el fondo. Alzó la mirada, y comentó:
—Dios, qué estrecha es.
La polla de Joe, que seguía presionada contra mi espalda, se hinchó un poco más ante aquellas palabras.
—Ya lo sé —dijo él.
Jack se apartó el pelo de los ojos, y apoyó una mano en mi hombro. Me miró a los ojos, y me preguntó: —¿Estás bien?
Me sentí halagada y excitada al ver el cuidado que tenían conmigo. Podrían haber hecho que aquélla fuera una experiencia desagradable para mí, pero estaban esforzándose al máximo por darme placer.
Asentí de nuevo, y Jack sonrió. Joe me besó el cuello, y dijo:
—Fóllatela.
Jack asintió, y me miró para que le diera permiso. Me humedecí los labios, y le dije: —Sí Jack, fóllame.
Joe se estremeció al oír mi voz enronquecida de deseo. Jack parecía palpitar en mi interior, y empezó a moverse con una concentración deliberada.
No tenía que preocuparme por sí me caía, porque Joe estaba detrás de mí y me sujetaba. Mi placer se acrecentaba con la estimulación combinada de la boca de Joe en mi piel y la polla de Jack en mi interior.
Después de follarme con embestidas lentas durante unos segundos, Jack colocó las manos bajo mis rodillas y me las dobló, la postura me apretó con más fuerza contra Joe, y profundizó el ángulo de penetración.
Solté una exclamación, y a pesar de que Jack no se detuvo, murmuró:
—¿Estás bien?
—Sí... oh, sí... —conseguí decir.
El pene duro y cálido de Joe me frotaba la espalda con cada envite de Jack. La respiración de Joe se volvió jadeante junto a mi oído. Deslizó una mano hasta mi sexo, y empezó a acariciarme el clítoris mientras Jack seguía penetrándome rítmicamente, y me aferré a las sábanas ante aquel doble placer.
Me había imaginado distintas formas de follar con dos hombres a la vez... uno en mi boca y el otro en mi coño, uno en cada mano, uno penetrándome por detrás mientras yo le hacía una mamada al otro... pero jamás me había imaginado a uno sujetándome contra su pecho desde atrás mientras los dos se esforzaban por satisfacer todos mis deseos.
Miré hacia un lado y vi el espejo del tocador que nos enmarcaba como un cuadro. Tres personas, una mujer atrapada entre dos hombres que la sujetaban como si fuera un objeto de un valor incalculable. Tuve que parpadear para asegurarme de que se trataba de mí.
El sudor que cubría la frente de Jack empezó a gotearme en el vientre. A pesar de que su rostro se contorsionó, siguió con un ritmo estable y consiguió mantener a raya el orgasmo. Los tres nos movíamos a la vez. Joe dejó de acariciarme el clítoris, y puso la mano delante de mi boca.
—Escupe.
Obedecí de inmediato, él deslizó la mano entre los dos. Al notar que agarraba su polla y la lubricaba con mi saliva, me excité aún más. Al cabo de un instante, volvió a apretarme contra su cuerpo y siguió acariciándome el clítoris, pero su pene se frotaba contra mi piel con más fluidez. Encajaba contra mi columna vertebral tan bien como el de Jack dentro de mí sexo, y al pensar en la forma en que mí cuerpo estaba dándoles placer a los dos, mi coño se contrajo en un primer espasmo orgásmico.
Jack soltó un gemido, y hundió los dedos en mis corvas. Sus embestidas fueron ganando intensidad, y me empujaron contra Joe con más fuerza. Tanto Jack como yo estábamos a punto de corrernos, pero aquello no me parecía justo para Joe.
—¿Joe?
—Shhh... tranquila, cielo, estoy a punto —murmuró, mientras seguía acariciándome el clítoris.
Supongo que seguimos así durante unos segundos más, pero perdí la noción del tiempo. Todo se centró en el placer que crecía entre mis piernas, en las imágenes, en los sonidos, en los olores, en el sexo.
Nos movimos con más fuerza, más rápido, mientras piel se restregaba contra piel. Alguien gimió, yo solté un grito ahogado. Alguien dijo mi nombre, mi nombre de verdad, pero estaba inmersa en lo que estaba sucediendo y no me importó.
—Voy a correrme... —dijo Jack, jadeante. Me penetró con más fuerza, cerró los ojos, y echó la cabeza hacia atrás. Contemplé como hechizada la línea de su cuello.
—Córrete con nosotros. ____________. Vamos, déjate llevar — me dijo Joe.
Lo habría hecho de todos modos, pero oírlo hablar me dio el último empujón. Por un instante, el universo se convirtió en un puño gigante que se cerró de golpe, y cuando se abrió y lanzó las estrellas y las lunas, los planetas y los cometas, me uní a la vorágine y sentí que el cosmos me rodeaba. Me inundó un placer tan avasallador, que arqueé la espalda y oí mi propio grito ronco.
Sentí un líquido cálido en la espalda, y la mano que Joe tenía en mi cadera me apretó con fuerza. Oí su gemido, y noté cómo se frotaba contra mí.
Jack gritó de placer mientras daba una nueva embestida, y se detuvo mientras su cuerpo entero temblaba. Al cabo de un segundo volvió a moverse una vez, otra más, y entonces se paró de nuevo con la cabeza gacha. Se sacudió de pies a cabeza, y entonces me soltó las rodillas y me bajó las piernas con cuidado.
Permanecimos así durante un largo momento, éramos la viva imagen de la satisfacción, Me dolían los músculos de las piernas y de la espalda, pero no demasiado. Joe me dio un beso en la sien, y deslizó las manos por mis costados hasta colocarlas sobre mis senos. Jack salió de mi interior al cabo de un segundo, y me dejó en brazos de Joe.
Cuando recuperé el habla, no supe qué decir. Después de deshacerse del condón con naturalidad, Jack se volvió a mirarme y me sonrió.
—¿Os importa si me ducho?
Yo me limité a negar con la cabeza, y Joe le dijo:
—¿Puedes pasarme una toalla?
—Claro.
Jack entró en el cuarto de baño, se asomó para lanzarle una toalla a Joe, y volvió a meterse; al cabo de unos segundos, se oyó el ruido del agua. Me incorporé un poco para sentarme mejor, y Joe usó la toalla para limpiarme la espalda con movimientos pausados.
Me volví a mirarlo, y vi que había dejado la toalla sobre su regazo.
—Hola —me dijo, sonriente.
—Hola.
—¿Estás bien? —me preguntó, mientras me apartaba el pelo de la cara.
Sí, estaba bien, pero esperé por un segundo a que aparecieran la culpa o la ansiedad. Me sorprendí al darme cuenta de que no había ni rastro de ellas. Estaba muy relajada, y también un poco maravillada por lo que acababa de pasar.
—Sí —le dije.
—Perfecto —me puso la mano en la nuca, y tiró de mí basta que me incliné hacia él y pudo rozarme la mejilla con los labios—. ¿Ha sido lo que esperabas?
—No —admití, con una carcajada.
—¿No? ¿No te ha gustado? —me preguntó, ceñudo.
—Ha sido mejor de lo que esperaba —alcé una mano, y me permití el lujo de acariciarle la cara por un segundo.
—Genial —comentó, con una sonrisa de oreja a oreja.
Me mordisqueé el labio inferior, y al final le dije: —SI quieres, la próxima vez podemos hacerlo con otra mujer.
Se echó a reír, y me dio un abrazo que toleré pero que no devolví. Sentí que sus manos me recorrían la espalda, y que inhalaba contra mi pelo; al cabo de unos segundos, me soltó y me dijo:
—Ya veremos.
En ese momento, Jack salió del cuarto de baño. Tenía una toalla alrededor de la cintura, y el pelo peinado hacia atrás. Recogió su ropa del suelo, y la sacudió un poco. Se quitó la toalla, y después de acabar de secarse, la tiró al suelo y se puso los calzoncillos.
—¿Te vas ya? —le preguntó Joe, sin apartar la mano de mi cuello.
De repente, deseé tener algo con lo que poder cubrirme. Me levanté para ir a darme una ducha, pero cuando Jack me miró con una de sus sonrisas, me sentí menos desnuda y con más ganas de volver a tirármelo. Aquel chico tenía mucho talento.
—Sí —le dijo a Joe. Soltó una carcajada, y añadió—: Tenías razón, es una mujer increíble. Llamadme cuando queráis, ¿vale?
Miré a Joe, que ni siquiera se molestó en aparentar que se sentía avergonzado. No supe cómo reaccionar, y me quedé donde estaba mientras Jack acababa de vestirse y se marchaba. Entonces entré en el cuarto de baño, que aún estaba lleno de vaho, y abrí el grifo de la ducha.
—¿Estás enfadada? —me dijo Joe, cuando aparté la cortina y me metí dentro.
No contesté, y me limité a dejar que el agua cayera sobre mi cuerpo. Vi que su silueta se acercaba, y apartó a un lado la cortina sin prestar atención al agua que caía fuera.
—Dime algo, ___________.
Agarré la pastilla de jabón, y le di vueltas en mis manos hasta crear espuma, Jack había utilizado aquel mismo jabón, y había follado conmigo porque Joe se lo había pedido.
—¿Debería enfadarme? —le pregunté al fin, sin mirarlo. Empecé a enjabonarme el cuerpo, y fui reemplazando el olor a sexo con el de una pastilla de jabón barita.
—Me dijiste que nunca habías experimentado demasiado, así que pensé que te gustaría. Tu misma has admitido que has disfrutado —no estaba haciendo ninguna acusación, y tampoco estaba intentando defenderse.
—¿Cómo sabías que me gustaría?
—Si no hubieras estado interesada, habrías dicho que no y nos habríamos ido a casa sin él. No habría pasado nada.
Alcé la cara hacia el chorro de agua, mientras intentaba decidir si debería enfadarme.
—¿Tenías también una chica preparada, por si acaso?
Las palabras sonaron más ásperas de lo que esperaba. Abrí la boca para llenarla de agua, para limpiar el sabor de los dos. A pesar del ruido de la ducha, oí su respuesta.
—No.
No contesté. Era incapaz de olvidar lo que había sentido al tener a Jack dejante y a Joe detrás, cómo me habían sujetado entre los dos y me habían dado placer sin pedirme nada a cambio, y cómo mi placer había avivado el suyo. Joe lo había hecho porque quería complacerme.
No protesté cuando se metió en la ducha conmigo, aunque me mantuve de espaldas a él y no intenté apartarme un poco para que compartiéramos el agua. Él me rodeó con un brazo, me metió una mano entre las piernas, y empezó a limpiarme con suavidad. Después de abrir mi sexo para que el agua me diera de lleno, me frotó con un dedo y mi clítoris se endureció de inmediato.
Como la ducha era bastante pequeña, el agua cayó sobre los dos cuando me apretó contra la pared. La piel se me estaba enrojeciendo debido al calor, y él tenía el rostro acalorado. Estábamos rodeados de vapor, y el ruido del agua ahogaba el sonido de nuestra respiración.
Volvió a excitarme con la mano entre mis piernas y la boca en mi cuello. Teníamos la piel resbaladiza por el agua y el jabón, y nuestros cuerpos se frotaron el uno contra el otro. Empecé a acariciarle la polla, y sentí una satisfacción enorme al ver que se ponía dura de inmediato. Me encantaba poder excitarlo con tanta facilidad.
—¿Te ha gustado ver cómo me follaba? —le pregunté, mientras lo miraba a los ojos.
Él asintió mientras sus caderas se movían rítmicamente contra mi puño.
—Sí, pero prefiero ser yo quien esté dentro de ti.
No teníamos condones a mano, y por primera vez mí deseo por él superó a mi necesidad de ser cuidadosa. Aquello me aterró, y él debió de ver mí reacción en mi mirada, porque me abrazó y me mantuvo apretada contra su cuerpo durante unos segundos antes de volver a apartarse un poco. Ninguno de los dos había dejado de mover la mano.
Cuando me sonrió, no pude evitar devolverle el gesto. Con él, todo parecía muy fácil.
—Estás tan mojada... dime que es por mí.
—Estoy mojada por ti —le dije, obediente.
—Dime: «Joe, me pones cachonda».
Solté una carcajada antes de decir:
—Joe, me pones cachonda.
Me acarició con más fuerza, y el ritmo de sus caderas se aceleró.
—Di: «Joe, me encanta que me folles».
—Joe... —su nombre se convirtió en un gemido mientras me acercaba cada vez más al orgasmo—. Me...
—Me encanta que me folles.
—Me encanta que me folles —murmuré.
—Dime que vas a correrte.
—Sí... joder. Sí... voy a correrme.
El estallido de placer fue menos potente que el que había experimentado cuando estaba con los dos, pero a pesar de todo, fue fantástico, Le apreté con más fuerza el pene, y doblé un poco la muñeca mientras bombeaba con más fuerza.
Él masculló una imprecación, y apoyó una mano en la pared. El agua le caía por el pelo y la nuca, le bajaba como un lío por la espalda y la raja del trasero. Lo acaricié con más tuerza, más rápido. Gritó mientras arqueaba las caderas contra mí, y olí el aroma almizclado del semen antes de que el agua se lo llevara.
—Me parece que tengo que sentarme —susurró, mientras temblaba contra mí.
—¿Estás bien? —le pregunté, un poco alarmada, antes de girar un poco el grifo para que el agua no saliera tan caliente,
Él soltó una carcajada, y me dijo:
—Dios, _____________, eres increíble.
No me sentía increíble, sino... exhausta. También necesitaba sentarme, pero la ducha no era el lugar adecuado. Después de cerrar el grifo, agarré dos toallas, le di una a él, y me envolví en la mía antes de salir.
—Ten cuidado. Joe. Según el Consejo de Seguridad Nacional, el ochenta por ciento de los accidentes domésticos suceden en el cuarto de baño.
Él salió de la ducha, bajó la tapa del inodoro para poder sentarse, y empezó a frotarse el pelo con la toalla.
—¿Podrías darme un vaso de agua fresca?
—Claro.
Le quité la tapa de papel a uno de los vasos, lo llené con agua, y se lo di antes de llenarme otro para mí.
—Gracias —apuró el vaso, y entonces lo dejó encima del lavabo y se levantó. Después de secarse, dejó caer la toalla al suelo, levantó la tapa del inodoro, y se puso a orinar.
Aquel acto tan íntimo hizo que saliera a toda prisa del cuarto de baño. Estaba roja como un tomate, y tenía el corazón acelerado. No sé por qué me daba vergüenza verle hacer pis después de haberle hecho una paja, puede que mi reacción se debiera a la naturalidad con la que se comportaba. Me di cuenta de que estaba actuando como una tonta, pero me dio igual. Hay gente que tiene algunas manías, y yo tenía bastantes.
Joe salió del cuarto de baño al cabo de un momento, se me acercó, y me rodeó con los brazos. Se lo permití, al igual que las veces anteriores, pero me tensé un poco. Él me besó el hombro, y me preguntó:
—¿Por qué no te gusta que te abracen?
Solté una pequeña carcajada, y sacudí la cabeza. Usé aquel movimiento como excusa para apartarme de él, y empecé a recoger mi ropa,
—¿Quién dice que no me gusta?
—Tú misma.
—Nunca te lo he dicho —falda, bragas, sujetador, camisa... lo encontré todo.
—Lo dice tu cuerpo.
No parecía tener prisa por vestirse ni por marcharse. Se sentó en la cama, y se apoyó en los codos. Se comportaba como si se sintiera de lo más cómodo estando desnudo, pero yo ya me había puesto las bragas y estaba abrochándome el sujetador.
—Hay personas más... táctiles que otras.
—¿Crees que tú no lo eres? —me dijo, mientras yo me ponía la falda.
Me encogí de hombros, y fingí que aquel tema no me interesaba. Cuando me puse la camisa y empecé a abrochármela. Joe se me acercó de nuevo por la espalda y posó las manos en mis hombros. Alcé la mirada, y vi que en aquel espejo que antes había mostrado nuestro trío ya sólo estábamos los dos. Nuestros ojos se encontraron en el reflejo. Bajó las manos por mis brazos, y al llegar a los codos volvió a subir hasta los hombros.
—Te tensas cuando te toco así.
—¿En serio? —era un viejo truco, hacer una pregunta para evitar dar una respuesta.
—Sí.
Me encogí de hombros otra vez. Él se me acercó aún más, se apretó contra mi espalda, me rodeó con los brazos a la altura de las costillas, y agarró sus propios antebrazos. Colocó la barbilla en la curva de mi hombro y mí cuello, y comentó:
—No te has tensado cuando estábamos en la cama y te tenía abrazada.
No contesté. Él me miró durante un largo momento, y al final suspiró y me soltó. Acabé de abrocharme la camisa, y me la remetí en la falda. Después de alisar un poco las arrugas, saqué un peine de mí bolso y empecé a desenredar los nudos que se me habían formado en el pelo mojado.
Joe se vistió con rapidez y en silencio. Me sentía culpable por la tensión que acababa de crearse entre nosotros. Era consciente de que él quería algo de mí, pero no sabía cómo dárselo. Me molestaba que no pudiera aceptar sin más lo que había pasado, que quisiera más.
Me peiné con tanta fuerza, que los ojos se me llenaron de lágrimas. Al topar con un nudo especialmente difícil, mascullé una imprecación.
Sin decir nada, Joe me quitó el peine de las manos. Me quedé inmóvil, me sentía incapaz de moverme mientras él iba desenredando aquel nudo poco a poco. Lo hizo con paciencia, con suavidad, sin forzar el nudo, instándolo a que fuera abriéndose. Cuando acabó y el peine se deslizó desde la raíz hasta las puntas, me lo devolvió y me dijo:
—Estaré en el coche.
Se fue y me quedé sola, con la mirada fija en aquel espejo en el que antes había tres y que ya sólo reflejaba a una.
Joe cerró la puerta cuando los tres entramos en la habitación, y Jack dejó su casco y su chaqueta de cuero en la silla que había junto a la ventana. Me sentía un poco insegura, sólo era consciente de que tenía el cuerpo tenso, a la expectativa, y de que todos mis sentidos estaban aguzados.
Los dos se esforzaron por facilitarme las cosas. Jack se me acercó y me abrazó. Como era un poco más alto que Joe, al principio me sentí un poco rara al tener que alzar más la cabeza para poder mirarlo a la cara. Me apretó contra su cuerpo y empezó a besarme la mejilla, el cuello y la mandíbula, como si supiera que no estaba dispuesta a entregarle mis labios.
Joe se me acercó por la espalda, y me apartó el pelo para poder besarme la nuca. Su cuerpo se apretó contra el mío, me agarró de las caderas, y presionó mí trasero contra su entrepierna. Jack se me acercó más por delante, y presionó su erección contra mi vientre.
A veces, mientras me masturbaba, me había imaginado algo así... sentirme rodeada, tener un hombre delante y otro detrás, sentir que unos brazos fuertes me rodeaban mientras dos bocas dejaban marcas húmedas en mi piel. Al estar atrapada entre los dos ni siquiera tenía que preocuparme por mantenerme de pie, porque ellos impedían que me cayera.
Dos bocas, cuatro manos, dos erecciones. Aún nos separaba la barrera de la ropa, pero era imposible ignorar aquellas dos pollas contra mi cuerpo. Joe deslizó las manos por mis muslos mientras me subía la falda, y metió los dedos por debajo de la prenda para poder acariciarme la piel. Jack me sacó la camisa de la cinturilla, y empezó a desabrocharme los botones con rapidez. Me besaron en el cuello, en los hombros, en la espalda, por encima y por debajo de la ropa, y no se dejaron ni una zona de mi cuerpo mientras me desnudaban con tanta naturalidad como si lo hubieran ensayado.
Cuando me quedé en ropa interior y con los zapatos todavía puestos, Jack miró por encima de mi hombro, y asintió a algo que Joe hizo. Parecían tener un lenguaje propio que yo no entendía. Joe me mordisqueó el hombro, y Jack se arrodilló delante de mí en un movimiento tan súbito: que me sobresaltó. Su cabeza quedaba a la altura de mi cintura. Retrocedí un paso de forma instintiva, pero topé con Joe y noté la suavidad de su jersey contra la piel.
—He...
—Shhh... —me susurró al oído. Posó una mano sobre mi tórax, justo debajo del pecho, y me sujetó con la otra.
Jack me agarró ele las caderas, se inclinó hacia delante, y me besó en la barriga. Di un respingo, pero las manos de ambos me mantuvieron inmóvil. Cuando sus labios rozaron el borde de mis bragas, Justo por debajo del ombligo, me tensé un poco más.
Hasta ese momento, la excitación le había ganado la partida a la ansiedad, pero ésta empezaba a resurgir la boca de Jack estaba demasiado cerca de mi entrepierna. No quería que lo hiciera... era algo que no me gustaba, pero no podía moverme.
—Shhh... —me susurró Joe.
Después de besarme la cadera y el muslo, los labios de Jack se deslizaron hasta mi... rodilla. Se me escapó una risita mientras sus manos se posaban en mi pantorrilla y bajaban para quitarme un zapato. Cuando me quitó el otro, me miró con aquella sonrisa suya.
—Vamos a cuidarte muy bien, ____________—me dijo Joe.
—Claro que sí. ¿Tienes miedo? —me preguntó Jack.
—No —era cierto, no lo tenía.
—Perfecto —me dijo Jack, con una sonrisa de oreja a oreja. Me besó la otra rodilla, se puso de pie, y me tomó de la mano.
Joe apartó la colcha, me tomó también de la mano, y juntos hicieron que me tumbara en la cama y que apoyara la cabeza en la almohada.
—Mírala... es una belleza, ¿verdad? —dijo Joe.
—Sí, está buenísima.
Joe se quitó el jersey y la camiseta mientras Jack hacía lo mismo. No me quitaron la mirada de encima mientras se desabrochaban sus respectivos cinturones, se bajaban los pantalones, y se quitaban los calzoncillos y los calcetines. Sentí envidia al ver lo cómodos que parecían con su propia desnudez; ninguno de los dos parecía preocupado por la musculatura ni por el tamaño del pene del otro. Se limitaron a permanecer desnudos delante de mí, como esperando a que les diera el visto bueno.
Los dos obtuvieron mi aprobación. Con Joe ya estaba familiarizada. Era un poco más bajo, pero estaba más musculoso y tenía más pelo en el pecho; por su parte, Jack era más alto, tenía tatuajes y los piercings en los pezones que yo ya había entrevisto, y apenas tenía vello corporal... pero tenía algo más.
—Oh, Dios mío...
Se echó a reír y bajó la mirada hacia su pene... que también tenía un piercing. El aro era lo bastante grande como para resultarme amenazador, y descansaba a un lado del glande.
—Por el amor de Dios, ¿por qué te has puesto eso? —le dijo Joe.
Jack se echó a reír de nuevo, y empezó a acariciarse el miembro antes de decir:
—Dejaré que ella lo averigüe por sí sola.
—Ven aquí —le ordené, fascinada.
Él obedeció de inmediato. Subió a la cama, y se arrodilló a mi lado. Yo me puse de rodillas para poder verlo mejor, y cuando lo toqué, soltó un pequeño gemido de placer. Empecé a acariciarlo hacia arriba y hacia abajo, tal y como él acababa de hacer, y sentí el roce del aro contra mi palma,
Él suspiró, cubrió mi mano con la suya, y me instó a que acelerara el ritmo.
—Eso es... —susurró.
Joe subió también a la cama. Se arrodilló junto a mí, al otro lado, me quitó el sujetador, y empezó a sobarme los pechos con suavidad. Jugueteó con los pezones hasta que se endurecieron, mientras me chupaba y me mordisqueaba el omóplato.
Metió una mano por dentro de mis bragas, y empezó a frotarme con movimientos circulares mientras yo seguía acariciando a Jack. Gemí al sentir sus dedos sobre mi clítoris, que ya estaba tenso de deseo. Con la otra mano, me movió un poco hasta que estuve sentada entre sus piernas, de espaldas a él, mientras sus dedos seguían acariciándome los pechos y el coño y su boca me chupaba el cuello.
Al darme cuenta de que Jack respiraba jadeante, lo miré y vi que seguía sonriendo, aunque su mirada estaba un poco vidriosa y tenía la piel sudorosa. Sus caderas se movían al ritmo de mi mano. Cuando posó una mano en mi pelo y me dio un pequeño tirón, solté una exclamación y me arqueé contra Joe, que tenía el pene apretado contra mi espalda. Mientras él bajaba un poco más un dedo y volvía a alzarlo para seguir frotándome el clítoris, Jack me agarró la mano para detenerla.
—No tan rápido —susurró.
—Voy a tumbarte —me dijo Joe.
Cuando lo hizo, me colocó la almohada debajo de la cabeza para asegurarse de que estuviera cómoda. Los tíos intercambiaron, una mirada, y empezaron a bajarme juntos las bragas. Levanté un poco el trasero para ayudarlos. Después de lanzar la prenda al suelo, Jack se arrodilló delante de mí y me dobló la rodilla para que apoyara el pie sobre su muslo. Joe me acarició la otra pierna, la cadera y la barriga, mientras me miraba con una sonrisa tranquilizadora.
Solté otra risita trémula cuando Jack volvió a besarme la rodilla. Se movió un poco para poder besarme la pantorrilla, y deslizó los labios por mí tobillo. Me masajeó el pie durante unos segundos, y cuando me besó el empeine, mi cuerpo entero se sacudió; afortunadamente, me sujetaba el tobillo con las manos, así que consiguió evitar que le diera una patada accidental.
Aquel beso me había hecho cosquillas, pero también me había provocado una descarga de placer enorme. Mis muslos se separaron, y mis caderas se arquearon como por voluntad propia. Mi mano golpeó contra la nariz de Joe, y él hizo una mueca de dolor, era obvio que para practicar sexo espectacular había que tener una coordinación excelente.
—Avísame la próxima vez que vayas a hacer algo así —dijo.
Jack se echó a reír con los ojos fijos en los míos, y comentó:
—Me parece que a ella le ha gustado.
A lo mejor tendría que haberme molestado que hablaran de mí como si no pudiera contestar, pero la verdad es que me resultaba sexy oír a dos hombres hablando de mí tal y como debían de hablar sobre las mujeres cuando creían que no podíamos oírlos. Si hubieran suavizado sus palabras, si hubieran intentado aparentar romanticismo para seducirme, la situación me habría parecido ridícula.
—Tiene unos pies muy bonitos —Jack volvió a besarme el empeine, y gemí de nuevo —¿Ves cómo se retuerce?
Joe asintió mientras bajaba la palma de la mano desde mis pechos hasta mi barriga, y comentó: —Está muy húmeda, tócala.
Después de bajar mi pie con cuidado, Jack se inclinó hacia delante y me acarició. Cuando se humedeció los labios, volví a ver el piercing que tenía en la lengua.
—Seguro que tiene un sabor muy dulce.
Joe me miró a la cara cuando Jack hizo aquel comentarlo. Debió de notar que empezaba a tensarme de nuevo, porque me apartó el pelo de la cara y posó una mano en mi mejilla.
—No, eso no es para ti.
Por encima de su hombro vi que Jack asentía, como si se hubiera esperado una respuesta así. Joe me miró a los ojos y me besó en la comisura de la boca. El gesto demostraba que respetaba sin protestar la distancia que yo había impuesto, aunque en ese momento me sentí un poco ridícula por negarle mis labios. Coloqué una mano en su nuca, y lo sujeté por un momento mientras lo miraba a los ojos.
No sé lo que vio en mi mirada, pero pareció satisfacerle, porque sonrió y me besó la punta de la nariz. Apartó mi mano de su nuca, depositó un beso en la palma, y se sentó.
—Chúpale los pezones, le encanta —le dijo a Jack.
Jack asintió, subió por mi cuerpo, y tomó uno de mis pezones entre sus labios antes de que me diera tiempo a tomar aire. Había acertado en lo del piercing de la lengua; al Igual que el del pene, el roce del metal era cálido y suave, y jadeé al sentirlo contra mi piel.
Cuando Joe empezó a chuparme el otro pecho, bajé la mirada y contemplé aquellas dos cabezas, una morena y la otra rubia, que estaban centradas en mí. Me pregunté si iban a besarse o a acariciarse, y la mera idea me arrancó un jadeo que hizo que Joe alzara la mirada hacia mí.
Me humedecí los labios, y él sonrió y miró a Jack, que también había alzado la cabeza. Intercambiaron una mirada, y se echaron a reír. Yo tampoco pude contener la risa.
—Tiene una risa muy sexy, ¿verdad? —comentó Joe.
—Todo en ella es sexy —Jack empezó a chuparme el pezón de nuevo, y deslizó una mano entre mis piernas.
Sus caricias eran diferentes de las de Joe, menos seguras, pero la ligera vacilación de sus dedos sobre el clítoris me resultó increíblemente excitante. Mi cuerpo entero había empezado a tensarse, a contraerse, y me costó recordar que tenía que respirar.
Joe también metió la mano entre mis piernas. Durante unos segundos se limitó a sujetarme mientras Jack seguía con su ritmo irregular, pero gemí al notar que me metía un dedo y después otro.
—Joder, vamos a ver si podemos hacer que vuelva a gemir así —dijo Jack.
No hacía falta que yo contestara, no esperaban que hablara ni que les devolviera las caricias. Se centraron en darme placer. Joe daba consejos de vez en cuando a Jack, que los aceptaba sin protestar.
Cuando abrí los ojos, vi que tenían la mirada fija en mí, pero no en mi rostro. Si me hubieran quedado fuerzas, me habría echado a reír al verlos tan concentrados. Estaban contemplando mi coño como si creyeran que iban a encontrar en él las respuestas de los secretos del universo. Joe estaba follándome con los dedos mientras Jack me acariciaba el clítoris, pero los dos parecían fascinados por mi cuerpo y mis reacciones.
Tendría que haberme sentido un poco incómoda, pero estaba demasiado cerca del orgasmo como para preocuparme por si les gustaba cómo me había depilado el vello púbico. Arqueé las caderas hacia ellos, pero solté una protesta ahogada cuando Dan me miró y apartó la mano.
—Siéntate, cielo —me dijo con ternura, mientras me ayudaba.
Me colocaron en el borde de la cama, con los pies en el suelo. Joe se puso detrás de mí, con las piernas a ambos lados de mi cuerpo y apretó su pecho contra mi espalda. Jack se puso un condón, se colocó entre mis piernas y me agarró las caderas.
—¿No se rasga con el piercing? —le pregunté.
—No —me dijo, sonriente.
Sentí que se me aceleraba el corazón, pero dejé que Joe me atrajera contra su cuerpo. Apoyé la cabeza en su hombro mientras él posaba sus labios en mi cuello y me agarraba las costillas, justo debajo de los senos.
—¿Estás lista?
Fue un detalle por parte de Jack preguntármelo, pero a pesar de que me habría gustado responderle, tenía la garganta seca y sólo pude asentir. Él se movió un poco, agarró la base de su polla y la guió hacia mi sexo, pero no me penetró de inmediato.
—Shhh... —me susurró Joe al oído, mientras me apartaba un poco el pelo para poder besarme el cuello—Relájate.
Jack empezó a penetrarme poco a poco. Creía que el piercing iba a hacerme algo de daño, así que no pude evitar tensarme un poco, pero sólo sentí un placer diferente. Era más largo que Joe, y solté una exclamación ahogada cuando entró hasta el fondo. Alzó la mirada, y comentó:
—Dios, qué estrecha es.
La polla de Joe, que seguía presionada contra mi espalda, se hinchó un poco más ante aquellas palabras.
—Ya lo sé —dijo él.
Jack se apartó el pelo de los ojos, y apoyó una mano en mi hombro. Me miró a los ojos, y me preguntó: —¿Estás bien?
Me sentí halagada y excitada al ver el cuidado que tenían conmigo. Podrían haber hecho que aquélla fuera una experiencia desagradable para mí, pero estaban esforzándose al máximo por darme placer.
Asentí de nuevo, y Jack sonrió. Joe me besó el cuello, y dijo:
—Fóllatela.
Jack asintió, y me miró para que le diera permiso. Me humedecí los labios, y le dije: —Sí Jack, fóllame.
Joe se estremeció al oír mi voz enronquecida de deseo. Jack parecía palpitar en mi interior, y empezó a moverse con una concentración deliberada.
No tenía que preocuparme por sí me caía, porque Joe estaba detrás de mí y me sujetaba. Mi placer se acrecentaba con la estimulación combinada de la boca de Joe en mi piel y la polla de Jack en mi interior.
Después de follarme con embestidas lentas durante unos segundos, Jack colocó las manos bajo mis rodillas y me las dobló, la postura me apretó con más fuerza contra Joe, y profundizó el ángulo de penetración.
Solté una exclamación, y a pesar de que Jack no se detuvo, murmuró:
—¿Estás bien?
—Sí... oh, sí... —conseguí decir.
El pene duro y cálido de Joe me frotaba la espalda con cada envite de Jack. La respiración de Joe se volvió jadeante junto a mi oído. Deslizó una mano hasta mi sexo, y empezó a acariciarme el clítoris mientras Jack seguía penetrándome rítmicamente, y me aferré a las sábanas ante aquel doble placer.
Me había imaginado distintas formas de follar con dos hombres a la vez... uno en mi boca y el otro en mi coño, uno en cada mano, uno penetrándome por detrás mientras yo le hacía una mamada al otro... pero jamás me había imaginado a uno sujetándome contra su pecho desde atrás mientras los dos se esforzaban por satisfacer todos mis deseos.
Miré hacia un lado y vi el espejo del tocador que nos enmarcaba como un cuadro. Tres personas, una mujer atrapada entre dos hombres que la sujetaban como si fuera un objeto de un valor incalculable. Tuve que parpadear para asegurarme de que se trataba de mí.
El sudor que cubría la frente de Jack empezó a gotearme en el vientre. A pesar de que su rostro se contorsionó, siguió con un ritmo estable y consiguió mantener a raya el orgasmo. Los tres nos movíamos a la vez. Joe dejó de acariciarme el clítoris, y puso la mano delante de mi boca.
—Escupe.
Obedecí de inmediato, él deslizó la mano entre los dos. Al notar que agarraba su polla y la lubricaba con mi saliva, me excité aún más. Al cabo de un instante, volvió a apretarme contra su cuerpo y siguió acariciándome el clítoris, pero su pene se frotaba contra mi piel con más fluidez. Encajaba contra mi columna vertebral tan bien como el de Jack dentro de mí sexo, y al pensar en la forma en que mí cuerpo estaba dándoles placer a los dos, mi coño se contrajo en un primer espasmo orgásmico.
Jack soltó un gemido, y hundió los dedos en mis corvas. Sus embestidas fueron ganando intensidad, y me empujaron contra Joe con más fuerza. Tanto Jack como yo estábamos a punto de corrernos, pero aquello no me parecía justo para Joe.
—¿Joe?
—Shhh... tranquila, cielo, estoy a punto —murmuró, mientras seguía acariciándome el clítoris.
Supongo que seguimos así durante unos segundos más, pero perdí la noción del tiempo. Todo se centró en el placer que crecía entre mis piernas, en las imágenes, en los sonidos, en los olores, en el sexo.
Nos movimos con más fuerza, más rápido, mientras piel se restregaba contra piel. Alguien gimió, yo solté un grito ahogado. Alguien dijo mi nombre, mi nombre de verdad, pero estaba inmersa en lo que estaba sucediendo y no me importó.
—Voy a correrme... —dijo Jack, jadeante. Me penetró con más fuerza, cerró los ojos, y echó la cabeza hacia atrás. Contemplé como hechizada la línea de su cuello.
—Córrete con nosotros. ____________. Vamos, déjate llevar — me dijo Joe.
Lo habría hecho de todos modos, pero oírlo hablar me dio el último empujón. Por un instante, el universo se convirtió en un puño gigante que se cerró de golpe, y cuando se abrió y lanzó las estrellas y las lunas, los planetas y los cometas, me uní a la vorágine y sentí que el cosmos me rodeaba. Me inundó un placer tan avasallador, que arqueé la espalda y oí mi propio grito ronco.
Sentí un líquido cálido en la espalda, y la mano que Joe tenía en mi cadera me apretó con fuerza. Oí su gemido, y noté cómo se frotaba contra mí.
Jack gritó de placer mientras daba una nueva embestida, y se detuvo mientras su cuerpo entero temblaba. Al cabo de un segundo volvió a moverse una vez, otra más, y entonces se paró de nuevo con la cabeza gacha. Se sacudió de pies a cabeza, y entonces me soltó las rodillas y me bajó las piernas con cuidado.
Permanecimos así durante un largo momento, éramos la viva imagen de la satisfacción, Me dolían los músculos de las piernas y de la espalda, pero no demasiado. Joe me dio un beso en la sien, y deslizó las manos por mis costados hasta colocarlas sobre mis senos. Jack salió de mi interior al cabo de un segundo, y me dejó en brazos de Joe.
Cuando recuperé el habla, no supe qué decir. Después de deshacerse del condón con naturalidad, Jack se volvió a mirarme y me sonrió.
—¿Os importa si me ducho?
Yo me limité a negar con la cabeza, y Joe le dijo:
—¿Puedes pasarme una toalla?
—Claro.
Jack entró en el cuarto de baño, se asomó para lanzarle una toalla a Joe, y volvió a meterse; al cabo de unos segundos, se oyó el ruido del agua. Me incorporé un poco para sentarme mejor, y Joe usó la toalla para limpiarme la espalda con movimientos pausados.
Me volví a mirarlo, y vi que había dejado la toalla sobre su regazo.
—Hola —me dijo, sonriente.
—Hola.
—¿Estás bien? —me preguntó, mientras me apartaba el pelo de la cara.
Sí, estaba bien, pero esperé por un segundo a que aparecieran la culpa o la ansiedad. Me sorprendí al darme cuenta de que no había ni rastro de ellas. Estaba muy relajada, y también un poco maravillada por lo que acababa de pasar.
—Sí —le dije.
—Perfecto —me puso la mano en la nuca, y tiró de mí basta que me incliné hacia él y pudo rozarme la mejilla con los labios—. ¿Ha sido lo que esperabas?
—No —admití, con una carcajada.
—¿No? ¿No te ha gustado? —me preguntó, ceñudo.
—Ha sido mejor de lo que esperaba —alcé una mano, y me permití el lujo de acariciarle la cara por un segundo.
—Genial —comentó, con una sonrisa de oreja a oreja.
Me mordisqueé el labio inferior, y al final le dije: —SI quieres, la próxima vez podemos hacerlo con otra mujer.
Se echó a reír, y me dio un abrazo que toleré pero que no devolví. Sentí que sus manos me recorrían la espalda, y que inhalaba contra mi pelo; al cabo de unos segundos, me soltó y me dijo:
—Ya veremos.
En ese momento, Jack salió del cuarto de baño. Tenía una toalla alrededor de la cintura, y el pelo peinado hacia atrás. Recogió su ropa del suelo, y la sacudió un poco. Se quitó la toalla, y después de acabar de secarse, la tiró al suelo y se puso los calzoncillos.
—¿Te vas ya? —le preguntó Joe, sin apartar la mano de mi cuello.
De repente, deseé tener algo con lo que poder cubrirme. Me levanté para ir a darme una ducha, pero cuando Jack me miró con una de sus sonrisas, me sentí menos desnuda y con más ganas de volver a tirármelo. Aquel chico tenía mucho talento.
—Sí —le dijo a Joe. Soltó una carcajada, y añadió—: Tenías razón, es una mujer increíble. Llamadme cuando queráis, ¿vale?
Miré a Joe, que ni siquiera se molestó en aparentar que se sentía avergonzado. No supe cómo reaccionar, y me quedé donde estaba mientras Jack acababa de vestirse y se marchaba. Entonces entré en el cuarto de baño, que aún estaba lleno de vaho, y abrí el grifo de la ducha.
—¿Estás enfadada? —me dijo Joe, cuando aparté la cortina y me metí dentro.
No contesté, y me limité a dejar que el agua cayera sobre mi cuerpo. Vi que su silueta se acercaba, y apartó a un lado la cortina sin prestar atención al agua que caía fuera.
—Dime algo, ___________.
Agarré la pastilla de jabón, y le di vueltas en mis manos hasta crear espuma, Jack había utilizado aquel mismo jabón, y había follado conmigo porque Joe se lo había pedido.
—¿Debería enfadarme? —le pregunté al fin, sin mirarlo. Empecé a enjabonarme el cuerpo, y fui reemplazando el olor a sexo con el de una pastilla de jabón barita.
—Me dijiste que nunca habías experimentado demasiado, así que pensé que te gustaría. Tu misma has admitido que has disfrutado —no estaba haciendo ninguna acusación, y tampoco estaba intentando defenderse.
—¿Cómo sabías que me gustaría?
—Si no hubieras estado interesada, habrías dicho que no y nos habríamos ido a casa sin él. No habría pasado nada.
Alcé la cara hacia el chorro de agua, mientras intentaba decidir si debería enfadarme.
—¿Tenías también una chica preparada, por si acaso?
Las palabras sonaron más ásperas de lo que esperaba. Abrí la boca para llenarla de agua, para limpiar el sabor de los dos. A pesar del ruido de la ducha, oí su respuesta.
—No.
No contesté. Era incapaz de olvidar lo que había sentido al tener a Jack dejante y a Joe detrás, cómo me habían sujetado entre los dos y me habían dado placer sin pedirme nada a cambio, y cómo mi placer había avivado el suyo. Joe lo había hecho porque quería complacerme.
No protesté cuando se metió en la ducha conmigo, aunque me mantuve de espaldas a él y no intenté apartarme un poco para que compartiéramos el agua. Él me rodeó con un brazo, me metió una mano entre las piernas, y empezó a limpiarme con suavidad. Después de abrir mi sexo para que el agua me diera de lleno, me frotó con un dedo y mi clítoris se endureció de inmediato.
Como la ducha era bastante pequeña, el agua cayó sobre los dos cuando me apretó contra la pared. La piel se me estaba enrojeciendo debido al calor, y él tenía el rostro acalorado. Estábamos rodeados de vapor, y el ruido del agua ahogaba el sonido de nuestra respiración.
Volvió a excitarme con la mano entre mis piernas y la boca en mi cuello. Teníamos la piel resbaladiza por el agua y el jabón, y nuestros cuerpos se frotaron el uno contra el otro. Empecé a acariciarle la polla, y sentí una satisfacción enorme al ver que se ponía dura de inmediato. Me encantaba poder excitarlo con tanta facilidad.
—¿Te ha gustado ver cómo me follaba? —le pregunté, mientras lo miraba a los ojos.
Él asintió mientras sus caderas se movían rítmicamente contra mi puño.
—Sí, pero prefiero ser yo quien esté dentro de ti.
No teníamos condones a mano, y por primera vez mí deseo por él superó a mi necesidad de ser cuidadosa. Aquello me aterró, y él debió de ver mí reacción en mi mirada, porque me abrazó y me mantuvo apretada contra su cuerpo durante unos segundos antes de volver a apartarse un poco. Ninguno de los dos había dejado de mover la mano.
Cuando me sonrió, no pude evitar devolverle el gesto. Con él, todo parecía muy fácil.
—Estás tan mojada... dime que es por mí.
—Estoy mojada por ti —le dije, obediente.
—Dime: «Joe, me pones cachonda».
Solté una carcajada antes de decir:
—Joe, me pones cachonda.
Me acarició con más fuerza, y el ritmo de sus caderas se aceleró.
—Di: «Joe, me encanta que me folles».
—Joe... —su nombre se convirtió en un gemido mientras me acercaba cada vez más al orgasmo—. Me...
—Me encanta que me folles.
—Me encanta que me folles —murmuré.
—Dime que vas a correrte.
—Sí... joder. Sí... voy a correrme.
El estallido de placer fue menos potente que el que había experimentado cuando estaba con los dos, pero a pesar de todo, fue fantástico, Le apreté con más fuerza el pene, y doblé un poco la muñeca mientras bombeaba con más fuerza.
Él masculló una imprecación, y apoyó una mano en la pared. El agua le caía por el pelo y la nuca, le bajaba como un lío por la espalda y la raja del trasero. Lo acaricié con más tuerza, más rápido. Gritó mientras arqueaba las caderas contra mí, y olí el aroma almizclado del semen antes de que el agua se lo llevara.
—Me parece que tengo que sentarme —susurró, mientras temblaba contra mí.
—¿Estás bien? —le pregunté, un poco alarmada, antes de girar un poco el grifo para que el agua no saliera tan caliente,
Él soltó una carcajada, y me dijo:
—Dios, _____________, eres increíble.
No me sentía increíble, sino... exhausta. También necesitaba sentarme, pero la ducha no era el lugar adecuado. Después de cerrar el grifo, agarré dos toallas, le di una a él, y me envolví en la mía antes de salir.
—Ten cuidado. Joe. Según el Consejo de Seguridad Nacional, el ochenta por ciento de los accidentes domésticos suceden en el cuarto de baño.
Él salió de la ducha, bajó la tapa del inodoro para poder sentarse, y empezó a frotarse el pelo con la toalla.
—¿Podrías darme un vaso de agua fresca?
—Claro.
Le quité la tapa de papel a uno de los vasos, lo llené con agua, y se lo di antes de llenarme otro para mí.
—Gracias —apuró el vaso, y entonces lo dejó encima del lavabo y se levantó. Después de secarse, dejó caer la toalla al suelo, levantó la tapa del inodoro, y se puso a orinar.
Aquel acto tan íntimo hizo que saliera a toda prisa del cuarto de baño. Estaba roja como un tomate, y tenía el corazón acelerado. No sé por qué me daba vergüenza verle hacer pis después de haberle hecho una paja, puede que mi reacción se debiera a la naturalidad con la que se comportaba. Me di cuenta de que estaba actuando como una tonta, pero me dio igual. Hay gente que tiene algunas manías, y yo tenía bastantes.
Joe salió del cuarto de baño al cabo de un momento, se me acercó, y me rodeó con los brazos. Se lo permití, al igual que las veces anteriores, pero me tensé un poco. Él me besó el hombro, y me preguntó:
—¿Por qué no te gusta que te abracen?
Solté una pequeña carcajada, y sacudí la cabeza. Usé aquel movimiento como excusa para apartarme de él, y empecé a recoger mi ropa,
—¿Quién dice que no me gusta?
—Tú misma.
—Nunca te lo he dicho —falda, bragas, sujetador, camisa... lo encontré todo.
—Lo dice tu cuerpo.
No parecía tener prisa por vestirse ni por marcharse. Se sentó en la cama, y se apoyó en los codos. Se comportaba como si se sintiera de lo más cómodo estando desnudo, pero yo ya me había puesto las bragas y estaba abrochándome el sujetador.
—Hay personas más... táctiles que otras.
—¿Crees que tú no lo eres? —me dijo, mientras yo me ponía la falda.
Me encogí de hombros, y fingí que aquel tema no me interesaba. Cuando me puse la camisa y empecé a abrochármela. Joe se me acercó de nuevo por la espalda y posó las manos en mis hombros. Alcé la mirada, y vi que en aquel espejo que antes había mostrado nuestro trío ya sólo estábamos los dos. Nuestros ojos se encontraron en el reflejo. Bajó las manos por mis brazos, y al llegar a los codos volvió a subir hasta los hombros.
—Te tensas cuando te toco así.
—¿En serio? —era un viejo truco, hacer una pregunta para evitar dar una respuesta.
—Sí.
Me encogí de hombros otra vez. Él se me acercó aún más, se apretó contra mi espalda, me rodeó con los brazos a la altura de las costillas, y agarró sus propios antebrazos. Colocó la barbilla en la curva de mi hombro y mí cuello, y comentó:
—No te has tensado cuando estábamos en la cama y te tenía abrazada.
No contesté. Él me miró durante un largo momento, y al final suspiró y me soltó. Acabé de abrocharme la camisa, y me la remetí en la falda. Después de alisar un poco las arrugas, saqué un peine de mí bolso y empecé a desenredar los nudos que se me habían formado en el pelo mojado.
Joe se vistió con rapidez y en silencio. Me sentía culpable por la tensión que acababa de crearse entre nosotros. Era consciente de que él quería algo de mí, pero no sabía cómo dárselo. Me molestaba que no pudiera aceptar sin más lo que había pasado, que quisiera más.
Me peiné con tanta fuerza, que los ojos se me llenaron de lágrimas. Al topar con un nudo especialmente difícil, mascullé una imprecación.
Sin decir nada, Joe me quitó el peine de las manos. Me quedé inmóvil, me sentía incapaz de moverme mientras él iba desenredando aquel nudo poco a poco. Lo hizo con paciencia, con suavidad, sin forzar el nudo, instándolo a que fuera abriéndose. Cuando acabó y el peine se deslizó desde la raíz hasta las puntas, me lo devolvió y me dijo:
—Estaré en el coche.
Se fue y me quedé sola, con la mirada fija en aquel espejo en el que antes había tres y que ya sólo reflejaba a una.
# TeamBullshit
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
:o
YO NO SERIA CAPAZ DE HACER ESO :/
BUENO SIGUELA
ELLOS NO SE UQIEREN??
YO NO SERIA CAPAZ DE HACER ESO :/
BUENO SIGUELA
ELLOS NO SE UQIEREN??
andreita
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