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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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"Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Página 4 de 7. • 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
Nueva Lectora... mi nombre es Araceli y me encanta tu nove.. siguela...
jonatic&diectioner
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
a ya entendi
jajajaaj es enserio ella es muy sexosa
jajaja pero joe no se queda atras
quiero que se enamoren ys e qwuieran :9
siguela
jajajaaj es enserio ella es muy sexosa
jajaja pero joe no se queda atras
quiero que se enamoren ys e qwuieran :9
siguela
andreita
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
me encanto el capi, se estan enamorando, q fiino...
siguelaaaa porfisss
amo como escribes
muero x saber q sigue!!!
att: tu mega fiel lectora
siguelaaaa porfisss
amo como escribes
muero x saber q sigue!!!
att: tu mega fiel lectora
Yhosdaly
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
CAPITULO 12
—¿Has engordado, ____________(dtn)?
Como siempre, la voz de mi madre hizo que me pusiera tensa. Había tenido que elegir entre quedar a comer con ella en un lugar neutral, que ella viniera a mi casa, o ir a la suya. Como era una hija responsable, había elegido la primera opción. Las dos sabíamos por qué, pero ninguna sacó el tema.
—Puede que sí, mamá.
—Ningún hombre va a interesarse por una mujer que no se cuida.
Añadí un poco más de mantequilla al panecillo que estaba a punto de comerme, y la miré con una sonrisa de lo más falsa.
—Eso no me preocupa, mamá.
Soltó un resoplido, y bebió un poco de agua, Debería explicar que mi madre no es vieja ni está enferma. Su salud no está deteriorándose, aunque a ella le gustaría que el mundo entero le tuviera lástima. Mi madre es una mujer atractiva de sesenta y pocos años que se conserva bien, y que se gasta más dinero en su visita semanal al salón de belleza que yo en comida. Tuvo un accidente de coche hace más de quince años, y el resultado fue una cicatriz casi invisible en la pierna izquierda y la incapacidad total de conducir, debido a los «nervios».
Nunca hablamos del problema que mi padre tiene con la bebida, pero no es tan necia como para pretender que él la lleve a algún sitio; la verdad, yo preferiría superar mis supuestos nervios antes que permanecer atrapada en casa con un hombre al que no soporto, y tener que depender de que los demás tengan el detalle de acceder a hacer de chóferes... aunque lo cierto es que yo también tengo mis propias rarezas, y quizá me parezca más a mi madre en cuanto a lo del complejo de mártir de lo que me gustaría admitir.
Cuando el camarero llego para tomarnos nota: mi madre pidió una ensalada, como siempre. Yo pedí una hamburguesa con queso, patatas fritas, y un batido de chocolate.
—¡____________!
A juzgar por su expresión de horror, cualquiera diría que acababa de pedir un bebé asado aderezado con un cachorrillo. No sé qué era lo que le ofendía más, la comida en sí o el hecho de que hubiera pedido algo tan plebeyo como una hamburguesa en un restaurante tan elegante como Giardino´s.
—Mamá —lo dije con calma, porque sabía que así la enfurecería más.
—Lo haces para enfadarme, ¿verdad?
—Tengo hambre, mamá.
—Al menos, el negro estiliza.
Bajé la mirada hacia mi jersey negro y mi falda ajustada del mismo color. Supongo que no hay ni una mujer en el mundo que no se pregunte sí sus muslos podrían ser más delgados o su trasero más plano, pero yo estoy bastante contenta con mi cuerpo.
—Conseguiste adelgazar, pero vas a volver a engordar.
Había engordado a modo de autodefensa, y había adelgazado debido a las circunstancias. No me apetecía volver a pasar por una dieta así.
—Me gusta mi aspecto, mamá. Deja el tema, por favor.
—Ninguna mujer está satisfecha del todo con su aspecto, _________(dtn). Es nuestra maldición. Estamos condenadas a querer ser más delgadas, a querer tener unos pechos más grandes y unas piernas más largas.
—Soy algo más que unas tetas y un trasero, también tengo un cerebro.
Frunció el ceño al ver que utilizaba un vocabulario tan ordinario, y me dijo:
—Nadie puede ver tu cerebro.
Tal y como le había dicho a Joe, abandonar una tarea inútil y carente de sentido no es rendirse... es ser inteligente. No me molesté en discutir con ella, hacía años que me sermoneaba con aquel tema. Bebí un poco de agua, y me metí un cubito en la boca para contener las ganas de chasquear con la lengua.
Por una vez, no insistió. Empezó a hablarme con todo lujo de detalles de la hija de su amiga Debbie Miller, que acababa de dar a luz. Era un tema que al menos no tenía nada que ver conmigo, con mi peso, ni con mi cerebro.
—... y el niño se llama Atticus —dijo, mientras sacudía la cabeza. Era obvio Lo que pensaba de aquel nombre.
—Es un nombre bonito, habría sido peor que le pusiera Adolfo.
—Eres una listilla, además de inteligente.
—Perdona.
Es curioso que la relación que tenemos con nuestros padres se mantiene igual cuando nos hacemos adultos. Sabía que no iba a darme una bofetada, pero parte de mi reaccionó como si creyera que iba a hacerlo.
El camarero nos trajo la comida. Aunque había perdido el apetito, bebí un poco de batido para no dar pie a que mi madre hiciera algún comentario.
Al cabo de un rato, suspiró, apartó a un lado su plato de ensalada a medio terminar, y me dijo:
—Quiero hablar contigo de tu padre, __________(dtn).
—Vale.
Dejé a un lado el tenedor, y me limpié la boca con la servilleta. Apenas hablaba con mi padre. Intercambiábamos algunas palabras si él contestaba al teléfono en las contadas ocasiones en que yo llamaba a su casa. Mi madre solía referirse a él con frases como «tu padre y yo vimos aquel programa sobre mascotas con poderes paranormales», o tu padre y yo estamos pensando en re-decorar la cocina, pero lo cierto era que él se pasaba el día delante de la televisión con un gin tonic en una mano y el mando a distancia en la otra».
—¿De qué quieres hablar, mamá?
He visto a mi madre vertiendo suficientes lágrimas como para llenar una piscina. Lo hace con tanta pericia, que el maquillaje nunca se le estropea, así que me alarmé un poco al ver que el rímel empezaba a corrérsele.
—Tu padre no está bien.
—¿Qué le pasa?
Me alarmé aún más al ver que se limitaba a hacer un pequeño gesto con la mano. Mi madre solía comportarse como una mártir, pero casi nunca se quedaba sin palabras. Cuando abrió la boca y fue incapaz de articular ni una palabra, tuve que entrelazar las manos sobre mi regazo para impedir que empezaran a temblar.
—¿Qué le pasa, mamá?
Miró a su alrededor antes de contestar, como si al resto de comensales les importara lo que iba a decir.
—Cirrosis —su voz fue apenas un susurro, y se llevó la mano a la boca como si la palabra se le hubiera escapado sin querer.
La noticia no me tomó por sorpresa, porque mi padre llevaba casi toda la vida bebiendo en exceso.
—¿Ha ido al médico?, ¿cómo está?
—Está tan cansado, que le cuesta levantarse de la silla; además, ha perdido peso. Apenas come.
—Pero no deja de beber.
Alzó la barbilla, y me dijo con firmeza:
—Tu padre se merece relajarse un poco por la tarde, ha trabajado muy duro durante todos estos años para mantenernos.
—¿Van a ingresarlo en el hospital?
—No se lo he dicho a nadie —susurró. Se secó los ojos, y el breve momento de sinceridad que acabábamos de compartir se desintegró.
—Claro, sería horrible que los vecinos se enteraran.
—Por supuesto. Los trapos sucios se lavan de puertas para adentro.
Los trapos sucios se lavan de puertas para adentro... ¿cuántas veces había oído aquella frase de pequeña?
Nos miramos en silencio. Cualquiera que nos viera habría dicho que nos parecíamos mucho. Yo tenía su misma boca carnosa, y aunque mis ojos eran más grisáceos y los suyos más azulados, eran iguales en cuanto a forma y a tamaño, y tenían una anchura que nos daba una apariencia de falsa inocencia.
—¿Es que no vas a perdonarme nunca? Maldita sea, mamá... ¿vas a echármelo en cara durante el resto de mi vida? —no pude evitar que me temblara la voz, y aferré con fuerza la servilleta.
Mi madre se limitó a hacer una mueca despectiva. Era como si ni siquiera me mereciera una respuesta, como si hubiera dejado de ser __________ y hubiera vuelto a ser _________(dtn),y me sentí fatal.
A pesar de todo, no negó mi pregunta ni fingió que no sabía de qué estaba hablándole. Bajé la mirada, y la fijé en mi hamburguesa a medio comer mientras intentaba aclararme las ideas, Estuve a punto de añadir algo más, pero el camarero me salvó cuando se acercó y me preguntó si quería llevarme lo que me había sobrado.
—No, gracias.
—¡No hay que desperdiciar nada! —me dijo mi madre.
—Voy a pagar yo, así que no te preocupes.
—No es eso. No puedes darte el lujo de ir derrochando el dinero, __________(dtn).
—Porque no tengo un hombre que se ocupe de mí. Sí, ya lo sé. Tráiganos la cuenta, por favor.
—¿Has engordado, ____________(dtn)?
Como siempre, la voz de mi madre hizo que me pusiera tensa. Había tenido que elegir entre quedar a comer con ella en un lugar neutral, que ella viniera a mi casa, o ir a la suya. Como era una hija responsable, había elegido la primera opción. Las dos sabíamos por qué, pero ninguna sacó el tema.
—Puede que sí, mamá.
—Ningún hombre va a interesarse por una mujer que no se cuida.
Añadí un poco más de mantequilla al panecillo que estaba a punto de comerme, y la miré con una sonrisa de lo más falsa.
—Eso no me preocupa, mamá.
Soltó un resoplido, y bebió un poco de agua, Debería explicar que mi madre no es vieja ni está enferma. Su salud no está deteriorándose, aunque a ella le gustaría que el mundo entero le tuviera lástima. Mi madre es una mujer atractiva de sesenta y pocos años que se conserva bien, y que se gasta más dinero en su visita semanal al salón de belleza que yo en comida. Tuvo un accidente de coche hace más de quince años, y el resultado fue una cicatriz casi invisible en la pierna izquierda y la incapacidad total de conducir, debido a los «nervios».
Nunca hablamos del problema que mi padre tiene con la bebida, pero no es tan necia como para pretender que él la lleve a algún sitio; la verdad, yo preferiría superar mis supuestos nervios antes que permanecer atrapada en casa con un hombre al que no soporto, y tener que depender de que los demás tengan el detalle de acceder a hacer de chóferes... aunque lo cierto es que yo también tengo mis propias rarezas, y quizá me parezca más a mi madre en cuanto a lo del complejo de mártir de lo que me gustaría admitir.
Cuando el camarero llego para tomarnos nota: mi madre pidió una ensalada, como siempre. Yo pedí una hamburguesa con queso, patatas fritas, y un batido de chocolate.
—¡____________!
A juzgar por su expresión de horror, cualquiera diría que acababa de pedir un bebé asado aderezado con un cachorrillo. No sé qué era lo que le ofendía más, la comida en sí o el hecho de que hubiera pedido algo tan plebeyo como una hamburguesa en un restaurante tan elegante como Giardino´s.
—Mamá —lo dije con calma, porque sabía que así la enfurecería más.
—Lo haces para enfadarme, ¿verdad?
—Tengo hambre, mamá.
—Al menos, el negro estiliza.
Bajé la mirada hacia mi jersey negro y mi falda ajustada del mismo color. Supongo que no hay ni una mujer en el mundo que no se pregunte sí sus muslos podrían ser más delgados o su trasero más plano, pero yo estoy bastante contenta con mi cuerpo.
—Conseguiste adelgazar, pero vas a volver a engordar.
Había engordado a modo de autodefensa, y había adelgazado debido a las circunstancias. No me apetecía volver a pasar por una dieta así.
—Me gusta mi aspecto, mamá. Deja el tema, por favor.
—Ninguna mujer está satisfecha del todo con su aspecto, _________(dtn). Es nuestra maldición. Estamos condenadas a querer ser más delgadas, a querer tener unos pechos más grandes y unas piernas más largas.
—Soy algo más que unas tetas y un trasero, también tengo un cerebro.
Frunció el ceño al ver que utilizaba un vocabulario tan ordinario, y me dijo:
—Nadie puede ver tu cerebro.
Tal y como le había dicho a Joe, abandonar una tarea inútil y carente de sentido no es rendirse... es ser inteligente. No me molesté en discutir con ella, hacía años que me sermoneaba con aquel tema. Bebí un poco de agua, y me metí un cubito en la boca para contener las ganas de chasquear con la lengua.
Por una vez, no insistió. Empezó a hablarme con todo lujo de detalles de la hija de su amiga Debbie Miller, que acababa de dar a luz. Era un tema que al menos no tenía nada que ver conmigo, con mi peso, ni con mi cerebro.
—... y el niño se llama Atticus —dijo, mientras sacudía la cabeza. Era obvio Lo que pensaba de aquel nombre.
—Es un nombre bonito, habría sido peor que le pusiera Adolfo.
—Eres una listilla, además de inteligente.
—Perdona.
Es curioso que la relación que tenemos con nuestros padres se mantiene igual cuando nos hacemos adultos. Sabía que no iba a darme una bofetada, pero parte de mi reaccionó como si creyera que iba a hacerlo.
El camarero nos trajo la comida. Aunque había perdido el apetito, bebí un poco de batido para no dar pie a que mi madre hiciera algún comentario.
Al cabo de un rato, suspiró, apartó a un lado su plato de ensalada a medio terminar, y me dijo:
—Quiero hablar contigo de tu padre, __________(dtn).
—Vale.
Dejé a un lado el tenedor, y me limpié la boca con la servilleta. Apenas hablaba con mi padre. Intercambiábamos algunas palabras si él contestaba al teléfono en las contadas ocasiones en que yo llamaba a su casa. Mi madre solía referirse a él con frases como «tu padre y yo vimos aquel programa sobre mascotas con poderes paranormales», o tu padre y yo estamos pensando en re-decorar la cocina, pero lo cierto era que él se pasaba el día delante de la televisión con un gin tonic en una mano y el mando a distancia en la otra».
—¿De qué quieres hablar, mamá?
He visto a mi madre vertiendo suficientes lágrimas como para llenar una piscina. Lo hace con tanta pericia, que el maquillaje nunca se le estropea, así que me alarmé un poco al ver que el rímel empezaba a corrérsele.
—Tu padre no está bien.
—¿Qué le pasa?
Me alarmé aún más al ver que se limitaba a hacer un pequeño gesto con la mano. Mi madre solía comportarse como una mártir, pero casi nunca se quedaba sin palabras. Cuando abrió la boca y fue incapaz de articular ni una palabra, tuve que entrelazar las manos sobre mi regazo para impedir que empezaran a temblar.
—¿Qué le pasa, mamá?
Miró a su alrededor antes de contestar, como si al resto de comensales les importara lo que iba a decir.
—Cirrosis —su voz fue apenas un susurro, y se llevó la mano a la boca como si la palabra se le hubiera escapado sin querer.
La noticia no me tomó por sorpresa, porque mi padre llevaba casi toda la vida bebiendo en exceso.
—¿Ha ido al médico?, ¿cómo está?
—Está tan cansado, que le cuesta levantarse de la silla; además, ha perdido peso. Apenas come.
—Pero no deja de beber.
Alzó la barbilla, y me dijo con firmeza:
—Tu padre se merece relajarse un poco por la tarde, ha trabajado muy duro durante todos estos años para mantenernos.
—¿Van a ingresarlo en el hospital?
—No se lo he dicho a nadie —susurró. Se secó los ojos, y el breve momento de sinceridad que acabábamos de compartir se desintegró.
—Claro, sería horrible que los vecinos se enteraran.
—Por supuesto. Los trapos sucios se lavan de puertas para adentro.
Los trapos sucios se lavan de puertas para adentro... ¿cuántas veces había oído aquella frase de pequeña?
Nos miramos en silencio. Cualquiera que nos viera habría dicho que nos parecíamos mucho. Yo tenía su misma boca carnosa, y aunque mis ojos eran más grisáceos y los suyos más azulados, eran iguales en cuanto a forma y a tamaño, y tenían una anchura que nos daba una apariencia de falsa inocencia.
—¿Es que no vas a perdonarme nunca? Maldita sea, mamá... ¿vas a echármelo en cara durante el resto de mi vida? —no pude evitar que me temblara la voz, y aferré con fuerza la servilleta.
Mi madre se limitó a hacer una mueca despectiva. Era como si ni siquiera me mereciera una respuesta, como si hubiera dejado de ser __________ y hubiera vuelto a ser _________(dtn),y me sentí fatal.
A pesar de todo, no negó mi pregunta ni fingió que no sabía de qué estaba hablándole. Bajé la mirada, y la fijé en mi hamburguesa a medio comer mientras intentaba aclararme las ideas, Estuve a punto de añadir algo más, pero el camarero me salvó cuando se acercó y me preguntó si quería llevarme lo que me había sobrado.
—No, gracias.
—¡No hay que desperdiciar nada! —me dijo mi madre.
—Voy a pagar yo, así que no te preocupes.
—No es eso. No puedes darte el lujo de ir derrochando el dinero, __________(dtn).
—Porque no tengo un hombre que se ocupe de mí. Sí, ya lo sé. Tráiganos la cuenta, por favor.
# TeamBullshit
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
WOW CREO QUE TUBE 1000 ORGASMOS CON LOS CAPS HAHAHA
AAA YO ME LLAMO CECI TAMBIEN( CECILIA BERENICE)
IGUAL QUE ESA ZORRILLA¡¡¡
https://onlywn.activoforo.com/t8348-mis-novelas#626363
https://onlywn.activoforo.com/t8348-mis-novelas#626363
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AAA YO ME LLAMO CECI TAMBIEN( CECILIA BERENICE)
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berenice_89
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
Siguelaa ame el cap !!
aunque no entiendo por que la mama no
la perdona , que hizo ?
siguela :o
aunque no entiendo por que la mama no
la perdona , que hizo ?
siguela :o
Caro-Li-Na
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
jumm que mama tan odisosa
enseriooo ¬¬
siguela
enseriooo ¬¬
siguela
andreita
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
pobre el papa de la rayisss, q ha pasado con joe??
siguelaaa porfissss
megaa amo staaa noveee!!!
siguelaaaa
att: tu mega fiel lectoraa!!!!
siguelaaa porfissss
megaa amo staaa noveee!!!
siguelaaaa
att: tu mega fiel lectoraa!!!!
Yhosdaly
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
CAPITULO 13
El camarero, que se había quedado atrapado entre nosotras como un delfín en una red para atunes, se apresuró a alejarse. Mi madre me echó una mirada furibunda, pero no me quedaban fuerzas para devolvérsela.
—El camarero ni siquiera te conoce, y le da igual lo que digas.
—Ésa no es la cuestión —me dijo, ceñuda.
No podía seguir discutiendo, la comida me pesaba en el estómago como una losa. Después de limpiarme la boca y las manos, cubrí con la servilleta el plato casi lleno, para ocultar la evidencia de mi falta de apetito.
—Tendrías que venir a casa algún día, ________(dtn)... antes de que sea demasiado tarde.
El verdadero objetivo de aquella comida acababa de salir a la luz.
—Tengo mucho trabajo, mamá.
Alargó la mano hacia mí con una rapidez pasmosa, teniendo en cuenta que siempre decía que no podía limpiar la casa por culpa de la fibromialgia. Abrió el botón superior de mi camisa, y frunció el ceño al ver la piel que había quedado al descubierto.
—Trabajo... ¿así lo llamas?
Me llevé la mano al cuello de forma automática, y me abroché la camisa para cubrir la pequeña marca amoratada.
—Tengo un empleo...
—¿Eres una ramera?, ¿a eso te dedicas? A lo mejor no es el trabajo lo que te tiene tan ocupada, lo que impide que te comportes como una buena hija. A lo mejor es otra cosa, puede que estés demasiado ocupada haciendo cosas... sucias.
Es imposible saber cómo es la expresión de tu propio rostro a menos que tengas un espejo delante, pero sentí que la mía se volvía Impávida y gélida. Supongo que mi reacción fue patente, porque mi madre esbozó aquella pequeña sonrisa típica en ella que indicaba que había triunfado, que había conseguido afectarme. Es curioso que nos dé por participar en juegos así, aunque sepamos que no podemos ganar.
—¿Estás tirándote a tu jefe, _________(dtn)? ¿Fue él quien te dejó esa marca en el cuello?
—¿No te preocupaba que no encontrara un hombre? —le pregunté, con el mismo tono edulcorado que ella acababa de utilizar,
El pelo y los ojos no es lo único que tenemos en común. Mi madre y yo tenemos la misma vena vengativa. Ella es una experta a la hora de guardar rencor, pero yo no me quedo atrás. Sabía que las palabras pueden llegar a hacer más daño que un cuchillo, lo había aprendido de la mejor.
—Estoy avergonzada de ti. __________(dtn).
No le dije nada, ni una palabra, así que gané. Mi madre no soportaba el silencio. Necesitaba algo que le diera pie a seguir con su diatriba, pero yo me mordí la lengua y no le di carnaza.
Se puso de pie, agarró su elegante bolso: y me dijo:
—No te molestes en acompañarme a la puerta, yo misma buscaré un taxi. Tendrías que venir a casa, ____________(dtn). Si no lo haces por mí, hazlo al menos por tu padre.
—¿Y por los vecinos?
En ese momento, perdí la partida por haber sido incapaz de quedarme callada.
A mi madre le daba igual tener la última palabra. Como sabía que un suspiro lleno de exasperación podía ser mucho más efectivo, soltó uno antes de marcharse envuelta en una nube de indignación.
Después de pagar la cuenta, y como era hija de mi padre a pesar de todos mis esfuerzos, fui a un bar y me senté en un rincón del fondo donde no tuviera que hablar con nadie.
La re-decoración del comedor progresaba a paso de tortuga. Me sentía culpable cada vez que veía las latas de pintura y los pinceles que tenía en el lavadero, pero cerrando la puerta resolvía el problema con facilidad. La culpa de todo la tenía Joe . Había pasado una semana desde la fiesta de antiguos alumnos, y me había llamado casi cada noche. Teníamos unas agendas de trabajo tan apretadas, que sólo habíamos podido hablar por teléfono. Cuando llegaba a casa estaba tan agotada, que sólo tenía ganas de recalentar algo de comida en el microondas, darme una ducha, y meterme en la cama. Al ver que Joe se mostraba muy comprensivo y que no insistía en que volviéramos a vernos, me había sentido un poco decepcionada.
Todo aquello no ayudaba en nada a que avanzara con lo de la pintura. Adoro mi casa, es lo primero que tuve que fuera mío de verdad. La compré incluso antes que mi primer coche y es mi guarida, mi refugio.
El problema radicaba en que no me gustaba nada el comedor. Mi insatisfacción no se debía a que tuviera una forma irregular que complicaba las cosas a la hora de colocar unas sillas, una mesa y una vitrina, ni al hecho de que careciera de ventanas. Detestaba el comedor porque estaba sin arreglar, y porque cada vez que lo veía pensaba en las pocas ganas que tenía de acabar lo que había empezado.
Cuando la había comprado, era una decrépita casa adosada en una zona que, según el alcalde, era «desfavorecida». El vecindario no era ninguna joya, pero estaba mejorando. El ayuntamiento había decidido revitalizar la zona del centro de Harrisburg, y había invertido una buena suma de dinero en varios proyectos. Era agradable tener vecinos que conducían deportivos en vez de robarlos.
Había optado por restaurar la casa en vez de remodelarla. Había conservado intactas las habitaciones, a pesar de que habían surgido varios inconvenientes con los armarios y los cuartos de baño, Había ido habitación por habitación, según me lo permitían el tiempo y el dinero. Había contratado a profesionales para que se ocuparan de los desperfectos causados por el tiempo y el abandono, pero me había encargado de todos los arreglos superficiales.
No puede decirse que fuera demasiado imaginativa a la hora de decorar; de hecho, me decantaba hacia lo simple y neutro, igual que en el tema de la ropa. Paredes blancas, y muebles sólidos y resistentes. Casi todos los había comprado en subastas o en tiendas de segunda mano, porque me gustaban las antigüedades. Tenía unas cuantas fotos artísticas en blanco y negro, varios candelabros y unos cuantos jarrones que me habían regalado. También tenía estanterías empotradas llenas de libros, y una chimenea junto a la que podía leer.
Aquella noche, Gavin vino a casa. Apenas lo había visto durante la última semana, pero en varias ocasiones había oído el sonido apagado de gritos procedente de su casa. Estaba esperándome sentado en el porche, con un libro en las manos. No hacía frío, pero llevaba una enorme sudadera negra y tenía la capucha puesta. Se parecía tanto a Anakin Skywalker cuando iba camino de convertirse en Darth Vader, que no pude evitar decirle:
—Es muy difícil resistirse al lado oscuro de la fuerza, ¿verdad?
¿Qué?
—El lado oscuro... da igual —no quise preguntarle si había visto las pelis de Star Wars. Abrí la puerta, y entró tras de mí—. ¿Has venido a ayudarme a pintar?
—Sí
Nunca había sido un chico demasiado hablador, pero estaba excesivamente callado. Le lancé una rápida mirada mientras dejaba el correo y el bolso sobre la mesa. Él fue hacia el comedor, se quitó la sudadera, y la dejó sobre una silla. Debajo llevaba una sencilla camiseta gris. Cuando se agachó para abrir una lata de pintura, la tela se le salió de debajo de los vaqueros, y dejó al descubierto las protuberancias de su columna vertebral. Parecía más delgado. Hacía días que no veía el coche de su madre, pero eso sólo indicaba que ella estaba fuera cuando yo estaba en casa. A lo mejor no había tenido tiempo de prepararle la cena a su hijo.
—¿Te apetece cenar algo?
Me miró por encima del hombro, y me dijo:
—Sí, gracias.
Después de meter un par de pizzas congeladas en el horno, subí a cambiarme de ropa. Para cuando bajé, Gavin ya tenía listos los pinceles, los rodillos, y la pintura. Al oír que sonaba el temporizador del horno, se levantó y se volvió hacia mí.
Me quedé de piedra al verle los brazos. Una de las mangas se le había levantado un poco, y había dejado al aire piel que solía llevar cubierta. Tenía tres o cuatro líneas rojas, y me di cuenta de que eran cortes.
—¿Qué te ha pasado en el brazo?
Se bajó la manga de inmediato para ocultar los cortes, y me dijo:
—Mí gato me arañó.
Aproveché que tenía que sacar las pizzas del horno como excusa para no tener que contestar. Era posible que su gato lo hubiera arañado, quizá me había dicho la verdad. No volví a mencionar el tema.
Solía comerse cuatro porciones de pizza, pero aquel día sólo se comió dos. No hice ningún comentario al respecto, pero envolví lo que había sobrado y lo dejé sobre la encimera.
—Llévate esto cuando te vayas, no voy a comérmelo.
—Vale —me dijo, con una pequeña sonrisa.
Contuve las ganas de alargar la mano y alborotarle el pelo, No era más que un crío, pero no era mío; además, tenía quince años, y tengo bastante claro que a los quinceañeros no les gusta que les alboroten el pelo.
Empezamos a pintar. Al cabo de un rato me preguntó si podía poner un poco de música, y pareció sorprenderse al ver mi colección de Cd´s.
—Tiene música bastante guay, señorita _________(ta) — comentó, mientras agarraba el último trabajo de un grupo de rock alternativo.
Sólo le faltó añadir «a pesar de lo vieja que es», pero intenté no ofenderme.
—Gracias. Ponlo, si quieres.
Puso el CD, y seguimos pintando. A veces trabajábamos uno al lado del otro, y a veces en distintas secciones. Como durante los últimos meses había dado un estirón y ya era un poco más alto que yo, dejé que fuera él quien se subiera a un taburete para pintar la parte superior de la pared.
—No hace falta que me llames señorita _______(ta), Gavin. Puedes tutearme, llámame __________.
—Mi madre me dijo que tengo que ser respetuoso con la gente.
—Claro que sí, pero el hecho de que me tutees no me parece una falta de respeto —acabé con un rincón, así que me levanté y dejé el rodillo en el bote—. Te doy permiso.
Él siguió pintando durante unos segundos, y al final me dijo: —Vale.
EL comedor tenía buena pinta, aunque aún le faltaba una última capa de pintura. Empecé a limpiar, y Gavin me ayudó. Como el lavadero era pequeño, topamos varías veces y maniobramos como pudimos entre sonrisas forzadas. Me eché un poco hacia atrás para dejarle espacio cuando él intentó meter un rodillo en el fregadero, pero me golpeé contra la estantería donde tenía el detergente y varias perchas. Algunas de las perchas empezaron a caerse, y Gavin intentó agarrarlas.
Fue una situación completamente inocente. Ni siquiera me rozó, sólo se había inclinado un poco para evitar que las perchas se cayeran. Los dos nos echamos a reír, y en ese instante alcé la mirada y vi un rostro que nos observaba desde la ventana que había junto a la puerta trasera.
Solté un grito, y al cabo de un segundo me di cuenta de que se trababa de la señora Ossley. Con el corazón latiéndome acelerado, pasé Junto a Gavin y abrí la puerta.
—Hola, me ha asustado.
—He llamado a la puerta principal, pero no contestaba nadie —esbozó una sonrisa tensa, y le dijo a su hijo—: Ya es hora de que vengas a casa, Gavin.
—Quiero ayudar a __________ a terminar de limpiar...
—Te vienes ya —su tono era inflexible.
—No te preocupes, Gavin, ya casi he terminado.
—Voy a por mi sudadera.
La señora Ossley y yo nos quedamos esperándolo en el lavadero, y se creó un silencio bastante incómodo. Ella no parecía tener ningún interés en hablar conmigo, y yo no tenía nada que decirle. Gavin nos salvó al aparecer al cabo de un momento con la sudadera puesta.
Cuando se fueron, cerré la puerta mientras me preguntaba qué había hecho para ganarme la antipatía de aquella mujer.
No era inusual que Chad se pasara semanas sin contactar conmigo. Nos manteníamos en contacto mediante mensajes de correo electrónico y postales, y nos llamábamos por teléfono cuando uno de los dos se daba cuenta de que hacía mucho que no hablábamos, o cuando alguno estaba pasando una crisis. No me preocupó que no contestara al mensaje que le dejé agradeciéndole que me enviara las aventuras de la princesa Armonía, pero conforme fueron pasando los días y vi que ni siquiera contestaba a mis mensajes de correo electrónico: me di cuenta de que le pasaba algo.
Se me formó un nudo en el estómago al oír su voz. Era como si tuviera la boca llena de sirope, y le costara hablar con claridad.
—¿Diga?
Se animó un poco al oír mi voz, pero no había ni rastro del parlanchín efusivo de siempre. Me dijo que había estado bastante ocupado con el trabajo y el grupo de teatro amateur en el que estaba, y que la hermana de Luke acababa de dar a luz, en definitiva, me habló de cosas intrascendentes que llenaron el espacio que nos separaba pero que no revelaban nada.
—Chaddie, dime lo que te pasa —le dije, después de escucharlo.
Permaneció en silencio durante tanto rato, que habría pensado que había colgado si no hubiera oído el sonido de su respiración.
—No pasa nada. __________. Estoy un poco bajo de moral.
—Oh, Chad... —no podía decirle nada más. Las palabras no podían sustituir a un abrazo, por muy sinceras que fueran—. ¿Qué vas a hacer al respecto?
—Lo de siempre, ahogar mis penas comiendo helados —me dijo, con una pequeña carcajada.
Los helados eran mejores que el alcohol. Chad nunca bebía.
—¿Qué dice Luke?
Tardó unos segundos en contestar.
—No dice nada, porque no se lo he contado.
—Seguro que lo sabe. Vivís juntos, es imposible que no se dé cuenta —le dije con voz suave.
—No hablamos del tema. Luke siempre está feliz, y no quiero amargarle la vida... ni a ti tampoco, ____________. Tengo que superarlo, ya está,
—No hace falta que lo hagas solo.
—Perdona sí no hago demasiado caso a tus consejos, doña Solitaria. Dime, hermanita, ¿cuándo fue la última vez que lloraste en el hombro de alguien?
Los dos nos quedamos callados. Esperé a que se disculpara, y al ver que no lo hacía, le dije adiós con voz indignada y colgué. A veces, a pesar de que sabes que alguien está diciendo la verdad, es más fácil enfadarte que admitir que tiene razón.
No era la primera vez que me invitaban a una reunión informativa para venderme algo... velas, instrumentos de cocina, Joyas... Jamás asistía, pero tenía el detalle de comprar algo del catálogo. El hecho de que no me gustara perder el tiempo sentada en la sala de estar de alguna desconocida, viendo productos que no me interesaban, no implicaba que ignorara cómo funcionan ese tipo de cosas. Ayudarlas con las reuniones fomentaba el buen rollo, y normalmente acababa con algo que podía regalarle a mi madre en Navidad o en su cumpleaños.
Marcy no me había invitado para que comprara cucharas ni pendientes, y tampoco había permitido que me limitara a hojear un catálogo y a escribirle un cheque. Había insistido en que asistiera a la reunión que había organizado en su casa, y no se me había ocurrido ninguna excusa para poder escaquearme.
Como no sabía lo que se estilaba en aquellas ocasiones, me pasé un minuto entero en el recibidor, preguntándome si debía llamar o intentar abrir sin más; afortunadamente, llegaron dos mujeres más y no tuve que tomar una decisión.
—Hola, ¿también vienes a la reunión? —me dijo la más alta de las dos, con una risita.
Marcy abrió la puerta, y soltó un chillido de entusiasmo. Las dos mujeres chillaron a su vez. Dejé que tiraran de mí, que me abrazaran, que me gritaran al oído, que me pusieran una copa de vino en la mano, y que me sentaran en una silla. Marcy sacó aperitivos mientras todo el mundo charlaba. Yo me limité a beber un poco de vino sin decir gran cosa. Sólo conocía a Marcy, y no tenía nada que decir.
No me he pasado la vida enclaustrada, sé lo que son los juguetes sexuales a pesar de que nunca me he comprado uno. Aunque suele gustarme la lencería sencilla y me inclino más hacia los ligueros y las bragas de encaje que hacia los tangas de leopardo y las medias con agujeros, he visto prendas así en las tiendas.
Creía que estaba preparada para aquella reunión, tenía el boli en la mano y la hoja de pedido delante de mí; sin embargo, poco después de que la vendedora empezara a hablar, me di cuenta de que estaba metida en un buen lío. Para cuando la mujer nos pasó capuchas para los bolis con forma de pene, sólo me quedaba la esperanza de salir de allí sin quedar como una tonta.
No hacía falta que me preocupara. A pesar de lo franca que solía ser en cuestiones de sexo, Marcy soltó una exclamación y se cubrió la cara con las manos cuando la vendedora sacó el primer objeto, y muchas de las demás se ruborizaron o miraron a través de los dedos. Estaba claro que no estaban acostumbradas a ver algo como el Klug Dong con bala vibradora desmontable, así que me relajé al darme cuenta de que no estaba tan desfasada como pensaba.
—¡Ha llegado el momento de las Veinte Preguntas Picantes! —nos dijo la vendedora, mientras nos daba una hoja de color rosa a cada una—. ¡Tened en cuenta que voy a dar premios!
Nos echamos a reír y empezamos a responder el cuestionario, en el que se nos preguntaba cuántas parejas teníamos, cuál era el lugar más raro en el que habíamos hecho el amor, o si nos habíamos acostado con más de un hombre a la vez. Teníamos que decir qué famosos nos atraían más, si habíamos sido infieles alguna vez, cuál era nuestra postura sexual preferida, y un montón de cosas más.
Fui respondiendo a todas las preguntas de la hoja. No fui demasiado sincera, porque a pesar de que la vendedora nos había pedido que fuéramos honestas, había ciertas cosas que no estaba dispuesta a admitir ante un montón de desconocidas: ni siquiera a cambio de unas esposas forradas.
Después de enseñarnos cómo funcionaban los productos y de mostrarnos la lencería, la vendedora fue a sentarse a la mesa de la cocina para ir anotando los pedidos mientras las demás nos servíamos más vino y examinábamos entre risitas los penes de plástico de color rosa.
Tenía un trozo de queso en una mano y mi vaso de vino en la otra cuando Marcy me arrinconó y me dijo:
—¿Qué vas a comprar?
Le enseñé mí hoja de pedido, pero ella la agarró y anotó algo más. Intenté protestar, pero como tenía las dos manos ocupadas, no pude quitársela.
—¿Qué estás haciendo?
—¡Venga ya, _________, si sólo habías pedido un picardías... y en blanco! ¿No quieres algo en rojo, por lo menos?
—Ni hablar —acabé de comerme el queso, y le quité la hoja—. No, Marcy.
—Yo voy a pedir el Conejito Rodney Deluxe —soltó una risita, y añadió—: Te he anotado el Castor Entusiasta.
—Marcy... —empecé a decir, mientras le echaba un vistazo a mi hoja.
—Venga, toda mujer debería tener un buen vibrador. Ya te lo compro yo si no quieres pagarlo. Será un regalo. Considéralo mi granito de arena para que tengas una buena salud.
No quería echarme a reír, de verdad que no, pero Marcy era Irresistible.
—Gracias, pero puedo cuidar de mi salud yo solita. No me hace falta el Castor Entusiasta, no quiero acostarme con un animal salvaje.
Agarró el catálogo, y dijo:
—¿Qué te parece la Bala de Plata?
—¿Es que hay algún hombre lobo por aquí? —el vino me había soltado la lengua.
—La Sirenita también está bien, y es resistente al agua —me dijo, con una sonrisa.
Miré la foto del catálogo, y le dije con firmeza:
—No quiero nada que tenga una cara pintada.
La sirenita del dibujo era muy mona, tenía una cola de aspecto suave y una larga melena de pelo. Marcy pasó la página: soltó un grito triunfal, y señaló con el dedo.
—¡Éste es perfecto para ti!
—¿El Blackjack?
—Gritarás de placer con el Blackjack. Está hecho de suave silicona, y dispone de nuestro sistema de vibración patentado, El Blackjack da de lleno en todos los puntos clave. Es silencioso, discreto, y puedes disfrutarlo sola o con tu pareja —soltó una risita cuando acabó de leer el anuncio.
—Parece discreto, y bastante práctico —otros vibradores tenían un diseño más chillón, pero aquél medía unos siete centímetros y medio de largo, tenía forma de cigarro, y era negro.
Marcy se echó a reír, y me dio un pequeño codazo.
—Venga, pídete uno.
—Marcy, no... —empecé a decir, vacilante.
—Vamos, _____________, pruébalo al menos.
Miré a mí alrededor, Las demás estaban charlando entre risas, examinando picardías minúsculos, y sacándose las chequeras. Volví a mirar la foto del Blackjack, y me volví de nuevo hacia Marcy.
—Si alguien de la oficina se entera de esto...
—Nadie lo sabrá, te lo juro.
Suspiré con resignación. Marcy me había convencido, no pude resistirme. Ella soltó un gritito de entusiasmo, y me salpicó la camisa de vino al darme un abrazo.
—Brindo por mi buena salud —le dije, mientras ella saltaba sin parar.
Cuando empezó a sonar mi móvil, me dio un último abrazo y se alejó para que pudiera contestar tranquila.
—__________(ta).
—Hola, ___________(ta), Soy Jonas. Joe. Estrujé la hoja de pedidos como si él pudiera verla, y se me escapó una risita ahogada.
—¿Estás bien, ____________?
—Sí —le dije, mientras alisaba el papel
—Te he llamado a tu casa, pero como no contestabas, he decidido probar suerte con el móvil. ¿Qué estás haciendo?
Dos de las mujeres habían agarrado un enorme vibrador doble, y estaban intentando bailar el reggaeton con él. Como apenas podía oír por culpa de las risas y el jaleo, fui por el pasillo hacia el dormitorio de Marcy, y me apoyé contra la pared antes de contestar. Era más que consciente de la hoja de papel que tenía en la mano,
—Marcy me ha invitado a una reunión informativa.
—¿Ah, sí? —parecía muy complacido—. ¿Qué quieren venderos?, ¿instrumentos de cocina?
—Eh... no.
—Lástima, me hace falta una parrilla de piedra nueva.
Sabía que el vino no tenía la culpa de la sensación de irrealidad y atontamiento que me invadía.
—¿Usas de eso? —le pregunté.
Él se echó a reír, pero no contestó.
—¿Falta mucho para que acabe la reunión?, ¿puedes venir a mi casa cuando salgas?
—Mañana tengo que ir a trabajar, Joe.
—Sólo son las ocho de la tarde. ___________.
—Estás volviéndote muy mandón —le dije, con una carcajada.
—Sí, ya lo sé —parecía orgulloso de sí mismo—. Ven a mi casa, sabes que quieres hacerlo.
La forma en que lo dijo hizo que se me acelerara el corazón, y cerré los ojos por un segundo, Sentí el frescor de la pared contra mi mejilla, y deslicé la hoja de pedidos entre los dedos.
Al final accedí, porque Joe tenía razón. Quería ir a su casa, sabía que sería bueno para mi salud.
El camarero, que se había quedado atrapado entre nosotras como un delfín en una red para atunes, se apresuró a alejarse. Mi madre me echó una mirada furibunda, pero no me quedaban fuerzas para devolvérsela.
—El camarero ni siquiera te conoce, y le da igual lo que digas.
—Ésa no es la cuestión —me dijo, ceñuda.
No podía seguir discutiendo, la comida me pesaba en el estómago como una losa. Después de limpiarme la boca y las manos, cubrí con la servilleta el plato casi lleno, para ocultar la evidencia de mi falta de apetito.
—Tendrías que venir a casa algún día, ________(dtn)... antes de que sea demasiado tarde.
El verdadero objetivo de aquella comida acababa de salir a la luz.
—Tengo mucho trabajo, mamá.
Alargó la mano hacia mí con una rapidez pasmosa, teniendo en cuenta que siempre decía que no podía limpiar la casa por culpa de la fibromialgia. Abrió el botón superior de mi camisa, y frunció el ceño al ver la piel que había quedado al descubierto.
—Trabajo... ¿así lo llamas?
Me llevé la mano al cuello de forma automática, y me abroché la camisa para cubrir la pequeña marca amoratada.
—Tengo un empleo...
—¿Eres una ramera?, ¿a eso te dedicas? A lo mejor no es el trabajo lo que te tiene tan ocupada, lo que impide que te comportes como una buena hija. A lo mejor es otra cosa, puede que estés demasiado ocupada haciendo cosas... sucias.
Es imposible saber cómo es la expresión de tu propio rostro a menos que tengas un espejo delante, pero sentí que la mía se volvía Impávida y gélida. Supongo que mi reacción fue patente, porque mi madre esbozó aquella pequeña sonrisa típica en ella que indicaba que había triunfado, que había conseguido afectarme. Es curioso que nos dé por participar en juegos así, aunque sepamos que no podemos ganar.
—¿Estás tirándote a tu jefe, _________(dtn)? ¿Fue él quien te dejó esa marca en el cuello?
—¿No te preocupaba que no encontrara un hombre? —le pregunté, con el mismo tono edulcorado que ella acababa de utilizar,
El pelo y los ojos no es lo único que tenemos en común. Mi madre y yo tenemos la misma vena vengativa. Ella es una experta a la hora de guardar rencor, pero yo no me quedo atrás. Sabía que las palabras pueden llegar a hacer más daño que un cuchillo, lo había aprendido de la mejor.
—Estoy avergonzada de ti. __________(dtn).
No le dije nada, ni una palabra, así que gané. Mi madre no soportaba el silencio. Necesitaba algo que le diera pie a seguir con su diatriba, pero yo me mordí la lengua y no le di carnaza.
Se puso de pie, agarró su elegante bolso: y me dijo:
—No te molestes en acompañarme a la puerta, yo misma buscaré un taxi. Tendrías que venir a casa, ____________(dtn). Si no lo haces por mí, hazlo al menos por tu padre.
—¿Y por los vecinos?
En ese momento, perdí la partida por haber sido incapaz de quedarme callada.
A mi madre le daba igual tener la última palabra. Como sabía que un suspiro lleno de exasperación podía ser mucho más efectivo, soltó uno antes de marcharse envuelta en una nube de indignación.
Después de pagar la cuenta, y como era hija de mi padre a pesar de todos mis esfuerzos, fui a un bar y me senté en un rincón del fondo donde no tuviera que hablar con nadie.
La re-decoración del comedor progresaba a paso de tortuga. Me sentía culpable cada vez que veía las latas de pintura y los pinceles que tenía en el lavadero, pero cerrando la puerta resolvía el problema con facilidad. La culpa de todo la tenía Joe . Había pasado una semana desde la fiesta de antiguos alumnos, y me había llamado casi cada noche. Teníamos unas agendas de trabajo tan apretadas, que sólo habíamos podido hablar por teléfono. Cuando llegaba a casa estaba tan agotada, que sólo tenía ganas de recalentar algo de comida en el microondas, darme una ducha, y meterme en la cama. Al ver que Joe se mostraba muy comprensivo y que no insistía en que volviéramos a vernos, me había sentido un poco decepcionada.
Todo aquello no ayudaba en nada a que avanzara con lo de la pintura. Adoro mi casa, es lo primero que tuve que fuera mío de verdad. La compré incluso antes que mi primer coche y es mi guarida, mi refugio.
El problema radicaba en que no me gustaba nada el comedor. Mi insatisfacción no se debía a que tuviera una forma irregular que complicaba las cosas a la hora de colocar unas sillas, una mesa y una vitrina, ni al hecho de que careciera de ventanas. Detestaba el comedor porque estaba sin arreglar, y porque cada vez que lo veía pensaba en las pocas ganas que tenía de acabar lo que había empezado.
Cuando la había comprado, era una decrépita casa adosada en una zona que, según el alcalde, era «desfavorecida». El vecindario no era ninguna joya, pero estaba mejorando. El ayuntamiento había decidido revitalizar la zona del centro de Harrisburg, y había invertido una buena suma de dinero en varios proyectos. Era agradable tener vecinos que conducían deportivos en vez de robarlos.
Había optado por restaurar la casa en vez de remodelarla. Había conservado intactas las habitaciones, a pesar de que habían surgido varios inconvenientes con los armarios y los cuartos de baño, Había ido habitación por habitación, según me lo permitían el tiempo y el dinero. Había contratado a profesionales para que se ocuparan de los desperfectos causados por el tiempo y el abandono, pero me había encargado de todos los arreglos superficiales.
No puede decirse que fuera demasiado imaginativa a la hora de decorar; de hecho, me decantaba hacia lo simple y neutro, igual que en el tema de la ropa. Paredes blancas, y muebles sólidos y resistentes. Casi todos los había comprado en subastas o en tiendas de segunda mano, porque me gustaban las antigüedades. Tenía unas cuantas fotos artísticas en blanco y negro, varios candelabros y unos cuantos jarrones que me habían regalado. También tenía estanterías empotradas llenas de libros, y una chimenea junto a la que podía leer.
Aquella noche, Gavin vino a casa. Apenas lo había visto durante la última semana, pero en varias ocasiones había oído el sonido apagado de gritos procedente de su casa. Estaba esperándome sentado en el porche, con un libro en las manos. No hacía frío, pero llevaba una enorme sudadera negra y tenía la capucha puesta. Se parecía tanto a Anakin Skywalker cuando iba camino de convertirse en Darth Vader, que no pude evitar decirle:
—Es muy difícil resistirse al lado oscuro de la fuerza, ¿verdad?
¿Qué?
—El lado oscuro... da igual —no quise preguntarle si había visto las pelis de Star Wars. Abrí la puerta, y entró tras de mí—. ¿Has venido a ayudarme a pintar?
—Sí
Nunca había sido un chico demasiado hablador, pero estaba excesivamente callado. Le lancé una rápida mirada mientras dejaba el correo y el bolso sobre la mesa. Él fue hacia el comedor, se quitó la sudadera, y la dejó sobre una silla. Debajo llevaba una sencilla camiseta gris. Cuando se agachó para abrir una lata de pintura, la tela se le salió de debajo de los vaqueros, y dejó al descubierto las protuberancias de su columna vertebral. Parecía más delgado. Hacía días que no veía el coche de su madre, pero eso sólo indicaba que ella estaba fuera cuando yo estaba en casa. A lo mejor no había tenido tiempo de prepararle la cena a su hijo.
—¿Te apetece cenar algo?
Me miró por encima del hombro, y me dijo:
—Sí, gracias.
Después de meter un par de pizzas congeladas en el horno, subí a cambiarme de ropa. Para cuando bajé, Gavin ya tenía listos los pinceles, los rodillos, y la pintura. Al oír que sonaba el temporizador del horno, se levantó y se volvió hacia mí.
Me quedé de piedra al verle los brazos. Una de las mangas se le había levantado un poco, y había dejado al aire piel que solía llevar cubierta. Tenía tres o cuatro líneas rojas, y me di cuenta de que eran cortes.
—¿Qué te ha pasado en el brazo?
Se bajó la manga de inmediato para ocultar los cortes, y me dijo:
—Mí gato me arañó.
Aproveché que tenía que sacar las pizzas del horno como excusa para no tener que contestar. Era posible que su gato lo hubiera arañado, quizá me había dicho la verdad. No volví a mencionar el tema.
Solía comerse cuatro porciones de pizza, pero aquel día sólo se comió dos. No hice ningún comentario al respecto, pero envolví lo que había sobrado y lo dejé sobre la encimera.
—Llévate esto cuando te vayas, no voy a comérmelo.
—Vale —me dijo, con una pequeña sonrisa.
Contuve las ganas de alargar la mano y alborotarle el pelo, No era más que un crío, pero no era mío; además, tenía quince años, y tengo bastante claro que a los quinceañeros no les gusta que les alboroten el pelo.
Empezamos a pintar. Al cabo de un rato me preguntó si podía poner un poco de música, y pareció sorprenderse al ver mi colección de Cd´s.
—Tiene música bastante guay, señorita _________(ta) — comentó, mientras agarraba el último trabajo de un grupo de rock alternativo.
Sólo le faltó añadir «a pesar de lo vieja que es», pero intenté no ofenderme.
—Gracias. Ponlo, si quieres.
Puso el CD, y seguimos pintando. A veces trabajábamos uno al lado del otro, y a veces en distintas secciones. Como durante los últimos meses había dado un estirón y ya era un poco más alto que yo, dejé que fuera él quien se subiera a un taburete para pintar la parte superior de la pared.
—No hace falta que me llames señorita _______(ta), Gavin. Puedes tutearme, llámame __________.
—Mi madre me dijo que tengo que ser respetuoso con la gente.
—Claro que sí, pero el hecho de que me tutees no me parece una falta de respeto —acabé con un rincón, así que me levanté y dejé el rodillo en el bote—. Te doy permiso.
Él siguió pintando durante unos segundos, y al final me dijo: —Vale.
EL comedor tenía buena pinta, aunque aún le faltaba una última capa de pintura. Empecé a limpiar, y Gavin me ayudó. Como el lavadero era pequeño, topamos varías veces y maniobramos como pudimos entre sonrisas forzadas. Me eché un poco hacia atrás para dejarle espacio cuando él intentó meter un rodillo en el fregadero, pero me golpeé contra la estantería donde tenía el detergente y varias perchas. Algunas de las perchas empezaron a caerse, y Gavin intentó agarrarlas.
Fue una situación completamente inocente. Ni siquiera me rozó, sólo se había inclinado un poco para evitar que las perchas se cayeran. Los dos nos echamos a reír, y en ese instante alcé la mirada y vi un rostro que nos observaba desde la ventana que había junto a la puerta trasera.
Solté un grito, y al cabo de un segundo me di cuenta de que se trababa de la señora Ossley. Con el corazón latiéndome acelerado, pasé Junto a Gavin y abrí la puerta.
—Hola, me ha asustado.
—He llamado a la puerta principal, pero no contestaba nadie —esbozó una sonrisa tensa, y le dijo a su hijo—: Ya es hora de que vengas a casa, Gavin.
—Quiero ayudar a __________ a terminar de limpiar...
—Te vienes ya —su tono era inflexible.
—No te preocupes, Gavin, ya casi he terminado.
—Voy a por mi sudadera.
La señora Ossley y yo nos quedamos esperándolo en el lavadero, y se creó un silencio bastante incómodo. Ella no parecía tener ningún interés en hablar conmigo, y yo no tenía nada que decirle. Gavin nos salvó al aparecer al cabo de un momento con la sudadera puesta.
Cuando se fueron, cerré la puerta mientras me preguntaba qué había hecho para ganarme la antipatía de aquella mujer.
No era inusual que Chad se pasara semanas sin contactar conmigo. Nos manteníamos en contacto mediante mensajes de correo electrónico y postales, y nos llamábamos por teléfono cuando uno de los dos se daba cuenta de que hacía mucho que no hablábamos, o cuando alguno estaba pasando una crisis. No me preocupó que no contestara al mensaje que le dejé agradeciéndole que me enviara las aventuras de la princesa Armonía, pero conforme fueron pasando los días y vi que ni siquiera contestaba a mis mensajes de correo electrónico: me di cuenta de que le pasaba algo.
Se me formó un nudo en el estómago al oír su voz. Era como si tuviera la boca llena de sirope, y le costara hablar con claridad.
—¿Diga?
Se animó un poco al oír mi voz, pero no había ni rastro del parlanchín efusivo de siempre. Me dijo que había estado bastante ocupado con el trabajo y el grupo de teatro amateur en el que estaba, y que la hermana de Luke acababa de dar a luz, en definitiva, me habló de cosas intrascendentes que llenaron el espacio que nos separaba pero que no revelaban nada.
—Chaddie, dime lo que te pasa —le dije, después de escucharlo.
Permaneció en silencio durante tanto rato, que habría pensado que había colgado si no hubiera oído el sonido de su respiración.
—No pasa nada. __________. Estoy un poco bajo de moral.
—Oh, Chad... —no podía decirle nada más. Las palabras no podían sustituir a un abrazo, por muy sinceras que fueran—. ¿Qué vas a hacer al respecto?
—Lo de siempre, ahogar mis penas comiendo helados —me dijo, con una pequeña carcajada.
Los helados eran mejores que el alcohol. Chad nunca bebía.
—¿Qué dice Luke?
Tardó unos segundos en contestar.
—No dice nada, porque no se lo he contado.
—Seguro que lo sabe. Vivís juntos, es imposible que no se dé cuenta —le dije con voz suave.
—No hablamos del tema. Luke siempre está feliz, y no quiero amargarle la vida... ni a ti tampoco, ____________. Tengo que superarlo, ya está,
—No hace falta que lo hagas solo.
—Perdona sí no hago demasiado caso a tus consejos, doña Solitaria. Dime, hermanita, ¿cuándo fue la última vez que lloraste en el hombro de alguien?
Los dos nos quedamos callados. Esperé a que se disculpara, y al ver que no lo hacía, le dije adiós con voz indignada y colgué. A veces, a pesar de que sabes que alguien está diciendo la verdad, es más fácil enfadarte que admitir que tiene razón.
No era la primera vez que me invitaban a una reunión informativa para venderme algo... velas, instrumentos de cocina, Joyas... Jamás asistía, pero tenía el detalle de comprar algo del catálogo. El hecho de que no me gustara perder el tiempo sentada en la sala de estar de alguna desconocida, viendo productos que no me interesaban, no implicaba que ignorara cómo funcionan ese tipo de cosas. Ayudarlas con las reuniones fomentaba el buen rollo, y normalmente acababa con algo que podía regalarle a mi madre en Navidad o en su cumpleaños.
Marcy no me había invitado para que comprara cucharas ni pendientes, y tampoco había permitido que me limitara a hojear un catálogo y a escribirle un cheque. Había insistido en que asistiera a la reunión que había organizado en su casa, y no se me había ocurrido ninguna excusa para poder escaquearme.
Como no sabía lo que se estilaba en aquellas ocasiones, me pasé un minuto entero en el recibidor, preguntándome si debía llamar o intentar abrir sin más; afortunadamente, llegaron dos mujeres más y no tuve que tomar una decisión.
—Hola, ¿también vienes a la reunión? —me dijo la más alta de las dos, con una risita.
Marcy abrió la puerta, y soltó un chillido de entusiasmo. Las dos mujeres chillaron a su vez. Dejé que tiraran de mí, que me abrazaran, que me gritaran al oído, que me pusieran una copa de vino en la mano, y que me sentaran en una silla. Marcy sacó aperitivos mientras todo el mundo charlaba. Yo me limité a beber un poco de vino sin decir gran cosa. Sólo conocía a Marcy, y no tenía nada que decir.
No me he pasado la vida enclaustrada, sé lo que son los juguetes sexuales a pesar de que nunca me he comprado uno. Aunque suele gustarme la lencería sencilla y me inclino más hacia los ligueros y las bragas de encaje que hacia los tangas de leopardo y las medias con agujeros, he visto prendas así en las tiendas.
Creía que estaba preparada para aquella reunión, tenía el boli en la mano y la hoja de pedido delante de mí; sin embargo, poco después de que la vendedora empezara a hablar, me di cuenta de que estaba metida en un buen lío. Para cuando la mujer nos pasó capuchas para los bolis con forma de pene, sólo me quedaba la esperanza de salir de allí sin quedar como una tonta.
No hacía falta que me preocupara. A pesar de lo franca que solía ser en cuestiones de sexo, Marcy soltó una exclamación y se cubrió la cara con las manos cuando la vendedora sacó el primer objeto, y muchas de las demás se ruborizaron o miraron a través de los dedos. Estaba claro que no estaban acostumbradas a ver algo como el Klug Dong con bala vibradora desmontable, así que me relajé al darme cuenta de que no estaba tan desfasada como pensaba.
—¡Ha llegado el momento de las Veinte Preguntas Picantes! —nos dijo la vendedora, mientras nos daba una hoja de color rosa a cada una—. ¡Tened en cuenta que voy a dar premios!
Nos echamos a reír y empezamos a responder el cuestionario, en el que se nos preguntaba cuántas parejas teníamos, cuál era el lugar más raro en el que habíamos hecho el amor, o si nos habíamos acostado con más de un hombre a la vez. Teníamos que decir qué famosos nos atraían más, si habíamos sido infieles alguna vez, cuál era nuestra postura sexual preferida, y un montón de cosas más.
Fui respondiendo a todas las preguntas de la hoja. No fui demasiado sincera, porque a pesar de que la vendedora nos había pedido que fuéramos honestas, había ciertas cosas que no estaba dispuesta a admitir ante un montón de desconocidas: ni siquiera a cambio de unas esposas forradas.
Después de enseñarnos cómo funcionaban los productos y de mostrarnos la lencería, la vendedora fue a sentarse a la mesa de la cocina para ir anotando los pedidos mientras las demás nos servíamos más vino y examinábamos entre risitas los penes de plástico de color rosa.
Tenía un trozo de queso en una mano y mi vaso de vino en la otra cuando Marcy me arrinconó y me dijo:
—¿Qué vas a comprar?
Le enseñé mí hoja de pedido, pero ella la agarró y anotó algo más. Intenté protestar, pero como tenía las dos manos ocupadas, no pude quitársela.
—¿Qué estás haciendo?
—¡Venga ya, _________, si sólo habías pedido un picardías... y en blanco! ¿No quieres algo en rojo, por lo menos?
—Ni hablar —acabé de comerme el queso, y le quité la hoja—. No, Marcy.
—Yo voy a pedir el Conejito Rodney Deluxe —soltó una risita, y añadió—: Te he anotado el Castor Entusiasta.
—Marcy... —empecé a decir, mientras le echaba un vistazo a mi hoja.
—Venga, toda mujer debería tener un buen vibrador. Ya te lo compro yo si no quieres pagarlo. Será un regalo. Considéralo mi granito de arena para que tengas una buena salud.
No quería echarme a reír, de verdad que no, pero Marcy era Irresistible.
—Gracias, pero puedo cuidar de mi salud yo solita. No me hace falta el Castor Entusiasta, no quiero acostarme con un animal salvaje.
Agarró el catálogo, y dijo:
—¿Qué te parece la Bala de Plata?
—¿Es que hay algún hombre lobo por aquí? —el vino me había soltado la lengua.
—La Sirenita también está bien, y es resistente al agua —me dijo, con una sonrisa.
Miré la foto del catálogo, y le dije con firmeza:
—No quiero nada que tenga una cara pintada.
La sirenita del dibujo era muy mona, tenía una cola de aspecto suave y una larga melena de pelo. Marcy pasó la página: soltó un grito triunfal, y señaló con el dedo.
—¡Éste es perfecto para ti!
—¿El Blackjack?
—Gritarás de placer con el Blackjack. Está hecho de suave silicona, y dispone de nuestro sistema de vibración patentado, El Blackjack da de lleno en todos los puntos clave. Es silencioso, discreto, y puedes disfrutarlo sola o con tu pareja —soltó una risita cuando acabó de leer el anuncio.
—Parece discreto, y bastante práctico —otros vibradores tenían un diseño más chillón, pero aquél medía unos siete centímetros y medio de largo, tenía forma de cigarro, y era negro.
Marcy se echó a reír, y me dio un pequeño codazo.
—Venga, pídete uno.
—Marcy, no... —empecé a decir, vacilante.
—Vamos, _____________, pruébalo al menos.
Miré a mí alrededor, Las demás estaban charlando entre risas, examinando picardías minúsculos, y sacándose las chequeras. Volví a mirar la foto del Blackjack, y me volví de nuevo hacia Marcy.
—Si alguien de la oficina se entera de esto...
—Nadie lo sabrá, te lo juro.
Suspiré con resignación. Marcy me había convencido, no pude resistirme. Ella soltó un gritito de entusiasmo, y me salpicó la camisa de vino al darme un abrazo.
—Brindo por mi buena salud —le dije, mientras ella saltaba sin parar.
Cuando empezó a sonar mi móvil, me dio un último abrazo y se alejó para que pudiera contestar tranquila.
—__________(ta).
—Hola, ___________(ta), Soy Jonas. Joe. Estrujé la hoja de pedidos como si él pudiera verla, y se me escapó una risita ahogada.
—¿Estás bien, ____________?
—Sí —le dije, mientras alisaba el papel
—Te he llamado a tu casa, pero como no contestabas, he decidido probar suerte con el móvil. ¿Qué estás haciendo?
Dos de las mujeres habían agarrado un enorme vibrador doble, y estaban intentando bailar el reggaeton con él. Como apenas podía oír por culpa de las risas y el jaleo, fui por el pasillo hacia el dormitorio de Marcy, y me apoyé contra la pared antes de contestar. Era más que consciente de la hoja de papel que tenía en la mano,
—Marcy me ha invitado a una reunión informativa.
—¿Ah, sí? —parecía muy complacido—. ¿Qué quieren venderos?, ¿instrumentos de cocina?
—Eh... no.
—Lástima, me hace falta una parrilla de piedra nueva.
Sabía que el vino no tenía la culpa de la sensación de irrealidad y atontamiento que me invadía.
—¿Usas de eso? —le pregunté.
Él se echó a reír, pero no contestó.
—¿Falta mucho para que acabe la reunión?, ¿puedes venir a mi casa cuando salgas?
—Mañana tengo que ir a trabajar, Joe.
—Sólo son las ocho de la tarde. ___________.
—Estás volviéndote muy mandón —le dije, con una carcajada.
—Sí, ya lo sé —parecía orgulloso de sí mismo—. Ven a mi casa, sabes que quieres hacerlo.
La forma en que lo dijo hizo que se me acelerara el corazón, y cerré los ojos por un segundo, Sentí el frescor de la pared contra mi mejilla, y deslicé la hoja de pedidos entre los dedos.
Al final accedí, porque Joe tenía razón. Quería ir a su casa, sabía que sería bueno para mi salud.
# TeamBullshit
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
SIGUELAAA!!
ME AH ENCANTADO EL CAP!! ;D
SIGUELAAAA YA!
PORFAVOR ♥
ME AH ENCANTADO EL CAP!! ;D
SIGUELAAAA YA!
PORFAVOR ♥
☎ Jimena Horan ♥
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
enserio detesto a su mamá
quiero que joe ye ella sena novioss
siiii!!! :)
quiero que joe ye ella sena novioss
siiii!!! :)
andreita
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
ese capi es un insulto, como se te ocurre dejarlaaa asi??
como quieres tu muerte???
siguelaaa por amor de dioss!!!
amo esta novee!!!
muero x saber q pasa cuando la rayis visite a joee!!!
siguelaa PIEDAD!!
ATT: TU MEGA FIEL LECTORA!!
como quieres tu muerte???
siguelaaa por amor de dioss!!!
amo esta novee!!!
muero x saber q pasa cuando la rayis visite a joee!!!
siguelaa PIEDAD!!
ATT: TU MEGA FIEL LECTORA!!
Yhosdaly
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