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"Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)

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Mensaje por # TeamBullshit Lun 19 Dic 2011, 10:19 pm

CAPITULO 9

Obedecí de inmediato mientras se me aceleraba el corazón. Me puso una mano en la nuca, me sujetó con firmeza, me echó la cabeza hacia atrás, y deslizó un dedo por mi cuello hasta llegar a la clavícula.
—Te gusta que te diga lo que tienes que hacer.
Le dije que sí en voz baja. Su dedo fue descendiendo, recorrió mis senos y siguió bajando. Me rozó el ombligo, y entonces hundió la mano en mi entrepierna. Mi excitación se había esfumado mientras hablábamos, pero empezaba a resurgir.
—¿Por qué?
—Porque siempre estoy pensando, y a veces necesito dejar de hacerlo. A veces me gusta... hacer algo sin más.
—O que te digan lo que tienes que hacer.
—Sí,
Sus dedos se deslizaron por encima de las bragas, entre mis piernas, y empezaron a acariciarme el clítoris. Su otra mano me mantenía quieta mientras él me observaba. Su expresión era tan intensa, que tuve ganas de apartar la mirada.
—¿Es cierto que hacía tres años que no follabas con nadie?
Su pregunta me dolió, así que me zafé de sus manos y retrocedí un poco.
—Sí. ¿Por qué iba a mentirte?
—¿Por qué miente la gente? —me dijo, sin intentar acercarse a mí.
—Sí, hacía tres años desde la última vez.
—Ven aquí.
Estuve a punto de desobedecerlo, pero acabé cediendo. Di dos pasos hacia él, y cuando me agarró con un poco más de fuerza, di un respingo a pesar de que no estaba haciéndome daño. Me acercó a su cuerpo, y volvió a meterme una mano entre las piernas.
—¿Vas a decirme lo que te gusta, o voy a tener que adivinarlo? —me preguntó, sin dejar de acariciarme—. ¿Te gusta que te aten o que te azoten?, ¿te van las pinzas para pezones y la cera caliente?
—¿Cera caliente? —intenté apartarme de nuevo, pero me lo Impidió mientras seguía acariciándome sin descanso. Sus dedos crearon una calidez que fue extendiéndose por mi cuerpo.
—¿No te gusta la cera caliente?
—No... no me... —la verdad es que estaba resultándome bastante difícil expresarme. Cuanto más me acariciaba, más me costaba articular palabra.
Le puse una mano en el hombro para apoyarme mientras su mano se movía con mayor rapidez. Daba en los lugares exactos con la presión perfecta y el ritmo justo. Nunca había estado con un hombre que podía masturbarme tan bien como yo misma.
—Te gusta que te diga lo que tienes que hacer.
—Sí.
Se inclinó y me mordisqueó el cuello. Al notar el roce de sus dientes en mi piel, alcé las caderas contra su mano y me aferré con más fuerza a su hombro.
—Me gusta darte órdenes, así que los dos salimos ganando.
Me llevó al dormitorio, y me dio un pequeño empujón para que me tumbara en la cama. Fue un gesto firme, pero sin llegar a ser rudo. Estaba tan excitada, que me dio igual.
—Tócate.
Aquello me tomó por sorpresa. ¿Qué?
—Ya me has oído —permaneció de pie junto a la cama, y me miró con una expresión implacable—. Quiero ver cómo te masturbas.
—Si quisiera masturbarme, podría volver a mi casa —le dije, mientras me apoyaba en un codo.
—Vete si quieres —me contestó, con aparente indiferencia.
Vacilé por un segundo mientras le daba vueltas al asunto,
—Quieres que... me masturbe.
—Sí.
Jamás lo había hecho delante de alguien, ni siquiera formaba parte de mi repertorio de fantasías. Pero lo hice de todas formas, porque él me lo había pedido. Me sobé los pechos, y me acaricié los pezones con los pulgares. No era lo mismo que cuando lo había hecho él. Me bajé el sujetador hasta dejar mis senos al descubierto, me chupé los dedos, y los deslicé por mis pezones, la sensación era tan placentera, que solté un jadeo.
Sus ojos seguían cada uno de mis movimientos. Al ver el bulto que empezaba a alzarse por debajo de sus pantalones, me excité aún más. Metí la otra mano por debajo de las bragas, y empecé a acariciarme el clítoris y el pezón a la vez.
—¿Te gusta?, ¿es eso lo que te excita? —me pregunto, con voz ronca.
—Sí.
—¿Puedes correrte así?
—Sí —moví la mano más rápido, me metí un dedo para humedecerlo y lubricar un poco más el clítoris, y me estremecí de placer.
—Quítate las bragas, quiero verte.
Lo obedecí sin apartar la mirada de su rostro. Cuando me bajé la prenda por los muslos, sus ojos se centraron en mi sexo, y sentí el peso de su mirada como algo tangible. Empecé a acariciarme de nuevo mientras él me observaba.
Al ver que se tumbaba a mi lado creí que iba a tomar las riendas de la situación, pero se Limitó a mirarme con expresión intensa. Vacilé un poco al verlo tan centrado en mí, pero no me detuve. Mantuve un ritmo estable, intenté hundirme en el placer que sentía.
—¿Te resulta difícil? —me preguntó, mientras posaba una mano sobre mi vientre.
Tuve que humedecerme los labios antes de poder hablar.
—A veces.
—¿Incluso cuando Lo haces tú misma?
Solté una pequeña carcajada, y mí mano se detuvo por un momento.
—Es difícil hacerlo contigo mirándome con tanta atención, da la impresión de que crees que después voy a ponerte un examen sobre el tema.
No me había dado cuenta de cuánto ansiaba verlo sonreír hasta que lo hizo, y sentí un alivio enorme. Me dio un beso en el hombro, y otro en el cuello. Bajó la mano hasta cubrir la mía, y empezó a moverlas en el mismo ritmo que yo había establecido antes.
—¿Será un examen tipo test, o uno oral?
Jadeé mientras hablaba, porque acababa de meterme un dedo. Metió otro más, y me ensanchó un poco mientras los movía hacia delante y hacia atrás. La pequeña llama de deseo se reavivó.
—Eres tan estrecha, tan caliente y húmeda... —susurró contra mi hombro.
Siguió moviendo los dedos mientras hablaba. Era placentero, pero no lo suficiente. Quería más. Alcé las caderas contra su mano, y me froté el clítoris con más fuerza.
—¿Quieres que te folle? —me preguntó al oído.
—Sí.
—¿Sí, qué?
—Sí, Joe, quiero... —las palabras quedaron atoradas en mi garganta, el deseo era demasiado grande—. Quiero que...
—Di «fóllame».
—Fóllame.
Sacó un condón de la mesita de noche, se lo puso, y me penetró de inmediato. Llegó hasta el fondo de golpe, y grité de placer. Me folló con embestidas duras y rápidas, sin preocuparse apenas por mi comodidad, y fue fantástico. El orgasmo me golpeó de lleno, como un relámpago seguido del sonido distante del trueno. Él se corrió un segundo después mientras se apoyaba en las manos.
Se quedó mirándome con la respiración entrecortada. Una gota de sudor le bajó por el rostro, y cuando me cayó en los labios, la chupé sin pensarlo. Se apartó de mí, se deshizo del condón, y entonces se tumbó de lado y se me acercó hasta que su pecho quedó contra mi espalda.
—¿Te ha gustado que te diga que te toques?
Me dije que se merecía una respuesta sincera, así que pensé en ello antes de contestar.
—No me ha disgustado.
—¿Qué significa eso? —me preguntó, mientras su mano se deslizaba por mi cadera y mi cintura.
—Que me ha gustado que me digas que lo haga. No lo habría hecho si no me lo hubieras ordenado.
—¿Estás dispuesta a hacer todo lo que te pida?
—De momento lo he hecho, ¿no?
—¿Hasta dónde estás dispuesta a llegar? —me preguntó, al cabo de un momento.
No me volví a mirarlo.
—Hasta donde quieras llevarme.
Permaneció en silencio durante unos segundos, y al final comentó:
—Eres capaz de hacerlo, ¿verdad? Puedes separar una cosa de la otra.
El sexo me había dejado adormilada. Coloque la mano sobre la suya, que estaba posada sobre mi vientre, y le dije:
—Sí.
—¿Siempre? —me preguntó, después de besarme en el hombro.
—Sí, Joe. Siempre.
Esperé a que dijera algo más, pero permaneció en silencio. Escuché el sonido de su respiración, hasta que parpadeé y me di cuenta de que la habitación estaba a oscuras y él me había cubierto con una manta. Estaba roncando suavemente a mi lado, y seguía tocándome con una mano como para asegurarse de que no me iba. Lo escuché durante un rato. El roce de sus dedos era un anclaje que me gustaba más de lo que esperaba.
Al final, me levanté de la cama y me puse uno de sus pantalones y una camisa. Había cometido la locura de cruzar la ciudad en ropa interior cuando acababa de anochecer, pero no iba a volver a tentar a la suerte.
Ni siquiera en aquel entonces carecía del todo de corazón. Me esforzaba al máximo por ocultarlo, pero estaba allí. Me volví a mirar a Joe una última vez antes de marcharme.

Cuando te preguntan en qué estás pensando, muchas veces se responde que en nada, a pesar de que es mentira. Nadie deja de pensar, la mente humana no se detiene ni se queda en blanco. Siempre está dándole vueltas a algún problema o a alguna idea, incluso cuando parece estar quieta.
Nunca dejo de pensar. Puedo evadirme hasta cierto punto cuando estoy contando, jodiendo, o bebiendo, pero el resto del tiempo mis pensamientos son como un hámster en una rueda, dan vueltas sin parar sin llegar a ningún sitio.
Chad me conoce mejor que nadie, y entiende lo que me pasa. Por eso me envía paquetes llenos de cómics y de bombones caros, y postales que contienen frases edificantes. Sabe que sus regalos no van a cambiarme, pero me los envía porque así se siente mejor. Nunca he protestado, me gustan los cómics divertidos y los bombones caros. Yo le envío cestas de fruta, loción corporal, y vales para restaurantes. Es nuestra forma de cuidar el uno del otro, teniendo en cuenta que no vivimos lo bastante cerca como para hacerlo en persona.
—Le han traído un paquete —Gavin debía de estar esperando a que llegara de trabajar, porque abrió la puerta de su casa en cuanto yo puse un pie en los escalones de mi porche—. He firmado por usted, espero que no le importe.
—Claro que no, gracias. Anda, tráelo.
Cuando entramos en mi casa, colgué el abrigo y el bolso en el perchero. El paquete que me había enviado Chad era pequeño y cuadrado. Lo dejé sobre la mesa de la cocina, y fui a cambiarme de ropa.
Gavin ya había empezado a abrir las latas de pintura que yo había colocado a lo largo de la pared. Había optado por el color blanco, no quería nada extremado. El guardasilla iba a ser de caoba, para que conjuntara con los muebles que había comprado en una subasta. Empecé a abrir el paquete, y le pregunté:
—¿Qué tal te fue en el museo?
—Fatal.
No le pregunté nada más. Desenvolví la caja, y la sacudí un poco; al ver que no sonaba nada, supuse que contenía revistas, Chad solía acumular revistas del corazón, y me las enviaba con anotaciones suyas en los márgenes.
En el interior de la caja había una libreta. La tapa dura en blanco y negro estaba desgastada y un poco doblada, pero al margen de eso, parecía estar en buen estado. La acaricié con la punta de los dedos. Coloqué la libreta sobre la palma de mi mano, y vi cómo se sacudía bajo el temblor que me atenazaba.

Las aventuras de la princesa Armonía.
Erase una vez una princesa Llamada Armonía. Tenía el pelo rubio, largo y rizado, y unos ojos tan azules, que el cielo le tenía envidia. La princesa Armonía vivía en un castillo con su mascota, el unicornio Único.

La princesa Armonía... hacía años que no me acordaba de ella, pero allí estaba, en mis manos, aunque el paso del tiempo había nublado el recuerdo de su historia en mí mente.
Gavin entró en la cocina para beber un poco de agua, y al verme con la libreta en las manos me preguntó:
—¿Qué le han enviado?
—Las aventuras de la princesa Armonía. Es una historia que escribimos mis hermanos y yo cuando éramos pequeños.
—¿Escribían historias?
No supe si sentirme ofendida al ver su expresión de incredulidad.
—Sí, ésta.
—Qué pasada. Es genial, señorita _________(ta) —parecía impresionado.
Recorrí la tapa con la punta de un dedo,
—La princesa Armonía tiene un montón de aventuras junto a su mascota, el unicornio Único, Y nunca esperó a que la rescatara un príncipe.
—Tenía mala leche, ¿no?
Alcé la mirada, y vi que estaba esbozando una de sus escasas sonrisas.
—Y que lo digas.
—¿Por qué dejaron de escribir sobre ella?
—Porque crecimos.
Cuando dejé la libreta sobre la mesa, la agarró y empezó a hojearla.
—¿Puedo echarle un vistazo?
—No es El principito, pero... claro, como quieras.
—Gracias, Yo también escribo a veces.
—Podrías traerme algo tuyo para que lo lea —miré en la caja para ver si había una nota o una tarjeta, pero Chad sólo me había mandado la libreta.
—Sí, a lo mejor... ¡anda, también hay dibujos!
Me enseñó una página en la que aparecían pintados con colorines la valerosa princesa y Único, que parecía una muía con un bulto en la cabeza. Se me formó un nudo en la garganta al ver aquel dibujo que había sido creado tanto tiempo atrás por unas manos infantiles.
—«La princesa Armonía y el monstruo de la basura» —fue leyendo Gavin, mientras pasaba las páginas—. «La princesa Armonía y la torre de cristal...» —la princesa había salido de la torre en cuestión gracias a un martillo—. «La princesa Armonía y el caballero negro».
Aquella aventura en concreto había quedado un poco desvaída en mi mente gracias al paso del tiempo pero no la había olvidado por completo. Agarré la libreta, y le dije a Gavin:
—Será mejor que nos pongamos a pintar, Gavin. Mañana tienes clase, y yo tengo que ir a trabajar.
Metí la libreta en la caja sin mirarlo a la cara. Sabía que mi brusquedad le había sobresaltado, que quizá incluso le había herido los sentimientos, pero no me disculpé. Guardé en un cajón la caja en la que estaba cautiva la princesa, y fui al comedor.
Más tarde, cuando Gavin se marchó y me duché para quitarme la pintura de las manos, volví a sacar la libreta. Aquella princesa rubia de ojos azules había sido valiente y fuerte, Había escapado de la torre de cristal, había vencido al monstruo de la basura, había visitado el reino del arco iris y había liberado a sus habitantes de la malvada bruja Blanquinegra. Era una princesa llena de color alegría y confianza en sí misma... hasta el final hasta que había conocido al caballero negro, y éste le había robado la sonrisa.
¿Por qué había tenido que convertirse en aquella muchacha descolorida, triste, insegura y temerosa? Aunque ésa no era la verdadera pregunta.
La pregunta de verdad era: ¿por qué me había convertido en alguien así?
Cuando el teléfono empezó a sonar, no me levanté de inmediato. Me interesaban más la película que estaban poniendo en la tele y las palomitas que tenía en el regazo, mi madre podía hablar hasta hartarse con el contestador automático.
Cuando saltó el contestador y oí una voz masculina, me levanté de un salto y agarré el teléfono a toda prisa. Me di cuenta de que estaba comportándome como una chica que ha estado esperando la llamada de ese chico especial que le gusta... y lo cierto es que la descripción encajaba a la perfección,
—¿Diga? —intente hablar con normalidad a pesar de lo nerviosa que estaba.
Había pasado una semana desde que me había presentado en su casa en ropa interior, una semana desde que me había marchado mientras él dormía. No había intentado ponerse en contacto conmigo, y yo tampoco lo había llamado a pesar de que había marcado su número un montón de veces y había colgado de inmediato como una quinceañera.
—¿Qué llevas puesto?
Bajé la mirada hacia mi pijama de franela. Lo había lavado tantas veces, que había ido destiñéndose y el estampado había quedado grisáceo.
—¿Qué te gustaría que llevara?
—Nada —su tono había cambiado un poco: así que me lo Imaginé sonriendo.
Sólo estábamos flirteando un poco, pero de repente sentí que los pulmones se me llenaban de aire. No me había dado cuenta de que había estado conteniendo el aliento.
—Estoy desnuda.
—¿Sueles pasearte por tu casa desnuda?
—¿Sueles llamar a mujeres para preguntarles lo que llevan puesto sin identificarte siquiera?
—No —oí un ligero movimiento, como si estuviera pasándose el auricular a la otra oreja—, Pero sabías quién era, ¿verdad?
—Vaya, ¿no eres Brad Pitt? Qué decepción.
—¿Estás desnuda de verdad, __________?
Me eché a reír, y al final admití:
—No. ¿Por qué?
—¿Por qué te marchaste sin despedirte? Mi risa se desvaneció, y fijé la mirada en las palomitas que habían quedado esparcidas por el suelo.
—Me pareció lo más fácil.
—Para ti.
—Sí, Joe. Para mí.
Permaneció en silencio durante unos segundos, pero no colgó. Yo tampoco lo hice, habría sido una grosería. Me di cuenta de lo irónica que era aquella situación: había sido capaz de marcharme de su casa sin despedirme, pero me resultaba Imposible colgarle el teléfono sin más.
—Quiero que vengas conmigo a un sitio, necesito una acompañante —me dijo al fin.
—¿Es una emergencia?
—Sí. Más o menos.
Empecé a recoger las palomitas mientras seguía hablando con él.
—¿Crees que daré la talla?
—Serás perfecta, __________.
—Las zalamerías no van a servirte de nada.
—Pero son un buen comienzo.
Se movió un poco más, y me pregunté qué estaría haciendo. No me costó imaginármelo pasándose una mano por el pelo. A pesar de que apenas lo conocía, ya estaba familiarizada con sus hábitos.
—Quieres hacerlo por mí, __________.
—¿Ah, sí?
—Sí, me parece que sí —me dijo, con voz más suave y ronca.
—¿Y qué es lo que se supone que quiero hacer?
—Ponerte algo espectacular, y salir conmigo mañana por la noche.
—¿Adónde? —no tenía ropa espectacular, ni planes para la noche en cuestión.
—A un sitio al que tengo que ir. Será una cena formal.
—¿Y quieres que vaya contigo? Y con algo espectacular... ¿qué es espectacular para ti?, no tengo ropa de gala.
—Te la mandaré al despacho. Te pondrás lo que yo elija para ti, y vendrás conmigo a esa cena.
Él se haría cargo de la ropa y de la cena, y yo sólo tenía que aportar mi compañía. Tenía que haber alguna trampa.
—¿Qué gano si lo hago? —no lo pregunté porque quisiera algo más, sino porque parecía la pregunta lógica.
—Si lo haces, volveré a follar contigo.
A pesar de su grosería, se me aceleró el corazón y se me escapó una pequeña exclamación ahogada.
—Estás muy seguro de ti mismo.
—Me dijiste que estabas dispuesta a llegar hasta donde quisiera llevarte, ¿has cambiado de Idea?
—No.
—Al ver que te habías marchado sin despedirte, no supe qué pensar.
—Es que... no creía que...
—¿Qué es lo que no creías, ________? ¿Qué te daría lo que quieres?, ¿Qué te llevaría adonde quieres ir? ¿Creíste que renunciaría a ti después de aquella noche, sólo porque te empeñas en ponérmelo muy difícil?
—No sé —estaba siendo sincera. No sabía lo que quería de él, sólo lo que no quería... lo que no podía querer.
—¿Cuántas veces te has masturbado esta semana pensando en mí?
Sentí que me ruborizaba, así que me alegré de que fuera una conversación telefónica y no cara a cara.
—Cada noche.
—Entonces, está claro que has pensado en mí —era obvio que estaba sonriendo.
—Sí; he pensado en ti —admití a regañadientes, mientras seguía recogiendo palomitas.
—No frunzas el ceño, estás más guapa cuando sonríes.
—No puedes verme la cara, ¿cómo sabes que estoy frunciendo el ceño?
—Puedo oírlo en tu voz. No eres tan enigmática como te gustaría, __________.
Aquello me molestó, y me levanté de golpe para ir a tirar a la basura la bolsa de palomitas.
—¿Siempre eres tan arrogante?
—Sí. Mañana te enviaré la ropa.
—A lo mejor no quiero salir a cenar contigo.
—Sí que quieres —me dijo, antes de colgar.
# TeamBullshit
# TeamBullshit


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Mensaje por Yhosdaly Mar 20 Dic 2011, 9:42 am

sorry por perdermee es que no tenia inter :(
por diossss siguelaaa muero x saber q pasa en esa cenaaaa :bounce:

siguelaaa me fascinaa esta novee!!! de verdad escribes de maravilla!!! siguelaaaaaa

siguelaaaaaaaurgenteee
att: tu mega fiel lectoraa!!!
Yhosdaly
Yhosdaly


http://www.twitter/YhosdalyL

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Mensaje por MaferCastilloJonas Mar 20 Dic 2011, 10:02 am

Dios mio mujer siguela!
MaferCastilloJonas
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"Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu) - Página 3 Empty Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)

Mensaje por andreita Mar 20 Dic 2011, 10:12 am

me encanta
pero no se ____________
no me cae muy bien
es muy no se
sexosa jajajajja
isguela
andreita
andreita


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Mensaje por # TeamBullshit Mar 20 Dic 2011, 3:40 pm

andreita escribió:me encanta
pero no se ____________
no me cae muy bien
es muy no se
sexosa jajajajja
isguela

Jajajja sexosa jjajaja mori XD
ya la sigo :)
# TeamBullshit
# TeamBullshit


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Mensaje por # TeamBullshit Mar 20 Dic 2011, 4:01 pm

CAPITULO 10

Cuando llegó el paquete a mí despacho al día siguiente, lo puse sobre la mesa y no lo abrí en toda la mañana. Era incapaz de centrarme en el trabajo, porque no podía dejar de mirarlo. Calculé la longitud, la anchura, el grosor y el volumen, pasé los dedos por el papel que lo envolvía, pero no lo abrí.
—¿Qué hay ahí dentro? —como siempre, Marcy tenía que meter las narices en mis asuntos.
—Un vestido... al menos, eso creo.
—¿No estás segura? —me preguntó, mientras se sentaba en el borde de mi mesa.
—Es un vestido, Marcy. ¿No tienes trabajo?
—Sí, pero he venido a ver tu vestido.
—Ni siquiera sabías lo que era.
—Pero sabía que te había llegado un paquete —echó a un lado los papeles, y me lo puso delante—. Venga, ábrelo.
—¿Te metes en los asuntos de lodo el mundo, o sólo en los míos? —empecé a juguetear con el borde del papel de embalar. El paquete había llegado por mensajería. Estaba dirigido a mí, y no tenía remite ni nada que indicara de dónde había venido.
—Qué pregunta tan tonta.
—Es verdad, eres una cotilla.
—¿Dónde lo has comprado? —agarró unas tijeras que había encima de la mesa y me las pasó con solemnidad, como si estuviéramos a punto de cortar el lazo de una ceremonia de inauguración.
—No lo he comprado yo, es... un regalo —le dije, mientras cortaba el papel con cuidado.
Me quedé boquiabierta al ver la marca que ponía en la caja, y Marcy soltó un pequeño silbido. Kellerman's es una tienda muy cara y exclusiva. Había mirado el escaparate un montón de veces, pero nunca había entrado. Es uno de esos sitios en los que venden un vestido para cada ocasión... vestidos de día, de noche, de gala... ropa con propósitos tan específicos, que hace falta una guía para saber cuándo tienes que ponértela.
—Madre mía, no está nada mal —Marcy parecía casi enmudecida. No del todo, pero le faltaba poco.
Recorrí con los dedos las letras en relieve, pero vacilé antes de abrir la caja. ¿Cómo había adivinado mi talla?, ¿cómo sabía lo que me gustaba y lo que no? Sí el vestido era rojo, no pensaba ponérmelo, porque no soportaba ese color, A lo mejor tenía unas enormes mangas abullonadas como las de los vestidos que solían llevarse a las fiestas de fin de curso de los ochenta, y hacía que mi trasero pareciera enorme.
—Ábrelo, quiero verlo —me dijo Marcy Impaciente.
Quité la tapa, y la dejé a un lado. Aparté la primera capa de papel de seda, y encontré más papel.
—Envuelven la ropa como momias. Venga, sácalo de una vez.
Saqué el vestido de la caja, y lo alcé un poco. Era negro, largo, y sin tirantes... una maravilla.
Tanto el ajustado corpiño como la falda estaban salpicados de pequeñas cuentas relucientes. La falda llegaba a los pies, parecía de ésas que se arremolinan alrededor de los tobillos al bailar, y tenía una raja que iba desde abajo del todo hasta la parte superior del muslo.
—Es precioso, pero no se parece en nada a lo que sueles llevar. ¿Por qué lo elegiste?
—No lo he elegido yo —acaricié vacilante la tela. ¿Cómo iba a poder ponerme algo tan hermoso y revelador?
Claro, como si una gabardina negra sobre ropa interior de encaje no hiera demasiado reveladora.
Jamás he negado mi dicotomía. Soy consciente del cisma que hay en mí, y de cuál es su causa. Sé por qué no soporto que me digan lo que tengo que hacer, pero también ansío la libertad que se siente cuando te quitan la responsabilidad de las manos.
Miré mi ropa de trabajo... camisa blanca y falda negra, muy pulcras y recatadas... y volví a mirar el vestido, que rezumaba sexualidad incluso en la percha.
—Te va a quedar fabuloso, cielo. Venga, pruébatelo.
—¿Aquí?, ¿ahora? No, tengo que trabajar. No puedo...
—No sigas, está claro que tú no has comprado este vestido. ¿Quieres que adivine quién ha sido?, seguro que tu ligue del Blue Swan.
—Se llama Joe.
—¿Por qué te lo ha comprado?, ¿por diversión?
—No. Quiere que me lo ponga esta noche, me ha invitado a cenar.
—Qué detalle —a juzgar por su expresión, era obvio que estaba más impresionada de lo que quería admitir.
Volví a tocar la tela, y me imaginé luciendo una prenda así en público... peor aún, durante una cita.
—Mira, también te ha comprado unos zapatos... ¡y un chal! También hay un bolso... este tipo tiene buen gusto, y salta a la vista que tiene dinero —sacó de la caja algo minúsculo de encaje y un liguero, y añadió—: Está claro que sabe lo que le gusta.
—Guarda eso, ni siquiera sé si voy a ponerme algo de todo esto.
Me miró con una ceja enarcada, y me dijo: —Claro que vas a ponértelo, y estarás impresionante. Sacudí un poco el vestido, pero me resistí a volver a guardarlo en la caja.
—Es muy…
—Sexy.
—Sí.
—¿Crees que no puedes ser sexy, ___________?
Ésa no era la cuestión, sabía que podía ser sexy. Podía pintarme los labios de rojo, soltarme el pelo, ponerme un sujetador de encaje y unos pantalones ajustados.
—Creo que no me hace falta todo esto para serlo. Esto es... una parodia.
—A lo mejor es lo que él quiere.
Me pregunté si Marcy tenía razón. Sabía que no podía culpar a Joe por querer algo así, porque yo misma había escenificado ante él aquel tópico. Acaricié aquella tela suave y contemplé los zapatos de tacón alto. Eran dignos de una ramera.
—¿Adonde va a llevarte?
—No lo sé.
Marcy se echó a reír, y comentó:
—Espero que no sea a un funeral. Hasta un muerto se levantaría de la tumba al verte vestida así.
Cuando se marchó, no pude dejar de darle vueltas al asunto. Estaba segura de que no íbamos a ir a un funeral, pero no tenía ni idea de adónde iba a llevarme.
La princesa Armonía no habría tenido miedo, se habría puesto aquel vestido y habría salido al encuentro del apuesto príncipe. Volví a mirar los zapatos, el chal, y la ropa interior. Joe se había gastado mucho dinero, había optado por el color negro, y había acertado con mi talla. Era un príncipe que prestaba atención a los detalles.
Sonreí mientras volvía a guardarlo todo. Joe tenía razón, quería salir a cenar con él. Me daba igual adonde me llevara.

Habíamos quedado en el vestíbulo de un hotel del centro. El suelo era de mármol y había árboles de verdad, una fuente que aportaba el tintineo musical del agua, y relucientes lámparas de araña colgadas del techo. Busqué a Joe con la mirada, pero no lo vi.
—_____________.
Me volví al oír su voz. Estaba muy guapo. El esmoquin le quedaba como si estuviera hecho a medida, como si fuera comprado y no alquilado. Me tomó de la mano para acercarme a su cuerpo, y posó las dos manos en mi cintura.
—Qué vestido tan bonito.
—Sí, no está mal —bajé la mirada hacia el vestido antes de volver a mirarlo a los ojos.
—Te sienta a la perfección —me besó la mejilla, y sus labios se deslizaron hasta mi cuello—. Y hueles de maravilla.
El contacto de su boca hizo que me estremeciera, y mis pezones se tensaron. Me sentí un poco incómoda ante aquel despliegue de afecto, pero no me aparté. Me besó en el hombro antes de tomarme la mano, y me dijo:
—¿Vamos?
—¿Adónde? —le pregunté, mientras me conducía por el vestíbulo hacia uno de los salones de baile del fondo.
—A la reunión de mi clase.
Me paré de forma tan brusca, que él dio dos pasos más y nuestros brazos se estiraron.
—¿Vas a llevarme a una reunión de ex alumnos?
Saludó con una inclinación de cabeza a una pareja vestida de gala que se dirigía hacia el mismo salón, y me dijo:
—Sí.
No estaba segura de lo que esperaba de aquella velada, pero aquello me había tomado por sorpresa.
—¿Por qué?
Después de saludar a otra pareja, me llevó hasta un pequeño apartado. Había unas sillas alrededor de una chimenea de gas, que estaba encendida a pesar de que estábamos a mediados de mayo. Miró por encima del hombro, y esbozó una sonrisa un poco forzada mientras se explicaba.
—No pensaba venir, pero Jerry... es un amigo mío está especializado en arbitrajes... me dijo que Ceci Gold estaría aquí.
—Y Ceci Gold es...
—La jefa de las animadoras, la reina del baile de fin de curso, la delegada de la clase, la ramera que me rompió el corazón.
—Ya veo —miré a mí alrededor, y le pregunté—: ¿Fuisteis novios en el instituto?
—No. Solía masturbarme viendo su foto en el anuario, como el resto de los chicos de la clase, pero jamás me prestó la más mínima atención. Hace tres años, coincidimos una noche en el bar Hardware. Ella estaba celebrando su divorcio a base de chupitos.
—Entiendo.
Joe estaba mirando por encima de mi hombro hacia las otras parejas que se dirigían al salón. Sonreía, asentía y saludaba, y su expresión relajada no dejaba entrever el contenido de la conversación que estábamos manteniendo.
—Aquella noche me invitó a ir a su casa. Intentó seducirme, pero estaba tan borracha, que me sentí demasiado culpable y no me la tiré. Pasé la noche en su sofá, y se sintió tan agradecida al ver que me había comportado... cito textualmente: «como un perfecto caballero», que me invitó a cenar. Estuvimos saliendo durante tres meses hasta que me dejó tirado por un tipo al que conoció en el mismo bar, una noche en que no estaba demasiado borracha para follar.
—Lo... siento.
—No lo sientas —se centró en mí, y su sonrisa se suavizó por un momento—. Era una zorra vanidosa, exigente y frígida, igual que en el instituto. No me dio más que dolores de cabeza y frustración durante los tres meses que desperdicié con ella.
—Ya veo —Jadeé la cabeza, y le dije—: Creía que te había roto el corazón.
—Lo que hizo fue tomarme el pelo.
—Te enfadaste con ella.
—Sí. Me hizo perder el tiempo, y encima me mintió. No hacía falta que lo hiciera, no teníamos una relación seria. No estábamos enamorados, no tenía por qué engañarme.
—A nadie le gusta que le mientan —me resultó interesante que siguiera tan indignado después de tres años.
—Jerry me dijo que ella iba a venir esta noche.
Empecé a entender por qué me había comprado un vestido así.
—¿Quieres ponerla celosa?
—Sí —me tomó de la cintura, y me atrajo hacia su cuerpo.
—¿Conmigo?
Soy consciente de mi aspecto. El espejo me muestra unas facciones que muchos describirían como «atractivas». Tengo el pelo largo y oscuro, los ojos azules, y piel de porcelana. Me esfuerzo por mantenerme en forma, pero he sido bendecida con una figura curvilínea que los hombres suelen considerar atrayente. Sé que atraería más atención masculina si me cuidara con más esmero, pero me visto como me visto y no soy demasiado sociable porque quiero recibir atención cuando me apetezca y como me apetezca. De modo que sí, sé que soy atractiva, pero normalmente prefiero ser normalita.
Joe me dio un beso en la mejilla, y me dijo: —Claro que sí.
—No sé si estaré a la altura de una antigua reina del baile —le dije con indecisión.
Él me acarició el pelo, que llevaba recogido en un moño flojo. Tiró con suavidad de un mechón que me quedaba suelto junto a la cara, y me dijo:
—Vas a dejarla fuera de combate.
Nos miramos a los ojos durante unos segundos, y al final le pregunté con pragmatismo:
—¿Por qué crees que se pondrá celosa al verte conmigo? Por lo que dices, da la impresión de que no le importabas demasiado.
—Claro que se pondrá celosa. Aunque no le importo, es de esas mujeres que creen que ningún hombre que haya estado con ellas puede olvidarlas. Además, vas a volverla loca.
—¿Por qué?
—Porque estás impresionante, y no te comportas como una mujer despampanante.
—¿En serio? —no pude ocultar mi cinismo—. ¿Cómo me comporto?
—Como un ángel —me susurró al oído, y sentí que un estremecimiento me bajaba por la espalda—. Pero follas como un demonio.
No era ni ángel ni demonio, pero quizá para él era ambas cosas.
—De verdad quieres que lo haga, ¿no?
—Sí —esbozó una sonrisa, y añadió—: Venga, será divertido. Una buena cena, bebida, baile...
—De acuerdo —lo dije en voz baja, como si estuviéramos hablando de un secreto compartido.
Se inclinó hacia mí, apoyó la frente en la mía, y susurró:
—Tú sígueme la corriente.
Quizás debería haberme enfadado con él por lo que estaba pidiéndome, por dar por sentado que yo accedería, pero no me expuso la situación como si fuera algo negociable, sino como un asunto zanjado. Se comportaba como si yo tuviera que hacer lo que él quería por el simple hecho de que estaba pidiéndomelo, pero no accedí por eso. Lo hice porque él estaba convencido de que yo era capaz de hacerlo.


No hizo falta que Joe me dijera quién era Ceci, porque ya la conocía. Bueno, no la conocía a ella en concreto, pero reconocí la tipología de mujer a la que pertenecía. Era alta, rubia, y tenía el cuerpo de... en fin, de la reina del baile. Al ver que llevaba un vestido rojo y los labios pintados a juego, mis labios se curvaron en una pequeña mueca de desagrado que me apresuré a disimular.
No nos tocó en la misma mesa que ella, por suerte, sino porque Joe cambió las tarjetas con los nombres. Soltó una carcajada tan siniestra al hacerlo, que retrocedí un paso y me quedé mirándolo,
—¿Qué pasa? —me preguntó.
—No sabía que podías ser tan... malo.
—¿Te sorprende?
—No, casi todo el mundo puede serlo.
—¿Estás diciendo que antes creías que era un buen chico, pero que has cambiado ele opinión? —me tomó del brazo, y me llevó hacia nuestra mesa.
—No, ya sabía que no eras un buen chico.
—Oye, claro que lo soy.
Enarqué la ceja, y lo miré con incredulidad. Nos miramos en silencio durante unos segundos, sin prestar atención a la gente que pasaba junto a nosotros ni al hecho de que estábamos bloqueando el paso.
—Estás bromeando, ¿verdad? — me dijo con incertidumbre.
—Sí, Joe, estoy bromeando.
—Eres maquiavélica —dijo, con una carcajada.
—A veces.
—No, no me lo creo —me dio un beso en la mejilla, pero tan cerca de los labios, que cualquiera que estuviera mirándonos creería que me había besado en la boca.
Se apartó un poco y me miró con una admiración que me halagó. Intercambiamos una sonrisa. Él no sabía lo poco acostumbrada que estaba a aquel tipo de entendimiento cálido y juguetón.
—¿Joe?
Me volví al oír aquella voz femenina. Allí estaba la reina del baile, la zorra rubia.
Nos miramos cara a cara, como dos damas de hielo. No dejé de sonreír, pero noté que mi expresión pasaba de la curiosidad a la evaluación calculadora, tal y como solemos hacer las mujeres de forma automática al conocer a nuestras rivales. Ella estaba mirándome de la misma forma.
Me catalogó con eficiencia y sin disimular. Su mirada recorrió mi pelo, mi rostro, mi cuerpo, mi vestido, y no se le pasó por alto la forma en que el brazo de Joe me rodeaba la cintura con actitud posesiva.
—Hola, Ceci.
Lo miró con una sonrisa tan falsa como la que había usado conmigo, pero puso más empeño. Intentó que yo me volviera invisible, y su táctica habría funcionado de no ser por un pequeño detalle: Joe quería que me comportara como una mujer sexy.
—Te presento a _________ ________ —le dijo él con educación—. ________, te presento a Ceci Gold. Era la delegada de mi clase.
Alargué la mano, pero fue como si le hubiera ofrecido un pez muerto, porque apenas me estrechó las puntas de los dedos.
—Encantada de conocerte —me dijo.
Sabía que ella esperaba que yo hiciera lo propio, pero me limité a sonreír y la miré de arriba abajo tal y como ella había hecho conmigo.
Como ya nos habíamos tomado la medida, era hora de que cada una delimitara su territorio. Ella miró sonriente al hombre que se puso a su lado. Era un tipo alto y moreno, llevaba un traje caro, y no se parecía demasiado a Joe. Lo miré con una sonrisa.
—Joe, te presento a mi prometido, Steve Collins — dijo ella, con voz melosa.
—Encantado de conocerte, Steve —le dijo él, mientras se estrechaban la mano.
No sé si fue porque era un buen tipo de verdad o porque tenía mucha confianza en sí mismo, pero la verdad es que Steve no se puso en plan competitivo. Aunque lo más seguro es que no supiera que su futura esposa había ligado con Joe en un bar y lo había invitado a ir a su casa; en cualquier caso, los hombres se estrecharon la mano de una forma mucho más sincera que nosotras dos.
—Me parece que nos ha tocado en la misma mesa — comentó Joe. Se volvió hacia mí, y me dijo—: ¿Nos sentamos?
Nos colocamos como en el cole... chico, chica, chico, chica, así que acabé entre los dos hombres. Las dos sillas restantes quedaron vacías. Nos pasamos la cesta de los panecillos, e hicimos conjeturas sobre lo que iban a servirnos para cenar.
Ceci parloteó sobre su trabajo (era coordinadora de eventos), su casa (que era nueva), su próxima boda (ostentosa), y la luna de miel en el Caribe que había planeado (maliciosa). No le quitó la mano de encima a Steve... se la puso en el hombro, en la mano, y probablemente también en el muslo, como si no supiéramos lo que estaba haciendo cuando la metía por debajo de la mesa. Estaba reclamándolo, demostrando que era suyo, porque así podía flirtear con Joe delante de mí y de él; al fin y al cabo, estaba claro que no tenía mala intención cuando miraba a Joe con expresión seductora, ni cuando fruncía los labios, ni cuando decía alguna ocurrencia con doble sentido y se echaba a reír como una tonta. Seguro que no se habría reído tanto si supiera que se le formaban arrugas en la frente.
No dije gran cosa, y creo que mi actitud callada la tomó por sorpresa. Fanfarronear implica ciertas reglas que se dan por supuestas. Cuanto más callada estaba yo, más parloteaba ella.
—¿A qué te dedicas, ________? —me preguntó Steve, que al parecer era un buen tipo de verdad.
Ceci había abierto la boca para soltar más chorradas, pero al oír la pregunta de su prometido, me atravesó con la mirada y me dijo:
—Sí, __________, ¿a qué te dedicas?
—Soy vicepresidenta de contabilidad administrativa y finanzas en Smith, Smith, Smith, y Brown —le dije a él—. En otras palabras: soy una contable con un cargo que tiene un nombre muy largo.
Ceci parecía encantada. Todo el mundo sabe que las coordinadoras de eventos son mucho más interesantes que las contables.
—No le hagáis caso —dijo ________, mientras me acariciaba la nuca—. Elle tiene un puesto fantástico en Smith, Smith, Smith, y Brown.
Me volví a mirarlo, y le dije:
—¿Ah, sí?
Él sonrió, y se me acercó un poco más.
—Sí, lo he comprobado. Tienes hasta ayudante.
Eso era cierto, pero no quería decir nada. Me pregunté qué era lo que había comprobado, pero no tuve tiempo de preguntárselo, porque Ceci eligió ese momento para aportar un comentario a la conversación.
—¿Es guapo tu ayudante? —era obvio que estaba intentando ser ingeniosa.
—Se llama Taffy, y es adorable —le dije.
—Supongo que la contabilidad debe de ser un buen negocio —vaciló por un instante, como si quisiera añadir algo más pero no se le ocurriera nada.
—Sí, está bastante bien. Es un trabajo estable, y con un buen sueldo. No es tan glamuroso como la astrofísica, pero el sueldo es mejor.
Aquello los dejó atónitos a todos.
—¿Astrofísica? —Joe deslizó la mano por mi espalda desnuda, por el borde del corpiño, y la detuvo con la palma abierta sobre mi piel.
—Tengo un máster en astronomía, con especialización en mecánica celeste —dije con naturalidad. Al ver sus miradas de desconcierto, añadí—: Es la ciencia que estudia el movimiento de los cuerpos celestes bajo la influencia de fuerzas gravitacionales —era consciente de que lo más probable era que tampoco entendieran la explicación.
No suelo hablar de mis ambiciosos comienzos, de mí intento de alcanzar la gloria, pero me encanta ver la cara que pone la gente cuando hablo del tema.
—Caray, qué impresionante —dijo Steve.
Joe se volvió un poco hacía mí mientras su mano me acariciaba la espalda. No le había hablado de mis titulaciones ni de los empleos que había tenido antes de entrar en Triple Smith y Brown, pero en ese momento los dos hombres parecían tan intrigados como si estuviera contándoles mis prácticas sexuales, Ceci no parecía demasiado entusiasmada. La astronomía no es más sexy que la coordinación de eventos, pero denota mucha más inteligencia.
—Astronomía... tiene que ver con lo de los horóscopos, ¿no? —frunció un poco el ceño, y aparecieron unas pequeñas arrugas en su frente perfecta. Al ver que los dos se volvían a mirarla, dijo—: ¿Qué?
—Eso es la astrología —le dijo Steve.
—Bueno, es más o menos lo mismo —contestó ella como si nada.
—En ambos casos se estudian las estrellas, pero la astronomía tiene muchas más aplicaciones prácticas — apostillé.
—¿Por qué decidiste dejarlo para dedicarte a la contabilidad? —Steve se inclinó un poco hacia mí.
Seguramente fue un movimiento inconsciente, pero noté el lenguaje corporal, Ceci también lo notó, y frunció el ceño de nuevo.
—Hay miles de millones de estrellas, pero no hay tantos puestos de trabajo.
—Supongo que eras la cerebrito de la clase, ¿no? — me dijo Ceci, con una risita muy poco sincera.
—Exacto. Y tengo entendido que tú fuiste la reina del baile de fin de curso, y la delegada de la clase.
—Y además, me eligieron como la más popular —ni siquiera se molestó en aparentar modestia.
—Es una suerte que ya haya pasado tanto tiempo desde los años de instituto —le dije, sin molestarme en aparentar sinceridad.
Para ellos habían pasado más años que para mí. No me había dado cuenta de que Joe ya tenía treinta y tantos artos. Yo iba camino de los veintinueve. Mi madre solía decir que el tiempo pasa antes de que nos demos cuenta, y para Ceci parecía estar pasando a toda velocidad.
Se hizo un silencio bastante incómodo. Ceci estaba esforzándose tanto por sonreír, que parecía una chalada. Sus ojos pasaban de Steve a mi rostro una y otra vez, y sentí lástima por ella. Estaba tan obsesionada por conseguir que la adoraran, que su autoestima dependía de la admiración de los demás. Pero como estaba claro que era una arpía, y además había estado flirteando con Joe para sentirse superior a mí, mi compasión por ella se esfumó de inmediato.
—Ceci, seguro que a Steve no le importará que te rapte por unos minutos para bailar. ¿Verdad, Steve?
—Claro que no, adelante.
Era obvio que Joe era un tipo listo. Agaché la cabeza para disimular una sonrisa, pero mi mirada se encontró con la de Ceci por un segundo. Su expresión no tenía precio. Era obvio que quería bailar con Joe para demostrar que no la había olvidado, pero que no le hacía ninguna gracia dejar a Steve discutiendo los misterios del universo conmigo.
Al final, se puso de pie y me dijo:
—No te preocupes, _________. Lo cuidaré bien.
Sonreí mientras mis ojos se encontraban con los de Joe. No era mi novio, no teníamos ninguna atadura, Aquella mujer no era una amenaza para mí.
—No tengo de qué preocuparme —le dije, antes de volverme de nuevo hacia Steve.
—¿Hace mucho que conoces a Joe? —me preguntó él.
—No —hacía tres meses... toda una vida, y al mismo tiempo un momento.
—Hacéis buena pareja.
A lo mejor estaba intentando ser cordial, o quizá estaba empleando la táctica que algunos utilizan cuando están a punto de intentar ligar con alguien. Actúan como si no pasara nada, para poder fingir que no estaban tanteando el terreno en caso de ser rechazados. Esbozó una sonrisa, y se me acercó un poco más.
—La verdad es que no somos pareja —le dije.
—¿En serlo? —Parecía sorprendido, pero alcancé a ver el brillo de interés que relampagueó en sus ojos; al fin y al cabo, don Perfecto era un hombre—. Lo siento.
—No tienes por qué.
Nos miramos en silencio, y sus ojos se desviaron hacia la pista de baile. No me volví a mirar, pero lo que vio no debió de hacerle demasiada gracia, porque frunció el ceño.
—¿Te apetece bailar? —me preguntó, sin mirarme.
Me volví y seguí la dirección de su mirada, Ceci estaba apretada contra Joe. La música que sonaba era animada, pero daba la impresión de que ella estaba bailando un tango sensual y romántico. Por su parte, él parecía estar pasándoselo muy bien, y se las ingeniaba para dar la impresión de que estaba tocándola por todas partes a pesar de que tenía las manos completamente inmóviles. Era un hombre con mucho talento.
—Sí, claro.
Dejé que me agarrara la mano, y para cuando llegamos a la pista de baile, la música había cambiado.
—A lo mejor os acordáis de esta canción, tengo entendido que la pusieron en vuestra fiesta de fin de curso —dijo el disc-jockey.
—Dios —murmuré, cuando empezó a sonar una balada de finales de los ochenta—. Cuidado, creo que voy a echarme a llorar.
Steve se echó a reír, y me agarró para empezar a bailar. Me sujetó más cerca de su cuerpo de lo que cabría esperar en dos desconocidos, pero su actitud era mucho más sutil que la de su prometida con Joe. Bailamos en silencio durante unos segundos. Las luces de colores le bañaban el rostro, y creaban sombras extrañas. Al notar que su mano descendía un poco hasta llegar a la parte superior de mí trasero, bajé la mirada hasta su brazo. Cuando volví a mirarlo a la cara, vi que estaba sonriendo.
Miré hacia Joe, que me lanzó una gran sonrisa por encima del hombro de Ceci. Ella no parecía demasiado contenta. Ya sé que lo de «si las miradas mataran» está bastante manido, pero es cierto; al parecer, ella podía hacer lo que le diera la gana con mi pareja, pero no le hacía ninguna gracia lo que yo estaba haciendo con la suya... mejor dicho, lo que él estaba haciendo conmigo, porque yo estaba limitándome a permitírselo.
Cuando empezó otra balada, Steve me acercó un poco más. Noté el olor de su colonia, pero no pude identificarla.
—Las mujeres inteligentes son muy sexys —me susurró al oído.
Era un hombre alto que tenía unos hombros anchos, una dentadura blanca, y unas facciones atractivas. Olía bien, sabía bailar, y sus manos eran lo bastante grandes como para abarcar todo mi trasero.
Pero no quería bailar con él.
Miré a Joe, que no estaba prestándole ninguna atención a la mujer que tenía en sus brazos. Nuestros ojos se encontraron. Cuando la canción terminó, dejó a Ceci plantada en medio de la pista de baile y se acercó a nosotros. Apartó mi mano de la de Steve, y dijo sin apartar la mirada de mí:
—Me parece que me toca a mí.
Me tomó entre sus brazos sin añadir nada más, sin apartar la mirada de mí, y me sujetó contra su cuerpo, Mi cabeza encajaba a la perfección en su hombro. Y una de sus manos se detuvo en la base de mi espalda mientras la otra sujetaba la mía. Posó los labios sobre mi pelo.
—Mía —susurró.
# TeamBullshit
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Mensaje por Yhosdaly Mar 20 Dic 2011, 9:04 pm

Ahhhhhhhhh Le dijo MIAAAA!!! (BAILE DE 20 SEGUNDOS)
SIGUELSAA X AMOR A LOS JONASS!!! ESTA NOVEE ME ENVICIAAA!!

SIGUELAAA LA AMOOO!!!
SIGUELAA CON CARACTER OBLIGARIO!!!

SIGUELAAA
STT: TU MEGAA FIELIICIIMAA LECTORA!!!!!

SIGUELAAAA
Yhosdaly
Yhosdaly


http://www.twitter/YhosdalyL

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Mensaje por Caro-Li-Na Miér 21 Dic 2011, 6:28 am

amoooo tus novelas ....!!!
siguela
Caro-Li-Na
Caro-Li-Na


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Mensaje por MaferCastilloJonas Miér 21 Dic 2011, 8:37 am

Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! me encanta!
MaferCastilloJonas
MaferCastilloJonas


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Mensaje por andreita Miér 21 Dic 2011, 12:12 pm

omj me encanta
creoq ue joseph se pouso celosito

pero no entendi el plan de joe

queria darle celos a quioen??
bueno
siguela
andreita
andreita


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Mensaje por Cecilia Jonas♥ Miér 21 Dic 2011, 2:12 pm

Siguela me encanta!! :)
Cecilia Jonas♥
Cecilia Jonas♥


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Mensaje por # TeamBullshit Miér 21 Dic 2011, 3:03 pm

andreita escribió:omj me encanta
creoq ue joseph se pouso celosito

pero no entendi el plan de joe

queria darle celos a quioen??
bueno
siguela

Le queria dar celos a ceci , que era bueno
la popular de su colegio. Y el le queria dar
celos con la rayis XD
# TeamBullshit
# TeamBullshit


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Mensaje por # TeamBullshit Miér 21 Dic 2011, 3:04 pm

Cecilia Jonas♥️ escribió:Siguela me encanta!! :)

Bienvenida XD
# TeamBullshit
# TeamBullshit


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Mensaje por # TeamBullshit Miér 21 Dic 2011, 3:17 pm

CAPITULO 11

Seguimos bailando, pero cuando la música cambió de nuevo y pusieron una canción marchosa, me tomó de la mano y me llevó hacia la puerta. Steve estaba en la barra del bar, bebiendo ceñudo una copa, y Ceci estaba a su lado, con los brazos cruzados y una expresión enfurruñada.
Cuando salimos del salón, Joe me condujo por el pasillo, abrió una puerta, y me metió en lo que resultó ser el guardarropa.
No me dio tiempo de preguntarle lo que quería, aunque tampoco hacía falta. Como estábamos en mayo, no había abrigos que amortiguaran el leve impacto cuando me empujó hacia atrás. Las perchas entrechocaron, y solté una exclamación ahogada cuando me metió una mano por debajo del vestido y la posó sobre mi sexo húmedo.
—Steve te deseaba —apretó la boca contra mi cuello, justo en la curvatura del hombro—. Ese tipo estaba loco de deseo por ti, ___________.
Me acarició el clítoris con el pulgar a través de las bragas, y de repente metió la mano por debajo de la tela, Su palma presionó contra mi piel desnuda mientras sus dedos jugaban con mis pliegues húmedos. Cuando me metió un dedo, me cubrí la boca para sofocar un gemido; en ese momento, me daba igual que se me corriera el pintalabios.
—¿Te gustaría haberte ido con él? —me preguntó al oído.
Giré la cabeza para mirarlo, y le pregunté:
—¿Esta noche?
—Sí, si él te lo hubiera pedido.
—No.
Me acarició el clítoris con la punta del dedo una y otra vez, y arqueé las caderas hacía él.
—¿En serio?
—En serio —hinqué las uñas en los hombros de su esmoquin.
—¿Por qué no? —su otra mano empezó a acariciarme un seno.
Me aparté un poco para poder mirarlo a la cara, y dije:
—Porque esta noche estoy contigo.
Me miró a los ojos, y su mano se detuvo por un momento antes de empezar a moverse de nuevo.
—Estás lista para mí, ¿verdad? Siempre lo estás.
Era un comentario arrogante, pero lo dijo como si yo le hubiera dado un regalo. Me agarró una mano, y la colocó sobre su bragueta.
—Yo también estoy listo para ti —me dijo, sonriente, mientras movía mí mano para que le frotara el pene por encima de la tela.
Miré hacia la puerta, ya que sabía que podía abrirse en cualquier momento.
—Te excita follar en sitios públicos, ¿verdad? —le pregunté.
—En cualquier sitio.
A pesar de que había sido bastante indiscriminada a la hora de escoger a mis parejas antes de conocerlo a él, la verdad es que nunca antes había tenido relaciones sexuales en un sitio público. Aquélla era la tercera vez que hacíamos algo así... y a la tercera va la vencida, era posible que aquella vez nos pillaran in fraganti.
No habría sabido decir si aquella posibilidad me excitaba o no, pero lo que estaba claro que me excitaba eran sus caricias, su boca y sus manos, la forma en que me miraba, y cómo decía mí nombre.
—Te deseo, __________ —me dijo, mientras su mano seguía enloqueciéndome.
—Mi bolso...
Me dio un mordisquito en el cuello, y me miró al decir:
—Siempre vas preparada, ¿no?
—Me gusta ser cuidadosa.
Sacudió un poco la cabeza, como si mí respuesta le hubiera hecho gracia, pero sólo tardó un instante en ponerse el condón y en bajarme las bragas.
—Levanta las manos, agárrate a la barra.
Obedecí de inmediato. Mis dedos la abarcaron con facilidad, y las puntas de las uñas me rozaron las palmas de las manos.
Me penetró con un movimiento fluido. Se le escapó un pequeño gemido, y me agarró las caderas antes de alzarme una pierna para que me enganchara a su cintura. Me aferré con más fuerza a la barra. Las uñas se me hincaron en la piel, pero apenas me di cuenta. Sólo era consciente del placer que sentía al tener su polla dentro de mí. Colocó las manos debajo de mi trasero para sujetarme mientras se movía.
Supongo que la postura debía de parecer bastante rara, pero no tenía dónde mirarme. No había espejos que reflejaran cómo estaba follándome, no había nada que mostrara la imagen de nuestros rostros rígidos por el placer. Nos miramos a los ojos, y dio una fuerte embestida que sacudió mi cuerpo entero.
No podía aferrarme a él. Sí soltaba la barra, los dos acabaríamos en el suelo. Mi posición era tan precaria, que apenas podía moverme. Era Joe el que llevaba las riendas, y su ceño se frunció en un gesto de concentración mientras se movía.
Ya he dicho antes que ni soy una mujer pequeña ni él un hombre corpulento, pero eso no parecía importar en ese momento. Se movía en mi interior con facilidad, y como su hueso púbico me daba en el sitio Justo, no tenía que acariciarme con la mano.
Mi orgasmo me sorprendió más a mí que a él. No estaba segura de sí podría correrme estando así, con la falda levantada, las manos entumecidas por estar aferradas a una fría barra de acero, el corazón acelerado por la posibilidad de que alguien abriera la puerta y nos pillara.
Me corrí con un pequeño grito ahogado y la mirada fija en su rostro, y él sonrió. En cuanto el placer remitió, cerré los ojos y giré la cara, pero mi actitud no le hizo ninguna gracia.
—No apartes la mirada de mí —susurró. Tenía la voz ronca y la respiración entrecortada—. Me encanta mirarte a los ojos.
Quiero dejar claro que no tenía por qué obedecerlo, ni en ese momento ni en ninguna otra ocasión. Siempre tuve la posibilidad de negarme a hacer lo que me pedía, fuera lo que fuese. Lo que pasa es que decidí acceder.
Tenía la posibilidad de negarme, y no lo hice.
Abrí los ojos y lo miré. Sus ojos relucían de pasión. Es una frase bastante graciosa, ¿verdad? ¿Los ojos relucen de pasión?, ¿pueden hacerlo?
Sí, sí que pueden. No sé quién dijo que los ojos son el espejo del alma, pero creo que es verdad. Vi pasión en sus ojos, placer Y también vi aquella incredulidad de siempre, como sí le costara creer lo que estaba haciendo.
Su reacción me resultaba comprensible.
Empezó a follarme con más fuerza, así que me agarré mejor a la barra. El anillo que llevaba en la mano derecha tintineó contra el metal, las perchas se movieron. Nuestra respiración parecía muy ruidosa.
El ritmo de sus embestidas se volvió irregular, y la frente se le cubrió de sudor. Se mordió el labio, me movió un poco, y se hundió en mi cuerpo una última vez con un gemido ronco que me hizo sonreír. Resultaría agradable ser elegante y elocuente en el momento del orgasmo, pero la mayoría no lo somos. Sus ojos se entrecerraron, y tragó con dificultad antes de apoyar el rostro sobre la parte superior de mi pecho, que quedaba desnuda gracias al escote bajo del corpiño.
—Tengo que bajarte. ¿Estás lista?
Nos separamos sin demasiados problemas, pero como me temblaban las piernas, seguí aferrada a la barra. La falda me cubrió las piernas de nuevo.
Joe agarró un par de pañuelos de papel de la caja que había en un estante, envolvió el condón con ellos, lo tiró a la pequeña papelera que había junto a la puerta, y se abrochó los pantalones. Cuando me miró con una sonrisa, le pregunté:
—¿Cómo es posible que todo sea tan fácil contigo?
Mis propias palabras me sorprendieron tanto como el orgasmo que acababa de tener. Me parece que él también se sorprendió, porque acarició un mechón de pelo que me caía sobre el hombro y me dijo:
—¿Qué quieres decir?
Sentí que me ruborizaba, noté el acaloramiento que me subió por el vientre y el cuello hasta teñirme las mejillas. El revelador vestido me impedía ocultar mí reacción, y fui incapaz de mirarlo a los ojos.
Estoy muy familiarizada con la vergüenza. Puedo relegarla a un rincón y fingir que no está, negar su existencia. Muchas veces, incluso consigo convencerme a mí misma de que no tengo de qué avergonzarme, pero en aquella ocasión no lo conseguí. La vergüenza me golpeó de lleno. Los oídos empezaron a pitarme, y mi visión se oscureció. Me he desmayado una o dos veces a lo largo de mi vida por anemia y una tensión sanguínea baja, o por estar demasiado tiempo al sol sin hidratarme lo suficiente, así que reconocí aquella sensación. Agaché la cabeza, y seguí aferrada a la barra por miedo a caerme.
—¿Estás bien, ___________?
La preocupación que se reflejaba en su voz fue la gota que colmó el vaso. Salí al pasillo a toda prisa, y me cubrí las mejillas con las manos. Tenía que salir de allí cuanto antes, y mis pies fueron como por voluntad propia hacia la puerta del fondo del pasillo en la que ponía: Salida.
Salí a una oscura terraza llena de colillas. Inhalé profundamente el fresco aire nocturno mientras la puerta se cerraba a mi espalda. La pared de ladrillos del hotel aún conservaba el calor diurno, y me apoyé en ella durante unos segundos mientras respiraba hondo.
Al menos no estaba llorando, pero eso no era ninguna novedad, porque las lágrimas eran una liberación que me había abandonado mucho tiempo atrás.
El sexo no es algo malo, no es sucio. Ni siquiera el sexo en un lugar público con un hombre al que apenas conoces. No, no lo es. El sexo es un regalo, un mecanismo innato que tenemos los humanos para experimentar placer, es algo que hay que valorar y utilizar. El sexo rejuvenece y renueva. Los orgasmos son una función milagrosa más que tiene nuestro cuerpo y no hay que avergonzarse de ellos, al Igual que no hay que avergonzarse por un estornudo o por el latido del corazón. El sexo no es obsceno, ni siquiera en lugares públicos con alguien al que apenas conoces. No soy una persona sucia ni impúdica por el mero hecho de que me guste el sexo, las caricias de un hombre, correrme con él, o dejar que me penetre.
No hacía frío, pero había pasado de estar acalorada a sentirme helada en cuestión de minutos. Tenía la carne de gallina, y empecé a frotarme los brazos con fuerza. Estaba furiosa conmigo misma.
El sexo no es algo sucio, yo no soy sucia. No, no lo soy.
La puerta se abrió a mi espalda, y Joe salió a la terraza, Me incorporé de inmediato, y dejé de frotarme los brazos.
—_________, ¿estás bien? ¿Has bebido demasiado?
—No.
Se puso a mi lado, pero no me tocó. Mantuve la mirada fija hacia delante. Además de avergonzada, me sentía abochornada.
Se sacó un paquete de cigarros del bolsillo, y me ofreció uno. Lo acepté a pesar de que no suelo fumar, y él lo encendió antes de encenderse el suyo. Permanecimos en silencio mientras el resplandor rojo de los cigarros destacaba en la oscuridad.
—¿Estás enfadada conmigo? —me preguntó, al cabo de un rato.
—No.
—Vale.
Tiró la colilla al suelo, pero no la pisó. Me quedé mirándola mientras acababa de apagarse, y entonces tiré la mía también.
—Lo siento —le dije.
Se volvió a mirarme, pero la oscuridad me impedía ver su rostro con claridad.
—Y yo siento que te arrepientas de lo que hemos hecho —me dijo.
—En cualquier caso, la velada está a punto de terminar.
—_____________.
Sólo era una palabra, mi nombre, pero me inmovilizó con tanta firmeza como si me hubiera agarrado el brazo.
—No quiero que lo lamentes jamás, _________. Yo no lo hago.
No pretendía reírme, pero eso fue lo que me salió: una carcajada seca y llena de cinismo.
—No esperaba que lo lamentaras, Joe.
—Crees que soy uno de esos tipos que ligan con desconocidas y se las tiran donde sea, ¿verdad?
—¡No te conozco!
—Pues conóceme, te prometo que no soy una persona complicada.
—Yo sí.
—Qué sorpresa —su tono de voz reflejaba una sonrisa.
—¿Crees que soy una de esas mujeres que dejan que un desconocido ligue con ellas y se las tiren donde sea?
—¿Lo eres?
—Eso parece —dije con resignación.
Me rodeó la cintura con un brazo y me acercó a su cuerpo. Dio un paso, y la luz de seguridad le iluminó la cara. Sus ojos parecían más oscuros que nunca.
—¿Y qué tiene eso de malo?
Me quedé mirándolo sin saber cómo reaccionar. Esbozó una sonrisa, pero fui incapaz de devolvérsela. Deslizó los dedos por la suave tela del vestido que me había comprado.
—No creo que seas de esas mujeres que ligan con desconocidos y se los tiran donde sea, da igual con cuántos hombres hayas estado.
—Setenta y ocho —la respuesta salió de mis labios como por voluntad propia.
Él vaciló por un segundo, y al final me preguntó:
—¿Has estado con setenta y ocho hombres?
—Sí.
Esperé a ver rechazo o censura en su rostro, pero él se limitó a acariciar un mechón de pelo que se me había escapado del moño.
—Son bastantes.
—¿Te molesta?
Me miró con expresión pensativa, y me dijo: —¿Te molesta a ti?
—La verdad es que me incomoda —admití, al cabo de un segundo.
—Antes de conocerte, salí con otras mujeres. ¿Te molesta?
—No —aquello era diferente. Salir con mujeres no era lo mismo que ligar con desconocidos, llevármelos a casa, y tirármelos para demostrar que podía hacerlo.
Se me acercó un poco más, y me rodeó la cintura con el otro brazo. Olía a sexo y a colonia, y tenía la camisa un poco arrugada.
—Me da igual lo que hicieras antes, _________. Lo único que me importa es lo que hagas ahora —me limité a negar con la cabeza en silencio, así que añadió—: Si quisieras palabras bonitas, te las diría, pero me parece que no te las creerías.
—Puede ser —admití, con una pequeña sonrisa.
Me giró para que me quedara de espaldas a él, me rodeó con los brazos, y entrelazó sus manos con las mías. Su abrazo hizo que la piel de gallina se desvaneciera. Apoyó la barbilla en mi hombro, y señaló hacia el cielo con nuestras manos unidas.
—¿Qué estrellas son ésas?
—Es la constelación de la Osa Mayor.
Siguió abrazándome, dándome calor.
—¿Por qué decidiste estudiar astronomía?
Me recliné contra él mientras miraba hacia los puntos de luz que salpicaban el cielo nocturno.
—Creía que podía llegar a contarlas todas.
—¿Las estrellas?
—Sí. Creía que podía llegar a contarlas todas, o al menos aprender todo lo posible sobre ellas... averiguar cómo es posible que estén colgadas del cielo sin caerse, encontrar la manera de llegar hasta ellas, descubrir si había vida allí arriba...
Él se echó a reír con suavidad, y su aliento cálido me rozo la piel.
—¡Te interesaban los ovnis?
—Los ovnis son un campo de investigación legítimo, pero nunca me dediqué a estudiarlos, —Sólo las estrellas.
—Aún queda muchísimo por saber sobre ellas, te lo aseguro.
Permanecimos en silencio durante unos segundos. Sus pulgares trazaban líneas sobre la tela que me cubría el estómago, y sus labios estaban posados en mi hombro desnudo.
—¿Lo echas de menos? —me preguntó al fin.
—Cada vez que miro las estrellas.
—¿Llegaste a contarlas todas?
Volví la cabeza para poder mirarlo, y le dije:
—No, Nadie puede contarlas, son infinitas.
—¿Te rendiste?
Fruncí el ceño, y me aparté un poco de él antes de contestar.
—Abandonar una tarea inútil y carente de sentido no es rendirse.
—Ya lo sé —me dijo, mientras volvía a atraerme hacía su cuerpo.
—Entonces, ¿por qué has dicho eso?
Noté cómo se encogía de hombros, y que sus labios se curvaban sobre mí hombro cuando sonrió.
—Quería ver lo que decías —al ver que permanecía en silencio, añadió—: ¿Cuánto tardaste en decidir que era una tarea inútil y carente de sentido?
Me aparté de nuevo para mirarlo, y le dije:
—¿Quién dice que lo he hecho?
Nos miramos bajo la luz de las estrellas, y entonces alcé la mirada hacia el cielo. Joe también lo hizo mientras me tomaba de la mano, y contemplamos juntos la noche,
—No me rendí —dije, al cabo de un momento.
—Me alegro —me dijo él, mientras me daba un pequeño apretón en la mano.
—Yo también —le contesté, antes de devolverle el apretón.
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