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"Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)

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"Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu) - Página 2 Empty Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)

Mensaje por MaferCastilloJonas Jue 15 Dic 2011, 4:00 pm

Woooooooooooooooooooooooow!
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"Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu) - Página 2 Empty Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)

Mensaje por Invitado Jue 15 Dic 2011, 4:32 pm

hola tu nove cada vez esta mas interesante sube pronto 0)
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"Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu) - Página 2 Empty Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)

Mensaje por # TeamBullshit Jue 15 Dic 2011, 9:21 pm

CAPITULO 6

Esperé una semana antes de llamarlo, porque él había dicho «la próxima vez» como si no hubiera ninguna duda de que íbamos a volver a vernos. Verlo tan confiado me había molestado un poco, pero lo que más me molestó fue percatarme de que quería volver a verlo. Quería sentir sus caricias, llegar al orgasmo con él dentro de mí.
Me daba miedo querer todas esas cosas. El hecho de saber su nombre y dónde trabajaba de poder entrever aquella parte de su vida gracias a algo tan íntimamente anónimo como una tarjeta profesional, hacía que me pasara noches enteras dando vueltas en la cama. Intentaba encontrar algo de alivio con mi mano: me acariciaba el clítoris con suavidad mientras me imaginaba su rostro y su aroma. Me corría con fuerza, sola, jadeante e insatisfecha, Era consciente de que él tenía razón al decir que iba a haber una próxima vez, a pesar de que tardé siete días en rendirme.
Su secretaria contestó, y pasó la llamada. Me pareció oír en su voz una mezcla de petulancia, curiosidad y celos. Me pregunté si se acostaba con él, si creía que yo era una dienta, o una compañera de trabajo, o una hermana, o una amante. Sólo me preguntó mi nombre, y si el señor Stewart sabría a qué se debía mi llamada. Cuando le dije que sí, me puso con él de inmediato.
—Hola, __________ —me saludó, con voz cálida—. Ahora mismo estaba pensando en ti.
—¿Ah, sí?
La puerta de mi despacho estaba cerrada. Me recliné en la silla, jugando con el cable del teléfono, y cerré los ojos.
—Sí.
—¿Y qué es lo que estabas pensando?
—Que no ibas a llamarme.
El sonido de su voz hizo que me estremeciera, y sonreí al oír aquellas palabras. Me parecía increíble que se hubiera planteado la posibilidad de que no lo llamara.
—Sabías que lo haría.
—De eso nada, creía que te habías olvidado de mí.
Su tono de voz reflejaba una sonrisa, y me imaginé la cuna de sus labios.
—Claro que no me he olvidado de ti.
—En ese caso, vamos a comer juntos hoy mismo.
Mostraba la misma seguridad que al darme su tarjeta, así que no tenía sentido que me hiciera de rogar.
—De acuerdo.
—Perfecto.
Me dio la dirección de un restaurante, y yo empecé a escribir a pesar de que ya sabía dónde estaba. El bolígrafo dejó a su paso trazos fluidos, a pesar de lo mucho que me temblaba la mano. Cuando colgué, no era consciente de cómo había acabado la conversación. Al mirar la hoja de papel, me di cuenta de que había escrito su nombre una y otra vez, y que la caligrafía apenas se parecía a la mía.
Joseph Jonas. Joseph Jonas. Joseph Jonas...

La Belle Fleur era un restaurante con un nombre bastante pretencioso, pero estaba situado entre nuestros respectivos despachos y la comida era buena. Tardé un cuarto de hora en llegar en taxi, después de decirle a mi secretaria que cambiara el horario de mis compromisos de la tarde.
—¿Es usted la señorita __________(ta)?, ¿ha quedado con el señor Jonas? —me preguntó el maitre, sonriente, en cuanto entré en el local.
Supongo que se dio cuenta de que me había sorprendido, porque miró a su alrededor y bajó la voz como si estuviera revelándome la receta secreta del chef.
—El señor Jonas la ha descrito a la perfección, y me ha dicho que estaba esperándola.
—Ya veo.
—Sígame, por favor —era un hombre menudo, y tenía un pequeño bigote que combinaba a la perfección con su pelo impecable.
Había comido un montón de veces en la Belle Fleur. A los clientes les gustaba la atmósfera acogedora y el bar bien surtido, y mis compañeros de trabajo lo elegían por la buena comida y porque los precios eran razonables a pesar de la elegante decoración. Vi varios rostros conocidos, así que sonreí y saludé con la cabeza al pasar.
Cada paso que daba era una victoria sobre mis piernas temblorosas. Mientras seguía al maitre a través del laberinto de mesas, el nombre de Joe resonaba en mí cabeza. Nos dirigíamos hacia una sala más pequeña que había al fondo del local, y cuya puerta estaba medio oculta tras una cortina bordada.
—El señor Jonas ha reservado mesa en la sala Jolie.
Y allí estaba él, Joseph Jonas, en una pequeña mesa de la esquina. Se puso de pie al verme entrar. Llevaba un traje azul marino, y una corbata con un estampado de una chica hawaiana. No se acercó a mí, no intentó tocarme, no intentó darme un abrazo ni estrecharme la mano, y sentí una mezcla de gratitud y desilusión.
—Hola.
Era absurdo que me sintiera cohibida después de lo que aquel hombre me había hecho en el Blue Swan, sobre todo teniendo en cuenta que estaba dispuesta a permitir que volviera a hacerlo. Nos miramos en silencio con la mesa entre los dos, hasta que el maitre carraspeó con sutileza para que me diera cuenta de que había apartado la silla para mí. Cuando me senté, nos miramos durante unos segundos más.
—No sabía si vendrías —me dijo él al fin.
Agaché la mirada, y contemplé todas y cada una de las gotas de agua que se habían condensado sobre mi vaso antes de volver a mirarlo.
—Yo tampoco.
En ese momento, se nos acercó un camarero.
—Un vaso de merlot para mí, y uno de cabernet para la señora —le dijo él—. Los dos comeremos filete con la ensalada de la casa, y patatas fritas.
Después de pedirse reclinó en la silla y se quedó mirándome, supe de inmediato lo que esperaba de mí, pero bebí un poco de agua antes de hablar.
—No sé si sentirme ofendida o halagada, has dado por hecho que sabes lo que quiero.
—Tengo muy claro lo que quieres, __________ —esbozó una sonrisa sincera que se reflejó en sus ojos, y no pude evitar devolverle el gesto.
—¿Ah, sí? —conocía a la perfección aquel juego, no era la primera vez que participaba en él. Siempre acababa ganando, porque ellos nunca sabían lo que yo quería.
Joe asintió, y recorrió mi rostro con la mirada como si estuviera memorizándolo. Sin inclinarse hacia mí ni bajar la voz, me dijo con toda naturalidad:
—Quieres que te ponga contra la pared.
Me quedé mirándolo mientras mis dedos se tensaban alrededor del vaso de agua... estaban resbaladizos, fríos. Me habría encantado poder llevármelos a la frente o al cuello, apretarlos contra mi piel acalorada, pero los mantuve alrededor del vaso. Tragué saliva. Tenía la garganta seca, pero no bebí más agua.
No tenía sentido negarlo, pero lo habría hecho si él se hubiera comportado con fanfarronería o si se me hubiera acercado para crear una sensación de cercanía.
—Después de comer.
Al oírle decir aquello, supe que al fin había encontrado un digno oponente.

Charlamos durante la comida. Él sabía sacar información con naturalidad, su interés sutil y sus comentarios hacían que resultara muy fácil darle lo que pedía. No presionaba ni juzgaba. Me preguntó sobre mi educación, sobre mi trabajo y mis pasatiempos, y yo le contesté. No volvió a sacar a colación lo que yo quería que me hiciera, y no me Importó.
Al cabo de una hora, estaba tan excitada que me estremecía cuando cruzaba las piernas y las bragas me rozaban el clítoris. Tenía los pezones tensos contra el sujetador la prenda de satén y encaje impedía que resaltaran a través de la camisa, pero los estimulaba sin piedad. Estaba tan húmeda, que tenía los muslos resbaladizos. Mis manos me temblaban, así que las cerré en dos puños apretados sóbrela mesa para que él no se diera cuenta.
—Ahora vas a ir al servicio de señoras —me dijo al fin, cuando el camarero se llevó nuestros platos y nos dejó la cuenta.
Sus ojos me mantuvieron inmóvil; al cabo de un momento, asentí y alcancé a decir:
—Sí.
—Vas a esperarme, porque es lo que quieres.
Volví a decirle que sí. Tenía la voz tan enronquecida, que la palabra apenas sonó inteligible. Me levanté de la mesa, y por un instante no supe si iba a Lograr mantenerme en pie. Me agarré con una mano al respaldo de la silla para estabilizarme un poco, dejé la servilleta sobre la mesa, agarré mí bolso, y fui hacia el pequeño pasillo que llevaba a los servicios.
Al entrar en el de señoras, vi que no estaba vacío. La mujer me sonrió y yo le devolví el gesto, pero mi expresión debía de reflejar la tensión que me atenazaba, porque me miró con extrañeza y acabó de lavarse las manos a toda prisa. Yo empecé a lavármelas también, para distraerme con algo mientras esperaba.
El martilleo de mi corazón resonaba en mis oídos. Me refresqué con agua las mejillas, el cuello y las muñecas. Apoyé las manos sobre el lavabo, y contemplé en el espejo mi cara acalorada.
Me dije a mí misma que era la cara de una mujer que estaba a punto de follar. Elegí aquellas palabras descarnadas de forma deliberada, para lograr que todo aquello me pareciera real. «Va a llegar de un momento a otro y va a follar contigo, ________». Se me aceleró tanto el pulso, que me pareció que podía verlo palpitar en mi cuello.
Me miré a los ojos en el espejo. Tenía las pupilas tan dilatadas, que el tono azul había desaparecido casi por completo. Me pregunté qué estaba haciendo allí. Al ver mi propia lengua humedeciéndome los labios, me imaginé que era la suya saboreándome. Solté un pequeño gemido involuntario, y me sentí un poco avergonzada; sin embargo, me excitaba aún más saber que estaba tan abrumada de deseo, que mi propia imaginación podía hacerme gemir.
Lo vi entrar a través del espejo, y nuestras miradas se encontraron mientras él se me acercaba por la espalda. Posó las manos sobre mis caderas, y sus pulgares encontraron los hoyuelos de la base de mi espalda a través de la camisa.
Permaneció en silencio; si hubiera dicho algo, yo habría dado marcha atrás, pero permaneció en silencio. Parecía osado, decidido, pero a pesar de todo, el reflejo de su rostro rebelaba aquella extraña mezcla de emociones en sus ojos... deseo, admiración, y como si se sintiera honrado.
Me Llevó sin vacilar hasta el último cubículo, y cerró la puerta a nuestra espalda. No podía verlo, pero no había duda de lo que quería de mí. Me alzó las manos, y me las colocó con Las palmas abiertas contra la pared. Deslizó las suyas bajo mi falda, fue subiendo por mis piernas hasta llegar a mi entrepierna. Me agarró desde atrás, y curvó los dedos hacia arriba para acariciarme el clítoris.
Me estremecí mientras apoyaba la frente contra la pared y cerraba los ojos. Separé las piernas, y él las abrió aún más cuando colocó un pie entre los míos y empujó para apartarlos el uno del otro. Su dedo empezó a trazar círculos contra mi piel a través de la tela húmeda de las bragas.
Oí que un cinturón metálico se desabrochaba, el suave sonido de un botón al salir de su ojal, y cómo se abría una cremallera.
Deslizó los dedos bajo mis bragas, y soltó una imprecación ahogada cuando nuestra piel entró en contacto.
Trazó mis pliegues con un dedo, como comprobando lo húmeda que estaba, y apoyó la barbilla sobre mi hombro. Al notar la caricia de sus labios bajo la oreja, ladeé la cabeza para darle acceso a mi cuello.
Cuando empezó a levantarme la falda con la mano que había usado para desabrocharse Los pantalones, mis dedos se curvaron contra la pared sin encontrar un asidero. Las medias y las bragas dejaban al descubierto parte de mis muslos y mis nalgas, y me tragué un gemido al notar el contacto del aire con mi piel desnuda. La palma de su mano me acarició, y recorrió la curva de mi trasero.
Inhalé, inhalé, y volví a inhalar. Se me olvidó sacar el aire, hasta que al final escapó entre mis labios en un gemido trémulo.
—Quieres que lo hagamos.
Sus palabras no eran una pregunta, pero exigían una respuesta.
—Sí.
Me metió un dedo, otro más, y empezó a ensancharme un poco. Me acarició con un movimiento rítmico que emulaba lo que pensaba hacer con su polla. Yo me estremecí sin pudor, y me apreté contra su mano para que sus dedos me penetraran al máximo.
—Mí bolso... —susurré. Estaba dispuesta a parar de inmediato si él se negaba a usar condón.
No pude contener un suspiro de protesta cuando sacó los dedos, y él soltó una carcajada entrecortada.
—Dame un segundo, __________ —me susurró al oído.
Oí el tintineo de mis llaves, el sonido de un envoltorio que se rasgaba, y su gemido ahogado cuando se puso el condón. Sentí su aliento en la nuca mientras permanecía inmóvil, y me atravesó una descarga eléctrica de deseo que se centró en mi clítoris y se extendió por todo mí cuerpo. Me cosquillearon hasta las puntas de los dedos. Sí la luz no hubiera estado encendida, creo que mi cuerpo habría brillado en la oscuridad.
Me bajó las bragas por debajo de las rodillas, y presionó la polla contra mí. Me la bajó por la raja del trasero, y entonces la metió entre mis muslos. Se guió con una mano, dobló un poco las rodillas, y se enderezó para poder penetrarme.
—Joder... —susurró, antes de morderme el hombro para sofocar un gemido.
Solté una exclamación ahogada. Hacía tanto que no follaba, que parecía casi demasiado estrecha, pero estaba tan húmeda, que no había fricción. Lo único que sentía era una deliciosa plenitud.
Colocó las manos sobre mis muñecas con el pecho apretado contra mí espalda, y deslizó mis manos hacia abajo por la pared hasta que me incliné más hacia delante. Creía que no podía penetrarme más hondo, pero aquel pequeño movimiento bastó para que me llegara hasta el cuello del útero. Solté otra exclamación al sentir una pequeña punzada de dolor que no disminuyó en nada el placer.
—Dios, qué caliente estas... pareces un jodido horno —susurró.
Me sujetó de las caderas para impedir que me moviera, y empezó a moverse con envites pequeños y suaves que fueron ganando intensidad poco a poco. Deslizó una mano hacia delante, y me acarició el clítoris siguiendo el ritmo de su cuerpo.
Se detuvo por un momento al oír que se abría la puerta del servicio, pero al cabo de unos segundos siguió moviéndose con una lentitud enloquecedora mientras su dedo me acariciaba con mayor rapidez.
Oí las voces de dos mujeres que usaron los cubículos del fondo sin dejar de hablar. Una de ellas meó durante una eternidad, y tuve ganas de echarme a reír al oír el sonido de aquella cascada de pis.
Mis hombros se sacudieron mientras intentaba contener la carcajada, y él apretó la boca contra mi cuello para intentar sofocar su propia hilaridad. Cuando mi visión se llenó de estrellitas por culpa de la falta de oxígeno, inspiré varías veces en silencio.
Solté una carcajada ahogada que hizo que me corriera. Me retorcí contra su mano y me moví sobre su polla, mientras él se quedaba casi inmóvil para no hacer ruido.
Las mujeres se lavaron las manos mientras seguían charlando. No sé si nos oyeron, pero no nos prestaron ninguna atención. Quizá conseguimos ser lo bastante silenciosos, o a lo mejor sus vidas les resultaran increíblemente interesantes y eran incapaces de pensar en otra cosa. Sólo sé que Joe empezó a follarme como un loco en cuanto se largaron y la puerta se cerró tras ellas.
Más fuerte, más rápido. La mano que tenía sobre mi cadera me aferró con tanta fuerza, que me hizo un morado. La que estaba sobre mi clítoris dejó de acariciarme, y se limitó a sujetarme. Volví a correrme. Fue un orgasmo más pequeño, pero igual de placentero.
Me rozó el cuello con los dientes, bajó la boca hasta mi hombro, y sofocó un grito de placer contra mi camisa. Su polla se sacudió en mi interior, y dio una última embestida tan fuerte, que me golpeé la frente contra la pared.
A pesar de que me hice daño, la situación me hizo gracia, y solté una carcajada. El sexo en la vida real no es como en las películas, la coreografía nunca es perfecta. A pesar de todo, me parece un poco extraño que la mayoría de la gente no se ría mientras mantiene relaciones sexuales; al fin y al cabo, es un acto que proporciona placer, ¿no?
Joe me dio un pequeño apretón en la cadera antes de apartarse de mí, la falda me cubrió las piernas, y me subí las bragas. Él tiró el condón y se abrochó los pantalones con movimientos firmes y eficientes, como si hubiera hecho montones de veces algo así; que yo supiera, era posible que estuviera más que acostumbrado a aquel tipo de situaciones.
—La comida ya está pagada —me dijo, antes de marcharse.
«¿Qué esperabas?», me pregunté con Irritación. El mismo rostro estaba mirándome desde el espejo, pero en esa ocasión el rubor que me cubría el cuello y las mejillas no era el típico de una mujer que estaba a punto de follar, sino el de una que acababa de hacerlo, Contemplé mis ojos para ver si alcanzaba a ver algún cambio, algo interior que indicara lo que debería sentir en aquella situación... ¿remordimientos?, ¿culpabilidad?, ¿satisfacción? No vi ni rastro de esas emociones en mi mirada, no podía sentirlas. Sólo podía pensar en cómo me había reído y me había corrido al mismo tiempo.
Me lavé las manos, y me pasé por la cara la fina toallita de papel humedecida. Me peiné un poco, me retoqué el maquillaje, y me puse un poco de colonia para disimular el olor a sexo.
La hora de la comida ya había pasado, así que el aparcamiento del restaurante estaba casi vacío. Al salir a la calle, el sol de la tarde hizo que sacara mis gafas de sol del bolso. La suave brisa que soplaba empezó a juguetear con el dobladillo de mi falda.
— ___________.
Me giré y lo vi justo delante de la puerta del restaurante. Tiró al suelo la colilla del cigarrillo que acababa de fumarse, y llegó a mi lado en dos zancadas.
—Has tardado bastante, empezaba a pensar que no ibas a salir.
Tardé un segundo en contestar.
—No sabía que estabas esperándome.
En sus ojos relampagueó algo que no pude descifrar.
—¿No? —cuando negué con la cabeza, añadió—: ¿Por qué?
—Porque ya habías acabado. Creía que tendrías que volver al trabajo.
Yo había llegado al restaurante en taxi, pero había una parada de autobús a una calle de allí. Eché a andar, y él me siguió cuando ya me había alejado cuatro pasos.
—¿Creías que te había dejado ahí sin más?
Asentí de nuevo mientras mantenía la mirada fija hacía delante. Me había tomado por sorpresa el hecho de que me esperara, creía que se había largado. Al verlo allí había empezado a sentirme avergonzada por lo que habíamos hecho, porque estaba claro que él no sólo esperaba un polvo rápido a la hora de la comida, sino que además quería que charláramos.
—Crees que soy de esa clase de tipos —expresaba las preguntas de tal forma, que las contestaba él mismo.
Volví a mirarlo, y le dije:
—No sé qué clase de tipo eres. Lo único que tengo claro es que eres cuidadoso, y eso es algo que se agradece.
Su expresión se tensó un poco, y me agarró del brazo cuando hice ademán de seguir andando.— ___________...
Me zafé de su mano con una firmeza que no dejaba lugar a malos entendidos.
—Muchas gracias por invitarme a comer, Joe.
En esa ocasión, esperó a que me alejara seis pasos antes de seguirme.
—¿Crees que sólo quería eso?, ¿Que es lo único que esperaba?
Parecía tan indignado, que no supe cómo explicarle que no sólo era lo único que yo esperaba, sino que también era lo único que quería... veinte minutos de distracción que me permitieran dejar de pensar.
Dio dos pasos rápidos para adelantarme, se detuvo delante de mí, y caminó de espaldas para que siguiéramos cara a cara.
—__________...
—Ahí está mi autobús —le dije, señalando hacía el que se acercaba a la parada. Si me daba prisa, podía llegar allí en un momento, subir, y volver al trabajo.
—No vas a subir a ese autobús. ___________ .
—Yo creo que sí.
Se detuvo delante de mí, así que tuve que rodeado para poder seguir andando. Él se movió a la par con fluidez, como si estuviera bailando conmigo. Ninguno de los dos sonreía.
—No te vayas, __________ —me dijo, con tono de advertencia.
Su firmeza me gustaba cuando me conducía al orgasmo, pero en ese momento no me hizo ninguna gracia.
—Me iré a donde me dé la gana.
Volvió a ponerse delante de mí. El conductor del autobús pareció ponerse de su parte, porque no me esperó. AI ver que el vehículo se marchaba, fulminé a Joe con la mirada, y él me dejó seguir andando.
—Ahora no tienes más remedio que hablar conmigo —me dijo.
—De eso nada.
—Quieres hacerlo, _________.
Me volví de golpe hacia él, y le dije:
—¡Haber follado conmigo no te da derecho a darme órdenes!
—Ya lo sé, pero creo que al menos me da derecho a decirte que no soy un capullo.
—No creo que seas un capullo, Joe.
—¿Y qué crees que soy? —me preguntó, mientras se me acercaba un poco más.
—Un hombre —le dije con firmeza. Me daba igual si mis palabras le ofendían.
Él no pareció ofenderse; de hecho, sonrió y me dijo:
—Me alegro de que te hayas dado cuenta.
Quería enfadarme con él, rechazarlo; sin embargo, aquellas emociones me eludían, tal y como me había pasado con la vergüenza y el remordimiento en el servicio.
—Joe, lo hemos pasado bien durante la comida...
—Sí, es verdad.
—Y lo que ha pasado después...
—También ha sido agradable. Olvidamos el postre.
—No nos engañemos, no hay que darle más importancia de la que tiene.
—¿Por qué no? —me preguntó, muy serio.
La parada de autobús estaba a diez pasos de distancia, pero pasé de largo. Al ver que me seguía, aceleré el paso.
—¿Por qué no? —me lo preguntó con voz más suave, y me agarró del codo.
No me aparté, dejé que me girara hasta que quedamos cara a cara. Me agarró el otro hombro para mantenerme quieta, y repitió:
—¿Por qué no?
Se me pasaron por la cabeza mil explicaciones, pero sólo una escapó de mis labios. —Porque nunca lo he hecho.
—Quítate las gafas de sol, quiero verte los ojos mientras hablamos.
Suspiré con irritación, pero cedí y me quité las gafas. Él me miró a los ojos como si esperara encontrar en ellos alguna pista, una llave, un mapa del tesoro, Sus dedos se curvaron en mis brazos, y repitió:
—¿Por qué no?
Me quedé mirándolo durante un largo momento, mientras el tráfico pasaba junto a nosotros y los pájaros piaban entre las ramas de un árbol en pleno apogeo primaveral.
—Porque no lo hago.
—¿El qué? —su tono de voz era suave, las palabras no eran amenazadoras, pero fui incapaz de darle una respuesta—. ¿No tienes relaciones?
—No.
—Pero follas en servicios públicos. Me aparté de él de golpe, y le dije:
—Nunca lo había hecho.
Estaba segura de que en esa ocasión iba a dejar que me fuera. Cuando llegué a la esquina me alcanzó de nuevo, pero no me giré a mirarlo.
—Quiero que volvamos a vernos, ___________.
Me detuve en seco. Estaba claro que aquella conversación no iba a terminar hasta que él se diera por satisfecho.
—¿Por qué, Joe?
—Porque esta vez no te he visto la cara mientras lo hacíamos.
Sin más, el deseo me abrió en canal como una espada de samurái, y me dejó sin aliento. Disimulé sacudiendo la cabeza y frunciendo el ceño. Él no me agarró para detenérmele limitó a susurrar mi nombre de un modo que me detuvo como si me hubieran pegado los pies al suelo.
—Por que tienes la risa más sexy que he oído en mi vida, y no soporto pensar que no volveré a oírla.
¿Por qué la amabilidad resulta mucho más difícil de creer que la crueldad?
No quería creerlo, Quería pensar que estaba mintiéndome, quería alejarme de él, Sí, eso era lo que quería, pero al final no lo conseguí.
—No tengo relaciones —incluso a mí me pareció una respuesta poco convincente.
—Vale, pues no tendremos una relación —me dijo, sonriente.
—¿Y qué vamos a tener? —me negué a sonreír, a pesar de que las comisuras de mí boca parecían empeñadas en curvarse hacía arriba.
—Lo que tú quieras, ___________. Lo que tú quieras.
# TeamBullshit
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"Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu) - Página 2 Empty Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)

Mensaje por Caro-Li-Na Jue 15 Dic 2011, 11:08 pm

Que capitulo tan :¬w¬: jaja
ok siguela siii ?? por fas !!!
Caro-Li-Na
Caro-Li-Na


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"Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu) - Página 2 Empty Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)

Mensaje por andreita Vie 16 Dic 2011, 11:53 am

nueva lectora
esta suepr la nove
aunque no entiendo algo
joe es muy raro el y ella tambien
es que ninguno de ls dos queire tener na relacion seria?
andreita
andreita


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"Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu) - Página 2 Empty Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)

Mensaje por # TeamBullshit Vie 16 Dic 2011, 4:12 pm

andreita escribió:nueva lectora
esta suepr la nove
aunque no entiendo algo
joe es muy raro el y ella tambien
es que ninguno de ls dos queire tener na relacion seria?

El quiere estar con ella , pero ella no ,
ya que nunca lo hizo y por que tubo
muchos problemas en el pasado , pero
poco a poco se va a ir sabiendo lo que pasa .
Bienvenida !
# TeamBullshit
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"Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu) - Página 2 Empty Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)

Mensaje por # TeamBullshit Vie 16 Dic 2011, 6:51 pm

CAPITULO 7

Lo que yo quisiera. Era fácil prometer algo así, pero resultaba difícil pedirlo. No sabía Lo que quería, lo único que tenía claro era que no podía dejar de pensar en él. Marcy me acorraló junto a la cafetera, y me dijo: —¿Dónde te metiste el viernes? ¡nos dejaste allí tirados!
—Me dolía la cabeza. Parecíais muy a gusto en la barra del bar, así que decidí marcharme sin decir nada.
La respuesta pareció satisfacerle, porque empezó a hablar sin parar de cómo se lo había pasado con Wayne. Me dijo la marca de colonia que él solía ponerse, el champú que usaba, cómo le gustaban los huevos... se quedó callada a media frase, y me preguntó:
—¿Qué?
Me había quedado inmóvil mientras ella hablaba, Terminé de servirme el café, y le dije:
—Nada —no quería decirle que la envidiaba, ni siquiera estaba segura de lo que estaba sintiendo. Ya me había enamorado antes, y la cosa había acabado fatal.
—¿Te pasó algo en el Blue Swan?
—No, ¿tendría que haberme pasado algo?
—Pues claro. Pero... ¿no pasó nada de nada? Te perdimos de vista cuando te fuiste a por las bebidas, pensé que a lo mejor habías conocido a alguien.
—Pues me temo que no —le dije, con una carcajada forzada.
No parecía demasiado convencida, pero no le conté nada más.

A diferencia de mí, Joe no esperó varios días antes de llamarme.
—Hola, señorita __________(ta). Joseph Jonas al teléfono.
—Buenos días, señor Jonas. ¿En qué puedo ayudarlo?
—He leído que la peli que dan en el cine Alien este fin de semana está bastante bien, y me gustaría concertar una reunión con usted para ir a verla.
—¿Una reunión? —me había pillado fregando los platos del desayuno. Sujeté el auricular contra el hombro mientras escurría mí taza.
—Sí. Me comentó que no quería relaciones, ¿verdad?
—Sí, pero eso no significa que no quiera citas.
—Ya veo. Sí, hay una pequeña diferencia.
Me lo Imaginé pasándose la mano por el pelo, quizá llevaba una camiseta y unos vaqueros. Seguro que tenía un sofá de cuero, una televisión de plasma, y plantas que Le cuidaba una asistenta.
Acabé de fregar los platos, así que puse la tetera al fuego.
—Sí, tengo citas de vez en cuando.
No era del todo cierto, hacia mucho que no tenía ninguna; de hecho, había tenido la última incluso antes de decidir renunciar al sexo.
—Estás cambiando de argumentos, ___________ . No es justo.
—La vida no es justa —limpié la mesa, y coloqué el servilletero en el centro.
—___________, sabes que quieres venir conmigo al cine.
Su voz salió del teléfono y me acarició de pies a cabeza. Cerré los ojos, y me apoyé en la encimera con un brazo sobre el estómago para aguantar al que sujetaba el teléfono.
—Sí, es verdad —admití, después de pensarlo por un momento.
—Bien —me dijo, como si mi respuesta hubiera zanjado el asunto.
Me llevó a ver una película de autor con subtítulos. Me costó un poco seguir la trama, pero me gustó mucho desde un punto de vista visual. Fuimos a la cafetería que había junto al cine, y mientras merendábamos me desafió a una partida de Scrabble. Él puso palabras como «raja» y «húmedo», y pareció impresionado ante mi capacidad de encontrar palabras con doble sentido. Nos reímos con tantas ganas, que hubo gente que se volvió a mirarnos, pero me dio igual. Me habría gustado que él me tocara, pero no lo hizo.
Me invitó a que fuera a tomar una copa a su casa, y le dije que sí. Quería ver dónde vivía, estaba deseando ver su cama.
Me sirvió una Guinness en una jarra, y no insistió en usar posavasos a pesar de que su mobiliario parecía bastante nuevo. Se sentó a mi lado en el sofá de cuero con naturalidad, como si lleváramos meses Juntos, y me preguntó por la película como si de verdad le interesaran mis respuestas.
No soy del todo incompetente desde un punto de vista social. Sé interaccionar con los clientes, presentar proyectos, concertar reuniones, estrechar manos y hablar de naderías. No lo hago con una soltura extrema, pero me defiendo bien. Supongo que muchos opinarán que soy distante, ya que no atribuyen mi actitud callada a la falta de confianza, sino a una frialdad deliberada. Sigo siendo la estudiante que se sentaba en los pupitres de delante, lista para responder a todas Las preguntas del profesor. Lo que pasa es que perdí la mayor parte de las respuestas en algún punto del camino.
Joe no hizo que tuviera que pensar demasiado. Me condujo sin vacilar por los entresijos de la conversación, con la misma facilidad que si me hubiera tomado de la mano para impedir que tropezara en una grieta del suelo. Habló bastante de sí mismo, pero sin llegar a parecer pesado. Me gustó oír sus anécdotas sobre partidos de fútbol en el instituto y fiestas universitarias. Yo no tenía anécdotas así, historias normales, así que me fascinaba oír las de los demás. No sentía amargura ni envidia, para mí era como oír un cuento de hadas.
Cualquiera que haya pasado el rato con alguien que escucha embobado cada una de tus palabras sabe lo embriagador que puede llegar a ser. Sus ojos observaban el movimiento de mis labios, me escuchaba y me daba conversación, me sorprendía al sacarme respuestas completamente honestas. Le hablé de mi casa y de mi trabajo, le dije cuál era mi programa de televisión preferido, y le conté que me encanta cualquier cosa con chocolate pero que no me gusta el toffee.
Sí, le conté todo eso, por el simple hecho de que me escuchaba. ¿Necesitaba tanto que me prestaran atención, que sus buenos modales me parecían algo más? No, no era eso. Era él, Joe, en su conjunto, y el hecho de que me escuchaba para saber más sobre mí, no para que yo supiera más sobre él.
Estaba diciéndole algo, cuando de repente se inclinó y me besó. El contacto me sobresaltó, porque no me lo esperaba. No tuve tiempo de girar la cara, sus labios eran carnosos y cálidos, y sabían a la sal de las palomitas. Alzó la mano, y me acarició la cara.
No podía hacerlo, no podía besarlo en la boca. Era algo más íntimo que dejar que su miembro me penetrara. Giré la cara para interrumpir el beso.
—¿No? —me susurró al oído.
—No.
—¿Y esto? —deslizó la mano hacia abajo, y la posó sobre mi pecho.
Lo miré a los ojos, y le dije:
—Sí.
Alcancé a ver que algo relampagueaba en sus ojos, su mirada se endureció un poco. Alzó la mano hasta mi nuca, y hundió los dedos en mi pelo. Tiró con suavidad para echar mi cabeza hacia atrás y dejar mi cuello al descubierto.
—¿Y esto? —posó los labios en el punto exacto donde mi pulso latía acelerado.
—Sí —le dije jadeante, al sentir que me rozaba con los dientes.
Su boca descendió hasta mi clavícula mientras sus dedos se tensaban en mi pelo, y solté un jadeo ante la mezcla de placer y dolor. Succionó mi piel entre los labios, y la chupó con la punta de la lengua. Cubrió mi seno con la otra mano, y empezó a acariciarme con el pulgar. Cuando el pezón se endureció, la bajó hasta posarla en mi entrepierna.
—Y esto.
—Sí... —alcancé a decir, con voz trémula.
—Ponte de pie —cuando obedecí, añadió—: Desnúdate.
Me desabroché la camisa con dedos temblorosos. A veces, el miedo y el deseo son casi Idénticos. Me quité la camisa y dejé que cayera al suelo, aunque era algo que jamás habría hecho si hubiera estado sola.
Quería ver cómo sus ojos se llenaban de deseo, oírle contener el aliento al verme. Al ver que me observaba con una expresión imperturbable, sentí que me sonrojaba. Tuve ganas de llevarme las manos a la cara para enfriar un poco mis mejillas acaloradas, pero empecé a desabrocharme la falda y la dejé caer al suelo.
La ropa interior que llevaba era muy bonita. Eran prendas de encaje negro, y el corte me favorecía. El sujetador me juntaba los pechos y creaba un buen escote, las bragas me quedaban por debajo de las caderas y tenían un corte alto por detrás que revelaba la curva de mi trasero, el color negro parecía más oscuro en contraste con mí piel pálida, y era consciente de que él podía ver mí triángulo de vello púbico.
Permanecí delante de él mientras intentaba mantener la compostura, a pesar de que tenía las manos temblorosas y empezaban a flaquearme las piernas. No era la primera vez que estaba desnuda delante de un hombre. Había dejado que vieran mi cuerpo, que lo juzgaran, que lo elogiaran o que encontraran defectos en la cuna de mi vientre, en la prominencia de mis caderas, en el volumen y la forma de mis pechos. Para ellos, había lucido mi cuerpo igual que la ropa, como algo práctico que se usaba con un propósito, con una función.
Pero delante de Joe me había convertido en algo más que unas caderas, unos muslos y un coño. Él sabía cómo me llamaba de verdad, cómo me gustaba el té, cómo sonaba mi risa. Mi desnudez venía dada a partir de lo que él sabía de mí, lo que yo había permitido que supiera, todas esas pequeñas e Irrevocables intimidades que jamás compartía con nadie.
—Quítatelo todo.
Su voz enronquecida reveló lo excitado que estaba, y me sentí envalentonada.
Sentí que pisaba terreno conocido, sabía que un hombre podía enloquecer al vislumbrar un poco de piel desnuda. Todas las mujeres tenemos las mismas partes corporales, pero todos los hombres con los que he estado me han mirado como si nunca antes hubieran visto a una mujer desnuda. Nuestros cuerpos tienen un poder del que ellos carecen, poseen rincones secretos y escondidos que ansían explorar una y otra vez. Los cuerpos femeninos no sólo proporcionan placer, también encierran el misterio de la sangre y la vida.
Me llevé las manos a la espalda para desabrocharme el sujetador, y el movimiento echó mis senos hacia delante. Vi cómo me contemplaba mientras me bajaba Los tirantes por Los brazos, mientras dejaba que la prenda cayera y dejara mi piel al descubierto.
Él se reclinó contra el sofá, y vi el bulto de su erección contra la tela de sus pantalones. No era la única que se había ruborizado. El tenía las mejillas teñidas de rojo, y se humedeció los labios sin apartar la mirada de mí.
—Las bragas, ___________.
Metí los pulgares por debajo del elástico, y empecé a bajar la prenda. Lo hice poco a poco, disfrutando de la expresión de su rostro. Abrí un poco las piernas, ladeé la cadera, fui deslizando las bragas por mi trasero, por los muslos, y dejé que me cayeran a los pies. Di un paso a un lado para acabar de quitármelas, y me quedé de pie delante de él completamente desnuda.
—Dios... —murmuró, mientras se pasaba una mano por el pelo—. Da una vuelta completa —cuando lo hice, añadió—: Tócate.
Su petición me sorprendió, pero obedecí de inmediato. Me llevé las manos a los pechos, y mis pezones reaccionaron como si se tratara de las suyas. Después de juguetear con ellos durante unos segundos, bajé las manos por mis costados, por encima de mi vientre, por mis muslos. Posé una en mi entrepierna, y presioné el talón contra mi clítoris.
—Joder, eres increíble.
Me ruboricé aún más al oír aquellas palabras. Su cumplido calmó un poco el miedo que siempre se siente al estar desnudo delante de otra persona.
—Dime que quieres que te folle, __________.
Me parece que jamás en mi vida había deseado tanto algo. Nunca olvidaré lo que sentí al estar desnuda delante de él aquella primera vez. No miraba mi cuerpo como una suma de piezas, sino en conjunto, unido por todos aquellos pequeños detalles que le había revelado sobre mí.
Se levantó sin vacilar, me agarró de las caderas, y me acercó a su cuerpo mientras me besaba el cuello. Su boca descendió hasta mi hombro, y entonces dobló un poco las rodillas para poder besarme los senos. Sus manos se deslizaron por mi piel, me cubrieron las nalgas, se posaron en la base de mi espalda, trazaron el contorno de mis omóplatos.
—Rodéame con los brazos.
Lo hice, y él puso las manos bajo mis muslos y me levantó. El movimiento fue tan súbito, que me tomó desprevenida. No soy una mujer pequeña y él no es un hombre corpulento, pero dio igual. Lo rodeé con las piernas, y solté un gemido de placer cuando la tela de su camisa me rozó el clítoris.
Me llevó al dormitorio, y logró cerrar la puerta de una patada. No sé cómo lo hizo, yo estaba centrada en agarrarme a él y en rezar para que no acabáramos cayéndonos al suelo. No me dejó caer, y me tumbó en la cama con fluidez. Me cubrió con su cuerpo, y empezó a besarme por todas partes... menos en la boca, porque yo le había dicho que no.
Desabrochamos juntos su camisa, aunque con bastante menos elegancia de la que yo había hecho gala antes con la mía. Uno de los botones salló despedido y chocó contra la pared, otro se negó a cooperar y rasgó el ojal hasta que salló por fin. Su piel era tersa, y el vello hirsuto que la cubría se extendía sobre sus músculos, que se movieron bajo mis dedos mientras él sacaba los brazos de las mangas de la camisa. Sus manos empezaron a deslizarse de nuevo por mi cuerpo mientras las mías se posaban sobre la hebilla de su cinturón. Me ayudó a desabrochárselo, e hincó los dientes en mi hombro cuando metí la mano en sus pantalones y aferré con suavidad su erección.
Jadeé al notar el mordisco, y lo agarré con más fuerza sin querer. Él jadeó también, y soltó una imprecación ahogada. Se sentó para poder bajarse los pantalones y los calzoncillos, se tumbó de espaldas, y se los bajó hasta los pies. Acabó de quitárselos con dos tirones, y quedó desnudo ante mí.
Podría decir que su cuerpo era perfecto, que cada una de sus partes era maravillosa, porque ésa era la pura verdad. No es que careciera de defectos, pero lo deseaba con tanta desesperación, que a mis ojos no tenía ninguno.
Se puso encima de mí, piel contra piel. Donde él era duro, yo era blanda; donde él era áspero, yo era tersa; donde él era recto, yo tenía curvas. Hombre y mujer, piezas de un rompecabezas destinado a encajar.
Cuando tomó mi pezón entre los labios, me arqueé hacia él. Lo bañó con la lengua antes de empezar a succionar con suavidad, y mi sexo se contrajo. Su mano se deslizó entre mis piernas, y su dedo empezó a acariciarme el clítoris. Hundió los dedos entre mis pliegues, y aprovechó mis fluidos para lubricar sus caricias.
Posé una mano en su cabeza. Tenía el pelo suave, y lo bastante largo como para que consiguiera agarrarlo. Tiré con demasiada fuerza sin querer, y al sentir que él gemía contra mi pecho, lo solté un poco pero no aparté la mano. Él cubrió el otro pezón con la boca, y lo sometió al mismo tratamiento. Cada vez que succionaba mí pezón, mi coño se contraía. Mi clítoris fue hinchándose bajo sus caricias y sentí cómo iba creciendo, cómo iba fluyendo la sangre hacía aquel pequeño manojo de nervios. Floté en aquel mar de placer, me rendí ante él, acepté sin vacilar el olvido que me proporcionaba el éxtasis.
Su boca me rozó las costillas, y su lengua bañó mi piel. Murmuró algo contra mí mientras me saboreaba. No entendí lo que decía, pero no me hizo falta.
Su erección presionaba contra mi muslo. La froté contra mi piel, y él empezó a mover las caderas lentamente, Gemí al recordar lo que había sentido al tenerlo en mi interior.
—Dios, qué voz más sexy tienes —me dijo.
Bajé la mirada hacia él. No sabía si sería capaz de articular una frase coherente, pero alcancé a decir:
—Anda ya.
Él me miró sonriente, mientras su mano seguía moviéndose entre mis piernas. —Es la pura verdad, ___________.
Me da vergüenza que me hagan cumplidos, así que negué con la cabeza. Mi pelo se extendió a mí alrededor.
Él volvió a mirarme con aquella extraña expresión de vacilación y aceptación. La expresión de un hombre que había recibido un regalo que no sabía si se merecía, pero que lo aceptaba sin dudarlo.
—Esta vez voy a mirarte a la cara, y voy a estar dentro de ti. ¿Es eso lo que quieres?
Asentí, y mis dedos temblaron en su pelo.
—Sí.
Se apartó de mí por un momento, y abrió el cajón de la mesita de noche. Me sentí aliviada al ver que no iba a tener que insistir, y que tampoco hacía falta que fuera a buscar mi bolso a la sala de estar. Alargué la mano para agarrar el condón, pero él negó con la cabeza y me dijo:
—Tengo que hacerlo yo —debió de leer la pregunta en mis ojos, porque añadió—: No quiero acabar antes de empezar.
Tuve ganas de ser igual de sincera con él, de darle algo real; sin embargo, ya le había dado bastante con pequeñas revelaciones, a pesar de que él no fuera consciente de lo privilegiado que era.
Me apoyé sobre un codo, y aproveché para observarlo a placer. Como todo en él, su miembro era casi perfecto, casi bonito. Era normal en cuanto a longitud, grosor y color, pero me parecía precioso. Después de ponerse el condón, me miró a los ojos y se inclinó hacia delante.
Se colocó encima de mí, y se apoyó en los brazos para evitar aplastarme. Cuando abrí las piernas y alcé un poco las caderas, frotó el glande contra mi sexo, Empujó un poco, bajó la mano para guiarse, y me penetró hasta el fondo.
Los dos gemimos de placer. Se detuvo al llegar al cuello del útero. Yo tenía una mano apoyada sobre su bíceps, noté cómo se estremecía. Apoyó la frente contra la mía, y cerró los ojos por un instante antes de volver a abrirlos. Sin apartar la mirada de la mía, empezó a moverse.
Había dicho que quería follarme, pero esa palabra puede significar muchas cosas. Se movió en mi interior con una Lentitud deliberada, con envites fluidos. Le rodeé el cuello con Los brazos para hacer que bajara la cabeza, y él obedeció y empezó a besarme el cuello. Ladeé la cabeza para darle más, y él aceptó el ofrecimiento. Colocó los dientes sobre el lugar donde me había mordido antes, pero en esa ocasión recorrió la zona con la lengua.
Deslizó las manos hasta mí trasero, y me alzó un poco para cambiar de ángulo. Su pelvis chocaba contra mi clítoris con cada embestida, y aquel placer intermitente me acercó aún más al orgasmo y contribuyó a que estuviera más húmeda. La fricción era deliciosa, no hacía falta ninguna lubricación, nuestros cuerpos se movían al unísono.
Piel contra piel, su polla dentro de mi coño, un ajuste perfecto. Él se movía, yo también. Él daba, yo recibía. Rodeé sus muslos con las piernas, y lo insté a que se apretara más contra mí.
Murmuró mi nombre, y respondí susurrando el suyo.
Estábamos conectando, y ni siquiera en medio del olvido que me daba el placer se me olvidaba con quién estaba. No quería olvidarlo. Me importaba qué boca me besaba, de quién eran las manos que me acariciaban, a quién pertenecía el pene que me llenaba.
De repente, me importaba que fuera aquel hombre en concreto, y el hecho de que me importara me dejó helada. Mi corazón acelerado dio un vuelco.
El orgasmo de una mujer es algo muy frágil, que depende tanto de su mente como de su clítoris. El éxtasis que estaba a punto de alcanzar retrocedió de golpe mientras en mi mente se arremolinaban los pensamientos. Acababa de darme cuenta de que había dejado entrar a aquel hombre.
Por supuesto, era imposible que él supiera que el sexo iba a convertirse en algo tan complicado por el mero hecho de que le había dicho mi verdadero nombre y le había confesado cómo me gusta el té; al fin y al cabo, había permitido que me follara en un servicio público. Él no sabía que yo tenía relaciones sexuales, pero que no aceptaba ningún tipo de intimidad. Joe no sabía todo aquello, pero en ese momento me miró a los ojos como si lo supiera.
—No pasa nada —me dijo, con canta seguridad como cuando había pedido la comida por mí—. No pasa nada, ____________.
Rodó con tanto cuidado que no nos separamos, y se tumbó debajo de mí. Después de colocarme bien las piernas, me agarró las manos y las posó sobre su pecho. Mientras mis dedos se curvaban contra su piel, colocó una de sus manos sobre mi cadera. Bajó la otra entre nuestros cuerpos, y presionó el pulgar contra mi clítoris.
—Muévete, muévete como quieras —susurró.
Lo obedecí a pesar de mi vacilación previa, a pesar de que había estado a punto de perder aquel momento por miedo. Empecé a moverme hasta que encontré un ritmo que me satisfacía, y que me llevó de nuevo al borde del éxtasis.
Él me ayudó moviéndose acompasadamente conmigo, suavizando sus envites cuando yo cambiaba de ángulo. Movió las caderas al ritmo que le marqué, incluso cuando su respiración se volvió entrecortada.
Cuando eché la cabeza hacia atrás, mi pelo me cayó por la espalda y me acarició las nalgas. Quería volver a perder la cabeza, rendirme ante aquel dulce vacío, pero no podía alcanzarlo a pesar del placer que me inundaba el cuerpo.
—Córrete por mí —me susurró, mientras me acariciaba el clítoris y me ayudaba a moverme—. Quiero ver cómo te corres.
Me estremecí y abrí los ojos. Mi cuerpo era más listo que mi cerebro. Nuestras miradas se encontraron, y le di lo que me pedía.
Todo se tensó más y más, y de repente se liberó. Clavé los dedos en su piel. Su pulgar dejó de moverse; se quedó quieto contra mi clítoris, y la presión bastó para darme el último impulso. Él me agarró las caderas mientras me penetraba con más fuerza, con mayor rapidez, y gimió cuando se corrió poco después que yo. Nuestros orgasmos habían sido casi simultáneos.
Después permanecimos tumbados en silencio, sin tocarnos. El sudor me refrescaba el cuerpo, pero era una sensación agradable. Me sentía en la gloria, hasta que empecé a calcular cuánto tiempo tendría que esperar antes de poder Irme de allí. Oí que su respiración se hacía más profunda, y me dije que quizá podría escabullirme si se quedaba dormido.
Cuando soltó un pequeño y adorable ronquido, me levanté y fui al cuarto de baño adyacente. Usé el retrete y el lavabo. Las toallas eran gruesas, mullidas y azules, y conjuntaban con el color de las paredes y la cortina de la bañera. Utilicé su pasta de dientes, olí su colonia, admiré lo limpio que estaba todo. Me quedé mirando embobada el patito de goma que tenía en la bañera, y que era otra muestra de su lado juguetón.
Salí desnuda del cuarto de baño, y vi que se había despertado.
—Eres la primera mujer con la que estoy que se comporta como si estuviera deseando largarse.
—¿Ah, sí? Pues yo he estado con un montón de hombres que se comportan así —le dije desde la puerta.
Fui a la sala de estar a por mis cosas, y empecé a vestirme. Cuando acababa de ponerme las bragas y estaba abrochándome el sujetador, él apareció en la puerta y me preguntó:
—¿Por qué no te gusta tener relaciones? —se había puesto unos calzoncillos. Al ver el estampado de grageas andantes, me acordé del día en que lo había conocido en la confitería.
—Porque complica las cosas —metí los brazos en las mangas de la camisa. Después de abrochármela, me puse la falda y pasé las manos por la tela para alisarla.
—¿En qué sentido?
—Tener una relación implica que las dos personas creen o intenten crear cierto nivel de conexión emocional.
—¿Y qué? —me dijo, mientras se cruzaba de brazos.
—Que no tengo tiempo para eso.
—Querrás decir que no quieres tener tiempo, ¿no?
—Es cuestión de semántica.
Miré a mí alrededor para intentar localizar mi bolso. Él se limitó a observarme sin ayudarme a buscarlo.
—Me dijiste que tenías citas de vez en cuando.
—Sí, es verdad, pero hacía bastante que no tenía una. Y tener una cita no implica tener una relación.
—Claro, y las relaciones llevan a la corrupción emocional.
—Conexión... —alcé la mirada, y me di cuenta de que estaba bromeando—. Sí, también llevan a eso.
—¿Cuánto hace desde tu última cita?
—¿Sin contar la nuestra?
—Quedamos en que no era una cita, sino una reunión.
—Sí, es verdad. Algo más de cuatro años —le dije sin vacilar.
Encontré el bolso en medio del silencio que se había creado. Busqué dentro para comprobar que tenía las llaves de mi coche y dinero suficiente para un taxi, y cuando volví a alzar la mirada, me di cuenta de que Joe estaba observándome.
—¿Cuánto hacía desde la última vez que habías tenido relaciones sexuales?
—Tres años, más o menos.
—¿Contando desde hoy, o desde lo del servicio público?
—Desde lo de la pista de baile —cerré mi bolso, y me lo eché al hombro—. Porque aquello también fue sexo.
Me observó mientras me preparaba para marcharme, pero no supe leer en su expresión si estaba sorprendido, enfadado, o admirado. Al final se pasó una mano por el pelo y después se la pasó por la boca.
—Buenas noches, Joe.
—Quieres volver a verme, estoy seguro.
Sus palabras me detuvieron justo cuando tenía la mano en el pomo de la puerta. Me volví hacia él, y le dije:
—¿Más de una vez?
—Ya me has visto más de una vez.
—En ese caso, debería decir que no.
No quería decir que no. El sexo había sido fantástico, pero además, me había sentido muy cómoda estando con él. Demasiado.
—No tengo relaciones, Joe.
—Concertaremos otra reunión.
—¿Por qué? Ya has visto cómo me corría contigo dentro, ¿qué queda por hacer?
Me parece que aquellas palabras le impactaron de verdad; en cualquier caso, ésa era mi intención. Quería asustarlo para que se apartara de mí.
Él echó una mirada hacia el dormitorio, y entonces vino hacia mí. Era más alto que yo, pero no lo bastante como para que tuviera que estirar el cuello para poder mirarlo a los ojos. Su rostro se había endurecido. No debería admitirlo, pero la súbita sensación de peligro, el hecho de no saber si me había excedido, lograron queme excitara un poco.
—Estás sonriendo —me dijo, muy serio—. ¿Qué pasa, ___________? ¿Es que te gusta andarte con jueguecitos?
A algunos hombres les gusta usar su tamaño o sus puños para intimidar a las mujeres. Joe parecía enfadado; pero no me tocó. Yo permanecí inmóvil, no me amilané. Él colocó una mano en la puerta, cerca de mi cabeza.
—¿Es que no te he dado suficiente placer?
—No es eso, has estado muy bien. Mi cumplido no pareció hacerle demasiada gracia.
—Pero no lo suficiente como para ganarme otra ronda, ¿no?
—No me has preguntado si quería follar contigo otra vez, sino si quería volver a verte —le dije con naturalidad.
—No podemos hacer lo uno sin lo otro. __________. Era rápido y listo, y no se vanagloriaba de ello. Era algo que me gustaba, él me gustaba.
—Si quieres follar...
—¿Es eso lo que quieres?, ¿un polvo rápido?
—No, a veces me gusta que sean lentos —le dije con calma.
Posó la otra mano en mi cadera, y fue acercándome paso a paso.
—Puedo darte lo que quieras.
Estaba excitado de nuevo, noté su erección contra mi vientre. Le rodeé el cuello con los brazos, y dejé que me apretara contra su cuerpo.
—¿Ah, sí?
Él asintió con expresión solemne, me cubrió el trasero con las manos, y me frotó contra su erección. —Ya te lo dije, lo que quieras.
—No funcionará, nunca funciona. La gente se encariña...
—No me encariñaré —me dijo, con una carcajada.
No pude evitar sonreír, y saboreé el contacto de su piel cálida bajo mis dedos.
—Nadie cree que pueda llegar a encariñarse, pero es lo que pasa siempre.
—Y por eso no tienes relaciones.
—Exacto.
—Porque los hombres se encariñan contigo —me dijo, mientras me mecía lentamente contra su cuerpo.
—Sí, algunos.
—¿Y a ti no te pasa?
Abrí los dedos sobre sus hombros, y empecé a acariciarle la clavícula con el pulgar.
—Me pasó una vez —admití al fin.
Bajó un poco la cabeza, y recorrió mi cuello con los labios,
—Pero al margen de esa única vez, has roto el corazón de montones de pobres desgraciados que se encariñaron contigo,
—No, he intentado evitarlo.
—¿Por qué?, ¿no te pones cachonda al pensar en todos los corazones rotos que has ido dejando a tu paso?
—No.
—Porque te sentirías culpable, ¿verdad?
—Sí —susurré, mientras me acariciaba con la lengua.
—Y por eso no tienes relaciones.
—¿No habíamos zanjado ya ese tema? —lo aparté un poco para poder mirarlo a la cara.
—No te preocupes, no me encariñaré demasiado contigo —me dijo, antes de volver a apretarme contra su cuerpo.
¿Cómo puedo explicar con exactitud cómo me sentía con él? incluso ahora, pensando en ello, recuerdo cada detalle de aquel momento... La sensación de sus manos sobre mi piel, cómo olía a sexo y a colonia, la forma en que se curvaban las comisuras de su boca, y la sombra de la barba incipiente en sus mejillas. En mi mente guardo una imagen suya perfecta. Joe en aquel momento, el momento en que me convenció de que me quedara.
# TeamBullshit
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Mensaje por NaTnAt Vie 16 Dic 2011, 8:21 pm

HOLA :hi:
WOW NENA DEJAME DECIRTE QUE ESTA NOVE ESTA SUPER!!
SOBRETODO PORQUE SE QUE LA RAYIZZ VA A TERMINAR CON JOE
SIGUELAAAAAA
NaTnAt
NaTnAt


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Mensaje por Caro-Li-Na Vie 16 Dic 2011, 9:06 pm

Oh SIGUELA !!!
Caro-Li-Na
Caro-Li-Na


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Mensaje por # TeamBullshit Vie 16 Dic 2011, 10:35 pm

NaTnAt escribió:HOLA :hi:
WOW NENA DEJAME DECIRTE QUE ESTA NOVE ESTA SUPER!!
SOBRETODO PORQUE SE QUE LA RAYIZZ VA A TERMINAR CON JOE
SIGUELAAAAAA

Bienvenida !
# TeamBullshit
# TeamBullshit


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Mensaje por andreita Sáb 17 Dic 2011, 12:40 pm

que trsite que ella solo quiera sexo :(
pero espero que eso cambien
siguela
andreita
andreita


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Mensaje por # TeamBullshit Sáb 17 Dic 2011, 3:20 pm

CAPITULO 8

Al día siguiente, mientras salía del taxi delante de mi casa llevando la ropa que me había puesto la noche anterior, tuve tiempo de arrepentirme. Me había duchado, me Habia lavado los dientes y la cara, pero se veía a la legua que mi ropa tenía la clase de arrugas que quedan cuando una tira las prendas al suelo con dejadez porque está a punto de follar como una loca.
—Hola, señorita __________(ta) —Gavin estaba esperándome en los escalones de su porche, que estaban a escasos centímetros del mío—. He pensado que a lo mejor quería que la ayudara con el comedor.
Lo que quería era tumbarme en la cama y volver a dormirme. Miré a Gavin con una pequeña sonrisa mientras metía la llave en la cerradura. Él ya estaba detrás de mí.
—Es muy pronto, ¿no te apetece ir a hacer otra cosa? Es sábado, y hace muy buen día.
—No, prefiero ayudarla —vio cómo forcejeaba con el cerrojo, que a veces se quedaba atascado en los días húmedos, y al final me dijo—: ¿Lo intento yo?
—No, ya casi está —no era cierto, pero estaba cansada y empezaba a ponerme de los nervios tenerlo mirando por encima de mi hombro.
—¡Gavin!
Nos volvimos de inmediato, y vimos a la señora Ossley saliendo al porche. Tenía las manos en las caderas, y una expresión ceñuda que restaba encanto a un rostro que podría resultar atractivo. Se detuvo al verme con su hijo, y me recorrió con la mirada de pies a cabeza. Por ridículo que pareciera, me sentí como si le debiera una explicación por el estado de mi ropa y mi regreso a casa a aquellas horas de la mañana.
Su ceño dio paso a una sonrisa muy poco sincera, y dijo con tina voz lo bastante edulcorada como para cariar una dentadura entera:
—Gavin, deja tranquila a la señorita ___________(ta) , Tienes que prepararte para salir.
Gavin se apartó un paso de mí, pero no regresó a su casa.
—No quiero ir.
—No me importa lo que quieras o dejes de querer. Dennis lleva toda la semana hablando de lo de hoy.
Gavin no fue hacia ella, aunque su cuerpo entero pareció encogerse.
—No aguanto la Guerra de Secesión, y no quiero ir al museo, Seguro que es muy aburrido —se volvió hacia mí, y añadió —¡Además, le prometí a la señorita ___________(ta) que la ayudaría a pintar el comedor.
—La señorita ___________(ta) es perfectamente capaz de pintar sola su comedor —masculló su madre.
—Tiene razón, Gavin —dije, sin apartar la mirada de ella—, Deberías hacerle caso, ya me ayudarás esta semana cuando vuelva del trabajo. Voy a tener que proteger las molduras.
Él bajó a regañadientes los dos escalones de mi porche, y subió de un salto los de su casa. Pasó junto a su madre sin decir palabra, y ella ni lo miró.
Las dos nos miramos desde nuestros respectivos porches. A pesar de que tenía un hijo de quince años, no parecía mucho mayor que yo. Como seguía sonriéndome, al final cedí y sonreí a mi vez con la misma sinceridad,
—Espero que se lo pasen bien en el museo —le dije. Volví a meter la llave en la cerradura, y conseguí abrir la puerta por fin.
—Seguro que es muy interesante. Nos lleva Dennis, mi novio.
Su novio no me interesaba lo más mínimo, pero asentí y empecé a entrar en casa.
—Gavin pasa mucho tiempo con usted. —me dijo.
Me volví a miraría mientras sacaba la llave de la cerradura y me la metía en el bolso.
—Le gusta que le preste mis libros, y me ha ayudado mucho con los arreglos de mi casa.
Miró hacia el interior de su casa antes de volverse de nuevo hacia mí, y comentó:
—Trabajo muchas horas al día, a veces no puedo pasar demasiado tiempo con él.
No supe si estaba dándome explicaciones porque se sentía culpable, o para advertirme que me mantuviera alejada de su hijo.
—Gavin puede venir a mi casa siempre que quiera. Agradezco su ayuda.
—No lo dudo —dijo, mientras volvía a mirarme de pies a cabeza.
Esperé a que añadiera algo, y al ver que permanecía callada, le dije de nuevo que esperaba que se lo pasaran bien en el museo y entré en casa. Después de cerrar la puerta tras de mí, me apoyé en ella durante unos segundos. Hasta ese momento, sólo habíamos intercambiado algún que otro saludo al cruzarnos la una con la otra, a pesar de que hacía cinco años que éramos vecinas. Nuestra primera conversación podría haber sido mejor, y también peor.
No le di demasiadas vueltas al asunto. Estaba deseando acostarme, así que fui a dormir un par de horas antes de seguir con el resto de la jornada.

Al llegar el lunes, no pude ocultarle a Marcy lo que había pasado. En cuanto me vio, gritó como si le hubieran clavado un pincho.
—¡Lo has hecho!
Mantuve los ojos en el espejo mientras me ponía brillo en los labios y me empolvaba la nariz.
—¿El qué?
Marcy también estaba retocándose el maquillaje, aunque ella había llevado al servicio un neceser entero. Tenía todos los colores de sombra de ojos del mundo, algunos que parecían sacados de otro planeta, delineadores de ojos y pintalabios a juego, base y colorete. Había sacado tantos pintalabios, que el lavabo parecía un arrecife de coral lleno de gusanos tubícolas.
—Has conseguido un hombre.
—¿Disculpa? —sus palabras me habían tomado por sorpresa.
—Un hombre, ricura. No lo niegues, tienes el BRF.
—¿Qué es el BRF? —le pregunté, con una carcajada,
—El Brillo de la Recién Follada, cielo —había bajado la voz en deferencia a la acústica del servicio, pero volvió a alzarla un poco al añadir—: Venga, desembucha.
—No hay nada que desembuchar —después de pasarme la esponjita de la polvera por la nariz y las mejillas, la guardé junto al brillo de labios en el pequeño estuche de emergencia que solía llevar en el bolso.
—Venga, yo te conté lo de Wayne,
Tenía razón, los vínculos de la amistad femenina requerían reciprocidad; además, lo cierto era que quería hablar de Dan con alguien. Es triste admitirlo, pero Marcy era mi única amiga.
—Se llama Joe Jonas, y es abogado. Lo conocí en el Blue Swan.
—¡Lo sabía! —no pareció importarle que antes no hubiera sido sincera con ella.
Marcy tenía más pinceles que Picasso, los tenía de todos los tamaños y los guardaba en un estuche de cuero. Sacó uno, y lo usó para retocarse el pintalabios. La observé fascinada mientras se pintaba con un cuidado milimétrico.
—Así que tiene un buen trabajo, ¿no? Perfecto. ¿Qué me dices de su polla?, ¿la tiene grande?
Tosí un poco y me ruboricé, aunque no sé por qué, había oído cosas peores... de hecho, yo misma había dicho cosas peores.
—Es... adecuada.
—Vaya —me lanzó una mirada de conmiseración, y dijo—: ¿La tiene pequeña?
—¡No! ¡Por el amor de Dios, Marcy!
—Venga, ___________, no me digas que es adecuada —se volvió hacia mí—. ¿Está circuncidado o no? ¿La tiene larga o pequeña?, ¿corta o larga?
—Dios, Marcy, ¿quién presta tanta atención a esas cosas? —le dije, mientras me inclinaba para lavarme las manos.
—¿Y quién no? —empezó a guardar el maquillaje.
—Tiene un pene más que aceptable, agradable desde un punto de vista estético, y plenamente funcional.
—Venga ya, estás comportándote como si no pasara nada.
Salí del servicio, y eché a andar hacia mi despacho. Me siguió pisándome los talones y no se contentó con quedarse en la puerta, entró y se acomodó a sus anchas.
—Siéntate, ¿te apetece beber algo? —le dije con ironía.
—Sí, uno de esos refrescos light que sé que guardas en esa neverita.
Después de darle una lata de refresco, me senté en mi silla y le dije:
—¿No tienes trabajo?
—Sí —abrió la lata y tomó un trago. No pareció importarle estar estropeando los labios que acababa de pintarse con tanto esmero.
—¿No sería mejor que fueras a cumplir con tus obligaciones, y dejaras de interrogarme sobre mi vida sexual?
—No estoy interrogándote, me limito a preguntarte.
Me eché a reír, y le dije:
—Nos acostamos juntos, Marcy. No hay para tanto.
—Eso suena patético, cielo. Tendría que ser todo un acontecimiento; si no, ¿para qué tomarse tantas molestias?
En eso tenía razón; de hecho, yo misma me había dicho algo parecido cuando había decidido permanecer célibe.
—Vale, la verdad es que mereció la pena que me tomara tantas molestias.
—Así que estuvo bien, ¿verdad?
—¡Sí, estuvo bien! ¡Marcy, eres una bruja entrometida!
Se llevó una mano al corazón, y me miró con expresión dolida.
—Lo dices como si fuera algo malo. ___________.
Suspiré con resignación, y le dije:
—Me llevó al cine, y después fuimos a su casa. No mencioné la pista de baile ni el servicio del restaurante, pero Marcy reaccionó con entusiasmo. Se inclinó hacia dejante, y me preguntó:
—¿Intentó acostarse contigo enseguida, o fingió que quería enseñarte su colección de latas de bebida?
—Me parece que los dos sabíamos por qué fui a su casa. Y que yo sepa, no colecciona latas.
—Menos mal, es un pasatiempo de lo más aburrido.
—Lo tendré en cuenta —le dije, con una carcajada, Marcy tomó un trago, dejó la lata sobre mi mesa, y dijo:
—____________, supongo que no te molestará que te diga una cosa...
—¿Te la callarías si te dijera que sí que me molesta?
—Claro que no.
—En ese caso, continúa.
—Creo que sería bueno que salieras.
—Gracias, Marcy —le dije, con una sonrisa sincera.
Ella asintió, me guiñó el ojo, y dijo:
—Volverás a verlo, ¿no?
Mi sonrisa se desvaneció ligeramente.
—Sí.
—Vaya, no pareces entusiasmada. ¿Qué pasa?, ¿come con la boca abierta?
Me encogí de hombros, y fijé la mirada en las carpetas de trabajo pendiente que tenía sobre la mesa.
—No, tiene muy buenos modales.
—¿Buenos modales?, ¿un pene agradable desde un punto de vista estético? Anda, dime que folla de maravilla y que es muy simpático.
A aquellas alturas, ya sabía que era imposible resistirse a Marcy. Pero no cedí porque fuera una bruja insistente y metomentodo, sino porque me habría resultado imposible admitir lo que sentía en voz alta si ella no me hubiera presionado.
—Me cae muy bien.
—Entonces, ¿cuál es el problema? Es bueno que te caiga bien.
Volví a encogerme de hombros. Tenía mis razones para no querer que Joe me cayera bien, para evitar tener relaciones. Eran unas razones bastante patéticas, pero existían.
—No hace falta que te cases con él. __________.
—Por Dios, claro que no —me sobresalté sólo con pensarlo.
—Tranquila, sólo ha sido un comentarlo. ¿Qué tiene de malo salir, pasarlo bien, acostarse con alguien?
—No tiene nada de malo, lo que pasa es que... no es lo que suelo hacer.
—Pues quizá deberías replantearte lo que sueles hacer, porque me parece que no te sienta demasiado bien.
—Gracias por el consejo.
—El sarcasmo es la defensa de los culpables, _________. Se fue sin más, y dejó en mi despacho un fuerte olor a perfume y una lata húmeda manchándome la mesa.

Mientras volvía a casa en autobús, tuve tiempo para pensar en lo que Joe me había prometido... nada de ataduras. Era una idea atrayente, pero ridícula, la gente no puede follar sin más, es imposible. Uno de los dos acaba siendo víctima de las emociones, y alguien acaba herido. Se supone que no hay que separar el sexo del amor, el hecho de que las dos situaciones provoquen euforia se debe a que ambas se nutren mutuamente. Podría argumentarse que es el mecanismo que tiene la humanidad para establecer grupos familiares y garantizar la creación de nuevas generaciones, pero hay algo indiscutible: cuantas más veces se acuesten juntas dos personas, más posibilidades hay de que una de ellas acabe enamorándose.
Mientras veía pasar las farolas por la ventana del autobús, me pregunté cuántas veces harían falta en mi caso. Los números eran inmutables, y estaba acostumbrada a usarlos para definir mi vida, ¿Cuántas veces tenía que acostarme con Joe para que en uno de los dos apareciera ese primer chispazo de emoción?
¿Sería capaz de apagarlo si aparecía dentro de mí?
No es que jamás hubiera tenido novio; de hecho, había estado enamorada en una ocasión, mucho tiempo atrás. Me había enamorado como una loca, apasionadamente, devastadoramente. Creía que el chico en cuestión podía ser mi caballero de brillante armadura, pero lo que pasa con las armaduras es que suelen perder el lustre con bastante rapidez.
Para cuando llegué a casa, estaba decidida a no volver a verlo. Me dije que no tenía sentido que lo hiciera, que quedar con él sólo me proporcionaba una satisfacción corporal que acabaría conduciéndome a la frustración mental. Decidí que no lo llamaría, que no volvería a verlo. No, no iba a hacerlo. Claro que no. Ni hablar...
Al comprobar el contestador, vi que mi madre me había llamado tres veces. Me había dejado unos mensajes tan largos, que habían llenado toda la cinta. Era incapaz de odiarla, ni siquiera podía ignorarla. Después de escuchar su perorata, la llamé.
—¿Quién es?, ¿__________(dtn)?
Parecía quejosa, avejentada. Tuve que recordarme que sólo tenía sesenta y tantos años, y que no era ninguna inválida,
—Mamá, por favor, me llamo ____________.
—Siempre te hemos llamado ____________(dtn).
Empezó de nuevo a sermonearme, así que no me molesté en volver a corregirla.
—¿Estás escuchándome?
—Sí, mamá.
—¿Cuándo vas a venir a visitarme?
—Ya sabes que tengo mucho trabajo, te lo dije.
Seguí escuchándola sin prestar demasiada atención mientras sacaba algo de comida de la nevera. Puse un plato, un vaso, y un tenedor en la mesa. Era lo bastante grande como para que se sentaran cuatro personas, pero jamás tenía invitados.
—Quiero que me lleves al cementerio, __________(dtn). Tu padre no puede hacerlo, es incapaz de conducir,
Dejé de golpe el tenedor en el plato y dije con firmeza:
—Mamá, ya te he dicho que no.
Se produjo un largo silencio en el que sólo oí el sonido de su respiración, y al final me dijo:
—____________ ____________, lo mínimo que puedes hacer es dejar una rosa sobre su tumba de vez en cuando. Era tu hermano, tu actitud debería darte vergüenza. Era tu hermano, y te quería.
La tetera empezó a pitar, y detuvo el grito que estaba a punto de salir de mi garganta. Cerré el gas con manos temblorosas, y empecé a verter el agua en una taza. Cuando me cayó un poco en la mano, solté una exclamación de dolor.
—¿Qué pasa? —me preguntó mi madre.
—Me he quemado con un poco de agua caliente.
Se puso a parlotear de nuevo. Me dijo cómo había que curar una quemadura, que tendría que tener a alguien que se asegurara de que lo hacía bien, alguien que se ocupara de mí, porque era obvio que era incapaz de cuidar de mi misma. Colgué en cuanto pude. Me quedé mirando el té, la comida, el único plato que había sobre la mesa, y dije en medio de la habitación vacía:
—Sé quién era mi hermano.

Joe abrió la puerta con el pelo alborotado y expresión somnolienta, pero abrió los ojos como platos al verme. Supongo que su reacción se debía a la gabardina negra y a los zapatos de tacón, al pintalabios rojo y al perfilador de ojos negro. Era consciente de que mi aspecto parecía sacado de las fantasías lúbricas de un adolescente.
—Hola —le dije, mientras cerraba la puerta a mi espalda.
—Qué sorpresa —me dijo, sonriente.
Ver que un hombre se excita con sólo verte produce gran satisfacción. Los pantalones de su pijama de franela se alzaron como una tienda de campaña cuando abrí la gabardina y dejé al descubierto lo poco que llevaba encima.
—¿Te gusta?
Su mirada me recorrió lentamente... ascendió de pies a muslos, a caderas, a pechos, a cuello, a boca, hasta llegar por fin a mis ojos. Me observó en silencio, y contuve el aliento. Mí osadía era puro teatro, y por un instante creí que él iba a fallarme, que me pediría que me sentara y me ofrecería una copa. Pero mis dudas se desvanecieron de inmediato, porque me dio Justo lo que necesitaba.
—Quítatela.
Dejé que la gabardina cayera al suelo. Debajo llevaba unas medias negras que me llegaban a la altura del muslo, y que conjuntaban con el sujetador y las bragas. Hacía mucho tiempo que no me ponía aquellas prendas. Hacían que me sintiera poderosa, sexy y funcionaron a la perfección. Al ver cómo me miraba, se me endurecieron los pezones.
—Arrodíllate.
Cuando obedecí, posó una mano en mi cabeza con suavidad. Arqueó un poco las caderas para acercarme más su polla, y empecé a acariciarla a través de la suave tela de los pantalones. Su suspiro de placer provocó una descarga de deseo en mi entrepierna.
—Chúpamela.
Hacía que me resultara muy fácil obedecerlo, y eso era algo que yo anhelaba con todas mis fuerzas. Así no era yo la que tenía que decidir. Lo recompensé con mi aquiescencia. Él asumía la responsabilidad, así que me estremecí con una alegría deliciosa e Ilícita. No tener que elegir da una libertad enorme.
Metí los dedos bajo la cintura de su pantalón y le bajé la prenda hasta los tobillos poco a poco. Le acaricié la sensible piel de sus corvas mientras observaba su piel, su vello, su pene erguido.
Hay mujeres que consideran que arrodillarse delante de un hombre es degradante, que hacer una mamada es algo sucio y desagradable que hay que tolerar si no queda más remedio, que se trata de un acto que no se disfruta, sino que se aguanta. En algunos casos, puedo llegar a entenderlas, pero la verdad es que me dan pena. No entienden el poder que tienen en sus manos mientras están a los pies de su pareja, cuánto pueden ganar por darle placer. Alcé la mirada para decirle algo, pero me quedé callada al ver la expresión de su rostro.
Entrelazó una mano en mi pelo, y me dijo:
—¿Sabes lo hermosa que eres?
No me gusta ese adjetivo. Se usa tanto para describir a seres humanos como para hablar de jarrones, caballos, casas, o flores. «Hermoso» es una mentira halagadora.
—Shh... —dije, mientras hacía un gesto de negación.
Deslizó la mano desde mi cabeza hasta mi mejilla, y me preguntó:
—¿Qué quieres que te diga?
—Que quieres que te chupe la polla —le dije, mientras posaba la mejilla en su muslo.
—________... —dijo, con un gemido gutural.
Sonreí y le besé la pierna. El vello que lo cubría era más suave en la parte interior del muslo. Cuando le rocé los testículos con la boca, soltó otro gemido.
—Dilo.
—Quiero que me chupes la polla.
Me aferré a sus muslos, y me lo metí en la boca milímetro a milímetro. Me sentí recompensada por su gemido, por la forma en que se echó hacia delante para penetrar un poco más en la calidez de mi boca, por cómo susurró mi nombre y acarició mi pelo. Me lo metí hasta el fondo, y cuando rocé su estómago con los Labios, retrocedí y empecé a succionarle el glande. Volví a echarme hacia delante poco a poco, mientras respiraba por la nariz y me concentraba en descubrir todos los recovecos de su miembro.
Quería saborearlo, oír su respiración acelerada, sentir el temblor de sus muslos bajo mis dedos mientras él arqueaba las caderas y entraba hasta el fondo. Lo deseaba porque así sólo podía pensar en aquello... en una polla, unos testículos, unos muslos, un estómago, gemidos, embestidas, en el sabor salado del semen que sentía en mi lengua mientras su placer iba acrecentándose.
—___________... para, cielo. Voy acorrerme.
No me detuve. Le saqué otro gemido al empezar a chuparle la parte inferior del glande, coloqué la mano en la base del pene, y empecé a moverla al mismo tiempo que la boca para que no le faltara estimulación en ningún momento. Puse la otra mano bajo sus testículos, y empecé a acariciárselos con el pulgar.
Empujó contra mí con tanta fuerza, que me habría atragantado si no hubiera estado agarrándolo con firmeza. Saboreé su semen, y su orgasmo palpitó contra mi lengua. Soltó un grito de placer mientras yo tragaba todo lo que tenía para darme, y esperé durante un par de segundos después de que acabara antes de apartarme con una última succión.
Me puse de pie. Gracias a los tacones, podía mirarlo directamente a los ojos. Él parpadeó mientras intentaba recuperarse, y me aferró el brazo como si tuviera miedo de desplomarse.
—Increíble —dijo al fin.
Me limpié los labios con el pulgar, y le pregunté:
—¿Puedo beber un poco de agua?
—Sí, claro —me dijo, antes de indicarme con un gesto que fuera a la cocina.
Mientras atravesaba la sala de estar, era consciente de que su mirada estaba fija en el contoneo de mis caderas. El agua del grifo estaba fresca, y alivió mi sed. Me giré después de humedecerme las mejillas, y casi me topo con él.
—Gracias por el agua.
—De nada —se había subido los pantalones, aunque los llevaba bastante bajos y dejaban entrever un poco de vello púbico.
—Será mejor que me vaya.
Había cumplido mi misión. Había conseguido dejar de pensar en la conversación que había mantenido con mi madre, al menos durante un rato, así que iba a resultarme más fácil apartarla de mi mente. No iba a poder olvidarla, eso sería Imposible, pero podía relegarla a un rincón apartado y fácil de ignorar.
Él me agarró del brazo cuando intenté pasar por su lado, y me preguntó:
—¿Te marchas ya?
Bajé la mirada hasta la mano que me agarraba, y volví a alzarla hasta su rostro.
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque ya he acabado —le dije, con una sonrisa, Él sonrió también, pero su rostro se había endurecido. Tenía la misma expresión que la última vez que había intentado marcharme.
—¿Y qué pasa si yo no he acabado?
—Yo diría que has quedado satisfecho —comenté, mientras lanzaba una mirada elocuente hacia su ingle.
—Pero tú no.
—No he venido para eso. Joe.
—No te has corrido —dijo, mientras tiraba poco a poco de mí.
—A mí me da igual, ¿qué más te da a ti? —dejé que me apretara contra su cuerpo, y empezó a acariciarme las nalgas.
—¿Has venido para hacerme una mamada?
—Sí.
Sus manos se detuvieron sobre mis nalgas, y me observó con atención antes de decir:
—¿Lo dices en serio?
Me Limité a asentir.
Parecía sorprendido, así que aproveché para apartarme de él y volver a la sala de estar a por mi gabardina.
—Espera, _________.
Ya tenía un brazo en la manga. Me volví a mirarlo, y él se me acercó.
—No quiero que te vayas, quédate un rato conmigo.
—No estoy vestida como para jugar al parchís —acabé de ponerme la gabardina, y empecé a abrochármela.
—Lo dices en serio, vas a marcharte.
—Sí.
—No.
—A la mayoría de los hombres les encantaría que una mujer medio desnuda apareciera en medio de la noche, les hiciera una mamada espectacular, y se largara sin esperar nada.
—No soy como la mayoría.
—¿No te ha gustado? —tosí un poco para disimular la inseguridad que se había reflejado en mi voz, y aparté la mirada. Estaba roja como un tomate, me sentía como una tonta sin el escudo que me había proporcionado mi papel de seductora.
Él se me acercó por la espalda, me puso una mano en el hombro, y me atrajo hacia su pecho.
—Me ha encantado, pero no quiero que te vayas todavía —me susurró al oído.
Me estremecí al sentir la caricia de su aliento, y me mordí el labio cuando su boca me rozó. Ansiaba sentir el contacto de sus manos en mi piel.
Nunca me he inventado excusas por el hecho de que me guste follar, no he permitido que lo que sucedió en el pasado me impida aceptar el placer que puede proporcionarme mi cuerpo. No he dejado que me arrebaten eso, a pesar de todas las cosas que me han robado.
—No quieres marcharte, ¿verdad?
Sus manos se deslizaron hacia delante, y me cubrieron los senos. Sólo podía sentir su peso, porque la tela de la gabardina impedía una estimulación más delicada, pero él desabrochó la prenda de inmediato. Noté de nuevo la caricia del aire en mi piel, que va estaba sudorosa.
Sus dedos se deslizaron por mi cuerpo, y cuando me cubrieron los pechos, el roce del sujetador hizo que mis pezones se tensaran. Me recliné contra él mientras me besaba el cuello. Su pecho era ancho, y su piel cálida. Sus manos se movían por mi piel sin prisa, Cuando deslizó los dedos por encima de mis bragas, mis caderas se arquearon como por voluntad propia.
—Hueles tan bien...
Suspiré y giré la cabeza. Él me besó el cuello mientras trazaba pequeños círculos sobre mi sexo, metió la otra mano por debajo del sujetador y empezó a juguetear con el pezón. La doble estimulación hizo que me estremeciera, y él debió de notar mi reacción, porque bajó la boca hasta mi hombro y me dio un pequeño mordisco que me hizo gemir.
—Me encanta ese sonido —susurró, antes de besar la marca que había dejado—. Tienes la voz más sexy del mundo. Todo lo que sale de tu boca suena tan bien, que debe de estar delicioso.
Giré la cabeza para mirarlo y le pregunté, perpleja:
—¿Qué?
—Estaba comprobando si me escuchabas —me dijo, sonriente.
No supe qué contestar. Los cumplidos suelen desconcertarme. Conozco mis puntos fuertes, y doy por hecho que los demás también. Todo lo demás es adulación o falta de sinceridad.
—No te gusta, ¿verdad? —me dijo, sin dejar de acariciarme la entrepierna.
Posé la mano sobre la suya para detenerla. Quería apartarme de él, pero fui incapaz de hacerlo.
—No hace falta que lo hagas.
—¿El qué?, ¿esto? —me dijo, mientras recorría mi pecho con el pulgar.
—No, decir esa clase de cosas. No hace falta.
Él me miró con expresión pensativa, y me giró un poco para que no tuviéramos que seguir estirando tanto el cuello.
—Quiero decírtelas.
—¿Por qué? Ya estoy aquí, tendrás lo que quieres. Él frunció el ceño y me soltó. Se cruzó de brazos, y me dijo:
—¿Crees que sólo te diría un cumplido para intentar acostarme contigo?
Nos miramos ceñudos. Me puse bien el tirante del sujetador, que se me había bajado. Me ardieron las mejillas al ver que él me recorría con la mirada. Al final me miró a los ojos, y me dijo:
—Si no te gusta que te diga esas cosas, supongo que voy a tener que callármelas. Pero te parece bien que te pida que me chupes la polla, ¿no?
—Sí.
—igual que puedo follarte en un servicio público, pero no tener una relación contigo.
—Exacto.
Se pasó una mano por el pelo. Lo dejó revuelto, y me entraron ganas de alisárselo. Respiró hondo, y me miró de nuevo.
—Y puedes venir a mi casa cuando te dé la gana, vestida así, y hacerme una mamada sin dejar que te devuelva el favor.
—Sí —mi sonrisa se ensanchó, y me llevé Las manos a las caderas—. Aunque aún no me he marchado.
ÉL me observó durante un largo momento, y al final me dijo:
—Ven aquí.
# TeamBullshit
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"Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu) - Página 2 Empty Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)

Mensaje por andreita Lun 19 Dic 2011, 11:14 am

:/ no me gusta como es ella
es un poco no se
no teine corazon????
kjajajajajajaja
siguela
andreita
andreita


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"Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu) - Página 2 Empty Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)

Mensaje por Caro-Li-Na Lun 19 Dic 2011, 6:08 pm

aaa ella solo quiere sexo jijiji
siguela .__.
Caro-Li-Na
Caro-Li-Na


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"Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu) - Página 2 Empty Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)

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