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Mensaje por goree! Miér 24 Sep 2014, 11:40 pm

Continuaaaaaa!!! Porfavor
goree!
goree!


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Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 5 Empty Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por chelis Jue 25 Sep 2014, 6:17 pm

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Mensaje por Monse_Jonas Jue 02 Oct 2014, 11:06 pm

Capitulo Veintitrés
Cuando Zayn y yo llegamos a la puerta del hospital St. Thomas me encuentro fatal. En el trayecto de avión he vomitado varias veces y el pobre ya no sabe qué hacer para que yo esté bien. Lo achaca a los nervios y a mi inquietud y yo no lo saco de su error.
En el vestíbulo del hospital, resoplo y Zayn, con seguridad y aplomo, agarrándome por la cintura para tranquilizarme, pregunta:
—¿Te encuentras mejor?
Asiento. Es mentira, pero no quiero decirle que no.
Él me mira con una triste sonrisa y, dándome la mano, afirma:
—Tranquila, estará bien y todo se resolverá.
Digo que sí con la cabeza y doy gracias al cielo por tener un amigo como él. Cuando lo llamé, en menos de veinte minutos ya estaba en mi casa dispuesto a ayudarme en todo lo que necesitara.
Incluso, cuando le conté lo ocurrido, dejó a un lado la furia que pudiera sentir hacia Laila y por las acusaciones de su amigo y se centró en consolarme y en decirme que todo iba a salir bien.
No llamo ni a la madre, ni a la hermana de Joe. Primero quiero ver lo que me encuentro y después lo haré. Pero una cosa tengo clara, no permitiré que nadie le toque los ojos sin que Marta lo sepa antes.
Asustada, pienso en sus ojos. Sus bonitos ojos. Cómo algo tan precioso puede tener siempre tantos problemas.
Al abrirse el ascensor en la quinta planta, mi corazón bombea con fuerza.
Me asusto. Creo que me va a dar un paro cardiaco mientras Zayn le pregunta a una enfermera en qué pasillo está la habitación de Joe Zimmerman.
Caminamos en silencio e, inconscientemente, busco de nuevo la mano de Zayn y la agarro. Él me la aprieta, me da fuerza.
Cuando llegamos ante la 507, nos miramos y, tras un silencio más que significativo, digo:
—Quiero entrar sola.
Zayn asiente.
—Te doy tres minutos. Después entraré yo también.
Con las pulsaciones a mil, abro la puerta y entro. Todo está en silencio. Hasta que mi corazón de pronto salta al ver a Joe con los ojos cerrados. Está dormido. Con sigilo, me acerco y lo observo.
Tiene la cara amoratada, el labio partido y una pierna enyesada. Su pinta es desastrosa. Pero yo le quiero, me da igual cómo esté.
Necesito tocarlo...
Quiero besarlo...
Pero no me atrevo. Temo que abra los ojos y me eche de su lado.
—¿Qué haces aquí?
Su ronca voz me hace dar un salto y, cuando lo miro, creo que me voy a marear.
Oh, Dios..., sus ojos.
Sus bonitos ojos están encharcados de sangre y su aspecto es atroz. Mi respiración se acelera y, levantando la voz, pregunta:
—¿Quién te ha avisado? ¿Qué narices haces aquí?
No respondo. Sólo lo miro y él grita:
—¡Fuera! ¡He dicho que te vayas de aquí!
La respiración se me acelera y, sin decir nada, me doy la vuelta, salgo de la habitación y echo a correr por el pasillo. Zayn corre tras de mí y me para. Al ver en qué estado me encuentro, me calma.
Quiero vomitar. Se lo digo y, rápidamente, coge una papelera y me la da. Cuando mi estado se normaliza, mi buen amigo se levanta y, con una seriedad que no le conocía, dice:
—No te muevas de aquí, ¿entendido?
Asiento y veo que se dirige a la habitación de Joe.
Abre con ímpetu la puerta. Oigo sus voces. Discuten. Varias enfermeras, al oír el jaleo, entran para ver qué ocurre e, instantes después, Zayn sale con gesto contrariado y, cogiéndome del brazo, dice:
—Vámonos. Regresaremos mañana.
Estoy aterida y asustada y me dejo guiar.
No me quiero ir de allí, pero sé que en el pasillo no hago nada.
Esa noche dormimos en un hotel de Londres. Yo apenas puedo pegar ojo. Sólo puedo pensar en mi amor, en su soledad en aquella habitación de hospital.
A la mañana siguiente, Zayn pasa por mi habitación a buscarme. Se preocupa por mi estado. Estoy pálida. Cuando llegamos de nuevo al hospital, se me revuelve el estómago. Joe está allí y, con seguridad, me pedirá que me vaya. Pero esta vez no le voy a hacer caso. Esta vez tiene que escuchar lo que le tengo que decir.
Cuando llego de nuevo ante la habitación 507, miro a Zayn y le vuelvo a pedir que me deje entrar sola.
Él niega con la cabeza, no lo convence lo que digo, pero ante mi mirada, finalmente acepta mi decisión.
Con mano temblorosa y la tensión por las nubes, abro la puerta. Esta vez, Joe está despierto y, al verme, su gesto, ya huraño, se descompone y sisea:
—Vete de aquí, por el amor de Dios.
Entro y, sin la impotencia del día anterior, me acerco hasta él y pido:
—Dime al menos que estás bien.
No me mira y responde:
—Estaba bien hasta que has llegado tú.
Sus palabras me hacen daño, me matan, y al ver que no digo nada, insiste:
—Vete de aquí. No te he llamado porque no te quiero ver.
—Pero yo a ti sí. Me preocupo por ti y...
—¿Te preocupas? —grita, clavando sus impactantes ojos ensangrentados en mí—. Venga ya, por favor... Vete con tu amante y no vuelvas a aparecer en mi vida.
La puerta de la habitación se abre y Zayn entra hecho una furia. El rostro de Joe se endurece todavía más y masculla:
—Lo vuestro es demasiado. Fuera de la habitación los dos ahora mismo.
Ninguno nos movemos y Joe, gritando, insiste:
—¡Quiero que os marchéis! ¡Fuera!
Su voz, su dura voz, me hace reaccionar y, olvidándome de lo maltrecho que lo veo, lo miro a esos ojos que no reconozco como los de mi amor y suelto:
—He venido a decírtelo en vivo y en directo: ¡gilipollas!
Mi contestación lo desconcierta y Zayn apostilla:
—¿Cómo eres tan capullo? ¿Cómo puedes pensar algo así de _____ y de mí?
—Tú y yo ha hablaremos cuando me encuentre bien —gruñe Joe—. Ahora, marchaos. No quiero hablar.
—Por supuesto que hablaremos —replica Zayn—. Pero mientras tanto, deja de ser un idiota y compórtate como el hombre que siempre he creído que eres.
—Zayn... —sisea Joe.
Él lo mira y, sin cambiar su expresión de enfado, afirma:
—Me da igual tu estado, tu pierna, tu cara magullada o tus ojos, de aquí no me muevo hasta ver esas pruebas que tan gratuitamente dices que tienes contra nosotros. ¡Gilipollas!
Oír esa palabra de la boca de Zayn en este momento de máxima tensión me hace gracia, aunque el momento de gracioso no tiene nada. Menuda tensión.
Joe maldice. Dice cientos de palabrotazas en alemán, pero nosotros no nos movemos. No nos asusta. No nos iremos sin aclarar las cosas de una vez.
Tengo fatiguita de nuevo.
Miro alrededor en busca del baño. Cuando lo localizo, entro rápidamente en él y vomito. Me encuentro fatal. Me siento en la taza hasta que Zayn entra y murmura con cariño:
—Si estás mal, nos vamos.
Niego con la cabeza.
—Estoy bien, no te preocupes. Sólo necesito que Joe nos crea.
—Lo hará, preciosa. Te prometo que lo hará.
Minutos después, salimos los dos del baño y Joe nos mira con gesto serio. Me siento en una de las sillas y observo en silencio como Zayn y él se enzarzan en otra discusión. Se dicen de todo y yo me mantengo al margen. No tengo fuerzas ni para hablar.
Joe no me mira. Evita hacerlo.
Sabe que cuando lo hace me descompongo. Sus ojos de vampiro de Transilvania asustan y sé que intenta no mostrármelos.
Una enfermera entra para ver qué ocurre. Joe le pide que nos eche, pero Zayn, tirando de su encanto, se camela a la mujer y la saca con zalamerías de la habitación.
Joe y yo estamos solos. Me armo de valor y, ante su cara de alucine total, me levanto y declaro:
—No me voy a marchar a ningún sitio si no es contigo. Y ahora mismo voy a llamar a tu madre y a tu hermana para que sepan lo que te ocurre.
—Maldita sea, _____. No te metas en esto.
—Me meto porque eres mi marido y te quiero, ¿entendido?
Iceman en su versión más siniestra y devastadora me mira y masculla con furia:
—_____...
Bien..., me ha llamado por mi diminutivo. La cosa va bien. La fiera se va aplacando e insisto:
—Cuando yo estuve en el hospital, tú me acompañaste. No me dejaste ni un minuto sola y ahora...
—Ahora tú te vas a marchar —me corta.
—Pues, mira, va a ser que no. —Y retándolo con la mirada, me siento de nuevo en el sillón que hay al lado de su cama y mientras saco mi móvil del bolso, digo—: Si quieres, levántate y échame. Mientras tanto, seguiré aquí.
Me mira... me mira... y me mira.
Lo miro... lo miro... y lo miro.
España contra Alemania, ¡comienza el partido!
Sabe que no puede hacer nada y yo no me voy a marchar. La puerta se abre y entra Zayn de nuevo, se acerca a la cama y dice:
—Vamos, colega, me muero por ver esas pruebas. Enséñamelas.
Con gesto incómodo, Joe indica que cojamos el portátil. Zayn se lo entrega, él lo abre, teclea y, dándole la vuelta, ordena:
—Os quiero fuera de mi vista en cuanto las veáis.
Rápidamente me levanto.
Zayn abre un vídeo. En seguida reconozco el Guantanamera. Zayn y yo estamos hablando en la barra y se nos oye decir:
—Y si no es mucho cotilleo, ¿cómo te gustan a ti las mujeres?
—Como tú. Listas, guapas, sexys, tentadoras, naturales, alocadas, desconcertantes y me encanta que me sorprendan.
—¿Yo soy todo eso?
—Sí, preciosa, ¡lo eres!
Alucinados, Zayn y yo nos miramos. Visto así, realmente parece lo que no es.
En el siguiente vídeo estamos los dos bailando en la pista y pasándolo bien. Y tras eso, se ven una serie de fotografías de nosotros dos caminando por la calle cogidos del brazo o sentados en un restaurante, brindando con vino.
Incrédulos, nos volvemos a mirar. Joe, al vernos, se irrita más y pregunta:
—Ahora ¿qué? ¿Quién miente aquí?
La furia, la rabia y la desesperación me corroen y, cerrando el portátil de golpe, siseo:
—¡Serás gilipollas!
En mi arranque he cerrado tan fuerte el portátil que Joe se encoge de dolor al darle en la pierna.
Maldice mientras me mira y susurra:
—No vuelvas a insultarme o...
—¿O qué, maldito cabezón? —Furiosa, le tiro mi móvil al pecho—. ¿O me echarás de tu vida? Mira, guapo, ¡vete a paseo!
Zayn me mira. Intenta calmarme, pero yo ya estoy como una hidra y, agarrando mi bolso, salgo de la habitación. Camino hacia el ascensor hasta que Zayn me para y pregunta:
—¿Adónde vas?
—Lejos de aquí. Lejos de él y lejos de... de...
—_____...
Me paro. ¿Qué estoy haciendo? ¿Adónde voy?
Me abrazo a Zayn y éste dice:
—Lo que hemos visto ambos sabemos que ocurrió, pero sin ningún tipo de malicia. Ahora sólo se lo tenemos que explicar al cabezota de tu marido y mi amigo y hacerle entender el sucio juego de Laila.
Me dejo convencer y, cuando entro en la habitación, el gesto de Joe es irritado, más contrariado que segundos antes, y, acercándome, digo:
—Laila nos graba, hace un montaje con las grabaciones ¿y tú te lo crees? Ésa es la confianza que tienes en mí, ¿en tu mujer?
Dejo el bolso sobre la cama y vuelvo a darle un golpe a Joe sin querer. Él me mira y yo digo:
—Te jodes.
Resopla y Zayn, al ver que vamos a empezar a discutir, interviene:
—Las fotos son del día que _____ vino al despacho para firmar los papeles que tú querías que firmara. Después la invité a comer, como otras veces he hecho contigo, con Frida y con cualquiera de mis amigos. ¿Qué te hace presuponer y creer que no es así?
Joe no contesta y Zayn, molesto, insiste:
—Somos amigos desde hace muchos años y siempre he confiado en ti al cien por cien. Me duele que pienses que yo, tu amigo, voy a jugar sucio en cuanto a tu mujer. ¿Acaso crees que por un polvo con _____ voy a echar a perder nuestra amistad? —Su voz enfadada me hace mirarlo cuando prosigue —: Te recuerdo, amigo, que eres tú el que me ofrece a tu mujer y el que disfruta con lo que hacemos los tres. ¡Los tres! Y, sí, me encanta. Me gusta _____. Te lo dije la primera vez que me la presentaste y posteriormente cada vez que habéis discutido. Pero también te dije que sois el uno para el otro y que no debes permitir que nada ni nadie se interponga en vuestras vidas. Ambos sois muy importantes para mí. Tú porque eres como mi hermano y ella porque es tu mujer y una excelente persona. Os quiero a los dos y me duele saber que dudas de mí.
Joe no contesta. Lo escucha y Zayn prosigue:
—Nuestra amistad es especial y yo sólo he tocado a tu mujer cuando tú lo has permitido. ¿Cuándo te he fallado en algo así? ¿Cuándo me has reprochado o yo te he reprochado un juego sucio? Si antes, cuando no estabas casado, siempre te he respetado, ¿por qué no lo iba a hacer ahora? ¿Acaso lo que diga una estúpida como Laila cuenta más que lo que decimos _____ o yo?
Joe lo mira. Sus palabras le están doliendo, pero Zayn insiste:
—Eres lo suficientemente inteligente como para pensar y darte cuenta de quién te quiere y quién no. Si decides que _____ y yo mentimos, vas a salir perdiendo, amigo, porque si alguien te quiere y te respeta en este mundo, somos ella y yo. Y para que este entuerto se aclare, quiero que sepas que Norbert va a traer a Laila al hospital. Llegará hecha una furia, pero quiero que delante de _____, de ti y de mí aclare esto de una vez por todas.
Sin más, el bueno de Zayn me mira y, antes de marcharse, dice:
—Estaré fuera.
Dicho esto, se va, dejándonos a solas en la habitación. Las palabras le han salido directamente del corazón y sé que Joe lo sabe. Con gesto malhumorado, cierra los ojos y veo que niega con la cabeza.
—Él ha dicho la verdad. Laila nos la ha jugado a todos —insisto.
Joe me mira. Sus ojos me ponen los pelos como escarpias y, cansada de guardar el secreto de Zayn, digo:
—Sabes que Zayn y yo nunca te fallaríamos, ¿por qué lo cuestionas? ¿Acaso no te has dado cuenta de que yo te quiero más que a mi vida y él también? —Y al ver que no responde, continúo—: Te voy a contar una cosa que no sabes y que Laila seguro que no te ha contado, en referencia a Zayn. Y después me marcharé y dejaré que pienses en ello. Tú confías en ella porque era amiga de Hannah, ¿verdad? — Él afirma con la cabeza y yo prosigo—: Pues quiero que sepas que, mientras tú sufrías por lo ocurrido con tu hermana, esa mujer se lo pasaba muy bien con Leonard.
Monse_Jonas
Monse_Jonas


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Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 5 Empty Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por Monse_Jonas Jue 02 Oct 2014, 11:07 pm

Capitulo Veintitrés Segunda Parte
—¿Cómo?
—¿Sabías que Leonard vivió en el mismo edificio de Zayn?
—Sí.
—Pues él los pilló en el garaje, muy entretenidos en el asiento de atrás de un Mercedes que tú tenías, a la semana de morir Hannah. —El gesto de sorpresa de mi amor es tremendo cuando añado—: Al pillarlos, tuvo una fuerte discusión con ella y le dijo que o desaparecía de tu vida o te lo contaba. Laila decidió desaparecer, pero antes les fue con el rollo a Simona y Norbert de que Zayn intentó sobrepasarse y le rompió el vestido. Simona fue a pedirle explicaciones y la suerte para Zayn fue que en su garaje hay cámaras y quedó grabado quién estaba realmente con ella y quién le rompió el vestido ese día.
—Yo... yo no sabía que...
—Tú no sabías nada porque Norbert, Simona y Zayn decidieron guardar el secreto. No querían que sufrieras más de lo que ya estabas sufriendo por la muerte de Hannah. Pero ahora Laila ha querido vengarse de Zayn grabándolo conmigo. Él la alejó de tu lado y ella nos aleja a los dos del tuyo.
Lo que le acabo de contar lo deja sin palabras. En ese momento se abre la puerta y entran Zayn, Norbert y Laila de muy malas maneras.
Cuando la veo, camino directamente hacia ella y le suelto un bofefón. Ella intenta devolvérmelo, pero Zayn la sujeta y yo siseo:
—Veamos a quién se le desmorona ahora su bonita vida.
Joe nos observa desde la cama. Su expresión es indescifrable y cuando Zayn, como buen abogado, intenta hacerla hablar, ella procura escabullirse, pero al sentirse presionada y acorralada, al final canta casi La Traviata. Alucinado, Joe la escucha y, cuando aquélla se marcha con Zayn y Norbert, maldice. Está tremendamente desconcertado, furioso y dolido.
Deseosa de abrazarlo, doy un paso adelante, pero él me frena con un gesto duro. Eso me desconcierta. No me quiere cerca. Durante unos minutos lo miro en silencio a la espera de una mirada, un gesto, ¡algo! Pero no me mira.
¡Maldito cabezón!
Espero y espero, pero el tiempo pasa y me desespero. Finalmente, no puedo más y digo:
—Hace días, cuando supe que venías a Londres y me encelé por la presencia de Amanda, tú me hiciste ver que no debía preocuparme, porque sólo me querías y me deseabas a mí. Yo te creí y confié en ti. Ahora sólo falta que tú nos creas y, sobre todo, que confíes en mí.
Silencio...
No dice nada...
No me mira y, nerviosa y con ganas de llorar, continúo, jugándomelo todo:
—Llevo un tatuaje en mi cuerpo que pone “Pídeme lo que quieras” y que me hice por ti. Llevo un anillo en el dedo que dice “Pídeme lo que quieras, ahora y siempre”, que tú me regalaste. —Sigue sin mirarme—. Te quiero. Te adoro. Sabes que por ti soy capaz de poner el mundo patas arriba, pero llegados a este punto en que no quieres que te abrace, y que me siento fatal porque veo que no me quieres ni mirar, me lo voy a jugar todo y te voy a decir sólo una frase: “Pídeme lo que quieras o déjame”. —Mi voz se rompe y, sin mirarlo, añado—: Me voy. Te dejaré que pienses. Si quieres que regrese a tu lado porque me quieres y me necesitas, ya sabes mi número de móvil.
Cojo mi bolso, me doy la vuelta y, sin mirar atrás, salgo de la habitación.
Zayn está fuera, sentado en una de las sillas. Al ver en el estado en que salgo, se levanta y me abraza.
Me falta el aire...
La angustia me puede...
Acabo de decirle al hombre al que quiero más que a mi vida que me deje...
Las lágrimas de nuevo salen a borbotones por mis ojos y Zayn susurra:
—Tranquila, _____.
—No puedo..., no puedo...
Él asiente. Intenta consolarme y, cuando lo hace, murmuro desesperada:
—¿Y sus ojos? ¿Has visto sus ojos?
—Sí... —responde preocupado e, intentando desviar el tema, dice—: Lo de la pierna es una simple fisura. Me lo acaba de confirmar una de las enfermeras.
Lloro de impotencia e, hipando, explico:
—No... no... me ha dejado abrazarlo, ni me ha mirado. No ha dicho nada.
Zayn maldice, pero afirma:
—Joe no es tonto y te quiere.
Niego con la cabeza. ¿Y si realmente no me quiere?
Zayn parece leer mis pensamientos. Me sujeta la cara con las manos y dice:
—Te quiere. Sé que es así. Sólo hay que ver cómo te mira para saber que el tonto de mi amigo no puede vivir sin ti.
—Es un gilipollas.
Ambos sonreímos y Zayn añade:
—Un gilipollas que te quiere con locura. Ojalá algún día yo encuentre a una mujer tan loca, cariñosa y divertida como tú, que me haga sentir lo que tú le haces sentir a él.
—La encontrarás, Zayn. La encontrarás y luego te quejarás de ella como hace Joe de mí. — Ambos volvemos a sonreír y murmuro—: Gracias por solucionar lo de Laila.
Mi buen amigo asiente y pregunto:
—¿Dónde está Norbert?
—Se ha ido con su sobrina. Tenía que hablar con ella.
Asiento. Pobre hombre, qué disgusto se ha llevado también.
Finalmente, Zayn me agarra y dice:
—Venga, vamos a comer algo. Lo necesitas.
Me niego. No quiero comer y, con el corazón roto, susurro:
—Quiero volver a casa.
—¿Cómo dices?
—Quiero regresar a Alemania. Le he dicho que decida qué quiere hacer con nuestra relación y que me llame con lo que sea. Pero no llama, ¿no lo ves?
—Pero ¿qué estás diciendo? —gruñe Zayn—. ¿Ahora te has vuelto loca tú? ¿Cómo te vas a marchar?
Trago el nudo de emociones que pugna por salir de mi interior y digo:
—Me lo he jugado todo por él, Zayn. Le he dicho que me pida lo que quiera o me deje. Ahora sólo falta ver si realmente desea que me quede con él. Pero no quiero agobiarlo. Quiero que piense y decida qué quiere hacer.
Mi buen amigo intenta convencerme para que no me vaya y deje a Joe, pero me niego. Estoy cansada, muy cansada, y no me encuentro bien. La frialdad de mi marido y su rechazo me han tocado directamente el corazón.
Al final, Zayn se da por vencido, cogemos el ascensor, llegamos al vestíbulo y, cuando vamos a salir del hospital, oímos gritos y jaleo. Al volverme para mirar, el corazón se me paraliza y me quedo sin habla al ver a Joe luchando con dos enfermeras mientras grita:
—_____..., espera..., _____...
El corazón se me acelera mientras Zayn y yo miramos el espectáculo.
A pocos metros de nosotros está Iceman en su versión cabreo total, vestido con el ridículo camisón del hospital, soltando improperios a diestro y siniestro, mientras intenta soltarse de dos enfermeras que parecen dos armarios empotrados.
Como si me hubieran pegado los pies al suelo, no me puedo mover. Zayn dice:
—Por lo que veo, Joe ha decidido lo que quiere.
Mi loco amor de pronto ve que lo miro y, levantando una mano, grita que no me mueva de donde estoy. Después se quita a las enfermeras de encima y, arrastrando la pierna enyesada, llega hasta nosotros.
—Te he llamado, cariño —dice, enseñándome mi móvil—.Te he llamado al móvil para que regresaras, pero te lo has dejado en la habitación.
El corazón se me sale del pecho.
De nuevo mi amor, mi rubio, mi Iceman me demuestra que me quiere y, acercándose a mí, lo oigo decir:
—Lo siento, pequeña... Lo siento.
No me muevo...
No digo nada...
Joe se tensa. Está nervioso. Quiere que yo hable. Que diga algo e insiste:
—Soy un gilipollas.
—Lo eres, colega, lo eres —afirma Zayn.
Mi chico le tiende la mano a su buen amigo e, instantes después, se abrazan y oigo a Joe decir:
—Lo siento, Zayn. Perdóname.
Emocionada, los observamos medio hospital y yo, cuando Zayn susurra:
—Estás perdonado, gilipollas.
Ambos sonríen.
Se sueltan y las enfermeras vuelven a tirar de Joe. Le piden que regrese a la habitación. En su estado no puede estar allí.
Tensión.
Todo el mundo en el vestíbulo del hospital nos observa. Esto es surrealista. Un tipo de casi dos metros, con un camisón del hospital que enseña más que tapa, vuelve a luchar con las enfermeras y, cuando se las quita de encima, me mira, me mira y me mira.
Clava su impactante mirada en mí y, sin importarle quién nos vea u oiga, dice:
—Te quiero. Dime algo, cariño.
Pero no lo hago e insiste, acercándose más a mí:
—No te voy a dejar, pequeña. Eres mi vida, la mujer que quiero y necesito que me perdones y que no me dejes tú a mí por haber sido tan...
—... gilipollas —acabo la frase.
Joe asiente. Veo en su mirada la necesidad de que lo abrace. Pero sorprendentemente no lo hago.
Estoy tan paralizada que no puedo casi ni parpadear. Entonces, apretando un botón de mi móvil, hace sonar el tono de llamada. Es la canción Si nos dejan y murmura:
—Te prometí que te iba a cuidar toda la vida y eso pienso hacer.
¡Punto para Alemania!
Nos miramos...
Nos retamos...
Y deseosa de abrazarlo por lo que acaba de hacer y decir, digo, dando un paso adelante:
—Punto uno, que te quede claro que, para que yo te deje y quiera vivir sin ti, algo muy... muy... muy malo tiene que pasar. Punto dos, sigo queriendo que me cuides toda la vida, pero nunca más vuelvas a dudar de mí ni de Zayn. Y punto tres, ¿qué haces enseñándole el culo a todo el hospital, cariño?
Sonríe, yo sonrío y todos a nuestro alrededor sonríen.
Cuando me tiro en sus brazos y siento que me abraza, cierro los ojos y soy feliz, mientras la gente aplaude y sonríe y Zayn se pone tras su amigo y cuchichea:
—Colega, tira para la habitación y deja de enseñar el trasero.
Mis hormonas revolucionadas hacen de las suyas y, cuando mis lágrimas mojan el pecho de Joe, apretándome más contra él, murmura:
—Chis... no llores, cariño. Por favor, no llores.
Pero estoy tan emocionada...
Tan feliz...
Y tan preocupada por él...
Que lloro y río descontroladamente.
Cinco minutos después, acompañada por Zayn y las enfermeras, regresamos a la habitación. Joe se ha arrancado el suero y tienen que volver a pinchárselo. Las enfermeras lo regañan y él no para de mirarme y sonreír.
¡Sólo le importo yo!
Zayn, al ver que todo está en orden, baja a la cafetería por algo de comida. Se empeña en que tengo que comer algo y, rápidamente, Joe lo apoya. ¡Vaya dos!
Cuando nos quedamos solos en la habitación, Joe pide que me tumbe a su lado en la cama. Lo hago. Me abraza y yo le pregunto preocupada:
—¿Estás bien, cariño?
Joe mueve el cuello y responde:
—He estado mejor, pero me recuperaré.
Sus ojos me asustan. No puedo dejar de mirarlos y murmura:
—Tranquila, se solucionará.
—¿Te ha dolido la cabeza?
Asiente y yo me preocupo más hasta que dice:
—Pero todo está controlado.
Con un cariñoso gesto, sonríe, me pasa la mano por la barbilla y añade:
—Como dices tú, te quiero más que a mi vida.
Me lanzo a su boca y él da un respingo de dolor.
—Ay, cariño, lo siento, lo siento.
Sonríe y dice:
—Más lo siento yo, morenita. No poder besarte es una tortura.
Vuelve a abrazarme y, cuando me separo de él, le digo:
—A pesar del aspecto siniestro que te dan esos ojos de vampiro furioso, sigues siendo el hombre más guapo, sexy y gilipollas del mundo. —Joe sonríe y añado—: Y ahora que medio hospital te ha visto el culo y lo que no es el culo, sé que soy la mujer más envidiada.
Sonríe y su sonrisa me llena el alma. Luego susurra:
—Dios, pequeña..., perdóname por desconfiar de ti. Te quiero tanto, que cuando vi esas malditas imágenes, me bloqueé y perdí la razón.
—Estás perdonado y espero que no vuelvas a desconfiar.
—No lo haré. Te lo prometo.
—Ah, y por cierto, fue Amanda quien me avisó. Tenías razón, ella me respeta.
Deseosa de contarle lo que llevo varios días ocultándole al resto del mundo, lo miro y digo:
—Tengo algo que contarte, pero tienes que soltarme primero.
Joe me mira, se hace el remolón y responde:
—Cuéntamelo luego. Ahora quiero seguir abrazándote.
Me río y, espachurrándome contra él, murmuro:
—Vale, pero cuando te lo cuente te arrepentirás de no haberlo sabido antes.
—¿Seguro?
—Segurísimo.
La curiosidad le puede y, besándome en la cabeza, pregunta:
—Es algo bueno, ¿verdad?
—Creo que sí, aunque con el momento que acabamos de pasar, ¡no sé yo cómo te lo vas a tomar!
—No me asustes.
—No te asusto.
—_____...
Me encojo de hombros y no me muevo. El calorcito de su cuerpo me encanta. Y su voz en mi oído aún más. Comienza a tocarme el cuero cabelludo con sus dedos. Oh, Dios, ¡qué gustirrinín! Dos minutos después no puede más y, soltándome, me apremia:
—Venga, quiero saberlo.
Mimosa, suspiro, me levanto de la cama y camino hacia mi bolso. La noticia que le voy a dar lo va a volver loco. Abro el bolso, cojo un sobre abultado y, sacándolo, se lo enseño. Joe lo mira y levanta una ceja. Con comicidad le indico que espere y, quitándome el pañuelo que llevo enrollado al cuello, lo miro y digo:
—Mira cómo estoy.
Al ver mi cuello enrojecido y casi en carne viva, se incorpora de la cama alarmado.
—Pero, cariño, ¿qué te ha ocurrido?
—Los ronchones y los nervios han podido conmigo.
Boquiabierto, me vuelve a mirar y, frunciendo el cejo, murmura:
—Yo tengo la culpa.
—En parte sí —asiento—. Ya sabes lo que me pasa cuando me pongo nerviosa.
Sin entender nada, le entrego el abultado sobre y, divertida, le digo:
—Ábrelo.
Cuando lo hace, los cuatro test de embarazo caen sobre la cama.
Boquiabierto, sorprendido y sin saber qué decir, me mira y, acercándome a él, saco la foto de Medusa que me dio la ginecóloga y murmuro:
—Felicidades, señor Zimmerman, vas a ser papá.
Su cara es un poema y, divertida al ver que no reacciona, añado:
—Eso sí, prepárate, porque yo, desde que sé que Medusa está dent...
—¡¿Medusa?!
—Así lo llamo —respondo, señalando la imagen de la foto.
Bloqueado, entiende a lo que me refiero y continúo:
—Pues eso, que desde que sé que Medusa está dentro de mí, ni duermo, ni como y tengo una mala leche que no te quiero ni contar, porque estoy asustada. ¡Muy asustada! Voy a ser mamá y no estoy preparada.
Aturdido como pocas veces lo he visto en su vida, Joe hace ademán de levantarse.
Pero ¿qué va a hacer?
Rápidamente lo paro. Si se vuelve a arrancar el suero, las enfermeras nos matan.
Nos miramos. Yo sonrío y cogiéndome de nuevo entre sus brazos, me abraza de tal manera que tengo que decir.
—Cariño..., cariño..., que me ahogas.
Me suelta, me besa y se encoge de dolor. Me abraza. Me vuelve a mirar. Mira los test y, emocionado, pregunta con voz temblorosa:
—¿Vamos a tener un bebé?
—Eso parece.
—¿Una morenita?
—¿O un rubito?
Sonríe. Está nervioso. Me mira. Me observa y vuelve a sonreír.
Durante un rato, Joe no me suelta y juntos miramos la ecografía y reímos, reímos y reímos hasta que de pronto pregunta:
—Pequeña, ¿estás bien?
Su alegría es mi alegría.
Y dispuesta a ser sincera, respondo:
—Pues no, cariño. Estoy hecha una mierda. Llevo días sin parar de vomitar, sin parar de llorar, sin parar de rascarme el cuello. Sin parar de estar asustada por Medusa. Y si a todo eso le sumas que, de pronto, mi marido no me quería y me acusaba de estársela pegando con su mejor amigo, ¿cómo quieres que esté? —Y antes de que él pueda decir nada, añado—: Perooooooo... ahora, en este instante, en este momento y estando a tu lado, estoy bien, muy... muy bien. 
Joe me vuelve a abrazar.
Está tan sorprendido con la noticia que casi no puede hablar y en un tono íntimo que sé que lo vuelve loco, murmuro:
—Que conste que, a pesar de mi embarazo, tendrás tu castigo por desconfiar de mí.
Sonríe. En ese momento se abre la puerta y, al aparecer Zayn, Joe lo mira y, pletórico de felicidad, pregunta:

—¿Quieres ser el padrino de mi Medusa?
Monse_Jonas
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Mensaje por Monse_Jonas Jue 02 Oct 2014, 11:11 pm

Chicas!!!!!! Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 5 3275125450
Aquí el capi. Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 5 477734387
Sorry por la tardanza pero estaba tan ocupada con los exámenes y esperando mis calificaciones. Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 5 2018004571
Pero en fin sali bien!!!!!!!!!!! wiii Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 5 2917199994
Espero les guste. Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 5 3590139688
Saludos. :conny:
Beshitos. Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 5 1676952631
Monse_Jonas
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Mensaje por goree! Vie 03 Oct 2014, 12:22 am

Graciias por subir :) meee encantaron los cap
goree!
goree!


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Mensaje por chelis Vie 03 Oct 2014, 5:21 pm

POR FIIIIINNN!!!.. SE RECONCILIARON Y ZAYN SERA EL PADRINO DE MEDUSITAAAA!!!.. EJEJEJEJEJE
chelis
chelis


http://www.twitter.com/chelis960

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Mensaje por Monse_Jonas Dom 05 Oct 2014, 7:47 pm

Capitulo Veinticuatro
Al día siguiente, Zayn y Norbert regresan a Alemania. Zayn tiene un par de juicios y no puede faltar.
Llamo por teléfono a Marta y Sonia y, al saber lo ocurrido se asustan y vuelan rápidamente a Londres.
Marta, al ver el estado de los ojos de su hermano, se reúne con los médicos del hospital. Al final decide esperar para ver si el tiempo o la medicación lo resuelven. De no ser así, una vez en Alemania programará una operación para drenar la sangre. Aclarado este punto, el médico nos da el alta para dos días después.
¡Bien, podemos regresar a casita!
Sonia se vuelve loca al saber que va a tener otro nieto y Marta aplaude contenta. Que la familia aumente los llena a todos de felicidad. Frida y Andrés llaman y se tranquilizan al hablar directamente con Joe, y ni que decir tiene lo alegres que se ponen al saber de mi embarazo.
Cuando llamamos a Flyn para que éste hable con su tío, no le decimos nada del embarazo ni a él ni a Simona. Norbert nos guarda el secreto hasta que regresemos.
Una de las tardes en que estoy con Joe en la habitación aparece Amanda.
Su presencia me sigue incomodando, pero reconozco que lo que hizo por mí me permitió ver que no era la persona que yo pensaba. Durante una hora, habla con Joe de trabajo y yo decido aprovechar el ratito para llamar a mi padre. Quiero darle la noticia.
Emocionada a la par que nerviosa, salgo de la habitación y marco el teléfono de Jerez. Tras dos timbrazos, es la voz de mi sobrina Luz la que me saluda:
—¡Titaaaaaaaaaaaaa!
—Hola, maestra Pokémon, ¿cómo estás?
—Pues, como diría el abuelo, jodida pero contenta.
—¡Luz!, esa boquita —la regaño.
Es tan natural, tan auténtica, que no puedo evitar sonreír.
—Hoy la profe, la Colines, me ha puesto un cuatro en un trabajo que se merecía al menos un siete.
Me río. Recuerdo quién es la Colines y respondo.
—Bueno, cariño, quizá te tienes que esforzar más.
—Esa bruja con cara de rata me tiene manía. Tita, me he esforzado mucho, pero es que en este cole son mu tiquismiquis.
—Bueno, cariño, yo creo que...
Pero de pronto hace eso que tan bien se le da a mi hermana, cambia de tema y pregunta:
—¿Cómo está el tito? ¿Está mejor?
—Sí, cariño, está cogiendo fuerzas y en unos días regresaremos a Alemania.
—¡Qué guay! ¿Y Flyn?
—En Múnich con Simona y Norbert. Por cierto, está deseando que lleguen las navidades para volver a verte.
—Qué enrollao que es el tío —suelta con su habitual desparpajo—. Dile que me voy a llevar los juegos que le dije para la Wii y que se prepare, que le voy a dar una paliza, ¿vale?
—Por supuesto, se lo diré.
—Tita, te dejo que mi madre quiere hablar contigo. ¡Qué pesada! Un beso grande, grande.
—Otro para ti, mi amor.
Sonrío. ¡Qué linda que es mi Luz!
—Cuchufleta, ¿cómo está Joe? —pregunta mi hermana, preocupada.
Cuando llamé a mi padre y a ella para contarles que Joe estaba en el hospital, querían viajar a Londres. Los paré. Sé que tanta gente a Joe lo agobiaría.
—Bien. Pasado mañana regresamos a casa. Estoy agotada.
—Ay, cuchu..., qué pena que estés tan lejos. Me encantaría espachurrearte y darte ánimos.
—Lo sé. Ya me gustaría a mí teneros cerquita. ¿Qué tal Lucía?
—Ceporra. Esta niña come mucho. Cualquier día nos come a nosotros.
Ambas reímos y canturreo:
—A que no sabes una cosaaaaaaaaaa...
—¿El qué?
—Adivina.
—¿Os venís a vivir a España?
—Nooooooo.
—¿Te has teñido de rubia?
—No.
—¿Mi cuñadísimo te ha regalado un Ferrari rojo?
—No.
—¿Qué es, cuchuuuuuu?
Divertida, me carcajeo y, deseosa de decirlo, suelto ya:
—Creo que a alguien la van a llamar tita Raquel dentro de poco.
El grito de mi hermana es ensordecedor.
Ni Tarzán en sus mejores momentos lo hubiera podido hacer mejor.
Empieza a aplaudir como loca y oigo cómo se lo dice a mi sobrina Luz. Las dos gritan y aplauden.
Me río sin poderlo remediar y entonces oigo la voz de mi padre que dice:
—¿Es cierto, morenita? ¿Es cierto que me vas a dar otro nietecito?
—Sí, papá, es cierto.
—Ojú, mi alma, me acabas de alegrar la vida. ¿Tienes fatiguita, mi niña?
—Sí, papá, una poquilla.
Su risa y su felicidad, como siempre, me hinchan el corazón. Hablo con él y con Raquel al mismo tiempo. Los dos quieren hablar conmigo y mostrarme su alegría. Mi hermana le quita el teléfono y dice:
—Cuchu..., en cuanto llegues a casa, llámame y hablamos. Tengo mogollón de cositas de Lucía que te pueden servir para los primeros meses. Oh, Dios..., oh, Dios... Tú embarazada. ¡No me lo puedo creer!
—Ni yo, Raquel, ni yo —murmuro.
Oigo un ruido y, de pronto, mi sobrina pregunta:
—Tita, ¿te puedo hacer una pregunta?
—Claro, cariño.
—¿El bebé va a salir con los ojos de Flyn?
Me entra la risa y oigo reír también a mi padre y a mi hermana. Divertida por su comentario, respondo:
—No lo sé, pichurri. Cuando nazca, lo primero que haré será mirárselos.
De nuevo ruido y forcejeos. Es mi padre.
—Morenita, ¿comes bien?
—Sí, papá. No te preocupes.
—¿Has ido ya al médico?
—Sí.
—Tu hermana me dice que si te tomas nosequé de folclórico.
Suelto una carcajada.
—Sí, papá. Dile que me tomo el ácido fólico.
—Ojú, morenita, qué contento estoy. ¡Otro nietecito!
—Sí, papá, otro nietecito.
—Ojalá sea un chicote.
Eso me hace gracia y pregunto:
—¿Y si es una niña, qué?
Mi padre suelta una carcajada y responde:
—Pues tendré otra mujercita más a la que querer y mimar, mi vida.
Ambos nos reímos y entonces dice:
—¿Joe está mejor?
—Sí, papá, está mucho mejor. En un par de días le dan el alta.
—Bien..., bien y, oye, ¿está feliz por lo del bebé?
Sonrío. Joe casi no duerme desde que lo sabe. Está continuamente preocupándose de que coma y descanse y cuando ve que vomito se pone enfermo, pero respondo:
—Joe está como tú..., encantado.
Hablamos varios minutos más y, cuando veo salir a Amanda de la habitación, me despido rápidamente de mi familia. Ella me mira y digo:
—Te acompaño hasta la puerta del hospital.
Asiente y las dos echamos a andar hacia el ascensor. Sabemos que tenemos una conversación pendiente y, cuando paramos, digo:
—Gracias por avisarme.
Amanda me mira y, retirándose su sedoso pelo de la cara, cuando entramos en el ascensor, responde:
—Enhorabuena por lo del bebé.
—Gracias, Amanda.
Entonces, mirándome, dice:
—No te avisé antes porque Joe me lo prohibió. Pero al tercer día me salté sus órdenes y lo hice. Tú tenías que saber lo que ocurría.
Asiento y sonrío. Es de agradecer el detallazo.
La tensión entre nosotras se corta con un cuchillo y, cuando llegamos a la puerta del hospital, me mira y dice:
—_____, quiero que sepas que las cosas me quedaron muy claras hace tiempo. Joe es un hombre felizmente casado y yo ahí no entro.
—Me alegra saber lo que piensas —respondo—. Eso nos facilitará la convivencia a las dos.
Sonríe y, señalando a un hombre trajeado que la espera en un impresionante Audi A8, dice:
—Te dejo. Me esperan.
Moviéndome rápidamente, me acerco a ella y le planto un beso en cada mejilla. Nos miramos y sé que el gesto que hemos tenido cada una, ella avisándome de lo de Joe y yo dándole dos besos, nos hace firmar la paz.
Después, sin moverme de la puerta del hospital, veo cómo esa tigresa rubia contonea sus caderas hasta el hombre del Audi, se sube al coche y, tras besarle en los labios, se van.
Cuando regreso a la habitación, Joe trabaja con su ordenador y sonríe al verme entrar.
Su aspecto ha mejorado y, acercándome, lo beso y murmuro:
—Te quiero.
Dos días después, regresamos a Múnich.
¡Hogar, dulce hogar!
Tener todas mis cosas a mano, mi cama y mi baño es lo que más necesito.
Cuando Flyn y Simona ven a Joe, sus caras lo dicen todo.
¡Se asustan!
Joe sonríe y yo también, mientras acaricio la cabeza de Calamar.
—Tranquilos, aunque parezca el vampiro malvado de Crepúsculo con esos ojos, ¡juro que es Joe!
Y no muerde cuellos.
Mi comentario distiende un poco el ambiente. Veo la alarma en sus caras y lo entiendo, sus ojos son como para asustarse.
Flyn, como niño que es, se acerca a su tío y, tras abrazarlo, pregunta:
—¿Se te van a poner bien o ya se te quedan así para siempre?
—Se le pondrán bien —afirmo, deseosa de recuperar su mirada.
—Eso espero —murmura Joe, abrazando a su sobrino.
Lo miro y no digo más. Sé que, aunque no diga nada, mi alemán está preocupado con el tema. Sólo hay que ver cómo él mismo se mira al espejo para percatarse de ello. No hemos hablado del asunto.
No quiero atosigarlo. Sólo espero que la medicación consiga drenar la sangre y todo se solucione.
Como dice siempre mi padre, la positividad llama a la positividad. Por lo tanto, ¡positiva!
Observo a Simona, que no puede dejar de mirar los ojos de Joe.
La entiendo.
Esto es lo que impresiona más a todos. Verlo con la pierna enyesada te hace mirarlo, pero verdaderamente lo que impacta son sus ojos completamente ensangrentados. Sin un ápice de blancura.
Rojos y azules, una extraña combinación.
Por la noche, cuando nos sentamos a cenar, les pedimos a Norbert y Simona que se sienten con nosotros en los postres. Necesitamos hablar con ellos. Y cuando les damos la buena nueva del embarazo, Flyn grita:
—¡Voy a tener un primo! ¡Cómo mola!
Joe y yo nos miramos y digo:
—Vas a ser el hermano mayor y necesitaremos que le enseñes muchas cosas.
Todos me miran. El comentario en cierto modo los sorprende y aclaro, totalmente convencida:
—Flyn es mi niño y Medusa también lo será...
—¡¿Medusa?! —preguntan al unísono Simona y Flyn.
Norbert sonríe. Joe también y yo aclaro, señalando mi plano vientre.
—Lo llamo Medusa hasta que sepa si es niña o niño. —Ellos asienten y, mirando a Flyn, que no me quita ojo, pregunto—: Tú quieres ser su hermano mayor, ¿verdad?
Él asiente y murmura con gesto asombrado:
—Guayyyyyyyyyy, mamá.
En ocasiones me llama mamá, en otras, tía, en otras, _____. Aún no ha decidido cómo hacerlo, pero a mí eso no me importa. Lo único que quiero es que me llame.
Simona, muy emocionada por todo, coge la mano de Norbert y exclama:
—¡Qué alegría! Otro niño correteando por la casa. ¡Qué alegría!
Los miro con cariño. Ellos no han tenido hijos. Meses atrás, Simona me confesó que lo intentaron durante años, pero que el destino nunca se los concedió. Sé que la noticia a ella particularmente le llega al corazón y que Medusa será como su nietecillo.
—Entonces no compramos la moto para mis clases, ¿verdad? —pregunta Flyn.
Al oírlo, suspiro. ¡La moto de Flyn! No había vuelto a pensar en ello.
Joe me mira, luego mira a su sobrino y dice:
—Ahora _____ no puede enseñarte. Con el embarazo no puede montar en moto, pero si tú quieres, este fin de semana la compramos y el primo Jurgen te enseñará.
Joe tiene razón. Ahora, ni debo ni puedo. Pero su buena disposición hacia el niño me encanta. Me parece una fantástica solución lo que propone, pero me sorprendo cuando Flyn responde.
—No. Yo quiero que me enseñe _____.
Mirándolo con cariño le explico:
—Ahora no puedo montar en moto ni correr mucho detrás de ti.
El crío me mira y pregunta:
—Pero después de tener a Medusa si podrás, ¿verdad?
Asiento. Está claro que, para él, es importante que sea yo quien le enseñe. Miro a Joe, que sonríe y, besando a mi pequeñajo en la cabeza, respondo segura de mí misma:
—Pues no se hable más. Las clases y la moto llegarán cuando Medusa ya esté durmiendo en su cuna.
Por la noche, cuando Joe y yo llegamos a nuestra habitación estamos agotados. Con cuidado, se sienta en la cama y deja la muleta a un lado. Se siente feliz por estar en casa y mirándole pregunto:
—¿Te ayudo a desnudarte?
Con una ardiente sonrisa, mi chico asiente y yo procedo.
Primero le desabrocho la camisa, se la quito y, con mimo, le toco los hombros. Madre mía, cómo me gusta. Después de eso, lo hago levantar y, sin rozarle la pierna enyesada, le bajo el pantalón del chándal negro que lleva. Al ver su prominente erección bajo el calzoncillo, murmuro:
—Oh, sí..., justo lo que necesito.
Joe se ríe y yo añado:
—Llevo demasiados días sin... y quiero... quiero... quiero.
Deseosa, acerco mi boca a la suya. Ya nos podemos besar con tranquilidad. La herida del labio ha sanado y por fin puedo ser devorada y devorar a mi marido con deleite y pasión. Acelerada en segundos por la cercanía del hombre que me tiene locamente enamorada, con cuidado me siento en sus piernas a horcajas y pregunto:
—¿Te molesta si me siento aquí? —Él niega con la cabeza y, mimosa, susurro—: Pues entonces de aquí no me muevo.
Joe besa mis labios y, colocando sus ardientes manos en mis caderas, dice:
—Seguro que no te vas a mover.
Sonrío. ¡Qué ladrón! Y, mordisqueándole los labios, respondo:
—Voy a moverme tanto que tus gemidos los van a oír hasta en Australia.
—Qué tentador —ronronea.
Dichosa por tenerlo de nuevo entre mis brazos, lo miro y digo:
—Aunque, ahora que lo pienso, creo recordar que te dije que te castigaría.
Joe se para, me mira con el semblante descompuesto y aclaro:
—Te portaste muy mal conmigo. Desconfiaste de mí y...
—Lo sé, cariño. Nunca me lo perdonaré.
No sonrío. Quiero que crea que lo voy a castigar e insiste:
—Te necesito, _____... por favor. Castígame otro día sin ti, pero hoy...
—Tú me has castigado sin ti muchos días, Joe, ¿lo has pensado?
—Sí... —Y acercando su boca a mí, implora—: Por favor, _____...
Oírlo rogar es música para mis oídos.
Lo tengo a mi merced.
Me necesita tanto como yo a él y respondo:
—El castigo debe ser acorde a tu delito.
No se mueve. Sé que eso lo está amargando. Me mira a la espera de mi siguiente comentario e, incapaz de seguir torturándolo así, digo:
—Por ello, tu castigo será satisfacerme hasta que caiga rendida.
Joe suelta una carcajada y yo sonrío. ¡Paso de castigos!
Me tienta con su boca.
Pasea sus labios por los míos y, cuando abro mi boca dispuesta a que la tome, hace eso que tanto me gusta. Saca la lengua, me chupa el labio superior, después el inferior, luego me lo mordisquea y finalmente me besa. Me devora. Me vuelve loca.
Su duro pene late bajo mi cuerpo y, poseída por el deseo, susurro:
—Rómpeme el tanga.
—Hum..., pequeña, esto se pone interesante. —Y, sin demora, hace lo que le pido.
Da un tirón seco a ambos lados de mis caderas y el tanga se desintegra.
¡Sí!
Deseosa de tenerlo dentro de mí, me incorporo. Cojo el tentador pene de mi marido y, llevándolo al centro de mi deseo, lo introduzco poco a poco y murmuro:
—Te echaba de menos.
Las manos de Joe van directas a mi trasero y me da un azote. Dos. Tres. Y, sin hablar, exige que me mueva. Obedezco y, cuando lo hago, él da un respingo, echa la cabeza hacia atrás y cierra los ojos.
Oh, sí..., disfruta..., disfruta, mi amor.
Me agarro a su cuello y, mordiéndole la barbilla con cuidado, muevo las caderas de atrás adelante y me uno a sus jadeos. Me empalo una y otra vez en la verga de mi alemán, sin resuello, mientras mi cuerpo se eriza por lo que esto me hace sentir.
Mis hormonas, mi cuerpo y yo pedimos más. Joe, consciente de lo que quiero, a pesar de que no se puede mover con su pierna escacharrada, me agarra por las caderas y, parando mi ritmo, murmura:
—Déjame cumplir mi castigo, pequeña.
Eso me desconcierta, no quiero parar. De pronto, da un giro seco a mis caderas que me empala más en él y me hace gritar. Sonríe. Sabe que me gusta y repite la operación. Esta vez gritamos los dos. Su seco movimiento profundiza más en mi cuerpo. Siete, ocho, nueve veces lo repite y, cuando el éxtasis nos llega, tras tantos días de sequía, nos dejamos llevar.
Una hora después, abrazada a él en la cama, me estoy quedando dormida cuando dice:
—_____...
—¿Qué?
—Fóllame.
Abro los ojos de golpe y, volviéndome hacia él, lo miro y explica:
—Te lo haría yo a ti cariño, pero mi pierna no me deja y quiero continuar con mi castigo.
Miro el reloj, las 00.45.
Es tardísimo para los alemanes y, divertida, pregunto:
—¿Estás juguetón?
Mi chico sonríe y, tocándome las caderas, contesta:
—Te he añorado mucho estos días y necesito recuperar el tiempo perdido.
Sonrío y rápidamente me reactivo. Abro la mesilla, cojo el neceser donde hay varios de nuestros juguetitos y digo:
—Me quitaré el tanga antes de que me lo rompas. Dos en una noche son muchos. —Oigo la risa de Joe cuando pide:
—No enciendas la luz.
—¿Por qué?
—Quiero oscuridad para fantasear.
Sonrío, me quito el tanga y me siento sobre él en la cama. Le bajo el pijama y, al ver en la oscuridad cómo está aquello de revolucionado, murmuro:
—Vaya... vaya... vaya, señor Zimmerman, está usted muy pero que muy necesitado.
Joe sonríe.
—Demasiados días sin ti, señora Zimmerman.
—¿Ah, sí? —Y, tras empalarme totalmente en el erecto miembro de mi marido, susurro, acercando mi boca a la suya—: Tu culpa fue no confiar en mí.
El cachete que Joe me da en el trasero suena sordo y seco. Después, con sus grandes manos me aprieta el culo y murmura:
—Pídeme lo que quieras, pequeña, pero fóllame.
El momento tan íntimo...
Su voz...
Y la oscuridad de la habitación... nos enloquecen más.
Tumbado en la cama, lo tengo a mi merced y deseosa de jugar con él. Quiere fantasear. Yo también y, acercándome a su oído, murmuro:
—Una pareja nos observa. Quiere vernos jugar.
—Sí.
—A la mujer le gusta ver cómo me chupas los pezones y él quiere —digo, poniéndole algo en la mano— que le enseñes mi trasero y luego introduzcas la joya anal.
Joe entra en el juego. ¡Le encanta!
Su respiración se vuelve más profunda, más sibilante, mientras se deleita chupándome los pezones. Oh, sí... los tengo tan sensibles que la mezcla de gusto y dolor me encanta. Sin soltarme los pezones, me agarra de las cachas del culo, me las separa y, soltándome los pezones, murmura:
—Dejemos que el hombre mire tu precioso culito.
—Sí —susurro yo.
—Le encanta tu trasero, pequeña. Lo mira. Lo disfruta. Y lo desea.
—Sí...
—Pero le gusta ver cómo te penetro con fuerza.
Un fuerte empellón hace que yo jadee y le muerda el hombro, mientras él añade:
—La mujer se muere por chupar tus bonitos pezones. La boca se le hace agua y con su mirada me pide que te suelte para que ella disfrute.
—No, no me sueltes. Sigue disfrutando tú de mí y luego entrégame a ella.
Mi respiración al decir eso cambia. Lo que mi chico dice me excita tanto como a él. Vuelve a darme otro azote en el trasero y, arqueando la espalda, murmuro:
—Así te gusta que lo muestre.
—Arquéate más, pequeña...
Lo hago, mientras siento cómo mi cuerpo se estremece ante nuestro morboso juego. Nos gusta hablar. Nos gusta imaginar. Nos gusta el sexo e, introduciéndome la joya anal en la boca, Joe susurra:
—Chúpalo, vamos..., chúpalo.
Hago lo que me pide, mientras mi mente imagina que dos personas nos miran y disfrutan de nuestro íntimo momento. Mis pezones, duros e hinchados, son succionados por Joe mientras yo chupo la joya anal. La intensidad de mis lametazos es la misma que Joe emplea en mí, hasta que dice:
—Voy a introducir lo que deseas y desean.
Excitada y enloquecida por nuestro juego verbal, me arqueo mientras Joe pasea la joya por mi columna lentamente hasta llegar al agujero de mi ano. Está seco. No me ha puesto lubricación y murmura mientras lo introduce:
—Así, pequeña..., así...
Jadeo al notar la presión que eso ejerce en mí, pero mi cuerpo deseoso lo acepta. Cuando la joya está en mi interior, Joe la mueve y yo gimo mientras mis duros pezones chocan contra su pecho y lo oigo decir:
—Te voy a follar y después, cuando yo esté saciado de ti, te entregaré a ellos. Primero a la mujer y después al hombre. Abriré tus piernas para que ellos tengan acceso y tú me entregarás tus jadeos, ¿de acuerdo?
—Sí..., sí... —gimo enloquecida, mientras me aprieta contra él y siento que me va a partir en dos.
—Tus piernas no se cerrarán en ningún momento. Dejarás que ella tome de ti lo que desea, ¿lo harás?
—Sí..., lo haré.
El tono de mi voz, las fantasías de ambos y el deseo crean el ambiente que ambos buscamos. Le pongo las manos en su duro pecho y me empalo una y otra vez en él, mientras Joe me tiene agarrada por la cintura y me aprieta con fuerza para dar más profundidad.
Nuestro lado salvaje vuelve a resurgir y, sin parar, como posesos, una y otra vez nos damos lo que ambos buscamos hasta llegar al clímax.
Esa noche somos insaciables y, tras una última vez más, cuando decidimos descansar, murmuro entre sus brazos:
—Quiero que cumplas tu castigo todas las noches.
Joe me besa y, con una de sus grandes manos, comienza a tocarme el pelo.
—Duerme, diosa del sexo.
Monse_Jonas
Monse_Jonas


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Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 5 Empty Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por Monse_Jonas Dom 05 Oct 2014, 7:49 pm

Capitulo Veinticinco
Cuando me despierto a la mañana siguiente, nada más abrir el ojo, mi estómago se contrae como cada día y tengo que salir disparada al baño.
Joe, que está en la cama conmigo, va detrás de mí todo lo rápido que puede con el yeso en la pierna y, cuando ve que estoy vomitando, me agarra con fuerza.
Cuando las náuseas pasan, me siento en el baño y, mirándole, murmuro:
—Esto es horroroso... Medusa me mata.
El pobre, que ha cogido una toalla y la ha mojado con agua, me la pasa por la cara y, con todo el cariño del mundo, dice:
—Tranquila, pequeña. Pronto pasará.
—Yo... no voy a poder con esto... No puedo.
—Sí puedes, cariño. Vas a tener un bebé precioso y te olvidarás de todo.
—¿Estás seguro?
Joe clava su peculiar mirada ensangrentada en mí y contesta:
—Segurísimo. Va a ser una niña morenita como tú, ¡ya lo verás!
—Y te dará mucha guerra, como yo —apostillo.
Sonríe, me da un beso lleno de amor en la punta de la nariz y murmura:
—Si lo hace con tu gracia, me encantará.
Sin ganas de dramatizar, asiento y finalmente sonrío. Mi chico es maravilloso y hasta en un momento así me hace olvidar lo mal que me encuentro y consigue que sonría.
He leído que los vómitos suelen durar sólo los tres primeros meses y ésa es mi esperanza, ¡que se acaben!
Una vez el color regresa a mi rostro, Joe sale del baño y decido darme una ducha. Me desnudo y, cuando me quito el tanga, parpadeo. ¡Sangre!
¡Oh, Dios mío!
Rápidamente, llamo a Joe, nerviosa.
Él, a pesar de su escayola, en cero coma un segundo ya está en el baño y, mirándolo asustada, susurro:
—Tengo sangre.
—Vístete, cariño. Vamos al hospital.
Como una autómata, salgo del cuarto de baño y me visto a toda prisa. Joe lo hace antes que yo y, cuando bajo, Norbert y él me esperan y Simona, dándome un beso, me dice:
—No te preocupes. Todo estará bien.
En el coche, Joe me coge las manos. Las tengo frías. Estoy asustada. Las pérdidas de sangre no son buenas cuando una está embarazada.
¿Y si he perdido a Medusa?
Cuando llegamos al hospital, Marta nos espera en la puerta con una silla de ruedas. Hacen que me siente en ella y, a toda pastilla, me llevan a urgencias. Una vez allí, impiden entrar a Joe. Marta se queda con él y yo me voy con unos médicos.
Tengo miedo.
Me hacen cientos de preguntas y yo respondo, aunque ni yo misma me entiendo. Nunca he querido estar embarazada, pero Medusa de pronto significa mucho para mí. Para Joe. Para los dos.
Me preguntan si he estado nerviosa por algo últimamente. Asiento. No les cuento mi vida, pero la tensión sufrida puede haber ocasionado esto. Me tumban en una camilla y me hacen una ecografía. En silencio y con la respiración acelerada, observo cómo dos médicos con semblante serio miran el monitor. Quiero que todo esté bien. Al final, tras valorar lo que ellos creen pertinente, me miran y uno de ellos dice:
—Todo está bien. Tu bebé sigue contigo.
A llorar se ha dicho.
Lloro, lloro y lloro.
Creo que me van a nombrar la llorona general de Alemania.
Cinco minutos después, dejan entrar a Joe. Se le ve preocupado y muy tenso. Al verme, me abraza. Estoy tan emocionada que no puedo decir nada, salvo llorar, y los médicos son quienes le explican que todo está bien. Besándome en la cabeza, Joe me acuna y murmura:
—Tranquila, campeona. Nuestro bebé está bien.
Asiento y me tranquilizo por segundos.
Diez minutos después, antes de mandarnos para casa, uno de los médicos nos da un informe y nos dice que si no sangro, vaya a mi revisión normal con la ginecóloga. Añade que de momento tengo que hacer reposo. Joe asiente y yo suspiro. No quiero ni pensar lo pesadito que se va a poner ahora con eso del reposo.
Como ya imaginaba, nada más llegar a casa me manda a la cama. En ese momento ni lo dudo. Tras el susto que me he dado estoy agotada y, al poner la cabeza en la almohada me quedo frita. Cuando me despierto y voy a levantarme, veo que Joe está a mi lado. Se ha subido el portátil y está trabajando en la habitación. Al verme, rápidamente deja el ordenador y, besándome, pregunta:
—¿Estás bien, pequeña?
—Sí, perfectamente.
—Han llamdo Frida y Andrés. Te mandan besos y se alegran de que todo vaya bien.
—¿Y cómo se han enterado ellos?
Joe sonríe y, besándome la punta de la nariz, contesta:
—Zayn.
Voy al baño. Joe me acompaña y, cuando veo que ya no sangro, me relajo. Cuando vuelvo a la cama, él se tumba a mi lado y murmura:
—Me siento culpable de lo que ha pasado.
—¿Por qué?
Joe mueve la cabeza y responde:
—He sido el culpable de toda la tensión que has sufrido. Por mi culpa casi perdemos a nuestro bebé. Además, anoche te pedí demasiado y...
—No digas tonterías —lo corto—. Los médicos han dicho que a veces pasa esto. Y en cuanto a lo de anoche, no empieces a martirizarte con algo que no sabes.
Iceman asiente, aunque lo conozco y sé que se culpará siempre por ello. Yo decido no darle más vueltas al tema. Lo pasado, pasado está. Ahora sólo hay que mirar al futuro. Como dice mi padre: “para atrás no se mira ni para coger impulso”.
Ese día no me deja levantar y al día siguiente, cuando me despierto, insiste en que me quede en la cama. Durante la mañana me entretengo como puedo, veo Locura Esmeralda con Simona, hablo por Facebook con mis amigas las guerreras, pero por la tarde ya no puedo más y, cuando Flyn llega del colegio, me levanto. Cuando Joe me ve en la cocina se le descompone el gesto. No le gusta verme allí y, antes de que diga algo, suelto con el cejo fruncido:
—Reposo es tranquilidad. No estar metida en la cama las veinticuatro horas del día. Por lo tanto, no me estreses ni me pongas nerviosa, ¿entendido?
No dice nada. Se contiene y, cuando una hora después me ve correr hacia el baño, al salir me coge en brazos y dice:
—A la cama, pequeña.
Protesto y me quejo, pero da igual. Me lleva a la cama.
Los siguientes días son parecidos. Reposo, reposo y reposo.
Una semana después estoy del reposo hasta el gorro.
Mi familia, avisada por Joe, se entera de lo ocurrido. Papá se empeña en venir a Alemania para cuidarme. Como puedo, lo convenzo de que no hace falta. Me muero de ganas de verlo y abrazarlo, pero sé que él, Raquel y Joe, los tres juntos, me pueden volver loca con sus cuidados, y me niego.
Al final, papá y Raquel llaman todos los días y por sus voces sé que se tranquilizan cuando me oyen reír.
Desde México llaman Dexter y Graciela, y me alegro de corazón al saber que lo suyo va viento en popa. Según me cuenta Graciela, Dexter duerme con ella todas las noches y le ha dicho a todo el mundo que es su prometida. No me quiero ni imaginar la alegría que tendrá la madre de Dexter.
Con el paso de los días, Joe parece entender que estoy hasta el moño de estar en la cama y acepta que vaya de ahí al sofá del salón y viceversa. ¡Es un gran paso!
Según él, hasta que me vea de nuevo la ginecóloga no aceptará nada más. Incluso se niega a tocarme más allá de lo que no sean dulces caricias y besos. Eso en un principio me hizo gracia, pero ahora no. Estoy que trino.
Hablamos mucho de Medusa. ¿Será una morenita? ¿Será un rubito? Le horroriza que lo llame Medusa, pero al final claudica, al entender que lo hago con cariño y que soy incapaz de llamarlo de otra forma.
Todas las noches, en la intimidad de nuestra habitación, Joe me besa la tripita y eso me pone tontorrona. ¡Qué lindo es! El amor que destila por todos los poros de su piel es tan grande que sólo puedo sonreír.
Una de las noches, cuando estamos los dos en la cama, tras nuestro rato de tonteo me abrazo a él y murmuro:
—Te deseo.
Joe sonríe y me da un casto beso en los labios.
—Y yo a ti, cariño, pero no debemos.
Lo sé. Tiene razón. Pero deseosa, murmuro:
—No hace falta que me penetres...
Levantándose de la cama, se aleja de mí.
—No, cariño. Mejor no tentemos a la suerte. —Mi cara se lo tiene que decir todo y añade—: Cuando tu doctora nos dé el visto bueno, todo volverá a la normalidad.
—Pero Joe..., todavía quedan dos semanas para que vaya a la ginecóloga.
Divertido por mi insistencia, abre la puerta y, antes de salir de la habitación, dice:
—Pues ya queda menos, morenita. Toca esperar.
Cuando me quedo sola, suspiro frustrada. Mis hormonas revolucionadas quieren sexo y está claro que esa noche no lo voy a conseguir.
Los días pasan y a Joe le quitan el yeso de la pierna. Eso me hace feliz y a él más. Poder recuperar su movilidad e independencia es un descanso.
Una tarde, tras pegarme una siesta de tres horas, Joe me despierta dándome infinidad de besos.
Eso me encanta. Me espachurro contra él y, cuando voy a lanzarme al ataque, me para y murmura:
—No, pequeña... No debemos.
Eso me despierta por completo y gruño. Joe sonríe y, cogiéndome en brazos dice:
—Ven. Flyn y yo queremos enseñarte algo.
Me baja por la escalera mientras yo sigo con cara de mala leche. No tener sexo me está matando.
Pero cuando abre las puertas del salón y veo lo que los dos han hecho por mí, me emociono.
Mi pequeño pitufo gruñón exclama:
—¡Sorpresa! Es Navidad y el tío y yo hemos puesto el árbol de los deseos.
Cuando Joe me deja en el suelo, me tapo la boca con las manos y, sin poder remediarlo, lloro. Me echo a llorar como una tonta y, ante el gesto de sorpresa de Flyn, que no entiende nada, Joe rápidamente me sienta en una silla.
Ante mí está el árbol de Navidad rojo que el año anterior nos costó tantos enfados. Sin dejar de llorar lo señalo. Quiero hablar para darles las gracias y decirles que es precioso, pero las lágrimas no me dejan. Entonces, mi niño dice:
—Si no te gusta, podemos comprar otro.
Eso me hace llorar aún más. Lloro, lloro y lloro.
Joe, tras besarme en la cabeza, mira a su sobrino y le explica:
—_____ no quiere otro. Éste le gusta.
—¿Y por qué llora?
—Porque el embarazo la hace estar muy sensible.
El crío me mira y me suelta en las narices:
—Pues vaya rollazo.
Lo que han hecho es algo tan bonito, tan precioso, tan emotivo que no puedo reprimir las lágrimas.
Imaginar a mis dos chicos, solitos, adornando el árbol para mí me pone la carne de gallina y me emociona.
Joe se agacha y, a diferencia de Flyn, entiende lo que me pasa y, secándome las lágrimas que corren por mi cara con las manos, dice:
—Flyn y yo sabemos que es tu época preferida del año y hemos querido darte esta sorpresa.
Sabemos que prefieres este árbol a un abeto, que tarda mucho en crecer, y mira —me señala unas pequeñas hojas de papel que hay sobre la mesa—, tienes que apuntar ahí tus deseos para que los podamos colgar.
—Y estas otras hojas —prosigue Flyn—, son para que cuando venga la familia escriban sus deseos y los cuelguen también en el árbol. ¿A que es una buena idea?
Tragándome las lágrimas, asiento y, con un hilillo de voz, murmuro:
—Es una estupenda idea, cariño.
El niño aplaude y me da un abrazo. Joe, al vernos tan unidos, asiente y en su boca leo que me dice: “Te quiero”.
Al día siguiente vamos a la consulta de Marta en el hospital. Toca revisión de la vista de Joe. En un principio, él se niega a que yo vaya, debo seguir en reposo. Pero claudica cuando le tiro un zapato a la cabeza y le grito que o voy con él o voy yo sola en un taxi detrás.
Sus ojos siguen encharcados de sangre. No mejoran ni con la medicación ni con el tiempo. Marta, tras valorarlo con otros compañeros de profesión, decide programar la cirugía para drenar la sangre para el 16 de diciembre.
Tengo miedo y sé que Joe tiene miedo. Pero ninguno de los dos decimos nada. Yo por no preocuparlo y él por no preocuparme a mí.
El día de la operación me tiembla todo. Insisto en acompañarlo y no se niega. Me necesita. Sonia, su madre, viene con nosotros también. Cuando llega el momento de separarnos, Joe me da un beso y murmura:
—No te preocupes, todo saldrá bien.
Asiento y sonrío. Quiero que me vea fuerte. Pero cuando desaparece, Sonia me abraza y hago lo que tan bien se me da últimamente, ¡llorar!
Como todos queríamos, la cirugía es un éxito y Marta insiste en que Joe pase una noche hospitalizado. Él se niega, pero cuando me pongo como una fiera, claudica e incluso acepta que me quede para hacerle compañía.
Esa noche, cuando los dos estamos en silencio, dice en la oscuridad:
—Espero que nuestro bebé no padezca el problema de mis ojos.
Nunca había pensado en ello y me entristece saber que Joe ya lo ha tenido en cuenta. Como siempre, él lo calibra todo.
—Seguro que no, cariño. No te preocupes ahora por eso.
—_____..., mis ojos siempre nos van a dar problemas.
—Yo también te los voy a dar siempre. Y ni te cuento cuando tengas a Medusa. ¡Guauuu!, prepárate, Zimmerman.
Lo oigo reír y eso me reconforta. Necesito que sonría.
Deseosa de abrazarlo, me levanto de mi cama, me tumbo en la de él y digo:
—Tienes un problema en la vista, cariño, y con eso vamos a vivir siempre. Yo te quiero, tú me quieres y vamos a poder con ese problema y con todos los que se nos presenten. No quiero que te agobies por ello ahora, ¿de acuerdo?
—De acuerdo, pequeña.
Intentando desviar el tema, añado:
—Cuando Medusa llegue, no pienses que te vas a escaquear de cuidarlo por tus puñeteros ojos. Oh, no, listillo, ¡ni lo sueñes! Pienso tenerte al pie del cañón desde el primer día que nazca hasta que se vaya a la universidad o se haga hippy y quiera vivir en una comuna, ¿entendido, campeón?
Joe sonríe, me besa en la cabeza y contesta:
—Entendido, campeona.
Pasados dos días, sus ojos vuelven a ser poco a poco lo que eran y yo estoy feliz por eso y porque mi familia viene a pasar las navidades con nosotros.
Pero a pesar de mi felicidad, estoy hecha una mierda. No paro de vomitar, estoy más delgada que en toda mi vida. La ropa se me cae, nunca tengo hambre y sé que mi estado trae a Joe por la calle de la amargura. Lo veo en su mirada. Sufre cuando me ve correr al baño y ni te cuento cuando me sujeta la frente.
Mis hormonas están descontroladas y tan pronto río como lloro. No me reconozco ni yo.
El 21 de diciembre vamos al aeropuerto a buscar a mi familia. Que pasen la Navidad con nosotros me llena de alegría y felicidad. Pero cuando mi padre y mi hermana me ven, sus caras lo dicen todo, aunque callan. Sin embargo, mi sobrina, al darme un beso, pregunta:
—Tita, ¿estás malita?
—No, cariño, ¿por qué?
—Porque tienes una pinta horrorosa.
—Vomita mucho —aclara Flyn—. Y eso nos tiene preocupados.
—¿La cuidáis bien? —pregunta Luz.
—Sí. Todos cuidamos bien a mamá.
Sorprendida, mi sobrina lo mira y pregunta:
—¿La tita es tu mamá?
Él me mira y yo le guiño un ojo.
—Sí, la tía _____ es mi mamá —responde.
—Cómo molaaaaaaaaa —murmura Luz, mirándolo.
Los niños y su sinceridad.
El 24 de diciembre celebramos la Nochebuena todos juntos. Mi familia está feliz. Escriben sus deseos y los cuelgan en el árbol. Joe sonríe y yo disfruto como una loca por tenerlos a todos reunidos.
El embarazo me mata. No me deja vivir.
Por no retener en el cuerpo, no retengo ni el jamoncito rico que ha traído mi padre. Me lo como con deleite, pero poco después me abandona, como todo últimamente. Eso sí, en cuanto me repongo, el jamón vuelve a mí.
¡Para cabezona yo!
Mi hermana, en su afán de tranquilizarme, me confirma que las náuseas desaparecerán pasados los tres primeros meses.
—Eso espero, porque Medusa...
—Cuchufleta, ¡no lo llames así! Es un bebecito y se puede ofender si lo llamas con ese nombre.
La miro y al final me callo. Mejor.
Luego miro a mi padre y a Joe jugar al tenis de la Wii con Flyn y Luz. ¡Qué bien se lo pasan!
—Ay, cuchu, todavía no puedo creer que vayas a ser mamá.
—Ni yo... —resoplo.
Raquel comienza a hablar de embarazos, estrías, pies hinchados, manchas en el cutis y a mí me están dando los siete males. ¿Todo eso me va a ocurrir? La escucho. Proceso la información y, cuando no puedo más, hago eso que ella hace tan bien y, desviando el tema, pregunto:
—Bueno, ¿no me vas a contar nada de tu rollito salvaje?
Raquel sonríe y, acercándose más a mí, cuchichea:
—La noche en que quedé con Juanín, el de la ferretería, al regresar estaba esperándome en el callejón de al lado de casa.
—Pero ¿qué me dices?
Asiente y prosigue:
—Estaba celoso, cuchu.
—Normal.
—Y discutimos. Eso sí, muy bajito para que nadie nos oyera.
Sonrío y añado, al ver a mi sobrina gritar como una posesa al ganar a la Wii:
—Si te fuiste con otro, es normal que estuviera celoso. Yo en su lugar habría liado la de Dios si, tras pedirte la mano, me la niegas y luego te vas con otro.
Mi loca hermana suelta una carcajada. Qué felicidad veo en su rostro. Yo también me río y de pronto susurra acercándose a mí:
—Me acosté con él. Por cierto, qué incómodo es hacerlo en un coche. Menos mal que luego nos fuimos a Villa Morenita.
Alucinada y boquiabierta, voy a decir algo cuando la soñadora de mi hermana añade:
—Es tan caballero, tan hombre, que me vuelve loca.
—¿Te acostaste con él?
—Sí.
—¿En serio?
—Que sí.
—¡¿Tú?!
Raquel me mira y, ordenándome que baje la voz, dice:
—Por supuesto que yo. ¿Acaso te crees que soy asexual como una almeja? Oye, una tiene sus necesidades y Juan Alberto es un tipo que me gusta. Claro que me acosté con él. Pero no te lo conté porque quería decírtelo en persona y asegurarte que no soy ninguna zorrasca.
—Pero ¿desde cuándo haces tú esas cosas?
Mi hermana me mira, levanta las cejas y responde:
—Desde que me he vuelto moderna.
Nos reímos y continúo:
—Pero vamos a ver, ¿no dices que habíais discutido?
—Sí, pero cuando salió del coche y me arrinconó contra él, oh, Dios... ¡Oh, Dios cuchu lo que me entró por el cuerpo!
Me lo imagino. Pienso en las reconciliaciones con Joe y suspiro.
—Y cuando me besó y dijo con su acento “No me importaría ser tu esclavo si tú fueras mi dueña”, ya no pude más y fui yo quien lo arrastró al interior del coche y se lanzó.
De nuevo me troncho de risa.
No puedo remediarlo.
Mi hermana me mata y repito patidifusa:
—¿Que te lanzaste?
—Oh, sí... Allí, en el callejón mismo, hice la locura del siglo. Me desollé la pierna izquierda con la palanca de cambios, pero ¡¡¡madre míaaaaaaaaaaaaaaaaaa!! Qué momentazo y qué bien me sentó.
Llevaba sin sexo desde el cuarto mes de embarazo de Lucía y, cuchu..., fue alucinante.
Me parto. Joe me mira y sonríe. Le gusta verme feliz.
Mi hermana prosigue:
—Cuando terminamos, no me dejó bajarme del coche y condujo como un loco hasta tu casa. Como te dije, papá le dejó las llaves y, cuando entramos...
—Cuenta... cuenta...
Dios... me estoy volviendo loca. La falta de sexo me hace indagar en el de mi hermana. Ella se sonroja, pero sin poder parar, continúa:
—Hicimos el amor en todos los lados. Sobre la mesa del comedor, en el porche, en la ducha, contra la pared de la despensa, en el suelo...
—Raquel... —murmuro alucinada.
—Ah... y en la cama. —Y al ver mi cara de asombro y guasa, añade—: Ay, cuchufleta, ese hombre me posee de una manera que nunca pensé que yo probaría. Pero cuando estamos juntos y lo hacemos, literalmente ¡me vuelvo una loba!
La sinceridad de mi hermana es aplastante y mi necesidad de sexo, elocuente. Escucharla me sube la libido y susurro:
—Qué envidia me das.
—¿Por qué? —Y al entenderlo, confiesa—: Cuando me quedé embarazada de Luz, Jesús estuvo sin tocarme cuatro meses. Le daba miedo dañar al bebé.
Eso me hace sonreír. Quizá lo que le pasa a Joe no es tan raro y pregunto:
—Y cuando tenías relaciones embarazada, ¿todo bien?
—Alucinante. El deseo es devastador, pues las hormonas se me revolucionaban a unos niveles que yo misma me asustaba. Eso sí, cuando me quedé embarazada de Lucía, como me pilló el divorcio por medio, me lo pasé pipa con Superman.
—¿Y quién es Superman?
—El consolador que el tonto de mi ex me regaló. Gracias a él, conseguí no volverme tarumba.
Estoy cada vez más bloqueada por las cosas que mi hermana dice. Ella me mira y suelta:
—Hija, ni que te hubiera dicho que me metí la bombona del butano o que había participado en una orgía. Qué antigua eres.
Su comentario me hace reír a carcajadas. Si ella supiera.
Dos días después, llega el famoso momento de mi visita con la ginecóloga. Todos quieren acompañarme, pero insisto en que sólo quiero que venga Joe. Mi padre y mi hermana lo entienden y se quedan con los niños en casa.
Le llevo a mi doctora todas las pruebas que me mandó la primera vez que fui, incluida mi visita a las urgencias del hospital. Estoy nerviosa, expectante. Con gesto profesional, ella lo mira todo y, cuando me hace la ecografía, ante el semblante serio de Joe, dice:
—El feto está bien. Su latido es perfecto y las medidas correctas. Por lo tanto, ya sabes, sigue tu vida con normalidad, tómate las vitaminas y te veo dentro de dos meses.
Joe y yo nos miramos y sonreímos.
¡Medusa está perfecta!
Cuando me limpio el gel de la barriga y regresamos al despacho, donde la doctora escribe en el ordenador, digo:
—Quisiera preguntarle una cosa.
La mujer deja de teclear.
—Tú dirás.
—¿Los vómitos desaparecerán?
—Por norma, sí. Al acabar el primer trimestre, el feto se asienta y supuestamente las náuseas desaparecerán.
Estoy por dar palmas con las orejas. Joe me mira, sonríe, y yo vuelvo a preguntar:
—¿Puedo tener relaciones sexuales plenas?
La cara de mi marido es ahora un poema. Le da corte que pregunte eso. La doctora sonríe, me mira
y responde:
—Por supuesto que sí, pero durante un tiempo con cuidadito, ¿entendido?
Cuando salimos de la consulta, Joe está serio y, cuando nos subimos al coche, no aguanto más la tensión y digo:
—Venga, va, ¡protesta!
Explota como una bomba y cuando acaba, lo miro y respondo:
—Vale..., comprendo todo lo que dices. Pero entiende, cariño, que una no es de piedra y que tú eres una tentación perpetua. —Sonríe y, acercándome a él, añado—: Tus manos me incitan a querer que me toques, tu boca a querer besarla y tu pene, ¡oh, Diossssssssss! —digo, tocándoselo por encima del pantalón—, me incita a querer que juegues conmigo.
—Para, _____..., para.
Me entra la risa. Él sonríe también y, dándome un beso, dice:
—Te aseguro que si a ti yo te incito a todo eso, ni te quiero contar lo que tú me haces a mí.
—Hummmm, esto se pone interesante.
—Pero...
—Uy... los “peros” nunca me han gustado.
—Hay que ir con tranquilidad para que no nos volvamos a asustar.
—Te doy toda la razón —asiento—. Pero...
—Vaya, tú también tienes un ¡pero! —se ríe Joe.
—... pero quiero jugar contigo.
Él no responde, pero sonríe. Eso es buena señal.
Monse_Jonas
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Mensaje por Monse_Jonas Dom 05 Oct 2014, 7:51 pm

Chicas les dejo estos dos capis espero les gusten
Saludos!!
Gracias por comentar.
Monse_Jonas
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Mensaje por mfsuarez09 Miér 08 Oct 2014, 8:12 pm

Medusa❤ que bueno que esta bien, siiguela me encanta!!
mfsuarez09
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Mensaje por chelis Jue 09 Oct 2014, 5:28 pm

que susto que nos dio!!!!!!..... lo bbueno es que están bien todos!!!
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Mensaje por goree! Miér 15 Oct 2014, 11:01 pm

Yo deseo con ansias que la sigas !!
goree!
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Mensaje por chelis Vie 17 Oct 2014, 5:47 pm

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Mensaje por goree! Lun 20 Oct 2014, 12:05 am

Siguelaa
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