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Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN

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Mensaje por chelis Vie 05 Sep 2014, 3:48 pm

que pasara con la rayiiiiissss!!?????
que hara joeee????
chelis
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Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 4 Empty Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por aranzhitha Miér 10 Sep 2014, 10:45 pm

Hola, lo siento por no pasarme más seguido es que la escuela me absorbe por completo y como voy a hacer ejercicio tengo menos tiempo para comentar, pero todavía sigo leyendo la novela, para que no dejes de subirla! Tratare de comentar más
aranzhitha
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Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 4 Empty Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por chelis Jue 11 Sep 2014, 6:04 pm

Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 4 2686721104 Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 4 2686721104 Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 4 2686721104 Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 4 2686721104 Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 4 2686721104 Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 4 2686721104 Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 4 2686721104 Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 4 2686721104
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Mensaje por Monse_Jonas Vie 12 Sep 2014, 9:59 pm

Capitulo Diecinueve
Tres días después, me vuelvo a encontrar mal.
Debo de estar cogiendo la gripe que Flyn está soltando.
Me duele la cabeza y sólo me apetece dormir, dormir y dormir.
Pero no puedo. Frida llamó ayer para venir a visitarnos. Andrés y ella tienen algo que decirnos y, por su voz, debe de ser algo muy emocionante. Me dijo que había avisado también a Zayn. Así pues, me tomo un paracetamol y los espero.
Laila entra en la cocina y, al ver que me tomo la pastilla, pregunta:
—¿Te encuentras mal?
Mi relación con ella no es fría sino congelada y, mirándola, respondo:
—No.
Ella asiente y yo añado:
—Por cierto, esta tarde vendrán unos amigos y...
—¿Ah, sí, quiénes?
Me molesta su interés. ¿Y a ella qué le importa?
Y dispuesta a que entienda mi indirecta muy directa, respondo:
—Unos amigos de Joe y míos. Por lo tanto, te rogaría que no entraras en el salón mientras estemos reunidos con ellos.
Toma ya. ¿Se puede ser más borde?
Laila me mira. No le ha gustado nada lo que ha oído y dice:
—Iré a recoger a Flyn.
—No. No vayas. Ya va Norbert.
—Lo acompañaré.
Una hora más tarde, el primero en llegar es Zayn, tan guapo como siempre. Nos damos un abrazo y, agarrándole por el brazo, entro con él en el salón. Con el rabillo del ojo, observo que Laila nos mira desde la cocina.
¡Ea, guapa..., ahí te quedas!
Al entrar en el salón, cierro la puerta corredera y Zayn pregunta:
—Te ocurre algo, ¿verdad?
Asiento, me toco la cabeza y contesto:
—Creo que Flyn me ha pegado su resfriado.
Zayn sonríe y, al ver mi gesto, dice:
—Deberías estar en la cama, preciosa.
—Lo sé, pero quiero saber qué es eso que quieren comentarnos Frida y Andrés.
Él asiente y contesta:
—Si tardan mucho en venir, yo mismo te meteré en la cama, ¿entendido?
Sonrío y le doy un puñetazo en el hombro.
Diez minutos después, llegan Frida y Andrés con el pequeño Glen, que ya corretea y es un trasto.
El último en llegar es Joe, que, al vernos a todos reunidos, sonríe, me besa y pregunta:
—¿Estás bien, cariño?
—Estoy algo congestionada. Creo que Flyn me pegó el trancazo.
Tras negar con la cabeza con preocupación, saluda a sus amigos y coge a Glen en brazos para besuquearle el cuello. El niño se parte de risa y a mí me entran los calores cuando mi maridito me mira y lo entiendo.
Veinte minutos más tarde, Flyn entra en el salón. Zayn, al verlo, lo coge en brazos y, como con Glen, durante un rato todos le hacemos caso. Eso al crío le encanta.
Cuando Simona entra con una jarra de limonada y cervezas, se empeña en llevarse a Glen y Flyn para darles de merendar. Cuando la mujer desaparece con los dos niños, todos nos sentamos en los sofás y Zayn, al que no paran de llegarle mensajitos al móvil, pregunta:
—Bueno, ¿qué es eso que nos tenéis que contar?
Frida y Andrés se miran, sonríen y yo digo:
—No me digáis que esperáis otro bebé...
—¡Enhorabuena! —Aplaude Joe—. Los próximos, nosotros.
—Lo llevas claro, Iceman —me mofo divertida.
Frida y Andrés sueltan una carcajada y niegan con la cabeza. Eso me desconcierta y él dice entonces:
—Nos marchamos a vivir a Suiza.
—¡¿Cómo?!
Frida me mira y, cogiéndome las manos, explica:
—Ha surgido una buena oportunidad laboral para Andrés en un hospital y hemos aceptado.
—¿Es lo que llevas esperando hace tiempo? —pregunta Joe.
Andrés asiente y Zayn dice:
—Eso es fantástico. Enhorabuena.
Mientras lo felicitan, Frida me comenta que Andrés y ella están emocionados ante ese nuevo reto en sus vidas y yo asiento como un muñequito, a pesar de la tristeza que siento.
—Gracias, colegas —ríe Andrés—. Ya me había olvidado de todo, cuando, hace una semana, me llamaron y me lo propusieron. Tras sopesarlo con Frida, hemos decidido aceptar.
Todos están felices y contentos.
Y, sin entender por qué, a mí los ojos se me llenan de lágrimas.
Frida es mi gran amiga, no quiero que se vayan. Al verme, ella pregunta:
—¿Estás bien?
Asiento, pero las lágrimas me caen a borbotones, como al payaso de un anuncio español de la tele.
No las puedo controlar.
¿Qué me ocurre? ¿Por qué lloro?
Joe, al verme en ese estado, viene hacia mí y, abrazándome, dice:
—Pero, pequeña, ¿qué te ocurre?
No respondo. No puedo hacerlo o sé que mi cara se contraerá como la de un chimpancé y haré todavía más el ridículo. Zayn, conmovido por el hipo que me entra, se acerca y comenta:
—Increíble... también sabes llorar.
Esa frase me hace gracia y me río. Pero lo haga con la cara llena de lágrimas que no paran de brotar. Joe me mira y murmura:
—Me alegra que Zayn te haga sonreír.
Éste mira a su amigo con gesto divertido y responde:
—Colega, ¡aprende!
Frida viene hacia mí. Joe me suelta y ella me abraza. Entiende lo que me pasa y, arrullándome, dice:
—Nos veremos mucho, tontorrona. Ya lo verás. Además, no nos vamos hasta principios de año.
Todavía queda un poquito.
Asiento, pero no puedo hablar. De nuevo alguien que quiero se aleja de mí y sé que la voy a echar mucho de menos.
Los días pasan y llega el tan esperado día de la marcha de Laila, aunque eso significa que Joe también se va.
Que se vaya a Londres no me hace ninguna gracia, pero he decidido dejar los celos a un lado y confiar en él. Joe se lo merece. Me demuestra su amor de tal manera que, sinceramente, ¿por qué voy a desconfiar?
Lo acompaño al aeropuerto. Norbert nos lleva y yo me abrazo a mi marido durante todo el camino.
Me encanta su olor, adoro su tacto y, según nos acercamos a nuestro destino, me vuelvo a angustiar.
Cuatro días sin verlo para mí es un mundo.
Al llegar, mientras Joe sale del coche, Laila me mira y dice:
—Ha sido un placer conocerte.
—No puedo decir lo mismo —respondo y añado—: Y, a ser posible, evita regresar a mi casa o le tendré que comentar a Joe que no eres ni tan buena, ni tan encantadora.
—Zayn es un bocazas.
—Y tú una zorra.
Toma, ¡se lo he dicho!
Qué a gustito me he quedado.
Sin contestar, sale del coche y camina hacia su tío. Qué placer perderla de vista. Se despide de Norbert y veo que se mete en el avión sin mirar atrás. Joe, tras saludar al piloto, se vuelve hacia mí y, abrazándome, dice:
—Dentro de cuatro días como mucho vuelvo a tu lado, ¿entendido?
Asiento. Me convenzo de ello y lo beso. Devoro su boca con ansia, mientras él me aprieta contra su cuerpo. Finalmente, tengo que decir:
—Si sigues besándome así, no te vas.
Joe sonríe. Me suelta y, guiñándome un ojo, camina hacia la escalerilla del avión, pero antes de subir me mira y dice:
—Pórtate bien, pequeña.
—Tú también, grandullón.
Ambos sonreímos y, veinte minutos más tarde, miro junto a Norbert cómo el avión despega y se va. Se aleja de mí.
En el coche de regreso a casa estoy triste. Se acaba de ir mi amor y ya le echo de menos. Al llegar a casa, Norbert dice:
—Señora, el señor me ha dicho que le diera este sobre al llegar a casa.
Sorprendida, lo cojo y rápidamente lo abro y leo.
Pequeña, sólo serán unos días. Sonríe y confía en mí, ¿de acuerdo?
Te quiero,
Joe
En ese instante sonrío. Estos detalles de mi amor me encantan.
Esa noche tras la cena, Flyn se va a la cama y se lleva a Calamar. Yo me quedo en el salón viendo la tele con Susto a mis pies. La melancolía se apodera de mí y, sin poder evitarlo, los ojos se me llenan de lágrimas. Intento sonreír, como él me pide en la carta, pero no puedo. Le echo demasiado de menos.
Al final, cojo el teléfono y lo llamo. Necesito oír su voz. Tras cuatro timbrazos, lo coge.
—Dime, _____.
—Te echo de menos.
Tras un segundo en el que oigo cómo Joe se disculpa con alguien, me dice:
—Cariño, estoy en una cena de negocios.
—Pero yo te echo de menos.
Su cálida risa al oír mi voz me hace sonreír. Entonces, Joe dice:
—Ve a la cama y lee, o abre el cajón de tu mesilla y piensa en mí.
Divertida, sonrío. Me está pidiendo que me masturbe.
—Te voy a seguir echando de menos —insisto.
Joe vuelve a reír.
—Tengo que colgar, cielo. Pero dentro de una hora, desde mi habitación del hotel, te llamo por Skype y, si quieres..., jugamos.
Guauuu, ¡¿sexo por webcam?!
¡Qué fuerte!
Nunca he experimentado eso.
—Esperaré ansiosa tu llamada. —Río encantada—. Mientras tanto, leeré.
Saber que voy a volver a hablar con él me levanta el ánimo. Al colgar, miro el reloj: las diez menos cuarto.
Feliz, apago el televisor, le doy un beso a Susto en la cabeza y me dispongo a ir a mi cuarto. Paso primero a ver a Flyn. El pequeño está dormido con Calamar a sus pies. ¡Qué lindos son los dos!
Al entrar en mi habitación, cierro la puerta y, con una sonrisita, echo el pestillo.
Espero una llamada caliente, sexy y morbosa. Después, me lavo los dientes, me pongo un sugerente camisón corto y me meto en la enorme cama. Qué grande es cuando Joe no está. De pronto percibo su aroma. Las sábanas huelen a él como nunca. ¡Qué maravilla!
Extasiada, me dejo caer sobre el lado donde duerme mi amor y disfruto de su aroma.
Cuando tengo las fosas nasales inundadas de su olor, abro el portátil y entro en Facebook. Hablo un rato con mis amigas las guerreras hasta que el chirimbolito de Skype me anuncia que tengo una llamada. Me despido de ellas y acepto la llamada. La cámara se conecta y veo a mi amor.
—Hola, cariño.
—Hola, preciosa.
Qué raro se me hace esto: ver a Joe en una pantalla. Le quiero a mi lado.
—¿Cómo estás, pequeña?
—Bien. Ahora que te veo.
Ambos sonreímos y Joe dice:
—Estoy desnudo y dispuesto para jugar contigo. —Y, recostándose en el respaldo de la cama del hotel, dice—: Vamos, desnúdate para mí.
Entre risas, me quito el camisón y, entonces, Joe dice:
—Cierra los ojos. No mires la pantalla e imagina que otros dos hombres y yo te miramos. Estamos de pie alrededor de la cama y deseamos poseerte, aunque antes queremos mirarte. ¿Te gusta la idea?
—Sí.
Él sabe que, con sólo pensarlo, me humedezco y entonces pide:
—Tócate los pezones. Eso nos gusta. Pellízcatelos para nosotros.
Me pellizco como él me ha pedido, mientras mi imaginación vuela y vuela y siento un dolor placentero y extraño al hacerlo. Imaginarme siendo el centro de las miradas de tres hombres me provoca. Quiero que me deseen, quiero que jueguen conmigo. Al oír la respiración de Joe, abro los ojos y digo, mirando la pantalla:
—Tócate, Joe. Acaríciate el pene como si fuera yo quien lo hiciera.
Lo hace. Yo lo observo y me pongo cardiaca. Su pene está duro, terso, como a mí me gusta, y susurro:
—¿Te gusta cómo me miran esos hombres?
—Sí.
—¿Te gusta cómo abro mis piernas para ellos?
Oigo que jadea cuando lo hago y dice:
—Me encanta, cariño... Ábrelas un poco más y flexiónalas.
Lo hago y, excitada al oír los ruidos secos que provienen de la pantalla, me centro en su placer y murmuro:
—Así..., cariño..., mastúrbate. Cierra los ojos e imagina que me ofreces a uno de esos hombres.
¿Te gusta la idea?
—Sí..., sí...
Excitada, tomo aire mientras mi rubio entra en el juego.
—Me folla... y yo jadeo. Me penetra mientras tú me besas, me muerdes los labios como a ti te gusta y bebes mis gemidos.
—Sí, _____... Sigue..., sigue.
—El hombre me levanta, se tumba en la cama y me pone sobre él. Tú miras y él toma mis pezones en su boca, mientras me da un azote en el trasero para que me apriete contra él y luego tú me das otro.
—Ambos jadeamos y prosigo—: Ahora, sus dedos juegan dentro de mi vagina. Tú metes los tuyos también y soy vuestra.
—Sí, pequeña..., sí.
—Saca sus dedos, me abre las piernas con urgencia y me penetra. Yo chillo. Tú te pones detrás de mí, me agarras por la cintura y me mueves... pidiendo que no pare de follarle y no deje de chillar.
Durante un rato nos dedicamos a calentarnos como mejor sabemos y, con mis palabras, consigo llevarlo hasta el clímax. Oír su bronco gemido me vuelve loca. Quiero besarlo, tocarlo, pero frustrada por no poder hacerlo, pregunto.
—Cariño..., ¿todo bien?
Joe sonríe, se mueve en la cama y murmura, mientras se limpia con un kleenex.
—Sí, pequeña. —Y, mirándome, pregunta—: ¿Habías hecho esto alguna vez?
Ahora la que se ríe soy yo y respondo:
—Es mi primera vez. Creo que te estás llevando la exclusiva en muchas cosas.
Ambos reímos y nuestro juego continúa.
—Abre el cajón, saca nuestros juguetitos y ponlos sobre la cama.
Hago lo que pide y me indica:
—Coge el pene de gel verde que tiene chupón y pégalo sobre la mesita pequeña que hay frente a la chimenea. Después regresa a la cama.
Excitada, hago lo que pide. Me levanto, chupo la ventosa del pene y lo clavo en un lateral de la mesita. Queda tieso ante mí y regreso a la cama. Cuando le digo que ya está, dice:
—Ahora quiero que cojas el dildo violeta para el clítoris.
—Lo tengo.
—Bien... Ahora abre las piernas. —Y en un tono íntimo y bajito, susurra—: Más..., más..., un poquito más... Así.
Ardiente por lo que me dice, obedezco y me humedezco. Ese tono de voz me vuelve loca.
—Cierra los ojos y mastúrbate para mí. Dame tus jadeos, cariño. Ponlo al uno y deja que te roce con delicadeza el clítoris para que se hinche como a mí me gusta.
Lo hago y, con las piernas abiertas como él quiere, coloco el aparato con delicadeza sobre mi clítoris. Mi cuerpo reacciona y Joe dice:
—Disfruta... Así..., así... Ahora súbelo al dos..., al tres...
La intensidad crece y crece y, con ello, mis jadeos.
Mi amor, mi alemán, mi marido, aun a cientos de kilómetros de distancia sabe lo que me gusta, lo que necesito. Entonces pide:
—Al cuatro, _____...
Lo hago y grito. Estoy empapada. Mi clítoris está hinchado y quiero más.
—No cierres las piernas... No..., no, pequeña —murmura excitado—. Aprieta el dildo contra ti y disfruta... Quiero ver tu humedad... Vamos, déjame ver cómo te corres.
Mi cuerpo se tensa. Quiero cerrar las piernas, pero obedezco. Deseo que vea cómo me corro y que note mi humedad. El dildo violeta al cuatro es fantástico y mi clítoris empapado florece segundo a segundo. Un calor enorme recorre mi cuerpo, sube hasta mi cabeza y, cuando Joe oye mi jadeo, dice:
—Así, pequeña... No cierres las piernas. Bien..., bien... Aguanta un poco más.
Me convulsiono y mis piernas se cierran solas, mientras el placer me recorre el cuerpo. En ese momento, mi amor exige sin descanso.
—Ahora quiero que me folles, _____. Levántate y fóllame.
Sé a lo que se refiere. Me levanto con urgencia, con los ojos vidriosos por la lujuria, cojo el portátil y voy hacia donde me espera el pene de gel verde. Dejo el portátil sobre la mesita y veo en la ventanita la perspectiva que le ofrezco. Después me empalo en el pene y murmuro extasiada:
—Estoy sobre ti.
—Sí, cariño... Sí...
—¿Así..., así te gusta? —susurro, mientras el pene de gel entra en mí.
—Sí —responde mientras se masturba—. Te siento cariño... ¿Me sientes tú?
Miro la pantalla, lo veo y murmuro:
—Sí...
—Apriétate más y agárrate al borde de la mesa.
Un gemido sale de mi boca al introducirme más el pene y mi amor me anima:
—Vamos, cariño. Fóllame y disfruta.
Agarrada a la mesa con fuerza, me muerdo el labio inferior mientras mis caderas suben y bajan sobre el miembro de gel verde. Cierro los ojos y siento la mirada de Iceman. Sus manos rodean mi cintura y me ayudan a subir y bajar sobre él. Una y otra vez me empalo, mientras la voz de Joe me dice cuánto le gusta... cuánto disfruta.
—Oh, sí..., sí...
Mis fluidos empapan el pene de gel. Mi vagina lo succiona y mi respiración es una locomotora.
Chorreo. Estoy empapada, mientras una y otra vez me muevo y loca de placer jadeo hasta que ya no puedo más. Tras una última penetración que llega hasta mi útero, alcanzo el clímax.
Sentada sobre la mesa y totalmente empalada por ese pene, convulsiono, mientras oigo la voz de mi amor que me dice cientos de cosas maravillosas y siento su aliento en mi boca. Le quiero. Le amo.
Adoro todo lo que hago con él y quiero seguir aprendiendo.
Pasados unos minutos en los que nuestras respiraciones se relajan, Joe dice:
—¿Todo bien, preciosa?
—Sí.
Se me escapa una carcajada y mi chico murmura:
—Vamos, pequeña, ve a la cama.
Levantándome, saco el pene de mí y, aún húmeda, cojo el portátil y me tiro en la cama. Ambos nos miramos y digo:
—Gracias, amor.
Joe ríe y responde:
—No hay nada que agradecer, cariño. Esto es algo entre tú y yo. Ambos hemos disfrutado y es lo que cuenta, ¿verdad?
Asiento y, cuando voy a responder, él dice:
—Descansa, cariño. Es tarde.
—Vale.
—Mañana hablamos, ¿de acuerdo?
—Te quiero.
—Más te quiero yo a ti, morenita.
—No... yo más.
—Yo más —insiste divertido.
—Venga, desconecta el Skype.
—No, desconecta tú primero —ríe gustoso.
Tras cinco minutos en los que, entre risas, nos comportamos como dos adolescente con el “¡desconecta tú!”, lo hacemos los dos a la vez.
Estoy agotada, satisfecha y humedecida. A mi alrededor, en la cama, todos nuestros juguetitos desparramados parece que me miran y decido dar por terminada la orgía. Me río. Me levanto y guardo lo que no he utilizado. Voy hasta la pequeña mesita y tiro del pene. Madre mía, lo que me ha hecho disfrutar. Éste se desengancha y, junto al dildo violeta, lo lavo. Cuando todo está limpio, lo guardo.
Agotada, abro el pestillo, me tumbo en la cama y, con una sonrisa, me  duermo agarrada a la almohada de Joe. Huele a él.
Monse_Jonas
Monse_Jonas


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Mensaje por Monse_Jonas Vie 12 Sep 2014, 10:00 pm

Capitulo veinte
A la mañana siguiente, según abro el ojo siento unas irrefrenables ganas de vomitar.
Corro al baño y llego justo a tiempo de no liarla parda. Definitivamente, he pillado el trancazo que soltó Flyn.
Con el estómago dolorido y la garganta destrozada, consigo levantarme y caminar hasta la cama.
Me tiro en ella y me quedo dormida como un ceporro.
—_____, ¿no te vas a levantar hoy? —oigo de pronto.
Es Simona. Levanto la cabeza, la miro y pregunto:
—¿Qué hora es?
La mujer se acerca y, con gesto de alarma, dice:
—¿Te encuentras bien?
Asiento. No quiero asustarla o rápidamente llamará a Joe. Miro el reloj, las once y media de la mañana.
Por Dios, pero ¿cuánto he dormido?
Miro a Simona, que no me quita ojo, y murmuro:
—Anoche me quedé hasta las tantas leyendo y ahora me caigo de sueño.
Ella sonríe, se da la vuelta y dice:
—Vamos, dormilona. He hecho churros para ti, pero ya estarán fríos.
Cuando cierra la puerta, mi estómago se contrae y corro de nuevo al baño. Allí estoy un buen rato, hasta que me encuentro mejor y camino de nuevo a la cama. De pronto, pienso en los churros y me entran náuseas. Me dan un asco que me muero. Eso hace que me pare en medio de la habitación.
¿Desde cuándo los churros me dan asco?
La cabeza me da vueltas.
Me miro en el espejo y, sin saber por qué, recuerdo que a mi hermana le daban asco los churros cuando estaba embarazada. Mi estomago se resiente de nuevo y susurro, llevándome las manos a la cabeza:
—No... No... No... No puede ser.
Mi mente se bloquea, mi estomago se contrae de nuevo y corro al cuarto de baño.
Diez minutos después, estoy tirada en el suelo, con los pies apoyados en el lavabo. Todo me da vueltas. Acabo de percatarme de que llevo sin tener la regla más de lo que yo desearía.
Me falta el aire.
Me agobio.
Creo que me va a dar un infarto de un momento a otro.
Cuando consigo que la cabeza deje de darme vueltas, bajo los pies al suelo y me incorporo. Me miro en el espejo y murmuro con un quejido lastimoso:
—Por favor..., por favor..., no puedo estar embarazada.
Me pica el cuello.
Dios mío, ¡lo tengo lleno de ronchones!
Me rasco, me rasco y me rasco, pero tengo que parar o me lo dejaré en carne viva. Me importa un pepino, ¡me rasco!
Vuelvo de nuevo a la cama. Me siento y abro el cajón. Saco mi pastillero y, horrorizada, me doy cuenta de que han pasado varios días desde que me tomé la última. Pero pensando y pensando recuerdo que en la anterior regla apenas manché. Me extrañó, pero comencé a tomar de nuevo la píldora.
Oh, Dios... ¡Oh, Dios!
Maldigo, me desespero y pataleo. He estado tan ocupada con todo últimamente que no me he percatado de lo que ocurría. Abro el prospecto de la píldora y leo que el margen de error es del 0´001%.
¿Tan mala suerte voy a tener que voy a ser ese 1%?
Pero entonces recuerdo algo. La noche que estuve en el hospital, cuando el accidente de la moto, no me tome la pastilla. Ahí tengo mi 1%.
Me mareo...
Me entra fatiguita...
Me pica el cuello...
Necesito un cigarro...
Me tumbo en la cama y cierro los ojos. El olor a Joe llega hasta mí y me encanta. Cuando consigo reponerme del susto que tengo, me visto y decido ir a una farmacia. ¡Es urgente! Al bajar, Simona sonríe y dice:
—No te comas los churros fríos, _____. Espera y pronto te pondré la comida. Por cierto, dentro de quince minutos comienza Locura Esmeralda. Voy a dejar estas camisas del señor en su cuarto y después iré la cocina y la vemos juntas, ¿de acuerdo?
Asiento, paso por su lado y la mujer pregunta:
—¿Te ocurre algo, _____?
La miro y respondo:
—Nada, ¿por qué?
Ella me mira y, tras parpadear, insiste:
—Estás algo pálida.
Ay, madre, ¡si ella supiera!
Pero como puedo, respondo:
—Me tiré leyendo hasta las cuatro de la madrugada. Echaba de menos a Joe.
Simona sonríe y, mientras sube la escalera, dice:
—No desesperes, _____. El señor regresará pasado mañana como muy tarde.
Cuando desaparece, voy a la cocina. Al entrar, veo que sobre la mesa están los churros.
Y para demostrarme a mí misma que no me dan asco, me lanzo a ellos. Doy un mordisquito y mi estómago no se mueve. Sonrío. Eso me relaja. Pero como estoy atacada de los nervios, me meto siete churros entre pecho y espalda, hasta que mi estomago se rebela y tengo que salir a toda pastilla de la cocina.
En mi camino me cruzo con Simona y, al llegar al baño, la siento detrás de mí. Sin ascos ni miramientos, la mujer hace lo que tantas veces hizo mi madre cuando yo era pequeña. Me sujeta la frente mientras de mi cuerpo sale de todo. Absolutamente de todo.
¡Qué asco me doy!
Cuando parece que me relajo, con un sudor frío horroroso camino de la mano de Simona hacia la cocina. Al sentarme, ella me mira y dice:
—Estás pálida... muy pálida.
Yo no digo nada. No puedo.
No deseo hablar de lo que me pasa, pero de pronto, Simona fija la vista en el plato de los churros y dice:
—¿Cómo no vas a vomitar con todos los churros que te has comido?
Asiento. Tiene razón.
No quiero dar explicaciones y respondo:
—Tenía tanta hambre que me los he comido y creo que mi estómago se ha enfadado.
Me prepara una infusión y me pide que me la tome para que el estómago se me tranquilice.
¡Qué asco!
Nunca me han gustado las infusiones.
Pero Simona se empeña en que me la beba y le hago caso. Debo hacerlo o llamará a Joe. Diez minutos más tarde, soy otra vez persona. Vuelvo a ser yo y el color regresa a mi rostro.
Para intentar no hablar más del tema, enciendo el televisor y comienza Locura Esmeralda. No me entero de nada. Mis pensamientos están en otro lado. Pero Simona, ajena a ello, una vez termina el episodio, dice:
—Pobrecita Esmeralda. Toda su vida sufriendo y ahora su amor no la reconoce y se enamora de la enfermera del hospital. Qué triste..., qué triste.
Cuando se marcha y me quedo sola en la cocina, pienso que necesito ir a la farmacia. Sin más, me levanto, busco a Simona y le digo que no voy a comer. Tengo que salir. Necesito salir y que me dé el aire o creo que me va a dar algo. Cojo mi anorak rojo, voy al garaje y me subo al Mitsubishi. El olor de Joe me inunda de nuevo y susurro:
—Como esté embarazada, te mato, señor Zimmerman.
Comienzo a conducir sin rumbo fijo, mientras la música suena en el coche y yo no puedo ni cantar.
No puedo creer que me pueda pasar esto. Yo soy un desastre como persona, ¿cómo voy a tener un hijo?
Aparco el coche cerca de Bogenhausen y decido darme un paseo por el jardín inglés. Hace frío. En noviembre, en Múnich comienza a hacer un frío de mil demonios. Camino. Pienso y veo que pasa una bici cervecera, la atracción estrella de la ciudad. Observo cómo los que van en la bici se divierten mientras pedalean y toman cerveza. Al pensar en ésta, el estómago se me contrae. ¡Qué asco!
Sigo mi paseo y me cruzo con varias madres y sus bebés.
¡Qué agobio me entra!
No sé cuánto tiempo llevo caminando, hasta que soy consciente de que estoy totalmente congelada. Mi anorak no es lo suficientemente abrigado y si sigo así pillaré una pulmonía. Cuando salgo del jardín inglés, veo un estanco. Voy directa a él y me compro una cajetilla de tabaco y un mechero. Enciendo un cigarrillo, aspiro el humo y lo disfruto.
No puedo estar embarazada. Debe de ser un error.
Sigo caminando y veo una farmacia.
La observo desde la distancia y, cuando me acabo el cigarro, entro, espero en la cola y, cuando me toca, digo:
—Quiero un test de embarazo.
—Digital o normal.
La farmacéutica me mira y, como no estoy puesta en estas cosas, contesto:
—Me da igual.
Abre un cajón, saca varias cajitas alargadas de colores y dice:
—Cualquiera de éstos se puede hacer en cualquier momento del día. Éste es digital, éste ultrasensible...
Durante un par de minutos, la mujer habla y habla y habla, mientras yo sólo quiero que se calle y me dé un puñetero test de embarazo. Por fin, cuando saca la última cajita, me explica:
—Aunque puede hacerse la prueba en cualquier momento, yo le recomendaría que se la hiciera con la orina de primera hora de la mañana.
Con los ojos como platos, miro aquellas cajas. Pero ¿qué hago yo comprando esto?
—Usted dirá, ¿cuál quiere?
No sé qué decir. Al final, cojo cuatro cajas y respondo:
—Quiero éstas.
—¿Todas?
—Todas —afirmo.
La farmacéutica sonríe y, sin cuestionar nada más, las mete en una bolsa de plástico. Yo le entrego mi tarjeta y, una vez cobrado, salgo de la farmacia.
Cuando llego al coche, abro la bolsa y saco los test. Leo los prospectos y en todos pone básicamente lo mismo. Tengo que hacer pis sobre la banda y tienen una fiabilidad de un 99%.
Joder... ya estamos con los porcentajes.
Al llegar a casa, Simona me mira y, al ver que sólo llevo el anorak, me reprende por ir tan poco abrigada y por haber estado fuera varias horas. De pronto, me doy cuenta de que son las tres de la tarde. La mañana se ha esfumado y yo no me he dado cuenta.
Una vez acaba de regañarme como a una niña pequeña, Simona me informa que Joe ha llamado veinte veces preocupado y que volverá a llamar. Alucinada, me doy cuenta de que con el agobio me he marchado sin móvil y digo:
—No le habrás dicho lo que me ha pasado esta mañana.
La mujer niega con la cabeza y añade:
—No, _____. Bastante preocupado estaba él por no localizarte. Además, lo conozco y eso lo angustiaría mucho. He preferido no decirle nada.
—Gracias —susurro, a punto de abrazarla.
Una vez Simona vuelve a sus quehaceres, cojo el móvil, me lo meto en el pantalón del vaquero y subo a toda prisa a mi habitación. Me encierro en el cuarto de baño, me siento en la taza y observo la bolsita que he dejado en el bidé. Durante varios minutos, me digo que esto no puede ser.
¡Yo no puedo estar embarazada!
Haciendo acopio de fuerzas, saco uno de los test y procedo a hacer lo que indica.
Me desabrocho el vaquero y me lo bajo, después las braguillas y me siento en el retrete. Con manos temblorosas, saco el test y retiro el capuchón. Cuando por fin atino a mojar el absorbente, además de mi mano, tapo el test y lo coloco en posición horizontal sobre la encimera del baño.
Una vez me recompongo y me abrocho el vaquero, enciendo un cigarro. Pero tras dos caladas me mareo. Me siento en el suelo, me tumbo y subo las piernas al lavabo.
Madre mía..., madre mía, qué miedo tengo.
¿Yo madre de un bebé?
¡Ni de coña!
Uf... ¡qué mareo!
Recuerdo el parto de Raquel y me entran náuseas. ¡Qué angustia!
Han pasado dos minutos y treinta y siete segundos... treinta y ocho... treinta y nueve.
Intento cantar. Eso siempre me relaja y nuestra canción es lo primero que viene a mi mente.
Sé que faltaron razones, sé que sobraron motivos,
Contigo porque me matas y ahora sin ti ya no vivo.
Tú dices blanco, yo digo negro.
Tú dices voy, yo digo vengo.
Vivo la vida en color y tú en blanco y negro.
Paro. Miro el reloj. Han pasado los cinco minutos. He de mirar el resultado, pero continúo cantando.
Dicen que el amor es suficiente,
Pero no tengo el valor de hacerle frente.
No..., no..., no..., ¡definitivamente, no tengo valor!
No puedo abrir el capuchón.
Me enciendo otro cigarrillo, aun a riesgo de marearme. Lo necesito.
Me pica el cuello. Me rasco, me rasco y me rasco.
Ya no puedo ni cantar.
Bajo las piernas del lavabo, me siento y miro el test horizontal.
Cojo el prospecto y lo vuelvo a releer por enésima vez. Si salen dos rayitas es positivo y si sale sólo una, negativo.
Por primera vez en mi vida, deseo un negativo más grande que un camión. Por favor..., por favor...
Cuando apago el cigarrillo, me armo de valor, cojo el test y, sin pensarlo, lo abro. Los ojos se me ponen como platos.
—Dos rayitas —susurro.
Suelto el test y vuelvo a coger el prospecto. Dos rayitas, positivo. Una, negativo.
Me mareo...
Vuelvo a releer. Dos rayitas, positivo. Una, negativo.
Me tumbo en el suelo del baño, mientras musito con los ojos cerrados:
—No puede ser... No puede ser...
Diez minutos más tarde, decido repetir el test al recordar que hay un 1% de error. Si el anticonceptivo ha fallado, ¿por qué no va a fallar el test de embarazo?
Llevo a cabo la misma operación que minutos antes. De nuevo espero y esta vez sin cigarrillo, cuando pasan los cinco minutos, abro el capuchón y grito:
—Noooooooooooooooooo...
Me hago el tercer test. Después el cuarto. El resultado es el mismo: positivo.
El corazón me late a mil. Me va a dar un infarto y, cuando Joe regrese, voy a estar más tiesa que la mojama en el suelo del baño.
Pienso en el margen de error que tienen estos test. Pero que cuatro me griten “¡estás embarazada!”, me hace dudar.
Me mareo...
Todo me da vueltas...
Me vuelvo a tumbar en el suelo y subo los pies al lavabo.
—¿Por qué? ¿Por qué me tiene que pasar esto a mí?
De pronto, me suena el móvil. Me lo saco del bolsillo del vaquero y veo que es Joe.
¡El padre de la criatura!
Uf..., qué nervios.
Me acaloro y me doy aire con la mano.
No quiero que me note extraña y, tras seis timbrazos, saludo lo más chisposa que puedo.
—Hola, cariño.
—¿Cómo sales de casa sin móvil? ¿Te has vuelto loca? —pregunta con voz tensa.
No estoy yo para tensiones y respondo:
—Punto uno: no me chilles. Punto dos: se me ha olvidado. Y punto tres: si me llamas para ser un borde, prepárate que yo también lo puedo ser.
Silencio. Ninguno dice nada hasta que él insiste:
—¿Dónde has estado, _____?
—He ido a comprar unas cosas y luego me he dado un paseo, porq...
—Un paseo muy largo, ¿no crees? —me corta. E insiste—: ¿Sola o acompañada?
—¡¿A qué viene eso?!
—¿Sola o acompañada? —Sube el tono de voz.
Su mal rollo me duele.
Me hace daño.
¿Qué ocurre? Y antes de que yo pueda siquiera protestar, la comunicación se corta.
Como una tonta, me quedo mirando el teléfono.
¿Me ha colgado?
¿El gilipollas me ha colgado?
Furiosa, marco su número. Éste se va a enterar de lo que es subir la voz. Pero cuando suena, cuelga sin descolgar. Eso me encoleriza. Lo intento tres veces más, pero el resultado es el mismo.
Estoy histérica, nerviosa y, para más inri, ¡embarazada!
Si pillo en este momento a Joe, ¡lo mato!
No sé qué hacer y al final decido nadar unos largos. Lo necesito.
Me pongo el bañador y, cuando llego al borde de la piscina, el estomago me da un vuelco y salgo corriendo al baño.
Cuando Flyn llega, estoy sentada al borde del agua, totalmente descentrada. El niño me abraza por detrás y me besa en la mejilla. Encantada por esa demostración de afecto que necesito, cierro los ojos
y murmuro:
—Gracias, cariño. Lo necesitaba.
El crío, que es muy listo, se sienta a mi lado, me mira y pregunta:
—¿A que has discutido con el tío?
Sin mucho humor, respondo:
—No, cielo. El tío está en Londres y es difícil discutir con él.
El pequeño me mira, asiente y no responde. Saca sus propias conclusiones. De pronto, mi estómago se queja de hambre y, mirándome alucinado, Flyn pregunta:
—¿Qué tienes ahí dentro, un alienígena?
En ese instante me da la risa y no puedo parar.
Todo vuelve a ser surrealista.
Estoy embarazada y Joe, el hombre que tenía que estar a mi lado, besándome como loco porque va a ser padre, está enfadado.
Convencida de que esto no se puede torcer más, digo:
—Vamos a comer o te como a ti ahora mismo.
Por la noche, cuando Flyn se va a dormir, vuelvo a estar sola en el inmenso salón, acompañada por Susto. Le hago una señal y mi amorcito se sube al sillón. Ahora que no está Joe, que aproveche.
Llamo a Joe por teléfono. No lo coge. ¿Por qué está tan enfadado? Enciendo el televisor y cuando llevo un rato mirándolo, con la necesidad de contarle a alguien lo que me pasa, toco a Susto, que levanta la cabeza, me mira y digo:
—Estoy embarazada, Susto. Vamos a tener un pequeño Zimmerman Flores.
El animal parece entenderme y, tumbándose de nuevo, se tapa los ojos con una de sus patazas. Eso me hace reír. Hasta él sabe que esto es una locura.
A las once y, tras ver que Joe no me llama, decido subir a la habitación. Estoy para el arrastre. En el cuarto de baño, me lavo los dientes y veo la cajetilla de tabaco. La tiro a la basura justo en el momento que el móvil me suena. Joe. ¡Por fin!
—Hola, cariño —lo saludo, sin un ápice de ganas de discutir.
Se oye mucho ruido de fondo y la voz de él dice:
—¿Cuándo me lo pensabas decir?
Sorprendida, me siento en el retrete. Miro alrededor en busca de la cámara oculta. ¿Sabe que estoy embarazada? Y pregunto:
—¿El qué?
—Lo sabes bien, pero que muy bien...
—No, no lo sé...
—¡Lo sabes! —grita.
Desconcertada, arrugo el entrecejo. Si hablara del embarazo, no tendría ese mosqueo. Joe ha bebido, cosa que me alerta. Es la primera vez que está borracho y eso me preocupa.
—¿Dónde estás, Joe?
—Tomando algo.
—¿Estás con Amanda?
Se ríe. Su risa no me gusta y responde:
—No, Amanda no está conmigo. Estoy solo.
—Vamos a ver, Joe —digo, sin levantar la voz—, ¿me puedes explicar qué es lo que ocurre? No entiendo nada y...
—¿Hoy te has visto con Zayn?
—¡¿Cómo?!
—No te hagas la inocente, cariño, que te conozco.
—Pero ¿qué te pasa? —grito, desesperándome.
—No sé cómo no me he dado cuenta antes de todo. —Sube la voz—. ¡Mi mejor amigo y mi mujer, liados!
¿Se ha vuelto loco?
¡Además de borracho, loco! Sin más, la comunicación se vuelve a cortar.
Sin entender nada de lo que dice, lo llamo. No lo coge. Los nervios me revuelven el estómago y al final pasa lo que pasa. Adiós cena.
Esa noche no duermo. Sólo quiero saber que está bien. Me preocupa haberlo oído tan borracho. Me preocupa que le pase algo, pero por más que lo llamo no me coge el teléfono. Le mando varios mails.
Sé que los verá. Pero nada, tampoco los contesta.
Pienso en Zayn. ¿Debería llamarlo y contarle lo que ocurre? Al final decido que no. Son las cinco de la madrugada y no creo que sea hora para ello.
A las seis y media, tras pasar una noche horrorosa sin poder contactar con Joe, cuando Simona entra en la cocina, se sorprende al verme.
—Pero ¿qué haces levantada tan pronto?
Mi cara se contrae y empiezo a llorar. La mujer se descuadra. Se sienta a mi lado y, como una madre, me seca las lágrimas con una servilleta mientras yo hablo y hablo y Simona no se entera de nada.
Cuando por fin consigue tranquilizarme, omito lo del embarazo, pero le cuento lo que me ha pasado con Joe. Ella está desconcertada. Sabe que adoro y quiero a mi alemán como pocas personas en el mundo y que Zayn es sólo un estupendo amigo de los dos.
A las ocho se va para despertar a Flyn, y a las ocho y media, cuando el crío entra en la cocina con ella y ve mi deplorable estado, pregunta, sentándose a mi lado:
—Has discutido con el tío, ¿verdad?
Esta vez asiento. No puedo negarlo. Y, sorprendiéndonos a Simona y a mí, él dice:
—Seguro que el tío no tiene razón.
—Flyn...
—Tú eres muy buena mamá —insiste.
Como un oso lloroso vuelvo a estallar en llanto. Me ha llamado mamá. Ya no hay quien me pare.
Al final, cuando Simona le sirve el desayuno a Flyn y Norbert llega para llevarlo al colegio, decido ir con ellos. El aire me vendrá bien. En el trayecto, mi pequeño coreano alemán me agarra la mano y no me la suelta. Como siempre, eso me da fuerza y, cuando me da un beso antes de bajarse del coche para que nadie lo vea, me hace sonreír. Cuando se aleja, le pido a Norbert que espere un segundo y salgo del vehículo.
Necesito que me dé el aire.
Saco una tarjetita del bolsillo y, tras mirarla, me decido y llamo. El médico me da el teléfono de una ginecóloga privada. Sin dudarlo, concierto una entrevista con ella para el día siguiente. Lo bueno de tener dinero es eso, que todo puede ser a la de ya. Igualito que la Seguridad Social de España.
María, mi nueva amiga española, al verme, se acerca a mí y, al reparar en mis ojeras, pregunta:
—¿Estás bien, _____?
Asiento y sonrío.
No soy persona de ir contándole mis penas a todo el mundo. Pero en ese momento veo en su mirada algo extraño y pregunto:
—¿Qué ocurre?
Ella suspira. Duda, pero finalmente, ante mi mirada, cede.
—Me cuesta decirte lo que te voy a decir, pero si no lo hago no voy a poder dormir tranquila. — Sorprendida, la miro y ella, señalando a las cacatúas, que están a unos metros de nosotras, dice—: Tus amigas, esas que te tienen tanto aprecio, te están poniendo fina. Van diciendo cosas terribles de ti.
—¿De mí? Pero ¡si no me conocen!
María asiente, gesticula y yo pregunto:
—¿Qué pasa? Cuéntame.
—Dicen que estás liada con un amigo de tu marido. Un tal Zayn.
La tierra tiembla bajo mis pies y de pronto me viene a la mente una frase de una canción de Alejandro Sanz que tanto me gusta y que dice: “Ya lo ves, que no hay dos sin tres”.
¿Qué está ocurriendo?
Estoy embarazada, Joe cree que estoy liada con Zayn y ahora en el colegio de Flyn también lo afirman.
Tiemblo...
Tengo miedo...
No entiendo lo que ocurre...
—Además de eso —prosigue María—, se mofan porque eras la secretaria de Joe y, bueno..., imagínate lo que comentan.
Boquiabierta y tremendamente alucinada, asiento.
—Efectivamente, yo trabajaba para la empresa de Joe, pero... pero yo no estoy engañando a mi marido, ni con Zayn, ni con nadie. Acabo de casarme hace cuatro meses, adoro a Joe, soy feliz y... y...
María me abraza y yo cierro los ojos. Mis nervios están en un punto álgido, cuando veo que las cacatúas nos miran y sonríen. Qué perracas. Y entonces, mi sangre española es mi sangre y, reponiéndome como un tsunami, pregunto:
—¿Desde cuándo circula ese rumor?
—A mí me llegó ayer.
—Y de esas cacatúas, ¿verdad?
María asiente. Yo levanto el mentón y, como siempre, sin pensar las cosas dos veces, me dirijo directamente hacia ellas. Creí haberles dejado claro quién soy yo, pero como veo que no se enteraron, se lo voy a repetir.
Me da igual quedar como una macarra.
Me da igual que piensen que soy de lo peor.
Todo me da igual excepto que digan mentiras.
Cuando estoy a la altura de la cacatúa número uno, la mujer de Joshua, sin cortarme un pelo me dirijo a ella y, acercando mi cara a la suya, siseo, mientras con el rabillo del ojo observo que Norbert se baja del coche y viene hacia aquí:
—No me gustas y no te gusto, eso lo sabemos ambas, ¿verdad? —Ella no se mueve, está acobardada—. Pues quiero que sepas que menos me gusta que cuentes mentiras sobre mí. Por lo tanto, si no quieres tener un gravísimo problema conmigo, dime quién es la puñetera persona que está diciendo todo eso sobre mi persona o te juro que hoy te quedas sin dientes.
—_____ —susurra María, acalorada.
La cacatúa madre se pone roja como un tomate. Sus amiguitas se echan hacia atrás. Está visto que la dejan sola. ¡Vaya amigas!
La repija, al ver que no tiene apoyo, intenta zafarse de mí, pero no se lo permito. La agarro del brazo con fuerza y exijo con muy mala leche:
—He dicho que me digas quién va contando esas mentiras.
Asustada y temblona, me mira y, ante mi cara de “¡te voy a dar la del pulpo!”, responde:
—La... la joven que ha venido en ocasiones a buscar al chinito.
Cierro los ojos: ¡Laila!
La sangre se me espesa y de pronto lo entiendo todo. Laila también ha debido de intoxicar a Joe en Londres. Abro los ojos y, con la furia reflejada en mi rostro, siseo:
—Mi hijo tiene nombre. Se llama Flyn. —Y, soltándola con fuerza, grito—: Te repito por última vez, ¡no es chino! Y, para tu información, ¡sí!, trabajaba para la empresa de mi marido y, por supuesto, ¡no!, no estoy liada con Zayn y más vale que el rumor que habéis extendido se extinga o te juro que os voy a hacer la vida imposible, porque a mala no me gana nadie cuando me cabreo, ¿entendido?
—Señora Zimmerman, ¿qué ocurre? —interviene Norbert.
El grupo de cacatúas se aleja rápidamente de mí. Huyen despavoridas.
A punto del desmayo, miro a la pobre María y digo:
—Gracias por contármelo, María. Nos vemos en otro momento.
Después miro a Norber, que, desencajado, me observa y le digo, al borde del colapso:
—Llévame a casa. No me encuentro bien.
Monse_Jonas
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Mensaje por Monse_Jonas Vie 12 Sep 2014, 10:04 pm

Chicas sorry por la tardanza pero como ya regresé a la escuela me he tenido que estar organizando Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 4 961472736 y pues hasta a penas me ha salido bien,Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 4 1461598887  lo malo es que ya la otra semana empiezan los exámenes!! Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 4 4162775227  y pues pff, es muy pronto. 
Bueno espero les guste el capi Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 4 4229596405
Saludos a todas Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 4 2551348540
Por cierto esta es la parte más dramática del libro, en especial cuando la rayis ve a Joe  Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 4 1244184562
Bueno ya no les cuenta más Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 4 3275125450
Besos Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 4 1426497009
y gracias por comentar. Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 4 837735280    
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Mensaje por chelis Sáb 13 Sep 2014, 5:16 pm

pero bueno!!!!.. ahora joe no creerá que es su hijo!!!!...
maldita bruja que salio!!!.. pro la rayis siempre gana!!!!
chelis
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Mensaje por mfsuarez09 Dom 14 Sep 2014, 9:28 am

Siigueeelaaa!!! Que todo salga biiien y que joe le crea a la rayos❤
mfsuarez09
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Mensaje por chelis Dom 14 Sep 2014, 4:34 pm

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Mensaje por Monse_Jonas Jue 18 Sep 2014, 8:40 pm

Capitulo Veintiuno
Al llegar a casa, vomito.
Entre llorar y vomitar ¡no doy abasto!
Simona, preocupada por mi estado, me ofrece una de sus infusiones, pero la rechazo. Sólo el olor me pone peor. Que llame a Joe, así al menos sabré de él.
La cabeza me estalla y me obligan a tumbarme. Agotada, me duermo. Cuando me despierto, un par de horas después, estoy enfadada, muy enfadada, y llamo a Joe. Al tercer timbrazo, lo coge el teléfono.
¡Aleluya!
—Dime.
—No, mejor dime tú a mí, ¡gilipollas!
Tras un tenso silencio, él dice con sorna:
—Cuánto tiempo sin oír esa dulce palabra en tu boca. Lástima no ver cómo la dices en vivo y en directo.
De nuevo noto que ha bebido. Pero sin querer desviar el tema, continúo:
—¿Cómo eres tan gilipollas de creer lo que Laila dice?
Noto cómo su respiración cambia. Debe de estar cansado y pregunta:
—¿Y cómo sabes que ha sido Laila quien me ha informado?
—Porque las noticias vuelan más rápido de lo que tú crees —respondo con frialdad.
Silencio.
El silencio es tenso.
El silencio me mata.
El hombre al que quiero sisea:
—No he hablado aún con mi buen amigo Zayn. Mi charla con él la reservo hasta estar frente a frente, pero...
—No tienes por qué hablar con él sobre este tema, porque nunca ha pasado nada entre nosotros.
Zayn es tu mejor amigo y una excelente persona. No sé cómo puedes desconfiar de él y creer que entre él y yo hay algo más que amistad.
El sonido que oigo lo identifico rápidamente con el de un bar y, antes de que pueda preguntar dónde está, Joe dice en tono jocoso:
—Vaya, _____, cómo lo defiendes, qué tierno.
—Lo defiendo porque hablas sin saber.
—Quizá sé demasiado.
—Pero ¿qué es lo que sabes? ¡Cuéntamelo! —grito, fuera de mí—. Porque, que yo sepa, él y yo sólo hemos tenido algo con tu consentimiento y, sobre todo, bajo tu supervisión.
—¿Estás segura, _____? —pregunta en un tono que me desconcierta.
—Estoy segura, Joe. Muy segura.
La tensión se corta con un cuchillo y pregunto preocupada:
—¿Dónde estás?
—Tomando algo. Beber es lo mejor que puedo hacer para olvidar.
—Joe...
—Qué decepción. Creía que eras única e irrepetible, pero...
—No me vuelvas a decir lo que ya me dijiste una vez y ocasionó nuestra ruptura —grito—. Contén tu lengua, maldito gilipollas, o te juro que...
—¿O me juras qué?
Su voz, su tono, me indican que está fuera de sí e, intentando tranquilizarme para no ponerlo más nervioso, digo:
—No entiendo cómo te puedes creer algo así. Sabes que yo te quiero.
—Tengo pruebas —me corta furioso—. Tengo pruebas y no me las vais a poder negar ninguno de los dos.
Cada vez entiendo menos y grito de nuevo:
—¿Pruebas? ¿Qué pruebas?
—No quiero hablar contigo ahora, _____.
—Pues yo sí quiero que hables conmigo. No puedes acusarme y...
—Ahora no —me vuelve a cortar—. Y, por cierto, mi viaje se alarga. Esta semana no regresaré a casa. No me apetece verte.
Y me cuelga. Vuelve a colgarme.
Estoy a punto de gritar, pero en vez de eso, me tiro en la cama y lloro, lloro y lloro.
No tengo fuerzas para otra cosa que no sea llorar. Cuando me tranquilizo, me doy una ducha.
Luego bajo a la cocina, pero no hay nadie. Veo una nota de Simona que dice:
Estamos comprando en el supermercado.
Susto y Calamar vienen y me hacen mimitos. Los animales son muy intuitivos y parecen entender cómo estoy, pues no se separan de mí ni un momento.
Entro en el salón, voy al equipo de música y, tras mirar varios CD, pongo el que sé que me va a hacer más daño. Soy así de masoquista y, cuando suena Si nos dejan, vuelvo a llorar al recordar cómo hace pocos días bailé esta canción con Joe.
Cuando se acaba, la vuelvo a poner. Camino hacia el ventanal con la cara mojada y el corazón roto.
Llueve en la calle y llueve en mi rostro. El tiempo en Múnich empeora día a día y sólo puedo ver llover y llorar mientras mi corazón se resquebraja por segundos.
Si nos dejan, nos vamos a querer toda la vida.
Si nos dejan.
Está claro que no.
Primero fueron Marisa y Betta, luego Amanda y ahora Laila.
¿Por qué no nos dejan querernos?
Horas más tarde, cuando Simona regresa, estoy más tranquila y ya no lloro. He debido de agotar todas las reservas de lágrimas por un año.
Ella, ajena a lo que pienso, prepara la comida y, cuando está lista, me avisa, pero yo apenas como.
No tengo hambre.
Simona es inteligente y sabe que sufro. Intenta hablar conmigo, pero yo no quiero. No puedo. Y finalmente claudica.
Por la tarde, cuando Flyn regresa del cole, intento recibirlo con una gran sonrisa. El pequeño no se merece vivir con la angustia de verme todo el rato hecha una mierda.
Hago de tripas corazón, lo ayudo con los deberes y ceno con él. Hablamos de videojuegos. Es el mejor tema que tengo para que no ahonde en mi vida ni en mis sentimientos. Por la noche, cuando se va a la cama, yo me quedo en el salón y estoy tentada de volver a poner alguna de nuestras canciones.
Son tantas, que con cualquiera sé que volveré a llorar. De pronto, la puerta del salón se abre y entran Norbert y Simona.
—No creo nada de lo que mi sobrina Laila ha contado en el colegio —dice Norbert— y le aseguro que esto se va a aclarar. Siento muchísimo todo lo que está pasando, señora.
Me levanto del sillón y lo abrazo. Él, que por norma se queda tieso como un palo siempre que le demuestro mi cariño, esta vez me abraza y murmura en mi oído:
—Haré todo lo posible para que esto se aclare.
Asiento y suspiro. Miro a Simona, que se retuerce las manos y, muy enfadada, dice:
—Esa muchacha es una mentirosa y yo misma le voy a arrancar el pellejo como no aclare esto con todo el mundo.
Asiento... y la abrazo.
En un momento así en que tendría que estar hecha una furia, estoy tan mal, tan mareada, tan revuelta y tan desconcertada que sólo puedo asentir y abrazar.
Esa noche Joe no llama, ni yo lo llamo a él.
No quiero pensar que sigue bebiendo, ni imaginar que termina en la cama de Amanda, pero como soy una masoca, me martirizo pensando que así es y sufro como una cosaca.
¿Por qué soy tan tonta?
Tampoco llamo a Zayn. Que no me llame es buena señal. Significa que Joe todavía no ha descargado su furia contra él. Pobrecillo, ¡qué injusto es todo!
Al día siguiente estoy hecha puré, pero decido ir a mi visita con la ginecóloga. Tras engañar a Norbert para que no me acompañe, llego hasta la consulta en un taxi. En la salita, espero y observo a las chicas que a mi lado esperan su turno.
Me pica el cuello. Sus tripas son descomunales y estoy a punto de salir de allí corriendo.
Pero no lo hago. Contengo mis impulsos y espero, mientras veo docenas de mujeres embarazadísimas, abrazadas a sus mariditos, y a mí me entran las cagalandras de la muerte.
Dios mío, ¿cómo puedo estar yo embarazada?
Cuando una chica dice mi nombre, me levanto y entro en la consulta. La doctora es una mujer un poco más mayor que yo, sonríe y me invita a sentarme. Tras rellenar una ficha con mis datos, pues es la primera vez que voy, abro el bolso y dejo sobre su mesa los cuatro test de embarazo con sus correspondientes rayitas de positivo.
Ella me mira y sonríe. ¿Dónde está la gracia?
—¿Podrías decirme la fecha de tu última regla?
—Este mes no la he tenido. Pero he recordado que el mes pasado apenas manché. Pero... pero... yo, a la semana comencé a tomar la pastilla de nuevo y... y... quizá no hice bien... Pero yo...
La doctora me mira, ve lo nerviosa que estoy y dice:
—Tranquilízate, ¿vale?
Asiento y ella insiste:
—Intenta recordar la fecha de esa regla en la que casi no manchaste.
—Creo recordar que fue el 22 de septiembre.
Coge una cartulina redonda de colores, la mira y dice mientras apunta:
—Fecha aproximada del parto, el 29 de junio.
Madre mía..., madre mía..., ¡esto va en serio!
Sin decaer, respondo a todas las preguntas que la mujer me hace lo mejor que puedo. Después me pide que me tumbe en una camilla para hacerme una ecografía. Tras bajarme el pantalón, me echa gel en el vientre y, con un aparato, lo comienza a extender.
Histérica, ruego a todos los santos habidos y por haber que no haya nada dentro de mí. Pero de pronto la doctora para de mover el aparatito y dice:
—Aquí está el latido, _____, y por su tamaño diría que estás casi de dos meses.
Clavo mi mirada en la pantalla y veo algo que parpadea. Por su forma irregular y su movimiento, me recuerda a una medusa.
¡Creo que me va a dar un infarto!
No hablo...
No parpadeo...
Dios, ¡qué fatiguita!
Sólo puedo mirar eso que se mueve y parece decir “¡Peligro!”.
La doctora, al ver que no hablo, vuelve a mover el aparatito y, tras apretar unos botones, por el lateral sale un papelito. Cuando me lo entrega y veo que se trata de una foto, me emociono como nunca pensé que lo haría y asumo que eso con forma de medusa es un bebé y que, me guste o no, ¡estoy embarazada!
Antes de salir, me da cita para un mes después y me entrega unas recetas. Debo tomar acido fólico, entre otras cosas, y hacerme unos análisis que le tengo que llevar la próxima vez que vaya a verla.
Monse_Jonas
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Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 4 Empty Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por Monse_Jonas Jue 18 Sep 2014, 8:41 pm

Capitulo Veintidós
Pasan dos días y sigo sin saber nada de Joe.
Estoy rota...
Estoy fatal...
Y, para más inri, ¡embarazada!
Lloriqueo y lloriqueo y pienso lo feliz que se sentiría Joe si lo supiera.
No le cuento nada a nadie. Me como solita el problema y saco fuerzas de donde no las tengo para remontar el momento tan doloroso y desconcertante que estoy pasando. Eso sí, tengo el cuello en carne viva.
Tomo el acido fólico por las mañanas y el primer día me asusto al ir al baño y ver algo negro... negrísimo salir de mi. Pero luego recuerdo que en el prospecto ponía que eso podía ocurrir ¡Qué asco, por Dios!
En esos días no salgo. Me paso el día tumbada en el sofá o en mi cama, dormitando como un oso, y cuando Simona entra y me dice que Zayn está al teléfono, casi vomito.
La mujer me mira. Achaca mi malestar a lo que está ocurriendo con Joe y no pregunta. Menos mal, porque no quiero mentirle.
Cuando me pasa el teléfono, la miro y murmuro:
—Tranquila, todo se aclarará.
Con un nudo en la boca del estómago que estoy segura que como se desanude salen de mí las cataratas de Niágara, saludo lo más alegre que puedo:
—Hola, Zayn.
—Hola, preciosa, ¿ya ha vuelto el jefe?
Su tono de voz y la pregunta me indica que no sabe nada. Parpadeando, cambio mi tono de voz y respondo:
—Pues no, precioso. Me llamó hace unos días y me comentó que el viaje se alargaba un poquito más. ¿Por qué? ¿Querías algo?
Con una encantadora risa, Zayn dice:
—Este fin de semana hay una fiesta privada en Natch y quería saber si vais a ir.
Para fiestecitas estoy yo y respondo:
—Pues no va a poder ser. Y yo sola ya sabes que no.
Zayn suelta una carcajada.
—Que no me entere yo de que vas sin tu marido.
Ahora la que se ríe con amargura soy yo.
¡Si él supiera lo que piensa Joe!
Hablamos durante un par de minutos más y, tras despedirnos, cuelgo con la angustia de ocultarle algo a Zayn, pero no puedo decirle nada. Esto es una bomba, y cuando estalle quiero estar yo presente.
No quiero que Joe y él se enzarcen sin estar yo delante para mediar. Temo que rompan su bonita amistad por la guarra de Laila.
Pienso en lo que Zayn me contó de ella y Leonard y en cómo en todo ese tiempo ha guardado el secreto para no hacerle daño a Joe. Ahora pienso que hubiera sido mejor herirlo en su momento, así Laila habría desaparecido de sus vidas y no habría provocado todo esto.
Está claro lo que la chica quiere: enemistar a Zayn y Joe y, con ello, llevárseme a mí por delante.
No se lo puedo consentir. Pero sin ver las pruebas que Joe dice que tiene no puedo hacer nada salvo llamarla y ponerla a caer de un burro.
Convencida de que quiero hacer eso, le pido a Simona el teléfono de Laila en Londres. A regañadientes me lo proporciona y, cuando tras dos timbrazos, oigo la voz de la joven, digo:
—Eres una mala persona, ¿cómo has podido hacer lo que has hecho?
Laila suelta una carcajada y, furiosa, grito:
—Eres una zorra, ¿lo sabías?
Sin un ápice de culpabilidad, ella sigue riendo y suelta:
—Joróbate, querida _____. Tu mundo perfecto se resquebraja.
¡Si la tengo delante le arranco la cabeza! Siseo:
—Atente a las consecuencias si eso ocurre.
No digo más. Cuelgo antes de que la voz me traicione. Y vuelvo a llorar. Es lo que mejor sé hacer en los últimos tiempos.
Llevo diez días sin ver a Joe y lo necesito.
Anhelo sus abrazos, sus besos, sus miradas y hasta sus gruñidos. Y, sobre todo, necesito decirle que uno de sus sueños se va a hacer realidad.
¡Va a ser papá!
Estoy tirada en mi cama cuando suena el teléfono. Rápidamente contesto y oigo:
—¡Hola, cuchufletaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!
Mi hermana.
Siento unas ganas locas de llorar, de contarle mi secreto, pero no. Me callo y me trago las lágrimas. No quiero que nadie sepa de Medusa antes que Joe.
Me incorporo rápidamente. Hablar con ella seguro que me alegra.
—Hola, loca, ¿cómo estás?
—Bien, cuchu.
—¿Y mis niñas?
—Tus niñas estupendas. Luz cada día más rebelde. Ojú, a quién habrá salido esta niña. Y Lucía cada día más espabilada. Por cierto, papá dice cada día que parece más hija tuya que mía. Se parece a ti un montón.
Al oírla sonrío y Raquel pregunta:
—¿Y vosotros cómo estáis?
Pienso en mi alemán favorito, en su pena, en mi tristeza y respondo:
—Genial. Flyn en el colegio y Joe de viaje, pero regresará pronto.
—Vaya, vaya, sé de una que en el reencuentro se lo va a pasar la mar de bien.
Me río por no llorar. ¡Si ella supiera! Pero la alegría de mi hermana me da buen rollo y más cuando canturrea:
—Tengo algo que contarteeeeeeee.
—¿El qué?
—Adivinaaaaa...
—Raquel, ¡suéltalo y déjate de adivinanzas!
—¿A que no sabes quién está en España ocupando Villa Morenita? —Y antes de que yo pueda responder, suelta emocionada—: ¡Mi rollito salvaje!
—¡No me digas! —exclamo divertida.
—Lo que oyes.
—¡Qué fuerte!
—Muy fuerte —cuchichea Raquel y añade—: Y me ha dicho que no ha podido dejar de pensar en mí y que está loco por mis huesitos.
Parpadeo, parpadeo y parpadeo...
—Cuchuuuu, ¿estás ahí?
Asiento y respondo:
—Sí..., sí..., es que me acabas de dejar sin palabras.
—Lo sé, te has quedado como me quedé yo ayer, cuando abrí la puerta y me encontré a mi mexicano, tan alto, tan guapo, tan galante, con un bonito de ramo de rosas blancas en las manos y...
—Guauuu, rosas blancas... tus preferidas.
—Síííííí. Pero calla, calla, que todavía no te he contado lo mejor. Resulta que cuando abrí la puerta, me dice con toda su planta de galán mexicano: “Cariñito lindo, si cada vez que pienso en ti una estrella se apagara, no habría en el cielo estrellas que brillaran”. Ohhhhhh..., Diossss. Oh, Diossssssssssss. Sólo faltaron los mariachis tras él, pero casi me meo del gusto que me dio.
—Flipante. —Me río a carcajadas tras varios días sin reír.
¡Vaya dos!
—Ha sido la cosa más romántica que me ha pasado en la vida, cuchu. Este hombre es... es... diferente... muy diferente y cuando está conmigo me hace sentir como una princesa de cuento. Me mira con intensidad, me besa con locura, me toca con deleite y me...
—Para, para, que te lanzas.
En ese instante me parece estar viendo la telenovela Locura Esmeralda, con mi hermana y Juan Alberto como protagonistas. España, México, madre mía la que pueden liar.
—Y lo mejor de todo —prosigue con voz melosa—, es que cuando vino a casa, miró a papá y le dijo: “Señor Flores, vengo a pedirle formalmente la mano de su linda hija”.
—¡Qué fuerte, Raquel!
—¡Sí! —chilla mi hermana y yo tengo que despegarme el teléfono de la oreja.
Me río, me tengo que reír, y pregunto:
—¿Me estás diciendo que te has prometido?
—No.
—Pero si me acabas de decir que le ha pedido a papá tu mano.
—A papá, pero ya me encargué yo de decirle que nanai de la China.
—¡¿Cómo?!
—Ay, cuchu... tenías que haber visto su cara cuando le dije que yo no le daba mi mano a nadie, que ya se la había dado una vez a un atontado y que mi mano era mía, sólo mía y de nadie más.
Me troncho. Pero qué graciosa es mi hermana.
—Entonces, ¿estás prometida con él o no?
—Pues no. Soy una mujer moderna y ahora salgo a cenar con quien quiero y cuando quiero. Es más, esta noche he quedado con Juanín, el de la tienda de electrodomésticos que hay junto al taller de papa, y Juan Alberto está muy ofendido.
—Normal, Raquel, si el pobre viene desde México, te dice eso tan romántico de las estrellas, acompañado de un ramo de tus flores preferidas, y le pide a papá tu mano, ¿cómo quieres que esté?
—Que se jorobe. A ver si se cree que porque venga con sus dulces palabras yo tengo que aparcar mi vida para ir tras él.
—Pero, Raquel...
—Que no.
—Pero ¿no dices que es especial y que te hace sentir como...?
—Sí, pero no quiero sufrir por otro churri.
Qué razón tiene mi hermana. Sufrir por amor es un asco, pero insisto:
—Juan Alberto no es Jesús. Estoy convencida de que quiere algo serio contigo y...
—Tengo miedo. Ea, ya lo he dicho. ¡Tengo miedo!
La entiendo.
Lo ha pasado mal y ahora tiene pánico a volver a sufrir. Pero sin apenas conocer al mexicano, sé que es diferente a mi ex cuñado. Juan Alberto lo ha pasado también mal por amor y estoy convencida de que Raquel es lo que él necesita y viceversa. Pero dispuesta a que mi hermana se decida, añado:
—Es normal que tengas miedo, pero no todos los churris son iguales. Si tienes miedo ve con cuidado. Pero te digo que si no quieres perder a Juan Alberto, tengas también cuidado o luego te arrepentirás. Valora qué es lo que quieres y qué es lo que te va a hacer más feliz a ti.
—Ay, cuchu..., me acabas de decir lo mismito que papá me dijo. —Y, parándose, dice—: Hablando de papá, espera que quiere hablar contigo. Bueno, cuchu, ya hablamos otro día, que me voy a poner guapa a la pelu para salir a cenar con Juanín.
—Adiós, loca, y pórtate bien —respondo divertida.
Instantes después, oigo la voz de mi padre y me emociono. Las lágrimas me caen como puños, mientras me tapo la boca para que no le llegue ningún gemido. Si él supiera que estoy embarazada, qué feliz se pondría. Pero si supiera en la situación en que me encuentro con Joe, qué tristeza le entraría.
—¿Cómo está mi morenita?
Jorobada... muy jorobada, pero tras tomar aire, respondo:
—Bien, ¿y tú cómo estás, papá?
Él baja el tono de voz y cuchichea:
—Ojú, mi arma... tu hermana me tiene loco. Y encima ahora está aquí el mexicano.
—Lo sé, me lo acaba de decir.
—¿Y qué te parece?
Secándome las lágrimas que me caen por la cara, respondo:
—Uf, papá, no sé qué decirte. Creo que es Raquel la que tiene que decidir.
Oigo que mi padre se ríe y después contesta:
—Lo sé, hija. Pero hasta que eso pase, a mí me va a volver tarumba. Pero está tan feliz desde que ese mexicano ha aparecido, que creo que ya ha decidido.
—¿Y te gusta su decisión?
—Más que comer con las manos, morenita —se ríe mi padre—. Pero no pienso decir ni mu, que ella elija sola.
—Sí, papá, es lo mejor. Si acierta o se equivoca, será sólo cosa suya.
Durante un rato, hablamos de todo un poco, hasta que pregunta:
—¿Y Joe?
—De viaje en Londres. Regresará dentro de unos días.
—Morenita, te encuentro la voz tristona, ¿todo bien por ahí?
Pero qué listo es mi padre.
Iba para pitoniso y se quedó en mecánico.
Pero convencida de que no debo alarmarlo, respondo con tranquilidad:
—Todo perfecto, papá. Deseando que regrese mi alemán preferido.
—Así me gusta. Sentir a mis niñas felices. —Se ríe encantado.
Yo también me río, aunque los ojos se me llenen de lágrimas.
—Dile a Joe que me llame para concretar el día que nos manda el avión. Me dijo que no comprara billetes que él mandaba su jet a recogernos para pasar las Navidades todos juntos.
—Será lo primero que haga cuando lo vea, papá.
De pronto se oye el llanto de un bebé. Es mi sobrina Lucía y a mí se me ponen los pelos como escarpias.
¡Dios santo, estoy embarazada y pronto tendré uno que llore así!
Sé algo que nadie sabe. Por primera vez en mi vida guardo un secreto, que sólo quiero desvelar a la persona que amo con toda mi alma.
Una vez me despido de mi padre y cuelgo el teléfono, me vuelvo a recostar en la cama. ¿Hasta cuándo va a durar esto?
De pronto, la puerta de la habitación se abre y Simona dice rápidamente:
—Comienza Locura Esmeralda.
Atentas a la pantalla, vemos cómo Luis Alfredo Quiñones, el amor de Esmeralda, besa a Lupita Santúñez, la enfermera del hospital, y Esmeralda lo ve desesperada tras la columna. Sin poder evitarlo, lloro. Pobrecita Esmeralda. Tan enamorada y siempre con tantos problemas. ¡Mira, como yo!
Simona me mira y me da un kleenex. Lo empapo en segundos y, cuando Esmeralda Mendoza, destrozada por el desamor, le dice a su pequeño hijo “¡Papá te quiere!”, lloro y lloro y no puedo parar.
¡Madre mía, qué dramón!
Cuando termina Locura Esmeralda y quedo sola de nuevo en la habitación, me suena el móvil. Lo miro, no reconozco el número y contesto:
—Diga.
—Hola, _____, soy Amanda.
La mandíbula se me desencaja.
¡La que faltaba!
¿Qué hace esa mujer llamándome?
—No cuelgues, por favor, tengo algo que decirte.
—No tengo nada que hablar contigo.
Y cuando estoy a punto de darle al botón de colgar, oigo:
—Joe está en el hospital.
Mi respiración se detiene.
Mi mundo se interrumpe, pero consigo preguntar con un hilo de voz:
—¿Qué... qué ha pasado?
—Hace unas noches bebió más de la cuenta y se metió en una pelea.
Dios..., Dios..., sabía que iba a pasar algo. Nunca lo había oído tan furioso.
—Pero... pero ¿está bien? —consigo balbucear.
—Todo lo bien que puede. Tiene una fisura en una pierna y varias magulladuras en el cuerpo.
Aunque...
—¿Qué ocurre, Amanda?
—Recibió un fuerte golpe en la cabeza y tiene hemorragias intraoculares en ambos ojos.
Me mareo...
Todo me da vueltas...
Los ojos... sus ojos...
Cuando consigo reponerme del soponcio que me está entrado, respiro con dificultad y sin apenas voz, murmuro:
—Agradezco tu llamada, Amanda. La agradezco mucho y, ahora, por favor, dime en qué hospital está.
—En el St. Thomas, en Westminster Bridge Road, habitación 507.
Lo apunto rápidamente en un papel. Me tiembla la mano y creo que voy a vomitar.
Dos minutos después, tras colgar, las lágrimas, mis grandes compañeras en los últimos días, acuden rápidamente a mí. Desesperada, me siento en la cama y lloro por mi amor.
¿Cómo es que no me ha llamado?
¿Qué hace él solo en un hospital?
Quiero ver a Joe.
Necesito abrazarlo y sentir que está bien.
El estómago me avisa y corro al baño.
Cuando salgo, cojo el móvil y, tras darle a la marcación rápida, oigo dos timbrazos. Cuando descuelgan, murmuro mientras lloro:
—Zayn, te necesito.
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Mensaje por Monse_Jonas Jue 18 Sep 2014, 8:44 pm

Por Dios!!! Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 4 1054092304
Espero les gusten los capis chicas.Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 4 2529252940
Saludotes. Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 4 35511020
Gracias por comentar. Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 4 918334782
Beshotes. Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 4 1661743686  
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Mensaje por chelis Vie 19 Sep 2014, 4:13 pm

no lo puedo creeeeerrrrr!!!!!!!!!!....
esa bruja!!!!....
y aaaaaaahhh!!!... joe por queeeeee????
ojala y no sea nada grave!!!!!
chelis
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Mensaje por mfsuarez09 Vie 19 Sep 2014, 4:33 pm

Noooo !! Ojala que este biiien joe y que todo se solucione
mfsuarez09
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Mensaje por chelis Vie 19 Sep 2014, 7:21 pm

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