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Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN
Nombre: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame.
Autor: Megan Maxwell
Adaptación: Si
Advertencias: Alto contenido erótico.
Otras páginas: No sé.
Sinopsis
_____ y Joe regresan de su viaje de novios tras una boda de ensueño. El se siente el hombre más feliz del universo y no se imagina su vida sin ella; sin embargo, los celos y el afán de protección de Joe los enfrenta una y otra vez.
Por su parte, _____ está encantada con su Iceman particular y siempre intenta verlo todo por el lado positivo, aunque en más de una ocasión se llene el cuello de ronchones…Disfruta de Joe y de sus juegos sexuales, excepto cuando él le susurra que uno de sus mayores deseos es tener un hijo con ella.
Bueno chicas tal vez alguna vez se me pasó no cambiar los nombres o algo así pero pues les sigo por si no lo sabían jeje que los nombre reales son: Eric y Judith
Monse_Jonas
Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN
Capitulo uno
Riviera Maya - Hotel Mezzanine
Playa de arenas blancas...
Aguas cristalinas...
Sol cautivador... Cócteles deliciosos... y Joe Zimmerman.
¡Insaciable!
Ésa es la palabra que define perfectamente el apetito que siento por él. Por mi alucinante, guapo, sexy y morboso marido. Todavía no me lo creo. ¡Estoy casada con Joe! ¡Con Iceman!
Estamos en Tulum, México, disfrutando de nuestra luna de miel, y no quiero que acabe nunca.
Acomodada en una maravillosa hamaca, tomo el sol en toples. Me encanta sentir los rayos del sol en mi cuerpo, mientras mi Iceman habla a escasos metros de mí por teléfono. Por su cejo fruncido sé que está concentrado en temas de la empresa y yo sonrío.
Joe está moreno y guapísimo con su bañador celeste. Mientras, yo lo miro... lo observo... y cuanto más lo hago, más me gusta y me excita.
¿Será el efecto Zimmerman?
Con curiosidad, veo que unas mujeres que están sentadas en el bonito bar del hotel lo miran también. No es para menos. Reconozco que mi chicarrón es un lujo para la vista y, divertida, sonrío, aunque estoy a punto de gritar: “Ehhh, lobeznas, ¡es todo mío!”.
Pero sé que no hace falta que lo haga. Joe es todo, absolutamente mío, sin necesidad de que yo lo grite a los cuatro vientos.
Tras la bonita boda en Múnich, tres días después, mi flamante marido me sorprendió con un estupendo y romántico viaje de luna de miel. Y aquí estoy, en la exótica playa de Tulum del Caribe mexicano, disfrutando de unas buenas vistas y deseosa de regresar a la intimidad de nuestra habitación.
Tengo sed. Me levanto de la hamaca, me quito los cascos del iPod, me pongo la parte de arriba de mi biquini amarillo y me dirijo hacia el bar de la playa.
¡Qué tiempo tan estupendo!
De pronto, sonrío al oír la voz de Alejandro Sanz y canturreo mientras camino.
Ya lo ves, que no hay dos sin tres,
que la vida va y viene y que no se detiene...
y qué sé yo...
Ya te digo que no hay dos sin tres. Que me lo digan a mí.
La suave brisa mueve mi pelo y yo sigo canturreando hasta llegar al bar.
Para qué me curaste cuando estaba herido
si hoy me dejas de nuevo el corazón partío.
¿Quién me va entregar sus emociones?
¿Quién me va a pedir que nunca la abandone?
¿Quién me tapará esta noche si hace frío?
¿Quién me va a curar el corazón partío?
Le pido una Coca-Cola gigante con extra de hielo al camarero y, cuando bebo el primer trago, unas manos me rodean la cintura y alguien dice en mi oído:
—Ya estoy aquí, pequeña.
Su voz...
Su cercanía...
Su manera de llamarme “pequeña”...
Mmmmm... me vuelve loca y, con una amplia sonrisa, observo cómo las mujeres de la barra se sonrojan ante la cercanía de Joe. ¡No es para menos! Y yo, más feliz que una perdiz, apoyo la nuca en su espalda y él me besa la frente.
—¿Quieres Coca-Cola?
Asiente, se acomoda en el taburete que hay a mi lado, coge el vaso que le ofrezco y, tras beber un largo trago, murmura:
—Gracias. Estaba sediento. —Y con una guasona sonrisa, tras pasear su azulada mirada por mis pechos, pregunta—: ¿Por qué te has puesto la parte de arriba del biquini? Me privas de unas maravillosas vistas.
—Es que me incomoda estar con las tetillas al aire aquí en el bar.
Joe sonríe. Me traspasa su calor y la música de pronto cambia y suena una romántica ranchera.
¡Vivan las rancheras!
Qué pasada de canciones. ¡Cuánto sentimiento! Nunca imaginé que me llegaran a gustar tanto.
Joe, que en la intimidad es la persona más romántica que he conocido en toda mi vida, al oír la canción me mira peligrosamente, se acerca a mí, me agarra por la cintura con aire posesivo y pregunta:
—¿Bailas, morenita?
Ay, que me da...
¡Yo es que me lo como!
Me encanta cuando se deja llevar por la naturalidad y sólo piensa en él y en mí.
Suena la canción que Dexter nos dedicó en nuestra boda y cada vez que la escuchamos la bailamos muy acaramelados.
Loca...
Enamorada hasta las trancas...
Y más contenta que unas pascuas...
Me bajo del taburete y allí, en medio del bar de la playa, sin importarnos los turistas que nos observan, acarameladitos, bailamos ante la cara de envidia de varias mujeres, mientras la voz de Luis
Miguel canta.
Si nos dejan, nos vamos a querer toda la vida.
Si nos dejan, nos vamos a vivir a un mundo nuevo.
Yo creo podemos ver el nuevo amanecer de un nuevo día.
Yo pienso que tú y yo podemos ser felices todavía.
Oh, Dios... oh, Dios, ¡qué momentazo!
Eso quiero yo, que nos dejen a Joe y a mí ser felices o, mejor dicho, que nos dejemos nosotros mismos. Porque si algo tenemos claro es que somos el fuego y el agua y, aunque nos queremos con locura, somos dos bombas siempre cargadas y a punto de estallar.
Desde la boda no hemos vuelto a discutir. Paz y amor. Estamos los dos en tal nube que sólo nos besamos, nos decimos cosas bonitas y nos dedicamos el uno al otro.
¡Viva la luna de miel!
La canción suena y nosotros, enamorados, la seguimos bailando. Joe me hace feliz. Disfrutamos de ese momento. Bailamos, nos olvidamos del mundo y nos miramos a los ojos con auténtica adoración.
Su mirada azul me traspasa, me dice cuánto me quiere y desea y cuando la canción acaba, mi marido, mi amante, mi loco amor me besa y, sentándome en el taburete, susurra a escasos centímetros de mi boca.
—Como dice la canción, te voy a querer toda la vida.
Madre... madre... ¡Si es que es para comérselo a bocados de lo lindo que es!
Cinco minutos después, cuando por fin dejamos de hacernos arrumacos dulces y sabrosones, ante las miradas indiscretas de unas mujeres que nos observan, le pregunto:
—¿Hablabas con Dexter por teléfono?
—No, con el socio de Dexter. Quiere que nos reunamos mañana en sus oficinas para tratar unos asuntos.
—¿Dónde están sus oficinas?
—A unos treinta minutos de aquí. En Playa del Carmen. Por lo tanto, mañana por la mañana vamos a...
—¿Vamos? —lo corto—. No... no... dirás que vas. Yo prefiero esperarte aquí.
Joe levanta las cejas. No lo convence lo que he dicho. Yo sonrío y él pregunta.
—¿Sola?
Su gesto me hace gracia y, dispuesta a conseguir mi propósito, respondo:
—Joe..., sola no estoy. El hotel está lleno de gente y la playa también. ¿No lo ves?
Frunce el cejo. ¡Regresa Iceman! Y afirma:
—Estarás sola, _____, y eso no me hace gracia.
Divertida, suelto una carcajada.
—Vamos a ver, cariño...
—No, _____..., vendrás conmigo. He visto demasiados depredadores en busca de una bonita mujer y no voy a consentir que sea la mía —insiste con seriedad.
Eso me hace reír a carcajadas. A él, lógicamente, no.
Me excita su parte celosa y, levantándome del taburete, me acerco más a él, me abrazo a su cuello y murmuro:
—Ningún depredador llama mi atención excepto tú. ¡Mi gran depredador! Por lo tanto, tranquilo, que sé cuidarme sola. Además, conociéndote, madrugarás mucho, ¿verdad? —Mi chicarrón asiente, me agarra por la cintura y yo añado en plan princesita mimosa—: No quiero madrugar, quiero dormir y, cuando me levante, tomar el sol hasta que tú regreses. ¿Dónde está el problema?
—_____...
Lo beso. Adoro besarlo y, cuando termino, con una candorosa sonrisa, añado:
—Vayamos a la habitación.
—Estamos hablando de...
—Es que cuando te veo tan serio y terrenal —lo corto—, me pones como una moto y te deseo.
Joe sonríe. ¡Biennnnn!
Me agarra la nuca y me besa... me besa con auténtica adoración, dejando patidifusas a las mujeres del bar.
Toma ya, ¡eso por mironas!
Después, sin importarle quién nos mire, me coge en brazos y, sin más, se encamina hacia donde yo he sugerido.
Cuando llegamos a la puerta de la habitación, mi depredador particular ya está a cien. Entre risas, abro con la tarjetita y, una vez dentro, él la cierra con el pie. No me suelta. Me lleva hasta la cama, me deja encima y murmura:
—Voy a llenar el jacuzzi.
Lo observo. Camina hasta la bañera redonda que hay a escasos metros de la cama y, tras abrir los grifos, me mira y, excitado, susurra:
—Desnúdate o ese biquini acabará hecho pedazos.
¡Guauuuuuu!
Ni que decir tiene que rápidamente me lo quito con una sensual sonrisa. El biquini es precioso, me lo compré ayer en una carísima tienda de Tulum y es una pasada. No quiero que termine como la mayoría de mi ropa interior.
Joe, al ver mi premura, sonríe. Se muerde el labio mientras me observa y, una vez me tiene desnuda, con el dedo índice me indica que me acerque a él. Lo hago. Y cuando mis pechos chocan con su terso abdomen, murmura con voz ronca:
—Demuéstrame cuánto me deseas.
Oh, sí..., ¡claro que sí!
Deseosa y caliente, suelto el cordón del bañador celeste que lleva puesto. Meto las manos por el interior de la goma y me agacho hasta quedar de rodillas ante él. Una vez le quito el bañador por los pies, levanto la vista y observo su pene.
¡Fascinante!
La boca se me hace agua al ver que ya está preparado para mí. Desde mi posición, observo el gesto de Joe, que dice:
—Soy todo tuyo, pequeña.
Sin más, agarro con mi mano su duro pene y lo paso por mi cara y mi cuello, mientras lo miro y observo su expresión de deseo.
Dispuesta a disfrutar de ese manjar, saco la lengua y, sin demora, la paseo por su miembro de arriba abajo, tentadora.
Joe sonríe y yo, caliente, lo mordisqueo con los labios sin quitarle los ojos de encima, hasta que suelta un gruñido satisfactorio y posa la mano en mi cabeza. Mi respiración se agita, ¡le deseo! Y, ansiosa de más, introduzco su erección en mi boca mientras siento que sus manos se enredan en mi pelo y lo oigo gemir. ¡Oh, sí!
Adoro su pene, terso... caliente y suave y nuestro juego continúa unos minutos hasta que siento que no puede más. Me agarra del pelo, tira de él para que lo mire y exige con voz cargada de tensión:
—Túmbate en la cama.
Me levanto del suelo y hago lo que me pide. Me tiemblan las rodillas, pero consigo llegar hasta mi objetivo. Una vez allí, Joe, mi poderoso dios del amor, se acerca y, con la respiración entrecortada, ordena:
—Ábrete de piernas.
Jadeo, mi respiración se agita. Sé lo que va a hacer y me vuelvo loca.
Joe se sube a la cama y me besa. Como un león sobre mí, a cuatro patas, acerca tentador una y otra vez su boca a la mía y yo siento una ansia viva por devorarlo.
Besos... mordisquitos... y morbo. Eso me produce mi marido y, cuando sabe que estoy totalmente dispuesta a hacer cualquier cosa por él, repta por mi cuerpo hasta quedar entre mis piernas y me hace gritar.
Su boca, ¡oh, su boca ya está moviéndose y exigiendo en mi centro del deseo!
Sus dedos abren mis labios y, sin pausa, entran en mí una y otra vez, mientras yo jadeo.
—No pares...
Oh, Dios... no me hace caso. Estoy a punto de matarlo. De pronto, su lengua, su húmeda y maravillosa lengua, entra en mi interior y me hace el amor.
¡Oh, sí, qué bien lo hace!
Jadeo... agarro con mis manos la bonita sábana color hueso y me agito, mientras gimo una y otra vez y disfruto de lo que mi amor, mi marido, mi amante me hace.
Cuando creo que ya no puedo más, Joe saca la cabeza de entre mis piernas, me mira, se inclina sobre mí y me penetra. Su embestida es seca y fuerte y yo me arqueo para recibirlo, muerta de placer.
Sin darme tregua, sus manos agarran mis caderas al tiempo que se introduce en mí una y otra vez una... dos... tres... veinte... y yo me acoplo para recibirlo. Mis piernas tiemblan. Mi cuerpo vibra enloquecido ante sus acometidas y cuando el calor, la locura y la pasión suben hasta mi cabeza, oigo un gemido largo, varonil y satisfactorio. Instantes después, otro gemido sale de mi boca y, sudando por el esfuerzo realizado, mi chico cae sobre mí.
Treinta segundos más tarde, acalorada por tener a mi gigante sobre mi cuerpo, murmuro:
—Joe... no puedo respirar.
Rápidamente, rueda hacia mi lado derecho sobre la cama. En su viaje me lleva con él, quedando yo encima, y, con una sonrisa maravillosa, dice:
—Te quiero, pequeña. —Y, como siempre, pregunta—: ¿Todo bien?
¡Ay, que me lo como!
Y encantada de la vida y del amor, sonrío.
—Todo perfecto, Iceman.
Entre risas y juegos pasamos la tarde, solos en nuestro particular nidito de amor. Joe me demuestra su cariño, yo le demuestro el mío y la felicidad entre los dos es mágica y maravillosa, mientras tienen lugar nuestros calientes encuentros.
Por la noche, al final de una maravillosa cena en el restaurante del hotel, a Joe le suena el móvil.
Tras contestar, lo deja sobre la mesa y explica:
—Era Roberto. He quedado con él en su despacho a las ocho de la mañana.
Divertida, lo miro.
—Pues ya sabes, ¡mañana madrugas!
Al entender lo que acabo de decir, va a hablar cuando lo interrumpo.
—Ah, no... he dicho que yo no voy. Quiero tomar el sol.
—_____...
—Déjate de celos tontos, cariño. Quiero dormir y después tomar el sol. —Y acercándome a mi ceñudo maridito en plan zalamero, murmuro—: Y, cuando llegues, regresaremos a nuestra habitación y volveremos a divertirnos tú y yo. ¿Qué te parece el plan?
Joe sonríe. Sabe que no me va a convencer y finalmente dice:
—De acuerdo, cabezota. Regresaré con una botella con pegatinas rosa, ¿te parece?
Monse_Jonas
Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN
Espero les guste el último libro chicas!!!
Monse_Jonas
Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN
premra leeectoraaaaa!!!!!..
aaaaahhhh es mucho pedir el que sigueeeee!!!!!...
porfiiissssss
aaaaahhhh es mucho pedir el que sigueeeee!!!!!...
porfiiissssss
chelis
Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN
Hola nueva lectora!
Yo quiero que tengan un bebé!
Síguela!
Yo quiero que tengan un bebé!
Síguela!
aranzhitha
Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN
Aaaaaah siguelaaa esta muy buueenaaa!!
mfsuarez09
Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN
Capitulo Dos
A las seis y media de la mañana me despierto y oigo a Joe en el baño. Quiero darle un beso antes de que se marche, pero tengo tanto sueño que esperaré a que termine de asearse. Pero cuando me despierto son las diez y media de la mañana y sólo puedo musitar:
—Joderrrrrrrrrrrrrr.
Tumbándome de nuevo en la maravillosa y enorme cama que comparto con mi amor, cojo mi móvil y tecleo:
¿Todo bien?
Me preocupo por mi chico tanto como él se preocupa por mí. Y un minuto después recibo la contestación:
Cuando esté contigo, todo volverá a estar bien.
Te quiero
Sonrío como una boba, me revuelco en la cama y disfruto de su aroma en las sábanas. Holgazaneo un poco y después abro el Facebook en mi portátil y subo una foto de Joe y mía en la playa. Dos segundos después, mi muro se llena de comentarios de mis amigas las guerreras. Divertida, leo cosas como: “¡Cómete a tu marido!” “¡Si tú no lo quieres, dámelo a mí!” O aquello otro de “¡Quiero un Joe en mi vida!”.
Me río. Las guerreras, esas amigas que un día conocí a través de una red social, están felices por mi boda y no paran de bromear sobre mi luna de miel. ¿Será que me envidian?
Tras una ducha fresquita, decido llamar a mi padre. Quiero hablar con él. Miro el reloj y calculo la diferencia horaria. En España es de madrugada, pero sé que él ya está levantado. Le pasa como a Joe,
duerme poco. Me siento en la cama, marco el número, se oyen dos timbrazos y, cuando descuelgan, digo:
—Orale, papitooooooooooo. ¡Buenasssssssss!
Al reconocer mi voz, mi padre suelta una carcajada.
—Hola, vida mía. ¿Cómo está mi morenita?
—Bien, papá, ¡todo genial! —Y tras oírlo reír, añado—: Esto es una pasada y me lo estoy pasando
genial con Joe.
—Me encanta saberlo, bonita.
—En serio, papá, tienes que animarte y venir. Deberías decirle al Bicharrón y al Lucena que el próximo viaje lo tenéis que hacer aquí. Os va a encantar.
Mi padre suelta una carcajada.
—Ojú, morenita, ¡al Lucena no lo sacamos de España ni jarto vino tinto! Fue a tu boda a Alemania sólo porque eras tú. ¡No te digo más!
—¿Tan mal lo pasó en el viaje?
—No, hija, lo pasó muy bien. Pero lleva muy mal el tema de la comida. Según él, ¡como en su casa no se come en ningún lado!
—Pues haz el viaje con el Bicharrón y su mujer, ¡seguro que les encanta!
—Eso sí... a ésos seguro que les gusta.
Hablamos durante un buen rato. Le cuento mil cosas y me cuenta cómo va todo. Está algo preocupado por la crisis. Ha tenido que despedir a uno de sus mecánicos y eso a mi padre se le ha clavado en el corazón. Cuando consigo que sonría de nuevo, pregunto:
—¿Flyn se está portando bien?
—Como una malva, y menuda niñera que es para Lucía. ¡Se la come a besos! —Yo sonrío al imaginarlo y él prosigue—: En serio, cariño, se está divirtiendo mucho con los muchachos de la urbanización y con Luz. ¡Vaya camarilla más peligrosa forman esos dos! Por cierto, no veas lo que le gusta al jodío el jamoncito. Y tiene buen paladar. No le des jamón corrientito, que rápidamente me mira y dice: “Manuel, ¿este jamón es del malo?”.
—¡No me digas!
—Ya te digo. Y el salmorejo de la Pachuca, ¡ojú!, lo tiene loquito. —Yo me río—. No hay vez que no entremos en el bar que el muchachillo no pida un salmorejo. Y lo dicho, con Luz lo pasa genial. Le ha enseñado a montar en bici y...
—Por Dios, papá, a ver si le va a pasar algo —digo preocupada.
Por favorrrrrrrr, acabo de hablar como Joe.
—Tranquila, hija..., el muchacho es duro y, aunque se ha dado dos buenos porrazos contra la verja...
—Papááááááááááááá...
—Nada importante, mujer. Es un niño. Por un par de chichones y arañazos no le pasa nada. Eso sí..., tendrías que verlo cómo maneja la bici.
Sonrío al imaginármelos. Luz y Flyn, ¿quién lo iba a decir?
Aún recuerdo la primera vez que se vieron y mi pizpireta sobrina me preguntó: “¿Por qué no me habla el chino?”. Pero sorprendentemente, luego se han conocido y son tal para cual. Tanto como para que Flyn exigiera irse a Jerez durante el tiempo de nuestra luna de miel.
—¿Y Raquel? —pregunto, para cambiar de tema.
—Tu hermana me tiene frito, hija.
Yo sonrío y lo compadezco. Cuando mi hermana regresó a España tras mi boda, decidió marcharse un tiempo a Jerez con mi padre. Yo le ofrecí la casa que Joe me regaló, para que viviese allí con las niñas, pero ni mi padre ni ella aceptaron. Quieren estar juntos.
—Vamos a ver, papá, ¿qué ocurre con Raquel?
—Tu hermana... me está descabalando la vida. ¿Te puedes creer que se hizo la dueña del mando del televisor? —Yo me río y él añade—: Estoy harto de ver programas de cotilleo, culebrones y chismes del corazón. ¿Cómo le pueden gustar tanto esas tonterías?
Sin saber qué responder, voy a decir algo cuando él añade:
—Y que sepas que ha dicho que cuando vengáis a recoger a Flyn tras el viaje de novios, va a hablar con Joe para que le busque un trabajo. Según ella, tiene que comenzar su vida de nuevo y sin trabajar no lo puede hacer. Y, por supuesto, luego están las llamadas de Jesús.
—¡¿Jesús?! ¿Qué quiere el imbécil ese ahora?
—Según tu hermana, sólo ver cómo están las niñas y hablar con ella.
—¿Tú crees que quiere volver con él?
Oigo que mi padre resopla y finalmente responde:
—No, eso gracias al Cristo lo tiene claro.
Saber de esas llamadas no me hace ni pizca de gracia. El atontado de mi ex cuñado abandonó a mi hermana estando ella embarazada, para vivir su vida loca. Sólo espero que Raquel sea lista y no se deje embaucar por ese lobo con piel de cordero.
Intentando no hablar más de ese tema, que sé que a mi padre le preocupa, añado:
—En cuanto a lo de que quiere trabajar, papá, lo siento, pero en eso le doy la razón.
—Pero vamos a ver, morenita, con lo que yo gano puedo mantenerlas a ella y a las niñas. ¿Por qué quiere trabajar?
Convencida de que entiendo a mi hermana y también a mi padre, digo:
—Escucha, papá, estoy segura de que Raquel contigo es muy feliz y te agradece todo lo que puedas hacer por ella. Pero su intención no es quedarse en Jerez y tú lo sabes. Cuando lo hablamos, ella te dijo
que sería algo momentáneo y...
—Pero ¿qué hace ella sola en Madrid con las niñas? Aquí estaría conmigo, yo la cuidaría y sabría que las tres están bien.
Sin poder evitarlo, sonrío. Mi padre es tan súperprotector como Joe y, conciliadora, añado:
—Papá... Raquel tiene que volver a vivir. Y si se queda contigo en Jerez, tardará más en retomar su vida. ¿No lo entiendes?
Mi padre es el ser más bueno y generoso que hay en el mundo y lo entiendo. Pero también comprendo a mi hermana. Ella quiere salir adelante y, conociéndola, sé que lo conseguirá. Eso sí, espero que no con Jesús.
Tres cuartos de hora más tarde, tras despedirme de mi padre, me lleno el estómago en el bufet libre. Todo está riquísimo y me pongo morada no, ¡lo siguiente! Cuando termino, con mi biquini verde fosforito que me hace más morena, me encamino hacia la playa. Una vez allí, busco una hamaca libre con sombrilla y, cuando la veo, me dijo hacia ella y me tumbo.
¡Me encanta el sol!
Saco mi iPod, me pongo los auriculares, le doy al play y mi amado Pablo Alborán canta:
Si un mar separa continentes, cien mares nos separan a los dos.
Si yo pudiera ser valiente, sabría declararte mi amor...
que en esta canción derrite mi voz.
Así es como yo traduzco el corazón.
Me llaman loco, por no ver lo poco que dicen que me das.
Me llaman loco, por rogarle a la luna detrás del cristal.
Me llaman loco, si me equivoco y te nombro sin querer.
Me llaman loco, por dejar tu recuerdo quemarme la piel.
Loco... loco... loco... loco... locoooooooooooooo.
Canturreo, mientras miro cómo las olas vienen y van.
¡Qué maravillosa canción para escuchar contemplando el mar!
Feliz por el momento que disfruto, abro mi libro y sonrío. En ocasiones, soy capaz de leer y canturrear. Algo raro, pero que yo puedo hacer. Pero veinte minutos más tarde, cuando Pablo canta La vie en rose, los párpados me pesan y la maravillosa brisa me hace cerrar el libro. Sin darme cuenta, me tiro en plancha a los brazos de Morfeo. No sé cuánto tiempo he dormido, cuando de pronto oigo:
—Señorita... señorita...
Abro los ojos. ¿Qué ocurre?
Sin entender qué pasa, me quito los auriculares, y un camarero que está delante de mí con una encantadora sonrisa me tiende un cóctel Margarita y dice:
—De parte del caballero de la camisa azul que está en la barra.
Sonrío. Joe ha vuelto.
Sedienta, bebo un trago. ¡Qué rico! Pero cuando miro hacia la barra con una más que encantadora y sensual sonrisa, me quedo petrificada al ver que quien me ha enviado el cóctel no es Joe.
¡Dios, qué apuro!
El caballero de la camisa azul en cuestión es un hombre de unos cuarenta años, alto, de pelo oscuro y con un bañador a rayas. Al ver que lo miro, sonríe y yo quiero que la tierra se me trague.
¿Y ahora qué hago? ¿Escupo lo bebido?
Pero no dispuesta a hacer nada de eso, le doy las gracias como bien puedo, dejo de mirarlo y abro el libro. Pero con el rabillo del ojo observo que sonríe, se sienta en uno de los taburetes que hay en la
barra y continúa bebiendo.
Durante más de media hora, me dedico a leer, pero en realidad no me entero de nada. El hombre me está poniendo histérica. No se mueve, pero no deja de mirarme. Al final, cierro el libro, me quito las gafas de sol y decido darme un chapuzón en la playa.
El agua está fresquita y me encanta.
Camino unos metros y, cuando me llega por la cintura y veo que viene una ola, como una sirena me lanzo hacia adelante y me zambullo para después comenzar a nadar.
Oh, sí... Qué sensación tan maravillosa.
Cansada de nadar, finalmente me tumbo boca arriba y hago el muerto. Estoy a punto de quitarme la parte de arriba del biquini, pero al final no lo hago. Algo me dice que el hombre de la barra me sigue mirando, y se podría tomar eso como una invitación.
—Hola.
Sorprendida al oír una voz a mi lado, me sobresalto y casi me ahogo. Unas manos desconocidas para mí rápidamente me sujetan y, cuando consigo ponerme de pie, me sueltan. Limpiándome la cara
y la boca, parpadeo y, al ver que se trata del hombre que lleva observándome más de una hora, pregunto:
—¿Qué quieres?
Él, con una guasona sonrisa, responde:
—De entrada que no te ahogues. Lo siento si te he asustado. Sólo quiero platicar, linda damita.
Sin poder evitarlo, sonrío. Soy así de tonta y risueña. Su acento mexicano es muy dulce, pero recomponiéndome, me separo un poco de él.
—Oye, mira..., muchas gracias por la bebida, pero estoy casada y no quiero platicar ni contigo, ni con nadie, ¿entendido?
Él asiente y pregunta.
—¿Recién casada?
Estoy a punto de mandarlo a paseo. ¿Y a él que le importa? Respondo:
—He dicho que estoy casada, por tanto, ¿serías tan amable de dejarme en paz antes de que me enfade y lo lamentes? Ah..., y antes de que insistas, te diré que puedo pasar de ser una linda damita a una bestia parda. Así pues, ¡aléjate de mí y no me hagas enfadar!
El hombre asiente y, cuando se aleja, lo oigo decir:
—¡Mamacita, qué mujer!
Sin quitarle ojo, veo que sale del agua y se encamina directamente hacia el bar. Allí, coge una toalla roja, se seca la cara y se marcha. Encantada de la vida, sonrío y nado de regreso a la orilla. Me siento en la arena y comienzo a hacer eso que tanto me gusta: churritos sobre mis piernas.
Ensimismada, estoy cogiendo arena mojada para dejármela caer encima, cuando veo que alguien se sienta a mi lado. Es una niña.
Encantada, sonrío y la pequeña me dice, tendiéndome un cubo de playa.
—¿Jugamos?
Incapaz de negarme, asiento y, mientras lo lleno de arena, pregunto:
—¿Cómo te llamas?
Ella, con una preciosa sonrisa, me mira y responde:
—Angelly. ¿Y tú?
—_____.
La cría sonríe.
—Tengo seis años. ¿Y tú?
Vaya... otra preguntona como mi querida sobrina Luz y, con una sonrisa, le alboroto el pelo y, cogiendo el cubo, pregunto a mi vez:
—¿Hacemos un castillo?
Maravillada, empiezo a jugar mientras el sol me seca. Me estoy poniendo muy... muy morena; como diría mi padre, ¡agitaná!
Una hora más tarde, la pequeña se va con sus padres y cuando regreso a mi hamaca, a los dos segundos un chico más joven que yo se me acerca y, sentándose en la arena, dice en inglés:
—Hola. Me llamo Georg, ¿estás sola?
Sin poder evitarlo, me entra la risa. Pero ¡cuánto se liga aquí!
—Hola, me llamo _____ y no, no estoy sola.
—¿Española?
—Sí. —Y, adelantándome, añado—: Seguro que te gusta la paella y la sangría, ¿verdad?
—Oh, sí... ¿cómo lo sabes?
Divertida, sonrío. Ese acento tan característico lo conozco y, mirándolo, pregunto:
—¿Alemán, verdad?
Boquiabierto, me mira.
—¿Cómo lo has sabido?
Me dan ganas de decirle cosas como ¡Frankfurt! ¡Audi!, pero, divertida, respondo:
—Conozco un poco a los alemanes y su acento.
Dicho esto, cojo la crema y comienzo a dármela, cuando él pregunta:
—¿Te pongo crema yo?
Me paro. Lo miro de arriba abajo y digo:
—No, gracias. Yo solita me la doy muy bien.
Georg asiente. Tiene ganas de hablar.
—Llevo observándote toda la mañana y nadie se ha sentado aquí contigo excepto yo, ¿seguro que no estás sola?
—Ya te he respondido.
—He visto que has jugado con una niña y le has dado calabazas a un tío.
Increíble, ¿ese niñato me ha estado observando todo el rato?
—Mira, Georg, no quiero ser antipática, pero ¿me puedes decir qué narices haces observándome?
—No tengo nada mejor que hacer. Estoy de vacaciones con mis padres y me aburro. ¿Me dejas invitarte a una copa?
—No, gracias.
—¿Seguro?
—Segurísimo, Georg.
Su insistencia y su juventud me hacen reír justo cuando me suena el móvil. Un mensaje.
¿Ligando, señora Zimmerman?
Rápidamente me muevo. Miro a mi alrededor y lo veo. Joe está en el bar y me observa. Le sonrío, pero él no me devuelve la sonrisa. Uy... Uy... Uy...
Por su mirada sé que está pensando qué hace ese desconocido a mi lado. Y yo, dispuesta a acabar con eso, miro al chaval y le digo:
—¿Ves aquel hombre alto y rubio que nos mira desde el bar?
—El que nos mira con cara de mala leche —dice el muchacho, mirando en la dirección que señala mi dedo.
Sin poder evitarlo, suelto una carcajada y asiento.
—Exacto. Pues quiero que sepas que es alemán como tú.
—¿Y qué pasa?
—Sólo que es mi marido. Y por su cara creo que no le está gustando nada que estés a mi lado.
Su cara se contrae.
¡Pobrecito!
Monse_Jonas
Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN
Capitulo Dos Segunda Parte
Joe es más grande, fornido y alto que él. Mirándome con cara de circunstancias, Georg se levanta y murmura mientras se aleja.
—Lo siento. Disculpa. Ya me voy. Seguro que mis padres se están preguntando dónde estoy.
Alegre, sonrío mientras se aleja. Después miro a mi maridín, pero él no sonríe. Pongo los ojos en blanco y le hago una seña para que se acerque. No lo hace. Le hago un puchero y por fin veo que la comisura derecha de la boca se le curva hacia arriba.
¡Biennnn!
Vuelvo a insistir con el dedo para que se acerque, pero al no hacerlo, decido ir yo. Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma irá a la montaña.
Me levanto y entonces se me ocurre algo.
Con una maquiavélica sonrisa, me quito la parte de arriba del biquini, la dejo sobre la hamaca y, dispuesta a darle unas buenas vistas a mi marido, camino sinuosa hasta él.
¡Qué descarada me estoy volviendo!
Joe me mira... me mira y me mira. Se me come con la vista y yo siento un calor horroroso ante mi descaro, y mis pezones se contraen.
Dios... cómo me pone que me mire así.
Al llegar, me pongo de puntillas, lo beso en los labios y murmuro:
—Te echaba de menos.
Desde su altura y sin moverse, me mira. Es mi perdonavidas particular.
—Estabas muy entretenida hablando con ese muchachito. ¿Quién era?
—Georg.
—¿Y quién es Georg?
Divertida al ver su cejo fruncido, respondo:
—Vamos a ver, cariño, Georg es un muchacho que está de vacaciones con sus padres. Estaba aburrido y se ha sentado a hablar conmigo. No empieces de nuevo con eso de los depredadores.
Joe no dice nada y yo recuerdo al hombre de la camisa azul.
Madre mía... madre mía... si llega a ver que se ha metido en el agua conmigo. Ése sí que era un depredador. Una cosa es Georg, un muchacho demasiado joven, y otra cosa era el tipo que me ha invitado al Margarita.
Tras unos segundos en los que Iceman me observa y yo estoy a punto de partirme el cuello por mirarle a la cara, finalmente sonríe y dice:
—En la habitación, en hielo, tengo algo que lleva pegatinas rosa.
Suelto una carcajada y, sin más, corro hasta mi hamaca. Recojo mis cosas a toda prisa y cuando llego de nuevo hasta él con la lengua por los suelos y las tetillas al aire, Joe me coge entre sus brazos y, tras darme un suave beso en los labios, murmura:
—Vayamos a disfrutar, señora Zimmerman.
Esa noche hay una fiesta en el hotel. Después de cenar, Joe y yo nos sentamos cómodamente en los pufs dispuestos para disfrutar del espectáculo. El colorido de los bailes y el sabor mexicano están todo el rato presentes y lo paso en grande mientras canto:
Altanera preciosa y orgullosa, no permite la quieran consolar.
Dicen que alguien ya vino y se fue, dicen que pasa las noches llorando por él.
La bikina, tiene pena y dolor.
La bikina, no conoce el amor.
Sorprendido, Joe me mira. Sonríe y pregunta:
—¿También te sabes esta canción?
Asiento y, acercándome a él, le digo:
—Cariño, he estado en varios conciertos de Luis Miguel en España y ¡me las sé todas!
Nos besamos. Disfrutamos el momento mientras los mariachis cantan La bikina y cuando acaban y unos nuevos acordes suenan, uno de los hombres vestido de charro me invita a bailar, como a otras turistas. Yo, ni corta ni perezosa, accedo. ¡Juergas a mí!
De su mano, llego a la pista, donde el resto de los bailarines y turistas hacen lo que pueden al son de la música y yo, encantada de la vida, los imito. No me da vergüenza bailar, al revés, disfruto como una loca, mientras Joe me observa y sonríe. Se le ve tan relajado, disfruta de lo que ve y yo estoy a punto de explotar de felicidad.
Pero de pronto, en una de mis vueltas, mis ojos se encuentran con los del hombre que esta mañana me ha invitado a un cóctel en la playa y me ha seguido al agua.
¡El de la camisa azul!
Madre mía... madre mía como se le ocurra abordarme otra vez, la que se va a liar.
Me pongo nerviosa, pero ¿por qué?
Rápidamente, miro a Joe, que me guiña un ojo, y cuando veo que el desconocido va directamente hacia él y lo saluda, pierdo el equilibrio y si no es por el bailarín, que me sujeta de la mano, me habría caído en plancha ante todo el público del hotel.
A partir de ese momento, no doy pie con bola.
¡Ya no sé ni bailar!
Observo que Joe habla afablemente con el hombre y lo invita a sentarse en mi puf.
¡Mi puf!
Unos minutos después, el baile acaba y el bailarín me acompaña hasta mi mesa. Cuando me deja, miro a Joe, que me da un beso y dice:
—Has bailado maravillosamente bien.
Asiento y, con una artificiosa sonrisa, voy a decir algo, cuando añade:
—Cariño, te presento a Juan Alberto, primo de Dexter. Juan Alberto, ella es mi preciosa mujer, _____.
El otro hombre, con una guasona sonrisa, me coge la mano y, con galantería, me la besa, diciendo:
—_____, es un placer conocerte... por fin.
—¿Por fin? —pregunta Joe, sorprendido.
Y antes de que yo pueda decir nada, Juan Alberto aclara divertido.
—Mi primo me habló muy bien de ella.
Me sonrojo.
Dios mío... Dios míoooooooo. ¿Qué le habrá contado Dexter?
Al ver mi cara, Joe sonríe. Sabe lo que pienso, cuando Juan Alberto prosigue:
—Pero digo por fin, porque esta mañana intenté conocerla. Pero güey, qué genio tiene tu mujercita. Me echó de su lado a patadas y me advirtió que si la seguía molestando tendría problemas muy serios con ella.
Joe suelta una carcajada. Le ha gustado oír eso, pero descolocado porque yo no le he contado nada, me mira y yo aclaro:
—Te dije que yo solita sé defenderme de los depredadores.
Juan Alberto se carcajea y afirma:
—Oh, sí... te lo puedo asegurar, amigo. Me dio hasta miedo.
Joe se sienta en el puf, me sienta sobre él y, tras abrazarme protector, con una guasona sonrisa pregunta.
—¿Este mexicano ha intentado ligar contigo?
Yo sonrío y el mencionado responde:
—No, güey, sólo intentaba conocer a la mujer de mi amigo. Dexter me comentó que estabais alojados en este hotel y cuando la vi supe que esta joven tan relinda era _____.
Joe sonríe. Juan Alberto también y, finalmente, lo hago yo también. Todo está aclarado.
Los tres nos divertimos mientras bebemos exquisitos Margaritas y la música suena deliciosamente en el bar. Juan Alberto es tan divertido y dicharachero como Dexter. Incluso físicamente se parecen.
Ambos son morenos y atractivos, pero a diferencia de su primo, éste no me mira con deseo.
Hablamos... hablamos y hablamos y me entero de que Juan Alberto nos acompañará a España y luego viajará por Europa. Es asesor de seguridad y trabaja diseñando sistemas para empresas.
La conversación se alarga hasta las dos de la madrugada, cuando Juan Alberto nos mira con complicidad y dice, levantándose:
—Bueno..., me voy a dormir, para que ustedes lo pasen bien y lo disfruten.
Yo sonrío y Joe, haciéndome levantar, pregunta, tendiéndole la mano:
—¿Irás a la cena que ha organizado Dexter en su casa de México?
—No lo sé —responde Juan Alberto—. Me lo comentó y lo intentaré. Si no puedo, nos vemos en el aeropuerto, ¿de acuerdo?
Joe asiente, Juan Alberto también y, tras darme dos besos en la mejilla, se va.
Una vez nos quedamos solos, Joe acerca su boca a mi cuello y murmura:
—Me gusta saber que has sabido defenderte tú sola de los depredadores.
Mimosa, lo miro.
—Te lo dije cariño.
—¿Qué te parece Juan Alberto?
Al ver su mirada, levanto una ceja y pregunto:
—¿En qué sentido?
—¿Te parece sexy como hombre?
Sonrío. Creo intuir lo que pregunta y respondo:
—A mí sólo me pareces sexy tú.
—Mmmmm... me excita saberlo —susurra sobre mi boca.
Su mirada y la mía se encuentran. Estamos a escasos centímetros el uno del otro y ya sé lo que quiere y lo deseo. Su respiración se acelera y la mía también.
¡Vaya dos!
Sonreímos y, de pronto, siento su mano bajo mi larga falda y, acalorada, pregunto:
—¿Qué haces?
Joe... mi Joe sonríe peligrosamente y, con un hilillo de voz, añado:
—¿Aquí?
Asiente. Está juguetón. Y yo me acaloro.
¿Me quiere masturbar allí?
La gente a nuestro alrededor ríe, se divierte y bebe Margaritas, mientras se oye el ruido de las olas
y suena la música. Estoy de espaldas a todo el mundo, sentada en el puf frente a mi amor y siento que su mano llega a mi muslo. Traza circulitos y luego llega a mi tanga.
—Joe...
—Chis...
Histérica y nerviosa, sonrío.
Madre mía... madre mía...
Con disimulo, miro a ambos lados. La gente está a lo suyo, cuando Joe, acercándose más a mí, cuchichea juguetón:
—Pequeña, nadie nos mira.
—Joe...
—Tranquila...
Retira la fina tela de mi tanga y, rápidamente, uno de sus dedos juguetea con mi clítoris. Cierro los ojos y mi respiración se hace más profunda.
Oh, Dios..., adoro lo que me hace.
La sensación de lo prohibido me excita. Me excita mucho y, cuando Joe mete uno de sus dedos en mi interior, yo jadeo y, al abrir los ojos, me encuentro con su morbosa sonrisa.
—¿Te gusta?
Como un muñequito, asiento mientras mi estómago se descompone en mil pedazos de gusto.
¡No quiero que pare!
Él sonríe mientras su dedo juega dentro de mí y la gente, ajena a nuestro caliente juego, se divierte a nuestro alrededor.
¡Qué sinvergüenza es!
Pero me gusta... me gusta y me gusta y, entrando por fin al trapo, sonrío y me muevo en busca de más profundidad y placer.
Mi gesto de poseída lo hace resoplar.
Sí...
Lo vuelvo loco.
Sí...
Y acercando su boca a la mía, susurra, tremendamente excitado:
—No te muevas si no quieres que se den cuenta.
Dios... Dios... Diossssssssssss, qué morboooooooooo...
¡Me va a dar algo!
Pero ¿cómo no me voy a mover?
Su manera de tocarme me incita a querer más y más y cuando mi gesto le revela lo que pienso, Joe saca su mano de mi humedad y mi falda, se levanta, me coge de la mano y dice:
—Vamos.
Excitada... nerviosa... y deseosa, lo sigo. ¡Lo sigo al fin del mundo!
Me sorprendo cuando veo que no va hacia la habitación. Se encamina hacia la playa. Una vez las luces del bar dejan de iluminarnos y la oscuridad de la noche y la brisa nos envuelven, mi amor me
besa con desesperación.
Deseosa de tocarlo, le desabrocho la camisa y me deleito en el cuerpo de mi marido. Suave, fibroso y ardiente.
Lo toco. Me toca.
Y el ardor de nuestros cuerpos crece a cada segundo.
Entre besos y tocamientos llegamos hasta el chiringuito de la playa. Ese que prepara unos Margaritas estupendos por las mañanas. Ahora está cerrado y Joe quiere jugar. Con premura, desanuda la camisa que llevo atada a la cintura y cuando mis pechos quedan al aire, murmura:
—Esto es lo que yo quiero...
Como un lobo hambriento, se arrodilla y me besa los pezones. Primero uno y después otro. La camisa cae al suelo y me quedo sólo con la falda larga. Excitada por el momento, miro hacia el bar, donde la gente continúa divirtiéndose. Están a escasos cien metros, pero sin importarme quién nos pueda mirar, lo agarro del pelo y murmuro, acercando mi pecho derecho a su boca:
—Saboréame...
Encantado, se deshace en atenciones con mi pecho, mientras sus manos recorren mis piernas y me suben la falda lenta y pausadamente. Cuando el pezón está duro, sin necesidad de que yo se lo pida, Joe presta atención a mi otro pezón, mientras susurro:
—Sí... así... así me gusta...
Enloquecido por el momento, sus manos me aprietan el trasero y oigo cómo la tela de mi tanga se rasga. Cuando lo miro, dice divertido:
—Esto sobra.
Suelto una carcajada, pero cuando de un tirón me baja la falda al suelo y me quedo totalmente desnuda en el chiringuito, mi risa se vuelve risita nerviosa.
Estoy a escasos metros de los turistas del hotel, desnuda, con el tanga roto y dispuesta a pasarlo bien. En ese instante, una risa de mujer que no es la mía se oye cerca de nosotros. Joe y yo miramos y nos encontramos con que al otro lado de la barra del chiringuito hay una mujer y un hombre en nuestra misma situación.
No hablamos. No hace falta. Sin acercarnos los unos a los otros, cada pareja continúa con su morboso momento.
Nos excita su presencia.
Joe me besa. Ansía mi boca como yo necesito la de él. Sus manos agarran mis muñecas y me las sube por encima de la cabeza. Su cuerpo aplasta el mío contra la madera del chiringuito y noto su erección en mi estómago. Eso me excita aún más.
Duro. Latente. Lo quiero dentro de mí cuando murmura:
—Me vuelves loco.
Sonrío. Cierro los ojos y soy inmensamente feliz.
De pronto, el gemido de la mujer hace que los dos volvamos a mirar. Ella está ahora en el suelo, a cuatro patas, y su acompañante la penetra desde atrás, una y otra vez.
Sin poder apartar los ojos de ese espectáculo, observo la expresión de la mujer. Su boca, su cara, su mirada extasiada me hacen ver lo mucho que disfruta y me acaloro más.
Mirar me gusta.
Mirar me excita.
Mirar me incita a querer jugar.
—¿Te gusta lo que ves? —pregunta Joe en mi oído.
Esa pregunta me hace recordar nuestra primera visita al Moroccio, aquel restaurante tan especial al que me llevó en Madrid. Sonrío al recordar mi cara de horror de aquel entonces y suspiro al imaginar mi cara en este momento. Todo es distinto. Gracias a Joe mi percepción del sexo ha cambiado y, para mi gusto, a mejor.
Ahora soy una mujer que disfruta del sexo. Que habla de sexo. Que juega con el sexo y que ya no lo ve como tabú.
Asiento. Su voz cargada de erotismo, unido al espectáculo que observamos son, como poco, morbosos, mientras los gemidos de la mujer se oyen cada vez más y las acometidas son más duras y certeras.
Sin poder apartar la vista de eso, noto cómo Joe se suelta el cordón de los pantalones de lino y se los quita. Me hace dar la vuelta con rapidez y dice en mi oído:
—Ahora quiero oírte gemir a ti.
Sin más, me separa las piernas y, tras pasarme su dura erección por las cachas del culo, baja hasta mi sexo y, tras unos segundos en que me hace rabiar, me penetra.
Oh, sí... sí.
Su estocada es terrenal y certera. Como nos gusta a los dos. Su duro, suave y erecto pene entra totalmente en mí y mi húmeda vagina lo succiona y aprieta, gustosa de recibirlo.
El placer es enorme...
El calor me abrasa...
Jadeo y mi amor, mi amante, mi alemán me agarra posesivo por la cintura, deseoso de pasarlo bien, mientras una y otra vez me empala, arrancándome gemidos que nos vuelven locos a los dos.
Miro hacia la derecha, observo cómo los que antes gemían nos observan y sé que ahora soy yo la
que le muestra a la otra mujer el nivel de mi placer.
Oh sí... quiero mostrárselo.
Quiero que sepa cuánto disfruto.
La altura de Joe y su fuerza me levantan del suelo un par de veces y yo me agarro a la madera del chiringuito, dispuesta a que él vuelva a entrar y a salir de mí. Me gusta cómo me posee.
Una y otra vez lo hace. Lo disfruto. Lo disfruta. Lo disfrutan los extraños, hasta que mis fuerzas desfallecen, mi cuerpo se vuelve gelatina y me dejo ir con un gustoso gemido. Joe llega instantes
después al clímax, tras un ronco jadeo.
Durante unos segundos permanecemos quietos, sin movernos. Estamos agotados por el momento, hasta que un movimiento nos hace regresar a la realidad y vemos que la otra pareja se viste y, tras un saludo con la mano, se van.
Joe, aún abrazado a mí, saca su pene de mi interior. Me besa las costillas y, cuando ve que me encojo, me da la vuelta y, cogiéndome entre sus brazos, murmura:
—¿Te apetece un bañito en la playa?
Oh, sí... con él me apetece todo y, sin dudarlo, acepto.
Me encanta sentirlo tan natural. Tan poco envarado. Tan poco serio.
Desnudos, felices y cogidos de la mano, corremos hasta la playa. Al llegar, ambos nos zambullimos y, cuando nuestras cabezas emergen del agua, mi amor me coge en brazos y después de besarme, cuchichea:
—Cada día estoy más loco por ti, señora Zimmerman.
Yo sonrío.
Como para no sonreír... babear... y gritar de felicidad. ¡Pedazo de marido que tengo!
Enrosco las piernas alrededor de su cuerpo y, cuando noto que su erección comienza de nuevo a crecer, con gesto divertido miro a mi insaciable, morboso y caliente esposo y susurro:
—Pídeme lo que quieras.
Monse_Jonas
Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN
Capitulo Tres
Después de veinte días en nuestro paraíso particular, donde todo es mágico y divertido, cuando llegamos a México DF, miro sorprendida desde la ventanilla del coche las calles abarrotadas de gente.
Joe habla por el móvil con su habitual gesto serio, mientras el chófer conduce la impresionante limusina.
Al llegar a un edificio de lo más moderno, un hombre de uniforme nos abre la puerta. Saluda a Joe y rápidamente llama el ascensor. Cuando nos paramos en el piso dieciocho y las puertas se abren, veo que Dexter acude a nuestro encuentro. Su cálida sonrisa me hace ver lo contento que está por nuestra visita.
—Míralos, qué relindos y morenos llegan los novios. —Todos sonreímos y el mexicano, cogiéndome las manos, añade—: Diosa, qué alegría volver a verte.
—¿Y conmigo qué pasa? —protesta Joe al oírlo.
Dexter choca su mano contra la de él y, con complicidad, cuchichea:
—Lo siento, güey, pero tu mujer me gusta más que tú.
Divertida, me acerco a él, me agacho, pues va en silla de ruedas, y le doy dos besos en la mejilla.
Dexter, feliz por nuestra llegada, tras saludarnos mira a una mujer que está a su lado y nos la presenta:
—Ella es Graciela, mi asistente personal. A Joe ya lo conoces.
—Bienvenido, señor Zimmerman —dice la muchacha morena.
Joe le da la mano y, con una candorosa sonrisa, responde:
—Encantado de volver a verte, Graciela. ¿Todo bien con este pesado?
La joven de pelo oscuro mira a Dexter con una tímida sonrisa y murmura:
—Ahorita mismo todo perfecto, señor.
Dexter, divertido, tras escucharla me mira y dice:
—_____ es la mujer de Joe y han pasado a visitarnos tras su luna de miel.
—Encantada, señora Zimmerman, y enhorabuena por su reciente boda —me felicita la muchacha, mirándome.
—Por favor —digo rápidamente, mientras me estiro la minifalda—, llámame _____, ¿te parece?
La joven mira a Dexter, él asiente y yo añado:
—No lo mires a él ni a mi marido. No hace falta que te den su beneplácito para que me puedas llamar por mi nombre, ¿de acuerdo?
Sonrío. La mujer sonríe y Joe concluye:
—Ya lo sabes, Graciela... llámala _____.
—De acuerdo, señor Zimmerman. —La muchacha sonríe y, mirándome, añade—: Encantada, _____.
Ambas sonreímos y eso me tranquiliza.
Que me llamen continuamente señora, o señora Zimmerman, no es algo que me vuelva loca. Es más, me suena a carcamal con olor a rancio.
Aclarado esto, observo a Graciela y deduzco que debe de tener pocos años más que yo. Su aspecto es pulcro y, desde mi punto de vista, es guapa. Pelo oscuro, ojos cautivadores y una dulzura que relaja.
Eso sí, su fuerte no es la moda. Va demasiado chapada a la antigua para ser una joven de mi edad.
Una vez nos hemos saludado todos, entramos a un salón diáfano. Nada de obstáculos, para que Dexter se pueda mover bien por allí con su silla de ruedas.
Durante una hora, los cuatro hablamos cordialmente y recordamos la boda. Dexter me pregunta por mi hermana y cuando la nombra por cuarta vez, lo miro y aclaro:
—Dexter..., a mi hermana ni te acerques.
Joe y él sueltan una carcajada que yo en cierto modo entiendo. No quiero ni pensar lo que ocurriría si a Dexter se le ocurriera tener una cita con mi hermana y proponerle alguna de sus cosas. El bofetón se lo lleva seguro. Me río sólo de pensarlo.
Joe, que sabe lo que pienso, al ver mi gesto risueño dice:
—Tranquila, _____. Dexter sabe muy bien con quién debe o no salir.
Asiento. Quiero que eso quede claro cuando el jodido de Dexter pregunta:
—Diosa, ¿celosita de tu linda hermana?
Divertida, lo miro.
¿Yo celosa de mi hermana?
Por favorrrrrrrrrrrrrrrrr... ¡si adoro a Raquel!
Y dispuesta a dejarlo claro, respondo:
—No. Simplemente cuido de ella.
Dexter sonríe.
—Tú eres relinda, mi querida _____.
—Gracias, relindo —me mofo—. Pero por tu integridad física deja a mi hermana a un lado. El que avisa no es traidor. ¡Recuérdalo!
Los tres nos reímos, conscientes de a lo que nos referimos y, de pronto, me doy cuenta de que Graciela no lo hace. No sonríe. Sus ojos se llenan momentáneamente de lágrimas y mira al suelo. Tras dos inspiraciones, vuelve a levantar la cabeza y sus ojos vuelven a estar normales.
Vaya... qué capacidad de recuperación y, sobre todo, ¡qué fuerte lo que acabo de intuir!
¡Viva el sexto sentido de las mujeres!
Sólo me han hecho falta unos minutos con Graciela para darme cuenta de que está coladita por Dexter. Pobrecita. Me da hasta pena.
Instantes después, la joven se despide y se va.
Cuando nos quedamos los tres a solas en el enorme salón, Dexter nos pregunta cómo nos han tratado en el hotel durante la luna de miel. Mi chico me mira y yo sonrío como una tonta.
Ha sido todo fantástico. El mejor viaje de mi vida. Joe me adora como nunca pensé que un hombre me pudiese adorar y yo estoy completamente coladita por él.
Entre risas y cuchicheos, Dexter nos pregunta si hemos jugado en nuestra luna de miel, a lo que yo respondo que hemos jugado mucho... mucho..., pero que han sido juegos sólo entre mi marido y yo.
Oh Dios..., sólo de recordarlo me pongo cardiaca.
El hotel...
La cama...
Sus ojos... sus manos...
Aquellas conversaciones calientes y morbosas...
Al escucharme y, en especial ver mi cara, Joe sonríe. Dice que en mi expresión se ve claramente lo que pienso y sin duda alguna ha adivinado mis pensamientos. Al ver cómo nos miramos, Dexter,
guasón como siempre, me guiña un ojo y murmura, mirando mis bronceadas piernas.
—Diosa..., cuando tú quieras, me tienes listo para jugar.
Eso me hace acalorar aún más.
Los juegos de Dexter son calentitos y morbosos y al ver el gesto de Joe sonrío. Mi marido siempre está dispuesto. Pero nuestra excitante conversación se corta cuando suena un teléfono y, segundos después, Graciela entra con él en la mano.
Dexter contesta y Joe, acercándose a mí, comenta:
—Te veo acalorada, cariño, ¿pasa algo?
Pero qué sinvergüenza es el tío.
Sin poder evitarlo, sonrío y, antes de que pueda responder, me pasa la mano por las piernas y murmura en tono meloso:
—Si tú quieres, yo estoy dispuesto...
Guauuu, ¡qué calor... qué calor!
Sé a lo que se refiere y me entran los sofocos de la muerte.
¡Sexo!
Como siempre que la ocasión se presenta, mi estómago se contrae y mi vagina se lubrica en décimas de segundo. Al final Joe va a tener razón y me estoy convirtiendo en una bestia sexual.
¡Qué fuerte!
¿Quién me iba a decir a mí que me encantaría este juego?
Definitivamente, me estoy volviendo una loca del sexo.
Pero lo cierto es que me gusta y apetece. Mi deseo crece en un instante y con sólo observar cómo me mira mi recién estrenado maridito, ya estoy a cien y quiero jugar.
Mi chico sonríe. Yo también. Y dispuesta a pasarlo bien, susurro con sensualidad, sin que Graciela me oiga.
—Rómpeme el tanga.
Oh, Diossssssssssss, ¿qué he dicho?
La mirada azulada de mi Iceman de pronto se torna intensa y morbosa.
¡Guauuu! De cien ya he pasado a doscientos y, por cómo me mira, sé que él a quinientos.
Soy consciente de que lo vuelve loco mi descaro y mi entrega. Sonrío como sé que le calienta más la sangre y, guasón, murmura algo que los mexicanos dicen mucho:
—¡Sabrosa!
Cuando Dexter termina la llamada y le entrega el teléfono a Graciela, ésta se marcha y Joe dice:
—Dexter..., ¿a qué hora llegan los invitados para la cena?
Sus miradas se encuentran y sé que se han entendido a la perfección. ¡Vaya dos!
—Faltan tres horas —responde encantado.
Yo sonrío. Dexter levanta las cejas y, con complicidad, tras pasear sus ojos con descaro por mis pezones erectos, pregunta.
—¿Qué os parece si vamos a un lugar más íntimo?
Tuchúnnnnnnn... Tuchúnnnnnn... Mi corazón se desboca. ¡Sexo!
Nerviosa, me levanto y Joe me coge de la mano con fuerza. Me gusta esa sensación. Caminamos tras Dexter y me sorprendo cuando veo que entramos en su despacho. Yo creía que iríamos a una habitación.
Una vez Joe cierra las puertas, me quedo boquiabierta cuando el mexicano aprieta un botón de la librería y ésta se desplaza hacia la derecha. Debo de tener tal cara que Dexter dice:
—Diosa..., bienvenida a la habitación del placer.
Sin soltarme la mano, Joe me guía. Entramos en ese oscuro lugar y, cuando la librería se cierra detrás de nosotros, una luz tenue y amarillenta se enciende.
Morbo en estado puro.
Mis ojos se adaptan a la penumbra y veo un espacio de unos treinta metros con una cama, un jacuzzi, una mesa redonda, una cruz en la pared, cajoneras y varias cosas colgadas en las paredes. Al acercarme, veo que son cuerdas y juguetes sexuales. ¡Sado! Yo no quiero sado.
Mi cara debe de ser un poema, pues Joe, acercándose más a mí, pregunta:
—¿Asustada?
Niego con la cabeza. Con él no me asusta nada. Sé que nunca permitiría que yo sufriera y menos aún me dejaría hacer nada que no quiero.
Dexter, sentado en su silla, se acerca a un equipo de música y pone un CD. Instantes después, la habitación se inunda de una música instrumental muy sensual. Calentita. Luego se acerca a la mesa
redonda y Joe me besa. Mete su lengua en el interior de mi boca y yo disfruto... disfruto y disfruto, mientras planta sus manos en mi trasero y me lo aprieta con deleite.
El calor vuelve a la carga y mi cuerpo reacciona ante su contacto en décimas de segundo.
Durante varios minutos nos besamos y nos tocamos. Soy consciente de que Dexter nos observa y disfruta. Y cuando estoy total y completamente excitada por mi guapo marido, éste abandona mi boca
y dice, mientras se sienta en la cama:
—Desnúdate, cariño.
Los ojos de ambos hombres me comen, mientras observo que Joe no se desnuda ni Dexter tampoco. Sólo me miran y esperan que yo haga lo que él me ha pedido.
Sin dudarlo un instante, me desabrocho el botón y la cremallera de la minifalda y la prenda cae al suelo.
Los dos clavan la vista en mi tanga, pero no me lo quito.
Dexter hace un movimiento con la mano y, al entenderlo, giro sobre mí y les enseño mi trasero.
—Mamacitaaaaaaaaaaaaaaaaaaa —murmura el mexicano.
Cuando vuelvo a mirarlos de frente, me quito lentamente la camiseta de tirantes que llevo y me quedo ante ellos vestida sólo con la ropa interior y los zapatos de tacón. Los conozco y sé que les
encanta que lleve los zapatos puestos.
—Ponte las manos en la cintura y separa un poquito las piernas —dice Dexter.
Hago lo que me pide, mientras mi respiración se acelera y Joe dice:
—Tócate los pechos.
Con sensualidad, llevo mis manos hasta ellos y, por encima del sujetador, me los estrujo y masajeo mientras los dos me recorren entera con la mirada y yo ardo de deseo.
Estoy siendo observada por dos hombres que quieren penetrarme.
Estoy siendo observada por dos hombres que quieren saborearme.
Estoy siendo observada y quiero que me observen, porque me excita.
Mi respiración se acelera. Deseo que me toquen. Dexter se acerca y, sin moverse, murmura:
—Aún recuerdo cómo aquella mujer en Alemania disfrutaba de tu cuerpo y tú jadeabas. Fue padrísimo. No veo el momento de volverlo a ver.
Recordar eso me hace jadear. Diana, la mujer alemana de la que habla Dexter, me gusta. Su manera de poseerme es tan exigente que pensar en ella me lubrica más.
Joe lo sabe.
Le pone. Le excita saberlo.
Lo hemos hablado durante nuestra luna de miel y está tan deseoso como yo de volver a quedar con ella. Ahora, al ver mi gesto, dice:
—Lo verás, amigo. Me consta que _____ está deseando repetirlo.
Dexter resopla y asiente. Después se dirige hacia un lateral de la habitación donde hay una pequeña nevera y veo que saca una botella de agua y un botecito con algo rojo. Mi curiosidad me puede y pregunto:
—¿Qué hay en el bote?
Dexter lo destapa y, enseñándomelo, contesta:
—Guindas rojas. ¡Me encantan!
Sin más, se mete una en la boca, la mastica, saborea y murmura:
—Hum... qué dulce.
Joe, al ver mi expresión, sonríe y Dextrer, tras dejar el agua y el bote de guindas sobre la mesa, abre uno de los cajones de la mesilla, saca una caja y un antifaz y, entregándoselo a Joe, dice:
—Pónselo.
Joe coge el antifaz, se acerca a mí y, tras mirarme de aquella forma que me vuelve loca, me besa y me lo pone. Mi mundo se vuelve oscuro. No veo nada y oigo a Dexter que pide:
—Siéntala en la mesa.
Mi chico me guía y, cuando me siento donde Dexter ha dicho, sus manos ya están en mis rodillas.
Las toca y lo oigo decir:
—Túmbate cariño.
Vuelvo a hacer lo que me pide.
La mesa está dura y no veo nada. No sé dónde está Joe y eso me desconcierta un poco. Un dedo pasea en ese momento por mi tanga y mi estómago se deshace. Estoy caliente. Excitada y totalmente expuesta a ellos, mientras oigo cómo la silla de ruedas de Dexter da vueltas alrededor de la mesa.
—Diosa..., tu olor a sexo me vuelve loco, pero quiero que sea tu hombre quien te quite las bragas para mí y me invite a tomar de ti todo lo que me apetezca.
Instantes después, siento la boca de Joe en mi ombligo. La reconozco. Me lo besa. Deja un reguero de besos desde ahí hasta el principio de mi tanga, toca mis muslos con deleite y, después, me lo quita.
Acelerada y con la respiración entrecortada, tengo la boca seca y murmuro:
—Tengo sed.
Un cubito de hielo recorre de pronto mis labios. Abro la boca, dispuesta a que su frescor me
reconforte y Joe dice cerca, muy cerca de mí:
—Dexter, te invito a tomar lo que quieras de mi mujer.
—Gracias, güey, lo haré encantado.
Mi boca, húmeda por el hielo, se seca en cuestión de segundos cuando de pronto siento cómo me cae agua fresquita sobre el sexo. Una suave toalla me seca y la voz de Joe murmura:
—Ahora estás lista, mi amor.
El corazón se me va a salir por la boca. Estoy tremendamente excitada y, parapetada bajo el antifaz, pregunto:
—¿Te gusta lo que ves?
Con delicadeza, Joe se tumba sobre mí en la mesa, me desabrocha el sujetador y, al quitármelo y
quedar mis pechos al aire, contesta tras besarlos:
—Me vuelve loco, pequeña.
Cuando me quedo totalmente desnuda en la mesa, siento que Joe se aleja y en su lugar es Dexter el que se coloca entre mis piernas, sentado en su silla. Me las agarra, se las pone sobre los hombros y dice:
—Qué rico manjar me ofreces, preciosa.
Me estremezco. Sé lo que va a ocurrir y ya suelto un gemido. Sin darme tregua, Dexter pasea su mano por mi tatuaje y, cuando presupongo que lo ha leído, susurra:
—Te pido que te entregues a mí.
Enloquecida por sentirme tan deseada, me muevo sobre la mesa a la espera de que me devore, cuando de pronto dice:
—Pon los pies en el suelo. Date la vuelta y túmbate sobre la mesa.
Hago lo que me pide. Me doy la vuelta y, cuando mi cara toca la madera y mi culo queda expuesto, me da varios azotitos.
—Enrojecido... así... rojito para mí.
El trasero me escuece tras los azotes. Sé que Joe mira y controla y de pronto siento que la mano de Dexter me separa las cachas del culo y dice, mientras aplica gel en mi ano:
—Hoy vamos a jugar a otra cosa.
¿Otra cosa? ¿Qué cosa?
Estoy a punto de protestar, cuando noto las manos de Joe en mis hombros y susurra en mi oído lentamente:
—No te muevas.
Su voz me tranquiliza y noto cómo Dexter introduce algo en mi ano mientras, con voz cargada de morbo, susurra:
—Estas bolas anales aumentarán tu y nuestro placer... Ya lo verás.
Tumbada sobre la mesa, dejo que introduzca bola a bola en mi interior, mientras, excitada por ello, me dejo hacer.
Dios... ¡cómo me gusta ser su juguete!
Dexter se recrea con mi ano y las bolas. A cada una que introduce, azotito que me da, seguido de un tierno mordisquito y masaje en las nalgas. Oh, sí... me gusta lo que hace.
Una vez acaba, siento mi ano repleto. Es una sensación rara, pero me gusta.
—Diosa, túmbate de nuevo sobre la mesa como estabas antes.
Con el trasero enrojecido, lleno de bolitas y el antifaz puesto, hago lo que me pide.
—Joe... ¿puedo saborear ahora a tu mujer?
Mi corazón, tuchún... tuchún..., se acelera más cada segundo.
Ellos son dos morbosos y expertos jugadores y me están volviendo loca sin haberme casi tocado aún. Abro la boca para respirar y suelto un jadeo cuando le oigo decir a Joe:
—Saboréala todo lo que quieras.
No veo sus ojos...
No veo su mirada...
No veo su expresión...
Pero me los imagino y su tono de voz me hace saber lo mucho que disfruta este momento. Yo jadeo enloquecida y mis fuertes respiraciones se oyen en la habitación.
Oh, sí... sí...
No quiero que paren.
Monse_Jonas
Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN
Capitulo Tres Segunda Parte
Quiero que jueguen.
Quiero que me saboreen.
Quiero que me follen.
Dexter me abre los muslos y quedo totalmente expuesta ante él; entonces noto que algo redondo y pringoso se pasea por mi clítoris y Dexter dice:
—Guindas rojas y _____. Una explosiva y riquísima mezcla.
Y, sin más, noto cómo sus dientes aprisionan la guinda y comienzan a apretarla contra mí. La dureza y suavidad de la piel de la fruta golpea y resbala con deleite por mi clítoris y yo jadeo mientras Dexter mueve la boca con destreza y la guinda me calienta y estimula en décimas de segundo. Noto que suelta la guinda y ésta corre por mi sexo, mientras él me toca el clítoris con la lengua para luego volver a coger la fruta y repetir la acción.
Oh, Dios... ¡Oh, Diossssssssss!
Mi cuerpo reacciona.
Jadeo... y enloquezco cuando la boca de Joe toma la mía.
Me besa...
Me disfruta...
Me vuelve loca...
Mientras, Dexter succiona mi hinchado clítoris y yo levanto la pelvis de la mesa, dispuesta a ofrecérselo más.
—Así..., amor..., así... —murmura Joe, al notar mi entrega.
Durante varios minutos soy el manjar de ellos dos sin yo poder ver nada. Sólo sé que uno disfruta entre mis piernas y el otro disfruta con mi boca. Pero lo mejor es que yo disfruto de ambos.
¡Qué maravilla!
De pronto, Joe se retira de mi boca. Levanto el cuello en su busca, pero no le encuentro y, con el antifaz, no lo veo.
Quiero sus besos...
Quiero su contacto...
Y cuando siento que me echan agua de nuevo sobre el sexo, sé que el juego va a cambiar. Dexter se retira y oigo cómo la silla rodea la mesa hasta llegar a la altura de mi cabeza. Me coge las manos y, tras besarme los nudillos, murmura:
—Ahora te van a dar lo que yo no te puedo proporcionar.
Las manos de Joe me tocan. Las reconozco. Sonrío y, cogiéndome con fuerza de los muslos, me los separa con contundencia y me penetra de una certera estocada.
Su gruñido varonil me vuelve loca.
Mi respiración se acelera. Dexter me suelta las manos y Joe, levantándome de la mesa, dice, quitándome el antifaz:
—Acóplate a mí.
Tiemblo...
Jadeo...
Enloquezco...
Mientras, el hombre que adoro me penetra una y otra vez con fuerza y yo lo miro a los ojos sin necesidad de que me lo pida.
¡Oh, Dios, su mirada!
Sus ojos me traspasan, me hablan, me dicen que me quiere, mientras Dexter me da cachetes en el trasero y me lo enrojece, como a él le gusta.
De nuevo, Joe me penetra y, en ese instante, Dexter tira de la cuerdecita de las bolas anales. Saca una y me da un azote. Boquiabierta por lo que he sentido, suelto un grito. Eso los enloquece.
Joe sonríe y, agarrándome con fuerza, me vuelve a penetrar.
Nueva arremetida.
Nuevo tirón de las bolas y cachete.
Nuevo grito mío.
Una a una, las suaves bolitas salen de mí y yo me entrego enloquecida, mientras Joe, que me tiene entre sus brazos, me mira y murmura:
—Así..., cariño..., así... Mírame y disfruta.
Cuando salen de mí todas las bolas anales que Dexter me ha metido, éste se va hacia un lado y Joe toma la iniciativa de nuestro momento. Camina hacia la pared, me apoya en ella y, devorándome la boca como sólo él sabe hacer, me penetra una... y otra... y otra vez... Su fuerza me parte en dos, pero me gusta. Sus manos me estrujan el trasero mientras yo le recibo y me abro más y más para él.
Nuestro gozo es inmenso. No quiero que acabe. Quiero que sus penetraciones duren eternamente.
Sus gruñidos secos me enloquecen y cuando creo que los dos vamos a explotar, soltamos un gemido al mismo tiempo y, tras una última embestida, gozosos nos dejamos llevar por el placer.
Con su pene todavía alojado en mi interior, agotada apoyo la cabeza en su cuello. Adoro su olor.
Su contacto. Cierro los ojos y me abrazo más a él, mientras mi amor me abraza a su vez y sé que siente todo lo que siento yo.
Al cabo de unos instantes en los que nuestras respiraciones se normalizan, como siempre, pregunta en mi oído:
—¿Todo bien?
Asiento y sonrío.
Joe camina hasta la mesa y me deja sobre ella. Cuando se separa de mí, Dexter se acerca y, cogiéndome la mano, me besa los nudillos y murmura:
—Gracias, diosa.
Yo sonrío y sin pizca de vergüenza por mi desnudez, cojo el tanga, que está sobre la mesa, y mientras me lo pongo deseosa de una ducha, respondo:
—Gracias a ti, relindo.
Dos horas más tarde, tras darnos una duchita en la habitación que nos han asignado y vestirnos para la cena, mi chicarrón y yo regresamos al salón, que ya está a reventar de gente.
No conozco a nadie, pero todos me saludan con una amplia sonrisa. Son la familia y los amigos de Dexter. Joe conoce a todo el mundo y me sorprende verlo tan dicharachero y feliz.
Desde luego, cuando quiere, ¡el jodío es un amor!
La familia de Dexter es encantadora y sus padres maravillosos. Por cómo tratan a Joe, se ve que lo aprecian mucho y cuando él me presenta como su mujer, me abrazan y, con su dulce acento mexicano, me miman y me dicen cosas preciosas.
Sin demora, todos me saludan, tíos, primos y amigos de Dexter y me hacen sentir muy especial.
Me recuerdan a mi gente de Jerez, cercana y cariñosa. Sonrío al ver que Joe coge en brazos al bebé de la hermana de Dexter y me mira.
Oh, Dios, ¡cómo me pica el cuello!
Al ver que me rasco, mi Iceman suelta una carcajada y yo sonrío también.
De pronto, veo una cara amiga, ¡el primo de Dexter!
Con una encantadora sonrisa, Juan Alberto saluda a Joe, ambos se acercan a mí y el recién llegado, mirándome, pregunta:
—¿Puedo saludarte sin que peligre mi vida?
Yo sonrío.
Cada vez que recuerdo las cosas que le dije ese día al pobre me tengo que reír, pero me gusta ver que él se lo ha tomado bien. Si fuera yo, con la mala leche que tengo, seguro que aún lo tendría crucificado.
La reunión con esas personas es agradable y de pronto me fijo en Graciela, la asistente de Dexter.
La joven permanece en un segundo plano. En ese momento, se acerca hasta nosotros Cristina, la madre de Dexter, y, cogiendo del brazo a su sobrino Juan Alberto, al que llaman cariñosamente Juanal, le pregunta:
—¿Es cierto que te vas a España pasado mañana con ellos?
—Sí, tía.
—¿Y a qué vas? Si se puede saber.
Juan Alberto sonríe y, con cariño, responde:
—Quiero visitar España y algunos países de Europa, para ver si puedo expandir mi negocio.
—Pero luego regresarás, ¿verdad? —insiste la mujer.
—Claro que regresaré, tía. Mi empresa está aquí y mi vida en México.
Veo que la mujer cabecea. No sé qué pensará, pero no parece muy convencida de ello, cuando oigo que Dexter dice divertido:
—Yo también voy, mamita.
Me río. Me parto con Dexter y sus caras de pilluelo.
—A qué irás tú, sinvergüenza. Te pasas media vida fuera.
—Mamá... mamita linda, mi empresa es internacional y requiere que viaje mucho. Es más, esta vez, para que te quedes más tranquila, Graciela me acompañará.
La cara de la mujer se transforma. ¡Sonríe! Y, encantada, dice:
—Oh... eso me gusta más. Ella dará normalidad a tus horarios.
Me vuelvo a reír.
¡A Dexter no lo normaliza ni Dios! Y cuando creo que la mujer se va a marchar, me mira y dice:
—Querida..., búscale una buena mujercita a mi sobrino. Mi Juanal necesita una bonita esposa cariñosa, que lo cuide y lo mime.
—Oye..., de paso que me busque a mí otra —se mofa Dexter.
Su madre lo mira y, ante todos, baja la voz y cuchichea:
—Tú, si quisieras, ya la tendrías. Te lo he dicho mil veces.
Dexter pone los ojos en blanco y, tras mirar a Graciela, que tiene al hijo de la hermana de Dexter en brazos, murmura:
—Mamita, no sigas con eso.
Juan Alberto, al oírlo, mira a su tía y, señalando a un par de amigas de Dexter que hay allí, dice:
—Tía, lo que yo menos necesito es una esposa. Ahora que vuelvo a estar soltero, puedo tener muchas y...
—Déjate de pendejas facilonas y búscate una mujer en condiciones. ¡Eso es lo que necesitas! — sisea la mujer y, mirándome, añade—: Yo no sé qué le pasa a esta juventud. Ninguno quiere tener algo tan bonito como lo que tienes tú con Joe.
—Es que _____ es un amor, Cristina —aclara Joe, agarrándome por la cintura—. Mujeres como mi pequeña no hay muchas... créeme. Por eso, cuanto la conocí, la amarré a mi lado hasta que conseguí que fuera mi mujer.
¡Plofffffff!
Y ¡reploffffffffffff!
Por favorrrrrrrrrrrr...
¡Si me cortan con un cuchillo, no sangro!
Pero qué cosa más bonita y romántica ha dicho mi marido. Es que me lo como... ¡Me lo comooooooooooo a besos!
Enamorada hasta las trancas y más allá, apoyo la cabeza en su brazo y respondo al ver la tierna expresión de la mujer:
—Lo bonito es encontrar a alguien especial y yo tuve la suerte de conocer a Joe.
Mi chico, al escucharme, me aprieta más contra él y Cristina pregunta:
—No tendrás una hermana para mi Dexter, ¿verdad?
La carcajada que suelta Joe es tan monumental que Dexter dice:
—Sí, mamá, la tiene, pero según _____, su hermana no me conviene.
—¿Tan mala es?
Ahora la que se ríe a carcajadas soy yo y respondo:
—No, Cristina. Precisamente es demasiado buena e inocente para tu hijo.
Antes de que me pregunte más sobre mi hermana, Dexter se lleva a su madre de mi lado y todos nos sentamos a la mesa para cenar.
Durante la velada, varias amigas de Dexter, por cierto unas lagartas de mucho cuidado, nos acompañan. Para mi gusto son algo escandalosas y creo que para el gusto de Cristina, la madre del anfitrión, también. La manera que tienen de acercarse a Dexter o a Juan Alberto no es la correcta y cuando lo intentan con Joe, las miro con actitud de “te arranco los ojos”. Y al final lo rodean. Joe sonríe.
Tras la cena, todos pasamos al enorme salón, donde bebemos y hablamos. Y, como suele ocurrir en esas fiestas familiares, al final, Dexter saca una guitarra, la coge su padre por banda y su madre se arranca y nos canta una ranchera.
Estoy segura de que si la fiesta fuera en España, mi padre cantaría una bulería con el Bicharrón.
¡Qué arte tienen!
Alucinada, escucho a la madre de Dexter y su voz me recuerda a la tristemente desaparecida Rocío Dúrcal.
¡Qué fuerza tenía esa mujer para cantar lo que se propusiera!
Mi padre tiene todos sus discos y sonrío al recordar cómo los canturreaba con mi madre. ¡Qué bonitos recuerdos!
Una vez acaba la canción, aplaudo y, ni corta ni perezosa, le pido que cante Si nos dejan. Joe me mira y yo sonrío. Oficialmente, es la canción de nuestra luna de miel.
Cristina no lo duda ni un segundo y Dexter se le une.
Oh, Dios... ¡qué pasote! Vaya voces tan lindas tienen.
Sentada sobre mi marido, que me agarra con fuerza, escucho esa bonita, romántica y apasionada canción. Cuando terminan, Joe me besa y murmura en mi oído:
—Te quiero, pequeña.
Después de varias canciones más, me hacen cantar a mí. ¡Soy la española!
Madre... madre, la que voy a liar.
Joe me mira y sonríe. Sabe que, metida en juerga, soy un terremoto. Les canto la Macarena y todos se parten de risa. ¡Se la saben!
Una vez acabamos la divertida canción con su correspondiente bailecito, el padre de Dexter, que sabe tocar muy bien la guitarra, toca una rumbita y yo, más alegre que unas castañuelas, me lanzo y, al
más estilo Rosarillo Flores, me toco el pelo y saco todo el arte que llevo dentro.
¡Viva el poderío español!
Una vez acabo, Joe aplaude orgulloso y todos lo felicitan por el arte que tiene su mujercita.
Cuando todos estamos más tranquilos, me fijo en Graciela y veo cómo sigue con su mirada a Dexter por el salón. Me da penita. Sé lo que es sufrir por tu jefe y no poder hacer nada por remediarlo.
Mientras Joe habla con los padres de Dexter, decido darme un garbeo por la fiesta y acabo al lado de Graciela, que me mira y sonríe, aunque en su mirada veo algo que no he visto por la mañana: resentimiento. Eso sí, cuando mira a Dexter, lo hace con auténtica adoración.
Ay, qué riquiña. Eso me hace sonreír y pregunto, centrándome en ella:
—¿Llevas mucho tiempo trabajando para Dexter?
La joven me mira directamente y responde:
—Unos cuatro años.
Asiento. Cuatro años son muchos años para desesperarse y, curiosa, pregunto:
—¿Y qué tal es Dexter como jefe?
Se retira con coquetería el pelo de la cara y, con resignación, dice:
—Es buen jefe. Me ocupo de que esté bien en su casa y que no le falte de nada.
Sonrío, consciente de que aunque fuera un tirano nunca me lo confesaría. Un dolor en mi tripa me hace maldecir. ¡Me cago en la mar! Seguro que me viene la regla. Y cuando estoy sumida en mis pensamientos, la joven añade en voz baja:
—En ocasiones es algo desconcertante, pero ahorita mismo, con su visita y esta fiesta, está muy feliz. Los aprecia mucho.
Su sonrisa, su gesto, su mirada me hacen saber que es una buena muchacha e, intentando afianzar los lazos que me pueden unir a ella, añado:
—¿Sabes?, Joe también era mi jefe y se comportaba como dices que se comporta Dexter.
Eso la sorprende y, prestándome toda su atención, pregunta:.
—¿El señor Zimmerman era tu jefe?
—Sí, pero yo trabajaba en su oficina, no en su casa.
Su actitud cambia. De pronto me ve como a una igual.
—Entonces me alegra doblemente que su amor pudiera ser real. ¡Qué relindo!
—Gracias, Graciela.
Joe y Dexter nos miran desde el grupo donde están. Sé que cuchichean y yo sonrío mientras Gabriela se sonroja. Me gustaría preguntarle a esta joven muchas cosas, pero me contengo. No quiero ser una cotilla como mi hermana, o ni yo misma me lo perdonaría. Por eso, para cortar mi vena de detective, digo para alejarme:
—Tengo que ir al baño, ¿me dices dónde está?
Graciela asiente.
—Yo te acompañaré.
Caminamos por un pasillo muy amplio cuando se para, abre una puerta y dice:
—Te esperaré aquí para regresar las dos juntas, ¿te parece?
Asiento y entro en el cuarto de baño.
La madre del cordero, ¡me ha venido la regla!
Consciente de que siempre es inoportuna, abro la puerta y digo:
—Graciela, ¿me podrías dejar alguna compresa?
—Ahorita mismo. En seguida te las traigo.
La joven desaparece. Yo me quedo en el baño, acordándome de todos los familiares de la tan famosa regla y, cuando Graciela vuelve y me entrega lo que le he pedido, sonrío. De momento no me duele, pero estoy convencida de que dentro de unas horas estaré doblándome de dolor.
Una vez acabo, abro la puerta y salgo. La joven me mira. Conozco esa mirada. Sé que desea algo y le pregunto directamente:
—Quieres saber algo, ¿verdad?
Ella asiente y, dispuesta a resolver sus dudas, la animo:
—Vamos... pregunta.
Mirando a los lados, Graciela baja la voz y, colorada como un tomate, dice:
—Dexter va mucho por Alemania. ¿Hay allí alguien especial?
Ay, pobre. Ahora entiendo todavía más su angustia y, deseando abrazarla, contesto:
—Si te refieres a una mujer, no. No hay ninguna especial.
Su gesto cambia. Mi respuesta la hace sonreír y, agarrándola del brazo, decido dejarme de medias tintas; la meto en el baño y, una vez la puerta está cerrada, le digo:
—Sólo me han hecho falta unas horas para darme cuenta de lo mucho que te gusta Dexter.
—¿Tanto se nota?
—Intuición femenina, Graciela. Ésa pocas veces falla. Ya sabes que las mujeres tenemos algo de brujillas.
Ambas sonreímos. Somos conscientes de nuestro sexto sentido.
—En cuanto a tu pregunta, te diré que en Alemania no hay nadie especial. Y te lo digo porque lo sé de buena tinta.
Roja a más no poder, asiente. Le he quitado un gran peso de encima y, sin poder evitarlo, pregunto:
—¿Él lo sabe?
Avergonzada, se encoge de hombros y responde:
—No lo sé. A veces pienso que sí por cómo me trata, pero otras veces, sinceramente, creo que ni sabe que existo. Me gustó desde el primer instante en que lo vi postrado en la cama. Me fijé en él porque me recordó a un cantante mexicano llamado Alejandro Fernández. ¿Lo conoces?
—Uy, sí... pedazo de hombre.
Ambas asentimos y, divertidas por nuestro gesto, prosigue:
—Yo trabajaba de enfermera en el hospital y cuando su familia me propuso este trabajo, no lo dudé. Era una manera de seguir estando cerca de él. Fue un amor a primera vista. —Sonríe—. Pero creo que él nunca se ha fijado en mí. Me trata bien, es correcto con todo lo que necesito, pero nada más.
Sorprendida por esa profesionalidad de Dexter, pregunto:
—¿Nunca se te ha insinuado?
—No.
—¿Ni siquiera un poquito?
—Nada.
—Pero ¿nada de nada?
—Nada de nada. Y no será porque yo no lo haya intentado.
Suelto una carcajada. No me imagino a Dexter obviando proposiciones sexuales.
—No soy de piedra, _____, y tengo mis necesidades. Pero está claro que, como mujer, a él no le atraigo. No existo.
Su dulce tono de voz me llega al corazón y pregunto:
—Tú no eres mexicana, ¿verdad?
Ella sonríe y murmura.
—Nací en Chile, concretamente de un precioso lugar llamado Concepción. Aunque llevo muchos años trabajando en México. Mi padre era de aquí. Soy una mezcla de chilena y mexicana.
Divertida, miro a la joven que sin apenas conocerme se ha sincerado tras saber que Joe era mi jefe. Es una muchacha agradable a la vista, pero totalmente asexual. El vestido que lleva y el moño tan tirante no la favorecen nada.
—Escucha, Graciela, yo no sé si tú sabes que Dexter no puede...
Abre los ojos.
—Lo sé. Recuerda que lo conocí en el hospital. Lo sé todo sobre él.
—¿Sabes que no puede... eso... y aun así quieres algo con él?
Más colorada que segundos antes, asiente.
—En esta vida, no todo es el sexo convencional.
Vaya... vaya... vaya... con la asexual.
Boquiabierta al ver que es menos inocente de lo que yo creía, pregunto:
—¿Ah, no?
Ella niega con la cabeza y, acercándose más, susurra:
—Alguna que otra ocasión, lo he visto con alguna de sus amigas y amigos en su despacho, o en el cuarto que hay dentro de su despacho. —Yo la miro y ella añade—: En el cuarto donde habéis estado hoy los tres. Sé muy bien lo que allí pasa.
—¿Lo sabes?
Graciela asiente.
Ahora la que debe de estar roja como un tomate soy yo y entiendo su mirada de reproche.
Pero sin importarle lo que yo piense, mira al techo y dice:
—Oh, Dios, ¡¡Dexter es tan caliente... tan fogoso!! —Y al ver que yo suelto una carcajada de incredulidad, la pobre dice rápidamente—: Por favor... por favor... pero ¿qué estoy diciendo? ¿Qué hago contándote esto? Perdón... perdón...
Al ver que, horrorizada, se tapa la cara con las manos, me da pena y, acercándome, digo:
—Tranquila, Graciela. No pasa nada. —Y, dispuesta a saber cuánto sabe, pregunto—: ¿Y qué te parecen los juegos que practica Dexter con sus amigos?
Graciela suspira, sonríe y murmura:
—Morbosos y excitantes.
Toma yaaaaaaaaaaaaa... con la mojigata dulce. ¿Quién me lo iba a decir?
—¿Y tú has jugado alguna vez a lo que juega él?
Nerviosa, suspira, y, dispuesta a darle toda la confianza del mundo, reconozco:
—Yo sí he jugado, aunque fuera de estas paredes negaré haberlo dicho. ¿Y tú?
Sorprendida por lo que acabo de decir, parpadea y finalmente responde:
—Después de ver lo que él hacía, investigué y conocí a unas personas con las que juego y fantaseo que es él. Pero con Dexter nunca me he atrevido.
—Pero ¿lo harías?
Asiente sin pizca de duda y yo sonrío. Está claro que el morbo y el sexo a todos nos gusta. Como dice Joe, hay quienes los disfrutan y hay quienes se pasan media vida obviando lo que les gustaría.
Al final, y tras ver la cara de circunstancias de Graciela, finalmente digo:
—Tranquila, tú me has confiado un secreto y yo no soy nadie para desvelarlo. Espero que el mío también lo guardes.
—No lo dudes, _____.
—Ahora bien, si te gusta Dexter —insisto—, creo que debes hacer algo para llamar su atención.
—Lo he hecho todo, pero no se fija en mí.
Sin querer ofenderla, añado:
—Quizá si te vistieras de otra manera, eso cambiaría, ¿no crees?
Tocándose el tirante moño, dice:
—Si tengo que llevar la pinta que llevan las pendejas de sus amiguitas para que se fije en mí, ¡no lo haré!
—No me refiero a eso, Graciela —la corto y pregunto—: ¿Es cierto que en este viaje acompañarás a Dexter a España y después a Alemania?
Emocionada, asiente, y, dispuesta a ayudarla, digo:
—¡Genial! Pues entonces, mañana tú y yo tenemos día de chicas. Nos iremos de compras mientras ellos hablan de negocios, ¿te apetece?
—¿Harías eso por mí?
—Pues claro que sí. Las mujeres estamos para ayudarnos, aunque a veces parezca lo contrario — respondo, convencida de estar metiéndome donde no me llaman.
En ese momento, unos golpecitos suenan en la puerta. Al abrir, veo que es Joe, que, con cara de preocupación, pregunta:
—¿Por qué tardas tanto? ¿Ocurre algo?
Cuando salimos del baño, miro a mi chico y, dándole un cariñoso beso en los labios, respondo:
—Cariño, me ha venido la regla. —El pobre arruga el entrecejo. Sabe que me vuelvo una borde cuando estoy así—. Por cierto, mañana iré con Graciela de compras, ¿algún problema?
Sorprendido por esa repentina amistad, me mira. Sabe que estoy tramando algo. Lo veo en sus ojos y responde:
—Por mi parte ninguno y creo que por parte de Dexter tampoco lo habrá.
Al oírlo, sonrío. Pero qué listo es el jodío. Inteligencia alemana. No se le escapa una.
Monse_Jonas
Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN
Chicas, espero les gusten los capis!!
Sorry por no subir hasta ahora, pero EL TIEMPO SE ME VA VOLANDO!!
Gracias por comentar, y esta nove estará uff, así como "Joe eres un IDIOTA!!
Bueno, saludos a todas!!!! :toosexy:
Sorry por no subir hasta ahora, pero EL TIEMPO SE ME VA VOLANDO!!
Gracias por comentar, y esta nove estará uff, así como "Joe eres un IDIOTA!!
Bueno, saludos a todas!!!! :toosexy:
Monse_Jonas
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