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Mensaje por chelis Lun 20 Oct 2014, 6:51 pm

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chelis
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Mensaje por goree! Miér 22 Oct 2014, 12:05 am

Siguleaa porafor!
goree!
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Mensaje por chelis Miér 22 Oct 2014, 6:44 pm

esperando capis
chelis
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Mensaje por goree! Jue 23 Oct 2014, 12:16 am

Continuaaaa! Porfavor !
goree!
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Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 6 Empty Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por chelis Jue 23 Oct 2014, 5:02 pm

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Mensaje por Monse_Jonas Jue 23 Oct 2014, 10:44 pm

Chicas, perdón por no subir, pero la escuela me tiene muy ocupada, tengo que organizar una casa para halloween y me toma tiempo, además de que estoy en exámenes y a eso sumenle unos PROBLEMOTAS familiares que uff, pero trataré de ponerme al corriente pronto, se las prometo. #BESHOTES 
Monse_Jonas
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Mensaje por chelis Sáb 25 Oct 2014, 6:46 pm

aquiii estareeeee!!!!
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Mensaje por Monse_Jonas Mar 04 Nov 2014, 9:42 pm

Capitulo Veintiséis
Al día siguiente estoy un poco mejor y decido salir de compras por Múnich con mi hermana, Frida y Marta. Las cuatro somos tremendas y lo pasamos genial. Insisto en comer en un burger y, cuando mojo mi patata en el kepchup, la miro y, entre risas, digo:
—I love comida basura. Le encanta a Medusa.
Mi hermana frunce el cejo al oírme decir ese nombre, pero antes de que diga nada, Frida suelta:
—Yo a Glen, cuando lo tenía en la barriga lo llamaba Eidechse.
Marta y yo nos reímos y Raquel pregunta:
—¿Y eso qué quiere decir?
Divertida, me meto otra grasienta patata en la boca y respondo:
—Lagarto.
Cuando salimos del burger pensamos en ir a tomar café, pero al pasar por la cervecería más antigua de Múnich, la Hofbräuhaus, decidimos entrar para que mi hermana la conozca. Yo bebo agua.
Raquel está flipada. Tiene la misma cara que yo el día en que entre allí por primera vez, y la tía nos demuestra la capacidad de beber cerveza que tiene. Eso me sorprende. No conocía esa faceta de ella y, divertida, digo, al ver que Marta y Frida encargan la cuarta ronda:
—Raquel, si no paras, vas a llegar a rastras a casa.
Mi hermana me mira y replica:
—Como tú no puedes beber, beberé por las dos. —Y al ver que nos reímos, añade—: Tú, ahora, estás en la deliciosa faceta del embarazo. Ya sabes, acidez, tobillos hinchados, tetas doloridas y maravillosas náuseas matinales.
—Qué graciosa eres, guapa —me mofo y ella contesta:
—Ah, y por lo que dijiste, la libido a tope. ¿Lo llevas mejor?
No contesto. ¡Será perraca! Frida, al oírnos, cuenta divertida:
—Durante mi embarazo, sólo os diré que el pobre Andrés me rehuía. Madre mía, qué pesadita me puse con el tema sexo.
Oír eso en cierto modo me tranquiliza. Veo que lo que me pasa a mí les pasó a otras y no se volvieron locas.
Todas nos reímos cuando traen la siguiente ronda y Marta, al ver a una amiga, llama:
—¡Tatianaaaaaaaaaaaa!
Una joven rubia nos mira y, tras saludar a mi cuñada, ésta nos la presenta. La chica es encantadora y durante un rato se sienta con nosotras para charlar. Cuando se va, mi hermana, a la que ya veo algo
Perjudicada con tanta cerveza, me mira y dice:
—Cuchu... o estoy muy pedo o no he entendido nada.
Horrorizada, me doy cuenta de que hemos hablado todo el rato en alemán y, abrazándola, contesto:
—Ay, Raquel, cariño, perdona. Es la costumbre.
Rápidamente le cuento que Tatiana es bombero y mi hermana se sorprende. Pero cuando se parte de risa es cuando le comento que le he pedido prestado el traje de bombero y ella ha dicho que cuando quiera me lo deja.
Llega la última noche del año.
Sigo sin tener relaciones sexuales, pero no porque Joe no quiera, sino más bien porque yo sigo estando hecha una mierda y a la que no le apetecen ahora es a mí. Esta tarde, cuando aparecen la madre y hermana de Joe, él desaparece. No me dice adónde va y eso me enfada. Me estoy volviendo una gruñona.
Llega la hora de la cena y Joe no ha regresado todavía y, cuando estamos en la cocina ultimando los detalles, digo:
—Simona, ahora entre todos llevaremos las cosas a la mesa y te quiero junto a Norbert sentados a ella, ¿entendido?
La mujer se hace la remolona y, mirándola, añado:
—Te advierto que u os sentáis a la mesa y cenáis con todos o aquí no cena nadie.
—Uy, uy, Simona —se mofa Marta—. ¿No nos dejarás sin cenar?
—De eso nada —aclara Sonia—. Simona y Norbert cenarán con todos.
Junto con Marta, salen de la cocina divertidas, con un par de bandejas, y mi padre mira a Simona y dice:
—Ojú, Simona, mi hija es muy cabezota.
La mujer sonríe y, tras guiñarme un ojo, responde:
—Sí, Manuel, ya la voy conociendo. —Y al ver que arrugo la nariz ante la ensalada de col, añade —: Me llevaré esto a la mesa. Cuanto más lejos esté de ti, mejor.
—Gracias, Simona.
Cuando la mujer sale de la cocina, mi padre, acercándose a mí, dice:
—Siéntate, cariño. Ya termino yo de organizar la bandeja de las gambas.
Hago lo que me pide. Hoy no es mi mejor día y, sentándose a mi lado, me retira el pelo de la cara y añade:
—¿Por qué no te vas a la cama, mi vida? Allí estarás mejor que zascandileando por aquí.
Resoplo y, poniendo los ojos en blanco, contesto:
—No, papá. Es Nochevieja y quiero estar con vosotros.
—Pero, hija, si se te ve la carita de pachucha. —Sonrío y pregunta—: Estás fatal, ¿verdad?
Asiento. Es mi peor día con diferencia y, con una triste sonrisa, él dice:
—Creo que ver y oler toda esta comida no te favorece, ¿a que no?
Clavo la vista en las ricas gambas, en el adobo frito, en el cordero churruscadito y el jamoncito que mi padre ha traído de España, preparado con todo su amor, y respondo:
—Ay, papá, con lo que me gusta el adobo frito, el corderito churruscadito que tú haces y las gambas, y la fatiguita que me dan ahora.
El hombre sonríe y, dándome un beso cariñoso en la mejilla, dice:
—Hasta en eso eres igualita a tu madre. A ella también le daba mucho asco el adobo durante vuestros embarazos. Eso sí, cuando se le pasó, se lo comía a puñaos.
La puerta de la cocina se abre y entra Joe. ¡Hombre, el desaparecido! Al verme con mi padre se acerca y, poniéndose de cuclillas ante mí, dice preocupado:
—Cariño, ¿por qué no te vas a la cama?
—Eso mismito le estoy diciendo yo, Joe, pero ya sabes cómo es mi morenita. ¡Una cabezota!
Sin hacerles caso, miro a mi rubio y pregunto:
—¿Dónde estabas?
Joe sonríe y responde:
—He recibido una llamada urgente y he tenido que atenderla.
De pronto oigo un grito. Sobresaltada, me levanto en el momento en que la puerta de la cocina se abre de par en par y mi hermana, con la cara totalmente desencajada, exclama:
—Cuchuuuuuuuuuu, ¡¡mira quién ha venido!!
Veo a Juan Alberto con la pequeña Lucía en brazos, miro a Joe y sonrío. Ésa era la urgencia.
El mexicano saluda a mi padre, que le da la mano encantado de la vida, y luego, acercándose a mí, me da dos besos y pregunta:
—¿Cómo está mi mamita preciosa?
—Jorobada, pero contenta de tenerte aquí —respondo, feliz por mi hermana.
—Dexter y Graciela os mandan muchos besos y esperan poder viajar para conocer al bebecito.
En ese momento mi sobrina entra corriendo como un vendaval y grita:
—Hey, güey, ¿cómo tú por aquí?
El mexicano la mira y, divertido, contesta:
—Vine a ver a mi damita linda y a retarla al Mario Bros.
Luz se tira a sus brazos y todos sonreímos. Está claro que este mexicano sabe ganarse a mi familia.
Una vez Luz se va corriendo, él mira a mi hermana, que lo contempla embobada, y acercándose a ella la besa en los labios y pregunta melosón delante de mi padre:
—¿Cómo está mi reina?
Sin cortarse un pelo, Raquel le devuelve el beso y responde:
—Muy contenta de verte.
¡Qué fuerte!
Lo de mi hermana es tremendo.
Miro a mi padre y veo que sonríe. Me guiña un ojo y sé que le encanta lo que ve. Yo flipo con la descarada de Raquel, cuando oigo que el mexicano dice:
—Sabrosa, dímelo.
Mi hermana, totalmente desatada, le pone un dedo en la boca y murmura sin cortarse un pelo, delante de todos:
—Yo te como con tomate.
Alucinada, parpadeo.
¿Ha dicho que se lo come con tomate?
Joe, divertido, se ríe. Está claro que Juan Alberto le gusta. Mi padre, con mi hermana y conmigo, está visto que ya está curado de espantos. ¡Qué bueno es!
Cuando el bullicio sale de la cocina, los dos hombres más importantes de mi vida me miran.
Vuelven a estar preocupados por mí y, sosteniéndoles la mirada, declaro convencida:
—Quiero vivir con vosotros esta noche tan especial y no me la perderé por nada del mundo, ¿entendido?
Media hora más tarde, todos estamos sentados alrededor de la mesa y la felicidad ha inundado mi hogar a pesar de encontrarme yo para el arrastre.
Qué diferente esta Navidad de la del año pasado, cuando sólo estábamos Joe, Flyn, Simona, Norbert y yo. Ahora está aquí toda mi familia, la familia de Joe, Susto, Calamar y Juan Alberto. ¡Qué maravilla!
Cuando Sonia ofrece las lentejas a mi sobrina y a Flyn, los niños arrugan la nariz. Eso me hace sonreír. Pero más me río cuando mi padre le ofrece a Flyn salmorejo. Es verlo y al crío los ojos le hacen chiribitas.
Como puedo aguanto la cena. Ver tanta comida y, en especial, olerla me angustia. Pero la felicidad que me dan todos los que están a mi lado hace que merezca la pena no perdérmela.
Los olores fuertes me retuercen, pero como una campeona, resisto en la mesa sin apenas comer, mientras todos se ponen morados. Los primeros, mi marido y el mexicano. Mira que les gusta el jamoncito rico.
Una vez acabada la opípara cena, nos sentamos en los sillones y sofás ante el televisor y le explico a mi familia que vamos a ver un número cómico que es tradición en Alemania.
Cuando comienza el Dinner for One, todos se ríen y mi hermana, que está sentada sobre las piernas de su rollito salvaje, sin entender esa extraña tradición, me mira y cuchichea:
—Ay, cuchu, ¡qué raros son los alemanes!
—Oye, ¿qué es eso de que te lo comes con tomate?
Raquel se ríe y, con disimulo, susurra:
—Le gusta que le diga esa frase. Dice que lo excita cómo se la digo.
Alucinada, cuchicheo yo también:
—¿Y tú dices que los alemanes son raros?
Acomodada entre los brazos de mi amor, igual que el año anterior, me río. Una vez acaba el número, mi padre, Simona y Sonia van a la cocina a por los vasitos con las uvas y Joe hace lo mismo que hizo el año pasado: pone el canal internacional y conecta con la Puerta del Sol.
¡¡Ay, mi España!!
Pero a diferencia del año anterior no lloro. Tengo en el salón a mi familia y me siento completamente feliz. Cuando el reloj comienza a sonar, todos hablamos y pedimos silencio a la vez (ésa es una tradición española) y cuando comienzan las campanadas, miro a Joe, que me observa, y uva tras uva las mastico sin apartar la vista de mi amor. Quiero que él sea lo último que vea en el año que se va y lo primero del año que comienza.
—¡Feliz 2014! —gritan Flyn y Luz al acabarse las uvas.
Esta vez nadie se interpone entre nosotros y Joe, abrazándome, me besa y murmura cerca de mi boca, totalmente enamorado:
—Feliz Año Nuevo, mi amor.
Monse_Jonas
Monse_Jonas


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Mensaje por Monse_Jonas Mar 04 Nov 2014, 9:44 pm

Capitulo Veintisiete
El día de Reyes con mi familia aquí, vuelve a ser todo como yo lo recordaba. Risas, jaleo y regalos.
Todos nos damos uno y al abrir el de mi hermana y encontrarme un conjuntito para Medusa me emociono. Es de color amarillo y ella dice:
—Como no sabemos lo que es, ¡amarillo!
Todos ríen y yo lloro, ¡faltaría más!
Cuando creo que ya no hay más regalos, Joe me sorprende. ¡Tiene regalos para todos! Para mi padre, Juan Alberto y Norbert, unos relojes, para las niñas, ropa y juguetes, y para mi hermana y
Simona, unas bonitas pulseras de oro blanco. Tras entregar todos los regalos, nos mira a Flyn y a mí y, dejándonos boquiabiertos, nos da dos sobres. ¿Otra vez sobres?
Flyn y yo nos miramos. Resignación. Pero al abrirlos nuestra expresión cambia.
Para ver el regalo, id al garaje.
Entre risas, nos cogemos de la mano y corremos hacia allí. Todos nos siguen y, al abrir la puerta, los dos soltamos un chillido. ¡Motos!
Dos Ducatis preciosas y relucientes.
Flyn se vuelve loco al ver una moto de su altura y yo lloro. ¡Ante mí está mi moto! ¡Mi Ducati! La reconocería entre doscientas mil.
Joe, al ver mi reacción, me abraza y dice:
—Sé lo importante que es para ti. Han respetado todo lo que han podido de ella, pero otras cosas han sido reemplazadas. Tu padre le ha echado un ojo y dice que ahora está mucho mejor.
Lo abrazo, me lo como a besos y mi padre, que nos observa encantado, dice:
—Morenita, si antes tu moto era buena, ahora es mejor. Eso sí, hasta que tengas al bebé no te quiero cerca de ella, ¿entendido?
Asiento emocionada y Joe afirma:
—Tranquilo, Manuel. De que no se acerque me ocupo yo.
El 7 de enero, tras unas estupendas fiestas navideñas, mi familia y Juan Alberto regresan a España en el avión de Joe. Como siempre, cuando me despido de ellos la tristeza me embarga y en esta ocasión por ración doble. Joe me consuela, pero esta vez no se lo pongo fácil y lloro, lloro y lloro.
Dos días después volvemos a ir al aeropuerto para despedir a Frida, Andrés y el pequeño Glen.
—Te voy a echar mucho de menos —lloriqueo.
Mi amiga me abraza con una encantadora sonrisa.
—Yo a ti también. Pero tranquila, en cuanto nazca Medusa aquí me tienes.
Asiento. Andrés me coge por la cintura.
—Llorona, tienes que venir a vernos a Suiza. ¿Me lo prometes?
—Se intentará —asiente Joe.
Zayn, que en ese instante se despide de Frida, al ver que ella se emociona, comenta divertido:
—Oh... oh... otra llorando. ¿No estarás embarazada?
Yo suelto una carcajada y Frida, dándole un manotazo, responde:
—¡No digas eso ni en broma!
Tras despedirnos de nuestros buenos amigos y verlos pasar por el arco de seguridad, Joe y Zayn me agarran cada uno de un brazo y nos marchamos hacia el coche. Durante el camino no puedo dejar de llorar. Ellos se ríen y yo grito desconsolada:
—¡Odio mis hormonas!
Al día siguiente, aburrida, me pongo a guardar los adornos navideños y veo los papelitos de los deseos. Sonrío al recordar que los leímos entre risas la mañana de Reyes y, sin poder evitarlo, los releo y me emociono con los de Flyn, que dicen «Quiero que _____ deje de vomitar», «Quiero que el tío se ponga bueno de los ojos» y «Quiero que Simona aprenda a hacer salmorejo».
Sonrío y soy feliz. Nunca leí los que el pequeño escribió el año anterior, pero estoy segura de que no eran tan maravillosos como éstos. Casi mejor no haberlos leído.
Me encuentro bien. Hoy de momento no he vomitado. Cuando acabo de recoger los adornos, decido dar un paseíto por el campo con Susto y Calamar. Los perros, al ver que cojo las correas, saltan locos de felicidad. ¿Cuánto tiempo llevo sin hacer esto?
El campo está precioso. Ha nevado y es una maravilla mirar a mi alrededor. Durante un buen rato, cojo piedras y las tiro. Susto y Calamar corren como dos descosidos tras ellas. Después de pasar un ratito muy agradable, los tres regresamos a casa. Hace un frío que pela y tengo las manos amoratadas y muy mojadas.
Por la tarde, cuando regresa Joe, se enfada al enterarse de que he salido sola a dar un paseo con los perros.
—No me enfado porque hayas salido, _____, sino porque hayas ido sola.
—¿Y qué querías que hiciera? —grito—. Simona no estaba y a mí me apetecía dar un paseo.
Joe me mira y finalmente dice:
—¿Y si te hubieras encontrado mal de pronto, qué?
Estamos en plena confrontación en su despacho, cuando se abre la puerta y aparecen Flyn y Zayn.
Nosotros nos callamos y el pequeño corre hacia mí, me abraza y, mirando a su tío, le suelta:
—¿Por qué siempre te enfadas con la tía?
—¿Cómo dices? —pregunta Joe.
Flyn, con su característica voz de enfado, tan igual a la de su tío, responde:
—¿No ves que no se encuentra bien? No le grites.
Joe lo mira y, molesto, responde:
—Flyn, no te metas donde no te llaman, ¿entendido?
—Pues no le grites a _____.
—Flyn... —advierte Joe, mirando a su sobrino.
El pequeño me mira a mí. Lo conozco y sé que va a saltar, por lo que, antes de que suelte nada más, le digo:
—Anda, cariño, ve con Simona y dile que hoy quiero merendar contigo, ¿te parece?
El crío asiente, mira a su tío con una de sus gélidas miradas y se va. Una vez nos quedamos los tres solos, Zayn se acerca y, tras darme un cariñoso beso en la mejilla, dice, mirando a su amigo:
—Vaya, vaya, veo que ahora el apoyo lo tiene _____.
Joe sonríe y asiente.
—Flyn ha decidido sobreproteger a su tía mamá _____. No hay cosa que no diga a la que él no tenga que decir la última palabra. Es más, estoy seguro de que hoy por hoy prefiere que me vaya yo de casa antes que ella.
—No lo dudes —me mofo, ganándome una mirada azulada.
Zayn sonríe y, tras dejar una carpeta sobre la mesa de Joe, dice:
—Si vais a empezar a discutir, me voy.
—La que se va soy yo. Tengo hambre y quiero merendar.
Sorprendido por mi apetito, Joe se acerca a mí y pregunta:
—¿Tienes hambre?
Asiento. Es la primera vez en mucho tiempo que afirmo eso y, feliz, contesta:
—Come todo lo que te apetezca, cariño.
El doble sentido que le doy yo a esa frase me hace reír, pero sin decir nada, salgo del despacho y voy hasta la cocina. Allí, Simona está preparando un bocadillo para Flyn y, al verme, me pregunta:
—¿Es cierto que quieres merendar?
Asiento, cojo el plum cake de chocolate y vainilla que ella hace y, poniéndolo sobre la mesa, murmuro:
—Me muero por comerlo.
Simona y Flyn sonríen y yo me pongo morada de plum cake.
Los días pasan y mis náuseas desaparecen.
¡Soy feliz!
De pronto comienzo a recobrar fuerzas y todo lo que me daba asco meses atrás ahora me parece rico y colosal. Vuelvo a escuchar música y vuelvo a bailar.
Joe no cabe en sí de alegría al verme bien y yo ni te cuento. Por fin soy capaz de desayunar y que me siente bien. Día a día, me atrevo a comer más cosas y de pronto soy consciente de que engullo como un verdadero animal. ¡Soy un saco sin fondo!
Me abono al plum cake de Simona y al helado. Todo el rato me apetece comerlos y Joe, con tal de darme el gusto, llena el congelador de todos los sabores, mientras que Simona se pasa el día entero haciendo plum cake. Me miman cantidad.
Joe y Flyn vuelven a las andadas. En cuanto me descuido, se tiran en el sofá y juegan durante horas con la Wii. Eso a mí me pone enferma. Aunque ya los he acostumbrado a no tener a todo trapo la música del juego en cuestión.
Mientras ellos juegan, yo leo los libros que me he comprado sobre bebés y partos. En ocasiones leo cosas que me ponen la carne de gallina, pero he de ser fuerte y continuar. Debo estar informada.
¡Voy a ser mamá!
Una tarde de sábado, tras convencerlos de dar una vuelta por el campo con los perros, al llegar estamos todos congelados. Hace un frío de mil demonios y si nos ponemos malos tendré que asumir que la culpa fue mía. Los he obligado a salir aunque ellos no querían.
Cuando llegamos, tío y sobrino hacen lo de siempre, cogen la Wii y se ponen a jugar. No sé quién es más niño de los dos. Durante más de una hora, juego con ellos, pero cuando ya me duelen los dedos de tanto darle al mando, decido retirarme y darme un bañito en el precioso jacuzzi que tenemos.
Subo a mi habitación, me llevo un zumito, preparo el jacuzzi, enciendo unas velas que huelen a melocotón y pongo mi CD de música chill out para relajarme. ¡Perfecto! Cuando el jacuzzi está lleno, me meto con cuidado en él y, una vez dentro, murmuro:
—Oh, sí..., esto es vida.
Cierro los ojos y me relajo.
La música suena y noto cómo mi cuerpo libera tensiones segundo a segundo. Disfruto de este momento de paz. Me lo merezco. Pero la puerta del baño se abre y entra Flyn.
¡Se acabo la paz!
Lo miro y, divertida, veo que se pone una mano en los ojos para no verme los pechos y dice:
—Me voy con la tía Marta a su casa.
—¿Ha venido Marta?
—Sí, ¡aquí estoy!
Tras ella entra Joe y mi relajante baño se ha ido al garete.
—¿Cómo es que has venido? ¿Pasa algo? —pregunto.
Mi cuñada sonríe y, guiñándome un ojo, contesta:
—Resulta que he estado con mi amiga Tatiana, hemos pasado por su casa y me ha dejado aquel vestidito que le pediste hace tiempo. Ya sabes, el azul. Por cierto, lo he dejado en tu armario. —Me entra la risa al pensar en el vestidito azul—. Y como mañana voy a ir a montar en globo con Arthur, he pensado que quizá a Flyn le guste venir.
—Sí, sí, sí, quiero ir. ¡Guayyyyy!—grita el niño.
Miro a Joe. Está serio. Como siempre, valora los pros y los contras de montar en globo y cuando veo que duda, digo:
—Me parece perfecto, Flyn. Pásatelo bien, cariño.
—Gracias, mamá.
Cada vez que me llama así, el corazón me salta de felicidad.
Joe me mira. Yo sonrío y, cuando el niño me da un beso y corre hacia su tío, lo mira y dice:
—Te prometo que haré caso en todo a la tía Marta..., papá.
Me río. Anda que no es listo mi pitufo gruñón.
Al final, mi Iceman se descongela. Sonríe, abraza al pequeño y, tras darle un beso en la cabeza, contesta:
—Pásatelo, bien. —Y mirando a su hermana, añade—: Vigílalo, por favor. No quiero que pase nada.
Marta, divertida por sus palabras, pone los ojos en blanco y grita mientras se marcha:
—Vamos, Flyn. Ven que te ponga el collar y el bozal.
Cuando todos salen del cuarto de baño, me vuelvo a tumbar. Vuelvo a cerrar los ojos e intento relajarme otra vez.
Musiquita...
Tranquilidad...
Casi lo consigo, cuando la puerta se abre de nuevo y Joe entra. Antes de que diga nada, al ver su mirada lo tranquilizo:
—No va a pasar nada, cielo. Marta cuida muy bien de Flyn.
Mi chico no responde, pero se acerca al jacuzzi. Sé que mira mis pezones. Con el embarazo se me están poniendo oscuros y enormes y, tentándolo, murmuro, mientras señalo lo que mira:
—¿Me das un besito aquí?
Joe sonríe, se acerca y, cuando me está besando el pezón, tiro de él y lo hago caer vestido en el jacuzzi. Con su caída, el agua rebosa y todo el suelo del baño se encharca. Yo me río y, cuando él va a protestar, al verme reír hace lo mismo.
Pero el rostro se le contrae al apoyarse y quemarse con una de las velas encendidas.
—¿Te has quemado? —me preocupo.
Joe se mira la mano y responde:
—No, cariño, pero cuidado con tanta vela o al final nos visitarán los bomberos.
Ese comentario me hace reír y, cuando consigo quitarle la ropa y dejarlo desnudo en el jacuzzi a pesar de sus protestas, salgo del agua y, con cuidado de no resbalar en el suelo mojado, tiro doscientas toallas en él y digo, mientras las pisoteo:
—Tengo una sorpresa para ti.
—¿Una sorpresa?
Asiento divertida, mientras abro la puerta para salir.
—Dame dos minutos y no te muevas de ahí.
Feliz por encontrarme tan bien, voy hasta el armario donde Marta me ha dejado ¡el vestidito azul!
¡Lo voy a sorprender!
Ataviada con un traje de bombero que me queda algo grande, entro en el baño y, ante la cara de sorpresa de mi alemán favorito, digo:
—¿El caballero ha llamado a los bomberos?
Joe suelta una carcajada.
—Pero ¿de dónde has sacado ese traje?
—Me lo ha dejado una amiga de tu hermana.
—¿Para qué?
Ay, qué poca imaginación tienen a veces los hombres. Mirándolo, respondo:
—Para hacerte un striptease, chatungo.
—¿Un striptease? —pregunta boquiabierto.
Yo digo que sí con la cabeza y añado:
—Nunca te he hecho uno en condiciones.
Mi chico sube las cejas, se repanchinga en el jacuzzi y asiente encantado.
Feliz por el efecto causado, voy hasta el equipo de música, saco el CD que suena y meto otro.
Instantes después, una música comienza a sonar y Joe, al identificarla da una palmada y ríe a carcajadas.
Madre..., madre..., ¡me lo como cuando ríe así!
¡Empieza el espectáculo!
La voz sugerente de Tom Jones comienza a cantar Sex bomb y yo, sin un ápice de vergüenza, me contoneo al compás de la música. Me quito la enorme chaqueta con sensualidad y la tiro a un lado.
Joe silba. Después el casco y muevo el pelo al más puro estilo Hollywood. Joe aplaude, vuelve a silbar y yo me animo mientras canto:
Sex bomb, sex bomb you´re a sex bomb.
You can give it to me when I need to come along.
Sex bomb, sex bomb, you´re a sex bomb.
And baby you can turn me on.
Pieza a pieza, me voy despojando del traje de bombero mientras mi amorcito me mira como a mí me gusta, con deseo. Sé que esto le está gustando. Me lo dice su expresión y la intensidad de su mirada. Bailo, me contoneo y me siento una stripper para él. Cuando desnuda me meto en el jacuzzi,
Joe me besa y murmura:
—Me encanta tu tripita pequeña.
Sonrío y, cuando llega a mis pechos, murmura:
—Tienes los pechos más bonitos que nunca.
Eso me da risa. Realmente, el embarazo me hace tener unos pechos increíbles. Cada vez que me los miro en el espejo me encantan, pero sé que cuando nazca Medusa desaparecerán y volveré a tener mis pechos normalitos.
Joe me besa...
Joe me toca...
Joe me mima...
Excitado por el espectáculo que le he ofrecido, mi amor me agarra por la cintura y, sentándome sobre él en el jacuzzi, me penetra con delicadeza, mientras murmura con voz cargada de sensualidad:
—Eres realmente una bomba sexual, pequeña.
—Sí... y esa bomba está a punto de explotar.
Joe sonríe y, cuando voy a agarrarme al jacuzzi para empalarme más en él, me para y dice:
—Déjame a mí, cariño. No quiero hacerte daño.
—No me lo haces.
—Con cuidado, cariño... Así... despacito.
Pero yo no quiero ni cuidado ni despacito. Quiero pasión y fuerza.
—_____... —me regaña.
—Joe... —le reto.
Mi alemán me mira, se para y dice, estropeando el bonito momento:
—_____, o lo haces con cuidado para no dañarte o no hacemos nada.
Lo miro. Tengo dos opciones, enfadarme y mandarlo a paseo o aceptar pulpo como animal de compañía.
Al final me decido por la segunda opción. ¡Quiero sexo!
Permito que sea él quien marque el ritmo. Dejo que se limite y me limite y, aunque lo pasamos bien, cuando llegamos al clímax sé que a ambos nos ha faltado nuestro rollito animal.
Por la noche, cuando nos acostamos, me besa y, cuando me abraza con ternura, murmura:
—Te adoro, bomba sexual.
En febrero entro en mi quinto mes y mi cuerpo ha experimentado muchos cambios. El primero, noto cómo Medusa se mueve. El segundo, mi tripita se está convirtiendo en una tripota. Como siga así, al final no ando, ¡ruedo!
Todo lo que adelgacé los primeros meses lo estoy engordado en un abrir y cerrar de ojos.
—_____ —dice mi ginecóloga al pesarme—, debes empezar a controlar tu dieta. En este último mes has engordado tres kilos y medio.
—Vale, lo haré —asiento.
Joe me mira y sonríe. Intuye que miento y, cuando va a hablar, digo:
—Dame una dieta y la seguiré.
La ginecóloga abre una carpeta y, tras mirar varias, me entrega una y dice:
—Será lo mejor.
Yo sonrío, Joe sonríe y creo que hasta Medusa sonríe. Las dietas y yo no somos buenas amigas.
Hablamos con la doctora sobre las necesidades que tiene mi cuerpo y me informa que al mes siguiente, el sexto de mi embarazo, debo comenzar mis clases preparto. Asiento, escucho todo lo que me tiene que decir y finalmente pregunto:
—¿Puedo tener relaciones sexuales completas?
Joe me mira. Sabe por qué lo pregunto y la ginecóloga contesta:
—Por supuesto que sí. Vuestra vida sexual debe ser normal.
—Normal de normal —insisto.
La doctora mira a Joe, luego me mira a mí y asiente:
—Totalmente normal.
Voy a preguntar si pueden ser algo más intensas que normales, pero la mirada de Joe me pide que me calle. Le hago caso. No quiero incomodarlo con mis preguntas tan directas.
Cuando llega el momento de hacer la ecografía, casi no puedo mirar a la pantalla. La cara de Joe es tan expresiva con lo que ve, que me dan ganas de comérmelo allí mismo a besos.
—Mirad, ¡está comiendo! —dice la ginecóloga.
Un «¡ohhhh!» algodonoso como los que suelta mi hermana sale de mi boca. ¡Qué maruja me estoy volviendo!
—Increíble —murmura Joe, emocionado.
Divertida, los miro y digo:
—Es que a Medusa lo alimento muy bien.
Joe y yo miramos la ecografía 3D como dos bobos y sonreímos.
—¿Se puede ver si es niño o niña? —pregunto.
La doctora mueve el aparato, pero nada. No se deja ver y, sonriendo, explica:
—Lo siento. Tiene las piernas cruzadas de tal manera que no se puede.
—No importa —dice Joe—. Lo importante es que esté bien.
La mujer asiente y murmura:
—Será un bebé bastante grande.
¡Stop!
¿Ha dicho grande?
¿Cómo de grande?
Eso me asusta. Cuanto más grande, más dolor para expulsarlo.
Pero no quiero jorobar ese momento y me lo callo. Durante varios minutos, la mujer nos deja mirar la pantalla y, cuando finaliza la sesión, Joe y yo nos miramos y nos besamos. ¡Todo va bien!
Cuando regresamos a casa, emocionados con el vídeo que la doctora nos ha dado, se lo enseñamos a Flyn, a Norbert y a Simona. Todos miramos el televisor como tontos y nos ponemos el vídeo varias veces. Que mi humor vuelva a ser el de antes a todos congratula. Las risas han vuelto a la casa y todos están más dicharacheros.
Vuelvo a reír, a gastar bromas y a ser la _____ alocada de siempre y esa noche, cuando estamos en nuestra habitación, me siento junto a Joe en la cama y pregunto:
—¿Has pensado algún nombre para Medusa?
Él me mira y dice:
—Si fuera una morenita, me gustaría que se llamara Hannah, como mi hermana.
Asiento. Me gusta el nombre y me parece una idea preciosa.
—¿Y si fuera niño? —pregunto.
Mi alemán me mira, me besa y contesta:
—Si es niño lo eliges tú. ¿Cuál te gusta?
Pienso, pienso, y pienso y al final respondo:
—No lo sé. Quizá Manuel, como mi padre.
Joe asiente. Yo me acurruco contra él y le susurro al oído:
—Te deseo.
Él me mira y, tumbándome sobre la cama, murmura mientras me besa:
—Y yo a ti preciosa.
Oh, sí... Oh, sí...
Se acabaron los meses de sequía y malestar.
Deseo a mi Iceman y él me desea a mí. Sin parar de besarme, Joe me quita las bragas, se mete entre mis piernas y, sin preliminares, introduce lentamente su pene en mí.
Jadeo...
Me vuelvo loca...
Dios mío, cuánto tiempo sin sentir este placer.
Y cuando enrosco las piernas alrededor de su cuerpo, Joe murmura:
—No, cariño... A ver si le vas a hacer daño al bebé.
Me paro, lo miro y, divertida, pregunto:
—¿Qué es lo que has dicho?
Aún dentro de mí, insiste:
—No quiero apretar en exceso, no le vayamos a hacer daño.
Me entra la risa.
¡Ay, que me meo!
Cree que le va a dar con el pene en la cabeza a Medusa. Cuando ve que me río, frunce el cejo y dice:
—No sé qué te da tanta risa. No creo estar diciendo nada del otro mundo.
Agarrando con fuerza su trasero, me empalo en él y, cuando jadea, murmuro:
—Esto es lo que necesito. Dámelo.
Joe se resiste y de nuevo repito la misma operación. Fuerza. Esta vez somos los dos los que jadeamos.
Esa profundidad es lo que necesito, lo que anhelo. La respiración de Joe se acelera. Lucha contra su instinto animal. Yo lo provoco restregándome contra él y al final pasa lo que tiene que pasar.
Joe está tan caliente, tan ardoroso, tan excitado, que agarrándome las manos me las pone sobre la cama y sin pensar en nada más comienza a bombear dentro de mí con pasión terrenal y deleite. No lo paro. Sus embestidas me hacen sentir viva. Lo necesito. Oh, sí.
Rota las caderas para darme más profundidad y yo chillo. Lo muerdo en el hombro y Joe rechina los dientes mientras una y otra vez se hunde en mí y yo me vuelvo loca.
Disfruta. Disfruto. Disfrutamos. Nuestro instinto animal aflora y gozamos como locos nuestro caliente encuentro.
Cuando acabamos, los dos estamos jadeantes. Llevábamos mucho tiempo sin hacerlo así y yo murmuro con una gran sonrisa:
—Quiero repetir.
De un salto, Joe se levanta y, antes de entrar en el cuarto de baño, contesta:
—No, pequeña. No podemos hacerlo como lo hemos hecho.
Boquiabierta, voy a protestar cuando me mira y dice:
—Piensa en lo que pasó la última vez.
—Pero, Joe...
—He dicho que no.
—Pero lo necesito. Tengo las hormonas revolucionadas y...
—No, cariño. Por hoy basta.
Me entra calor.
Los ojos se me llenan de lágrimas y, como un osito llorón, comienzo a sollozar sentada en la cama.
Menuda llorona me he vuelto. Me tapo la cara con las manos y Joe dice, acercándose a mí:
—Cariño, cariño, no llores. Enfádate conmigo, grítame, pero no llores.
Me quita las manos de la cara y, sin cortarme un pelo a pesar de lo horrorosa que me pongo cuando lloro, lo miro y gimoteo con cara de chimpancé:
—Ya no te gustoooooooooooo.
—No digas eso, tesoro.
—Ya no te pongo nadaaaaaaaaaaaa. Tengo los pezones grandes y oscuros y... y... estoy gorda... y fea y por eso no quieres hacer el amor conmigoooooooooooo.
Con paciencia, Joe me seca las lágrimas.
—No, pequeña. Nada de eso es verdad.
—Sí... es verdad —insisto—. Tú eres un hombre sexualmente muy activo y... y... yo una vacaaaaaaaaaaaaa lecheraaaaaaa.
Sonríe, se sienta a mi lado en la cama y, abrazándome, dice:
—Escucha, preciosa...
Pero yo no escucho y, entre hipos y lloros de lo más ridículos, continúo:
—Tengo miedo de que no me pidas lo que quieras y al final te aburras de mí y me dejesssssssssssss.
Joe me mira y, sorprendido, pregunta:
—Pero ¿por qué te voy a dejar, cariño?
—Porque me estoy convirtiendo en un ser llorón, horrible, gruñón y deforme y no te gustoooooo.
Ya no me buscas. Ni quieres jugar conmigo, ni me aprietas contra la pared para hacerme el amorrrrrrrrrrrr.
Mi chico me abraza. Me acuna y, cuando los hipos parece que se calman, pide:
—Bésame.
Lo miro y, con un precioso gesto, dice:
—Te estoy pidiendo lo que quiero. Quiero que me beses ahora mismo.
Escuchar eso me hace llorar más. Pero ¿cómo soy tan tonta?
¿Realmente me estoy volviendo loca?
Berreo y me rasco el cuello. Con cariño, Joe me tumba en la cama, me coge la mano para que no me rasque más y susurra, besándome:
—Eres lo más bonito y lo que más quiero y deseo en el mundo. Eres preciosa. La mujer más bonita que para mí existe sobre la faz de la Tierra. Eres tan especial que tengo miedo de hacerte daño, ¿no lo entiendes?
—Pero ¿por qué me vas a hacer daño?
Él clava sus impresionantes ojos en mí y contesta:
—Porque tú y yo somos unos salvajes cuando hacemos el amor.
En eso tiene razón, ¡somos tremendos! Pero insisto:
—Pero podemos seguir haciéndolo como siempre. Tendremos cuidado y...
—No, cariño, no podemos dejarnos llevar por el deseo.
—Pero si no vas a hacerle daño a Medusa.
Joe sonríe y, besándome la punta de la nariz, responde:
—Lo sé. Pero no te quiero hacer daño a ti. Tu cuerpo está experimentado demasiados cambios y tengo miedo. Ponte un instante en mi situación, por favor, cielo.
—Lo hago, Joe, pero mis hormonas están totalmente enloquecidas y te necesito.
Vuelve a sonreír. Me da un beso, dos... seiscientos y, tras muchos besos calientes y morbosos, murmura:
—Ahora te voy a sentar sobre mí y vamos a repetir pero con cuidado, ¿entendido?
Asiento y sonrío. Lo he conseguido.
¡Vamos a repetir!
Qué caprichosa que soy.
Cuando me sienta sobre él, dejo que su pene entre en mí lentamente y, gustosa, cierro los ojos.
¡Oh, sí! Sus manos rodean mi redonda cintura y, al estar de nuevo uno dentro del otro, Joe murmura con voz cargada de tensión:
—Dios... cómo me gusta tenerte así.
Abro los ojos y lo miro. Su cara está frente a la mía y agarrándolo del cuello lo empujo para que me chupe un pezón. Los tengo ultrasensibles, pero me encanta que lo haga.
—Oh, sí... no pares.
No lo hace. Me complace mientras yo muevo las caderas en busca de mi placer.
Sí... Oh, sí... No quiero parar.
De pronto, aprieto las caderas contra él y doy un respingo. Joe para y pregunta al ver mi gesto.
—Te ha dolido, ¿verdad?
No quiero mentir y asiento. Se le descompone el semblante y, besándolo, murmuro:
—Déjame continuar.
—Pequeña...
—Te necesito —susurro.
Como siempre, él valora la situación y finalmente dice:
—Con cuidado, ¿de acuerdo?
Asiento. Apenas nos movemos.
Estar yo encima me da una profundidad extrema y cuando Joe no puede más, se levanta conmigo en brazos, me tumba sobre la cama y, conteniendo sus impulsos animales, juntos llegamos al clímax.
Esa noche, cuando apagamos la luz y nos abrazamos, me da un beso en los labios y dice:
—Nunca te voy a dejar, cabecita loca. Yo no sé ya vivir sin ti.
Monse_Jonas
Monse_Jonas


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Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 6 Empty Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por Monse_Jonas Mar 04 Nov 2014, 9:45 pm

Capitulo Veintiocho
Los días pasan y nuestras confrontaciones en nuestra habitación continúan.
Sigo demandando sexo y Joe lo dosifica. Odio cuando hace eso.
Intento entenderle, pero mis hormonas no me lo ponen fácil.
¡Se rebelan!
En ocasiones, para evitar la discusión, Joe se queda hasta tarde en su despacho, trabajando. Lo sé.
Sé que lo hace por eso, aunque me lo niegue. Sabe que cuando llega a la habitación estoy dormida como un tronco y no me despierto.
Comienzo mis clases preparto. Son dos días a la semana durante dos horas. Joe me acompaña. No se salta ni una. Rodeados por otras parejas, hacemos todo lo que la profesora nos indica sobre la colchoneta y luego sobre unas enormes pelotas. Nos divertimos y aprendemos a respirar para cuando llegue el momento. Yo me troncho. Ver a Joe soltar bufidos ¡es lo más!
En esos días comienzo a sentir pequeños latigazos dentro de mi cuerpo. Lo consulto con la ginecóloga y ella me comenta que son pequeñas contracciones, pero que no me tengo que preocupar.
Es normal.
Pero yo me preocupo...
Me inquieto...
Me muero de miedo...
Cada vez que siento una, y eso que no me duele, me paralizo totalmente y Joe se pone blanco al verlo. No sé quién se asusta más si él o yo.
Algunas tardes voy a buscar a Flyn al colegio. Allí veo a mi nueva amiga María y me divierto con ella hablando de España y sus costumbres. Ambas añoramos nuestros orígenes, nuestra familia, pero reconocemos que somos felices en Alemania.
El grupo de las cacatúas no ha vuelto a hablar de mí y lo sé de buena tinta. Una de ellas resultó ser amiga de María y ésta me comentó que, tras lo ocurrido, el colegio les envió una circular a cada una de ellas, donde Laila desmentía lo dicho y donde se advertía que cualquier nuevo comentario difamatorio sería demandado.
Sorprendida, lo hablo con Zayn, y me confiesa que fue él quien envió esa carta desde su bufete para solucionar el tema del colegio.
Y, oye, hizo efecto. Hablar seguirán hablando entre ellas, pero el rumor murió.
Una tarde, cuando Joe llega de trabajar me sorprende. Tras besarme, pide que me ponga guapa y me invita a cenar.
Me miro al espejo y no me gusto.
No soy sexy. Estoy ceporra. Tengo los tobillos hinchados y mi tripa despunta. Pero ante eso nada puedo hacer. No puedo esconderla. Al final, me pongo un vestido premamá modernito y mis botas altas, y cuando Joe y Flyn me ven bajar, ambos exclaman:
—¡Qué guapa!
Sonrío y pienso que me lo dicen para hacerme sentir bien. ¡Qué monos!
Una vez en el coche, Joe y yo estamos contentos. La noche promete y yo canturreo una canción de la radio llamada Ja, de un grupo alemán que me gusta mucho, Silbermond.
Und ja ich atme dich, Ja ich brenn für dich.
Ja ich leb für dich, Jeden Tag.
Und Ja ich liebe dich.
Und ja ich Schwör aur dich und jede meiner Fasern.
Sagt ja.
—Me gusta oírte cantar en alemán.
Apoyo la cabeza en el respaldo y digo:
—Es una canción muy bonita.
—Y romántica —afirma él.
Cuando llegamos a la puerta de un precioso restaurante, el aparcacoches rápidamente se hace cargo de nuestro vehículo. Joe baja y, cuando llega a mi altura, me coge con fuerza la mano y entramos en el local. El maître lo saluda y nos guía hasta una bonita mesa.
La cena es maravillosa, y con el apetito que tengo me como lo mío y, si Joe se descuida, lo de él.
Hablamos, reímos y volvemos a ser los de siempre, cuando de pronto me pregunta:
—¿Por qué no me dijiste lo de Máximo y mi madre?
Lo miro y flipo. ¡Ya la hemos liado!
¿Cómo se ha enterado de eso?
—¿A qué te refieres?
Joe ladea la cabeza y contesta:
—¿Crees que no me iba a enterar de que mi madre fue a una fiesta con tu amiguito del
Guantanamera?
Me entra la risa. A él no.
Recordar ese gran momento de Sonia pidiendo un mulatazo me hace reír.
Vaya mal rollo. Con lo bien que lo estábamos pasando.
Mi cara debe de ser un poema. Bebo un poco de agua y digo:
—Mira, Joe, tu madre es una mujer joven y soltera que sólo quiere pasarlo bien.
—¿Y tiene que ser con Máximo?
Lo entiendo. Máximo y mi suegra es lo más descabellado del mundo y decido ser sincera.
—Cariño, ¡lo confieso!, lo sabía. Y antes de que montes un pollo de los tuyos y Iceman nos jorobe la noche con sus quejas, déjame decirte que tu madre nos llamó a tu hermana y a mí. Quería ir acompañada a la fiesta con alguien que dejara a Trevor a la altura del betún y nosotras simplemente le buscamos con quién ir. Eso sí, Máximo fue un caballero. No se propasó lo más mínimo con ella. La acompañó a la fiesta y luego la llevó a su casa. Fin de la cita.
De pronto suelta una carcajada. Eso me descoloca y dice, cogiéndome la mano para besármela:
—Mi hermana, mi madre y tú vais a acabar conmigo.
Flipo y reflipo.
¡No se ha enfadado!
Me alegra ver que comienza a entender la filosofía de vida de su madre.
De pronto, Medusa se mueve. Creo que se ha emocionado al ver que su padre no se ha enfadado.
Rápidamente, hago que me ponga la mano sobre la barriga. Joe nota el movimiento y nos besamos.
Cuando terminamos de cenar, me sorprende al preguntarme si quiero ir a tomar una copa. Yo acepto. Y cuando llegamos al Sensations, el local de los espejos, al ver mi cara, Joe aclara:
—Sólo hemos venido a tomar una copa, ¿entendido?
Asiento, pero la libido se me desmelena. Paso de tríos y orgías, sólo deseo a Joe. ¿Habrá sexo del calentito esa noche en casa?
Al entrar en la primera sala, veo a Zayn en la barra. Al vernos, se acerca a nosotros y, tras darme un abrazo cariñoso, dice mientras saluda a Joe:
—Qué alegría que os hayáis animado a venir. Hoy estás guapísima, gordita.
Joe sonríe y yo, feliz, también.
Zayn me presenta a unos amigos que no conozco y observo que Joe sí. Las dos mujeres que hay son encantadoras y rápidamente se preocupan por mi estado. Una de ellas ha sido madre y sonríe al escucharme. Durante una hora, todos charlamos y soy consciente de que algún hombre me mira, mientras Joe no me suelta. Eso me excita.
Mi perturbada mente se nubla y casi resoplo al pensar lo que Joe y Zayn me pueden hacer sentir en cualquiera de esos reservados. De pronto veo que nuestro amigo saluda a alguien, miro y me quedo boquiabierta al ver al caniche estreñido.
Cuando llega a nuestro lado, Fosqui me ladra con su vocecita. Yo la saludo y me sorprendo cuando dice ante Zayn:
—Estás increíble, _____. Más guapa que nunca.
Sé que lo hace por cumplir, pero oye, ¡a nadie le amarga un dulce!
Durante una hora hablamos y el local se va llenando de gente. Bostezo sin darme cuenta y, al hacerlo, Joe se acerca y, besándome en el cuello, dice:
—Nos vamos a casa, preciosa.
—Un poquito más —le pido—. Llevamos mucho tiempo sin salir.
Pero cuando lee mis pensamientos, murmura:
—_____, sólo hemos venido a tomar una copa.
Lo sé, pero me joroba que me lo tenga que recordar. ¿Acaso cree que estoy pidiendo otra cosa?
Mi cara de desconcierto debe de ser tal que Zayn se acerca a nosotros y pregunta:
—¿Qué ocurre?
Joe lo mira.
—_____ y yo nos vamos.
Miro a Zayn en busca de ayuda, pero éste dice:
—Sí, es mejor que os vayáis ya. Es tarde para ella.
¿Cómo que es tarde para mí?
Pero ¿qué se creen, mi padre?
Quiero protestar, pero no lo hago. Me niego. No servirá de nada.
Una vez me despido de todos con la mejor de mis sonrisas, salgo del local con Joe y, cuando vamos a subir en nuestro coche, digo:
—Quiero conducir.
Joe me mira y contesta:
—Estás cansada, cariño. Deja que conduzca yo.
—No.
La negación ha sido tan rotunda que claudica sin protestar y soy yo la que se pone al volante.
Conduzco en silencio. Observo con el rabillo del ojo que Joe me mira y dice:
—Pequeña, sólo hemos ido al local a tomar una copa.
Asiento. No digo nada. Conduzco.
Joe, al ver mi entrecejo fruncido, resopla. Ya me conoce y sabe que tengo las espadas levantadas.
Observo que abre la guantera, saca el CD de música que yo le grabé y lo pone. Instantes después, suena nuestra canción. Blanco y negro, de Malú. Intenta aplacarme. Pero en ese momento mis hormonas y mi mala leche se han juntado y soy lo peor de lo peor.
Sé que faltaron razones, sé que sobraron motivos.
Contigo porque me matas, y ahora sin ti ya no vivo.
Tú dices blanco, yo digo negro.
Tú dices voy, yo digo vengo.
Su mano va a mi cabeza. Me toca el pelo con cariño y murmura:
—¿Más tranquila?
No respondo. Vuelve a recordarme eso de que la música amansa las fieras y me enfada más.
—¿No vas a contestarme?
En silencio, conduzco mientras la voz de Malú suena en el coche y no digo nada. Es lo mejor. Sé que si lo hago voy a decir algo inapropiado y la voy a liar.
Joe se da por vencido. Asiente y apoya la cabeza en el respaldo, mientras la preciosa canción continúa. Cuando acaba y comienza la de Convénceme, de Ricardo Montaner, y oigo que Joe la tararea, me entra un nosequé por el cuerpo. Doy un volantazo a la derecha, paro y digo:
—Baja del coche.
Joe me mira. Yo lo miro.
Subo el volumen de la canción.
Meses de cinco semanas.
Y años de cuatro febreros.
Hacer agostos en tu piel.
Un sábado de enero.
De pronto, mi alemán sonríe al entender qué significa eso y yo sonrío.
Pero ¡qué mala pécora soy!
Se quita el cinturón, abre la puerta, baja del coche y, cuando está fuera del vehículo, me estiro, cierro la puerta del y arranco como una furia.
Por el retrovisor veo que Joe se queda parado y bloqueado. No se esperaba eso. Pero la misma furia que me hace arrancar, cuando me he alejado y casi no lo veo, me hace frenar.
¿Qué estoy haciendo?
De nuevo me he dejado llevar por mis impulsos y lo que acabo de hacer está mal. Muy mal. Miro que no venga nadie por la calle y cambio de sentido. Siento una contracción y maldigo. Seguro que me la he provocado yo solita con los nervios. Voy a buscarle. Veo a Joe caminando por la acera. Él me ve y se para. Su cara es de Iceman total.
¡Guauuu, qué miedoooooo!
Vuelvo a cambiar de sentido y, cuando estoy a su lado, sus ojos me taladran. Camina hacia mi puerta con decisión y, abriéndola con fiereza, grita:
—¡Sal del coche!
Está furioso. No me muevo y repite lentamente:
—Sal-del-co-che.
Hago lo que me pide y, al acercarme a él, intento besarlo para pedirle perdón, pero me hace la cobra. Normal. En un momento así, yo también se la haría.
Está muy..., muy..., muy enfadado.
Hace un frío de mil demonios e imagino que me va a pagar con la misma moneda.
Arrancará y se marchará. Me lo merezco.
Sin moverme, observo cómo sube al coche y, tras resoplar y dar un manotazo al volante, me mira y sisea:
—¿A qué esperas para subir?
Mientras camino hacia la otra puerta, espero que arranque y se vaya. Pero no lo hace. Espera a que me meta en el coche y, una vez me he puesto el cinturón de seguridad, baja el volumen de la música me mira y grita:
—¡¿Se puede saber por qué has hecho eso?!
—Las hormonas.
—Déjate de tonterías, _____. Estoy harto de tus jodidas hormonas —sisea.
Tiene razón. No puedo echarles la culpa de todo a las hormonas y respondo:
—Estaba furiosa.
Joe cabecea y, sin bajar su tono de voz, dice:
—Y como estabas furiosa, me haces bajar en plena noche del coche y te vas, ¿verdad?
—He vuelto. Estoy aquí, ¿no?
Los ojos se me llenan de lágrimas. La he liado gorda y la culpa es sólo mía.
Joe me mira una y otra vez y, finalmente, moderando su tono de voz, dice:
—_____, estoy intentando tener toda la paciencia del mundo contigo. Entiendo que tus hormonas te jueguen malas pasadas, entiendo que me reproches todos los días mil cosas y que te enfades por cosas absurdas conmigo. Entiendo que parte de todo eso es culpa del embarazo. Pero ahora quiero que entiendas que mi paciencia comienza a resquebrajarse y temo perder los nervios contigo.
No respondo. Tiene más razón que un santo. Su paciencia conmigo es infinita. Me siento fatal cuando añade:
—En tu estado, no quiero que te toque nadie. Quiero cuidarte. ¡Lo necesito! Igual que disfruto compartiéndote en otros momentos, ahora no. Ahora sólo te quiero para mí y...
—¿Y has pensado en lo que yo quiero?
Iceman me mira, me taladra con los ojos y, al entender su frustración, aclaro:
—Yo no necesito que me compartas con nadie, yo no quiero estar con otros. Sólo quiero que hagas el amor conmigo como nos gusta. A nuestro modo. A nuestra manera. Te necesito. Te lo llevo diciendo meses y tú no me quieres escuchar.
Joe maldice de nuevo y vuelve a dar otro golpe al volante.
—Te he dicho mil veces que no quiero hacerte daño. ¿No me escuchas tú a mí? ¿Acaso crees que yo no deseo poseerte como tú exiges? ¿Que no deseo tenerte entre mis brazos y hacerte el amor contra la pared como nos gusta? ¡Joder, _____! Lo deseo con todas mis fuerzas y no veo el momento de volver a hacerlo.
—Pero...
—¡No hay peros! Ahora no podemos. ¡Entiéndelo ya de una vez!
No hablo, no puedo. Tiene razón. Y añade.
—Te quiero, me quieres. Hemos salido a cenar y a tomar una copa con los amigos. ¿Tan difícil resulta entenderlo? Tu embarazo y nuestro bebé es algo importante para los dos, ¿o acaso para ti no lo es?
Asiento. Cada día quiero más a Medusa, pero lo necesito también a él.
Joe arranca el coche y conduce en silencio hasta nuestra casa, mientras siento que necesito, como dice Alejandro Sanz, “tiritas para mi corazón”.
Los días pasan y nuestra salida no hizo más que empeorar nuestra comunicación. Es tal la situación que en el momento en que Joe llega a casa, hasta Susto y Calamar se quitan de en medio.
¡Huyen!
El sexo entre nosotros es raro. Yo lo comparo a comer unas patatas fritas sin sal. Las disfrutas porque te gustan, pero sabes que pueden estar más ricas con un poquito más de aderezo.
Como cada noche, me despierto por las ganas de hacer pis. ¡Soy una meona! Miro el reloj, las 02.12 y me sorprendo al no ver a Joe en la cama.
Voy al baño y después, con sigilo, lo busco y lo encuentro en su despacho. Mientras se masturba, está viendo en el televisor el vídeo que me grabó con Frida aquel día en el hotel. Regreso a la cama y lloro al no verme incluida en su juego.
¡Malditas hormonas!
Quiero a mi Medusa, pero ¡no quiero volverme a quedar embarazada nunca más!
Cuando regresa a la habitación, me hago la dormida. Joe se mete en la cama y, cuando me abraza por detrás y siento su enorme erección, me relamo. Hummm, ¡qué rico! Pero me contengo. No pienso pedir nada. Ya me he cansado.
Sorprendida, noto que me da besos en el hombro, el cuello y la cabeza y sonrío cuando susurra:
—Sé que no estás dormida, tramposa. Te he oído subir la escalera.
Mi respuesta es no decir nada. Pero cuando siento que me quita las bragas, me dejo. Sin apenas moverme, noto sus manos en mi sexo. Oh, sí... juega con él y, cuando me tiene mojada, acerca su pene y lo introduce.
Un gemido sale de mí y él murmura:
—Cuando tengas al bebé, te voy a encerrar un mes en una habitación y no voy a parar de follarte contra la pared, en el suelo, sobre la mesa y en cualquier parte.
Sus palabras me excitan, mi columna se arquea y siento cómo el pene profundiza más.
—Te desnudaré, te follaré, te ofreceré, te miraré y tú aceptarás, ¿verdad?
—Sí —jadeo.
Con cuidado, Joe me penetra una y otra vez. Sus acometidas aumentan de ritmo y yo me acoplo a él en busca de más. El sonido seco de nuestros cuerpos al chocar es electrizante. Una y otra vez, me posee con cuidado y yo disfruto hasta que él no puede más y se deja llevar.
Cuando acaba, me besa el cuello y musita:
—Te echo de menos, pequeña.
—Y yo a ti —respondo.
Durante unos minutos, permanecemos sin movernos, hasta que Joe sale de mí y, volviéndome hacia él, murmuro:
—Perdóname, cariño.
—¿Por qué?
—Por lo del otro día con el coche.
No veo sus ojos, la oscuridad me lo impide, pero tras darme un beso en los labios, dice mientras me abraza:
—No te preocupes. No pasa nada, pero no lo vuelvas a hacer.
—Te lo prometo.
Noto cómo su cuerpo se mueve al sonreír y, abrazándolo, busco su boca y lo beso. Hago eso que tanto me gusta que él me haga. Le chupo el labio superior, después el inferior y, tras darle un mordisquito, lo beso con pasión.
Joe acepta mi beso de buen grado. Lo devora e, instantes después, me deja sin aire, pero no importa. Necesito esa pasión. Anhelo esa exigencia. Beso a beso, nuestros cuerpos se calientan y, cuando siento su pene de nuevo erecto y juguetón, lo toco y pregunto:
—¿Repetimos?
Joe me besa y susurra:
—No.
—¿Por qué?
—Es tarde y por hoy creo que ha sido bastante.
Escuchar eso es un mazazo para mí. No ha sido bastante e insisto:
—Joe...
Sin decir nada, se aleja de mí, se levanta y enciende la luz de la habitación. Nos miramos a los ojos y pide:
—_____, no empieces, por favor.
Sin más, se mete en el baño y cierra la puerta. Me levanto. Como una hidra, camino hacia el cuarto de baño, pero al poner la mano en el pomo, me paro y regreso a la cama.
Estoy enfadada y excitada.
¿Cómo me puede dejar así?
Necesito sexo y, sin pensármelo, abro el cajón. Hago como mi hermana en su época de sequía y saco a mi Superman particular. El pintalabios que Joe me regaló meses atrás. Sin demora, lo pongo sobre mi hinchado y húmedo clítoris y me masturbo.
¡Oh, sí!
Esto es lo que necesito.
Sin pausa, el aparatito me da lo que busco. ¡Qué maquinote!
Cierro los ojos y lo muevo apretándolo sobre mí. Encuentro mi placer y me dejo llevar mientras jadeo y me muevo en la cama.
Cuando abro los ojos, Joe está enfrente de mí, con cara de muy mala leche.
¡Vaya pillada!
Nos miramos como rivales. Paseo mi mirada por su cuerpo y veo su pene duro y erecto. Ha visto mi juego y se ha excitado todavía más. Su mirada es salvaje y eso me vuelve loca. Sé lo que haría conmigo en ese instante y lo deseo. Lo deseo con toda mi alma.
Aún con la respiración entrecortada por lo que acabo de hacer, me abro de piernas para él. Me muestro. Lo invito a continuar jugando conmigo. Lo tiento a que me posea como quiere. Pero él no está por la labor y, sin decir nada, se da la vuelta y se mete en el baño de nuevo, dando un portazo.
Enfadada, maldigo. Me muevo en la cama y me siento rechazada. Eso me enfurece más y más.
Cuando sale, diez minutos más tarde, está mojado. Se ha duchado. Lleva un bóxer puesto y observo que su erección ha desaparecido. Imagino lo que ha pasado en el cuarto de baño y, sin hablarle, cojo el pintalabios y entro en él yo también.
Cierro la puerta, por supuesto con portazo. Yo no voy a ser menos.
Una vez dentro, me miro al espejo y susurro al ver mis pelos de loca.
—Me cago en ti, Joe Zimmerman.
Sin más, me lavo. Después lavo el pintalabios y cuando regreso a la cama, bajo su atenta mirada me pongo unas bragas. Guardo el juguetito en el cajón y, sin darle un beso, murmuro:
—Buenas noches.
Él no responde. Me arropo.
Pero el acaloramiento que llevo en mi cuerpo es tal que al final, me destapo, me siento en la cama y, con cara de enfado, siseo:
—Odio que hagas lo que has hecho.
—¿Y qué se supone que he hecho? —responde con voz dura.
—Te has masturbado.
—¿No has hecho tú lo mismo?
Con ganas de coger la lámpara y estampársela en la cabeza, digo:
—La diferencia es que yo lo he hecho porque tú no querías nada conmigo.
Dicho esto, con toda la dignidad que tengo, me doy la vuelta y me tapo.
No quiero hablar más con él.
Monse_Jonas
Monse_Jonas


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Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 6 Empty Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por Monse_Jonas Mar 04 Nov 2014, 9:46 pm

Capitulo Veintinueve
A la mañana siguiente, cuando me despierto, como siempre estoy sola en la cama. Joe ya se ha ido a trabajar. Cuando bajo a la cocina, Simona me prepara el desayuno y dice:
—Tenemos dos capítulos de Locura Esmeralda grabados, ¿quieres que los veamos?
Asiento y, una vez acabo de desayunar, las dos vamos al salón.
Ese día, vemos esperanzadas cómo Luis Alfredo Quiñones, al abrir una cajita y ver un colgante que Esmeralda Mendoza le regaló, sufre un fogonazo en su mente y comienza a recordar cosas.
Simona y yo nos cogemos de la mano. Esto pinta bien. Esa mañana, Esmeralda ha salido a cabalgar con su hijito y Luis Alfredo los observa desde la lejanía y sufre otro fogonazo. Su mente se llena de recuerdos y Simona y yo aplaudimos cuando de pronto es consciente de que la mujer de su vida es Esmeralda y no la enfermera Lupita Santúñez.
Cuando acaban los dos capítulos las dos estamos animadas.
Le propongo a Simona salir a dar un paseo. Ella se niega, está nevando y no es buen momento para que una embarazada como yo ande por los caminos.
Tiene razón. Me voy a mi cuartito y, como no me puedo sentar sobre la mullida alfombra que tanto me gusta, o si no luego me tendrá que levantar una grúa, me siento en una silla, abro mi portátil y me conecto a Facebook para charlar con mis amigas las guerreras. Como siempre, hablar con ellas me sube el ánimo y acabo sonriendo.
Simona entra y me da el teléfono. Es Joe.
—Dime.
—Hola, cariño. ¿Cómo estás hoy?
—Bien.
Tras un silencio, añade.
—¿Sigues enfadada por lo de anoche?
—Sí.
—Escucha, pequeña, tienes que...
—No, escúchame tú a mí —lo corto—. Estoy muy enfadada. Lo que hiciste anoche me dolió. ¿Por qué eres tan duro? ¿Acaso no oíste decir a la doctora que podemos tener una vida sexual plena?
—_____...
—Ni _____, ni leches. ¿Por qué eres tan gilip...?
Me paro. No es justo que lo insulte y, tras un silencio, dice:
—Dímelo, cariño, ¡lo estás deseando!
—No. No te voy a dar el gusto de decírtelo.
Se calla. Yo juego con la ventaja de que estoy en casa, pero él está en la oficina y finalmente dice:
—Tengo partido de baloncesto esta tarde y se me ha olvidado la bolsa con las cosas. ¿Me la llevarías al polideportivo a las cinco?
Estoy a punto de decirle que no, que se la lleve su prima, pero finalmente respondo:
—De acuerdo, Norbert te la llevará.
—Me gustaría que me la trajeras tú.
Qué bonito lo que me ha dicho, pero la víbora que vive en mí suelta:
—Y a mí me gustarían otras cosas y, mira, me jorobo y me aguanto.
Oigo a Joe resoplar y, tras unos segundos, murmura:
—Tengo ganas de verte, pequeña.
—De acuerdo. Yo te la llevaré.
Cuando cuelgo, me doy cuenta de que ni me he despedido. Por Dios, ¡qué borde soy!
La verdad es que mi Iceman se merece el cielo. Aguantarme a mí cuando me pongo insoportable es insufrible. Y últimamente soy lo peor. Por ello, llamo a su móvil y, cuando lo coge, digo:
—Te quiero, gruñón.
Oigo su risa y adoro cuando me dice:
—Y yo te quiero más que a mi vida, pequeña.
Por la tarde, cuando salgo de casa nieva y hace mucho frío. Norbert me lleva al polideportivo y soy feliz. Soy como una veleta con mis hormonas y cuando al llegar veo a mi chico apoyado en nuestro coche, esperándome, sonrío.
¡Dios qué guapo es!
Al vernos llegar, Joe viene hacia el coche y, cuando me bajo, me da un beso en los labios y murmura:
—Hola, preciosa, ¿cómo estás?
Dispuesta a fumar la pipa de la paz, respondo:
—Feliz, ahora que estoy contigo.
Abrazados, caminamos hacia el interior del polideportivo y, cuando llegamos a los vestuarios, me mira y pregunta:
—Ya sabes por dónde tienes que ir, ¿verdad?
Asiento y, cuando creo que me va a soltar, se acerca de nuevo a mí, me chupa el labio superior, después el inferior y, tras un mordisquito, me besa.
Oh, sí... Oh, sí...
Disfruto de ese contacto, sin importarme quién nos pueda mirar.
Joe es mi marido, yo su mujer y no me importa lo que el resto del mundo pueda pensar. Cuando se separa de mí, me mira a los ojos y dice:
—No quiero volver a discutir contigo, ¿entendido, pequeña?
Asiento como un muñequito. Está claro que el efecto Zimmerman, cuando se lo propone, me deja totalmente fuera de combate. Sonríe. Sonrío y, dándome un dulce azotito en el trasero, murmura:
—Ve a las gradas y espérame.
Con una tonta sonrisita en los labios, lo hago. Llego hasta las gradas y, con pesar, veo que no está ninguna de las amigas y añoro a Frida. Miro a mi alrededor y observo que la gente comienza a llegar.
Mi gesto se descompone cuando veo entrar al caniche estreñido de Zayn.
Nos miramos y, contoneando las caderas, Fosqui viene hacia mí subida en sus impresionantes tacones. La diva de la televisión va vestida con unos pantalones de leopardo y una blusa semitransparente de lo más sugerente. Sonrío sin darme cuenta. Yo llevo un peto premamá y las botas de nieve. Glamurazo a tope.
—Hola, _____ —saluda.
Sorprendida de que se acuerde de mi nombre, intento recordar el suyo. ¿Cómo se llamaba? Al final, tras estrujarme las neuronas y sólo venirme lo de Fosqui o caniche estreñido, respondo:
—Hola, ¿qué tal?
Me mira con curiosidad. Me escanea en profundidad y, finalmente, pregunta:
—¿Te encuentras bien?
Oh, qué monaaaaaaaaaaa.
Pero con las mismas ganas de hablar que ella, respondo:
—Perfecta.
Asiente, se sienta a mi lado y no vuelve a cruzar palabra conmigo. Diez minutos más tarde, cuando los chicos salen a la pista, sonrío encantada y grito al más puro estilo yanqui, mientras saludo a Joe y Zayn. Ellos me saludan también y el partido comienza.
Entregada, chillo y protesto cuando le hacen falta a mi equipo, mientras el caniche no dice ni mu.
Calladita, observa cómo juegan. Cuando acaba el partido, el equipo de Joe ha perdido y murmuro:
—Hoy no ha sido un buen día.
El caniche me mira, parpadea y susurra:
—Para mí, a partir de ahora lo será. Zayn y yo hemos quedado con unos amigos. —Y bajando la voz, cuchichea—: ... para jugar.
¿Por qué me cuenta eso?
Parece regodearse en mi problema, pero dispuesta a no darle el gusto, respondo:
—Hacéis bien. Jugad todo lo que podáis.
Sin mirarla a la cara, camino hacia los vestuarios y siento una de mis contracciones. Me toco la barriga y se calma. Zayn sale, le da un beso en los labios al caniche y después me saluda a mí.
—Hola, gordita, ¿cómo estás?
—Ruedo más que ando, pero bien —respondo.
Me abraza, sonríe y aparece Joe. Zayn y yo aún sonreímos y, al vernos, Joe, divertido, pregunta:
—¿Tengo que desconfiar?
Zayn y yo nos miramos y, al unísono, contestamos:
—Sí.
Todos reímos, Zayn me suelta y Joe me abraza. El caniche, que nos observa, dice:
—La comida del otro día fue fantástica, ¿verdad?
Zayn asiente y veo que Joe también. ¿Comida? ¿Qué comida? Y, entonces, ella añade:
—Tenemos que repetir. Estaré encantada de ir de nuevo a tu casa, Zayn.
La cara se me congela.
¿Qué es eso de que Joe ha comido con Fosqui y Zayn en casa de éste?
Una niña se acerca al caniche para pedirle un autógrafo y se alejan de nosotros unos pasos. Zayn y
Joe me miran y, al entender lo que yo he entendido, se miran y, rápidamente, Zayn explica:
—_____, fue una comida de trabajo.
—¿En tu casa?
Alarmado, Joe se acerca y, cogiéndome de la muñeca, dice:
—_____, no saques conclusiones.
—¿Has comido con Fosqui? ¿Con el caniche estreñido?
Zayn suelta una carcajada.
—¿Fosqui? ¿La llamas caniche estreñido?
Pero Joe no se ríe y, cuando comienzo a caminar hacia la salida del polideportivo, aclara:
—No comimos en su casa. Comimos en un restaurante, _____.
Con la furia en el rostro, me doy la vuelta y siseo:
—Sé muy bien lo que hacéis en su casa. —Y mirando a Zayn, gruño—. Y tú, mal amigo, ¿cómo lo has podido permitir?
Bloqueado, Zayn va a responder, cuando Joe dice:
—Cariño, ¿quieres tranquilizarte? No pasó nada. Fuimos al restaurante que hay al lado de la casa de Zayn. Yo quería pedirle a Agneta contactos para publicitar la empresa en televisión.
Pero ya me ha dado el subidón de mala leche. Estoy furiosa y, mirándolos a los dos, respondo:
—¡Gilipollas! ¡Sois dos gilipollas!
Se miran. Zayn no sale de su asombro y Joe murmura:
—Ya la tenemos liada para hoy.
Su comentario me enfada aún más y echo a andar.
—Escucha, gordita —dice Zayn, adelantándome—: No pienses mal. Joe vino a buscarme al despacho, luego llegó Agneta y cinco minutos después salimos y comimos en un restaurante para hablar sobre la publicidad de Müller. Pero ¿por qué no nos crees?
Cuando va a sujetarme, le doy un manotazo y, ante su cara de incredulidad, siseo:
—Punto uno, te permito llamarme gordita porque estoy embarazada, una vez deje de estarlo, si lo vuelves a decir, te rompo las piernas. Punto dos, lo que tú hagas con tu caniche me importa tres pepinos y, aunque no lo creas, sé que Joe con esa... esa... no ha tenido nada que ver. —Y volviéndome hacia Joe, que nos observa, finalizo—: Y punto tres, ¿por qué no me dijiste que habías comido con ella?
—Joder, qué mala leche tienes, morenita —dice Zayn, divertido.
Joe cruza una mirada con su amigo y luego, mirándome a mí, explica:
—Ese día estabas enfadada y no querías hablar. Por eso no te lo comenté. Pero por favor, que no se te pase por la cabeza que esa mujer, Zayn y yo hemos tenido nada, porque no es cierto, ¿entendido?
Cierro los ojos y resoplo. Sé que tiene razón y, acercándome a él, apoyo la cabeza en su pecho y murmuro:
—No vuelvas a dejar que me quede embarazada. Me estoy volviendo loca.
Joe sonríe. Me abraza y dice ante las risas de Zayn:
—Me voy a casa con _____. ¡Suerte con el caniche!
Monse_Jonas
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Mensaje por Monse_Jonas Mar 04 Nov 2014, 9:47 pm

He vuelto chicas!!!
Espero les gusten los capis, ya las cosas se normalizaron un poco y pues ya volví, espero y no me hayan abandonado, saludos a todas y beshotes.
Muak, muak 
Monse_Jonas
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Mensaje por SparklyGirl Miér 05 Nov 2014, 2:17 pm

AAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHH!!!!! 

hOLAHOLA! soy nueva lectora y he leido todas las adaptaciones de este libro que has hecho!1 es Espectacular!!!!!!
porfisporfis Siguela!! :*
SparklyGirl
SparklyGirl


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Mensaje por chelis Vie 14 Nov 2014, 1:09 pm

guau!!.. me encantaron los caapiiiiss!!!.. jjejejejeje aaaaaaaaaaaaaaaahhhh!!!.. ya quiero saber que es.... si niña o niñooo!!!!
chelis
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http://www.twitter.com/chelis960

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Mensaje por Monse_Jonas Vie 21 Nov 2014, 10:48 pm

SparklyGirl escribió:AAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHH!!!!! 

hOLAHOLA! soy nueva lectora y he leido todas las adaptaciones de este libro que has hecho!1 es Espectacular!!!!!!
porfisporfis Siguela!! :
Hola, gracias por haberte pasado por las noves y bienvenida 
Monse_Jonas
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