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Mensaje por chelis Miér 20 Ago 2014, 8:24 pm

pero bueno!!!!!... por fin se le hara a esos dos!!!!.. y la rayis tiene buen brazooo!!!!... jajajjajajajaja
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Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 3 Empty Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por mfsuarez09 Miér 27 Ago 2014, 7:02 am

Siigueela!! Esta buenisima❤
mfsuarez09
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Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 3 Empty Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por chelis Miér 27 Ago 2014, 6:35 pm

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Mensaje por Monse_Jonas Jue 28 Ago 2014, 8:58 pm

Capitulo Doce
Cuando salimos de la caseta, Joe me pasa un brazo por los hombros e intenta que nadie me roce. Su protección hacia mí me gusta y me hace sonreír. Es terrenal. No soporta que los hombres me miren o me toquen, pero luego, en nuestros momentos íntimos, le excita ofrecerme a ellos.
Al principio de nuestra relación, yo misma no conseguía entenderlo. ¡Era de locos! Pero tras meses practicando el mismo sexo que él, sé diferenciar una cosa de otra. La vida, el respeto y el día a día son una cosa, y las fantasías sexuales, cuando nosotros lo decidimos, otras.
Yo tampoco soporto que ninguna mujer mire o se insinúe a Joe. ¡Me pongo mala! Pero sin embargo, cuando jugamos, me gusta ver que disfruta.
Sé que nuestra relación, en especial nuestra sexualidad, es algo difícil de entender para mucha gente. Mi hermana seguramente pondría el grito en el cielo y me llamaría degenerada, cochina y cosas peores, y mi padre no me lo quiero ni imaginar. Pero es nuestra relación, y con nuestras propias normas todo funciona de maravilla y no quiero que cambie. ¡Me niego! Joe me ha descubierto un mundo morboso y placentero que yo desconocía y me siento atraída por él.
Me gusta que me observen cuando practico sexo...
Me gusta que me disfruten cuando mi pareja me abre las piernas para otros...
Y me gusta ver cómo mi pareja disfruta...
Voy sumida en mis pensamientos, mientras Joe se abre paso entre la gente. Cuando salimos de la marabunta, para un taxi y, tras darle la dirección, me mira y dice:
—Estás muy callada, ¿qué piensas?
Lo miro. Quiero ser sincera y contesto:
—Pienso en lo que va a ocurrir.
Sonríe y, acercando su boca a mi oído para que el taxista no nos oiga, murmura:
—¿Y qué quieres que ocurra?
—¿Qué quieres tú?
Mi chico apoya la cabeza en el respaldo del taxi, coge aire y, mirándome con intimidad, susurra en español:
—Quiero mirar, quiero follarte y quiero que te follen. Anhelo besar tu boca mientras tus gemidos salen de ella. Deseo todo, absolutamente todo lo que tú estés dispuesta a darme.
Como un muñequito vuelvo a asentir y mi estómago de nuevo se contrae. Escuchar en su boca la palabra “follar” me excita, ¡me pone! Mis braguitas ya están húmedas sólo de pensarlo y respondo:
—Te daré todo lo que tú quieras.
Mi amor sonríe y cuchichea:
—De momento, dame tus bragas.
Suelto una carcajada. Él y mi ropa interior.
Con disimulo, hago lo que me pide sin que el taxista se dé cuenta, de lo contrario me moriría de vergüenza; y una vez se las doy, primero se las acerca a la nariz y luego se las guarda en el bolsillo del pantalón.
Veinte minutos más tarde y sin bragas, el taxi para en una calle transitada. Una vez nos bajamos, mi amor me agarra posesivo por la cintura y caminamos hacia la puerta de un bar iluminado llamado
“Sensations”. El portero nos mira y, al ver nuestras pintas aún con los vestidos bávaros, sonríe y nos deja pasar.
Al entrar veo que muchas de las parejas que hay ahí van vestidos como nosotros. Eso me deja más tranquila. Sin pararnos, caminamos hacia el fondo. Joe abre una puerta y entramos en una segunda estancia. Allí la música no está tan alta como en el primer lugar y observo que los presentes nos miran. Somos los nuevos y atraemos su atención.
Joe me lleva hacia una barra, donde veo que dos hombres y una mujer se tocan íntimamente. Eso
no me sorprende y sonrío y los observo en su morboso juego, mientras Joe pide unas copas.
—Quiero saber por qué te ríes —me dice mi marido al oído.
Divertida, me siento en uno de los taburetes y, tras señalar al trío que disfruta cerca de nosotros, le pongo los brazos alrededor del cuello y contesto:
—Acabo de recordar cuando en Barcelona me llevaste a aquel bar de intercambio, me sentaste en un taburete y me hiciste abrir las piernas para que otros miraran. —Joe sonríe y yo añado—: Esa noche me calentaste para nada.
—Fue mi castigo por irte del hotel sin decirme nada, pequeña —responde divertido y, besándome en el cuello, murmura mimoso—: Eso te excitó mucho.
—Sí.
Mi respiración se agita cuando Joe, mi Joe, mi amor, coge mi falda larga y comienza a subirla lentamente hasta mis muslos. ¡Qué juguetón es!
—Hay un hombre a tu derecha que no para de observarnos y a mí me excitaría que pudiera ver algo más de mi mujer. ¿Quieres?
Sus manos suben por la cara interna de mis muslos hasta llegar al centro de mi deseo. Lo toca. Yo lo miro con pasión y susurro:
—Sí, quiero.
No espera más. Me besa y, acto seguido, da la vuelta a mi taburete. El hombre, de unos cincuenta años, atractivo, nos observa. Clava su mirada en mí y veo cómo la baja. Desde atrás, Joe me abre más las piernas y veo cómo los ojos del desconocido se dilatan y brillan.
Excitada, yo misma me subo más la falda, cuando Joe dice en mi oído:
—Se muere porque lo invitemos a meterse entre tus piernas. Míralo. Sus ojos te poseen, ¿lo ves?
Asiento, mientras noto cómo me humedezco y mi respiración se acelera. Joe lo sabe y, poniéndome una mano sobre el corpiño, me toca un pecho y murmura:
—Eres apetecible, cariño. Muy... muy apetecible. —Y, mientras el maduro desconocido no nos quita ojo, Joe pregunta—: ¿Alguna vez has tenido relaciones con un hombre de esa edad?
Niego con la cabeza.
—No. El más mayor has sido tú.
Mi chico asiente y, apoyando la cabeza en mi hombro, inquiere:
—¿Qué te parecería tener sexo con él?
—Bien —respondo sin pensar.
En un momento así y con lo caliente que estoy, sólo deseo que me satisfagan. Imagino cosas y, dándome la vuelta, sonrío.
—¿Por qué sonríes, preciosa?
Clavo mis ojos en él, me humedezco el labio inferior y contesto:
—Esta noche yo también quiero jugar contigo.
Joe me entiende. Lo veo en su mirada. No sonríe y susurro:
—Quiero volver a ver cómo un hombre te hace una felación.
Mira el suelo. Después me mira a mí y, levantando las cejas, pregunta:
—¿Tanto te gusta verlo?
—Sí.
—¿Y no temes que me pueda gustar más eso que otras cosas?
Suelto una carcajada. Si algo tengo claro es que las mujeres siempre le gustarán más y respondo:
—A ti te gusta verme con otra mujer, ¿verdad?
—Sí.
—¿Y no temes que me pueda gustar más eso que otras cosas?
Joe sonríe. Entiende lo que acabo de decir. Mueve la cabeza y, besándome, dice:
—Muy bien, pequeña. Juguemos los dos. Pero sólo felación.
—Joe, ¡cuánto tiempo sin verte por aquí!
Esa voz nos saca de mi burbujita calentorra y sonrío. Saber que Joe está dispuesto a entrar en mi juego me excita aún más. Mucho más.
Mi amor y el desconocido se estrechan la mano.
—Hola, Roger. —Y, mirándome, dice—: Ella es mi mujer, _____.
Acalorada, sonrío. No puedo ni hablar cuando Joe pregunta.
—¿Has visto a Zayn?
El hombre asiente y saluda con un guiño a una mujer que pasa por nuestro lado.
—Está en el reservado diez.
Vaya... nuestro amigo no pierde tiempo.
Cierro las piernas y me bajo la falda. Al verlo, Joe sonríe y me da un beso en la frente. Durante unos veinte minutos, charlamos los tres y veo que el hombre maduro que me miraba ya ha encontrado otra pareja con la que pasarlo bien y desaparece con ella tras unas cortinas rojas. Pero también me percato de que Roger no para de mirarme los pechos, hasta que dice:
—Tu mujer es preciosa.
Mi marido asiente.
—Sus pechos te enloquecerían.
Roger me los mira de nuevo y, alejándose, dice:
—Llámame.
Sorprendida por esa extraña conversación, pregunto:
—¿A qué venía hablar de mis pechos?
Joe sonríe y, acercándose, responde:
—A Roger le encantan los pechos. Adora chupar pezones.
Eso me asombra. Pero no puedo continuar preguntando, porque Joe me hace bajar del taburete y vamos hacia la cortina roja por la que he visto desaparecer al maduro y a otras parejas.
Al traspasarla, oigo jadeos. Muchos jadeos y grititos de gusto. Miro alrededor y veo varios reservados separados por cortinas de colores. Joe descorre varias cortinas y yo miro. En los cubículos veo a varias personas manteniendo relaciones de todo tipo.
—¿Qué te parece? —pregunta Joe ante uno de los reservados.
Tras pasar mis ojos curiosos por la estancia y ver a un hombre con dos mujeres, respondo:
—Que lo pasan bien.
Salimos de allí y Joe abre el cortinaje de otro. Dentro hay una pareja con varios hombres. Juegan con la mujer y entre ellos y disfrutan. El maduro atractivo que nos miraba en la barra al vernos se detiene y se levanta, mientras los otros continúan su jueguecito. Sus ojos vuelven a recorrer mi cuerpo cuando Joe entra en el reservado y dice:
—Túmbate en la cama, _____.
Sin cuestionarlo, hago lo que me pide. Me pone a cien cuando me ordena algo con ese tono de voz.
La cama se mueve por las embestidas de las otras personas y yo me acelero al mirarlos. Me percato de que la mujer me mira y de que no le molesta nuestra presencia. Sonríe y yo le sonrío. Joe se me acerca, se sienta en la cama e, inclinando la cabeza, murmura:
—Deseo que te toque para mí, ¿te parece bien?
Tumbada en la cama, asiento. Lo deseo, pero susurro:
—Antes yo quiero otra cosa.
Joe me mira. Me va conociendo e intuye lo que le voy a pedir, cuando digo:
—Ya sabes lo que quiero, ¿verdad?
Mi chico se resiste y, dispuesta a conseguir mi propósito, insisto:
—Es nuestro juego. Sólo felación, ¿recuerdas?
Asiente con la cabeza. Sonrío. Miro al madurito que está frente a nosotros y digo:
—Arrodíllate ante él.
Sin dudarlo un segundo, el desconocido hace lo que le pido. Se arrodilla ante Joe. Desabrocho el botón del pantalón de éste y le ordeno al otro hombre:
—Dale placer.
Él posa las manos en el pantalón de Joe, que da un respingo, pero no se mueve ante mi mirada.
Con delicadeza, el hombre baja los pantalones de mi amor y en su camino se lleva el bóxer, dejándoselo todo a media pierna.
La verga de Joe aparece erguida y dura y yo suspiro mientras el hombre arrodillado ante mi marido se la toca. Le encanta. Disfruta con ello. Pasea su mano por su miembro y por sus testículos, endureciéndolo más. Instantes después, con delicadeza, se la lava y después se la seca.
Joe me mira y yo sonrío.
Acto seguido, el madurito le acerca su boca hasta la punta del pene, saca la lengua y lo chupa. Al sentir el contacto, Joe cierra los ojos y a mí se me pone el vello de punta.
¡Excitante!
Con deleite y disfrute personal, observo cómo el desconocido es todo un experto. Recorre cada milímetro del miembro de Joe con su lengua, lenta y pausadamente, para después introducírselo entero en la boca una y otra vez.
¡Ardor!
Sus manos le tocan los testículos, se los aprieta con delicadeza y, cuando se saca el pene de la boca, se los chupa, los succiona.
Joe jadea. Su cuerpo vibra de placer, mientras echa la cabeza hacia atrás.
¡Calor!
La respiración de mi amor se acelera por segundos y la mía también. Ver esto me parece morboso, excitante, caliente y más cuando observo que mi chico lo disfruta y que las venas del cuello se le marcan.
¡Combustión!
Todo en la habitación es morboso. A mi lado, tres hombres proporcionan placer a una mujer y un desconocido a mi loco amor, mientras observo el espectáculo que yo he provocado y me excito. Me humedezco. Me empapo.
En ese instante, el madurito desliza una de sus manos hacia el trasero de Joe, se lo aprieta y le separa las cachas del culo. Pero cuando va a meterle un dedo en el ano, mi marido lo para. El hombre no insiste y vuelve a centrarse en su enorme erección. Entiende la negativa. Incrementa sus lametazos y oigo de nuevo gemir a Joe.
¡Quemazón!
Con la mano derecha, éste empieza a empujar la cabeza del desconocido con fuerza, para introducirle todo el pene en la boca. El hombre se vuelve loco con esa exigencia.
Yo más.
Se arrima más a Joe y, agarrándolo con fuerza por el culo una y otra vez, repite la misma acción hasta que mi amor, mi maravilloso amor no puede más, suelta un potente gruñido y se deja ir.
¡Fuego!
Cuando acaban, el desconocido se va a la ducha. Yo me levanto de la cama y, cogiendo la jarrita de agua, la echo con cuidado por el pene de mi marido. Lo lavo, lo seco y pregunto:
—¿Todo bien?
Joe asiente a su vez, sonríe y susurra:
—¿Excitada?
—Mucho.
Instantes después, el madurito regresa con nosotros. Sin necesidad de que Joe diga nada, me vuelvo a tumbar en la cama y mi chico asiente.
Sin hablar, el hombre me sube la falda hasta la cintura y yo me muevo nerviosa. Acto seguido, pasea sus manos por mis muslos y me los separa un poco para echarme agua sobre el sexo. Lee mi tatuaje y sonríe.
El frescor se agradece. Cierro los ojos y Joe susurra:
—Abre las piernas y dale acceso a ti.
Hago lo que me pide. Me excita hacerlo y siento el aliento del hombre sobre mi húmeda entrepierna. Sus manos me abren los labios, me tocan y noto que uno de sus dedos entra en mí.
Juega...
Aprieta...
Abro los ojos y Joe dice:
—Así... déjale entrar... así.
El momento...
Su voz...
Sus peticiones...
Todo me exalta por segundos, mientras las otras personas desatan su pasión a nuestro lado.
El desconocido introduce y saca el dedo de mi interior, mientras su lengua succiona mi clítoris y mi respiración se vuelve sibilante. No sé el tiempo que estamos así, sólo sé que disfruto el momento.
De pronto, se para, se pone un preservativo y se tumba sobre mí. En ese instante, Joe aclara:
—Su boca es sólo mía.
El desconocido asiente y, pasando uno de sus brazos por debajo de mi trasero, me levanta y, con impaciencia y exigencia, me penetra. Oh, sí..., es lo que necesito.
—Mírame —pide Joe.
Lo hago. Sin parar, ese hombre con el que ni siquiera he hablado ni sé cómo se llama, entra y sale de mí una y otra vez y yo quiero más profundidad. Necesito más y pongo las piernas en sus hombros.
Ese gesto lo excita. Sonríe y, agarrándome de las caderas, se empala en mí y yo me sofoco cuando Joe, acercándose a mi boca, murmura:
—Dame tus gemidos cariño..., dámelos.
Me falta el aire, pero beso a mi amor y le entrego lo que me pide. Mi boca jadea bajo la suya. Sus dientes muerden mis labios y se bebe mis gemidos. Eso lo excita, lo pone, lo vuelve loco, mientras el hombre sigue su particular baile dentro de mí y yo me entrego al disfrute. Hasta que él no puede más y, tras un último empellón que me hace gritar, llega al clímax.
El desconocido sale de mí y vuelve a echar agua sobre mi sexo.
¡Frescor!
Después coge un paño limpio y me seca. Pasados unos segundos, mi corazón se relaja y Joe, asiéndome de la mano, dice:
—Levanta, cariño.
La falda me cae hasta los pies y, sin mirar atrás ni cruzar palabra con ese hombre desconocido, salimos del reservado. Joe tiene prisa.
Al llegar al pasillo, donde se oyen mil jadeos, mi dueño, mi amor, mi marido, me coge entre sus brazos, me arrincona contra la pared y me besa. Su beso es exigente, loco, asolador. Embriagada por la locura que me demuestra, le respondo. Entonces siento que me sube la falda, se abre el pantalón y me penetra.
Oh, sí..., ése es el roce y la profundidad que yo necesito.
¡Joe!
Sin mediar palabra, mi exigente marido entra en mí una y otra vez y yo me acoplo a él mientras jadeo, y me agarro a sus hombros dispuesta a recibirlo más.
Como si fuese una muñeca, Joe me mueve entre sus brazos y yo enloquezco mientras dice:
—Lo siento, pequeña, pero me voy a correr ya.
Está muy excitado por lo que ha visto y sus penetraciones buscan un desahogo que yo sé que necesita y que le quiero dar. Instantes después, mi útero se contrae, Joe rechina los dientes y se deja ir.
Sin soltarme, susurra:
—Siento que haya sido tan corto, pero me ha excitado mucho ver lo que hacías.
Con una pícara mirada, contesto:
—No te disculpes, cariño, ahora te voy a exigir mucho más.
Joe sonríe y yo también. Me besa y me baja al suelo. Siento cómo su fluido corre por mis piernas y digo:
—Necesito una ducha.
Él asiente y echamos a andar por el pasillo de los jadeos. De pronto, se para, abre una de las cortinas donde pone número diez y dentro veo a Zayn y a Diana. Cada uno de ellos está con dos mujeres. Parecen pasarlo bien. Zayn nos ve. Su azulada mirada nos mira y dice:
—Nos vemos en la sala de los espejos. Está reservada.
Joe asiente y, mientras caminamos, comento:
—Veo que conoces muy bien el lugar.
Mi chico sonríe y, besándome, murmura:
—Te aventajo en años, cariño.
Al llegar frente a una puerta, Joe la abre y entramos. Está oscuro, pero al encender la luz, me sorprendo al ver que las paredes, el techo y el suelo está todo cubierto de espejos. De pronto, la luz se torna violeta y, besándome, mi chico dice:
—Tu color preferido.
Sonrío y lo beso. Adoro sus carnosos labios y entonces él me agarra por el trasero.
—Vamos a ducharnos.
Monse_Jonas
Monse_Jonas


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Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 3 Empty Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por Monse_Jonas Jue 28 Ago 2014, 9:00 pm

Capitulo Doce Segunda Parte
Entre risas, nos quitamos los trajes de bávaros y nos metemos bajo una moderna ducha.
—¿Todo bien, cariño?
Sonrío y asiento. Ya echaba yo de menos la pregunta.
El agua corre por nuestros cuerpos y estamos disfrutando el momento cuando Joe dice:
—Estás consiguiendo de mí cosas que nunca pensé posibles.
Sé que se refiere al hombre de antes y contesto:
—Adoro ver tu cara cuando un hombre te da placer.
Los dos sonreímos y nos besamos.
Cuando salimos de la ducha, el impresionante jacuzzi que hay en un lateral de la habitación, lleno de agua que cambia de color, nos llama a gritos. Joe me coge en brazos y nos metemos en él.
Me besa... lo beso.
Me mima... lo mimo.
Me toca... lo toco.
Todo entre nosotros es puro morbo cuando la puerta se abre y entra Zayn, acompañado por Diana.
Ambos vienen desnudos, pero llevan unas bolsas en la mano, que dejan sobre la cama. Al vernos en el jacuzzi, sonríen, van directos a la ducha. Cuando salen, Zayn se mete también en el jacuzzi y Diana saca unos CD de música de su bolsa. Los ojea. Elige uno y el resto los deja sobre una silla. Instantes después, oigo la voz de Duffy cantar Mercy.
Diana se mete en el jacuzzi y, al ver que tarareo la canción, murmura con voz melosa:
—Me encanta esta mujer.
Durante un rato, charlamos los cuatro. Nuestra conversación gira sobre lo que hemos hecho esta noche en el local y yo me sorprendo siendo tan sincera como ellos. Hablo de sexo con normalidad y disfruto de nuestra conversación.
—¿En serio no has probado el sado? —pregunta Diana.
Joe sonríe y Zayn también cuando respondo:
—No. No me va eso del dolor. Prefiero otro tipo de disfrute.
Diana asiente y Joe dice:
—_____, el sado no te va, pero me he dado cuenta de que en el sexo eres sumisa y acatas mis órdenes. ¿Te has percatado de ello?
Asiento y aclaro:
—También me excita que tú me obedezcas.
Ambos sonreímos y mi chico murmura:
—Eres mi dueña y yo tu dueño.
—Y el sexo es sólo sexo —finalizo yo.
Mimosa, me acerco a él y, sentándome entre sus piernas, digo, mientras siento su pene juguetón bajo el agua:
—Soy tuya y tú eres mío. No lo olvides, amor.
Sin preocuparse de los cuatro ojos que nos observan, Joe murmura:
—Tus juegos se van ampliando día a día. Primero conociste los vibradores, después los tríos y los intercambios de pareja y el día que estuvimos con Dexter me di cuenta de lo mucho que te gusta complacer y obedecer.
Zayn sonríe.
—A Dexter le va el sado. Disfruta mucho con ciertas cosas.
Los dos amigos se miran. Su complicidad me encanta. Se comunican con la mirada y Joe le aclara:
—Con _____, ciertas cosas no las probará nunca, porque ella antes le cortaría el cuello.
Todos nos reímos. No hace falta que me digan a qué se refieren. Lo imagino. ¡Dolor! Algo que nunca entrará en mis planes. Me niego.
Zayn, que bebe champán a nuestro lado, al ver cómo nos miramos, dice, sorprendiéndonos:
—Espero conocer algún día a una mujer que me sorprenda, y vivir el sexo y la vida como vosotros lo vivís. Reconozco que os envidio.
Joe me besa y murmura:
—Algo bueno en mi vida. Ya tocaba, ¿no?
Zayn asiente, choca la copa con la de su amigo y yo añado:
—Como diría mi padre, tu media naranja seguro que existe, ¡sólo tienes que encontrarla!
Todos reímos y Joe me mira de una manera especial y dice:
—Si te ordeno cosas esta noche como un amo, ¿obedecerás?
Sonrío como una vampiresa.
—Depende...
Él sonríe. Le gusta mi respuesta y matiza:
—Nunca te ordenaría nada que no te gustara, cariño.
Convencida de ello, respondo:
—Ordéname..., amo.
Nuestro juego. Nuestro caliente juego comienza de nuevo y su mirada ya me excita. Su boca me vuelve loca y sus órdenes sé que me gustarán. Joe tiene razón, me gusta obedecer y entregarle todo lo que quiere.
—A _____ la excita que le hablemos y seamos descriptivos mientras la follamos, ¿verdad? — afirma Zayn, con su claridad de siempre.
Asiento y Joe dice con seguridad:
—Sí, amigo. Mi mujercita es caliente, muy caliente.
Diana, que hasta el momento ha permanecido callada escuchándonos, interviene:
—A mí lo que me tiene loca es eso de «Pídeme lo que quieras». Ese tatuaje que llevas en cierto lugar me hace aflorar el morbo y desear hacerte y pedirte muchas cosas, _____.
—¿Y a qué esperas para hacerlo? —pregunta Joe y, con una sonrisa torcida, me mira y susurra—: Jugamos a los amos.
Todos me miran. No sé qué decir. Mi respiración se acelera cuando Diana dice:
—Prometo ser una ama... cariñosa.
Frunzo el cejo. Pienso que no sé si este jueguecito de amos me va a gustar, cuando Joe dice con decisión:
—_____, como soy tu amo, quiero que salgas del jacuzzi y te tumbes en la cama para que Diana tome lo que quiera. Una vez ella esté satisfecha, regresa al jacuzzi y siéntate entre Zayn y yo. Esta noche tengo planes para ti y tú obedecerás.
Ufffff, ¡¡¡lo que me acaba de hacer el estómago!!!
Sin dudarlo, salgo del jacuzzi dispuesta a entrar en el juego. Cuando cojo una toalla para secarme, Joe dice:
—_____, no he dicho que te seques. Suelta la toalla y túmbate en la cama.
Hago lo que me pide y segundos después veo que Diana sale también del jacuzzi. Joe y Zayn nos observan en silencio. Sin secarse tampoco, Diana se acerca a mí, toca el tatuaje que tanto le gusta, lo
besa y murmura:
—Date la vuelta.
No hace falta que lo repita. Lo hago y, cuando estoy boca abajo, se tumba sobre mí y me toca.
Siento cómo pasea su monte de Venus por mi cuerpo.
—Incorpórate.
Me pongo a cuatro patas sobre la cama. Diana coge entonces mis pechos mojados y me los estruja.
Sus dedos me aprietan los pezones y la sensación me gusta, mientras posa su monte del amor en mi trasero. Me calienta.
La sala de espejos me hace tener una buena visión de todo y sonrío al ver cómo la mirada de Joe habla por sí sola.
Entonces, Diana dice:
—Túmbate.
Cuando lo hago, ella coge una de las bolsas que Zayn y ella han dejado sobre la cama y saca algo.
Se lo enseña a Joe, que asiente. Yo no sé qué es hasta que Diana dice:
—Entrégame tus pechos.
Lo hago y veo que se trata de unos clamps como los que Dexter usó. Me tranquilizo. Me los pone en los pezones y, tirando de la cadenita, dice mientras yo ronroneo:
—Tu amo te ha entregado a mí y ahora tu ama soy yo.
Miro a Joe y él asiente.
En ese instante, Diana me coge la cara con una mano y con la otra me da un azote. Mirándome directamente a los ojos, sisea:
—No lo mires a él. Mírame sólo a mí.
Estoy a punto de mandarla a tomar viento fresco, pero reconozco que la situación me excita y la miro. Ella observa mi boca, se acerca y, cuando me va a besar, se para y dice:
—Respetaré tu boca porque sé que sólo es de él, pero el resto lo tomaré como mío, porque te quiero poseer para mi propio placer.
Estoy desconcertada. Su voz es sibilante y su gesto agresivo. Pero aun así, excitada, no me muevo, dejo que tome el mando de la situación y espero acontecimientos.
Una vez me tiene como quiere, se deleita en lo que ve y, tirando de los clamps y con ello estirando mis pezones, murmura mirando mi tatuaje:
—Quiero saborearte, entrégame lo que deseo.
Separo las piernas y levanto las caderas en señal de entrega. Diana sonríe y, deseosa de probar lo que le ofrezco, suelta la cadenita, coge mi trasero con las manos y su boca baja hasta mi sexo.
Me besa, lo mordisquea hasta que me lo abre con los dedos y ataca directa a mi clítoris. Lo humedece con su lengua y luego lo succiona. Siento un enorme placer. Me chupa ansiosa y yo enloquezco y abro más las piernas, deseosa de que continúe.
Su manera exigente de tocarme y de chuparme siempre me excita. Diana tiene la delicadeza de una
mujer, pero el ansia de un hombre. Asedia mi cuerpo y yo jadeo.
—Vamos, preciosa..., vamos... Dame tu jugo —exige.
Lametazo a lametazo, consigue lo que se propone y la fiera que hay en mí le entrega lo que pide.
Una y otra vez me humedezco. Gemidos asoladores salen de mi boca ante las cosas que me hace mientras murmura:
—Así..., así..., córrete así.
Un escalofrío recorre mi cuerpo. Diana se para. Yo protesto y ella susurra:
—Ponte de rodillas y separa las piernas.
Al incorporarme casi me mareo, pero recuperándome rápidamente, me pongo de rodillas sobre la cama, como ella, y antes de que pueda volver la cara para mirar a Joe, me sujeta por la cintura y, acercándome totalmente, mete dos dedos en mi húmeda vagina, mientras dice:
—Así..., vamos..., jadea para mí. Hazme saber cuánto te gusta.
Sus dedos entran en mí una y otra vez. Dios, esta mujer sabe lo que hace. Jadeo excitada, mientras a escasos centímetros su boca me exige:
—Muévete..., vamos..., muévete. Así..., así... —Sonríe tras un nuevo resoplido mío—. Quiero que
te corras, que te empapes, para después abrir tus piernas y beberme tu dulce elixir.
Me vuelvo loca al escuchar el chapoteo de mis jugos en su mano al subir y bajar. Quiero sentir su boca entre mis piernas. Deseo que su lengua chupe mi clítoris y beba mi elixir. Mi respiración parece una locomotora y ella aumenta la rapidez, la intensidad y la penetración.
No me lo puedo creer. Esta mujer me lleva de un orgasmo a otro de una manera imparable. Estoy empapada. Me noto muy mojada y cuando siento que el placer se propaga por mi cuerpo, grito y caigo hacia atrás.
Al verlo, Diana me abre rápidamente los muslos y toma de nuevo lo que la apasiona de mí.
Chupa... lame y yo de nuevo se lo entrego. Cedo ante ella, deseosa de que no pare.
Cuando creo que se ha saciado de mí, me quita los clamps y me chupa los pezones. La suavidad de su lengua me reconforta y más cuando sopla y siento un rico hormigueo en los pechos. Hum... me encanta.
Pienso en Joe. En sus ojos. En cómo me mirará en este momento e imagino lo duro y excitado que tiene que estar, cuando oigo su voz que dice:
—Diana, usa el arnés doble e hinchable.
Ella se mueve y saca de la bolsa un arnés que nunca he visto antes. Es una especie de braga de cuero con enganches, una bola y dos penes. Uno por dentro de la braga y otro por fuera. Me lo entrega y dice:
—Pónmelo.
Excitada, con los pezones como piedras y el arnés en la mano, la miro. Yo nunca he puesto uno de esos y ella me aclara:
—Introdúceme el pene que hay dentro y luego átame el arnés a la cintura para que yo te pueda follar a ti.
Sin más, se pone de rodillas sobre la cama, separa las piernas y exige, dándome un azote:
—Hazlo.
Al meter las manos entre sus piernas, siento su calor. Por norma, yo nunca suelo tocar a las mujeres, prefiero que me toquen a mí, y a pesar de las ganas que me entran de hacerlo en ese momento, me limito a hacer lo que me pide.
Separo con los dedos sus labios vaginales, que son suaves y están mojados, y le introduzco el pene lentamente. Me gusta esa sensación de controlar yo el momento.
¿Me gustaría ser ama?
Una vez el arnés se ha acoplado a su cuerpo, engancho las correas a sus caderas y dice:
—Túmbate, abre las piernas y, cuando te haya penetrado, rodéame la cintura con ellas y respóndeme, ¿entendido?
Asiento y me tumbo. De rodillas y con el arnés puesto, Diana observa lo que hago y, cuando abro las piernas, se tumba sobre mí. Tras introducir lentamente el otro pene en mi cuerpo, murmura:
—Rodéame con las piernas.
Obedezco. Con una mano, ella aprieta la bola que está enganchada al arnés y explica:
—Estoy inflando el pene que hay en tu interior. Voy a dilatarte.
Segundo a segundo, mi vagina se llena más y más. Nunca he tenido nada tan grueso dentro y cuando creo que voy a reventar, ella para y dice:
—Dame las manos.
Hago lo que me pide y, cogiéndomelas, me las coloca por encima de mi cabeza y, apretándomelas contra el colchón, mueve las caderas y las dos jadeamos.
—¿Te gusta...?
—Sí...
De nuevo se aprieta contra mí y ambas gemimos. La sensación es plena. Estoy totalmente llena y noto cómo mi vagina se dilata para amoldarse al pene. Una y otra vez, entra y sale de mí y jadeo.
En ese momento, oigo decir a Joe:
—Dale profundidad, Diana. A _____ le gusta.
Ella pone mis piernas en sus hombros y me da lo que Joe ha pedido.
Mis jadeos se convierten en gritos de placer.
Oh, sí... me gusta.
Enloquecida, cojo los pechos de Diana, la obligo a que me los meta en la boca y, mientras le muerdo los pezones y veo que le gusta, ella me vuelve a penetrar sin piedad. Yo le araño la espalda y gimo con sus pezones en mi boca.
—Sí..., sí..., no pares..., no pares.
No lo hace.
Me obedece.
Me da lo que le pido.
Tengo mucho calor...
Me abraso..., me quemo.
Y cuando el ardor se extiende a las dos, Diana cae sobre mí y yo grito al sentir que llego al clímax.
Agotada, sudada y satisfecha, miro a los espejos del techo y veo a Joe y Zayn.
—Mírame a mí —exige Diana.
Lo hago. Ella me agarra los hombros y me vuelve a hacer gritar. Yo, a cambio, le muerdo un pezón. Eso la reactiva y, como una posesa, aprieta su pelvis contra la mía y las dos jadeamos.
Minutos después, cuando su ataque finaliza, mi respiración se normaliza. No me muevo. No sé si
Diana se ha saciado ya de mí. Ella manda y yo obedezco. Ése es el juego y me gusta. Me gusta mucho.
Cuando sale de mi interior, mi vagina se deshincha.
Ella se tumba a mi lado y, mirándome, me explica:
—Te seguiría haciendo mía el resto de la noche, pero no quiero ser egoísta. Ahora les toca a ellos.
—Y levantando la voz, dice—: Joe, de momento he acabado.
Sonrío. Me gusta oír eso de «¡de momento!».
Quiero repetir con Diana. Ella me pone mucho en el plano sexual.
—_____, ven al jacuzzi —dice Joe.
Me levanto. Las piernas me tiemblan, mis jugos chorrean por ellas, pero camino hacia allá.
Cuando me meto en el jacuzzi, recuerdo que Joe ha dicho que al regresar me sentara entre los dos. Lo hago y suspiro al notar el agua sobre mi piel.
¡Qué gustazo!
Por debajo del agua, siento que Joe busca mi mano. Se la doy y se la aprieto. Soy consciente de lo que con ese gesto me está preguntando.
Durante unos minutos nadie habla, nadie se mueve. Cierro los ojos y disfruto del momento. Sé que esperan a que me recupere.
Cuando oigo un ruido, abro los ojos. Diana se mete en la ducha y Joe dice:
—Mastúrbanos.
Como tiene sujeta mi mano, la lleva hasta su pene. Está duro y erecto. Lo acaricio y, sin demora, con la otra mano cojo el de Zayn. Ambos están como piedras. Listos para mí y, aunque yo les daría otro uso en ese momento, tengo que obedecer. Los masturbo.
Mis movimientos son rítmicos. Subo y bajo las dos manos al mismo tiempo hasta que se me descompasan por los movimientos de ellos. Miro el espejo que tengo delante y observo que tienen los ojos cerrados y disfrutan. Disfrutan, mientras yo continúo dándoles placer.
Al poco rato me duelen los hombros. Esto es agotador, pero no paro. No quiero decepcionarlos.
Continúo mi movimiento y mi chico dice con voz entrecortada:
—Diana, trae preservativos.
Ella los saca de la bolsa y se los entrega a Zayn. Está claro para quién son. La mirada de él y la mía se encuentran, suelto su erección y se levanta. Su pene es enorme y la boca se me hace agua.
Zayn es tan sexy.
—Diana, cambia el CD y pon el azul.
La mujer obedece y, cuando suenan los primeros acordes de Cry Me a River, de Michael Bublé, ambos sonreímos y dice:
—Esta cancioncita siempre me recuerda a ti.
Joe se mueve, su pene sobresale del agua y me olvido de Zayn. Mi marido es lo más y me vuelvo loca.
Lo deseo.
Lo deseo dentro de mí con urgencia y ansia viva.
Con una sonrisa que me demuestra lo bien que lo está pasando, se desplaza hasta una parte del jacuzzi donde casi se puede tumbar y dice:
—Vamos, pequeña, móntate en mí.
Excitada, voy hasta él y lo beso. Su lengua se enreda en la mía y ambos sonreímos. Jugamos, nos tocamos y me agarra para, lentamente, introducirse en mí. Yo jadeo.
—Me vuelves loco, morenita.
Sonrío y, abrazándome, él murmura:
—Tu entrega me excita cada día más.
—Lo sé.
Mientras muevo las caderas y busco mi placer, susurro en su oído:
—Me gusta lo que hacemos y me gusta que me des órdenes.
Mirándome a los ojos, él asiente y, penetrándome con fuerza, sisea:
—Sé que has disfrutado. Tus gemidos me lo decían.
—Sí. Mucho.
Con una peligrosa sonrisa que me pone la carne de gallina, Joe añade:
—Ahora disfrutarás más. —Y, mirando por encima de mi hombro, dice—: Zayn, te esperamos.
Siento que el agua del jacuzzi se mueve y nuestro amigo se pone detrás de mí.
—Tu culito me encanta, preciosa.
Mi mirada se intensifica al saber lo que va a pasar cuando mi marido dice:
—En este instante es todo para ti, amigo. Disfrutemos de mi mujer y volvámosla loca.
Zayn me besa el cuello y, agarrándome desde atrás los doloridos pezones, murmura:
—Estoy loco por hacerlo.
Cuatro manos me tocan bajo el agua, mientras Michael Bublé canta.
Joe separa mis nalgas y Zayn guía su erección hasta mi ano. Sin necesidad de lubricante, éste se dilata y, en cuestión de segundos, dos hombres me poseen en el jacuzzi mientras Diana nos observa y bebe de su copa.
—Así..., cariño..., así... Dime que te gusta.
—Me gusta... sí.
Desde atrás, Zayn pregunta:
—¿Cuánto te gusta?
—Mucho... mucho... —respondo.
—Quiero que disfrutes con nosotros, cariño.
—... Lo hago, cielo..., lo hago —susurro, convencida de ello.
Me hacen suya sin descanso.
Enloquezco entre mis dos hombres preferidos. A Joe lo amo con locura y mi vida sin él ya no tendría sentido, y a Zayn lo quiero como amigo personal y de juegos. Nuestro trío siempre es caliente y morboso. Los tres nos hemos acoplado de manera increíble y siempre que nos juntamos lo pasamos muy bien.
De pronto, Joe se reclina un poco más en el jacuzzi y dice mirando a Zayn:
—Doble.
—¿Seguro? —pregunta él.
—Sí.
No sé a qué se refieren. Sólo siento que Zayn sale de mí, se levanta, se quita el preservativo y se pone otro. Después se agacha de nuevo en el jacuzzi y, tocando la entrada de mi vagina bajo el agua, lugar por donde me penetra Joe, murmura en mi oído, mientras uno de sus dedos entra en mí.
—Mmmm... me encanta la estrechez.
Eso me tensa. ¿Doble penetración vaginal?
Miro a Joe. Está tranquilo, seguro del momento. Pero yo tengo miedo al dolor. Lo ve en mi cara y, acercando su boca a la mía, murmura:
—Tranquila, pequeña. Diana te ha dilatado. —Y, besándome. susurra—: Nunca permitiría que sufrieras, cariño.
Asiento mientras su beso me asola y siento el dedo de Zayn junto al pene de Joe en mi interior.
Después de un dedo entran dos, hasta que mi marido detiene sus enardecidas acometidas.
Zayn coloca entonces la punta de su pene en mi vagina, saca los dedos y, tras un par de empujones, noto cómo su duro miembro entra totalmente pegado junto al de mi amor.
—Así, pequeña..., así... Disfruta...
—Dios, _____, qué maravilla —dice Joe en mi oído, mientras se aprieta más contra mí.
Jadeo... Jadeo... Jadeo...
Mi vagina vuelve a estar totalmente dilatada. Dos penes juntos y casi fusionados entran y salen de mí y yo sólo puedo jadear y abrirme para ellos.
Oh, sí. Lo estoy haciendo. Estoy siendo doblemente penetrada por la vagina.
Enloquecido, Joe me aprieta la cintura mientras pregunta:
—¿Todo bien, cariño?
Asiento. Sólo puedo asentir y disfrutar de ello.
Excitado, Zayn se mueve detrás. Sus manos me abren las nalgas. Me las aprieta y dice:
—Dime qué sientes.
Pero no puedo hablar. Estoy tan embargada por el deseo que sólo puedo jadear cuando Joe murmura:
—Dinos qué sientes o pararemos.
—No... no paréis por favor... No paréis... Me gusta... —consigo balbucear.
Tengo mucho calor.
Me sube por todo el cuerpo. Me abraso y, cuando la calentura llega a mi cabeza, grito y me dejo caer sobre Joe, mientras ellos penetran mi cuerpo en busca de su placer.
Oh, Dios..., qué sensación. Toco el botón del jacuzzi y las burbujitas nos rodean.
Estoy entre mis dos titanes.
Ambos me tocan, me mordisquean, me exigen, me penetran.
Sus duros penes, apretados el uno contra el otro, entran y salen de mí mientras el placer me recorre y grito enloquecida, apretándome a ellos.
El ruido del agua al moverse mitiga nuestras voces, nuestras fuertes respiraciones, nuestros gritos de placer. Pero yo las oigo. Oigo a mi amor, oigo a Zayn y me oigo a mí misma, hasta que los tres nos dejamos llevar por un devastador clímax.
Esa noche, cuando llegamos a casa sobre las cinco de la mañana, estoy agotada. Cuando el taxi nos deja en la verja, hace fresquito. En septiembre, en Alemania ya refresca.
Joe me coge de la mano con seguridad y, en silencio, caminamos hacia la casa. Susto y Calamar vienen a saludarnos. Con mimo, Joe y yo los besuqueamos y ellos corren a nuestro alrededor hasta desaparecer.
Sonrío. Me gusta mi vida. Todavía no puedo creer todo lo que he hecho esta noche, pero soy consciente de que lo quiero volver a repetir.
Menuda máquina sexual que soy. ¿Quién me lo iba a decir a mí?
Cuando llegamos a la puerta de nuestra casa, tiro de Joe y, mirándolo a los ojos, musito:
—Te quiero y adoro todo lo que hacemos juntos.
Él sonríe y susurra cerca de mi boca:
—Ahora y siempre, cariño.
Nos besamos...
Nos amamos...
Nos adoramos...
Acabado el cariñoso beso, abre la puerta de la casa y vemos luz en la cocina. Sorprendidos, nos miramos, vamos hacia allí y vemos a Graciela y Dexter besándose.
—Ejem... ejem...
Los tortolitos nos miran y, divertida, pregunto:
—¿Qué hacéis todavía despiertos a estas horas?
Sin levantarse de las piernas de Dexter, Graciela sonríe.
—Teníamos sed y hemos decidido tomar algo fresquito.
Sobre la mesa tienen una botellita con pegatinas rosa y Joe, divertido, me mira y exclama:
—¡Buena elección!
—Por cierto, güey, este Moët Chandon rosado está padrísimo.
Joe sonríe. Yo también y añado:
—Esa botellita con pegatinas rosa ¡está de muerte!
Entre risas, nos sentamos a tomarnos una copichuela con ellos dos y en un momento en que Joe y
Dexter hablan, Graciela me mira y murmura:
—Si antes me gustaba este mexicano, ahora me enloquece.
—¿Todo bien entre vosotros?
—Más que bien, ¡colosal!
Eso me hace sonreír y pienso que, en ocasiones, el amor es muy grande, ¡grandísimo! Y ésa es una de esas ocasiones.
Quince minutos después, nos despedimos de ellos y mi amor y yo nos vamos a nuestra habitación.
Estamos cansados y cuando nos desnudamos y nos metemos en la cama, Joe me toca con mimo el cuero cabelludo. Sabe que me encanta y murmura:
—Duerme, pequeña.
Me acurruco entre sus brazos y, feliz y dichosa, me duermo.
Monse_Jonas
Monse_Jonas


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Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 3 Empty Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por Monse_Jonas Jue 28 Ago 2014, 9:16 pm

Capitulo Trece
Dos días después me encuentro algo revuelta.
Me duele el estomago y supongo que me va a venir la regla.
Odio que me duela tanto. ¿Por qué me tiene que pasar a mí esto cuando tengo amigas que ni se enteran?
Voy al baño y, ¡zas!, ya me ha bajado. Cuando salgo, me tomo un calmante. Eso y escuchar mi música me relajará. Cojo mi iPod, me pongo los casos y escucho.
Me llaman loco por no ver lo poco que me dicen que me das.
Me llaman loco por rogarle a luna detrás del cristal.
Cierro los ojos y la voz de Pablo Alborán me relaja como siempre y finalmente me duermo.
Suaves y dulces besos me despiertan y, al abrir los ojos, veo que es Joe. Me quito los cascos y dice:
—Hola, pequeña, ¿cómo estás?
—Jorobada... muy jorobada —susurro.
Rápidamente se alerta y le aclaro al ver su gesto:
—Me ha venido la regla y el dolor me está matando.
Joe asiente. Lo sabe de otros meses y dice:
—Hay un remedio alemán muy bueno para que no te duela.
—¿Cuál? —pregunto esperanzada.
Lo que sea con tal de no tener este dolor tan asqueroso.
—Quédate embarazada y durante casi un año te olvidarás de ella.
Su gracia no me hace gracia.
Él se ríe. Yo no.
Tengo ganas de darle un puñetazo ¿Se lo doy? ¿No se lo doy?
Al final contengo mis impulsos más trogloditas y, dolorida, digo:
—Me parto y me mondo.
—¿No crees que es un buen remedio?
—No.
—Una morenita con tus ojitos... tu naricita... tu boquita...
—Lo llevas claro —gruño.
Joe ríe y, besándome, añade:
—Sería preciosa. Lo sé.
—Tenlo tú... so listo.
—Sí pudiera, lo haría.
Lo miro y me rasco.
—Mira cómo se me está poniendo el cuello. ¿Quieres parar?
Lo oigo reír. Maldito risitas. Cojo un cojín y se lo estampo en la cabeza con todas mis fuerzas.
Oh... oh... me conozco y, como siga riéndose, soy capaz de estrangularlo.
Su risa sube de decibelios. Lo miro y, con cara de destroyer total, siseo:
—¿Serías tan amable de irte y dejarme sola para que el dolor se me pase?
—Cariño, no te enfades.
Pero mi nivel de tolerancia en ocasiones como ésta es nulo y, sin mirarlo, digo:
—Pues vete y cierra el pico.
Claudica. Sabe que la regla hay meses que me ennegrece el humor y, tras darme un beso en la coronilla, se va. Cierro los ojos, me vuelvo a poner los cascos e intento relajarme, esta vez con la voz rota de Alejandro Sanz. Necesito que el dolor se me pase.
El viernes, Juan Alberto, el primo de Dexter, aparece en Múnich.
Cuando lo veo me sorprendo. Nadie me ha advertido de su llegada y a la primera ocasión le pregunto:
—¿Cómo se ha quedado mi hermana?
El mexicano sonríe y, tocándose el pelo, responde:
—Tan linda como siempre.
Pero esa contestación no me vale e insisto:
—Quiero saber si se ha quedado bien o mal con tu marcha.
—Bien, mujercita..., bien. Le prometí pasarme por Jerez antes de regresar a México. Por cierto, me dio esto para ti.
Saca un sobre cerrado. Lo cojo y me lo guardo en el bolsillo del pantalón. Diez minutos después y deseosa de leer lo que mi hermana dice en esa carta, me escabullo a mi habitación y, sentándome en la cama, abro el sobre y leo.
Hola, cuchufleta:
Por aquí todo bien. Papá estupendo, Luz feliz en su colegio y Lucía engordando y creciendo.
Te escribo para decirte que estoy bien a pesar de que ya imaginarás que la marcha de mi mexicano me deja espachurrada. Ya me advertiste tú. Pero yo he querido ser una mujer moderna y, a pesar de lo mal que me siento ahora, estoy feliz por haberlo sido.
Por cierto, ¡no me he acostado con él! No soy tan moderna, aunque entre nosotros ha habido más que dulces y tiernecitos besos.
Con él, he conocido a un hombre maravilloso, cariñoso y encantador. Y por fin he conseguido quitarme el mal sabor de boca que me dejó el empanado de Jesús. Por tanto, cuando lo veas trátalo con cariño, que te conozco, y él se lo merece, ¿entendido?
Te quiero, cuchu, y prometo llamarte un día de éstos.
Raquel
Lágrimas como puños brotan de mis ojos.
Pobrecita, mi hermana, lo mal que lo debe de estar pasando y el miedito que tiene a que yo le abra la cabeza a Juan Alberto. Joder, que tan bruta no soy.
Sin más, cojo el teléfono y marco el número de Jerez. Quiero hablar con ella.
Un timbrazo...
Dos timbrazos...
Y al tercero oigo su voz.
—¿Estás bien, Raquel?
Al reconocerme, la oigo que suelta uno de sus suspiritos lastimosos y murmura:
—Sí. Estoy bien a pesar de los pesares.
—Te lo dije, Raquel, te dije que él regresaría a México.
—Lo sé, cuchu... Lo sé.
Tras un silencio más que significativo, dice, dejándome totalmente sorprendida:
—¿Sabes?, lo volvería a hacer. Ha merecido la pena disfrutar el tiempo con él. Juan Alberto no tiene nada que ver con Jesús y, aunque ahora lloriqueo por las esquinas, reconozco que me ha subido mi autoestima como mujer y ahora me valoro más. ¿Él está bien?
—Sí, lo acabo de ver. Está en el salón con Joe y Dexter y...
—Dale un beso de mi parte, ¿vale?
—Vale.
Hablamos unos minutos más y al final nos despedimos cuando Lucía se pone a llorar. Mi hermana tiene que atenderla.
Cuando regreso al salón, veo sólo a Graciela, leyendo una revista.
—Los hombres están en el despacho —me informa.
Asiento y voy a la cocina.
Tengo sed. Hablar con mi hermana me deja triste, pero saber de su propia boca que se valora más como mujer me hace feliz. Al final, no hay mal que por bien no venga.
Abro el frigorífico, cojo una Coca-Cola y, cuando me la estoy bebiendo apoyada en la encimera, oigo la voz de Simona, que cuchichea en el lavadero:
—¿Por qué tiene que venir aquí?
—Laila viene a Alemania por temas laborales.
—¿Acaso no sabe que su presencia nos incomoda?
—Mujer, escucha —le oigo decir a Norbert—. Lo que ocurrió pasado está. Es mi sobrina.
—Exacto, tu sobrina. Una estúpida que...
—Simona...
—¿Cuándo te ha dicho que llega?
—Mañana.
—¡Maldita sea!
—Simona, ¡esa lengua por favor! —la regaña Norbert.
Sonrío sin poderlo remediar, cuando oigo la voz terriblemente enfadada de mi Simona:
—Y, claro, como tu sobrina es una señorita muy fina, llama antes al señor Zimmerman que a ti y se queda a dormir en esta casa en vez de en la nuestra, ¿verdad? ¿Acaso no recuerdas lo que podría haber pasado de no ser por Zayn?
—Lo recuerdo y, tranquila, no volverá a suceder.
Oigo entonces que la puerta del lavadero se abre y, por el ventanal de la cocina, veo a Simona caminar muy enfadada hacia su casa y a Norbert detrás.
¿Qué ocurre?
Sorprendida, los sigo con la mirada. Es la primera vez que veo que esa cándida pareja no está de acuerdo en algo y me preocupa. Pero más me preocupa saber quién es Laila, por qué llama a Joe en vez de a su tío y qué pasó esa última vez.
Debo hablar con Simona en cuanto pueda.
Esa noche, cuando Joe y yo estamos en nuestra habitación, digo, enseñándole mi móvil:
—¿A que no sabes qué tono de llamada me he puesto para cuando me llames?
Él me mira. Coge su móvil, llama al mío y sonríe al reconocer la música de la ranchera Si nos dejan.
Enamorados, nos abrazamos y sonreímos. Cinco minutos después, tras varios besos, cuando Joe me suelta, digo:
—¿Puedo preguntarte una cosa?
—Claro, cariño. Puedes preguntarme lo que quieras.
—¿Tú me darías trabajo?
Joe me mira. Sonríe y, abrazándome, dice, acercándose a mi boca:
—Te dije hace mucho que tu contrato está renovado de por vida, pequeña.
Me río. Recuerdo que me dijo eso el día que le mandé las flores al despacho e insisto:
—Me refiero a trabajar en las oficinas de Müller.
—¿Trabajar? —Y, soltándome, añade—: ¿Por qué?
—Porque cuando se vayan Dexter y Graciela me aburriré. Estoy acostumbrada a trabajar y la vida ociosa no me va nada.
—Cariño, ya trabajo yo por los dos.
—Pero yo quiero cooperar. Ya sé que tienes mucho dinero y...
—Tenemos, pequeña —me corta—. Tenemos. Y antes de que continúes, no necesitas trabajar porque yo te puedo mantener con holgura. No estoy dispuesto a que mi mujer esté sujeta a unos horarios que no son los míos y a privarme de ti porque tengas obligaciones que cumplir. Por tanto, tema zanjado.
—Y una leche, tema zanjado.
Mi tono de voz no le ha gustado.
A mí no me ha gustado su contestación y, señalándolo con el dedo, digo sin muchas ganas de discutir:
—Por hoy dejamos el tema, pero que te quede muy clarito, guapito de cara, que volveremos a hablar de ello, ¿entendido?
Joe resopla, asiente y se mete en el cuarto de baño. Cuando sale, sin darle descanso, digo:
—Necesito preguntarte otra cosa.
Mirándome con gesto incómodo, responde, sentándose en la cama:
—Tú dirás.
Me muevo por la habitación. Deseo preguntarle por Laila, pero no sé cómo hacerlo. Saber que esa mujer lo ha llamado por teléfono y él no me ha dicho nada me molesta y, finalmente, dejando los paños calientes a un lado, suelto:
—¿Quién es Laila, por qué no me has dicho que te ha llamado y por qué se va a alojar en nuestra casa?
Sorprendido al oír ese nombre en mi boca, pregunta:
—¿Cómo sabes tú eso?
Mi cara cambia.
Toc... toc... los celos vienen en tromba.
Achino los ojos y, con ese no sé qué que me entra cuando desconfío, insisto:
—Aquí la pregunta más bien es, ¿por qué no me has dicho que una desconocida para mí te ha llamado y se va a alojar desde mañana en nuestra casa? Y ahora, enfádate, pero que sepas que más enfadada estoy yo de no haberme enterado por ti.
—¡¿Llega mañana?! —pregunta sorprendido.
Por su expresión, intuyo que es sincero. No lo recordaba y respondo:
—Sí. Un poco más y me entero cuando esté sentada a la mesa.
Joe me entiende. Me lo grita su mirada y, acercándose a mí, dice desde su gran altura:
—Cariño, estoy tan liado últimamente que se me había olvidado contártelo. Perdóname. —Y al ver que no respondo, añade—: Es la sobrina de Norbert y Simona y era la mejor amiga de mi hermana
Hannah. Me llamó y, al saber que venía a Alemania por trabajo, la invité a alojarse en nuestra casa.
—¿Por qué?
—Hannah le tenía mucho cariño.
—¿Has tenido algo con ella?
Mi pregunta lo sorprende y, dando un paso hacia atrás, responde:
—Por supuesto que no. Laila es una mujer encantadora, pero nunca hemos tenido nada, _____. ¿Por qué lo preguntas?
—¿Y Zayn?
Boquiabierto, me mira y dice molesto:
—Que yo sepa, tampoco. Pero vamos, si lo han tenido no me interesa y creo que a ti tampoco te ha de interesar. ¿O debo pensar que te preocupa si tuvo un rollo con Zayn?
Al ver por dónde va su pregunta, lo miro ofuscada y murmuro:
—Por Dios, Joe, ¡no digas tonterías!
—Pues no hagas esas preguntas.
Me callo. No quiero comentar lo que le he oído decir a Simona, pero estoy dispuesta a averiguar a qué se refería con eso de “¿No recuerdas lo que pasó la última vez?”.
—¿Estás celosa de Laila?
Su pregunta directa me hace dar una respuesta directa:
—En lo referente a ti, sí. Y te perdono el olvido de no contármelo.
Él sonríe, yo no.
Da un paso hacia mí, pero yo no me muevo.
Me abraza, pero yo no lo abrazo.
Sin tacones y descalza sobre la alfombra me siento pequeña. Me coge la barbilla y con delicadeza me hace mirarlo.
—¿Todavía no te has convencido de que la única mujer que necesito, adoro y quiero en mi cama y en mi vida eres tú? —pregunta—. Te dije y te repetiré mil veces que te voy a querer toda la vida.
Ea... ya me ha ganado.
Ha vuelvo a derribar mis defensas con eso de “Te voy a querer toda la vida”.
¡Ya me ha hecho sonreír!
—Sé que me quieres tanto como yo te quiero a ti, porque el ahora y siempre que llevamos en nuestros anillos es sincero —digo, enseñándole mi dedo con el anillo—. Pero me molesta que no me contases lo de la llamada y más cuando una mujer que no conozco va a dormir en nuestra casa.
Joe me levanta del suelo y, cuando me tiene delante de su cara, acerca su boca a la mía. Me lame el labio superior, después el inferior y, finalmente, me muerde con cariño y susurra:
—Tontita celosa, dame un beso.
Estoy por hacerle la cobra, pero al final no le doy un beso, le doy veintiuno y terminamos haciendo el amor a nuestro modo, contra la pared.
Al día siguiente, cuando me levanto y bajo al salón, Juan Alberto se ha marchado para Bélgica.
Anoche, antes de dormir, le di el beso que mi hermana me pidió y él lo recibió con cariño. Menudo rollito más raro se traen estos dos.
Intento hablar con Simona, pero no está. Se ha ido a comprar.
Dexter y Joe van a pasar la mañana fuera, solucionando temas empresariales, y Graciela y yo nos vamos de compras. La semana siguiente regresan a México y quiere llevarse muchos recuerdos.
Por la tarde, cuando llegamos, entro en la cocina y veo a Simona, que me sonríe. Me acerco a ella y la abrazo. Necesito ese contacto cuando Joe no está. Ella lo sabe y me abraza también.
Cuando me siento a la mesita de la cocina, la mujer sigue con sus tareas y comento:
—Estás muy seria. ¿Qué te ocurre?
—Nada.
—¿Seguro, Simona?
—Sí, _____.
Asiento. Durante unos minutos permanecemos calladas y, cuando voy a decir algo, de pronto me mira y me apremia:
—Vamos, es la hora. Comienza Locura Esmeralda.
Doy un salto y corro junto a ella. Entramos en el salón donde Graciela está leyendo y, tras saludarla, nos acomodamos en el sofá y encendemos el televisor.
—Comienza Locura Esmeralda —cuchicheo emocionada, mirando a Graciela.
Ella sonríe y no dice nada.
Mejor... ya sé que me estoy volviendo una hortera.
Cuando comienza a sonar la melodía de la serie, Simona y yo nos miramos y, rápidamente, canturreamos:
Ámame, en nuestro loco amanecer.
Bésame, en nuestra cama en la aurora.
Cuídame, porque soy tuya y no de otro.
Mímame, soy tu Locura Esmeralda.
Graciela suelta una carcajada y Simona y yo también.
La madre que nos parió, la pinta que tenemos que tener las dos cantando la cancioncita de marras en alemán. Me estoy volviendo una friki. ¡Qué vergüenza!
Con el corazón en un puño, volvemos a ver cómo a nuestro amado Luis Alfredo le disparan.
Esmeralda Mendoza corre a auxiliarlo y de la nada sale un hombre que está de muy buen ver y los ayuda. Termina el primer capítulo con Esmeralda llorando en el hospital. Teme por la vida de su amado Luis Alfredo. Lo malo no es que ella llore, sino que lloramos, ella, Simona, Graciela y yo.
¡Vaya tres patas para un banco!
Cuando se termina la serie, nos miramos con gesto compungido y terminamos riendo. Divertidas, nos vamos a la cocina; necesitamos beber algo para reponer las lágrimas que hemos perdido.
En ese instante, se abre la puerta, entra Norbert y, tras él, una mujer bastante mona, de pelo claro, que dice de pronto:
—Hola, tía Simona.
Sin parpadear, observo cómo la desconocida se echa a los brazos de mi querida Simona y ésta, por no querer dejarla en evidencia, sonríe.
—Laila, qué alegría.
Norbert, que está detrás de ellas, se da media vuelta y se marcha. Anda que no es listo. Se quita de en medio.
Una vez la joven se separa de Simona, ésta, mirándome, dice:
—Laila, te presento a la señora Zimmerman.
La joven me mira con una grata sonrisa y yo, tendiéndole la mano, digo:
—Puedes llamarme _____.
—Encantada, _____.
Entonces me acerco a Graciela y añado:
—Ella es Graciela, una buena amiga.
—Encantada, Graciela.
—Lo mismo digo, Laila.
Hechas las presentaciones, Simona me mira y pregunta:
—¿Dónde quieres que se aloje, _____?
—Donde tú quieras, Simona.
Laila nos observa alucinada y, mirando a su tía, exclama:
—Llamas a tu señora por su nombre.
Y antes de que yo pueda responder, Simona dice:
—Sí. Y ahora, sígueme.
Simona, que espera con la pesada maleta en la mano, echa a andar cuando la joven Laila le dice en un tono que a mí particularmente no me gusta mucho:
—Tía, lleva la maleta a donde corresponda y luego me dices en qué habitación me alojo. Ya conozco la casa. —Y luego, mirándome con una enorme sonrisa, añade—: Muchas gracias por permitir que me quede en tu nuevo hogar.
Punto uno, tendría que ser ella quien llevara la maleta a la habitación y no Simona.
Punto dos, eso de “me conozco la casa”, me ha tocado la moral.
Punto tres, se acaba de pasar de lista.
Estoy a punto de decirle algo, cuando Joe entra en la cocina y la recién llegada exclama al verlo.
—¡Joe!
—Hola, Laila.
—Enhorabuena por tu boda. Los tíos me acaban de presentar a tu mujer y es encantadora.
Él le da dos besos y, mirándome, dice:
—Gracias por la felicitación. Se puede decir que estoy en el mejor momento de mi vida.
Todos sonreímos. Dexter entra y los dos hombres se marchan al despacho. La chica me guiña un ojo y dice:
—Espero que seas muy feliz, _____.
Con gesto incómodo, Simona se marcha y Laila se sienta conmigo y Graciela a la mesa de la cocina, donde yo la someto a un tercer grado.
Joder... cada día me parezco más a mi hermana Raquel.
Cuando Flyn vuelve del colegio, Laila se levanta para abrazarlo. El niño se alegra al verla. En sus recuerdos está grabado que era amiga de su mamá.
Esa noche, una hora más tarde de lo normal, todos cenamos en el salón. Invito a Simona y Norbert a que se unan a nosotros, pero Simona se niega. No insisto. Veo con claridad lo mucho que la incomoda Laila y decido hablar con ella mañana sábado por la mañana.
Cuando me despierto, como siempre, estoy sola en la cama.
Me desperezo y de pronto me doy cuenta de algo tremendamente importante: ¡es el cumpleaños de Joe!
Encantada de la vida, corro al baño, me lavo los dientes, me doy una ducha rápida y me visto. A toda prisa, cojo el regalo que tengo para él y bajo los escalones de cuatro en cuatro para felicitarlo.
Oigo voces en el salón y, al entrar, veo a Joe sentado allí con Dexter. Dispuesta a sorprenderlo, corro como una loca hacia el sillón y me tiro por encima del respaldo para caer en sus brazos. Pero la mala suerte hace que coja demasiado impulso y termine despanzurrada en un lateral del salón y el regalo ruede por los suelos.
Menudo golpazo me he dado. Creo que me he abierto la muñeca.
Joe se levanta rápidamente y me auxilia, seguido por Dexter. Los dos me miran sorprendidos, sin saber aún qué ha pasado y yo no sé si estoy más dolorida física o moralmente.
¡Qué bochorno!
Joe me lleva en brazos hasta el sillón y, tras dejarme allí, pregunta, mirándome:
—¿Dónde te has hecho daño, cariño?
Le enseño la mano izquierda y, al moverla, suelto un quejido.
—Ay, qué dolor... qué dolor. Creo que me he abierto la muñeca.
Joe se paraliza, se queda blanco. No entiende qué es abrirse la muñeca y, al darme cuenta, aclaro para que me entienda:
—Cariño, me he torcido la mano. —Y, moviéndola ante él, añado—: No te preocupes, con una venda se soluciona.
Respira y el color vuelve a su cara. En ese momento aparecen Graciela y Laila, que al vernos preguntan:
—¿Qué ha ocurrido?
Dexter mira a su chica y responde:
—Amorcito, no lo sé. Sólo sé que he visto a _____ volar por encima del sillón y darse un fuerte golpe contra el suelo.
Graciela, que es enfermera, rápidamente se acerca a nosotros y, mirándola, digo:
—Estoy bien, pero me duele la muñeca.
Joe, levantándose, dice rápidamente:
—Vamos, te llevaré al hospital para que te hagan unas placas.
Lo miro, me río y respondo:
—No digas tonterías. Esto me lo arregla Graciela con una venda, ¿verdad?
Ella, tras revisar mi mano y moverla, asiente.
—No hay rotura. Tranquilo, Joe.
Pero claro, ¡Joe es Joe! e insiste:
—Me quedaré más tranquilo si le hacen una radiografía.
—Estoy de acuerdo contigo —afirma Laila—. Lo mejor es asegurarse de que todo está bien.
Sonrío. Miro a mi rubio preferido y, levantándome, razono:
—Escucha, cariño, mi mano está bien. Sólo le hace falta una venda y tema solucionado.
—¿Segura?
—Segurísima.
—Iré a la cocina a buscar el botiquín —dice Laila.
Graciela va tras ella y Dexter la sigue. Cuando nos quedamos solos, miro a mi amor y, sonriendo, susurro:
—Feliz cumpleaños, señor Zimmerman.
Joe sonríe. ¡Por fin sonríe!
—Gracias, cariño.
Nos besamos con ternura y, cuando se separa de mí, digo:
—Hoy hace un año que cené gratis con mi amigo Nacho en el Moroccio haciéndome pasar por tu mujer y luego tú viniste a mi casa con cara de malas pulgas y me dijiste con tu vozarrón de enfado:
“¡¿Señora Zimmerman?!”.
Él suelta una carcajada al recordarlo y yo pregunto:
—¿Lo recuerdas?
—Sí..., osito panda —responde.
Ay, ¡qué mono!
Suelto una carcajada. Me hace gracia que recuerde mi ojo aquel día. Madre mía, sucedió hace un año. ¡Cómo pasa el tiempo!
Encantada de recordar esos momentos tan bonitos, miro a mi alrededor en busca del regalo y lo localizo bajo la mesa. Voy hacia allá, me agacho y lo recojo. Regreso hacia Joe y, poniéndole mi carita de niña buena, le digo:
—Espero que te guste y, sobre todo, que funcione tras el golpazo que se ha metido.
Abre el paquete y, al ver el reloj, me mira y, sacándolo de la caja, se lo pone y pregunta:
—¿Cómo sabías que me gustaba este reloj?
—Tengo ojos en la cara, cariño, y he visto cómo lo mirabas en esa revista tan cara que recibes mensualmente de cierta joyería. Por cierto, que sepas que los dueños me han abierto cuenta, aunque yo les dije que no.
—Normal, cariño, eres mi mujer. Cuando quieras algo bonito y original, Sven, el joyero, te lo puede hacer.
Sonrío. Yo soy más de bisutería y mercadillo. En ese momento entra Graciela sentada sobre las piernas de Dexter y, enseñándome las vendas, dice:
—Vamos, _____, ven, que te vendo la muñeca.
De pronto soy consciente de que no he visto a alguien y pregunto:
—¿Dónde está Flyn?
Joe responde cuando Laila entra en el salón:
—Marta ha pasado a buscarlo hace un rato. Luego lo veremos en la cena.
—¿No cenáis aquí? —pregunta Laila.
—No. Hoy los invito a cenar por mi cumpleaños —responde Joe, mientras observa lo que hace
Graciela.
—Oh... entonces cenaré sola —murmura.
La miro. Veo su expresión triste y, como siempre, me da pena.
Mis ojos se encuentran con los de Joe. Nos comunicamos en silencio y, cuando él asiente, miro a Laila y pregunto:
—¿Quieres venir con nosotros? —La joven parpadea y, sonriendo, responde:
—Me encantaría.
Cuando todos se tranquilizan después de mi tremendo testarazo, busco a Norbert. Está en el garaje con mi Ducati. Al verla, tengo un subidón de adrenalina y sonrío. Me acerco hasta él y pregunto:
—¿Necesitas ayuda?
El hombre sonríe.
—No, señora. No se preocupe. La moto está perfecta y el domingo de la competición funcionará de maravilla, ya lo verá. ¿Quiere probarla?
Sin dudarlo, asiento.
¿Cómo resistirse a una vueltecita en mi Ducati?
Me monto, la arranco y grito al escuchar su bronco sonido.
Norbert sonríe y salgo del garaje con ella.
Sin protecciones ni casco, me doy una vueltecita por la parcela. Susto y Calamar corren detrás. La moto funciona como siempre, ¡genial! Pedazo de maquina me compró mi padre.
Al pasar frente a uno de los ventanales del salón, veo que Joe me observa. Con chulería, hago un caballito y, al ver su gesto tenso, me río y dejo de hacerlo. Al bajar, la muñeca se me resiente.
Diez minutos más tarde, regreso al garaje, donde Norbert me espera, y le dejo la moto.
—¿Qué le parece, señora? ¿La encuentra bien?
Asiento y me toco la muñeca. Me duele, pero no me preocupo. Estoy segura de que en una semana estará mejor.
Joe nos lleva a cenar a un maravilloso restaurante. Allí ha quedado con su madre, su primo Jurgen, Marta, el novio de ésta y Flyn. Cuando nosotros llegamos con Dexter, Graciela y Laila, ya nos esperan. Flyn, al vernos, corre a abrazarnos y cuando Joe llega junto a su madre, ésta, con un afecto que me pone la carne de gallina, lo besa y dice:
—Felicidades, cariño mío.
Entre risas y buen rollo esperamos a los que faltan. Jurgen se sienta entre Laila y yo y hablamos sobre la carrera. Estoy emocionada. No veo el momento de dar saltos con mi moto y disfrutarlos. Joe nos escucha. No dice nada, sólo nos escucha y cuando apunto en un papel el lugar donde se celebra el evento, sonríe.
Aparecen Frida, Andrés y Zayn, que viene sin acompañante. Me fijo en su cara cuando ve a Laila y le veo una cierta incomodidad, pero cuando se acerca a nosotros la saluda como a una más. Eso sí, se sienta lo más lejos que puede de ella. Eso me da que pensar. Laila es una joven muy mona y es raro que Zayn, el gran depredador, se aleje de ella. Algo pasa y tengo que descubrirlo.
Uno a uno, le van dando a Joe sus regalos y él sonríe agradecido. Qué feliz que está mi chico en su treinta y tres cumpleaños.
Cuando pongo unas velas en la tarta que el camarero trae y le hago soplar, ¡sé que me quiere matar! Yo me río y le canto el cumpleaños feliz. Finalmente, sonríe... sonríe y sonríe.
—Creo que tienes algo que contarme, ¿verdad? —murmura Frida, acercándose a mí.
Al ver su cara, sé de lo que habla y, divertida, cuchicheo:
—Si te refieres a dónde terminamos la noche del Oktoberfest, sólo te diré, ¡caliente!
Frida sonríe y asiente.
—Me comentó Zayn que lo pasasteis muy bien.
Afirmo con la cabeza y ella añade:
—Diana es tremenda, ¿verdad? —Vuelvo a asentir y Frida dice, mirando a Graciela—: ¿Y esos dos cómo van? ¿Habéis jugado ya con ellos?
—A tu primera pregunta, por lo que intuyo van bien. Y en referencia a tu segunda pregunta, no, no hemos jugado con ellos.
Media hora después, Sonia recibe una llamada. Su actual novio la llama. Marta y Arthur se ofrecen a llevarla y se marchan. Laila habla con Jurgen y, mirando a Frida, pregunto:
—¿Qué te parece Laila?
—Es muy maja. Era la mejor amiga de Hannah. —Y al ver que frunzo el cejo, pregunta—: ¿Qué es lo que realmente te preocupa de ella?
Sin querer desvelar lo que le oí decir a Simona y la percepción que me da ver que Zayn no cruza palabra con ella, digo:
—¿Ha jugado alguna vez con Joe o con vosotros?
—No, nunca. Creo que nuestro rollo no es el suyo. ¿Por qué lo preguntas?
Sonrío al ver que Joe no me ha mentido. Eso me tranquiliza y respondo:
—Simplemente por saberlo.
Monse_Jonas
Monse_Jonas


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Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 3 Empty Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por Monse_Jonas Jue 28 Ago 2014, 9:18 pm

Capitulo Catorce
Dos días después, Sonia y Marta nos invitan a su graduación en la escuela de paracaidismo.
Joe va sin muchas ganas, pero como lo obligo, al final no tiene escapatoria. Durante la graduación, intenta mantener el tipo a pesar de lo nervioso que eso lo pone. Pero cuando su hermana y su madre, junto a otros alumnos, se suben en la avioneta y ésta se eleva en el cielo, me mira y dice:
—No puedo mirar.
—¿Cómo que no puedes mirar?
—He dicho que no puedo —sisea y, al ver que asiento, añade—: Cuando estén en tierra me lo dices, ¿vale?
Resignada, le digo que sí. Hay cosas que no puede remediar.
Me da hasta penita. Pobrecito mío, los esfuerzos que está haciendo para intentar entendernos a todos.
Flyn, emocionado por la proeza que van a hacer su abuela y su tía, aplaude emocionado. Y cuando uno de los monitores me dice que las dos que caen a la derecha son Sonia y Marta, se lo digo y el pequeño grita encantado con Arthur, que lo lleva a hombros.
—Cómo molaaaaaaaaa. ¡Caen en picado!
Joe maldice. Ha oído lo que dice su sobrino, pero no se mueve.
Graciela y Dexter, acaramelados, no paran de besarse. No miran la exhibición ni nada. Ellos, con darse besitos y prodigarse cariñitos tienen bastante. Eso me hace reír. Vaya dos empalagosos. Les ha costado decidirse, pero ahora no se separan en todo el día. No me quiero imaginar las bacanales de sexo que deben de organizar en la habitación. Es tal su nivel de besuqueo, que Flyn los ha bautizado como “los lapa”.
Observo el cielo y veo cómo varios puntitos se acercan rápidamente, hasta que se les abre el paracaídas y caen lentamente. Miro a Joe y lo veo blanco como la cera. Me preocupo.
—Cariño, ¿estás bien?
Sin apartar la mirada del suelo, niega con la cabeza y pregunta:
—¿Han llegado ya?
—No, cielo... están cayendo.
—Dios, _____, no me digas eso —murmura agobiado.
Intentando entender el esfuerzo que supone para él estar allí, toco su rubia cabellera para tranquilizarlo y, cuando Sonia y Marta ponen los pies en tierra, digo:
—Ya está, cariño, ya han llegado.
La respiración de Joe cambia, mira de nuevo hacia donde todos miran y aplaude para que lo vean su madre y su hermana.
¡Vaya pedazo de actor!
Pasan los días y veo que Laila conmigo y con Graciela es encantadora, pero también observo que, con Simona, cada vez que se ven, los puñales vuelan. ¿Qué ocurre?
Una de las tardes, cuando estamos en la piscina cubierta, aparece Joe con Zayn. Vienen de la oficina y están guapísimos con sus trajes.
Dexter, que está en el agua con nosotras, al verlos aparecer, grita:
—Vamos, güeys, vengan a remojarse.
Joe y Zayn sonríen. Desaparecen de la piscina y, diez minutos más tarde, regresan con sus bañadores y se tiran al agua.
Rápidamente, mi chico nada hasta mí. Sus brazos me rodean y, tras besarme con adoración, murmura:
—Hola, preciosa.
Le devuelvo el beso y dos segundos después estamos jugando en el agua como niños. Simona entra en el recinto de la piscina y nos deja una bandeja con varias cosas. Sin demora, Laila va hasta la bandeja, llena un vaso de zumo de naranja y, acercándose al borde de la piscina donde estamos mi alemán y yo, dice:
—Toma, Joe, recién exprimido. Como a ti te gusta.
Encantado, mi chicarrón lo coge, mientras yo, con cara de asombro, miro a Laila. Ella no me mira, sólo tiene ojos para Joe y de pronto dice:
—Y esta Coca-Cola fresquita con doble ración de hielo para _____, que sé que le encanta.
Eso me llama la atención. ¡Qué observadora! Y contesto:
—Gracias, Laila.
—Gracias a ti por ser siempre tan amable conmigo.
Veinte minutos después, todos estamos sentados en el borde de la piscina, y Zayn, jugando, me empuja y caigo al agua. Rápidamente, veo que Joe lo empuja a él y también termina en el agua.
—Te echo una carrera —me reta.
Sin responder, comienzo a nadar con todas mis fuerzas hacia el otro lado de la piscina y, cuando casi llego al borde, Zayn me coge de los pies y me hundo.
Cuando consigo sacar la cabeza del agua, me coge por la cintura y me lleva hasta donde hago pie para que descanse. Una vez llegamos, me suelta y, divertida, le digo:
—Eres un tramposo, ¿lo sabías?
Él sonríe y contesta:
—Soy como tú. No me gusta perder.
Ambos nos reímos y, al ver que el momento es propicio, le pregunto sin cambiar de expresión:
—¿Qué ocurre entre Laila y tú?
—Nada.
Pero su atigrada mirada ha cambiado y busca saber qué es lo que yo sé. Nos miramos y, entendiéndonos perfectamente, susurro:
—Algo ha pasado entre vosotros. Lo sé.
—Eres una listilla.
—Y tú un malísimo actor.
—¡Cállate!
—Uy, ¡qué mal rollito! —Y al ver cómo me mira, añado—: Sólo hay que ver que apenas hablas con ella y ni te acercas. Cuando tú eres un depredador de mujeres. Ella es muy mona y lo lógico sería
que le estuvieras tirando los trastos.
Zayn sonríe. Lo acabo de sorprender y responde:
—Sólo te diré que cuando se vaya seré feliz.
—¿Joe sabe que no la soportas?
Él niega con la cabeza.
—No.
—¿Me contarás lo que ha pasado?
—Sí, pero ahora no. Ya habrá ocasión.
Asiento. Estoy convencida de ello y comienzo de nuevo a jugar. Le hago ahogadillas, él me las hace a mí y nos divertimos hasta que, al salir y Joe arroparme con una toalla, oigo que Laila dice:
—Da gusto ver lo bien que os lleváis Zayn y tú.
—Es un buen amigo —respondo.
—El mejor —apostilla Joe.
Zayn nos mira y sonríe y Laila añade:
—No me negarás que es un hombre muy guapo.
Él la mira, sonríe y, con un gesto de “¡cállate!”, masculla:
—Gracias, Laila.
Siguiéndole el juego, yo digo:
—No te lo niego, Laila. Zayn es un hombre muy guapo y sexy.
Joe nos mira. Yo sonrío y, tras darle un beso, añado:
—Pero como tú, ¡ninguno!
Todos sonreímos. El buen rollo impera cuando Laila vuelve a la carga.
—Si no hubieras conocido a Joe, ¿te habrías fijado en Zayn?
Su pregunta me hace gracia y, siendo sincera, como siempre lo soy, respondo:
—Por supuesto que sí. Los morenos siempre me han gustado más que los rubios.
—¿En serio? —ríe Graciela.
Yo asiento y entonces Joe me agarra por la cintura, me sujeta encima de él y, mirándome, dice:
—Pues te has casado con un rubio que no te piensa soltar.
—Y yo no quiero que me suelte —respondo, mientras lo beso encantada.
Levantándose de la hamaca, mi loco amor me echa sobre su hombro en plan cavernícola y dice:
—Chicos... ahora volvemos.
—Suéltame —río divertida.
—No cariño... voy a cobrarme tus palabras.
—Será pervertido el tío —se mofa Zayn.
Y ante la risa que me da al ver la urgencia de mi marido, Dexter dice:
—Ándale y hazle pagar la osadía de que le gusten los morenos, compadre.
Joe, sin pararse, llega a nuestra habitación y, tras tirarme en la cama como a un fardo, dice, quitándose el bañador:
—Desnúdate.
Con una sonrisa de oreja a oreja, me quito el biquini y cuando estoy totalmente desnuda, Joe se tumba sobre mí, pasa las manos por la hendidura de mi sexo y susurra:
—Me tienes a mil, morenita.
Dicho esto, sacamos nuestro lado salvaje y hacemos el amor como posesos.
�,Foe�M ��me preocupa. Pero más me preocupa saber quién es Laila, por qué llama a Joe en vez de a su tío y qué pasó esa última vez.

Debo hablar con Simona en cuanto pueda.
Esa noche, cuando Joe y yo estamos en nuestra habitación, digo, enseñándole mi móvil:
—¿A que no sabes qué tono de llamada me he puesto para cuando me llames?
Él me mira. Coge su móvil, llama al mío y sonríe al reconocer la música de la ranchera Si nos dejan.
Enamorados, nos abrazamos y sonreímos. Cinco minutos después, tras varios besos, cuando Joe me suelta, digo:
—¿Puedo preguntarte una cosa?
—Claro, cariño. Puedes preguntarme lo que quieras.
—¿Tú me darías trabajo?
Joe me mira. Sonríe y, abrazándome, dice, acercándose a mi boca:
—Te dije hace mucho que tu contrato está renovado de por vida, pequeña.
Me río. Recuerdo que me dijo eso el día que le mandé las flores al despacho e insisto:
—Me refiero a trabajar en las oficinas de Müller.
—¿Trabajar? —Y, soltándome, añade—: ¿Por qué?
—Porque cuando se vayan Dexter y Graciela me aburriré. Estoy acostumbrada a trabajar y la vida ociosa no me va nada.
—Cariño, ya trabajo yo por los dos.
—Pero yo quiero cooperar. Ya sé que tienes mucho dinero y...
—Tenemos, pequeña —me corta—. Tenemos. Y antes de que continúes, no necesitas trabajar porque yo te puedo mantener con holgura. No estoy dispuesto a que mi mujer esté sujeta a unos horarios que no son los míos y a privarme de ti porque tengas obligaciones que cumplir. Por tanto, tema zanjado.
—Y una leche, tema zanjado.
Mi tono de voz no le ha gustado.
A mí no me ha gustado su contestación y, señalándolo con el dedo, digo sin muchas ganas de discutir:
—Por hoy dejamos el tema, pero que te quede muy clarito, guapito de cara, que volveremos a hablar de ello, ¿entendido?
Joe resopla, asiente y se mete en el cuarto de baño. Cuando sale, sin darle descanso, digo:
—Necesito preguntarte otra cosa.
Mirándome con gesto incómodo, responde, sentándose en la cama:
—Tú dirás.
Me muevo por la habitación. Deseo preguntarle por Laila, pero no sé cómo hacerlo. Saber que esa mujer lo ha llamado por teléfono y él no me ha dicho nada me molesta y, finalmente, dejando los paños calientes a un lado, suelto:
—¿Quién es Laila, por qué no me has dicho que te ha llamado y por qué se va a alojar en nuestra casa?
Sorprendido al oír ese nombre en mi boca, pregunta:
—¿Cómo sabes tú eso?
Mi cara cambia.
Toc... toc... los celos vienen en tromba.
Achino los ojos y, con ese no sé qué que me entra cuando desconfío, insisto:
—Aquí la pregunta más bien es, ¿por qué no me has dicho que una desconocida para mí te ha llamado y se va a alojar desde mañana en nuestra casa? Y ahora, enfádate, pero que sepas que más enfadada estoy yo de no haberme enterado por ti.
—¡¿Llega mañana?! —pregunta sorprendido.
Por su expresión, intuyo que es sincero. No lo recordaba y respondo:
—Sí. Un poco más y me entero cuando esté sentada a la mesa.
Joe me entiende. Me lo grita su mirada y, acercándose a mí, dice desde su gran altura:
—Cariño, estoy tan liado últimamente que se me había olvidado contártelo. Perdóname. —Y al ver que no respondo, añade—: Es la sobrina de Norbert y Simona y era la mejor amiga de mi hermana
Hannah. Me llamó y, al saber que venía a Alemania por trabajo, la invité a alojarse en nuestra casa.
—¿Por qué?
—Hannah le tenía mucho cariño.
—¿Has tenido algo con ella?
Mi pregunta lo sorprende y, dando un paso hacia atrás, responde:
—Por supuesto que no. Laila es una mujer encantadora, pero nunca hemos tenido nada, _____. ¿Por qué lo preguntas?
—¿Y Zayn?
Boquiabierto, me mira y dice molesto:
—Que yo sepa, tampoco. Pero vamos, si lo han tenido no me interesa y creo que a ti tampoco te ha de interesar. ¿O debo pensar que te preocupa si tuvo un rollo con Zayn?
Al ver por dónde va su pregunta, lo miro ofuscada y murmuro:
—Por Dios, Joe, ¡no digas tonterías!
—Pues no hagas esas preguntas.
Me callo. No quiero comentar lo que le he oído decir a Simona, pero estoy dispuesta a averiguar a qué se refería con eso de “¿No recuerdas lo que pasó la última vez?”.
—¿Estás celosa de Laila?
Su pregunta directa me hace dar una respuesta directa:
—En lo referente a ti, sí. Y te perdono el olvido de no contármelo.
Él sonríe, yo no.
Da un paso hacia mí, pero yo no me muevo.
Me abraza, pero yo no lo abrazo.
Sin tacones y descalza sobre la alfombra me siento pequeña. Me coge la barbilla y con delicadeza me hace mirarlo.
—¿Todavía no te has convencido de que la única mujer que necesito, adoro y quiero en mi cama y en mi vida eres tú? —pregunta—. Te dije y te repetiré mil veces que te voy a querer toda la vida.
Ea... ya me ha ganado.
Ha vuelvo a derribar mis defensas con eso de “Te voy a querer toda la vida”.
¡Ya me ha hecho sonreír!
—Sé que me quieres tanto como yo te quiero a ti, porque el ahora y siempre que llevamos en nuestros anillos es sincero —digo, enseñándole mi dedo con el anillo—. Pero me molesta que no me contases lo de la llamada y más cuando una mujer que no conozco va a dormir en nuestra casa.
Joe me levanta del suelo y, cuando me tiene delante de su cara, acerca su boca a la mía. Me lame el labio superior, después el inferior y, finalmente, me muerde con cariño y susurra:
—Tontita celosa, dame un beso.
Estoy por hacerle la cobra, pero al final no le doy un beso, le doy veintiuno y terminamos haciendo el amor a nuestro modo, contra la pared.
Al día siguiente, cuando me levanto y bajo al salón, Juan Alberto se ha marchado para Bélgica.
Anoche, antes de dormir, le di el beso que mi hermana me pidió y él lo recibió con cariño. Menudo rollito más raro se traen estos dos.
Intento hablar con Simona, pero no está. Se ha ido a comprar.
Dexter y Joe van a pasar la mañana fuera, solucionando temas empresariales, y Graciela y yo nos vamos de compras. La semana siguiente regresan a México y quiere llevarse muchos recuerdos.
Por la tarde, cuando llegamos, entro en la cocina y veo a Simona, que me sonríe. Me acerco a ella y la abrazo. Necesito ese contacto cuando Joe no está. Ella lo sabe y me abraza también.
Cuando me siento a la mesita de la cocina, la mujer sigue con sus tareas y comento:
—Estás muy seria. ¿Qué te ocurre?
—Nada.
—¿Seguro, Simona?
—Sí, _____.
Asiento. Durante unos minutos permanecemos calladas y, cuando voy a decir algo, de pronto me mira y me apremia:
—Vamos, es la hora. Comienza Locura Esmeralda.
Doy un salto y corro junto a ella. Entramos en el salón donde Graciela está leyendo y, tras saludarla, nos acomodamos en el sofá y encendemos el televisor.
—Comienza Locura Esmeralda —cuchicheo emocionada, mirando a Graciela.
Ella sonríe y no dice nada.
Mejor... ya sé que me estoy volviendo una hortera.
Cuando comienza a sonar la melodía de la serie, Simona y yo nos miramos y, rápidamente, canturreamos:
Ámame, en nuestro loco amanecer.
Bésame, en nuestra cama en la aurora.
Cuídame, porque soy tuya y no de otro.
Mímame, soy tu Locura Esmeralda.
Graciela suelta una carcajada y Simona y yo también.
La madre que nos parió, la pinta que tenemos que tener las dos cantando la cancioncita de marras en alemán. Me estoy volviendo una friki. ¡Qué vergüenza!
Con el corazón en un puño, volvemos a ver cómo a nuestro amado Luis Alfredo le disparan.
Esmeralda Mendoza corre a auxiliarlo y de la nada sale un hombre que está de muy buen ver y los ayuda. Termina el primer capítulo con Esmeralda llorando en el hospital. Teme por la vida de su amado Luis Alfredo. Lo malo no es que ella llore, sino que lloramos, ella, Simona, Graciela y yo.
¡Vaya tres patas para un banco!
Cuando se termina la serie, nos miramos con gesto compungido y terminamos riendo. Divertidas, nos vamos a la cocina; necesitamos beber algo para reponer las lágrimas que hemos perdido.
En ese instante, se abre la puerta, entra Norbert y, tras él, una mujer bastante mona, de pelo claro, que dice de pronto:
—Hola, tía Simona.
Sin parpadear, observo cómo la desconocida se echa a los brazos de mi querida Simona y ésta, por no querer dejarla en evidencia, sonríe.
—Laila, qué alegría.
Norbert, que está detrás de ellas, se da media vuelta y se marcha. Anda que no es listo. Se quita de en medio.
Una vez la joven se separa de Simona, ésta, mirándome, dice:
—Laila, te presento a la señora Zimmerman.
La joven me mira con una grata sonrisa y yo, tendiéndole la mano, digo:
—Puedes llamarme _____.
—Encantada, _____.
Entonces me acerco a Graciela y añado:
—Ella es Graciela, una buena amiga.
—Encantada, Graciela.
—Lo mismo digo, Laila.
Hechas las presentaciones, Simona me mira y pregunta:
—¿Dónde quieres que se aloje, _____?
—Donde tú quieras, Simona.
Laila nos observa alucinada y, mirando a su tía, exclama:
—Llamas a tu señora por su nombre.
Y antes de que yo pueda responder, Simona dice:
—Sí. Y ahora, sígueme.
Simona, que espera con la pesada maleta en la mano, echa a andar cuando la joven Laila le dice en un tono que a mí particularmente no me gusta mucho:
—Tía, lleva la maleta a donde corresponda y luego me dices en qué habitación me alojo. Ya conozco la casa. —Y luego, mirándome con una enorme sonrisa, añade—: Muchas gracias por permitir que me quede en tu nuevo hogar.
Punto uno, tendría que ser ella quien llevara la maleta a la habitación y no Simona.
Punto dos, eso de “me conozco la casa”, me ha tocado la moral.
Punto tres, se acaba de pasar de lista.
Estoy a punto de decirle algo, cuando Joe entra en la cocina y la recién llegada exclama al verlo.
—¡Joe!
—Hola, Laila.
—Enhorabuena por tu boda. Los tíos me acaban de presentar a tu mujer y es encantadora.
Él le da dos besos y, mirándome, dice:
—Gracias por la felicitación. Se puede decir que estoy en el mejor momento de mi vida.
Todos sonreímos. Dexter entra y los dos hombres se marchan al despacho. La chica me guiña un ojo y dice:
—Espero que seas muy feliz, _____.
Con gesto incómodo, Simona se marcha y Laila se sienta conmigo y Graciela a la mesa de la cocina, donde yo la someto a un tercer grado.
Joder... cada día me parezco más a mi hermana Raquel.
Cuando Flyn vuelve del colegio, Laila se levanta para abrazarlo. El niño se alegra al verla. En sus recuerdos está grabado que era amiga de su mamá.
Esa noche, una hora más tarde de lo normal, todos cenamos en el salón. Invito a Simona y Norbert a que se unan a nosotros, pero Simona se niega. No insisto. Veo con claridad lo mucho que la incomoda Laila y decido hablar con ella mañana sábado por la mañana.
Cuando me despierto, como siempre, estoy sola en la cama.
Me desperezo y de pronto me doy cuenta de algo tremendamente importante: ¡es el cumpleaños de Joe!
Encantada de la vida, corro al baño, me lavo los dientes, me doy una ducha rápida y me visto. A toda prisa, cojo el regalo que tengo para él y bajo los escalones de cuatro en cuatro para felicitarlo.
Oigo voces en el salón y, al entrar, veo a Joe sentado allí con Dexter. Dispuesta a sorprenderlo, corro como una loca hacia el sillón y me tiro por encima del respaldo para caer en sus brazos. Pero la mala suerte hace que coja demasiado impulso y termine despanzurrada en un lateral del salón y el regalo ruede por los suelos.
Menudo golpazo me he dado. Creo que me he abierto la muñeca.
Joe se levanta rápidamente y me auxilia, seguido por Dexter. Los dos me miran sorprendidos, sin saber aún qué ha pasado y yo no sé si estoy más dolorida física o moralmente.
¡Qué bochorno!
Joe me lleva en brazos hasta el sillón y, tras dejarme allí, pregunta, mirándome:
—¿Dónde te has hecho daño, cariño?
Le enseño la mano izquierda y, al moverla, suelto un quejido.
—Ay, qué dolor... qué dolor. Creo que me he abierto la muñeca.
Joe se paraliza, se queda blanco. No entiende qué es abrirse la muñeca y, al darme cuenta, aclaro para que me entienda:
—Cariño, me he torcido la mano. —Y, moviéndola ante él, añado—: No te preocupes, con una venda se soluciona.
Respira y el color vuelve a su cara. En ese momento aparecen Graciela y Laila, que al vernos preguntan:
—¿Qué ha ocurrido?
Dexter mira a su chica y responde:
—Amorcito, no lo sé. Sólo sé que he visto a _____ volar por encima del sillón y darse un fuerte golpe contra el suelo.
Graciela, que es enfermera, rápidamente se acerca a nosotros y, mirándola, digo:
—Estoy bien, pero me duele la muñeca.
Joe, levantándose, dice rápidamente:
—Vamos, te llevaré al hospital para que te hagan unas placas.
Lo miro, me río y respondo:
—No digas tonterías. Esto me lo arregla Graciela con una venda, ¿verdad?
Ella, tras revisar mi mano y moverla, asiente.
—No hay rotura. Tranquilo, Joe.
Pero claro, ¡Joe es Joe! e insiste:
—Me quedaré más tranquilo si le hacen una radiografía.
—Estoy de acuerdo contigo —afirma Laila—. Lo mejor es asegurarse de que todo está bien.
Sonrío. Miro a mi rubio preferido y, levantándome, razono:
—Escucha, cariño, mi mano está bien. Sólo le hace falta una venda y tema solucionado.
—¿Segura?
—Segurísima.
—Iré a la cocina a buscar el botiquín —dice Laila.
Graciela va tras ella y Dexter la sigue. Cuando nos quedamos solos, miro a mi amor y, sonriendo, susurro:
—Feliz cumpleaños, señor Zimmerman.
Joe sonríe. ¡Por fin sonríe!
—Gracias, cariño.
Nos besamos con ternura y, cuando se separa de mí, digo:
—Hoy hace un año que cené gratis con mi amigo Nacho en el Moroccio haciéndome pasar por tu mujer y luego tú viniste a mi casa con cara de malas pulgas y me dijiste con tu vozarrón de enfado:
“¡¿Señora Zimmerman?!”.
Él suelta una carcajada al recordarlo y yo pregunto:
—¿Lo recuerdas?
—Sí..., osito panda —responde.
Ay, ¡qué mono!
Suelto una carcajada. Me hace gracia que recuerde mi ojo aquel día. Madre mía, sucedió hace un año. ¡Cómo pasa el tiempo!
Encantada de recordar esos momentos tan bonitos, miro a mi alrededor en busca del regalo y lo localizo bajo la mesa. Voy hacia allá, me agacho y lo recojo. Regreso hacia Joe y, poniéndole mi carita de niña buena, le digo:
—Espero que te guste y, sobre todo, que funcione tras el golpazo que se ha metido.
Abre el paquete y, al ver el reloj, me mira y, sacándolo de la caja, se lo pone y pregunta:
—¿Cómo sabías que me gustaba este reloj?
—Tengo ojos en la cara, cariño, y he visto cómo lo mirabas en esa revista tan cara que recibes mensualmente de cierta joyería. Por cierto, que sepas que los dueños me han abierto cuenta, aunque yo les dije que no.
—Normal, cariño, eres mi mujer. Cuando quieras algo bonito y original, Sven, el joyero, te lo puede hacer.
Sonrío. Yo soy más de bisutería y mercadillo. En ese momento entra Graciela sentada sobre las piernas de Dexter y, enseñándome las vendas, dice:
—Vamos, _____, ven, que te vendo la muñeca.
De pronto soy consciente de que no he visto a alguien y pregunto:
—¿Dónde está Flyn?
Joe responde cuando Laila entra en el salón:
—Marta ha pasado a buscarlo hace un rato. Luego lo veremos en la cena.
—¿No cenáis aquí? —pregunta Laila.
—No. Hoy los invito a cenar por mi cumpleaños —responde Joe, mientras observa lo que hace
Graciela.
—Oh... entonces cenaré sola —murmura.
La miro. Veo su expresión triste y, como siempre, me da pena.
Mis ojos se encuentran con los de Joe. Nos comunicamos en silencio y, cuando él asiente, miro a Laila y pregunto:
—¿Quieres venir con nosotros? —La joven parpadea y, sonriendo, responde:
—Me encantaría.
Cuando todos se tranquilizan después de mi tremendo testarazo, busco a Norbert. Está en el garaje con mi Ducati. Al verla, tengo un subidón de adrenalina y sonrío. Me acerco hasta él y pregunto:
—¿Necesitas ayuda?
El hombre sonríe.
—No, señora. No se preocupe. La moto está perfecta y el domingo de la competición funcionará de maravilla, ya lo verá. ¿Quiere probarla?
Sin dudarlo, asiento.
¿Cómo resistirse a una vueltecita en mi Ducati?
Me monto, la arranco y grito al escuchar su bronco sonido.
Norbert sonríe y salgo del garaje con ella.
Sin protecciones ni casco, me doy una vueltecita por la parcela. Susto y Calamar corren detrás. La moto funciona como siempre, ¡genial! Pedazo de maquina me compró mi padre.
Al pasar frente a uno de los ventanales del salón, veo que Joe me observa. Con chulería, hago un caballito y, al ver su gesto tenso, me río y dejo de hacerlo. Al bajar, la muñeca se me resiente.
Diez minutos más tarde, regreso al garaje, donde Norbert me espera, y le dejo la moto.
—¿Qué le parece, señora? ¿La encuentra bien?
Asiento y me toco la muñeca. Me duele, pero no me preocupo. Estoy segura de que en una semana estará mejor.
Joe nos lleva a cenar a un maravilloso restaurante. Allí ha quedado con su madre, su primo Jurgen, Marta, el novio de ésta y Flyn. Cuando nosotros llegamos con Dexter, Graciela y Laila, ya nos esperan. Flyn, al vernos, corre a abrazarnos y cuando Joe llega junto a su madre, ésta, con un afecto que me pone la carne de gallina, lo besa y dice:
—Felicidades, cariño mío.
Entre risas y buen rollo esperamos a los que faltan. Jurgen se sienta entre Laila y yo y hablamos sobre la carrera. Estoy emocionada. No veo el momento de dar saltos con mi moto y disfrutarlos. Joe nos escucha. No dice nada, sólo nos escucha y cuando apunto en un papel el lugar donde se celebra el evento, sonríe.
Aparecen Frida, Andrés y Zayn, que viene sin acompañante. Me fijo en su cara cuando ve a Laila y le veo una cierta incomodidad, pero cuando se acerca a nosotros la saluda como a una más. Eso sí, se sienta lo más lejos que puede de ella. Eso me da que pensar. Laila es una joven muy mona y es raro que Zayn, el gran depredador, se aleje de ella. Algo pasa y tengo que descubrirlo.
Uno a uno, le van dando a Joe sus regalos y él sonríe agradecido. Qué feliz que está mi chico en su treinta y tres cumpleaños.
Cuando pongo unas velas en la tarta que el camarero trae y le hago soplar, ¡sé que me quiere matar! Yo me río y le canto el cumpleaños feliz. Finalmente, sonríe... sonríe y sonríe.
—Creo que tienes algo que contarme, ¿verdad? —murmura Frida, acercándose a mí.
Al ver su cara, sé de lo que habla y, divertida, cuchicheo:
—Si te refieres a dónde terminamos la noche del Oktoberfest, sólo te diré, ¡caliente!
Frida sonríe y asiente.
—Me comentó Zayn que lo pasasteis muy bien.
Afirmo con la cabeza y ella añade:
—Diana es tremenda, ¿verdad? —Vuelvo a asentir y Frida dice, mirando a Graciela—: ¿Y esos dos cómo van? ¿Habéis jugado ya con ellos?
—A tu primera pregunta, por lo que intuyo van bien. Y en referencia a tu segunda pregunta, no, no hemos jugado con ellos.
Media hora después, Sonia recibe una llamada. Su actual novio la llama. Marta y Arthur se ofrecen a llevarla y se marchan. Laila habla con Jurgen y, mirando a Frida, pregunto:
—¿Qué te parece Laila?
—Es muy maja. Era la mejor amiga de Hannah. —Y al ver que frunzo el cejo, pregunta—: ¿Qué es lo que realmente te preocupa de ella?
Sin querer desvelar lo que le oí decir a Simona y la percepción que me da ver que Zayn no cruza palabra con ella, digo:
—¿Ha jugado alguna vez con Joe o con vosotros?
—No, nunca. Creo que nuestro rollo no es el suyo. ¿Por qué lo preguntas?
Sonrío al ver que Joe no me ha mentido. Eso me tranquiliza y respondo:
—Simplemente por saberlo.
Monse_Jonas
Monse_Jonas


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Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 3 Empty Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por Monse_Jonas Jue 28 Ago 2014, 9:18 pm

Capitulo Quince
Me despierto a las siete de la mañana. Hoy es domingo y compito en motocross. Salto de la cama y me voy derechita a la ducha. Cuando salgo, me pongo unos vaqueros y bajo a desayunar. Al entrar en la
cocina, sólo está Dexter.
—Buenos días, mi reina.
Sonrío. Cojo una taza, me sirvo un café y me siento a la mesa con él. Dexter me acerca una magdalena, yo la cojo y le doy un mordisco. Durante varios minutos, devoro todo lo que hay ante mi vista, hasta que le oigo decir:
—Joe está nervioso. Que participes en esa carrera apenas le dejó dormir.
—¿Y tú cómo sabes eso?
—Porque a las cuatro de la madrugada, cuando vine a tomar un vaso de agua fresca, estaba sentado en la mismita silla donde ahorita estás tú.
Eso me sorprende. ¿Por qué Joe se preocupa tanto? Pero sin querer darle más vueltas, pregunto:
—¿Y tú qué hacías despierto a las cuatro de la mañana?
Dexter sonríe.
—No podía dormir. Demasiados quebraderos de cabeza.
Bebo un sorbo de café y pregunto:
—¿Esos quebraderos de cabeza empiezan por Gra y terminan por Ciela?
El mexicano sonríe y, echándose hacia atrás en su silla, responde:
—Estoy confuso. No creo que sea justo lo que estoy haciendo con ella.
—Por lo que sé, ella está encantada, Dexter.
Asiente, pero con semblante serio, apunta:
—Cuando ocurrió mi accidente, mi vida dio un giro de ciento ochenta grados. Pasé de ser un hombre deseado al que el celular siempre le sonaba, a un hombre que deseaba y cuyo celular no sonaba. Hubo un tiempo en que sufrí para aceptar lo que me había ocurrido y conseguí superarlo cuando dejé de tener sentimientos románticos hacia las mujeres. Todo estaba controlado, pero Graciela...
—Graciela te gusta, ¿verdad?
—Sí. Y mucho, además.
—Y te ha sorprendido en especial por lo que tú y yo sabemos, ¿no es así?
Dexter asiente y, mirándome a los ojos, dice:
—Temo hacerle daño y que ella me lo haga a mí. Soy consciente de mis limitaciones y...
—Eso ella lo sabe y me consta que no le importa —lo corto—. Quizá si fuerais la típica pareja sería importante y preocupante para ti, pero precisamente no lo sois y creo que los dos camináis en la misma dirección sexual. Por lo tanto, no has de preocuparte.
—¿Y el tema hijos? ¿Eso tampoco me debe preocupar? Ella es una mujer y tarde o temprano querrá tener un bebecito y yo eso no se lo puedo dar.
Uf... hablar de hijos no es lo que más me gusta, pero pregunto:
—¿Cómo que no?
Dexter me mira con cara de alucine. Debe de pensar que me he vuelto loca y aclaro:
—Hay muchos niños en el mundo en busca de una familia. No creo que haga falta que un bebé nazca de ti para quererlo, cuidarlo y protegerlo. Estoy segura de que, llegado el momento, Graciela y tú podréis tener vuestro propio hijo si ambos lo deseáis. Sólo tenéis que hablarlo. Ya lo verás. Pero ahora, disfruta, Dexter, disfruta de Graciela y deja que ella disfrute de ti. Ahora es vuestro momento de quereros, de pasarlo bien, de conoceros y de no permitir que nada ni nadie os amargue.
Él sonríe, toma un sorbo de su café y contesta:
—Cada día entiendo más al pobre de mi compadre. Eres una relinda mujercita, no sólo por fuera, sino también por dentro. Que Dios te guarde muchos años, mi querida _____.
—Gracias, relindo —le contesto.
En ese momento, se abre la puerta de la cocina y oigo que Joe dice divertido:
—Maldito mexicano chingón, ¿ligando con mi mujer a escondidas?
—Güey, desde que sé que los morenos le gustan, ¡no pierdo las esperanzas!
Los tres nos reímos. Nadie entendería nuestra particular amistad. Pero nosotros sí y eso es lo único que nos importa.
Cuando terminamos de desayunar, llega la hora de marcharse. Veo a Simona y me acerco a ella.
Estos días, con tanta gente en casa y actividad, apenas hablamos y le pregunto:
—¿Todo bien, Simona?
Ella asiente. Pero yo sé que no está bien y, aprovechando este momento entre las dos, le digo:
—Sé que pasa algo con Laila. —Y, cuando ella me mira sorprendida, añado—: Cuando regrese esta tarde tenemos que hablar, ¿entendido?
Simona contesta que sí. La abrazo y, dándole un beso, murmuro antes de alejarme:
—Luego nos vemos.
—¡Suerte! —responde con una sonrisa.
A las diez y media, llegamos a la dirección que Jurgen me dio. Dexter, Graciela, Laila, Norbert y Flyn nos acompañan y yo estoy inquieta y deseosa de trotar en mi moto. Joe está atacado. Allí nos esperan Marta y Arthur. Sonia al final no ha podido venir.
Llevo sin saltar en moto desde días antes de mi boda y, aunque en la luna de miel conduje varias motos de agua, no es lo mismo y no veo el momento de montarme en mi Ducati.
Tras aparcar el coche, voy a apuntarme junto a Norbert, mientras Joe baja la moto del remolque.
Cuando me dan el dorsal, sonrío. Me acerco a Joe y, enseñándoselo, digo divertida:
—Dorsal sesenta y nueve, ¿a que es sexy?
Mi loco amor sonríe.
Pero su sonrisa no es amplia. Sé que está tenso, pero se tiene que relajar y eso sólo lo puede conseguir él. Cuando aparece Jurgen nos abrazamos. Está tan emocionado como yo por la competición. Me entrega un mapa del circuito y, como hace mi padre en Jerez, me explica un poco cómo son los saltos y en qué curvas he de tener cuidado para no caerme.
Joe nos escucha. Memoriza todo lo que Jurgen dice y cuando éste se marcha junto a Laila, dice, señalándome el papel:
—Recuerda, ten cuidado en la curva diez e intenta tomar la quince abierta.
—Vale, jefe —asiento divertida y él sonríe.
Flyn está nervioso y alucinado con tanta moto alrededor.
Marta y él me acompañan hasta los vestuarios y se encargan de ayudarme a ponerme el mono.
Cuando por fin estoy equipada con mi traje de motocross, el crío me mira y murmura con gesto de flipe total:
—Cómo molaaaaaaaaaa.
Sonrío. Marta coge de la mano a su sobrino, me guiña un ojo y dice:
—_____ es nuestra súper heroína particular.
Juntos regresamos hasta donde el grupo nos espera y Laila dice al verme:
—Estás increíble.
—Gracias. —Sonrío.
Graciela, con gesto de susto, murmura, sentada sobre las piernas de Dexter:
—_____, ¿estás segura de hacerlo?
Con mi casco bajo el brazo, asiento.
—Segurísima.
Joe me mira. Yo lo miro.
Le sonrío, pero él no me devuelve la sonrisa.
Tiene miedo. Yo no.
Las carreras están divididas por sexos. Hombres y mujeres. Lo acepto, pero me gustan más cuando son mixtas. Me informan de que salgo en la tercera manga. Cuando comienzan las anteriores, observo concentrada, mientras en mi iPod escucho a los Guns N’ Roses.
La música heavy siempre me sube la adrenalina. Y para competir y ganar la preciso revolucionada.
Nunca he corrido en este circuito y necesito ver cómo actúan mis contrincantes para saber gestionar mi carrera.
Joe, a mi lado, observa y no dice nada. Deja que me concentre, pero su cara cada vez que ve una caída me hace saber lo que piensa. ¡Está horrorizado!
Cuando avisan por megafonía que se preparen los de la tercera manga, le doy un rápido beso y, poniéndome el casco, digo sin demorar la despedida:
—En seguida vuelvo. ¡Espérame!
Arranco y me voy.
Sé que lo he dejado hecho polvo, pero no puedo ponerme a despedirme como si me fuera a la guerra. Sólo voy a correr una carrera que dura apenas siete minutos.
Cuando me coloco en la parrilla de salida, junto a las otras corredoras, busco a mi chico con la mirada y rápidamente lo veo junto a Flyn y Marta. Me ajusto el casco y me pongo las gafas de protección. El ruido de los motores alimenta mi adrenalina y acelero mi moto.
¡Guauuu, cómo suena!
Me concentro en la pista. Visualizo el circuito que he repasado con Jurgen y pienso en llegar arrimada a la derecha para tomar la primera curva, que es a la izquierda.
Aceleramos los motores. Los nervios están a tope cuando se oye un ruido y los enganches que frenan las motos en el suelo se bajan y salgo como una bala.
Acelero y sonrío al ver que puedo coger la primera curva por donde yo quiero. Cuando dejo atrás la curva, derrapo y salto con la moto, pero al tocar el suelo noto que mi muñeca se resiente y me quejo. Pero no pienso dejar la carrera por ese tonto dolor.
La zona bacheada me hace polvo la muñeca, grito y doy gas para salir cuanto antes de allí, pero al llegar a la siguiente curva casi me la como. No puedo ir tan rápido o terminaré cayéndome.
Como puedo, me mantengo en los primeros puestos y, cuando la carrera termina y entro la tercera, sonrío y respiro feliz. Estoy clasificada para otra ronda.
Cuando salgo de la pista y me encamino hacia donde me espera mi gente, todos aplauden encantados y Flyn da saltos de contento.
Al quitarme las gafas y el casco, sonrío y, guiñándole un ojo a mi guapo Zimmerman, digo alto y claro:
—Ya estoy aquí, cariño.
Él me abraza y me besa sin importarle el polvo y la suciedad. Gustosa, yo también lo abrazo y beso.
Las dos siguientes carreras se me hacen cuesta arriba por el puñetero dolor de la muñeca, pero me niego a darme por vencida y consigo clasificarme para la ronda final.
Me duele horrores, pero mejor me callo o mi maridín me sacará de aquí. Aguanto como puedo y, cuando quedan diez minutos para correr la final femenina, miro a Graciela y digo:
—Necesito que me cambies la venda y me la pongas lo más tensa que puedas.
—Pero eso no es bueno, _____. Te cortará la circulación.
—No importa. Hazlo.
Ella me mira. Intuye que me duele más de lo que digo y murmura:
—_____..., si te duele no deberías...
—Hazlo. Lo necesito.
Sin decir nada, lo hace y, cuando me pongo el guante, tengo la mano casi rígida. Eso me evita el dolor, pero también me limita los movimientos y es muy incómodo.
Joe se acerca a mí y, sonriendo, digo:
—Alegra esa cara, cariño. Es la última carrera. —Él asiente y, divertida, añado—: Ya puedes ir comprando una estantería bien grande para mis premios. Me pienso llevar el primero de aquí. Sonríe. Mi seguridad lo relaja y, dándome un beso, murmura:
—Vamos, campeona. Sal y demuéstrales quién es mi mujer.
Su positividad me motiva. ¡Bien, Zimmerman!
De nuevo vuelvo a estar en la parrilla.
Es la última carrera de chicas y de ella saldrán las tres ganadoras. Jurgen, junto a Marta, Joe y todo mi grupo gritan y me animan. Sonrío. Miro a mi alrededor. Las otras corredoras son muy buenas, pero quiero ganar. Lo deseo.
La carrera comienza y, como siempre, mi adrenalina sube hasta el infinito y más allá.
Corro, acelero, salto, derrapo y vuelvo a acelerar. Disfruto. ¡Esto es el motocross!
Con el rabillo del ojo, veo que una de las chicas me adelanta. La tía es buena, muy buena, pero yo confío en mí y quiero ser mejor. Al llegar a la curva quince, la tomo abierta, pero eso me hace perder tiempo y otra corredora me adelanta. Eso me encoleriza. No me gusta perder ni al parchís. Quedan dos vueltas, todavía tengo tiempo para adelantar. Lo consigo. Remonto. Me pongo primera. ¡Toma ya!
Pero en la zona bacheada mi mano se resiente, pierdo fuerza y me vuelven a adelantar.
¡Mierda! Voy la cuarta.
Queda sólo una vuelta para finalizar y decido arriesgar y olvidar el dolor de mi mano. Cuando voy a llegar de nuevo a la curva quince, intuyo que si la tomo por dentro en vez de por fuera ganaré unos segundos. El problema puede ser que al salir de ella la muñeca me falle y no controle la moto. Pero oye..., cosas más difíciles he hecho en mi vida y decido intentarlo.
Aprieto los dientes y me acerco a la curva. Las chicas se abren, yo reduzco y me la juego. Tomo la curva como he planeado y... ¡bien! La muñeca ha respondido y puedo controlar la moto. Acelero. Tres curvas más y me llevo un premio para casa. Sí... sí...
De pronto, una de las moteras salta y, al hacerlo, veo cómo la rueda trasera le rebota, pierde el control y su moto toca mi rueda delantera. Sin poder evitarlo, salgo disparada hacia delante por encima de mi moto.
Todo se oscurece. 
Monse_Jonas
Monse_Jonas


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Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 3 Empty Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por Monse_Jonas Jue 28 Ago 2014, 9:19 pm

Espero les gusten los capis.
Sorry por el retraso.
Gracias por comentar
Y saludos ñ_ñ
Monse_Jonas
Monse_Jonas


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Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 3 Empty Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por mfsuarez09 Sáb 30 Ago 2014, 6:30 pm

Siigueelaaa!!!! Como la dejas ahii, noooo que este bien porfis❤
mfsuarez09
mfsuarez09


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Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 3 Empty Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por Monse_Jonas Mar 02 Sep 2014, 10:43 pm

Capitulo Dieciséis
Oigo un sonido constante e incómodo.
¡Maldito despertador!
Intento moverme para apagarlo, pero no puedo. ¡Qué cansada estoy!
Ruido. Oigo voces. Qué jaleo.
Me llaman. Joe me llama.
Intento abrir los ojos. No puedo. Oscuridad.
No sé cuánto tiempo pasa hasta que vuelvo a oír el despertador.
Esta vez puedo abrir los ojos y parpadeo. Muevo el cuello con cuidado y suspiro. Me duele la cabeza. ¿Qué he bebido? Abro lentamente los ojos y veo un televisor apagado anclado en la pared ¿Dónde estoy? Algo me sujeta la mano y, al mirar, veo la cabeza de Joe apoyada en ella.
¿Qué ocurre?
Como un fogonazo, todo vuelve a mi mente. Carrera. Curva quince. Caída por encima de la moto.
Suspiro.
Madre mía, qué leñazo me he tenido que dar. Respiro. Me duele el cuerpo, pero eso no me importa. Sólo me importa saber que Joe está bien. Lo conozco y sé que estará deprimido y asustado.
Miro su rubia cabellera. No se mueve, pero al mover yo la mano, rápidamente levanta la cabeza, me mira y a mí se me paraliza el corazón mientras murmuro:
—Hola, guapo.
Joe se incorpora y, acercándose a mí, susurra:
—Pequeña, ¿cómo te encuentras?
No puedo hablar. Tiene los ojos enrojecidos, terriblemente enrojecidos, y pregunto:
—¿Qué te ocurre, cariño?
Y entonces hace algo que me deja totalmente sin habla, cuando su rostro, su bonito rostro se contrae y, con un sollozo ahogado, dice:
—No vuelvas a asustarme así, ¿entendido?
Sin entender aún qué ha pasado, quiero abrazarlo. Quiero mimarlo, consolarlo y, tirando de él, hago que me abrace. Las lágrimas se me saltan al notar cómo lo hace desesperado y llora. Iceman, mi serio, gruñón y testarudo alemán, llora como un niño en mis brazos, mientras yo lo arrullo y le beso la cabeza.
Así estamos durante varios minutos, hasta que noto que su respiración se normaliza y, separándose de mí, murmura avergonzado:
—Lo siento, cariño. Perdóname.
Más enamorada que nunca de este hombre, sonrío, le seco las lágrimas y respondo emocionada:
—No tengo nada que perdonarte, cielo.
—Estaba muy asustado... Yo...
—Eres humano y los humanos tenemos sentimientos, cariño.
Mueve la cabeza e, intentando sonreír, me da un beso en la punta de la nariz. Yo pregunto:
—¿Qué ha ocurrido?
Más tranquilo al hablar conmigo, me retira con mimo el pelo de la cara y explica:
—Ha habido un accidente. Te has caído por encima de la moto, has perdido el conocimiento y no lo has recuperado hasta llegar al hospital. Me he asustado mucho, _____...
—Cariño...
—Creí que te perdía.
Su desesperación me pone la carne de gallina. No quisiera haber estado en su lugar. Con lo histérica que soy, seguro que la habría liado parda. Intentando quitarle dramatismo al momento, pregunto:
—Pero estoy bien, ¿verdad?
Emocionado, Joe asiente.
—Sí, cariño. Estás bien. Tienes un traumatismo craneal leve. —Traga el nudo de emociones que pugnan por salir y añade—: Pero estás bien. Te han examinado y no hay nada roto. Sólo una fisura en la muñeca izquierda.
—No habrás llamado a mi padre, ¿verdad?
Joe niega con la cabeza.
—Pensaba hacerlo cuando te despertaras.
—No lo llames. Estoy bien y no quiero asustarlo.
Mi chico me da un beso en la mano y dice:
—Hay que llamarlo, _____. Si quieres, lo hacemos mañana, cuando te den el alta.
Protesto.
—¡¿Mañana?! ¿Y por qué no me la dan ya?
—Porque quieren tenerte veinticuatro horas aquí en observación.
—Pero si estoy bien, ¿no lo ves?
Él sonríe por primera vez y responde:
—Tu testarudez me hace saber que en efecto estás bien, y no sabes cuánto lo celebro. Pero yo también quiero que te quedes en el hospital. Estaré más tranquilo. —Y al ver mi gesto, añade—: Yo estaré contigo. No me moveré de tu lado.
Eso me gusta. Si tengo que estar aquí, la mejor compañía que puedo tener es él. En ese momento, la puerta se abre y entra Marta con una angustiada Sonia.
—Hija de mi vida, ¿estás bien?
—Sí, tranquila, Sonia. Estoy bien. Sólo ha sido un golpe.
—¿Un golpe? ¡Dirás un golpazo! —salta Marta—. Tienes que ver cómo ha quedado la moto para entender el golpe.
Joe deja sitio para que su madre se acerque y me bese, luego le toca el hombro y murmura:
—Tranquila, mamá, _____ está bien.
Ahora la compungida soy yo y, mirando a Joe, pregunto:
—¿Qué le ha pasado a mi moto?
Al no responderme, los ojos se me llenan de lágrimas, me pica el cuello y, dejándolos a todos boquiabiertos, pido:
—Dime que mi moto está bien, por favor.
—Tesoro —dice Sonia—, no te pongas nerviosa.
Joe mira a su hermana para regañarla por el comentario y, finalmente, dice:
—Escucha, cariño, ahora no te preocupes por la moto. Aquí lo único importante eres tú.
Pero eso no me convence. Me rasco el cuello.
Adoro mi moto. Me la compró mi padre con muchísimo esfuerzo años atrás e insisto:
—Dime al menos que se puede arreglar.
Con una candorosa sonrisa, Joe vuelve a ponerse a mi lado y, soplándome el cuello, contesta:
—Se puede arreglar.
Eso me tranquiliza. Mi moto para mí es importante. Es mi conexión con mi pasado, con mi familia, con mi España.
Suena el móvil de Joe, que sale al pasillo para contestar.
—Hija mía —susurra Sonia—, ¡qué susto me he dado cuando me ha llamado Marta!
Sonrío y la tranquilizo y entonces, mi cuñada dice:
—Para susto el mío. Creí que el que no lo contaba era Joe. Ni os imagináis lo histérico que se ha puesto. Casi le he tenido que dar dos guantazos para que te soltara y los de la ambulancia te pudieran atender.
—Debe de haber revivido lo de Hannah. Pobrecito mío —musito horrorizada.
Todas sabemos que es justo eso lo que ha recordado. Él estaba presente.
Saber que Joe, mi amor, ha pasado ese mal rato, me duele en el alma.
Sonia dice entonces:
—Tiene ojos de haber llorado. Soy su madre y lo sé.
—Ni se te ocurra mencionarlo, mamá. Ya sabes cómo es.
La puerta se abre y él entra. Se acerca a mí y dice:
—Simona y Norbert te mandan besos. Les he dicho que no hace falta que vengan, que mañana ya estarás en casa.
Asiento. Pobrecitos, qué disgusto tendrán.
—¿Tú estás bien, hijo?
Joe mira a su madre. Sabe por qué lo pegunta y, sin importarle demostrar sus sentimientos, responde:
—Sí, ahora que veo que _____ está bien.
Ese comentario me hace sonreír. Efectivamente, ¡él es Joe el duro! Pero hoy me ha mostrado otra faceta que yo no conocía y he visto de nuevo lo mucho que me quiere y me necesita.
Horas después, la habitación se llena de gente. Dexter, Graciela y Laila llegan con Flyn, que al verme me abraza, me coge la mano y no consiente que nadie lo separe de mí. Después llegan Frida,
Andrés y Zayn. Éstos me traen un precioso ramo de lirios naranja y yo se lo agradezco.
Todos hablan a mi alrededor y Zayn, acercándose a mí, murmura con gesto preocupado:
—Vaya susto nos has dado, cabecita loca.
—Lo sé. No era mi intención.
—¿Estás bien?
Asiento y Joe se acerca a nosotros y pregunta:
—¿Necesitas algo?
Contesto que no y sonrío. Zayn pone una mano en el hombro de su amigo y dice:
—¿Necesitáis que os traiga algo de casa?
Joe lo mira. Después me mira a mí y contesta:
—Nos vendría bien algo de ropa para _____. Aquí sólo tenemos el mono de carrera y no creo que mañana pueda salir con eso del hospital.
—Luego pasaré por vuestra casa. Simona la preparará y esta noche os la traigo —dice Zayn.
Mi lindo amor sonríe y, dándome un beso en la frente, responde:
—No hace falta que vengas esta noche, Zayn. Con tenerla por la mañana ya está bien.
—Puedo traerla yo —interviene Laila—. No hace falta que Zayn pase por vuestra casa.
—Para mí no es ninguna molestia —insiste nuestro amigo.
Joe, que no se percata de nada, los mira y propone:
—¿Qué tal si Zayn te recoge y venís juntos?
La joven, con su habitual gesto espabilado, mira a nuestro amigo y responde:
—Ah, no... no puedo. Justo mañana por la mañana tengo una reunión.
Zayn asiente, me mira y yo sonrío. Tema solucionado.
Monse_Jonas
Monse_Jonas


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Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 3 Empty Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por Monse_Jonas Mar 02 Sep 2014, 10:46 pm

Capitulo Diecisiete
Los días pasan y mi mejoría es patente. Con penita, el jueves me despido de Graciela y Dexter.
Regresan a México, pero prometemos vernos aquí o allí.
Añoro la compañía de Graciela. Es una niña tan buena que es imposible no echarla de menos. Laila sigue en casa. La verdad es que es encantadora. No he hablado todavía con Simona, pero conmigo, al menos la muchacha es muy maja.
Joe vuelve al hospital. Tiene que hacerse una revisión por su problema en la vista. Marta me deja entrar con él mientras lo atiende y, acobardada, observo lo que le hacen. Cuando termina, los tres nos sentamos en el despacho de Marta y ésta pregunta:
—¿Te ha dolido la cabeza últimamente?
—Un par de veces.
Al oírlo, protesto.
—¿Y por qué no me lo has dicho?
—Porque no quería preocuparte —responde Joe.
Resoplo y miro a Marta, que me pide calma antes de proseguir:
—Joe, de momento todo va bien, pero si te vuelve a doler la cabeza, dímelo, ¿vale?
Él asiente y, cuando salimos del hospital, mi alemán me mira y murmura:
—Sonríe y yo sonreiré.
Días después, cuando ya me encuentro muchísimo mejor de mi accidente, llamo a mi padre y le cuento lo ocurrido. Como siempre, el hombre se asusta y se molesta porque se lo he contado a toro pasado, pero también, como siempre, me lo perdona. Es un amor.
Hablo asimismo con mi hermana, que es harina de otro costal. Raquel se enfada, gruñe y me llama descerebrada por seguir montando en moto. Yo la escucho... la escucho... y la escucho y cuando estoy
a punto de mandarla a hacer gárgaras, pienso en cuánto la quiero y la sigo escuchando. No hay otro remedio.
Cuando por fin se explaya a gustito, le pregunto por Juan Alberto. Sé por Joe que de Bélgica regresó a España y no me sorprende cuando ella me dice que se han visto en Jerez. Pero ahora él ya ha vuelto a México, aunque la llama por teléfono cada dos por tres.
Suena tranquila y parece sosegada, pero sé que sufre. No dice nada, pero lo pasa mal y por ello yo no voy a meter más el dedito en la llaga.
Al colgar, me recuesto en la cama y me duermo. Cuando me despierto, a los diez minutos, Simona entra en mi cuarto con un vasito de agua y unas pastillas. Toca medicación. Cuando acabo, ella dice con guasa:
—¿Quieres que veamos desde aquí Locura Esmeralda? Empieza en diez minutos.
Asiento. Hago que se siente en la cama, se apoye en el respaldo y le pregunto:
—¿Qué ocurre con Laila?
—¿Por qué crees que ocurre algo?
Tentada estoy de mentirle, pero es Simona y digo:
—Te oí discutir con Norbert sobre su visita. Además, me he fijado y ella no tiene buen rollo ni contigo ni con Zayn, pero todos disimuláis. ¿Me vas a contar lo que pasa?
Simona se toca la cara y, tras retirarse el pelo, dice:
—No es mi sobrina, sino la de Norbert. Y la antipatía que le tengo es mutua. Según la madre de ese monstruito, trabajamos sirviendo por mi culpa y por eso siempre nos tratan con desprecio. Pero ¿sabes qué?, prefiero ser sirvienta que un ser deplorable como esa niña, por muy licenciada en Económicas que sea.
—¿Por qué dice eso?
—No es trigo limpio, _____. —Y, bajando la voz, añade—: Ayer mismo volví a discutir con Norbert por culpa de esa sinvergüenza. Le mete pajaritos en la cabeza y...
—¿Pajaritos? ¿Qué pajaritos?
—La madre de Laila vive en Londres y quiere que, cuando nos jubilemos, nos traslademos también allí. Pero yo no pienso ir a Londres ni a ningún otro lado. Me niego.
Vaya tela. Si es que en todas las familias hay líos. Y sin saber qué decirle al respecto, comento:
—Oí que hablabas de lo ocurrido con Zayn, ¿de qué se trata?
—Ella hizo algo muy feo de lo que no voy a hablar. Prefiero que sea el propio Zayn quien te lo cuente. Pero esa horrible niña es mala... muy mala.
Sin saber a qué se refiere, voy a preguntar, cuando la musiquita de Locura Esmeralda comienza y decido callar. Ya seguiremos en otro momento.
Con la angustia reflejada en nuestros rostros, somos testigos de cómo Luis Alfredo Quiñones se recupera tras el tiro que recibió en el pecho, pero sufre amnesia y no recuerda nada. Ni siquiera que su amada es Esmeralda Mendoza y que es padre de un hermoso niño. Ella sufre. Nosotras sufrimos.
Madre mía, ¡menudo culebrón!
Llega octubre y mi accidente está olvidado. Joe y todos me han cuidado, todo va viento en popa y a veces siento un miedo horroroso de ser tan feliz.
En este tiempo, Joe y yo hemos discutido un par de veces por el tema laboral. Yo quiero trabajar, pero él no quiere que lo haga. Cree que el hecho de que yo trabaje nos restará tiempo de estar juntos y nos traerá problemas.
No soporto que me limiten la vida y, al final, cada vez que hablamos de ello, uno de los dos termina marchándose de la habitación dando un portazo.
En ese tiempo, un par de domingos por la mañana, Joe, junto a Flyn y Laila, van al campo de tiro.
Yo me niego. No me gustan las armas y prefiero mantenerlas fuera de mi vida.
Una mañana, Joe me llama desde la oficina y me pide que me acerque al despacho de Zayn para firmar unos papeles. Cuando le pregunto qué papeles son y me contesta que se trata del testamento de los dos, me quedo fría. Tiesa. En Alemania son previsores hasta para eso.
Tras razonarlo, entiendo sin embargo que eso es lo mejor. Anda que no evito problemas a mis familiares si realmente me pasa algo.
En el despacho, todos me saludan con afabilidad. Soy la señora Zimmerman y eso los sorprende a todos excepto a Helga, que, al verme, me saluda encantada. Yo me sonrojo un poco al recordar lo que hice meses atrás en el hotel con ella.
¡Uf... qué calor!
Cuando entro en el despacho de Zayn, los calores se convierten en sudores. La última vez que estuve aquí terminé sobre la mesa del despacho, desnuda y abierta de piernas.
Zayn, al verme, se levanta y me da dos besos en la mejilla.
Con profesionalidad, me enseña los papeles que Joe ya ha firmado y me entero de que nuestro amigo además de abogado es notario.
¡Menudo partidazo es!
Guapo, buenorro, elegante, abogado y notario, ¡casi ná!
Me explica que Joe ha incluido en unas cláusulas a mi padre, hermana y sobrinas como beneficiarios. Eso me emociona. Mi marido piensa en todo. Al final, cojo un bolígrafo y firmo, convencida de que no me voy a morir y de que voy a vivir muchos años.
Cuando acabamos, Zayn me propone comer juntos. Yo acepto. Quiero hablar con él de Laila.
¡La necesidad de saber qué ocurre me corroe!
Caminamos del brazo hacia el restaurante. Zayn bromea continuamente conmigo y yo no puedo parar de reír. Pedimos vino y brindamos por todos los años que Joe y yo vamos a vivir. Entre risas, vamos a comenzar a charlar de nuestras cosas cuando aparecen unos amigos de él y se sientan con nosotros. Nuestra charla se tiene que aplazar. Finalmente, pido una Coca-Cola y paso de vino.
Una tarde en la que estoy aburrida en casa, recibo una llamada de Sonia. Quiere que vaya a verla.
Acepto encantada. No tengo nada mejor que hacer.
Norbert me lleva.
Cuando llego, mi suegra me recibe con el cariño de siempre. Es maravillosa. Estamos charlando cuando, de pronto, suena en la radio la canción September, de los Earth, Wind & Fire y Sonia comenta divertida:
—¿Sabes que siempre que la oigo me acuerdo de la primera vez que te vi bailándola como una loca en aquel hotel de Madrid?
—¿En serio? —Ella asiente y yo añado—: Me encanta esta canción.
—¡Y a mí!
Ambas reímos y, levantándose, propone:
—Pues entonces, bailemos.
Nos levantamos. ¡Mi suegra es la bomba! Sube el volumen y comenzamos a bailar como dos posesas, mientras cantamos:
Ba de ya, say do you remember.
Ba de ya, dancing in September.
Ba de ya, never was a cloudy day.
De pronto aparece Marta, ¡la que faltaba!, y al vernos tan animadas se une a la fiesta y las tres bailamos como locas.
Cuando acaba la canción, nos sentamos entre risas y alboroto, con el subidón de September.
La asistenta que vive con Sonia nos trae unas bebidas fresquitas. Rápidamente, cojo una Coca-
Cola. Estoy sedienta.
—Bueno, mamá, pasado el momento euforia, ¿qué ocurre?
Eso llama mi atención. ¿Ocurre algo?
Madre e hija se miran, después Sonia me mira a mí y dice:
—Necesito vuestra ayuda.
Marta y yo nos miramos y mi suegra continúa:
—Ya sabéis que rompí con Trevor Gerver hace meses, ¿verdad?
Asentimos.
—Pues resulta, que, anteanoche, cuando estaba cenando con un amigo en un restaurante, lo vi aparecer del brazo de una jovencita monísima.
—¿Y qué, mamá?
—Pues que esa jovencita no tendría más de treinta años.
—¿Y qué? —pregunto yo.
—Que me dio mucha rabia verlo tan bien acompañado —murmura Sonia.
Yo parpadeo. No entiendo nada. Sé que mi suegra pasaba de ese hombre. Entonces, Marta pregunta:
—¿Te dieron celos?
—No, hija.
—Entonces, ¿qué pasa?
—Pues que me dio rabia que su acompañante fuera más joven que el mío.
Me da la risa. No lo puedo remediar. Sonia nunca para de sorprenderme y Marta protesta.
—Mamá, por favor, pero ¿de qué hablas?
Yo sigo riéndome, cuando Sonia explica:
—Trevor, al verme, se acercó a mí y me invitó a una fiesta que da mañana en su casa.
—¿Y qué? —pregunta Marta.
—Pues que es un problema, hija.
—Pues no vayas —intervengo yo—. Si no te apetece, ¡con no ir, solucionado!
Ella me mira y resopla. Yo cada vez entiendo menos qué ocurre, cuando Sonia, mirándonos, suelta:
—Quiero ir a esa fiesta. Pero no con un hombre de mi edad. Lo que quiero es ir con un joven guapo y atractivo. Vamos, ¡de escándalo! Quiero que ese presumido de Trevor Gerver se dé cuenta de que una mujer como yo también puede levantar pasiones en los más jovencitos.
Bueno... bueno... bueno... ¡si me pinchan no sangro!
—Mamá, ¿quieres contratar a un gigoló?
—No.
—Entonces, ¿qué es lo que quieres, Sonia? —pregunto, totalmente perdida.
Desesperada, la mujer nos mira y, tras beber de su bebida, grita, levantando las manos:
—Un bombón, ¡eso es lo que quiero!
Marta y yo nos miramos y segundos después rompemos a reír.
Me parto. ¡Me muero de risa!
Sonia es la bomba y al ver que las dos no podemos parar de reír, protesta:
—Pues vaya ayuda que tengo con vosotras.
—Mamá... mamá... pero...
Marta no puede continuar. Al verme a mí reír, sigue riendo y Sonia nos observa. Al final, conseguimos parar y mi cuñada dice:
—A ver, mamá, ¿cómo quieres que te ayudemos?
Y al ver la cara con que nos mira, muerta de risa respondo en su lugar:
—Creo que lo que quiere es que le busquemos un guaperas del Guantanamera, ¿verdad?
—Mamááááá —protesta Marta.
—Pues sí, hijas. Necesito un mulato sabrosón que sea buena persona y que deje a Trevor Gerver y su acompañante a la altura del betún —dice la mujer, aplaudiendo.
—Mamááááá —repite Marta.
Una vez desvelado su deseo, Sonia nos mira y añade:
—Si esto no fuera importante para mí, no os lo pediría. Pero sé que vosotras podéis conocer a un muchacho decente que me acompañe.
Cuando puedo parar de reír, miro a Marta y ella, divertida, responde:
—Vale, mamá. Lo que quieres es un chico que te acompañe a la fiesta, no te meta mano y te deje como una reina delante de todos, ¿verdad?
—¡Exacto, hija! No quiero un putero, ni un gigoló que cobre sus servicios. Sólo un muchacho guapo, decente y divertido que quiera acompañar a una pobre anciana.
—No te pases con el drama... Julieta —me mofo y Sonia se ríe.
—Mamá, lo de pobre anciana sobra, ¿no crees?
Ella suelta una carcajada y, mirándonos, contesta:
—Vale, vale... En resumidas cuentas, necesito un bombón que sea amigo vuestro y del que me pueda fiar.
—Se lo podemos decir a Reinaldo —sugiero divertida.
—No —dice Marta—, Reinaldo estuvo en tu boda y Trevor lo puede reconocer.
Las dos pensamos y pensamos hasta que de pronto nos miramos y soltamos divertidas:
—¡Don Torso Perfecto!
—¿Y ése quién es? —pregunta Sonia.
—Máximo. Un amigo —aclara Marta—. Llegó a Alemania hace seis meses y es un tío muy majo.
Por cierto, profesor de baile, y está enrollado con Anita.
—¡No me digas! —exclamo alucinada y Marta asiente.
—¿Anita es tu amiga la de la tienda de ropa? —pregunta Sonia.
—Sí, mamá.
Mi suegra me mira y yo explico:
—Máximo es todo un bombón, pero no es mulato, sino argentino.
—Che, boludo —aplaude Sonia—. Me encantan los argentinos.
Marta rápidamente coge el móvil, llama a Anita y le cuenta lo que ocurre. Ésta queda en comentárselo a Máximo y nos llamará. Cuando cuelga, Sonia me mira y dice:
—Por lo que más quieras, hija de mi vida, a Joe no se lo cuentes o no me habla el resto de mi vida.
Divertida, asiento. Voy a volver a guardarle un secreto a Sonia y contesto:
—Tranquila, no le diré ni mu. Porque como se entere de que te he ayudado en esto, deja de hablarme a mí también.
Todas nos reímos. Conocemos a Joe y ¡si se entera, nos mata!
Suena el teléfono de Marta. Es Máximo. Quedamos en verlo en una hora en la tienda de Anita.
Muerta de risa, subo con mi suegra y mi cuñada al coche de ésta y vamos hacia allá.
La situación me parece surrealista, pero divertida. Una excentricidad más de Sonia. Cuando entramos en la tienda, el bombón no ha llegado todavía y charlamos tranquilamente con Anita. Le parece buena idea que su novio acompañe a la madre de su mejor amiga, aunque ríe al entender las intenciones.
Cuando aparece Máximo, la cara de Sonia nos dice lo que piensa de él. ¡Le encanta!
El argentino es impresionante, no sólo por lo simpático que es, sino por lo bueno que está. Con un cariñoso beso, nos saluda a todas y, cuando mira a Sonia, la coge del brazo y, dejándonos a todas muertas, dice:
—Vos y yo vamos a ser los reyes de esa fiesta.
Mi suegra asiente y todos nos reímos. Media hora más tarde han concretado los detalles y, cuando nos alejamos en el coche, miro a Sonia y digo:
—Pues nada, suegra, ¡a pasarlo bien!
—Oh, sí, hija, ¡no lo dudes!
Volvemos a reír y Marta, que conduce, al parar en un semáforo dice:
—Mamá, _____ y yo sólo te podemos decir una cosa.
Sonia nos mira y pregunta:
—¿Qué, hijas?
Muertas de risa, las dos nos miramos y gritamos al unísono:
—¡Azúcar!
Dos días después, cuando llamo a Sonia para ver qué tal fue todo, la mujer está muy feliz. Máximo se comportó como un caballero y Trevor Gerver y todos los asistentes a la fiesta se quedaron sin habla ante la galantería y el buen ritmo de caderas del argentino.
Pasan los días, mi accidente de moto está olvidado y mi muñeca perfecta. Joe y yo cada día nos queremos más, a pesar de nuestras discusiones por el trabajo. Flyn está contento en el colegio. Es un buen año para él.
Lo único que me agria la existencia es pensar en mi amada moto. El día que veo la cruda realidad, me da tal bajón que hasta se me saltan las lágrimas. Mi preciosa Ducati Vox Mx 530 de 2007 está mala... muy malita.
Cuando regresamos a casa, no quiero hablar de motos. Joe, más interesado que yo, ni lo menciona e, intentando hacerme olvidar, llama a Marta y le sugiere que quede conmigo y con Laila para animarme.
Noches después, me voy de juerga con ellas y terminamos en el Guantanamera.
¿Por qué siempre vamos allí?
Estoy segura de que cuando Joe se entere torcerá el morro. No le gusta que vaya a ese sitio, donde, según él, sólo se va a ligar. Pero está equivocado. Yo voy al Guantanamera a bailar y a pasármelo de vicio mientras grito “¡Azúcar!”.
Reinaldo, al vernos llegar, me saluda con cariño y, poco después, ya estoy bailando Quimbara como una loca con él.
El tío baila estupendamente y hace que parezca que también yo sé bailar. No es que sea una especialista, pero, oye, ¡sé moverme muy bien!
Llegan Anita y Máximo. Éste, al vernos, nos habla de Sonia y de lo bien que se lo pasó con ella.
Me invita a bailar después y yo acepto. Máximo es como Reinaldo, ¡tiene un ritmazo en el cuerpo que no se puede aguantar!
Hace calor y bebo varios mojitos. Están de muerte y los disfruto. Me fumo algún que otro cigarrito con Marta y, por unas horas, me olvido de mi moto y de las discusiones por el trabajo y vuelvo a sonreír.
Sobre las doce de la noche, inesperadamente aparece el bombonazo de Zayn acompañado por Fosqui, el caniche estreñido. Nos sorprendemos al encontrarnos allí y observo que Laila rápidamente se va a bailar con un tipo.
Zayn, al verme tan acalorada, se acerca a mí y, tras darme un par de besos en la mejilla, pregunta:
—¿Qué haces aquí?
Con varios mojitos encima, contesto:
—Bailar, beber y gritar “¡Azúcar!”.
Él suelta una carcajada. El caniche no.
—¿Está Joe aquí? —pregunta.
—Noooooooooo... no le gusta este antro de perversión.
Mi amigo asiente, mira alrededor y cuchichea:
—Si fueras mi mujer, a mí tampoco me gustaría.
Me río. ¡Otro plasta como su amigo!
Cuando comienza la siguiente canción, lo agarro de la mano y lo invito a bailar. Vaya... vaya... tiene ritmo cubano el alemán.
La intensidad de la canción sube y, con ella, nuestro ritmo y nuestras risas.
El caniche baila también con un amigo de Reinaldo y Zayn, acercándose a mi oído, murmura:
—No te conviene salir con Laila.
—¿Por qué?
—No es una buena persona.
Monse_Jonas
Monse_Jonas


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Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 3 Empty Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por Monse_Jonas Mar 02 Sep 2014, 10:47 pm

Capitulo Diecisiete Segunda Parte


Al oír eso, recuerdo que tenemos una conversación pendiente y, tirando de él, lo llevo hasta la barra sin importarme los ladridos del caniche. Le pido dos Margaritas al camarero y digo:
—Cuéntame qué pasó entre tú y Laila.
El guaperas de mi amigo asiente, bebe un trago de su bebida y, clavando sus ojos azules en mí, se toca la barbilla.
—¿Sabes quién es Leonard Guztle?
—No.
—Era el hombre que vivía con Hannah y Flyn cuando...
—¡Lo conozco!
—¿Lo conoces?
Asiento y explico:
—Hace unos meses, una tarde que paseaba con Susto por la urbanización, vi un hombre al que no le funcionaba el coche. Me acerqué a él, le eché un vistazo y era un fusible. Se lo cambie y él se presentó. Luego llegó Joe y hubo un mal rollo increíble. Cuando el hombre se fue, Joe me dijo que era Leonard Guztle, el novio de Hannah, que al morir ésta no quiso saber nada de Flyn. Es ése, ¿verdad?
Zayn asiente.
—Pues ahora que sabes lo que piensa Joe de ese imbécil, ¿qué te parece si te digo que pillé a Laila con él en el coche de Joe, a la semana de morir Hannah?
Boquiabierta, lo miro y él añade:
—Vi un antiguo Mercedes que Joe tenía aparcado en el garaje de mi edificio y, al reconocerlo, me acerqué a él. La sorpresa fue encontrarme a esos dos follando como mandriles en la parte de atrás.
Hannah acababa de morir y...
—Madre mía, si Joe se entera.
—Exacto, ¡si Joe se entera! Pero no se enteró. Le evité el mal trago. Eso sí, le dije a esa idiota que se alejara inmediatamente de Joe o le contaría la verdad.
—Gracias, Zayn —murmuro agradecida—. Oye, ¿y por qué estaban en tu garaje?
—Tras lo de Hannah, Leonard alquiló un piso en el mismo edificio donde yo vivo. Pero el problema surgió cuando esa descerebrada les fue a sus tíos con el cuento de que yo había intentado propasarme con ella ese día y le había roto el vestido que llevaba.
—¿Cómo dices?
—Sí, amiga. Lo que oyes. Pero Simona, que es muy lista, me lo preguntó y yo la saqué de su error.
Parpadeo y alucino.
¡Pedazo de zorrasca es Laila!
Zayn bebe un nuevo trago de su bebida y prosigue:
—Por suerte para mí y desgracia para ella, en el edificio donde vivo y en mi casa hay cámaras y les pude enseñar la grabación en que se la veía con Leonard y confirmé que quien le rompió el vestido fue él y no yo. Tras eso, Laila se marchó a vivir a Londres con su madre.
Sin palabras me ha dejado.
Miro a Laila. Ella me mira e intuyo que supone lo que Zayn me cuenta. Su mirada no me gusta.
Mi sexto sentido se reactiva y auguro problemas.
—Por lo tanto, queridísima _____, cuanto más lejos tengamos todos a esa mujer, mejor. Es una víbora con piel de cordero.
Laila nos observa.
Ya no baila.
Habla con el caniche y las dos parecen entenderse. De pronto, una idea cruza mi mente y pregunto:
—¿Has dicho que también tienes cámaras en tu casa?
—Sí.
Mi cara lo dice todo. Él sabe lo que pienso y, acercándose, cuchichea:
—Tranquila, cuando Joe y tú me visitáis, las apago.
—¿Seguro?
Él asiente.
—Segurísimo. Nunca dudes de mi amistad. Os valoro demasiado a los dos.
En ese momento, Marta se nos acerca y, apoyándose en Zayn, dice:
—Pero si está aquí el bomboncito sabrosóóóóón.
Zayn, divertido, la coge de la cintura.
—Hola, preciosa. Vaya marcha llevas. ¿Dónde está Arthur?
—Trabajando —responde.
Después, mueve las caderas y se mofa.
—Sinceramente, creo que en otra vida fui cubana. Me va este rollito cantidad.
Los tres reímos y la loca de mi cuñada, tras beberse mi mojito, grita “¡Azúcar!”. Y moviendo las caderas sale de nuevo a la pista para bailar con Máximo. Sedienta, pido otro mojito más y Zayn pregunta:
—¿Cuántos llevas?
—Unos cuantos.
—Ten cuidado o mañana estarás fatal.
Asiento sonriendo y, cuando el camarero me trae mi nuevo mojito, bebo un trago y digo:
—Tranquilo. Y deja de tratarme como si fueras Joe o mi padre.
Divertidos, miramos la pista, donde mi cuñada baila.
—Qué divertida es Marta.
Sin poder evitarlo, miro al caniche, que baila con Reinaldo, y pregunto:
—¿Cómo puedes estar con una tía tan... tan antipática?
Zayn me mira, sabe a quién me refiero, y responde:
—Porque las simpáticas e interesantes ya estáis ocupadas.
Eso me hace reír. Él y sus halagos.
No me incomodan, sé que son totalmente inocentes. Al ver que un par de mujeres se ponen a nuestro lado y se lo comen con los ojos, pregunto:
—¿Nunca has estado en serio con nadie?
El alemán sonríe, guiña un ojo a las mujeres que están detrás de mí y niega con la cabeza.
—No. Soy demasiado exigente.
—¿Exigente?
Sin poder evitarlo, me río y miro al caniche. Zayn al verme, sonríe y susurra:
—Agneta es una fiera en la cama.
Me lo imaginaba. ¡Lo sabía! Pero qué elementales son los tíos.
Y, mirándolo, pregunto:
—Y si no es mucho cotilleo, ¿cómo te gustan a ti las mujeres?
—Como tú. Listas, guapas, sexys, tentadoras, naturales, alocadas, desconcertantes y me encanta que me sorprendan.
—¿Yo soy todo eso?
—Sí, preciosa, ¡lo eres!
Eso me hace sonreír y él añade:
—Y esto no es ninguna declaración de amor ni nada por el estilo. Te respeto. Respeto a mi mejor amigo y nunca haría nada que pudiera dañar nuestra relación. Los dos sois demasiado importantes para mí. Eso sí, si yo te hubiera conocido antes, no te habrías escapado. —Ambos nos reímos y dice —: Y una vez aclarado esto, si conoces a alguna mujer, soltera y con esas cualidades, dímelo que estaré encantado de conocerla.
Sé que es sincero.
Sé que esto, a ojos de otros, puede parecer otra cosa, pero Zayn ante todo es nuestro amigo. Un excepcional amigo por el que pondría la mano en el fuego, porque sé que nunca me va a fallar.
Reinaldo se me acerca en ese momento. Suena Guantanamera y, mirándonos, dice:
—Vamos, esto es un vacilón.
Yo me río. Zayn me mira y pregunta:
—¿Qué ha dicho que es?
Divertida, suelto una carcajada:
—Vacilón quiere decir fiesta.
Zayn sonríe y Reinaldo, cogiéndome de la mano, tira de mí.
—Vamos mi amol. A todo meter vamos a bailar.
Encantada, meneo las caderas y bailo con él como una descosida, mientras Zayn regresa junto al caniche y le hace unos mimitos.
Durante horas todos nos divertimos. Bailo con varias personas y un tipo intenta propasarse. Zayn y Reinaldo, al verlo, acuden en mi auxilio, pero yo los paro con la mirada. Le retuerzo el brazo al tipo y, cuando su cara da en la mesa, siseo:
—Vuelve a tocarme el culo y te corto la mano.
Reinaldo y Zayn se miran divertidos y continúan a lo suyo. Minutos después, mientras bebo, Laila se acerca y pregunta:
—¿De qué hablabas con Zayn?
La miro alucinada. ¿A que la mando a la mierda?
Sin muchas ganas de confraternizar con ella después de lo que ahora sé, respondo:
—De algo que tú sabes y que como se entere Joe no vuelves a entrar en mi casa.
Sus ojos lo dicen todo. Está furiosa, rabiosa. Y, sin más, se da la vuelta y se va. La veo salir del local y me encojo de hombros.
Muchos mojitos después, Zayn se acerca a Marta y a mí y se despide, aunque antes señala al tipo al que le he tenido que parar los pies y comenta:
—Si Joe estuviera aquí, ése dormía hoy calentito.
Eso me hace reír y se marcha. Una hora después, nosotras decidimos hacer lo mismo y, cuando entro en casa de madrugada, más contenta que un san Luis, Joe, mi Joe, está despierto. Me espera. Al verme, mira el reloj.
Las tres y media.
—Has ido al Guantanamera, ¿verdad?
—Sí.
No pienso mentirle. He ido al sitio donde están mis amigos.
Joe resopla y pregunta:
—¿Por qué no has regresado con Laila?
Sonrío, lo beso y, acercándome, digo:
—Porque me lo estaba pasando de vicio.
Él se mueve nervioso e, incapaz de callar, salto:
—Entre muchas otras cosas, esa petarda es una aburrida, cariño. Y el tiempo en el Guantanamera se me ha pasado volando con tanto vacilón.
Me mira. Está ceñudo y yo, como a veces soy una tocapelotas, suelto:
—¡Ya tú sabes, mi amol!
Su mirada me traspasa y, sin hablar, sé que me grita: «¡Te estás pasando, morenita!».
A mí me entra la risa tonta sin poderlo remediar.
¡Joder con los mojitos!
Al día siguiente, cuando me levanto, la cabeza me martillea.
No recuerdo haber bebido tanto, pero sí que no paré de bailar.
Joe está en la oficina y, al no tener ningún mensaje suyo en el móvil, supongo que no debe de estar muy contento. Recordar cómo me miraba la noche anterior conmigo mientras yo me partía de risa me hace intuir que su estado de ánimo será de todo menos risueño.
Lo llamo al móvil. Necesito oír su voz.
—Dime, _____.
—Hola, cariño. ¿Cómo estás?
—Bien.
Silencio. No dice nada. Sabe cómo martirizarme y digo:
—Oye, cariño, en referencia a lo de anoche...
—No quiero hablar de ello ahora —me corta—. Estoy ocupado. Cuando llegue a casa, si quieres hablamos.
—Vaaale —suspiro. Y, antes de colgar, susurro—: Te quiero.
Oigo su respiración y, tras unos segundos que para mí son eternos, dice:
—Y yo a ti.
Cuando cuelgo el teléfono, el estómago me da un vuelco, la garganta me quema y corro al baño mientras pienso “Demasiados mojitos, mi amol”.
Paso un día horroroso. Me encuentro fatal y decido quedarme en la cama. Necesito dormir.
Por la tarde, cuando oigo el coche de Joe, me levanto y siento que estoy mejor. ¡Qué alegría! Sin correr, para que mi estómago no se altere, salgo de la habitación y, cuando llego a la escalera, oigo que la puerta de la casa se abre y, para mi sorpresa, la voz de Laila dice:
—_____ está descansando. No se encuentra bien.
—¿Qué le ocurre? —oigo preguntar a Joe.
Asomándome con disimulo por el rellano de la escalera, los miro y oigo que la joven explica:
—Le dolía la cabeza y no ha querido comer. Anoche bebió demasiado.
—¿Bebió demasiado?
La zorrasca de Laila asiente y añade:
—Entre tú y yo, no me extraña que le duela la cabeza; no paró de fumar junto a Marta y perdí la noción de mojitos que se bebían mientras bailaban con los hombres de por allí.
Estoy alucinada..., flipada.
Y me quedo bloqueada mientras ella sigue:
—Por cierto, Zayn apareció por el Guantanamera.
—¡¿Zayn?!
La cara con que Laila asiente no me gusta y añade:
—Fue con una mujer y lo pasó bien con ella, pero también muy bien con _____. Bueno, ya sabes cómo es tu amigo. No desaprovecha ninguna oportunidad ante una mujer sola.
La mato. Yo la mato.
Le arranco los ojos y me hago unos pendientes.
Pero ¿qué está dando a entender esta insensata?
No veo la cara de Joe. Desde donde estoy, sólo le veo la espalda y se la noto envarada.
¡Mal rollito!
Sin más, se encamina a su despacho y dice:
—Gracias por la información, Laila.
Abre la puerta y, dejándola fuera, se la cierra en las narices.
Maldita trepa. Está claro que el buen rollito entre nosotras se acabó.
Estoy a punto de bajar y cortarle las orejas, pero en ese momento aparece Simona con Calamar en sus brazos y Laila dice:
—Vamos, suelta al engendro ese y ve a prepararme el baño.
Simona al oírla, la mira.
—Aquí el único engendro que veo eres tú. Prepáratelo tú solita.
“Olé y olé y olé mi Simona”, estoy a punto de gritar, pero me callo.
Zayn tiene razón. La chica es una víbora con piel de cordero.
Por la noche, Joe no está muy comunicativo. Intento hablar con él, pero al final desisto. Cuando se pone así de cabezón, mejor dejarlo. Ya se le pasará.
Cuando nos acostamos, me da la espalda. Sigue enfadado por mi juerga de anoche. Resoplo a la espera de que me diga algo. Pero nada. Ni mis resoplidos lo hacen reaccionar.
Al final, acerco la boca a su oreja y murmuro:
—Te sigo queriendo aunque no me quieras hablar.
Después, me doy la vuelta en la cama. Un buen rato más tarde, cuando estoy casi dormida, siento que Joe se mueve, se acerca a mí y me abraza. Sonrío y me duermo.
En noviembre ya estoy de Laila hasta el gorro.
Cada día se me hace más difícil tenerla cerca. Desde que sabe que conozco su secreto, me ha declarado la guerra. Eso sí, cuando Joe está delante, somos dos estupendas actrices.
Flyn se ha ido de excursión con su colegio y esta noche duerme fuera. Mi pitufo gruñón se hace mayor.
—Mañana vuelve Flyn —digo, encantada, mientras cenamos—. Seguro que se lo está pasando de maravilla.
Joe asiente y sonríe. Pensar en su sobrino siempre le causa ese efecto. En ese momento, Laila dice:
—Por cierto, mi trabajo acaba la semana que viene y os tengo que abandonar.
¡Madre mía, qué notición!
Estoy a punto de levantarme y hacer la ola, pero me contengo, no quiero incomodar a Joe.
—Oh, ¡qué penaaaaaaaa! —miento como una bellaca.
Ella me mira y yo parpadeo.
Joe, que me conoce, me mira, sonríe, levanta una ceja y le pregunta a Laila:
—¿Qué día te irás?
—Quiero mirar billetes para el 7 de noviembre.
Mi chico asiente y dice:
—La semana que viene tengo que ir a Londres unos días por trabajo. Si quieres venir en el jet conmigo, por mí encantado.
—¡Genial! —responde ella.
¡Stop!
¿Que Joe se va a Londres?
¿Cómo que se va y no me lo ha comentado?
Lo miro, pero decido callar. Cuando estemos solos le preguntaré.
Una vez acabada la cena, nos sentamos un rato ante el televisor. Laila, como es una pesada, se sienta a nuestro lado. Pero estoy inquieta, quiero hablar con Joe y, mirándolo, digo:
—Cariño, tengo que hablar contigo.
Al oír eso, Laila, sorprendiéndome, se levanta rápidamente y, con un angelical gesto, dice:
—Os dejare solos. Hoy me apetece leer.
Una vez nos quedamos él y yo en el salón, Joe me mira. Sabe que estoy molesta por lo del viaje y, deseoso de aplacarme, sonríe y se acerca al equipo de música.
¡No sabe ná el alemán!
Mira varios CD de música y, enseñándome uno, dice guiñándome uno de sus bonitos ojos:
—Esta canción te gusta mucho. Vamos, levántate y baila conmigo.
Sorprendida porque quiera bailar, me levanto.
¡Esto no me lo pierdo!
Y, cuando comienza a sonar Si nos dejan, esa maravillosa ranchera, lo abrazo y susurro:
—Me encanta esta canción.
Joe sonríe y, mientras me aprieta contra su cuerpo, contesta:
—Lo sé, pequeña... Lo sé.
Bailamos abrazamos la bonita pieza y sonreímos cuando los dos la tarareamos.
Si nos dejan, buscamos un rincón cerca del cielo.
Si nos dejan, haremos con las nubes terciopelo.
Y ahí juntitos los dos, cerquita de Dios será lo que soñamos.
Si nos dejan, te llevo de la mano, corazón, y ahí nos vamos.
Si nos dejan, de todo lo demás, nos olvidamosssssssssss.
Si nos dejan...
Estar entre sus brazos es el mejor bálsamo para mis dudas.
Estar entre sus brazos es lo mejor que me ha pasado en la vida.
Estar entre sus brazos me hace sentir querida y segura.
Una vez la canción se acaba, me dejo guiar por él y nos sentamos muy juntitos en el sillón. Sus besos me encantan y, cuando nuestras bocas se separan, dice con gesto risueño:
—Lo de “qué penaaaaaaaaaaa” ante la marcha de Laila a mí no me ha engañado. ¿Qué te ocurre con ella?
Su comentario me hace gracia, pero no respondo y pregunto a mi vez:
—¿Qué es eso de que te vas a Londres?
—Trabajo, cariño.
—¿Cuántos días?
—Tres. Cuatro a lo sumo.
—¿Y cuándo se supone que me lo ibas a decir?
—Pues unos días antes. —Y al ver mi gesto, añade—: Ya sabes que allí...
—... está Amanda, ¿no?
Joe me mira y yo le sostengo la mirada.
Como siempre con ese tema, la tensión crece entre nosotros, hasta que él murmura:
—¿Cuándo vas a confiar en mí? Creo que ya te he demostrado que...
—Es Amanda... —lo corto—. ¿Cómo quieres que confíe?
Veo que niega con la cabeza, cierra los ojos y dice:
—Cariño, si tan desconfiada eres, ven conmigo. Acompáñame. No tengo nada que ocultar. Sólo voy a trabajar. Soy el cabeza de familia y de mí se espera que lo haga.
Le entiendo. Tiene más razón que un santo, pero Amanda... Laila... esas mujeres me hacen desconfiar, no de él, sino de ellas.
Joe se levanta. Va hasta el mueble bar y, sin dejar de mirarme, se sirve un whisky mientras Luis Miguel canta Te extraño. Después regresa al sofá y dice sentándose a mi lado:
—Recuéstate.
Sorprendida, lo miro y él insiste:
—Estoy esperando.
Hago lo que me pide. La lujuria de su mirada ya me ha picado. Cuando estoy recostada, mete las manos por debajo de mi cómodo vestidito de algodón y, tirando de mis bragas, me las quita. Menos mal, no me las ha roto.
Acalorada, observo cómo me mira hasta que murmura:
—Encoge las piernas y ábrelas.
Guauuuu... ¡sexo! Pero algo incómoda, digo:
—Joe, Laila puede entrar en cualquier momento y...
—Hazlo —exige.
Hechizada por su mirada y muy excitada por su orden, obedezco. Me pone un cojín bajo el trasero y, cuando tiene mi pelvis a la altura que desea, coge su copa de whisky y echando un chorrito sobre mi sexo, murmura:
—Pequeña, como dice la canción, yo sólo quiero estos momentos contigo. Sólo quiero beber de ti.
Acto seguido, posa su boca en mi acalorado y húmedo sexo y yo jadeo. Sus lametazos me vuelven loca y, cuando su lengua aprisiona mi clítoris y lo mordisquea, un gemido sale de mí.
Me abandono a él.
¡Oh sí..., sí!
Dejo que sus manos me abran los muslos mientras su boca, exigente, chupa, lame, mordisquea y me hace vibrar. Me lleva al séptimo cielo, al octavo y al que él se proponga. Lo adoro.
Mis manos se agarran al sofá, siento cómo me tiemblan las piernas y me deshago por momentos, mientras oigo mis propios gemidos y él juega con su lengua dentro de mí. Me posee con su boca y yo me abro como una flor.
El calor sube por instantes y, enloquecida, suelto el sofá y lo agarro a él con fuerza por el pelo. Lo aprieto contra el centro de mi deseo, ansiosa de que ese placer tan intenso no acabe nunca... nunca... nunca...
Pero ante mi entrega, mi amor se separa de mí. Con una mirada terrenal que abrasaría hasta el mismísimo Polo Norte, se desabrocha el cordón del pantalón de andar por casa y dice:
—Incorpórate. Date la vuelta y apóyate en el respaldo del sofá.
Sin demora, hago lo que me pide. Pero Joe está impaciente y, antes de que me apoye, me coge por la cintura y su pene entra en mí.
Caigo contra el respaldo y susurra en mi oído:
—Pequeña, yo sólo deseo... quiero... anhelo poseerte a ti.
Su voz cargada de erotismo y su manera de entrar en mí, tan caliente, tan posesiva me vuelve loca.
Me embiste con fuerza y, como siempre nos ocurre, nuestra parte animal sale y nos entregamos al puro placer.
Una y otra vez Joe me penetra y yo me abro para él.
Una y otra vez, cada vez más rápido, cada vez más fuerte.
Una y otra vez, mis jadeos y los suyos se funden hasta convertirse en uno solo.
Sin descanso, Joe me aprieta contra el respaldo del sofá y sus acometidas se hacen secas, profundas y certeras.
—Oh, sí..., sí... —murmuro, poseída.
Nuestros jadeos aumentan de intensidad y, juntos, llegamos al clímax. Cae sobre mí. Adoro su peso, su olor. Lo adoro a él. Sólo a él.
Durante varios segundos, lo siento sobre mi espalda, hasta que se retira y murmura en mi oído:
—Pequeña, soy tuyo y tú eres mía. No dudes de mí.

Cinco minutos más tarde, entramos en nuestra habitación, donde quiero, deseo y anhelo que me vuelva a mostrar que no debo dudar de él.
Monse_Jonas
Monse_Jonas


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Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 3 Empty Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por Monse_Jonas Mar 02 Sep 2014, 10:48 pm

Capitulo Dieciocho
Los días pasan y en el colegio de Flyn organizan una fiesta. Él, que este año se ha integrado perfectamente con sus compañeros, quiere asistir y quiere que Joe y yo lo acompañemos. Le prometemos hacerlo.
Trae una circular donde se pide a las madres que preparen algo de comida para el evento.
Encantada, acepto el reto y decido currarme varias tortillas de patata. Quiero que coman una verdadera tortilla de patata hecha por una española. Simona se ofrece a hacer un pastel de zanahoria. Acepto.
Ella hace el pastel y yo hago las tortillas. ¡Genial equipo!
La fiesta se celebra en sábado por la mañana, para que los padres puedan asistir. Flyn está resfriado. Tiene unas decimillas de fiebre, pero no se quiere perder la fiesta y vamos. Cuando aparcamos el coche en una calle colindante al colegio, Joe murmura:
—Aún no sé qué hago aquí.
Mi chico está guapísimo, con un pantalón vaquero a juego con una camisa también vaquera y, dándole un cómplice azote en su duro trasero, digo:
—Acompañar a tu sobrino a su fiesta, ¿te parece poco?
Flyn, que lleva el pastel de Simona, corre delante de nosotros. Ha visto a uno de sus amigos y, encantado, empieza a hablar con él.
—Míralo —susurro orgullosa—. ¿No te gusta verlo tan integrado?
Joe asiente con su típica seriedad y, tras un silencio, añade:
—Claro que estoy feliz por él, pero no me gusta venir aquí.
—¿Por qué?
—Porque siempre odié este colegio.
—¿Tú estudiaste aquí?
—Sí.
Sorprendida por el descubrimiento, me paro y digo:
—Y si tú estudiaste aquí y lo odias tanto, ¿por qué traes aquí a Flyn?
Él se encoge de hombros y, mirando alrededor, explica:
—Porque Hannah lo apuntó, ella quería que estudiase aquí.
Asiento y lo entiendo. Respeta lo que la madre del niño quería. Entonces, Joe añade:
—En los últimos años, sólo he venido aquí para que me hablen mal del comportamiento de Flyn.
—Pues mira, ya era hora de que lo hicieras por otro motivo.
No está muy convencido de ello y, dándole un golpe de cadera, digo:
—Venga..., alegra esa cara. Al fin y al cabo, Flyn está muy ilusionado con que los dos estemos aquí.
Al final sonríe y yo también.
¡Qué lindo que es cuando sonríe así!
En el colegio, el bullicio es ensordecedor. Flyn nos llama y vamos hacia su clase. Al entrar, varios padres y madres nos miran. No nos conocen y nos observan. Los saludo con una sonrisa y, tras dejar las tortillas junto al pastel, Flyn me coge de la mano y me lleva para que vea unos trabajos suyos.
Durante un rato, disfrutamos mirando los trabajos del niño, hasta que veo que Joe resopla y sisea:
—Odio que me miren así.
Con disimulo, escaneo a nuestro alrededor y entiendo lo que dice. Las madres lo miran y sonríen.
Suspiro. Comprendo que su presencia les imponga y, en lugar de ponerme celosa, sonrío y, agarrándolo del brazo, digo:
—Cariño, la mayoría de ellas no han visto un tío como tú en su vida. Es normal que te miren.
¡Estás buenísimo! Y si no fueras mi marido, yo también te miraría. Es más, creo que intentaría ligar contigo.
Sorprendido por mi respuesta, Joe sonríe y, cuando me va a besar, lo paro.
—Stop. —Mi amor me mira y aclaro—: Compórtese, señor Zimmerman. Estamos rodeados de niños.
Sonríe. Verle hacerlo me llena el alma. En ese momento, entra una mujer y dice:
—Por favor, los padres de los niños que han traído comida, que la lleven al gimnasio.
Sin pensarlo, cojo las tortillas, Joe el pastel y, acompañados de otros padres, nos dirigimos a donde la mujer nos indica.
Al entrar, miro alrededor.
¡Qué pasote!
El gimnasio de este colegio es impresionante. Nada que ver con los gimnasios de mi barrio.
—¡Joe Zimmerman!
Al oír la voz, Joe y yo nos volvemos y él, soltando una carcajada, exclama:
—Joshua Kaufmann.
Se acercan y se saludan.
Joshua es un antiguo compañero suyo del colegio y éste nos presenta a su mujer, una repija alemana de mucho cuidado. Me mira de arriba abajo mientras nuestros maridos hablan encantados y yo me doy cuenta de que esta cacatúa y yo nunca vamos a ser amigas.
De pronto, Flyn se acerca a nosotros, me mira y yo le pregunto:
—¿Estás bien, cariño?
El pequeño asiente. Le acaricio la cabeza, luego acerco los labios a su frente, como hacía mi madre y hace aún mi padre y, al ver que no está caliente, me tranquilizo.
Con disimulo, miro a la repija con cara de cacatúa y, en cuanto puedo, me escabullo, desaparezco de su lado. No aguanto un segundo más la mirada viperina de esta idiota.
—¿Quieres Coca-Cola, _____? —pregunta Flyn y yo acepto.
Me llena un vaso con el refresco y, cuando me lo da, un amiguito suyo viene a buscarlo y Flyn se va corriendo dejándome sola. Pero mi soledad dura poco, porque la cacatúa se acerca con dos amigas suyas de la misma especie y pregunta:
—¿El niño chinito es vuestro?
Uy, lo que ha dicho.
Estoy a punto de mirarla con cara de póquer, como hace Flyn, pero me contengo y respondo:
—Sí, es nuestro y es alemán.
—¿Es adoptado?
Opción uno: la mando a freír espárragos.
Opción dos: le doy un guantazo por cotilla.
Opción tres: le aclaro de nuevo, a ella y a sus compañeras cacatúas, que Flyn es alemán y no chino y quedo como una señora.
Definitivamente, me decido por la opción tres. La uno y la dos creo que a Joe le molestarían.
Con una sonrisa made in Raquel, las miro y, tras beber un sorbo de mi Coca-Cola, respondo:
—Flyn no es adoptado. Y, por cierto, no es chino, en todo caso, coreano alemán.
La mujer parpadea, no le cuadra lo que digo. Mira a sus amiguitas y, tras pensar con la única neurona viva que le debe de quedar en ese cerebro despoblado de vida inteligente, insiste:
—Pero ¿es hijo tuyo o de tu marido? Porque está claro que vuestro no puede ser, pues ninguno de los dos sois chinos.
La madre que la parió con los chinos.
Ésta es tonta. Por no decir gilipollas.
Como diría mi padre, ¡si es más tonta, no nace!
La miro con la mirada Iceman y, cuando le voy a decir una de mis lindezas, Flyn se acerca a mí, me coge de la mano y me hace ir tras él.
¡Bien! Me acaba de salvar de un auténtico horror.
Vamos hasta las mesas donde está la comida y una mujer de mi edad, rubia platino, me mira y dice:
—Hola, soy María.
Sin saber de qué va el asunto, respondo en mi perfecto alemán:
—Encantada, soy _____.
—¿Las tortillas de patata las has hecho tú?
—Sí. —Y, para ampliar la información, añado—: Las que tienen la aceituna negra en el centro llevan cebolla. Las otras dos no.
—¿Eres española?
Bueno... bueno... mucho tiempo llevaba yo sin escuchar la preguntita de rigor.
Cuando asiento y espero escuchar aquello de “¡olé... torero... paella!”, la desconocida da un grito y, emocionada como si yo fuera la mismísima Beyoncé, exclama en español:
—Yo también soy española. De Salamanca.
Ahora la que grita como si viera al mismísimo Paul Walker soy yo y me abrazo a ella. Un rubio desvaído que hay a nuestro lado nos mira y sonríe. Cuando dejamos de abrazarnos como si fuéramos hermanas de leche, María dice:
—Te presento a Alger, mi marido.
Cuando voy a darle dos besos, me freno. A los alemanes no les va eso de tanto beso, ni toqueteo latino y le tiendo la mano. El rubio me mira y dice divertido:
—A mí dame dos besos españoles, que me gustan más.
Tras soltar una carcajada, le planto dos besos como dos soles y él añade:
—Me encanta vuestra alegría perpetua.
Sonrío y, de pronto, aparece mi alemán particular a mi lado. Estoy segura de que me ha visto besar al rubio y, rápidamente, ha venido a ver de quién se trata. Ay, mi celosón. Y, agarrándolo por la cintura, digo más feliz que una perdiz:
—Cariño, te presento a María, que es española, y a Alger, su marido.
Mi amorcito, que conoce el carácter latino, le da dos besos a ella y a él le ofrece la mano. Los dos alemanes sonríen y Alger, señalándonos a María y a mí, dice:
—Qué buena elección la nuestra.
Joe sonríe y, divertido, responde:
—La mejor.
Durante un buen rato, hablo con María. Me cuenta que se enamoró de Alger un verano en Salamanca y que el alemán no cesó en su empeño hasta casarse con ella.
¿Serán todos los alemanes tan pasionales?
Quién lo diría, con lo serios que yo siempre los he visto.
En cuestión de minutos, veo que la gente devora mi tortilla. Eso me llena de satisfacción.
¡Les encanta!
De tanto beber Coca-Cola me pasa como siempre, ¡me meo! Busco el baño y corro hacia él. No hay sitio donde no visite los servicios. Al final Joe va a tener razón y soy una meona. Cuando acabo, regreso al gimnasio y veo a las cacatúas junto a Flyn.
¿Qué le preguntarán al niño?
Con disimulo, me acerco sin que nadie me vea y oigo que Flyn dice:
—Las tortillas las ha hecho _____, que es española.
Vaya, al final le están sacando la información que quieren, pero mi gesto cambia cuando oigo que una pregunta:
—¿Y quién es tu papá o tu mamá, él o ella?
¡¿Cómo?!
La sangre se me calienta.
Me entra el calor latino. Ese que mi padre dice que debo controlar.
Dios mío, dame paciencia y saber estar, ¡o me las como!
¿Cómo pueden preguntarle eso a un niño?
Él se queda callado. No sabe qué responder y yo, dispuesta a zamparme a todas ésas sin dejar ni una miguita, me acerco al grupo como una loba en defensa de su cachorro e, inclinándome hacia Flyn, que me mira con expresión extraña, pregunto:
—¿Qué pasa aquí, cariño?
Las cacatúas se quedan calladas, se cortan, pero la repija se lanza y dice:
—Le preguntábamos al niño quién era su padre biológico, si tú o tu marido.
Opción uno: el guantazo se lo doy sí o sí.
Opción dos: le arranco la cabeza y la encesto en la canasta del fondo.
Opción tres: no hay opción tres.
Flyn, que me va conociendo, al ver mi cara va a responder, cuando yo lo miro y digo:
—Calla, cariño, ya respondo yo. —Y, sin moverme de su lado, le pido—: Corre, ve a llenarme un vaso de Coca-Cola, que la voy a necesitar, ¿vale?
Lo empujo con suavidad y, cuando veo que se aleja, me vuelvo hacia ellas con ganas de asesinarlas y siseo:
—¿No os da vergüenza preguntarle a un niño algo así? ¿Acaso os gustaría que a vuestros hijos los acorralara una pandilla de... de... para preguntarle cosas indiscretas? —Ellas se remueven incómodas.
Saben que tengo razón y, dispuesta a todo, gruño—: Para vuestra información, os diré que la mamá de Flyn soy yo y su padre es mi marido, ¿de acuerdo? —Las mujeres asienten con la cabeza y, antes de irme, pregunto—: ¿Alguna pregunta indiscreta más?
Ninguna habla. Ninguna se mueve.
De pronto, siento que una mano coge la mía y me la aprieta.
¡Flyn!
Oh, Dios... ha oído lo que he dicho. Le sonrío. Él no sonríe y me alejo sabiendo que esto traerá más cotilleos.
Cuando llegamos a las mesas donde está la bebida, cojo dos vasos y los lleno de Coca-Cola. Le entrego uno a él y digo:
—Bebe.
El pequeño hace lo que le pido, mientras yo pienso qué decir rápidamente. Tras lo que ha oído, creo que le va a subir la fiebre y cuando se entere Joe, a mí me da un patatús. Pobrecito Flyn. Bebe mientras me mira con expresión extraña.
Vamos, _____...Vamos... ¡Piensa..., piensa!
Al final, su mirada penetrante me angustia, dejo el vaso sobre la mesa y, apechugando con lo que he hecho, digo:
—Tú y yo sabemos que tu mamá es Hannah y lo será toda la vida, ¿verdad? —Flyn asiente—. Pues una vez aclarado eso, quiero que sepas que, a partir de este momento, y en especial ante las cacatúas esas que nos miran y a las que no les he partido la cara por respeto a ti, tu mamá soy yo y tu papá Joe, ¿entendido?
Él vuelve a asentir cuando el recién nombrado papá se acerca al vernos y pregunta:
—¿Qué ocurre?
Resoplo.
Qué situación tan incómoda. ¡Ya la he liado de nuevo!
Pero dispuesta a asumir la bronca que se avecina, respondo:
—Oficialmente, hoy quedas declarado papá de Flyn y yo su mamá.
Joe mira al niño y luego me mira a mí.
Flyn nos mira alternativamente a uno y otro.
Al sentirme taladrada por sus miradas, levantando las manos, digo:
—No me miréis así, que parece que me vais a desintegrar.
—_____... —dice el niño—, ¿te tengo que llamar mamá?
Oh, Dios... Oh, Dios... ¿Por qué soy tan bocazas?
El pequeño tiene una madre, en el cielo, pero la tiene, y yo acabo de meter la pataza hasta el fondo.
Joe no reacciona. Sigue mirándome y yo respondo:
—Flyn, tú me puedes llamar como quieras. —Y, señalando a las mujeres, que no nos quitan ojo, digo en perfecto español para que Joe y él me entiendan—. Pero esas brujas zancudas, peludas y con cara de cacatúa, a partir de hoy, si quieren algo de ti, que primero vengan a hablar con tu mamá o tu papá, ¿entendido? Porque si yo me vuelvo a enterar de que te hacen preguntas indiscretas, como dice mi hermana Raquel, juro por la gloria bendita de mi madre que está en el cielo que voy a por el cuchillo jamonero de mi padre y les rebano el pescuezo.
Bebo Coca-Cola. Bebo o me da algo.
—Vale, pero no te enfades, tía _____ mamá.
Joe sonríe. Sorprendiéndome, sonríe. Acaricia la cabeza del pequeño y dice:
—Flyn siempre ha sabido que yo soy su papá para lo que necesite, ¿verdad?
Con una sonrisa, el crío asiente y, abrazándose a mi cintura, murmura:
—Y ahora sé que la tía _____ es mi mamá.
Los ojos se me llenan de lágrimas. Me emociono. ¡Qué blandita estoy!
Joe se acerca a mí y, sin importarle quién nos mire, me abraza, me besa en los labios y dice:
—Reitero una vez más que eres lo mejor que he tenido en mi vida.
Monse_Jonas
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Mensaje por Monse_Jonas Mar 02 Sep 2014, 10:51 pm

Bueno chicas les dejo estos capi. Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 3 837735280
Espero les gusten. Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 3 2018004571
Por cierto, ya regrese a la escuela así que deje mi trabajo y espero tener más tiempo para publicar más seguido.  Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 3 1936904429
Saludos a todas :timon:
Beshitos :3 Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú)  ADAPTACIÓN - Página 3 1676952631
Monse_Jonas
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