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Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN
:D siguelaa!!, aunque ya la tenga seguire leyendola aqui jajajaja
Kaarelly
Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN
CHICAS MAÑANA LES SUBO CAPI, EL TRABAJO ME CONSUME TODO EL DÍA Y NO ALCANZO A SUBIR, PERO MAÑANA TRATARÉ S LOS JUTO, DE SUBIRLES UN MARATÓN.
SALUDOS.
SALUDOS.
Monse_Jonas
Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN
Capitulo cuatro
A la mañana siguiente, después de una noche de dolor inhumano por la maldita regla, cuando abro los ojos el dolor ha desaparecido. ¡Bien! Sé que es una tregua y que volverá a hacer acto de presencia, pero ya estoy acostumbrada.
Me levanto y, tras desayunar con Dexter y Joe y hacerlos partícipes de los planes de Graciela y míos, Dexter se empeña en que alguien nos acompañe. Se niega a que vayamos solas a cualquier lado de la ciudad. Habla por teléfono y, una hora después, un chófer de lo más simpático nos lleva a las dos a las tiendas más exclusivas.
De tienda en tienda, disfruto comprando todo lo que se me antoja para toda mi familia y para Joe.
Me encanta llevarle cosas a mi chico. Aunque lo conozco y sé que la camiseta roja que dice “Viva la morenita” nunca se la pondrá, la compro sólo por verlo sonreír.
Horas después, cuando yo llevo de todo y Graciela nada, al llegar a una enorme tienda, me envalentono y digo:
—Vamos a ver, Graciela, ¿qué podemos comprarte?
Ella me mira y, con cara de circunstancias, contesta:
—No lo sé. Algo bonito para lucir durante el viaje y por el precio no hay problema. Llevo ahorrando tanto tiempo que creo que hoy es un buen día para gastármelo en ropa.
Sonrío. Su dulzura me encanta y, mirando alrededor, propongo:
—¿Qué te parece si empezamos buscando unos bonitos pantalones vaqueros que te queden de infarto?
—Llevo sin utilizar tejanos desde que era una adolescente.
—¿En serio? —Y al ver que asiente, añado—: Pues chica, yo no podría vivir sin ellos. Es lo que más uso y te aseguro que pegan con todo.
Graciela sonríe y al ver su buena disposición, añado:
—Podríamos comprar varias cositas para combinar que sean modernas y actuales, algunos vaqueros, algún que otro vestido y algo más elegante por si tenemos que ir a alguna fiesta como la de anoche.
Los ojos se le iluminan y susurra:
—¡Padrísimo!
Dispuesta a ayudarla a conquistar a Dexter, sonrío y busco a mi alrededor. Suena de fondo la canción Money, de Jessie J, y yo la tarareo.
It´s not about the money, money, money.
We don´t need your money, money, money.
Cojo unos vaqueros de cintura baja, una camiseta de tirantes violeta y unas botas de caña alta negras.
Guauuu, conociendo a Dexter, estas botas le encantarán.
Es más... me voy a comprar unas que he visto rojas y que a mi chico lo volverán loco.
—Pruébate esto. Seguro que te queda genial.
Graciela mira lo que le entrego como quien mira una cápsula espacial. No es de su estilo, pero si quiero que cause efecto en Dexter, la mejor manera es ésta. Al final, como veo que no se mueve, divertida la empujo al probador. Una vez desaparece, cojo las otras botas y me las pruebo.
¡Son la bomba!
Taconazo... taconazo... Suaves, altas hasta la rodilla y rojas. A mi Iceman le encantarán. Con los vaqueros que llevo me quedan de lujo y decido dejármelas puestas. Son preciosas. En ese instante, mi móvil vibra. Un mensaje.
Te echo de menos, pequeña.
Espero que te compres todo lo que quieras.
Te quiero
Ay, mi chicarrón. Si es que es para comérselo a besos. Está pendiente de mí en todo momento y, con una sonrisa tonta, tecleo:
La tarjeta Visa ardeeeeeeee.
Te quiero, cuchufleto
Le doy a Enviar. Me imagino su sonrisa al leer el mensaje y eso me llena el alma. Joe es tan maravilloso que simplemente pensar en él me hace sonreír.
De pronto, el probador se abre y, como era de esperar, Graciela está fantástica.
¡Menudo cuerpazo tiene la chilena!
La miro boquiabierta.
—Si Dexter no se fija en ti con ese tipazo que tienes, es que está más muerto de lo que yo creía.
Graciela sonríe, pero pregunta:
—¿No será exagerado?
Niego con la cabeza y, convencida de que la chica tiene un potencial tremendo, digo:
—Te aseguro que, cuando te vea, Dexter se levanta y anda.
Ambas nos reímos y, con ganas de que se pruebe más cosas, la apremio:
—Venga... vamos a enloquecer a ese mexicano.
Tras el primer conjunto, la hago probarse una falda larga negra recogida en un lateral, acompañada de una sexy camisa color pistacho que se anuda a la cintura y unos bonitos zapatos de tacón del mismo color. El resultado es espectacular. Hasta Graciela se mira sorprendida al espejo.
—Esto lo puedes utilizar para cualquier fiesta y estarás impresionante.
—Me encantaaaaaaaaaa. —Aplaude al mirarse al espejo.
Cuando se desnuda, le paso un sencillo vestido negro sin mangas y escote de pico. Le añado unos bonitos zapatos negros de tacón, y tela marinera lo guapa que está.
La dependienta está feliz. Le estamos haciendo una buena compra y cuando le pregunto por la ropa interior y nos indica su lugar, Graciela murmura al ver que le paso un conjuntito de lo más sexy, color berenjena.
—Oh, Dios... esto me cuesta más comprarlo.
—¿Por qué?
Con una sonrisita picarona, suspira.
—Porque es lencería.
Suelto una carcajada.
Pero qué tontusas somos a veces las mujeres con las vergüenzas. Si un hombre te gusta, lo que quieres es que te vea sexy, pero sexy... muyyyy sexy. ¡La más sexy del mundo!
Cojo un conjunto azul eléctrico de corpiño y tanga, se lo enseño y añado:
—Yo me voy a probar esto. Digamos que estoy comprando un regalito de cumpleaños para Joe.
Ambas soltamos una carcajada y entramos en los probadores. Veinte minutos más tarde, hemos acabado y pregunto:
—¿Te quedaba bien?
Graciela sonríe y, con gesto pícaro, murmura:
—Llegado el momento, podría ser un buen regalito para Dexter.
Cuando salimos de la tienda es tarde. Llevamos toda la mañana allí y decidimos sentarnos en un restaurante a comer. Estamos hambrientas y yo necesito tomarme un calmante. El dolor vuelve, pero lo atajo antes de que se haga insoportable.
Mientras estudiamos la carta, me fijo en que varios hombres nos miran y eso me hace sonreír.
Dicen varias veces con voz cantarina eso de “¡Sabrosa!”. Y Graciela y yo sonreímos.
Si Joe estuviera aquí, los miraría con su aire de perdonavidas y todos apartarían la vista. Pero no está y disfruto al sentirme admirada. Soy mujer, ¿qué pasa?
Al terminar la comida, veo una peluquería y le propongo a Graciela entrar. Accede encantada.
Rápidamente, yo pido que me alisen el pelo. Sé que a Joe le gusta cuando lo llevo así, y ella, tras dejarse aconsejar por el estilista, permite que le hagan un corte de pelo de lo más favorecedor y juvenil.
El resultado es espectacular.
A cada cosa que Graciela se hace, me quedo más perpleja. Esta joven es terriblemente guapa y debe sacarse partido.
Dos horas más tarde, cuando salimos de la peluquería, uno de los hombres que pasan por nuestro lado pregunta con gracia:
—¿Qué hacen dos estrellas volando tan bajito?
¡Nos piropean!
Ambas reímos y, alucinada, Graciela dice:
—Es la primera vez en muchos años que un hombre me dice algo lindo.
De nuevo otro hombre pasa por nuestro lado y exclama:
—Mamacita... ¡qué sabrosas!
Ambas nos reímos y Graciela comenta:
—Estos mexicanos son muy piropeadores.
Sin sorprenderme por lo que dice, hago que se mire en el cristal de una tienda.
—Vamos a ver, Graciela, pero ¿tú te has mirado bien, reina?
Incrédula, contempla su reflejo.
—Gracias, _____. Muchas gracias por compartir conmigo este bonito día de chicas.
Encantada, le doy uno de mis besazos en la mejilla y, agarrándola del brazo, contesto:
—De nada, preciosa. Con tu nuevo look, más de uno te piropeará. Prepárate, porque cuando lleguemos, Dexter se va a quedar sin palabras.
—¿Eso crees?
—Ajá. —Sonrío divertida—. Te aseguro que su cara será todo un poema. Eso sí, ahora tú debes jugar tus cartas para que se fije en ti. Sigue tu trato correcto con él, pero deja que otros te halaguen.
Eres joven, guapa, soltera y este viaje que vas a hacer con nosotros te puede aclarar muchas cosas.
Creo que Dexter es muy parecido a Joe en muchas cosas y, si le interesas, ya verás como rápidamente mueve ficha o, como decís aquí, ¡te amarra cortito!
De nuevo reímos, e insisto:
—¿Estás segura de que quieres que te amarre cortito?
—Totalmente segura, _____.
—Muy bien. —Asiento y, mientras caminamos, pregunto—: ¿Cenas todas las noches con Dexter?
—Sí. Siempre que él no salga, cenamos juntos.
—Pues esta noche no vas a cenar con él, ni con nosotros.
—¡¿No?! —dice con cara de horror.
Yo niego con la cabeza.
—Llama a alguna amiga tuya y queda con ella para cenar o ir al cine, ¿puedes hacerlo?
—No tengo muchas amigas, la verdad. Llevo cuatro años centrada en Dexter y perdí mis amistades por el camino.
De nuevo no me sorprendo por lo que dice, e insisto:
—¿Ni siquiera una con la que quedar a tomar un café?
—Bueno... puedo llamar a una pareja con la que quedo de vez en cuando.
Su gesto pícaro me indica qué tipo de pareja es y, consciente de ello, respondo:
—Mira, reina, disfruta del sexo si se da la ocasión, como lo disfruta Dexter. Además, hoy estás esplendida y seguro que lo pasas doblemente bien.
Colorada como un tomate, asiente mientras yo hago planes.
—Le diremos a Dexter que hemos coincidido con algún amigo tuyo en el centro comercial y que has quedado con él para cenar. Si le joroba, lo veremos. ¿Qué te parece la idea?
Graciela está bloqueada y disfrutando como una quinceañera de lo que tramamos.
—Mañana prometo contarte con todo lujo de detalles si te ha añorado en la cena.
Me río. ¡Qué mala soy! Al final, ella también se ríe.
Llama a la pareja en cuestión y queda con ellos. Después nos encaminamos hacia el parking donde nos espera el coche.
—Prepárate, Graciela, que hoy a Dexter lo descuadras.
Dicho y hecho. A las siete de la tarde, tras un día entero de compras, entramos en la casa de Dexter, subidas las dos en nuestras botas nuevas. Los hombres, que están hablando en el salón, vuelven la cabeza para mirarnos. Mis ojos se encuentran con los de Iceman y sonrío.
Con seguridad, Graciela y yo nos acercamos a Joe, Juan Alberto y Dexter, y casi me da un ataque de risa cuando este último dice:
—Pero qué dos bellas damitas llegan aquí. —Y, mirándola a ella, añade—: Ahorita mismo dime dónde dejaste a Graciela y quién eres tú.
Con gesto indiferente, como le he dicho que haga, ella lo mira y, sonriéndole, contesta:
—Soy la misma de siempre, pero con ropa nueva.
Sorprendido por el cambio tan increíble, Dexter va a decir algo, cuando Juan Alberto pregunta:
—Graciela, ¿tienes planes para cenar?
¡Guauuuu!, ¡esto se pone interesante!
Si ya decía yo que la chica tiene potencial.
La miro y está roja como un tomate.
Vamossssss, Graciela, responde... respondeeeeeeee.
Pero no... no es ella quien lo hace, sino Dexter, que dice:
—Por supuesto que tiene planes. Cenará aquí con nosotros, ¿verdad?
Graciela me mira. Pobrecita, qué mal momento está pasando.
Aún no se me ha olvidado lo mucho que Joe me imponía y, guiñándole un ojo, le hago saber que ha llegado el momento de jugar sus cartas y dice:
—Lo siento, Dexter pero hoy no cenaré aquí. Hice planes con un amigo.
Bien. ¡Biennnnnnnnnnnn!
Tengo que aguantarme para no aplaudir al ver la cara de desconcierto de él y la oigo añadir:
—Como estás acompañado para la cena, no pensé que mi ausencia te importara.
“¡Olé tu madre, Graciela!¡”, estoy a punto de gritar y, dispuesta a meter información, explico:
—En el centro comercial hemos coincidido con un amigo de Graciela. —Y mirándome el reloj, digo—: Es más, creo que deberías marcharte o no llegarás a tu cita.
Ella, nerviosa, mira su reloj.
Está tan bloqueada como Dexter y, para echarle una mano, me suelto de Joe y, dándole dos besos que la hacen volver a la realidad, la animo:
—Vamos... pásalo bien y no llegues tarde. Que mañana nos vamos a España.
—Espérame, Graciela —le pide Juan Alberto—. Yo también me voy.
Dexter, al verlo, acerca su silla a ella y dice:
—Le diré al chófer que te lleve.
—No, gracias. No necesito chófer.
Y, sin más, se da la vuelta y, subida en sus impresionantes botas, desaparece junto a Juan Alberto por el mismo sitio por donde hemos llegado hace unos minutos.
Una vez se van los dos, Dexter sigue ojiplático y Joe me mira. Divertida, le guiño un ojo a mi Iceman y, al abrazarme, susurra, tocándome el pelo:
—Estás preciosa con el pelo así y me encantan tus botas.
—Graciassssssssssss.
Sin dejar de sonreír, cuando Dexter desaparece por la puerta, mi querido y único amor me mira y cuchichea:
—Intuyo que estás planeando algo, morenita.
Me río. Joe también.
Esa noche cenamos los tres. Mientras lo hacemos, el dicharachero Dexter está más callado de lo habitual. Incluso lo veo mirar el reloj en varias ocasiones. Eso me hace sonreír. Vaya... vaya... lo que estoy descubriendo.
Monse_Jonas
Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN
Capitulo cinco
Al día siguiente, en el desayuno, no veo a Graciela. ¿Dónde se ha metido?Me duele el vientre. La puñetera regla me fastidia cuando viene y cuando se va. ¡Es así de graciosa ella!
Al oír mi gemido, Joe frunce el cejo. Sabe que estoy mal y respeta mi silencio. Por su integridad física, ha aprendido a hacerlo.
Somos los primeros en llegar al jet privado y, al subirme al avión, me espachurro en uno de los cómodos sillones y me tomo un calmante. Necesito que se me pase este maldito dolor.
No hablo. Si lo hago, me duele más.
Joe se sienta a mi lado, me toca la cabeza y dice:
—Odio saber que te duele y no poder hacer nada.
—Más lo odio yo —respondo de lo más borde.
Pobrecito. Me da pena su cara y, acurrucándome contra él, susurro:
—Tranquilo, cariño. Pronto se me pasará y no me dolerá hasta el mes que viene.
Sin más, mi rubio me abraza y, dolorida, caigo en los brazos de Morfeo.
Cuando me despierto, volamos y estoy sola en el asiento. Joe está sentado con Dexter y Juan Alberto, pero en cuanto me muevo, ya está a mi lado.
—Hola, pequeña. ¿Cómo estás?
Parpadeo y me doy cuenta de que mi dolor ha desaparecido.
—En este instante perfecta. No me duele.
Ambos sonreímos y él añade:
—Vaya sueñecito que te has pegado.
—¿He dormido mucho?
Divertido, me pasa la mano por el pelo y, besándome la frente, contesta:
—Tres horas.
—¡¿Tres horas?!
—Sí, cariño —ríe mi chico.
Sorprendida por la siesta, voy a decir algo cuando pregunta:
—¿Quieres comer?
Asiento. He dormido como un oso polar y tengo hambre.
En ese momento, se abre la puerta del baño y sale Graciela. Al verme, se le iluminan los ojos y rápidamente se sienta a mi lado. Joe dice:
—Le diré a la azafata que os traiga algo de comer a las dos.
Asentimos y, cuando nos quedamos solas, ella murmura con disimulo:
—Dexter me ha preguntado dónde estuve anoche.
—¿Y qué le has dicho?
—Que cenando con un amigo.
Al recordar su cita morbosa, pregunto:
—¿Fue bien tu encuentro con la parejita con la que quedaste?
Graciela sonríe, asiente y responde en voz baja:
—Se asombraron al ver mi nuevo aspecto y lo pasamos muy bien.
Sin poder evitarlo, soltamos una carcajada que hace que los hombres nos miren. Joe sonríe, pero Dexter está serio y, cuando dejan de mirarnos, murmuro:
—Guauuu... creo que alguien está molesto.
Ella asiente y, apretándose más en el sillón, cuchichea:
—Dexter quería saber el nombre de mi amigo y al no decírselo se enojó como un burrote.
Eso me hace sonreír y, mirándola, digo:
—Anoche en la cena casi no habló y estuvo todo el rato mirando el reloj. Cuando Joe y yo nos fuimos a dormir, él se quedó solo en el salón.
—Cuando regresé a las tres de la madrugada, estaba despierto allí mismo.
Boquiabierta, exclamo:
—Pero ¿qué me dices?
—Sí —ríe ella—. Estaba leyendo en el salón. Cuando entré, no me dirigió la palabra y me fui directa a dormir. Minutos después, escuché que entraba en su habitación.
Alucinada, miro a Dexter y me doy cuenta de que nos observa. Estoy sorprendida. No es posible que todo vaya tan rápido entre ellos y, mirándola a los ojos, insisto:
—Vamos a ver, Graciela, cuando tú te has insinuado a Dexter, ¿él nunca te ha respondido?
—Nunca.
—Pero ¿te decía algo al menos?
En ese momento llega la azafata y, después de que deje ante nosotras unas bandejitas con algo de comida, Graciela dice:
—La última vez que lo intenté, hará cerca de un año, me dijo que no lo volviera a intentar, porque él no me podía dar nada de lo que yo deseaba y no quería decepcionarme.
—Vaya...
—Recuerdo que no me tomé bien ese desplante y que estuve cerca de un mes sin hablarle. Incluso busqué otro trabajo a través del periódico matinal y él, al darse cuenta, se enfadó. No quería que trabajase para otra persona. Lo increíble fue que al mes siguiente me duplicó el sueldo. Cuando le dije que yo no le había pedido ningún aumento, me respondió que ya que no me podía dar lo que yo pretendía, al menos quería tenerme contenta en lo monetario, para que no me fuera a trabajar para otro.
Pero bueno... ¡aquí hay tema que te quemas! Y segura de lo que digo, exclamo en voz baja:
—Madre mía, Graciela, lo que me acabas de contar me confirma que le gustas, y mucho.
—No... no le gusto. Él nunca hace la menor mención.
—¿Y por qué te sube el sueldo sin que tú se lo pidas?
—No lo sé. Dexter es muy desprendido para el dinero.
—¿No será que es desprendido contigo porque le gustas?
—No creo.
—Pues yo pienso que sí. Le gustas. Ningún jefe sube el sueldo así porque sí.
—¿Tú crees?
Asiento. Aún recuerdo cuando Joe me propuso acompañarlo en aquel viaje por las delegaciones de Alemania y me dijo que yo fijara el sueldo.
—Graciela..., ese hombre te digo yo que babea por ti.
—Madre de Diosssssssssss —murmura, roja como un tomate.
De nuevo, Dexter nos mira. Yo le guiño un ojo. Pobre, ¡si supiera de lo que hablamos! Él sonríe y aparta la vista.
—Ay, Graciela, y luego dicen que las raras somos las mujeres, pero los hombres son telita también. —Ambas nos reímos—. Te digo yo que a Dexter le gustas tanto como él te gusta a ti. Su reacción está siendo exagerada para lo poco que hiciste. Pero lo que está clarito es que le interesas y lo está demostrando con sus actos.
—Ay, _____..., no me digas eso que me pongo mala.
Soltamos una carcajada y, tapándome la boca, digo:
—Malito se va a poner cuando lleguemos a Jerez y mis amigos te tiren los tejos por todos lados.
En Jerez, nuestra llegada es la bomba.
Mi padre quiere ir a buscarnos al aeropuerto, pero Joe ya lo ha dispuesto todo y un hombre nos entrega las llaves de un Mitsubishi Montero de ocho plazas, igualito que el que tenemos en Alemania.
Al ver que lo miro sorprendida, mi chico dice:
—He comprado este coche para cuando vengamos a Jerez, ¿te parece bien?
Asombrada, asiento y sonrío. Joe es un controlador y le gusta llevar las riendas.
Entre risas, todos vamos a Jerez y, cuando llegamos ante la casa que Joe me regaló, y veo un cartel que pone “Villa Morenita”, me troncho, mientras mi marido, divertido, disfruta viéndome reír.
Le doy un beso y él lo acepta gustoso.
Después, saca un mando de la guantera del coche para abrir la cancela negra y yo no puedo dejar de sonreír. Me encantan sus sorpresas y ver que la parcela está tan cuidada me vuelve a emocionar.
Él me comenta que encargó a mi padre que contratara a alguien que adecentara el lugar aun sin estar nosotros.
Cuando para el coche, la primera en bajarse soy yo. Y, encantada, miro a mis invitados y digo:
—Bienvenidos a nuestro hogar en Jerez.
Al entrar en la casa, rápidamente llamo a mi padre y le soplo que en una hora estamos en su casa.
Él, encantado, nos ha preparado algo para cenar y nos espera feliz, junto a mi hermana y los niños.
Rápidamente, y como anfitriona de Villa Morenita, organizo cómo van a dormir los invitados. Hay habitaciones para todos y, tras darles una horita para una ducha, nos montamos en el Mitsubishi y nos vamos a casa de papá.
Estoy deseando verlo.
Al aparcar el coche en la calle, emocionada veo que Flyn y Luz corren hacia nosotros.
¡Mis niños!
Apenas Joe para el motor, abro la puerta y me bajo. Ellos se abalanzan sobre mí y yo, más feliz que una perdiz, los abrazo mientras mi sobrina grita emocionada:
—Titaaaaaa... Titaaaaa, ¿qué me has traído?
—¿Y a mí? —pregunta Flyn.
¡La madre que los parió!
Pero incapaz de enfadarme con ellos, los beso y respondo:
—Un montón de regalitos. Ahora, venga, saludad y...
Pero Flyn ya se ha tirado a los brazos de su tío Joe y, como siempre, me emociono al ver el cariño que se profesan. De pronto, mi sobrina, que es mas bruta que un mastodonte, se lanza en bomba contra ellos, Joe pierde el equilibrio y los tres terminan despatarrados en mitad de la calle.
Dexter y compañía se ríen y Joe, divertido, dice mirándome:
—_____, cariño, ¡ayúdame!
Rápidamente me acerco a él. Me tiende la mano, se la cojo y, el muy sinvergüenza, tira de mí y acabo también en el suelo, junto a él y los niños. Naturalidad, amor y risas, ¡eso es lo que me hace sentir!
Tras ese momento divertido, cuando por fin conseguimos levantarnos, mi padre ha llegado hasta nosotros y, mirándome, dice abriendo los brazos:
—¿Cómo está mi morenita?
Corro hacia él.
Lo abrazo...
Lo adoro...
Quiero a mi padre con locura y, emocionada al ver su gesto, respondo:
—Muy bien, papá. Feliz y locamente enamorada del cabezón.
Joe se acerca y, tras darle primero la mano a mi padre y finalmente abrazarlo, le presenta a Dexter, Graciela y Juan Alberto.
Después de saludar a los vecinos, que amablemente han salido para recibirnos, entramos en casa y pregunto:
—Papá, ¿dónde está Raquel?
—Terminando de bañar a Lucía, cariño. Ve a tu habitación y la verás.
Ansiosa, entro en mi antigua habitación y sonrío. Allí está mi loca hermana, secando sobre el cambiador a la pequeñaja, que ya tiene mes y poco. Sin hacer ruido, me acerco a Raquel y, abrazándola por detrás, murmuro, aspirando su olor a colonia:
—Holaaaaaaaaaaaaaa.
Su grito no tarda en llegar y, volviéndose, dice:
—Cuchuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu...
Divertidas, nos abrazamos y nos besuqueamos. Tenemos tantas cosas que contarnos que hablamos las dos atropelladamente sin parar, hasta que la pequeña Lucía hace un ruidito y las dos la miramos.
—Madre míaaaaaaa, pero ¡cuánto ha crecido esta pequeñaja!
Raquel asiente y, con la típica voz que todos ponemos cuando un bebé está delante, dice tocando los mofletes de la pequeña:
—Es que está muuu gochita, ¿verdaddd? ¿Verdad que sí, cochita potitaaaaaaa?
Emocionada al ver a la niña, me acerco más a ella y, tras darle un beso y aspirar su olor a colonia Nenuco, digo en el mismo tono de voz canturreante que mi hermana:
—Holaaaa, ceporritaaaaaaa. Ay, madre, que me la como... ay que me la como toda todita a esta niña tan potitaaaaaaaaaaa.
—Dile hola a la titaaaaaaaaaa —insiste mi hermana y, cogiéndole la manita, dice—: Holaaaaaa, titaaaaaaaaaaaaaa. Soy Lucíaaaaaaaaaaaa.
—Holaaaaaaa, cariñitooooooooo... Apuffffffffffff... Apufffffffffffff
—Requetupuchuflusssssssssssssssssssssss...
La pequeña cierra los ojos. Estoy segura de que si nos pudiera contestar nos mandaba a freír espárragos por ser tan ñoñas e idiotas.
Pero ¿qué hacemos hablando balleno?
¿Por qué siempre ante un bebé utilizamos ese tipo de jerga tan rara?
Al final, la pequeña estornuda y mi hermana rápidamente comienza a vestirla antes de que coja frío.
—En la cocina de tu casa tienes lo que me pediste.
—¿Me hiciste la mini tarta de chocolate?
—Sí. —Sonríe—. Me costó un triunfo que los niños no me vieran preparándola, pero lo conseguí.
Todo sea por mi cuñado. La dejé metida en un táper en tu casa. Está al fondo de la nevera, detrás de las Coca-Colas.
Sonrío. Mañana hace un mes que Joe y yo estamos casados y quiero sorprender a mi maridito.
—Cuchufleta, ve con los invitados, ahora vamos Lucía y yo.
Le doy un beso y salgo disparada hacia el jardín, donde al llegar veo que todos se han acomodado alrededor de la mesa, mientras se toman unas cervezas. Dexter y mi padre hablan sobre las rosas que éste planta. Son una pasada. Las rosas más bonitas que he visto en toda mi vida, mientras Joe y Flyn se hacen confidencias y Graciela y Juan Alberto los escuchan. Luz, al verme aparecer, dice rápidamente:
—Tita, ha dicho el tito Joe que nos des los regalos.
Él sonríe y añade:
—Les he dicho que has sido tú quien los ha comprado y tú...
—De eso nada, cariño —aclaro divertida—. Los regalos los hemos comprado los dos y se los daremos los dos.
Ansiosos, los críos no paran de mirar el maletón que hemos llevado. Al final, Joe lo pone sobre la mesa del jardín lo abre y juntos comenzamos a repartir regalos a los niños y a mi padre.
Los críos, encantados, comienzan a abrir paquetes, cuando, de pronto, como si de un terremoto se tratara, aparece mi hermana, más andaluza que nunca, con el pelo recogido en un remoño, con la niña en una mano y en la otra el móvil y, sin cortarse un pelo, deja a la pequeña Lucía en brazos de un desconcertado Juan Alberto, que no sabe qué hacer con el bebé, y, dándose la vuelta, Raquel dice:
—Pues mira, ¡va a ser que no! Este fin de semana no me viene bien. Tengo planes.
Todos la miramos. Menudo genio se gasta cuando pone esa voz grave. Miro a mi padre, que menea la cabeza, mientras una salerosa Raquel camina hacia la piscina y, parándose en seco, añade:
—Que no. Que no quiero verte, Jesús. Que te olvides de mí. Que hables con tu abogado y haz el favor de pagar la manutención de las niñas, porque lo necesito. ¿Me oyes? ¡LO-NE-CE-SI-TO!
Pero mi ex cuñado, el atontado, debe de decirle algo y ella grita:
—¡Me cago en tu padre, en tu madre y en todo bicho viviente de tu familia! ¡Me importa una mierda tu situación personal! ¿Y sabes por qué? —Todos la miramos y no se oye ni una mosca—. Porque tengo a dos niñas que sacar adelante y necesito el dinero. Por lo tanto, déjate de tanto viaje, que no te quiero ver. Y lo que ahorras, lo ingresas en la cuenta, que las niñas comen y necesitan mil cosas.
¿¡Cómo!? —grita de nuevo—. Tú lo que eres es un sinvergüenza putero y con complejo de Peter Pan. Madura..., so mugroso, ¡madura! Y no me vuelvas a preguntar si nos vemos mañana porque te juro que al final quedo contigo, aunque sólo sea para darte dos guantás con la mano abierta.
Asombrada por lo que escucho, no sé qué hacer. Madre mía, qué rebote tiene mi hermana. Pero de pronto soy consciente de que mi pequeña Luz, mi Lucecita, está escuchando lo mismo que yo y la sangre se me altera. Joe y yo nos miramos y, ante mi bloqueo, él dice:
—Mira, Luz, qué cámara de fotos de Bob Esponja que te he comprado.
Las palabras Bob Esponja hacen que mi sobrina olvide la conversación de mi hermana y mire a Joe.
—¡Qué pasote, titooooo!
La cámara digital amarilla, con el puñetero Bob Esponja, es lo único que le importa en ese momento. Menos mal que mi chico ha reaccionado rápidamente.
Joe le da otra cámara a Flyn, pero ésta de los muñecos del Mortal Kombat y los críos se vuelven locos. Sin demora, Graciela se acerca a ellos y los aleja un poco de la mesa para que no escuchen la conversación de mi hermana. ¡Que la está liando parda por teléfono!
Mi padre, angustiado, va hacia ella para tranquilizarla. Pobre hombre, la que le ha caído con Raquel y conmigo. Yo, al ver a Juan Alberto con cara de circunstancias y mi sobrina en brazos, corro a cogérsela.
Creo que si tiene a la pequeña un segundo más, le da una lipotimia de no respirar. Cuando me entrega a Lucía, el pobre suelta un suspiro de alivio. ¡Qué mal ratito ha pasado con la cría!
Con cariño, acerco su carita hasta mi cara y, mirándola, digo:
—Holaaaaaaaaaaaa..., cucurucucu cucuuuuuuuuuuuuuuuuu... ay, que te como los morretessssssss, ¡¡¡que te los comooooooooooooo!!!
La pequeña me mira. Debe de pensar que la idiota que hablaba balleno minutos antes ha vuelto y, de pronto, Dexter dice:
—Qué linda se te ve, _____. Te queda muy bien un bebecito en los brazos.
Al escuchar el comentario lo miro y veo que los tres hombres me observan. Pero mención especial merece la cara de mi marido. Su expresión se ha vuelto esponjosilla y, con una radiante sonrisa, dice:
—Estás preciosa con un bebé.
Ufff... ¡que me empieza a picar el cuello!
Que no. No quiero hablar de bebés ni de tonterías de éstas.
Sin pensar, busco a quién darle a la pequeña y Joe, acercándose, me tiende los bazos. Se la entrego como un paquetillo y de pronto le oigo decir con su acentazo alemán:
—Holaaaaaaaaaaaaaaaaaaa... Holaaaaaaaaa, preciosaaaaaaaaaaa... Soy el tito Joe. ¿Cómo está mi niña bonitaaaaaaaaaaaaa?
Pero vamos a ver... ¿otro que habla en balleno?
Joe se sienta junto a Dexter y los dos empiezan a decirle monadas cantarinas a la pequeña Lucía, mientras yo miro a mi padre y leo en sus labios cómo le pide tranquilidad a Raquel cuando ella cierra con furia el teléfono. Está enfadada y cuando mi hermana se enfada no tiene medida.
Nuestras miradas se encuentran. Y cuando estoy a punto de ir a hablar con ella, cambia de expresión y, como la mejor actriz de Hollywood, se acerca a nosotros y le dice a Joe:
—Hola, cuñado, ¿cómo va eso?
—Bien. ¿Y tú?
Raquel se encoge de hombros y suelta tan pancha:
—Como dice mi padre, jodida pero contenta.
Joe y ella se besan con cariño y, mirándola, él insiste:
—¿Seguro que estás bien?
Raquel asiente y Dexter, cogiéndole las manos, dice:
—Pero ¿qué le pasa a mi guapa española?
Mi hermana resopla, mira alrededor y, tras ver que Luz no está cerca, explica:
—Mi ex me quiere volver loca, pero ¡antes me lo cargo!
Joe me mira y yo rápidamente digo:
—Raquel, te presento a Juan Alberto. Es primo de Dexter y estará unos días en España.
—Encantada —responde, sin apenas mirarlo.
Él, que no le quita ojo, asiente y entonces veo que mira a Dexter con complicidad y murmura:
—Mamacita, qué mujer.
En ese momento aparecen Luz y Flyn con Graciela y comienzan a hacernos fotos con sus cámaras nuevas. Media hora más tarde, mi padre nos agasaja con una estupenda cena, donde no falta rico jamoncito, gambas, cazón adobadito por él y salmorejo.
A la mañana siguiente, mi despertador suena a las seis y media de la mañana. Rápidamente lo paro.
¡Estoy muerta! ¡Qué sueño! Pero quiero sorprender a Joe.
Es nuestro cumplemés de casados. ¡Un mes! Y quiero llevarle el desayuno a la cama.
Lo miro con cariño. Está dormido y, como siempre me pasa, siento unos deseos tremendos de achucharlo. Pero claro, si lo achucho lo despierto y no podré darle la sorpresa que le tengo preparada.
Me levanto con sigilo, voy al baño y, con cuidado, cierro la puerta. Rápidamente me quito el pijama, me lavo, me pongo la camiseta que le compré a Joe y me peino. Ya no tengo la regla. ¡Bien!
Contemplo el resultado, sonrío y salgo del cuarto de baño y de la habitación. Cuando llego a la cocina, busco tras las Coca-Colas, como me dijo mi hermana, y allí encuentro un táper rosa.
Raquel es una artista haciendo tartas.
Sin demora, cojo una bandeja, preparo un par de cafés con leche, platitos, cucharitas, servilletas, coloco la bonita tarta en el centro y cojo un cuchillo para cortarla.
¡Qué mono me ha quedado!
Le hago una foto con mi móvil para el recuerdo. Al fin y al cabo, es nuestro primer mesecito de casados.
Feliz por sorprender a mi chico, regreso a la habitación. Cuando entro, me acerco seductora a la cama. Poso la bandeja en un lateral y dejo la tarta a mi lado, mientras canturreo la canción que me he inventado.
Feliz... feliz... cumplemesdecasadosssssss.
Alemán que la española te ha cazado, que seas feliz a mi lado
y que cumplamos muchos másssssssss.
Joe abre los ojos y, al oírme, sonríe. Por norma siempre me despierta él a mí, pero esta vez es al revés. Su sonrisa se ensancha cuando ve la camiseta roja que llevo, que pone “Viva la Morenita” y digo:
—¡Felicidades, tesoro! Hoy hace ya treinta días que estamos casados.
Abrazándome, me pone sobre él y, mirando divertido mi camiseta, lee imitando el acento mexicano con su acentazo alemán:
—¡Viva la morenita!
Ambos reímos y, pletórico de felicidad, murmura con mimo:
—Han sido los mejores treinta días de mi vida. Ahora quiero ir a por muchísimos más.
Su boca busca la mía y me besa. Increíble. Ni recién despierto le huele mal el aliento.
Me chupa el labio superior... después el inferior y, finalmente, me da su maravilloso mordisquito...
Oh, sííííííííííííí.
¡Adoro que haga eso!
Su respiración se acelera y su manera de abrazarme se vuelve más intensa. Rápidamente, me quita la camiseta roja, que cae al suelo. Adiós “¡Viva la Morenita!”.
Encantada, me dejo llevar por la pasión del momento, cuando Joe, sin que yo lo pueda remediar, se levanta, me coge en volandas y, al dejarme caer en la cama, se oye: ¡Pruuuuuuuu!
Sorprendido por el ruido, me mira, mientras yo cierro los ojos y aclaro:
—Eso no es lo que tú crees. —Joe levanta las cejas divertido y yo explico—: Lo que ha sonado es la tarta que te traía, que ahora está justo debajo de mi culo.
Veo cómo sus ojos bajan hacia mi trasero y, al ver el chocolate y el bizcocho aplastado, se deja caer sobre la cama y comienza a reír. Yo no me puedo mover. Si lo hago, lo pringaré todo de tarta y, durante unos segundos, le observo revolcarse de risa en la cama. Al final yo hago lo mismo. Lo ocurrido es para eso y más y cuando se tranquiliza, digo:
—La tarta se ha chafado, pero al menos los cafés siguen vivos sobre la bandeja.
Joe los mira, alarga la mano y, cogiendo una taza, toma un sorbo tan tranquilo. Boquiabierta, lo miro y, frunciendo el cejo, pregunto:
—¿Se puede saber qué haces?
—Desayunar.
—¡¿Desayunar?!
Él asiente y, haciéndome reír, añade:
—Y ahora quiero mi tarta.
Al ver sus intenciones, niego con la cabeza.
—Ni se te ocurra.
—Quiero tarta —insiste.
—Ni lo sueñes.
Pero al ver su determinación, me río y me quedo sin fuerzas justo en el momento en que él tira de
mí y me pone boca abajo en la cama.
—Joe, ¡no!
Pero no sirve de nada lo que yo diga. Mi loco amor me chupa las cachas del culo y exclama:
—Hum... es la mejor tarta que he comido en toda mi vida.
—¡Joe! —protesto, pero él chupa y chupa y disfruta de su ración de tarta.
Muerta de risa, voy a hablar cuando oigo que dice a mi espalda.
—Delicioso manjar.
—Era parte del regalo.
—¡Genial! Luego recuérdame que te dé el tuyo.
—¿Tienes un regalo para mí?
—¿Lo dudabas? —Y antes de que responda, añade—: Como tú has dicho, ¡es nuestro cumplemés!
Divertida, voy a decir algo, cuando me da la vuelta para dejarme frente a él y dice:
—Te quiero, pequeña.
Tengo la mano sobre la tarta aplastada, cojo un trozo y, dispuesta a seguir con el juego, me pringo los pechos. Sigo hacia el ombligo y termino en mi monte de Venus.
Joe sonríe y, decidida a pringarnos del todo, cojo más tarta y se la restriego a él por el abdomen y los hombros.
¡El pringue está servido!
Juguetón al ver eso, se tumba sobre mí y me besa. A estas alturas, la tarta está completamente repartida entre nuestros cuerpos y la cama.
—Siempre me has resultado dulce, morenita, pero hoy más que nunca.
Animada, sonrío y Joe comienza a chuparme los pezones, mientras mi olfato se impregna del olor a chocolate. Sigue el reguero que yo le he marcado y baja hasta mi ombligo y, cuando llega a mi monte de Venus, aspira mi perfume y su ansia por mí es tal que directamente me degusta. Me abre las piernas y su lengua entra en mí.
Embravecida, me retuerzo al sentir la vibración de mi cuerpo, mientras él, como un lobo hambriento, me agarra los muslos y me los abre para tener mejor acceso.
—Oh, sí..., sí... —jadeo gustosa.
Una y otra vez, Joe pasea su lengua por mi humedad. Sus dedos, juguetones, rápidamente buscan hueco y, mientras con dos de ellos me penetra, su lengua juega y juega conmigo, arrancándome oleadas de placer.
La cama se mueve y, enloquecida, agarro las sábanas e intento no chillar. No quiero que el resto de la casa se despierte. Aprieto los talones contra el colchón y me echo hacia atrás hasta que mi cabeza
cae por un lateral de la cama.
Joe me sujeta, me vuelve a colocar en el centro y ya no me puedo mover. Mi depredador particular tiene las energías a tope. Está fresco y quiere sexo del que nos gusta. Veo cómo se muerde el labio inferior mientras se pone de rodillas, me coge por la cintura y me da la vuelta.
Adoro cómo me maneja en la cama. Me encanta su posesión. Y como sé lo que quiere, me incorporo un poco hasta quedar a cuatro patas. Coloca su duro pene en mi húmeda abertura y lenta y pausadamente me penetra.
—Más... —exijo.
—¿Quieres más?
—Sí...
—Ansiosa —ríe divertido.
—Me gusta ser ansiosa. —Y suplico—. Más profundo.
Oigo su risa. Me encanta su risa. Me da un azote que suena y, agarrándome las caderas, me da lo que le pido, profundiza en mí y yo grito. Muerdo las sábanas.
Acto seguido, acerca su boca a mi oído y murmura:
—Chis... no grites o despertarás a los que duermen.
Una y otra vez me vuelve a penetrar mientras yo muerdo las sabanas para ahogar mis jadeos. Me gusta... me gusta lo que hace. Me gusta nuestro lado animal e, incitándolo a que continúe, arqueo las caderas y voy en su busca.
El encuentro es asolador y los dos jadeamos más fuerte de lo normal.
De pronto se para. Saca su duro pene de mí y, dándome la vuelta, nuestros ojos se encuentran.
Mientras me vuelve a penetrar, susurra:
—Mírame.
Clavo mis ojos en él. En mi rey, en mi sol, y entonces soy yo la que sube la pelvis con brusquedad y lo hago jadear. Sonríe peligrosamente de medio lado.
¡Guauuu... he despertado a Iceman!
Con exigencia, pasa una mano por debajo de mi cuerpo para inmovilizarme y, tumbándose sobre mí, me besa mientras me penetra sin descanso y nuestras bocas ardientes mitigan nuestros jadeos.
Placer...
Calor...
Deseo...
Y amor...
Todo eso es lo que siento, mientras me penetra mil veces y yo me abro para recibirlo, hasta que un gustoso espasmo hace que me arquee y me dejo ir. Instantes después, me empala una última vez y, tras un ronco gemido, cae rendido sobre mí.
Mi vagina lo succiona. Tiemblo por dentro mientras su cuerpo vibra sobre mí. Noto cómo su simiente me empapa y me vuelvo a apretar contra él.
Dos minutos más tarde, Joe rueda en la cama para no aplastarme y en su camino me deja tumbada sobre él. Le encanta hacer eso. Lo vuelve loco tenerme encima.
Tengo el pelo pringoso de tarta y chocolate y me doy cuenta de que los dos estamos completamente manchados.
—Cuando mi hermana te pregunte si te ha gustado la tarta, dile que sí o me mata.
Joe sonríe y contesta, con la respiración entrecortada:
—No te preocupes, morenita. Estoy totalmente convencido de que ha sido la mejor tarta de mi vida.
Ambos reímos y cinco minutos después, cuando nuestros cuerpos se pegan por el azúcar, nos levantamos y vamos directos a la ducha. Allí, la pasión nos embarga de nuevo mientras nos lavamos mutuamente, y vuelvo a hacer el amor con mi alemán.
Monse_Jonas
Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN
Capitulo seis
Ese día, a las dos y media, todos excepto Juan Alberto, que ha ido a visitar a un posible cliente de Jerez, estamos en el restaurante de la Pachuca. Para celebrar nuestro aniversario, Joe nos invita a todos comer.
Antes de salir de la habitación, me entrega mi regalo. Es un sobre. Él y los sobres. Me río. Lo abro y pone:
Vale por una equipación completa de motocros.
Está feliz. Su rostro, sus ojos, su sonrisa me dicen que todo está bien, y yo soy la mujer más feliz del mundo. Ni que decir que me lo como a besos.
Desde que nos hemos casado no hemos discutido ni una sola vez y eso me asombra. Estoy pensando contactar con los editores del Libro de los récords Guiness y que nos añadan. Pues, como dice nuestra canción, si él dice blanco, yo digo negro, pero nuestra felicidad hasta el momento es tanta que ni en colores hemos pensado. Nuestra armonía es completa y espero que siga así durante mucho... mucho tiempo.
Mi padre está radiante por tenernos a todos reunidos y yo disfruto de su felicidad. Siempre he pensado que es el mejor padre del mundo y cada día lo ratifico más. Sólo por aguantarnos a mi hermana y a mí ya se ha ganado el cielo.
Joe y él se llevan de maravilla y eso me gusta. Me encanta ver la complicidad que hay entre los dos y, aunque sé que alguna vez se pondrá en mi contra, no me importa. Esa alianza entre ellos es algo que nunca tuvo mi padre con el atocinado de mi ex cuñado.
Joe lo escucha, no se las da de listo con él y eso a mi padre le gusta y a mí mucho más.
Está claro que son dos hombres de diferentes clases sociales, pero ambos se amoldan a las situaciones y eso es lo que creo que me tiene enamorada de ambos: su saber estar.
Mientras todos comemos alrededor de la mesa, observo cómo Dexter mira a unos chicos que han entrado en el restaurante. Graciela regresaba del servicio y ellos le han silbado al pasar.
Me hace gracia la mirada del duro de Dexter. No sé que pasará entre ellos, pero lo que sí tengo claro es que al final algo surgirá. Sólo hay que darle tiempo al mexicano.
Mi hermana parece relajada. Tras hablar con ella y saber que el tonto de mi ex cuñado quiere volver, me quedo tranquila cuando Raquel me deja claro que ni de coña lo va a hacer. Ya le ha tomado bastante el pelo y no piensa volver a darle ninguna oportunidad.
Al final, mi padre la ha convencido y, al menos durante el primer año de vida de la pequeña Lucía, vivirá con él en Jerez. Retrasa lo de regresar a Madrid y buscar trabajo. A mí me parece una idea excelente. Raquel con mi padre estará como una reina, aunque a veces tengan ganas de estrangularse mutuamente.
Flyn y Luz se han hecho muy amigos en las vacaciones y cuando me entero de las trastadas que han protagonizado, me río. Cada vez que comentamos que dentro de unos días regresaremos a Alemania, se ponen tristes, pero entienden que el curso escolar empezará en breve y que todos debemos volver a la normalidad.
Cuando la Pachuca trae una tarta, mi hermana le pregunta a Joe:
—¿Te ha gustado la tarta de esta mañana?
Mi chicarrón me mira. Yo sonrío y, finalmente, dice:
—Ha sido la mejor tarta que he comido en toda mi vida.
Raquel, encantada por el halago, sonríe y ofrece:
—Pues cuando quieras, me lo dices y te hago otra de limón, que me salen muy ricas.
—¡¿Limón?! —murmura Joe, mirándome—. ¡Qué refrescante!
Incapaz de aguantarme, me río a carcajadas y Joe conmigo. Nos besamos y mi hermana, que nos mira, dice, con la pequeña Lucía en brazos:
—Ay, cuchu, qué bonito es el amor cuando estás enamorado y eres correspondido.
Ese comentario, unido a su vocecita de pena, me entristece. Ojalá Raquel conozca a alguien y rehaga su vida. Lo necesita. Es la típica mujer que necesita un hombre al lado que la quiera para ser feliz. Y ese hombre no es mi padre.
Los días pasan y nuestra estancia en Jerez es una maravilla. Juan Alberto visita varias empresas por Andalucía y, encantado, nos comenta que ve posibilidades en la zona.
En esos días, observo cómo mira a mi hermana. Lo hace interesado, incluso me he percatado de que se lleva bien con mi sobrina. La verdad, llevarse mal con Luz es difícil, es tan dicharachera que en cuanto le haces caso y entras en su juego te quiere para toda la vida.
Juan Alberto viaja todos los días, pero quiere regresar por las noches a Jerez. Según él, prefiere estar acompañado. Según Joe y yo, le gusta mi hermana. Se le ve el plumero.
Como es lógico, a Raquel no se le escapa lo que ocurre y me sorprende que pasen los días y no diga nada. Pero claro, como siempre digo, mi hermana es mi hermana, y una tarde, mientras tomamos el sol junto a la piscina de mi padre a solas, dice:
—Es majo ese Juan Alberto, ¿verdad?
—Sí.
Espero... Si quiere sacar el tema que lo saque y, tras un par de minutos en silencio, insiste:
—Se le ve muy educado, ¿verdad?
—Sí.
Sonrío... Veo que me mira de reojo y entonces me pregunta:
—¿Qué te parece a ti como hombre?
—Es majo.
—¿Sabes qué me dijo el otro día, cuando salimos todos a cenar?
—No.
—¿Quieres saberlo?
—Claro... cuéntamelo.
En ese momento aparece Graciela y se tumba a nuestro lado. Imagino que mi hermana va a cerrar el pico, pero en vez de eso, se sienta en la tumbona y continúa:
—La otra noche, cuando regresábamos de tomar unas copas, antes de marcharos para tu casa, me miró a los ojos y dijo: “Eres como un sabroso capuchino: dulce, caliente y me pones nervioso”.
Graciela al oírla, comenta:
—Los mexicanos son muy aduladores.
Sorprendida, miro a mi hermana y pregunto:
—¿Te dijo eso?
—Sí, tal como te lo he dicho.
—Vaya..., qué piropo más bonito, ¿no crees?
Raquel asiente y, con una voz de lo más sugerente, añade:
—Sí, es un piropo muy elegante, como él.
Graciela, que está a nuestro lado, suelta una risita y las tres nos callamos. Vaya con mi hermana y parecía tonta.
Silencio. Raquel se tumba, pero la conozco y sé que esa paz durará poco. En menos de dos minutos se vuelve a sentar en la hamaca.
—Y ahora, cada vez que cruzo mi mirada con él, me dice “¡Sabrosa!”.
—¡¿Sabrosa?! —repite Graciela y, sentándose también, aclara—: Eso, en México es como decirte, qué buenas estás, o te comería entera.
—¿En serio? —pregunta Raquel, acalorada, y la joven chilena asiente.
Me aguanto la risa. Ver a mi hermana en esa tesitura es algo nuevo para mí y de pronto dice, dándome un golpe en el brazo:
—¡Se acabó! No puedo continuar obviando que ese mexicano guapo y con cara y voz de galán de telenovela me gusta, y cuando me dice eso de “¡Sabrosa!”... Uy, cuchuuuuu, lo que me entra por el cuerpo. Y ahora que sé que ese “¡Sabrosa!” quiere decir eso... Oh, Dios, ¡qué calor!
Me río a carcajadas y la oigo decir:
—Cuchu, no te rías que estoy preocupada.
—¿Preocupada?
Raquel asiente y, acercándose a Graciela y a mí, cuchichea:
—Llevo varias noches teniendo sueños muy subiditos de tono con él y ahora la nerviosa sin tomar el capuchino soy yo.
Sentándome en la hamaca, miro a Graciela y me río. Si es que mi hermana es la bomba. Pero al ver su gesto de preocupación, pregunto:
—Vamos a ver, ¿a ti te gusta Juan Alberto?
Mi loquita hermana coge su Fanta de naranja, da un trago y contesta:
—Más que comer langostinos con las manos.
Las tres nos reímos y añade:
—Me gustaría saber de él, cuchu. Es un tipo muy agradable y me gusta su simpatía.
—No te conviene, Raquel.
—¿Por qué?
—Porque él regresará a México y...
—¿Y a mí eso qué me importa?
Eso me descuadra. ¿Cómo no le va a importar? Boquiabierta estoy cuando dice:
—Yo no quiero que me jure amor eterno ni nada por el estilo. Quiero ser moderna por una vez en mi vida y saber lo que es tener un rollito salvaje.
—¿Cómo? —pregunto descolocada.
—Cuchufleta, quiero pasarlo bien. Olvidarme de mis problemas. Sentirme guapa y deseada, pero no me gustaría tontear con él y luego descubrir que está casado. No quiero hacer sufrir a otra mujer.
Vamos a ver... vamos a ver...
Mi hermana es la persona más convencional que existe sobre la faz de la tierra ¿y quiere ser moderna y tener un rollito salvaje? Yo flipo. Flipo en colorines.
Como veo que me mira a la espera de que le cuente algo de su posible rollito, miro a Graciela. Ella conoce a Juan Alberto mejor que yo, pero dispuesta a hacer rabiar a Raquel, pregunto:
—¿Rollito salvaje?
Ella sonríe. Qué linda es cuando lo hace, y al ver la guasa en mi mirada, dice:
—Ay, cuchu, debo de estar muy necesitada de atenciones, porque cuando estoy con él o me dice eso de “¡Sabrosa!”, siento unas ganas irrefrenables de cogerlo del cuello, meterlo en mi habitación y hacerle de todo. Vamos, ¡que me pone!
¡¿Que la pone?!
¿Mi hermana ha dicho que la pone Juan Alberto?
Muerta de risa, la miro. Dios... Raquel necesita sexo urgente y al ver que ella me mira a la espera de que le cuente cosas, digo:
—Graciela, tú que lo conoces mejor que yo, por favor, saca a mi hermana de sus dudas y cuéntale cosas de Juan Alberto.
La joven chilena sonríe, mira a Raquel y explica:
—Está divorciado y...
—¡¿Divorciado?!
—Ajá...
Eso a mi hermana le gusta. Nerviosa, bebe más Fanta de naranja y Graciela añade:
—Se llama Juan Alberto Riquelme de San Juan Bolívares.
—Vaya, tiene nombre de culebrón —susurra Raquel, complacida.
—Ya te digo —respondo divertida.
—Tiene cuarenta años y es primo de Dexter por parte de madre. No tiene hijos. Su ex mujer, Jazmina, una víbora de mucho cuidado, nunca quiso darle ese placer en los seis años de matrimonio.
Pero tras divorciarse de él, actualmente está encinta de su nueva pareja.
—Las hay lagartas —masculla mi hermana.
—Muy lagartas —asiento yo, pensando en que no quiero tener hijos.
—Juanal es dueño de una empresa muy exitosa de seguridad en México y con este viaje intenta expandir su negocio por Europa. Es un hombre hogareño, cariñoso y muy amigo de sus amigos.
Durante unos instantes, observo cómo mi hermana procesa la información que Graciela le da y, una vez lo hace, suelta:
—Lo de los hijos me lo imaginaba. Sólo hay que ver cómo coge a Lucía para saber que no ha tenido un bebé en brazos en su vida.
—Joe tampoco tiene hijos y...
—Pero él es diferente —afirma Raquel.
—¿Diferente por qué? —pregunto curiosa.
—Pues porque ha criado solito a su sobrino y estoy segura de que cuando Flyn era un bebé, era súper cariñoso con él. Sólo hay que ver cómo lo cuida, cómo mima a Luz y cómo se deshace con Lucía. Y, hablando de niños...
—No —la corto—. No me he planteado tenerlos todavía. Por lo tanto, obviemos ese temita.
Nada más decir eso, me doy cuenta de las miradas de mi hermana y de Graciela. ¡Lagarto, lagarto!
Y, tumbándose en la hamaca, Raquel dice:
—Ay, cuchufleta..., con lo bonitos que te van a salir los niños.
Cuando se calla, respiro con tranquilidad.
Pero ¿por qué todo el mundo se empeña en que tengo que tener hijos?
Al final, sin querer darle más vueltas al asunto, me tumbo como ellas en la hamaca y disfruto del sol de mi Andalucía.
¡Viva mi tierra!
Esa noche, cuando todos nos juntamos en la casa de mi padre para cenar, observo con más detenimiento a mi hermana y a Juan Alberto. No hacen mala pareja.
Cuando, después de cenar, Raquel cierra el móvil tras hablar con el atontado, veo que el mexicano se acerca a ella y la tranquiliza. Cada vez que llama el empanado de mi ex cuñado, mi hermana se sale de sus casillas.
Mi padre me mira, yo levanto las cejas y, de pronto, veo que sonríe señalando a Juan Alberto. No quiero ni imaginarme qué estará pensando.
Papá, ¡que te conozco!
Los días pasan y tenemos que regresar a Alemania. Las vacaciones se acaban. Joe debe trabajar, el colegio de Flyn comienza y nuestra vida se tiene que normalizar.
Tras una opípara comida en el restaurante de la Pachuca, donde Flyn y yo nos ponemos hasta las cejas de salmorejo, decidimos salir esa última noche a tomar algo.
Mi padre se desmarca. Él prefiere quedarse en casa cuidando de los cachorros, como él dice.
A las ocho de la tarde, tras regresar Juan Alberto de un viaje a Málaga, pasamos por la casa de mi padre para recoger a Raquel y nos vamos todos a cenar y a tomar algo.
Cuando llegamos al bareto de Sergio y Elena, como siempre el más concurrido de Jerez, mis amigos se levantan para saludarme. Me felicitan por mi boda y Joe los invita a unas copas. Rocío, mi amiga, está contenta. Me ve feliz y con eso le vale. De pronto suena una canción y ella, cogiéndome de la mano, me lleva hasta la pista mientras las dos cantamos como locas.
Never can say goodbye, no, no, no, no,
never can say goodbye.
Every time I think I´ve had enough
And start heading for the door.
Reímos. Cientos de recuerdos de veranos locos nos vienen a la memoria mientras cantamos a voz en grito y bailamos esa canción de la voz de Jimmy Somerville.
Cuando acaba, vamos al baño, centro neurálgico del puro cotilleo, y allí le contesto a todo lo que quiere saber. Hablamos... hablamos y hablamos. Nos ponemos al día en diez minutos y cuando salimos estamos sedientas y nos paramos en la barra para pedir unas bebidas. De pronto, alguien me agarra por la cintura y oigo que me dicen al oído:
—Hola, preciosa.
Reconozco su voz...
Rápidamente, me vuelvo y veo a David Guepardo. Mi amigo de las competiciones de motocross.
Me da dos besos y me abraza. Convencida de que a Joe no le gustaría cómo me tiene cogida, me escabullo de sus manos como puedo y pregunto:
—¿Qué tal? ¿Cómo tú por aquí?
David, un bombón en toda regla, pasea sus ojos por mi cuerpo y, dando de nuevo un paso hacia mí que me deja contra la barra del bar, contesta:
—Llegué ayer. Y hoy he venido para ver si te veía.
Rocío me mira. Yo la miro a ella y, antes de que pueda decir nada, veo aparecer a mi alemán, alias Iceman, con cara de cabreo por detrás de David y sisea:
—¿Podrías separarte de mi mujer para que pueda respirar?
Al oír eso, David mira hacia atrás y, al verlo, sin moverse del sitio, responde:
—Tú otra vez. —Y antes de que yo pueda decir nada, salta—: Mira, amigo, ésta no es tu mujer y, por lo que imagino, no lo va a ser nunca. Por lo tanto, ¿qué tal si te das una vueltecita y nos dejas en paz?
Madre mía, la cara de Iceman. Las aletas de la nariz se le dilatan y yo rápidamente digo:
—David, tienes que...
Pero no puedo decir más. Joe lo agarra del brazo con sus manazas, lo separa de mí y, en un tono nada calmado, sisea en su cara:
—El que se va a ir a dar una vueltecita vas a ser tú. Porque como vuelvas a acercarte a mi mujer como lo has hecho hoy, vas a tener problemas conmigo, ¿entendido?
El motero se queda parado. Yo alzo la mano, le enseño el anillo de mi dedo y aclaro:
—David, Joe es mi marido. Nos hemos casado.
El gesto del joven cambia por completo. En el fondo es un buen chico y dice rápidamente, levantando las manos:
—Lo siento, tío. Creía que este encuentro era como el de la última vez.
La cara de Joe se relaja. Su enfado disminuye y, cogiéndome de la mano, tira de mí y antes de salir del local, añade:
—Pues ya lo sabes. Procura no volver a equivocarte.
Rocío me mira desde la barra y yo le sonrío mientras me alejo con Joe. Aunque no apruebo los celos, reconozco que ese momentito terrenal de mi maridín me ha excitado. Qué sexy se pone cuando me mira así.
Sin hablar, salimos del local y de pronto veo aparecer a Fernando. Nuestras miradas se cruzan y ambos sonreímos.
Viene de la mano de la misma agradable muchacha que lo acompañó a mi boda en Alemania y, cuando nos acercamos a ellos, Joe me suelta y Fernando y yo nos damos un tremendo abrazo.
—Hola, jerezana.
Luego me suelta y le tiende la mano a Joe diciendo:
—¿Cómo va eso?
—Muy bien, amigo. Todo va muy bien.
En su código se entienden. Al final, tras todo lo que pasó entre los tres hemos conseguido que nuestras relaciones se normalicen y ser amigos. Eso me encanta. Fernando es una de las mejores personas que conozco y soy feliz al ver que Joe y él por fin se llevan bien.
Tras saludar a Aurora, que es como se llama la chica que va con él, tomamos algo juntos hasta que Fernando, mirando su reloj, dice:
—Nos tenemos que ir. Hemos quedado con unos amigos.
Yo sonrío. Nos despedimos y, cuando se van, Joe me agarra por la cintura y pregunta:
—¿Eres feliz, pequeña?
Besándolo encantada de la vida, respondo:
—Muchísimo, grandullón.
Cuando regresamos con el resto del grupo, charlamos durante horas y nos divertimos. Estar con mi gente es lo que tiene, alegría, cachondeíto y diversión.
Me río para mí al ver la expectación que provoca Graciela. Esa chilena de voz dulce se lleva a los jerezanos de calle, mientras Dexter observa y resopla. Se resiste. Esto va a costar más de lo que yo en un principio creía.
El buen rollo es patente entre todos, cuando mi hermana, que está sentada a mi lado, dice con gesto contrariado:
—Ay, Cuchuuuuuuuuu...
Su actitud y su voz me alertan:
—¿Qué pasa?
Con el cejo fruncido, me mira y cuchichea:
—Acabo de ver a Jesús aparcar el coche.
La sangre se me arremolina. Como al atontado de mi ex cuñado se le ocurra acercarse, le voy a dar tal guantazo que va a llegar sin coche hasta Madrid. Ofuscada, miro a mi alrededor y Joe, que me ve hacerlo, pregunta:
—¿Qué ocurre?
—El imbécil de Jesús está aquí.
Su cara se contrae, pero mirándome, murmura:
—Tranquila, pequeña. Somos adultos y personas civilizadas.
Su comentario me hace sonreír al recordar lo ocurrido antes con David, pero para calmar el ansia que tengo de abrirle la cabeza al que ha hecho sufrir tanto a mi hermana, cojo mi vaso y bebo un trago, cuando veo que Raquel se levanta. ¿Adónde va?
Voy a agarrarla del brazo para que no se acerque a Jesús, pero ella me deja sin palabras. Va hasta Juan Alberto, que está hablando con Dexter, lo agarra por el cuello, se sienta en sus piernas y lo besa en la boca.
¡Flipante!
Yo me atraganto.
Joe me coge la mano.
Dexter me mira y yo, ojiplática, sólo puedo ver que mi hermana se morrea como una quinceañera allí, delante de todos.
Mi ex cuñado, que se acerca, al ver eso se paraliza y grita:
—¡Raquel!
Pero ella continúa su devastador beso a Juan Alberto. Desde luego, lo está paladeando, la jodía. Me la veo diciéndole “¡Sabroso!”.
Pero ahí no queda la cosa. El mexicano, animado por el momento, rodea con los brazos la cintura de mi hermana y profundiza el beso mientras una de sus manos baja hasta su trasero y se lo aprieta.
Por el amor de Dios, ¿qué están haciendo?
El tiempo parece que pase a cámara lenta mientras ellos se besan sin ninguna prisa, hasta que sus labios se separan y oigo que Juan Alberto dice:
—Raquel, ¿crees en el amor a primera vista o tengo que volverte a besar?
Guauuu, ¡no me lo puedo creer!
¡Culebrón mexicano en vivo y en directo!
Un ex marido, un nuevo amante y la prota, que no es otra que mi hermana. ¡Qué fuerte, por favor!
Boquiabierta, parpadeo, mientras Joe, a mi lado, observa muy tranquilo la situación. El tío es puro hielo cuando quiere. Y entonces, con un gesto de lagarta que me deja totalmente paralizada, mi alucinante hermana mira a mi ex cuñado, que está parado ante ella, y pregunta:
—¿Qué quieres, pesadito?
Él no puede ni hablar. Le tiembla hasta la barbilla y yo estoy a punto de gritar: “¡Toma y toma, por capullo!”.
Instantes después, cuando Jesús consigue reponerse, con los ojos como platos dice:
—Raquel, no te tomaré esto en cuenta, pero tenemos que hablar.
¿Que no se lo tomará en cuenta?
Madre, madre, yo me levanto y le pateo la cabeza. ¡Será sinvergüenza!
Pero Joe, que ve cómo me remuevo en la silla, me mira y, sin soltarme la mano, me pide tranquilidad con los ojos.
—Mira, Jesús —replica Raquel, sorprendiéndome—, tómame esto en cuenta porque lo pienso volver a repetir tantas veces como quiera. ¡Estamos separados! Y antes de que comiences con tu
perorata, la respuesta es ¡NO!
—Pero churriiii.
—Ya no soy tu churri —grita ella.
Jesús la mira y, por su mueca, veo que no la reconoce y, oye, no me extraña, ¡no la reconozco ni yo!
De pronto, sorprendiéndonos a todos, se levanta Juan Alberto, con mi hermana aún entre sus brazos y, con gesto serio e intimidante, le dice a mi ex cuñado:
—Escucha, güey, esta linda mujercita no tiene nada que platicar contigo. A partir de ahorita, cada vez que la llames al celular te las verás conmigo, porque estamos cansaditos de tus llamadas y tus insistencias. Ella no quiere ni comer, ni cenar, ni desayunar con un tipo como tú. Primero, porque no lo desea y segundo, porque esta preciosa muchacha está conmigo y yo soy muy terrenal. Y lo mío es sólo mío y no permito que lo toque nadie. Pásale la manutención de las bebitas, que es lo que tienes que hacer, que para eso eres su padre, y en lo referente a mi reina, ahora soy yo el que velará por ella.
Por lo tanto, ándale y desaparece de mi vista, ¿entendido?
Boquiabierta...
Alucinada...
Y sorprendida, parpadeo, cuando mi hermana, agarrada al gigante del mexicano, mira a su ex con una sonrisita de satisfacción y dice:
—Ya lo has oído Jesús. ¡Adiós!
—Pero las niñas...
—Las niñas las verás siempre que te toque. Por eso no te preocupes —afirma Raquel.
Una vez el atontado procesa lo que allí ha pasado, se da la vuelta y se marcha. Cuando desaparece de nuestra vista, yo miro a mi hermana aún con la boca abierta y ella, descomponiéndose por segundos por su atrevimiento, balbucea mirando a Juan Alberto con cara de susto.
—Gra... Gracias por tu ayuda.
Él, soltándola, se vuelve a sentar donde estaba y, paseando su mirada por el cuerpo de Raquel, murmura en tono melosón:
—Las que tú tienes, relinda.
—Joder —murmuro y oigo reír a Joe.
Pero ¿cómo se puede reír en un momento así?
Como veo a mi hermana totalmente bloqueada tras lo que ha ocurrido, decido entrar en acción y, cogiéndola de la mano, tiro de ella y me alejo de las miradas guasonas de los demás. Una vez llegamos al baño, la suelto, abre el grifo y se echa agua en la nuca. No sé qué decir hasta que Raquel exclama:
—Ay, cuchufleta...
—Lo sé...
—Ay, qué calor, cuchuuuuuuu.
—Normal.
Totalmente desencajada, la decente de mi hermana me pregunta:
—¿Acabo de hacer lo que creo que he hecho?
—Sí.
—¿En serio?
—Lo corroboro. Lo acabas de hacer.
—¿Me acabo de besar con... con... Juan Alberto?
—Sí. —Y al ver que no reacciona, añado—: Te acabas de dar un filetón con tu rollito salvaje que no se lo salta un cojo. Vamos, que sólo te ha faltado decirle eso de “¡Sabroso!” canturreando.
Mi hermana parpadea.
Yo parpadeo.
Las dos parpadeamos y, de pronto, la muy lagartona dice:
—Madre mía..., madre mía, pero ¿tú has visto cómo besa ese hombre?
Asiento con la cabeza. Lo he visto yo y medio Jerez y, antes de que diga nada, añade:
—Me he lanzado y... y... luego él me ha apretado y... y... ¡me ha tocado el culo el muy cochino!, además de meterme la lengua hasta la campanilla. Oh, Dios... ¡qué calor! Y luego ha dicho eso de que si creo en el amor a primera vista o...
—... O te besaba otra vez. Sí... muy culebrón mexicano —finalizo.
La abanico o ésta se me desploma, que es muuuu exagerá.
Se vuelve a echar agua en la nuca y jadea como un perrillo. Todavía no puede creerse lo que ha hecho. Pobrecita. Pero deseosa de que sonría, digo:
—Creo que hoy te has quitado a Jesusín de encima para el resto de tu vida. —Y, divertida, añado—: Ese mexicano se lo ha dejado clarito, güeyyyyyyyyyyyy.
—Ay, cuchu... no te rías.
—No puedo evitarlo, Raquel.
Tocándose la cara, horrorizada, sisea:
—Ese hombre habrá pensado que soy una fresca.
—Pero ¿no decías que querías ser moderna?
—Sí, pero no una zorrasca —insiste acalorada.
Consciente de que necesita reactivar su vida, la miro y le digo:
—Mira, Raquel, que piense lo que quiera. ¿A ti te ha gustado ese beso?
No lo duda ni un segundo y responde:
—Sí..., no lo voy a negar.
—Pues ya está. Sé positiva y piensa dos cosas. La primera, te has quitado a Jesús de encima y, la segunda, un mexicano como los de las telenovelas que te gustan te ha dado un beso que te ha quitado el sentido.
Al escuchar eso, por fin sonríe y yo la imito. Aunque segundos después me mira y dice:
—Madre mía, cuchu... me lo como con tomate.
Monse_Jonas
Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN
Capitulo Siete
Las despedidas nunca me han gustado y menos si son de mi padre, mi hermana y mis sobrinas.
Alejarme de ellos de nuevo me parte el corazón, pero ahí está mi Joe para hacerme sonreír y prometerme que los veremos siempre que yo quiera.
En el aeropuerto de Jerez nos espera el jet. Mi sobrina se empeña en subir. Quiere chocolatinas y la azafata se las da encantada. Pero el reloj avanza y tenemos que irnos, por lo que finalmente no queda más remedio que despedirnos.
—Escucha, morenita —dice mi padre mientras me abraza—, eres muy feliz. Lo veo. Joe siempre me gustó, desde el minuto uno, lo sabes, ¿verdad? —Yo asiento—. Pues entonces sonríe y disfruta de la vida y yo disfrutaré también.
Hago lo que mi padre dice, pero respondo:
—Papá, es que os echo tanto de menos. Y esto de no saber cuándo os voy a volver a ver me mata y...
Mi padre sonríe, me pone un dedo en los labios y dice:
—Le he prometido a Joe que las próximas Navidades las pasaremos todos juntos en Alemania. Ese muchacho te quiere y no ha parado de pedírmelo hasta que me ha convencido.
—¿En serio?
Mi sonrisa se ensancha y vuelvo a abrazar a mi padre. Mientras estoy entre sus brazos, miro a Joe, que en ese momento se despide de mi hermana y sonríe. Nunca imaginé que un hombre como él se preocuparía tanto por mi bienestar. Pero ahí está, ese alemán algo cuadriculado que me enamoró, consiguiendo que yo vuelva a sonreír.
Una vez me separo de mi padre, es mi hermana la que se acerca a mí y, con cara de patito tristón, murmura:
—Todavía no te has ido y ya te echo de menos.
Sonrío, la abrazo y soy yo la que dice:
—Ay, mi cuchufletaaaaaaaaaaaa, ¡cuánto te quiero!
Ambas nos reímos e insisto:
—Pórtate bien con el mexicano. Y, aunque quieras ser moderna, piensa las cosas antes de hacerlas, que tú de moderna tienes muy poco, ¿vale?
Mi loca hermana sonríe y, acercándose más a mi oído, cuchichea:
—Me ha pedido que lo acompañe a Madrid.
—¿En serio? —Raquel asiente y yo pregunto—: ¿Cuándo?
—Dentro de tres semanas. Mañana se irá para Barcelona y cuando regrese le he prometido acompañarlo. Oye, en el fondo me viene bien ir, así me traigo cosas que necesito de Luz y, tranquila, soy moderna, pero no me acostaré con él. ¡No estoy tan desesperada! —Al ver mi cara de guasa, añade —: Anoche le comenté a papá el viaje y le pareció bien. Es más, me dijo que el mexicano le gusta. Que es un hombre que se viste por los pies.
Eso me hace reír. Mi padre y sus hombres que se visten por los pies.
Es lo mismo que me dijo a mí de Joe cuando lo conoció. Debe de ser que los hombres tienen un código especial que no conocemos las mujeres y en Juan Alberto ve la seriedad que vio en Joe para sus alocadas hijas.
—Escucha, Raquel, ¿estás segura de lo que vas a hacer?
Ella sonríe. Mira hacia donde está Juan Alberto y el resto del grupo y dice:
—No, cuchu. Pero necesito hacer algo loco. Nunca he sido espontánea y me apetece vivir algo diferente con este hombre. Lo nuestro durará el tiempo que él esté en España, pero...
—Raquel, vas a sufrir cuando él se marche. ¡Te conozco!
Mi hermana asiente y, con una serenidad que últimamente me deja alucinada, responde:
—Lo sé, cuchu..., pero el tiempo que esté aquí, quiero disfrutarlo. Soy consciente de mi situación y de que tengo dos niñas, creo que pocas emociones locas le puedo pedir a la vida. Por ello, ¡a disfrutar, que son dos días!
Sonrío, pero me apena que piense así. Es demasiado joven para creer que su vida ya no será emocionante y, cuando le voy a decir algo, Joe se acerca y, agarrándome de la cintura, dice:
—Chicas, siento interrumpir este momento vuestro, pero el piloto dice que tenemos que marcharnos.
En ese momento se acerca hasta nosotros el tan mencionado mexicano y, mientras mi hermana y Joe se despiden, lo miro, pero antes de que yo pueda decir nada, él afirma:
—Lo sé. No te preocupes. Yo me ocuparé que ella y de que todos estén bien. Por cierto, a Joe ya se lo he dicho, pero gracias a ti también por dejarme Villa Morenita.
No puedo decir nada.
No puedo reprocharle nada.
Y, sonriendo, le doy con el puño en el pecho.
—Ya sabes, güey, cómo me las gasto si algo no me gusta. ¿Entendido?—le advierto.
El rollito salvaje de Raquel sonríe y me da dos besos. Cuando me separo de él, vuelvo a abrazar a mi padre, a mi hermana, beso a mi Luz, que lloriquea porque se va Flyn, ¡pa matarla!, y cuando beso a mi pequeña Lucía y le vuelvo a hablar en balleno, mi padre dice:
—Recuerda, morenita, quiero más nietos y si es un chicote, ¡mejor!
—Yo prefiero otra morenita —balbucea mi marido.
No respondo.
Mi cara lo dice todo.
Ambos sonríen y yo pongo los ojos en blanco mientras me rasco el cuello.
¡Hombres!
Monse_Jonas
Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN
Capitulo Ocho
La llegada al aeropuerto Franz Josef Strauss Internacional de Múnich se hace en el tiempo previsto y sin complicaciones. Cuando bajamos del avión, Joe se entretiene hablando con el piloto y veo a Norbert con el coche. Flyn corre hacia él al verle y se tira a sus brazos. Me encanta ver cómo el hombre sonríe de felicidad al ver al muchachito.
Una vez que el pequeño se mete en el coche con Graciela y Dexter, yo miro a Norbert con complicidad y le doy un abrazo. Como siempre, se queda más tieso que un palo, pero no me importa, yo lo abrazo igualmente y lo oigo decir emocionado:
—Qué alegría tenerla de nuevo en casa, señora.
Sonrío. He pasado de ser la señorita _____ a ¡la señora!
—Norbert, ¿no quedamos en que me llamarías por mi nombre?
El hombre asiente con la cabeza y, tras saludar a Joe con un apretón de manos, añade:
—Eso es cosa de mi mujer, señora. Que, por cierto, está como loca por tenerla de nuevo en casa.
Cuando tenemos ya el equipaje, Norbert lo mete en el maletero del coche mientras Joe me agarra de la cintura con actitud posesiva, me da un beso y murmura:
—De nuevo estás en mi terreno, pequeña.
Su gesto es divertido y, pellizcándole la cintura, aclaro:
—Perdona, bonito, pero éste es mi terreno ahora también.
Divertidos, nos subimos al coche para dirigirnos a nuestra casa. Nuestro hogar. En el camino, Graciela mira por la ventanilla con curiosidad y, mientras los hombres bromean con el pequeño Flyn, yo le explico por dónde pasamos.
Joe sonríe satisfecho al ver que sé manejarme tan bien por Múnich y yo le guiño un ojo.
Al llegar a la casa, Norbert le da al mando a distancia del coche y la verja color acero se abre. Una vez cruzamos el bonito jardín, veo en la puerta principal a Simona, junto a Susto y Calamar.
La mujer sonríe radiante y corre hacia el coche junto con los perros.
Emocionada, antes de que el coche pare, abro la puerta y me bajo como una loca. Susto y Calamar se abalanzan sobre mí y yo los besuqueo mientras ellos saltan y ladran de felicidad. Segundos después, mi mirada se cruza con la de Simona, ¡mi Simona!, y me fundo en un caluroso abrazo con ella.
Pero de pronto, noto que alguien me coge por el brazo y tira de mí. Al mirar, me encuentro con el gesto ofuscado de Joe. ¿Qué le pasa?
—¿Te has vuelto loca?
Sorprendida por su seriedad y, en especial, por el tono de su voz, pregunto:
—¿Por qué? ¿Qué pasa?
Flyn, que se tira en tromba para abrazar a Simona, dice desde sus brazos:
—Tía _____, no puedes abrir la puerta con el coche en marcha. Eso es peligroso.
En ese momento soy consciente de que lo que dicen es verdad. Mi impulsividad me ha vuelto a jugar una mala pasada. Horrorizada, parpadeo. Joe ni se mueve. Qué mal ejemplo soy para Flyn y, mirando a mi enfadado alemán, murmuro mientras Susto le pide que lo salude:
—Lo siento, Joe. No me he dado cuenta. He visto a Simona y...
El gesto de mi chico se relaja y, pasándome la mano por la cara, susurra:
—Lo sé, cariño. Pero por favor, ten más cuidado, ¿vale?
Sonrío y, abrazándome a él, suspiro.
—Te lo prometo, pero ahora, sonríe, por favor.
No duda en hacerlo. Su expresión vuelve a ser risueña y, dándome un beso en los labios, murmura:
—Te lo haré pagar en cuanto estemos a solas.
Con gesto pícaro, lo miro y cuchicheo antes de que Graciela llegue a nuestra altura:
—Guauuu... esto se pone interesante.
Después de soltar una carcajada, Joe saluda a unos enloquecidos Susto y Calamar.
¡Qué emocionados están mis perretes de vernos de nuevo!
Cuando Joe, junto con Flyn, se agacha y los abraza, mi corazoncito late desbordado. Si les llegan a decir eso hace un año, ninguno de estos dos duros alemanes se lo hubieran creído. Pero ahí están, tío y sobrino prodigando mil cariños a nuestras dos mascotas.
Cuando Flyn corre hacia un lateral del jardín, los perros se van tras él y, mientras Norbert saca las maletas, Joe hace lo mismo con la silla de ruedas de Dexter y, una vez abierta, el mexicano se sienta en ella.
—_____, ¡qué contenta estoy de verte!
—Y yo de verte a ti, Simona. Lo creas o no, te he echado de menos.
La mujer sonríe y, al ver que Graciela está a nuestro lado, se la presento:
—Simona, te presento a Graciela.
—Encantada, señorita Graciela.
—Por favor, Simona —dice la joven en alemán—, me sentiría más cómoda si me tutearas, como a _____.
La historia se repite.
Está visto que a las chicas criadas en familias de clase media, eso de “señorita” nos incomoda y, mirando con complicidad a Simona, digo:
—Ya sabes, el señorita lo podemos obviar.
—Ahorita mismo evítalo, ¿vale, Simona? —insiste Graciela.
La mujer sonríe y, de pronto, exclama sorprendida:
—¡Hablas como la protagonista de Locura Esmeralda!
Al oír ese nombre, Graciela nos mira.
—¿Veis Locura Esmeralda en Alemania?
Simona y yo asentimos y ella insiste:
—¿En serio?
—Totalmente en serio, Graciela —respondo.
Me río por no llorar.
Todavía no entiendo cómo me he podido enganchar a un culebrón así y añado:
—No veas el enganche que tenemos con Esmeralda Mendoza y Luis Alfredo Quiñones. Qué disgusto cuando le disparan en el último capítulo. No morirá, ¿verdad?
Graciela niega con la cabeza y Simona y yo suspiramos agradecidas. ¡Menos mal!
—Es la telenovela más exitosa de México. Allí ya finalizó la segunda temporada.
—Aquí anuncian que el 23 de septiembre comienza de nuevo.
—Pero ¿qué me dices? —exclamo emocionada.
Simona asiente feliz y Graciela añade:
—En México la han repetido un par de veces. Esmeralda Mendoza se ganó el corazoncito de todas las mexicanas por su carácter combativo.
Simona y yo asentimos. Ese mismo efecto está ocasionando en las alemanas.
—Simona, ¿cómo estás, bella mujer? —pregunta Dexter.
Encantada por nuestro regreso, la mujer lo mira y responde:
—Estupendamente bien, señor Ramírez. ¡Bienvenido! —Y, señalando a Graciela, añade—: Déjeme decirle que su prometida, o su mujer, es preciosa.
Juas... y rejuás, ¡lo que ha dicho Simona!
Al oír eso, Dexter se paraliza. Graciela se pone roja como un tomate y yo, como soy una bruja, no desmiento nada cuando Simona, guiñándole con complicidad un ojo a Dexter, afirma convencida:
—Ha sabido usted elegir muy bien, señor.
Joe sonríe ante mi silencio. Cómo me conoce mi alemán. Pero Dexter, dispuesto a aclarar lo que yo no he querido aclarar, dice:
—Gracias, pero tengo que decirle que Graciela sólo es mi asistente personal.
Simona lo mira, después mira a la muchacha y, al ver su cara de apuro, junta las manos y ruega perdón.
—Disculpe, señor, mi indiscreción.
—No pasa nada, Simona —sonríe Dexter.
Todos entramos en la casa y, cuando llegamos al salón, oigo que Simona le pregunta a Graciela:
—¿Estás soltera?
—Sí.
La mujer la mira. Luego me guiña un ojo y dice:
—Te aseguro que en Alemania te saldrán mil pretendientes. Las morenas gustáis mucho por estos lugares.
La cara de Dexter al oír eso es todo un poema y yo, sin poderlo remediar, miro hacia otro lado para que no me vea reír. Está claro que se va a tener que aclarar con esa chilena de una vez por todas. Por la tarde aparecen Sonia, la madre de Joe, y Marta, su hermana, con su novio Arthur. Al verlos, Flyn corre hacia ellos y los abraza. Observo la cara de Sonia, que disfruta de ese contacto tan cercano con su nieto, mientras Marta, divertida, lo coge en brazos y da vueltas con él. Nunca han estado tanto tiempo separadas del niño y su reencuentro las emociona.
Como es de suponer, al ver a Graciela las dos piensan lo mismo que ha pensado Simona y Dexter vuelve a aclarar que la joven no es ni su prometida, ni su mujer.
Le pregunto a Sonia por Trevor y ella, acercándose a mí, murmura:
—Hemos roto. —Y antes de que yo diga nada, añade—: Yo no quiero ataduras a mi edad. ¡Será por hombres!
Asiento y me río. Mi suegra nunca para de sorprenderme. ¡Es la bomba!
Durante horas, todos hablamos con familiaridad alrededor de la mesa, mientras tomamos algo y Joe y yo enseñamos nuestras fotos de la luna de miel.
Bueno, todas no. Hay unas que nos reservamos sólo para él y para mí. Son demasiado íntimas.
Al saber que Graciela está soltera, Marta rápidamente la invita a salir una noche de juerga y yo me apunto. Estoy deseando ir al Guantanamera para ver a mis amigos, bailar salsa y gritar “¡Azúcar!”.
Joe me mira y en sus ojos veo que eso no le hace ninguna gracia, pero no pienso dejar de salir con los amigos por el simple hecho de ser la señora Zimmerman. ¡Ni de coña!
Regresar de nuevo a la rutina significa volver a aclararlo todo. Una cosa ha sido toda la vorágine de la boda y la luna de miel y otra muy diferente el día a día. Y aunque adoro a mi marido y él me adora a mí, sé que vamos a chocar. Y lo sé ya sólo con esa simple miradita.
Monse_Jonas
Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN
Bueno chicas, espero les guste el maratón ♥
Sorry por no haber publicado pero hahaha el tiempo, el tiempo que no me dejaba u.u
Saludos a todas
Y gracias por comentar
Sorry por no haber publicado pero hahaha el tiempo, el tiempo que no me dejaba u.u
Saludos a todas
Y gracias por comentar
Monse_Jonas
Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN
O BUENO!!!... ELLA ENCONTRO A LA MEJOR MAESTRA!!!.. Y JOE TAN CONTROLADOR Y PROTECTOR QUE ES!!!!!
chelis
Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN
Capitulo Nueve
Al día siguiente quedamos para cenar con Zayn, Frida y Andrés en Jokers, el restaurante del padre de Zayn. Dexter, Graciela, Joe y yo, tras saludar al simpático Klaus, nos dirigimos hacia la mesa que éste nos indica. Pedimos unas cervezas y comenzamos a charlar.
—Oh, Dios, me encanta la cervecita de Los leones.
—¿La Löwenbräu? —pregunta Joe.
Graciela asiente y, tras beber un trago, responde:
—Hace muchos años, cuando yo vivía en Chile, tenía un vecino cuyo padre era alemán y se hacía traer esta cerveza desde aquí. Hum, ¡está buenísima!
Dexter con una enorme sonrisa al verla tan feliz, pregunta:
—¿Te pido otra?
—Me encantaría.
Los miro. Vaya dos patas para un banco.
Ambos se gustan, pero ninguno da el primer paso. Bueno, Graciela lo ha dado y ahora es Dexter quien tiene que hacerlo. Estoy convencida de que lo desea, pero lo frena su condición. Lo que no entiendo es cómo es tan tonto. Sabe que ella conoce sus limitaciones y aun así él le interesa.
Sinceramente, no le entiendo.
Cuando nos traen una nueva ronda de cervezas, brindamos y el buen humor reina entre nosotros, como siempre. En ese momento, veo que entra el guapísimo Zayn acompañado por una mujer. ¿Quién será?
Él no nos ha visto todavía y puedo curiosear a gusto. La mujer, como era de esperar, es un cañon. Alta, taconazos, sexy, rubia y guapa, muy guapa.
Cuando su padre le advierte que lo esperamos y Zayn se da la vuelta, nuestras miradas se encuentran y me guiña un ojo.
¡Qué gran amigo es!
—Joe, ha llegado tu amiguito —susurro divertida.
Mi rubio, al escucharme, se levanta de la mesa y, cuando esos dos titanes a los que tanto quiero se encuentran, se dan un largo y significativo abrazo. Se adoran. Acto seguido, Zayn me abraza y murmura en mi oído:
—Bienvenida a casa, señora Zimmerman.
Yo sonrío y observo cómo su acompañante me mira con gesto poco amable. Por su actitud se ve que no se siente muy feliz con esta cena. Zayn sigue su ronda de saludos y, tras estrecharle la mano a Dexter y presentarle éste a Graciela, pregunta:
—¿No han llegado Frida y Andrés?
—¡Estamos aquí! —dice pronto la voz de Frida.
Al oírla, doy un salto y corro hacia ella. Mi loca amiga viene dando saltitos y, tras abrazarnos, pregunta:
—¿Cómo va todo?
Separándome de ella, respondo:
—Genial. De momento no nos hemos matado.
Frida sonríe y ahora es Andrés el que me abraza y me achucha. Son todos tan cariñosos conmigo que no puedo parar de sonreír. Veo que conocen a Graciela de cuando han viajado a México.
Clavo la mirada en la rubia que, con cara de asquito, nos observa desde un lateral de la mesa y le digo a Zayn:
—Haz el favor de ser caballeroso y presentarnos a tu acompañante.
Él, que está emocionado por esta reunión, se acerca a la desconocida y, cogiéndola por la cintura, dice:
—Agneta, te presento a mis amigos. Joe y su mujer _____. Andrés y su mujer Frida y Dexter y su novia Graciela.
Uy... Uy..., lo que ha dicho.
Me entra la risa sin poderlo remediar.
Y antes de que Dexter lo aclare, Graciela mira al guapísimo Zayn y dice:
—No somos novios. Sólo soy su asistente personal.
Zayn al oír eso, mira sorprendido al mexicano, después a la joven y, en español, para que Agneta no lo entienda, dice:
—Pues entonces, creo que tú y yo vamos a tener una cita.
Me parto. Zayn no desperdicia oportunidad y Graciela, con una gracia que me descoloca, asiente.
—Estaré encantada de tenerla.
Vayaaaaaaaaaa con la chilena.
¡No quiero mirar a Dexter!
¡No debo hacerlo!
¡Pobrecito!
Pero al final, como soy una cotilla, ¡zas!, lo miro y veo cómo la mandíbula se le cuadra, mientras se retira su oscuro pelo de la cara. No dice nada y da un trago a su cerveza. Ay, pobre, me da hasta pena.
Tras las presentaciones, todos nos sentamos y empezamos a hablar. Klaus, el padre de Zayn rápidamente nos llena la mesa de ricos manjares. Los ojos me hacen chiribitas mientras le explico a Graciela un poco qué es todo aquello.
Uff... ¡qué hambre tengo, por favor!
—¿Sabes quién es ésa? —cuchichea Frida con disimulo.
Yo la miro y, al ver que señala a la acompañante de Zayn, pregunto:
—¿Quién?
—Esa chica trabaja en las noticias de la CNN aquí en Alemania. Es presentadora de televisión.
—Vaya —susurro, mirándola con curiosidad.
Graciela, que es de buen comer, como yo, rápidamente se lanza y, tras comerse una rica albóndiga, me mira y dice con su dulce voz:
—¡Qué ricoooooooooooo!
Yo asiento. Esas albóndigas de carne picada están de muerte. Dispuesta a que siga descubriendo cosas, cojo dos brezn y le entrego uno.
—Prueba esta rosquilla salada mojada en esa salsa y verás.
—Los brenz de aquí son espectaculares —interviene Frida, que coge otro—. Ya verás.
Las tres mojamos las rosquillas, las masticamos y nuestros exagerados gestos lo dicen todo.
¡Deliciosas!
Los chicos nos miran y sonríen. Pedimos más cerveza. Comer da sed.
Mientras los hombres hablan, nosotras le damos buen uso a nuestro paladar, hasta que, de pronto, la mirada de Agneta llama mi atención y pregunto:
—¿No comes?
Ella niega con la cabeza y, arrugando la nariz, responde:
—Demasiada grasa para mí.
—Pues mira, ¡a más tocamos! —responde Graciela en español y yo contengo la risa.
Creo que la cerveza le está comenzando a afectar.
Frida, que está a nuestro lado, dice:
—Mujer, pero algo comerás.
Agneta con un gesto que me recuerda a no sé quién, la mira y responde:
—He pedido una ensalada de rábanos y queso.
—¿Sólo comerás eso?
La rubia alemana asiente y, levantando el mentón, añade:
—Todo lo que coméis es un segundo en la boca y seis meses en las caderas. Yo me debo a mi público, que quiere verme bella y delgada.
Tiene razón. Pero oye, ¡el segundo de la boca es la bomba! En cuanto a lo segundo que ha dicho, prefiero no opinar. Ésta es tonta, pero tonta... tonta.
Durante varios minutos, comemos y comemos y, de pronto, me paro. ¡Ya sé a quién me recuerda la cara de Agneta!
Es igualita a un caniche llamado Fosqui que tuvo la Pachuca cuando yo era pequeña. Me vuelvo a reír. No puedo remediarlo y Joe, acercándose, me besa en el cuello y pregunta:
—¿Qué te da tanta risa?
No puedo decirle la verdad y respondo:
—Graciela. ¿Has visto qué contenta está?
Joe la mira, asiente y murmura:
—Creo que no debería beber más Löwenbräu.
Ambos asentimos y, acercándome a él, le doy un besito en la punta de la nariz.
—Te quiero, señor Zimmerman.
Joe sonríe y, tras ponerme un mechón de pelo tras la oreja, dice:
—¿Sabes?
—¿Qué?
—Hace mucho tiempo que no discutimos y no me llamas una cosa.
Al escucharlo suelto una carcajada y, al darme cuenta de a qué se refiere, parpadeo y afirmo:
—Eso sólo lo diré cuanto te lo merezcas y ahora no te lo mereces. Por lo tanto, ¡no! Me niego a darte ese placer.
—Me vuelve loco cuando me lo llamas.
—Lo sé —río divertida.
Me hace cosquillas en la cintura y pide:
—Venga, dímelo.
—No.
—Dímelo.
—Que no... que no te lo mereces ahora.
Me besuquea y, contenta como unas pascuas, finalmente digo:
—Gilipollas.
Joe suelta una carcajada. Nos volvemos a besar. Dios... cómo besa mi chicarrón.
—Esta ensalada no es la que yo he pedido —dice una voz estridente.
Joe y yo regresamos a la realidad. Miramos a Agneta, que, con cara de enfado, protesta:
—He pedido una ensalada de queso y...
—Esto es una ensalada de queso y rábanos —la corta Zayn, mirándola.
La estrellita de la CNN mira el plato que tiene delante y, adoptando una expresión más dulce, contesta:
—Ah, vale... sí tú lo dices, entonces me lo creo.
—¿Si te lo digo yo?
Acercándose a Zayn, que la mira algo alucinado, la rubia murmura:
—Sí. Si me lo dices tú.
Frida y yo nos miramos e intuyo que pensamos lo mismo. Es tonta... pero tonta de remate.
Pero vamos a ver, qué poca personalidad. ¿Qué ha visto Zayn en ella?
Bueno, vale, ya sé que es un bellezón y, conociendo los gustos de mi amigo, la chica ha de ser, como poco, una fiera en la cama. Pero hombre, no se la puede sacar sin bozal.
Todos seguimos comiendo y la conversación poco a poco se normaliza. Frida, al ser alemana como Agneta, intenta incluirla en la conversación, pero ésta no está por la labor y se niega.
Tras los postres y las risas, Graciela le pide a la camarera:
—Póngame diez Löwenbräu para llevar.
Todos nos reímos, pero Dexter le dice a la mujer.
—Ni caso... Ni caso.
Graciela, al oírlo, lo mira y, apoyando un codo en la mesa y la barbilla en la mano, pregunta:
—¿Por qué? ¿Por qué crees que no debería llevarme alguna cervecita?
El mexicano, con una sonrisa cariñosa, responde:
—Te vas a poner mala, créeme.
Graciela suelta una carcajada. Desde hace rato, soy consciente de que su timidez brilla por su ausencia y, antes de que yo pueda pararla, se acerca más a Dexter y dice:
—Mala estoy de ver que no quieres nada conmigo, cuando sería padrísimo que jugáramos juntos en tu habitación del placer.
Guauuu, ¡Graciela está desatá!
—¡¿Cómo dices?! —pregunta él, totalmente descolocado.
—Sé que te gusto y mi comadre _____ también se ha dado cuenta. No disimules, güeyyyyyyyyyy.
¡Toma ya!
Frida me mira. Yo la miro.
Joe me mira. Yo lo miro.
Zayn me mira. Yo lo miro.
Todos me miran y, cuando Dexter, lo hace digo:
—A ver, Graciela se refiere a...
Pero no puedo continuar.
Graciela le coge la barbilla y, delante de todos, le da un besazo de tornillo en toda regla que nos deja patidifusos.
Otra como mi hermana. ¡Joder con las sositas!
Cuando termina, sonríe y, a escasos centímetros de la cara del mexicano, explica:
—Me refiero a esto, cielito lindo. Quiero dejar de jugar con otros para hacerlo contigo.
Madre míaaaaaaaaaa... madre míaaaaaaaaaaaa...
No sé qué hacer.
Estoy bloqueada. Graciela no para de parpadear en dirección a Dexter y él, mirándome, pregunta:
—¿A qué se refiere con lo de jugar?
Yo levanto las cejas y Dexter, alucinado, me entiende. La mira boquiabierto y dice:
—Pero por el amor de Dios, ¿con quién juegas tú?
—Con mis amigos.
—¡¿Cómo?! —grita, demasiado alto.
Graciela, con muchas cervezas en el cuerpo, responde:
—Ya que tú no quieres hacerlo conmigo, me busco la vida.
Nadie se mueve.
Nadie sabe qué hacer hasta que Joe, tomando las riendas de la situación, dice levantándose:
—Es tarde, creo que será mejor que regresemos a casa.
Todos nos ponemos en pie. Yo me acerco a Graciela y, al ver que Dexter es el primero en moverse con su silla de ruedas, le pregunto en voz baja:
—¿Qué estás haciendo, loca?
Ella se encoge de hombros y responde:
—Decirle la verdad de una vez por todas. Creo que las cervecitas me han ayudado.
—Ya te digo si te han ayudado. Anda y tira para casa —musito.
Una vez salimos del restaurante, mientras Dexter se acomoda en el coche y Joe pliega la silla de ruedas, Frida y Andrés se marchan. Agneta, muy diva ella, sin despedirse se mete en el deportivo de Zayn. Qué tía más antipática.
Zayn, que espera a que Joe termine, me mira y sonríe, consciente de que Dexter nos escucha.
Como dice mi padre, ése sabe más que los ratones coloraos, y, cuando se despide de Graciela, susurra:
—Ha sido un placer, y lo de la cena sigue en pie. Mañana hablamos.
¡Menudo sinvergüenza!
Sin necesidad de pedirle colaboración, ya está ayudando para pinchar a Dexter. Sin más, nos da un beso a Graciela y a mí y se marcha en su deportivo. Nosotras dos subimos al coche y, en silencio, los cuatro llegamos hasta nuestra casa.
Una vez allí, Dexter, enfadado, se va a la habitación de la planta baja que se le ha asignado, y cuando Graciela se va a la suya, Joe me mira y, divertido, pregunta:
—¿Por qué eres tan traviesa, pequeña?
—¡¿Yo!?
—Sí... tú.
—¿Por qué dices eso?
Acercándose a mí, insiste:
—¿Qué es eso de que Graciela juega y de que tú sabes que a Dexter le gusta esa mujer?
Divertida por cómo me mira, respondo:
—Punto uno: me lo ha confesado ella sin yo decir nada.
—Vaya, qué confianzas —murmura, besándome el cuello.
—Y punto dos: ¡es obvio! Sólo hay que mirar a Dexter cuando un hombre está cerca de Graciela para darse cuenta de que le importa y le molesta que se fijen en ella.
Joe sonríe, me coge entre sus brazos y, tras darme un cálido beso, murmura a escasos centímetros de mi boca.
—¿Qué te parece si jugamos un ratito tú y yo y nos dejamos de puntos?
Aprisionándome contra la pared, le devuelvo el beso y contesto:
—Encantada, señor Zimmerman.
Monse_Jonas
Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN
Capitulo Diez
Dos días después, mi cuñada Marta llama por teléfono y esa noche quedamos para salir de juerga con ella.
¡Guau, me apetece un montón!
En un principio, habíamos quedado Graciela y yo, pero al final los chicos se apuntan. No quieren que vayamos solas y, cuando llegamos a la puerta del Guantanamera, observo la cara de mi amor y sé que no es un acierto que esté allí.
Cuando entramos, veo que Anita, Marta con Arthur y unos amigos ya están bailando en la pista.
Yo sonrío. Mira que le va ese bailoteo a mi cuñada la alemana. Joe la observa. Nunca la ha visto bailar así y, sorprendido al ver cómo se contonea, pregunta:
—¿Por qué pone esas caras mi hermana?
Divertida, la miro en el momento en que Marta nos ve y, soltando una carcajada, corre hacia nosotros con su novio detrás. Nos saludamos.
De pronto, me fijo en un chico que baila en la pista con Anita. ¿De dónde ha salido ese pedazo de bombón? Marta, al ver la dirección de mi mirada, cuchichea:
—Impresionante, ¿verdad?
Asombrada, asiento. Se trata de un morenazo increíblemente sensual.
—Lo hemos bautizado como Don Torso Perfecto.
—Telita cómo está el Don —murmuro.
—Se llama Máximo —susurra Marta.
—¿Y quién es?
—Un amigo de Reinaldo.
—¿Es cubano?
—No, argentino y está buenísimo, ¿verdad?
—Ya te digo.
Asiento. Negarlo sería una de las mayores mentiras del mundo. Bloqueadas, estamos observando cómo Anita baila salsa con el argentino, cuando de pronto Joe dice a mi lado:
—Tu bebida, _____.
Al coger lo que me ofrece, veo en sus ojos que ha oído nuestra conversación y que está molesto.
Ay, mi niño, que se me pone celosón.
Sonrío. No sonríe.
Me acerco a él y, besándolo, murmuro:
—A mí sólo me gustas tú.
—Y Máximo —se mofa.
Al final, tras besuquearlo con insistencia, consigo que sonría y me bese. Durante el rato que el grupo charla, me doy cuenta de cómo Dexter y Joe se comunican con la mirada cuando pasa una mujer que les resulta atractiva. Me río. No me puedo enfadar. Yo también tengo ojos en la cara.
Joe paga una ronda de mojitos cuando suena una canción y casi todos gritamos:
—¡Cuba!
Sorprendido, Joe me mira. Yo comienzo a contonearme lenta y pausadamente al son de la música y observo cómo mi marido me escanea con su azulada mirada. El vestido corto que llevo le gusta, me
lo compró él en nuestra luna de miel, y, tentándolo, digo:
—Ven. Vamos a bailar a la pista.
Mi chico arquea las cejas y niega con la cabeza.
Sólo le falta decirme “¡Ni loco!”.
Estamos de regreso en Alemania y la naturalidad de sus actos en nuestra luna de miel parece haber desaparecido. Eso me apena. Me gustaba mucho el Joe desinhibido. Me observa con gesto serio y al ver que yo no paro de moverme, dice:
—Ve tú a la pista.
Deseosa de bailar y cantar la canción del grupo Orishas que suena, salgo a la pista con mis amigos y bailo junto a ellos. Nuestros movimientos son lentos y sensuales. La música entra en nuestros cuerpos y cantamos.
Represent, represent,
Cuba orishas underground de la Habana.
Represent, represent,
Cuba, hey mi música.
La pista se llena.
Todos bailamos la canción, mientras la cantamos a voz en grito y observo que Joe no me quita ojo. Me vigila. No está cómodo.
Llega mi amigo Reinaldo. Ve a Joe y corre a saludarlo. Ambos sonríen. Mi rubio le presenta a Dexter y Graciela y le señala dónde estoy yo. Reinaldo, con su gran sonrisa cubana, corre hacia la pista y, agarrándome por la cintura, comienza a bailar esa calentita canción.
Represent, represent,
Cuba orishas underground de la Habana.
Miro a Joe y me doy cuenta de que ese bailecito que nos estamos marcando no le está gustando un pelo. Rápidamente, me suelto y toda la pista comienza a saltar mientras cantamos.
Aprenderás que en la rumba está la esencia.
Que mi guaguancó es sabroso y tiene buena mezcla.
A mi vieja y linda Habana un sentimiento de mañana.
Todo eso representas,
¡Cuba-a-a!
El local entero jalea la canción y baila y, cuando termina, el Dj cambia de ritmo y yo vuelvo con mi marido, sedienta. Cojo el mojito y le doy un trago considerable.
—¿No bailas, cielo?
Joe me mira... me mira y me mira y al ver cómo sudo, pregunta, retirándome el pelo de la cara:
—¿Desde cuándo me gusta bailar?
Su respuesta es borde a tope, pero como no quiero discutir ni recordarle que en nuestra luna de miel bailó todo lo que quiso y más, se lo paso por alto y, agarrándole del cuello, murmuro:
—Vale, pues entonces, bésame. Eso te gusta, ¿verdad?
¡Sonríe por fin!
Me besa y disfrutamos de nuestro beso, pero de pronto Marta tira de mí, me lleva a la pista y comenzamos a bailar la Bemba colorá. El semblante de Joe vuelve a oscurecerse. Está claro que no le está gustando un pelo el Guantanamera.
Graciela nos mira y le hago una seña para que se nos una. No lo piensa y sale a la pista con nosotras, mientras menea las caderas. Dexter y Joe se miran y ambos resoplan.
¡Vaya dos!
Rápidamente se nos unen Reinaldo, Anita, Arthur, un par de amigos cubanos y Don Torso Perfecto.
Madre mía. De cerca, el argentino todavía está mejor.
Como no es la primera vez que voy a ese local, ya sé cómo bailan. Hacemos un corrillo y, en medio, pareja por pareja demuestran su gracia en el bailoteo calentito y sabrosón. Marta y yo nos movemos como dos locas mientras gritamos “¡Azúcar!”.
Cuando la canción acaba, regreso junto a Joe. Vuelvo a estar sedienta y él, con gesto incómodo, me mira y pregunta:
—¿Va a ser así toda la noche?
Observo que Dexter le dice algo a Graciela y que ella pone los ojos en blanco. Vuelvo a mirar a mi chico no latino y pregunto, tras beber un enooooooorme trago de mi rico mojito:
—¿No te gusta el vacilón?
Esa palabra no la entiende y, al ver su cara, insisto:
—¿No te gusta la fiesta y el buen rollito que hay aquí?
Joe, o mejor dicho, Iceman, mira alrededor y, con su sinceridad aplastante, responde:
—No. No me va nada. Pero a ti sí, ¿verdad?
Tras acabarme el mojito, lo miro y, a pesar de que sé que le molesta, contesto:
—Ya tú sabes mi amol.
Las aletas de la nariz se le mueven.
Guauuuu, ¡excitante!
Luego, acercándome a él, murmuro:
—Me pones como a una Ducati cuando eres tan terrenal.
Pego mi cuerpo al suyo. Incluso con tacones le llego a la nariz. Joe no se mueve. Sólo me mira y yo empiezo a mover mi cuerpo lentamente al compás de la música. Noto su erección y, besándolo, pregunto:
—¿Quieres que nos vayamos a casa?
Asiente sin dudarlo y yo sonrío.
Cuando llegamos, son las dos y cuarto de la madrugada, nos despedimos de Dexter y Graciela y, cuando entramos en nuestra habitación, Joe sigue ceñudo.
Yo estoy algo perjudica con los mojitos y, acercándome, digo:
—Oye, cariño...
Pero no puedo decir más.
Iceman me agarra entre sus brazos y, con una pasión que me deja sin habla, me besa y me devora.
Me empotra contra la pared y, arrancándome las bragas, dice cerca de mi boca, mientras se desabrocha los pantalones:
—No me gusta que bailes con otros.
Me penetra de un empellón que me hace jadear.
—No quiero que vuelvas a ir a ese sitio, ¿entendido?
Su pasión me enloquece, pero tonta no soy. Me agarro con fuerza a sus hombros y, mirándolo, respondo sin perder la cordura:
—Mis amigos van allí, ¿dónde está el problema?
El semblante de Joe se torna de nuevo sombrío. Agarra mis caderas, me vuelve a apretar contra él y yo grito. Su profundidad me vuelve loca, ¡me encanta!, y sisea:
—No me gusta ese local.
Lo beso y, cuando separo mis labios de los suyos, contesto:
—A mí sí. Me lo paso bien y no hago mal a nadie.
—Me lo haces a mí —masculla, empalándome de nuevo.
Me falta el aire. Pero nuestro caliente juego me gusta y, deseosa de más, susurro:
—No, cariño. A ti nunca te haría mal.
Tras una nueva penetración, Joe jadea y murmura:
—Demasiados hombres mirándote.
—Pero sólo soy tuya.
Su boca vuelve a tomar la mía. Sus manos bajan a mi trasero. Me sujeta por él y me penetra una y otra vez. No descansa. Está furioso y su furia me encanta. Me abro. Me deleito con ese momento tan terrenal. Tan pasional hasta que mi cuerpo no puede más y, apretándome contra él, un placer intenso y adictivo sale de mí.
Joe, al notarlo, incrementa sus acometidas una y otra y otra. Se hunde en mí sin descanso hasta que un varonil gruñido me hace saber que ha llegado al límite.
Sin soltarnos, seguimos contra la pared. Nos encanta esa clase de sexo. Nuestras respiraciones están agitadas y, mirándolo, digo:
—Vaya, te ha excitado el Guantanamera.
Él me mira y, al ver mi sonrisa, al final sonríe también y dice, abrazándome:
—Me excitas tú, pequeña... sólo tú.
No vuelve a prohibirme nada. Sabe que no debe. Aunque ya me ha quedado claro lo que piensa del Guantanamera.
Esa noche, tras hacer de nuevo el amor como salvajes bajo la ducha, dormimos abrazados y muy... muy enamorados.
Los días pasan y Dexter y Graciela no avanzan.
Me tienen aburrida.
Zayn llama para cenar con Graciela, ella acepta y Dexter no dice nada.
Pero ¿este hombre no tiene sangre en las venas?
Al día siguiente le pregunto a Graciela por su cita y, encantada, me comenta que Zayn se comportó como un caballero en todo momento. Cero sexo.
Sinceramente, no me sorprende. Si algo tiene Zayn, aparte de estar buenísimo, es que es un auténtico gentleman y un buen amigo de sus amigos.
El colegio de Flyn comienza. En su primer día de clase está nervioso. Durante el trayecto, Norbert y yo sonreímos al verlo tan feliz. Lleva en su mochila el regalo que ha hecho para su amiga especial Laura y está deseoso de dárselo.
Pero su expresión ya no es la misma cuando vamos a buscarlo por la tarde. Está triste y compungido.
—¿Qué ocurre? —le pregunto.
Con lágrimas en los ojos, mi pequeño coreano alemán me mira y murmura, con el regalo aún envuelto en sus manos.
—Laura ya no está en el colegio.
—¿Por qué?
—Me ha contado Ariadna que sus padres se han mudado de ciudad.
Ay, mi niño. Su primera decepción en el amor.
Qué pena. ¿Por qué el amor es siempre tan puñetero?
Lo abrazo y se deja abrazar mientras Norbert conduce. Beso su cabecita morena e, intentando buscar las mejores palabras que mi padre diría, consigo decir:
—Escucha, Flyn, entiendo que estés triste por no ver a Laura, pero tienes que ser positivo y pensar que ella, aunque no esté en este colegio, está bien. ¿O preferirías que estuviera mal?
El crío me mira, niega con la cabeza y dice:
—Pero ya no la volveré a ver.
—Eso nunca se sabe. La vida da muchas vueltas y quizá algún día te vuelvas a reencontrar con tu amiga.
Mi pequeño no contesta e, intentando que sonría, propongo:
—¿Qué te parece si vamos a comprarle algunos regalos a Joe? El sábado es su cumpleaños.
Asiente. Rápidamente, le indico a Norbert que se desvíe y nos lleve a una joyería donde sé que hay un reloj que a mi marido le gusta. Cuesta un pastizal, pero oye, ¡nos lo podemos permitir! Cuando entramos en la joyería, a mí no me conocen, pero a Flyn y a Norbert sí y, cuando digo que soy la señora Zimmerman, sólo les falta ponerme una alfombra roja y tirar pétalos de rosa a mi paso.
¡Qué fuerte! Lo que hace el tener dinero.
Tras comprar el reloj y una pulsera de cuero negro que a Flyn le ha gustado para su tío, dejo que lo envuelvan todo para regalo y me entristezco al ver la carita de mi sobrino. No me gusta verlo tan triste, después de que el último mes haya estado tan feliz. Cuando subimos al coche, intento que sonría.
—¿Sabes que dentro de dos fines de semana participo en una carrera de motocross junto con Jurgen?
—¡Haaaala! ¿Sí?
Asiento y pregunto:
—¿Quieres ser mi ayudante?
El crío asiente, pero no sonríe y yo insisto:
—¿Qué te parece si el próximo fin de semana comenzamos tus clases con la moto?
Su expresión cambia y los ojitos se le iluminan.
Desde antes de nuestra boda, el pequeño quiere aprender a montar en moto y por eso le pedí a mi padre que aprovechara el verano y le enseñara primero a montar en bicicleta. Eso me facilitaría la tarea.
Pienso en Joe y se me abren las carnes. Sé que esas clases me traerán más de un dolor de cabeza, pero también sé que finalmente Joe aceptará. Mi chico prometió cambiar su actitud ante todos y ha de demostrarlo.
Flyn comienza a hacerme preguntas de la moto. Yo le respondo como buenamente puedo, hasta que me mira y dice:
—El tío Joe se enfadará, ¿verdad?
Quitándole importancia, lo beso en la cabeza y contesto, convencida de que tiene razón:
—Tú, tranquilo. Te prometo que lo convenceré.
Pero Flyn y yo acertamos. Esa tarde, cuando Dexter y Graciela se marchan para arreglar unos asuntos de su empresa, le hablo a Joe sobre el tema y se enfada.
—¿Y por qué has tenido que recordárselo? —me dice, desde el otro lado de la mesa de su despacho.
—Escucha, Joe —respondo, mirando la estantería con sus armas—. Flyn estaba destrozado por la pérdida de Laura y yo he pensado que...
—Has decidido que cambiara a Laura por una moto, ¿no?
Lo miro. Me mira.
Nos retamos como siempre con la mirada y añado:
—Antes de la boda le prometiste que aprendería a montar en moto.
—Sé lo que le prometí. Lo que no entiendo es por qué has tenido que recordárselo.
En eso tiene razón. Como siempre, he sido demasiado impulsiva. No pienso las cosas y así me va luego. Pero como no escarmiento, añado:
—Él me lo hubiera pedido igualmente. Dentro de dos fines de semana participo con Jurgen en una carrera y...
—¿Que vas a hacer qué?
Oh... oh... Mal rollito.
Frunce el cejo y noto que se tensa. Pero dispuesta a que cumpla lo que prometió en su día, aclaro:
—Te lo dije. Lo sabes desde hace un mes. Te dije que Jurgen me avisó de esa carrera y tú mismo me dijiste que te parecía bien que participase. ¿Por qué si no ordenaste que trajeran mi moto en tu avión?
Asombrado, me mira y pregunta:
—¿Yo lo ordené?
—Sí. Y si tienes menos memoria que Doris, la amiga de Nemo, ¡no es mi problema! —Y antes de que diga nada más, añado—: Pero bueno, eso ahora no importa, lo que importa es hablar de Flyn.
Joe me mira con el cejo fruncido.
—Comienza el curso escolar y no quiero que se distraiga de los estudios. Deja las clases de moto para la primavera.
—¡¿Cómo?!
—_____, por el amor de Dios. A Flyn le da igual aprender ahora que dentro de un tiempo.
—Pero yo le he prometido que...
—Lo que tú le hayas prometido no es asunto mío —me corta con voz seca—. Además, la moto de Hannah o la tuya son muy altas para él. Habría que comprar una adecuada para un niño.
—Buenooooo... —resoplo.
Yo aprendí con la moto de mi padre y aquí estoy, ¡enterita!
—Mira, _____, está claro que aprenderá a montar en moto, pero ahora no es el momento.
—Ahora sí lo es.
Tensión...
Mucha tensión.
—_____... —sisea.
Sin amilanarme, respondo:
—Joe...
Llevaba un tiempito sin sentir esta sensación. Me mira con sus helados ojos de Iceman y mi estómago se contrae. Dios, ¡cómo me pone! Y cuando voy a decirle que no quiero discutir, suena el teléfono. Joe lo coge, me hace una seña y yo entiendo que es trabajo.
Espero cinco minutos para retomar la conversación, pero al ver que aquello se alarga, decido salir del despacho e ir a la cocina a tomar algo. Cuando entro, me encuentro con Flyn allí sentado. Vuelve a estar cabizbajo. Sostiene todavía el paquetito envuelto para Laura y al verme me mira y dice:
—No quiero que el tío y tú discutáis.
—No pasa nada, cariño.
—Pero he oído que el tío se ha enfadado.
—Se ha molestado porque ha recordado que yo voy a participar en una carrera de motos, no porque tú vayas a aprender —le miento y, al ver su carita, insisto—: No pasa nada, cielo, créeme.
—Sí, sí pasa. Os enfadaréis y tú te volverás a ir.
Al oír eso, sonrío. Mi pitufo gruñón me quiere y eso me llega al corazón. Por eso, sentándome en una silla a su lado, hago que me mire.
—Mira, Flyn, tu tío y yo nos queremos muchísimo, pero aun así somos tan diferentes en tantas cosas que nos va a resultar muy difícil no discutir. Pero aunque discutamos, eso no quiere decir que yo me vaya a ir, porque para que yo me vaya y te deje a ti y a él, tiene que ocurrir algo muy... muy... muy grave y eso no voy a permitir que ocurra, ¿de acuerdo?
El niño asiente. Lo cojo de la mano y hago que se siente sobre mis piernas. Todavía me sorprende haber conseguido esa cercanía y, cuando me abraza y apoya su cabecita en mi hombro, murmuro:
—Me encantan tus abrazos, ¿lo sabías?
Noto que sonríe y, durante más de cinco minutos continuamos así, sin hablar y sin movernos, hasta que él, mirándome de nuevo, dice:
—A mí me encanta que vivas con nosotros.
Ambos reímos y volviéndome a sorprender, añade, cogiendo mi mano:
—Ya que Laura se ha ido, quiero que el regalo sea para ti.
—¿Estás seguro?
Flyn asiente y yo cojo el regalo.
Abro el papel y sonrío al ver una pulserita hecha a mano con las piezas de un juego de las Bratz de mi sobrina, que, curiosamente, es de mi color preferido: ¡Lila!
—Es preciosa, ¡me encanta!
—¿Te gusta?
—Por supuesto que me gusta. —Y, poniéndomela, extiendo la mano y pregunto—: ¿Qué tal la ves?
—Te queda muy bien. Además, la hice de tu color preferido.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo dijo Luz y recuerdo que un día el tío también lo comentó.
Saber eso me hace sonreír y, dándole un beso, murmuro:
—Gracias, cariño. Me encanta el regalo.
—No discutas con el tío por mí.
—Flyn...
—Prométemelo —insiste.
Deseosa de que vuelva a sonreír, pongo mi pulgar junto al suyo y afirmo:
—Te lo prometo.
Me abraza con fuerza. Tan fuerte que hasta me hace daño en los hombros, pero no me quejo y, dispuesta a que ese niño sea feliz sí o sí, digo haciéndole cosquillas:
—Te voy a comer a besos, ¿sabes?
Él suelta una carcajada y yo, encantada, me río también, hasta que de pronto los dos somos conscientes de que Joe está en la puerta. Nos mira. Su mirada, como siempre, me impacta. Se acerca a nosotros y, agachándose para estar a nuestra altura, dice:
—Punto uno —eso me hace sonreír—, _____ no se va a ir de nuestro lado nunca, ¿entendido? —El crío asiente y Joe prosigue—: Punto dos, compraremos una moto para un niño de tu edad, así podrás comenzar las clases con _____. Y punto tres, ¿qué te parece si ahora nos vamos de compras para que _____ sea la más guapa en la Oktoberfest?
Flyn parpadea, se tira a los brazos de su tío y después sale corriendo de la cocina. Yo todavía no entiendo nada. ¿Qué ha pasado? No me muevo cuando mi loco amor, arrodillado ante mí, murmura:
—Muy... muy... muy... muy grave tiene que ser lo que ocurra entre tú y yo para que te deje marchar, ¿entendido, pequeña?
Al escuchar eso, sonrío y pregunto:
—Has escuchado la conversación, ¿verdad?
Joe asiente y, acercando su boca a la mía, susurra:
—He escuchado lo suficiente como para saber que mi sobrino y yo estamos locos por ti y que ya no sabemos vivir sin nuestra morenita.
Me desarma...
Sus palabras derriban todas mis defensas...
Lo beso y, gustoso, responde. Le deseo desesperadamente y cuando mis manos lo agarran con más pasión, Joe me para y dice:
—Aunque lo que más deseo en el mundo en este momento es desnudarte y hacerte mía mil veces, ahora no puede ser.
Yo protesto.
Él sonríe y dice al ver mi cara:
—Flyn regresará en seguida para que nos vayamos de compras.
—¿De compras, adónde?
Una vez nos levantamos los dos, mi chico me besa... me besa... me besa y, cuando he perdido el sentido común por completo, dice, dándome un empujoncito en el trasero:
—Vamos, debemos ir a comprarte algo bonito para la gran fiesta de Múnich.
Horas después, en una tienda de lo más típica, nos encontramos con Dexter y Graciela. Al vernos, vienen a nuestro encuentro y me divierto comprando los trajes típicos bávaros. ¡Nos vamos de fiesta!
Monse_Jonas
Re: Pídeme Lo Que Quieras O Déjame (Joe y Tú) ADAPTACIÓN
Capitulo Once
Dos días después comienza la Oktoberfest, la fiesta de la cerveza más importante del mundo. Joe ha quedado allí con los amigos y la familia.
Cuando termino de vestirme, me miro al espejo. Parezco una campesina alemana con el dirndl, que es el traje típico, compuesto por falda larga, delantal, corpiño y blusa blanca. Divertida, empiezo a hacerme unas trenzas y, al mirarme al espejo, sonrío. Estoy convencida de que mi apariencia lozana a Joe le encantará.
Suena una llamada en la puerta de mi habitación y entra Flyn. Está guapísimo con sus pantalones cortos de cuero marrón, sus tirantes, el gorrito verde y la chaqueta de paño grisácea.
—¿Estás preparada?
—Pero qué guapo estás, Flyn.
El pequeño sonríe y yo, dándome una vuelta ante él, pregunto:
—¿Parezco una alemana así vestida?
—Estás muy guapa, pero te pasa como a mí, no tenemos cara de alemán.
Ambos nos reímos y, divertida por lo que ha dicho, me hago la otra trenza.
—Dile a tu tío que bajo en cinco minutos.
El crío sale despepitado de la habitación y, cuando termino de peinarme y me doy la vuelta, me sorprendo al ver a Joe apoyado en el quicio de la puerta.
Me mira... y luego dice con una sonrisa torcida:
—No sé cómo lo haces, pero siempre estás preciosa.
Se me reseca la boca.
Madre mía, qué pedazo de marido tengo.
Aquí el guapo, el precioso, el impresionante, el alucinante ¡es él!
Vestido con unos pantalones largos de cuero marrón oscuro, una camisa beige y unas botas marrones de caña alta está impresionante. Nunca imaginé que vestido de bávaro Joe pudiera estar tan sexy.
Por cierto, me gusta cómo le queda el cuero. Debo exigirle que se compre algo de ese material.
Cuando consigo reaccionar, repito la misma operación que segundos antes de hecho con Flyn. Me doy una vueltecita y, cuando vuelvo a mirar a Joe, sus manos ya están en mi cintura y me besa con aire posesivo.
Oh, sí... adoro esta intensidad.
Sin cortarme un pelo, me agarro a su cuello, salto y, rodeándole la cintura con las piernas, digo:
—Si sigues besándome así, creo voy a cerrar la puerta, echar el cerrojo y la fiestecita la vamos a organizar tú y yo en la habitación.
—Me gusta la idea, pequeña.
Nuevos besos...
Mayor intensidad...
—Pero ¿qué hacéis? —pregunta Flyn, sorprendiéndonos—. Dejad de besaros y vámonos de fiesta.
Todos nos esperan.
Nos miramos y sonreímos.
Y al ver que el pequeño, con los brazos en jarras, no se mueve de la puerta esperando que nosotros salgamos, Joe me deja en el suelo y murmura:
—Esto no acaba aquí.
Divertida, asiento y corro tras Flyn, mientras sé que Joe sonríe y camina detrás de mí.
Dexter y Graciela nos esperan y están monísimos con sus trajes bávaros. Una vez estamos todos, nos despedimos de Simona, que se niega a acompañarnos, y subimos al coche.
Norbert nos deja lo más cerca posible de la explanada Theresienwiese, lugar donde se celebra la multitudinaria fiesta.
El tumulto es increíble y, sorprendida, le digo a Joe:
—¿Te puedes creer que esto me recuerda a la Feria de Abril de Sevilla? Estoy por gritar “¡Olé... torero...!”.
Joe suelta una carcajada y yo añado:
—Eso sí, aquí vais vestidos de bávaros y bebéis cerveza y allí vamos de flamencos y bebemos rebujito.
Mi chico, feliz, me da un beso en la cabeza, mientras cientos de alemanes y extranjeros vestidos de todas las maneras posibles se disponen a divertirse entre música y litros y litros de cerveza.
Joe agarra mi mano con fuerza y con la otra sujeta a Flyn. No quiere perdernos a ninguno de los dos y, mirando a Dexter y Graciela, dice:
—Seguidme.
Caminamos entre la gente y me fijo en que las casetas llevan los nombres de las marcas de cerveza. Al llegar a una de ellas, el grandullón que hay en la puerta, al ver a Joe, nos deja pasar. Suena música. La gente canta, baila y bebe. Se lo pasan bien, ¡qué guay! Joe se para, mira a su alrededor y, cuando localiza lo que busca, seguimos andando.
—Esto está a reventar de gente —grito.
Él asiente y dice:
—Tranquila, nosotros tenemos nuestro sitio reservado todos los años.
Al fondo, entre el tumulto, de pronto veo a Frida y Sonia con el pequeño Glen en brazos, mientras Marta y Andrés bailan.
—Pero ¿quién ha venido? —grita Sonia al ver a su nieto.
Tras abrazarla, Flyn comienza a hacerle monerías a Glen, que le sonríe.
Frida, contenta de verme, me mira y exclama:
—Chicaaaaaaaa..., te pongas lo que te pongas te queda bien.
Yo sonrío con picardía y, acercándome a ella, respondo:
—Eso, más que a mí díselo a mi marido. ¿Has visto qué guapo está?
Mi buena amiga lo mira de arriba abajo y dice:
—La verdad es que sí, tu maridito tiene muy buena planta, pero mi Andrés también está muy guapo y... bueno... bueno... para guapo el que viene, y lo bien acompañado que va.
Sigo la dirección de su dedo y veo que Zayn, en todo su esplendor, llega del brazo del caniche Fosqui y de otra rubia más. La gente los mira. La tal Agneta es muy conocida por salir en la televisión y pronto la rodean para pedirle autógrafos.
Al acercarse puedo ver que la otra rubia es Diana. Zayn consigue arrancar a su chica de las garras de sus fans y cuando llegan hasta nosotros, tras darle un beso a él, intento ser amable con la presentadora.
—Hola, Agneta.
Ella me mira y, tras repasarme de arriba abajo, dice:
—Perdona, no recuerdo tu nombre, ¿cómo te llamabas?
—_____.
—Ah sí, es cierto. —Y, volviéndose hacia su amiga, añade—: Ésta es _____.
Diana asiente. Ya nos conocemos y, acercándose a mí, dice:
—Encantada de volver a verte, _____.
Mi estómago se contrae al recordar lo que esta mujer sacó de mí aquella noche en el local de intercambio de parejas y, acalorada, respondo:
—Yo también estoy encantada.
De pronto, oigo que el caniche estreñido exclama:
—¡Joe! Qué alegría volver a verte. Ven, quiero presentarte a Diana.
La madre que parió a Fosqui.
¿Se acuerda del nombre de él y no del mío?
Esta tía si me gustaba poco, ahora menos.
Como si me leyera la mente, mi guapo marido las saluda a ella y a Diana, pero luego, inmediatamente se acerca a mí. Sabe lo que pienso. Por ello, me coge en brazos y, levantándome delante de todos, dice:
—Amigos, es el primer Oktoberfest de mi preciosa mujer en Alemania y me gustaría que brindarais por ella.
En ese momento, todos los alemanes, conocidos y desconocidos, que hay a nuestro alrededor levantan sus enormes jarras de cerveza y, tras dar un grito de guerra, brindan por mí. Yo sonrío y Joe me besa.
¡Se acabó mi mala leche!
Flyn quiere ir a montar en las atracciones y Marta y yo nos ofrecemos voluntarias para acompañarlo. Necesito que me dé el aire.
Cuando salimos de la carpa, la muchedumbre nos absorbe. Marta me mira y yo le indico que no se preocupe que voy tras ella. Cuando llegamos a una de las atracciones para niños, Flyn se monta encantado. Marta y yo lo esperamos.
—Madre mía, qué melopea llevan ésos. —Señalo a unos que van borrachos hasta las trancas.
Marta sonríe y responde:
—Tienen pinta de ingleses. ¿Sabes cuál habrá sido su problema? —Yo niego con la cabeza y Marta me aclara divertida—: Seguro que han intentado seguir el ritmo cervecero de algún alemán y lo que no saben es que la cerveza que se sirve en esta fiesta es mucho más fuerte de lo habitual. —Yo me río a carcajadas—. Pero si la jarra más pequeña es del tamaño de un libro, ¿qué te puedes esperar?
Entre risas, esperamos a que Flyn acabe y, cuando lo hace, corremos a un par de atracciones más.
Cuando regresamos de nuevo a la carpa, Joe me guiña un ojo y Frida me coge de la mano y me hace subir a una de las mesas para cantar una canción típicamente alemana. Divertida, los sigo.
Curiosamente, me la sé y Joe sonríe junto a su madre.
Cuando voy a bajar de la mesa, un hombre se acerca a mí y me ayuda. Me coge por la cintura y, cuando estoy en el suelo, dice sin soltarme:
—¿Sabes que eres una joven muy bonita?
Yo sonrío, se lo agradezco y me voy con mi grupo, pero al acercarme me paro y siento que la furia sube por todo mi cuerpo a borbotones al ver a Amanda frente a Joe.
¿Qué hace aquí Amanda?
¡Odio a esa maldita mujerrrrrrrrrrrrrr!
Me pica el cuello. Me rasco y maldigo en español, para que nadie me entienda.
De repente, ella me ve. Joe, al ver su gesto incómodo, mira y me ve también. Molesta, me doy la vuelta y me encuentro de frente con el hombre que segundos antes me piropeaba y que pronto me doy cuenta de que está como una cuba.
—Hola de nuevo, preciosa.
No le respondo y él insiste:
—Déjame invitarte a una cerveza.
—No, gracias.
Me doy la vuelta. Estoy cabreada, muy cabreada, cuando siento que alguien me coge de la cintura.
Maldito borracho. Me inclino y lanzo un codazo hacia atrás para alejarlo de mí con todas mis fuerzas.
Oigo una protesta y, al darme la vuelta, mi corazón se desboca al ver a Joe, que, encogido, me mira y gruñe:
—Pero ¿qué te ocurre?
Su reacción me indica que le he hecho daño.
¡Madre mía, qué bruta soy!
Me paralizo. Él se recupera, me coge con fuerza de la mano y, sin soltarme, me lleva hasta un lateral de la carpa. Cuando llegamos, dice enfadado:
—¿A qué ha venido darme ese codazo?
Voy a responder, pero no me deja e, inmediatamente, continúa:
—Si es por Amanda, es alemana y está en su derecho de venir a la fiesta. Y antes de que sigas echando humo por las orejas, o propinando salvajes codazos, déjame decirte que no se me ha insinuado, no ha intentado ligar conmigo y no ha hecho nada de lo que se tenga que avergonzar, porque valora su trabajo y sabe que no quiero que nos ocasione problemas. Ella en su momento lo entendió, ¿lo has entendido por fin tú?
No pienso decir nada.
¡Me niego!
No voy a contestar. Sigo molesta por haberla visto.
Joe espera... espera... espera y cuando veo que desespera, suelto:
—Vale. Entendido.
Su gesto se relaja. Me toca el pelo y murmura:
—Pequeña..., sólo me importas tú.
Me va a besar, pero yo me retiro.
—¿Me acabas de hacer la cobra, señora Zimmerman?
Su gesto, su voz y su risa, consiguen que finalmente yo sonría y responda:
—Ten cuidado, o la próxima vez te haré la víbora, ¿entendido?
Joe suelta una carcajada, me abraza y regresamos junto al resto de los amigos, donde me quedo sin habla al ver a Graciela sentada sobre las piernas de Dexter mientras él la sujeta y la besa. Vaya... creo que estos dos han vuelvo a beber cerveza de Los Leones.
Al verlos, Joe me mira y murmura:
—Aquí besa todo el mundo menos yo.
Su ironía me hace gracia y, volviéndome hacia él, me agarro a su cuello con actitud posesiva y, mirándolo a los ojos, le pido:
—Bésame, tonto.
No se hace de rogar. Me besa ante todo el mundo y su madre es la primera en brindar y beber un trago de cerveza.
No vuelvo a ver más a Amanda. Se ha escabullido.
Entrada la noche, la fiesta continúa. Zayn se marcha con sus amigas y Marta con Arthur. Frida y Andrés se van con el pequeño Glen, que ya está cansado, y Dexter y Graciela se quieren ir a casa.
Tienen prisa y yo sonrío al ver la cara de la chilena.
Joe, sin preguntar, llama a Norbert con el móvil y quedan en el mismo lugar donde nos dejó.
Cinco minutos más tarde, Dexter y Graciela, acompañados por Sonia y Flyn, desaparecen y Joe murmura en mi oído:
—Creo que esta noche alguien lo va a pasar muy bien en nuestra casa.
Eso me hace sonreír.
Por fin, los dos le van a dar un gustazo al cuerpo y, si todo funciona bien, quizá se den una oportunidad.
Durante una hora, Joe y yo lo pasamos bien divirtiéndonos, hasta que le vibra el móvil y, tras leer el mensaje, me dice:
—Es Zayn.
Nuestros ojos se encuentran. Nos miramos durante unos segundos y él añade:
—Está en un local de intercambio llamado “Sensations” y nos pregunta si nos apetece ir.
Mi cuerpo se calienta. Sexo. Y veo cómo mi chico no latino curva la comisura derecha de la boca y dice:
—Sólo iremos si tú quieres.
¡Uf, qué calor!
Acalorada como estoy ya por tanta bebida, esto directamente me abrasa.
Bebo de mi cerveza mientras Joe me observa. Me pongo nerviosa y, finalmente, pregunto:
—¿Estarán las dos mujeres que lo acompañaban?
Joe me mira. Ha intuido que el caniche y yo somos dos razas incompatibles y responde:
—Sólo Diana.
Saber que el caniche no estará me hace sonreír y entonces experimento un morbo increíble al ser consciente de que tres depredadores quieren jugar conmigo. Joe, Zayn y Diana. Me gusta la idea.
El corazón se me acelera y Joe, al intuir lo que pienso, murmura elevando más mi calentón:
—Quiero ofrecerte. Quiero follarte y quiero mirar.
Asiento...
Asiento...
Asiento...
Y finalmente respondo con un hilillo de voz, mirándolo a los ojos.
—Lo deseo, Joe. Lo deseo mucho.
Mi chico sonríe. Teclea algo en el móvil y, segundos después, dice levantándose:
—Vámonos.
Lo sigo al fin del mundo, mientras mi cuerpo se revoluciona y mi mente piensa, ¡sexo!
Monse_Jonas
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