barley circus | audiciones cerradas. ¡resultados!

 Recuerdo que el 5 de diciembre fue la muerte de mi madre, y que diez días después se celebró el funeral. Una semana antes de su partida, ella se puso muy grave, y la última vez que la vi fue el día después de mi cumpleaños número quince —o sea, un día antes de que la internaran en cuidados intensivos—. Todavía escucho, como un leve susurro, la suave voz de mi madre y su última, y más sincera promesa.

   —Se que mi enfermedad no es el mejor regalo. Se que quieres que esté en casa, con papá, con Micky y contigo. Pero la vida me puso un obstáculo... —su voz se ahogó por las lágrimas que empezaban a brotar —... y luchare porque los quiero.

   —Mamá no, no me hagas llorar. Yo sé que podrás recuperarte, sólo te pido que seas fuerte —las lágrimas calientes salían de ambas, y ninguna podía reprimirlas.

    —Déjame terminar —me pidió, y yo guarde silencio mientras observaba sus profundos ojos miel —. Si acaso no puedo seguir, si me voy. Les prometo que les enviaré un ángel, que cuidará de ustedes, los protegerá, pero lo más importante los amara.

   No entendía exactamente lo que nos quería decir. Pero no tenía tiempo para pensar, pues las horas de visitas ya habían concluido, y el doctor insistía en que debía irme. Al parecer, nunca había tenido un familiar a punto de morirse. Y como me daban jamás de golpear su cara, que tenía una expresión irritante, y así torcerle su enorme narizota.

   —Te quiero.

   Esas eran las últimas palabras que escucharía de ella. Desafortunadamente, no sabía. Y si, por lo menos, lo hubiera deducido, le habría hecho una mueca al frustrante doctor y se habría sentado plácidamente en aquel sillón de aspecto viejo e incómodo, para después ver la expresión de enojo del tipo de bata blanca.

   Pero todo en algún momento se acaba. Como un efímero año, o como un rayo en el cielo a mitad de la tempestad; sin dejar rastro alguna de lo que alguna vez existió. Tan sólo cenizas que pronto entrarían al olvido, acompañados de los recuerdos, que desaparecerían con el tiempo, y leves susurros de lo que en un principio fue la voz. Porque es exactamente eso la muerte; el olvido, y sólo leves recuerdos en la mente del ser humano. Nosotros sólo somos una gota en un enorme océano; insignificantes. Nuestra partida sólo afecta a los familiares y amigos, pero no al mundo, ni al universo, ni al tiempo. Porque si lo piensas bien, nuestro tiempo de vida es tan corto, efímero e insignificante comparado con otros astros. Nosotros sólo somos una especie más para el universo.

Sentada en aquella silla mientras sentía el gélido aire de la habitación que hacía que me estremeciera.
Mis ojos estaban cubiertos por una tela negra; mis manos permanecían atadas con unas cuerdas; mis pies estaban descalzos y sucios; pero lo peor era la tierra esparcida por toda mi cara y aquel desagradable sudor que se fugaba de mi frente.
Todavía no sabía cómo es que había terminado  así, sólo perduraba un recuerdo en mi mente.

Salía del gran edificio gris. Las calles oscuras no presentaban ni un rastro de vida. Tal vez era porque casi toda la población de Florida había asistido a la fiesta de gala de los Walter —millonarios egocéntricos que desprecian a la clase inferior a ellos—. Pero… ¿Quién era ella para juzgarlos?. Su padre y su madre compartían los mismos gustos por esta familia narcisista. Y para desgracia de sus progenitores, su hija —una hermosa castaña de ojos azules y tez blanca— era diferente a ellos.


 Tal adjetivo se le había dado a la hija de los King, que jamás había querido la gran mansión y aquel costoso auto deportivo que le obsequiaba su padre. Ella, en vez de eso, había preferido las largas caminatas y aquella hermosa cabaña que tenía a unos pocos kilómetros de ahí, la cual daba una esplendida vista a la playa de Key West  —Cayo Hueso—.


Y aquel destino es con el que comenzó su viaje de vuelta a su cómodo hogar. 


 


 


Al llegar, un presentimiento de temor la invadió. Para ella todo estaba sospechosamente  silencioso, así que optó por llamar a su labradora.



—¡Laker!, ¡ven Laker! 



Pero ni un ladrido resonó, sólo se escuchaba el llanto de una niña, la morena se fue acercando lentamente al lugar donde provenía tal sollozo, y al llegar a la cocina observó a una niña  rubia acuclillada al rincón. 



La morena se acercó a ella y acarició su hombro derecho pero entonces la niña se volteo con una sonrisa satírica y balbució palabras incomprensibles.



—¡Game Over! —Y los ojos de la pequeña se apagaron como si estos fueran los de  un… autómata. 



Pero ¿Cómo era aquello posible?, o mejor dicho… ¿Quién había hecho tal cosa?


Preguntas sin respuestas tuvieron que ser echadas de su mente cuando el timbre sonó.


La oji-azul fue a abrir la puerta y lo que más le sorprendió era que aquellos dos hombres de camisas negras y pasamontañas traían una jeringa.


Ambos individuos le cubrieron la boca con un pañuelo, el cual contenía algo para adormecer, y antes de la morena cayera en profunda oscuridad, uno de aquellos hombres le susurró:


—¡Por fin!, tu padre nos va a pagar todo lo que nos debe.»



 



Cada detalle y suceso me servían para recordar que me había pasado. 


Y entonces reflexione que al parecer me habían… ¡Secuestrado!


 


¿Por qué?


 


Aquella única pregunta daba vueltas en mi mente. Y antes de intentar gritar, uno de mis secuestradores entró.


—¡Oh!, ya has despertado —exclamó acercándose a mi— ¡Muy bien, porque tienes que comer! —Chasqueó sus dedos, y en respuesta a eso, dos señoritas vestidas de sirvientas llevaban dos platos de una carne desconocida para mí. 


—¡La especialidad de hoy!... —hizo una pausa breve para acercarme aquellos platillos—:… ¡Balut!


Esa última palabra causó que mis estomagó vomitará encima del aquel hombre que sonreía maliciosamente.


Y al terminar de nausear, todo se volvió tan oscuro que caí al suelo frío, pero por suerte el hombre me atrapó y me llevó cargando hacia algún lugar que desconocía.


—¡Buenas noches, Kate!


 


Y  caí a los brazos de Morfeo.