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Mensaje por aranzhitha Dom 06 Abr 2014, 10:03 pm

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Mensaje por Monse_Jonas Dom 06 Abr 2014, 11:20 pm

Capitulo Treintaitrés
Dos días después, Fernando no ha vuelto a aparecer aunque sí me manda mensajes al móvil para preguntarme cómo estoy y para invitarme a comer o cenar. Rechazo sus invitaciones. No quiero verlo. Saber que ha curioseado en mi vida y en la de Joe me pone furiosa. ¿Qué les pasa a los hombres?
Cuando despierto el quinto día, sonrío. Mi habitación sigue como siempre. Papá se encarga de que nada cambie y, cuando escucho sus nudillos tocar en mi puerta y veo su cara, sonrío.
—Buenos días, morenita.
Ese tono dulzón y andaluz que emplea cuando me habla me encanta. Me siento en la cama y lo saludo:
—Buenos días, papá.
Como siempre, papá me lleva el desayuno a la cama y se trae el suyo. Es nuestro momentito del día, en que nos explicamos nuestras cosas. Algo que a los dos nos entusiasma.
—¿Qué vas a hacer hoy?
Doy un trago al riquísimo café antes de contestar:
—He quedado con Rocío. Quiero ir a conocer a su sobrino.
Mi padre asiente y da un mordisco a su tostada.
—Es una preciosidad de niño. Le han puesto Pepe, como a su abuelo Pepelu. Ya verás qué hermoso que es. Por cierto, Fernando ha llamado. Quería hablar contigo y ha dicho que volvería a llamar más tarde.
Eso no me gusta, pero intento no cambiar mi gesto. No quiero que mi padre saque conclusiones erróneas. Sin embargo, él no tiene
un pelo de tonto.
—¿Has discutido con Fernando?
—No.
—Entonces, ¿por qué no viene a buscarte a casa como siempre?
Sus ojos me taladran. Sé que espera la verdad.
—Mira, papá. Seamos sinceros, que ya somos mayorcitos: Fernando quiere de mí algo que yo no quiero de él. Y aunque es un excelente amigo, entre nosotros nunca habrá nada más porque yo actualmente pienso en otra persona. Lo entiendes, ¿verdad?.
Mi padre contesta que sí. Da otro mordisco a su tostada y lo traga antes de cambiar de tema.
—¿Sabes cuándo viene tu hermana?
—No me dijo nada, papá.
—Es que la llamo y últimamente siempre tiene prisa. Pero la noto contenta, ¿sabes por qué? —Eso me hace sonreír. Si mi padre supiera…
—Lo dicho, papá, ¡ni idea de lo que va a hacer! Pero seguro que vienen los tres a pasar unos días contigo. Ya sabes que Luz… si no ve a su yayo le da algo.
Mi padre sonríe y suspira.
—¡Ay, mi Luz…! Qué ganitas tengo de ver a ese pequeño trastillo. —Luego me mira y añade—: En cuanto a lo de Fernando, a partir de este momento me doy un puntito en la boca, pero, hija, ¿no seguirás con el muchacho ese con el que te vi la última vez que estuve en Madrid?
Me río a carcajadas.
—Mira, cariño mío —continúa, antes de que yo pueda replicarle—, sé que en la capital todos sois muy modernos. Pero, ¡ojú!, lo poco que me gustó ese tipo cuando vi que llevaba un pendiente en la ceja y otro en la nariz.
—Tranquilo, papá… no es ese quien ocupa mis pensamientos.
—Me alegra saberlo, morenita. Ése tenía cara de saber más que los ratones coloraos.
Aquel comentario me hace soltar una carcajada y mi padre me acompaña con otra. Durante un buen rato demoramos el desayuno hasta que
mira el reloj.
—Me tengo que ir al taller.
—Vale, papá, ¡te veo por la tarde!
—Pásate luego por el circuito. Estaré allí.
—¿Por el circuito? ¿Para qué?
Veo la risa en su mirada y, sin desvelarme nada, se levanta de la cama.
—Tú pásate sobre las cinco. Tengo una sorpresita para ti.

Mi padre y sus secretitos. Aunque rápidamente sé a lo que se refiere. Acepto la invitación mientras él se marcha y yo continúo poniéndome morada de tostadas.
Monse_Jonas
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Mensaje por Monse_Jonas Dom 06 Abr 2014, 11:21 pm

Capitulo Treintaicuatro
A las once y media, mi amiga Rocío pasa a buscarme y juntas vamos a ver a su sobrino. Como me ha dicho mi padre, el niño es precioso. A la una ya estamos de vuelta en casa y nos bañamos en la piscina. El agua está fresquita y muy rica.
Rocío me cuenta sus cosas e intenta interrogarme sobre Fernando. Pero en cuanto ve que no quiero hablar sobre el tema, lo deja estar y hablamos de otras cosas. A las dos y media, mi amiga regresa a su casa y yo me quedo tirada en la piscina. Suena mi teléfono. Un mensaje. Es Fernando para invitarme a comer. Rechazo la invitación y me tiro en la hamaca a escuchar música.
Mi móvil pita de nuevo. Maldigo. Lo cojo pero me quedo sin aire cuando leo: «¿Tomas algo conmigo?». ¡Es Joe!
El corazón me palpita.
Joe está en Madrid y yo a demasiados kilómetros de él. Cojo la Coca-Cola y bebo. La garganta de pronto se me ha quedado seca y el móvil vuelve a sonar otra vez.
«Sabes que no soy paciente. Responde.»
Con las manos temblorosas comienzo a teclear, pero ¡no doy una! Finalmente consigo poner: «Estoy de vacaciones».
Lo envío y las tripas se me encogen hasta que oigo que el móvil pita y leo su respuesta. «Lo sé. Muy bonita la puerta roja del chalet de tu padre.»
Cuando leo eso, doy un chillido, suelto el móvil, cojo un pareo y corro hacia la puerta como alma que lleva el diablo. En mi carrera, arraso las sillas del patio y me dejo la cadera, pero no me importa.
¡Joe está allí!
Abro rápidamente la puerta pero es tal mi ceguera que no veo ningún coche que pueda ser de él, hasta que un pitido me hace mirar a mi derecha y veo un hombre sobre una imponente moto. Se baja de ella, se quita el casco y sus ojos y su boca me sonríen.
Sin importarme nada, ni nadie, corro hacia él y me tiro a sus brazos. Es tal mi impulso que estamos los dos a punto de rodar por el suelo, pero nada, absolutamente nada me importa. Sólo lo abrazo y me estremezco cuando vuelvo a oír su voz en mi oído:
—Pequeña… te he echado de menos.
Estoy nerviosa. ¡Histérica!
Joe, ¡mi Joe!, está entre mis brazos. En Jerez. En la puerta de la casa de mi padre. Me ha buscado. Me ha encontrado y eso es lo único que quiero pensar.
Cuando me separo de él, siento su mirada recorrer mi cuerpo y entonces soy consciente de mi estado.
—Joe, podías haber avisado. Mira qué pintas tengo.
Él no contesta. Sólo me mira y entonces me agarra de la nuca y me acerca a él, dispuesto a darme un apasionado beso que hace que todo Jerez tiemble.
—Estás preciosa, cariño.
¡Ay, Dios! Me va a dar algo ¡Y encima me llama cariño!
—¿Cómo está tu brazo? —pregunta de pronto.
Lo levanto y le enseño la marca de la plancha.
—Perfecto.
Joe hace un gesto con la cabeza y lo invito a pasar a mi casa.
Me sigue y le ofrezco una cerveza. La rechaza y pide agua. Lo hago esperar en la piscina mientras me visto. Se resiste pero le hago entender que es la casa de mi padre y que puede aparecer en cualquier momento. Acepta mis explicaciones y accede a mi petición. Tardo en vestirme cinco minutos. Unos vaqueros, un top y arreando.
Cuando aparezco, Joe me mira.
—Has recibido un par de mensajes de Fernando.
Resoplo y, antes de poder responder, Joe me atrae hacia él y me besa con posesión. Sus besos me hacen entender que me ha echado tanto de menos como yo a él, y eso me gusta. Aunque aún me tiene que explicar muchas cosas. Entre besos, entramos en la cocina. Joe me sube a la mesa para continuar su reguero de besos, mientras me aprieta contra él.
Calor… tengo un calor horroroso y más cuando baja su cabeza y me muerde los pechos por encima del top. El ansia viva nos puede. Nos consume y al final soy yo la que, olvidándome de dónde estoy, de mi padre y de la Virgen de Triana que preside la cocina, le abro el vaquero, meto mis manos bajo los calzoncillos y lo toco. Le exijo más.
Joe, avivado por mis caricias, me desabrocha el vaquero, tira de él y me lo quita. A éste le siguen las bragas y siento el frío de la mesa sobre mis nalgas. Continúo sentada sobre la mesita y observo cómo se pone con rapidez un preservativo. Veo mi tatuaje pero él no lo ve. Está cegado por el sexo. ¡Me gusta!
Me atrae hacia él. Con las respiraciones entrecortadas y el deseo instalado en la mirada, coloca su pene en la entrada de mi vagina, lo introduce unos centímetros y después me agarra del trasero y con un certero movimiento lo introduce totalmente en mi interior, mientras veo que se muerde el labio.
Sí… Sí… Sí… Necesitaba sentir a Joe.
Sin hablar, me coge en volandas para ponerme más a su altura y me apoya contra el frigorífico. Lo beso… me besa con desesperación y sus acometidas fuertes y profundas contra mí me hacen gritar de puro placer. Una… dos… tres… Mi cuerpo lo recibe gustoso… cuatro… cinco… seis… ¡Quiero más! De nuevo, mi carne arde, mi vagina tiembla por su posesión y yo jadeo y me corro entre sus brazos. Soy feliz. Muy feliz y no quiero pensar en nada más mientras dejo que él me tome como le gusta. Como nos gusta. Rudo, posesivo y varonil.
Tras varias potentes embestidas en las que siento que me va a romper, Joe se echa hacia atrás y suelta un gruñido. Deja caer su cabeza sobre mi hombro y, durante unos minutos, los dos permanecemos apoyados en el frigorífico.
—¿Qué haces aquí, Joe?
—Me moría por volverte a verte.
Escuchar aquello me hace cerrar los ojos. Adoro escuchar aquello pero no entiendo por qué no ha venido a verme antes. Finalmente me besa, me baja al suelo y pasamos por el baño para asearnos un poco antes de salir de la casa de mi padre entre besos y risas. Me pide que vayamos a comer a algún lado y al llegar hasta la espectacular moto que ha traído pregunto:
—¿Es tuya?
No responde. Se encoge de hombros y me entrega el otro casco para que me lo ponga.
—¿Te dan miedo?
Me pongo el casco que él me da.
—Miedo no, respeto.
Joe sonríe. Se monta y arranca la moto.
—Agárrate a mí con fuerza. Si en algún momento tienes miedo, me lo dices, ¿de acuerdo?
Asiento y emprende la marcha.
Le indico por las calles de Jerez y comemos en el restaurante de Pachuca, una amiga de mi padre. Ésta, al verme entrar tan bien acompañada, me guiña el ojo y nos lleva hasta la mejor mesa que tiene. Luego me besuquea y me regaña por ir tan poco a visitarla, mientras observo que Joe teclea algo en el móvil. Cuando por fin termina con sus besos y reproches, nos entrega la carta.
—Niña, pide el salmorejo, que hoy me ha salido de escándalo.
Miro a Joe y pregunto:
—¿Te gusta el salmorejo?
—¿Eso qué es? —pregunta divertido
—Mira, siquillo —le explica la Pachuca—, es una especie de gaspasito pero más consentraíto. Si te gusta la verdura, te aseguro que el salmorejo de la Pachuca te gustará.
Los dos respondemos al unísono: ¡salmorejo para los dos!
—¿Y de segundo qué nos ofreces?
La Pachuca sonríe y dice:
—Tengo atún ensebollaíto que quita tó er sentío, o chuletitas. ¿Qué preferís?
—Atún —responde Joe.
—Yo también.
Cuando se marcha la Pachuca, Joe me mira y extiende sus manos por encima de la mesa para coger las mías. No decimos nada. Sólo nos miramos hasta que él rompe el hielo:
—Soy un gilipollas.
—Exacto. Lo eres.
Ese comentario me demuestra que recibió mis correos.
—Quiero que sepas que me volví loco al recibir tu último correo.
Le suelto las manos.
—Te lo merecías.
—Lo sé…
—Hice lo que me pediste. Y como tu secuaz no podía ver lo que hacía dentro de la habitación, decidí ser yo quien te lo enseñara.
Miro sus manos. Sus nudillos se ponen tensos. Se blanquean.
—Admito mi error, pero ver lo que vi no me gustó.
Eso me sorprende. Me recuesto sobre la silla.
—¿No te gustó ver cómo jugaba con otro?
Joe me mira. Su mirada se torna sombría.
—No, si en ese juego no estaba yo.
Me niego a confesarle que para mí sí estaba en ese juego.
—¿Me perdonas?
—No lo sé. Lo tengo que pensar, Iceman.
—¿¡Iceman!?
Sonrío, pero no le revelo que fue Miguel quien le puso el mote.
—Tu frialdad en ocasiones te convierte en un hombre de hielo. ¡Iceman!
Asiente. Clava su mirada en mí y me exige que le dé de nuevo la mano.
—Te pido disculpas por no haberte llamado en todo este tiempo. Pero créeme si te digo que he estado muy liado.
—¿Por qué no podías?
Lo piensa. Lo piensa… Lo piensa y, finalmente, parece haber dado con la respuesta:
—Prometo que la próxima vez te llamaré.
Intento poner cara de enfado. No me ha respondido, pero no puedo estar enfadada con él. Estoy tan… tan feliz porque me haya buscado y esté allí conmigo que sólo puedo sonreír como una tonta y dejarme llevar por la felicidad. Mi móvil suena. Es Fernando. Joe ve el nombre que se enciende en la pantalla.
—Cógelo, si quieres.
—No… ahora no. —Apago el móvil.
La comida, como bien dijo la Pachuca, está buenísima. El salmorejo está de lujo. Y el atún, de relujo. Cuando salimos del restaurante miro el reloj. Las cuatro y cuarto. Entonces me acuerdo de que a las cinco he quedado con mi padre.
—¿Te apetece conocer el circuito de Jerez?
Joe me acerca a él y susurra cerca de mi boca:
—Pequeña, por apetecerme, me apetece otra cosa. Vamos, he alquilado una villa que…
—¿Has alquilado una villa?
—Sí. Quiero estar cerca de ti.
Su cercanía, su voz y su sugerencia me hacen jadear. Por mi cabeza cruza la idea de correr a la villa, pero no. No lo voy a hacer por mucho que me apetezca. No.
—He quedado con mi padre a las cinco en el circuito. ¿Te apetece conocerlo?
—¿A tu padre?
—Sí. A mi padre. Pero, tranquilo, ¡no se come a los alemanes!
Mi comentario vuelve a hacerlo sonreír. Y, tras darme un azote, me entrega el casco.
—Vayamos a conocer a tu padre.
Monse_Jonas
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Mensaje por Monse_Jonas Dom 06 Abr 2014, 11:22 pm

Espero les gusten los capis.
Gracias por sus comentarios chicas
Monse_Jonas
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Mensaje por aranzhitha Lun 07 Abr 2014, 8:17 am

Awww Joe fue a buscarla!!
Síguela!
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Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN - Página 9 Empty Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por chelis Lun 07 Abr 2014, 11:08 am

Joe es muy raro!!!!!
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Mensaje por Monse_Jonas Miér 09 Abr 2014, 11:48 pm

Capitulo treintaicinco
Cuando llegamos al circuito, nos encontramos con Roberto en la puerta. En cuanto me ve, me saluda y me indica que espere a mi padre en la zona de boxes. Le indico a Joe cómo llegar hasta allí y bromea conmigo mientras da acelerones que hacen que yo grite y me agarre a él.
Al llegar a boxes no hay nadie. Nos apeamos de la moto y yo la miro. Es una preciosidad.
—¿Quieres que te enseñe a llevarla?
Su pregunta me sorprende y reacciono como una niña.
—Uf… no sé.
—¿Te dan miedo?
—Nooooooooooo.
—¿Entonces?
El sol me da en la cara y guiño un ojo para verlo mejor.
—Me da miedo caerme y jorobarla.
—No dejaré que te caigas —responde con seguridad.
Eso me hace reír. Ése es Joe, un hombre seguro.
Al final, azuzada por él, me monto en la moto. Miro a mi alrededor y veo que mi padre todavía no aparece. Durante unos minutos, me explica que las marchas están en el pie izquierdo, luego me indica cuál es el puño de acelerar, el embrague y cómo tengo que frenar. Después arranca la moto.
—¡Vaya, qué sonido tiene!
—Nena, las Ducati suenan todas así. Fuerte y bronco. Ahora venga, mete primera y…
Hago lo que me pide y la moto se cala.
Con una sonrisa cariñosa, vuelve a arrancarla.
—Esto es como un coche, cariño. Si sueltas el embrague de prisa se cala. Mete primera, suelta despacito y acelera.
Me ha llamado cariño dos veces en menos de dos horas. ¡Dos veces!
Vuelvo a meter primera, suelto despacito y ¡zas!, la moto se me vuelve a calar.
—No te preocupes. —Ríe, acercándose a mí.
Hace el mismo proceso y esta vez me concentro. Meto primera, suelto despacito el embrague y acelero. La moto comienza a andar y él aplaude mientras yo chillo. De pronto freno y la moto se levanta de atrás. Joe grita y se acerca corriendo hacia donde me he parado.
—Si frenas sólo con el freno de delante, te puedes caer.
—Vale.
Repetimos el proceso veinte veces más y cada vez lo hago peor. Freno peor y me voy a matar. La cara de Joe es un poema.
—Vamos, bájate de la moto.
—Nooooo… ¡Quiero aprender!
—Otro día continuaremos con las clases —insiste.
—Venga, Joe… no seas aguafiestas.
Sus ojos no sonríen. Está tenso.
—Se acabó, _____. No quiero que te rompas la cabeza.
Pero yo ya le he tomado el gustillo al asunto y quiero seguir.
—Una vez más, ¿vale? Sólo una vez.
Joe me mira, muy serio, pero claudica.
—Una vez más, pero luego te bajas, ¿entendido?
—¡Biennnnn! Entonces meto primera y… —Al ver la incomodidad en su mandíbula lo miro y pregunto—: Oye, ¿por qué estás tan preocupado?
—_____… tengo miedo de que te hagas daño.
—¿Te angustia no saber lo que va a pasar?
—Sí.
—¿Por qué?
Sin entender mis preguntas y con el ceño fruncido responde:
—Porque necesito saber que estás bien y que no te pasa nada.
Arranco de nuevo la moto. Meto primera, suelto el embrague y acelero con precaución. La moto va despacito y él a mi lado.
—¡Joe!
—Dime.
—Que sepas que la angustia que acabas de sentir en este ratito no es comparable con la que yo he sentido por ti estas dos semanas. Y ahora, ¡mira esto!
Meto segunda, acelero y la moto sale despedida. Meto tercera… cuarta y salgo directa al circuito. Por el retrovisor veo que se queda patidifuso y entonces sonrío. Estoy encantada de volver a conducir una moto. Algo que siempre me ha gustado y que me proporciona libertad. Mientras cojo las curvas del circuito de Jerez pienso en él. En su gesto de preocupación y de nuevo vuelvo a sonreír. Me lo imagino en los boxes, sólo y desconcertado. Acelero. Salgo de la pista y me meto en los boxes. Me lo encuentro sentado en un escalón. Cuando me ve, se levanta. Su gesto es duro. Iceman ha vuelto pero, encantada de haberlo hecho sufrir por unos minutos, llego hasta él y freno, con brusquedad y sin apagar la moto. Me quito el casco y al más puro estilo de Los Ángeles de Charlie lo miro.
—Pero, vamos a ver, Iceman, ¿de verdad creías que yo, la hija de un mecánico, no sabía conducir una moto?
Joe se acerca a mí. Creo que me va a decir de todo menos bonita cuando me agarra por el cuello y me besa con auténtica pasión. Subida aún en la moto lo agarro y lo devoro hasta que escucho la voz de mi padre:
—Ya sabía yo que la que corría por la pista era mi morenita.
Rápidamente me separo de Joe. Le guiño un ojo, lo que lo hace sonreír, y vuelvo la cabeza hacia mi padre.
—Papá, te presento a un amigo. Joe Zimmerman.
Mi padre sonríe. Lo escanea con la mirada y sé que sabe que ése es el hombre que está en mis pensamientos. Joe da un paso adelante y le da la mano con fuerza. Mi padre se la acepta.
—Encantado de conocerlo, señor Flores.
—Llámame Manuel, muchacho, o tendré que llamarte yo a ti por ese apellido tan raro que tienes.
Ambos sonríen y sé que se han caído bien. Después, Joe me mira y se dirige a mi padre:
—Manuel, tiene usted una hija un poco mentirosa. Me había dicho que no sabía montar en moto y, después de hacerme enseñarla cómo embragar, ha salido disparada como una flecha.
—¿Le has dicho eso, sinvergüenza? —se mofa mi padre.
Yo asiento divertida.
—Joe, mi morenita ha sido la campeona de motocross de Jerez durante varios años y, a día de hoy, sigue cosechando premios.
—¿En serio?
—Ajá —asiento divertida.
Durante un rato, Joe y mi padre bromean y yo entro en sus bromas. Tengo ante mí a los dos hombres que más quiero en mi vida y estoy feliz. Un rato después, mi padre comienza a andar y vuelve su cabeza hacia nosotros.
—Seguidme, muchachos.
Cuando voy a seguir a mi padre, Joe me agarra por la cintura y me acerca a él.
—Morenita, eres una cajita de sorpresas.
Pestañeo como una dulce damisela y le suelto un fingido puñetazo en el estómago que lo hace reír.
—Pues ándate con ojo, que también fui campeona regional de kárate.
Lo oigo silbar, sorprendido, cuando mi padre dice al entrar en un box:
—Mira lo que tengo preparado para ti.
Ante mí está la moto con la que gané esos premios de motocross, limpia y reluciente. Una Ducati Vox Mx 530 de 2007. Emocionada, voy hasta ella y me monto. A mi padre le suena el móvil y sale del box. La arranco y su sonido áspero retumba a nuestro alrededor. Después miro a Joe y digo mientras sonríe a carcajadas:

—¿Te he dicho que me encanta el sonido fuerte y bronco de las Ducati, nene?
Monse_Jonas
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Mensaje por Monse_Jonas Miér 09 Abr 2014, 11:49 pm

Chicas disculpen la tardanza, pero aquí esta su capi xD
Monse_Jonas
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Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN - Página 9 Empty Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por aranzhitha Jue 10 Abr 2014, 5:46 am

Awww me encanta Joe!!
Es un amor!!! Y se preocupa por ella!!
Síguela!
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Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN - Página 9 Empty Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN

Mensaje por chelis Jue 10 Abr 2014, 3:14 pm

Jajajajajajaja si que es una caja de sorpresas!!!!.....
Pero que es lo que tiene joe????
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Mensaje por Monse_Jonas Sáb 12 Abr 2014, 12:04 am

Capitulo Treintaiséis
Durante seis días, mi mundo es de color de rosa. Vivo en un país multicolor como la abeja Maya y me siento como una princesa, tipiti-tipitesa, rodeada de dos personas que me quieren y me protegen.
Fernando continúa con sus llamadas y, en su último mensaje, me indica que sabe que Joe Zimmerman está conmigo en Jerez. Eso me molesta. Enterarme de que Fernando sabe sobre la vida de Joe no es plato de buen gusto, pero decido callarme. Si le explico algo a Joe, seguro que empeoro la situación.
Él y mi padre se llevan de maravilla y aunque, al principio, mi padre se enfadó con él por haber alquilado una villa, al final entiende que somos adultos y necesitamos intimidad.
Los amigos y vecinos de mi padre rápidamente apodan a Joe como «el Frankfurt», por aquello de ser alemán y eso a él le hace gracia. El carácter español, especialmente el andaluz, es tan diferente al alemán, que veo la sorpresa continuamente en sus ojos.
Mi padre, día a día, se emociona con Joe. Noto que le gusta, lo respeta y lo escucha y eso dice mucho de él. Incluso algunas tardes se van juntos de pesca y regresan encantados y felices. En esos días siempre que puedo me escapo para correr y derrapar un poco con mi moto. Me encanta hacerlo y lo disfruto mogollón.
Una de esas tardes aparece Fernando con su moto. Se cruza en mi camino. Ambos nos paramos.
—¿Te has vuelto loca? ¿Qué hace ese tipo aquí?
Molesta por la intromisión, me quito las gafas de protección del casco.
—Te estás pasando. A ti no te importa lo que él hace aquí.
Fernando se baja de la moto y se acerca a mí.
—Por el amor de Dios, _____, ¿sabe tu padre que ése es tu jefe?
—No.
—¿Y cuándo se lo vas a decir?
A cada instante que pasa me voy enfadando más.
—Cuando me dé la gana.
Fernando se mueve con rapidez, se acerca a mí, me coge del cuello, posa su frente sobre la mía y murmura:
—_____… yo te quiero.
—Fernando no…
Sin separarse de mí, sigue hablando:
—Te quiero sólo para mí, en exclusividad. Ese tipo no te quiere como yo, piénsalo por favor y…
Le doy un empujón y me separo de él.
—Quiero continuar mi camino, Fernando. Quítate de en medio, ¿de acuerdo?
—¿Me estás diciendo que prefieres la compañía de ese hombre a la mía? —murmura, sin apartarse un ápice y con actitud intimidatoria—. Ese tipo te está utilizando y, cuando se aburra de ti, te dejará a un lado como ha hecho con cientos de mujeres. Para él eres una más, mientras para mí eres especial, ¿no lo ves? Te creía más lista, _____, por el amor de Dios.
No quiero ser cruel como él lo está siendo conmigo. Quiero a Fernando. Es un buen amigo. Pero por Joe siento algo tan fuerte que no lo puedo obviar. Al ver mi silencio, se da la vuelta y se monta en su moto, malhumorado.
—De acuerdo. Estréllate contra la pared tú solita.
Dicho esto se va y me deja desconcertada y con un sabor amargo en la boca.
El séptimo día, mi padre me recuerda el evento de motocross de todos los años en Puerto Real, un pueblo cercano a Jerez. Al recordarlo se me hace cuesta arriba. Ese año prefiero disfrutar de Joe y de su compañía, pero al ver la ilusión de mi padre y sus amigos por que yo asista y participe, claudico y animo a Joe a acompañarnos.
Papá siempre quiso tener un hijo. Un varón. Pero la vida le dio dos hijas. Aunque yo, con mi locura, creo haber resarcido esa carencia.
Joe en un principio no sabe muy bien a lo que vamos. Me deja claro que no le gustan los deportes de riesgo. Yo sonrío y lo engaño. ¿Qué le voy a hacer?
Pero cuando ve mi moto en el remolque y a mi padre junto a sus dos amigos del alma, el Lucena y el Bicharrón, hablar sobre saltos, derrapes y demás entiende perfectamente lo que voy a hacer. Su gesto me demuestra su incomodidad.
—No quiero que hagas lo que dicen —murmura a escasos metros de ellos.
—Escucha, Joe. Para mí lo que dicen es pan comido. Llevo practicando motocross desde que tenía seis años. Y mira, tengo veinticinco, y sigo enterita.
Su rostro y su boca me muestran la tensión que siente.
—Te prometo que lo pasarás bien —insisto—. Tú ven y ya verás, ¿de acuerdo?
—Vaya, vaya, vaya —escucho de repente detrás de mí—. Mi preciosa motera jerezana.
Me vuelvo y me encuentro con Fernando. Su comentario no me gusta nada. Mis tripas se contraen, pero intento que no se me note. El Bicharrón mira a su hijo y después a Joe. Siento que está tan tenso como yo, pero hago de tripas corazón y sonrío.
—Fernando, él es Joe. Joe, él es Fernando.
Ambos se dan la mano y yo, que estoy en medio, veo su incomodidad. Se retan con las miradas. Dos rivales. Dos hombres y yo en medio como los jueves. Por suerte, mi padre da una palmada al aire e indica que debemos marcharnos. Fernando se apunta y Joe rápidamente me hace saber que nos seguirá en su moto. Yo decido acompañarlo.
Cuando mi padre, el Lucena, el Bicharrón y Fernando se montan en el coche y arrancan, Joe me pasa uno de los cascos.
—No me gusta ese tal Fernando.
—¿Celoso?
—¿He de estarlo?
Incómoda por lo que sé, le doy un beso en los labios.
—Para nada, cariño.
Cuando llegamos al lugar donde se va a celebrar la carrera, mi padre y sus amigos comienzan a saludar a todo el mundo y yo también. Conocemos al noventa por ciento de los corredores y acompañantes de todos los años que hemos participado en ese tipo de carreras. A las diez y media, Cristina, la organizadora del motocross femenino, me entrega mi dorsal, el 51, y me indica que a las doce es la primera eliminatoria.
Joe no habla. Sólo me observa. A cada segundo que pasa veo en sus ojos la inquietud e intento relajarlo. Pero cuando aparezco vestida con mi mono rojo de cuero, las protecciones, las botas, los guantes y el casco, se queda blanco como la cera.
—¿Me puedes explicar qué haces así vestida? —pregunta con enfado.
—¿No te parezco sexy? —Sonrío.
No contesta a mi pregunta.
—_____. No quiero que lo hagas. Esto es un deporte de riesgo.
—¡Venga ya…! No digas tonterías —Sonrío de nuevo e intento no darle importancia.
Fernando, que nos observa y sé que nos escucha, se acerca a nosotros y con una sonrisa de lo más falsa dice:
—Vamos, preciosa… dale gas y déjalos a todos sin habla.
—Eso haré —respondo.
Fernando, que lleva dos cervezas en la mano, le pregunta a Joe:
—¿Quieres una? —Y sin darle tiempo a responder, continúa—: Toma. Esta cerveza enterita para ti. La otra para mí. Yo no comparto nada.
Ese comentario me subleva. Pero ¿qué hace ese inconsciente?
Joe no habla pero puedo percibir su desagrado mientras Fernando se dirige a él:
—¿Sabes que «nuestra chica» es especialista en saltos y derrapajes?
—No.
—Pues prepárate, porque, si no lo sabías, hoy te va a quedar bien claro.
Dicho esto, Fernando se acerca a mí y me da un beso en la cara.
—Vamos, preciosa. ¡Cómetelos!
En cuanto nos quedamos solos, Joe me mira, molesto.
—¿A qué venía eso de «nuestra chica» y lo de «compartir la cerveza»?
—No lo sé —respondo incrédula por lo sucedido.
Joe no es tonto y nota como yo la mala baba en las palabras de Fernando. Resopla, maldice y aparta su mirada de él.
—Te vas a hacer daño, ___. No sé cómo tu padre te permite hacer esto.
Eso me hace reír. Señalo a mi padre, que está con sus dos amigos haciendo los últimos arreglos de mi moto.
—¿De verdad crees que mi padre está preocupado?
Joe lo mira. Lo estudia durante unos segundos y acaba dándose cuenta de la felicidad en su rostro.
—Vale… pero el hecho de que él no esté preocupado, no quiere decir que yo no deba estarlo.
Sonrío, me acerco más a él y, sin importarme que Fernando nos mire, me subo a una caja que hay en el suelo para estar a su altura y acerco mi boca a la suya.
—Tú tranquilo… pequeño. Sé lo que hago.
Consigo que Joe curve los labios y casi sonría. Le doy un beso que me sabe a gloria.
—Por tu bien —me dice, serio—, más vale que sepas lo que haces o te juro que luego te lo haré pagar.
—Mmmmm… ¡eso me encanta!
—____… hablo en serio —insiste.
—Venga vaaaaaaaa… si esto para mí es un paseíto de naaaaaaaaaa.
No sonríe. Yo sí.
Escucho la voz de mi padre que me llama. Tengo que salir a pista. Doy un rápido beso a Joe, me bajo de la caja y suelto su mano para acercarme hasta mi moto. Mi padre la acelera y la revoluciona. Yo grito feliz y llena de emoción, mientras Joe cada vez arruga más el entrecejo.
Diez minutos después estoy en pista con otras participantes con la adrenalina por los aires, saltando y corriendo sin ser consciente del peligro. El motocross es una combinación de velocidad y destreza, y ambas cosas unidas me gustan.
Siempre he sido una osada alocada, el chico que mi padre nunca tuvo. Derrapo en curvas cerradas, salto baches con cambios de rasantes y mi mono se llena de barro mientras mi adrenalina acelera mis movimientos y soy consciente de que mi posición en esa carrera es buena. Termino entre las cuatro primeras y paso a la segunda ronda.
Joe está blanco como el mármol. Lo que acabo de hacer y los porrazos que él ha visto en otras participantes apenas lo dejan respirar. Pero no tenemos tiempo de hablar, he de participar en la siguiente manga y así sucesivamente hasta que sólo quedamos seis participantes.
Mi padre, junto al Lucena y el Bicharrón, gritan como locos mientras hacen los ajustes de mi moto. Fernando, un experto en motocross, me da instrucciones sobre otras participantes y yo lo escucho. Saben que lo hago bien y saben que puedo alzarme con algún premio. Pero yo no puedo dejar de buscar a Joe. ¿Dónde está?
—Morenita —dice mi padre—. Joe se ha marchado para Jerez.
—¡¿Cómo?! —preguntó boquiabierta.
—Lo que te digo, hija. Ha dicho que prefería esperarte en la villa. —Y, acercándose a mí, murmura—: Ese hombre lo estaba pasando fatal, hija. Aunque, ahora que lo pienso, no sé si era por verte dar saltos en la pista o por la presencia de Fernando y sus atenciones.
—Papáaaaaaaaaaaaa —le regaño al verlo sonreír.
Pero no podemos continuar hablando. La nueva manga comienza y tengo que ponerme en la salida. Mi concentración flaquea, pero mi mala leche está por todo lo alto. Joe se ha ido y eso me enfada. Cuando la carrera da comienzo, salgo disparada como una flecha. Salto un montículo, dos… tres, derrapo, acelero y cojo varios baches seguidos antes de derrapar. Al final entro la segunda y grito de felicidad.
Mi padre, el Lucena y el Bicharrón corren a abrazarme. Estoy totalmente embarrada, pero he vuelto a conseguir hacerlos vibrar. Cuando me sueltan, es Fernando quien me coge entre sus brazos demasiado efusivo.
—Felicidades, preciosa. ¡Eres la mejor!
—Gracias y suéltame.
—¿Por qué? ¿Acaso a tu Joe no le gusta compartir a su mujer?
—Suéltame, gilipollas, o juro que te machaco aquí mismo —gruño ofendida.

Cinco minutos después, en el improvisado podio, disfruto feliz al ver a mi padre, al Lucena y al Bicharrón aplaudir junto a Fernando, orgullosos de mí. Yo levanto el trofeo y soy consciente de que me hubiera gustado que Joe estuviera allí.
Monse_Jonas
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Mensaje por aranzhitha Sáb 12 Abr 2014, 9:03 am

Ahhh maldito Fernando!! Sólo arruinando las cosas!!
Joe porque te fuiste!!
Síguela!
aranzhitha
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Mensaje por chelis Sáb 12 Abr 2014, 1:03 pm

pero que le pasa a joe!!?????..... Por que tanto miedo?????
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Mensaje por aranzhitha Sáb 12 Abr 2014, 11:46 pm

Síguela!!
aranzhitha
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Mensaje por chelis Dom 13 Abr 2014, 8:33 am

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chelis
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