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Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Cielos!!!.... Que cosas!!.... Pero bueno reaccionó y se quedara con ella!!!!....
chelis
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Capitulo Cincuenta y dos
La semana comienza con fuerza y yo intento procesar todo lo que me ha explicado. ¿Sobre Betta? No me interesa. No me importa. Sé que Joe no quiere nada con ella y lo creo aunque no he querido profundizar en lo que me explicó sobre su padre. Ahora entiendo por qué nunca habla de él y lo omite.
En cuanto a su sobrino, lo entiendo pero me inquieta. Si a mi hermana y mi cuñado les pasara algo, no me cabe la menor duda de que Luz se quedaría conmigo. Yo cuidaría de ella y por nada del mundo la querría ver sufrir.
Vivir en Alemania es algo que nunca me había planteado. Pero, por Joe, lo haría. Prefiero vivir con él a vivir amargada sin él. Lo tengo claro, aunque en general tengo que pensarlo un poco más. Irme supondría ver menos a mi padre, a mi hermana a mi sobrina y eso me cuesta. Me cuesta mucho.
Pero lo que me desequilibra emocionalmente es su enfermedad.
Busco en internet toda la información que puedo sobre el glaucoma y soy consciente del miedo de Joe y de su inquietud. Lloro en mi casa cuando él no me ve. Sólo me permito llorar allí. Tengo que ser fuerte. Con sus palabras me ha dado a entender el miedo que tiene a su enfermedad aunque no lo dice y no quiero que él vea que yo también le tengo miedo.
Pensar en él ciego me parte el corazón. Joe, un hombre tan fuerte, tan posesivo, tan lleno de vida… ¿Cómo puede quedarse ciego?
Comienzo a tener pesadillas. Ya son cuatro noches seguidas las que me despierto sobresaltada entre sus brazos y él me acuna mientras maldice por habérmelo explicado. Mi apetito desaparece y, aunque intento sonreír, la sonrisa se queda en el camino. Ya apenas canto, ni bailo y sólo estoy pendiente de él. Sólo necesito saber que él está bien para yo estarlo. Pero una noche, mientras los dos leemos tirados en el sofá de mi piso veo en sus ojos la furia y el dolor por la inseguridad que me ha creado y decido que tengo que hacer algo.
Tengo que cambiar el chip.
Necesito que él vea que vuelvo a ser la ____ loca que conoció, así que decido tragarme el miedo, la inseguridad y las lágrimas y comienzo día a día a ser la que era. Él respira y me lo agradece.
A partir de ese momento, Joe comienza a viajar más a Alemania. Su sobrino lo necesita y él me necesita a mí tanto como yo a él. Dos semanas después, cuando suena el despertador un lunes a las siete y media, Joe ya está levantado. Se acerca a mí, me besa con cariño y yo lo acepto gustosa. No podemos ir juntos a la oficina. Me niego. La gente cuchichearía y no quiero. Al final, Joe llama a Tomás, éste lo recoge en la puerta de mi casa y se va. Yo voy a por mi coche y me dirijo al trabajo.
En la cafetería de la planta nueve, tomo un café en compañía de Miguel cuando veo aparecer a Joe junto a mi jefa y dos jefes más. Una fugaz mirada de él me hace saber que lo incomoda verme sentada con mi compañero. Pero no me levanto. Miguel es un amigo y él tiene que aceptarlo.
Cuando regresamos a nuestro despacho, intuyo que me observa desde el suyo. Cada vez que cruzo una mirada con él, siento mi cuerpo arder y más cuando siento que sus ojos me abrasan.
Sé lo que piensa…
Sé lo que quiere…
Sé lo que desea…
Pero ambos debemos mantener la compostura y esperar a la noche, a que llegue nuestro momento de intimidad para disfrutarlo.
Aquella mañana a las doce, Joe sale de su despacho. Su cara es indescriptible. ¿Qué le pasa? Lo sigo con la mirada, disimuladamente, mientras camina por la planta y de pronto veo que va directo a una joven rubia que está junto a los ascensores. Se dan dos besos en la mejilla y ella le acaricia el rostro. ¿Será Betta?
Durante unos minutos hablan y después se marchan. Una hora después, Joe regresa con la misma cara con la que se fue y deseo que me llame a su despacho. Espero durante quince minutos y, al no hacerlo, decido entrar. Cuando entro, Joe habla por teléfono. Cuando me ve entrar, se despide de su interlocutor antes de colgar.
—Ahora no puedo, mamá. Luego te llamo.
En cuanto cuelga, me mira.
—¿Desea algo, señorita Flores?
—No están ni mi jefa ni Miguel —aclaro—. ¿Qué te ocurre?
—Nada. ¿Por qué me tendría que ocurrir algo?
—Joe… te he visto salir con una joven rubia y…
—¿Y qué?
Su voz es de enfado.
Ese dichoso tonito me molesta, así que, sin decir nada más, me doy la vuelta y salgo del despacho. Antes de llegar a mi mesa, mi teléfono interno suena y me pide que regrese. Una vez en el despacho cierro la puerta.
—_____…, ¿qué es lo que has venido a preguntarme realmente?
—Creo que quedamos en que habría sinceridad entre nosotros y me da la sensación de que hoy no lo estás cumpliendo.
Eric hace un gesto afirmativo. Entiende lo que le digo.
—Pasa al archivo.
—¡Ya estamos con el archivo!
—____… es el único sitio donde tenemos intimidad.
—Pero, bueno, tú es que todo lo quieres arreglar en el archivo.
Sin dejarme decir nada más, me agarra del brazo y cierra la puerta de acceso al despacho de mi jefa.
—_____… te juro que no tienes que inquietarte por esa mujer.
—Vale… Pero ¿quién es?
Sonríe y susurra:
—Dame un beso y te diré quién es.
—Ni lo pienses. Dime tú quién es y después te daré el beso.
—_____…
—Joe…
Sin perder ni un segundo me agarra, me atrae hacia él y me besa. Entonces, cuando parece que me va a aclarar lo que he ido a preguntar, oigo a mi compañero Miguel llamar a la puerta de su despacho. Rápidamente, Joe me mira.
—No te preocupes por nada. Hoy tengo mucho trabajo y no puedo entretenerme, pero esta tarde en tu casa hablamos, ¿de acuerdo, cariño?
Asiento, me da un rápido beso y sale hacia su despacho. Abro con cuidado las puertas del archivo y salgo por el despacho de mi jefa.
Tras la hora de comer, regreso a mi puesto de trabajo y en el pasillo me cruzo con Joe. Él va hablando con el jefe de administración y al verme simplemente me saluda con cordialidad. Sonrío acalorada cuando me cruzo con él y me dirijo hacia mi mesa. Cuando llego, cojo unos expedientes y me meto en el archivo. Sin embargo, me sorprende ver a mi jefa con varios archivadores abiertos.
—Estoy buscando los datos del último trimestre de Alicante y Valencia…
—¿Quiere que se los busque yo?
—No… Yo los buscaré.
Me doy la vuelta para marcharme y veo a Joe parado en la puerta del archivo. Me ha seguido hasta allí.
—Buenas tardes, señor Zimmerman —susurro, cuando paso por su lado.
Mi jefa, al escucharme, levanta la vista y ve a Joe apoyado en la puerta.
—Dame un segundo, Joe, y te entrego lo que me has pedido.
Él le hace un gesto con la cabeza y, mientras yo dejo unos expedientes sobre la mesa de mi jefa, me observa. Sonrío al verlo tan nervioso y tenso. Entonces, antes de salir del despacho, me detengo, pongo la mano en el pomo de la puerta y me subo la parte trasera de la falda para mostrarle mi tanga. Eso me hace reír y, más todavía, cuando me giro y veo su cara de sorpresa.
Divertida por lo que acabo de hacer, salgo del despacho y me siento en mi mesa. Mi móvil pita. Un mensaje de Joe: «Te haré pagar muy caro lo que acabas de hacer. ¡Depravada!».
Sin apenas moverme, miro a través de mis pestañas y veo que Joe se ha sentado en su mesa. Durante unos segundos, nos miramos y me doy cuenta de que, desde su posición, puede ver mis piernas. Miro a mi alrededor y, al no ver a nadie, las abro y tecleo en el móvil: «La depravada anhela tu castigo».
Vuelvo a mirar a Joe y veo que se mueve nervioso en su asiento. Cuando mi jefa sale del archivo, cierro en seguida las piernas. Y, con una risita tonta en los labios, sigo trabajando.
Monse_Jonas
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Capitulo Cincuenta y tres
Cuando salgo de la oficina a las seis de la tarde, cojo mi coche y me encamino a mi casa. Nada más llegar, dejo el bolso sobre el sillón, me quito la chaqueta del traje e inmediatamente suena el timbre. Abro y Joe se lanza sobre mí para saquearme la boca. Me besa con deleite, me coge entre sus brazos y murmura tras darme un azote: —Depravada. ¿Qué es eso de calentarme en la oficina?
Río divertida mientras él juguetea con mi cuello.
—Te voy a hacer pagar el calentón que llevo todo el día.
Me sigo riendo mientras él me desabrocha la falda y ésta cae al suelo. En ese momento, escapo de sus manos y corro por la casa. Él va detrás de mí y ambos nos reímos a carcajadas. Llegamos a mi habitación y, de un salto, me subo a la cama donde, nerviosa, comienzo a saltar como una niña. Joe me mira, sonríe y murmura mientras se desabrocha la camisa y después los pantalones:
—Salta… salta… que cuando te pille te vas a enterar…
Feliz por el momento tan tonto que estamos viviendo, salto por encima de la cama y corro de nuevo hacia el comedor. Joe me pilla en el pasillo. Me sujeta por la cintura y me pone contra la pared. Su boca vuelve a estar contra la mía y su lengua saquea mi boca con avidez.
Me abre la camisa y cae al suelo. Me desabrocha el sujetador y cuando me tiene sólo vestida con el tanga, me lo arranca de un tirón.
—Dios… —me dice entre risas—. Llevaba todo el día deseando hacer esto.
—¿En serio?
—Sí, cariño… en serio.
Lo beso… Yo también deseaba que lo hiciera y, al ver mi inminente respuesta, deja escapar un gruñido de satisfacción, me alza entre sus brazos y se sumerge lentamente en mí. Cierro los ojos, gimo, me arqueo y, cuando siento que no se mueve, abro los ojos y murmuro cerca de su boca:
—Vamos… vamos…
Joe se ríe, se retira de mí y lentamente vuelve a penetrarme.
—Joe…
—¿Qué, cariño?
—Más… quiero más.
Vuelve a salir de mí.
—Más ¿qué?
La sangre bulle por mi cuerpo descontrolada y le araño en la espalda exigiéndole que vuelva a penetrarme. Él ríe y lo hace. Incrementa su ritmo y me da lo que le pido. Una y otra… y otra vez, mientras yo me deleito y él me muerde la barbilla con pasión.
Sus embestidas cada vez son más profundas y, cuando me llega el orgasmo y chillo, él hace lo mismo y me aprieta contra él.
—Sí, ____…, sssí.
Agotados, nos quedamos apoyados en la pared del pasillo, mientras yo le beso en el hombro y él respira sobre mi cuello. De nuevo, acabamos de hacer lo que mejor sabemos hacer y ambos estamos llenos y satisfechos.
Me deja en el suelo y caminamos desnudos hacia la cocina. Necesitamos agua y, cuando regresamos al salón, vuelve a cogerme entre sus brazos como segundos antes.
—Verte en la oficina y no poder tocarte es una tortura.
—Sí… lo confieso… para mí también lo es.
—Te vi esta mañana con Miguel, ¿qué hacías?
—Desayunar, como cada mañana.
—Ese tipo…
—Escucha, guaperas —le corto—, Miguel y yo sólo somos compañeros. Nos llevamos fantásticamente bien, pero nada más. Sí que es cierto que me tira los trastos, pero él sabe que conmigo no tiene nada que hacer.
—¿Lo ves? Me lo acabas de confesar. ¡Te tira los trastos!
Su gesto serio me encanta. Sus celos tontos e infundados se me antojan entrañables. Lo beso.
—No hay peligro. No te comas la cabeza por algo que nunca será.
—¿Nunca?
—Nunca, Joe… créeme, cielo. Yo sólo te quiero y te necesito a ti. —Cuando veo cómo me mira, me asusto de lo que acabo de decir y añado—: En cambio, yo sí me puedo comer la cabeza y preocuparme.
—Tú, ¿por qué?
Resoplo y pregunto:
—¿Has jugado alguna vez con mi jefa?
Clava sus ojazos azules en mí. Durante un rato, que se me hace eterno, madura la respuesta.
—He cenado con ella y reconozco que he tonteado verbalmente en esas cenas, pero poco más. Nunca mezclo el trabajo con mis juegos.
Su contestación me hace reír.
—Vale… ¿Y yo qué soy? Te recuerdo que trabajo para tu empresa…
—Tú has sido mi única excepción. Desde el momento en el que te vi en el ascensor y me confesaste que podías convertirte en la niña de El exorcista, creo que me enamoré de ti.
—¿Ah, sí?
—Sí… por eso no he parado de perseguirte hasta tenerte así como te tengo ahora. Desnuda y entre mis brazos.
—Me gusta saberlo —reconozco encantada.
Joe me besa y me roba el aliento.
—Más me gusta a mí saber que te tengo… morenita.
Sonrío y esta vez soy yo la que lo besa.
—A partir de ahora te prohíbo que tontees verbalmente con mi jefa, ¿entendido?
Mi adonis particular mueve su cabeza en un gesto afirmativo y me devora los labios como sólo él sabe hacer.
—Yo sólo te quiero a ti, cariño. Sólo me haces falta tú.
Su boca baja a mis pechos; me echo hacia atrás y se los retiro. Al moverme noto el movimiento de su erección y ya anhelo que continúe el juego. Joe sonríe y me da un azote en el trasero justo en el momento en el que se abre la puerta de la calle y me quedo a cuadros al ver a mi hermana y a mi sobrina.
—Por el amor de Dios, ¿qué hacéis? —grita mi hermana al vernos.
Rápidamente tapa los ojos a mi sobrina y se dan la vuelta.
Joe me mira divertido y yo lo miro a él. Me quiero reír pero al ver que mi sobrina intenta darse la vuelta para mirarnos, le murmuro a Joe:
—Vamos a vestirnos.
Él asiente.
—Raquel, danos un momento. En seguida regresamos.
—Vale, cuchufleta.
Joe me mira y me pregunta desconcertado:
—¿Cuchufleta?
Le pellizco en el brazo.
—Ni se te ocurra llamarme así, ¿entendido?
Entre risas, regresamos a la habitación. Nos vestimos en pocos minutos, y acto seguido salimos al encuentro de mi hermana en el salón.
Ésta, al vernos, mueve la cabeza en tono de reproche. La cojo del brazo y me la llevo a la cocina.
—Ven, Raquel… acompáñame.
Joe y la pequeña se quedan en el salón. Cuando entro con mi hermana en la cocina, susurro:
—¿Quieres hacer el favor de llamar a la puerta antes de entrar?
—Yo… yo… lo siento. Pero al veros desnudos… y estar con Luz…
—Raquel… deja de balbucear. Y tranquila, Luz no ha visto nada que la vaya a traumatizar. Pero te aseguro que si llegáis a aparecer cinco minutos antes, quizá sí, por lo tanto, por favor, llama antes
de entrar, ¿vale?
—Vale… y… ¡Oh, _____! Es Joe, verdad?
—Sí.
—Qué bien, cuchufleta. ¿Os habéis arreglado?
—De momento parece que sí.
—Oh, cuánto me alegro —salta mi hermana feliz por mí.
—Y yo…
Raquel sonríe y se me acerca.
—Qué contento se va a poner papá. Me habló de él y me dijo que le cayó muy bien este chico. Por cierto… qué culo más bonito tiene.
—¡¿Raquel?! —Río divertida.
—¡Ay, hija…! ¿Qué quieres que te diga? No he podido remediar fijarme. Tiene un culo precioso.
—Sí. No lo niego.
—Y qué pedazo de espalda… Y no te digo nada de lo otro que he visto, que… ¡Oh, Diossssssssss…!
—Para… —Río—. Para… que te conozco.
Mi hermana también está riéndose.
—Que sepas que tienes mucha suerte de que él sea tan grande. Ya me gustaría a mí que mi Jesús me pudiera coger en brazos como él te tenía a ti. ¡Oh, Dios… que me acaloro! Anda, toma. Venía a traerte unas croquetas y… perdona por haber aparecido en un momento así.
Dos minutos después, mi hermana y mi sobrina se van. Joe me mira.
—¿Sabes lo que me ha dicho tu sobrina?
Convencida de que esa pequeña bruja ha soltado alguna de sus lindezas, lo miro y él comienza a desternillarse de risa.
—Literalmente ha dicho: «Como vuelvas a darle otro azote a mi tita, te doy una patada en las pelotas que te las dejo de corbata».
Me tapo la boca y abro los ojos como platos antes de reír a carcajadas. Joe, al ver mi gesto, ríe conmigo y deseoso de seguir jugando murmura:
—Vamos a la ducha. Estoy deseando retomar lo que estábamos haciendo.
—Te recuerdo que dijiste que teníamos que hablar muy seriamente.
—Exacto… —Sonríe como un lobo—. Pero ahora tengo otras cosas más importantes que hacer… cuchufleta.
Monse_Jonas
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Jajaja los encontraron en plena faena!
Hombre Joe que caliente que eres!
Síguela!
Hombre Joe que caliente que eres!
Síguela!
aranzhitha
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Jajajajajajajajaja...... Me gusto el caaaapiiiisssss!!!!
chelis
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Capitulo cincuenta y cuatro
Pasan los días y no vuelvo a preguntar quién era aquella mujer. El miércoles por la tarde recibo una llamada de mi padre. Mi hermana ya le ha ido con el cuento de que vuelvo a estar con Joe y él está feliz por mí. Se alegra de corazón. El jueves, cuando llego a trabajar, me extraño al ver a Miguel recogiendo sus cosas.
—¿Qué haces?
—Recogiendo mis cosas.
—¿Por qué?
Miguel suspira y se encoge de hombros.
—No me renuevan el contrato y, amablemente,
me han informado de que hoy es mi último día de trabajo.
Lo miro, pasmada. ¿Es que mi jefa no le puede renovar el contrato? Me siento incapaz de quedarme callada.
—Pero, vamos a ver, pedazo de idiota. ¿Cómo es que no te renuevan el contrato? ¿Lo has hablado con el señor Zimmerman?
—No. ¿Para qué? Le caigo mal, ya lo sabes.
—Pero… pero tienes que hablar con él —insisto—. Miguel, hay muchísimo paro y Müller actualmente es tu única opción.
—¿Y?
Veo movimiento en el despacho de mi jefa y pregunto:
—¿Y con la jefa has hablado? Ella y tú os lleváis muy bien y…
—Ella ha sido quien me ha dicho que no me lo renuevan —contesta Miguel.
Eso me remueve las tripas. ¿Cómo puede ser que esa bruja no le pueda renovar el contrato siendo él su amante? E incapaz de aguantar un segundo más el secreto que guardo desde hace meses, cuchicheo:
—¿Y tú no vas a hacer nada para que cambie de opinión? —Miguel me mira y añado—: Mira, Miguel, no me chupo el dedo y sé que estáis liados. Es más, alguna vez, yo estaba en el archivo cuando lo habéis hecho en su despacho.
La cara de mi compañero se descompone.
—¡No me jodas! ¿Tú lo sabías?
—Sí. Y por eso no entiendo por qué ella no hace algo para renovártelo.
Miguel se apoya en la mesa.
—Mira, _____, lo único que te puedo decir es que tu jefa y yo ya no tenemos nada desde hace un mes. Ella ya se ha buscado a otro. Óscar, el vigilante jurado.
—¿Óscar?
—Sí.
—Pero si es un crío…
—Exacto, preciosa. Ya sabes que a la jefa le gustan jovencitos.
Estoy desconcertada cuando Miguel añade:
—Mira, _____. No te enrolles con ningún jefe porque, cuando se canse de ti, patadita al canto y a otra cosa mariposa.
Eso me llega al alma. Si él supiera…
En ese momento miro hacia el despacho de Joe y veo que está al teléfono. Tengo que hablar con él. Miguel es un buen trabajador y se merece que le renueven el contrato.
—Voy a hablar con el señor Zimmerman.
—¿Estás loca?
—Tú déjame a mí, ¿vale?
Miguel se encoge de hombros, se sienta a su mesa y sigue guardando sus cosas mientras yo me dirijo hacia el despacho de Joe y llamo con los nudillos a la puerta. Cuando entro, Joe ya ha colgado el teléfono y mira unos papeles.
—¿Qué desea, señorita Flores?
Sin dejar de interpretar mi papel, pregunto directamente:
—Señor Zimmerman, ¿por qué no le ha renovado el contrato a su secretario?
Joe me mira, sorprendido.
—¿De qué habla?
—Miguel está recogiendo sus cosas. Mi jefa le ha dicho que no le renuevan el contrato.
Está tan sorprendido como yo.
—Si su jefa ha decidido no renovarle el contrato, sus motivos tendrá, ¿no cree?
—Pero es su secretario… —insisto.
El hombre del que estoy enamorada me mira.
—Nunca ha sido de mi agrado y lo sabe usted, señorita —replica—. El que ese joven y su jefa ocupen sus horas de trabajo en otra cosa que no sea trabajar no me gusta nada. Su profesionalidad para mí ha quedado totalmente anulada.
Me quedo pasmada, mirándolo, pero él sigue con su discurso:
—Y antes de que suelte alguna de sus perlas, que la estoy viendo venir, señorita Flores, déjeme recordarle que esas cosas sólo me las permito yo en la empresa, ¿entendido?
Todavía más boquiabierta respondo:
—Eso es abuso de poder.
—Exacto. Pero aquí el jefe soy yo.
Esa contestación me deja sin palabras.
—Señorita Flores, ¿qué es lo que ha venido usted a pedirme?
Lo fustigo con la mirada y contesto:
—Que no lo despidan. Encontrar trabajo hoy en día está muy difícil.
Joe me mira… me mira… me mira y finalmente dice:
—Lo siento, señorita Flores, pero no puedo hacer nada.
Oigo una puerta, miro hacia atrás y veo que mi jefa sale de su despacho. Pasa por delante de Miguel y ni lo mira. La furia me corroe y cuchicheo en voz baja para que nadie nos oiga.
—¿Cómo que no puedes hacer nada? Eres el jefe, ¡joder! Esa idiota, por no decir algo peor, se ha buscado a otro amante y por eso lo despide. Por el amor de Dios, Joe… ¿quieres hacer algo?
Reubícalo en la empresa. Él ha sido el secretario de tu padre durante mucho tiempo y el tuyo, aunque no le tengas mucho aprecio.
—¿Tanto te importa Miguel?
Su pregunta me hierve la sangre.
—No me importa en el sentido que tú crees, así que no comiences a pensar cosas raras o me cabrearé. Simplemente te estoy diciendo que Miguel es un chico joven que sin este trabajo no va a tener con qué comer. Él, al igual que tú, tiene unos gastos, necesita un techo donde dormir y unos alimentos que comer y… y… ¡Diosss! ¿Tan difícil es entender lo que digo?
El gesto de Joe no cambia, pero cuando se rasca el mentón murmura:
—¿Te he dicho alguna vez que cuando te enfadas te pones preciosa?
—¡Joe!
—Muy bien —suspira—. Hablaré con personal. Lo renovarán pero haré que lo pasen a otro departamento. No quiero verlo aquí, ¿entendido?
—¡Graciassssssssssssssss!
Quiero saltar de alegría, pero me contengo. Sé que Joe obligará a personal a que lo renueven.
—Por cierto, señorita Flores, ¿cuándo le tienen que renovar a usted el contrato?
—En enero.
Joe se apoya en su sillón, me mira de arriba abajo y murmura:
—Ándese con cuidado, porque como yo me entere de que ha hecho usted algo parecido a lo de su compañero, en el archivo o en cualquier lugar dentro de la empresa, va a la calle de cabeza.
Mi gesto debe de ser indescriptible. Joe sonríe con malicia.
—¿Algo más?
—No… bueno, sí. —Veo que levanta una ceja y murmuro—: Está usted muy guapo cuando sonríe.
Se ríe y, divertida, me doy la vuelta y salgo. Me siento en mi mesa y cinco minutos después suena el teléfono de la mesa de Miguel. Es personal. Le indica que le renuevan el contrato y que lo reubican en ese departamento.
Monse_Jonas
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Capitulo Cincuenta y cinco
El lunes, Joe tiene que viajar a Alemania. Me pide que vaya con él, pero me niego. En un principio se enfada, pero le hago entender que, por mucho que nos apetezca estar las veinticuatro horas del día juntos, debe comprender que a su sobrino no le haría mucha gracia compartirlo conmigo. El mismo lunes por la noche me llama por teléfono y hablamos más de tres horas. Me cuenta lo muchísimo que me echa de menos y yo le cuento lo aburrida que estoy sin él.
El martes, cuando salgo de trabajar, decido ir al gimnasio. Desde que Joe está conmigo, apenas tengo tiempo para ir. Correr en la cinta y hacer una clase de spinning consiguen que me relaje. Cuando termino, estoy completamente sudada. La marcha que mete la profesora de spinning me encanta. Es justo lo que necesito. Entro en el baño, me desnudo y me voy directa a la ducha. ¡Oh, qué gustazo! En cuanto me refresco, me asomo al jacuzzi del gimnasio y, al no ver a nadie, decido meterme unos minutos. Y cuando estoy a punto de hacerlo oigo una voz detrás de mí:
—¿_____?
Miro a la persona que me llama. Es una mujer que se acerca a mí.
—Hola, ¿no me recuerdas?
La miro. Su cara me suena de algo pero no consigo saber de qué hasta que ella dice:
—Soy Marisa. Marisa de la Rosa. Nos conocimos este verano en Zahara de los Atunes, en una fiesta de los años veinte. Nos presentó Frida, ¿sabes de lo que hablo?
Rápidamente sé quién es y de lo que habla.
—Oh, sí… ya te recuerdo. Eras de Huelva, ¿verdad?
—Exacto. —Sonríe, mientras se sujeta la toalla al cuerpo—. ¿Qué tal estás?
—Agotada —contesto, señalándome—. Me acabo de machacar con una clase de spinning y me he quedado como nueva.
Marisa sigue sonriendo.
—Yo no puedo con el spinning. Me deja totalmente fuera de combate. ¿Vas al jacuzzi?
—A eso iba.
—Anda, pues genial, te acompaño.
Durante varios minutos, las dos charlamos mientras las burbujas explotan a nuestro alrededor. Estoy alerta. Esa mujer ya me tiró los trastos en la fiesta de Zahara, pero sorprendentemente esta vez no me hace la más mínima insinuación. Tras el jacuzzi, las dos nos duchamos y antes de despedirnos nos pasamos los teléfonos móviles.
El viernes a las doce de la mañana me llega un precioso ramo de rosas rojas a la oficina y, cuando abro la nota adjunta, se me saltan las lágrimas al leer: «Me muero por besarte, morenita».
A las cuatro, cuando regreso de comer, me sorprendo al ver a Joe hablando con varios jefes. Mi alegría se convierte en júbilo y quiero saltar de felicidad. Él me ve y, durante unos segundos me observa, para luego darse la vuelta y continuar hablando.
Diez minutos después, recibo un mensaje en mi móvil de él que dice: «Te espero en mi hotel. Ponte guapa. TQ».
Feliz como una perdiz, a las seis abandono la oficina. Llego a casa, me ducho y me arreglo. Hoy quiero estar guapa para Joe y me pongo un vestido que me he comprado en color burdeos que estoy segura de que le encantará. A las ocho llego al Villa Magna y, sin preguntar, me dirijo directamente hacia el ascensor. El ascensorista ya está advertido de mi llegada y me lleva hasta la planta en la que se aloja Joe.
Cuando entro en la suite, me extraña no verlo allí. Lo busco pero sólo encuentro su maletín, con su portátil sobre la cama. Convencida de que no tardará, regreso al salón y pongo música. La música es buena para alegrar el ambiente. Localizo la emisora que suelo poner y en ese momento comienza a sonar September de Earth, Wind and Fire. Me encanta esa canción. Sin dudarlo me quito los zapatos y comienzo a bailar mientras canto:.
Do you remember the 21st night of september?
Love was changing the minds of pretenders
While chasing the clouds away
Our hearts were ringing
Ba de ya - say that you remember
Ba de ya - dancing in september
Ba de ya - never was a cloudy day.
Meneo las caderas al compás de la música mientras canto y disfruto aquella canción. Con los ojos cerrados, doy vueltas al llegar al estribillo, levanto los brazos y me dejo llevar por la melodía. De pronto, la música se detiene, abro los ojos y me encuentro ante Joe y una mujer de mediana edad que me observan.
Con la lengua fuera por el bailecito que me he marcado, me avergüenzo de pronto por el espectáculo que he debido de ofrecer hasta que la mujer me sonríe y se acerca hacia mí.
—Reconozco que cada vez que escucho esta canción me hace bailar… Hola, soy Sonia, la madre de Joe, ¿y tú eres?
¿Su madre?
¿Qué hace su madre allí?
Me recompongo lo mejor que puedo y me retiro el pelo de la cara, mientras me acerco yo también a ella.
—Encantada de conocerla, señora. Yo soy _____.
La mujer me da dos besos. Después mira a su hijo, que no ha abierto la boca, y pregunta mientras me pongo los zapatos:
—¿Y _____… es?
Joe la mira divertido.
—Mamá, ella es… ____.
La señora a mirarme y grita:
—¡Oh… qué tonta soy, claro…! ____ es ___… ¡Tú eres la novia de Joe!
Yo, que estoy apoyada en una mesita para calzarme el zapato, me desplomo en el suelo al escuchar aquello. ¿Novia?
Joe y su madre se acercan corriendo hacia mí.
—¿Estás bien, hija?
—Sí… sí… no se preocupe. Me he resbalado.
—Por Dios, ____… háblame de tú.
—Vale, Sonia. Estoy bien.
Joe me levanta del suelo y me acerca a él, mirándome.
—¿Estás bien, cariño?
Como un muñequito, muevo mi cabeza mientras pestañeo y me acaloro.
¿Su novia?
¿Acabo de conocer a su madre y ha dicho que soy la novia de su hijo?
Me siento como en una nube durante la siguiente media hora. Sonia, la madre de Joe, es encantadora y dicharachera. Físicamente no se parece en nada a él, excepto en lo clásica que es vistiendo. Es morena de ojos negros, como yo, y se la ve una mujer que cuida su aspecto. Cuando se marcha a su habitación para cambiarse para cenar, Joe me mira y murmura:
—¿Estás bien?
—Vamos a ver, Joe, ¿tu madre ha dicho que soy tu novia?
—Sí.
—¿Y cómo es que lo sabe ella antes que yo?
Joe me mira. Piensa… piensa… y piensa y cuando ve que voy a estallar dice:
—¿Tú no sabías que eras mi novia?
—No.
—¿No?
Alucinada por aquello, me separo de él.
—Pues no. No lo sabía.
Joe se acerca de nuevo a mí.
—¿Seguro, morenita? ¿De veras estás segura de ello?
—Y tan segura. Yo… yo pensaba que era tu… tu amiga… tu amante… tu rollito… tu chica, como me presentaste ante algunos amigos en Zahara. Pero ¿tu novia?
—Te recuerdo que en el Moroccio tú solita dijiste que eras la señora Zimmerman.
—Ya, pero…
—No hay peros… señorita Flores. Te he propuesto que te vengas a vivir conmigo a Alemania. Se lo he comentado a mi madre y ella quería conocerte.
—¿¡Cómo!?
Joe sonríe y murmura acercándose a mí:
—Cariño, ante la insistencia de mi madre porque regrese a Alemania, no me quedó otro remedio que explicarle que aquí hay una preciosa española que me tiene loco y a la que estoy convenciendo para que se venga a vivir conmigo. Al saber eso, ha querido conocerte y aquí está. Te quiero y eres mi novia. No hay más que hablar.
—¿Cómo que no hay más que hablar?
Joe clava su inquietante mirada en mí y da un paso al frente.
—¿No quieres ser mi novia?
El corazón me aletea desenfrenado, yo sólo deseo todo, absolutamente todo lo que él quiera, pero decido jugar un poco con él y murmuro mientras doy un paso atrás:
—No sé, Joe… no sé si tú y yo…
—Tú y yo ¿qué? —insiste y se acerca de nuevo a mí.
—Pues eso… que tú y yo somos muy diferentes y…
Se da cuenta de mi juego y eso lo alegra, pero sigue acercándose a mí.
—¿Recuerdas nuestra canción?
Sonrío al recordar la canción Blanco y negro de Malú. Ésa es nuestra canción.
—Sí.
—Si fueras tan rígida en muchas cosas como lo soy yo, te aseguro que nunca me habría fijado en ti. Me gusta quién eres, cómo actúas, cómo me retas y, sobre todo, cómo me haces ver la vida en colores y no en blanco y negro.
Un gesto risueño se dibuja en mi boca por lo que escucho.
—Vaya… señor Zimmerman, está usted muy romántico. ¿Qué le ocurre?
Joe se acerca de nuevo a mí, abre la mano y veo una cajita de terciopelo rojo.
Pestañeo… pestañeo y pestañeo. Hasta que Joe murmura al ver mi confusión.
—Ábrelo. Es para ti.
Con las manos temblorosas, abro la cajita y ante mí aparece un precioso anillo de brillantes. No puedo hablar.
—¿Te gusta?
—Pe… pe… pero esto es demasiado, Joe. Yo no necesito nada de esto.
Él sonríe, saca el anillo y me lo pone.
—Pero yo sí necesito regalártelo. Quiero darle caprichos a mi novia.
En cuanto me lo pone me miro la mano, embelesada. Es precioso. Un solitario brillante y elegante. Contenta por ello, me agarro al cuello de Joe.
—Gracias, cariño. Es precioso.
—En este instante, oficialmente eres mi novia.
Lo beso con pasión. Con amor. Con morbo.
—Señorita Flores —murmura cuando me separo de él—, está usted muy juguetona.
Eso me hace sonreír y me dejo llevar por mis apetencias.
—Joe… ¿Cuándo me vas a volver a ofrecer?
Sorprendido por mi pregunta, frunce el ceño.
—No lo sé. Me tiene tan atontado que sólo te quiero para mí. —Me río y pregunta—: ¿Tienes ganas de que te ofrezca?
—Sí… —respondo, roja como un tomate.
—Vaya… vaya… ¿Deseosa de jugar, señorita Flores?
—Sí… muy deseosa de cumplir sus caprichos, señor Zimmerman.
Lo miro embelesada mientras me besa el cuello.
—Mmmm… no me diga eso, señorita Flores, o tendré que azotarla mientras le ordeno a otro que se la folle.
—Me gusta ser mala.
—¿Mala, muy mala?
—Por usted… sí.
Divertido, me toca los pechos por encima del vestido.
—Estoy más que dispuesto a ello, señorita. Pero déjeme recordarle que hemos quedado con mi madre y esos jueguecitos son entre usted y yo.
Me aprisiona contra la pared y eso me hace reír. Su boca busca la mía y susurra antes de besarme:
—Me vuelves loco… cuchufleta.
Me besa. Mete su lengua en mi boca y la saquea con fuerza. En sus manos, como siempre, me vuelvo de plastelina mientras disfruto de su posesión. Sus manos recorren mi cuerpo y, cuando jadeo, él aprieta su dura erección sobre mí y vuelvo a jadear. Estoy lista. Quiero que me desnude. Que me arranque las bragas y haga conmigo lo que quiera. Me chupa la barbilla y, cuando un nuevo jadeo sale de mi interior, él se aparta.
—Contrólese, señorita Flores. Su suegra podría pensar que es una depravada sexual. Vamos… nos espera en recepción.
Eso me hace reír… ¡Suegra! Nunca he tenido suegra.
—Ésta me la pagas —le digo, mientras lo cojo de la mano—. Recuérdalo.
—Mmmmm… no veo el momento.
Monse_Jonas
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Espero les gusten los capis chicas, gracias por comentar
Monse_Jonas
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Owww mi suegra!!
Y es oficial!! NOVIOS!!
Síguela!
Y es oficial!! NOVIOS!!
Síguela!
aranzhitha
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