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Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Capitulo Cincuenta y seis
La madre de Joe resulta ser una señora chispeante y encantadora. Durante la cena, ríe y bromea continuamente y me hace sentir como si nos conociéramos de toda la vida. Me cuenta anécdotas de Joe cuando era pequeño y él, horrorizado, la reprende pero sonríe. Me encanta ver cómo observa a su madre. Se nota que la quiere mucho y eso me hace inmensamente feliz.
El móvil de Joe suena y éste se levanta para atender la llamada. En ese momento, Sonia me mira y dice:
—Gracias.
—¿Por qué? —pregunto, sorprendida.
—Por hacer a mi hijo sonreír. Llevaba años sin verlo tan feliz y eso, a mí, que soy su madre, me llena el corazón de felicidad. Veo cómo te mira, cómo lo miras tú a él y me dan ganas de saltar de la silla y gritar como una posesa “¡Por fin! ¡Por fin mi hijo se deja querer!”.
Emocionada y divertida sonrío y me acerco a ella.
—Ha sido un hueso duro de roer. ¡Te lo aseguro!
—¿En serio?
—Sí
—¿Mi Joe un hueso duro?
—Sí… tu Joe.
Sonia suelta una carcajada ante mis palabras.
—¡Ay, ____…! Lo que no sé es cómo una chica tan simpática como tú lo aguanta. Joe tiene un humor de mil demonios. Bueno… me imagino que de eso ya te habrás dado cuenta tú. Cuando se le mete algo en la cabeza, no para hasta conseguirlo.
—En eso… te aseguro que ha ido a dar con la horma de su zapato. —Río, divertida.
Miro hacia Joe y veo que nos observa desde el fondo del restaurante y suspiro al recorrer con mis ojos su cuerpo. Está guapísimo con los pantalones oscuros y la camisa azul. Desde donde está me guiña el ojo y yo me siento estremecer. Lo deseo con toda mi alma.
—_____, ¿puedo hacerte una pregunta?
—Claro, Sonia.
La mujer mira rápidamente a su hijo y pregunta:
—¿Qué sabes de Joe?
Entiendo por dónde va y respondo:
—Sí te refieres a Flyn, a Betta y a su enfermedad, lo sé todo. Me lo explicó y lo sigo queriendo.
Sonia me agarra de la mano y siento que hace unos esfuerzos inmensos por no llorar. Veo la emoción en sus ojos pero se contiene. Asiente con la cabeza y bebe un poco de vino.
—Joe merece a alguien como tú. Una persona que lo quiera y lo comprenda.
—Es fácil quererlo. Sólo tiene que dejarse. —Sonrío.
La mujer me hace un gesto de comprensión con la cabeza y se acerca más a mí.
—La maldita Betta lo hizo sufrir mucho. Joe lo pasó muy mal y pensé que nunca lo volvería a ver sonreír por una mujer. Pero tú… tú eres su novia y yo, estoy tan feliz de verlo feliz, que me pasaría toda la noche dándote las gracias por quererlo.
Sonrío. Bebo un poco de vino y Sonia dice:
—Cada vez que recuerdo su agonía, me vuelvo loca. Descubrir al sinvergüenza de su padre y a su novia en la cama ese horroroso día fue terrible… terrible.
—Tranquila, Sonia…, tranquila —murmuro tocándole la mano al ver su emoción.
De pronto, reconozco a la mujer con la que Joe habla. Es la rubia que vi días antes en la oficina y con la que se marchó. Sonia mira también hacia donde yo estoy mirando.
—Madre mía —susurra—. ¿Qué hace ella aquí?
Observo que Joe la agarra del codo y le dice algo. Ella se suelta y comienza a caminar hacia nuestra mesa. La sangre se me espesa. No sé quién es esa mujer. Sólo veo el gesto ofuscado de Joe y me alarmo. De pronto, Sonia se pone de pie y pregunta:
—¿Qué haces tú aquí?
Joe llega al mismo tiempo que la joven y no lo deja hablar.
—Mamá, me da igual que este cabezón me mande a paseo otra vez. He venido a por él y no pienso regresar a Alemania sin él.
Sorprendida, miro a Joe mientras él se acerca a mí y me indica:
—Cariño, ésta es mi hermana Marta.
La joven rubia de cara aniñada me mira y sonríe.
—Hola, _____… He oído hablar de ti, poco, pero bien. Por cierto, tú y yo tenemos que hablar sobre el cabezón de mi hermanito.
—¡Marta! —regaña Joe.
—¡Oh… Joe, cierra el pico! Que sepas que me tienes muy mosqueada.
—Chicos… chicos… no comencéis —pone paz su madre.
Con una sonrisa saludo a la joven, cuando Sonia me aclara:
—Marta es hija de mi segundo matrimonio —Y mirando a su hija cuchichea—. _____ es la novia de Joe, ¿lo sabías?
Joe pone los ojos en blanco, yo me río y su hermana pregunta:
—¿Su novia?
—Sí, mi novia —aclara Joe.
—Pero ¿cómo puedes soportar a este gruñón?
—Masoquismo puro —respondo y todos ríen incluido Joe.
Tras unas risas que a todos nos relajan, Marta, sin dar tregua, mira a su madre y después a su hermano.
—Una vez hechas las presentaciones, ¿cuándo regresas a Alemania, Joe? Mamá y yo ya no podemos más con Flyn y la tata cualquier día lo estrangula. Ese crío nos va a matar a disgustos. Y luego está lo de tu operación. Tienes que operarte. Te dije que era necesario bajar la presión intraocular de tus ojos. ¿Qué pasa? ¿Por qué no regresas para poder hacerlo? Estoy segura de que tu novia entenderá que tengas que viajar, ¿verdad?
Hago un gesto afirmativo. Mi cara es un poema. Lo de la operación me pilla por sorpresa. No sabía que él estuviera retrasando esa operación por mí. Eso me enfurece y cuando Joe ve mi gesto murmura:
—¿Por qué eres tan bocazas, hermanita?
—Porque quiero seguir teniendo un hermano gruñón que vea mis caras de mala leche cuando lo regaño, ¿te parece bien?
—¡Dios…! Cuando te pones en plan doctora-habla-a-paciente me pones de los nervios.
—Más nerviosa me pones tú cuando te comportas como un cabezón. Y, por cierto, que sepas que ayer Flyn volvió a hacer una de las suyas en el colegio.
Joe resopla. Está incómodo con esa conversación.
—Hijo —añade su madre—, sigues sin querer meter a Flyn en un colegio interno. Sabes que yo amo a ese pequeño, pero su comportamiento es…
—¡Basta, mamá!
—Eh, tú… listo… a mamá no la hables así —suelta Marta.
Joe furioso mira a su madre y a su hermana.
—Soy mayorcito para decidir por mí y por Flyn.
—Perfecto —dice Marta—. Pues mueve tu culito, ve a Alemania y ocúpate de él. Porque si no, al final, seremos mamá y yo quienes decidamos qué hacer con él.
Joe blasfema. ¡Iceman ha vuelto!
De pronto, el buen rollo que había en la mesa se esfuma. Me quedo alucinada, viendo cómo esos tres se retan con la mirada. Al final, madre e hija se levantan de la mesa y, sin decir nada, se van. Joe, abre su móvil y lo oigo decir:
—Tomás… mi madre y mi hermana van a salir del restaurante. Llévalas al hotel. Nosotros regresaremos en un taxi.
Cuando cierra el móvil, me mira pero esta vez yo me adelanto:
—Estoy muy cabreada contigo.
Joe me mira… me mira… me mira y finalmente susurra:
—Escucha, _____. Yo, mejor que nadie, sé lo que hago. En referencia a Flyn, sé que tienen razón. He de regresar a Alemania y ocuparme de él, pero no lo voy a meter en un internado. Hannah no me lo perdonaría, ni yo tampoco. Y en referencia a mí, tranquila, soy el primero que no se quiere quedar ciego, ¿entendido?
La palabra “ciego” me hace temblar.
De pronto vuelvo a ser consciente de que Joe, mi amor, el hombre al que adoro, tiene una terrible enfermedad y mis angustias regresan en tromba. Mi gesto se contrae y, cuando resoplo para contener mis lágrimas, él me coge de la mano.
—Tranquila, pequeña… estoy bien.
Asiento, pero no hablo o de mis ojos saldrán las cataratas del Niágara.
Joe me coge de la mano y tira de mí. Me levanto y me siento sobre sus piernas para abrazarlo sin importarme que la gente que hay a nuestro alrededor nos mire. Necesito sentirlo cerca. Necesito oler su aroma. Necesito tenerlo y, sobre todo, necesito hacerle saber que me tiene.
Quince minutos después, cuando yo me tranquilizo, Joe paga y salimos en silencio del restaurante. Cogemos un taxi y regresamos al hotel.
Una vez en la suite sigo en silencio. No tengo fuerzas ni para discutir y, cuando entramos en la habitación, Joe me coge de la mano.
—Escucha, _____…
De pronto, una rabia incontrolable surge de mí y me suelto de él.
—No, escúchame tú a mí, maldito cabezón. En referencia a Flyn, me parece bien todo lo que elijas, es tu sobrino y tú mejor que nadie sabes qué has de hacer con él. Pero en referencia a tu enfermedad, si me quieres y quieres que lo nuestro continúe, haz el favor de regresar con tu familia a Alemania y hacer lo que tengas que hacer. —Las lágrimas me juegan una mala pasada y comienzan a correrme por las mejillas—. No sé por qué lo estás retrasando pero, si es por mí, te aseguro que yo estaré esperándote cuando regreses, ¿entendido? Tú me has concedido el título de tu novia y como tal te exijo que te cuides porque te quiero y quiero estar contigo muchos años. Si quieres, viajaré contigo. Estaré allí todo el tiempo que haga falta a tu lado. Pero, por favor, necesito saber que estás bien. Porque si a ti te ocurre algo malo… yo… yo…
Joe me abraza y yo me derrumbo.
—Lo siento, pequeña… lo siento.
De un empujón lo alejo de mí y grito, mientras soy testigo de su gesto serio y desesperado.
—¡Vete a la porra, por no decir algo peor! Si me quieres, sé consecuente con tus obligaciones y cuídate. Ésa es tu manera de demostrarme que me quieres.
Durante unos minutos, permanecemos callados mientras yo lloro y él me observa. Veo el dolor inmenso en su mirada, pero no puedo controlar mis puñeteras lágrimas. Finalmente tiende su mano hacia mí.
—Ven aquí, cariño.
—No.
—Por favor… ven.
—No… no quiero ir.
Finalmente se sienta en la cama, dispuesto a esperar a que se me pase la furia. Ya me va conociendo y sabe que es mejor darme un tiempo hasta que me tranquilice. Diez minutos después, me siento ridícula y, sin que él me diga nada, voy hasta él y me siento a horcajadas sobre sus piernas. Lo abrazo y me abraza. Permanecemos así un buen rato hasta que yo intento besarlo y él se retira.
—¿Me acabas de hacer la cobra?
Joe sonríe mientras siento que me agarra con más fuerza.
—Alguna vez tenía que ser yo quien lo hiciera, ¿no?
Al final sonrío y él se acerca a mí para besarme con dulzura, mientras siento que sus brazos me aprietan más y más contra él. Después se levanta conmigo y me posa sobre la cama. Me sube el vestido, me quita las bragas y, sin dejar de mirarme, se desabrocha el pantalón, que cae a sus pies junto a los calzoncillos.
Se tumba sobre mí, pone su pene en mi húmeda vagina y, mientras me coge ambas manos con las suyas, se sumerge lenta y pausadamente en mi interior.
Mi cuerpo se estremece y lo recibe con gusto, mientras yo me arqueo y cierro los ojos.
—Mírame, cariño. Lo necesito.
Su petición me hace abrirlos. Soy consciente de que necesita ver mi cara, mis ojos, mi rostro cuando se hunde de nuevo en mi cuerpo. Mi boca se abre para dar salida a un jadeo que Joe toma con su boca, mientras sale y entra una y otra vez e incrementa su ritmo para darme más y más placer.
—Fuerte… fuerte —exijo.
Joe me suelta las manos y me coge las caderas. Con posesión se hunde fuerte en mí y yo grito, me retuerzo de placer mientras lo miro.
—Sí, ____… Sí, cariño.
Instantes después, tras varias portentosas embestidas, el orgasmo me llega justo en el mismo momento que a él y se derrumba encima mío. Permanecemos en aquella postura unos minutos, mientras recuperamos el resuello, hasta que Joe levanta el rostro y me mira.
—De acuerdo, _____. Regresaré pasado mañana y me operaré. Pero necesito que comiences a pensar muy en serio que quiero que vivas conmigo y Flyn en Alemania. ¿Lo pensarás?
Asiento y lo abrazo.
Monse_Jonas
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Owww mi gordito cabezón!!
Porque están terco?!
La hermana y la madre son un amor!!
Síguela!
Porque están terco?!
La hermana y la madre son un amor!!
Síguela!
aranzhitha
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Capitulo Cincuenta y siete
Vivir sin Joe se me hace difícil. Duro e insoportable. Me he acostumbrado a verlo pulular por la oficina y por mi casa y estar sola me descompone.
Antes de marcharse, quiso decirle a mi jefa la verdad sobre nuestra relación, pero yo se lo prohibí. Odio los cuchicheos, y aunque sé que los habrá cuando todo el mundo se entere, cuanto más tarde mejor.
El mismo día que se marcha, me llama veinte veces. Necesita hablar conmigo y me recuerda que piense en su proposición sobre vivir en
Alemania. Me necesita y me necesita ya.
El día de la operación, Sonia me llama y me indica que todo ha salido bien, pero que el humor de Joe es pésimo. Es un mal enfermo. Pasan los días y le comento a Sonia la posibilidad de ir yo a Alemania. Ella lo consulta con Joe y su respuesta es no.
Joe se niega. No quiere que lo vea mal. Intento convencerla, pero ella me recuerda que ya me avisó de que su hijo era un mal enfermo y que en un momento así era mejor no llevarle la contraria.
Desesperada, llamo a mi padre y le explico lo que ocurre.
Como puede, el hombre me tranquiliza y me ordena que me vaya a la cama a descansar. Al día siguiente, cuando llego de trabajar me encuentro a mi padre y a mi hermana esperándome en mi casa. Entre lágrimas e hipos les explico lo que le ocurre a Joe.
Veo la tristeza en sus ojos. Soy testigo de cómo se miran sin saber qué decirme. Pero, como siempre, no me fallan. Me animan y me aseguran que Joe es un hombre fuerte y que, pase lo que pase, regresará a mi lado. Yo quiero creer en ello. Necesito creer en ello.
De madrugada, mi padre y yo hablamos. Le comento la posibilidad de marcharme a vivir a Alemania con Joe y Flyn y él parece aceptarlo. Entiende y me anima a vivir mi vida junto a la persona que quiero y me ama. Papá es el ser más comprensivo del mundo y, a pesar del dolor que siente por saber que me marcho lejos de él, cree en el amor y en la necesidad de vivir el momento.
Una semana después, mi padre regresa a Jerez. Tiene que atender su negocio, pero mi hermana continúa pendiente de mí. Es maravillosa. La quiero con toda mi alma y, a pesar de que a veces me saque de mis casillas, es la mejor hermana del mundo.
De: Joe Zimmerman
Fecha: 17 de octubre de 2012 20.38
Para: _____ Flores
Asunto: Te echo de menos.
Odio el tratamiento y a mi hermana. Me pone de muy mala leche.
En cuanto a Flyn, no sé qué hacer con él.
Te echo de menos.
Te quiero.
Joe
De: _____ Flores
Fecha: 17 de octubre de 2012 20.50
Para: Joe Zimmerman
Asunto: Re: Te echo de menos.
¿Tú de mala leche?
¿Seguro?
No te creo… ¡imposible!
Un hombre como tú no conoce lo que es eso.
Sobre Flyn, dale tiempo. Es un niño demasiado pequeño.
Te quiero… te quiero… te quiero…
___
De: _____ Flores
Fecha: 18 de octubre de 2012 23.12
Para: Joe Zimmerman
Asunto: Holaaaaaaaaaa
Hola, ¡¡¡soy tu novia!!!
¿Cómo está hoy mi cariño?
Espero que un poquito mejor. Venga, sonríe, que seguro que tienes el ceño fruncido. Y vaaaaaaaale, ya he entendido la indirecta de que no quieres que vaya a verte. Me aguantaré.
Aquí en Madrid comienza a hacer frío. Hoy en la oficina ha sido un día de locos y he llegado hace poquito a casa. Tengo tanto trabajo que casi no tengo tiempo ni para respirar.
Espero que Flyn te lo esté poniendo fácil.
Besos, cariño, que pases una buena noche. Te quiero. ¿Me contestarás mañana?
Tu morenita
De: Joe Zimmerman
Fecha: 19 de octubre de 2012 08.19
Para: _____ Flores
Asunto: Hola
Odio que trabajes tanto.
¿Qué horas son ésas de llegar a casa? Cuando regrese a Madrid, hablaré muy seriamente con la idiota de tu jefa.
Te quiero, morenita.
Joe
De: _____ Flores
Fecha: 19 de octubre de 2012 20.21
Para: Joe Zimmerman
Asunto: No te metas en mi trabajo
Como te he puesto en el asunto, ¡no te metas en mi trabajo! El que sea tu novia no te da derecho a inmiscuirte en mis temas laborales.
¡Ah!, y por cierto… Yo te quiero más.
_____
De: Joe Zimmerman
Fecha: 19 de octubre de 2012 22.16
Para: _____ Flores
Asunto: Soy tu jefe
No vuelvas a decirme que no me meta en tu trabajo. SOY TU JEFE.
Y en referencia a quién quiere más al otro, ¡ya te lo demostraré yo!
Joe
De: _____ Flores
Fecha: 19 de octubre de 2012 22.19
Para: Joe Zimmerman
Asunto: Mmmmm
Y digo yo, ¿por qué no me llamas por teléfono en vez de escribirme? ¿No tienes ganas de oír mi voz? Yo me muero por escuchar aunque sean tus gruñidos. Anda…venga… sé bueno y llámame, JEFE.
Y en cuanto a lo de querer… ¡demuéstramelo!
_____
Le doy a enviar y espero… espero y espero y, como dice el refrán, ¡desespero!
Ni llama. Ni me escribe. Nada.
A las once de la noche opto por hacerme algo de cenar. No tengo mucha hambre, por lo que me hago una tortilla francesa pero, cuando la veo tan desangelada en el plato, decido echarle un ingrediente secreto que a mi sobrina luz le encanta: ¡lacasitos! Tortilla con lacasitos.
¡Buena cena!
Cojo el plato y, junto a una Coca-Cola, lo llevo hasta la mesita. Enciendo la televisión y, para variar, aparece un programa de cotilleo. Lo observo durante unos minutos y al final cambio. Cuando llego al canal Divinity veo que dan la serie Cinco hermanos y lo dejo aquí, porque esta serie me gusta mucho. Abro la Coca-Cola, doy un trago y suena la puerta.
Me extraño y miro el reloj. Las once y veintiuno. Me levanto, miro por la mirilla y de pronto grito: «¡Joe!». Abro la puerta y sin decir nada me lanzo a sus brazos.
—¡Ehhh, cuidadoooooooo!
Pero ¡ni cuidado ni leches!
Joe está allí. ¡No me lo puedo creer!
Me lo como a besos mientras él ríe y me mantiene entre sus brazos. Cuando me deja en el suelo, pletórica de felicidad, saludo sin aliento.
—Hola.
—Hola, cariño.
Vuelve a abrazarme y yo cierro los ojos. Aún no me puedo creer que él esté delante de mí. En mi casa. En mi salón. Entre mis brazos.
Cuando consigo separarme de él, lo miro y veo su cara cansada y sus ojos enrojecidos. Entonces me arrepiento de mi efusividad.
—¡Ay, cariño…! Qué bruta soy, ¡lo siento!
Joe sonríe y se acerca de nuevo a mí.
—No lo sientas. Es lo que necesitaba de ti, tu naturalidad.
Con cariño y deleite le agarro la cara con mis manos.
—¿Cómo estás?
—Bien… mucho mejor ahora que estoy contigo.
—¿Qué tal Flyn?
Tuerce el gesto.
—Bien, lo dejé bien. Veamos cuánto dura.
Sonrío. No me imagino a Joe bregando con un niño de nueve años.
—¿Por qué no me has dicho que venías?
—Era una sorpresa. Además, ¿no me has dicho hace unos minutos que te llamara aunque fuera para escuchar mis gruñidos? Pues aquí me tienes en carne y hueso.
Ambos reímos.
—¿Qué tal si me invitas a pasar a tu casa?
Cierro la puerta, le quito el pesado abrigo azul que trae y lo llevo hasta el sofá. Al sentarme frente a él, me percato de que está más delgado, pero su aspecto en general es bueno. Deseo achucharlo pero caigo en la cuenta de que no es el momento de demasiados achuchones. No quiero agobiarlo.
—¿Quieres beber algo?
—Un poco de agua.
Rápidamente me levanto, cojo una jarra, la lleno y voy hasta el comedor. Cuando me siento a su lado, me mira y señala el plato.
—¿Qué es eso?
—Mi cena, ¿quieres?
—¿Y qué sé supone que es?
Divertida por cómo mira el plato respondo:
—Tortilla con lacasitos.
—¿Tortilla con lacasitos?
Yo me río. Debe de pensar que estoy como una regadera.
—Cuando me quedo con mi sobrina Luz a veces no quiere cenar. Y descubrí hace tiempo que si le pongo lacasitos en vez de patatas fritas o arroz se come la tortilla. Y hoy, como no tenía muchas ganas de cocinar, decidí imitarla. Fin del cuento.
—Dios, nena —murmura, sonriendo—, ¡cuánto te he echado de menos!
—Y yo a ti… y yo a ti…
Joe me mira, yo no puedo apartar mis ojos de él.
—¿Por qué no me abrazas?
—No quiero agobiarte.
—Ven aquí. Estoy bien, tonta… muy bien.
Me hace sentar sobre él y comienza a repartir cientos de besos sobre mi cuello.
—Agóbiame y bésame. ¡Eres mi mejor medicina!
Minutos después, desnudos sobre mi sofá, Joe me muestra las ansias que tiene de mí y lo mucho que me ha echado de menos haciéndome dos veces el amor, con su posesión habitual.
Monse_Jonas
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Capitulo Cincuenta y ocho
De vuelta a la oficina, mi mundo regresa a una relativa normalidad. La diferencia es que ahora Joe está a mi lado y me alegra su compañía y sus mimos. Sigue alojado en el hotel a pesar de que hay noches que se queda en mi casa. Tener cada uno un lugar de referencia nos resulta necesario a pesar de lo mucho que nos gusta estar juntos. Cada día se empeña en querer decir a los cuatro vientos que soy su novia, pero me niego. No sé por qué pero no quiero que nadie lo sepa. Del tema de Alemania hablamos mucho. En sus ojos observo la necesidad de que le dé una contestación, pero aún no sé qué hacer. Él no me presiona y yo se lo agradezco.
Han pasado varios días desde que Joe regresó. Cada mañana le pregunto cómo está y su respuesta siempre es la misma: «Bien». No ha vuelto a tener dolores de cabeza y no he visto que tenga náuseas y eso me relaja.
Una mañana, cuando estoy en la cafetería desayunando con Miguel, veo a Joe entrar. Su mirada me indica que no aprueba que desayune con mi amigo.
Se sienta al fondo de la cafetería y pide un café. Yo sigo hablando con Miguel cuando suena mi móvil. Joe.
—¿Se puede saber qué haces? —pregunta molesto.
No lo miro, ya que, si no, me dará la risa.
—Desayunando.
—¿Por qué tienes que desayunar todas las mañanas con ese tipo?
Miguel que está sentado frente a mí, me mira y me pregunta con señas quién es.
—Es mi padre —y con disimulo murmuro—: Vamos, papá, estoy desayunando, ¿qué quieres?
—¿Tu padre? ¿Cómo que tu padre? —gruñe Joe.
Divertida, sonrío mientras oigo a mi amor resoplar.
—Mira, papá, no te preocupes, te aseguro que desayuno en condiciones, ¿vale?
—___… —musita con los dientes apretados.
En ese instante llegan hasta nosotros Raúl y Paco. Como siempre que me ven, me dan un beso en la mejilla y se sientan con nosotros. La reacción de Joe no tarda en llegar.
—¿Besos? ¿Quién les ha dado permiso para que te besen?
No sé qué responder. Me río. Paco y Raúl son pareja de hecho y cuando voy a decir lo primero que se me pasa por la mente, Miguel, en confianza, me retira un mechón del pelo y lo pone tras la oreja.
—Maldita sea —gruñe Joe—. ¿Por qué te toca ahora ese tío?
—Papá, ¿qué tal si te llamo cuando llegue a casa? —Para no darle opción a que me responda, digo antes de colgar—: Un besito, papá. Te quiero.
Cierro el móvil y lo dejo sobre la mesa. Con curiosidad miro hacia donde se encuentra Joe y lo veo parado con el móvil aún en la oreja. Su mirada lo dice todo. Está muy… muy cabreado. No le gusta que le cuelgue el teléfono y lo acabo de hacer. Inmediatamente se levanta. Pasa por nuestro lado, mientras Miguel, ajeno a lo que pasa, desayuna tranquilamente y a mí, en cambio, se me cierra el estómago.
Veo entrar a mi jefa acompañada por Gerardo, el jefe de personal, e, incómoda, diez minutos después me escabullo de la cafetería y me dirijo hacia el despacho. Sé que Joe está allí. Me siento en mi mesa y suena mi teléfono. Es él. Me ordena entrar.
Cuando entro, cierro la puerta y posa su fría mirada en mí. Sonrío. Él no. Sé que desea maldecir y gruñir pero se contiene. No es sitio ni lugar para montarme un pollo.
Me mira… me mira y me mira y finalmente se levanta con unos papeles en la mano. Se acerca a mí.
—¡¿Papá?!
Encojo los hombros. Voy a contestarle, pero él comienza a gruñir.
—Estoy muy cabreado.
Consciente de dónde estamos, murmuro:
—Pues ya sabes… una limpieza general, te relajaría.
Mi contestación lo enfurece más y rápidamente me arrepiento de haber sido tan natural, aunque la parte masoquista que hay en mí se alegra de ver su furia… ¡Me gusta!
—¿Por qué esos tipos te tienen que tocar y besar? ¿Por qué?
Intento encontrar una respuesta que no lo cabree más pero no se me ocurre ninguna. Todo me parece terriblemente absurdo.
—Pero, por favorrrrrrrrrrr… Si Miguel sólo me ha retirado el pelo de la cara y Paco y Raúl me han saludado con un besito en la mejilla.
—Yo no les he dado permiso para que te toquen.
Sus palabras me dejan estupefacta, y frunzo el ceño antes de responder:
—Pero ¿de qué hablas?
Iceman, en su versión gruñona, me mira. Me escudriña con sus encendidos y furiosos ojos y, sin levantar la voz, susurra:
—No quiero que vuelvan a tocarte ni a besarte, ¿me has oído?
—Sí… te he oído.
—¡Perfecto!
—Otra cosa es que te haga caso o no. —Siento la frustración en su mirada—. Pero, vamos a ver, ¿qué te ocurre? ¿De verdad tienes celos por lo que has visto y… y… y luego no te importa que… que… juguemos con otros y…?
—No es lo mismo, ____. Parece mentira que no lo entiendas.
—Es que no lo puedo entender —resoplo.
—¡Se acabó! Ahora mismo voy a salir y voy a decirles a todos que eres mi novia. Que tú eres la novia del jefe.
Eso me alarma.
—Joe Zimmerman, como se te ocurra hacer eso te las vas a cargar.
—¿Me amenazas?
—Por supuesto.
—¿Por qué no quieres que lo diga?
—Porque no.
—No me vale esa contestación. ¿Por qué no?
Lo miro y resoplo.
—Vamos a ver… no quiero que la gente cuchichee y piense que soy una cazafortunas que se ha enrollado con el jefe. Si lo nuestro sigue adelante, ya habrá tiempo de explicarlo. ¿Por qué precipitarnos?
En ese momento se abre la puerta y aparece mi jefa. Sorprendida por verme pregunta:
—¿Qué ocurre?
Yo no sé que responder. Me quedo en blanco. Pero Joe reacciona con rapidez.
—Le estaba pidiendo a la señorita Flores que envíe estos faxes.
Me entrega los papeles que lleva en la mano.
—Cuando tenga los informes, me los hace llegar, por favor.
—Descuide, señor.
En cuanto salgo del despacho, respiro aliviada.
Discutir con Joe me agota. Nunca llegamos a un entendimiento.
Durante el resto del día, Joe no sale del despacho. Sigue taciturno. A la hora de la comida me marcho y me quedo sorprendida cuando mi jefa me informa de que Joe se ha marchado y ha dicho que no regresará por la tarde.
No lo llamo. No le envío ningún mensaje. Le dejo su espacio.
Me voy al gimnasio. Tengo que desahogarme y allí me vuelvo a encontrar con Marisa, que me saluda con familiaridad. Me presenta a dos amigas que van con ella, Rebeca y Lorena. Las cuatro hacemos una clase de aeróbic y cuando acabamos, sudorosas, nos vamos a las duchas.
—¿Os apetece un jacuzzi? —propone Rebeca y todas aceptamos.
Las cuatro nos metemos en el jacuzzi y comenzamos a hablar. Marisa resulta ser una mujer, además de divertida, muy culta y pronto comienza a hablarnos de su último viaje a la India. Viajar siempre me encantó, aunque es algo que apenas me puedo permitir con el sueldo que gano.
Cuando salimos del jacuzzi, entre risas por las anécdotas que Marisa nos ha explicado, nos duchamos y Rebeca ve mi tatuaje y lo menciona. Yo le quito importancia y desvío el tema.
Al salir del gimnasio, vamos a un pub que hay al lado y nos tomamos algo fresquito. Allí intercambiamos móviles y quedamos en llamarnos para salir a cenar otra noche con nuestras parejas. Después, Lorena nos anima a acompañarla a una tienda a recoger unas prendas que ha encargado. Al llegar, veo que se trata de una casa privada donde venden lencería. Mientras esperamos, observo las prendas que me rodean y la dueña nos anima a que nos probemos cosas. Acepto sin dudarlo, todas aceptamos. Me pruebo un par de conjuntos de braga y sujetador muy sexies que estoy segura de que a Joe le encantarán.
—Te queda precioso —dice Rebeca, que entra en el espacioso probador.
—¿Tú crees?
Ella asiente, se acerca por detrás y deja un par de conjuntos sobre la banqueta.
—Llévatelo. Estoy segura de que a tu chico le encantará.
—Sí, seguro que sí. —Sonrío al imaginar la cara de Joe.
De pronto, Rebeca me coge la mano.
—Precioso anillo.
Lo miro encantada.
—Me lo regalo mi chico. Vamos, mi novio.
—Pues tiene muy buen gusto.
—Gracias.
Me miro al espejo mientras ella vuelve a desnudarse para probarse otro conjunto.
—Toma. Pruébate este —dice y me entrega un corsé de cuero negro.
Divertida, me quito el que llevo y me quedo desnuda, como ella, en el probador. Me agacho para sacarme las bragas y noto que ella se agacha también. Cuando me incorporo, está frente a mi tatuaje. No me muevo, simplemente la miro. Ella pasa un dedo por la hendidura de mi vagina y le da un beso a mi monte de Venus. Me retiro rápidamente.
—¿Qué haces?
Ella se levanta y se acerca a mí.
—Me ha dicho Marisa que te vio jugar en una fiestecita en Zahara, ¿es cierto?
La observo, incómoda.
—Sí. Pero yo sólo juego en presencia de mi pareja.
—¿Es vuestra norma?
—Sí.
Ella asiente y se detiene. Deja de tocarme.
—Tu «chico» no tiene por qué enterarse. Será nuestro secreto.
—No —respondo con rotundidad.
Rebeca abre la cortinilla del probador y veo a Marisa, Lorena y la dueña del local desnudas sobre un sillón, jugando. Me quedo sin habla. Rebeca se me acerca por detrás y me coge los pechos.
—Ellas lo están pasando bien en este instante. Vamos, déjate llevar.
Suelto el corsé y me deshago de sus manos. Me alejo de ella. Voy hasta mi ropa, me agacho para coger los pantalones y me comienzo a vestir. No quiero mirar y me quiero ir de allí cuanto antes. De pronto, me agarra por las caderas, acerca su monte de Venus a mi trasero y lo restriega.
—Vamos, _____… lo estás deseando. Estás deseando abrirte de piernas para mí. No lo niegues.
—He dicho que no y ¡suéltame!
Mis palabras hacen que las otras mujeres nos miren. Rebeca se aleja de mí. No vuelve a tocarme, pero su mirada no me gusta. Parece pasarlo bien con mi incomodidad. Cuando termino de vestirme salgo de allí como alma que lleva el diablo y sin decir nada.
Cuando llego a mi casa, estoy histérica. ¿Cómo he podido ser tan tonta? Me ducho, nerviosa. Pienso en Joe y siento unas irrefrenables ganas de hablar con él y explicarle lo que me ha pasado. Lo llamo y oigo su fría voz al otro lado del teléfono.
—Dime, ____.
—¿Estás bien?
—Sí.
Preocupada por que se encuentre mal, pregunto:
—¿Te duele la cabeza o algo?
—No.
—¿Te has mareado o has tenido vómitos?
—No.
—Vale, entonces, ¿por qué no has regresado esta tarde a la oficina?
No responde. Su silencio me molesta.
—Vamos a ver… Si físicamente te encuentras bien, ¿qué te ocurre? Si es por lo de hoy en la oficina, por favorrrrrrr, ¡es una tontería!
—Será una tontería para ti, para mí no.
—Te recuerdo que soy una persona adulta, no un niño, como tu sobrino, a quien puedas regañar.
—Eso… tú enfádame más —gruñe.
Su desconfianza me toca el alma. Y yo necesito explicarle lo que me ha sucedido.
—Joe…
Pero él está enfadado y me corta.
—Sabes que ese tal Miguel no es objeto de mi devoción. Lo sabes, ¿verdad?
—Sí… pero.
—No. Escúchame, ___. ¿Qué te parece si mañana dejo que tu amada jefa me toque el pelo mientras desayuno con ella? Estoy segura de que a ella le gustaría. ¡Oh…!, y quizá también esté encantada de darme un besito, ¿lo probamos?
No… no… no.
Sólo de pensarlo me pongo enferma. Conozco a mi jefa y sé que está deseosa de que Joe le dé cancha para llegar con él a algo más. Cierro los ojos y con ese ejemplo acabo de entender su frustración.
—Vale… mensaje captado.
—Exacto, ____… Me alegra saber que por fin me entiendes. Una cosa es que tú permitas que otra mujer me toque, y otra muy distinta es que una mujer, que sabes que me desea, me toque sin tu permiso, ¿lo comprendes ahora?
—Sí.
—Piensa en ello, porque no estoy dispuesto a repetirlo ni una sola vez más —añade tras un silencio sepulcral—. No me importa que desayunes con Miguel o con quien tú quieras, pero no acepto que nadie, hombre o mujer, sin mi consentimiento te toque ni te bese… Buenas noches, ___. Mañana te veré en la oficina.
Dicho esto cuelga y me quedo desconcertada.
¿Cómo le digo lo que ha pasado sin que eso le ocasione más desconfianza?
Con la cabeza como un bombo, me siento sobre el sofá con la sensación de que, sin querer, acabo de hacer algo que lo va a enfadar mucho si se entera. Me pica el cuello y me rasco. No hay nadie que me lo impida.
Monse_Jonas
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Ahhh que tipa más asquerosa!!
Porque no acepta un no por respuesta!
No me gusta que Joe este enojado!!
Hay continuación del libro!?
Síguela!
Porque no acepta un no por respuesta!
No me gusta que Joe este enojado!!
Hay continuación del libro!?
Síguela!
aranzhitha
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Pero joe no dejo que le dijera nada de nada!!!!!!...
chelis
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