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Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Capitulo Cincuenta y nueve
A la mañana siguiente cuando llego a la oficina, no me sorprende encontrarme a Jow trabajando. Con disimulo dejo mis cosas sobre mi mesa y suena mi teléfono interno. Jow. Quiere que pase. —Buenos días, señorita Flores.
—Buenos días, señor Zimmerman.
Entonces veo a Julio Merino, un chico de la empresa, sentado en la mesita redonda que hay en el despacho con unos papeles.
—Señor Merino —dice Joe recostándose en la silla—, ¿podría traerme un café solo?
El joven se levanta.
—Sí, señor Zimmerman… en seguida se lo traigo.
Cuando pasa por mi lado pone los ojos en blanco y yo intento contener la risa. Cuando Joe y yo nos quedamos solos en el despacho, él suaviza su tono de voz:
—¿Qué tal has dormido?
—Fatal… te echaba de menos.
Noto la comisura de sus labios curvarse.
—Seguro que no tanto como yo a ti.
—Te equivocas… estoy segura que tanto o más.
Nos miramos. Duelo de miradas. He aprendido a aguantar sus retos.
—Esta noche duermes conmigo en mi hotel.
—Vale.
Esa proposición me encanta. Me enloquece y pienso que será un buen momento de explicarle lo que me pasó el día anterior.
—¿Te apetece que juguemos con compañía?
Mi estómago se contrae. ¿Jugar acompañados? Sé lo que eso significa y llevo mucho tiempo sin hacerlo. Trago el nudo de emociones que se ha atascado en mi garganta.
—Me parece bien si a ti te lo parece.
Sin levantarse de su asiento, mueve su cabeza.
—¿Excitada? —pregunta al notar mi nerviosismo.
Asiento. Joe sonríe y se levanta.
—Por favor, señorita Flores, pase al archivo.
Sin dilación, me dirijo hacia donde me pide y mi respiración se vuelve irregular. Una vez allí, Joe se acerca a mí, mi trasero golpea los archivos y, apoyando su cadera sobre la mía, siento que su mano se mete por debajo de mi falda y me toca el muslo derecho.
—Llevo sin entregarte mucho tiempo y no veo el momento de hacerlo.
—Joe…
—Sigo cabreado contigo y mereces un castigo.
—¿Un castigo?
—Sí… mi pequeña. Y esta tarde sabrás cuál es.
Regresa el duelo de miradas.
—Te recuerdo —murmuro—, que tu castigo en Barcelona fue calentarme en aquel bar de intercambio de parejas y luego dejarme a dos velas.
Sonríe y pasa su nariz por mi pelo.
—Nunca se sabe, ____… nunca se sabe.
Su mano me hace separar las piernas. Toca la tirilla de mi ropa interior.
—Tu castigo te espera en mi hotel —murmura en mi oído—. Cuando salgas de la oficina, coge tu coche y ve directa para allí.
Joe saca su mano de debajo de mi falda y se retira.
—Muy bien, ya puedes proseguir con tu trabajo.
Excitada y molesta por aquel trato tan frío me doy la vuelta para salir cuando siento que me da un azote. Yo me vuelvo para reprenderlo y entonces me atrae hacia él, me besa con pasión y murmura con una inquietante sonrisa:
—Te quiero, pequeña…
Esas dulces palabras consiguen en mí el efecto Zimmerman. Mi mosqueo se va y sonrío como una tonta mientras él me abraza y toma mi boca con posesión.
A los pocos segundos, Joe me suelta.
—Señorita Flores, ¿quiere dejar de provocarme para que yo pueda dirigir esta empresa?
Eso me hace reír y, tras colocarme bien la falda, salgo del archivo, después del despacho y, con una tonta sonrisa en mi cara, regreso a mi mesa. Definitivamente, esa noche le explicaré lo que me ocurrió.
Julio llega con el café y, cuando pasa por mi lado, murmura:
—Joder con el jefe… ¡hoy me tiene frito!
Sonrío e intento concentrarme en trabajar.
A las seis salgo del trabajo nerviosa y hago lo que me ha pedido. Recojo mi coche y voy hasta su hotel. Cuando llego, Tomás está esperando en la puerta y, al verme, me hace una seña con la mano. Paro el coche, bajo la ventanilla y lo oigo decir:
—El señor Zimmerman la espera en su suite. Yo me encargaré de su coche.
Encantada, me bajo y entro en el hotel mientras la excitación crece a cada segundo más en mí. Llevo sin jugar a sus juegos desde que estuvimos en Zahara de los Atunes y estoy inquieta. El ascensorista sonríe y me saluda cuando me ve entrar. En silencio subimos las plantas y, cuando se abren las puertas del ascensor, me sorprendo al encontrarme a Joe esperándome en el vestíbulo.
—Hola, cariño.
—Hola —respondo feliz mientras paseo mis ojos por él y valoro lo guapísimo que está con ese pantalón negro y la camisa celeste. Sin demora, me besa, me coge por la cintura y me guía hasta la suite. Al entrar, oigo música en el salón. Hay alguien pero no puedo ver quién es. Joe me mete directamente en su dormitorio y cierra la puerta.
—Sobre la cama está lo que quiero que te pongas. Dúchate y, cuando estés preparada, sal al salón.
Dicho esto, se da la vuelta y se marcha, dejándome sola.
Sorprendida, camino hacia la cama. Sábanas de seda negras. ¡Morboso! Sobre las sábanas veo un fino y corto camisón de seda junto a unos zapatos negros de un imponente tacón. No hay bragas, pero sí un liguero lila. Eso me reseca la boca. ¡Sexo! Dos hombres me poseerán.
Sin poder quitar los ojos de aquella prenda, me desnudo y paso al baño. Me ducho y disfruto sintiendo el agua correr por mi piel. Me seco y me pongo lo que Joe me ha pedido.
Abro la puerta de la habitación. Joe me ve y me hace una seña para que me acerque a él. Cuando llego a su altura, veo a una pareja. Ella va vestida como yo. Sorprendida por ello miro a Joe en busca de una explicación.
—_____, ellos son Mario y su mujer Marisa. Unos amigos.
El hombre se acerca a mí y me da dos besos en las mejillas y, cuando la luz se refleja en la mujer, me doy cuenta de que se trata de Marisa de la Rosa. ¿Por qué hace como si no me conociera? Se acerca a mí y me da dos besos.
—Hola, _____, encantada de verte.
—Lo mismo digo —asiento confundida.
Ella no hace referencia a nuestros encuentros en el gimnasio, ni a lo que pasó el día anterior. Yo tampoco. Me siento extraña al omitirlo pero, sin saber por qué, lo hago.
Joe me coge por la cintura y me acerca más a él.
—Ellos estuvieron en la fiesta de los años veinte a la que asistimos en Zahara. Desde entonces, Marisa no ha parado de enviarme e-mails para conocerte.
Me vuelvo hacia ella y la veo sonreír.
—Me muero por saborearte, _____.
No respondo. No puedo. Sólo puedo ver cómo esa mujer pasea su lujuriosa mirada sobre mi cuerpo y se detiene en mis pechos. Me recuerda a Silvestre, el gato de Piolín cuando se lo quiere comer.
Joe hace un gesto pícaro. Le gusta lo que ve; le agrada y lo excita.
—Tengo una novia muy… muy deseable.
Lo miro y él me besa sin importarle que esos dos nos estén observando. Cuando me suelta, con el rabillo del ojo veo que Marisa y su marido cuchichean, mientras se sirven champán. Joe coge del sofá un largo pañuelo de seda y lo enreda en su mano.
—¿Lo recuerdas?
—Sí.
—Quizá te ate a la cama en algún momento para ofrecerte. ¿Alguna objeción?
Atizada por lo que dice, murmuro:
—Confío en ti.
Sus ojos chispean. Están brillantes. Joe se acerca a mí.
—Marisa es una mujer muy activa y se muere por jugar contigo. Por supuesto, yo se lo consiento.
—¿Cómo?
Joe sonríe y me besa en el hombro.
—Ése es hoy mi castigo, cariño.
—Joe, no —susurro con la boca seca.
—¡¿No?!
Me acerco a su oído.
—Ya sabes que las mujeres no me van.
Él sonríe.
—Por eso es tu castigo. Pero, tranquila, yo te ofrezco para que juegue contigo, tú no tienes que hacer nada, excepto disfrutar.
Me quedo estupefacta. Voy a replicarle, pero él me lo impide.
—Vamos, señorita Flores, sea consecuente con mis caprichos.
Con el estómago hecho trizas, miro a la mujer y, sólo de pensar lo que Joe me pide, deseo salir corriendo.
Mario se ha sentado en el sillón mientras Marisa nos mira. Mis nervios van a estallar de un momento a otro.
—Joe.
—Dime, ____.
—No quiero hacerlo… no.
Joe me mira… me mira… me mira y finalmente dice con voz tranquila:
—De acuerdo, ____. Ve a la habitación y vístete. Tomás te llevará a tu casa.
Eso me desconcierta. No quiero irme. Cuando voy a darme la vuelta para marcharme, cierro los ojos.
—Joe
—Dime, ____.
—Si me quedo, mis besos serán sólo tuyos y los tuyos sólo míos.
El rostro imperturbable de Joe asiente.
—Eso siempre, cariño… siempre.
Lo beso ansiosa y él acepta mi boca. Cuando me separo de él, miro a Marisa.
—De acuerdo.
Joe se sienta junto a Mario.
Aquella mujer y yo nos quedamos de pie ante nuestros hombres, vestidas únicamente con los cortos camisones mientras la música suena a nuestro alrededor. La excitación comienza a crecer en mí cuando siento que ella se me acerca por detrás y pone sus manos en mi cintura.
Joe coge la botella de champán y se sirve una copa. Cuando termina de servirse, deja la botella en la cubitera y nos mira, repanchigándose en el sillón.
—Marisa, por fin tienes a mi novia para ti. ¿Por dónde quieres empezar?
Sus palabras me acaloran. Joe acaba de decir que soy toda para ella. ¡Toda! Pero, antes de que pueda protestar, la mujer se me adelanta:
—De momento, quiero tocarla.
Dicho esto, hunde su nariz en mi cuello mientras pasea sus manos por mi cuerpo ante los hombres. Me toca las caderas, los pechos, el monte de Venus, todo ello por encima del insinuante camisón de seda negro. Oigo su excitada respiración en mi oído mientras me quedo quieta y le dejo invadir mi cuerpo ante la mirada de los hombres.
—Joe… dame cinco minutos a solas con ella.
—¡Treinta segundos! —aclara.
Voy a protestar. A negarme, cuando siento que ella se aprieta contra mí.
—Vamos a la cama —susurra en mi oído.
Me coge de la mano y tira de mí. Yo miro a Joe y él levanta su copa y sonríe mientras continúa sentado en el sillón. Camino de la mano de la mujer y llegamos hasta la habitación. No puedo creer que Joe no vaya a estar presente.
Marisa me sienta en la cama, me tumba y se pone a cuatro patas sobre mí.
—Escucha, _____. No te asustes. No te haré daño, sólo te proporcionaré placer y espero que tú me lo des a mí también. Joe te ha entregado a mí por algo que pasa entre vosotros. Eso no me interesa. Sólo me interesa saborearte y disfrutar de tu cuerpo.
—¿Por qué no has dicho que nos hemos visto antes?
Ella sonríe y me mira con lujuria.
—Porque no es necesario explicarlo todo, ¿no crees?
Voy a protestar, pero ella me baja los tirantes del camisón y me saca los pechos y eso me deja sin habla. Mis pezones se ponen duros y la veo sonreír. Los observa y, finalmente, saca su lengua y me los chupa. Yo me muevo. Me inquieto. No quiero reconocerlo, pero la situación me provoca. Su boca se cierne sobre mis pechos y los succiona con avidez hasta que me los suelta.
—¿Te ha gustado? —pregunta.
Yo asiento. No puedo hablar.
—En el gimnasio, cada vez que te veo desnuda en los vestuarios, deseo chuparte así. Por cierto, Rebeca te manda recuerdos.
Voy decir cuatro frescas de esa tía cuando ella se baja los tirantes de su camisón y deja sus tersos y magníficos pechos operados ante mí. Me coge las manos y me las coloca sobre ellos. Sus manos cubren las mías y me hace aplastarlos.
Cuando quita sus manos de las mías, sigo haciéndolo. Le toco los pezones como sé que a mí me gusta y se los estrujo. Ella me mira, se muerde los labios y jadea. Acerca su cara a la mía. No me muevo y, cuando creo que me va a besar y no puedo retroceder, murmura:
—Ya me ha advertido Joe que no puedo probar esos labios tan tentadores que tienes, pero te voy a devorar los otros labios y lo que esconden en su interior, igual que deseo cada vez que te veo. Te los voy a morder y a chupar de tal manera que querrás hacerme lo mismo a mí.
—No… yo no… —susurro dispuesta a marcar un poco mi terreno.
—Tú no ¿qué?
Dispuesta a darle una patada si se pasa conmigo, aclaro:
—Yo nunca he complacido a una mujer. No es lo mío.
—¿Me quieres complacer a mí?
—No.
Se mueve sobre mí. Se da la vuelta hasta que su vagina está sobre mi cara y la mía bajo su boca. No me roza, sólo la muestra y murmura mientras siento su aliento.
—Hazlo sólo una vez. Si no te gusta, te prometo que me retiraré.
Nunca he visto una vagina tan cerca. Está limpia, depilada como la mía, reluciente y tentadora. Ensimismada, la observo cuando la escucho jadear.
—____… saca la lengua una vez… Sólo una vez. Mira así…
Noto su lengua pasar lentamente sobre mis labios exteriores. Tiemblo.
Abducida por el momento y por la excitación que siento, hago lo que me pide. Saco mi lengua y lo hago.
—Oh, sí… —la oigo decir.
La sensación me gusta y vuelvo a pasar mi lengua. Ella hace lo mismo y la que jadea ahora soy yo.
—Hagamos una cosa. Repite lo mismo que yo te haga.
Sin más, aquella mujer abre los labios exteriores de mi vagina y posa su ardiente boca en mí. Jadeo… pero hago lo mismo. Abro mi boca y chupo su interior. Durante unos segundos intento hacer lo que ella hace pero no puedo… Yo quiero mover mi lengua de otra manera y mordisquearle los labios internos.
Me olvido de mis prejuicios y la mordisqueo. Noto que ella tiembla. Sus labios se abren ante mi contacto y vislumbro el clítoris. Curiosa, llevo mi lengua hasta él y lo rozo. Éste responde hinchándose en décimas de segundo y yo me inquieto.
—Oh… _____… me estás volviendo loca… ¿De verdad que nunca lo habías hecho?
—Nunca.
Avivada por la visión de su clítoris, hago lo que Joe suele hacerme. Lo toco con la punta de la lengua, lo rodeo y, cuando está hinchado, lo aprisiono entre mis labios y estiro.
Marisa se contrae y jadea. Intenta retirarse pero le agarro los muslos y me llevo el clítoris a mi boca para avivarlo más y más.
Pensé que aquello me daría asco, pero no. Paseo mi boca por su vagina perfectamente depilada y mordisqueo su clítoris y eso me hace sentir poderosa y exigente. Marisa se restriega contra mí y la oigo gemir. En ese momento yo deseo más… mucho más, pero ella me quiere poseer y me frena. Vuelve a su estado inicial. A cuatro patas sobre mí.
—Ahora que ya sabes lo que yo quiero de ti, permíteme que disfrute de tu cuerpo.
Agarra mis pechos, junta los pezones y se introduce los dos en la boca. Los endurece y con la lengua juega con ellos. Cuando escucha mi jadeo, los deja.
—Te voy a quitar el camisón. Cierra los ojos y entrégate.
Asiento, excitada, pero antes veo que Joe y Mario entran en el dormitorio. Se sientan cada uno en un lado diferente de la cama y nos observan.
Marisa me desnuda. Con sus suaves manos baja el camisón que esta enrollado en mi cintura y me lo saca por las piernas. Me pone las manos en los tobillos y las sube hasta llegar a mis muslos. A mi liguero. Con mimo, me mordisquea la parte interna de mis muslos y sube… sube hasta que lo que me mordisquea son los pechos.
—Me gusta lo que veo… —susurra Joe en mi oído.
Marisa prosigue su festín y, cuando los pezones no pueden estar más duros y estimulados, baja a mi cintura y se entretiene en el ombligo. Me estremezco.
Su boca caliente llega hasta mi monte de Venus y se detiene. Recorre con su lengua mi tatuaje y murmura en voz alta y sugerente:
—_____, el tatuaje es muy tentador. Seguro que levanta pasiones.
Miro a Joe y él sonríe. Yo sé por qué dice eso, pero me callo. No digo ni mu.
Marisa levanta la vista un instante y una cascada de emociones se apoderan de mí cuando siento sus manos juguetear entre mis piernas. Estoy empapada. Húmeda. Receptiva. Me toca por encima y, sin esfuerzo, mete un dedo en mi interior mientras con la palma de la mano roza mi clítoris. Excitada, comienzo a moverme en busca de mi placer sobre su mano.
—Vamos chicos… —oigo que dice—. Participad en mi juego.
Mario me toca el pecho derecho y Joe lleva su boca hasta el izquierdo. Cada uno a su modo y a su manera, me estimulan y me succionan hasta que Marisa me abre las piernas y mete su cabeza entre ellas.
—Ah… —jadeo mientras tres personas me tocan y me chupan.
Mi ardiente sexo abierto y expuesto a las exigencias de Marisa responde y yo me arqueo complacida. Me gusta lo que me hacen. Me gusta ser su juguete. Su experta lengua se mueve dentro y fuera de mí y se detiene en mi clítoris para hacer lo que yo le hice segundos antes. Lo chupa. Lo rodea y tira de él. Me incorporo, extasiada.
Calor… calor… mucho calor.
Joe abandona mi pecho y busca mi boca, la encuentra y la besa. Su lengua me avasalla, excitada y posesiva, mientras los gemidos que Marisa me arranca salen una y otra vez de mis labios y lo enloquecen. Besos… mimos… palabras susurradas que deseo escuchar.
—Sí, pequeña… así… entrégate y disfruta para mí.
—Sólo para ti —repito entre jadeos.
Durante lo que me parece una eternidad, Marisa juega entre mis piernas mientras Mario me mordisquea los pezones y Joe me besa. Hasta que noto que Mario me agarra un muslo y Joe otro. Me sientan en la cama, me abren para Marisa y me ofrecen a ella.
La mujer, enloquecida por haber conseguido lo que lleva tiempo ansiando, me succiona el clítoris con maestría. Yo me retuerzo. Me agarra del culo y me aprieta sobre su boca. Me saborea de mil maneras posibles y yo me dejo hacer mientras disfruto de todo ello. Oleadas de placer intenso y caliente recorren mi cuerpo una y otra vez… una y otra vez…
—Mojada y lista para mí —oigo que dice.
No sé a qué se refiere, pero su marido me suelta, se levanta y desaparece de la habitación Joe no habla. Sólo me observa tremendamente excitado mientras me sujeta para Marisa. La mujer introduce dos de sus dedos hasta el fondo en mi vagina, los mueve en su interior y los saca. Yo alzo mis caderas en busca de más. Vuelve a meterlos y los saca y soy consciente de que la humedad de sus dedos es mi humedad. Su marido aparece, se sienta en un lateral de la cama, y nos enseña un consolador negro de dos cabezas.
—Estoy deseando ver cómo os folláis la una a la otra.
Miro a Joe y él aprovecha y me besa. Me muerde los labios y murmura palabras cariñosas. Los dedos de Marisa prosiguen su saqueo mientras yo jadeo y disfruto del momento. Instantes después, detiene sus acometidas para llevar su juguetona boca de nuevo al centro de mi deseo. Me humedece más y más. Yo chillo una y otra vez… una y otra vez… hasta que ella pone el vibrador de dos cabezas entre nosotras y dice:
—Estás muy caliente… Follémonos.
Joe se pone detrás de mí. No me abandona. Está todo el rato pendiente de mí y de mis acciones . Coge el consolador y tras chuparlo lo pone en mi vagina y lo hunde poco a poco. Centímetro a centímetro mientras yo siento cómo aquel objeto estriado me abre la carne y jadeo.
—Sí… así… —susurra Joe en mi oído.
Cuando Joe se detiene, Marisa abre sus piernas, coge la otra punta del consolador y se ensarta en él. Se muerde los labios y gime mientras lo hunde en su cuerpo y con ello más en el mío.
—Cuidado, pequeña… —murmura Joe.
Me fijo en Marisa y en cómo, con una mirada lujuriosa, se mueve en busca del orgasmo. Mueve sus caderas. El consolador entra en mí y en ella arrancándonos oleadas de placer. Marisa lanza su pelvis contra mí y yo grito, pero no me achico y ahora soy yo la que lanza la pelvis contra ella. Aquel juego nos introduce y nos saca el consolador de nuestras vaginas proporcionándonos un placer maravilloso.
Sentadas la una frente a la otra, Marisa me agarra de los brazos y adelanta su vagina. Me mira, aprieta los dientes y jadea. Yo grito enloquecida pero, instantes después, soy yo la que agarra sus brazos y aprieta para que ella chille. Chillidos… jadeos… todo ello, unido a las palabras de Joe en mi oído, consigue que ambas nos corramos y quedemos sentadas sobre la cama y unidas por el vibrador. Agotadas, nos dejamos caer para atrás.
Cierro los ojos. El juego que acabo de tener me ha dejado exhausta hasta que siento que alguien me saca el vibrador, abro los ojos y veo que es Marisa. Sonrío y entonces le oigo decir a Mario mientras se pone un preservativo:
—Vamos, chicas… ahora nos toca a nosotros.
Miro hacia Joe. Veo que rasga un preservativo y se lo pone. Nada más hacerlo, me coge la mano.
—Te voy a atar a la cama y te voy a ofrecer a Mario para que te folle. Ponte boca abajo.
Sin rechistar, hago lo que me pide y veo que Marisa hace lo mismo. Mario y Joe nos atan las muñecas con los pañuelos de seda al cabecero de la cama. Instantes después, la cama se hunde y siento un azote en el trasero. Pica. Reconozco la mano de Joe cuando me agarra y me hace poner el culo en pompa.
—Abre las piernas para que él te pueda penetrar bien y yo lo pueda ver. ¿Entendido, cariño?
Muevo mi cabeza afirmativamente, mientras la excitación por lo que dice me recorre el cuerpo.
Instantes después, unas manos desconocidas para mí me cogen de las caderas e introducen su erección poco a poco en mi vagina. Su pene está duro y es ancho, pero no es tan largo como el de Joe. No llega con profundidad. Yo quiero más. Dejo que me penetre una y otra vez y jadeo de placer en cada embestida mientras escucho los gemidos de Marisa a mi lado y sé que Joe me mira mientras le da mucho… mucho placer.
Imaginar la escena me incita. Me exhorta. Me exalta. Las dos atadas a la cama con el culo en pompa y nuestros hombres follándonos y exigiendo más.
Una… dos… tres… cuatro… cinco… seis penetraciones y seis gritos placenteros, a la séptima escucho a Joe que suelta un ronco gruñido, miro y veo que se corre. Mario me coge en vilo y me levanta, bombea su gordo pene varias veces más dentro y fuera de mí, me aprieta con brusquedad y finalmente ambos nos corremos. Agotada, respiro con la boca sobre las sábanas hasta que siento que Joe me toca y me desata las manos. Me besa las muñecas y dice:
—Vamos… cariño. Necesitas un baño.
Me coge entre sus brazos y yo me acurruco contra él. Me besa la frente.
—Te quiero.
Yo sonrío.
—Yo también te quiero.
Lo vivido minutos antes me tiene exhausta, pero sus palabras hacen que me lata con más fuerza el corazón. Veo el jacuzzi preparado, Joe me deja sobre él y dice:
—Agáchate y sujétate al borde.
Hago todo lo que me pide. Me agacho y el agua me llega hasta la cintura. ¡Qué placer! Oigo que abre la ducha. Se debe de estar duchando. Cuando cierra el grifo, siento que se mete en el
jacuzzi y comienza a lavarme. Me enjabona el pelo, me da un masaje en la cabeza y luego, con mimo, me lo aclara. Después me pide que me dé la vuelta. Sus ojos y los míos se miran. Con sus manos, me enjabona el cuerpo y, cuando me aclara, me da un beso en el hombro.
—Ya está, cariño…
El pene de Joe está duro como una piedra y veo que todo él está empapado. Sale del jacuzzi y me tiende la mano. Se la cojo y salgo yo también. Las piernas me tiemblan y cuando estoy a su lado le hago sentarse sobre la tapa del váter cerrado. Acto seguido me siento a horcajadas sobre él. Cojo su pene y lo hundo centímetro a centímetro en mí.
—Dios, _____…
—Ahora tú… —susurro ansiosa—. Ahora tú…
Cierro los ojos mientras noto que su pene llega hasta mi útero. Echo la cabeza hacia atrás y contraigo mi pelvis. Joe jadea y yo con él. Sus manos húmedas me agarran la cintura y me aprieta contra él. Me gusta. Me enloquece cuando me hace eso. Sentir toda su enorme erección llegar a mi útero me altera y vuelvo a contraer la pelvis. Ambos jadeamos.
—Así, nena… poséeme. Eres mía.
Sus órdenes son para mí el arrullo que necesito.
Restriego mi sexo contra él y vuelvo a contraerme. Mi vagina lo succiona y cada centímetro que le hago hundirse en mí me hace sentir que me va a partir en dos. Esa sensación es nuestra. La busco. La necesito. Sólo él me da profundidad y quiero más.
Me echo hacia atrás y Joe jadea ante la electricidad que sentimos, yo abro la boca en busca de aire. Cada embestida mía es un jadeo de él. Cada jadeo de él es una embestida mía. El movimiento de mis caderas se vuelve más insistente, más delirante. Sus penetraciones más profundas, más seguidas y, cuando siento que me voy a correr, lo miro y susurro:
—Mío. Eres sólo mío.
Un grito gutural sale de su garganta y otro de la mía cuando Joe se empotra totalmente en mí, mientras notamos que nuestros fluidos resbalan por nuestras piernas. Me abrazo a él y el ritmo se detiene mientras me besa el pelo. Durante varios minutos no nos movemos, sólo nos abrazamos hasta que él coge una toalla seca y me la echa por encima. Tiemblo.
Con el pelo mojado sobre la cara, Joe comienza a repartirme un millón de dulces besos mientras me retira el cabello. Sigo sentada sobre él y su erección disminuye en mi interior cuando escucho jadeos e imagino que los otros juegan en la habitación.
—Joe.
—¿Sí, cariño?
—¿Te encuentras bien?
Sonríe al notar mi preocupación por él.
—Perfectamente, mi amor, ¿y tú?
—Extasiada.
—¿Mi castigo ha sido muy duro?
Sonrío y lo beso por el cuello.
—Tus castigos me vuelven loca.
Ambos reímos y Joe me mira a los ojos.
—Espero que no hayan sido muy duros para ti.
—Yo más bien diría placenteros.
—¿Incluso con Marisa y Mario?
Asiento como una niña pequeña.
—Incluso con ellos.
Joe me da un beso en la punta de la nariz y susurra:
—Me vuelve loco verte disfrutar, cariño. Ofrecerte es un placer para mí. Me provoca un morbo que no puedo remediar y…
—¿Te estás disculpando por ello?
Veo que asiente y murmura:
—____… tengo que hacerlo. Estos juegos no entraban dentro de tu vida. Sé que lo haces por mí y…
—… y me gustan —lo interrumpo—. Me encanta que me ofrezcas mientras tú miras. Eso, aunque no lo creas, me produce el mismo placer que a ti. Y si a ti te enloquece que Zayn, Marisa o quien decidamos se meta entre mis piernas y juegue conmigo, yo lo acepto. Lo acepto gustosa porque disfruto tanto que un día voy a explotar.
—¿Estás segura, cariño?
Abro los ojos y lo miro. Acerco mi nariz a la suya y siento la necesidad de preguntar:
—¿En Alemania seguiremos jugando?
Aquello lo pilla de sorpresa. Mi pregunta le afirma lo que él lleva deseando escuchar y me abraza encantado, antes de devorarme la boca.
—En Alemania te prometo todo lo que quieras.
Monse_Jonas
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Ufff
aranzhitha, Sip faltan dos libros el que se llama pídeme lo que quieras ahora y siempre y pídeme lo que quieras o déjame.
Espero poder subirles los tres xD
aranzhitha, Sip faltan dos libros el que se llama pídeme lo que quieras ahora y siempre y pídeme lo que quieras o déjame.
Espero poder subirles los tres xD
Monse_Jonas
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Marisa me da mala espina!!
Cuando se entré Joe de lo ocurrido con Rebeca, se va a enojar!
Síguela!
Cuando se entré Joe de lo ocurrido con Rebeca, se va a enojar!
Síguela!
aranzhitha
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Capitulo Sesenta y seis
A la mañana siguiente, Joe y yo llegamos a la oficina por separado. Está emocionado por mi próximo traslado a Alemania y yo también. Por suerte tengo algo de ropa en su hotel y me cambio para no ir con lo mismo del día anterior. No le he explicado el episodio vivido con aquellas mujeres y decido callar. En realidad, no pasó nada y, si se lo cuento, se enfadará conmigo. Miguel, como cada mañana, viene a buscarme. Nos vamos a tomar un café antes de comenzar a trabajar.
Acepto encantada y me siento frente a la puerta. Sé que Joe entrará de un momento a otro y me buscará con la mirada. No falla. Diez minutos después, el hombre del que estoy completamente enamorada entra por la puerta y, tras ver dónde estoy sentada se sienta enfrente de mí.
Miguel y yo seguimos charlando y observo disimuladamente a Joe desayunar. Su elegancia para untar la mantequilla en el cruasán me tiene totalmente ensimismada. En un par de ocasiones, nuestras miradas se cruzan, sé que está feliz por mi decisión de irme con él a Alemania y tengo que hacer grandes esfuerzos para no reír como una tonta.
Cuando acabamos el desayuno, Miguel y yo nos levantamos y Joe hace lo mismo. Lo veo salir y, cuando llegamos al ascensor, está esperando con las manos metidas en los bolsillos y su gesto serio e inescrutable. Al vernos, nos mira.
—Buenos días, señorita Flores. Señor Morán.
—Buenos días, señor Zimmerman —decimos al unísono.
Las puertas del ascensor se abren y los tres nos metemos en él. Damos a la planta diecisiete, pero, mientras sube, el ascensor se para en otras plantas y coge a más personas. De pronto, siento que Joe roza mis nudillos con los suyos y sonrío. Cada vez es más difícil estar juntos sin tocarnos.
Cuando las puertas se abren en nuestra planta, los tres nos bajamos pero Joe toma un camino diferente al nuestro.
—¿Tú crees que Iceman sonríe alguna vez? —cuchichea Miguel, al ver que se aleja.
—Pssss… no sé.
—A ese tío lo que le hace falta es un buen polvo. Verías cómo sonríe.
Eso me hace soltar una carcajada. Si Miguel supiera lo que yo sé, se quedaría de piedra, pero prefiero seguirle el rollo.
—Estoy totalmente convencida.
Entonces aparece mi jefa, nos mira y con su voz chillona dice de malos modos:
—_____, sobre tu mesa he dejado varias carpetas. Necesito que fotocopies lo que hay en ella y después lo lleves a mi mesa. Miguel, creo que te buscan en tu departamento. Vamos, ¡a trabajar!
Prosigo mi camino sola hasta el despacho. Una vez allí, veo las carpetas de mi jefa y me encamino hacia la fotocopiadora. Hago lo que ella me pide y después contesto varios correos de las delegaciones. Sobre las once, entro en el archivo. Necesito varios papeles que me han pedido los delegados. Me encuentro ensimismada con ellos, cuando oigo una voz a mi espalda.
—Mmmmm… reconozco que encontrarte en el archivo me sugiere mil perversiones.
Sonrío. Es Joe, que me observa desde la puerta.
—Señor Zimmerman, ¿desea algo?
Sus ojos pasean por mi cuerpo.
—¿Qué tal una vueltecita? Me encanta cómo te quedan esos pantalones.
Lo complazco y hago lo que me pide. Doy una vuelta sobre mí misma y, cuando la termino, pregunto:
—¿Contento?
—Sí… aunque lo estaría más si te desnudaras y…
—¡Joe!
Con las manos en los bolsillos, sonríe.
—Nena… —murmura sin acercarse a mí—. Pero si me provocas…
—¡Tendrás morro! —Río y, cuando veo que se acerca, levanto una mano y murmuro—: ¡Stop!
Joe se para.
—Fuera de mi archivo. Estoy trabajando y no quiero que me despidan por hacer cosas en el trabajo que no debo, ¿entendido?
Joe da otro paso hacia mí.
—Mmmmm… estás tan guapa cuando trabajas. Ven aquí y dame un beso.
—No.
—Vamos… lo estás deseando tanto como yo.
—Joe, alguien nos puede ver…
Pone cara de bueno y hace un gesto con la mano.
—¿Uno chiquitito?
Resoplo… pero me acerco a él y le doy un beso en los labios. Inmediatamente, Joe me coge de la cintura, me apoya contra los archivadores y me mete su lengua en la boca. Me devora y yo me dejo llevar.
—Dios… pequeña ¿Qué voy a hacer contigo?
—De momento, soltarme —me quejo—. Me estoy clavando el pomo de la puerta del archivador en el culo.
Me suelta rápidamente.
—¿Te duele? —pregunta, preocupado—. ¿Te he hecho daño?
—Noooooooo… —Río—. Sólo lo he dicho para que me soltaras.
De nuevo veo la guasa en sus ojos. Se repasa los labios con la lengua y da un paso hacia atrás. Me mira, levanta un dedo y antes de marcharse dice:
—Que sea la última vez, señorita Flores, que me incita a hacer algo que yo no quiero. Póngase a trabajar y deje de insinuárseme.
Veo cómo sale del archivo y sonrío. La felicidad que Joe me provoca no es comparable a nada en el mundo. Cuando salgo, lo veo hablando por teléfono. Cuando cuelga, pasa por mi lado y, aunque no me mira directamente, sé que me ha mirado. Ambos regresamos a nuestros trabajos.
A la una me avisan de recepción. Un mensajero trae un ramo de rosas. Cuando el mensajero aparece e indica que el precioso ramo de rosas rojas de tallo largo es para mí, me quedo sin palabras. Cuando se va, saco la tarjetita y leo: «Como dice nuestra canción: te llevo en mi mente desesperadamente».
Me quedo boquiabierta mirando la tarjeta con el ramo en las manos. Leer eso me hace sonreír. Joe es tan romántico en la intimidad que me encantaría que todo el mundo lo supiera. Mi jefa, que en ese momento pasa por mi lado, se queda mirando el ramo de flores.
—Qué maravilla. ¿Quién me manda esta preciosidad?
—Me lo han enviado a mí.
Su cara se contrae al escuchar eso, se da la vuelta y se marcha. No le ha hecho gracia saber que yo puedo recibir flores maravillosas. Emocionada, saco uno de los jarrones que guardo para cuando llegan flores, lo lleno de agua y lo pongo sobre mi mesa.
Joe aparece en el despacho, me mira y sin cambiar su habitual gesto serio dice:
—Bonitas flores.
—Gracias, señor Zimmerman.
—¿Algún admirador secreto?
Sonrío como una boba.
—Mi novio, señor.
Joe asiente, se da la vuelta y se mete en su despacho. Esa tarde cuando llego a casa, Joe llega quince minutos más tarde y, con posesión y deleite, me hace el amor.
Monse_Jonas
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Capitulo Sesenta y Uno
El viernes, Joe me invita a cenar a un restaurante maravilloso. Ponemos fecha a nuestro cambio de residencia y decidimos que será para mediados de enero. Mi pisito es mío, en propiedad. Cuando me mudé a Madrid, mi padre me ayudó a comprarlo y, tras nuestra conversación, decido no venderlo, ni alquilarlo. Será un piso que siempre tendré para cuando quiera regresar a Madrid de visita.
Esa noche, a pesar de la felicidad que veo en la mirada de Joe, intuyo que le duele algo la cabeza. Lo he visto tomarse dos pastillas. Pero no quiere hablar de ello. Se niega. Sólo quiere hablar de nosotros y de nuestra próxima vida en Alemania.
Tras la cena, cuando nos vamos del restaurante, nos encontramos con unos amigos suyos en la calle. Una pareja. Nos saludamos. Y en un momento dado Joe me pregunta:
—¿Te apetece que invite a Víctor al hotel para jugar los tres?
Mi corazón bombea con fuerza y asiento. Joe sonríe.
—Voy a hablar con él. Seguro que no dice que no.
Joe y Víctor se alejan un metro de mí y de la chica que va con él. Se llama Loli y es muy simpática. Las dos hablamos, mientras yo observo a los dos hombres. De pronto, veo que a Joe le suena el móvil, atiende la llamada y deja de sonreír. Tras eso, se acerca a mí y dice:
—Nos vamos.
Víctor y Loli se quedan donde estaban y observo que entran en el restaurante. ¿Qué habrá pasado?
En el camino de vuelta está más callado de lo normal. Intento hablar con él, bromear, pero no entra en el juego. Finalmente me callo. Cuando Joe se pone así, mejor dejarlo.
Cuando llegamos al hotel, Joe pide que nos traigan una botella de champán. Yo me quito los zapatos y me siento al borde de la cama. Tengo ganas de jugar. La proposición de Joe me ha excitado mucho.
Joe se desprende de la chaqueta, la deja perfectamente colocada en el galán de noche y me mira. Suena la puerta y mi corazón aletea. Pero el aleteo se relaja cuando veo entrar al camarero con dos copas y la botella de champán.
En cuanto nos quedamos solos, Joe descorcha la botella, sirve dos copas y cuando me da una murmura en un tono frío y distante:
—Presiento que mi proposición te ha alterado, ¿verdad?
Pienso mi respuesta. Podría mentir, pero no quiero.
—Sí…
Joe asiente, da un trago a su copa y pregunta:
—Te gusta mucho que te ofrezca a otros hombres, ¿verdad?
—¡Joe!
—Responde, _____.
Resoplo y murmuro:
—Sí, me gusta.
Se sienta a mi lado y toca con delicadeza mi rodilla.
—Te aseguro que eso me gusta mucho a mí también y espero ofrecerte a otros.
—¿Otros?
—Sí… otros. Mis juegos son muchos y estoy seguro de que desearás seguir jugando, ¿verdad?
Calor… calor… y más calor… ¡ya comienza mi calor!
Joe vuelve a llenarme la copa de champán y me saca de mi ensoñación.
—¿Te gustaría volver a jugar con una mujer?
Sorprendida, me encojo de hombros.
—No.
—¿Seguro? —insiste.
Su insistencia me inquieta. Cuando voy a decir algo, él me agarra del brazo y me mira profundamente.
—¿Por qué no me dijiste que Marisa y tú os conocíais?
Eso me pilla totalmente descolocada.
—¿Cómo dices?
—Quiero saber cuándo sueles ver a Marisa.
—Yo no suelo verla.
Con la mirada velada por la furia, murmura:
—No me mientas, maldita sea.
—No te miento. Ella va a mi gimnasio y nos hemos visto allí en un par de ocasiones. Nada más.
En ese instante creo que debo explicarle lo que llevo callando tanto tiempo cuando Joe estalla.
—¡Maldita sea, _____! No soporto la mentira. ¿Por qué no me dijiste que ya os conocíais cuando vino el otro día al hotel?
—No… no lo sé… yo…
Fuera de control, Joe se aleja de mí.
—Será mejor que te vayas, _____. Estoy terriblemente enfadado y no quiero hablar.
—Pero yo quiero hablar contigo y no quiero dejar las cosas a medias como siempre hacemos cuando te enfadas.
—_____… —gruñe.
—Joe, ¡tenemos que hablar! De nada sirve que las cosas se queden así. ¿No te das cuenta?
Se agarra la cabeza. Ese gesto me hace ver que no está bien. Veo que abre su neceser y se toma otro par de pastillas. Eso me altera. No quiero verlo sufrir. Sale del dormitorio y me quedo sola. Instintivamente, me siento en la cama, me pongo los zapatos y sin decir nada más salgo yo también. Lo veo en la terraza, mirando al horizonte. Me acerco a él.
—¿Te duele la cabeza?
—Sí.
—¿De verdad quieres que me vaya?
—Sí.
—Joe, cariño, no sé qué te han explicado pero es una tontería, créeme.
—Le diré a Tomás que te lleve a tu casa.
—No.
—Sí. Él te llevará a tu casa. Adiós, _____. Hasta mañana.
No me mira. No se mueve y, al final, me doy por vencida. Me vuelvo y, con el corazón dolorido, me marcho.
Monse_Jonas
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Uppss
CINCO capi y acaba el libro chicas!!!!!!!!
Gracias por sus comentarios!!!
CINCO capi y acaba el libro chicas!!!!!!!!
Gracias por sus comentarios!!!
Monse_Jonas
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Ahhh quien fue de chismoso a decirle!!
Joe no seas desconfiado!!
Síguela! Quiero más!
Joe no seas desconfiado!!
Síguela! Quiero más!
aranzhitha
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Joe es muy inseguro!;!!!.... Pero y ahora que pasara????
chelis
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
"FELIZ DIA DE LAS MADRES"!!!!!....
En este día y en los que siguen... Cuiden y quieran a sus mamis.. Porque son únicas e irremplazables!!!!... Siempre están pensando en nosotros y nos aman apesae de todo!!!!....
En este día y en los que siguen... Cuiden y quieran a sus mamis.. Porque son únicas e irremplazables!!!!... Siempre están pensando en nosotros y nos aman apesae de todo!!!!....
chelis
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