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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Capitulo Cuarenta y tres
Los maravillosos días juntos continúan y lo ocurrido esa noche se acaba convirtiendo en una anécdota más. Dedicamos los días a tomar el sol, a charlar y a disfrutar de nuestra compañía. Los mensajes de la tal Betta siguen llegando e intento no pensar en ellos. No debo. Fernando también me manda mensajes a mí y Joe se abstiene de comentarlos. Una de las mañanas nos vamos los cuatro de excursión a Tarifa, para ver las ruinas romanas de Baelo Claudia en Bolonia. Comemos allí en un precioso restaurante y, cuando vamos a pagar, nos encontramos con Zayn, el amigo de Joe y otro amigo.
Nos saludan con afabilidad y juntos vamos todos a tomar un café a una terracita. Mientras tomamos café, me entero que Zayn es un abogado alemán y que está de vacaciones por el sur. El otro amigo, un tal Fred, es un viticultor francés. Durante un rato charlamos de lo primero que sale, pero soy consciente de las miradas que me lanza Zayn de vez en cuando. Joe también se da cuenta y se acerca a mi oído.
—Zayn se muere por probarte de nuevo.
—¿Y no te molesta saberlo?
Joe sonríe y me besa en el cuello.
—No. Es un buen amigo y sé que nunca haría nada sin mi permiso. Además, estoy deseando ofrecerte a él de nuevo, si tú quieres.
El calor se apodera de mi cara y me abanico, mientras Joe sonríe.
—¿Calor, pequeña?
—Sí.
Pasea las manos por mis muslos, con posesión, y veo que Zayn nos observa. Joe, que está pendiente de todo, murmura:
—¿Quieres que vayamos a un hotel y te follemos?
—¡Joe!
—O mejor… ¿Qué tal si vamos a la playa y en el agua…?
—¡Joe!
—Sólo pensar en cómo abres la boca cuando jadeas ya me pone duro.
Divertido, quita las manos de mis piernas. Disfruta con sus provocaciones y yo me acaloro. Me abanico y Joe sonríe.
Tras los cafés, cuando nos vamos a despedir, oigo a Andrés preguntar:
—Zayn, Fred, ¿os apetece venir a mi casa a cenar?
Aceptan inmediatamente y yo me acaloro más. Tras despedirnos de ellos y quedar a las nueve, Frida se me acerca mientras caminamos hacia el coche.
—¡Uoooo…! Esta noche tenemos fiestecita privada.
Durante todo el camino de vuelta, Joe no hace más que mirarme y sonreír. Y cuando llegamos a casa y nos duchamos me estimula, mientras me susurra al oído que esa noche me va a ofrecer. Tras la ducha, me pide que me vista para la cena con un vestido verde y unos zapatos de tacón que le gustan y me sugiere que no lleve ropa interior.
A las nueve, llegan Fred y Zayn. Siento cómo éste me mira y recorre mi cuerpo con sus ojos. Eso me inquieta, ya que sé por y para qué ha venido.
Andrés nos hace la cena. Es un estupendo cocinero y los seis disfrutamos del asado de carne alrededor de la mesa. Durante la cena, Joe no me quita ojo y veo que sonríe al notar mis pezones duros como piedras marcarse bajo mi vestido. Está disfrutando de mi nerviosismo y eso me pone todavía más histérica.
Nada más acabar la cena, Joe se levanta impaciente, coge mi mano, una botella de champán y, tras mirar a Zayn, murmura:
—Vayamos a por el postre.
Zayn se limpia la boca con la servilleta, sonríe y se dirige hacia donde está Joe. Yo me quedo ojiplática.
Me dejo llevar por Joe de la mano. La dirección que lleva es la del cuarto azul con la cama redonda. En cuanto los tres entramos en la habitación, me suelta y dice:
—No te muevas.
Me paro en seco y veo cómo él se sienta en la cama. Pone tres copas sobre una mesita y las comienza a llenar. Comienzo a tener calor. Sobre la cama veo varios botes y… y… el vibrador. Ardo. Me fijo en las sábanas. Brillan. Parecen de plástico y en ese instante siento que Zayn se me acerca y se queda detrás de mí. Joe coge una de las copas y comienza a beber.
—Maravilloso postre —dice, tras dar un trago—, ¿no crees, Zayn?
En décimas de segundo, las manos de éste se posan sobre mi cintura y bajan por el contorno de mi trasero mientras Joe nos observa. Cuando
llega a las cachas de mi culo las aprieta.
—Mmmmm… estupendo.
Me muevo enloquecida mientras ese hombre me sigue tocando sin decoro. Los ojos de Joe chispean de excitación cuando nota que mi movimiento facilita que Zayn me acaricie. Durante unos minutos, se limita a tocarme por encima del vestido. Mis pezones duros se marcan en éste y él posa su boca sobre la tela. Juega con ellos hasta que Joe dice:
—Ven, _____… voy a desnudarte.
En décimas de segundo, el vestido cae a mis pies y quedo totalmente desnuda ante ellos. Zayn se sienta junto a Joe en la cama.
—Tu mujer me encanta… Es tan sabrosa que deseo chuparla entera.
Joe sonríe con morbo, me da un cachete en el culo que me escuece y le indica a su amigo, mientras me acerca a él.
—Chúpala, es tu postre. Deseo ver cómo lo haces.
Escuchar eso hace que mi estómago se contraiga y entonces Zayn, aún vestido, se tumba en la cama.
—Vamos, preciosa. Ven aquí. Arrodíllate frente a mi cara y dame tu coñito. Eres mi postre y te voy a comer entera.
Me subo a la cama y hago lo que me pide, avivada por lo que me dice y, en especial, por la posesiva mirada de Joe.
Sin dilación me agarra por los muslos y su boca se pasea, acelerada, por mi sexo. Lo lame. Lo chupa. Lo succiona. Lo restriega sobre su cara mientras siento que sus dientes me dan pequeños mordisquitos que me hacen jadear. Cierro los ojos. Estoy extasiada y mis caderas bailan sobre su boca, mientras mis pechos se mueven de un lado para el otro.
No veo a Joe. Está sentado detrás de mí y, debido a mi postura, no puedo ver su cara. Pero siento su mirada clavada en mi espalda y soy consciente de que nota cómo restriego mi vagina sobre la boca de su amigo en busca de mi placer. Aquel nuevo mundo que estoy descubriendo cada vez me gusta más y, a cada instante, su disfrute es superior al hecho de perder la vergüenza y buscar mi placer. Oigo algo que se rasga y presupongo que es un preservativo. De pronto siento que Joe me tira de las caderas y me pone a cuatro patas sobre su amigo. Zayn junta mis pechos y se levanta para metérselos en la boca, mientras Joe pone la punta de su pene en mi húmeda vagina y poco a poco lo introduce.
Dos hombres. Uno encima y otro debajo. Estoy a su merced. Estoy tan excitada que noto cómo mis fluidos resbalan por mi pierna cuando oigo la voz de Joe:
—Sí… empapada para mí.
Las manos de Zayn y las de Joe están en mi cintura. Cuatro manos me sujetan y grito al notar que son ellos quienes me mueven para empalarme en el pene de Joe una y otra vez. A cada grito mío, oigo sus resuellos.
Una y otra… y otra vez más, Joe me penetra mientras Zayn empuja mis caderas hacia él, hasta que de pronto noto que algo duro y muy mojado intenta entrar por el mismo sitio por donde Joe me penetra. Me muevo y Joe susurra.
—Es un consolador, cariño. Tranquila. Algún día quiero que seamos dos los que te follemos por el mismo sitio.
Calor… calor y más calor.
¡Voy a explotar!
Joe continúa sus penetraciones, mientras Zayn me chupa los pezones y, con una de sus manos, mete poco a poco el consolador junto al pene de Joe. Me dilato. Mi cuerpo y el interior de mi vagina se amoldan a la nueva intrusión y comienzo a disfrutar de ellos. Todo es morbo. Todo es caliente. Joe me da un nuevo azote y vuelve a penetrarme con fuerza. Yo grito y siento que voy a estallar. Zayn saca el consolador, lo deja sobre la cama y murmura mientras abre mis muslos para Joe:
—Eres exquisita.
Joe detiene sus embestidas y coge el bote de lubricante que se encuentra a nuestro lado mientras Zayn sigue diciendo cosas calientes frente a mi cara y me da azotitos en el trasero que me avivan.
—Ábrela —murmura Joe.
Zayn me coge de las cachas del culo y tira de ellas para separarlas. En ese instante noto cómo Joe, con la yema de su dedo, aplica lubricante sobre mi ano. El líquido resbaladizo está templado y noto cómo lo introduce con su dedo. Lo mete… lo saca y vuelve a meterlo. Jadeo y me muevo inquieta. Nunca he practicado sexo anal y tengo miedo al dolor. Joe saca el dedo y vuelve a meterlo con otra buena porción de lubricante. Esta vez su dedo gira en circulitos en mi interior.
—Bien, cariño, bien… relájate. Lo estás haciendo muy bien —murmura Joe.
Gimo y me inclino hacia adelante. Mis pechos caen sobre Zayn, que aprovecha para mordisquearme los pezones.
—Sí, preciosa… sí… danos tu precioso culito y te prometo que lo pasarás muy bien.
Noto que el dedo de Joe entra y sale cada vez mejor. Gustosa, muevo mi trasero en busca de aquel nuevo placer cuando siento que Joe introduce dos dedos. La presión que percibo es tremenda y arqueo la cintura en busca de alivio. Pero el dolor con dos dedos se me hace insoportable.
—Joe… Joe, duele.
Inmediatamente, con cuidado, saca los dedos y mete algo con forma de chupete, yo gimo al notar cómo mi carne se abre y se amolda a él. Abro la boca en busca de aire y, cuando siento que Joe me saca lo que me ha metido…, jadeo… jadeo… jadeo… Instantes después, Joe se acerca a mí y deposita un beso en mi nuca.
—Ya está, cariño. Por hoy no lo tocaré más.
Zayn me suelta las cachas del culo y siento que vuelve a abrirme las piernas.
—Joe… vamos… haz que su pechos bamboleen sobre mí.
La penetración de Joe es profunda como a mí me gusta. De una embestida, se mete dentro de mí y yo grito. Mis pechos se mueven ante la cara de Zayn y éste agarra uno y se lo mete en la boca para mordisquear mi pezón. Cuando lo suelta, me mira y, mientras me muevo por las embestidas de Joe, Zayn susurra:
—Espero que Joe me deje probar algún día la estrechez de tu trasero. Tiene que ser maravilloso follártelo.
No sé qué decir. Sólo muevo mi cabeza mientras me mira y observo las ganas que tiene de penetrarme.
Zayn no me besa. No se acerca a mi boca. Aún recuerda que Joe le indicó que mi boca es sólo de él. Pero me mira y siento su excitación mientras mi cuerpo salta sobre él ante las penetraciones de Joe.
Uno… dos… tres… diez.
Joe saquea mi cuerpo una y otra vez, hasta que se tensa y cae desplomado sobre mí. Yo caigo sobre Zayn. El sudor de su frente me empapa la espalda y su boca me besa en la cintura. Sonrío al sentirlo bien y feliz. Después, saca su pene de mí, libera su cuerpo del mío y dice:
—Ahora tú…
Zayn asiente, me echa a un lado, se desnuda y coge uno de los preservativos que hay sobre la cama. Con los dientes, lo rasga y se lo pone rápidamente. Joe me mira mientras su pecho sube y baja por el esfuerzo que acaba de hacer. Se quita el preservativo y lo deja a un lado.
—Túmbate sobre la cama, preciosa —murmura Zayn.
Cuando lo hago, veo que ambos se levantan, Joe le cuchichea algo y Zayn hace un gesto afirmativo. Después, ambos se suben sobre la cama y Joe coge la botella de champán.
—Junta las plantas de tus pies y flexiona las rodillas.
De nuevo mi húmedo, abierto y chorreante sexo queda ante ellos. Zayn se agacha y pasea nuevamente su boca por él, mientras Joe me echa champán en el ombligo. Mi estómago se contrae y el champán cae descontrolado por él. Zayn chupa el reguero de alcohol que llega hasta mi vulva y murmura:
—Mmmmmmm… Maravilloso. Más…
Joe vuelve a echarme champán. Esta vez sobre mi vulva y yo me arqueo, mientras Zayn chupa y lame con avidez el frescor que el champán deja sobre mí.
—Mastúrbate para nosotros, _____ —pide Joe, mientras me entrega un vibrador para el clítoris.
Vuelve a echarme champán en mi sexo y agradezco de nuevo el frescor, pero Zayn lo seca rápidamente a lengüetazos. Enciendo el vibrador y lo pongo al uno sobre mi ya hinchado clítoris. Me muevo sofocada y lo subo al dos. Jadeo al notar cómo se abre la flor que hay en mí ante aquel runruneo y, cuando Joe lo pone al tres y Zayn apoya sus manos en mis muslos para que no los cierre, el calor se apodera de mi cuerpo y despego el vibrador de mi clítoris mientras grito y alzo las caderas.
Zayn deseoso de entrar en mi interior y, más tras lo que acabo de hacer, coge mis muslos y se los pone sobre sus hombros. Me penetra con cuidado. Yo grito y él vuelve a penetrarme, mientras Joe se acerca a mí por la cabecera de la cama, riega su pene con champán y me lo mete en la boca.
—Todo tuyo, pequeña.
Excitada por mi situación, jugueteo con el glande de Joe en mi boca. Dibujo círculos con la lengua alrededor de la corona y siento que reacciona. Su pene se ensancha y agranda mientras lo succiono, escucho a Joe gemir y Zayn me penetra. Como tengo los brazos sueltos, llevo mis manos hasta sus testículos y los acaricio lentamente.
—Ahhh… —susurra.
Me llenan entre los dos.
Zayn por mi vagina y Joe por mi boca hasta que siento que Joe se retira con su pene duro y erecto y observa cómo mi cuerpo se mueve ante las penetraciones de Zayn.
—¡Dios, me voy a correr! —jadea éste.
Me coge por las caderas y me aprieta contra él. Eso me hace retorcerme y gemir. Mis pechos se bambolean delante de ellos, mi cuerpo se arquea y grito:
—¡Más!
Zayn sale de mí y vuelve a entrar. Abro los ojos y miro a Joe que me observa a mi lado y siento la lujuria en sus ojos. Me gusta. Me excita. Zayn da un grito de placer, se echa hacia atrás y se deja ir. Joe se sienta sobre la cama se pone un preservativo y me dice:
—____, ven… siéntate sobre mí.
Con las piernas temblorosas, me muevo y lo obedezco. Estoy dispuesta a que me penetren otra vez. Lo deseo. Su pene entra en mi ensanchada vagina y sin piedad alguna me aprieta contra él.
—Así… vamos, cariño, aráñame al espalda.
Jadeo… grito y lo araño. Durante unos minutos, Joe bambolea sus caderas en círculo y su pene se mueve dentro de mí al mismo tiempo que yo me estrujo contra él. Adoro esa sensación de plenitud.
—Joe…
—Dime, cariño… —susurra mientras me aprieta una y otra vez y me da la impresión de que me va a partir en dos.
—Me gusta… oh… sí… me gusta.
Asiente con los ojos encendidos.
—Lo sé, pequeña… lo sé.
Zayn, colocado a nuestro lado, nos observa y, segundos después, se pone detrás de mí y me toca los pezones con sus dedos mientras Joe vuelve a apretarme contra su enorme erección.
—Hoy no, cariño… pero otro día te penetraremos los dos por la vagina.
Un espasmo me recorre el cuerpo. Grito… Jadeo.
Un chillido llama mi atención y de pronto veo a Frida sobre la cama. ¿Cuándo han entrado?
Está en la misma tesitura que yo. Pero ella está siendo penetrada por los dos hombres. Andrés, su marido, la penetra por la vagina, mientras Fred la penetra con holgura y fuerza por el ano. Nuestras miradas se encuentran y la carne se me pone de gallina. Ambas disfrutamos de lo que esos hombres nos hacen, mientras nos sentimos sus muñecas, sus juguetes y accedemos a sus caprichos.
Siento que un orgasmo devastador va a salir de mí… calor… calor… calor…
Mi vagina se contrae y succiona la enorme erección de Joe. Los dos gritamos. Yo me dejo ir, mientras Joe se bebe mi orgasmo.
Agotada, me quedo entre sus brazos y él me dice dulces y bonitas palabras de amor. Parece mentira que tengamos esa intimidad rodeados por otras personas. Pero sí. Ése es un momento totalmente íntimo entre él y yo.
Monse_Jonas
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Chicas les daré un spoiler!!!!!
No falta mucho para que Jo y la rayis se peleen. :lloro: :lloro: :lloro: :lloro: :lloro:
No falta mucho para que Jo y la rayis se peleen. :lloro: :lloro: :lloro: :lloro: :lloro:
Monse_Jonas
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Que calor que hace!!!!....
Y bueno creo que no..... Por que existen las peleas!!!!
Y bueno creo que no..... Por que existen las peleas!!!!
chelis
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Capitulo Cuarenta y cuatro
Dos días después, tras la noche de sexo lujurioso que pasamos en el cuartito de juegos de Frida y Andrés, la vida sigue su rumbo. Cada vez estoy más colgada por Joe y él cada vez está más pendiente de mí. Todo lo que necesito o deseo, antes de que yo lo pida, él me lo da. ¿Se estará enamorando de mí? Esa mañana, Andrés decide encargar una paellita en la playa. Sobre las dos de la tarde bajamos a comerla al chiringuito. Está deliciosa. La mejor paellita mixta que he comido en mi vida. El teléfono de Joe suena continuamente y tan pronto leo el nombre de Marta como el de
Betta. No digo nada, él ya lo dice todo con sus gestos. Tras la paella decidimos tirarnos en la playa un ratito a tomar el sol.
El teléfono de Joe vuelve a sonar. Finalmente observo que teclea en él, pero poco después se agobia y le pide a Andrés que lo lleve al chalet. Su humor ha cambiado y, aunque lo intenta disimular, su cara no lo puede negar.
Rápidamente me levanto y comienzo a recoger las cosas. Joe, al verme, me coge de la mano.
—Quédate con Frida, cielo. Andrés regresará para estar con vosotras.
—No… no, yo me voy contigo —insisto.
—He dicho que te quedes, ____… no quiero compañía. Me duele la cabeza y quiero estar solo.
Su humor me exaspera.
—Mira, chato, me importa un bledo si no quieres compañía, he dicho que regreso contigo y no se hable más.
—¡Maldita sea! —gruñe—. He dicho que te quedes.
Su gruñido no me asusta.
—No me gustan los numeritos y menos cuando no sé de qué van. Por lo tanto me lo vas a aclarar e iré contigo.
Pero Joe se niega. Está irascible y, por más que intento convencerlo, lo único que consigo es que se enfade a cada segundo más conmigo. Al final, Frida se interpone entre los dos y pone paz. Andrés habla algo con Joe y lo tranquiliza. No entiendo por qué se ha puesto así y me niego a darle un beso cuando se marcha con Andrés.
Durante un rato, Frida y yo permanecemos calladas mientras tomamos el sol, hasta que ella dice:
—_____, no te preocupes. No pasa nada.
Me muerdo los labios. Estoy enfadada. Me siento en la toalla.
—Sí. Sí pasa, Frida. Sus cambios de humor me desesperan. Tan pronto está bien, como…
—Os conocéis desde hace poco, ¿verdad?
—Sí. Hará unos dos meses más o menos.
—¿Sólo ese tiempo?
—Sí.
Hace un gesto con la cabeza.
—Pues, chica… te aseguro que conozco a Joe desde hace muchos años y nunca lo he visto tan atontadito con una mujer.
—Sí… seguro.
—Te lo prometo, _____. No tengo por qué engañarte.
Asiento, deseosa de creer lo que ella dice. Lo necesito. Pero entonces recuerdo lo enfadado que estaba.
—No lo conozco apenas, Frida. No me deja conocerlo salvo en el plano sexual y, aunque con él estoy descubriendo cosas que me gustan y que sin él nunca habría experimentado, quiero y necesito saber de él. De Joe como persona.
Frida arruga la comisura de los labios. Quiero preguntarle mil cosas.
—¿Quiénes son Betta y Marta? Cada día recibe varios mensajes de ellas.
Noto que mi pregunta incomoda a Frida.
—Sé que sabes de lo que hablo. No lo niegues. Por favor, dime qué pasa.
Frida se sube las gafas de sol para mirarme directamente a los ojos y murmura:
—_____…
Durante unos instantes, la miro a los ojos y finalmente bajo la mirada, rendida. Todo es hermético en torno a él y murmuro mientras me tumbo en la toalla:
—De acuerdo, Frida, tomemos el sol.
Monse_Jonas
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Capitulo Cuarenta y cinco
Un par de horas después, Andrés baja a recogernos a la playa. Está de buen humor y, mientras nos encaminamos hacia el coche, me dice que Joe está descansando. Yo asiento. Me niego a preguntar nada. Bastante rayada estoy ya con el tema de las llamadas de aquellas mujeres como para preguntar nada más. Cuando llegamos al chalet me dirijo directamente hacia la piscina. Si Joe está descansando, no quiero molestar. Frida y Andrés desaparecen y me quedo sola en la piscina. Cojo mi iPod y me pongo los auriculares. Escucho a Jessie James tumbada en una de las hamacas y canturreo. Media hora después, Joe aparece por la puerta, parapetado tras unas oscuras gafas de sol. Se para a mi lado. No lo miro. No lo saludo. Sigo enfadada con él. Durante más de diez minutos permanecemos en silencio hasta que él me quita un auricular.
—Hola, morenita.
Con un gesto que denota mi cabreo, le quito el auricular de la mano y me lo pongo de nuevo. Al ver mi poca predisposición para hablar, se sienta cómodamente en una de las hamacas que están frente a mí, se pone los brazos en la cabeza y me mira. Me mira… Me mira… Me mira y, al final, le increpo:
—Por tu bien, deja de mirarme.
—¿O? ¿Me vas a pegar?
Resoplo. Le daría un bofetón con toda la mano abierta.
—Mira, Joe, ahora la que no quiere tu cercanía soy yo. Vete a paseo.
Él sonríe y eso me cabrea más.
Me levanto y él hace lo mismo. Y, sin pensar en nada más, lo empujo y cae vestido a la piscina.
—Pero ____, ¿qué haces? —protesta.
Con rapidez, cojo mi bolsa de la playa y corro a la habitación. Cuando entro en ella, voy directa a la ducha, allí veo el neceser abierto de Joe y por primera vez me fijo en los frascos de pastillas que hay. ¿Qué es eso? Pero antes de que pueda acercarme para leer qué pone, lo oigo entrar en el baño y comienza a quitarse la ropa mojada.
—Vamos a ver, _____, ¿qué te pasa?
No lo miro. Paso por su lado y respondo mosqueada:
—Nada que te importe.
—De ti me importa todo, pequeña.
Sentirlo tan relajado, cuando yo estoy que echo humo, me hace mirarlo cabreada.
—Joe, cuando estoy enfadada, es mejor que no me hables, ¿vale?
—¿Por qué?
—Porque no.
—¿Y por qué no?
—Pero, vamos a ver, ¿tú eres tonto? ¿No ves que me estás cabreando más?
—Si quieres, le digo a Frida que le haces una limpieza general ahora mismo. Te conozco y sé que cuando estás cabreada te gusta limpiar la casa.
Al escuchar aquello, gruño. No estoy de humor. Él se acerca a mí y se agacha, colocándose a mi altura.
—Me paso media vida pidiéndote disculpas. Pero merece la pena por el solo hecho de estar contigo y ver tu cara cuando me perdonas.
Intenta besarme y yo me muevo.
—¿Otra vez la cobra?
Su comentario, en especial su cara, finalmente me hacen sonreír.
—Sí, y como no te alejes, además de la cobra, te vas a llevar un guantazo.
—¡Vaya! Me encanta ese carácter tuyo tan español…
—Pues a mí, tu cabezonería alemana me saca de quicio, ¡cabezón!
Acto seguido me coge por la cintura, me tumba en la cama y me besa. La toalla se queda por el camino y estoy desnuda. Intento rechazar su boca, pero su fuerza es mucho mayor que la mía y, cuando consigue meter su lengua en ella, ya ha podido con mi voluntad y con mi cabreo, y respondo a sus besos con avidez.
—Así me gusta… —me dice—. Que seas una fiera a la que, cuando yo quiero, domestico.
Aquel comentario tan machista me hace darle un mordisco en el hombro y él se encoge, me mira y me muerde en el cuello.
—¡Serás bestia…!
—Para ti siempre, pequeña. ¡Somos como la bella y la bestia! Por supuesto, la bella eres tú y la bestia soy yo.
Ese comentario vuelve a hacerme sonreír y, tras aceptar gustosa el beso de la paz, me doy cuenta de que no tiene buena cara.
—¿Estás bien, Joe?
—Sí. Pero aquí la importante eres tú, no yo.
—No, señor Zimmerman, no. Se está usted equivocando. Aquí el que se encontraba mal hace unas horas y no tiene buen aspecto es usted. Si alguien se tiene que preocupar aquí es una servidora, no usted.
Joe se quita de encima de mí y se pone a mi lado, frente a mi cara.
—Eres preciosa.
—No me vengas con zalamerías, Joe… y responde, ¿qué ocurre? Acabo de ver en tu neceser varios botes de pastillas y…
—Eres la mujer más bonita e interesante que he tenido el placer de conocer.
—¡Joe! ¿Quieres que te insulte y te dé una patada?
—Mmmmm… me encanta la guerrera que llevas en tu interior.
Sin perder mi sonrisa, le acaricio el pelo.
—Da igual lo que digas. No voy a cambiar de tema. ¿Qué ocurre? ¿Qué son esas medicinas que tienes en tu neceser?
—Nada.
—Mientes.
—¿Tú crees?
—Sí… yo creo. Y que sepas que me estás cabreando otra vez.
Sus ojos me miran y sé que lucha por contestar a mis preguntas. Finalmente murmura sin mucha convicción:
—No pasa nada. No quiero preocuparte.
—Pues me preocupas.
Durante unos instantes, que se me hacen eternos, piensa… piensa… piensa y finalmente dice:
—____… hay cosas que no sabes y…
—Cuéntamelas y las sabré.
De pronto sonríe y choca su nariz contra la mía en un gesto amoroso.
—No, cariño. No puedo o sabrás tanto como yo.
Sigo sin entenderlo y cada vez soy más consciente de que me oculta algo.
—Escucha, cabezón…
—No, escucha tú… —Pero luego se arrepiente de lo que va a decir y me revuelve el pelo—. ¡Ah… morenita!, ¿qué voy a hacer contigo?
Deseosa de que confíe totalmente en mí, le abro mi corazón.
—Encapricharte de mí tanto como yo lo estoy de ti. Quizá, al final, hasta me quieras y dejes de ocultarme tus secretitos.
Espero una risa. Una contestación inmediata. Pero Joe cierra los ojos y con el rostro serio responde:
—No puedo, ____. Si despierto las emociones, sólo sentiré dolor y te lo haré sentir a ti.
—Pero ¿qué tontería es ésa? —protesto.
Joe, al ver mi gesto, intenta cambiar de conversación.
—Mañana ¿qué te apetece que hagamos?
Me siento en la cama y me retiro el pelo de la cara.
—Joe Zimmerman, ¿qué es eso de que, si despiertas los sentimientos, los dos sufriremos?
—La verdad.
—Mis sentimientos ya se han despertado y ante eso nada se puede hacer. Me gustas. Me enloqueces. Me encantas. Y no mientas, sé que yo consigo el mismo efecto en ti. Lo sé. Me lo dice tu cara, tus ojos cuando me miran, tus manos cuando me acarician y tu posesión cuando me haces el amor. Y ahora dime de una maldita vez qué son esas medicinas.
Su mandíbula se contrae y, con un movimiento enérgico, se levanta de la cama. Voy tras él. Lo sigo hasta el baño, donde se echa agua en la cabeza, coge el neceser, lo cierra y lo estrella contra la pared. Sin saber qué pasa, lo miro, interrogándolo con mis ojos.
—¿Qué ocurre? ¿Qué he dicho para que te pongas así? ¿Esto tiene algo que ver con las llamadas de la tal Marta y de la tal Betta? ¿Quiénes son? Porque mira, he intentado callarme, ser prudente y no preguntar, pero… pero ¡ya no puedo más!
Joe no me mira. Sale del baño y se para junto a la ventana. Voy detrás de él y me planto delante de su cara.
—No huyas de mí. Tú y yo estamos en esta habitación y quiero que seas totalmente sincero conmigo y me digas lo que te pasa. Joder, Joe, no te estoy pidiendo amor eterno. Sólo necesito saber qué te ocurre y quiénes son esas mujeres.
—Basta, _____. No quiero seguir hablando.
Me desespero y, al ver mi cuerpo desnudo en el cristal del armario, decido vestirme. Me pongo unas bragas, una camiseta rosa y un corto peto vaquero. Después me vuelvo hacia él.
—Vamos a ver, ¿de qué es de lo que no quieres seguir hablando?
—¡He dicho que basta! Por hoy, mi cupo de numeritos ya está lleno.
—¿Tu cupo de numeritos? Pero ¿de qué estás hablando?
—Me incomodan tus preguntas.
Pero yo ya me he envalentonado y soy como un miura que entra a matar.
—¿Que te incomodan mis preguntas? ¡Anda, mi madre…! Pues que sepas que a mí me incomoda tu falta de respuestas. Cada día te entiendo menos.
—No pretendo que me entiendas.
—¿Ah, no?
—No.
Deseo estamparle en la cabeza la lámpara que tengo al lado. Cuando contesta tan a la defensiva, me saca de mis casillas.
—¿Sabes? Casi te tenía olvidado, después de que desaparecieras de mi vida, pero cuando apareciste en la puerta de casa de mi padre…
—¿Olvidado? —sisea cerca de mi cara—. ¿Cómo me podías tener olvidado y tatuarte lo que te has tatuado en el cuerpo?
Tiene razón.
La frase que me he tatuado es nuestra, y no me veo capaz de rebatirle ese argumento.
—De acuerdo, me tatué esa frase por ti. Apenas te conocía cuando lo hice, pero algo en mi interior me decía que eras alguien importante en mi vida y quería tener en mi cuerpo algo que fuera sólo de nosotros dos y que durara para siempre.
—¿De nosotros dos?
—Sí —grito colérica.
—Me vas a decir que cuando te acuestes con otro, vea esa frase y te la repita, ¿te vas a acordar de mí?
—Probablemente.
—¿Probablemente?
—¡Sí! —grito como una loca—. Probablemente me acuerde de ti y cada vez que un hombre me diga «Pídeme lo que quieras», cuando lo lea en mi cuerpo, conseguiré ver tus ojos y disfrutar lo que disfruto contigo cuando accedo a tus caprichos y hacemos el amor.
Mis palabras lo hieren. Su cara se contrae y da un puñetazo a la pared.
—Esto es un error. Un error imperdonable por mi parte. Debería haber dejado que continuaras tu vida con Fernando o con el que quisieras.
—¡Joe! ¿De qué estás hablando?
Se mueve por la habitación como un león enjaulado. Su rostro, pétreo.
—Recoge tus cosas. Te vas.
—¿Me estás echando?
—Sí.
—¡¿Cómo?!
—Quiero que te vayas.
—¡¿Qué?!
—Llamaré un taxi para que te lleve hasta la casa de tu padre.
Alucinada por la contestación, grito:
—¡Y una chorra! No llames a un taxi, que no lo necesito.
Joe deja de moverse. Me mira y siento el dolor en sus ojos. ¿Qué le ocurre? No lo entiendo. Tengo ganas de llorar. Las lágrimas pugnan por salir de mis ojos pero las contengo. Él se da cuenta y se acerca a mí.
—_____…
—Me acabas de echar, Joe, ¡ni me toques!
—Escucha, nena…
—No me toques… —replico despacio.
Se detiene a un metro de mí y se pasa las manos por el pelo, nervioso.
—No quiero que te vayas… pero…
Ese «pero» no me gusta. Odio esa puñetera palabra. Nunca depara nada bueno.
—Mira, mejor me voy. Con «pero» y sin «pero», ¡Me voy!
—Cariño… escúchame.
—¡No! No soy tu cariño. Si fuera tu cariño no me hablarías como me has hablado y serías sincero conmigo. Me explicarías quiénes son Marta y Betta. Me explicarías por qué no puedo mencionar a tu padre y, sobre todo, me dirías qué son esas puñeteras medicinas que guardas en tu neceser.
—_____… por favor. No lo hagas más difícil.
Convencida de que quiero irme, cojo mi mochila y comienzo a meter mis cuatro pertenencias en ella. Veo de reojo que me está mirando. Vuelve a mostrarse inflexible, su cara se contrae y las manos le tiemblan. Está nervioso, pero como yo estoy furiosa.
—Eres un imbécil egocéntrico que sólo piensa en ti… en ti y en ti.
—_____…
—Olvídate de mi nombre y sigue mandándote mensajes con esas mujeres. Seguro que ellas saben más de ti que yo.
—Maldita sea, mujer, ¿quieres dejar de gritar? —vocea.
—No. No me da la gana. Te grito porque quiero, porque te lo mereces y porque lo necesito. ¡Gilipollas! Al final le tendré que dar la razón a Fernando.
Está claro que no esperaba esa frase.
—¿En qué le tendrás que dar la razón?
—En que me utilizarías y luego pasarías de mí.
—¿Eso te ha dicho ese imbécil?
—Sí. Y me acabo de dar cuenta de que dice la verdad.
La desesperación lo hace alejarse de mí mientras despotrica como un loco.
La puerta se abre y Andrés y Frida entran.
Nuestros gritos los han debido de alertar. Frida se pone a mi lado e intenta tranquilizarme y Andrés va junto a su amigo. Pero Joe no quiere hablar, sólo blasfema en alemán y sus gritos se escuchan hasta en la Cochinchina. Sorprendida por aquello, Frida tira de mí y me lleva hasta la cocina. Allí me da un vaso de agua y me quita la mochila de las manos.
—No te preocupes, Andrés lo tranquilizará.
Enfadada con el mundo en general, bebo agua y respondo:
—Pero, Frida, yo no quiero que Andrés lo tranquilice. Quiero ser yo la que lo haga y, sobre todo, quiero enterarme de por qué es tan hermético con su vida. No puedo preguntar nada. No me contesta ninguna pregunta. Y encima, cuando se enfada, se larga corriendo o me echa de su lado, como en este caso.
—¿Qué ha ocurrido?
—No lo sé. Estábamos bromeando, hablando y, de pronto, le he preguntado por unos medicamentos que he visto en su neceser y por
los mensajes y las llamadas telefónicas que recibe continuamente de Betta y Marta.
Rompo a llorar. La tensión por fin se relaja y puedo llorar. Frida me abraza, me sienta junto a ella en la cocina y murmura:
—____… tranquilízate. Estoy segura de que lo vuestro es una discusión de enamorados y ya está.
—¿Enamorados? —gimoteo—. Pero ¿has oído lo que te he dicho?
—Sí. Lo he oído muy bien. Y aunque Joe no te lo diga, te repito lo que te dije hace unas horas en la playa. Está loco por ti. Sólo hay que ver cómo te mira, cómo te trata y cómo te protege. Lo conozco desde hace más de veinte años, somos amigos de toda la vida y créeme cuando te digo que sé que él siente algo muy fuerte por ti.
—¿Y por qué lo sabes?
—Porque lo sé, _____. Confía en mí y, en cuanto a esas mujeres, no te preocupes. Créeme.
En ese instante aparece Andrés por la puerta, me mira y murmura con gesto incómodo:
—_____… Joe quiere que subas a la habitación.
—No. Ni hablar. Que baje él.
Mi contestación los desconcierta. Se miran y Andrés insiste:
—Por favor, sube, quiere hablar contigo.
—No. Que baje él —insisto—. Pero bueno, ¿quién se ha creído el marquesito para que yo tenga que ir detrás de él como una idiota? No. No subo. Si quiere, que baje él.
—_____… —susurra Frida.
—Por favor —suplico deseosa de marcharme de allí—, necesito que me llaméis a un taxi. Por favor…
Frida y él se miran alarmados y Andrés indica:
—_____, Joe ha dicho que…
Con la rabia instalada en mi rostro, en mis venas y en todo mi ser, replico:
—Lo que diga Joe me importa un bledo, lo mismo que yo le importo a él. Por favor, llama un taxi. Sólo te pido eso.
—No pongas palabras en mi boca que yo no he dicho —dice Joe, que aparece por la puerta.
Lo miro. Me mira y volvemos a comportarnos como dos rivales.
—Frida, por favor, llama a un taxi —exijo.
Andrés y Frida se miran. No saben qué hacer. Joe, ofuscado, no se acerca a mí.
—____, no quiero que te vayas. Sube conmigo a la habitación y hablaremos.
—No. Ahora soy yo la que no quiere hablar contigo y se quiere ir. Me niego a que me utilices más, ¡se acabó!
Joe cierra los ojos y respira con fuerza. Mi última frase le ha dolido, pero decide no contestar. Cuando abre los ojos no me mira.
—Frida, por favor, llama a un taxi.
Dicho esto, se da la vuelta y se va. Diez minutos después, un taxi llega hasta la puerta de la casa. Joe no ha vuelto a aparecer. Me despido de Frida y Andrés y, con todo el dolor de mi corazón, me voy. Necesito alejarme de allí y de él.
Monse_Jonas
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Capitulo Cuarenta y siete
El 27 de agosto me reincorporo a mi trabajo. Mi jefa está de vacaciones y eso me permite un respiro. No tener su tóxica presencia a mi alrededor es lo mejor para mí. Miguel tampoco está y echo en falta sus bromas. Pero mi estado de ánimo es tan apático que casi prefiero que nadie me mire ni me hable.
Cada vez que miro hacia su despacho o entro en el archivo, el alma se me cae a los pies. Irremediablemente pienso en Joe. En las cosas que me decía, que me hacía en aquel lugar y tengo que hacer grandes esfuerzos por no llorar.
Mis amigos no han salido de vacaciones, por lo que quedo con ellos algunas tardes cuando salgo del gimnasio y nos vamos al cine o a tomar algo. Mi buen amigo Nacho intenta hablar conmigo, pero yo me niego. No quiero recordar lo ocurrido. La presencia de Joe en mi corazón todavía está demasiado presente y hasta que no consiga olvidarlo, sé que mi vida no volverá a la normalidad.
El 31 de agosto recibo un mensaje de Fernando. Está en Madrid por un caso hasta el día 4 de setiembre y se aloja, como siempre, en un hotel cercano a mi casa. Quedamos en vernos.
Lo llevo un día a cenar a la Cava Baja y otro día a un restaurante japonés. Esos días, tras la cena, quedo con mis amigos y nos vamos de copas todos juntos. Sorprendentemente veo que hace muy buenas migas con mi amiga Azu y eso me complace. Fernando cumple con su palabra. Se comporta como un amigo y se lo agradezco.
El 3 de setiembre, mi jefa, Miguel y casi toda la plantilla de la empresa Müller reaparecen en la oficina. El ritmo vuelve a ser frenético y, cuando me quiero dar cuenta, mi jefa ya me ha sumergido en un mar de papeles de nuevo. Miguel ha vuelto de sus vacaciones encantado. Me cuenta anécdotas mientras trabajamos, lo que me hace reír. El teléfono interno suena y mi jefa me indica que pase a su despacho. No tardo en hacerlo.
—Siéntate, _____. —Obedezco, y ella prosigue—: Como recordarás, el viaje del señor Zimmerman a las delegaciones de Müller por España se tuvo que aplazar hasta después de verano, ¿verdad?
—Sí.
—Pues bien. He hablado con el señor Zimmerman y esos viajes se van a retomar.
Se me encoge el estómago y comienzo a inquietarme. Oír hablar de él me pone cardíaca. Volver a ver a Joe es lo que necesito, aunque sé que no es lo más recomendable para mí.
—Quiero que prepares los dosieres pertenecientes a todas las delegaciones. Zimmerman quiere comenzar con el viaje este miércoles.
—De acuerdo.
Me quedo parada. El miércoles lo voy a ver. Estoy a punto de gritar como una loca cuando mi jefa dice:
—_____, vamos… no te quedes parada como un pasmarote.
Asiento. Me levanto, pero cuando voy a salir del despacho, oigo que dice:
—Por cierto, esta vez seré yo quien acompañe al señor Zimmerman. Él mismo me lo pidió ayer cuando me reuní con él en el Villa Magna.
Escuchar eso me supone un mazazo. Joe está en Madrid y no se ha dignado ni a llamarme. Mis ridículas ilusiones de volver a verlo se disipan de un plumazo, pero consigo sonreír afirmativamente. Cuando salgo del despacho siento que las piernas me flaquean y corro a sentarme a mi mesa. Miguel se da cuenta.
—¿Qué te pasa?
—Nada. Será el calor —respondo.
Cuando salgo de la oficina estoy en trance.
Estoy ofendida. Furiosa y altamente enfadada. Voy al parking y cojo el coche y sin saber por qué me encamino al paseo de la Castellana. Al pasar frente al hotel donde Joe se aloja, lo miro, me desvío por una de sus callejuelas y aparco. Como una idiota, me dirijo hacia el hotel, pero no entro. Me quedo parada a escasos metros de la puerta sin saber qué hacer.
Durante una hora, mi mente bulle e intenta aclararse, cuando, de pronto, veo su coche acercarse. Se para en la puerta del hotel y de su interior salen Joe y… ¡Amanda Fisher! Ambos sonríen, parecen muy compenetrados, y se meten en el hotel.
¿Qué hace Amanda en Madrid?
¿Qué hace Amanda en ese hotel?
Las respuestas se agolpan unas tras otras y, furiosa, soy consciente de todas ellas. Enfadada con el mundo y cegada por lo que he visto cojo el coche y me dirijo al hotel donde sé que probablemente esté Fernando.
Cuando llego, subo directamente a su habitación. Llamo con los nudillos a la puerta y, cuando abre, me mira sorprendido.
—¿No me digas que habíamos quedado y se me ha olvidado?
No respondo. Directamente me lanzo a su boca y lo beso. Ni que decir tiene que él, al ver mi efusividad, cierra la puerta. Sin hablar, continúo mi saqueo a su boca mientras siento que sus manos me quitan la chaqueta y, después, desabrochan el pantalón, dejándolo caer al suelo.
Con prisa, saco las piernas de él y aún con los tacones puestos, Fernando me tumba en la cama y murmura mientras yo le desabrocho el botón del vaquero con desesperación:
—¿Qué haces, _____?
No respondo. La furia ha tomado mi cuerpo y necesito desahogarme como puedo y necesito. Al verme tan caliente, rápidamente se saca la camiseta por la cabeza y vuelve a besarme. Pero, cuando se separa de mí, murmura:
—_____… ¿te pasa algo? No quiero que luego tu…
—Fernando… calla y fóllame.
Mi orden tajante lo deja paralizado durante unos instantes, pero el deseo que siente por mí lo hace reaccionar y no pensar en nada más. Sin hablar, se quita los pantalones, los calzoncillos y se queda desnudo con su erecto pene deseoso de poseerme. Respiro con irregularidad mientras el calor sube por todo mi cuerpo y entonces recuerdo algo.
—Dame el bolso.
Sin dudarlo, me lo entrega y, mientras yo saco el vibrador en forma de barra de labios que Joe me regaló y que me pidió que siempre llevara encima, él se pone un preservativo.
—Quítame las bragas.
Mete sus dedos en la tirilla de mis bragas y me las quita con cuidado, cuando de pronto se da cuenta de mi tatuaje y susurra.
—«Pídeme lo que quieras.»
¡Joe! ¡Joe! ¡Joe!
Quedo desnuda de cintura para abajo y murmuro mientras me abro de piernas para él:
—Mírame, por favor.
Atónito, asiente, aún sorprendido por mi tatuaje. Pongo en funcionamiento el vibrador y lo coloco donde sé que me va a dar placer. Instantáneamente mi cuerpo reacciona y jadeo. Cierro los ojos y siento que es Joe quien está frente a mí y no Fernando.
Joe… Joe… Joe…
Paseo con deleite el vibrador por mi clítoris, gimo y cierro las piernas al sentir las descargas de placer. De pronto, unas manos me sacan de mi particular sueño y abro los ojos. Fernando, excitado, se mete entre mis piernas y me penetra. Grito y él resopla. Noto cómo el interior de mi vagina lo succiona y lo oigo gemir.
Estoy tan avivada, tan deseosa de olvidarme de todo, que subo la potencia del vibrador, grito y me encajo totalmente en él. Fernando, al ver aquello, me quita el vibrador de las manos, me agarra por los muslos y saquea mi cuerpo, una y otra vez sin descanso, con embestidas certeras mientras yo me dejo hacer y quiero más. Necesito más. Necesito a Joe.
Pienso en él. En cómo me hace vibrar con sus exigencias, cuando siento que Fernando me rodea la espalda con sus manos y, con un movimiento, me levanta de la cama y me apoya contra la pared. Su boca busca la mía y me besa mientras me aprieta una y otra vez sobre su sexo.
—_____…
Enloquecida, lo miro, con los ojos llenos de lágrimas. Al ver mi estado, siento que sus penetraciones se detienen.
—No pares, por favor… ahora no.
Retoma su movimiento de caderas. Dentro… fuera… dentro… fuera. Mientras, me siento oprimida contra la pared y consigo lo que necesito. Me entrego a él con furia. Grito el nombre de Joe y, cuando el clímax llega a nosotros, sabemos que lo que yo he ido a buscar acaba de culminar.
Todo termina y continúo entre sus brazos durante unos minutos. Me siento fatal. No sé qué es lo que acabo de hacer y sobre todo no sé por qué lo he hecho. Cuando Fernando me suelta, camino hacia el baño sin mirarlo. Una vez allí me aseo, me lavo la cara y me miro en el espejo. El rímel corrido por mi cara me da un aspecto deplorable. Mi pinta no puede ser peor.
Cinco minutos después, más recompuesta, salgo y Fernando me espera sentado y vestido sobre la cama. Veo el vibrador y sin decir nada lo cojo y lo guardo. Ya lo lavaré en casa. Me visto y, cuando acabo, me siento frente a él. Le debo una explicación.
—Fernando… yo no sé cómo explicarte esto, pero lo primero que quiero pedirte es perdón.
Él asiente y me mira.
—Disculpas aceptadas.
—Gracias.
Nos miramos durante unos segundos.
—Sabes que hacer lo que acabamos de hacer me encanta. Me gustas mucho y, si por mí fuera, estaría todo el día besándote y…
—Fernando no lo hagas más difícil, por favor.
—Ese tatuaje es por él, ¿verdad? —pregunta de pronto.
—Sí.
En su mirada veo que quiere decirme cientos de cosas.
—Tu fin no me ha gustado. No has venido porque te apeteciera tener sexo conmigo. Ni porque quisieras verme. Pero si hasta lo has nombrado cuando yo te hacía el amor, ¡joder!
—¡¿Cómo dices?!
—Has dicho su nombre.
—Oh, Dios, ¡lo siento!
—No. No lo sientas. Eso me ha aclarado qué hacías aquí.
—Estoy tan avergonzada… No sé por qué te he elegido a ti para hacer esto. Podía… podía…
—Escucha, _____… —dice mientras me toma las manos—, prefiero que hayas venido a mí, aunque pensaras en otro, a que hubieras hecho una locura con cualquiera.
—Oh, Dios… ¡me estoy volviendo loca! Yo… yo…
—_____, te prometí que no volvería a hablar de ese hombre y no lo quiero hacer. Sabes lo que pienso sobre él y nada ha cambiado. Sólo espero que tú sola te des cuenta de lo que haces y el porqué.
Asiento. Me levanto y él también. Me doy la vuelta para irme y él me sigue. Cuando llego a la puerta de la habitación, Fernando me coge por la cintura, me da la vuelta y me besa. Me besa apasionadamente.
—Siempre me vas a tener, ¿lo sabes? —murmura cuando se separa de mí—. Aunque sea para utilizarme de juguete sexual.
Le doy un leve puñetazo y sonrío. Instantes después salgo de la habitación aturdida.
Cuando voy a coger el coche pienso en mi amigo Nacho y, sin pensarlo dos veces, conduzco hasta su estudio de tatuaje. Al verme, rápidamente se preocupa por mi estado. No sabe qué me pasa, pero sí sabe que necesito hablar. Me invita a cenar.
Esa noche, Nacho me demuestra lo excelente amigo que es. Omito explicarle que Joe es mi jefe y nuestra vida íntima. Eso no quiero que lo sepa. Pero el resto, la extraña relación que mantenemos, sí se lo explico. Tras escucharme, me dice que deje mi orgullo a un lado y que, si tanto lo echo de menos, que intente hablar con él porque yo fui la que me marché de su lado. Entiendo sus palabras. Tiene razón y cuando llego a casa enciendo el ordenador y le mando un mensaje.
De: _____ Flores
Fecha: 3 de setiembre de 2012 23.16
Para: Joe Zimmerman
Asunto: ¿Estás mejor?
Hola, Joe, siento haberme marchado como lo hice. Tengo mucho pronto y te pido perdón. Espero que estés mejor. Te llamaría por teléfono pero no quiero incordiarte. Por favor, llámame y dame la oportunidad de pedirte perdón mirándote a la cara. ¿Lo harás por mí?
Te quiero y te añoro. Mil besos.
_____.
Nada más escribirlo, lo envío y durante más de tres horas espero una contestación. Sé que lo ha leído. Sé que, en el hotel, su ordenador habrá sonado y le habrá dicho que ha recibido un mensaje. Sé todo eso y me hace sufrir.
Monse_Jonas
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Capitulo Cuarenta y ocho
De: _____ Flores Fecha: 4 de setiembre de 2012 21.32
Para: Joe Zimmerman
Asunto: Soy insistente
Una vez me dijiste que lo mejor de pedirme perdón era ver mi cara cuando te perdonaba y la posibilidad de estar conmigo. ¿No crees que yo puedo querer lo mismo de ti?
Un besito o dos o tres… o los que quieras.
Morenita
De: _____ Flores
Fecha: 5 de setiembre de 2012 17.40
Para: Joe Zimmerman
Asunto: Hola, enfadica
Está claro que estás enfadado conmigo. Vale… lo acepto. Pero quiero que sepas que yo contigo no. ¡Feliz viaje! Y espero que en las delegaciones te traten bien, aunque hayas decidido ir con otra que no sea yo.
Beso, ____
De: _____ Flores
Fecha: 6 de setiembre de 2012 20.14
Para: Joe Zimmerman
Asunto: Adivina quién soy
Hoy, cuando hablé con mi jefa por teléfono, oí tu voz de fondo. No veas la ilusión que me hizo.
¡Al menos sé que sigues vivo! Espero que estés bien. Te añoro.
Besotes,
_____
De: _____ Flores
Fecha: 7 de setiembre de 2012 23.16
Para: Joe Zimmerman
Asunto: ¡Eco… Eco!
Como dice la canción, ¡por fin es viernes!
Mañana me voy al campo.
Mis amigos y yo hemos alquilado una casita rural para el fin de semana. ¿Te animas?
Esta vez no te mando un beso… casi con seguridad este fin de semana te lo darán otras. ¡Te odio por ello!
_____
De: _____ Flores
Fecha: 10 de setiembre de 2012 13.16
Para: Joe Zimmerman
Asunto: ¿Comenzamos?
¡Ya estoy aquí!
Mi fin de semana ha sido divertido, aunque las vacas y las gallinas no son lo mío. Me picó un abejorro en la mano y no veas qué dolor. Eso sí… como verás, no me la han cortado (para tu desgracia… jejeje).
… hoy también te mando un beso, aunque comienzo a dudar de si lo aceptas.
_____
De: _____ Flores
Fecha: 12 de setiembre de 2012 22.30
Para: Joe Zimmerman
Asunto: ¿Me echabas de menos?
Ayer, el chisme del ADSL de mi casa se murió y por eso no te escribí. Pero hoy mi amigo Nacho me ha cambiado el aparatito y vuelvo a la carga. ¿De verdad que nunca me vas a contestar?
_____
De: _____ Flores
Fecha: 13 de setiembre de 2012 21.18
Para: Joe Zimmerman
Asunto: Me estoy cansando
Vamos a ver… te llevo escribiendo desde el día 3 y tú nunca contestas, ¿no vas a hacerlo nunca o sólo lo haces para cabrearme más? Como imaginarás, tengo la casa limpia como una patena. Tanto cabreo ¡es lo que tiene!
Kiss (te lo digo en inglés por si lo entiendes mejor),
_____
De: _____ Flores
Fecha: 14 de setiembre de 2012 23.50
Para: Joe Zimmerman
Asunto: ¡Desisto!
Vale… ya he visto que tu respuesta es no responder.
¿Sabes que soy muy orgullosa y por ti, maldito cabezón engreído, me estoy comiendo el orgullo todos los días?
Éste es mi último mensaje. Si no contestas, no volveré a escribirte nunca más. ¡Que lo sepas!
Sin beso,
_____
De: _____ Flores
Fecha: 17 de setiembre de 2012 22.36
Para: Joe Zimmerman
Asunto: Sí… soy yo, ¿qué pasa?
Que sepas que ahora sí que estoy enfadada. ¿Cómo puedes ser tan orgulloso?
_____
De: _____ Flores
Fecha: 19 de setiembre de 2012 22.05
Para: Joe Zimmerman
Asunto: Sólo tengo una cosa más que decirte.
¡GILIPOLLAS!
_____
Monse_Jonas
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Capitulo Cuarenta y nueve
Hoy, 21 de setiembre, es su cumpleaños. Joe cumple treinta y dos años e inexplicablemente estoy feliz por él. Soy así de imbécil. No ha vuelto a aparecer por la oficina. Tras su viaje a las delegaciones regresó directamente a Alemania y no ha vuelto a pisar España.
Me encuentro sumergida en mi burbuja cuando suena el teléfono interno. Mi querida jefa me pide que pase a su despacho. Una vez en su interior, me sobrecarga de trabajo y me dice:
—Haz también una reserva para esta noche a las nueve y media en el Moroccio para diez personas a nombre del señor Zimmerman. Debe ser a ese nombre o no te darán la reserva, ¿entendido? —asiento—. Después, pídeme cita en la peluquería para dentro de una hora.
Asiento e intento no alterarme.
¿Joe en España? ¿En Madrid?
¡_____…, relájate!
Cuando salgo del despacho, mi corazón bombea.
Busco en internet el teléfono del Moroccio y, cuando lo consigo, resoplo y llamo.
—Moroccio, buenas días.
—Hola, buenas días. Llamo para hacer una reserva para esta noche.
—Dígame a qué nombre, por favor.
—Sería a las nueve y media, para diez personas, a nombre del señor Joe Zimmerman.
—Oh… sí, el señor Zimmerman —oigo que repite el camarero—. ¿Algo más?
El corazón se me va a salir del pecho. De pronto, algo cruza mi mente. Es una maldad y no me detengo a mirar las consecuencias.
—También quería reservar otra mesa para dos personas, a las ocho, a nombre de la señora Zimmerman.
—¿La mujer del señor Joe Zimmerman? —pregunta el camarero.
—Exacto. Para su mujer. Pero, por favor, no le comente nada, es una sorpresa de cumpleaños.
—De acuerdo.
En cuanto cuelgo el teléfono me tapo la boca. Acabo de hacer una de las mías y me río. Sin pensarlo, descuelgo el teléfono y llamo a Nacho. Esta noche seré yo la que lo invite a cenar.
Ataviada con un precioso vestido negro con los hombros al aire que me ha dejado mi hermana y un moño alto a lo Audrey Hepburn, llego hasta el estudio de tatuajes de Nacho. Éste silba sorprendido nada más verme.
—¡Vaya, estás fabulosa!
—Gracias. Tú también —sonrío al verlo.
Nacho sonríe y abre los brazos.
—Que conste, que es el traje de la boda de mi hermano y me lo he puesto porque me lo has pedido tú. A mí este rollo de etiqueta no me va.
—Lo sé. Pero donde vamos hay que ir así o no te dejan entrar.
Nacho conoce mi plan.
—¿Estás segura de lo que vas a hacer, _____?
Asiento y salimos del estudio.
—No lo sé, ya te contaré si reacciona. Éste es mi último cartucho.
A las ocho en punto entramos en el Moroccio.
El camarero, tras comprobar nuestra reserva, me mira sorprendido y veo que asiente complacido ante mi aspecto. Debe de verme como la digna mujercita del señor Zimmerman. Con arte, le cuchicheo que no comente mi presencia. Quiero sorprender a mi marido porque es su cumpleaños y después le pido que tenga preparada una tarta de fresa y chocolate. Éste asiente, complacido por mi simpatía, y me dice que no me preocupe. Mi tarta estará preparada. Como bien presupongo, nos pasan a uno de los reservados y observo cómo Nacho se queda sorprendido por el lugar y mira a nuestro alrededor.
—¡Qué pasote de sitio!
—Sí. Es el glamur personificado. —Sonrío mientras espero que no se encienda ninguna lucecita de colores y me pregunte qué significa.
—Por cierto, ¿a qué venía eso de señora Zimmerman? ¿Tu apellido no es Flores?
Suelto una risotada.
—La señora Zimmerman es la mujer de la persona que va a pagar esta cena.
Su cara es un poema. El camarero entra y deja un excelente vino ante nosotros que degustamos, aunque luego me doy el lujo de pedir una Coca-Cola. Nacho está sorprendido con el precio de todo aquello y veo su preocupación en la cara.
—_____, creo que nos vamos a meter en un buen lío con lo que estamos haciendo.
—Tú tranquilo. Pide lo que quieras. El señor Zimmerman lo pagará.
—¿Ése es el apellido de Joe?
—Ajá…
—¿Está forrado, el tío?
—Digamos, que se puede permitir muchas cosas.
—¿Está casado?
—No. Pero la gente del restaurante no lo sabe.
Nacho asiente y sonríe. Después menea la cabeza.
—Pero qué pérfidas que sois las mujeres.
Doy un trago a mi Coca-Cola.
—No lo sabes tú bien —susurro.
El camarero entra y toma nota de los platos. Hemos pedido langosta y carpaccio de buey a las finas hierbas y de segundo solomillos al bourbon. Como es de esperar, todo está exquisito. A las nueve y media, miro el reloj y presupongo que Joe, mi jefa y sus acompañantes ya han llegado. Joe es muy puntual y eso me pone nerviosa. Saber que lo tengo a tan escasos metros de mí me altera, pero procuro disfrutar de la cena junto a Nacho. De postre pedimos fresas y una fondue de chocolate. Nos la comemos entre risas y, a las diez, damos por finalizada nuestra cena.
Cuando entra el camarero pregunto:
—¿Ha llegado ya mi marido, el señor Zimmerman?
El camarero asiente y mi estómago salta, pero, convencida de lo que hago, añado:
—¿Me trae papel, un sobre y un bolígrafo, por favor?
El hombre sale del reservado en busca de lo que le he pedido y Nacho cuchichea:
—¿Qué vas a hacer ahora?
—Agradecerle la cena.
—¿Estás loca?
—Probablemente, pero estoy segura de que eso le gustará.
Cuando el camarero entra, escribo sobre el papel:
Estimado señor Zimmerman:
Gracias por enseñarme un sitio tan especial y por la cena para dos que nos hemos tomado a su salud. Ha estado exquisita y el postre, como siempre, soberbio. Por cierto, feliz cumpleaños. ¡Gilipollas!
La chica de los e-mails fantasmas
En cuanto acabo de escribirlo, lo meto en el sobre, lo cierro, se lo entrego al camarero y le indico:
—Por favor, ¿sería tan amable de entregarle esto a mi marido junto con la tarta de fresas y chocolate cuando vayan a pedir el postre?
Dicho esto, Nacho se levanta, me coge del brazo y desaparecemos como alma que lleva el diablo mientras sonrío y me fastidio por no ver la cara que va a poner Joe. ¡Me encantaría verla!
Monse_Jonas
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Capitulo cincuenta
A las once obligo a Nacho a que me deje en casa. Seguro que Joe estará a punto de ver la notita y la tarta y espero su reacción. A las once y media, camino por la casa aún con los tacones. Estoy convencida de que eso lo hará reaccionar y llegará en cualquier momento.
A las doce, mi desesperación ya es latente. ¿Se habrán puesto a jugar y no habrán pedido los postres?
A la una de la madrugada, frustrada porque mi plan no ha funcionado, tiro los tacones contra el sofá justo en el momento en el que me suena el móvil. Me lanzo en plancha a por él. Un mensaje. Joe. Las manos me tiemblan cuando leo: «Gracias por la felicitación, señora Zimmerman».
Boquiabierta leo y vuelvo a leer el mensaje ¿Ya está? ¿No va a hacer ni a decir nada más?
Malhumorada, suelto el móvil y doy un trago a mi Coca-Cola. Deseo coger el móvil y llamarlo para ponerlo a caer de un burro. Pero no. Ahora sí que doy el cerrojazo definitivo al caso Joe.
Con desgana, me quito el bonito vestido, el sofisticado moño y la sugerente ropa interior que me he comprado esa tarde. Me planto mi pijama de nubecitas azules y me dirijo al baño para desmaquillarme. Saco una toallita desmaquillante y me lío con un ojo. No puedo ver lo que estoy haciendo, sólo que paseo la toallita en círculos mientras pienso en Joe.
De pronto, oigo que alguien llama con los nudillos a la puerta de mi casa. Mi corazón salta por la emoción. Suelto la toallita y corro para mirar por la mirilla. Me quedo sin palabras cuando veo a Joe al otro lado. Sin pensar en mi aspecto, abro y me encuentro frente a frente con
él. ¡Con Joe!
—¿Señora Zimmerman?
Está impresionante con su traje oscuro y la camisa blanca abierta. Su porte, como siempre, es intimidatorio, varonil y su cara… ¡Oh, su cara…! Esa cara de mala leche me encanta y sin querer, ni poder, ni pensar en remediarlo digo:
—Vale… soy lo peor.
—¿Tú has osado decir en el Moroccio que eras la señora Zimmerman? —insiste.
Doy un paso atrás. Él lo da hacia el frente.
—Sí… perdón… perdón, pero necesitaba enfadarte.
—¿Enfadarme?
Da otro paso adelante. Yo doy otro atrás.
—Joe, escucha —me retiro rápidamente el pelo de la cara— … Sé que no he procedido bien. He abusado de tu generosidad y he tomado el pelo a los del restaurante. Te prometo que te reembolsaré mi cena y la de mi amigo. Pero te juro que sólo lo hice para que te cabrearas y vinieras hasta mi casa y así…
—¿Y así qué?
Su mirada es intimidatoria. Feroz. Pero aun así prosigo. Es mi única oportunidad. Él está ante mí y no la voy a desaprovechar.
—Necesito pedirte perdón por lo tonta que fui el día que me marché de Zahara y… —resoplo y me encojo de hombros ante su silencio—. Te echo de menos Joe. Te quiero.
Su gesto cambia. Se suaviza.
¡Oh, sí…! ¡Oh, sí!
Mi corazón salta de felicidad, justo en el momento que él da un paso hacia mí para abrazarme. Me aúpa y yo le echo los brazos al cuello. Enredo mis piernas a su cintura y así, sin hablar, cierro la puerta de mi casa. Dispuesta a no soltarlo nunca más en mi vida.
Durante unos minutos, ninguno de los dos habla. Sólo nos abrazamos y disfrutamos de nuestra cercanía hasta que Joe me da un beso en el cuello y me aprieta con fuerza.
—Te quiero, y ante eso, pequeña, no puedo hacer nada.
¿He escuchado bien?
¿Me está diciendo que me quiere?
La felicidad me hace reír, lo beso con posesión en los labios y, cuando me separo de él, murmuro:
—Si es cierto lo que dices, no vuelvas a alejarte de mí.
—Tú te fuiste.
—Tú me echaste.
—Te dije que te quedaras.
—¡Me echaste!
¡Ya empezamos!
Él asiente y yo prosigo:
—Te he pedido disculpas con mis e-mails todos los días y tú no te has dignado a responder.
Sonríe con dulzura y entonces hace eso que tan loca me vuelve. Acerca su boca a la mía. Saca la lengua, la pasa por mi labio superior, luego por el inferior y antes de besarme murmura:
—Yo te perdoné antes de que te hubieras marchado.
—¿Sí?
—Sí… osito panda.
—¿Osito panda? ¿Te parece poco pequeña, morenita o _____… que ahora también me llamas osito panda?
Divertido, me lleva frente a uno de mis espejos y al ver el motivo de aquel apodo me parto de risa. Tengo un ojo totalmente emborronado y negro. Él ríe también.
—¿Qué estabas haciendo para tener el ojo así?
—Desmaquillándome. Con lo mona que me había puesto para ti por ser tu cumpleaños y vas tú y apareces en el momento menos glamouroso.
Joe sonríe.
—Para mí siempre estás preciosa, cariño.
Entre sus brazos, llego hasta mi habitación. Me suelta sobre la cama y se tumba sobre mí.
—Dios, nena, me encanta cómo hueles.
Con cuidado, le quito la chaqueta y comienzo a desabrocharle la camisa blanca mientras Joe recorre mi cuerpo con sus manos y me da
delicados besos en el mentón y en el cuello. El roce de sus yemas al pasar por mis costillas me hace tener un escalofrío y sonrío de placer. Cuando termino de desabrocharle la camisa, le toco los abdominales. Duros y fuertes como siempre.
—Tengo un regalo para ti.
—Mi mejor regalo eres tú, pequeña.
Besos… caricias… palabras de cariño y de pronto Joe murmura:
—Tengo que hablar contigo, ____.
—Luego… luego…
En cuanto me libro de su camisa y se queda vestido sólo con el pantalón, mis manos vuelan al botón. Lo desabrocho y, con cuidado, bajo la cremallera. La piel de Joe arde y yo con ella. Y cuando meto mis manos bajo los calzoncillos y tengo en ellas lo que anhelo y ansío, jadeo.
Joe se mueve. Su erección escapa de mis manos y vuelve a besarme.
—Si me sigues tocando, no duraré ni dos segundos… ¿Sigues tomando la píldora?
—Ajá…
—Biennnnn.
Eso me hace reír, mientras él me quita el pantalón del pijama. Luego me levanta, me pone frente a él y acerca su boca hasta mi monte de Venus y lo mordisquea por encima de mi tanga. Me quito la parte superior del pijama y Joe me observa. Mete sus dedos por la tirilla de mi tanga, me lo rompe y murmura mientras lee:
—«Pídeme lo que quieras.»
Joe me acaricia y me coge uno de los pechos con calidez, con mimo se lo mete en la boca y me chupa la areola. Después otorga el mismo mimo al otro pecho y me obliga a sentarme sobre sus rodillas. Durante un rato se entretiene con mis pechos, me los chupa, lame y succiona hasta que me arranca un gemido de placer.
—Pequeña… te he echado tanto de menos…
Se levanta conmigo en brazos y vuelve a posarme sobre la cama. Me besa los labios y comienza a bajar su lengua por mi cuerpo. Va al cuello, de allí a los pechos, sigue su recorrido por el ombligo y, cuando llega al monte de Venus, quien jadea es él.
Dispuesta a disfrutar, me abro de piernas antes de que él me lo pida y su lengua rápidamente entra en mí con exigencia. Con sus dedos me separa los labios y su húmeda lengua llega hasta mi clítoris. Salto de excitación.
—Oh, Joe… sí… así.
Se sube sobre la cama para estar más cómodo y pone mis piernas sobre sus hombros. El saqueo a mi clítoris se intensifica y mis jadeos cada vez son más seguidos, hasta que un intensísimo orgasmo toma mi cuerpo, lo agarro de la cabeza y lo aprieto contra mí.
Cuando me quedo sin fuerzas por el maravilloso orgasmo que acabo de tener, Joe se pone sobre mí, me besa. Su sabor a mi sexo es salado y me estimula mucho.
—Te voy a follar, cariño.
Asiento. ¡Lo estoy deseando!
Se quita los pantalones, después los calzoncillos y, con una mirada lobuna que me hace jadear, sonríe. Ensombrecido por el deseo, se pone encima de mí y me acomoda mejor en la cama. Coloca la punta de su pene contra la entrada húmeda de mi vagina y, a diferencia de otras veces, la introduce poco a poco mientras me muevo mimosa. Quiero más y le doy un azote en el trasero.
—¿Eso a qué se debe, pequeña?
—La necesito dentro ya… la tuya es tan grande… tan placentera. Sigue…
Joe sonríe y me embiste abriéndome toda la vagina de una sola estocada. Grito y jadeo. Grito y jadeo, mientras él me embiste una y otra vez y por fin me siento llena y enloquecida. Se me acelera la respiración y mi disfrute me vuelve loca. Una… dos… tres… quince veces me penetra y yo grito y me retuerzo de placer.
De pronto, su ritmo disminuye.
—¿Alguien te ha tocado durante estos días?
Su pregunta me pilla tan de sorpresa que sólo puedo pestañear. No sé qué decirle y Joe me da un empellón que me hace gritar de nuevo.
—Dime la verdad, ¿quién te ha follado estos días?
Su cara se contrae y vuelve a penetrarme. Me da un azote en el trasero que me escuece.
—¿Quién?
Me niego a responder sin ser respondida, saco fuerzas de donde no las tengo y pregunto:
—¿Y tú?
Me mira e insisto.
—¿Tú has jugado estos días?
—Sí.
—¿Con Amanda?
—Sí. ¿Y tú?
—Con Fernando.
Durante unos segundos nos miramos. Los celos vuelan sobre nosotros y me penetra con fuerza. Ambos gemimos. Me agarra por el hombro y vuelve a penetrarme. Veo la oscuridad en su mirada. La rabia por lo que escucha y no quiere oír.
—Te vi con Amanda entrar en tu hotel y decidí proseguir con mi vida. Busqué a Fernando, me masturbé para él y luego me ofrecí.
Joe me mira. Está furioso. Tengo miedo de que se vaya, pero entonces me doy cuenta de que él también tiene miedo de que yo desaparezca. Me agarra por las caderas y comienza a penetrarme a un ritmo infernal.
—Eres mía y sólo te tocará quien yo quiera.
Me mira, a la espera de una contestación, mientras, desmadejada por sus penetraciones, me muevo debajo de él. Calor… tengo mucho calor, pero soy consciente de lo que me pide. Le pongo la mano en su estómago y me echo para atrás. Su pene sale de mí.
—Únicamente seré tuya, si tú eres mío y sólo te toca quien yo quiera.
Su respuesta es inmediata. Acerca su boca a la mía y me besa, mientras su pene duro como una piedra golpea mis muslos volviéndome loca. Con una de mis manos lo cojo y lo meto de nuevo en mi interior y, con su boca sobre mi boca, murmura:
—Soy tuyo, pequeña… tuyo.
Joe me penetra con delicadeza y soy yo la que subo mis caderas para llenarme de él. Mueve sus caderas a los lados y siento cómo los músculos de mi vagina se aferran a él.
—Cariño… me voy a correr.
El tono de su voz. Su cara. Su gesto y su mirada me hacen sonreír. Yo estoy cerca del orgasmo.
—Más rápido, cielo… lo necesito.
Joe me embiste de nuevo una… dos… tres veces. Se muerde los labios para darme lo que yo quiero hasta que de pronto los dos nos arqueamos y sabemos que hemos llegado juntos hasta el placer.
Monse_Jonas
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Capitulo cincuenta y uno
El sábado, el sexo, los besos y las caricias priman en todo momento. Cada vez que intentamos hablar para profundizar en nuestra relación acabamos desnudos y jadeando. Joe es mi vicio y me doy cuenta de que yo soy el suyo. Estar juntos sin tocarnos se nos hace imposible y, como los dos nos deseamos, nos dejamos llevar por la lujuria y el desenfreno. El domingo, más de lo mismo, pero tras hacer entre los dos la cama Joe dice: —____… Tengo una conversación pendiente contigo, ¿lo recuerdas?
—Sí.
El susto se apodera de mí. De pronto me asusta saber qué es aquello que me tiene que explicar.
—Es importante que lo hablemos, te lo debo.
—¿Me lo debes? —pregunto sorprendida.
—Sí, cariño…
Me olvido totalmente del sexo y me centro en él. Su mirada vuelve a ser inquieta. Sus ojos me esquivan y eso me perturba. Joe se sienta a mi lado, a los pies de la cama.
—Escucha, hay algo que debes saber y que no te he dicho hasta ahora. Pero quiero que sepas que si no te lo he dicho es porque…
—¡Dios mío! ¿No estarás casado?
—No.
—¿Te vas a casar con Betta? ¿Con Marta?
Sorprendido por mis preguntas y por el tono chirriante de mi voz vuelve a responder:
—No, cariño. No es nada de eso.
Suspiro aliviada. No hubiera podido soportar una noticia así.
—¿Y quiénes son?
Joe asiente y suspira resignado.
—Betta es la mujer con la que compartí mi vida durante dos años y con la que acabé la relación hace un tiempo —asiento y él continúa—: Nuestra relación se acabó el día que la encontré en la cama con mi padre. Ese día decidí finalizar mi relación con los dos. Espero que, sin necesidad de explicarte nada más, entiendas por qué no quiero nunca hablar de mi maravilloso progenitor.
Mi cara se descompone al escuchar eso. Nunca me hubiera esperado una historia así.
—Ella nunca ha querido aceptar esa ruptura e intenta acercarse a mí continuamente. Me ha pedido perdón de todas las maneras que te puedas imaginar y, aunque me ha costado, la he perdonado, pero no quiero nada más con ella. De ahí el motivo de los mensajes y su insistencia. Aquel día en la playa, cuando me enfadé y me volví al chalet sin dejar que me acompañaras, mi enfado venía porque ella me dijo en un mensaje que estaba en la puerta del chalet de Andrés y Frida. No quería que regresaras conmigo de la playa porque te quería evitar la desagradable escena que ella me iba a montar. Sólo intenté que tú no lo presenciaras. Pero tampoco fui sincero contigo y no te lo dije. Intenté evitarme un problema pero, con mi reacción, lo agravé.
—Me lo tenías que haber dicho. Yo…
Durante unos segundos, Joe me observa, me pone un dedo en los labios para que calle y pasa su mano por el óvalo de mi cara.
—Eres preciosa, _____… Sólo te quiero a ti.
Me acerco a él y lo beso, pero él vuelve a colocarme donde estaba.
—Marta es mi hermana.
¿Hermana? Eso me sorprende. Miguel me comentó que Joe sólo tenía una hermana, pero Joe prosigue:
—¿Recuerdas que te comenté que mi hermana Hannah había muerto en un accidente? —asiento—. Hannah tenía un hijo que está a mi cargo. Era madre soltera. El pequeño se llama Flyn y tiene nueve años. Desde que ocurrió lo de Hannah, se ha vuelto un niño difícil de tratar y
sólo nos da disgustos. En julio, cuando tuve que regresar a Alemania y suspender el viaje a las delegaciones, fue por un problema con él. Mi hermana y mi madre no consiguen controlarlo y por eso recibo tantas llamadas de Marta. Flyn sólo me respeta a mí y mi hermana necesita que regrese a Alemania. —Escuchar eso me pone sobre alerta y él prosigue—: Escucha, ____, te quiero pero también quiero a Flyn y no lo puedo abandonar. Puedo estar contigo aquí durante varios días, pero tarde o temprano tendré que regresar a mi día a día en Alemania. No me puedo permitir cambiar mi residencia. Los psicólogos no creen que otro cambio sea bueno para Flyn y, aunque quizá es una locura demasiado precipitada, me gustaría que te trasladaras a vivir conmigo a Alemania. —Mis ojos se abren escandalosamente y él añade—: Lo sé, pequeña, lo sé. Sé que es una locura, pero te quiero, me quieres y me gustaría que lo pensaras, ¿de acuerdo?
Asiento, mientras intento procesar toda aquella información y, cuando voy a decir algo, Joe pone uno de sus dedos en mi boca y susurra de nuevo:
—Aún no he acabado, _____. Tengo más cosas que explicarte. Si cuando acabe, aún me quieres besar y continuar a mi lado, no seré yo el que te lo impida. —Sus palabras me sorprenden, pero él prosigue—: ¿Recuerdas cuando te dije que no te quería hacer daño?
—Sí.
—Pues siento decirte que, llegados a este punto, te lo voy a hacer sin querer y nada tiene que ver con lo que te acabo de explicar.
Frunzo el ceño. No entiendo de lo que habla. Me coge las manos.
—_____…tengo un problema y, aunque no quiero pensar en él, en un futuro sé que se agravará.
—¿Un problema? ¿Qué problema?
—¿Recuerdas las medicinas que viste en mi neceser? —Muevo mi cabeza afirmativamente, asustada—. Es algo relacionado con algo que te encanta de mí y que en más de una ocasión te he dicho que yo odio. Son mis ojos y cuando te lo explique seguro que entenderás muchas cosas.
—Dios mío, Joe. ¿Qué te ocurre?
—Tengo un problema en la vista. Padezco un glaucoma. Una enfermedad heredada de mi maravilloso padre y, aunque me lo estoy tratando y de momento estoy bien, la enfermedad con el tiempo avanzará y, para mi desgracia, es irreversible. Quizá en un futuro me quede ciego.
Pestañeo y pregunto en un hilo de voz:
—¿Qué es un glaucoma?
—Es una enfermedad crónica del ojo. Una enfermedad del nervio óptico que a veces me produce visión borrosa, dolor de ojos y de cabeza o náuseas y vómitos. Creo que ahora, al saberlo, entenderás muchas cosas de mí.
Mi cuerpo se ha paralizado, excepto mis pestañas. El tema Betta me importa un pepino. El problema de su sobrino y mi traslado de residencia es algo que hablaremos. Pero Joe acaba de decirme que tiene un problema en la vista y yo no puedo reaccionar. Mi corazón bombea muy fuerte y apenas puedo respirar. Sólo puedo mirar a Joe, al hombre que quiero con toda mi alma sin ser capaz de decir ni una palabra.
Mi mundo se desmorona en décimas de segundo, mientras reconstruye, pedazo a pedazo, todas las alarmas que en esos meses he visto de él pero que no he sabido descifrar. De pronto, entiendo muchas cosas. Sus prisas en todo. Sus temores. Sus viajes. Sus cambios de humor. Sus dolores de cabeza y, sobre todo, por qué siempre me exige que lo mire cuando hacemos el amor. Joe me observa. Quiere que hable pero yo no puedo. Mi respiración se acelera, le suelto las manos y una va a mi corazón y la otra, a mi cabeza.
Me levanto. Me doy la vuelta y, cuando puedo despegar la lengua del paladar, vuelvo a mirarlo.
—¿Por qué no me lo habías contado antes?
—¿El qué? ¿Lo de Betta, lo de Flyn o lo de mi enfermedad?
—Lo de tu enfermedad.
—_____, es algo que no me gusta que la gente sepa.
—Pero yo no soy la gente…
—Lo sé, cariño. Pero…
—Por eso siempre me pides que te mire cuando…
Joe asiente y tras pasar su mano por mis labios susurra:
—Quiero grabar tu cara, tus gestos en mi retina, para recordarlos el día que no vea.
El dolor en su mirada me hace reaccionar. ¿Qué estoy haciendo? Me siento de nuevo junto a él y le tomo las manos.
—Maldito cabezón, ¿cómo me has podido ocultar eso? Yo… yo me he enfadado contigo. Te he reprochado tus ausencias, tus cambios de humor y… tú… tú no has dicho nada. Oh, Dios, Joe… ¿por qué?
Mis lágrimas se desbordan. Intento contenerlas pero, como si de una presa se tratara, comienzan a salir con fuerza de mis ojos y apenas las puedo controlar.
Joe me consuela. Me abraza y me mima, cuando soy yo la que debería estar consolándolo a él. Pero mis fuerzas, mi seguridad y toda mi vida se acaban de resquebrajar y no sé cuándo las voy a poder recuperar. Me habla de su enfermedad. Algo que le descubrieron hace mucho y que cada año que pasa se agrava más.
No sé cuánto tiempo lloro entre sus brazos en busca de una solución con la que no puedo dar. Habla conmigo y yo apenas puedo dejar de llorar.
—No me mires así.
—¿Cómo? —pregunto al escuchar su voz.
—Noto que te doy pena.
Conmovida por sus palabras, me agarro a él.
—Cariño, no digas tonterías. Te miro así porque te quiero y sufro por…
—¿Lo ves? Te estoy haciendo daño. No debí permitir que lo nuestro continuara.
—No digas tonterías, Joe, por favor.
Con un gesto que recordaré toda mi vida, me coge la cara entre sus manos.
—Estar a mi lado te hará sufrir, cariño. Soy un hombre con demasiadas responsabilidades. Una empresa que llevar, un niño problemático al que criar y, por si fuera poco, un problema de salud. Creo que ha llegado el momento en que tú decidas lo que quieres hacer. Asumiré tu decisión sea cual sea. Bastante culpable me siento ya.
Lo escucho, boquiabierta, y de pronto deseo cruzarle la cara de un manotazo. ¿Qué tonterías está diciendo? La seguridad aparece de nuevo en mi cuerpo. Clavo mi mirada en sus martirizados ojos azules.
—No estarás queriendo decir lo que estoy entendiendo, ¿verdad?
—Sí, _____.
—Pero tú eres idiota, por no decir ¡gilipollas!
Joe sonríe.
—Eres una preciosa mujer joven y sana con toda la vida por delante y yo…
—Y tú ¿qué? —Pero no lo dejo contestar y comienzo a gritar como una posesa—: Y tú eres el hombre con responsabilidades, sobrino y enfermedad al que yo amo. Y si antes tu cara de mala leche y tus malos modos no me daban miedo, ahora menos, ¿y sabes por qué? —Joe niega con la cabeza—. Porque no te voy a dejar por mucho que me lo pidas. Y no te voy a dejar porque te quiero… te quiero… te quiero ¡métete eso en tu jodida y cuadriculada cabeza alemana! El futuro me da igual. Sólo me importas tú… tú… tú, ¡maldito cabezón! Y sí, es precipitado dejarlo todo e irme a vivir contigo a Alemania, pero, como te quiero, lo pensaré.
—_____…
—Tú estás aquí, cariño. Tú eres mi presente. ¿Dónde voy a ir yo sin ti? Pero ¿te has vuelto loco? Cómo se te ocurre ni siquiera pensar que yo te voy a dejar por tu enfermedad.
Joe, emocionado, niega con la cabeza y, por primera vez, lo veo llorar. Verlo llorar me parte el corazón. Se tapa los ojos con sus manos y llora como un niño.
—_____, cuando mi enfermedad prosiga, mi calidad de vida será muy limitada. Llegará un momento en que seré un estorbo para ti y…
—¿Y?
—¿No lo entiendes?
—No. No lo entiendo —respondo sin aire en los pulmones—. Y no lo entiendo porque tú seguirás a mi lado. Me podrás tocar, besar, me harás el amor y yo te lo haré a ti. ¿Qué es lo que te hace dudar de mí?
Joe murmura emocionado:
—Eres lo mejor que me ha pasado nunca. Lo mejor.
Deseosa de llorar como una magdalena, le quito las manos de los ojos y le seco las lágrimas.
—Pues si soy lo mejor que has tenido nunca, no vuelvas a mencionar ni de broma que te deje, ¿vale? Ahora dime que me quieres y dame un beso de esos que tanto me gustan.
Las lágrimas brotan de nuevo por mis ojos, pero sonrío. Él sonríe, me abraza y me besa.
Monse_Jonas
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Bueno chicas, espero les guste el maratón!!!! ya sé que las tenía muy abandonadas pero es que he estado muy ocupada ñ_ñ
¿Sabes? con éste último capitulo lloré mucho en especial con esta parte: —Quiero grabar tu cara, tus gestos en mi retina, para recordarlos el día que no vea.
Pos me mato xD
Gracias por sus comentarios chicas
¿Sabes? con éste último capitulo lloré mucho en especial con esta parte: —Quiero grabar tu cara, tus gestos en mi retina, para recordarlos el día que no vea.
Pos me mato xD
Gracias por sus comentarios chicas
Monse_Jonas
Re: Pídeme lo que quieras (Joe y tú) ADAPTACIÓN
Owww muero de amor!!
Todo lo que esconde Joe!!
Pobrecito!!! Llore mucho con lo de su enfermedad!!
Que se vaya a Alemania con el!
Síguela!
Todo lo que esconde Joe!!
Pobrecito!!! Llore mucho con lo de su enfermedad!!
Que se vaya a Alemania con el!
Síguela!
aranzhitha
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