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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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El Principe De Piedra (Joe & Tu) -Adaptación-
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Re: El Principe De Piedra (Joe & Tu) -Adaptación-
Se sentó más recto en el asiento, una indicación clara de que no le gustaba la dirección de sus pensamientos.
—¿Me entendiste mal deliberadamente? Una mujer es respetada, hasta reverenciada. Un esclavo no es nada más que una posesión que puede ser desechado a voluntad.
—¿Desechado? ¿Qué diablos quieres decir con eso?
—Sólo que se puede regalar al esclavo o vendérselo a otro. No dije que aplauda esa práctica. Simplemente que puede hacerse. Te hará feliz saber que empiezo a entender que no todas las mujeres tienen la necesidad o deberían ser protegidas.
Antes que pudiera contestar a tan maravillosa declaración, la camioneta dio una sacudida y se escuchó un fuerte pop fuera. Con el corazón a la carrera, paró rápidamente al lado del camino.
—¿Qué pasa? —exigió Joseph.
—Un pinchazo, creo.
Eso fue exactamente lo que era. Poco menos de cuarenta minutos más tarde, ya tenía el neumático cambiado. Podría haberlo hecho en la mitad de tiempo si Joseph se hubiera quedado dentro de la camioneta como le había pedido. Pero no. ¡El bárbaro tenía que estar de pie, mirando sobre su hombro, y ofreciendo opinión en todo!
—¿Estás segura de que va ahí? —había preguntado. —Yo lo pondría aquí.
—Estoy segura.
—¿Estás segura que la camioneta no se volcará? Aquel objeto metálico la sostiene inclinada. Yo la levantaría por el medio.
—También estoy segura.
—Si giraras el...
—¡Estoy segura! ¡Estoy segura! ¡Estoy segura!
Él comenzó a cantar algo por lo bajito.
El desinflado neumático explotó.
Una fuerte ráfaga de aire y caucho la envió, tambaleante, hacia atrás y Joseph surgió ante ella. Aunque, no pareció preocupado, no, le fruncía el ceño al neumático muerto como si fuera un veneno mortal.
—¿Qué hiciste? —le exigió, poniéndose en pie. El pulso, sin embargo, aún tenía que reducir la marcha.
—Un hechizo —admitió de mala gana. —Intentaba ayudarte.
—¡Por Dios, nunca me ayudes otra vez!
—¿Ni para limpiarte el negro hollín de la cara?
—¡Ni para eso! —Los nervios estaban al límite cuando regresaron a la carretera un rato después. Estaba sucia, sudorosa y hambrienta. Peor, estaba consternada. No le gustó que la hubiera visto hacer aquella tarea tan poco femenina. ¿Qué hombre deseaba a una mujer que podía ganarle en lo deportes, cambiar su propio neumático, y darle una patada en el trasero luchando? A ninguno, estaba segura. Muchos hombres pensaban en ella como –sólo uno de los muchachos – pero no quería que Joseph también pensara así. Y era un poco contradictorio, supuso, ya que quería que la viera como alguien independiente y capaz.
Era tan malditamente atractivo, tan masculino, que esa masculinidad necesitaba, en contrapartida, de alguien totalmente femenino. Las manos se apretaron. Apostaría a que Joseph prefería a las mujeres bajitas, de cabellos oscuros que llevaran vestidos y lazos y hablaban con voces suaves y angelicales.
Todo lo que no era.
Ya no la quería, admitió finalmente. Que no la hubiera tocado durante tres días ya decía suficiente, pero había seguido esperando estar equivocada. ¡Si sólo la hubiera intentado seducir una vez en los tres días anteriores!, Solamente una vez. No se sentiría tan… Perdida. Maldito sea, de todos modos. En algún lugar, ahí afuera, había un hombre - además de Joseph- qué la aceptaría tal como era. Ese hombre jugaría al baloncesto con ella, la llevaría a los partidos de fútbol, y cada momento que pasaran juntos, la miraría como si fuera la mujer más hermosa y femenina que Dios hubiera creado. No como sus hermanos la miraban, pero...
¡Oh, no! Sus hermanos. Casi gimió. Su familia se preocupaba más de lo normal, y sabía que enviarían una partida de búsqueda si descubrían que la camioneta no aparecía durante toda la noche.
—Dame el teléfono de la guantera —le dijo a Joseph con tono exasperado.
—¿Qué es la guantera?
Ella la señaló.
—Pídelo amablemente.
Estaban como al principio ¿No?. Frunciendo el ceño, buscó el teléfono en el compartimento ella misma y marcó el número privado de Erik. Era el más tolerante del grupo, y probablemente haría menos preguntas.
Contestó después del tercer toque.
—James.
—Pasaré la noche en Lubbock. —No perdió tiempo.
—¿Por qué? —Contestó Erik .
—Simplemente me apetecía salir de la ciudad. —Me estoy volviendo una mentirosa compulsiva, pensó sombríamente, y todo por culpa de Joseph.
—¿Por qué? —Preguntó su hermano otra vez.
—Necesito un respiro.
—¿Te vas sola?
—No.
—Bien ¿Con quién vas?
Hizo una pausa. Entonces simplemente dijo:
—Joseph. —Antes que Erik pudiera preguntar más, dijo —Escucha, mejor cuelgo. ¿No me adviertes siempre de lo peligroso que es conducir mientras se habla por teléfono?
—Vale, vale. Ya capto la indirecta. —La profunda y rica risita sonó en su oído. —¿Lubbock, dijiste?
—Sí. —Un coche pasó zumbando por su lado. El conductor levantó el dedo y lo agitó. No le hizo caso. —Seré cuidadosa, no te preocupes.
—Ponme a Joseph al teléfono un minuto.
—Apenas puedo oírte —dijo, haciendo luego ruidos estáticos. —Debe... Ser...—Sonriendo presionó la tecla de colgar y cortó la línea. La sonrisa se volvió más amplia mientras se imaginaba a Eric echando humo tras el teléfono.
Un rato más tarde se dio cuenta de que se quedaban sin gasolina y la sonrisa se transformó en un ceño. Culpó a Joseph por este nuevo inconveniente. Si no hubiera insistido en este viaje, viaje que no tenía planeado o para el que no había hecho las maletas, seguramente estaría instalada dentro del Victorian, no preocupándose por si se quedaban tirados.
Cuando alcanzaron la gasolinera más cercana, la camioneta rodaba con las últimas gotas de gasolina. Mirando airadamente a Jorlan, llenó el depósito y apuntó en su cuenta otros treinta y cinco dólares. Saltó dentro, recogió las cosas que necesitaba y se acercó a la caja. Joseph le debía mucho por esto, y pagaría... Pero no con dinero.
Unos minutos más tarde, estaban otra vez en camino.
El viaje de cuatro horas a Lubbock duró un poco más de siete, y el sol hacía mucho que se había puesto cuando finalmente pasaron el cartel de Bienvenidos. Le dolía el trasero, pero sorprendentemente, el mal humor se había evaporado. Estar con Joseph le proporcionaba tal sentimiento de alegría que sobrepasa con creces cualquier sentimiento negativo.
Ahora mismo, las gotas de lluvia se lanzaban sobre la camioneta, creando varios regueros de agua que se reunían y deslizaban tras el parabrisas. Cuando miró detenidamente por delante de los limpiaparabrisas, que formaban arcos perfectos sobre el cristal, y escuchó a la ola tormentosa por todas direcciones, condujo hacia el aparcamiento de un motel. No mucho después, Jorlan y ella eran los residentes temporales de la habitación número 314.
—Para cenar iremos a un restaurante. Estoy harta de la comida rápida —le dijo, dirigiéndose de nuevo a la camioneta.
Redujo el paso, al lado de ella.
—¿Qué hay del psíquico?
—Cerrado. Tendremos que esperar hasta mañana por la mañana.
—Contigo siempre es mañana. —Suspiró.
Cenaron en Blues Wather, una marisquería cercana y Joseph devoró el pastel de cangrejo con evidente placer. Cuando regresaron a la habitación del hotel, la luna ya estaba en lo alto, otorgándole un débil brillo dorado a las sombras de la noche.
Lo primero que hizo Joseph fue recoger el control remoto de la televisión y empezar a apretar.
—¿Qué hace esto? —Preguntó. En ese instante, las imágenes inundaron la pequeña pantalla negra. Por supuesto, el extraterrestre no trató de hacer añicos la televisión como había hecho con el contestador automático. ¿Por qué hacerlo? Estaban reponiendo los viejos episodios de Los Vigilantes de la Playa con sus bamboleantes carreras. Mirando el espectáculo con una devoción tan intensa que haría que la especie masculina se sintiera orgullosa, se tumbó encima de la cama, boca abajo, con la barbilla apoyada contra el codo.
Antes que _____ también pudiera relajarse, los gritos de una niña —Esta es mí hamburguesa —retumbaron a través de las paredes. Las agudas palabras fueron gritadas muchas veces, luego se mezclaron con otras; una voz, aún más molesta, gritaba —Mamá, Carrie no comparte. —Pronto, un dolor agudo comenzó a palpitar en las sienes de ______.
—Salgo —dijo. Era eso o salir como una tromba por la puerta con unos bozales y un rifle con tranquilizantes.
Joseph ni siquiera le echó un vistazo.
—Iré contigo. —El tono estaba carente de convicción.
—¿Estás seguro de que puedes desengancharte? —dijo secamente. —Voy al Cahoots, un bar donde las personas beben –lámelo–, la música está muy alta, la gente es una camorrista y no hay mujeres en bañador.
—No irás a ese lugar sola. Iré contigo o... —En ese momento, niveló su intensa mirada con la de ella y los ojos, de pronto, brillaron por la pasión. —O podríamos quedarnos dentro de esta sala. En esta cama. —Se puso fácilmente de pie y se acercó despacio. — He intentado darte tiempo, _____, pero eso ha trabajado en mi contra. ¿Por qué no te demuestro todo lo que te perderás sino te casas conmigo?
Ella no se retiró. No, dio un paso más cerca mientras el alivio y la felicidad golpeaban a través de ella. ¡Todavía la deseaba! Y Señor, todavía lo deseaba. Sin otra palabra, los labios se encontraron. Con un gemido, la lengua recorrió el interior de su boca, caliente y exigente. Joseph ahuecó los pechos con las manos y puro éxtasis inundó todo su cuerpo.
—Quiero verte —susurró tirando de las tiras del top.
—También quiero verte. —Sacó la camiseta gris de los vaqueros, y luego…
—¡Mamá! Carrie cogió mis zapatos. —La voz de la niña penetró, otra vez, las paredes. — Devuélvemelos, cabezona. ¡Mamá! Haz que me devuelva los zapatos.
—Espera. —Jadeante, se apartó de Joseph. Su primera vez no iba a ser dentro de una habitación alquilada mientras la semilla del diablo jugaba cerca. —Tenemos que parar.
Algo oscuro brilló débilmente en los ojos, eclipsando la pasión.
—Si esto es tu modo de castigarme, _____, por forzarte a venir aquí, escogiste sabiamente.
Las palabras la enfurecieron tanto que no lo corrigió.
—Si eres un buen chico durante el resto del viaje, te permitiré besarme cuando lleguemos a casa. —Lo dijo como un reproche, pero luego comprendió que quería que fuera una invitación.
—Dejémoslo así, antes que me tenga sin cuidado lo que me digas —con movimientos cortos y el cuerpo tenso, se ajustó sus armas.
Su sistema nervioso ardía todavía por el fuego y, si no se marchaba pronto, iba a olvidar los motivos para terminar con el abrazo.
—Deja la espátula aquí, ¿Vale? Otra gente no podría entender los motivos por los que la llevas.
Desde luego, no prestó atención a la advertencia y se llevó la estúpida cosa.
Cahoots era un bar grande y el club estaba situado a las afueras de la ciudad. La tumultuosa música rock asaltó sus oídos cuando Joseph y ella entraron y caminaron por la negra y delgada moqueta en busca de una mesa. Alrededor de ellos, los cuerpos giraban con un rápido ritmo, golpeándolos. El humo espeso y asfixiante de los cigarrillos envolvía a los bailarines como una mano fantasmal. Quería sentarse en el fondo, pero todas las mesas estaban ocupadas.
La expresión de Joseph era apenada y estoica, aunque pareció un poco impresionado por la manera íntima en que las parejas bailaban. Se sentaron dentro de una cabina y _____ puso las botellas de cerveza vacías en un rincón tras ellos, despejando la superficie de la mesa. Entonces, con un suspiro, se acomodó en el asiento y simplemente absorbió la atmósfera.
—¿Qué opinas? —gritó sobre la música un rato más tarde.
La nariz se arrugó.
—Es… Interesante.
Los labios se estiraron, pero logró contener la sonrisa.
—¿Quieres beber algo?
Él dio una sola sacudida de cabeza.
—Bien, de acuerdo. Vuelvo en seguida. —Caminó con dificultad hasta la barra y cuando alcanzó la reluciente madera de caoba, Joseph estaba a su lado. Dos camareros estaban de turno, mezclando bebidas y abriendo cervezas. Una mujer se mantenía a distancia en la esquina, secando vasos de cristal; el brillante esmalte de uñas de color naranja reflejaba la intensa luz y el pelo era de un rico, profundo púrpura. Tenía un cigarrillo sujeto entre los rosados y brillantes labios; la ceja perforada y una hilera de sombreros de cowboy tatuados en el brazo derecho.
Pagó un ron con coca-cola para ella y una seven up para Joseph, sabiendo que no querría nada que contuviera –Lámelo–, a no ser que eso implicara una tina llena de mujeres desnudas. Los dedos se apretaron sobre el cristal ante la idea de él con otras mujeres. Prácticamente le tiró la bebida.
—Toma.
Uno de los camareros masculinos miró a Joseph dos veces, los ojos abriéndose cada vez más.
—¡Eh!, No es usted... Mierda santa. No me lo puedo creer. Hombre, usted se parece a Mike Calman, el mejor jugador que ha tenido nunca los Wyoming Wranglers. ¿Me daría un autógrafo? —Deslizó una servilleta sobre la superficie de la barra.
Las palabras Mike Calman hicieron que varias personas se dieran vuelta y miraran fijamente a Joseph. Siendo una ávida seguidora de los deportes, _____ había visto a Mike Calman conducir a su equipo a varias victorias importantes durante los últimos dos años, y no creía que Joseph se pareciera en algo a la célebre estrella del fútbol. Sin embargo, en unos segundos, un grupo entero le rodeaba, haciéndole preguntas como:
—¿Dónde está su anillo del Super Bowl? ¿Quién va a sustituir a Coach Garedy? ¿Piensa usted jugar para los Cowboys?
No tenía ni idea de lo Joseph contestaba, pero independientemente de lo que dijera, la gente estaba encantada. A los que se molestaron en echarle un vistazo, trataba de explicarles que no era un jugador profesional de fútbol, pero las protestas eran tomadas en broma. Finalmente, ya tuvo bastante y tiró de su brazo.
—Volvamos a la mesa, Mikey.
Asintió, aunque de mala gana.
Justo volvía a la mesa cuando, por el rabillo del ojo, vio a la mujer del pelo púrpura acercándose por detrás de la barra. Los ojos estaban llenos de intenciones, y ni siquiera el espeso y puntiagudo rímel, podía enmascararlo.
—¿Hay algo que pueda hacer por ti, dulce? —Le preguntó a Joseph. —No vemos a muchos jugadores profesionales de béisbol por aquí, pero estoy segura que puedo pensar en algo para mantenerte entretenido.
Las mujeres liberadas eran un fastidio, decidió _____.
—El Sr. Calman simplemente está aquí para relajarse. En privado.
La mujer mantuvo la atención sobre Joseph mientras la mirada se oscurecía por la decepción. De algún modo, fue todavía capaz de transmitir un interés caliente, sexual.
—¿Estás seguro, dulce? Soy realmente buena con... Las pelotas.
—¿Qué tienes en mente? —preguntó él.
______ se puso rígida. ¡Cómo se atrevía! Le había traído a Lubbock con toda la generosidad de su corazón. Le debía un poco de consideración. Y el quedar con una camarera pelandrusca no era su idea de consideración.
—Soy Rinnie, a propósito, y una gran admiradora suya. Juro sobre la Bandera Lone Star que nunca he visto a un jugador con tanta fuerza. —Apretó su bíceps con énfasis. —¿Le importaría subir?. Las muchachas querrán conocerle.
—No, no me importa.
—No sabía que tuviera acento. Es tan lindo. —Rinnie sonrió abiertamente, una amplia sonrisa que se extendió de oreja a oreja revelando los dientes delanteros ligeramente torcidos, pero aún así atractivos. —Venga. Le presentaré a algunas personas. La parte de arriba es la zona VIP y está reservada a las personas más importantes y usted, Mike Calman, es definitivamente VIP... Verdaderamente Impresionante Paquete.
Vanee LovatoD'Jonas
Re: El Principe De Piedra (Joe & Tu) -Adaptación-
Subieron, aunque por el ceño que Rinnie le dirigió a ella, supo que no era bienvenida. Los dientes de _____ se apretaron cada vez más a cada paso. Había una muchedumbre, una igual mezcla de hombres y mujeres, situados en un espacio grande, hablando y riendo. El área entera parecía más bien un restaurante que una barra. Las pequeñas y redondas mesas estaban situadas alrededor de un seductor bufete lleno de enchiladas, arroz, salsa de queso y patatas chips. La boca se le hizo agua, pero no hizo ningún movimiento para comer. Estaba demasiado ocupada vigilando al señor importante. Que la fulminara un rayo si no estaba siendo demasiado buena. Como un enjambre de abejas, todas las hembras se arremolinaron alrededor de Joseph como si fuera un jarro lleno de miel y tuvieran que comérselo o morir.
Rinnie hizo las presentaciones.
—¡Eh! Escuchad. Estoy segura de que ya sabéis quién es éste magnífico hombre, así que no me molestaré en presentarlo. Simplemente sed muy buenos, así volverá para visitarnos. — Se inclinó sobre Joseph. —Avíseme si necesita algo, cualquier cosa. Estaré justo abajo.
De repente todos quisieron un pedazo de Mike Calman.
Durante la siguiente hora, Joseph habló y rió con cada uno de ellos menos con _____, absorbiendo toda la atención como si fuera el oxígeno necesario para vivir. Echando humo, apoyó una silla contra la pared en la parte de atrás y se dejó caer en ella. De vez en cuando un hombre valiente se acercaba y coqueteaba con ella, pero sus réplicas cortantes combinadas con las fulminantes miradas tipo disponte-a-morir que les dirigiera Joseph, provocaba que todos los hombres se marcharan precipitadamente. Una vez que se encontraba sola otra vez, Joseph volvía la atención a la mujer con la cual coqueteaba en ese momento, olvidándose de ella.
No estaba exactamente segura de lo que pretendía. ¿Darle una lección, quizás por terminar con el beso demasiado pronto? ¿Demostrarle que si no lo agarraba rápidamente, otra más lo haría? Oh, sí, eso era exactamente lo que pretendía, comprendió cuando lo miró y, realmente, examinó los ojos. Estos reflejaban una dura y afilada determinación, no placer. Señor ¿Cuántas veces había visto a sus hermanos hacer eso mismo con sus mujeres?
Bien, podía enseñarle a Joseph una lección. ¡Estaba más que demostrado que ______ James era una experta en el Juego de las Citas! Lamentablemente, ya había espantado a la mayor parte de los hombres que había en la habitación, así que las opciones eran limitadas pero, de todos modos, le hizo señas a un hombre bajito, regordete que tenía una sonrisa que decía soy-muy-flexible.
Se le unió, impaciente.
Joseph observó a _____ interactuar con el recién llegado; sonreía, reía y actuaba como si hubiera estado perdida en el desierto durante un año entero y el hombre rechoncho pudiera ofrecerle agua. Una oscura furia se alzó en su interior, tan potente que ansió tener la larga y afilada espada a mano. Vio como el hombre deslizaba el brazo sobre los hombros de _____... Era hombre muerto si no le quitaba ese miembro ofensivo inmediatamente.
_____ dijo algo al hombre marcado-para-morir. Las mejillas de éste se volvieron rojas y se alejó enfadado.
Joseph se relajó. Mejor. Mucho mejor. Por sus propias acciones, _____ le pertenecía. Lo había besado, le había permitido dormir al lado de su cama, hasta le había escuchado mientras le hablaba de su familia. No permitiría vivir a ningún otro hombre que se atreviera a tocar a la que sería su compañera de vida.
Algo acarició su mandíbula. Giró un poco y desvió la atención, frunciendo el ceño. La mujer que estaba a su lado era persistente, trazando el rostro con la yema del dedo. Ya le había ofrecido el uso de su cama tres veces, incluso había resbalado una llave en el interior del bolsillo. Murmuró algo rápido e impersonal en su dirección, y luego giró de nuevo y contempló a _____. Fruncía el ceño, pero estaba sola.
En ese mismo momento, alguien empujó una botella de cerveza en la mano de _____. Dejó a un lado el vacío vaso de ron con cola. No tenía sed, pero cuanto más miraba disimuladamente en dirección a Jorlan, más se imaginaba en un ring de boxeo con todas las mujeres presentes, así que bebió. Profundamente. Nunca le había gustado el sabor de la cerveza, pero antes de que se diera cuenta, había consumido cuatro botellas.
Una camarera llegó con una bandeja llena de chupitos y de nachos.
—En honor a Mike —dijo. Los aplausos se extendieron por toda la sala y se encontró cogiendo un chupito, luego otro, sin mirar a los nachos una segunda vez, Joseph, notó, ni siquiera bebió un sorbo del agua, ya que tenía la mirada demasiado ocupada en ella. ¿Había aprendido ya la lección? No lo bastante bien, supuso. Arqueando una ceja, lo miró de arriba abajo y levantó el chupito en un saludo silencioso, un saludo que decía muérdeme. Una morena patas-largas, que llevaba una minifalda elástica, y un top minúsculo, saltó juguetonamente en su regazo.
De todos modos, ¿Quién se creía que era? Hacía una hora había intentado entrar en sus bragas. Hacía tres días... ¿O eran cuatro? Da igual, le había pedido que se casara con él. Ella le había dicho que no. Gran idea. Pero eso no significaba que tuviera derecho a coquetear con otras mujeres.
Antes de que pudiera evitarlo, tenía un buen cabreo.
Se puso de pie, tambaleante, y se propulsó hacia la apretada pareja, señalando a la mujer con un dedo inestable. ¿Cuándo se habían vuelto sus manos inestables? —Escucha— gritó. El elevado ruido amortiguó la dureza. —La última mujer que jugó este juego con él, terminó en el hospital.
—¿Por qué? —Preguntó la mujer con una pequeña, tintineante risita. Obviamente, creía que bromeaba. Se echó sobre el hombro el largo y lustroso cabello. —¿La lamió hasta morir?
Los ojos de _____ se estrecharon.
—No. Le rompí todos los huesos del cuerpo y me comí los órganos para desayunar. —Lo dijo con una seriedad mortal y con una mirada glacial.
La morena se levantó de un salto como si Joseph, de repente, se hubiera transformado en desechos nucleares.
—Ahora vamos a bailar —le ordenó a Joseph.
Un malicioso destello iluminó los ojos, y se puso de pie, ofreciéndole la mano. La cogió, mirando ferozmente a su alrededor por si acaso alguien decidía protestar y de una zancada, bajaron y se dirigieron a la pista de baile. Aunque, por lo visto, tenía que sostenerla todo el rato. En el tiempo que había pasado arriba, el nivel inferior de algún modo se había inclinado, y cada vez que se movía, la cabeza daba vueltas.
—Esa ha sido una auténtica demostración, mujer guerrera.
—¿Te ríes de mi?
—Sí.
Bueno, al menos era sincero. Suspirando, descansó la cabeza sobre su hombro.
—¿Sabes, Joseph?. Eres demasiado sexy —Los labios se apretaron. ¿Por qué había admitido eso en voz alta?
La ronca risa retumbó contra su pecho.
—Dime más. Dime lo que te gusta de mí.
Por cualquier razón, eso sonó como una buena idea.
—Bien, eres alto. Creo que es tan sexy.
—¡Um! ¿Qué más?
—En casa, aquella primera noche, cuando estabas desnudo, no puede evitar observarte y en todo lo que pude pensar fue en lo grande que eras y lo maravilloso que sería sentirte profundamente enterrado en mi interior.
Se quedó quieto. Los brazos, que estaban sujetándola de la cintura, tiraron de ella más cerca, apretándola en un abrazo.
—Es muy interesante, ese deseo tuyo.
—¿Quieres que te diga tus defectos? Son malos, muy, muy malos. —No le dio tiempo a contestar. —Eres un extraterrestre. —Se puso de puntillas y le miró airadamente, acusadora. —¿Porqué tienes que ser un extraterrestre? —Demasiado pesada como para mantenerse firme, la cabeza chocó de nuevo contra su hombro. Suspiró, la decepción y necesidad escapando de los labios con ese firme soplo.
Él arqueó una ceja.
—¿Qué más crees que hay de malo en mí?
La frente se arrugó.
—No lo recuerdo.
—¿Por qué haces girar el cuarto? Estoy enferma ¿Sabes?
—¿Enferma? —La palabra salió de los labios con la fuerza de un tornado. — ¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Deberíamos llevarte a un curandero? —Los ojos eran del color de una noche sin estrellas, tanto azules como negros, casi irreales.
—Un curandero no puede ayudarme. —Los dedos se engancharon en la cinturilla de sus vaqueros. —Mi enfermedad es fatal.
—Tanto si quieres como si no, irás a mi mundo, _____, y te buscaré un curandero. — Los brazos la sostuvieron tan fuerte que no podía respirar. —No escucharé más protestas.
—Sé que sólo dices eso porque no quieres que me muera antes de que me enamore de ti. Pero ¿Y si no puedo? Quiero decir ¿Y si soy incapaz de amar a un hombre? ¿Alguna vez pensaste en eso? Muerta por el Síndrome de la Primera Cita, después de todo ¿Alguna vez lo has oído?
—¿Te mueres por el Síndrome de la Primera Cita? —Preguntó incrédulo.
—Así es.
Gruñó por lo bajo en su oído.
—No vuelvas a hacer esto, mujer. Creí que estabas realmente enferma.
—Lo estoy. Estoy enferma de la cabeza. Nunca he seguido adelante después de la primera cita. Tal vez, si fueras de aquí, saldría contigo en una segunda cita. Luego, quizás, te amaría. —Mientras le acariciaba la espalda lentamente, le contó algunas de las horribles tardes que había tenido que soportar. Una vez, creyó que rió bajito, pero sabía que se confundía. Hablaban de algo muy serio, algo que afectaba su vida entera. Pero la cabeza daba vueltas de modo incontrolable, y se olvidó de lo que quería decirle.
—Joseph —susurró. —Creo que voy a desmayarme.
Y lo hizo, deslizándose hacia abajo en una oscuridad empapada por el licor.
De algún modo, Joseph no tenía ni idea de cómo, logró conducir a _____ a un alojamiento cercano sin que ninguno de los dos muriera. El transporte no fue fácil de manejar, pero tampoco lo fue la roncadora _____. Tuvo que pagar por una nueva cámara con el papel verde de _____, ya que no consiguió recordar la ubicación del primer alojamiento.
Mientras la llevaba a su nuevo cuarto, _____ gemía de vez en cuando, y se culpó de su estado.
La había visto consumir el suero de verdad –Lámelo– y aún así no había hecho nada para pararla. Llevaba mucho tiempo queriendo interrogarla, queriendo descubrir los verdaderos sentimientos hacia él. Sólo que se había desmayado antes de que pudiera investigar a fondo.
Pese a todo, había aprendido algunas cosas interesantes.
La mujer le creía de su propiedad. Ese conocimiento era más potente que cualquier poción curativa, y rió cuando recordó el modo en que había amenazado a aquella mujer morena. Había creído que Maylyn lo amó, pero jamás había sido posesiva con él. Se había conformado con el tiempo que le dedicaba, indiferente si pasaba tiempo con otra hembra.
La posesividad de _____ fue, en realidad, una vista gloriosa. Observar su rostro mientras desafiaba a la morena, había causado que la sangre ardiera de deseo, y había querido desnudarla allí mismo y sumergirse profundamente en su interior, sobre la barra, mientras la música sonaba y el humo ondeaba a su alrededor, ocultándolos como un nicho.
Tales pensamientos podrían no ser buenos ahora mismo. Era tarde y tenían mucho que hacer por la mañana. Dentro de la pequeña y privada sala, despojó a _____ de la ropa, excepto de ese material negro que protegía su entrada femenina. Muy bonito. La tela oscura contra la pálida piel era la vista más erótica que alguna vez hubiera contemplado. Mientras le recorría el cuerpo con los ojos, el aire le quemó en los pulmones. Los pechos eran del tamaño perfecto para sus manos. La cintura curvada y redondeada en los sitios adecuados.
Una vez se fijó en las pecas que tenía sobre los hombros y se preguntó si tendría algunas más en otros sitios. Ahora lo sabía. Tres pecas perfectas salpicaban su estómago. La vista lo atormentó e hizo que el cuerpo se endureciera por todas partes. Quiso maldecir, ya que sabía que estas horas de la noche no le ofrecerían ninguna liberación, sólo una dulce especie de tortura.
Con cuidado la colocó en la cama. Después de desnudarse y sin nada encima excepto la piel, se subió a la cama, al lado de ella.
Sonrió durante toda la noche.
Esta era la almohada más caliente que alguna vez había tenido.
_____ se acurrucó más profundamente en el colchón, dejando que el calor de la almohada se filtrara en su carne. Deslizó la pierna hacia arriba, encontrando algo duro y caliente que se apoyó en la rodilla y suspiró contenta.
El olor limpio y único de Joseph la envolvía, permitiéndole saborear un pedacito de cielo. Se sentía tan a salvo, tan segura, que no quería abandonar nunca ese caliente refugio. La cabeza le dolía un poco, pero aparte de eso, se sentía maravillosamente bien.
En alguna parte de su conciencia, oyó el fuerte chasquido de un trueno en alza y la lluvia golpeando rítmicamente contra la ventana. En vez de atraerla hacia el sueño, el repiqueteo de la lluvia le ayudó a aclarar la neblina somnolienta de la mente.
Se estiró. Sonrió. Se estiró otra vez. ¡Um! Ese calor intenso, delicioso…
Se quedó inmóvil
¿Intenso?
¿Delicioso?
Los ojos de _____ se abrieron de golpe. Estaba prácticamente desnuda. Joseph estaba completamente desnudo. Y estaban en la cama. Juntos.
Y era bastante obvio que a su cuerpo le gustaba el contacto.
Discutió consigo misma si se quedaba acostada o corría en busca de una sábana. Finalmente, saltó lejos. ¿Qué había ocurrido anoche? Sabía que no habían hecho el amor porque su cuerpo se sentía igual. Aun así, había algo muy íntimo en despertarse en los brazos de un hombre.
La mirada acarició la dormida forma. Mordiéndose el labio, tiró de la sábana, mostrando más y más...
—Buenos días. —La sexy voz de retumbó a través del silencio.
¡Estaba despierto! Entrando en pánico, se agachó, llevándose la sábana con ella... Lo que dejó la desnudez a plena vista. Intentó no mirar; realmente lo hizo. ¡Pero wow!
—¿Qué haces en mi cama? —Exigió, más por su cordura que por otra cosa.
Indiferente ante el hecho de que los gloriosos músculos estaban desnudos para su escrutinio, la miró. La boca se curvó en una sonrisa perezosa. La clase de sonrisa que siempre precedía a los problemas.
—No estoy en tu cama. Tú estás en la mía.
—¿Cómo llegue hasta aquí? —Buscó por el cuarto y descubrió un entorno totalmente extraño. —¿Dónde estamos?
—Como no pude encontrar el lugar que escogiste, pagué una sala en este establecimiento. —Ronroneando como un gatito, se estiró, mirándola a través de los párpados medio cerrados. — ¿No lo recuerdas?
Sí, lo recordó de pronto y se lamentó por ello. Con la memoria de vuelta, le vino el recuerdo de cómo había actuado en el bar, de cómo había amenazado a una mujer por él y cómo se había desmayado en la pista de baile. Incluso había admitido lo sexy que le parecía. Las mejillas se calentaron. Girando dijo:
—Tengo que usar el cuarto de baño.
Joseph se sentó sobre la cama.
—Iré contigo.
—¡No, tú no vienes! —Dicho esto, cerró de un golpe la puerta de cuarto de baño y echó el cerrojo. —No tenías mi permiso para dormir conmigo —gritó a la barrera de madera.
—Te protegía —contestó.
No era estúpida. Sabía lo que había estado haciendo. Aprovecharse, eso hizo. Mirándose fijamente en el espejo, observó como los labios se curvaron en una sonrisa. Luego suspiró. Si no andaba con cuidado, aquel hombre iba a conseguir que le suplicara que la llevara con él a su planeta, aunque sólo fuera de forma temporal.
Vanee LovatoD'Jonas
Re: El Principe De Piedra (Joe & Tu) -Adaptación-
jajaja ...!! celos malditos celos lo admito si yo fuera rayita la mona pelos pintados ya no viviría !!
Deni rt
Re: El Principe De Piedra (Joe & Tu) -Adaptación-
Mañana la sigo! (:fernanda escribió:DIOS PERO QUE REGALADA , SÍGUELA!
Vanee LovatoD'Jonas
Re: El Principe De Piedra (Joe & Tu) -Adaptación-
Hhahahah xD >.<Deni rt escribió:jajaja ...!! celos malditos celos lo admito si yo fuera rayita la mona pelos pintados ya no viviría !!
Mañana la sigo
Vanee LovatoD'Jonas
Re: El Principe De Piedra (Joe & Tu) -Adaptación-
típico :.. yo como loca entrando por has comentado .. para q digas q mañana eso no es de dios ehhh
Deni rt
Re: El Principe De Piedra (Joe & Tu) -Adaptación-
Perdón por no haber subido, se me dificultoDeni rt escribió:típico :.. yo como loca entrando por has comentado .. para q digas q mañana eso no es de dios ehhh
Vanee LovatoD'Jonas
Re: El Principe De Piedra (Joe & Tu) -Adaptación-
CAPÍTULO 13
El nuevo amanecer había comenzado tan dulcemente con _____ entre sus brazos, que ahora lamentaba tener que dejar la sala alquilada. Quería engatusarla para que regresara a la cama, pero ¡Ay! Se había resistido tanto a abandonar el trabajo que sabía que no aprobaría más tardanzas.
Pero un día, pronto, iban a hacer el amor y nada podría detenerlos.
Se levantó de la cómoda y suave cama y se vistió. _____ salió un momento después y se marcharon. En la visita al nuevo psíquico, descubrió lo que había estado buscando desde que _____ lo despertó con su primer beso.
Magia.
La magia lo envolvió en el mismo instante en que entró en la tienda, llamada el Vórtice. El nombre ya debería haberle advertido de que estaba ante lo que necesitaba. Se detuvo un momento, aspirando la dulce esencia, como besada por la lluvia, tan parecida al aire de su patria. Tan parecida a _____. Pero aún así, estando de pie con el maravilloso olor en las ventanas de la nariz, tuvo problemas para creer que ese momento tan esperado había llegado. ¿Cuánto tiempo había rezado por esto? ¿Cuánto tiempo lo había deseado?
Demasiado tiempo.
Cuadrando los hombros, estudió la vivienda. La alfombra era beige, como las paredes. No había ninguna frivolidad o botellas expuestas en estanterías. El incienso no llenaba el aire. No, el lugar simplemente contaba con un largo y delgado mostrador.
Varias personas holgazaneaban sobre él, hablando, riendo e intercambiando información. Pero los pasó sin prestarles atención. Estaba demasiado absorto en el solitario hombre que estaba de pie tras el mostrador. Era bajito y tenía el pelo castaño claro, gafas en los ojos y unos pómulos tan altos y afilados que parecían que podían cortar el cristal.
—¿Es éste, verdad? —preguntó _____, de repente a su lado. Aquellas eran las primeras palabras que había pronunciado desde que se fueron de la sala alquilada. —Es éste —repitió, la voz cargada de un extraño tono que no pudo identificar. —Se siente diferente a los demás.
El comentario lo asombró, ya que ninguna magia corría por sus venas. No era un niño del Druinn y tampoco poseía el alma de un Ancients. Y aún así percibía, como lo hacia él, que el verdadero poder golpeaba dentro de estas paredes. Quizás no debería sorprenderse, había estado en armonía con sus sentimientos desde el principio.
—Es magia lo que sientes. La magia que puede llevarme a casa.
—¿A casa? —Dijo las palabras como si nunca las hubiera escuchado antes, luego se quedó otra vez en silencio. La intensa mirada recorrió el cuarto. Los rasgos parecían… ¿Tensos? No lo sabía, no era capaz de leer las emociones que brillaban tan intensamente en sus ojos.
—Esta magia no es nacida de tu mundo, sino del mío. —Joseph respiró profundamente. — La vibración es muy fuerte, la esencia simplemente única, casi familiar. Quien quiera que sea este hechicero, es muy poderoso.
—Ya veo.
Ahora reconoció aquel tono. Acusatorio. Le hablaba como si acabara de descubrirlo de pie ante un cadáver, con la espada en la mano. Se dio vuelta, cogiendo la barbilla entre las manos.
—Podríamos marcharnos hoy, juntos, si simplemente quisieras venir conmigo.
—Ya te he explicado mis motivos para quedarme. —La expresión era triste y resentida al mismo tiempo.
Los ojos se estrecharon.
—No puedo irme sin ti, _____. Lo sabes.
—Yo...
—Antes de que digas no otra vez, recuerda que no he visto mi casa en mil palmos. Te lo suplico. —Las palabras surgieron rígidamente. —Por favor. Ven conmigo.
—Si no fuera por la diferencia de tiempo, me marcharía contigo hoy, ahora, en este instante. —La humedad brilló en los ojos, y experimentó una punzada de culpa por empujarla tan insistentemente. Pero entonces parpadeó y desvió la mirada. —Lo siento. No puedo arriesgarme.
Sabía que pensaba en algo más que en arriesgarse a viajar a su mundo. Pensaba en el amor. No podía, no se arriesgaría a amarlo. Sintió que las nauseas subían por la garganta, sintió la frialdad de la piedra recorrerle. Se obligó a tranquilizarse. Tanto si lo negaba como si no, estaba avanzando con ella, y seguiría haciéndolo así, aunque tuviera que redoblar los esfuerzos. Rechazó incluso contemplar la posibilidad de que su amor floreciera demasiado tarde.
—Entonces nos quedaremos —se calmó. —Por ahora.
Lo miró fijamente con expresión suave, completamente femenina, que le hizo recordar los potentes besos... Todos los besos que ya habían compartido y todos los besos que compartirían.
—¿Todavía quieres encontrarte con ese hechicero? —preguntó.
—Sí. Sólo porque no nos vamos este día, no significa que no nos vayamos otro. Cogiéndola de la mano, dio un paso hacia el mostrador.
—Os doy la bienvenida —dijo el hombrecito, haciéndoles señas para que se acercaran.
—He venido para...
—Sé por qué está aquí —dijo el hombre. Empujó los cristales más altos sobre la nariz. — Sin embargo, no soy el que busca. No puedo ayudarle.
Ante eso, un sentido agudo de temor pulsó a través de Joseph.
—Alguien aquí puede ayudarme. De eso estoy completamente seguro.
—Sí. Hay alguien.
—¿Dónde puedo encontrar a ese alguien?
El hombrecito se alejó de la longitud de su brazo.
—Usted no puede. Él le encontrará... Si quiere.
Los dientes de Joseph rechinaron. ¡Maldita sea, le saldría algo bien en este día!
—Por ahora, deseo sólo hablar con el hombre, y lo encontraré tanto si quiere ser encontrado como si no. Y usted me ayudará. ¿Dónde está?
—Podría estar en todas partes, realmente.
Joseph agarró el borde del mostrador tan fuerte que casi se rompió los dedos.
—¿Donde Está Él? —La voz, enfurecida, salió como una afilada cuchilla.
El hombrecito palideció.
—¡Eh! ¡Eh! Alto ahí. No es el único que desea un viaje a casa. El señor Graig tiene muchas residencias diseminadas por todos los mundos y viaja mucho a través del vórtice. A veces se va por unos días, a veces por años, pero nadie, nadie sabe exactamente donde está o cuándo volverá.
—¿Cuánto hace que se fue en este último viaje? —preguntó _____ suavemente. Colocó la mano sobre el brazo de Joseph, y él se relajó.
—Nueve semanas más o menos.
Lo que no significaba nada, pensó Joseph, cerrando los ojos. Esperar, esperar, esperar. Las palabras abrasaron un camino a través del cuerpo. Estaba cansado de esperar las cosas que deseaba.
Los dedos de _____ apretaron suavemente su antebrazo. Estaba tan cerca que el aliento soplaba sobre su piel. Simplemente con eso, se relajó otra vez. ¿Cómo lo calmaba con tanta facilidad?
—Por lo que sabemos, el hombre podría volver mañana —dijo, el tono tan apacible como el toque.
Joseph asintió rígidamente.
—Tienes razón.
—Viajó esta vez para obtener algo de dinero —lanzó el hombrecito. —Estos viajes no son baratos, sabe.
—¿Cuánto es necesario? —Joseph observó tan intensamente al empleado que el hombre comenzó a moverse nerviosamente.
—Es, uh, diferente para cada uno. El señor Graig le dirá cuánto le pedirá a usted.
—No pagaré nada hasta que no me encuentre de pie en el suelo de mi patria.
—Comprensible.
—Bueno. —Cabeceó satisfecho, ya que había hecho todo lo que podía hacer. —Entonces diga al señor Graig que mi nombre es...
—No importa cuál sea su nombre. El señor Graig le encontrará. Estoy seguro de que ya sabe de su visita.
Frunciendo el ceño, Joseph pasó el brazo alrededor de la cintura de _____ y cruzaron de una zancada la puerta de salida.
Cuando la camioneta rodaba a través de la carretera, echó un vistazo a Joseph. Apenas había dicho ni una sola palabra desde que habían abandonado el Vórtice. Ahora mismo, su comportamiento entero gritaba –no me toques–. Sabía que estaba decepcionado, que necesitaba tiempo para hacerse a la idea de que debía prolongar la estancia, pero como le gustaba recordarle, el tiempo era su enemigo.
Tenía que haber algo que pudiera hacer para animarlo.
Pronto entraron en Dallas. Veinte minutos más tarde, metía con cuidado la camioneta por el tortuoso camino de entrada del Victorian. A Joseph le gustaba el trabajo físico, así que ¿Qué mejor manera de mantener la mente ocupada que poniéndolo a trabajar?
Aparcó la camioneta en el jardín y entrecerró los ojos. Un viejo, oxidado, y desconocido Dodge Dart, estaba aparcado en el frente de la casa.
Con curiosidad se mordisqueó el labio inferior. ¿Si el coche no perteneciera a uno de sus hermanos, a quién le pertenecía?
—¿Quién está aquí? —preguntó Joseph. Cada palabra reflejando las oscuras emociones que se arremolinaban en su interior.
—No lo sé —No había nadie dentro del coche, y no veía a nadie holgazanear sobre el césped. —No esperaba a nadie.
Encontró al dueño del Dart de pie en el porche. Frances, la camarera del café, junto a alguien más. Otra mujer –Heather comprendió _____– estaba parada a su lado, con la aburrida y despectiva mirada de siempre, abrigándose a sí misma con los brazos, como si el húmedo calor no la afectara.
—¿Qué ocurre? —le preguntó a Frances.
La camarera enroscó las manos y se miró fijamente los dedos.
—¿Dijiste en serio que querías que trabajara para ti?
No vaciló en la respuesta.
—Absolutamente. —No le gustaba contratar ayuda de empresas grandes, o incluso de agencias temporales; prefería tratar con gente que conocía, gente que necesitaba el dinero.
Frances parpadeó y sonrió, una sonrisa tan brillante que iluminó el rostro entero, borrando las arrugas y haciendo que resplandeciera de exuberante juventud.
—Entonces acepto. No puedo agradecértelo lo suficiente, _____. De verdad. Te debo un favor de los grandes.
—Sí —dijo Heather, el tono lleno de desdén. —Te lo agradece un montón.
La mirada de _____ se deslizó hacia la muchacha. Recordando que coqueteó con Joseph, le frunció el ceño. Heather la fulminó con la mirada.
Frances tosió discretamente.
—Uh ¿_____? ¿Puedo hablar contigo en privado?
—No necesito que tú... —comenzó Heather, pero Frances la cortó murmurado — Cállate. —Luego —Por favor _____.
Hirviendo de curiosidad, asintió.
—Sí, desde luego. —Pero odió marcharse, dejando a Joseph y Heather a solas y juntos. No importaba que Joseph fuera libre de hacer lo que -y con quien -quisiera, admitió que, ahora, lo consideraba de su propiedad. Tal vez debería conseguir un cartel que pusiera –Tengan cuidado – Posesión de _____– y colgárselo al cuello. Aunque, algunas mujeres, considerarían ese cartel como un afrodisíaco y se echarían a la persecución. Así que, simplemente, tendría que marcar a Joseph de otra manera. ¿Un tatuaje, quizás?
Mientras caminaba rápidamente con Frances hacia un lado de la casa, esquivando los charcos de lluvia a lo largo del camino, se imaginó el cuerpo de Joseph y todos los sitios en los que podía hacerle un tatuaje. Lentamente, formó una gran sonrisa. Sin embargo los pensamientos lascivos murieron en el acto, en el momento en que ella y Frances alcanzaron un rincón apartado.
—Heather es mi hija —soltó la camarera.
El shock retumbó a través del cuerpo y se quedó de pie, congelada
—¿Tú hija? Pero eso es imposible.
—Me temo que no —respondió suspirando— Realmente, de verdad es mía.
_____ masajeó la base del cuello. Intentó digerir la información, pero tenía problemas para imaginarse a la bromista Frances y a la deprimida Heather, emparentadas.
—He estado en la cafetería casi cada mañana durante tres semanas y ella también estaba, pero vosotras dos no hacíais caso la una de la otra.
—Ha tenido una vida realmente dura. —Frances cambió el peso de un pie a otro. —Su padre, mi ex, era un mal, mal hombre. Le hizo cosas, y yo no supe nada hasta que fue muy tarde. Cuando cumplió los doce, se escapó de casa. No tuve noticias suyas hasta hace aproximadamente un año. No le gusto mucho, pero ha estado quedándose conmigo, y vamos muy cortas de dinero. Yo... Yo… Pensé —Tartamudeó— Tenía la esperanza de que me contrataras, y que quisieras contratarla a ella. Juro sobre la tumba de mi ex, que se queme en el infierno, que podemos venir aquí directamente después de que salga de la cafetería. Y trabajaremos siete días a la semana si nos necesitas.
La mayor parte de la animosidad que _____ sentía hacia Heather se escurrió rápidamente, como si hubieran tirado un enchufe en una tina de agua. La imaginación lleno los huecos que la explicación de Frances omitía, y el resultado final no era agradable. El corazón le dolió por la niña que Heather había sido.
—¿Por qué me tiene aversión?
Los labios de Frances se apretaron.
—Nunca ha hablado de ello, pero puedo adivinarlo. Tienes todo lo que siempre ha querido. Tienes éxito y un hombre que te ama.
—Joseph no me...
Frances la cortó con un resoplido de auto-repugnancia.
—Odia mis tripas, también, si eso te ayuda. Si no la quieres alrededor, lo entenderé. Pero, aún así, todavía me gustaría el trabajo.
_____ probablemente iba a lamentarlo, pero dijo:
—Es tuyo, Frances. Y Heather, también.
Otra risa gloriosa iluminó la cara de la camarera.
—¿De verdad? ¿Lo dice en serio?
—Podéis comenzar mañana.
—¡Oh, _____, gracias! Heather realmente es buena con las flores y eso, y yo aprendo realmente rápido. Independientemente de lo que quieras que haga, lo haré.
Hablaron de a qué hora Frances y Heather deberían llegar, qué tipo de cosas harían, y cuánto dinero ganarían.
—Nunca podré agradecértelo lo suficiente, muñeca. —Las manos de Frances se sacudían con fuerza ante la alegría. —Juro que no lo lamentarás.
Espero que no, pensó mientras regresaban al porche.
Joseph y Heather reían sobre algo que ella había dicho. La muchacha estaba de pie, muy cerca. Demasiado cerca para la paz mental de _____, y sintió una punzada de pesar por su impulsividad. Frances corrió hacia la pareja y lanzó los brazos alrededor de su hija.
—Conseguimos el trabajo —cantó felizmente. —Tú y yo, ambas. —Riendo, dio vueltas alrededor.
Heather se apartó bruscamente, recibiendo las noticias con una media sonrisa.
—Hay diez reglas que olvidé mencionar —dijo _____. — Bueno, más bien son consejos de seguridad. —Le lanzó a Joseph una feroz mirada tipo no-digas-ni-una-palabra. —Y no son negociables —Cuando tuvo la atención de todo el mundo, comenzó. —Número uno, no intentéis arreglar algo sin que lo compruebe primero.
Dos cabezas femeninas asintieron en aceptación. Joseph, simplemente, cruzó los brazos sobre el pecho, y supo que esperaba que dijera la palabra por favor. —Número dos, aseguraos siempre de que el cuarto está correctamente ventilado antes de empezar a trabajar. Número del tres al diez, Joseph está prohibido.
—¿Joseph? —Heather arrugó la nariz. —Creía que era Hunter Rains, el tipo de la autoayuda.
—Pues creíste mal, su nombre es Joseph, y es mío.
Frances miró a Joseph con horror.
—No tienes que preocuparte de que intente hacer ningún tipo de movimiento para acercarme a él. Los hombres son como una Plaga Negra sobre la Tierra, ¿Por qué querría yo uno?
Joseph frunció el ceño.
_____ rezó para que Heather hubiera escuchado las sabias palabras de su madre.
—Bien entonces —dijo, frotándose las manos. —Me alegro de que esté todo aclarado. — Estaba a punto de cambiar de tema cuando Frances se dirigió a ella.
—Tengo un chiste para ti. Un marido mira a su esposa y le dice: tengo ganas de probar una nueva postura esta noche. Algo que nunca haya hecho antes. — La esposa le mira, pestañeando coquetamente, y le dice: —Una nueva posición suena maravilloso. Te puedes apoyar en la tabla de planchar y yo me estiraré en el sofá, bebiendo cerveza y tirándome gases.
Todas rieron entre dientes excepto Joseph, como era de esperar, pero la expresión tensa en el rostro no era debido a una simple irritación masculina, sino que parecía algo mucho más serio. Agudizando el ceño, sacó de repente una de las “armas” y exploró los alrededores.
—Percibo problemas —dijo.
_____ perdió la sonrisa y también observó las inmediaciones del porche. Agarrándola del brazo, la llevó hacia el otro extremo, hasta que estuvieron solos, pero sin dejar de buscar con la mirada.
—Aquí hay un hechicero.
—¿Estás seguro? —No sentía nada, no sentía en su interior esa débil agitación que sintió esta mañana, por lo que le preguntó—. ¿Es el señor Graig?
—No.
—¿Cómo sabes?
—Es un tipo de magia diferente. —Soltó un largo y profundo suspiro. —No percibo ningún peligro inmediato... Pero hay que ser cuidadoso cuando se trata con poderes ocultos. —Con eso, apoyó la espalda sobre la pared del porche y, sin otra palabra, se escabulló despacio, rodeando la casa.
—¿Eso era una espátula? —Preguntó Frances, con el rostro lleno de curiosidad.
—Sí —contestó, como si fuera absolutamente normal que un gigantesco hombre esgrimiera un utensilio de cocina como si fuera una lámina mortal—. Sí, lo era.
Vanee LovatoD'Jonas
Re: El Principe De Piedra (Joe & Tu) -Adaptación-
síguela niña quieres q muera ehh anda anda síguela !!!
Deni rt
Re: El Principe De Piedra (Joe & Tu) -Adaptación-
Si eso era lo que necesitaba esa tal Heather
tienes que seguirla!
espero que se queden juntos!
tienes que seguirla!
espero que se queden juntos!
fernanda
Re: El Principe De Piedra (Joe & Tu) -Adaptación-
Tranquis TranquisDeni rt escribió: síguela niña quieres q muera ehh anda anda síguela !!!
Nada mas termino de comer y subo!
Vanee LovatoD'Jonas
Re: El Principe De Piedra (Joe & Tu) -Adaptación-
Pronto lo sabrás!fernanda escribió:Si eso era lo que necesitaba esa tal Heather
tienes que seguirla!
espero que se queden juntos!
Nada mas termino de comer y subo!
Vanee LovatoD'Jonas
Re: El Principe De Piedra (Joe & Tu) -Adaptación-
Nada mas termino de comer y subo!helado00 escribió:Siguela por favor!!!
Vanee LovatoD'Jonas
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