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El Principe De Piedra (Joe & Tu) -Adaptación-
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Re: El Principe De Piedra (Joe & Tu) -Adaptación-
CAPÍTULO 14
Percen de Locke sonrió lentamente.
Por fin, después de una búsqueda aparentemente infinita, había encontrado a Joseph.
¡Él había encontrado a Joseph!
Desde luego, su hermano ya no era de piedra, sino de carne y hueso. La primera reacción de Percen ante aquel hecho fue enfurecerse, pero cuando lo observó interactuar con las mujeres mortales, aquella cólera se derritió y su risa creció. Joseph era libre, pero sólo durante un tiempo. El hechizo todavía no había sido completamente roto, los grilletes aún estaban fuertemente encadenados alrededor de su hermano ¡Maravilloso! Joseph debía sentirse desesperado por el amor de su salvadora, sabiendo que el plazo se acercaba rápidamente.
Percen quería bailar sobre la hierba, pero no podía, ya que su torcida pierna se lo impedía. Quería reírse y gritar su éxito al mundo, pero no podía, ya que deseaba mantener su identidad oculta.
Al menos por ahora.
Aunque, de algún modo, Joseph ya lo había percibido. El maldito guerrero ahora estaba en guardia, buscándolo. De hecho, él cruzaba a zancadas la casa, determinado a descubrir quien lo observaba. Él saltó a Percen una vez, incluso dos veces, pero no lo descubrió. Percen no pudo contener una pequeña carcajada.
No puedes atraparme, cantó por dentro, imitando a los felices niños que, ese mismo día, escucho jugar. Aquellos niños habían parecido tan despreocupados, que él se había quedado hechizado, aprendiendo sus palabras. Esas palabras que ahora su mente repetía con aire de suficiencia. No puedes atraparme. No puedes atraparme, soy el hombre de jengibre.
Ah, qué juego tan divertido. Nunca había jugado a juegos de niño. No, siempre hubo un hechizo que aprender, un conjuro que realizar. Siempre hubo castigos que soportar y hechiceros que entretener. Un futuro sumo sacerdote deber ser correctamente educado en todos los aspectos de la vida. La voz severa de su tutor resonó en su cabeza, una voz que todavía conseguía que se estremeciera de horror.
No, nada de juegos para él.
Su hermanastro había llevado una vida tan maravillosa, mimado por el rey y todos sus criados, mimado por su madre y adorado por todas las mujeres. Joseph no sabía nada de dolor y sufrimiento. ¡Nada! No sabía lo que era ansiar algo con cada fibra de su ser, y aun así, ser incapaz de conseguirlo.
Pero se lo enseñaré, pensó Percen sombríamente. Sí, esta vez se lo enseñaré.
Su hermano dio la vuelta a la esquina y regresó junto a las tres mortales. Aunque una mueca estropeaba los perfectos labios del perfecto guerrero. ¿Cuál de las tres mujeres era responsable de la ruptura de la maldición? se preguntó Percen, así comenzaría el castigo de Joseph con ella. Inmediatamente miró a la más joven. Con su glorioso pelo rojo y sus grandes ojos marrones, era, sin duda, la más hermosa, como una exquisita escultura tallada. La siguiente mujer era lo suficientemente mayor como para ser la madre de Joseph, y la última era demasiada alta y corriente. Percen pensó en estudiar a cada una, calcular cuáles eran sus reacciones hacia Joseph y viceversa, pero sus ojos no dejaban de volver a joven belleza. Ella era la clase de mujer que siempre tuvo deseos de poseer, sostener en sus brazos, amar y apreciar.
Pero, sin embargo, las de su clase nunca lo desearon.
Incluso sabiéndolo, el deseo comenzó a agitarse en su interior. Caliente, cargado de tanta necesidad que, durante un momento, superó y ocultó la principal razón por la cual estaba allí. Con tan sólo mirar los suaves rizos que caían sobre su frente, su sangre ardió y su cuerpo se endureció. Aunque cada uno de sus movimientos parecía viva pasión, había algo casi vulnerable en ella. Algo triste. Algo qué tiró de sus más profundos anhelos.
La muchacha echó un vistazo a su alrededor, como si pudiera sentir su escrutinio. De improviso, su mirada conectó con la suya. Azul contra marrón. Deseo contra confusión. Casi se le doblaron las rodillas ante la intensidad del deseo que barrió a través de él. Ella no miró lejos, le sostuvo la mirada y, lentamente, le ofreció una sonrisa.
Él tomó aliento. ¿Podía verlo?
No, ella no podía, ya que sus hombros se encorvaron ligeramente, y su sonrisa palideció. Su mirada se movió hacia el pasamanos que estaba a su lado.
¿Era la amante de Joseph? ¿La había tocado él, se había enterrado profundamente entre sus muslos? Percen frunció el ceño ante aquellas imágenes que inundaron su mente. Desde luego su hermano la había probado. ¿Qué hombre huiría de semejante hermosura? No, Joseph, seguramente, conocería cada parte de su cuerpo. Bien, esa era razón suficiente para que Percen la tuviese.
Frunciendo el ceño y con una sonrisa depredadora, Percen golpeó ligeramente el dedo contra su barbilla. ¿Cómo debería atraer a la chica? Su fealdad causaba que hasta el más valiente de los estómagos se revolviera. ¿Magia, quizás? Sí, él podía usar el mismo hechizo que había usado toda su vida para atraer a las mujeres a su cama, un hechizo que hacía que los demás lo vieran como el hombre que quería ser, no el hombre que realmente era.
Sus ojos se entrecerraron cuando el objeto de su pregunta acarició con la punta del dedo el brazo de Joseph. Éste le dirigió una mirada interrogativa, luego rió, como diciéndole, sin palabras, que continuara.
Percen se frotó las manos. Ah, esto iba a ser divertido. Muy divertido.Vanee LovatoD'Jonas
Re: El Principe De Piedra (Joe & Tu) -Adaptación-
CAPÍTULO 15
El día transcurrió rápidamente para Joseph. Trabajó mucho, habló poco, y permaneció alerta todo el tiempo. Cuando por fin él y ______ entraron en su casa, fue incapaz de relajarse, pese a que la sensación de ser observados finalmente había disminuido. Por eso, y como quería pasar un rato a solas para pensar en lo que había ocurrido, sin decirle nada a _____, entró en la sala de baños, se desnudó y se metió en la tina. El agua caliente cayó sobre su cuerpo desnudo como un calor líquido, casi como una caricia.
La presencia que había sentido hoy… había algo que no encajaba. Aunque no podía decir, exactamente, qué era lo que le molestaba de aquel asunto. Presionó la frente contra el fresco y húmedo azulejo. Al principio había creído que la presencia era de un hechicero, pero cuanto más pensaba en ello, más se convencía de que lo que había sentido era algo relacionado con la magia. Algo relacionado con su hechizo de piedra.
Cada día que pasaba, el poder del hechizo crecía con fuerza, listo para reclamarlo. Él no podía dejar que sucediera, y sabía lo que tenía que hacer para impedirlo. Era por eso que debía forzar a _____ a afrontar lo que se cocía a fuego lento entre ellos.
Su mente fue a la deriva hacia atrás, hacía lo que había ocurrido durante el día. Después de que Frances y Heather se despidieran, él y _____ habían trabajado dentro de la vieja casa durante unas cuantas horas más. Había disfrutado cada momento que pasaron juntos, sobre todo del modo en que sus ojos se deslizaban continuamente por su cuerpo, llenos de deseo. Pero ella nunca le pidió que la tocara. No, simplemente le preguntó más cosas sobre su pasado.
¿Cómo había ocurrido la maldición? había querido saber.
Él le explicó que mientras estaba acostado, aunque no le dijo que había estado con Maylyn, un criado se había precipitado dentro, gritando feliz de que un hombre le esperaba abajo y que aseguraba saber quien había matado a su padre. Como Joseph había buscado durante meses sin resultados, le dio la bienvenida a cualquier información, impacientemente.
Había saltado de la cama sin pensar por un segundo en Maylyn.
Pero, al instante, Percen se materializó.
Maylyn, desenredándose de las sábanas de lino, y en toda su gloriosa desnudez se había reído, oh, tan dulcemente y luego había usado su poder de hechicera para paralizar los pies de Joseph en el lugar. En ese momento, se dio cuenta de que todo lo que ella había dicho o hecho, había sido una mentira, y la odió por ello. Ella había sido la aliada de Percen todo el tiempo. Intentó alcanzar su arma a la vez que su hermano le lanzaba el hechizo de piedra. Al instante, la carne de Joseph se endureció, mientras que él era aún consciente de todo, sentía y veía todo a su alrededor.
Cojeando, Percen estudió la piedra por cada ángulo. Se rió, un sonido lleno de la más completa alegría
—Sé que me oyes. —Dijo arrastrando la punta de su dedo por el pecho de Joseph—. Ya he conseguido acabar con el hombre que hay debajo, y la respuesta al mayor misterio de Imperia morirá conmigo.
Percen emitió un largo y profundo suspiro cargado de falso sufrimiento.
—No te preocupes, hermano mío. Hay esperanzas para tu libertad. Cuando considere que ya sufriste como estatua el tiempo suficiente, permitiré a Maylyn besarte. Después de eso, tendrás dos ciclos para ganarte su amor. —Se rió con una risa parecida a cristales rotos—. Imagínate. Ella te traicionó, y aún así tendrás que hacerle la corte o perderás tu libertad para siempre.
_____ lo había escuchado atentamente, incluso lo había abrazado con fuerza después, pero cuando él le preguntó sobre su pasado, sobre su vida, ella se alejó, de pronto, muy ocupada. Había hecho lo mismo todos los días que habían pasado juntos y él creía entender el por qué de esa reacción, aunque no le gustaba. Compartir cosas de uno mismo creaba un vínculo y se reabrían heridas que se creía erróneamente curadas. Pero ella entendería, tal y como él lo hacía, que ellos no podían negarse su pasado.
También aprendería que no podía negar su futuro.
Mientras Joseph se bañaba, _____ preparaba la siguiente etapa de su seducción.
Sus dedos temblaron nerviosamente cuando encendió las velas perfumadas con olor a jazmín sobre el aparador. Las llamas parpadearon perezosamente en la oscuridad, entrelazando las sombras y la luz, y arrojando un manto de encaje por la habitación. Ella quería que el ambiente sugiriera promesas sublimes y necesidad carnal, donde cada sombra alimentara una insinuación del placer que estaba por venir. Siguiendo el consejo de Nick, no llevaba nada debajo de la bata. Los condones, la cuerda, las esposas y el lubricante estaban al lado de su cama, sobre una mesita redonda.
La atmósfera era perfecta.
Sólo necesitaba los últimos retoques…
El agua dejó de escucharse mucho antes de lo que esperaba.
_____ se congeló.
Pasó un minuto, luego otro. Y otro. De la alejada esquina de su dormitorio, ella observó a Joseph salir del cuarto de baño, con una toalla de algodón blanca alrededor de su cintura y las espirales de vapor alzándose sobre él, enroscándose hacia el techo.
Ella tragó aire, recitando para sí misma. Puedo hacerlo. Puedo.
—¿Joseph?
Los pasos resonaron en el limpio suelo mientras lo observaba acercarse. Se paró en la entrada. La luz de la vela iluminaba el lugar exacto de la habitación en que él estaba de pie, rindiéndole tributo, haciendo que la perfección de su piel brillara como el bronce. Su intensa mirada la examinó lentamente, deliciosamente. Ella no dijo nada, simplemente esperó. Entonces su mirada chocó con la suya. Él debió de adivinar sus intenciones porque inhaló bruscamente, haciendo que las ventanas de su nariz llamearan. De pronto, él poseía la calma evidente de un depredador, justo antes del ataque. Al instante, sus rasgos eran ilegibles.
—¿Sabes, ____? —Dijo él suavemente—, he estado pensando—. La miraba como si tuviera todo el tiempo del mundo, inclinado sobre el marco de puerta—. Hemos hablado de mi vida, de mi pasado, pero nunca hemos hablado del tuyo.
—¡Oh! —Ella apartó la mirada, con la culpa grabada en su cara—. ¿Qué quieres saber?
—Puedes comenzar diciéndome las cualidades que deseas que tu compañero de vida posea.
Ella lo miró de nuevo.
—Si me estas pidiendo que me case contigo otra vez, yo...
—Sólo es curiosidad.
¿Ella quería hacer el amor con él, y él tenía curiosidad sobre su futuro marido? Enfadada, le contó más de lo que probablemente pretendía.
—Quiero a un hombre que me ame por la mujer que soy, no por la mujer que él quiere que sea. Y quiero a un hombre que me ame para siempre.
—Ya veo.
Un comentario tan simple la decepcionó. En algún rincón de su mente, quizás, había esperado que dijera yo soy ese hombre.
—¿En cuanto a ti? ¿Qué buscas en una esposa? Además de lo obvio.
—Una mujer con espíritu y coraje. Una mujer que me fascine y haga que mi cuerpo lata de infinita necesidad... que me haga olvidar.
Los celos le recorrieron la espina dorsal. Ella no quería pensar en esa mujer anónima que un día sería su compañero de vida. Katie sólo quería pensar en el aquí y ahora.
—No quiero hablar más, Joseph.
Sus cejas se arquearon.
—Entonces, ¿qué quieres hacer?
—Hazme el amor. Toda la noche. —Extendió la mano en invitación—. Hasta que ninguno pueda moverse.
En vez de correr y cogerla entre sus brazos, contestó.
—¿Estás segura de que eso es lo que quieres, ____? —Había en su tono un borde afilado que sugería que ella debía de estar de acuerdo, y mientras esperaba su respuesta, sus ojos se volvieron fríos, acusadores. El brillo cristalino que normalmente iluminaba su interior se volvió de un zafiro oscuro—. Me has rechazado tantas veces.
—Estoy segura de que es lo que quiero. Hasta compré algunas cosas. —señaló la mesita con una ondulación de su brazo.
Con su expresión todavía ilegible, él cruzó la habitación. Pero no se acercó a ella. No, se sentó en el filo de la cama, delante de la mesa e inspeccionó sus compras. Con sus labios formando una dura línea, probó la resistencia de la cuerda y luego la dejó de lado. Él alzó las esposas.
—¿Qué planeabas hacer con esto?
—Atarte a la cama. —Su corazón se aceleró ante la idea, los dedos de sus pies se curvaron y su nerviosismo aumentó.
—Quizás seré yo quien te ate a la cama. —Hizo una pausa, luego sonrió lentamente—. Sí, me gusta cómo suena eso. Tenerte sujeta a mi voluntad. —Volvió a dejar las esposas sobre la mesa y tocó una caja de condones—. ¿Qué es esto?
—Condones.
Su frente se arrugó por la confusión.
Ella le explicó las consecuencias del sexo sin protección.
Mitad divertido, mitad serio, soltó un suspiro.
—Yo sólo podría darte un niño si estuviéramos unidos de por vida, _____. Así es como ocurre en Imperians.
—¿De verdad? ¿Entonces no tengo que preocuparme de eso?
Él sacudió levemente la cabeza, enviando varios mechones de pelo negro sobre su frente.
—Bien, entonces —dijo entrecerrando sus pintados ojos y luchando contra su creciente nerviosismo—, tienes mi permiso para pasar al siguiente nivel.
—No, creo que aún no. —Levantó la bolsa del suelo, cogió el tubo de lubricante y lo estudió por todos lados—. ¿Y esto?
—Debe ayudar... —No, así no podía explicárselo—. Eso alivia... —No, así tampoco—. Hace que una mujer se humedezca.
Su sonrisa se borró por completo.
—Yo hago que una mujer se humedezca, _____ —gruñó—. Qué artículo tan ridículo. Esto... —él miró el tubo con repugnancia— no es necesario. —Sin darle tiempo a contestar, arrojó el tubo sobre su hombro y la llamó con el dedo para que se acercara—. Ahora ven aquí.
Vanee LovatoD'Jonas
Re: El Principe De Piedra (Joe & Tu) -Adaptación-
ohh es su hermano la presencia q sintió y luego adksfhaksj ff O NO!! kafddvsj SIGUELA!
Deni rt
Re: El Principe De Piedra (Joe & Tu) -Adaptación-
New Reader!!!! siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa:wut:
@ntonella
Re: El Principe De Piedra (Joe & Tu) -Adaptación-
:lloro: :lloro: :lloro: :lloro: :lloro: :lloro:
:wut: :wut: :wut: :wut: :wut: :wut:
:wut: :wut: :wut: :wut: :wut: :wut:
@ntonella
Re: El Principe De Piedra (Joe & Tu) -Adaptación-
Ya la sigofernanda escribió:DIOS SÍGUELA!
Vanee LovatoD'Jonas
Re: El Principe De Piedra (Joe & Tu) -Adaptación-
Ya la sigo!Deni rt escribió: ohh es su hermano la presencia q sintió y luego adksfhaksj ff O NO!! kafddvsj SIGUELA!
Vanee LovatoD'Jonas
Re: El Principe De Piedra (Joe & Tu) -Adaptación-
Holi Bienvenida! Que bueno que te gusta :hug:@ntonella escribió:New Reader!!!! siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa:wut:
Vanee LovatoD'Jonas
Re: El Principe De Piedra (Joe & Tu) -Adaptación-
Ya la sigo!@ntonella escribió::lloro: :lloro: :lloro: :lloro: :lloro: :lloro:
:wut: :wut: :wut: :wut: :wut: :wut:
Vanee LovatoD'Jonas
Re: El Principe De Piedra (Joe & Tu) -Adaptación-
Eso es, pensó ella. Llegó el momento.
Inexplicablemente, de pronto, la calma la inundó. Eso era lo correcto. Tan correcto. De hecho, era como si ella sólo hubiera existido para este momento, para este hombre. Ya no podía negarlo más como no podía negar que necesitaba aire para respirar.
Llena de una mezcla embriagadora de deseo y anticipación, cerró la distancia entre ellos. Sus manos la agarraron por la cintura, colocándola entre sus muslos. Su aliento caliente y suavemente perfumado a menta, beso la V de su bata.
—Podría darme prisa y acabar pronto con esto —dijo él, su voz acerada con la determinación—, pero ahora que este momento ha llegado, voy a tomarme tiempo contigo, saborear cada toque. Cada sonido. —Sus ojos destellaron con una emoción que ella no pudo identificar—. No quiero juegos esta vez. Sólo tú y yo.
—Sí. —Las palabras salieron como un suspiro, entrecortadas—. Sólo tú y yo.
—Después… jugaremos después —su mirada se deslizó lentamente por su cuerpo y luego la miró fijamente a los ojos. El calor, el deseo y la pasión ardían juntos en sus profundidades azules.
Pasó un segundo, un mero susurro de tiempo, antes de que sus labios tocaran los suyos. Su lengua se deslizó en su boca con narcótica y exótica lentitud, consumiéndola. Antes, cada vez que la besó, se sintió como lava fundida. Ahora él era como el agua, y ella el desierto, desesperada por cada gota que él le ofreciera.
—Tienes que saber —dijo él, retirándose para mirarla a través del espeso escudo de sus pestañas—, que cuando sentí la piedra desvanecerse, no fue la venganza o mi hogar lo primero que ansié. Fuiste tú.
Aquellas palabras se deslizaron sobre ella, apacibles, maravillosas, y oh, tan esperadas.
—Yo también te deseaba.
Él pronunció una risita suave.
—Si hubiéramos seguido nuestros instintos, nos habríamos ahorrado muchas frustraciones.
—Estoy segura de que habríamos hecho el amor una y otra vez. En el jardín, en la camioneta, en el cuarto de baño.
—En la cámara alquilada —añadió él afectuosamente—. Sus manos recorrieron lánguidamente sus costados y ahuecó su mandíbula. Él le dio unos pequeños besos y mordiscos sobre su nariz, ojos y barbilla—. Por supuesto, ya sabes que no estaré satisfecho hasta que no te posea en todos esos sitios.
El calor resbaló por su espalda.
—¿Me lo prometes?
—Oh, sí. Tienes mi palabra, y mi palabra es mi honor.
Con cuidado tiró de su cabeza hacia abajo para otro beso. Mientras su lengua hacía su magia, la empujó hacia su regazo, extendiendo sus muslos y enganchando sus piernas alrededor de su cintura hasta que quedó sentada a horcajadas sobre él y completamente encajada en su erección. Su boca nunca se separó de la suya.
En esa posición, ella notó que estaba increíblemente excitado, que él era enorme, grueso y duro... y que ella había causado esa reacción. Ella, una mujer demasiado alta, demasiado mandona y que carecida de las gracias femeninas, había llevado a ese seductor hombre a tan potente excitación. Aquel conocimiento le dio poder, un poder que era muy, muy embriagador.
Sin cesar el beso, Joseph la exploró tranquilamente, prolongando su placer, quemándola un poco más. Él dejó a su lengua remontar el contorno de sus labios, dejando un fuego a su estela. Su mano se extendió sobre su clavícula, tan ardiente, tan incitadora, como si en un instante fuera a deslizarse al interior de su bata y cogerle el pecho.
Pero esa fuerte y masculina mano se quedó inmóvil, mofándose, burlándose... atormentándola.
Pasó un segundo, luego otro, su pezón se endureció ante la expectativa y raspó contra la tela de su bata. Su cuerpo empezó a dolerle ante la necesidad del calor de sus manos, cualquier parte de sus manos. La punta de sus dedos, su palma encallecida. Algo, algo excepto la espera, la necesidad. Ella ya sentía como una cuerda invisible se estiraba desde sus endurecidos pezones a su clítoris, y si él simplemente tocaba íntimamente el latido de su entrepierna, culminaría con una arrolladora liberación.
Ella se arrancó de su beso.
—Joseph…
—___-__ —volvió a tomar posesión de su boca, ahogando sus palabras. Sus dedos renovaron su camino hacia abajo, al centro de su bata y ella pensó, ¡Sí! ¡Eso es! ¡Va a darme lo que necesito! Pero él simplemente acarició la tela, sin llegar a tocar realmente la piel.
Durante los anteriores días, ella ya había sufrido la excitación demasiadas veces sin recibir satisfacción y, ahora, su cuerpo se la exigía. Inmediatamente. Ella mordisqueó la columna de su cuello y rogó.
—Por favor.
Él simplemente dejó que sus ardientes dedos continuaran lentamente el mismo camino, siempre alejados a un suspiro de donde ella más los quería. A veces, hacia una pausa para simplemente mirarla, o decirle algo escandaloso, pero siempre eludía el contacto, dejándola dolorosamente excitada. Le gustaban sus besos, realmente lo hacían. Jamás un hombre la besó de forma tan perfecta, pero ella estaba cada vez más y más desesperada por que la tocara, porque su cuerpo entero estuviera piel contra piel.
—¿Joseph? —ella se apretó más contra él—. Me estás matando.
Sus labios se alzaron con maliciosa diversión.
—¿No me dijiste una vez que deseabas morir de placer?
—No quería decir literalmente.
—Entonces ¿quieres que te haga algo más?
—¡Infiernos, sí!
—¡Um!, —dijo, aumentando su tormento—. No, creo que aún no.
Ah, él pagaría por esto más tarde. Su lengua lamió y chupó la piel expuesta de su cuello y pecho. Él amasó su trasero. Ella se retorció, pegándose más a él e intentando colocar sus manos donde más lo necesitaba, pero el siempre arruinaba sus esfuerzos alejándolas de nuevo.
—Maldita sea, Joseph, estoy pensando seriamente en atarte y asumir el mando.
Su risa fue un ronroneo bajo y luego, ¡por fin!, sus manos se deslizaron al interior de su bata. Pero en vez de agarrar y exprimir como ella ansiaba tan desesperadamente, el jugueteó con la punta de su dedo, arrastrándolo alrededor de su endurecido pezón. Eso sólo sirvió para aumentar su frustración y deseo.
—Dime lo que te hago sentir —ordenó suavemente.
—Siento dolor —ella pensó las palabras como una queja, pero sonaron más bien como una súplica.
—¿Dónde exactamente sientes dolor, _____?
—Por todas partes.
—¿Dónde expresamente? ¿Aquí? —él rozó la punta de su pezón.
Sus caderas saltaron, y ella casi se corrió en ese momento.
—Sí, ahí —él lamió el mismo camino que su dedo había recorrido—. Oh, Dios. ¡Justo ahí! Haz eso otra vez.
Le dio al otro pezón el mismo tratamiento que al anterior, un rápido lametazo con su lengua. La parte inferior de su cuerpo se arqueó contra él. Sólo un toque más... sólo uno más.
—¿Dónde más? —Exigió él, cesando cualquier contacto—. Se movió contra él, logrando que su bata se separase, y él aspiró una bocanada de aire—. Por Elliea, _____, eres magnífica.
Sus palabras se derramaron sobre ella como una audaz caricia, consiguiendo que gimiera y se retorciera. Más allá de la desesperación ahora, ella introdujo la mano entre sus cuerpos y le dio un tirón a su toalla. Él le cogió la mano y la llevó a sus labios.
—Te hice una pregunta. ¿Dónde más te duele?
Ella estaba demasiado excitada para avergonzarse por su confesión. Un calor líquido revoloteaba en su estómago, y más abajo.
—Entre mis piernas —le dijo apasionadamente—. Me duele entre las piernas.
Mirando su cara atentamente, él acarició los pálidos rizos con la mano, casi alcanzando la zona donde ella más lo necesitaba. Pero cuando se meció hacia delante, retiró sus dedos.
Ella lo siguió.
Una y otra vez jugueteó con ella, dándole un atisbo de placer, sólo para detenerse después. La tocaba brevemente. Su cabeza daba vueltas y ella gritó.
—Sí. Ahí, no, vuelve. Oh, sí, ahí. ¡No! —Mientras el baile seguía, su respiración se volvía errática, brotando en breves jadeos—. Tengo otra regla —logró graznar ella.
—¿Y cuál es? —él empezaba a perder su aire juguetón. De hecho, el brillo travieso había abandonado completamente sus ojos, y ahora la miraba con una profunda intensidad—. ¿Cuál es? —le exigió de nuevo, esta vez con un borde afilado en su tono.
—¡Quiero contratarte como amante, ¡ahora!
Sus ojos se oscurecieron hasta un profundo azul zafiro.
—Mi condición es simple. Me apresuraré, pero sólo cuando yo quiera.
Ella se arrancó la bata, esperando que el consejo de su hermano no le hiciera parecer una pervertida.
—Si no te das prisa, voy a romperte todos los dedos.
—Entonces qué afortunado soy, ya que estoy listo para apresurarme —al instante ella se encontró tumbada de espaldas, mientras, de rodillas, Joseph la estiraba hasta el borde de la cama, extendía sus piernas y besaba la caliente humedad entre sus muslos. Con la primera lamida de su lengua, ella explotó. Fuego, gozo y placer se mezclaron en su interior, enviando miles de centelleantes luces a su mente. Su cabeza daba vueltas, perdiendo la noción de dónde estaba y quién era, sintiendo sólo una serie de increíbles temblores que la sacudían una y otra vez. Y cuando ella pensó que podría morirse de la sensación, Joseph la besó otra vez con su divina lengua hasta que sólo pudo jadear su nombre. Él la probó, la chupó, le hizo desearlo una vez más. Movía su lengua y dedos con experiencia, de tal manera que todas sus fantasías palidecían en comparación.
De pronto, él se colocó encima de ella. Su pelo, más oscuro que la noche que se perfilaba a través de su ventana, y sus ojos... sus ojos ardían de pasión, brillantes y cristalinos. Recorrió con la mirada todo su cuerpo, la larga extensión de sus piernas y su mojada entrada.
—Me dejas asombrado —dijo él, con voz tensa.
En ese momento, Joseph sabía que jamás había visto, y que tampoco vería alguna vez, una vista tan hermosa. _____ tenía las mejillas sonrojadas, los enormes ojos brillantes, los labios enrojecidos y magullados por sus besos. Sus endurecidos pezones eran rosados y maduros como bayas y su carne de mujer estaba húmeda por los orgasmos que él le había dado.
Con los músculos tensos, avanzó lentamente sobre ella y ambos gimieron cuando la piel se rozó. Él había querido prolongar el momento, prolongar su placer, pero no estaba seguro de cuánto más podía aguantar. Se meció contra ella, cuidadoso de no penetrarla aún.
—Ohhh, síííí —jadeó ella.
Entonces lo hizo otra vez, deslizándose hacia adelante y hacia atrás en la lisa V de sus muslos mientras ella se frotaba lujuriosamente contra él. Finalmente, Joseph llegó al límite de su control. Había deseado a esta mujer desesperadamente y durante demasiado tiempo como para detenerse ahora. Besó sus pechos, arrastró los dientes sobre sus pezones y se colocó en posición.
Pero no empujó inmediatamente.
—Como ya te he dicho a menudo, tengo que oírtelo pedir una vez más antes de continuar.
Ella había sido tan valiente en todo lo demás que él anheló su audacia en esto también. Sus ojos eran del color de la miel caliente y la pasión empañaba sus profundidades, aunque hacia un momento, habían estado vidriosos. Cuando él la tomara, quería que fuera con sus gritos de consentimiento en sus oídos. Y cuando ella permaneció en silencio, mirándolo a través de sus largas y espesas pestañas, el jugueteó en su entrada con su pene—. Tienes que decir las palabras, katya. Di las palabras.
Otra pausa que, en esta ocasión, paró su corazón.
—Quiero que me jodas, Joseph. —Su voz fue tan dulce que él se sorprendió por el contraste con sus palabras—. Ahora —ordenó ella, con más dulzura esta vez, pero como una zorra excitada hasta el punto del dolor—. Hazlo ahora.
—Será un placer —sonrió lentamente, con malicia. Ella era una guerrera en todos los sentidos, incluso en el sexo, y eso encendió su deseo como nada lo había hecho antes—. Realmente, será mi placer.
Y se sumergió en su interior.
Ella gritó cuando su virginidad cedió ante su paso, cuando su increíble estrechez lo envolvió. Él se quedó inmóvil mientras las uñas de ella se clavaban en su espalda y profería quejido tras quejido.
—_____ —susurro él contra su oído, luchando por no empujar, luchando por darle más tiempo para adaptarse. Esta mujer valiente y apasionada era, no, había sido virgen. Él era el primero, el único hombre que la había llenado completamente, que alguna vez había estado enterrado en ella, y ese conocimiento estuvo a punto de terminar con su control.
¿Cómo había podido esta encantadora criatura llegar a su edad sin haber conocido el toque de un hombre?
¿Eran los hombres de su mundo unos idiotas? Joseph sacudió la cabeza asombrado, por supuesto, lo eran. ¿Cómo si no habían dejado este premio intacto? El placer, la sorpresa y el temor se clavaron en interior. Él no era ningún idiota. La había querido, la había necesitado, y luego la había tomado. Él era el único hombre que había visto a _____ tan ardiente, el único que había oído su nombre de sus labios. Qué regalo tan dulce que le había dado, un regalo que atesoraría todos los días de su vida.
—¿Ya hemos acabado, Joseph? —ella preguntó vacilantemente. Sus dientes mordisqueando su labio inferior.
Él le dirigió una amplia sonrisa.
—No, mi _____. Aún nos falta mucho tiempo para terminar.
—Ah. —Sus piernas se enredador alrededor de su cintura, enviándolo más profundamente en su interior. Ella se estremeció.
Él casi gimió ante la exquisita sensación.
—¿Te hice daño?
—No.
Pero él sabía que sí, y también sabía que necesitaba más tiempo para adaptarse a su tamaño. Él jamás se había acostado con una virgen, por lo que no sabía, exactamente, cuánto tiempo debería permanecer quieto. No mucho tiempo, esperaba, ya que el sudor ya perlaba su frente y sus músculos le exigían que se moviera. Sus músculos ya pedían más. Pero estaba decidido a terminar tan despacio como había comenzado.
—Avísame cuando estés preparada —gruño él. Sus intenciones se resquebrajaban rápidamente, al igual que su control.
Su aliento soplaba sobre su mejilla. Ella movió las piernas experimentalmente, enviándolo aún más profundo en su interior. El movimiento lo volvió casi loco de deseo. Si ella se arrepentía ahora, si no le decía nada, no estaba seguro de si sería capaz de detenerse.
—¿Joseph? —el tono de su voz no presagiaba nada bueno para él.
—¿Si?
—Muévete —dijo.
El temor se apoderó de él, desesperado y doloroso.
—Simplemente dale algo más de tiempo. Te sentirás mejor cuando te acostumbres a mi presencia. Sólo dale tiempo —repitió él casi ferozmente.
—No —ella rió bajito, una risita rica y ronca que fluyó sobre él como la miel espesa y dulce—. No quiero que te alejes. Quiero que te muevas dentro de mí.
La comprensión lo iluminó, y con ello, sus músculos se pusieron en acción. Como una presa que se hubiera desbordado, él se hundió en ella, luego se retiró, una y otra vez, agradeciendo a Elliea por enviarle a esta mujer. En aquel momento, hasta podía habérselo agradecido a Percen. Enganchó sus rodillas con sus brazos, abriéndola más, apretando más contra su centro. Ella ronroneó como un pequeño y dulce gatito.
Él alcanzó entre sus cuerpos y presionó su dedo pulgar en su clítoris. Ella jadeó, gritó. Sintió sus paredes internas apretarse y temblar contra él, y se movió más rápido. Más duro. Más profundo. Sólo cuando oyó que gritaba su nombre se derramó en su interior.
Cuando la última convulsión disminuyó, él permaneció donde estaba, rodeado por su esencia. Con cautela, la miró fijamente. Los ojos de _____ estaban cerrados, y parecía estar dormida. Había sido la más intensa y satisfactoria experiencia de su vida, pero él no tenía fuerzas para meditar el por qué en estos momentos. Por Elliea, ni siquiera estaba seguro de que fuera capaz de moverse alguna vez. De todos modos, no quería aplastar a _____ durante la noche, así que, con cuidado para no despertarla, se inclinó ligeramente a un lado. Al cabo de un rato, sus ojos comenzaron a cerrarse, soñolientos, con los sonidos de su respiración llenándole los oídos.
—¿Joseph? —preguntó _____ suavemente.
—¿¡Um!?
Ella hizo una pausa.
—Nada.
El silencio los envolvió como una gruesa manta.
_____ se quedó inmóvil, incapaz de dormir mientras esperaba que le dijera algo, pese a que no le había preguntado nada. Ella no podía ayudarle; ansiaba palabras de elogio, aunque ella ya sabía que había estado bien… Después de todo, su cuerpo no se sentiría tan saciado si ella no hubiera sacudido su mundo como él había sacudido el suyo. Pero al igual que él tuvo que escuchar su consentimiento, ella tenía que oír su adulación. Pero los minutos pasaban y él continuaba tan tranquilo.
—¿Joseph?
—¿Si, _____?
Otra vez, hizo una pausa.
—Nada.
Su caliente y sedoso aliento sopló sobre su oído, y él se sentó en la cama, de pronto completamente despierto y con una sonrisa.
—Dime lo que estás pensando o ninguno conseguirá dormir esta noche.
—Fue maravilloso, Joseph.
La sonrisa se borró de sus labios y frunció las cejas con decepción.
Con un presentimiento, ella lo miró con los ojos bien abiertos y con su sangre congelándose en sus venas.
—¿No crees que fue maravilloso?
—No es eso. Es que… —se tumbó a su lado—. Creí que estabas a punto de confesar tu amor por mí.
—Ah.
Un largo suspiro se escapó de sus labios.
—Quizás todavía necesitas algo más de persuasión, que estaré más que feliz de proporcionarte cuando tu cuerpo no esté tan dolorido.
Ella esperó a que dijera algo más. Cuándo no habló de nuevo durante mucho tiempo, ella preguntó.
—¿Es todo lo que tienes que decirme?
—Buenas noches.
Se enderezó de un salto, golpeándolo en la barbilla durante el proceso.
—¿Buenas noches? ¡Buenas noches! Bien, te puedes meter las buenas noches por el...
En un segundo ella se encontró tumbada en la cama y con Joseph anclado encima de ella.
—¿Qué quieres escuchar de mí, pequeña bruja?
Enfadada, lo fulminó con la mirada.
—Ha estado mejor de lo que alguna vez podía haber soñado —dijo suavemente.
Bien, eso estaba mejor.
—¿Y?
—¿Y qué?
Ella le pegó un manotazo en el pecho.
Él se rió.
—Me debes dinero, _____. Y me gustaría cobrar ahora.
Ella jadeó.
—No te pagaré por el sexo, tú… tú ¡gigoló! De hecho, yo he estado tan bien que creo que tú deberías pagarme. —Ah, Dios mío, ¿realmente acababa de decir eso?
Él parpadeó.
—Me entendiste mal. Me debes dinero cada vez que dices una palabrota. —Sus labios se estirados en una sonrisa—. Y cuanto más te acercabas al orgasmo, más blasfemias decías por esa boquita. Y yo —la besó suavemente después de cada palabra— he amado cada momento de ello.
Sus rasgos se dulcificaron.
—Bien, he decidido que no voy a dejar de maldecir y no te pagaré. De todos modos, no estaba funcionando en mi caso.
—Y he decidido que puedes dejarlo. Más tarde. Ahora mismo todavía estás en deuda conmigo, y permitiré que me pagues con un trato.
Aquello la dejó intrigada.
—¿Qué tipo de trato?
—Escucharás mis siguientes palabras sin interrupciones.
Curiosa ante su seriedad, ella cabeceó.
—Vale.
Esperó un momento para asegurarse de que ella escuchaba.
—Nunca había experimentado una conexión como la nuestra. Tú me has cautivado, me has fascinado y me robas el aliento. Si yo hubiera sabido que eras tan dulce, te habría probado la primera noche, y cada segundo desde entonces, incluso sin tu consentimiento.
_____ se quedó sin palabras. Su confesión era más de lo alguna vez había imaginado, más embriagadora que un beso. Entonces él comenzó a tocarla otra vez y las sensaciones unidas a sus palabras provocaron que ronroneara.
Ah. Ah, Dios. Ah, sí
Vanee LovatoD'Jonas
Re: El Principe De Piedra (Joe & Tu) -Adaptación-
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SIGUELAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA :twisted:
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@ntonella
Re: El Principe De Piedra (Joe & Tu) -Adaptación-
CAPÍTULO 16
¿En que había estado pensando, se preguntó _____ adormilada, al rechazar a este hombre durante tanto tiempo?
La mayor parte de las velas sobre el aparador hacía mucho que se habían consumido y ella estaba encima de Joseph, con su cabeza apoyada, de manera protectora, en el hueco de su cuello. El resto de ella cubría su cuerpo como si fuera un edredón de invierno. Ellos acababan de hacer el amor. Otra vez.
Ahora mismo, él acariciaba distraídamente, con una mano, la parte inferior de su espalda, provocándole escalofríos de placer. Si sólo hubiera sospechado el delicioso amante que realmente sería, le habría exigido que la tomara la primera noche. Por supuesto, ahora que lo sabía, nunca le permitirá abandonar la cama.
Oooh, ella se sentía tan increíblemente maravillosa. Las cosas que habían hecho, las cosas que había dicho, no le avergonzaban en absoluto. Ella se deleitaba en ellos y del poder que tenía sobre su dominante hombre. Fuera, en la noche, las estrellas brillaban con intensidad, como pequeños diamantes dispersados a través de terciopelo negro. El mundo parecía haber reducido su velocidad. Todo, incluso el aire y los grillos que cantaban suavemente, estaba tranquilo en consideración a ese momento.
Sus dedos acariciaron el pecho de Joseph, ascendiendo y descendiendo sobres sus ondulantes músculos, acariciaron cada una de sus costillas, donde cuatro señales de arañazos se perfilaban hacia abajo. Eso le gustó, ya que fue ella quien las puso allí, un sutil recordatorio de su presencia. Suspiró, y el aliento de su respiración removió el poco vello que cubría su pecho. Durante el resto de su vida recordaría esta noche. Recordaría cada sonido, cada olor, cada sensación. Señor, ella ya ansiaba más orgasmos, más intimidad y más pasión. Todas esas cosas que pensó que nunca necesitaría, y que ahora estaban marcados en su memoria de tal forma que sabía que ningún otro hombre podría superar.
Adiós al Síndrome de la Primera Cita, ahora sufría la Enfermedad de la Comparación.
_____ no pudo reunir la energía suficiente para preocuparse por eso. El calor de Joseph se filtraba en su interior, narcótico, consolador, y la sensación tan agradable de encontrarse entre sus brazos tejía un hechizo somnoliento alrededor de su cerebro.
Sus ojos acababan de cerrarse por completo cuando Joseph dijo:
—Ahora, pequeña bruja, hablaremos.
—¿Sobre qué? —Su voz sonó débil y letárgica, y no abrió los ojos.
La obligó a rodar sobre su espalda para así poder mirarla a los ojos.
—Sobre el por qué nunca mencionaste que eras virgen.
Sus párpados se abrieron de golpe. No quería tener esta conversación, pero él parecía tan decidido que comprendió que no había modo alguno en que la dejara en paz hasta que no hubiera confesado.
—¿En qué momento, se supone, soltaba yo eso de que era virgen?
—Después de nuestro primer beso. Después de que casi hicimos el amor sobre el suelo de la sala de baños. Durante nuestro viaje para ver al señor Graig.
—Bueno, entonces sí que hubiera tenido la oportunidad.
—Sí, la tuviste.
—Es que no quería parece inexperta.
Joseph cabeceó en señal de entendimiento.
—Pero, ¿por qué yo?
—No había encontrado el hombre adecuado hasta que apareciste tú.
Su expresión se volvió pensativa.
—Creo que esa es parte de la respuesta, pero no toda.
El condenado era demasiado perspicaz.
—¿No hubo ningún hombre de tu mundo que te hiciera, alguna vez, la corte? —preguntó él.
—Bueno, sí. Algunos lo han intentado.
—Y fracasado —su tono destilaba puro orgullo masculino. — ¿Carecían de algo?
_____ pensó que eso no era de su incumbencia, pero le contestó de todos modos.
—El problema no era de los hombres con los que salí. El problema era mío. Había un vacio en mi interior, y ellos simplemente no llenaban esa necesidad.
Las cejas de Joseph se unieron cuando consideró sus palabras.
—¿Qué te faltaba a ti?
—Interés.
Lentamente, él se rió.
—Yo sólo…bueno… quería a un hombre que fuera más alto que yo.
Su risa aumentó.
—Yo lo soy.
—Y quería a un hombre que me hiciera sentir como una mujer, no sólo como uno más de los chicos.
Él besó sus párpados, con tanta suavidad como unas alas de mariposa.
—Yo hago eso.
—Sí, tú lo haces —pero ella no había terminado. —Quería a un hombre que me deseara a pesar de mi altura, a pesar de mi temperamento, que es muy pequeño, y a pesar de mis intereses poco femeninos.
Ligeramente él presionó sus labios contra los suyos.
—Yo te deseo por todas esas cosas.
—¿Tú? —su corazón latió desbocado. —¿De verdad?
—¿Cómo puedes dudar de mí? —
Joseph plantó los codos a ambos lados de su cabeza y ella sintió la presión de su erección entre sus muslos desnudos, aunque no entró en ella. Su cuerpo respondió al instante, calentándose e impulsando su sangre a través de las venas como un río salvaje. Pero aún así no la penetró, ni la tocó más íntimamente. Se tornó pensativo.
—No seguiremos hasta que no me cuentes cosas de tu vida.
Apretó los labios. ¿Así que continuaba empeñado en ese rollo de compartir? Señor, lamentaba que lo hiciera, sobre todo ahora. Quería tan desesperadamente que continuara pensando en ella como una mujer, una sexy y encantadora hembra. Si descubría lo poco femenina que era, podría dejar de desearla.
—Estoy cansada. Por qué no seguimos esta conversación por la mañana y...
—No. Me contarás lo que quiero. Ahora.
—¿O qué? ¿Me aporrearás? —Su aire provocativo rápidamente se convirtió en jadeante excitación. El sentirlo así, cerca de su entrada, pero no exactamente en su interior era estimulante y frustrante. Entonces él metió los dedos en el juego, provocándola de tal forma que la volvió completamente loca.
—No te aporrearé, ____. Te golpearé. Muy profundamente —sus labios se estiraron, arruinando completamente su amenaza. —Tú exiges que un hombre te vea tal como eres, ¿pero cómo puedo hacerlo si no compartes tu vida conmigo?
¿Cómo podía ella negarle algo a este hombre? Suspirando dijo:
—¿Qué quieres saber?
—Todo —contestó, imitando su respuesta a la misma pregunta.
Entonces ____ le habló de su vida. Él escuchó atentamente y rió ante sus payasadas de niña. Le confesó sus miedos, esperanzas y sueños. Una vez, él se quedó tan callado, tan serio, que casi dejó de hablar, pero finalmente decidió contarle lo peor antes de que se arrepintiera.
—No me gustan las cintas del pelo, o los vestidos con volantes y encaje. No me gustan las uñas largas porque son un fastidio. Lo que realmente me gusta son mis herramientas, los deportes, los coches rápidos y mis vaqueros —aspiró un profunda bocanada de aire. —Cuando mi camioneta se estropea, y creo que es el motor o la transmisión, no simplemente los neumáticos, no necesito llevarlo al mecánico. La reparo yo misma.
Ya está.
Ahora ya conocía su naturaleza de marimacho.
Esperó oírle reír, o soltar una broma a su costa.
No lo hizo.
—Ven aquí —dijo. La puso en pie, la arrastró ante un espejo de cuerpo entero que estaba colgado en la pared, y se colocó detrás de ella, con las manos sobre sus hombros.
Ruborizándose, ella intentó apartarse pero Joseph la sostuvo firmemente en el lugar.
—Mírate, _____. Mira lo que yo veo.
Ella no quiso hacerlo. ¡Qué vergüenza! No quería observar sus defectos mientras él miraba.
—No.
—Mira —suplicó él. —Mira.
Como le rogaba tan dulcemente, ella lo hizo.
—¿Ves los hermosas que son tus piernas? ¿Lo rosados y maduros que son tus pezones? Y la curva de tus caderas me excita siempre que te miro —cada lugar que nombraba, lo acariciaba con la ligereza de una pluma, haciendo que su aliento se atascara en su garganta. Él susurró todo tipo de cosas en su oído. Cosas calientes que la enardecieron, cosas eróticas que la ruborizaron. Palabras dulces y cariñosas que le hicieron llorar.
Entonces Joseph comenzó a hablar en su lengua materna, una lengua armoniosa que flotó a su alrededor, excitándola de un modo que ella nunca hubiera imaginado. Sus manos estaban por todas partes, manos que ahora podía sentir y ver también. Sus piernas temblaron con la fuerza de su deseo.
—¿Qué sientes cuándo te toco? —preguntó, sin quitar las manos.
—Fuego —jadeó. —Puro fuego.
—Lo mismo siento yo ¿Crees que una mujer que careciera de gracias femeninas podría calentar mi sangre tan profundamente? —Mientras le decía esto, le separó las piernas y la agarró por la cintura. Entonces entró dentro de ella, empujando lentamente en su interior, provocándole gritos de placer.
Incluso con su mente aturdida por la pasión, ella comprendió el impacto de sus palabras.
Dios mío, pensó, de pronto asustada. Reamente podría caer profunda e irrevocablemente enamorada de este hombre, únicamente para perderlo.
Heather se mecía sobre la pequeña litera, temblando de frío. La delgada y rota manta que la cubría hacía poco para mantenerla caliente. El aire de la noche era tibio y cargado de los olores del verano, así que no había ninguna razón para que se sintiera tan destemplada. Pero últimamente, nada parecía calentarla. Ni el café o la sopa de pollo ardiendo. Ni las gruesas chaquetas de franela o los guantes negros de cuero. La frialdad se asentaba demasiado profundamente en su interior.
Intentando distraerse de sus temblores, permitió a su mente divagar. Mañana comenzaría a trabajar con _____ James, una circunstancia que Heather aborrecía casi tanto como agradecía. Ella necesitaba el dinero, pero la idea de pasar hora tras hora con esa mujer tan perfecta hacia un nudo su estómago. ¿Cuántos recordatorios necesitaba de que algunas personas eran bendecidas con vidas felices, normales... y otras no?
Alrededor de _____, Heather siempre se sentía sucia y usada. Como un mueble barato en un cuarto lleno de gloriosas antigüedades. _____ lo tenía todo. Dinero. Talento. Amor. Joseph la miraba como si fuera de oro, y _____ hablaba de sus hermanos como si ellos fueran dioses.
Quizás si Heather hubiera tenido un hermano, la habría protegido de su padre. La habría protegido de la larga hilera de hombres que la habían usado durante los años mientras ella buscó a alguien, cualquiera, que la hiciera sentirse entera. Rodando hacia un lado, Heather pegó la almohada a su cuerpo, fingiendo que su suavidad era el calor de un hombre, un hombre que la consideraba más importante que seis paquetes de cerveza. Un hombre que pensaba que ella era más valiosa que lo que descansaba entre sus piernas.
Al cabo de un rato, sus afilados pensamientos se apagaron y ella descendió despacio hacia la oscuridad. Pasó un minuto, o tal vez una hora, cuando su mente gritó para que se despertara. Ahora estaba caliente. Tan deliciosamente caliente. El sonido de una voz profunda y masculina cantaba suavemente en su oído, y se estiró lánguidamente, gozando de la profundidad de su sueño.
El hombre habló otra vez, y esta vez lo entendió. Él pronunció una sola palabra: Despierta.
Sus párpados revolotearon hasta abrirse. Un hombre extraño se cernía sobre ella y el miedo volvió a la vida en su interior, un antiguo y familiar miedo que había soportado durante toda su niñez. Ella se tensó, intentado alejarse, gritar, pero el hombre cantó algo más, algo que la arrastró hacia la relajación. Todo a su alrededor se volvió lentamente nebuloso y distante, como algo irreal, maravilloso. Una paz que ella no pudo explicar se coló en su interior.
Respirando lánguidamente, se sintió total y completamente relajada. Sus brazos y piernas parecían estar inmovilizadas con grilletes a la cama, pero cuando miró hacia su cuerpo, vio que era totalmente libre. ¿Por qué, entonces, no podía moverse? Ah bueno, no importaba. No quería moverse, estaba feliz donde estaba.
—Estas soñando —oyó el suave eco en su mente.
Sí, todavía soñaba, un sueño glorioso del que nunca quería despertar. ¿No acababa ella de desear a un hombre que la calentara? Sí, lo hizo, y su deseo se había materializado de esa forma, en una aparición de la noche. Una aparición que sentía extrañamente familiar a ella misma. Suspirando, se acomodó sobre el firme pecho masculino y miró hacia arriba, a su cara. Su aliento se atascó en la garganta. Él era tan hermoso; sus rasgos eran fuertes, cincelados con una perfección clásica. Tal perfección física la acobardó, y eso no le gustó. Pero no intentó apartarse. Después de todo, la mantenía caliente.
—¿Quién eres? —susurró.
—Percen.
El timbre bajo de su acento, un acento muy parecido al de Joseph, hizo que se estremeciera, consciente de su feminidad.
—Percen —repitió ella, gustándole como sonaba en sus labios.
—He venido por ti —dijo él.
Sus ojos se ensancharon por la sorpresa.
—¿Por mi? No lo entiendo.
—Tú me perteneces —sus ojos la taladraron, haciéndole temblar pese a que las corrientes de calor seguían recorriendo sus venas. —Sólo yo. Jamás pertenecerás a Joseph otra vez.
Aquellas palabras le gustaron demasiado como para corregirlo. Sí, había querido a Joseph al principio, tal vez para hacerle daño a _____, o tal vez porque había pensado que Joseph era especial, alguien que podría ayudarle a vencer su pasado. No sentía nada por él y, seguramente, ella nunca le había pertenecido. Pero a este hombre…a este hombre no le importaría pertenecerle. Ella había sido muchas cosas en sus veintidós años, pero nunca una mujer para pertenecer.
—Ya que soy tuya para hacer conmigo lo que te dé la gana —dijo ella—¿qué vas a hacer conmigo?
Él se quedó callado durante mucho tiempo, como si debatiera consigo mismo.
—Esta noche, simplemente te abrazaré. ¿Quiere que te abrace?
—Oh, sí. —Ella estaba tan caliente. Más caliente de lo que jamás había estado. —Abrázame y nunca me dejes ir.
—Pronto tomaré tu cuerpo. ¿Qué piensas de eso?
—Creo que jamás he sido más feliz —dijo ella sinceramente.
Él extendió la mano y acarició reverentemente la curva de su mejilla, deslizando luego el dedo sobre su ceja. Ella no se encogió como hacía normalmente, no sintió que su mente reavivara sus pesadillas. Se sintió querida. Adorada. Aquí en la noche, el aire estaba cargado de magia. Este no era su cuarto y ellos no estaban en su cama. Estaban en un lugar aislado, secreto, lejos de la civilización y ocultos en una gruta, mientras los pájaros e insectos gorjeaban a su alrededor.
—Prométeme que te quedarás conmigo —susurró ella. —Por favor. —Descansó la cabeza sobre su pecho, rezando para que este delicioso sueño durara toda la noche.
—No te preocupes, ángel. Me quedaré.
Vanee LovatoD'Jonas
Re: El Principe De Piedra (Joe & Tu) -Adaptación-
aww que tierno Percen pero te equivocaste de chica perdón por no comentar antes pero aller fue mi cumple y pss ando de fiesta desde viernes asi q no había podido pasarme bien al foro síguela !!!
Deni rt
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