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"Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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"Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
Nombre: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
Autor: melisa_criss
Adaptación: Si , es una novela de Megan Hart
Género: Se puede decir que es dramática , con un poco de romance , y muy Hot
Advertencias: Solo que hay capítulos Hot
Otras Páginas: No .
ARGUMENTO:
Mi nombre es ____________ ____________ , y lo conocí en una confitería. Él se volvió y me sonrió, y yo me sorprendí tanto que le devolví la sonrisa. No era una tienda para niños, sino la clase de establecimiento donde una va a comprar trufas caras de importación para la mujer del jefe porque se siente culpable después de haberse dado un revolcón con él durante una conferencia en Milwaukee... hipotéticamente hablando, claro.
Han flirteado conmigo un montón de veces, sobre todo tipos carentes de sutileza que creían que lo que tenían entre las piernas compensaba lo que les faltaba entre las orejas. A pesar de todo, a veces me iba a casa con alguno de ellos, porque me gustaba desear y ser deseada, aunque en gran parte fuera una mentira.
El problema con el deseo radica en que es como verter agua en un vaso lleno de piedras. Se llena enseguida, y no queda espacio para nada más. No voy a disculparme por ser quien soy, ni por lo que he hecho. Tengo mi trabajo, mi casa y mi vida, y durante mucho tiempo no he necesitado nada más...
Hasta que conocí a Joseph “joe” Jonas . Hasta ahora.
Bueno esta es una novela que acabo de leer , la verdad desde el principio me llamo la atención , tiene todo lo que tiene que tener , esta narrada siempre en primera persona en este caso eres tu . Me gusto mucho el drama de esta , y como capitulo , tras capitulo se van desenvolviendo todas las cosas .
Espero que les guste , ustedes que dicen la sigo ?
Autor: melisa_criss
Adaptación: Si , es una novela de Megan Hart
Género: Se puede decir que es dramática , con un poco de romance , y muy Hot
Advertencias: Solo que hay capítulos Hot
Otras Páginas: No .
ARGUMENTO:
Mi nombre es ____________ ____________ , y lo conocí en una confitería. Él se volvió y me sonrió, y yo me sorprendí tanto que le devolví la sonrisa. No era una tienda para niños, sino la clase de establecimiento donde una va a comprar trufas caras de importación para la mujer del jefe porque se siente culpable después de haberse dado un revolcón con él durante una conferencia en Milwaukee... hipotéticamente hablando, claro.
Han flirteado conmigo un montón de veces, sobre todo tipos carentes de sutileza que creían que lo que tenían entre las piernas compensaba lo que les faltaba entre las orejas. A pesar de todo, a veces me iba a casa con alguno de ellos, porque me gustaba desear y ser deseada, aunque en gran parte fuera una mentira.
El problema con el deseo radica en que es como verter agua en un vaso lleno de piedras. Se llena enseguida, y no queda espacio para nada más. No voy a disculparme por ser quien soy, ni por lo que he hecho. Tengo mi trabajo, mi casa y mi vida, y durante mucho tiempo no he necesitado nada más...
Hasta que conocí a Joseph “joe” Jonas . Hasta ahora.
Bueno esta es una novela que acabo de leer , la verdad desde el principio me llamo la atención , tiene todo lo que tiene que tener , esta narrada siempre en primera persona en este caso eres tu . Me gusto mucho el drama de esta , y como capitulo , tras capitulo se van desenvolviendo todas las cosas .
Espero que les guste , ustedes que dicen la sigo ?
# TeamBullshit
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
hola me gusto mucho la intro espero subas pronto se ve super interesante me gustaria mucho seguir leyendo te agradecerias si pasaraspor mis noves thanks
https://onlywn.activoforo.com/t7890p45-ill-be-you-men-nove-danny-jones-nick-jonas-y-tu
https://onlywn.activoforo.com/t8465-memories-of-a-great-love-joe-jonas-y-tu
https://onlywn.activoforo.com/t7890p45-ill-be-you-men-nove-danny-jones-nick-jonas-y-tu
https://onlywn.activoforo.com/t8465-memories-of-a-great-love-joe-jonas-y-tu
Invitado
Invitado
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
CAPITULO 01
Esto fue lo que pasó:
Lo conocí en una confitería. Él se volvió y me sonrió, y yo me sorprendí tanto, que le devolví la sonrisa. Sweet Heaven no era una tienda para niños, sino un establecimiento refinado donde vendían productos muy selectos. Allí no había piruletas baratas ni chocolatinas normales, era un lugar donde una va a comprar trufas caras de Importación para la mujer del jefe porque se siente culpable después de haberse dado un revolcón con él durante una conferencia en Milwaukee.
Él estaba comprando grageas negras y miró hacia la bolsa que yo tenía en la mano, que contenía Lacasitos de un solo color.
—Ya sabes lo que se dice de los verdes —me dijo, con una sonrisita traviesa a la que intenté resistirme.
—¿Que son los que se compran para el día de San Patricio? —de hecho, por eso los había elegido.
—No, que te ponen cachondo.
Han flirteado conmigo un montón de veces, sobre todo tipos carentes de sutileza que creían que lo que tenían entre las piernas compensaba lo que les faltaba entre las orejas. A pesar de todo, a veces me iba a casa con alguno de ellos, porque me gustaba desear y ser deseada, aunque en gran parte fuera una mentira y acabara decepcionada.
—Es una leyenda urbana que se han inventado unos cuantos adolescentes frustrados —le dije,
Su sonrisa se ensanchó. Era su arma más potente, ya que destacaba en un rostro de facciones normalitas. Su pelo del color de la arena mojada y sus ojos azul verdoso eran atractivos por separado, pero resultaban impactantes combinados con aquella sonrisa.
—Buena respuesta —dijo, mientras alargaba la mano.
Cuando se la estreché, tiró de mí poco a poco, paso a paso, hasta que se inclinó un poco hacia mí y me susurró a la oreja:
—¿Le gusta el regaliz?
Me estremecí al sentir la caricia de su aliento en la piel. Sí, me gustaba y me gusta el regaliz, así que me llevó hasta otro de los pasillos y metió la mano en un recipiente lleno de unos pequeños rectángulos negros. En la etiqueta había dibujado un canguro.
—Ten, pruébalo —acercó un trozo de regaliz a mis labios, y yo los abrí a pesar de que había un cartel que prohibía probar la mercancía—. Es de Australia.
El regaliz era suave, delicioso, pegajoso... me pasé la lengua por los dientes, y cuando la saqué y recorrí el Jugar donde sus dedos habían rozado mis labios, él sonrió y me dijo:
—Conozco un local que te gustará.
Yo me dejé llevar.
El Cordero Devorado. Era un nombre bastante fuerte para un pequeño bar de estilo británico que estaba situado en una callejuela del centro de Harrisburg. Comparado con los modernos locales y los restaurantes de lujo que habían revitalizado la zona, parecía un poco fuera de lugar, y eso le confería un encanto especial.
El desconocido me llevó a la zona del bar, lejos de los universitarios que estaban cantando en el karaoke que había en una esquina. El taburete se tambaleó un poco cuando me senté, así que tuve que agarrarme a la barra. Pedí un cóctel margarita, pero él negó con la cabeza y enarcó una ceja al decir:
—No, pide un whisky.
—Nunca lo he probado.
—Vaya, así que eres virgen.
Si aquello lo hubiera dicho otro hombre, me habría parecido una marrullería absurda, y a él lo habría catalogado en el apartado de «capullos a los que hay que darles la patada», pero en su caso, el comentario funcionó.
—Sí, soy virgen —me resultó extraño pronunciar aquella palabra: supongo que hacía mucho que no la usaba.
Él pidió un par de copas de Jameson, un whisky Irlandés, y se bebió la suya de un trago. El hecho de que yo jamás hubiera probado el whisky no implicaba que nunca hubiera bebido alcohol, así que me tomé mi copa de un trago sin parpadear. Está más que justificado que también se le llame aguardiente, pero después del ardor inicial, su sabor me inundó la lengua y me recordó el olor de hojas quemándose, cálido, incluso un poco romántico.
—Me gusta ver cómo tragas —me dijo, con un brillo especial en la mirada.
Me inundó de golpe una excitación inmediata. Irracional.
—¿Quieren otro? —nos preguntó el camarero.
—Sí —mi acompañante se volvió hacia mí, y me dijo—: Bien hecho.
El cumplido me halagó, aunque no alcancé a entender por qué me resultaba tan Importante impresionarlo.
Pasamos un rato bebiendo. El whisky me afectó más de lo que esperaba, aunque a lo mejor fue la presencia de aquel hombre lo que me aturdió y provocó que riera como una toma unce los sutiles pero sagaces comentarlos que hizo sobre la gente que nos rodeaba.
La mujer trajeada de la esquina era una ramera Juera de servicio, y el hombre con la chaqueta de cuero un agente funerario. Mi acompañante fue inventándose historias sobre todos los que nos rodeaban. Incluyendo a nuestro amable camarero, que según él tenía toda la pinta de ser un granjero retirado que se había dedicado a cultivar grageas.
—Las grageas no se cultivan en granjas —me incliné un poco hacia delante para tocar su corbata. A primera vista, el estampado parecía uno de ésos con puntos y cruces que llevaban muchos hombres, pero me había dado cuenta de que los puntos y las cruces eran en realidad calaveras y huesos.
—¿No? —parecía un poco decepcionado al ver que yo no le seguía el juego.
—No —le di un pequeño tirón a la corbata, y alcé la mirada hacia aquellos marrones que habían empezado a competir con su sonrisa por el puesto de rasgo más atractivo—. Son silvestres.
Él se echó a reír con tanta fuerza, que echó la cabeza un poco hacia atrás. Me dio un poco de envidia ver la naturalidad con la que se comportaban mí me habría dado miedo que la gente se quedara mirándome.
—¿A qué te dedicas tú? —me dijo al fin, mientras me atrapaba con una mirada penetrante,
—Soy recolectora furtiva de grageas —susurré, con los labios un poco entumecidos por el whisky.
Él alargó una mano, y empezó a juguetear con un mechón de pelo que se me había soltado de la trenza.
—A mí no me pareces demasiado peligrosa.
Cuando nos miramos en silencio e intercambiamos una sonrisa, me di cuenta de que hacía mucho tiempo que no compartía un momento así con un desconocido.
—¿Te apetece acompañarme a mi casa?
Él me dijo que sí. No me sorprendió que no intentara hacer el amor conmigo aquella noche, lo que me sorprendió fue que no intentara follarme. Ni siquiera me besó, a pesar de que vacilé antes de meter la llave en la cerradura de la puerta y charlé sonriente con él antes de darle las buenas noches.
No me preguntó mi nombre, ni mi número de teléfono. Se limitó a dejarme en la puerta de mi casa, aturdida por culpa del whisky que me había bebido, Lo seguí con la mirada mientras se alejaba por la calle haciendo tintinear las monedas que llevaba en el bolsillo, y entré en casa cuando se desvaneció en la oscuridad.
Bienvenida a la primera lectora melii jonatikk!
gracias por pasar :)
Esto fue lo que pasó:
Lo conocí en una confitería. Él se volvió y me sonrió, y yo me sorprendí tanto, que le devolví la sonrisa. Sweet Heaven no era una tienda para niños, sino un establecimiento refinado donde vendían productos muy selectos. Allí no había piruletas baratas ni chocolatinas normales, era un lugar donde una va a comprar trufas caras de Importación para la mujer del jefe porque se siente culpable después de haberse dado un revolcón con él durante una conferencia en Milwaukee.
Él estaba comprando grageas negras y miró hacia la bolsa que yo tenía en la mano, que contenía Lacasitos de un solo color.
—Ya sabes lo que se dice de los verdes —me dijo, con una sonrisita traviesa a la que intenté resistirme.
—¿Que son los que se compran para el día de San Patricio? —de hecho, por eso los había elegido.
—No, que te ponen cachondo.
Han flirteado conmigo un montón de veces, sobre todo tipos carentes de sutileza que creían que lo que tenían entre las piernas compensaba lo que les faltaba entre las orejas. A pesar de todo, a veces me iba a casa con alguno de ellos, porque me gustaba desear y ser deseada, aunque en gran parte fuera una mentira y acabara decepcionada.
—Es una leyenda urbana que se han inventado unos cuantos adolescentes frustrados —le dije,
Su sonrisa se ensanchó. Era su arma más potente, ya que destacaba en un rostro de facciones normalitas. Su pelo del color de la arena mojada y sus ojos azul verdoso eran atractivos por separado, pero resultaban impactantes combinados con aquella sonrisa.
—Buena respuesta —dijo, mientras alargaba la mano.
Cuando se la estreché, tiró de mí poco a poco, paso a paso, hasta que se inclinó un poco hacia mí y me susurró a la oreja:
—¿Le gusta el regaliz?
Me estremecí al sentir la caricia de su aliento en la piel. Sí, me gustaba y me gusta el regaliz, así que me llevó hasta otro de los pasillos y metió la mano en un recipiente lleno de unos pequeños rectángulos negros. En la etiqueta había dibujado un canguro.
—Ten, pruébalo —acercó un trozo de regaliz a mis labios, y yo los abrí a pesar de que había un cartel que prohibía probar la mercancía—. Es de Australia.
El regaliz era suave, delicioso, pegajoso... me pasé la lengua por los dientes, y cuando la saqué y recorrí el Jugar donde sus dedos habían rozado mis labios, él sonrió y me dijo:
—Conozco un local que te gustará.
Yo me dejé llevar.
El Cordero Devorado. Era un nombre bastante fuerte para un pequeño bar de estilo británico que estaba situado en una callejuela del centro de Harrisburg. Comparado con los modernos locales y los restaurantes de lujo que habían revitalizado la zona, parecía un poco fuera de lugar, y eso le confería un encanto especial.
El desconocido me llevó a la zona del bar, lejos de los universitarios que estaban cantando en el karaoke que había en una esquina. El taburete se tambaleó un poco cuando me senté, así que tuve que agarrarme a la barra. Pedí un cóctel margarita, pero él negó con la cabeza y enarcó una ceja al decir:
—No, pide un whisky.
—Nunca lo he probado.
—Vaya, así que eres virgen.
Si aquello lo hubiera dicho otro hombre, me habría parecido una marrullería absurda, y a él lo habría catalogado en el apartado de «capullos a los que hay que darles la patada», pero en su caso, el comentario funcionó.
—Sí, soy virgen —me resultó extraño pronunciar aquella palabra: supongo que hacía mucho que no la usaba.
Él pidió un par de copas de Jameson, un whisky Irlandés, y se bebió la suya de un trago. El hecho de que yo jamás hubiera probado el whisky no implicaba que nunca hubiera bebido alcohol, así que me tomé mi copa de un trago sin parpadear. Está más que justificado que también se le llame aguardiente, pero después del ardor inicial, su sabor me inundó la lengua y me recordó el olor de hojas quemándose, cálido, incluso un poco romántico.
—Me gusta ver cómo tragas —me dijo, con un brillo especial en la mirada.
Me inundó de golpe una excitación inmediata. Irracional.
—¿Quieren otro? —nos preguntó el camarero.
—Sí —mi acompañante se volvió hacia mí, y me dijo—: Bien hecho.
El cumplido me halagó, aunque no alcancé a entender por qué me resultaba tan Importante impresionarlo.
Pasamos un rato bebiendo. El whisky me afectó más de lo que esperaba, aunque a lo mejor fue la presencia de aquel hombre lo que me aturdió y provocó que riera como una toma unce los sutiles pero sagaces comentarlos que hizo sobre la gente que nos rodeaba.
La mujer trajeada de la esquina era una ramera Juera de servicio, y el hombre con la chaqueta de cuero un agente funerario. Mi acompañante fue inventándose historias sobre todos los que nos rodeaban. Incluyendo a nuestro amable camarero, que según él tenía toda la pinta de ser un granjero retirado que se había dedicado a cultivar grageas.
—Las grageas no se cultivan en granjas —me incliné un poco hacia delante para tocar su corbata. A primera vista, el estampado parecía uno de ésos con puntos y cruces que llevaban muchos hombres, pero me había dado cuenta de que los puntos y las cruces eran en realidad calaveras y huesos.
—¿No? —parecía un poco decepcionado al ver que yo no le seguía el juego.
—No —le di un pequeño tirón a la corbata, y alcé la mirada hacia aquellos marrones que habían empezado a competir con su sonrisa por el puesto de rasgo más atractivo—. Son silvestres.
Él se echó a reír con tanta fuerza, que echó la cabeza un poco hacia atrás. Me dio un poco de envidia ver la naturalidad con la que se comportaban mí me habría dado miedo que la gente se quedara mirándome.
—¿A qué te dedicas tú? —me dijo al fin, mientras me atrapaba con una mirada penetrante,
—Soy recolectora furtiva de grageas —susurré, con los labios un poco entumecidos por el whisky.
Él alargó una mano, y empezó a juguetear con un mechón de pelo que se me había soltado de la trenza.
—A mí no me pareces demasiado peligrosa.
Cuando nos miramos en silencio e intercambiamos una sonrisa, me di cuenta de que hacía mucho tiempo que no compartía un momento así con un desconocido.
—¿Te apetece acompañarme a mi casa?
Él me dijo que sí. No me sorprendió que no intentara hacer el amor conmigo aquella noche, lo que me sorprendió fue que no intentara follarme. Ni siquiera me besó, a pesar de que vacilé antes de meter la llave en la cerradura de la puerta y charlé sonriente con él antes de darle las buenas noches.
No me preguntó mi nombre, ni mi número de teléfono. Se limitó a dejarme en la puerta de mi casa, aturdida por culpa del whisky que me había bebido, Lo seguí con la mirada mientras se alejaba por la calle haciendo tintinear las monedas que llevaba en el bolsillo, y entré en casa cuando se desvaneció en la oscuridad.
Bienvenida a la primera lectora melii jonatikk!
gracias por pasar :)
# TeamBullshit
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
ahhh me gusto mucho el capp en serio me dejo tramada quiero el segundooo !! que sucedera? ahhh me vuelvo algo loka cuando leo hahah quiero mas y mas es como adictivo pero bueno mantendre la compostura y esperare jejejej sube pronto =)
Invitado
Invitado
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
CAPITULO 2
Pensé en él a la mañana siguiente en la ducha, mientras me lavaba el olor a tabaco del pelo. Pensé en él mientras me depilaba las piernas, las axilas, y el vello púbico. Me miré al espejo mientras me cepillaba los dientes, e intenté ver mis ojos desde su punto de vista.
Eran azules, con unos reflejos blancos y dorados que se veían si uno se fijaba bien. Muchos hombres los habían elogiado, quizá porque decirle a una mujer que tiene los ojos bonitos es una manera segura de averiguar si va a dejar que le pongas una mano en el muslo. El desconocido de la noche anterior sólo había elogiado mi forma de beber whisky.
Pensé en él mientras me vestía para ir al trabajo. Me puse unas sencillas bragas blancas que resultaban cómodas tanto por el corte como por la tela, un sujetador a juego que tenía el punto justo de encaje para resultar atractivo, pero que estaba diseñado para sujetar más que para realzar, una falda negra que me llegaba justo por encima de la rodilla, y una blusa blanca con botones. Elegí el blanco y el negro, como siempre, para que la elección me resultara más fácil y porque son unos colores cuya simplicidad me resulta relajante.
Pensé en él mientras iba hacia el trabajo. Llevaba unos auriculares, el escudo de los tiempos modernos, para evitar que algún desconocido me dirigiera la palabra. El trayecto no fue ni más largo ni más corto que de costumbre. Fui contando las paradas como cada día, y miré al conductor del autobús con la misma sonrisa de siempre.
—Que tenga un buen día, señorita ___________.
—Gracias, Bill.
También pensé en él mientras subía los escalones de cemento que llevaban a mi oficina, y mientras entraba por la puerta del edificio cuando faltaban cinco minutos exactos para que empezara mi jornada de trabajo,
—Llegas un minuto tarde —comentó Harvey Willard, el guardia de seguridad.
—Échale la culpa al autobús —contesté, con una sonrisa que sabía que le haría sonrojar, aunque era consciente cíe que la culpa no la tenía el autobús, sino el hecho de que había ido a paso más lento porque estaba distraída.
Subí en el ascensor, recorrí el pasillo, entré por la puerta de mi despacho, y me senté tras mi mesa. Nada era diferente, pero todo había cambiado. Ni siquiera las columnas de cifras que tenía ante mis ojos podían quitarme de la cabeza al misterioso desconocido.
No sabía cómo se llamaba, y no le había dicho mi nombre. Al principio había creído que sería fácil, que sólo éramos dos desconocidos que querían satisfacer un deseo mutuo, que sería una seducción típica en la que no hacían falta nombres que complicaran la situación.
No me gustaba que los hombres supieran mi nombre. Eso les daba una sensación de poder sobre mí que no se merecían, como si al jadear mi nombre mientras se estremecían y se sacudían pudieran cimentar el momento en el tiempo y el espacio. Si no tenía más remedio que darles un nombre, optaba por uno falso, y sonreía cuando lo gritaban con voz ronca mientras se corrían.
Aquel día no estaba sonriente, sino distraída, malhumorada, descentrada... me habría sentido desencantada, pero para eso antes tendría que haber estado encantada.
Le di vueltas al problema como sí se tratara de un cálculo mental, separando Las ecuaciones y descifrando cada componente, sumando las partes que tenían sentido y dividiendo entre las que no lo tenían. Para cuando llegó la hora de la comida, seguía sin poder quitármelo de la cabeza.
—¿Tuviste una cita excitante anoche? —me preguntó Marcy Peters, una compañera de melena imponente y falda minúscula.
Es de esas mujeres que hablan de sí mismas como si fueran jovencitas, que se ponen zapatos blancos de tacón con unos vaqueros demasiado ajustados, y que van enseñando demasiado escote.
Ella se sirvió una taza de café, y yo un té. Nos sentamos a la mesa del pequeño comedor, y empezamos a desenvolver nuestros respectivos bocadillos. El suyo era de atún, y el mío de pavo con pan integral, como de costumbre.
—Como siempre —le dije, y las dos nos echamos a reír.
Éramos dos mujeres unidas por un vínculo de amistad que no tenía nada que ver con cualidades comunes ni con intereses compartidos. Nuestra alianza formaba la jaula que nos protegía de los tiburones con los que trabajábamos.
Marcy mantiene a raya a los tiburones mostrando su feminidad de forma directa y natural, se comporta como una mujer todopoderosa y misteriosa que puede con todo. Es rubia y curvilínea, y está dispuesta a utilizar sus atributos para conseguir lo que quiere.
Yo prefiero una estrategia más sutil.
Marcy se echó a reír al oír mi respuesta, porque la __________ __________ a la que ella conocía no tenía citas, ni excitantes ni de ninguna otra clase. La _________ que ella conocía era vicepresidenta de una empresa contable, y a su lado la típica bibliotecaria rígida, con gafas y moño parecía lady Godiva.
Marcy no sabía nada sobre mí, y no tenía ni idea de cómo era mi vida más allá de las paredes de Triple Smith y Brown,
—¿Te has enterado de lo de la cuenta Flynn? —Marcy siempre se pasaba la hora de la comida cotilleando sobre compañeros de trabajo.
—No —lo dije para seguirle la corriente, y porque siempre se las ingeniaba para enterarse de las noticias más interesantes.
—La secretaria del señor Flynn envió un archivo equivocado. Sabes que Rob se encarga de gestionar su cuenta, ¿verdad?
—Sí.
—Pues resulta que la secretaria no le envió la cuenta de la empresa, sino la de los gastos privados.
—Supongo que la historia no tiene un final feliz.
—Al parecer, al señor Flynn le gusta llevar la cuenta de cuántos cientos de dólares se gasta en rameras y en tabaco de contrabando —me dijo, con un brillo pícaro en la mirada.
—Pobre secretaria.
—Ha estado tirándose a Bob sin que el señor Flynn se enterara —comentó, con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿A Bob Hoover? —aquello no me lo esperaba.
—Sí, ¿puedes creértelo?
—A estas alturas, puedo creerme cualquier cosa —le dije con sinceridad—. La mayoría de la gente suele ser más promiscua de lo que cabría esperar.
—¿Ah, sí? ¿Cómo lo sabes? —me preguntó, mientras me miraba con interés.
—Puras conjeturas —me puse de píe, y tiré los restos de la comida a la papelera.
—Claro —Marcy no parecía decepcionada por mi respuesta; de hecho, era obvio que estaba intrigada.
La miré con una sonrisa dulce y cargada de inocencia, y me fui para que pudiera reflexionar sobre mi misteriosa vida sexual.
Aunque nadie quiera admitirlo, lo cierto es que la gente suele ser poco selectiva a la hora de elegir a alguien con quien follar, Buena apariencia, inteligencia, sentido del humor, dinero, poder... no todo el mundo tiene esas cualidades, y pocas personas tienen más que uno mismo. Es indiscutible que la gente gorda, fea y estúpida también folla, lo que pasa es que los medios de comunicación sólo se interesan por las parejas formadas por espectaculares estrellas de cine.
A los hombres no les hace falta quedarse Impactados por unas tetas enormes para saber que una quiere ligar con ellos. Incluso las mujeres de aspecto más recatado pueden acabar follando contra una pared, con las bragas alrededor de los tobillos y los ladrillos raspándoles la piel... y hablo por experiencia propia.
Cuando entré en Sweet Heaven no tenía intención de ligar, sólo quería comprar unos dulces, así que ¿por qué había accedido a Irme con el desconocido? ¿Por qué le había pedido que me acompañara a casa, y me había sentido tan decepcionada cuando se había ido sin más?
El hecho de que aquel día no hubiera salido dispuesta a ligar contribuía a exacerbar mi tortura personal. Me preguntaba si él habría querido entrar en mi casa si lo hubiera conocido en un bar en vez de en la confitería, si yo hubiera tenido el pelo suelto y la blusa medio desabrochada. ¿Se habría acostado conmigo?, ¿me habría besado en el portal?, ¿me habría abrazado por la cintura?, ¿me habría apretado contra su cuerpo?
Jamás lo sabría.
Pensé en él durante todo aquel día, y también al día siguiente. El deseo que sentía por él fue creciendo más y más en mi mente, como un chorro de agua cayendo en un vaso lleno de piedras. Su recuerdo acaparó mis horas de vigilia y penetró en mis sueños, de modo que pasé noches acaloradas entre mantas revueltas.
Observé mi rostro una y otra vez mientras me preguntaba qué era lo que había visto en mí, por qué me había llevado al bar pero no había querido acostarse conmigo. ¿Habría sido culpa mía? No sabía si le había dicho algo inapropiado, si había revelado algún defecto, si mi risa había sido demasiado estridente, si había tardado demasiado en echarme a reír ante alguna ocurrencia suya,
No podía olvidar el olor de su aliento cuando se había inclinado hacia mí y me había preguntado al oído si me gustaba el regaliz, ni el brillo travieso de sus ojos, ni el pequeño pero perfecto hoyuelo que tenía en la barbilla, ni las pequitas que le salpicaban la nariz. Al oír el cálido y profundo sonido de su voz y de su risa, me habían entrado ganas de restregarme contra él y de ronronear como una gata.
La última vez que había ligado con un hombre en un bar y había dejado que me acompañara a casa, el tipo había acabado eyaculando sobre mi falda y vertiendo sobre mi rostro lágrimas con olor a cerveza. Después me había insultado, y me había pedido que le devolviera el dinero que se había gastado al invitarme a un par de copas. Aquél había sido el último en una larga lista de encuentros desastrosos. Jovencitos que no sabían qué hacer con sus vergas, hombres maduros que creían que meterme los dedos durante un par de segundos bastaba como preliminar, tipos de apariencia dulce que se convertían en unos capullos agresivos en cuanto la puerta se cerraba a sus espaldas... el celibato había acabado pareciéndome la mejor opción. Al principio había sido un reto que me había marcado, y al final se había convertido en un hábito. El día en que había conocido al desconocido en Sweet Heaven, hacía tres años, dos meses, una semana y tres días desde la última vez que había tenido relaciones sexuales.
No podía quitarme a aquel hombre de la cabeza, y no podía dejar de pensar en el sexo. Si me cruzaba con algún tipo atractivo, mi coito se tensaba como dedos cerrándose alrededor de una flor. Notaba la fricción constante de los pezones contra el sujetador, y el roce de las bragas contra el clítoris hacía que tuviera ganas de tocarme una y otra vez, al margen del lugar, la hora, o las circunstancias.
Estaba cachonda.
Mis encuentros sexuales nunca habían tenido nada que ver con los sentimientos. Los utilizaba para llenar un vacío interno, para apartar a un lado el nubarrón oscuro del que normalmente podía escapar, pero que a veces me cubría por completo. Iba a bares, a discotecas y al parque en busca de hombres con los que evadirme durante unas horas, con los que pudiera olvidarme de todo. Era consciente de que había elegido el sexo para aliviar un dolor interno. Sabía por qué me comportaba así, porque parecía una bibliotecaria y me comportaba como una ramera.
Hasta ese momento, no me había importado. Había conocido a hombres que me habían hecho reír, que me habían hecho suspirar, e incluso había conocido a algunos, muy pocos, que habían conseguido que llegara al orgasmo. Hasta ese momento, no había conocido a ninguno al que no pudiera olvidar.
Seguí así durante dos semanas. No hice ningún esfuerzo por mantener la concentración, pero lo logré gracias a la fuerza de la costumbre. Mi trabajo no se resintió, porque los cálculos me salían sin esfuerzo, pero aquella situación afectó a todo lo demás. Me olvidé de enviar el correo, de recoger la ropa de la tintorería, de poner la alarma.
Estábamos en primavera y aún anochecía bastante pronto, así que ya era de noche cuando regresaba a casa en autobús. Aquel día me senté en el lugar de siempre, al fondo, con el abrigo y el maletín pulcramente colocados sobre el regazo y las piernas cruzadas. Mientras miraba por la ventana, empecé a imaginarme el rostro del desconocido y el olor de su aliento. Con la ayuda del movimiento del autobús, empecé a excitarme.
Al principio, me limite A apretar un poco los muslos siguiendo el ritmo de las sacudidas del vehículo. Mi coño empezó a hincharse, y mi clítoris se convirtió en un nudo tenso que presionaba contra la suave tela de las bragas. Mis caderas quedaban ocultas gracias al abrigo y al maletín, y empecé a mecerlas contra el asiento de plástico. Tenía las manos entrelazadas sobre el regazo con naturalidad, así que nadie que me mirara se daría cuenta de lo que estaba haciendo.
Las farolas proyectaban líneas plateadas sobre mi regazo, y creaban fugaces líneas de luz que ascendían por mi cuerpo, desaparecían con rapidez, y daban paso a una oscuridad que quedaba interrumpida al cabo de un instante por una nueva línea luminosa. Empecé a sincronizar mis movimientos con el paso de las luces.
En mi estomago empezó a crearse una tensión de lo más placentera. Contuve el aliento, y lo solté por los labios entreabiertos cuando no pude aguantarlo más. Mantuve los ojos fijos en la ventana, en las luces de la calle, a pesar de que no veía nada. De vez en cuando veía el reflejo de mi rostro, y me imaginé que el desconocido estaba mirándome.
Mis dedos aferraron con fuerza el maletín de cuero mientras movía el pie hacia arriba y hacia abajo una y otra vez. Al apretar los muslos, empecé a crear una pequeña pero perfecta fricción sobre el clítoris. Estaba deseando tocarme, trazar círculos alrededor de aquel pequeño nudo, meterme los dedos y follarme a mí misma mientras el autobús seguía su camino, pero no lo hice. Seguí meciéndome y tensándome, y cada farola que fuimos dejando atrás fue acercándome al clímax.
Tenía que luchar por quedarme quieta, y la tensión que iba acumulándose era tan grande, que el cuerpo me temblaba, Aquel acto furtivo era nuevo para mí, nunca había hecho algo así. Solía masturbarme a solas en casa, en la bañera o en la cama. Era un acto rápido y directo con el que podía desahogar tensión, pero lo del autobús estaba ocurriendo casi en contra de mi voluntad. Los recuerdos que tenía de él, el movimiento del autobús y mi celibato se habían sumado para lograr que mi cuerpo ardiera con unas llamas que sólo podían sofocarse con un orgasmo.
Una gota de sudor empezó a bajarme por la espalda, y acabó deslizándose entre mis nalgas, Aquella sensación, aquel pequeño cosquilleo parecido al roce de una Lengua, fue el empujón final, Mi coño se tensó mientras mi cuerpo se ponía rígido. Hinqué las uñas en el maletín. Mi clítoris palpitó de forma espasmódica, y latigazos de puro placer me recorrieron todo el cuerpo.
Me estremecí en silencio, y llamé menos la atención que si hubiera estornudado. Tosí para disimular el pequeño jadeo que solté, y nadie se volvió a mirarme. Al cabo de un segundo, me invadió una relajación total, y me recliné un poco más en el asiento mientras el autobús se detenía en una parada.
Al darme cuenta de que era la mía, me levanté con piernas temblorosas. Estaba convencida de que el olor a sexo se me pegaba como si fuera perfume, pero nadie pareció darse cuenta. Bajé del autobús, alcé la cara hacia el cielo nocturno, y dejé que la llovizna que caía me besara de pies a cabeza. En ese momento, me daba igual que el pelo y la blusa se me mojaran.
Me había masturbado en un autobús pensando en el rostro de aquel hombre, y ni siquiera sabía cómo se llamaba.
Pensé en él a la mañana siguiente en la ducha, mientras me lavaba el olor a tabaco del pelo. Pensé en él mientras me depilaba las piernas, las axilas, y el vello púbico. Me miré al espejo mientras me cepillaba los dientes, e intenté ver mis ojos desde su punto de vista.
Eran azules, con unos reflejos blancos y dorados que se veían si uno se fijaba bien. Muchos hombres los habían elogiado, quizá porque decirle a una mujer que tiene los ojos bonitos es una manera segura de averiguar si va a dejar que le pongas una mano en el muslo. El desconocido de la noche anterior sólo había elogiado mi forma de beber whisky.
Pensé en él mientras me vestía para ir al trabajo. Me puse unas sencillas bragas blancas que resultaban cómodas tanto por el corte como por la tela, un sujetador a juego que tenía el punto justo de encaje para resultar atractivo, pero que estaba diseñado para sujetar más que para realzar, una falda negra que me llegaba justo por encima de la rodilla, y una blusa blanca con botones. Elegí el blanco y el negro, como siempre, para que la elección me resultara más fácil y porque son unos colores cuya simplicidad me resulta relajante.
Pensé en él mientras iba hacia el trabajo. Llevaba unos auriculares, el escudo de los tiempos modernos, para evitar que algún desconocido me dirigiera la palabra. El trayecto no fue ni más largo ni más corto que de costumbre. Fui contando las paradas como cada día, y miré al conductor del autobús con la misma sonrisa de siempre.
—Que tenga un buen día, señorita ___________.
—Gracias, Bill.
También pensé en él mientras subía los escalones de cemento que llevaban a mi oficina, y mientras entraba por la puerta del edificio cuando faltaban cinco minutos exactos para que empezara mi jornada de trabajo,
—Llegas un minuto tarde —comentó Harvey Willard, el guardia de seguridad.
—Échale la culpa al autobús —contesté, con una sonrisa que sabía que le haría sonrojar, aunque era consciente cíe que la culpa no la tenía el autobús, sino el hecho de que había ido a paso más lento porque estaba distraída.
Subí en el ascensor, recorrí el pasillo, entré por la puerta de mi despacho, y me senté tras mi mesa. Nada era diferente, pero todo había cambiado. Ni siquiera las columnas de cifras que tenía ante mis ojos podían quitarme de la cabeza al misterioso desconocido.
No sabía cómo se llamaba, y no le había dicho mi nombre. Al principio había creído que sería fácil, que sólo éramos dos desconocidos que querían satisfacer un deseo mutuo, que sería una seducción típica en la que no hacían falta nombres que complicaran la situación.
No me gustaba que los hombres supieran mi nombre. Eso les daba una sensación de poder sobre mí que no se merecían, como si al jadear mi nombre mientras se estremecían y se sacudían pudieran cimentar el momento en el tiempo y el espacio. Si no tenía más remedio que darles un nombre, optaba por uno falso, y sonreía cuando lo gritaban con voz ronca mientras se corrían.
Aquel día no estaba sonriente, sino distraída, malhumorada, descentrada... me habría sentido desencantada, pero para eso antes tendría que haber estado encantada.
Le di vueltas al problema como sí se tratara de un cálculo mental, separando Las ecuaciones y descifrando cada componente, sumando las partes que tenían sentido y dividiendo entre las que no lo tenían. Para cuando llegó la hora de la comida, seguía sin poder quitármelo de la cabeza.
—¿Tuviste una cita excitante anoche? —me preguntó Marcy Peters, una compañera de melena imponente y falda minúscula.
Es de esas mujeres que hablan de sí mismas como si fueran jovencitas, que se ponen zapatos blancos de tacón con unos vaqueros demasiado ajustados, y que van enseñando demasiado escote.
Ella se sirvió una taza de café, y yo un té. Nos sentamos a la mesa del pequeño comedor, y empezamos a desenvolver nuestros respectivos bocadillos. El suyo era de atún, y el mío de pavo con pan integral, como de costumbre.
—Como siempre —le dije, y las dos nos echamos a reír.
Éramos dos mujeres unidas por un vínculo de amistad que no tenía nada que ver con cualidades comunes ni con intereses compartidos. Nuestra alianza formaba la jaula que nos protegía de los tiburones con los que trabajábamos.
Marcy mantiene a raya a los tiburones mostrando su feminidad de forma directa y natural, se comporta como una mujer todopoderosa y misteriosa que puede con todo. Es rubia y curvilínea, y está dispuesta a utilizar sus atributos para conseguir lo que quiere.
Yo prefiero una estrategia más sutil.
Marcy se echó a reír al oír mi respuesta, porque la __________ __________ a la que ella conocía no tenía citas, ni excitantes ni de ninguna otra clase. La _________ que ella conocía era vicepresidenta de una empresa contable, y a su lado la típica bibliotecaria rígida, con gafas y moño parecía lady Godiva.
Marcy no sabía nada sobre mí, y no tenía ni idea de cómo era mi vida más allá de las paredes de Triple Smith y Brown,
—¿Te has enterado de lo de la cuenta Flynn? —Marcy siempre se pasaba la hora de la comida cotilleando sobre compañeros de trabajo.
—No —lo dije para seguirle la corriente, y porque siempre se las ingeniaba para enterarse de las noticias más interesantes.
—La secretaria del señor Flynn envió un archivo equivocado. Sabes que Rob se encarga de gestionar su cuenta, ¿verdad?
—Sí.
—Pues resulta que la secretaria no le envió la cuenta de la empresa, sino la de los gastos privados.
—Supongo que la historia no tiene un final feliz.
—Al parecer, al señor Flynn le gusta llevar la cuenta de cuántos cientos de dólares se gasta en rameras y en tabaco de contrabando —me dijo, con un brillo pícaro en la mirada.
—Pobre secretaria.
—Ha estado tirándose a Bob sin que el señor Flynn se enterara —comentó, con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿A Bob Hoover? —aquello no me lo esperaba.
—Sí, ¿puedes creértelo?
—A estas alturas, puedo creerme cualquier cosa —le dije con sinceridad—. La mayoría de la gente suele ser más promiscua de lo que cabría esperar.
—¿Ah, sí? ¿Cómo lo sabes? —me preguntó, mientras me miraba con interés.
—Puras conjeturas —me puse de píe, y tiré los restos de la comida a la papelera.
—Claro —Marcy no parecía decepcionada por mi respuesta; de hecho, era obvio que estaba intrigada.
La miré con una sonrisa dulce y cargada de inocencia, y me fui para que pudiera reflexionar sobre mi misteriosa vida sexual.
Aunque nadie quiera admitirlo, lo cierto es que la gente suele ser poco selectiva a la hora de elegir a alguien con quien follar, Buena apariencia, inteligencia, sentido del humor, dinero, poder... no todo el mundo tiene esas cualidades, y pocas personas tienen más que uno mismo. Es indiscutible que la gente gorda, fea y estúpida también folla, lo que pasa es que los medios de comunicación sólo se interesan por las parejas formadas por espectaculares estrellas de cine.
A los hombres no les hace falta quedarse Impactados por unas tetas enormes para saber que una quiere ligar con ellos. Incluso las mujeres de aspecto más recatado pueden acabar follando contra una pared, con las bragas alrededor de los tobillos y los ladrillos raspándoles la piel... y hablo por experiencia propia.
Cuando entré en Sweet Heaven no tenía intención de ligar, sólo quería comprar unos dulces, así que ¿por qué había accedido a Irme con el desconocido? ¿Por qué le había pedido que me acompañara a casa, y me había sentido tan decepcionada cuando se había ido sin más?
El hecho de que aquel día no hubiera salido dispuesta a ligar contribuía a exacerbar mi tortura personal. Me preguntaba si él habría querido entrar en mi casa si lo hubiera conocido en un bar en vez de en la confitería, si yo hubiera tenido el pelo suelto y la blusa medio desabrochada. ¿Se habría acostado conmigo?, ¿me habría besado en el portal?, ¿me habría abrazado por la cintura?, ¿me habría apretado contra su cuerpo?
Jamás lo sabría.
Pensé en él durante todo aquel día, y también al día siguiente. El deseo que sentía por él fue creciendo más y más en mi mente, como un chorro de agua cayendo en un vaso lleno de piedras. Su recuerdo acaparó mis horas de vigilia y penetró en mis sueños, de modo que pasé noches acaloradas entre mantas revueltas.
Observé mi rostro una y otra vez mientras me preguntaba qué era lo que había visto en mí, por qué me había llevado al bar pero no había querido acostarse conmigo. ¿Habría sido culpa mía? No sabía si le había dicho algo inapropiado, si había revelado algún defecto, si mi risa había sido demasiado estridente, si había tardado demasiado en echarme a reír ante alguna ocurrencia suya,
No podía olvidar el olor de su aliento cuando se había inclinado hacia mí y me había preguntado al oído si me gustaba el regaliz, ni el brillo travieso de sus ojos, ni el pequeño pero perfecto hoyuelo que tenía en la barbilla, ni las pequitas que le salpicaban la nariz. Al oír el cálido y profundo sonido de su voz y de su risa, me habían entrado ganas de restregarme contra él y de ronronear como una gata.
La última vez que había ligado con un hombre en un bar y había dejado que me acompañara a casa, el tipo había acabado eyaculando sobre mi falda y vertiendo sobre mi rostro lágrimas con olor a cerveza. Después me había insultado, y me había pedido que le devolviera el dinero que se había gastado al invitarme a un par de copas. Aquél había sido el último en una larga lista de encuentros desastrosos. Jovencitos que no sabían qué hacer con sus vergas, hombres maduros que creían que meterme los dedos durante un par de segundos bastaba como preliminar, tipos de apariencia dulce que se convertían en unos capullos agresivos en cuanto la puerta se cerraba a sus espaldas... el celibato había acabado pareciéndome la mejor opción. Al principio había sido un reto que me había marcado, y al final se había convertido en un hábito. El día en que había conocido al desconocido en Sweet Heaven, hacía tres años, dos meses, una semana y tres días desde la última vez que había tenido relaciones sexuales.
No podía quitarme a aquel hombre de la cabeza, y no podía dejar de pensar en el sexo. Si me cruzaba con algún tipo atractivo, mi coito se tensaba como dedos cerrándose alrededor de una flor. Notaba la fricción constante de los pezones contra el sujetador, y el roce de las bragas contra el clítoris hacía que tuviera ganas de tocarme una y otra vez, al margen del lugar, la hora, o las circunstancias.
Estaba cachonda.
Mis encuentros sexuales nunca habían tenido nada que ver con los sentimientos. Los utilizaba para llenar un vacío interno, para apartar a un lado el nubarrón oscuro del que normalmente podía escapar, pero que a veces me cubría por completo. Iba a bares, a discotecas y al parque en busca de hombres con los que evadirme durante unas horas, con los que pudiera olvidarme de todo. Era consciente de que había elegido el sexo para aliviar un dolor interno. Sabía por qué me comportaba así, porque parecía una bibliotecaria y me comportaba como una ramera.
Hasta ese momento, no me había importado. Había conocido a hombres que me habían hecho reír, que me habían hecho suspirar, e incluso había conocido a algunos, muy pocos, que habían conseguido que llegara al orgasmo. Hasta ese momento, no había conocido a ninguno al que no pudiera olvidar.
Seguí así durante dos semanas. No hice ningún esfuerzo por mantener la concentración, pero lo logré gracias a la fuerza de la costumbre. Mi trabajo no se resintió, porque los cálculos me salían sin esfuerzo, pero aquella situación afectó a todo lo demás. Me olvidé de enviar el correo, de recoger la ropa de la tintorería, de poner la alarma.
Estábamos en primavera y aún anochecía bastante pronto, así que ya era de noche cuando regresaba a casa en autobús. Aquel día me senté en el lugar de siempre, al fondo, con el abrigo y el maletín pulcramente colocados sobre el regazo y las piernas cruzadas. Mientras miraba por la ventana, empecé a imaginarme el rostro del desconocido y el olor de su aliento. Con la ayuda del movimiento del autobús, empecé a excitarme.
Al principio, me limite A apretar un poco los muslos siguiendo el ritmo de las sacudidas del vehículo. Mi coño empezó a hincharse, y mi clítoris se convirtió en un nudo tenso que presionaba contra la suave tela de las bragas. Mis caderas quedaban ocultas gracias al abrigo y al maletín, y empecé a mecerlas contra el asiento de plástico. Tenía las manos entrelazadas sobre el regazo con naturalidad, así que nadie que me mirara se daría cuenta de lo que estaba haciendo.
Las farolas proyectaban líneas plateadas sobre mi regazo, y creaban fugaces líneas de luz que ascendían por mi cuerpo, desaparecían con rapidez, y daban paso a una oscuridad que quedaba interrumpida al cabo de un instante por una nueva línea luminosa. Empecé a sincronizar mis movimientos con el paso de las luces.
En mi estomago empezó a crearse una tensión de lo más placentera. Contuve el aliento, y lo solté por los labios entreabiertos cuando no pude aguantarlo más. Mantuve los ojos fijos en la ventana, en las luces de la calle, a pesar de que no veía nada. De vez en cuando veía el reflejo de mi rostro, y me imaginé que el desconocido estaba mirándome.
Mis dedos aferraron con fuerza el maletín de cuero mientras movía el pie hacia arriba y hacia abajo una y otra vez. Al apretar los muslos, empecé a crear una pequeña pero perfecta fricción sobre el clítoris. Estaba deseando tocarme, trazar círculos alrededor de aquel pequeño nudo, meterme los dedos y follarme a mí misma mientras el autobús seguía su camino, pero no lo hice. Seguí meciéndome y tensándome, y cada farola que fuimos dejando atrás fue acercándome al clímax.
Tenía que luchar por quedarme quieta, y la tensión que iba acumulándose era tan grande, que el cuerpo me temblaba, Aquel acto furtivo era nuevo para mí, nunca había hecho algo así. Solía masturbarme a solas en casa, en la bañera o en la cama. Era un acto rápido y directo con el que podía desahogar tensión, pero lo del autobús estaba ocurriendo casi en contra de mi voluntad. Los recuerdos que tenía de él, el movimiento del autobús y mi celibato se habían sumado para lograr que mi cuerpo ardiera con unas llamas que sólo podían sofocarse con un orgasmo.
Una gota de sudor empezó a bajarme por la espalda, y acabó deslizándose entre mis nalgas, Aquella sensación, aquel pequeño cosquilleo parecido al roce de una Lengua, fue el empujón final, Mi coño se tensó mientras mi cuerpo se ponía rígido. Hinqué las uñas en el maletín. Mi clítoris palpitó de forma espasmódica, y latigazos de puro placer me recorrieron todo el cuerpo.
Me estremecí en silencio, y llamé menos la atención que si hubiera estornudado. Tosí para disimular el pequeño jadeo que solté, y nadie se volvió a mirarme. Al cabo de un segundo, me invadió una relajación total, y me recliné un poco más en el asiento mientras el autobús se detenía en una parada.
Al darme cuenta de que era la mía, me levanté con piernas temblorosas. Estaba convencida de que el olor a sexo se me pegaba como si fuera perfume, pero nadie pareció darse cuenta. Bajé del autobús, alcé la cara hacia el cielo nocturno, y dejé que la llovizna que caía me besara de pies a cabeza. En ese momento, me daba igual que el pelo y la blusa se me mojaran.
Me había masturbado en un autobús pensando en el rostro de aquel hombre, y ni siquiera sabía cómo se llamaba.
# TeamBullshit
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
Aquí tienes a otra lectora..
Siguelaaa...:)
Me encantaron los caps!
Siguelaaa...:)
Me encantaron los caps!
☎ Jimena Horan ♥
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
Jimee Jonas <3 escribió:Aquí tienes a otra lectora..
Siguelaaa...:)
Me encantaron los caps!
Bienvenida :)
# TeamBullshit
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
Hola soy nueva lectora , soy nueva en este foro .
pero decidi crear la cuenta para poder
comentar .
me gusta la novela siguela.
pero decidi crear la cuenta para poder
comentar .
me gusta la novela siguela.
Caro-Li-Na
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
carolina_jonatik escribió:Hola soy nueva lectora , soy nueva en este foro .
pero decidi crear la cuenta para poder
comentar .
me gusta la novela siguela.
Bienvenida !
# TeamBullshit
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
CAPITULO 3
Para bien o para mal, el orgasmo del autobús sirvió para aliviar en parte mi deseo. Las cifras volvieron a llenar mi mente en una corriente constante de sumas y restas, y me centré de lleno en mí trabajo. Conseguí varias cuentas importantes que hasta entonces estaban en manos de Bob Hoover; al parecer, él estaba muy ocupado con las relaciones que le hacia la secretaria del señor Flynn a la hora de la comida, y no daba abasto.
A mí no me importaba, porque al tener más trabajo podía demostrarles a los peces gordos que me merecía mi puesto, mi despacho, y los días adicionales de vacaciones; además, así no tenía que inventarme razones para quedarme hasta tarde en el trabajo, ni tenía que elegir entre regresar a casa y enfrentarme a un hogar vacío o ir a algún bar para poner a prueba mi fuerza de voluntad,
—El sexo es como un pastel relleno de chocolate — comentó Marcy, mientras estábamos en el comedor. Había tenido el detalle de darme un donut de azúcar.
—¿Porque después de disfrutarlo dan ganas de vomitar?
—¿Qué clase de relaciones sexuales tienes, ___________ ?
—Últimamente, ningunas.
—Me cuesta creerlo —a juzgar por su tono de voz, era obvio que no le costaba en lo más mínimo—. Pero no me extraña, teniendo en cuenta tu actitud.
A pesar de su melena desmedida y de su mal gusto a la hora de vestir, Marcy me hacía gracia.
—Anda, explícame por qué crees que el sexo es como un pastel de chocolate —le dije.
—Porque es lo bastante tentador como para conseguir que una se olvide de todo, y lo bastante satisfactorio como para que una se alegre de haber caído en la tentación.
Me recliné un poco en la silla, y comenté:
—Supongo que anoche te acostaste con alguien, ¿no?
Cuando me miró con una expresión de inocencia fingida, me di cuenta de que aquella mujer me caía bien. Ella parpadeó varias veces, y me dijo:
—¿Quién, yo?
—Sí, tú —dejé el donut en la bolsa, y agarré el último trozo de pastel—, Y estás deseando contarme lo que pasó, así que deja de andarte por las ramas. Como entre alguien, vamos a tener que fingir que estamos hablando del tiempo.
Marcy soltó una carcajada, y comentó:
—No sabía si querrías que te lo contara.
—De verdad crees que no me gusta el sexo, ¿verdad? —le dije, mientras la observaba con atención.
Ella me miró con una sonrisa sincera, y en su rostro relampagueó una expresión rara, como de pena, que no me hizo ninguna grada.
—No lo sé, ___________. No te conozco lo suficiente como para hablar con conocimiento de causa, pero a veces te comportas como si sólo te interesara el trabajo.
«Oír algo de lo que una es consciente no debería resultar demasiado chocante, pero suele serlo», tuve ganas de contestarle de inmediato, pero tenía un nudo en la garganta y sentía el escozor de las lágrimas en los ojos. Parpadeé varias veces para impedir que cayeran y me llevé una mano al estómago, que se me había encogido al reconocer lo ciertas que eran aquellas palabras.
A pesar de su apariencia y de que a veces finge ser una rubia sin sesera, Marcy no es ninguna tonta. Antes de que pudiera apartarme, alargó una mano, la posó sobre la mía, y me dio un pequeño apretón. Se apartó antes de que yo tuviera tiempo de reaccionar, y me dijo con voz suave:
—Oye, no pasa nada. Todos tenemos nuestros puntos débiles.
En ese momento, tuve la oportunidad de entablar una amistad de verdad con ella, más allá de una mera relación de trabajo. He estado al borde de tantas cosas, tantas veces, que casi siempre me echo atrás. Si decir la verdad puede abrir una puerta, miento. Si una sonrisa puede granjearme un contacto útil, giro la cara.
Pero aquella vez me sorprendí a mí misma, y seguramente también a Marcy, porque no hice lo de siempre. La miré con una sonrisa, y le dije:
—Venga, cuéntame lo de tu cita de anoche.
Me lo contó todo de forma tan detallada, que me ruboricé. Me lo pasé genial. Cuando llegó la hora de que regresáramos a nuestros respectivos despachos, me detuvo al darme otro apretón en la mano y me dijo:
—Podríamos salir juntas algún día.
Dejé que me apretara la mano porque parecía muy sincera, y porque habíamos pasado un buen rato.
—Claro, ya quedaremos.
—¿En serio?
El apretón de manos se convirtió en un súbito abrazo que hizo que me tensara de pies a cabeza. Después de darme unas palmaditas en la espalda, Marcy retrocedió unos pasos. No sé sí se dio cuenta de que su gesto me había convertido en una efigie rígida, porque no hizo ningún comentario al respecto.
—Genial —se limitó a decir.
—Sí, genial —le dije yo, con una sonrisa.
Su entusiasmo resultaba contagioso, y hacía mucho que no tenía una amiga. Más tarde, empecé a tararear una canción en voz baja mientras estaba en mi despacho.
La euforia no suele durar, y la mía se desvaneció cuando abrí la puerta de mi casa y vi que la lucecita del contestador estaba parpadeando. En casa no suelo recibir demasiadas llamadas. El médico, algún vendedor, alguien que se ha equivocado de número, mi hermano Chad... y mi madre. Apenas pude apartar la mirada del número cuatro que aparecía en el contestador. ¿Cuatro mensajes en un día?, seguro que los había dejado ella.
Odiar a tu propia madre es un cliché que los cómicos utilizan para hacer reír al público. Hay psiquiatras que basan sus carreras en diagnosticar ese tipo de casos. Las empresas que fabrican postales hurgan más en la herida, ya que los consumidores se sienten tan culpables por lo que sienten de verdad por sus madres, que están dispuestos a gastarse cinco dólares por un trozo de papel que contiene alguna frase emotiva que ellos no han escrito, y que refleja un sentimiento que no sienten.
No odio a mi madre, aunque lo he intentado con todas mis fuerzas. Si la odiara, quizá podría apartarla de mi vida de una vez, romper con ella del todo, acabar con la tortura que me inflige. Por desgracia, no he aprendido a odiarla, así que lo único que puedo hacer es ignorarla.
—Contesta de una vez, ___________(diminutivo de tu nombre).
La voz de mi madre es como una sirena nasal que desprende desdén y que avisa a los otros barcos de que se mantengan alejados de mí, ya que para ella soy una gran decepción. No puedo odiarla, pero puedo odiar tanto su voz como el hecho de que me llame ______________(dtn) en vez de ________________.
___________(dtn) es un nombre adecuado para una jovencita indefensa, para una huérfana rodeada de desolación. __________ tiene más clase, denota más firmeza. Es el nombre por el que optó una mujer que quería que la gente la tomara en serio. Mi madre insiste en llamarme _____________(dtn) porque sabe que no me gusta.
En el cuarto mensaje ya estaba diciendo que no le merecía la pena vivir por culpa de la ingrata de su hija, y que había tenido que sufrir la vergüenza de pedirle a una vecina, Karen Cooper, que fuera a la farmacia por ella, porque su hija no estaba dispuesta a cuidarla.
A mi madre siempre parecía olvidársele que tenía un marido perfectamente capaz de hacerle los recados.
—¡Y no olvides que me dijiste que vendrías a verme pronto! —me dijo, con un grito que me sobresaltó.
Al final del mensaje hubo una breve pausa. Seguro que había creído que en realidad estaba en casa y que me había negado a descolgar el teléfono, y había esperado un poco antes de colgar para ver sí podía pillarme.
En ese momento, el teléfono empezó a sonar de nuevo, así que descolgué con resignación. NI siquiera me molesté en intentar defenderme, y ella estuvo hablando durante diez minutos seguidos.
—Estaba trabajando, mamá —alcancé a decir, cuando ella se calló para encender un cigarro.
—¿Hasta tan tarde? —me preguntó, con tono despectivo.
—Sí, mamá, hasta tan tarde —según el reloj, eran las ocho y diez—. He venido en autobús.
—Tienes un coche, ¿por qué no lo usas?
Como sabía que no iba a prestarme la más mínima atención, no me molesté en explicarle otra vez por qué prefería usar el transporte público, que era más rápido y fácil.
—Tendrías que encontrar un buen marido.
Contuve las ganas de soltar un suspiro, porque aquel comentario indicaba que el sermón estaba a punto de acabar.
—Aunque no sé cómo vas a conseguirlo, porque a los hombres no les gustan las mujeres que son más listas que ellos, ni las que ganan más... —hizo una pequeña pausa intencionada, y añadió—: Ni las que no se cuidan.
—Sí que me cuido, mamá —yo hablaba desde un punto de vista financiero, pero sabía que ella se refería a tratamientos de belleza y manicuras.
— ____________(dtn), podrías ser una mujer atractiva…
Me miré al espejo mientras mi madre hablaba, y vi el reflejo de una mujer a la que mi madre no conocía.
—Ya está bien, mamá. Voy a colgar.
No me costó imaginarme la mueca que debió de hacer al oír que su única hija le hablaba de forma tan cortante.
—De acuerdo.
—Te llamaré pronto.
—No olvides que me prometiste que vendrías a verme, __________(dtn).
—Sí, ya lo sé, pero... —sólo con pensar en ir a vería, se me formó un nudo en el estómago.
—Tienes que llevarme al cementerio.
La mujer del espejo pareció sobresaltarse ante aquellas palabras, pero a mí no me afectaron, No, no sentía nada, a pesar de lo que pudiera mostrar mi propio reflejo.
—Ya lo sé, mamá.
—Este año no vas a poder escaquearte...
—Adiós, mamá.
Colgué a pesar de que ella seguía protestando, y de inmediato manqué otro número.
—Hola, Marcy. Soy _____________.
Marcy se mostró gratamente sorprendida cuando le pregunté si le apetecía que quedáramos para salir algún día. Era justo la reacción que necesitaba. Si se hubiera mostrado demasiado entusiasmada, me lo habría replanteado, y si se hubiera comportado con desgana, me habría desdicho.
—Podríamos ir al Blue Swan —me dijo con firmeza. Era como si estuviera tendiéndome una mano, como si quisiera ayudarme a cruzar un puente que se balanceaba sobre un abismo; en cierto modo, era lo que estaba haciendo—. Es un local pequeño, pero ponen buena música y va gente de todo tipo. Las bebidas están bien de precio, y no está lleno de tipos desesperados por ligar.
Me parecía muy amable de su parte que siguiera creyendo que yo les tenía miedo a los hombres. Marcy no sabía que me había acostado con cuatro tipos en cuatro días seguidos, y tampoco sabía que no era el sexo lo que me asustaba.
Su amabilidad me hizo sonreír. Quedamos en salir el viernes, después del trabajo. No me preguntó qué era lo que me había hecho cambiar de opinión.
Colgué sin dejar de mirar a la mujer del espejo. Me sentí mal por ella al ver que parecía a punto de echarse a llorar, Tenía el pelo oscuro, y sólo vestía en blanco y negro, Podría haber sido guapa si se cuidara, si no fuera más lista que muchos hombres, si no ganara más dinero que ellos. Sentí Lástima por ella, pero también la envidié; ella, al menos, podía llorar, y yo era incapaz de hacerlo.
Cuando llegué a casa el jueves por la noche, vi que alguien me esperaba en el portal. La persona en cuestión iba toda de negro, llevaba una sudadera negra, unos vaqueros y unas zapatillas de deporte del mismo color, tenía el pelo teñido de negro y medio cubierto por la capucha de la sudadera, y también llevaba las uñas pintadas de aquel color.
—Hola, Gavin —metí la llave en la cerradura, y él se puso de pie.
—Hola, señorita ___________(tu apellido). ¿Quiere que la ayude?
Agarró mi bolso, y entró tras de mí. Después de colgarlo en el perchero de la entrada, añadió:
—He venido a devolverle el libro que me dejó.
Gavin era vecino mío, vivía a mi izquierda. No conocía a su madre, aunque la había visto a menudo cuando se iba a trabajar. Alguna que otra vez había oído voces que procedían de su casa, porque estamos pared con pared, así que procuraba no pasarme con el volumen de la tele.
—¿Te ha gustado?
—No tanto como el otro —me dijo, mientras dejaba el Libro sobre la mesa.
Le había dejado El caballo y el muchacho, de C. S. Lewis.
—Gav, hay mucha gente que sólo ha leído El león, la bruja y el armarlo. ¿Quieres otro?
Gavin tenía quince años, y era un típico gótico que llevaba ropa de Jack Skellington y se ponía un montón de lápiz de ojos. Era un buen chico, le gustaba leer, y no parecía tener demasiados amigos. Dos años antes, había venido a casa para preguntarme si quería que me cortara el césped. La verdad era que no lo necesitaba, porque mi jardín es más pequeño que un coche, pero lo contraté porque me pareció muy sincero,
Se pasaba más tiempo tomando prestados mis libros y ayudándome a quitar el papel de las paredes que arreglando mí diminuto jardín, pero me caía bien. Era tranquilo y educado, y mucho más alegre de lo que cabría esperar de un gótico; además, se le daban bien algunas tareas que a mí me resultaban de lo más tediosas, como despegar los restos que quedaban en las paredes cuando nos pusimos a quitar los empapelados que habían ido superponiéndose durante dos décadas en las paredes de mi comedor.
—Sí, gracias, Se lo devolveré el lunes.
Fuimos a la cocina, y puse una caja de galletas de chocolate sobre la mesa antes de decirle:
—Devuélvemelo cuando te vaya bien.
—¿Quiere que le eche una mano esta noche? —me preguntó, mientras agarraba una galleta.
En cuanto Las palabras escaparon de su boca, los dos nos miramos sin saber cómo reaccionar. Él parecía tan mortificado, que tuve que darle la espalda mientras contenía las ganas de echarme a reír. No quería avergonzarlo aún más.
—Ya he acabado de quitar el papel, pero me iría bien que me ayudaras a empezar a pintar.
—Vale —me dijo, claramente aliviado.
—¿Qué tal te va? hacía días que no te veía —le dije, mientras sacaba una pizza del congelador y la metía en el horno.
—Sí, es que... mi madre va a volver a casarse.
No solíamos hablar demasiado, y me parece que los dos estábamos satisfechos con aquella situación. Él me ayudaba a renovar mi casa, y yo le pagaba con galletas, pizza, libros, y con un lugar al que ir cuando su madre estaba fuera, que solía ser bastante a menudo.
Hice un gesto vago de asentimiento mientras servía dos vasos de leche. Gavin sacó varias servilletas de un armario, las colocó en la mesa, y volvió a sentarse después de lavarse las manos. El esmalte negro de las uñas se le había saltado un poco.
—Mi madre dice que este novio es el definitivo.
—Qué bien —comenté, mientras ponía sobre la mesa el queso rallado y el ajo en polvo.
—Sí —no parecía demasiado convencido,
—¿Vais a mudaros?
Alzó la cabeza de golpe, y me miró sobresaltado. Sus ojos oscuros resaltaban en la palidez de su cara.
—¡Espero que no! —exclamó.
—Yo también, aún me queda por pintar el comedor entero —esbocé una sonrisa, y él me devolvió el gesto al cabo de un momento.
No hacía falta ser adivino para notar que algo le preocupaba, y tampoco había que ser un genio para saber de qué se trataba, Podría haber hecho de mentora, podría haber empezado a hacerle preguntas en plan comprensivo, pero no teníamos una relación de ésas en las que uno comparte secretos y profundas revelaciones. Él era el chico que vivía en la casa de al lado y que me ayudaba con algunas tareas domésticas. No sé lo que significo para él, pero dudo mucho que me vea en el papel de consejera.
Cuando sonó el temporizador del horno, serví la pizza en dos platos. Gavin espolvoreó su ración con un poco de ajo en polvo, y yo añadí a la mía queso rallado. Mientras comíamos, charlamos sobre el libro que le había prestado, y estuvimos debatiendo sobre si iba a revelarse la identidad del asesino en el siguiente episodio de una serie policíaca que nos gustaba a los dos.
Me ayudó a poner el lavaplatos, y a guardar la pizza que había sobrado, Para cuando bajé de nuevo a la primera planta después de cambiarme de ropa, él ya había cubierto el suelo con una lona protectora y había abierto el bote de pintura.
Estuvimos pintando con la radio puesta durante varias horas. Antes de marcharse a casa, Gavin le echó un vistazo a mis estanterías para escoger otro libro.
—¿De qué va éste? —me preguntó, antes de enseñarme mi desgastada copia de El principito.
—De un príncipe que vive en el espacio exterior — era la respuesta fácil. Cualquiera que hubiera leído aquella obra de Antoine de Saint-Exupéry sabría que el contenido de la historia no era tan simple.
—Genial, ¿puedo llevármelo?
Dudé por un momento. Aquel libro había sido un regalo que me habían hecho, pero por otra parte, llevaba años sin prestarle la más mínima atención.
—Sí, claro.
—¡Genial! ¡Muchas gracias, señorita ____________(ta)! —me dijo, con la primera sonrisa de verdad que esbozaba en toda la velada, antes de irse.
Me quedé mirando durante unos segundos el espacio vacío que había dejado el libro, y después me puse a limpiar.
Para bien o para mal, el orgasmo del autobús sirvió para aliviar en parte mi deseo. Las cifras volvieron a llenar mi mente en una corriente constante de sumas y restas, y me centré de lleno en mí trabajo. Conseguí varias cuentas importantes que hasta entonces estaban en manos de Bob Hoover; al parecer, él estaba muy ocupado con las relaciones que le hacia la secretaria del señor Flynn a la hora de la comida, y no daba abasto.
A mí no me importaba, porque al tener más trabajo podía demostrarles a los peces gordos que me merecía mi puesto, mi despacho, y los días adicionales de vacaciones; además, así no tenía que inventarme razones para quedarme hasta tarde en el trabajo, ni tenía que elegir entre regresar a casa y enfrentarme a un hogar vacío o ir a algún bar para poner a prueba mi fuerza de voluntad,
—El sexo es como un pastel relleno de chocolate — comentó Marcy, mientras estábamos en el comedor. Había tenido el detalle de darme un donut de azúcar.
—¿Porque después de disfrutarlo dan ganas de vomitar?
—¿Qué clase de relaciones sexuales tienes, ___________ ?
—Últimamente, ningunas.
—Me cuesta creerlo —a juzgar por su tono de voz, era obvio que no le costaba en lo más mínimo—. Pero no me extraña, teniendo en cuenta tu actitud.
A pesar de su melena desmedida y de su mal gusto a la hora de vestir, Marcy me hacía gracia.
—Anda, explícame por qué crees que el sexo es como un pastel de chocolate —le dije.
—Porque es lo bastante tentador como para conseguir que una se olvide de todo, y lo bastante satisfactorio como para que una se alegre de haber caído en la tentación.
Me recliné un poco en la silla, y comenté:
—Supongo que anoche te acostaste con alguien, ¿no?
Cuando me miró con una expresión de inocencia fingida, me di cuenta de que aquella mujer me caía bien. Ella parpadeó varias veces, y me dijo:
—¿Quién, yo?
—Sí, tú —dejé el donut en la bolsa, y agarré el último trozo de pastel—, Y estás deseando contarme lo que pasó, así que deja de andarte por las ramas. Como entre alguien, vamos a tener que fingir que estamos hablando del tiempo.
Marcy soltó una carcajada, y comentó:
—No sabía si querrías que te lo contara.
—De verdad crees que no me gusta el sexo, ¿verdad? —le dije, mientras la observaba con atención.
Ella me miró con una sonrisa sincera, y en su rostro relampagueó una expresión rara, como de pena, que no me hizo ninguna grada.
—No lo sé, ___________. No te conozco lo suficiente como para hablar con conocimiento de causa, pero a veces te comportas como si sólo te interesara el trabajo.
«Oír algo de lo que una es consciente no debería resultar demasiado chocante, pero suele serlo», tuve ganas de contestarle de inmediato, pero tenía un nudo en la garganta y sentía el escozor de las lágrimas en los ojos. Parpadeé varias veces para impedir que cayeran y me llevé una mano al estómago, que se me había encogido al reconocer lo ciertas que eran aquellas palabras.
A pesar de su apariencia y de que a veces finge ser una rubia sin sesera, Marcy no es ninguna tonta. Antes de que pudiera apartarme, alargó una mano, la posó sobre la mía, y me dio un pequeño apretón. Se apartó antes de que yo tuviera tiempo de reaccionar, y me dijo con voz suave:
—Oye, no pasa nada. Todos tenemos nuestros puntos débiles.
En ese momento, tuve la oportunidad de entablar una amistad de verdad con ella, más allá de una mera relación de trabajo. He estado al borde de tantas cosas, tantas veces, que casi siempre me echo atrás. Si decir la verdad puede abrir una puerta, miento. Si una sonrisa puede granjearme un contacto útil, giro la cara.
Pero aquella vez me sorprendí a mí misma, y seguramente también a Marcy, porque no hice lo de siempre. La miré con una sonrisa, y le dije:
—Venga, cuéntame lo de tu cita de anoche.
Me lo contó todo de forma tan detallada, que me ruboricé. Me lo pasé genial. Cuando llegó la hora de que regresáramos a nuestros respectivos despachos, me detuvo al darme otro apretón en la mano y me dijo:
—Podríamos salir juntas algún día.
Dejé que me apretara la mano porque parecía muy sincera, y porque habíamos pasado un buen rato.
—Claro, ya quedaremos.
—¿En serio?
El apretón de manos se convirtió en un súbito abrazo que hizo que me tensara de pies a cabeza. Después de darme unas palmaditas en la espalda, Marcy retrocedió unos pasos. No sé sí se dio cuenta de que su gesto me había convertido en una efigie rígida, porque no hizo ningún comentario al respecto.
—Genial —se limitó a decir.
—Sí, genial —le dije yo, con una sonrisa.
Su entusiasmo resultaba contagioso, y hacía mucho que no tenía una amiga. Más tarde, empecé a tararear una canción en voz baja mientras estaba en mi despacho.
La euforia no suele durar, y la mía se desvaneció cuando abrí la puerta de mi casa y vi que la lucecita del contestador estaba parpadeando. En casa no suelo recibir demasiadas llamadas. El médico, algún vendedor, alguien que se ha equivocado de número, mi hermano Chad... y mi madre. Apenas pude apartar la mirada del número cuatro que aparecía en el contestador. ¿Cuatro mensajes en un día?, seguro que los había dejado ella.
Odiar a tu propia madre es un cliché que los cómicos utilizan para hacer reír al público. Hay psiquiatras que basan sus carreras en diagnosticar ese tipo de casos. Las empresas que fabrican postales hurgan más en la herida, ya que los consumidores se sienten tan culpables por lo que sienten de verdad por sus madres, que están dispuestos a gastarse cinco dólares por un trozo de papel que contiene alguna frase emotiva que ellos no han escrito, y que refleja un sentimiento que no sienten.
No odio a mi madre, aunque lo he intentado con todas mis fuerzas. Si la odiara, quizá podría apartarla de mi vida de una vez, romper con ella del todo, acabar con la tortura que me inflige. Por desgracia, no he aprendido a odiarla, así que lo único que puedo hacer es ignorarla.
—Contesta de una vez, ___________(diminutivo de tu nombre).
La voz de mi madre es como una sirena nasal que desprende desdén y que avisa a los otros barcos de que se mantengan alejados de mí, ya que para ella soy una gran decepción. No puedo odiarla, pero puedo odiar tanto su voz como el hecho de que me llame ______________(dtn) en vez de ________________.
___________(dtn) es un nombre adecuado para una jovencita indefensa, para una huérfana rodeada de desolación. __________ tiene más clase, denota más firmeza. Es el nombre por el que optó una mujer que quería que la gente la tomara en serio. Mi madre insiste en llamarme _____________(dtn) porque sabe que no me gusta.
En el cuarto mensaje ya estaba diciendo que no le merecía la pena vivir por culpa de la ingrata de su hija, y que había tenido que sufrir la vergüenza de pedirle a una vecina, Karen Cooper, que fuera a la farmacia por ella, porque su hija no estaba dispuesta a cuidarla.
A mi madre siempre parecía olvidársele que tenía un marido perfectamente capaz de hacerle los recados.
—¡Y no olvides que me dijiste que vendrías a verme pronto! —me dijo, con un grito que me sobresaltó.
Al final del mensaje hubo una breve pausa. Seguro que había creído que en realidad estaba en casa y que me había negado a descolgar el teléfono, y había esperado un poco antes de colgar para ver sí podía pillarme.
En ese momento, el teléfono empezó a sonar de nuevo, así que descolgué con resignación. NI siquiera me molesté en intentar defenderme, y ella estuvo hablando durante diez minutos seguidos.
—Estaba trabajando, mamá —alcancé a decir, cuando ella se calló para encender un cigarro.
—¿Hasta tan tarde? —me preguntó, con tono despectivo.
—Sí, mamá, hasta tan tarde —según el reloj, eran las ocho y diez—. He venido en autobús.
—Tienes un coche, ¿por qué no lo usas?
Como sabía que no iba a prestarme la más mínima atención, no me molesté en explicarle otra vez por qué prefería usar el transporte público, que era más rápido y fácil.
—Tendrías que encontrar un buen marido.
Contuve las ganas de soltar un suspiro, porque aquel comentario indicaba que el sermón estaba a punto de acabar.
—Aunque no sé cómo vas a conseguirlo, porque a los hombres no les gustan las mujeres que son más listas que ellos, ni las que ganan más... —hizo una pequeña pausa intencionada, y añadió—: Ni las que no se cuidan.
—Sí que me cuido, mamá —yo hablaba desde un punto de vista financiero, pero sabía que ella se refería a tratamientos de belleza y manicuras.
— ____________(dtn), podrías ser una mujer atractiva…
Me miré al espejo mientras mi madre hablaba, y vi el reflejo de una mujer a la que mi madre no conocía.
—Ya está bien, mamá. Voy a colgar.
No me costó imaginarme la mueca que debió de hacer al oír que su única hija le hablaba de forma tan cortante.
—De acuerdo.
—Te llamaré pronto.
—No olvides que me prometiste que vendrías a verme, __________(dtn).
—Sí, ya lo sé, pero... —sólo con pensar en ir a vería, se me formó un nudo en el estómago.
—Tienes que llevarme al cementerio.
La mujer del espejo pareció sobresaltarse ante aquellas palabras, pero a mí no me afectaron, No, no sentía nada, a pesar de lo que pudiera mostrar mi propio reflejo.
—Ya lo sé, mamá.
—Este año no vas a poder escaquearte...
—Adiós, mamá.
Colgué a pesar de que ella seguía protestando, y de inmediato manqué otro número.
—Hola, Marcy. Soy _____________.
Marcy se mostró gratamente sorprendida cuando le pregunté si le apetecía que quedáramos para salir algún día. Era justo la reacción que necesitaba. Si se hubiera mostrado demasiado entusiasmada, me lo habría replanteado, y si se hubiera comportado con desgana, me habría desdicho.
—Podríamos ir al Blue Swan —me dijo con firmeza. Era como si estuviera tendiéndome una mano, como si quisiera ayudarme a cruzar un puente que se balanceaba sobre un abismo; en cierto modo, era lo que estaba haciendo—. Es un local pequeño, pero ponen buena música y va gente de todo tipo. Las bebidas están bien de precio, y no está lleno de tipos desesperados por ligar.
Me parecía muy amable de su parte que siguiera creyendo que yo les tenía miedo a los hombres. Marcy no sabía que me había acostado con cuatro tipos en cuatro días seguidos, y tampoco sabía que no era el sexo lo que me asustaba.
Su amabilidad me hizo sonreír. Quedamos en salir el viernes, después del trabajo. No me preguntó qué era lo que me había hecho cambiar de opinión.
Colgué sin dejar de mirar a la mujer del espejo. Me sentí mal por ella al ver que parecía a punto de echarse a llorar, Tenía el pelo oscuro, y sólo vestía en blanco y negro, Podría haber sido guapa si se cuidara, si no fuera más lista que muchos hombres, si no ganara más dinero que ellos. Sentí Lástima por ella, pero también la envidié; ella, al menos, podía llorar, y yo era incapaz de hacerlo.
Cuando llegué a casa el jueves por la noche, vi que alguien me esperaba en el portal. La persona en cuestión iba toda de negro, llevaba una sudadera negra, unos vaqueros y unas zapatillas de deporte del mismo color, tenía el pelo teñido de negro y medio cubierto por la capucha de la sudadera, y también llevaba las uñas pintadas de aquel color.
—Hola, Gavin —metí la llave en la cerradura, y él se puso de pie.
—Hola, señorita ___________(tu apellido). ¿Quiere que la ayude?
Agarró mi bolso, y entró tras de mí. Después de colgarlo en el perchero de la entrada, añadió:
—He venido a devolverle el libro que me dejó.
Gavin era vecino mío, vivía a mi izquierda. No conocía a su madre, aunque la había visto a menudo cuando se iba a trabajar. Alguna que otra vez había oído voces que procedían de su casa, porque estamos pared con pared, así que procuraba no pasarme con el volumen de la tele.
—¿Te ha gustado?
—No tanto como el otro —me dijo, mientras dejaba el Libro sobre la mesa.
Le había dejado El caballo y el muchacho, de C. S. Lewis.
—Gav, hay mucha gente que sólo ha leído El león, la bruja y el armarlo. ¿Quieres otro?
Gavin tenía quince años, y era un típico gótico que llevaba ropa de Jack Skellington y se ponía un montón de lápiz de ojos. Era un buen chico, le gustaba leer, y no parecía tener demasiados amigos. Dos años antes, había venido a casa para preguntarme si quería que me cortara el césped. La verdad era que no lo necesitaba, porque mi jardín es más pequeño que un coche, pero lo contraté porque me pareció muy sincero,
Se pasaba más tiempo tomando prestados mis libros y ayudándome a quitar el papel de las paredes que arreglando mí diminuto jardín, pero me caía bien. Era tranquilo y educado, y mucho más alegre de lo que cabría esperar de un gótico; además, se le daban bien algunas tareas que a mí me resultaban de lo más tediosas, como despegar los restos que quedaban en las paredes cuando nos pusimos a quitar los empapelados que habían ido superponiéndose durante dos décadas en las paredes de mi comedor.
—Sí, gracias, Se lo devolveré el lunes.
Fuimos a la cocina, y puse una caja de galletas de chocolate sobre la mesa antes de decirle:
—Devuélvemelo cuando te vaya bien.
—¿Quiere que le eche una mano esta noche? —me preguntó, mientras agarraba una galleta.
En cuanto Las palabras escaparon de su boca, los dos nos miramos sin saber cómo reaccionar. Él parecía tan mortificado, que tuve que darle la espalda mientras contenía las ganas de echarme a reír. No quería avergonzarlo aún más.
—Ya he acabado de quitar el papel, pero me iría bien que me ayudaras a empezar a pintar.
—Vale —me dijo, claramente aliviado.
—¿Qué tal te va? hacía días que no te veía —le dije, mientras sacaba una pizza del congelador y la metía en el horno.
—Sí, es que... mi madre va a volver a casarse.
No solíamos hablar demasiado, y me parece que los dos estábamos satisfechos con aquella situación. Él me ayudaba a renovar mi casa, y yo le pagaba con galletas, pizza, libros, y con un lugar al que ir cuando su madre estaba fuera, que solía ser bastante a menudo.
Hice un gesto vago de asentimiento mientras servía dos vasos de leche. Gavin sacó varias servilletas de un armario, las colocó en la mesa, y volvió a sentarse después de lavarse las manos. El esmalte negro de las uñas se le había saltado un poco.
—Mi madre dice que este novio es el definitivo.
—Qué bien —comenté, mientras ponía sobre la mesa el queso rallado y el ajo en polvo.
—Sí —no parecía demasiado convencido,
—¿Vais a mudaros?
Alzó la cabeza de golpe, y me miró sobresaltado. Sus ojos oscuros resaltaban en la palidez de su cara.
—¡Espero que no! —exclamó.
—Yo también, aún me queda por pintar el comedor entero —esbocé una sonrisa, y él me devolvió el gesto al cabo de un momento.
No hacía falta ser adivino para notar que algo le preocupaba, y tampoco había que ser un genio para saber de qué se trataba, Podría haber hecho de mentora, podría haber empezado a hacerle preguntas en plan comprensivo, pero no teníamos una relación de ésas en las que uno comparte secretos y profundas revelaciones. Él era el chico que vivía en la casa de al lado y que me ayudaba con algunas tareas domésticas. No sé lo que significo para él, pero dudo mucho que me vea en el papel de consejera.
Cuando sonó el temporizador del horno, serví la pizza en dos platos. Gavin espolvoreó su ración con un poco de ajo en polvo, y yo añadí a la mía queso rallado. Mientras comíamos, charlamos sobre el libro que le había prestado, y estuvimos debatiendo sobre si iba a revelarse la identidad del asesino en el siguiente episodio de una serie policíaca que nos gustaba a los dos.
Me ayudó a poner el lavaplatos, y a guardar la pizza que había sobrado, Para cuando bajé de nuevo a la primera planta después de cambiarme de ropa, él ya había cubierto el suelo con una lona protectora y había abierto el bote de pintura.
Estuvimos pintando con la radio puesta durante varias horas. Antes de marcharse a casa, Gavin le echó un vistazo a mis estanterías para escoger otro libro.
—¿De qué va éste? —me preguntó, antes de enseñarme mi desgastada copia de El principito.
—De un príncipe que vive en el espacio exterior — era la respuesta fácil. Cualquiera que hubiera leído aquella obra de Antoine de Saint-Exupéry sabría que el contenido de la historia no era tan simple.
—Genial, ¿puedo llevármelo?
Dudé por un momento. Aquel libro había sido un regalo que me habían hecho, pero por otra parte, llevaba años sin prestarle la más mínima atención.
—Sí, claro.
—¡Genial! ¡Muchas gracias, señorita ____________(ta)! —me dijo, con la primera sonrisa de verdad que esbozaba en toda la velada, antes de irse.
Me quedé mirando durante unos segundos el espacio vacío que había dejado el libro, y después me puse a limpiar.
# TeamBullshit
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
CAPITULO 4
Aquella noche, soñé con una habitación llena de rosas. Me desperté sobresaltada, con los ojos muy abiertos, encendí la lamparita. La oscuridad retrocedió acobardada ante la luz, y quedó relegada a las esquinas en sombra de la habitación. Permanecí tumbada en la cama durante unos minutos, pero al final me rendí y descolgué el teléfono.
—Casa del Pecado.
—Hola, Luke —no pude evitar sonreír.
No conozco en persona a la pareja de mi hermano. Viven en California, así que están a un mundo de distancia de mi rinconcito seguro en Pensilvania. Chad no viene a casa, y a mí no me gusta volar. De momento, no ha surgido la oportunidad de vernos.
—Hola ¿cómo está mi chica?
Pese a que no nos conocemos en persona, Luke y yo tenemos una relación cordial, y su respuesta me reconfortó.
—Bien, gracias.
Él chasqueó con la lengua, pero no hizo ningún comentarlo al respecto. Chad se puso al teléfono al cabo de un momento, y no se mostró tan cauto como su pareja.
—Ahí ya es más de medianoche, cariño. ¿Qué pasa?
Chad es mi hermano pequeño, pero teniendo en cuenta cuánto me cuida y se preocupa por mí, nadie lo diría. Me tumbé mejor en la cama, y me puse a contar las grietas del techo.
—No puedo dormir.
—¿Tienes pesadillas?
—Sí —admití antes de cerrar los ojos.
—¿Qué pasa, cielo? ¿Tu madre vuelve a darte la lata?
No me molesté en recordarle que también era su madre.
—Es lo de siempre, quiere que vaya con ella.
No hizo falta que le dijera adonde. Al oír que mascullaba algo entre dientes, no me costó Imaginarme su expresión. Su reacción me hizo sonreír. Por eso lo había llamado, porque sabía que Chad me animaría un poco.
—Dile a la Reina Dragón que te deje en paz. Puede ir ella sólita a donde le dé la gana. Tendría que dejar de agobiarte.
—No le gusta conducir, Charlie —permanecí en silencio mientras él soltaba una ristra de palabrotas y de insultos de lo más imaginativos, y al final le dije—: Tu creatividad y tu vehemencia me dejan atónita, eres un as.
—¿Te encuentras mejor?
—Sí.
—Dime, ¿qué más te pasa?
—Nada —le dije, a pesar de que no pude evitar pensar en el hombre de la confitería.
Chad permaneció en silencio durante unos segundos, y al ver que yo no añadía nada más, soltó un bufido y me dijo:
—Mi querida _________, mi cielo, mi amor, mi cosita preciosa... no me trago que me hayas llamado a estas horas para hablar de la Reina Dragón, seguro que pasa algo más. Venga, suéltalo de una vez.
Quiero a mi hermano de todo corazón, pero no estaba dispuesta a contarle que estaba obsesionada con un desconocido al que le gustaban las corbatas raras y el regaliz. Hay cosas demasiado privadas, que no se cuentan ni a alguien que conoce todos tus secretos más profundos. Le dije que estaba un poco agobiada con el trabajo y las reformas de la casa, y él aceptó la excusa sin demasiada convicción.
Dejamos a un lado mi patético estado mental, y Chad me contó cómo le iba en la residencia de ancianos en la que trabajaba, me dijo que iba a conocer en breve a los padres de Luke: y añadió que estaban pensando en comprarse un perro. Mi hermano vivía muy bien. Tenía un buen trabajo, una casa acogedora, y una pareja que lo amaba. Fui relajándome mientras lo oía hablar. Mi cuerpo fue amoldándose a la cama, y empecé a quedarme adormilada.
Fue entonces cuando Chad dejó caer la bomba.
—Luke quiere que nos planteemos la posibilidad de tener hijos —me dijo, en voz baja.
A veces puedo ser un poco torpe, pero no hacía falta ser una lumbrera para saber que la respuesta adecuada en una situación así no es «no estarás pensando en decirle que sí, ¿verdad?», sino «qué bien, es una idea fantástica».
Al final, no opté por ninguna de las dos opciones.
—¿Qué es lo que quieres tu, Chaddie?
—No lo sé. Luke dice que yo sería un buen padre, pero no lo tengo tan claro.
Estaba convencida de que mi hermano sería un gran padre, pero sabía por qué se mostraba tan reacio.
—Tienes un corazón enorme, Chad.
—Sí, pero... los niños necesitan muchas cosas.
—Sí.
Permanecimos en silencio durante unos segundos. A pesar de la distancia que nos separaba, estábamos unidos por los sentimientos que compartíamos. Finalmente, carraspeó y pareció recuperar su naturalidad habitual.
—Estamos planteándonoslo, nada más. Le dije que antes deberíamos comprar un perro, para ver cómo nos iba.
Yo ni siquiera habría sido capaz de asumir la responsabilidad de tener una mascota.
—Todo saldrá bien, Chad. Ya sabes que tienes mi apoyo, decidas lo que decidas.
—Serías la tía __________ —me dijo, con una carcajada. —La tía __________.
—Sí, es verdad. Te quiero, conejito de peluche.
«Conejito de peluche» no era un apelativo cariñoso que me entusiasmara demasiado, pero no protesté.
—Yo también te quiero, Chad. Buenas noches.
Cuando colgamos, empecé a darle vueltas al tema. Me costaba imaginarme a mi hermano en el papel de padre.
Volví a dormirme mientras imágenes de niños sonrientes revoloteaban por mi mente; al menos, era mejor que soñar con rosas rojas.
El viernes llegó más rápido de lo que esperaba. Era la primera vez que iba al Blue Swan, y la descripción de Marcy se ajustaba a la realidad. Más que una discoteca, era una especie de cafetería con un ambiente acogedor. Había una pista de baile en la que la gente se movía al ritmo de una animada música electrónica, luces con un suave tono azulado, sillones mullidos, y en el techo negro había dibujado un interesante despliegue de bebidas y de estrellas.
Marcy me presentó a Wayne, su nuevo ligue, que era la viva Imagen del típico ejecutivo pujante. Llevaba un corte de pelo que debía de haberle costado unos cíen dólares, y una corbata de diseño en la que no había ni una sola calavera y que me pareció de lo más sosa. Me estrechó la mano al saludarme, y la verdad es que no me miró el escote de forma obvia. Incluso pagó mi primer cóctel margarita de la noche.
—¿Piensas desmelenarte esta noche, ____________? —me preguntó Marcy, sonriente.
—No pasa nada por tomar una copa, Marcy. Eres tú la que se emborracha con sólo probar el alcohol, cielo — su tono de voz era cariñoso, así que sus palabras no parecieron condescendientes. Tenía el brazo extendido sobre la barra, por detrás de Marcy, y empezó a juguetear con uno de sus largos mechones de pelo. Se volvió hacia mí, y me dijo—: Ya verás, acabaremos sacándola de aquí a cuestas.
Marcy hizo una mueca y le dio un pequeño codazo, pero no parecía ofendida.
—No le hagas caso, ___________ —me dijo.
—Lo que me importa es acabar en la cama contigo, Marcy, me da igual lo borracha que estés...
—¡Wayne! —exclamó ella, mientras le daba un codazo bastante más fuerte.
Me lanzó una mirada de disculpa, y yo me encogí de hombros. Marcy parecía creer que el comentario de su ligue me había avergonzado, pero no había sido para tanto. Me gustaba demasiado la bebida como para convertirme en una alcohólica. Me gustaba el olvido, la forma en que la bebida me embotaba la mente y apartaba a un lado mi necesidad constante de contar, catalogar y calcular.
La bebida es la soga con la que mi padre intenta ahorcarse. Entiendo por qué lo hace; al fin y al cabo, está casado con mi madre. Está jubilado, tiene sesenta y tantos años, y la bebida ha pasado a ser tanto su ocupación principal como su pasatiempo preferido. Puede que también sea su escudo, no lo sé. No hablamos del tema. No somos la única familia que tiene problemas, pero ¿a quién le importa lo que pase en otras casas?, uno ya tiene bastante con lidiar con su propia familia.
—Así que trabajas con Marcy, ¿no? —Wayne ganó unos cuantos puntos al mostrar un interés sincero.
—Sí. Ella está en contabilidad pública y yo en administrativa, pero trabajamos para la misma empresa.
—Yo me dedico a asesinatos y ejecuciones —me dijo él, con una sonrisa.
—¡Wayne! —exclamó Marcy de inmediato—. Quiere decir que...
—Que trabaja en fusiones y adquisiciones. Sí, lo he pillado.
—Vaya, así que has visto American Psycho —parecía impresionado.
—Sí, claro.
—Wayne se cree Patrick Bateman... excepto por lo de matar a prostitutas con una moto sierra —apostilló Marcy.
—Bueno, nadie es perfecto —dije; con la mirada fija en él.
Wayne se echó a reír, y comentó:
—Tu amiga me cae bien, Marcy.
Ella se volvió hacia mí, y contestó: —Sí, a mí también.
A veces, se comparte con alguien un momento que no tiene nada que ver con quién eres, ni con lo que estás haciendo. Marcy y yo nos echamos a reír como dos tontitas. No estaba acostumbrada a reírme así, pero me gustó la experiencia, Wayne nos miró de hito en hito, y finalmente se encogió de hombros ante nuestra absurdidad femenina.
—Brindo por los asesinatos y las ejecuciones, y por todas las cosas materialistas y superficiales —dijo, mientras alzaba su jarra de cerveza.
Brindamos, bebimos, y seguimos charlando. Teníamos que hablar bastante alto por culpa de la música. Empecé a relajarme, y dejé que el alcohol y la música fueran des-tensándome los hombros.
—Me toca pagar a mí —dije, cuando Wayne se ofreció a invitarnos a otra ronda.
—No pienso discutir contigo, mi madre me enseñó que las mujeres siempre tienen razón. Invíteme si quiere, señorita ____________(ta). Soy lo bastante hombre como para aceptar la generosidad de una mujer.
—Sí, claro. Lo que pasa es que estás tan borracho, que no tienes ganas de ir a la barra —le dijo Marcy.
Él sonrió de oreja a oreja, la atrajo hacia sí, y empezó a besarla. Me sentí como una mirona, y decidí que era hora de dejarlos unos minutos a solas; en cualquier caso, quería levantarme para ver lo borracha que estaba. Tres años atrás, dos copas no me habrían afectado tanto.
Aproveché un espacio libre que había en la barra, y el camarero me atendió de inmediato. Era consciente de que flirtear formaba parte de su trabajo, pero su sonrisa me llenó de calidez. Como cualquier otra mujer, me gusta ser apreciada. Le devolví la sonrisa, y le pedí una botella de agua para mí y dos cervezas.
—Nada de agua, sírvele un whisky.
No me giré para ver al propietario de aquella voz que llevaba tres semanas atormentándome. El camarero esperó a que yo asintiera, y entonces me sirvió el whisky sin mediar palabra.
—Hola —me dijo el desconocido de la confitería.
Me volví hacia él, y le dije:
—Hola.
El local había ido llenándose durante el transcurso de la noche, y el gentío que nos rodeaba nos acercó un poco más. Él me miró con una sonrisa. Bajo la luz de los focos, sus ojos parecían más marrones de lo que recordaba.
—Qué casualidad, no esperaba encontrarte aquí — me dijo.
—Yo tampoco.
Su mirada recorrió las líneas de mi rostro, la sentí como una caricia tangible. Cuando alguien intentó abrirse camino hacia la barra por detrás de él y lo empujó un poco, me agarró el brazo justo por encima del codo para que el súbito impacto no me desestabilizara, y no me soltó.
—¿No vas a beberte el whisky? —me preguntó, sin apartar la mirada de mí.
—No, ya he bebido bastante por hoy.
El gentío que nos rodeaba nos obligó a acercarnos más el uno al otro. Él bajó la mano por mi brazo hasta colocarla en la curva de mi cintura. Lo hizo con tanta naturalidad, que cualquiera habría pensado que hacía años que nos conocíamos. El contacto fue tan descarado, que contuve el aliento.
—Así que eres una buena chica, ¿no?
Cualquier otro que me hubiera llamado «chica» se habría ganado un buen pisotón, y quizá incluso le habría tirado la bebida a la cara. Pero como se trataba de él, no pude evitar esbozar una pequeña sonrisa. Nos acercamos más, como imanes que se atraen, y no fue por la presión de la gente que nos rodeaba.
—Depende de lo que entiendas por «buena».
Su mano se abrió sobre mí cintura, y su pulgar empezó a juguetear con la tela de mi camisa.
—¿Estás flirteando conmigo? —me preguntó.
—¿Quieres que lo haga?
—¿Estás dispuesta a hacer lo que yo te diga?
Se me aceleró el corazón cuando me susurró aquellas palabras al oído. Estábamos muslo contra muslo, vientre contra vientre. Nuestras bocas estaban lo bastante cerca como para besarse. Su aliento me acariciaba la oreja y el cuello.
—Sí —le dije.
—Quiero que te bebas ese whisky.
Lo hice sin protestar. El licor me bajó ardiendo por la garganta, y recorrió mis venas como el fuego. Él había deslizado la mano hasta la base de mi espalda, y me mantenía apretada contra su cuerpo a pesar de que la presión de la gente que nos rodeaba había disminuido un poco, y ya no hacía falta que estuviéramos tan cerca.
—Suéltate el pelo.
Era una orden, pero expresada a modo de petición. Cuando me quité el pasador que me sujetaba el moño, la larga melena cayó libre sobre mis hombros, por mi espalda, y le acarició el rostro.
—Baila conmigo.
Se apartó un poco para mirarme a los ojos. Su mirada reflejaba un brillo de deseo inconfundible. Su mano seguía posada en mi espalda.
—¿Es eso lo que quieres? —intenté parecer seductora, incitante, pero mis palabras reflejaron cierta timidez.
Él asintió con expresión seria. En ese momento, sólo era capaz de ver sus ojos fijos en los míos, sólo podía sentir las zonas donde se tocaban nuestros cuerpos.
—Sí, eso es lo que quiero —me dijo él.
Aquella noche, soñé con una habitación llena de rosas. Me desperté sobresaltada, con los ojos muy abiertos, encendí la lamparita. La oscuridad retrocedió acobardada ante la luz, y quedó relegada a las esquinas en sombra de la habitación. Permanecí tumbada en la cama durante unos minutos, pero al final me rendí y descolgué el teléfono.
—Casa del Pecado.
—Hola, Luke —no pude evitar sonreír.
No conozco en persona a la pareja de mi hermano. Viven en California, así que están a un mundo de distancia de mi rinconcito seguro en Pensilvania. Chad no viene a casa, y a mí no me gusta volar. De momento, no ha surgido la oportunidad de vernos.
—Hola ¿cómo está mi chica?
Pese a que no nos conocemos en persona, Luke y yo tenemos una relación cordial, y su respuesta me reconfortó.
—Bien, gracias.
Él chasqueó con la lengua, pero no hizo ningún comentarlo al respecto. Chad se puso al teléfono al cabo de un momento, y no se mostró tan cauto como su pareja.
—Ahí ya es más de medianoche, cariño. ¿Qué pasa?
Chad es mi hermano pequeño, pero teniendo en cuenta cuánto me cuida y se preocupa por mí, nadie lo diría. Me tumbé mejor en la cama, y me puse a contar las grietas del techo.
—No puedo dormir.
—¿Tienes pesadillas?
—Sí —admití antes de cerrar los ojos.
—¿Qué pasa, cielo? ¿Tu madre vuelve a darte la lata?
No me molesté en recordarle que también era su madre.
—Es lo de siempre, quiere que vaya con ella.
No hizo falta que le dijera adonde. Al oír que mascullaba algo entre dientes, no me costó Imaginarme su expresión. Su reacción me hizo sonreír. Por eso lo había llamado, porque sabía que Chad me animaría un poco.
—Dile a la Reina Dragón que te deje en paz. Puede ir ella sólita a donde le dé la gana. Tendría que dejar de agobiarte.
—No le gusta conducir, Charlie —permanecí en silencio mientras él soltaba una ristra de palabrotas y de insultos de lo más imaginativos, y al final le dije—: Tu creatividad y tu vehemencia me dejan atónita, eres un as.
—¿Te encuentras mejor?
—Sí.
—Dime, ¿qué más te pasa?
—Nada —le dije, a pesar de que no pude evitar pensar en el hombre de la confitería.
Chad permaneció en silencio durante unos segundos, y al ver que yo no añadía nada más, soltó un bufido y me dijo:
—Mi querida _________, mi cielo, mi amor, mi cosita preciosa... no me trago que me hayas llamado a estas horas para hablar de la Reina Dragón, seguro que pasa algo más. Venga, suéltalo de una vez.
Quiero a mi hermano de todo corazón, pero no estaba dispuesta a contarle que estaba obsesionada con un desconocido al que le gustaban las corbatas raras y el regaliz. Hay cosas demasiado privadas, que no se cuentan ni a alguien que conoce todos tus secretos más profundos. Le dije que estaba un poco agobiada con el trabajo y las reformas de la casa, y él aceptó la excusa sin demasiada convicción.
Dejamos a un lado mi patético estado mental, y Chad me contó cómo le iba en la residencia de ancianos en la que trabajaba, me dijo que iba a conocer en breve a los padres de Luke: y añadió que estaban pensando en comprarse un perro. Mi hermano vivía muy bien. Tenía un buen trabajo, una casa acogedora, y una pareja que lo amaba. Fui relajándome mientras lo oía hablar. Mi cuerpo fue amoldándose a la cama, y empecé a quedarme adormilada.
Fue entonces cuando Chad dejó caer la bomba.
—Luke quiere que nos planteemos la posibilidad de tener hijos —me dijo, en voz baja.
A veces puedo ser un poco torpe, pero no hacía falta ser una lumbrera para saber que la respuesta adecuada en una situación así no es «no estarás pensando en decirle que sí, ¿verdad?», sino «qué bien, es una idea fantástica».
Al final, no opté por ninguna de las dos opciones.
—¿Qué es lo que quieres tu, Chaddie?
—No lo sé. Luke dice que yo sería un buen padre, pero no lo tengo tan claro.
Estaba convencida de que mi hermano sería un gran padre, pero sabía por qué se mostraba tan reacio.
—Tienes un corazón enorme, Chad.
—Sí, pero... los niños necesitan muchas cosas.
—Sí.
Permanecimos en silencio durante unos segundos. A pesar de la distancia que nos separaba, estábamos unidos por los sentimientos que compartíamos. Finalmente, carraspeó y pareció recuperar su naturalidad habitual.
—Estamos planteándonoslo, nada más. Le dije que antes deberíamos comprar un perro, para ver cómo nos iba.
Yo ni siquiera habría sido capaz de asumir la responsabilidad de tener una mascota.
—Todo saldrá bien, Chad. Ya sabes que tienes mi apoyo, decidas lo que decidas.
—Serías la tía __________ —me dijo, con una carcajada. —La tía __________.
—Sí, es verdad. Te quiero, conejito de peluche.
«Conejito de peluche» no era un apelativo cariñoso que me entusiasmara demasiado, pero no protesté.
—Yo también te quiero, Chad. Buenas noches.
Cuando colgamos, empecé a darle vueltas al tema. Me costaba imaginarme a mi hermano en el papel de padre.
Volví a dormirme mientras imágenes de niños sonrientes revoloteaban por mi mente; al menos, era mejor que soñar con rosas rojas.
El viernes llegó más rápido de lo que esperaba. Era la primera vez que iba al Blue Swan, y la descripción de Marcy se ajustaba a la realidad. Más que una discoteca, era una especie de cafetería con un ambiente acogedor. Había una pista de baile en la que la gente se movía al ritmo de una animada música electrónica, luces con un suave tono azulado, sillones mullidos, y en el techo negro había dibujado un interesante despliegue de bebidas y de estrellas.
Marcy me presentó a Wayne, su nuevo ligue, que era la viva Imagen del típico ejecutivo pujante. Llevaba un corte de pelo que debía de haberle costado unos cíen dólares, y una corbata de diseño en la que no había ni una sola calavera y que me pareció de lo más sosa. Me estrechó la mano al saludarme, y la verdad es que no me miró el escote de forma obvia. Incluso pagó mi primer cóctel margarita de la noche.
—¿Piensas desmelenarte esta noche, ____________? —me preguntó Marcy, sonriente.
—No pasa nada por tomar una copa, Marcy. Eres tú la que se emborracha con sólo probar el alcohol, cielo — su tono de voz era cariñoso, así que sus palabras no parecieron condescendientes. Tenía el brazo extendido sobre la barra, por detrás de Marcy, y empezó a juguetear con uno de sus largos mechones de pelo. Se volvió hacia mí, y me dijo—: Ya verás, acabaremos sacándola de aquí a cuestas.
Marcy hizo una mueca y le dio un pequeño codazo, pero no parecía ofendida.
—No le hagas caso, ___________ —me dijo.
—Lo que me importa es acabar en la cama contigo, Marcy, me da igual lo borracha que estés...
—¡Wayne! —exclamó ella, mientras le daba un codazo bastante más fuerte.
Me lanzó una mirada de disculpa, y yo me encogí de hombros. Marcy parecía creer que el comentario de su ligue me había avergonzado, pero no había sido para tanto. Me gustaba demasiado la bebida como para convertirme en una alcohólica. Me gustaba el olvido, la forma en que la bebida me embotaba la mente y apartaba a un lado mi necesidad constante de contar, catalogar y calcular.
La bebida es la soga con la que mi padre intenta ahorcarse. Entiendo por qué lo hace; al fin y al cabo, está casado con mi madre. Está jubilado, tiene sesenta y tantos años, y la bebida ha pasado a ser tanto su ocupación principal como su pasatiempo preferido. Puede que también sea su escudo, no lo sé. No hablamos del tema. No somos la única familia que tiene problemas, pero ¿a quién le importa lo que pase en otras casas?, uno ya tiene bastante con lidiar con su propia familia.
—Así que trabajas con Marcy, ¿no? —Wayne ganó unos cuantos puntos al mostrar un interés sincero.
—Sí. Ella está en contabilidad pública y yo en administrativa, pero trabajamos para la misma empresa.
—Yo me dedico a asesinatos y ejecuciones —me dijo él, con una sonrisa.
—¡Wayne! —exclamó Marcy de inmediato—. Quiere decir que...
—Que trabaja en fusiones y adquisiciones. Sí, lo he pillado.
—Vaya, así que has visto American Psycho —parecía impresionado.
—Sí, claro.
—Wayne se cree Patrick Bateman... excepto por lo de matar a prostitutas con una moto sierra —apostilló Marcy.
—Bueno, nadie es perfecto —dije; con la mirada fija en él.
Wayne se echó a reír, y comentó:
—Tu amiga me cae bien, Marcy.
Ella se volvió hacia mí, y contestó: —Sí, a mí también.
A veces, se comparte con alguien un momento que no tiene nada que ver con quién eres, ni con lo que estás haciendo. Marcy y yo nos echamos a reír como dos tontitas. No estaba acostumbrada a reírme así, pero me gustó la experiencia, Wayne nos miró de hito en hito, y finalmente se encogió de hombros ante nuestra absurdidad femenina.
—Brindo por los asesinatos y las ejecuciones, y por todas las cosas materialistas y superficiales —dijo, mientras alzaba su jarra de cerveza.
Brindamos, bebimos, y seguimos charlando. Teníamos que hablar bastante alto por culpa de la música. Empecé a relajarme, y dejé que el alcohol y la música fueran des-tensándome los hombros.
—Me toca pagar a mí —dije, cuando Wayne se ofreció a invitarnos a otra ronda.
—No pienso discutir contigo, mi madre me enseñó que las mujeres siempre tienen razón. Invíteme si quiere, señorita ____________(ta). Soy lo bastante hombre como para aceptar la generosidad de una mujer.
—Sí, claro. Lo que pasa es que estás tan borracho, que no tienes ganas de ir a la barra —le dijo Marcy.
Él sonrió de oreja a oreja, la atrajo hacia sí, y empezó a besarla. Me sentí como una mirona, y decidí que era hora de dejarlos unos minutos a solas; en cualquier caso, quería levantarme para ver lo borracha que estaba. Tres años atrás, dos copas no me habrían afectado tanto.
Aproveché un espacio libre que había en la barra, y el camarero me atendió de inmediato. Era consciente de que flirtear formaba parte de su trabajo, pero su sonrisa me llenó de calidez. Como cualquier otra mujer, me gusta ser apreciada. Le devolví la sonrisa, y le pedí una botella de agua para mí y dos cervezas.
—Nada de agua, sírvele un whisky.
No me giré para ver al propietario de aquella voz que llevaba tres semanas atormentándome. El camarero esperó a que yo asintiera, y entonces me sirvió el whisky sin mediar palabra.
—Hola —me dijo el desconocido de la confitería.
Me volví hacia él, y le dije:
—Hola.
El local había ido llenándose durante el transcurso de la noche, y el gentío que nos rodeaba nos acercó un poco más. Él me miró con una sonrisa. Bajo la luz de los focos, sus ojos parecían más marrones de lo que recordaba.
—Qué casualidad, no esperaba encontrarte aquí — me dijo.
—Yo tampoco.
Su mirada recorrió las líneas de mi rostro, la sentí como una caricia tangible. Cuando alguien intentó abrirse camino hacia la barra por detrás de él y lo empujó un poco, me agarró el brazo justo por encima del codo para que el súbito impacto no me desestabilizara, y no me soltó.
—¿No vas a beberte el whisky? —me preguntó, sin apartar la mirada de mí.
—No, ya he bebido bastante por hoy.
El gentío que nos rodeaba nos obligó a acercarnos más el uno al otro. Él bajó la mano por mi brazo hasta colocarla en la curva de mi cintura. Lo hizo con tanta naturalidad, que cualquiera habría pensado que hacía años que nos conocíamos. El contacto fue tan descarado, que contuve el aliento.
—Así que eres una buena chica, ¿no?
Cualquier otro que me hubiera llamado «chica» se habría ganado un buen pisotón, y quizá incluso le habría tirado la bebida a la cara. Pero como se trataba de él, no pude evitar esbozar una pequeña sonrisa. Nos acercamos más, como imanes que se atraen, y no fue por la presión de la gente que nos rodeaba.
—Depende de lo que entiendas por «buena».
Su mano se abrió sobre mí cintura, y su pulgar empezó a juguetear con la tela de mi camisa.
—¿Estás flirteando conmigo? —me preguntó.
—¿Quieres que lo haga?
—¿Estás dispuesta a hacer lo que yo te diga?
Se me aceleró el corazón cuando me susurró aquellas palabras al oído. Estábamos muslo contra muslo, vientre contra vientre. Nuestras bocas estaban lo bastante cerca como para besarse. Su aliento me acariciaba la oreja y el cuello.
—Sí —le dije.
—Quiero que te bebas ese whisky.
Lo hice sin protestar. El licor me bajó ardiendo por la garganta, y recorrió mis venas como el fuego. Él había deslizado la mano hasta la base de mi espalda, y me mantenía apretada contra su cuerpo a pesar de que la presión de la gente que nos rodeaba había disminuido un poco, y ya no hacía falta que estuviéramos tan cerca.
—Suéltate el pelo.
Era una orden, pero expresada a modo de petición. Cuando me quité el pasador que me sujetaba el moño, la larga melena cayó libre sobre mis hombros, por mi espalda, y le acarició el rostro.
—Baila conmigo.
Se apartó un poco para mirarme a los ojos. Su mirada reflejaba un brillo de deseo inconfundible. Su mano seguía posada en mi espalda.
—¿Es eso lo que quieres? —intenté parecer seductora, incitante, pero mis palabras reflejaron cierta timidez.
Él asintió con expresión seria. En ese momento, sólo era capaz de ver sus ojos fijos en los míos, sólo podía sentir las zonas donde se tocaban nuestros cuerpos.
—Sí, eso es lo que quiero —me dijo él.
# TeamBullshit
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
MMMMM DULCES Y JOE....MMMM SUENA RICO HAHAHA
NUEVA LECTORA¡¡¡
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berenice_89
Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
berenice_89 escribió:MMMMM DULCES Y JOE....MMMM SUENA RICO HAHAHA
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Bienvenida !
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Re: "Dentro y fuera de la cama" (joe jonas y tu)
CAPITULO 5
Le di lo que me pedía. La pista de baile estaba más abarrotada que la barra del bar, así que había menos espacio para poder maniobrar, pero casi nadie estaba bailando de verdad. Algunos saltaban y se contoneaban al ritmo de la música, pero no puede decirse que bailaran.
Él me tomó de la mano, entrelazó sus dedos con los míos, y me condujo al centro de la pista. Un paso, y me atrajo hacia su cuerpo; otro paso, y sus manos se posaron en mi cintura como si estuvieran hechas a medida para encajar con mis curvas; tres pasos, y su muslo se deslizó entre los míos. Aquellos puntos de contacto me centraron, me mantuvieron anclada.
Allí no podíamos hablar, no habríamos podido oírnos ni a gritos por culpa de la música. El ritmo iba acompasado con el latido que me retumbaba en la boca del estómago, en la garganta, en las muñecas, en la entrepierna. El gentío se movía a nuestro alrededor como el océano contra las rocas, se dividía y retrocedía antes de rodearnos de nuevo, y nos presionó aún más cuando empezó otra canción y la pista de baile se llenó más.
Él había dejado de sonreír, Era como si estuviera tomándose aquello muy en serio, como si no fuera consciente de lo que nos rodeaba, como sí su mundo se hubiera centrado en mí. Su mirada hizo que me estremeciera.
Me sobresalté un poco cuando subió una mano hasta colocarla debajo de mi pecho, pero no tenía espacio para apartarme. Alcé la mirada hacia aquellos ojos brillantes, y me perdí en ellos.
Nos movimos al unísono, y mi mano se deslizó por su hombro hasta llegar a su nuca. Su pelo rubio me hizo cosquillas en los nudillos, y el calor de su mano pareció quemarme a través de la blusa. Mi estómago se inundó de calor mientras se restregaba contra su ingle.
Hacía mucho que no bailaba con nadie, y una eternidad desde la última vez que había sentido Las caricias de las manos de un hombre, que había visto mi propio deseo reflejado en los ojos de otra persona. Me quedé sin aliento, y me humedecí los labios con la lengua. Él siguió el movimiento con la atención de un gato que está a la caza de un ratón.
Alzó la mano hasta mi pelo, y me instó a que echara la cabeza hacia atrás. Cuando deslizó los labios por mi cuello desnudo, solté un jadeo que no alcancé a oír. Me acercó más hacia su cuerpo, y me rendí a sus deseos.
El gentío se había convertido en un cuerpo que se movía al ritmo sensual de la música, era una entidad que nos tenía a nosotros en el centro. Estábamos tan pegados el uno al otro, que me costaba distinguir dónde terminaba mi cuerpo y empezaba el suyo. Parpadeé al notar que su mano subía hasta abarcar mí seno por encima de la blusa. Sólo era consciente de su rostro, que quedaba ensombrecido por las luces verdes y azules que palpitaban al ritmo de la música.
Nadie nos miraba, nadie nos veía. Habíamos pasado a ser parte de un todo más grande, pero al mismo tiempo estábamos al margen. La pareja que estaba junto a nosotros empezó a besarse, sus lenguas se entrelazaron mientras se acariciaban el uno al otro. La pista de baile se había convertido en una orgía de lujuria que se olía y se saboreaba de forma tangible, la vi reflejada en sus ojos, y supe que él también la veía en los míos, Sin interrupción alguna, con fluidez, la música cambió de nuevo y volvió a sonar la canción anterior.
Los cuerpos que nos rodeaban hicieron que nos apretáramos más. El sudor me caía por la espalda, y a él le perlaba la frente. Todo se había convertido en calor y en ritmo.
Al notar que su erección presionaba contra mí vientre, abrí la boca ligeramente en una reacción silenciosa. Él fijó la mirada en mis labios con expresión tensa, como si estuviera dolorido.
Su boca no se tensó por dolor, lo supe por la forma en que su mandíbula se puso rígida cuando otro envite del gentío me apretó contra su cuerpo. La mano que cubría mi trasero se abrió, subió hasta llegar a la base de mi espalda, volvió a bajar, y me apretó aún más contra su erección.
Estaba perdida. Estaba perdida en sus ojos, en sus caricias, en el latido rítmico de la música y la lujuria. Llevaba mucho tiempo conteniendo mis propios deseos, y no podía seguir luchando.
Vi el brillo de sus ojos, y supe el momento exacto en que notó mi reacción. Sí él hubiera sonreído con petulancia o me hubiera mirado con lascivia, me habría largado de allí, pero entornó un poco los ojos y su expresión reflejó una mezcla de determinación y de admiración. Me miró como si estuviera dispuesto a dejar que la música siguiera para siempre, como si le diera igual no volver a mirar a ninguna otra mujer en su vida.
Deslizó la mano hasta mi muslo, agarró el borde de la falda, y lo subió mientras seguíamos bailando hasta que pudo deslizar la mano por debajo de la prenda. Sus dedos fueron ascendiendo hasta mi sexo, y presionó la base de la mano contra mi clítoris por encima de las bragas.
El gentío nos movía al ritmo de la música, así que él ya no tenía que hacerlo. Me mantenía apretada contra su cuerpo con la mano que tenía sobre mi trasero. La gente se movió a nuestro alrededor, y aprovechó para meter la mano por debajo del encaje de mis bragas.
Sus ojos se ensancharon ligeramente cuando sus dedos entraron en contacto con mi sexo húmedo, pero sólo lo habría notado alguien que estuviera observándolo de cerca. Sus labios se entreabrieron en un jadeo, o quizá fuera un gemido. Mi cuerpo se sacudió cuando su piel entró en contacto directo con la mía. Y solté un gemido gutural.
Sus dedos juguetearon con los pliegues de mi sexo antes de empezar a acariciarme el clítoris. De no ser por el apoyo que me proporcionaban su mano y la gente que nos rodeaba, me habría caído. Me recorrió una oleada de placer. Me aferré con tanta fuerza a sus hombros, que hizo un pequeño gesto de dolor. Me di cuenta de que le había hecho daño, pero me sentía indefensa. Cada vez que sus dedos me acariciaban el clítoris, los míos se hincaban en su hombro de forma involuntaria.
En ese momento me miraba con una mezcla de de terminación y de admiración, y cuando trazó con un dedo mi clítoris y vio la reacción que no pude disimular, la expresión interrogante que había en sus ojos se desvaneció. Me resultaba casi imposible pensar, pero si hubiera sido capaz de describir su expresión, habría dicho que parecía que se sentía honrado por haber recibido algún tipo de honor.
Todo estaba centrado en aquel hombre, en su mano, en sus ojos, en su erección, que seguía presionando contra mi cadera. Cuando se humedeció los labios con la lengua, mi clítoris reaccionó al instante y palpitó con fuerza bajo sus dedos.
Volvió a meter la mano en mi pelo, y empezó a masajearme la base del cráneo mientras me mantenía sujeta. Seguimos bailando, y cada movimiento fue meciéndome contra su mano; en cuestión de segundos, estaba al borde del orgasmo.
Llevaba tres semanas así… sin aliento, con el cuerpo dolorido y ardiendo de deseo, incapaz de centrarme en otra cosa que no fuera el placer que iba acrecentándose entre mis piernas. Los pezones se me endurecieron, y vi que él bajaba la mirada hasta mis senos.
Resultaba imposible ver su rubor bajo aquellas luces de neón que nos bañaban a todos en sombras de ciencia-ficción, pero supe sin lugar a dudas que estaba tan excitado como yo.
Aquello era increíble, imposible, y al final apoyé una mano sobre su pecho para apartarlo un poco. No podía hacer algo así, no podía dejar que un desconocido me masturbara en medio de la pista de baile. No, así no, yo no hacía ese tipo de cosas…
Pero iba a hacerlo. Dios, sí, iba a correrme allí mismo, en ese mismo momento, iba a correrme en su mano como si no existiera nadie más en el mundo, y me daba igual que alguien me viera. El placer era tan intenso, que creí que iba a desmayarme.
Sentí su aliento en mi piel cuando me besó la oreja, y alcancé a oír su susurro:
—Déjate llevar.
Estallé en mil pedazos, y tuve que morderme el labio para contener el grito que subió por mi garganta. Mi pulso me resonaba en los oídos y en el cuello mientras mi clítoris se contraía espasmódicamente una y otra vez.
Me abrazó con más fuerza, y me mantuvo apretada contra su cuerpo mientras me estremecía y me sacudía sobre su mano. Me besó en la mandíbula y en el cuello mientras dejaba de mover los dedos, y mantuvo una presión suave para no excitar mi piel hipersensible hasta el punto de causarme dolor.
Intenté recuperar el aliento. Al principio no pude ni respirar, así que lo intenté de nuevo. Estaba relajada, Lánguida y saciada. Al recuperar el aliento, inhale su aroma.
Sabía que, a partir de ese momento, recordaría su olor cada vez que viera unas luces de neón verdes y azules.
Estaba convencida de que todos los que nos rodeaban debían de haberse dado cuenta de lo que había pasado, pero nadie dio muestra alguna de haberlo notado. El gentío se movía y ondulaba siguiendo su propio ritmo extático, y cada uno parecía centrado en alcanzar la meta que se había fijado.
Mi compañero me puso un dedo debajo de la barbilla, y me instó a que levantara un poco la cabeza. Se inclinó para besarme cuando alcé la mirada, pero giré la cara en el último segundo y sus labios no se posaron sobre los míos, sino sobre mí mejilla.
—De acuerdo.
La música estaba tan alta, que no supe si lo había oído bien.
—¡Mira por dónde vas, capullo!
—¡Ten cuidado, imbécil.
Dos tipos habían chocado en la pista de baile. Tenían la cara enrojecida y sudorosa. Alzaron los puños e iniciaron un tipo de baile muy distinto, uno que solía acabar con derramamiento de sangre y dientes rotos.
Mi pareja me tomó del codo y me alejó de allí. Me sacó de la pista de baile, y me condujo a través del gentío hasta una mesa. Miré a mi alrededor para ver sí veía a Mary y a Wayne, y los vi besándose y charlando entre risas en la barra del bar.
El asiento tenía forma de semicírculo. Mi acompañante dejó que yo me sentara primero, y después se acomodó a mi lado. El ritmo de mi corazón había empezado a normalizarse, las piernas ya no me flaqueaban, y había recobrado el aliento. Cuando se nos acercó una camarera, tanto él como yo pedimos agua con gas.
Me sentía incapaz de mirarlo, a pesar de que minutos atrás apenas había podido despegar la mirada de él. Sentí que un acaloramiento que no tenía nada que ver con la temperatura ambiente me recorría el pecho, el cuello, las mejillas y la nuca.
En el pasado, había hecho cosas dignas de toda una ramera, pero siempre había sido en la intimidad. Nunca había hecho algo así en público, ni con alguien del que ni siquiera supiera el nombre. Sí, había estado con tipos a los que había conocido horas antes, pero siempre les preguntaba cómo se llamaban, incluso cuando yo misma les daba un nombre falso.
Él permaneció en silencio hasta que la camarera nos sirvió las bebidas y tomamos un trago. Contuve las ganas de presionar el vaso frío contra mi frente, y seguí sentada con rigidez en aquel banco de imitación de cuero. Era más que consciente de lo cerca que su brazo estaba del mío, pero él no me tocó a pesar de que podría haberlo hecho.
—¿Qué nos está pasando? —me preguntó, la música no sonaba tan fuerte en aquella zona, así que podíamos oírnos sin necesidad de gritar. No hizo falta que se inclinara para susurrarme aquellas palabras al oído.
Permanecí en silencio, porque no supe cómo contestar. Me tensé al ver que alargaba una mano hacia mí, porque pensé que iba a tocarme la cara o a rodearme los hombros con el brazo. Me acarició el pelo desde la raíz hasta las puntas, y me lo apartó hacia atrás para poder verme bien.
—¿Cómo te llamas?
Era una pregunta sencilla, de ésas que se hacen en una fiesta o en un parque. Se trata de una pregunta internacional que se oye en todas partes. No estaba fuera de jugar en un local como aquél, ya que era un sitio en el que nombres, estadísticas vitales y números de teléfono se intercambiaban entre los solteros con la misma naturalidad con la que las mujeres intercambiaban recetas de pasteles. En aquel caso, se trataba de recetas de amor.
— _____________ .
No contestó de inmediato, esperó hasta que yo me rendí y lo mire. Esbozó una sonrisa, y sus dedos empezaron a juguetear con uno de mis mechones de pelo.
—Yo me llamo Joe.
Alargó la mano, y como me han inculcado que hay que seguir ciertas normas sociales, se la estreché. Sus dedos se cerraron alrededor de los míos, los sujetaron con fuerza, y tiraron ligeramente de mí para hacer que me acercara.
—Encantado de conocerte, ______________ .
—Gracias por la bebida, pero tengo que irme.
Permanecí inmóvil mientras nos mirábamos en silencio.
—¿Qué nos está pasando? —lo repitió en voz más baja, pero audible.
—No lo sé —sacudí la cabeza, y el pelo volvió a caerme hacia delante.
—¿Quieres averiguarlo? —me preguntó, mientras se me acercaba un poco más.
Estábamos muslo contra muslo, y aún no me había soltado la mano. Me estremecí a pesar de que podía notar el calor de su cuerpo a través de la ropa.
Estaba familiarizada con la excitación, con el deseo y la lujuria, pero aquello era diferente… era una mezcla de los tres, pero con algo más. Era como caer de cabeza en la madriguera de Alicia en el país de las maravillas, como estar al borde del precipicio lista para saltar, era todo y nada al mismo tiempo.
—Sí, quiero saberlo —lo dije en un susurro, convencida de que no podía oírme.
Él tomó mi mano y la colocó bajo la mesa, sobre su regazo. No tengo nada de virgen, pero estoy segura de que respingué como una. Él puso la palma de mi mano sobre su erección, pero no cometió la ordinariez de hacer que la frotara. Mantuvo la mano sobre la mía sin ejercer presión alguna, y se inclinó hacia delante para hablarme al oído.
—Te conozco desde siempre, ¿verdad?
Sólo pude asentir, y cerré los ojos mientras curvaba los dedos sobre su erección. Sentí la suavidad de la tela de sus pantalones, y el contorno de su miembro excitado. Moví un poco la mano, y él se endureció un poco más. Deslizó su otra mano bajo mi pelo, posó el pulgar en mi cuello, y me rozó el lóbulo de la oreja con los labios antes de susurrar con voz ronca de deseo:
—¿Quién eres?, ¿un ángel... o un demonio?
Giré la cabeza para acercar mi boca a la suya, y dije:
—No creo ni en ángeles ni en demonios.
Lo acaricié poco a poco, infinitamente, curvando y enderezando los dedos de forma que nadie que estuviera mirándonos lo notara. Él se endureció cada vez más. Tracé la forma de su polla antes de bajar un poco más, y sopesé en mi mano con cuidado el bulto más suave que había debajo.
Su mano se tensó en mi cuello.
—¿Sabes que pareces una diosa cuando te corres?
El sexo hace que incluso la persona más elocuente diga enormes tonterías, pero lo bueno que tiene es que también contribuye a que estemos dispuestos a oír el significado de palabras que, dichas en otras circunstancias nos parecerían graciosas, hirientes, o indignantes.
—No soy una diosa.
—Ni una diosa, ni un ángel, ni un demonio...
Sentí la caricia de su aliento con olor a whisky, y me estremecí cuando me acarició el lóbulo de la oreja con la lengua.
—¿Eres un fantasma?, porque no puedes ser real — añadió.
A modo de respuesta, le tomé la mano y se la coloqué sobre mi corazón, que se había acelerado de nuevo.
—Soy real —le dije.
Su pulgar me rozó el pezón, que se tensó de inmediato. Me cubrió el pecho con la mano, pero no empezó a sobarme. La mantuvo apretada contra mí, para poder sentir el latido de mi corazón.
La apartó al cabo de unos segundos, quitó la mía de su entrepierna, y se apartó un poco. El pelo le caía sobre la frente, la expresión de su rostro era tensa, y sus ojos brillaban bajo las luces de neón.
Se sacó una tarjeta profesional del bolsillo de la camisa, la dejó sobre la mesa, y la empujó un poco hacia mí.
—Quiero estar dentro de ti la próxima vez que vea cómo te corres —sin más, se levantó y me dejó allí, sola.
— Joseph Jonas .
Su nombre estaba impreso en cuidadas letras negras en un fondo de color crema. La tarjeta parecía cara, elegante, y no dejaba entrever el lado juguetón que él me había mostrado en la confitería.
Le di lo que me pedía. La pista de baile estaba más abarrotada que la barra del bar, así que había menos espacio para poder maniobrar, pero casi nadie estaba bailando de verdad. Algunos saltaban y se contoneaban al ritmo de la música, pero no puede decirse que bailaran.
Él me tomó de la mano, entrelazó sus dedos con los míos, y me condujo al centro de la pista. Un paso, y me atrajo hacia su cuerpo; otro paso, y sus manos se posaron en mi cintura como si estuvieran hechas a medida para encajar con mis curvas; tres pasos, y su muslo se deslizó entre los míos. Aquellos puntos de contacto me centraron, me mantuvieron anclada.
Allí no podíamos hablar, no habríamos podido oírnos ni a gritos por culpa de la música. El ritmo iba acompasado con el latido que me retumbaba en la boca del estómago, en la garganta, en las muñecas, en la entrepierna. El gentío se movía a nuestro alrededor como el océano contra las rocas, se dividía y retrocedía antes de rodearnos de nuevo, y nos presionó aún más cuando empezó otra canción y la pista de baile se llenó más.
Él había dejado de sonreír, Era como si estuviera tomándose aquello muy en serio, como si no fuera consciente de lo que nos rodeaba, como sí su mundo se hubiera centrado en mí. Su mirada hizo que me estremeciera.
Me sobresalté un poco cuando subió una mano hasta colocarla debajo de mi pecho, pero no tenía espacio para apartarme. Alcé la mirada hacia aquellos ojos brillantes, y me perdí en ellos.
Nos movimos al unísono, y mi mano se deslizó por su hombro hasta llegar a su nuca. Su pelo rubio me hizo cosquillas en los nudillos, y el calor de su mano pareció quemarme a través de la blusa. Mi estómago se inundó de calor mientras se restregaba contra su ingle.
Hacía mucho que no bailaba con nadie, y una eternidad desde la última vez que había sentido Las caricias de las manos de un hombre, que había visto mi propio deseo reflejado en los ojos de otra persona. Me quedé sin aliento, y me humedecí los labios con la lengua. Él siguió el movimiento con la atención de un gato que está a la caza de un ratón.
Alzó la mano hasta mi pelo, y me instó a que echara la cabeza hacia atrás. Cuando deslizó los labios por mi cuello desnudo, solté un jadeo que no alcancé a oír. Me acercó más hacia su cuerpo, y me rendí a sus deseos.
El gentío se había convertido en un cuerpo que se movía al ritmo sensual de la música, era una entidad que nos tenía a nosotros en el centro. Estábamos tan pegados el uno al otro, que me costaba distinguir dónde terminaba mi cuerpo y empezaba el suyo. Parpadeé al notar que su mano subía hasta abarcar mí seno por encima de la blusa. Sólo era consciente de su rostro, que quedaba ensombrecido por las luces verdes y azules que palpitaban al ritmo de la música.
Nadie nos miraba, nadie nos veía. Habíamos pasado a ser parte de un todo más grande, pero al mismo tiempo estábamos al margen. La pareja que estaba junto a nosotros empezó a besarse, sus lenguas se entrelazaron mientras se acariciaban el uno al otro. La pista de baile se había convertido en una orgía de lujuria que se olía y se saboreaba de forma tangible, la vi reflejada en sus ojos, y supe que él también la veía en los míos, Sin interrupción alguna, con fluidez, la música cambió de nuevo y volvió a sonar la canción anterior.
Los cuerpos que nos rodeaban hicieron que nos apretáramos más. El sudor me caía por la espalda, y a él le perlaba la frente. Todo se había convertido en calor y en ritmo.
Al notar que su erección presionaba contra mí vientre, abrí la boca ligeramente en una reacción silenciosa. Él fijó la mirada en mis labios con expresión tensa, como si estuviera dolorido.
Su boca no se tensó por dolor, lo supe por la forma en que su mandíbula se puso rígida cuando otro envite del gentío me apretó contra su cuerpo. La mano que cubría mi trasero se abrió, subió hasta llegar a la base de mi espalda, volvió a bajar, y me apretó aún más contra su erección.
Estaba perdida. Estaba perdida en sus ojos, en sus caricias, en el latido rítmico de la música y la lujuria. Llevaba mucho tiempo conteniendo mis propios deseos, y no podía seguir luchando.
Vi el brillo de sus ojos, y supe el momento exacto en que notó mi reacción. Sí él hubiera sonreído con petulancia o me hubiera mirado con lascivia, me habría largado de allí, pero entornó un poco los ojos y su expresión reflejó una mezcla de determinación y de admiración. Me miró como si estuviera dispuesto a dejar que la música siguiera para siempre, como si le diera igual no volver a mirar a ninguna otra mujer en su vida.
Deslizó la mano hasta mi muslo, agarró el borde de la falda, y lo subió mientras seguíamos bailando hasta que pudo deslizar la mano por debajo de la prenda. Sus dedos fueron ascendiendo hasta mi sexo, y presionó la base de la mano contra mi clítoris por encima de las bragas.
El gentío nos movía al ritmo de la música, así que él ya no tenía que hacerlo. Me mantenía apretada contra su cuerpo con la mano que tenía sobre mi trasero. La gente se movió a nuestro alrededor, y aprovechó para meter la mano por debajo del encaje de mis bragas.
Sus ojos se ensancharon ligeramente cuando sus dedos entraron en contacto con mi sexo húmedo, pero sólo lo habría notado alguien que estuviera observándolo de cerca. Sus labios se entreabrieron en un jadeo, o quizá fuera un gemido. Mi cuerpo se sacudió cuando su piel entró en contacto directo con la mía. Y solté un gemido gutural.
Sus dedos juguetearon con los pliegues de mi sexo antes de empezar a acariciarme el clítoris. De no ser por el apoyo que me proporcionaban su mano y la gente que nos rodeaba, me habría caído. Me recorrió una oleada de placer. Me aferré con tanta fuerza a sus hombros, que hizo un pequeño gesto de dolor. Me di cuenta de que le había hecho daño, pero me sentía indefensa. Cada vez que sus dedos me acariciaban el clítoris, los míos se hincaban en su hombro de forma involuntaria.
En ese momento me miraba con una mezcla de de terminación y de admiración, y cuando trazó con un dedo mi clítoris y vio la reacción que no pude disimular, la expresión interrogante que había en sus ojos se desvaneció. Me resultaba casi imposible pensar, pero si hubiera sido capaz de describir su expresión, habría dicho que parecía que se sentía honrado por haber recibido algún tipo de honor.
Todo estaba centrado en aquel hombre, en su mano, en sus ojos, en su erección, que seguía presionando contra mi cadera. Cuando se humedeció los labios con la lengua, mi clítoris reaccionó al instante y palpitó con fuerza bajo sus dedos.
Volvió a meter la mano en mi pelo, y empezó a masajearme la base del cráneo mientras me mantenía sujeta. Seguimos bailando, y cada movimiento fue meciéndome contra su mano; en cuestión de segundos, estaba al borde del orgasmo.
Llevaba tres semanas así… sin aliento, con el cuerpo dolorido y ardiendo de deseo, incapaz de centrarme en otra cosa que no fuera el placer que iba acrecentándose entre mis piernas. Los pezones se me endurecieron, y vi que él bajaba la mirada hasta mis senos.
Resultaba imposible ver su rubor bajo aquellas luces de neón que nos bañaban a todos en sombras de ciencia-ficción, pero supe sin lugar a dudas que estaba tan excitado como yo.
Aquello era increíble, imposible, y al final apoyé una mano sobre su pecho para apartarlo un poco. No podía hacer algo así, no podía dejar que un desconocido me masturbara en medio de la pista de baile. No, así no, yo no hacía ese tipo de cosas…
Pero iba a hacerlo. Dios, sí, iba a correrme allí mismo, en ese mismo momento, iba a correrme en su mano como si no existiera nadie más en el mundo, y me daba igual que alguien me viera. El placer era tan intenso, que creí que iba a desmayarme.
Sentí su aliento en mi piel cuando me besó la oreja, y alcancé a oír su susurro:
—Déjate llevar.
Estallé en mil pedazos, y tuve que morderme el labio para contener el grito que subió por mi garganta. Mi pulso me resonaba en los oídos y en el cuello mientras mi clítoris se contraía espasmódicamente una y otra vez.
Me abrazó con más fuerza, y me mantuvo apretada contra su cuerpo mientras me estremecía y me sacudía sobre su mano. Me besó en la mandíbula y en el cuello mientras dejaba de mover los dedos, y mantuvo una presión suave para no excitar mi piel hipersensible hasta el punto de causarme dolor.
Intenté recuperar el aliento. Al principio no pude ni respirar, así que lo intenté de nuevo. Estaba relajada, Lánguida y saciada. Al recuperar el aliento, inhale su aroma.
Sabía que, a partir de ese momento, recordaría su olor cada vez que viera unas luces de neón verdes y azules.
Estaba convencida de que todos los que nos rodeaban debían de haberse dado cuenta de lo que había pasado, pero nadie dio muestra alguna de haberlo notado. El gentío se movía y ondulaba siguiendo su propio ritmo extático, y cada uno parecía centrado en alcanzar la meta que se había fijado.
Mi compañero me puso un dedo debajo de la barbilla, y me instó a que levantara un poco la cabeza. Se inclinó para besarme cuando alcé la mirada, pero giré la cara en el último segundo y sus labios no se posaron sobre los míos, sino sobre mí mejilla.
—De acuerdo.
La música estaba tan alta, que no supe si lo había oído bien.
—¡Mira por dónde vas, capullo!
—¡Ten cuidado, imbécil.
Dos tipos habían chocado en la pista de baile. Tenían la cara enrojecida y sudorosa. Alzaron los puños e iniciaron un tipo de baile muy distinto, uno que solía acabar con derramamiento de sangre y dientes rotos.
Mi pareja me tomó del codo y me alejó de allí. Me sacó de la pista de baile, y me condujo a través del gentío hasta una mesa. Miré a mi alrededor para ver sí veía a Mary y a Wayne, y los vi besándose y charlando entre risas en la barra del bar.
El asiento tenía forma de semicírculo. Mi acompañante dejó que yo me sentara primero, y después se acomodó a mi lado. El ritmo de mi corazón había empezado a normalizarse, las piernas ya no me flaqueaban, y había recobrado el aliento. Cuando se nos acercó una camarera, tanto él como yo pedimos agua con gas.
Me sentía incapaz de mirarlo, a pesar de que minutos atrás apenas había podido despegar la mirada de él. Sentí que un acaloramiento que no tenía nada que ver con la temperatura ambiente me recorría el pecho, el cuello, las mejillas y la nuca.
En el pasado, había hecho cosas dignas de toda una ramera, pero siempre había sido en la intimidad. Nunca había hecho algo así en público, ni con alguien del que ni siquiera supiera el nombre. Sí, había estado con tipos a los que había conocido horas antes, pero siempre les preguntaba cómo se llamaban, incluso cuando yo misma les daba un nombre falso.
Él permaneció en silencio hasta que la camarera nos sirvió las bebidas y tomamos un trago. Contuve las ganas de presionar el vaso frío contra mi frente, y seguí sentada con rigidez en aquel banco de imitación de cuero. Era más que consciente de lo cerca que su brazo estaba del mío, pero él no me tocó a pesar de que podría haberlo hecho.
—¿Qué nos está pasando? —me preguntó, la música no sonaba tan fuerte en aquella zona, así que podíamos oírnos sin necesidad de gritar. No hizo falta que se inclinara para susurrarme aquellas palabras al oído.
Permanecí en silencio, porque no supe cómo contestar. Me tensé al ver que alargaba una mano hacia mí, porque pensé que iba a tocarme la cara o a rodearme los hombros con el brazo. Me acarició el pelo desde la raíz hasta las puntas, y me lo apartó hacia atrás para poder verme bien.
—¿Cómo te llamas?
Era una pregunta sencilla, de ésas que se hacen en una fiesta o en un parque. Se trata de una pregunta internacional que se oye en todas partes. No estaba fuera de jugar en un local como aquél, ya que era un sitio en el que nombres, estadísticas vitales y números de teléfono se intercambiaban entre los solteros con la misma naturalidad con la que las mujeres intercambiaban recetas de pasteles. En aquel caso, se trataba de recetas de amor.
— _____________ .
No contestó de inmediato, esperó hasta que yo me rendí y lo mire. Esbozó una sonrisa, y sus dedos empezaron a juguetear con uno de mis mechones de pelo.
—Yo me llamo Joe.
Alargó la mano, y como me han inculcado que hay que seguir ciertas normas sociales, se la estreché. Sus dedos se cerraron alrededor de los míos, los sujetaron con fuerza, y tiraron ligeramente de mí para hacer que me acercara.
—Encantado de conocerte, ______________ .
—Gracias por la bebida, pero tengo que irme.
Permanecí inmóvil mientras nos mirábamos en silencio.
—¿Qué nos está pasando? —lo repitió en voz más baja, pero audible.
—No lo sé —sacudí la cabeza, y el pelo volvió a caerme hacia delante.
—¿Quieres averiguarlo? —me preguntó, mientras se me acercaba un poco más.
Estábamos muslo contra muslo, y aún no me había soltado la mano. Me estremecí a pesar de que podía notar el calor de su cuerpo a través de la ropa.
Estaba familiarizada con la excitación, con el deseo y la lujuria, pero aquello era diferente… era una mezcla de los tres, pero con algo más. Era como caer de cabeza en la madriguera de Alicia en el país de las maravillas, como estar al borde del precipicio lista para saltar, era todo y nada al mismo tiempo.
—Sí, quiero saberlo —lo dije en un susurro, convencida de que no podía oírme.
Él tomó mi mano y la colocó bajo la mesa, sobre su regazo. No tengo nada de virgen, pero estoy segura de que respingué como una. Él puso la palma de mi mano sobre su erección, pero no cometió la ordinariez de hacer que la frotara. Mantuvo la mano sobre la mía sin ejercer presión alguna, y se inclinó hacia delante para hablarme al oído.
—Te conozco desde siempre, ¿verdad?
Sólo pude asentir, y cerré los ojos mientras curvaba los dedos sobre su erección. Sentí la suavidad de la tela de sus pantalones, y el contorno de su miembro excitado. Moví un poco la mano, y él se endureció un poco más. Deslizó su otra mano bajo mi pelo, posó el pulgar en mi cuello, y me rozó el lóbulo de la oreja con los labios antes de susurrar con voz ronca de deseo:
—¿Quién eres?, ¿un ángel... o un demonio?
Giré la cabeza para acercar mi boca a la suya, y dije:
—No creo ni en ángeles ni en demonios.
Lo acaricié poco a poco, infinitamente, curvando y enderezando los dedos de forma que nadie que estuviera mirándonos lo notara. Él se endureció cada vez más. Tracé la forma de su polla antes de bajar un poco más, y sopesé en mi mano con cuidado el bulto más suave que había debajo.
Su mano se tensó en mi cuello.
—¿Sabes que pareces una diosa cuando te corres?
El sexo hace que incluso la persona más elocuente diga enormes tonterías, pero lo bueno que tiene es que también contribuye a que estemos dispuestos a oír el significado de palabras que, dichas en otras circunstancias nos parecerían graciosas, hirientes, o indignantes.
—No soy una diosa.
—Ni una diosa, ni un ángel, ni un demonio...
Sentí la caricia de su aliento con olor a whisky, y me estremecí cuando me acarició el lóbulo de la oreja con la lengua.
—¿Eres un fantasma?, porque no puedes ser real — añadió.
A modo de respuesta, le tomé la mano y se la coloqué sobre mi corazón, que se había acelerado de nuevo.
—Soy real —le dije.
Su pulgar me rozó el pezón, que se tensó de inmediato. Me cubrió el pecho con la mano, pero no empezó a sobarme. La mantuvo apretada contra mí, para poder sentir el latido de mi corazón.
La apartó al cabo de unos segundos, quitó la mía de su entrepierna, y se apartó un poco. El pelo le caía sobre la frente, la expresión de su rostro era tensa, y sus ojos brillaban bajo las luces de neón.
Se sacó una tarjeta profesional del bolsillo de la camisa, la dejó sobre la mesa, y la empujó un poco hacia mí.
—Quiero estar dentro de ti la próxima vez que vea cómo te corres —sin más, se levantó y me dejó allí, sola.
— Joseph Jonas .
Su nombre estaba impreso en cuidadas letras negras en un fondo de color crema. La tarjeta parecía cara, elegante, y no dejaba entrever el lado juguetón que él me había mostrado en la confitería.
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