Siete Historias de Monroeville

Día 9:
Ha pasado mucho tiempo desde que hablé contigo por última vez. Esto se debe a un asunto del que ciertamente me avergüenza hablar.
Te he echado de menos. También me he echado de menos a mí mismo. ¿Entiendes lo que es eso? Perderte en tu propia mente y no encontrar la salida. No ser consciente de tus actos ni poseer la enseñanza que te aportan los recuerdos.
No, claro que no lo sabes.

Hermanito…aquel día…quiero creer que me perdí. Creer que fue un conjunto de circunstancias que se juntaron de forma fatídica con tu muerte como consecuencia. Creer que yo fui un mero instrumento del plan del poderoso Destino, del que ni los héroes de las antiguas tragedias griegas pueden huir.
Sin embargo yo no soy un héroe.

El ruido de un ave nocturna me despierta. Es increíble cómo lo recuerdo todo con tanta nitidez. Abro los ojos y el aire gélido me golpea en la cara. Intento volver a dormir en mi pequeña cabaña compuesta por una lona roja y blanca sujetada por unos cuantos postes de hierro. Pero no puedo, ese pájaro me ha desvelado. Me levanto, y salgo de allí mientras cojo mi raída chaqueta y la pistola que me regalaste por mi vigésimo tercer cumpleaños. Los atracadores solían merodear por la zona donde se encontraba nuestra feria ¿recuerdas?

Paseo. Contemplo el viejo carrusel. La noche parece haber quitado a los pequeño caballos de madera cualquier atisbo de vida o alegría que habían tenido la tarde anterior. Ahora lucían inertes, apagados, melancólicos, como si aquella noche hubieran decidido dejar de funcionar para siempre. También me paré a observar la casa del terror, cuyo aspecto decadente se debía más a los años que portaba a sus espaldas que a su propósito de asustar a los visitantes.
El puesto de manzanas de caramelo y algodón de azúcar, donde yo trabajaba cuando la feria todavía no te pertenecía. Toco su pegajosa superficie y me acerco la lengua a mis dedos, recibiendo a cambio, aquel sabor entre dulce y agrio que me resultaba tan familiar.


Oigo un ruido que hace que me gire como movido por un resorte y veo a una figura acercarse lentamente hacia el lugar donde me encuentro. Huyo. Corro, al principio solo por precaución, pero mi ritmo se va incrementando hasta que mis zancadas se vuelven frenéticas  y desesperadas. Grito. Grito pero nadie parece oírme.

Veo un lugar. Un sitio donde, lo que sea que me persigue no me encontrará. Es un puesto de la feria donde tengo  prohibida la entrada. Pero se trata de mi vida, no puedo correr riesgos.
Abro los ojos y me devuelvo la mirada. Me giro horrorizado, vuelvo a encontrar mi reflejo. Mire a donde mire, mis fríos ojos azules me devuelven la mirada. Miles de espejos. Colocados estratégicamente como si fuera un laberinto. Un pasatiempo que entretiene y divierte a los visitantes. ¿En serio lo encuentran divertido? Me siento como en el infinito, en uno de aquellos agujeros negros en los que la nada te absorbe y te hace desaparecer del todo, como si nunca hubieras existido. Me invade el pánico. Comienzo a sudar y a gritar.La vista se me nubla. Golpeo y disparo a los espejos creando mi propia confusión. Trozos de cristales vuelan por todas partes, algunos se me incrustan en la piel haciéndome sangrar. Y de repente la figura viene. La veo. Me ha alcanzado. Se acerca a mí me aprieta el hombro intentando tranquilizarme, pero logra el efecto contrario.

Y bueno…ya conoces el resto de la historia.

Llevo todos estos años tratando de convencerme a mí mismo de que no sabía lo que hacía. Pero  te vi. Una décima de segundo antes de apretar el gatillo supe que eras tú aquella figura. Vi cómo los rasgos de tu cara se definían ante mis ojos. Te reconocí como mi hermano, y sin embargo, te disparé. A veces me pregunto por qué. Pero acabo llegando a la conclusión de que prefiero no saberlo. Quizá sea una de esas personas que llevan el mal dentro, como una enfermedad genética. O quizás el mal esté en todos nosotros y yo fallé en mi intento de reprimirlo.

Quedan nueve días.
Lucié.



Día 2
Hoy se supone que iba a ser la operación que separaría a Linak y a Clyde.
Morirán.

Eso han dicho los médicos. Que si no se someten a la intervención, morirán dentro de pocos meses. Han renunciado a ella. Probablemente no puedas comprender por qué, quizás yo tampoco llegue a entenderlo. Sin embargo, reflexionar parece ser el único entretenimiento por aquí, y creo haber llegado a una conclusión más o menos fiable.


Linak y Clyde son la misma persona. No me refiero al hecho de que se encuentran unidos de forma física, más bien a la unión de su alma. Por muy diferentes que sean son los únicos que se pueden comprender, han vivido las mismas experiencias desde el momento de su nacimiento, teniéndose siempre el uno al otro y, de alguna forma que nadie más puede entender, se complementan.

Aunque esa unión les autodestruya, aunque acabe con sus fuerzas, con su cordura, con sus ganas de vivir…jamás la romperían, porque entonces se perderían a sí mismos. Renunciarían a lo que siempre han sido. Y entonces, aunque sus cuerpos respiraran, estarían muertos.
Y de alguna manera, eso me tranquiliza. Quizás esa parte de mí que te disparó en el Laberinto de Espejos sea mi Linak o mi Clyde… mi personalidad oscura e insustituible.

Mi Frank.

La  pistola en el descampado donde nuestra feria se asentaba. Espero que un arma que lleva mi nombre jamás acabe con más vidas inocentes.

Y sé que sigue ahí, porque me negué a abandonarla. Por mucho daño que me hubiera hecho, que te hubiera hecho: no podría, porque entonces Francesco Cassavachi desaparecería por completo.
A pesar de todo, el plan sigue en pie. Escaparemos y viviremos nuestros últimos momentos en libertad.
Y al fin podré verla.



Día 0:
Monroeville Rinde Homenaje a una de las Últimas Víctimas del Nazismo:

Lucié Kaufman, fallecida el reciente sábado 30 de Abril, fue ciudadana de dicha ciudad desde hace más de 30 años. Su vida, plagada de dificultades […] tras su estancia en Dachau fue detectada de síndrome post traumático […] al Hospital Psiquiátrico St. Paul donde […] intento de suicidio y […] varias minusvalías psíquicas permanentes causadas por el tratamiento que […] Fue ciudadana ejemplar de Monroeville hasta que […]
Se celebrará un acto en su memoria el día […]. Nuestro pueblo lamentará esta gran pérdida.



Por fin comprendo cómo te sentiste cuando acabé con tu vida. Qué pensamientos ocuparon tus últimos instantes. Todo se desmoronó, ¿verdad?
Todas tus oportunidades para vivir y ser feliz. Todo lo que te quedaba por conocer y sentir. Todas tus esperanzas en un futuro mejor. Todos tus proyectos. Supiste que jamás formarías una familia, ni volverías a Florencia, ni escribirías un libro. Porque ya no quedaba nada. Simple y llanamente dejarías de existir y el mundo seguiría sin ti. Tuviste la certeza de algún día no serás más que polvo, y todo el mundo te habrá olvidado.

¿Alguna vez imaginaste que tu querido hermano  también se sentiría así?
La he perdido. La persona que sostenía toda mi vida ahora posiblemente esté sentada a tu lado. Ya no soy nada, mi existencia carece de razón o sentido, porque todas mis esperanzas las puse en ella.

A partir de ahora este diario es propiedad de Adrien Shelley. Se lo entregaré cuando suba al camión de suministros con Linak y Clyde. Yo no lo haré, ya de nada me sirve hacerlo. Tengo esperanzas en Adrien, Víctor. Quiero que llegue a ser todo lo que no fui, que consiga todo lo que jamás tuve.
Ni tendré.

Esta historia acaba con nada. Un lienzo en blanco de una vida sin sentimientos, sin personas a las que amar, sin aportar otra cosa que destrucción.
Y quizás, en una esquina  de ese lienzo se intuya la figura de una higuera. Y colgado de esa higuera, la figura de un hombre que  baila al compás de su réquiem.

Hasta nunca, hermanito.