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"Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
anda natu sube cap mira qe mi tocaya
paso de pagina eso merece un cap
paso de pagina eso merece un cap
Nani Jonas
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Capítulo 11
____ tardó casi diez minutos contemplando fijamente el baúl de Joseph antes de decidir que había llegado el momento de abrirlo y examinar su contenido. Como era natural, registrar los efectos personales de Joseph sería algo de lo más vergonzoso, pero no tenía alternativa. Era la única manera de tener la certeza absoluta. Él acababa de salir para ir a comprar un almuerzo frío a uno de los pueblos cercanos, dejándola con la promesa de que hablarían cuando volviera. Tal conversación versaría, sin duda alguna, sobre las esmeraldas y el Caballero Negro, y ____ quería estar preparada. Aunque primero tenía que encontrar las joyas, por los medios que fuera, y estaba más que segura de que Joseph no las llevaba con él cuando se marchó. Si las hubiera llevado en el bolsillo probablemente se habría notado, y de todas maneras ____ era incapaz de imaginarlo vendiéndolas, lo cual habría sido la única razón para arriesgarse a llevarlas encima. Eso significaba que todavía estaban allí. Y el único lugar donde podrían estar era en alguna parte entre sus pertenencias personales.
Habían regresado del baile poco después de las dos de la madrugada. La fiesta había continuado en cierta medida después de que se hubiera descubierto la falsificación de las esmeraldas, aunque el ambiente había decaído bastante. La mayoría de los invitados se fueron pronto, pero ella y Joseph se habían quedado por la insistencia de ella, ya bailando, ya alternando con los demás invitados, hasta ser casi los últimos en marcharse. El conde de Arlés no había vuelto a aparecer después del fiasco con Fecteau, pero Claudine había puesto todo de su parte para mantener viva la fiesta por Annette-Elise. En realidad, era todo lo que podía hacer, y ____ sintió lástima por las dos. Apenas se podía decir que el baile hubiera sido un éxito, pero, al fin y a la postre, tampoco había acabado bochornosamente.
Sin embargo, ____ se sentía extraordinariamente orgullosa de sí misma. Su actuación había sido magnífica, porque había logrado que Joseph ignorara al hecho de que ella hubiera descubierto de pronto su identidad. Eso le daba a ella poder, algo que le resultaría de gran provecho en los días venideros. Durante las últimas nueve horas ____ no había hecho otra cosa más que ser presa de una permanente inquietud interna, dormir poco y esconder sus intenciones lo mejor que pudo, incluido el deseo casi de matarlo, aunque en su lugar decidió no perder la calma. A las seis de la mañana, tumbada junto a la figura despreocupada y profundamente dormida de Joseph, se le había ocurrido. En ese momento ya tenía un plan, y una manera de utilizar a Joseph tal y como él la había utilizado a ella desde el mismo instante en que había entrado en su casa de la ciudad.
Así que, con decisión, y antes de que pudiera cambiar de idea, se arrodilló por fin junto al cerrado baúl de metal, alisó la falda morada en torno a ella, hizo saltar los cierres de latón y levantó la tapa.
Si esperaba que el contenido la sorprendiera, estuvo en un error. Jamás había hecho algo tan atrevido en su vida, por supuesto, como tampoco había curioseado tan íntimamente entre la ropa interior de un hombre. Pero su primera impresión al levantar la tapa fue la de asombro, por el sumo cuidado con que todo estaba doblado y colocado en el interior. Desde las camisas hasta los zapatos, todo estaba perfectamente ordenado. Por extraño que pareciera, nunca había esperado semejante cosa de Joseph. Por un lado, parecía tener una personalidad harto caprichosa, y sin embargo, su manera de vestir y su estilo eran más acordes con los gustos elegantes y reservados de un caballero, lo cual, tuvo que recordarse, era en realidad.
Con cuidado, empezando por el lado izquierdo del baúl, levantó las camisas, una a una, y las fue colocando en el suelo a su lado. Detrás vinieron los pantalones, tres pares, que también sacó con cuidado. Bajo estos, en el fondo, había dos pares de zapatos. Ninguna esmeralda, aunque metió los dedos con cautela en los zapatos para asegurarse de que no estuvieran dentro.
Luego, pasó al lado derecho del baúl. Había evitado adrede empezar por ese lado porque se había dado cuenta de que había más efectos personales —el peine, la navaja de afeitar, el cepillo de dientes y los polvos y la ropa interior— que no eran asunto suyo. Pero, no obstante, para llegar al fondo del baúl, tenía que registrarlo todo.
Con manos ansiosas fue sacando los objetos de tocador y los colocó a su lado. A continuación, y aumentando el ritmo, empezó a levantar las prendas interiores dobladas, sintiendo que su incomodidad iba en aumento cada vez que tocaba una, pero recordándose el fin que la animaba. Necesitaba las esmeraldas y tenía que darse prisa.
Entonces, por fin, cuando las dudas empezaban a calar en su ánimo, descubrió el objeto de su registro. Una bolsa de terciopelo negro, exactamente igual que la que había contenido el collar de ónice, descansaba de manera visible entre las dos últimas prendas.
El primer pensamiento que la asaltó fue que él las había dejado en un lugar tan visible porque sabía que ella las buscaría. Pero, tras solo unos segundos de reflexión, se dio cuenta de que tal conjetura era errónea. Joseph no sabía todavía que ella había descubierto su identidad. Parecía un poco tonto por su parte no haber escondido las joyas en un bolsillo secreto o en unos zapatos, pero lo cierto es que no tenía tiempo para especular acerca de sus tácticas como ladrón. Lo único que le ocupaba la mente era imaginar la regocijante expresión de desconcierto de Joseph, de la que iba a ser testigo cuando se enfrentara a él.
El corazón le latió con fuerza cuando cogió la bolsa, no sin cierta sorpresa al comprobar que era más ligera de lo que esperaba. Con un arrebato de euforia, la abrió a toda prisa para contemplar su contenido.
El brillo y el resplandor de las piedras verdes y del oro la dejaron sin respiración. El collar era aún más espléndido, no exactamente una joya femenina que embelleciera a una mujer rodeándole el cuello, sino más bien una original obra de arte para ser mostrada sobre la piel cálida, mientras todo lo demás se desvanecería detrás de su esplendor.
Dejó caer la bolsa al suelo sin darse cuenta y pasó lentamente el pulgar por las esmeraldas, frías aunque radiantes, dejándolas resbalar entre los dedos, mientras una sonrisa de suprema satisfacción le fue curvando poco a poco los labios. El valiosísimo collar robado estaba en ese momento en sus manos. Todas las dudas se desvanecieron. Tenía el poder por fin, y lo utilizaría. Iba a ganar.
Miró rápidamente por encima del hombro hacia el reloj de la cómoda. Era casi mediodía. Joseph regresaría en cualquier momento.
Sujetándose un rizo rebelde detrás de la oreja, volvió a guardar las esmeraldas en su protector envoltorio de terciopelo, dejó la bolsa en su regazo y volvió a colocar a la perfección todas las pertenencias de Joseph en el baúl, tras lo cual cerró la tapa.
Acto seguido, con rapidez y determinación recién adquirida, consciente solo de manera vaga de hasta qué punto iban a cambiar las cosas entre ellos, fue hasta su baúl, situado cerca del ropero. Abrió la tapa con rapidez y hundió el brazo bien adentro, hasta que su mano encontró una de sus botas altas de piel negra. La sacó de debajo de los zapatos y otras prendas, se sentó cómodamente en el suelo y empezó a trabajar.
Una de las mejores anécdotas que su madre le había contado jamás acerca de su abuelo hacía referencia no solo a su huida, sino al ingenio que había demostrado en su ejecución. El hombre jamás habría salido con vida si no hubiera sobornado al carcelero. Y nunca habría podido hacer tal cosa si no hubiera escondido varias monedas de oro bajo las suelas de sus zapatos, las cuales había dejado huecas con ese fin concreto. Cuando los campesinos lo registraron, no le encontraron nada encima, pero no se les ocurrió buscar detenidamente en su calzado. Ni tampoco se le ocurriría a Joseph, porque ella había seguido el consejo de su madre y, a lo largo de los años, había vaciado varios zapatos para poder esconder dinero en ellos sí, estando de viaje, alguna vez la necesidad así lo exigía. Sería una tontería, como dirían muchos, pero el haberlo hecho iba a servir por fin en ese momento a sus propósitos. Escondería las esmeraldas en su bota, donde estarían seguras y nadie las descubriría.
Tras intentar hacer palanca varias veces y de la frustrante rotura de una uña, la suela inferior de piel del alto tacón acabó por soltarse. Su idea inicial era la de ocultar tanto las esmeraldas como la bolsa dentro, a fin de mantener las joyas bien protegidas, pero pronto se le hizo evidente que no había suficiente espacio para todo, y solo entrarían las joyas. Y eso, a duras penas.
Después de sacar una vez más el collar de su envoltorio de terciopelo, lo protegió con la mayor delicadeza posible dentro del tacón y, haciendo una presión considerable con la mano, consiguió encajar la piel superior lo suficiente para asegurar el contenido. Con una amplia sonrisa de satisfacción por el logro obtenido, le dio la vuelta a la bota en las manos. Advertir que la suela de piel no encajaba del todo en la madera exigiría un examen minucioso, ¿y a quién se le iba a ocurrir mirar? El escondite era perfecto.
____ volvió a colocar la bota dentro del baúl, metiéndola debajo de varios pares de zapatos solo por seguridad, y cerró la tapa. Fue entonces cuando oyó las pisadas de Joseph en el sendero de piedra.
Se levantó con rapidez, agarrando con fuerza la bolsa vacía, y se dirigió corriendo al otro lado de la habitación, donde se sentó en uno de los sillones de mimbre en el preciso instante en que él entraba.
Joseph se detuvo para mirarla fijamente, con la boca torcida en una media sonrisa, la cabeza ligeramente inclinada y, de manera intuitiva —o por la respiración nerviosa de ____ o tal vez solo por la tensión del ambiente—, percibió que algo estaba diferente, que algo había cambiado. Nada más entrar en la habitación, con la cesta de la comida en la mano, y después de cerrar la puerta tras él, la expresión desapareció.
—Encontré unas gallinas asadas a buen precio —dijo Joseph en tono agradable, mientras se dirigía a la mesa situada junto a ____ y depositaba la cesta encima. Miró a ____ a la cara con unos ojos que se entrecerraron con un insignificante asomo de sospecha—. ¿Ha ocurrido algo mientras he estado fuera?
El corazón de ____ empezó a latir aceleradamente. Como siempre, él la abrumaba con su presencia, allí ante ella, vestido de nuevo sin ceremonias con una camisa de lino color crema y unos pantalones marrón oscuro, el pelo alborotado por su paseo bajo la brisa y la piel bronceada pese al escaso tiempo pasado en la costa mediterránea. Pero el momento del enfrentamiento había llegado, y ella se negó a permitir que Joseph pensara que estaba en situación ventajosa solo por lo evidente de su turbación, de la que él solía ser claramente consciente.
Así que, con fortaleza, y eligiendo el momento de la revelación con pericia, siempre según ella, le cogió una mano a Joseph, le volvió la palma hacia arriba y colocó allí la bolsa de terciopelo.
—Encontré su collar, Joseph —confesó en un susurró, sensual.
Ella le oyó contener la respiración, una inspiración corta y seca, pero Joseph le sostuvo la mirada y no movió la mano. La inseguridad que ____ percibió en él en ese momento la llenó de confianza en sí misma y de una satisfacción extrema.
Con un suave movimiento, ____ se llevó una mano a la nuca y tiró de la cinta que le sujetaba el pelo, dejando que sus espesos rizos cayeran libremente, tras lo cual se quitó los zapatos de dos puntapiés. Algo bastante impropio de una dama en mitad del día, pero quería parecer cómoda y segura de sí misma para la conversación que se avecinaba. Se removió en el sillón, levantó las piernas y los pies bajo el vestido para apoyarlos en el asiento, y sonrió triunfalmente, esperando.
Al final, Joseph echó un vistazo a la bolsa, pasando los dedos por el terciopelo.
—¿Qué cree que sabe, ____? —preguntó él en voz baja.
Ella cruzó los brazos con indiferencia por delante del vientre.
—Sé que tengo las esmeraldas.
Durante unos instantes de insoportable silencio, Joseph no hizo nada. Levantó entonces los ojos para mirarla fijamente una vez más, pero en lugar de la ansiedad o la ira que ella esperaba ver en su expresión, Joseph sonrió, y en sus ojos brilló una especie de diversión orgullosa. Aquello la turbó de forma tan inesperada que flaqueó, algo que, ____ estuvo segura, él había advertido.
—¿Registró mi baúl?
En ese momento, ella se retorció en el sillón, incorporándose un poco cuando la calidez la inundó.
—¿Cómo, si no, iba a tenerlas?
Joseph arqueó las cejas.
—Cómo, si no, por supuesto.
Él arrojó la bolsa sobre la mesa y se dejó caer pesadamente en el sillón contiguo al de ____, cruzando las manos con educación sobre el regazo y mirándola con lo que ella solo pudo describir como una manera placenteramente calculadora.
—Confío en que no me haya robado la navaja de afeitar.
____ estuvo a punto de soltar una carcajada, conteniéndose con dificultad.
—Lo pensé durante un instante, Joseph, pero entonces recordé lo peludo que es.
Joseph se rió al oír eso. Con mucha suavidad. Observándola.
—¿Y volvió a dejar en su sitio todos... mis objetos personales?
A ____ le ardieron las mejillas, y el nerviosismo hizo que se llevará una mano a la cabeza y se pasara los dedos por el pelo. Aquello fue un error, porque los ojos de Joseph siguieron el movimiento con gran familiaridad.
—Creo que nos estamos desviando de la cuestión, Joseph —insistió ella con dureza.
—Mmm... La cuestión. —Él se relajó un poco contra el respaldo de mimbre, golpeando ligeramente los pulgares entre sí—. ¿Qué es lo que quiere saber?
—¿Madeleine es espía? —preguntó ____ sin ambages, en un tono de voz monótono.
—Sí —respondió él sin evasivas—. Sirve al gobierno británico con ese fin, y fue elegida deliberadamente como mi contacto en Marsella para este trabajo. Es muy buena en lo que hace, y extremadamente leal a la causa británica.
____ parpadeó, sorprendida por su rápida y sincera respuesta.
—¿Trabaja usted para el gobierno?
Joseph frunció la boca, y la concentración le surcó la frente de arrugas.
—No exactamente. Trabajo para tres individuos: sir Guy Phillips, lord Nigel Hughes de Cranbrook y, de forma más directa, para Christian St. James, conde de Eastleigh. Los tres son amigos míos, aunque sir Guy es mi contacto oficial, y, como Caballero Negro, estoy bajo sus órdenes. Nosotros (los cuatro) somos los únicos que sabemos la relación de ellos con mi trabajo. Si alguna vez me pillan o me detienen, jamás podrán verse implicados excepto si confieso, y eso no ocurrirá. No estoy metido en política, exactamente; trabajo con independencia de ellos, aunque hay varios miembros de las altas esferas gubernamentales que saben quién soy. Sir Guy es uno de ellos y quien organiza mis contactos por toda Europa... a fin de conseguir ayuda, si lo necesito.
____ lo miró de hito en hito, perpleja.
—No me puedo creer que me esté contando todo esto tan fácilmente.
Él respiró hondo, escrutando el rostro de ____ intensamente.
—Confío en usted, ____.
Nunca cuatro sencillas palabras la habían ablandado de forma tan absoluta. Pero no fue solo lo que había dicho, sino el significado que se escondía detrás, y la ternura contenida en su voz profunda y en sus ojos.
—Entonces, ¿por qué lo hace? —continuó ella en voz baja.
Joseph reflexionó durante un instante.
—Lucho por reparar las equivocaciones, pero hay algo más. En muchos de los trabajos que hago, pienso que mi labor es, en buena medida, una manera... de arreglar las cosas. Cosas que no pueden ser arregladas de otro modo. Pongo al descubierto el comercio ilegal o a personas que son tan inteligentes que, de lo contrario, no podrían ser pilladas cometiendo acciones ilegales o poco honestas... tanto personales como políticas. A veces me ocupo de asuntos de Estado, aunque los que están en el gobierno, aparte de unos pocos escogidos, ignoran por completo mi implicación en... bueno... en tenderles una trampa a los criminales políticos para que sean descubiertos y detenidos, o en localizar el paradero del dinero procedente de la extorsión o del robo de armas. No soy técnicamente un espía; no se me ha entrenado formalmente para nada. Más bien trabajo por mi cuenta, aprendiendo sobre la marcha. Se me proporciona una información detallada sobre una situación concreta, y como lo haga es cosa mía. De vez en cuando necesito ayuda y la recibo de manera incondicional, como en el caso de Madeleine. La mayor parte de las veces trabajo solo, y la mayoría del trabajo que hago consiste simplemente en robar algo, de manera que afecte al desenlace de una situación más amplia. Cuando termino el trabajo, se me paga, y se me paga muy bien.
—Por sir Guy.
—Sí, y por mis otros dos benefactores. Se me paga con fondos privados, no con dinero procedente del tesoro público. —Joseph hizo una pausa, y sus ojos se fueron oscureciendo mientras se clavaban en los de ____. Entonces, inclinándose hacia delante, con los codos en las rodillas, y las manos cruzadas delante de él, bajó la voz hasta convertirla en un profundo susurro.
—Me inventé el Caballero Negro hace seis años, ____, y aunque mi trabajo me ha hecho rico, mi actividad como ladrón solo busca mejorar la sociedad y mi satisfacción personal. No es por el dinero. Cada uno de esos logros es lo que me convierte en el hombre que soy, e incluso si no me volvieran a pagar jamás, no creo que pudiera dejarlo del todo. Disfruto con lo que hago y confío en seguir haciéndolo, en el grado que sea, durante el resto de mi vida. —Y con suma cautela, añadió—: ¿Cree que puede aceptarlo?
____ no supo qué decir ni qué quería concretamente de ella con una pregunta tan directa. La voz y los modales de Joseph eran de una profunda gravedad, y la miró fijamente a los ojos, esperando una respuesta. Y entonces, ella comprendió.
Una fuerte ráfaga de viento frío procedente del mar sopló a través de la ventana abierta detrás de él, haciendo que las cortinas se hincharan a su alrededor en un resplandor verde mar que contrastaba con su pelo. Pero Joseph no pareció advertirlo, concentrado como estaba solo en ella y en la importancia de su contestación.
Con toda la sinceridad de la que era capaz, sabiendo lo mucho que aquello le importaba a Joseph, ____ murmuró:
—Si me está pidiendo que guarde silencio acerca de esto y de su identidad, Joseph, por supuesto que lo haré. Le juro que jamás diré una palabra. —Entonces, torció adrede la boca en una sonrisa de complicidad, intentando levantar el ánimo y volver al asunto más inminente—. Además, ahora no podría desenmascararlo aunque quisiera. Tengo mis propios asuntos.
Él la miró fijamente, calculando las motivaciones de ____, escudriñándole el rostro en busca de respuestas que él todavía no podía detectar, o quizá tan solo sopesando el desafío que se avecinada. Entonces, se volvió a sentar lentamente, colocando los codos sobre los brazos del sillón, la barbilla apoyada en la punta de los dedos, estudiándola.
—Parece que también tiene mis esmeraldas.
Con los ojos brillantes, ____ contuvo una risita triunfal.
—Sí, las tengo. Y antes de que conciba alguna idea sobre robármelas, deje que le garantice que nunca las encontrará.
Él bajó los ojos descaradamente, primero a sus pechos, luego a sus caderas y piernas, perfilado todo por una sencilla blusa blanca y una falda sin ballenas.
—Supongo que no me concederá el placer de registrar sus pertenencias personales.
Nunca un hombre la había hecho sentir tan absolutamente incómoda con una mirada y una sencilla frase como hacía Joseph, y hacía continuamente. La vergüenza volvió, pero ella ignoró el sentimiento como desoyó los comentarios descarados de Joseph. Dobló las rodillas, apoyando la planta de los pies en el cojín y se rodeó las piernas con los brazos a modo de protección.
—¿Cuándo las robó? —preguntó ____ con una aspereza un tanto excesiva.
Joseph volvió a mirarla a los ojos.
—El viernes.
—¿El viernes?
—En realidad, tal vez fuera el jueves por la mañana —corrigió con un encogimiento de hombros—. Mientras usted dormía, en cualquier caso.
____ negó con la cabeza a causa del asombro.
—¿Me dejó aquí sola, en plena noche, entró en casa del conde de Arlés, más tarde en su estudio privado, le reventó la caja fuerte, robó las esmeraldas y luego volvió aquí y se metió de nuevo en la cama?
—Esa es... una descripción bastante precisa de los acontecimientos.
____ no supo si escandalizarse por el atrevimiento o sentirse orgullosa del logro, pero sin duda cada vez se sentía más intrigada.
—¿Y cómo lo hizo?
—Sin hacer ruido.
A pesar suyo, ____ sonrió abiertamente, mordiéndose el labio para evitar reírse.
Joseph estiró las piernas tranquilamente y cruzó los pies.
—Aunque no le reventé la caja fuerte, tan solo la abrí. Y no robé las esmeraldas, sino que le di el cambiazo.
—Por las falsas.
—Sí.
—¿Y cómo diablos aprendió a abrir una caja fuerte que no ha visto antes?
—Con la práctica.
—Está siendo evasivo.
Joseph arqueó las cejas con inocencia.
—Estoy siendo sincero.
Ella apoyó la barbilla en las rodillas.
—¿Y si me llegó a despertar y descubro que se ha ido?
Aquello hizo reír a Joseph.
—Sería capaz de dormirse durante una carrera de cuadrigas, ____.
El comentario la sorprendió e hizo que se sintiera tan ofendida por la energía de la réplica como extrañamente reconfortada porque él hubiera prestado atención realmente a su forma de dormir.
____ siguió adelante sin responder:
—¿Por qué se molestó en ir al baile entonces, si ya las tenía en su poder?
Él la desafió maliciosamente.
—¿Por qué cree usted?
____ no debería haber preguntado aquello. Él sabía que ella conocía la respuesta. Joseph estaba al corriente de lo mucho que ella había estudiado al ladrón y de cuánto lo admiraba y deseaba formar parte de su vida. Fue desconcertante, mortificante, cuando ____ pensó en todo lo que le había contado, en todo lo que le había confiado. Pero lo que evitó que tanta mortificación la desanimara o la empujara a huir de él fue su determinación a igualar el marcador.
—Porque es su estilo —dijo ella de manera desapasionada, aunque bajando la vista para observar la fina y sedosa tela de la camisa de Joseph—. El Caballero Negro no es un ladrón convencional. Hace las cosas para llamar la atención, queriendo formar parte de la acción y que se le distinga de los demás por su estilo. —____ volvió a mirar la encantadora, atractiva y arrogante cara de Joseph—. Con toda franqueza, Joseph, me sorprende que no dejara una tarjeta de visita.
—No necesito hacerlo. Los rumores se extenderán solos.
El comentario de ____ tenía la pretensión de ser un insulto sutil, pero él no pareció tomárselo así.
—Su actitud en todo este asunto resulta bastante pretenciosa —dijo ella con brusquedad.
Él negó con la cabeza lentamente.
—Ni es pretencioso ni idiota el que uno trabaje como mejor sabe. Por el contrario, es algo que hay que hacer con inteligencia y mucho cuidado.
____ esbozó una sonrisita de indignación.
—Pues quedarse cerca de la escena del crimen para acabar siendo sospechoso no parece la mejor manera de proceder ni la más prudente.
Joseph puso una cara de auténtica sorpresa.
—¿Y por qué habrían de sospechar de mí?
—Es usted inglés —dijo ella con exasperación.
—Con una identidad falsa imposible de descubrir.
____ se irguió.
—Preparada por Madeleine...
—Que nunca ha sido ni es ni será jamás mi amante.
La atrevida declaración la pilló absolutamente desprevenida. No venía a cuento; sin duda era una explicación que ____ no había pedido. Joseph había pensado en ello, y por razones particulares, lo había recalcado por su cuenta y riesgo con la firme intención de dejárselo absolutamente claro. Lo que ella no acababa de entender era la razón de que se molestara en hacerlo.
Irritada, se pasó las manos por el pelo.
—Eso me trae sin cuidado.
—A mí me parece que le importa mucho.
Fue la ligereza de la afirmación, unida a la aspereza de la voz, lo que hizo que ____ se desconcertara. Pero Joseph no estaba siendo totalmente descuidado en la elección de las palabras. Las estaba calibrando, algo que ____ podía percibir en la determinación de su expresión y de sus ojos, que volvían a estar fijos en los de ella.
Con la voz temblándole por la intensidad de la ira, ella susurró:
—Le odio, Joseph. Lo desprecio profundamente.
Él sonrió irónicamente.
—No me lo creo. Si me odiara tanto, ya me habría matado. O abandonado.
—¡Es tan arrogante...!
—No, soy positivo —matizó él.
—Me toma por idiota.
—Usted no es idiota, ____. Es una de las mujeres más inteligentes que he conocido jamás.
____ apenas le oyó, ocupada en golpear los brazos del sillón con los puños cerrados, negándose a ceder.
—Usted me mintió, me humilló...
—Tenía un trabajo que hacer.
—Podía habérmelo dicho —dicho ella con fiereza.
Joseph suspiró y se frotó el mentón con los dedos.
—Si lo hubiera hecho, o no me habría creído o no estaría ahora conmigo aquí. No me gustaba ninguna de las dos posibilidades. —Él dejó caer los brazos y bajó la voz—. Me gusta mirarla, ____, hablar con usted todos los días, sentirla entre mis brazos. —Titubeó unos segundos y susurró con aspereza—: Me gusta la idea de tenerla a mi lado.
____ tuvo realmente que poner en orden y contener deliberadamente sus emociones, procurando no exponer su confusión a la atenta mirada de Joseph. Deseaba odiarle de manera apasionada; deseaba inclinarse sobre él y besarlo en los labios con toda la suavidad y deseo de los que fuera capaz. Quería vengarse de él; pero en su confusión sentimental, también se dio cuenta de que lo quería para algo más. Para mirarlo, para hablar, para sentir. Para estar a su lado.
Sin previo aviso, Joseph alargó una mano para cogerle los dedos de los pies, que le sobresalían por debajo del vestido. Se los acarició con ternura, lo que hizo que el cuerpo de ____ vibrara con una maravillosa sacudida. Joseph sabía a la perfección que ella no lo odiaba, a pesar, incluso, de todo lo que él había hecho, pero ____ no estaba dispuesta a que él se apartara de la importantísima conversación sobre las esmeraldas con tanta facilidad. Probablemente podría seducirla en ese mismo instante; y probablemente él también lo sabía. Eso la enfureció. Tenía que volver al asunto de su ataque.
Ella apartó los pies con brusquedad y se levantó, se dirigió a la ventana y apoyó las palmas en el alfeizar, mirando fijamente el cielo azul claro sin nubes.
—Fecteau también estaba implicado, ¿no es verdad?
—Por supuesto —reconoció él en voz baja—. El conde de Arlés, o más exactamente, alguien que trabajaba para él, le robó el collar al duque de Newark hace varios meses, ____. Es una joya de un valor incalculable que una vez perteneció a María Teresa de Austria, y que él y otros miembros de la aristocracia francesa creen que debería haber ido a parar a la hija de aquella al casarse con su rey. Los ingleses la compraron legalmente (lo cual, hasta donde sé, está perfectamente documentado), pero en este país hay unos cuantos que por razones egoístas querían que el collar regresara a su tierra. Ellos nos lo robaron; y yo se lo he vuelto a robar. —Carraspeó—. Y ahora parece que usted me lo ha robado a mí.
Fue una afirmación directa. Joseph quería que ella se explicara, pero no estaba dispuesto a preguntar abiertamente, o quizá a curiosear en lo que él empezaba a percibir como un asunto muy privado.
En la habitación se hizo un silencio absoluto, y el desasosiego reinante en el ambiente solo se vio alterado por el sonido del batir de las olas en los lejanos acantilados y el canto de un pájaro. El delicioso olor de la comida hizo que a ____ le sonaran las tripas, pero no estaba de humor para comer. Estaba demasiado inquieta, a lo que contribuía la mirada de Joseph clavada en su espalda, y que ella percibía, y la mera idea de que estaba a punto de revelarle el verdadero motivo que la había llevado a Francia le estaba poniendo los nervios de punta.
Por fin, se dio la vuelta para mirarlo directamente a la cara. Él siguió observándola, con prudencia, sentado cómodamente en el sillón de mimbre, con la barbilla en la palma de la mano y una pierna cruzada sobre la otra, esperando.
—Le devolveré el collar, Joseph.
—En ningún momento lo he dudado, ____ —respondió él casi de inmediato.
____ sintió la piel caliente y la boca seca, y cruzó las manos delante de ella, retorciéndoselas con fuerza ante lo que se avecinaba. Era el momento de la verdad.
—S... supongo que recordará que le mencioné que necesitaba la ayuda del Caballero Negro.
—Sí, me parece recordarlo.
El tono de indiferencia y la inexpresividad del rostro de Joseph provocaron que a ____ le resultara espantosamente difícil ir al grano. Tampoco la ayudaba mucho que él no le hiciera preguntas ni mostrara el menor atisbo de curiosidad.
—Necesitaba que robara algo para mí —reveló con voz temblorosa.
La expresión de Joseph no se alteró en ningún momento.
—Creo que se refiere a que quiere que yo robe algo para usted.
____ notó que enrojecía hasta la raíz del cabello, pero siguió mirándolo fijamente a los ojos.
—Sí, eso mismo.
Joseph esperó, expectante, con las cejas arqueadas.
—¿Me va a decir de qué se trata?
—¿Lo robará?
Él la miró con extrañeza.
—¿Cómo puedo responder, si no sé de qué se trata?
Aquello era de una lógica aplastante, y sin embargo, era la parte más difícil de todo. Durante meses ____ había pensado la manera en que se lo revelaría al Caballero Negro, un hombre que ella presumía sería imparcial, ajeno a la cuestión, racional, y a quien le preocuparía el pago. Jamás había considerado ni remotamente que fuera a verse implicado un amigo, y menos uno hacia quien sus sentimientos abarcaban todo el espectro posible y, pese a lo cual, resultaban tan difíciles de definir.
—Es de una importancia trascendental para mí, Joseph —confió ella débilmente—, y tremendamente personal.
—Eso deduje o no habría arriesgado tanto.
Sus palabras fueron de una sinceridad absoluta, y la afectaron, porque ella sabía lo que significaban. ____ se agarró los codos por delante de ella, frotándoselos con las yemas de los dedos.
—La situación podría tener unas consecuencias sociales de la mayor gravedad.
La expresión de preocupación y la gravedad en el tono de ____ despertó las simpatías de Joseph.
—Dígamelo de una vez, ____ —presionó son suavidad—. No podré ayudarla, si no sé de qué está hablando.
El momento había llegado, y ella no tenía ni idea de por dónde empezar. Con el pulso latiéndole aceleradamente, lo miró directamente a los ojos.
—Mi madre no ha sido siempre... sincera con mi padre.
—¿En serio? —dijo él sin comprender. Al cabo de unos segundos, añadió—: Supongo que eso es bastante frecuente en muchos matrimonios.
____ se movió, inquieta, cambiando su peso de un pie a otro, apoyándose en el alféizar en busca de sostén, abrazándose.
—No lo entiende.
Joseph abrió mucho los ojos, pero no dijo nada.
Presa de una profunda vergüenza, ____ susurró por fin:
—Me refiero a ser fiel..., a respetar el lecho conyugal. Mi madre se ha estado viendo con otro.
Allí de pie, a un metro de distancia del hombre de sus sueños, mientras le revelaba secretos familiares de naturaleza íntima, ____ no recordó haberse sentido tan desconcertada en años. Pero Joseph no parecía impresionado; su expresión permaneció imperturbable.
—Entiendo —murmuró él por fin.
____ miró hacia la pared, y su mirada se deslizó por los cuadros, grandes y pequeños, cada uno de ellos una obra de arte, hasta que acabó deteniéndose en un preciosa acuarela pintada en tonos verde mar y marrón oscuro.
—No estoy segura de cuándo empezó este desliz —prosiguió ella—, pero sé positivamente que tuvo lugar hace varios años y que duró unos cuantos meses. Me... me parece que fue una aventura amorosa.
—Tal vez su información sea inexacta —dijo él en voz muy baja tras un instante de reflexión—, o quizá no fuera más un coqueteo inocente, exagerado por los rumores.
Ella sabía que Joseph intentaba ser delicado con sus sentimientos; ¡cómo deseaba que él tuviera razón!
—No es inexacta, Joseph —le corrigió, volviéndose hacia él—. Ni fue solo un coqueteo inocente. Si no estuviera tan absolutamente segura al respecto, jamás habría venido a Francia para contratarlo.
El mimbre crujió bajo él cuando Joseph se puso las manos en las rodillas y se levantó del sillón dándose impulso. Pero no se acercó a ella. En su lugar, cruzó los brazos por delante del pecho y se irguió, observándola atentamente.
—¿Contratarme para qué?
____ respiró hondo y levantó la barbilla con obstinación.
—El hombre objeto de su indecoroso cariño fue Paul Simard, un parisino oficial de la Guardia Nacional. Mi madre lo conoció durante un destacado acontecimiento social, en una de sus muchas visitas al continente, y se enamoraron el uno del otro. Y al final... se liaron.
____ no supo describirlo de otra manera, y quizá él se estuviera riendo por dentro. Pero no podía permitirse pensar en eso. El momento de la verdad había llegado, y ya no tenía nada que perder.
—Como le he dicho, el asunto prosiguió durante algún tiempo, tras lo cual mi madre volvió a Gran Bretaña... y junto a mi padre, que nada sabía. Pero el problema, Joseph, es que el asunto no acabó ahí. De ser así, no habría pruebas. En contra de lo que cabía esperar, las hubo.
En ese momento Joseph pareció confundido.
—¿Que hubo qué?
—Pruebas.
—¿Pruebas de... ?
____ apretó la boca con irritación.
—Pruebas... —Ella hizo un violento ademán con la mano—. Pruebas de la relación, del romance. De que mi madre era la querida complaciente del francés.
Él la miró fijamente con dureza.
—____, ¿qué está tratando de decirme?
Ella dejó caer las manos a los costados, esforzándose por tranquilizarse.
—Paul Simard murió hace tres años, en París. Apenas dos meses más tarde mi madre empezó a recibir peticiones de dinero. Parece ser que ella y su amante francés... mantuvieron correspondencia durante algún tiempo, después de que ella regresara a Gran Bretaña, y ahora el hijo de Paul Simard, Robert, tiene en su poder las cartas de amor y la está chantajeando bajo la amenaza de hacerlas públicas. El contenido de las cartas no deja lugar a dudas en cuanto a la naturaleza de la relación. Mi madre está pasando un infierno, mientras paga cuando puede, sin saber qué hacer a continuación y temerosa de enfrentarse a mi padre. Joseph, creo que sabe que si alguien llega a leer esas cartas o el comportamiento indecente de mi madre llega a oídos de la alta sociedad, su reputación acabaría arruinada, mi familia se vería envuelta en un escándalo y sería demoledor para mi padre.
Dio un paso hacia él, bajando la voz hasta convertirla en un susurro vehemente.
—Necesito que me acompañe a París, encuentre a Robert Simard y le robe las cartas de mi madre. Seis en total. Cuando lo logre, le devolveré las esmeraldas.
Joseph se la quedó mirando boquiabierto, presa de una incredulidad absoluta. De haber estado con cualquier otra mujer, se habría desternillado de risa al oír semejante orden. ¿En qué se había convertido su vida para que en ese momento se encontrara en una situación tan ridícula, metido en aquella farsa de proporciones increíbles? Era el ladrón más famoso de Europa. Su inteligencia, su estilo incomparable y sus éxitos se habían convertido en legendarios. Por sus manos habían pasado valiosísimos objetos exóticos, había pasado de matute de un país a otro diamantes valorados en miles de libras esterlinas y había ayudado a enmendar injusticias sociales, y perseguido y encontrado a criminales políticos; incluso era el responsable indirecto de evitar la caída de gobiernos. Y sin embargo, allí estaba ella, de pie ante él en una elegante pose, el pelo brillante entibiado por el sol cayéndole por los hombros, el exquisito cuerpo lleno de curvas rígido por la determinación, exigiéndole que la llevara a París para robar... ¿unas cartas de amor? La había subestimado. De entrada era taimada, con una cara y una figura preciosas y, casi con total seguridad, una mente enferma. También estaba hablando totalmente en serio, y Joseph se encontró en un aprieto.
Pero era ____, y no su irrisoria petición, lo que le daba que pensar. Joseph era incapaz de recordar una ocasión en su vida en que hubiera posado su mirada en algo tan increíblemente dulce como aquella mujer inocente que revelaba la infidelidad de su madre a un hombre del que conocía su fama de mujeriego. ____ tenía las mejillas rojas como la grana por una vergüenza que ni siquiera podía verbalizar, y la mirada vibrante por el miedo mientras intentaba expresar el acto de la mala conducta sexual en palabras como «se liaron». Tenía unos modales maravillosos y una buena voluntad que no creía haber visto jamás en otra mujer, una inclinación a la bondad y a la fidelidad en el matrimonio que rara vez se daban. Y todo eso lo indujo a adoptar un comportamiento que no acabó de comprender. De repente, le entraron ganas de alargar una mano hacia ella y atraerla contra su cuerpo duro para reconfortarla, para extraer la calidez y la dulzura de sus labios en una ansiosa búsqueda de la pasión. Sintió unas ganas enormes de sentirla.
—¿En qué está pensando, Joseph? —murmuró ella con un ligerísimo asomo de temor.
Durante unos instantes la miró a los ojos en silencio. Entonces, Joseph sonrió débilmente, reconociendo la derrota, y se pasó los dedos por el pelo.
—Que en realidad no quiero ir a París.
____ se enfureció, cerró los puños en los costados, y su mirada centelleó con una furia explosiva.
—Estaba segura de que lo haría por las esmeraldas —adujo ella—, pero también estaba preparada para la contingencia de que considerase que mi situación era una tontería o que carecía de importancia...
—No creo que sea una tontería ni que carezca de importancia —la interrumpió con sinceridad—. Creo que no es más que otra forma de chantaje.
Aquello la detuvo durante varios segundos. Luego, volvió a entrecerrar los párpados con calma, su boca se torció en una sonrisa de triunfo supremo, y empezó a acercarse a él como si tal cosa.
—Sí me lleva a París, le daré algo más, Joseph.
Ella no lo había interpretado bien. Él no había dicho exactamente que no iría. Pero en ese momento a Joseph le picó la curiosidad, lo que a su vez, le impelió a no revelar sus intenciones.
—¿Más?—la azuzó.
____ ya estaba enfrente de él, con sus senos rozando casi el pecho de Joseph, y su expresión irradiaba perspicacia mientras consideraba sus objetivos.
—Si me lleva a París y recupera las cartas de mi madre —le insinuó con prudencia—, le daré algo que le puede resultar de utilidad. Algo que quiere. Algo muy valioso para usted y sus... convicciones.
No fue su actitud, sino lo insólito de que utilizara aquellas palabras lo que aturdió a Joseph.
—¿Qué podría tener que fuera más valioso para mí que el inestimable collar de esmeraldas?
____ frunció el ceño de manera casi imperceptible; si por especulación o por confusión, fue algo que no le quedó claro a Joseph. Entonces, el rostro de ____ adquirió una expresión de gravedad.
—Creo que es cosa suya descubrirlo —dijo con un susurro de lo más sensual—. Pero no le decepcionaré, Joseph.
Quizá fuera su tono de absoluta certeza, tal vez solo las expectativas que flotaban en el aire, la previsión de cosas que estaban por llegar, pero con un arrebato salvaje e indescriptible de ansiedad física, Joseph al fin la entendió, y se atrevió a imaginar las posibilidades. En ese momento lo supo, y eso lo impresionó sobremanera.
—¿Tan importantes son esas cartas para usted?
—Lo significan todo para mí—contestó ella con resolución.
La mirada de Joseph se deslizó por cada uno de los rasgos de la cara de ____, desde las largas y espesas pestañas y las cejas alzadas, hasta los labios perfectos y la línea suave mente delineada de la barbilla y el mentón, pasando por la frente, las sienes y los prominentes pómulos. Entonces, extendió la mano y le tocó el pelo, acariciando los sedosos mechones con los dedos, maravillándose por la suavidad y la textura, y deseó sentirlo contra sus mejillas, su cuello y su pecho. Hacerla suya con el consentimiento de ella, acurrucarse en su calidez, abrazarla contra él en el ardor del éxtasis significaría todo para él. Y ella también lo sabía.
—¿Y cómo puedo confiar en que cumpla el trato hasta el final? —preguntó él en voz baja y áspera.
La mirada de ____ se fundió con la suya.
—Porque dijo que ya confía en mí, y le creo.
Lo que le tenía cautivado era la inteligencia de ____, se percató en ese momento, la rapidez que tenía para hacerse cargo de los problemas y su arrojo por experimentar la aventura de la vida.
Con una débil sonrisa, Joseph dejó caer los brazos a los costados.
—Tal vez no pueda aceptar eso, ____. Quizá debería limitarme a registrarla para encontrar las esmeraldas.
Ella sabía que la estaba provocado, y sin embargo, aquello no era lo que había esperado que dijera. Se apartó un poco de él, indecisa.
—Nunca las encontrará en mis baúles...
—No lo dudo —le cortó él con simpatía—. En cualquier caso, tardaría semanas en registrarlos.
Envarándose, desoyendo el comentario, ____ afirmó:
—Y como es natural, ni se le habrá pasado por las mientes registrar mi persona. En consecuencia, creo, Joseph, que no tiene elección.
A él le divirtió la absoluta confianza en sí misma de ____. Pero no hizo ningún comentario en voz alta. La mirada que le lanzó llevaba implícita su absoluta determinación a registrarla de verdad, lenta y acariciadoramente, disfrutando cada segundo con un placer indescriptible.
—La llevaré a París —susurró Joseph de forma cómica—, y una vez allí, me dará todas las cosas valiosas que me ha prometido.
Aquello fue una exigencia, y ____ comprendió su significado con un ligero titubeo mientras sentía el alivio inundándola de pies a cabeza y sostenía la mirada implacable de Joseph que transmitía con tanta expresividad cuáles eran sus deseos.
—Acepto sus condiciones, Joseph —dijo con un repentino arrebato de entusiasmo—. Partiremos esta tarde...
—No, partiremos mañana.
Aquello la dejó perpleja.
—¿Por qué?
A Joseph no le pasó desapercibida la actitud desafiante de ____, el sutil henchimiento de sus senos y caderas. Ella le entregaría todo en París, pero aún no estaba preparado para renunciar a la inocencia ni al tiempo a solas en aquella íntima vivienda de la costa mediterránea.
—Porque sigo siendo el jefe, ____, con independencia del poder que tenga sobre mí. No lo olvide.
Ella le lanzó una mirada de odio, a punto de replicarle con contundencia. Pero Joseph no le hizo ningún caso, se apartó de ella por fin y se dirigió de nuevo a grandes zancadas hacia la mesa donde el almuerzo, frío ya probablemente, los esperaba.
—Comamos. Estoy hambriento.
____, sin decir ni una palabra más y echando humo por las orejas, se dirigió con garbo al lado de Joseph y se volvió a sentar.
¡Hola chicas!
Perdón por la tardanza :)
Aquí les dejo este capítulo largo, espero que les guste.
Natuu!!
Habían regresado del baile poco después de las dos de la madrugada. La fiesta había continuado en cierta medida después de que se hubiera descubierto la falsificación de las esmeraldas, aunque el ambiente había decaído bastante. La mayoría de los invitados se fueron pronto, pero ella y Joseph se habían quedado por la insistencia de ella, ya bailando, ya alternando con los demás invitados, hasta ser casi los últimos en marcharse. El conde de Arlés no había vuelto a aparecer después del fiasco con Fecteau, pero Claudine había puesto todo de su parte para mantener viva la fiesta por Annette-Elise. En realidad, era todo lo que podía hacer, y ____ sintió lástima por las dos. Apenas se podía decir que el baile hubiera sido un éxito, pero, al fin y a la postre, tampoco había acabado bochornosamente.
Sin embargo, ____ se sentía extraordinariamente orgullosa de sí misma. Su actuación había sido magnífica, porque había logrado que Joseph ignorara al hecho de que ella hubiera descubierto de pronto su identidad. Eso le daba a ella poder, algo que le resultaría de gran provecho en los días venideros. Durante las últimas nueve horas ____ no había hecho otra cosa más que ser presa de una permanente inquietud interna, dormir poco y esconder sus intenciones lo mejor que pudo, incluido el deseo casi de matarlo, aunque en su lugar decidió no perder la calma. A las seis de la mañana, tumbada junto a la figura despreocupada y profundamente dormida de Joseph, se le había ocurrido. En ese momento ya tenía un plan, y una manera de utilizar a Joseph tal y como él la había utilizado a ella desde el mismo instante en que había entrado en su casa de la ciudad.
Así que, con decisión, y antes de que pudiera cambiar de idea, se arrodilló por fin junto al cerrado baúl de metal, alisó la falda morada en torno a ella, hizo saltar los cierres de latón y levantó la tapa.
Si esperaba que el contenido la sorprendiera, estuvo en un error. Jamás había hecho algo tan atrevido en su vida, por supuesto, como tampoco había curioseado tan íntimamente entre la ropa interior de un hombre. Pero su primera impresión al levantar la tapa fue la de asombro, por el sumo cuidado con que todo estaba doblado y colocado en el interior. Desde las camisas hasta los zapatos, todo estaba perfectamente ordenado. Por extraño que pareciera, nunca había esperado semejante cosa de Joseph. Por un lado, parecía tener una personalidad harto caprichosa, y sin embargo, su manera de vestir y su estilo eran más acordes con los gustos elegantes y reservados de un caballero, lo cual, tuvo que recordarse, era en realidad.
Con cuidado, empezando por el lado izquierdo del baúl, levantó las camisas, una a una, y las fue colocando en el suelo a su lado. Detrás vinieron los pantalones, tres pares, que también sacó con cuidado. Bajo estos, en el fondo, había dos pares de zapatos. Ninguna esmeralda, aunque metió los dedos con cautela en los zapatos para asegurarse de que no estuvieran dentro.
Luego, pasó al lado derecho del baúl. Había evitado adrede empezar por ese lado porque se había dado cuenta de que había más efectos personales —el peine, la navaja de afeitar, el cepillo de dientes y los polvos y la ropa interior— que no eran asunto suyo. Pero, no obstante, para llegar al fondo del baúl, tenía que registrarlo todo.
Con manos ansiosas fue sacando los objetos de tocador y los colocó a su lado. A continuación, y aumentando el ritmo, empezó a levantar las prendas interiores dobladas, sintiendo que su incomodidad iba en aumento cada vez que tocaba una, pero recordándose el fin que la animaba. Necesitaba las esmeraldas y tenía que darse prisa.
Entonces, por fin, cuando las dudas empezaban a calar en su ánimo, descubrió el objeto de su registro. Una bolsa de terciopelo negro, exactamente igual que la que había contenido el collar de ónice, descansaba de manera visible entre las dos últimas prendas.
El primer pensamiento que la asaltó fue que él las había dejado en un lugar tan visible porque sabía que ella las buscaría. Pero, tras solo unos segundos de reflexión, se dio cuenta de que tal conjetura era errónea. Joseph no sabía todavía que ella había descubierto su identidad. Parecía un poco tonto por su parte no haber escondido las joyas en un bolsillo secreto o en unos zapatos, pero lo cierto es que no tenía tiempo para especular acerca de sus tácticas como ladrón. Lo único que le ocupaba la mente era imaginar la regocijante expresión de desconcierto de Joseph, de la que iba a ser testigo cuando se enfrentara a él.
El corazón le latió con fuerza cuando cogió la bolsa, no sin cierta sorpresa al comprobar que era más ligera de lo que esperaba. Con un arrebato de euforia, la abrió a toda prisa para contemplar su contenido.
El brillo y el resplandor de las piedras verdes y del oro la dejaron sin respiración. El collar era aún más espléndido, no exactamente una joya femenina que embelleciera a una mujer rodeándole el cuello, sino más bien una original obra de arte para ser mostrada sobre la piel cálida, mientras todo lo demás se desvanecería detrás de su esplendor.
Dejó caer la bolsa al suelo sin darse cuenta y pasó lentamente el pulgar por las esmeraldas, frías aunque radiantes, dejándolas resbalar entre los dedos, mientras una sonrisa de suprema satisfacción le fue curvando poco a poco los labios. El valiosísimo collar robado estaba en ese momento en sus manos. Todas las dudas se desvanecieron. Tenía el poder por fin, y lo utilizaría. Iba a ganar.
Miró rápidamente por encima del hombro hacia el reloj de la cómoda. Era casi mediodía. Joseph regresaría en cualquier momento.
Sujetándose un rizo rebelde detrás de la oreja, volvió a guardar las esmeraldas en su protector envoltorio de terciopelo, dejó la bolsa en su regazo y volvió a colocar a la perfección todas las pertenencias de Joseph en el baúl, tras lo cual cerró la tapa.
Acto seguido, con rapidez y determinación recién adquirida, consciente solo de manera vaga de hasta qué punto iban a cambiar las cosas entre ellos, fue hasta su baúl, situado cerca del ropero. Abrió la tapa con rapidez y hundió el brazo bien adentro, hasta que su mano encontró una de sus botas altas de piel negra. La sacó de debajo de los zapatos y otras prendas, se sentó cómodamente en el suelo y empezó a trabajar.
Una de las mejores anécdotas que su madre le había contado jamás acerca de su abuelo hacía referencia no solo a su huida, sino al ingenio que había demostrado en su ejecución. El hombre jamás habría salido con vida si no hubiera sobornado al carcelero. Y nunca habría podido hacer tal cosa si no hubiera escondido varias monedas de oro bajo las suelas de sus zapatos, las cuales había dejado huecas con ese fin concreto. Cuando los campesinos lo registraron, no le encontraron nada encima, pero no se les ocurrió buscar detenidamente en su calzado. Ni tampoco se le ocurriría a Joseph, porque ella había seguido el consejo de su madre y, a lo largo de los años, había vaciado varios zapatos para poder esconder dinero en ellos sí, estando de viaje, alguna vez la necesidad así lo exigía. Sería una tontería, como dirían muchos, pero el haberlo hecho iba a servir por fin en ese momento a sus propósitos. Escondería las esmeraldas en su bota, donde estarían seguras y nadie las descubriría.
Tras intentar hacer palanca varias veces y de la frustrante rotura de una uña, la suela inferior de piel del alto tacón acabó por soltarse. Su idea inicial era la de ocultar tanto las esmeraldas como la bolsa dentro, a fin de mantener las joyas bien protegidas, pero pronto se le hizo evidente que no había suficiente espacio para todo, y solo entrarían las joyas. Y eso, a duras penas.
Después de sacar una vez más el collar de su envoltorio de terciopelo, lo protegió con la mayor delicadeza posible dentro del tacón y, haciendo una presión considerable con la mano, consiguió encajar la piel superior lo suficiente para asegurar el contenido. Con una amplia sonrisa de satisfacción por el logro obtenido, le dio la vuelta a la bota en las manos. Advertir que la suela de piel no encajaba del todo en la madera exigiría un examen minucioso, ¿y a quién se le iba a ocurrir mirar? El escondite era perfecto.
____ volvió a colocar la bota dentro del baúl, metiéndola debajo de varios pares de zapatos solo por seguridad, y cerró la tapa. Fue entonces cuando oyó las pisadas de Joseph en el sendero de piedra.
Se levantó con rapidez, agarrando con fuerza la bolsa vacía, y se dirigió corriendo al otro lado de la habitación, donde se sentó en uno de los sillones de mimbre en el preciso instante en que él entraba.
Joseph se detuvo para mirarla fijamente, con la boca torcida en una media sonrisa, la cabeza ligeramente inclinada y, de manera intuitiva —o por la respiración nerviosa de ____ o tal vez solo por la tensión del ambiente—, percibió que algo estaba diferente, que algo había cambiado. Nada más entrar en la habitación, con la cesta de la comida en la mano, y después de cerrar la puerta tras él, la expresión desapareció.
—Encontré unas gallinas asadas a buen precio —dijo Joseph en tono agradable, mientras se dirigía a la mesa situada junto a ____ y depositaba la cesta encima. Miró a ____ a la cara con unos ojos que se entrecerraron con un insignificante asomo de sospecha—. ¿Ha ocurrido algo mientras he estado fuera?
El corazón de ____ empezó a latir aceleradamente. Como siempre, él la abrumaba con su presencia, allí ante ella, vestido de nuevo sin ceremonias con una camisa de lino color crema y unos pantalones marrón oscuro, el pelo alborotado por su paseo bajo la brisa y la piel bronceada pese al escaso tiempo pasado en la costa mediterránea. Pero el momento del enfrentamiento había llegado, y ella se negó a permitir que Joseph pensara que estaba en situación ventajosa solo por lo evidente de su turbación, de la que él solía ser claramente consciente.
Así que, con fortaleza, y eligiendo el momento de la revelación con pericia, siempre según ella, le cogió una mano a Joseph, le volvió la palma hacia arriba y colocó allí la bolsa de terciopelo.
—Encontré su collar, Joseph —confesó en un susurró, sensual.
Ella le oyó contener la respiración, una inspiración corta y seca, pero Joseph le sostuvo la mirada y no movió la mano. La inseguridad que ____ percibió en él en ese momento la llenó de confianza en sí misma y de una satisfacción extrema.
Con un suave movimiento, ____ se llevó una mano a la nuca y tiró de la cinta que le sujetaba el pelo, dejando que sus espesos rizos cayeran libremente, tras lo cual se quitó los zapatos de dos puntapiés. Algo bastante impropio de una dama en mitad del día, pero quería parecer cómoda y segura de sí misma para la conversación que se avecinaba. Se removió en el sillón, levantó las piernas y los pies bajo el vestido para apoyarlos en el asiento, y sonrió triunfalmente, esperando.
Al final, Joseph echó un vistazo a la bolsa, pasando los dedos por el terciopelo.
—¿Qué cree que sabe, ____? —preguntó él en voz baja.
Ella cruzó los brazos con indiferencia por delante del vientre.
—Sé que tengo las esmeraldas.
Durante unos instantes de insoportable silencio, Joseph no hizo nada. Levantó entonces los ojos para mirarla fijamente una vez más, pero en lugar de la ansiedad o la ira que ella esperaba ver en su expresión, Joseph sonrió, y en sus ojos brilló una especie de diversión orgullosa. Aquello la turbó de forma tan inesperada que flaqueó, algo que, ____ estuvo segura, él había advertido.
—¿Registró mi baúl?
En ese momento, ella se retorció en el sillón, incorporándose un poco cuando la calidez la inundó.
—¿Cómo, si no, iba a tenerlas?
Joseph arqueó las cejas.
—Cómo, si no, por supuesto.
Él arrojó la bolsa sobre la mesa y se dejó caer pesadamente en el sillón contiguo al de ____, cruzando las manos con educación sobre el regazo y mirándola con lo que ella solo pudo describir como una manera placenteramente calculadora.
—Confío en que no me haya robado la navaja de afeitar.
____ estuvo a punto de soltar una carcajada, conteniéndose con dificultad.
—Lo pensé durante un instante, Joseph, pero entonces recordé lo peludo que es.
Joseph se rió al oír eso. Con mucha suavidad. Observándola.
—¿Y volvió a dejar en su sitio todos... mis objetos personales?
A ____ le ardieron las mejillas, y el nerviosismo hizo que se llevará una mano a la cabeza y se pasara los dedos por el pelo. Aquello fue un error, porque los ojos de Joseph siguieron el movimiento con gran familiaridad.
—Creo que nos estamos desviando de la cuestión, Joseph —insistió ella con dureza.
—Mmm... La cuestión. —Él se relajó un poco contra el respaldo de mimbre, golpeando ligeramente los pulgares entre sí—. ¿Qué es lo que quiere saber?
—¿Madeleine es espía? —preguntó ____ sin ambages, en un tono de voz monótono.
—Sí —respondió él sin evasivas—. Sirve al gobierno británico con ese fin, y fue elegida deliberadamente como mi contacto en Marsella para este trabajo. Es muy buena en lo que hace, y extremadamente leal a la causa británica.
____ parpadeó, sorprendida por su rápida y sincera respuesta.
—¿Trabaja usted para el gobierno?
Joseph frunció la boca, y la concentración le surcó la frente de arrugas.
—No exactamente. Trabajo para tres individuos: sir Guy Phillips, lord Nigel Hughes de Cranbrook y, de forma más directa, para Christian St. James, conde de Eastleigh. Los tres son amigos míos, aunque sir Guy es mi contacto oficial, y, como Caballero Negro, estoy bajo sus órdenes. Nosotros (los cuatro) somos los únicos que sabemos la relación de ellos con mi trabajo. Si alguna vez me pillan o me detienen, jamás podrán verse implicados excepto si confieso, y eso no ocurrirá. No estoy metido en política, exactamente; trabajo con independencia de ellos, aunque hay varios miembros de las altas esferas gubernamentales que saben quién soy. Sir Guy es uno de ellos y quien organiza mis contactos por toda Europa... a fin de conseguir ayuda, si lo necesito.
____ lo miró de hito en hito, perpleja.
—No me puedo creer que me esté contando todo esto tan fácilmente.
Él respiró hondo, escrutando el rostro de ____ intensamente.
—Confío en usted, ____.
Nunca cuatro sencillas palabras la habían ablandado de forma tan absoluta. Pero no fue solo lo que había dicho, sino el significado que se escondía detrás, y la ternura contenida en su voz profunda y en sus ojos.
—Entonces, ¿por qué lo hace? —continuó ella en voz baja.
Joseph reflexionó durante un instante.
—Lucho por reparar las equivocaciones, pero hay algo más. En muchos de los trabajos que hago, pienso que mi labor es, en buena medida, una manera... de arreglar las cosas. Cosas que no pueden ser arregladas de otro modo. Pongo al descubierto el comercio ilegal o a personas que son tan inteligentes que, de lo contrario, no podrían ser pilladas cometiendo acciones ilegales o poco honestas... tanto personales como políticas. A veces me ocupo de asuntos de Estado, aunque los que están en el gobierno, aparte de unos pocos escogidos, ignoran por completo mi implicación en... bueno... en tenderles una trampa a los criminales políticos para que sean descubiertos y detenidos, o en localizar el paradero del dinero procedente de la extorsión o del robo de armas. No soy técnicamente un espía; no se me ha entrenado formalmente para nada. Más bien trabajo por mi cuenta, aprendiendo sobre la marcha. Se me proporciona una información detallada sobre una situación concreta, y como lo haga es cosa mía. De vez en cuando necesito ayuda y la recibo de manera incondicional, como en el caso de Madeleine. La mayor parte de las veces trabajo solo, y la mayoría del trabajo que hago consiste simplemente en robar algo, de manera que afecte al desenlace de una situación más amplia. Cuando termino el trabajo, se me paga, y se me paga muy bien.
—Por sir Guy.
—Sí, y por mis otros dos benefactores. Se me paga con fondos privados, no con dinero procedente del tesoro público. —Joseph hizo una pausa, y sus ojos se fueron oscureciendo mientras se clavaban en los de ____. Entonces, inclinándose hacia delante, con los codos en las rodillas, y las manos cruzadas delante de él, bajó la voz hasta convertirla en un profundo susurro.
—Me inventé el Caballero Negro hace seis años, ____, y aunque mi trabajo me ha hecho rico, mi actividad como ladrón solo busca mejorar la sociedad y mi satisfacción personal. No es por el dinero. Cada uno de esos logros es lo que me convierte en el hombre que soy, e incluso si no me volvieran a pagar jamás, no creo que pudiera dejarlo del todo. Disfruto con lo que hago y confío en seguir haciéndolo, en el grado que sea, durante el resto de mi vida. —Y con suma cautela, añadió—: ¿Cree que puede aceptarlo?
____ no supo qué decir ni qué quería concretamente de ella con una pregunta tan directa. La voz y los modales de Joseph eran de una profunda gravedad, y la miró fijamente a los ojos, esperando una respuesta. Y entonces, ella comprendió.
Una fuerte ráfaga de viento frío procedente del mar sopló a través de la ventana abierta detrás de él, haciendo que las cortinas se hincharan a su alrededor en un resplandor verde mar que contrastaba con su pelo. Pero Joseph no pareció advertirlo, concentrado como estaba solo en ella y en la importancia de su contestación.
Con toda la sinceridad de la que era capaz, sabiendo lo mucho que aquello le importaba a Joseph, ____ murmuró:
—Si me está pidiendo que guarde silencio acerca de esto y de su identidad, Joseph, por supuesto que lo haré. Le juro que jamás diré una palabra. —Entonces, torció adrede la boca en una sonrisa de complicidad, intentando levantar el ánimo y volver al asunto más inminente—. Además, ahora no podría desenmascararlo aunque quisiera. Tengo mis propios asuntos.
Él la miró fijamente, calculando las motivaciones de ____, escudriñándole el rostro en busca de respuestas que él todavía no podía detectar, o quizá tan solo sopesando el desafío que se avecinada. Entonces, se volvió a sentar lentamente, colocando los codos sobre los brazos del sillón, la barbilla apoyada en la punta de los dedos, estudiándola.
—Parece que también tiene mis esmeraldas.
Con los ojos brillantes, ____ contuvo una risita triunfal.
—Sí, las tengo. Y antes de que conciba alguna idea sobre robármelas, deje que le garantice que nunca las encontrará.
Él bajó los ojos descaradamente, primero a sus pechos, luego a sus caderas y piernas, perfilado todo por una sencilla blusa blanca y una falda sin ballenas.
—Supongo que no me concederá el placer de registrar sus pertenencias personales.
Nunca un hombre la había hecho sentir tan absolutamente incómoda con una mirada y una sencilla frase como hacía Joseph, y hacía continuamente. La vergüenza volvió, pero ella ignoró el sentimiento como desoyó los comentarios descarados de Joseph. Dobló las rodillas, apoyando la planta de los pies en el cojín y se rodeó las piernas con los brazos a modo de protección.
—¿Cuándo las robó? —preguntó ____ con una aspereza un tanto excesiva.
Joseph volvió a mirarla a los ojos.
—El viernes.
—¿El viernes?
—En realidad, tal vez fuera el jueves por la mañana —corrigió con un encogimiento de hombros—. Mientras usted dormía, en cualquier caso.
____ negó con la cabeza a causa del asombro.
—¿Me dejó aquí sola, en plena noche, entró en casa del conde de Arlés, más tarde en su estudio privado, le reventó la caja fuerte, robó las esmeraldas y luego volvió aquí y se metió de nuevo en la cama?
—Esa es... una descripción bastante precisa de los acontecimientos.
____ no supo si escandalizarse por el atrevimiento o sentirse orgullosa del logro, pero sin duda cada vez se sentía más intrigada.
—¿Y cómo lo hizo?
—Sin hacer ruido.
A pesar suyo, ____ sonrió abiertamente, mordiéndose el labio para evitar reírse.
Joseph estiró las piernas tranquilamente y cruzó los pies.
—Aunque no le reventé la caja fuerte, tan solo la abrí. Y no robé las esmeraldas, sino que le di el cambiazo.
—Por las falsas.
—Sí.
—¿Y cómo diablos aprendió a abrir una caja fuerte que no ha visto antes?
—Con la práctica.
—Está siendo evasivo.
Joseph arqueó las cejas con inocencia.
—Estoy siendo sincero.
Ella apoyó la barbilla en las rodillas.
—¿Y si me llegó a despertar y descubro que se ha ido?
Aquello hizo reír a Joseph.
—Sería capaz de dormirse durante una carrera de cuadrigas, ____.
El comentario la sorprendió e hizo que se sintiera tan ofendida por la energía de la réplica como extrañamente reconfortada porque él hubiera prestado atención realmente a su forma de dormir.
____ siguió adelante sin responder:
—¿Por qué se molestó en ir al baile entonces, si ya las tenía en su poder?
Él la desafió maliciosamente.
—¿Por qué cree usted?
____ no debería haber preguntado aquello. Él sabía que ella conocía la respuesta. Joseph estaba al corriente de lo mucho que ella había estudiado al ladrón y de cuánto lo admiraba y deseaba formar parte de su vida. Fue desconcertante, mortificante, cuando ____ pensó en todo lo que le había contado, en todo lo que le había confiado. Pero lo que evitó que tanta mortificación la desanimara o la empujara a huir de él fue su determinación a igualar el marcador.
—Porque es su estilo —dijo ella de manera desapasionada, aunque bajando la vista para observar la fina y sedosa tela de la camisa de Joseph—. El Caballero Negro no es un ladrón convencional. Hace las cosas para llamar la atención, queriendo formar parte de la acción y que se le distinga de los demás por su estilo. —____ volvió a mirar la encantadora, atractiva y arrogante cara de Joseph—. Con toda franqueza, Joseph, me sorprende que no dejara una tarjeta de visita.
—No necesito hacerlo. Los rumores se extenderán solos.
El comentario de ____ tenía la pretensión de ser un insulto sutil, pero él no pareció tomárselo así.
—Su actitud en todo este asunto resulta bastante pretenciosa —dijo ella con brusquedad.
Él negó con la cabeza lentamente.
—Ni es pretencioso ni idiota el que uno trabaje como mejor sabe. Por el contrario, es algo que hay que hacer con inteligencia y mucho cuidado.
____ esbozó una sonrisita de indignación.
—Pues quedarse cerca de la escena del crimen para acabar siendo sospechoso no parece la mejor manera de proceder ni la más prudente.
Joseph puso una cara de auténtica sorpresa.
—¿Y por qué habrían de sospechar de mí?
—Es usted inglés —dijo ella con exasperación.
—Con una identidad falsa imposible de descubrir.
____ se irguió.
—Preparada por Madeleine...
—Que nunca ha sido ni es ni será jamás mi amante.
La atrevida declaración la pilló absolutamente desprevenida. No venía a cuento; sin duda era una explicación que ____ no había pedido. Joseph había pensado en ello, y por razones particulares, lo había recalcado por su cuenta y riesgo con la firme intención de dejárselo absolutamente claro. Lo que ella no acababa de entender era la razón de que se molestara en hacerlo.
Irritada, se pasó las manos por el pelo.
—Eso me trae sin cuidado.
—A mí me parece que le importa mucho.
Fue la ligereza de la afirmación, unida a la aspereza de la voz, lo que hizo que ____ se desconcertara. Pero Joseph no estaba siendo totalmente descuidado en la elección de las palabras. Las estaba calibrando, algo que ____ podía percibir en la determinación de su expresión y de sus ojos, que volvían a estar fijos en los de ella.
Con la voz temblándole por la intensidad de la ira, ella susurró:
—Le odio, Joseph. Lo desprecio profundamente.
Él sonrió irónicamente.
—No me lo creo. Si me odiara tanto, ya me habría matado. O abandonado.
—¡Es tan arrogante...!
—No, soy positivo —matizó él.
—Me toma por idiota.
—Usted no es idiota, ____. Es una de las mujeres más inteligentes que he conocido jamás.
____ apenas le oyó, ocupada en golpear los brazos del sillón con los puños cerrados, negándose a ceder.
—Usted me mintió, me humilló...
—Tenía un trabajo que hacer.
—Podía habérmelo dicho —dicho ella con fiereza.
Joseph suspiró y se frotó el mentón con los dedos.
—Si lo hubiera hecho, o no me habría creído o no estaría ahora conmigo aquí. No me gustaba ninguna de las dos posibilidades. —Él dejó caer los brazos y bajó la voz—. Me gusta mirarla, ____, hablar con usted todos los días, sentirla entre mis brazos. —Titubeó unos segundos y susurró con aspereza—: Me gusta la idea de tenerla a mi lado.
____ tuvo realmente que poner en orden y contener deliberadamente sus emociones, procurando no exponer su confusión a la atenta mirada de Joseph. Deseaba odiarle de manera apasionada; deseaba inclinarse sobre él y besarlo en los labios con toda la suavidad y deseo de los que fuera capaz. Quería vengarse de él; pero en su confusión sentimental, también se dio cuenta de que lo quería para algo más. Para mirarlo, para hablar, para sentir. Para estar a su lado.
Sin previo aviso, Joseph alargó una mano para cogerle los dedos de los pies, que le sobresalían por debajo del vestido. Se los acarició con ternura, lo que hizo que el cuerpo de ____ vibrara con una maravillosa sacudida. Joseph sabía a la perfección que ella no lo odiaba, a pesar, incluso, de todo lo que él había hecho, pero ____ no estaba dispuesta a que él se apartara de la importantísima conversación sobre las esmeraldas con tanta facilidad. Probablemente podría seducirla en ese mismo instante; y probablemente él también lo sabía. Eso la enfureció. Tenía que volver al asunto de su ataque.
Ella apartó los pies con brusquedad y se levantó, se dirigió a la ventana y apoyó las palmas en el alfeizar, mirando fijamente el cielo azul claro sin nubes.
—Fecteau también estaba implicado, ¿no es verdad?
—Por supuesto —reconoció él en voz baja—. El conde de Arlés, o más exactamente, alguien que trabajaba para él, le robó el collar al duque de Newark hace varios meses, ____. Es una joya de un valor incalculable que una vez perteneció a María Teresa de Austria, y que él y otros miembros de la aristocracia francesa creen que debería haber ido a parar a la hija de aquella al casarse con su rey. Los ingleses la compraron legalmente (lo cual, hasta donde sé, está perfectamente documentado), pero en este país hay unos cuantos que por razones egoístas querían que el collar regresara a su tierra. Ellos nos lo robaron; y yo se lo he vuelto a robar. —Carraspeó—. Y ahora parece que usted me lo ha robado a mí.
Fue una afirmación directa. Joseph quería que ella se explicara, pero no estaba dispuesto a preguntar abiertamente, o quizá a curiosear en lo que él empezaba a percibir como un asunto muy privado.
En la habitación se hizo un silencio absoluto, y el desasosiego reinante en el ambiente solo se vio alterado por el sonido del batir de las olas en los lejanos acantilados y el canto de un pájaro. El delicioso olor de la comida hizo que a ____ le sonaran las tripas, pero no estaba de humor para comer. Estaba demasiado inquieta, a lo que contribuía la mirada de Joseph clavada en su espalda, y que ella percibía, y la mera idea de que estaba a punto de revelarle el verdadero motivo que la había llevado a Francia le estaba poniendo los nervios de punta.
Por fin, se dio la vuelta para mirarlo directamente a la cara. Él siguió observándola, con prudencia, sentado cómodamente en el sillón de mimbre, con la barbilla en la palma de la mano y una pierna cruzada sobre la otra, esperando.
—Le devolveré el collar, Joseph.
—En ningún momento lo he dudado, ____ —respondió él casi de inmediato.
____ sintió la piel caliente y la boca seca, y cruzó las manos delante de ella, retorciéndoselas con fuerza ante lo que se avecinaba. Era el momento de la verdad.
—S... supongo que recordará que le mencioné que necesitaba la ayuda del Caballero Negro.
—Sí, me parece recordarlo.
El tono de indiferencia y la inexpresividad del rostro de Joseph provocaron que a ____ le resultara espantosamente difícil ir al grano. Tampoco la ayudaba mucho que él no le hiciera preguntas ni mostrara el menor atisbo de curiosidad.
—Necesitaba que robara algo para mí —reveló con voz temblorosa.
La expresión de Joseph no se alteró en ningún momento.
—Creo que se refiere a que quiere que yo robe algo para usted.
____ notó que enrojecía hasta la raíz del cabello, pero siguió mirándolo fijamente a los ojos.
—Sí, eso mismo.
Joseph esperó, expectante, con las cejas arqueadas.
—¿Me va a decir de qué se trata?
—¿Lo robará?
Él la miró con extrañeza.
—¿Cómo puedo responder, si no sé de qué se trata?
Aquello era de una lógica aplastante, y sin embargo, era la parte más difícil de todo. Durante meses ____ había pensado la manera en que se lo revelaría al Caballero Negro, un hombre que ella presumía sería imparcial, ajeno a la cuestión, racional, y a quien le preocuparía el pago. Jamás había considerado ni remotamente que fuera a verse implicado un amigo, y menos uno hacia quien sus sentimientos abarcaban todo el espectro posible y, pese a lo cual, resultaban tan difíciles de definir.
—Es de una importancia trascendental para mí, Joseph —confió ella débilmente—, y tremendamente personal.
—Eso deduje o no habría arriesgado tanto.
Sus palabras fueron de una sinceridad absoluta, y la afectaron, porque ella sabía lo que significaban. ____ se agarró los codos por delante de ella, frotándoselos con las yemas de los dedos.
—La situación podría tener unas consecuencias sociales de la mayor gravedad.
La expresión de preocupación y la gravedad en el tono de ____ despertó las simpatías de Joseph.
—Dígamelo de una vez, ____ —presionó son suavidad—. No podré ayudarla, si no sé de qué está hablando.
El momento había llegado, y ella no tenía ni idea de por dónde empezar. Con el pulso latiéndole aceleradamente, lo miró directamente a los ojos.
—Mi madre no ha sido siempre... sincera con mi padre.
—¿En serio? —dijo él sin comprender. Al cabo de unos segundos, añadió—: Supongo que eso es bastante frecuente en muchos matrimonios.
____ se movió, inquieta, cambiando su peso de un pie a otro, apoyándose en el alféizar en busca de sostén, abrazándose.
—No lo entiende.
Joseph abrió mucho los ojos, pero no dijo nada.
Presa de una profunda vergüenza, ____ susurró por fin:
—Me refiero a ser fiel..., a respetar el lecho conyugal. Mi madre se ha estado viendo con otro.
Allí de pie, a un metro de distancia del hombre de sus sueños, mientras le revelaba secretos familiares de naturaleza íntima, ____ no recordó haberse sentido tan desconcertada en años. Pero Joseph no parecía impresionado; su expresión permaneció imperturbable.
—Entiendo —murmuró él por fin.
____ miró hacia la pared, y su mirada se deslizó por los cuadros, grandes y pequeños, cada uno de ellos una obra de arte, hasta que acabó deteniéndose en un preciosa acuarela pintada en tonos verde mar y marrón oscuro.
—No estoy segura de cuándo empezó este desliz —prosiguió ella—, pero sé positivamente que tuvo lugar hace varios años y que duró unos cuantos meses. Me... me parece que fue una aventura amorosa.
—Tal vez su información sea inexacta —dijo él en voz muy baja tras un instante de reflexión—, o quizá no fuera más un coqueteo inocente, exagerado por los rumores.
Ella sabía que Joseph intentaba ser delicado con sus sentimientos; ¡cómo deseaba que él tuviera razón!
—No es inexacta, Joseph —le corrigió, volviéndose hacia él—. Ni fue solo un coqueteo inocente. Si no estuviera tan absolutamente segura al respecto, jamás habría venido a Francia para contratarlo.
El mimbre crujió bajo él cuando Joseph se puso las manos en las rodillas y se levantó del sillón dándose impulso. Pero no se acercó a ella. En su lugar, cruzó los brazos por delante del pecho y se irguió, observándola atentamente.
—¿Contratarme para qué?
____ respiró hondo y levantó la barbilla con obstinación.
—El hombre objeto de su indecoroso cariño fue Paul Simard, un parisino oficial de la Guardia Nacional. Mi madre lo conoció durante un destacado acontecimiento social, en una de sus muchas visitas al continente, y se enamoraron el uno del otro. Y al final... se liaron.
____ no supo describirlo de otra manera, y quizá él se estuviera riendo por dentro. Pero no podía permitirse pensar en eso. El momento de la verdad había llegado, y ya no tenía nada que perder.
—Como le he dicho, el asunto prosiguió durante algún tiempo, tras lo cual mi madre volvió a Gran Bretaña... y junto a mi padre, que nada sabía. Pero el problema, Joseph, es que el asunto no acabó ahí. De ser así, no habría pruebas. En contra de lo que cabía esperar, las hubo.
En ese momento Joseph pareció confundido.
—¿Que hubo qué?
—Pruebas.
—¿Pruebas de... ?
____ apretó la boca con irritación.
—Pruebas... —Ella hizo un violento ademán con la mano—. Pruebas de la relación, del romance. De que mi madre era la querida complaciente del francés.
Él la miró fijamente con dureza.
—____, ¿qué está tratando de decirme?
Ella dejó caer las manos a los costados, esforzándose por tranquilizarse.
—Paul Simard murió hace tres años, en París. Apenas dos meses más tarde mi madre empezó a recibir peticiones de dinero. Parece ser que ella y su amante francés... mantuvieron correspondencia durante algún tiempo, después de que ella regresara a Gran Bretaña, y ahora el hijo de Paul Simard, Robert, tiene en su poder las cartas de amor y la está chantajeando bajo la amenaza de hacerlas públicas. El contenido de las cartas no deja lugar a dudas en cuanto a la naturaleza de la relación. Mi madre está pasando un infierno, mientras paga cuando puede, sin saber qué hacer a continuación y temerosa de enfrentarse a mi padre. Joseph, creo que sabe que si alguien llega a leer esas cartas o el comportamiento indecente de mi madre llega a oídos de la alta sociedad, su reputación acabaría arruinada, mi familia se vería envuelta en un escándalo y sería demoledor para mi padre.
Dio un paso hacia él, bajando la voz hasta convertirla en un susurro vehemente.
—Necesito que me acompañe a París, encuentre a Robert Simard y le robe las cartas de mi madre. Seis en total. Cuando lo logre, le devolveré las esmeraldas.
Joseph se la quedó mirando boquiabierto, presa de una incredulidad absoluta. De haber estado con cualquier otra mujer, se habría desternillado de risa al oír semejante orden. ¿En qué se había convertido su vida para que en ese momento se encontrara en una situación tan ridícula, metido en aquella farsa de proporciones increíbles? Era el ladrón más famoso de Europa. Su inteligencia, su estilo incomparable y sus éxitos se habían convertido en legendarios. Por sus manos habían pasado valiosísimos objetos exóticos, había pasado de matute de un país a otro diamantes valorados en miles de libras esterlinas y había ayudado a enmendar injusticias sociales, y perseguido y encontrado a criminales políticos; incluso era el responsable indirecto de evitar la caída de gobiernos. Y sin embargo, allí estaba ella, de pie ante él en una elegante pose, el pelo brillante entibiado por el sol cayéndole por los hombros, el exquisito cuerpo lleno de curvas rígido por la determinación, exigiéndole que la llevara a París para robar... ¿unas cartas de amor? La había subestimado. De entrada era taimada, con una cara y una figura preciosas y, casi con total seguridad, una mente enferma. También estaba hablando totalmente en serio, y Joseph se encontró en un aprieto.
Pero era ____, y no su irrisoria petición, lo que le daba que pensar. Joseph era incapaz de recordar una ocasión en su vida en que hubiera posado su mirada en algo tan increíblemente dulce como aquella mujer inocente que revelaba la infidelidad de su madre a un hombre del que conocía su fama de mujeriego. ____ tenía las mejillas rojas como la grana por una vergüenza que ni siquiera podía verbalizar, y la mirada vibrante por el miedo mientras intentaba expresar el acto de la mala conducta sexual en palabras como «se liaron». Tenía unos modales maravillosos y una buena voluntad que no creía haber visto jamás en otra mujer, una inclinación a la bondad y a la fidelidad en el matrimonio que rara vez se daban. Y todo eso lo indujo a adoptar un comportamiento que no acabó de comprender. De repente, le entraron ganas de alargar una mano hacia ella y atraerla contra su cuerpo duro para reconfortarla, para extraer la calidez y la dulzura de sus labios en una ansiosa búsqueda de la pasión. Sintió unas ganas enormes de sentirla.
—¿En qué está pensando, Joseph? —murmuró ella con un ligerísimo asomo de temor.
Durante unos instantes la miró a los ojos en silencio. Entonces, Joseph sonrió débilmente, reconociendo la derrota, y se pasó los dedos por el pelo.
—Que en realidad no quiero ir a París.
____ se enfureció, cerró los puños en los costados, y su mirada centelleó con una furia explosiva.
—Estaba segura de que lo haría por las esmeraldas —adujo ella—, pero también estaba preparada para la contingencia de que considerase que mi situación era una tontería o que carecía de importancia...
—No creo que sea una tontería ni que carezca de importancia —la interrumpió con sinceridad—. Creo que no es más que otra forma de chantaje.
Aquello la detuvo durante varios segundos. Luego, volvió a entrecerrar los párpados con calma, su boca se torció en una sonrisa de triunfo supremo, y empezó a acercarse a él como si tal cosa.
—Sí me lleva a París, le daré algo más, Joseph.
Ella no lo había interpretado bien. Él no había dicho exactamente que no iría. Pero en ese momento a Joseph le picó la curiosidad, lo que a su vez, le impelió a no revelar sus intenciones.
—¿Más?—la azuzó.
____ ya estaba enfrente de él, con sus senos rozando casi el pecho de Joseph, y su expresión irradiaba perspicacia mientras consideraba sus objetivos.
—Si me lleva a París y recupera las cartas de mi madre —le insinuó con prudencia—, le daré algo que le puede resultar de utilidad. Algo que quiere. Algo muy valioso para usted y sus... convicciones.
No fue su actitud, sino lo insólito de que utilizara aquellas palabras lo que aturdió a Joseph.
—¿Qué podría tener que fuera más valioso para mí que el inestimable collar de esmeraldas?
____ frunció el ceño de manera casi imperceptible; si por especulación o por confusión, fue algo que no le quedó claro a Joseph. Entonces, el rostro de ____ adquirió una expresión de gravedad.
—Creo que es cosa suya descubrirlo —dijo con un susurro de lo más sensual—. Pero no le decepcionaré, Joseph.
Quizá fuera su tono de absoluta certeza, tal vez solo las expectativas que flotaban en el aire, la previsión de cosas que estaban por llegar, pero con un arrebato salvaje e indescriptible de ansiedad física, Joseph al fin la entendió, y se atrevió a imaginar las posibilidades. En ese momento lo supo, y eso lo impresionó sobremanera.
—¿Tan importantes son esas cartas para usted?
—Lo significan todo para mí—contestó ella con resolución.
La mirada de Joseph se deslizó por cada uno de los rasgos de la cara de ____, desde las largas y espesas pestañas y las cejas alzadas, hasta los labios perfectos y la línea suave mente delineada de la barbilla y el mentón, pasando por la frente, las sienes y los prominentes pómulos. Entonces, extendió la mano y le tocó el pelo, acariciando los sedosos mechones con los dedos, maravillándose por la suavidad y la textura, y deseó sentirlo contra sus mejillas, su cuello y su pecho. Hacerla suya con el consentimiento de ella, acurrucarse en su calidez, abrazarla contra él en el ardor del éxtasis significaría todo para él. Y ella también lo sabía.
—¿Y cómo puedo confiar en que cumpla el trato hasta el final? —preguntó él en voz baja y áspera.
La mirada de ____ se fundió con la suya.
—Porque dijo que ya confía en mí, y le creo.
Lo que le tenía cautivado era la inteligencia de ____, se percató en ese momento, la rapidez que tenía para hacerse cargo de los problemas y su arrojo por experimentar la aventura de la vida.
Con una débil sonrisa, Joseph dejó caer los brazos a los costados.
—Tal vez no pueda aceptar eso, ____. Quizá debería limitarme a registrarla para encontrar las esmeraldas.
Ella sabía que la estaba provocado, y sin embargo, aquello no era lo que había esperado que dijera. Se apartó un poco de él, indecisa.
—Nunca las encontrará en mis baúles...
—No lo dudo —le cortó él con simpatía—. En cualquier caso, tardaría semanas en registrarlos.
Envarándose, desoyendo el comentario, ____ afirmó:
—Y como es natural, ni se le habrá pasado por las mientes registrar mi persona. En consecuencia, creo, Joseph, que no tiene elección.
A él le divirtió la absoluta confianza en sí misma de ____. Pero no hizo ningún comentario en voz alta. La mirada que le lanzó llevaba implícita su absoluta determinación a registrarla de verdad, lenta y acariciadoramente, disfrutando cada segundo con un placer indescriptible.
—La llevaré a París —susurró Joseph de forma cómica—, y una vez allí, me dará todas las cosas valiosas que me ha prometido.
Aquello fue una exigencia, y ____ comprendió su significado con un ligero titubeo mientras sentía el alivio inundándola de pies a cabeza y sostenía la mirada implacable de Joseph que transmitía con tanta expresividad cuáles eran sus deseos.
—Acepto sus condiciones, Joseph —dijo con un repentino arrebato de entusiasmo—. Partiremos esta tarde...
—No, partiremos mañana.
Aquello la dejó perpleja.
—¿Por qué?
A Joseph no le pasó desapercibida la actitud desafiante de ____, el sutil henchimiento de sus senos y caderas. Ella le entregaría todo en París, pero aún no estaba preparado para renunciar a la inocencia ni al tiempo a solas en aquella íntima vivienda de la costa mediterránea.
—Porque sigo siendo el jefe, ____, con independencia del poder que tenga sobre mí. No lo olvide.
Ella le lanzó una mirada de odio, a punto de replicarle con contundencia. Pero Joseph no le hizo ningún caso, se apartó de ella por fin y se dirigió de nuevo a grandes zancadas hacia la mesa donde el almuerzo, frío ya probablemente, los esperaba.
—Comamos. Estoy hambriento.
____, sin decir ni una palabra más y echando humo por las orejas, se dirigió con garbo al lado de Joseph y se volvió a sentar.
¡Hola chicas!
Perdón por la tardanza :)
Aquí les dejo este capítulo largo, espero que les guste.
Natuu!!
Natuu!
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Que si nos gusto?!
A mi me encanto!! :D
kashdjkashdkjasd Dios Natu tenes que seguirla!! cada vez que leo un cap me quedo con agnas de más!!
Siguela pronto si si??
A mi me encanto!! :D
kashdjkashdkjasd Dios Natu tenes que seguirla!! cada vez que leo un cap me quedo con agnas de más!!
Siguela pronto si si??
helado00
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
ahh la mama de la rayiz le fue infiel a su marido
Que feo :x
Pobre rayiz, ojala Joe la saque del problema
Siguela!!!
Que feo :x
Pobre rayiz, ojala Joe la saque del problema
Siguela!!!
aranzhitha
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Ahh ame los capitulos!! ♥.♥ Joseph no se le movio ni un pelo cuando ella lo descubrio O__O
Una pregunta ! Ella ya se acosto con él ? Lo de la playa me dejo confundida .-.
SIGUELAAA!!
Una pregunta ! Ella ya se acosto con él ? Lo de la playa me dejo confundida .-.
SIGUELAAA!!
jb_fanvanu
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Nueva lectora! hace un tiempo que la leia, pero nunca habia llegado hasta el ultimo cap.
Me encanta la novela, es demasiado buena y diferente.
SIGUELA
Me encanta la novela, es demasiado buena y diferente.
SIGUELA
Creadora
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
ai tan lindo joe qe va a ayudar
a la rayis a recuperar las cartas
amo a ese hombre siguela pronto
a la rayis a recuperar las cartas
amo a ese hombre siguela pronto
Nani Jonas
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Capítulo 12
____ se pasó el cepillo por el pelo por última vez, lo dejó en el tocador y se levantó. Ciñéndose el cinturón de la bata, se la cerró por el cuello con los dedos y se volvió por fin hacia la cama.
Joseph ya estaba acostado bajo la colcha, boca abajo, con la cabeza enterrada en la almohada y los brazos por debajo de esta, probablemente dormido, que era como a ____ le gustaba que estuviera cuando finalmente hacía reposar su cuerpo al lado de él. La habitación estaba a oscuras, salvo por la luz que desprendía un pequeño quinqué colocado junto a la cama y el potente reflejo de la luna llena sobre la lejana agua, que brillaba a través de las ventanas.
Habían pasado juntos su último día en Marsella, relajándose en la playa, hablando de cosas triviales así como de algunas de las aventuras de Joseph como Caballero Negro sobre las que ____ había sentido siempre una particular curiosidad. Ella se había reído con el relato de varias de sus historias, había disfrutado de su compañía con un respeto y una admiración crecientes por varias de sus hazañas, muchas de las cuales a ____ se le antojaron increíbles, y a la sazón se sintió encantada de no haber partido hacia París de inmediato. Exceptuando su enfado inicial, cuando se había enfrentado a él en relación con su identidad, en cuanto el engaño y los secretos dieron paso a la sinceridad entre ellos, el día resultó, bueno... perfecto.
____ se dirigió al borde de la cama, se quitó la bata, que dejó a los pies del lecho, bajó la luz y se metió lentamente bajo las sábanas. Apenas había sitio suficiente para los dos, lo que le había obligado a esforzarse al máximo todas las noches para no tocar a Joseph en ninguna parte. Aun así, las más de las veces, se había despertado en algún momento para encontrarse con que le había puesto los pies en las piernas o el brazo sobre el pecho desnudo, aunque, a Dios gracias, Joseph parecía no haberse percatado de la circunstancia o que, en cualquier caso, esta le traía sin cuidado. Dormía sin ningún atuendo nocturno más allá de unos viejos pantalones, algo que a ____ se le antojaba extraño, aunque en realidad no era asunto suyo. Por supuesto, ella siempre iba decentemente tapada.
Joseph se revolvió y se puso de costado, volviéndose hacia ella. ____ se tumbó de espaldas, con los brazos cruzados con cuidado sobre el vientre, sabiendo de manera intuitiva que, después de todo, él no estaba durmiendo, sino observándola a la luz de la luna.
—¿Qué hace con su perro? —susurró ella, mirando fijamente el techo a través de la penumbra.
—¿Qué? —contestó él con voz baja y áspera.
—Su perro —repitió ____—. Cuando realiza las rápidas escapadas como Caballero Negro, ¿qué es lo que hace con él?
Joseph respiró hondo y movió el cuerpo para ponerse cómodo.
—Solo me ausento de la ciudad durante unos pocos días, así que mi ama de llaves y mi mayordomo cuidan de él. Si me voy al extranjero, como en este viaje, les concedo unas vacaciones pagadas al ama de llaves y al mayordomo y llevo el perro a la finca que mi hermano tiene cerca de Bournemouth.
____ volvió la cabeza para mirar lo que podía ver de la cara de Joseph.
—¿Se lleva al perro hasta la costa?
Joseph esbozó una débil sonrisa en las sombras.
—Siempre. —Y tímidamente, añadió—: Quiero a mi perro.
Eso la hizo sonreír, algo que ____ estuvo segura que él podía distinguir, porque el claro de luna le iluminaba intensamente el rostro.
—¿Por qué lo llamó Espina?
—Porque es una espina que tengo clavada.
—Pero, sin embargo, lo quiere lo suficiente para llevárselo a casi ciento sesenta kilómetros de casa, cuando ya tiene empleados domésticos que podrían alimentarlo y sacarlo a pasear.
—No es lo mismo —contestó él en voz baja—. Vivian y Simon también lo quieren; y a sus hijos les encanta jugar con el perro. Y eso también me da la oportunidad de visitarlos.
____ hizo una pausa momentánea, y cuando cayó en la cuenta de las implicaciones, su voz se tornó seria.
—Vivian y Simon saben quién es usted.
Fue una afirmación fruto de una repentina conclusión, y Joseph se rió un poco en voz baja.
—Por supuesto que lo saben. Me gusta que mi hermano sepa dónde estoy y qué estoy haciendo. Confío en él y en su esposa. Aunque, exceptuando aquellos con los que trabajo, y ahora usted, son los únicos que saben lo mío. Y nunca se lo dirán a nadie.
Aquello enfureció a ____ por completo. Vivian era la que le había sugerido que primero hablara con Joseph, la que le había confiado que Joseph conocía al Caballero Negro. Vivian también estaba al tanto de los encaprichamientos de ____, tanto con el mito como con el hombre, y sin embargo la había enviado a una aventura desesperada e incierta con pleno conocimiento de la vergüenza que podría acabar causándole.
Apretó los labios, mientras volvía los ojos una vez más hacia el techo oscurecido.
—La mataré por mentirme y remitirme a usted de esta manera.
Joseph suspiró.
—Creo que ella sabía lo que estaba haciendo.
Aquellas palabras susurradas habían tenido la intención de tranquilizar, pero, por el contrario, la mente de ____ sucumbió a la idea más devastadora de todas.
—¿Vivian le habló de mí?
Joseph guardó silencio durante un instante, un instante tan largo, de hecho, que ____ acabó por volverse hacia él. Joseph la observaba con aire pensativo, aunque incluso eso fue más una percepción que una evidencia, porque la expresión de su cara, a solo unos centímetros de distancia de la de ella, era apenas distinguible.
Al final, Joseph se incorporó un poco, apoyando el codo en la almohada, con la barbilla y la mejilla en la palma de la mano derecha y la mano izquierda apoyada en la sábana junto al hombro de ____.
—He hecho algunas averiguaciones acerca de usted durante estos últimos años, ____. Fue así como llegué al conocimiento de sus ocasionales cortejadores. —Empezó a restregar las yemas de los dedos contra la sábana—. Pero, en realidad, Vivian no me contó mucho sobre usted, y no, antes de que usted me lo pidiera, no sabía que ella la había remitido a mí.
Su reconocimiento hizo que ____ sonriera abiertamente con algo más que un ligero alivio y con cierta satisfacción por enterarse de que había preguntado de verdad por ella.
—Entonces, la seguiré considerando mi amiga —dijo ella un tanto arteramente. Como aclaración, añadió—: Y tampoco me cortejó nadie. Jamás he sentido el más mínimo interés por ninguno de los estirados conocidos masculinos que acuden a mi salón.
—Excepto por mí —replicó él con voz profunda.
—Usted nunca ha acudido a mi salón —le recordó ella, con aire inocente.
Joseph sabía que ella estaba esquivando el tema y volvió a sonreír.
—No, y creo que también sería exacto decir que soy algo más que un conocido.
—A todas luces no somos más que conocidos, Joseph —le corrigió, volviendo a posar la mirada en el techo.
Él se le acercó tanto que durante un segundo ____ pensó que podría atreverse a besarla en la sien. Con los labios casi rozándole la oreja, Joseph susurró:
—Los conocidos de sexo diferente nunca duermen juntos, ____.
La calidez de su cara rozó la de ____; ella pudo notar el olor de su piel y, por más que confiaba en que fuera un caballero, el nerviosismo afloró libremente.
—Pero esto se debe por completo al azar... a un acuerdo comercial, por decirlo de alguna manera.
—Yo no lo llamaría ni azar ni negocio —contestó él—. Lo llamaría destino.
Joseph dejó que la afirmación flotara en el silencioso aire nocturno. Y al final, cuando ____ supo que él no añadiría nada más hasta que ella lo hiciera —o lo volviera a mirar— ladeó la cabeza de manera casi imperceptible, solo lo suficiente para mirarlo fijamente a los ojos, que la oscuridad mantenía demasiado ocultos para ser leídos.
No obstante, ella arguyó con valentía:
—Esto nada tiene que ver con el destino. Estoy aquí por necesidad. Ni por lo más remoto he estado interesada en usted jamás, excepción hecha de sus habilidades como ladrón. Dejando a un lado su atractivo, en su cuerpo no hay ni el menor indicio de instinto conyugal.
—Muchas mujeres pensarían lo contrario —recalcó él con una formalidad fingida.
—Justo lo que estoy diciendo, querido Joseph.
Aquello volvió a divertir a Joseph. Más que verlo, ____ pudo sentirlo, aunque él no discutió. La observó, con la cara a centímetros de la de ella y los dedos rozando el brazo de ____ a través del liviano algodón, mientras se movían arriba y abajo por la sábana.
—Y sin embargo, quería casarse con un ladrón —insistió él voz baja—. A buen seguro, no esperaría encontrar nada hogareño en él. ¿O es que todo fue una historia inventada en mi honor?
Dijo las palabras... como si se escaparan de su boca, y sin embargo, ella supo por la seriedad de la entonación que se lo estaba preguntando de verdad. Sin embargo, ____ no podía hablar de eso ni desvelar lo lejos que había llegado en sus fantasías.
—Tiene razón —admitió ella con dulzura—. Mentí.
Él esperó un instante, y entonces la agarró del brazo con la mano y se lo apretó con suavidad.
—Y lo hace terriblemente mal.
El pulso de ____ empezó a latir aceleradamente, tanto por el íntimo contacto como por la implicación de las palabras de Joseph. Sabía que ella estaba mintiendo en ese momento, y que sus intenciones originales eran exactamente las que había confesado. Pero, ¡ay!, Joseph hizo un alarde de caballerosidad al no tratar de agravar la vergüenza de ____, aunque, por instinto, y quizá porque ella estaba empezando a conocerlo tan bien, ____ se percató de lo mucho que Joseph deseaba que lo admitiera y le explicara sus sentimientos más íntimos.
Y sin embargo, no podía. Por dos veces ya en su vida había sido humillada a causa de la sinceridad de sus revelaciones a Joseph Jonas, y con eso era más que suficiente. Ya había demasiada intimidad entre ellos, allí tumbada junto a él en la cama, sintiendo su calidez, oliendo el salobre aire marino mezclado con el seductor aroma a masculinidad de Joseph. ____ cambió de tema sin inmutarse.
—Fue usted el que donó cientos de libras al hogar para chicas descarriadas de lady Julia Beverly, ¿no es así, Joseph?
Percibió la sorpresa que le había causado a Joseph el cambio de tema, y quizá incluso su consternación porque ella ya no quisiera hablar sobre ellos. Él guardó silencio durante varios segundos, limitándose a seguir mirándola fijamente bajo el claro de luna mientras le acariciaba un brazo con aparente distracción. Pero aquello era algo que ____ ansiaba saber; era uno de los mayores misterios de Londres, y en su momento provocó sustanciosos cotilleos que corrieron por toda la ciudad. La mayoría de ellos daban por cierto que el acto había sido instigado por el Caballero Negro, aunque fue uno de aquellos incidentes que no habían conducido directamente a él.
Al final, Joseph respiró hondo y asintió con la cabeza en señal de reconocimiento.
—Fue hace cosa de unos dos años —empezó diciendo pensativamente—. Se me pidió que investigara el robo de un antiguo reloj de bolsillo con incrustaciones de diamantes, cuya desaparición fue denunciada por sir Charles Kendall. Este afirmó que se lo habían robado en su club, durante una partida de naipes entre varios miembros de la aristocracia en la que las apuestas habían sido elevadas. Me vi involucrado porque la descripción del reloj coincidía con otro robado nueve años antes al señor Herold Larken-James, un abogado y coleccionistas de antigüedades de gran valor, que murió en un incendio antes de que se pudiera encontrar el reloj y se le restituyera.
»Lo cierto es que el trabajo me llevó semanas, uno de los más largos que he realizado, porque tuve que arriesgarme a entrar en la casa de todos los hombres que habían participado en la partida de naipes. Pero mi investigación acabó dando sus frutos cuando encontré el reloj en el cajón del guardarropa de Walter Pembroke, un almirante de la Marina jubilado que lo había afanado durante la partida, donde todos habían estado apostando fuerte y demasiado bebidos para advertirlo. Al final, resultó que se trataba, por supuesto, del reloj del señor Larken-James, porque tenía sus iniciales grabadas con gran delicadeza en el interior, y dado que estaba muerto y que no tenía familia a quien poder devolverle el reloj, decidí destinarlo a una buena causa. Técnicamente, y puesto que nadie tenía legítimo derecho sobre la joya, me pertenecía.
Intrigada, y olvidadas las intimidades, ____ se puso de costado, volviéndose por completo hacia él, obligando a Joseph a soltarle el brazo. ____ apoyó el codo en la almohada como él, con la palma de la mano en la mejilla, y bajó la voz hasta convertirla en un susurro.
—¿Y no podría ser que sir Charles se lo comprara a la persona que se lo robó al señor Larken-James y se considerara legítimo propietario?
Joseph hizo un leve movimiento de negación con la cabeza, y las comisuras de su boca descendieron en un leve fruncimiento.
—Eso mismo me planteé en su momento, antes de enterarme de que sir Charles había acudido al despacho del abogado en busca de consejo apenas dos semanas antes de que se denunciara la desaparición del reloj. El reloj fue robado más tarde, un día que sir Charles había concertado convenientemente una cita. Tal cosa está documentada. Como es natural, el señor Larken-James no sospechó de él, pero con los años he aprendido que las clases altas no saben de modales cuando se trata de las inclinaciones más despreciables de la naturaleza humana.
Fascinada, ____ dedicó unos segundos a pensar en ello.
—¿Y por qué escogió la causa de lady Julia?
Sin titubeos, Joseph respondió:
—Porque sir Charles, un personaje de escasa decencia, tenía la repugnante costumbre de arrojar ocasionalmente a las chicas de su servicio a tan desafortunada condición, despidiéndolas luego sin ninguna referencia que les permitiera ganarse la vida, lo que daba con ellas en la calle. Me pareció adecuado que el sujeto ayudara a mantener a otras que quizá habían caído en desgracia de manera similar, así que envié el reloj a lady Julia, sugiriéndole que lo vendiera discretamente si necesitaba fondos para su hogar. Así lo hizo un mes más tarde, y yo le envíe una carta anónima a sir Charles informándole con detalle de cuál había sido el destino de su reloj.
Presa de la excitación, ____ estaba deslumbrada.
—¿Y quién le pagó a usted, entonces? Sin duda, no sus benefactores. No tenían ningún motivo.
Joseph hizo un imperceptible gesto de indiferencia con el hombro.
—No cobré por ese trabajo.
____ parpadeó.
—¿Se arriesgó a ser descubierto y quizá arrestado por nada?
Él se inclinó hacia ella para murmurar:
—De vez en cuando, ____, hago mi trabajo solo porque me parece que está bien.
Había sido un acto piadoso, un servicio altruista hacia los menos afortunados, se percató ella, no un engaño del que alardear, como cuando había robado las esmeraldas, y ____ no pudo por menos que sonreírle con la mirada.
—Qué noble que es usted, Joseph —dijo, tomándole el pelo.
—Puedo serlo a veces.
—Al menos podría haber hecho que se le reconociera el mérito —añadió ella en voz muy baja.
—No tengo nada que demostrar a nadie —admitió él con delicadeza.
____ lo miró fijamente a la cara, que estaba a escasos centímetros de la suya, sintiendo la calidez y la satisfacción que los envolvía, la serena sensación de amistad que había entre ellos. ____ anheló levantar una mano y apartarle el pelo de la frente con los dedos, tocarle la barba del mentón, el vello del pecho desnudo. Tuvo que echar mano de todos sus recursos para contenerse. Pero de pronto, allí tumbada, tan cerca físicamente el uno del otro, en aquella íntima conexión con él, se le ocurrió que no le haría la pregunta más personal de todas.
—¿Por qué hace esto, Joseph? ¿Qué le hizo decidir convertirse en un ladrón, inventarse una personalidad ficticia... tan increíble?
Joseph alargó una mano hacía los lazos de cinta que colgaban del cuello del camisón de ____ y empezó a enroscarse uno en los dedos. No habló de inmediato, lo que incitó a ____ a insistir en busca de detalles, mientras adelantaba el pie derecho lo suficiente para rozarle la espinilla con los dedos.
—No diré una palabra —susurró ella.
Joseph hizo una pequeña y contenida exhalación.
—No es ningún secreto. Nunca se lo he dicho a nadie.
____ siguió acariciándole la pierna sin responder nada, esperando que él no decidiera dejar de confiar en ella en ese momento.
Al final, Joseph dejó caer el brazo que le sujetaba la cabeza e instaló el cuerpo cómodamente al lado de ____, apoyando la mejilla en la almohada una vez más y mirándola directamente.
—Usted es hija única —empezó—, y mujer, así que puede que no lo entienda. Pero soy el segundo hijo de un conde.
____ apoyó la cabeza junto a él, metiendo las manos bajo la almohada con una sonrisa.
—Ya sé eso, Joseph. Todavía no me ha impresionado.
Él le devolvió la sonrisa.
—No se tome mi afirmación a la ligera, ____. Piense en lo que significa. Solo somos dos, Simon y yo, a los que nos separan diecinueve meses. Mi padre estuvo encantado con que su esposa le diera dos hijos, pero probablemente me habría ido mejor si hubiera sido una niña...
____ le interrumpió en un tono burlón.
—Viniendo de alguien que no tendrá que serlo jamás, eso es una tontería —le reprendió—. Usted tiene alternativas, y todo el mundo a su disposición; lo que se espera de mí es que me case y tenga hijos y que me plegue a los caprichos de mi marido.
Él le acarició una mejilla con ternura con el dorso de los dedos.
—No lo entiende. Hablo estrictamente de la atención que los padres prestan a sus hijas. Sí, soy hombre, y puedo tomar mis propias decisiones, ir a los sitios y hacer las cosas que me plazcan. Sé que la sociedad me permite cosas que le están vedadas a las mujeres. —Se aclaró la voz—. Y por supuesto, me gustan las mujeres demasiado para querer ser una alguna vez. Me siento muy agradecido por haber nacido varón.
____ se puso un poco tensa al oír el comentario, pero él no pareció advertirlo, siguiendo antes de que ella pudiera hacer algún comentario y volviendo a alargar la mano hacia los lazos que le mantenían el camisón cerrado en el cuello.
—Estoy hablando de mí como individuo, ____ —explicó con voz apagada—. Mis padres nos querían tanto a Simon como a mí de la misma manera, nada hay que objetar al respecto. Pero mi hermano fue educado para que fuera conde; yo lo fui por si acaso llegara a serlo. Se suponía que mi hermano tenía que ser educado; en mi caso, se suponía que lo fuera menos, porque realmente no importaba, toda vez que no dirigiría las propiedades de la familia. Mi hermano fue preparado para ser importante; a mí se me permitió hacer lo que me diera la gana la mayor parte del tiempo. Mi hermano era el serio, el que hacía frente a sus responsabilidades con eficiencia, y a una edad temprana; yo era mucho más sociable y bromista por naturaleza, y se me... consintió más, por decirlo de alguna manera.
—Diría que hay muchos nobles que desearían ser los segundones —sugirió ella—. Y en esa condición tendrían todas las posibilidades y elecciones a su alcance, y la presión del éxito no recaería con tanta fuerza sobre sus hombros.
—Supongo que los hay —convino él—. Y puede que, de haber tenido varios hermanos y hermanas, no me sintiera así.
____ frunció el ceño.
—¿Sentirse de qué manera, exactamente?
Joseph hizo una pausa, y su frente se arrugó al recordar y concentrarse en pensamientos ocultos.
—Cuando tenía catorce años, sorprendí una conversación privada entre mis padres. Estaban hablando de mí, sobre mi naturaleza despreocupada y mi poca afición a los estudios. —Con un titubeo, añadió—: Mi madre mencionó que prestaba demasiada atención a las chicas y a la diversión.
—Eso no parece haber cambiado —dijo ella sin ninguna expresión.
Joseph sonrió débilmente, pero desoyó el comentario, acomodando la cabeza y el cuerpo para poderlos acercar a ella aún más; tanto que ____ pudo sentir de hecho el calor que desprendía su piel y el suave aliento de Joseph en las mejillas cuando habló.
—Hablaron seriamente de enviarme lejos —reveló con aspereza—, de enviarme al extranjero... a un colegio de niños en Viena. Mi madre se mostró reacia, pero, ella y yo estábamos muy unidos, así que esto no fue una sorpresa. Mi padre tenía la sensación de que yo carecía del refinamiento de un niño de buena familia y de que un ambiente estricto, pensado para inculcar una buena conducta moral, era lo que necesitaba para corregir mi inclinación a lo que él consideraba un comportamiento irresponsable. Aunque, al final, gracias a la determinación de mi madre y a la adoración que mi padre le profesaba, se me permitió seguir en Gran Bretaña. Por lo que sé, nunca más volvieron a hablar del asunto. Jamás me hablaron de su conversación, y nunca supieron que yo supe que había tenido lugar. —Bajó la voz hasta convertirla en un susurro huraño—. La idea de ser enviado lejos no me sorprendió, la verdad es que ni siquiera me inquietó mucho. Pero lo que cambió mi vida fue la conversación en sí que mantuvieron aquel día, ____, y jamás lo olvidaré. Mi madre, entre lágrimas, dijo: «Siempre pensé que Joseph sería el inteligente». A lo que mi padre respondió: «No es inteligente, es retorcido. Es un niño malcriado que no pasará de ser un calavera de la alta sociedad y que acumulará deudas a las que tendrá que hacer frente Simon. Simon será nuestro orgullo; Joseph, quien arruine nuestra reputación».
____ se sintió invadida por una poderosa oleada de compasión y simpatía que la recorrió de pies a cabeza, mientras consideraba hasta qué punto una conversación, incluso bienintencionada, podía desconsolar a un niño, si este la oía por accidente. No había nadie en el mundo que comprendiera mejor la sensación de no estar a la altura de los ideales establecidos, de ser subestimada y poco valorada.
—Sé lo que es no satisfacer suficientemente las expectativas paternas, Joseph —le dijo ella tranquilizadoramente, en un susurro suave como la seda.
Joseph le clavó la mirada cuando contestó con pasión:
—Lo sé. Usted es la primera persona a la que le he revelado esto, ____, y lo he hecho porque es la única que lo comprendería.
____ se sintió atraída hacia él por esta simple afirmación, dicha con absoluta sinceridad y con una profunda emoción, con una absoluta confianza. Estaba tumbada a su lado, los dos juntos en una pequeña y cálida cama de una casa preciosa a orillas del mar en una tierra encantada, y, en ese momento, para ella, eran las dos únicas personas del planeta.
—Entonces, ¿por qué decidió hacerse ladrón? —preguntó mirándole a los ojos—. ¿No significa eso que ganaron sus padres?
Él le puso la mano sobre el camisón, la palma sobre el pecho, aunque justo debajo del cuello, y por primera vez, la descarada acción no la molestó en absoluto. Se le antojó algo maravillosamente natural.
—Piense en ello, ____ —sugirió él con voz suave y profunda—. Ganamos todos.
Fue en ese momento cuando ella lo comprendió todo. Joseph vivía la vida que se esperaba de él y de su posición, una vida libre de preocupaciones, pero con la estabilidad inherente a un trabajo honrado, mientras que su ingenio y logros increíbles como fantástico ladrón quedaban ocultos bajo la aparente frivolidad y alegría tan habituales de la alta sociedad. Por encima de todo, se había convertido en el hombre que quería ser, con la integridad que sus padres jamás habían alcanzado a vislumbrar.
—Pero ellos llevan muertos años, Joseph —argumentó ella con prudencia—. Nunca le conocieron como el Caballero Negro. Jamás conocerán sus éxitos.
Él volvió a sonreír.
—Lo sabré yo.
____ le devolvió una amplia sonrisa.
—Y Simon.
—Y Simon —convino él.
El silencio creció en torno a ellos, la calma inundó la habitación, ninguno de los dos se movió. Joseph la veía mejor que ella a él, se percató aquel con un leve reconocimiento de la ventaja que esto le daba. Por detrás de él, la luna llena proyectaba su brillo en los vividos ojos de ____, tan llenos de expresividad, en su cara y en el pelo brillante que le caía en ondas sobre los hombros y los pechos. Desde que ella se había metido sigilosamente en la cama, había querido tocarla, rodearla con sus brazos y atraerla hacia él, pero como siempre, dado que sabía cuál sería la reacción de ____, reprimió su deseo. Así que, como era natural, fue una completa sorpresa que ella levantara la mano y le tocara cautelosamente la cara, ahuecándosela en el mentón y acariciándole la mejilla con la palma mientras estudiaba lo que podía distinguir de sus facciones en la penumbra.
Joseph la observó sin decir palabra, paralizado por el temor a que ella se detuviera. Era la primera vez que lo tocaba a propósito, y lo hizo con una ternura que fluía desde ella como un resplandor y que los envolvía a ambos con fuerza, y Joseph no quiso que aquello terminara.
—¿No le apena todo esto ahora, que sus padres no llegaran a saber nunca en qué se ha convertido? —preguntó ____ en un profundo susurro.
—No, la verdad es que no —respondió al fin Joseph, cediendo a la proximidad—. Creo que les habría complacido, si lo hubieran sabido. Me siento contento con la manera en que se ha desarrollado mi vida, y disfruto con lo que hago. Lo único fastidioso del asunto es que es una ocupación muy solitaria. ____, ojalá la tuviera a mi lado para hacerme compañía en cada una de mis empresas.
Al principio ____ no supo cómo tomarse aquello.
Apartó la mano de la cara de Joseph mientras sus ojos se convertían en unos redondos lagos de incertidumbre con un ligero rastro de prudencia. Luego, su boca se dilató en una sonrisa.
—Sería un problema.
—Pero un problema siniestramente divertido —bromeó él.
—Acabaría aburriéndose de mí, Joseph.
Él soltó una risita.
—No puedo imaginarme aburriéndome de usted, ____.
—Esa es una afirmación especialmente extraña viniendo de un caballero conocido por su naturaleza jaranera —le reprochó con ligereza—. Y en algún momento nos pillarían. No podría mentir a mis padres sobre mi paradero en cada ocasión.
—Podría casarse conmigo, y así la llevaría conmigo a todas partes.
Sugirió esto con mucha soltura, en un tono jovial que le sorprendió. Pero a ____ la inquietó. Joseph pudo sentir bajo las yemas de sus dedos que los latidos del corazón de ____ aumentaban sin cesar y oír la respiración nerviosa y superficial que escapaba de sus labios.
La miró fijamente, inseguro. Entonces, ____ se fue poniendo notoriamente seria, y en el lapso de unos segundos la atmósfera entre ellos se convirtió en un estado de acusado estatismo.
—Jamás me casaré con alguien como usted, Joseph —afirmó ella con profunda y afligida convicción—. Es un hombre maravilloso, encantador y creo que muy inteligente. Pero he visto lo que la infidelidad puede hacerle a un matrimonio. Lo he experimentado, y jamás me pondré en situación de... No, si puedo escoger. Si llego a casarme, será con alguien que se entregue a mí, y no creo que alguien que ha estado con tantas mujeres pueda entregarse a una para toda la vida.
Por primera vez en su vida, Joseph sintió el peso abrumador del arrepentimiento y el horripilante atisbo de algo parecido al pánico tomando forma lentamente en la boca de su estómago. Una determinación real y concentrada adornaba los rasgos de ____, y aquello le molestó a Joseph más de lo que creía posible.
—Pero quería casarse con el Caballero Negro —insistió él, aparentando más tranquilidad que la que sentía—. Y los rumores le atribuían múltiples romances.
____ entrecerró los ojos; su boca se transmutó en una línea sombría.
—Era solo eso, Joseph, rumores, lo cual, lamentablemente para mí, ha resultado ser verdad.
Aquello lo irritó un poco.
—Entonces, ¿cuánto es demasiado, ____? ¿Tres? ¿Quince? ¿O es que espera casarse con alguien virgen?
Ella no supo ni remotamente cómo responder a eso, mientras sus conflictos internos afloraban a la vista de Joseph, alumbrando su expresión.
—Creo que la mayoría de las damas son lo bastante afortunadas para casarse con hombres vírgenes —respondió ____ con energía.
Joseph negó lentamente con la cabeza.
—Creo que la mayoría de las mujeres son ingenuas o ignorantes.
Aquello la enfureció, y durante un momento Joseph tuvo la certeza de que ella abandonaría la cama. Pero no lo hizo; ____ le sostuvo la mirada y no pareció advertir que él seguía manteniéndole la palma de la mano en la base de su cuello.
Entonces, la expresión de ____ se relajó, bajó las cejas poco a poco y se rindió.
—Quizá los hombres también lo sean —susurró casi de forma inaudible.
Tal admisión enterneció a Joseph. Sabía lo que ella había querido decir y se percató de inmediato de lo difícil que debía de ser para alguien que jamás había experimentado los placeres de alcoba tener que entenderlo y luego lidiar con todo lo relacionado con ello. Todavía tenía que disfrutar de lo mejor de la cuestión, aunque ya había sido testigo de primera mano de lo más feo del tema: una traición.
—¿Por qué arriesgó su reputación, todo su futuro, para ayudar a su madre, cuando ella ha sido la causa del resentimiento que anida en usted?
____ volvió a abrir los ojos para mirarlo, y sus cejas se juntaron delicadamente en una confusión evidente.
—No vine a Francia por ella, Joseph —confesó en voz baja y sombría—. Me queda muy poco afecto en el corazón hacia una mujer que me ha estado fastidiando durante veintidós años predicándome la virtud y que con tanta presteza condena el comportamiento inmoral de cualquier dama, cuando ella misma ha mentido de la manera más dolorosa imaginable. —Sacudió la cabeza con repugnancia—. No iría ni a Rochester por ella. Pero iría a cualquier rincón del mundo por ahorrarle a mi padre la vergüenza del adulterio de mi madre.
Por fin, todo se aclaró para Joseph. Ya comprendía las motivaciones de ____.
—¿Lo sabe su padre?
—¿Lo del romance?
Él asintió con la cabeza de manera casi imperceptible.
____ se acurrucó más contra la almohada, arrebujándose en la colcha.
—Lo sabe. Él la sigue queriendo, lo cual se me hace inimaginable. —Su expresión se ensombreció—. Quedó desconsolado cuando se enteró de la verdad, Joseph, cuando mi madre admitió que amaba a aquel francés. En toda mi vida había visto a mi padre así. Se le rompió el corazón. Durante mucho tiempo la tensión en casa se hizo insostenible, y es ahora cuando las cosas empiezan a asentarse y a recobrar la normalidad de antaño. Pero su matrimonio nunca volverá a ser el mismo. Ella lo arruinó. Solo confío en que usted sea capaz de conseguir esas cartas antes de que la alta sociedad se entere del desliz de mi madre. No creo que mi padre sobreviviera a la humillación.
Joseph le acarició el cuello con el pulgar, sintiendo los fuertes latidos de su pulso, disfrutando de su calor y suavidad en las yemas de los dedos. El claro de luna arrancaba destellos perlados a la blanca piel de ____ y hacía que su pelo brillara como la plata. Joseph se lo tocó con la mano libre, entrelazándolo entre sus dedos al tiempo que se le desparramaba por el pecho y la sábana.
—Uno no puede predecir los altibajos del amor y el matrimonio, ____. —A ____ no le convenció tal aserto, y Joseph le lanzó una sonrisa tranquilizadora para explicárselo—: Lo que quiero decir es que es imposible saber cómo reaccionará un individuo ante las situaciones de la vida. No se puede juzgar a una persona por su pasado.
____ se puso tensa.
—Mi padre no tenía ningún pasado...
—Que usted sepa —la interrumpió—. Y es probable que su madre, tampoco. Me apuesto lo que sea a que llegó virgen a su noche de bodas, y sin embargo, eso no impidió que fuera infiel.
Aquello la hizo sentir incomoda, y él, por si servía de algo, sintió cierto regusto triunfal.
Entonces, ____ respiró muy hondo, con resolución, y en la oscuridad clavó la mirada en los ojos de Joseph.
—Jamás me casaré con un hombre que posiblemente me haga daño. Compartir la intimidad con diferentes mujeres antes del matrimonio solo haría a un hombre más proclive a darse cuenta de lo que pierde cuando la luna de miel se haya acabado.
—Eso no lo sabe —argumentó él con seriedad.
—No se trata de que sepa si es verdad o no, Joseph, sino de que, sencillamente, no correré el riesgo —contestó con renovada convicción—. No me casaré con un hombre que no me ame como mi padre ama a mi madre. Él sabe cuál es su color preferido, su vino favorito, sus flores predilectas... Puede encargarle la comida hasta el último detalle, porque sabe exactamente lo que le gusta a ella. Conoce sus estados de ánimo, sus alegrías y sus temores, y la adora por las cosas buenas que tiene y a pesar de las malas.
Inclinándose hacia él, ____ agarró con firmeza la almohada con una excitación luminosa que ya no podía contener.
—Quiero que el amor sea divertido, excitante y nuevo; algo compartido... un secreto romántico entre los dos. Quiero que mi marido sepa que odio bordar y montar a caballo y el chismorreo entre las damas; que adoro el chocolate y los días lluviosos y oscuros, y las comedias de Shakespeare, y la emoción y el brillo de la ciudad por la noche; que mi color favorito es el azul oscuro brillante; que siempre he querido ir a la ópera a Milán y que sueño con ir algún día a la China.
El entusiasmo desapareció de su cara como por ensalmo mientras negaba con la cabeza con pequeños movimientos de desdén.
—Geoffrey Blythe no sabe esas cosas sobre mí. Sabe que soy de buena familia y que poseo una dote decente, la cual serviría probablemente para pagar cualquier futura deuda que contrajera, si es que no la perdía antes. La cosa es aún peor, pues nunca se ha preocupado por saber cuáles son mis intereses ni mis deseos. Lo único que le importa, así como a todos los demás caballeros que me visitan, es que soy de buena cuna y que pariré unos hijos sanos. Sin embargo, mi madre me casaría con cualquiera de ellos mañana mismo. Si no me quieren por lo que soy, ¿qué es lo que impedirá que cualquiera de ellos acabe aburriéndose de mí y del lecho conyugal y se vaya a otro? Mi madre no sabe que a mi padre le encanta el otoño en el campo, que adora dar largos paseos por el bosque y que lee poesía cuando está preocupado. Ella no lo ama, y yo no me casaré por menos de eso.
La pasión de ____ lo embelesó; su dulzura lo estremeció. Joseph no consiguió que le saliera la voz tras semejante revelación de penas y añoranzas e incluso de ira ante las indignidades de la vida. La miró fijamente a los ojos grandes y hermosos, sintió su calor junto a él y de nuevo lo acuciaron las ansias de cogerla entre sus brazos y consolarla completamente.
Comprendió las razones que anidaban tras las conclusiones de ____, y sin embargo, quiso zarandearla hasta que creyera en él, en la sinceridad de su pasado, en la naturaleza de sus deseos y en las añoranzas de su corazón. Pero en ese preciso instante, más que cualquier otra cosa que hubiera podido desear nunca, lo que quería es que ____ confiara en él.
Por instinto más que por cálculo, Joseph empezó a acariciarle descaradamente el cuello con movimientos suaves y tenues. ____ no reaccionó en apariencia al gesto y se limitó a seguir mirándolo fijamente con una calma calculada. Él sabía que ____ estaba pensando en lo que le acababa de decir, intentando calcular su reacción y esperando que él le respondiera.
—¿Sabe —susurró él con mucha lentitud, sin apartar los ojos de ella ni un instante— con qué desesperación deseo hacerle el amor? No a su cuerpo, ____, sino a usted. ¿Sabe lo difícil que resulta aguardar algo tan maravilloso?
La determinación de ella flaqueó al oír esas palabras, o quizá fuera solo la confianza en sí misma, y sus ojos traicionaron el primer rayo auténtico de duda, de emociones desatadas y de voluntad confundida.
Y a causa de esa pequeña duda por parte de ____, que Joseph interpretó como una respuesta positiva, y a causa del ímpetu de su propia necesidad salvaje, cogió los lazos con los dedos y tiró de ellos dulcemente hasta que se soltaron, abriendo la parte superior del camisón de ____.
La respiración de ella se hizo superficial, pero se sintió cautivada... por el atrevimiento de Joseph, por sus propias ansias interiores que, con el transcurso de los días, cada vez se le hacían más difíciles de contener.
Con una reverencia cargada de prudencia, unida a un nerviosismo totalmente desconocido para él, Joseph colocó la palma de la mano directamente sobre la piel entre los pechos de ____, tardando solo unos segundos en regocijarse de la cálida suavidad que sentía bajo la mano y los dedos. Entonces, antes de que ella pudiera protestar o moverse, deslizó la mano hacia un lado y le cubrió por completo el pecho desnudo.
____ tomó aire con fuerza al sentir el contacto, pero aparte de eso permaneció inmóvil, concentrada y con la mirada fundida en la de Joseph; no por miedo, sino con una sensación creciente de asombro.
Al final, ____ tragó saliva con dificultad, con los ojos brillantes por las lágrimas antes de cerrarlos definitivamente, y con serenidad, agarró la muñeca de Joseph y se la sacó de debajo del camisón. Pero lo mejor de todo fue que ella no le soltó. Se aferró a su brazo y lo sostuvo con fuerza contra su pecho, entre los senos, como si fuera un objeto valioso que ella no quisiera perder.
Joseph permaneció inmóvil a su lado, observándola durante un rato largo mientras ____ sucumbía al sueño, sintiendo el rítmico pulso de su corazón contra la mano.
¡Hola chicas! Y ¡Bienvenida Stefany! (:
Gracias a todas por leer la novela y por sus comentarios.
Jb_fanvanu, respondiendo a tu pregunta, no, no han tenido relaciones sexuales, bueno, al menos no completamente. Solo fue un poco de intimidad.
Espero haber aclarado tu duda (:
Más tarde subo otro capítulo.
:hi:
Natuu!!
Joseph ya estaba acostado bajo la colcha, boca abajo, con la cabeza enterrada en la almohada y los brazos por debajo de esta, probablemente dormido, que era como a ____ le gustaba que estuviera cuando finalmente hacía reposar su cuerpo al lado de él. La habitación estaba a oscuras, salvo por la luz que desprendía un pequeño quinqué colocado junto a la cama y el potente reflejo de la luna llena sobre la lejana agua, que brillaba a través de las ventanas.
Habían pasado juntos su último día en Marsella, relajándose en la playa, hablando de cosas triviales así como de algunas de las aventuras de Joseph como Caballero Negro sobre las que ____ había sentido siempre una particular curiosidad. Ella se había reído con el relato de varias de sus historias, había disfrutado de su compañía con un respeto y una admiración crecientes por varias de sus hazañas, muchas de las cuales a ____ se le antojaron increíbles, y a la sazón se sintió encantada de no haber partido hacia París de inmediato. Exceptuando su enfado inicial, cuando se había enfrentado a él en relación con su identidad, en cuanto el engaño y los secretos dieron paso a la sinceridad entre ellos, el día resultó, bueno... perfecto.
____ se dirigió al borde de la cama, se quitó la bata, que dejó a los pies del lecho, bajó la luz y se metió lentamente bajo las sábanas. Apenas había sitio suficiente para los dos, lo que le había obligado a esforzarse al máximo todas las noches para no tocar a Joseph en ninguna parte. Aun así, las más de las veces, se había despertado en algún momento para encontrarse con que le había puesto los pies en las piernas o el brazo sobre el pecho desnudo, aunque, a Dios gracias, Joseph parecía no haberse percatado de la circunstancia o que, en cualquier caso, esta le traía sin cuidado. Dormía sin ningún atuendo nocturno más allá de unos viejos pantalones, algo que a ____ se le antojaba extraño, aunque en realidad no era asunto suyo. Por supuesto, ella siempre iba decentemente tapada.
Joseph se revolvió y se puso de costado, volviéndose hacia ella. ____ se tumbó de espaldas, con los brazos cruzados con cuidado sobre el vientre, sabiendo de manera intuitiva que, después de todo, él no estaba durmiendo, sino observándola a la luz de la luna.
—¿Qué hace con su perro? —susurró ella, mirando fijamente el techo a través de la penumbra.
—¿Qué? —contestó él con voz baja y áspera.
—Su perro —repitió ____—. Cuando realiza las rápidas escapadas como Caballero Negro, ¿qué es lo que hace con él?
Joseph respiró hondo y movió el cuerpo para ponerse cómodo.
—Solo me ausento de la ciudad durante unos pocos días, así que mi ama de llaves y mi mayordomo cuidan de él. Si me voy al extranjero, como en este viaje, les concedo unas vacaciones pagadas al ama de llaves y al mayordomo y llevo el perro a la finca que mi hermano tiene cerca de Bournemouth.
____ volvió la cabeza para mirar lo que podía ver de la cara de Joseph.
—¿Se lleva al perro hasta la costa?
Joseph esbozó una débil sonrisa en las sombras.
—Siempre. —Y tímidamente, añadió—: Quiero a mi perro.
Eso la hizo sonreír, algo que ____ estuvo segura que él podía distinguir, porque el claro de luna le iluminaba intensamente el rostro.
—¿Por qué lo llamó Espina?
—Porque es una espina que tengo clavada.
—Pero, sin embargo, lo quiere lo suficiente para llevárselo a casi ciento sesenta kilómetros de casa, cuando ya tiene empleados domésticos que podrían alimentarlo y sacarlo a pasear.
—No es lo mismo —contestó él en voz baja—. Vivian y Simon también lo quieren; y a sus hijos les encanta jugar con el perro. Y eso también me da la oportunidad de visitarlos.
____ hizo una pausa momentánea, y cuando cayó en la cuenta de las implicaciones, su voz se tornó seria.
—Vivian y Simon saben quién es usted.
Fue una afirmación fruto de una repentina conclusión, y Joseph se rió un poco en voz baja.
—Por supuesto que lo saben. Me gusta que mi hermano sepa dónde estoy y qué estoy haciendo. Confío en él y en su esposa. Aunque, exceptuando aquellos con los que trabajo, y ahora usted, son los únicos que saben lo mío. Y nunca se lo dirán a nadie.
Aquello enfureció a ____ por completo. Vivian era la que le había sugerido que primero hablara con Joseph, la que le había confiado que Joseph conocía al Caballero Negro. Vivian también estaba al tanto de los encaprichamientos de ____, tanto con el mito como con el hombre, y sin embargo la había enviado a una aventura desesperada e incierta con pleno conocimiento de la vergüenza que podría acabar causándole.
Apretó los labios, mientras volvía los ojos una vez más hacia el techo oscurecido.
—La mataré por mentirme y remitirme a usted de esta manera.
Joseph suspiró.
—Creo que ella sabía lo que estaba haciendo.
Aquellas palabras susurradas habían tenido la intención de tranquilizar, pero, por el contrario, la mente de ____ sucumbió a la idea más devastadora de todas.
—¿Vivian le habló de mí?
Joseph guardó silencio durante un instante, un instante tan largo, de hecho, que ____ acabó por volverse hacia él. Joseph la observaba con aire pensativo, aunque incluso eso fue más una percepción que una evidencia, porque la expresión de su cara, a solo unos centímetros de distancia de la de ella, era apenas distinguible.
Al final, Joseph se incorporó un poco, apoyando el codo en la almohada, con la barbilla y la mejilla en la palma de la mano derecha y la mano izquierda apoyada en la sábana junto al hombro de ____.
—He hecho algunas averiguaciones acerca de usted durante estos últimos años, ____. Fue así como llegué al conocimiento de sus ocasionales cortejadores. —Empezó a restregar las yemas de los dedos contra la sábana—. Pero, en realidad, Vivian no me contó mucho sobre usted, y no, antes de que usted me lo pidiera, no sabía que ella la había remitido a mí.
Su reconocimiento hizo que ____ sonriera abiertamente con algo más que un ligero alivio y con cierta satisfacción por enterarse de que había preguntado de verdad por ella.
—Entonces, la seguiré considerando mi amiga —dijo ella un tanto arteramente. Como aclaración, añadió—: Y tampoco me cortejó nadie. Jamás he sentido el más mínimo interés por ninguno de los estirados conocidos masculinos que acuden a mi salón.
—Excepto por mí —replicó él con voz profunda.
—Usted nunca ha acudido a mi salón —le recordó ella, con aire inocente.
Joseph sabía que ella estaba esquivando el tema y volvió a sonreír.
—No, y creo que también sería exacto decir que soy algo más que un conocido.
—A todas luces no somos más que conocidos, Joseph —le corrigió, volviendo a posar la mirada en el techo.
Él se le acercó tanto que durante un segundo ____ pensó que podría atreverse a besarla en la sien. Con los labios casi rozándole la oreja, Joseph susurró:
—Los conocidos de sexo diferente nunca duermen juntos, ____.
La calidez de su cara rozó la de ____; ella pudo notar el olor de su piel y, por más que confiaba en que fuera un caballero, el nerviosismo afloró libremente.
—Pero esto se debe por completo al azar... a un acuerdo comercial, por decirlo de alguna manera.
—Yo no lo llamaría ni azar ni negocio —contestó él—. Lo llamaría destino.
Joseph dejó que la afirmación flotara en el silencioso aire nocturno. Y al final, cuando ____ supo que él no añadiría nada más hasta que ella lo hiciera —o lo volviera a mirar— ladeó la cabeza de manera casi imperceptible, solo lo suficiente para mirarlo fijamente a los ojos, que la oscuridad mantenía demasiado ocultos para ser leídos.
No obstante, ella arguyó con valentía:
—Esto nada tiene que ver con el destino. Estoy aquí por necesidad. Ni por lo más remoto he estado interesada en usted jamás, excepción hecha de sus habilidades como ladrón. Dejando a un lado su atractivo, en su cuerpo no hay ni el menor indicio de instinto conyugal.
—Muchas mujeres pensarían lo contrario —recalcó él con una formalidad fingida.
—Justo lo que estoy diciendo, querido Joseph.
Aquello volvió a divertir a Joseph. Más que verlo, ____ pudo sentirlo, aunque él no discutió. La observó, con la cara a centímetros de la de ella y los dedos rozando el brazo de ____ a través del liviano algodón, mientras se movían arriba y abajo por la sábana.
—Y sin embargo, quería casarse con un ladrón —insistió él voz baja—. A buen seguro, no esperaría encontrar nada hogareño en él. ¿O es que todo fue una historia inventada en mi honor?
Dijo las palabras... como si se escaparan de su boca, y sin embargo, ella supo por la seriedad de la entonación que se lo estaba preguntando de verdad. Sin embargo, ____ no podía hablar de eso ni desvelar lo lejos que había llegado en sus fantasías.
—Tiene razón —admitió ella con dulzura—. Mentí.
Él esperó un instante, y entonces la agarró del brazo con la mano y se lo apretó con suavidad.
—Y lo hace terriblemente mal.
El pulso de ____ empezó a latir aceleradamente, tanto por el íntimo contacto como por la implicación de las palabras de Joseph. Sabía que ella estaba mintiendo en ese momento, y que sus intenciones originales eran exactamente las que había confesado. Pero, ¡ay!, Joseph hizo un alarde de caballerosidad al no tratar de agravar la vergüenza de ____, aunque, por instinto, y quizá porque ella estaba empezando a conocerlo tan bien, ____ se percató de lo mucho que Joseph deseaba que lo admitiera y le explicara sus sentimientos más íntimos.
Y sin embargo, no podía. Por dos veces ya en su vida había sido humillada a causa de la sinceridad de sus revelaciones a Joseph Jonas, y con eso era más que suficiente. Ya había demasiada intimidad entre ellos, allí tumbada junto a él en la cama, sintiendo su calidez, oliendo el salobre aire marino mezclado con el seductor aroma a masculinidad de Joseph. ____ cambió de tema sin inmutarse.
—Fue usted el que donó cientos de libras al hogar para chicas descarriadas de lady Julia Beverly, ¿no es así, Joseph?
Percibió la sorpresa que le había causado a Joseph el cambio de tema, y quizá incluso su consternación porque ella ya no quisiera hablar sobre ellos. Él guardó silencio durante varios segundos, limitándose a seguir mirándola fijamente bajo el claro de luna mientras le acariciaba un brazo con aparente distracción. Pero aquello era algo que ____ ansiaba saber; era uno de los mayores misterios de Londres, y en su momento provocó sustanciosos cotilleos que corrieron por toda la ciudad. La mayoría de ellos daban por cierto que el acto había sido instigado por el Caballero Negro, aunque fue uno de aquellos incidentes que no habían conducido directamente a él.
Al final, Joseph respiró hondo y asintió con la cabeza en señal de reconocimiento.
—Fue hace cosa de unos dos años —empezó diciendo pensativamente—. Se me pidió que investigara el robo de un antiguo reloj de bolsillo con incrustaciones de diamantes, cuya desaparición fue denunciada por sir Charles Kendall. Este afirmó que se lo habían robado en su club, durante una partida de naipes entre varios miembros de la aristocracia en la que las apuestas habían sido elevadas. Me vi involucrado porque la descripción del reloj coincidía con otro robado nueve años antes al señor Herold Larken-James, un abogado y coleccionistas de antigüedades de gran valor, que murió en un incendio antes de que se pudiera encontrar el reloj y se le restituyera.
»Lo cierto es que el trabajo me llevó semanas, uno de los más largos que he realizado, porque tuve que arriesgarme a entrar en la casa de todos los hombres que habían participado en la partida de naipes. Pero mi investigación acabó dando sus frutos cuando encontré el reloj en el cajón del guardarropa de Walter Pembroke, un almirante de la Marina jubilado que lo había afanado durante la partida, donde todos habían estado apostando fuerte y demasiado bebidos para advertirlo. Al final, resultó que se trataba, por supuesto, del reloj del señor Larken-James, porque tenía sus iniciales grabadas con gran delicadeza en el interior, y dado que estaba muerto y que no tenía familia a quien poder devolverle el reloj, decidí destinarlo a una buena causa. Técnicamente, y puesto que nadie tenía legítimo derecho sobre la joya, me pertenecía.
Intrigada, y olvidadas las intimidades, ____ se puso de costado, volviéndose por completo hacia él, obligando a Joseph a soltarle el brazo. ____ apoyó el codo en la almohada como él, con la palma de la mano en la mejilla, y bajó la voz hasta convertirla en un susurro.
—¿Y no podría ser que sir Charles se lo comprara a la persona que se lo robó al señor Larken-James y se considerara legítimo propietario?
Joseph hizo un leve movimiento de negación con la cabeza, y las comisuras de su boca descendieron en un leve fruncimiento.
—Eso mismo me planteé en su momento, antes de enterarme de que sir Charles había acudido al despacho del abogado en busca de consejo apenas dos semanas antes de que se denunciara la desaparición del reloj. El reloj fue robado más tarde, un día que sir Charles había concertado convenientemente una cita. Tal cosa está documentada. Como es natural, el señor Larken-James no sospechó de él, pero con los años he aprendido que las clases altas no saben de modales cuando se trata de las inclinaciones más despreciables de la naturaleza humana.
Fascinada, ____ dedicó unos segundos a pensar en ello.
—¿Y por qué escogió la causa de lady Julia?
Sin titubeos, Joseph respondió:
—Porque sir Charles, un personaje de escasa decencia, tenía la repugnante costumbre de arrojar ocasionalmente a las chicas de su servicio a tan desafortunada condición, despidiéndolas luego sin ninguna referencia que les permitiera ganarse la vida, lo que daba con ellas en la calle. Me pareció adecuado que el sujeto ayudara a mantener a otras que quizá habían caído en desgracia de manera similar, así que envié el reloj a lady Julia, sugiriéndole que lo vendiera discretamente si necesitaba fondos para su hogar. Así lo hizo un mes más tarde, y yo le envíe una carta anónima a sir Charles informándole con detalle de cuál había sido el destino de su reloj.
Presa de la excitación, ____ estaba deslumbrada.
—¿Y quién le pagó a usted, entonces? Sin duda, no sus benefactores. No tenían ningún motivo.
Joseph hizo un imperceptible gesto de indiferencia con el hombro.
—No cobré por ese trabajo.
____ parpadeó.
—¿Se arriesgó a ser descubierto y quizá arrestado por nada?
Él se inclinó hacia ella para murmurar:
—De vez en cuando, ____, hago mi trabajo solo porque me parece que está bien.
Había sido un acto piadoso, un servicio altruista hacia los menos afortunados, se percató ella, no un engaño del que alardear, como cuando había robado las esmeraldas, y ____ no pudo por menos que sonreírle con la mirada.
—Qué noble que es usted, Joseph —dijo, tomándole el pelo.
—Puedo serlo a veces.
—Al menos podría haber hecho que se le reconociera el mérito —añadió ella en voz muy baja.
—No tengo nada que demostrar a nadie —admitió él con delicadeza.
____ lo miró fijamente a la cara, que estaba a escasos centímetros de la suya, sintiendo la calidez y la satisfacción que los envolvía, la serena sensación de amistad que había entre ellos. ____ anheló levantar una mano y apartarle el pelo de la frente con los dedos, tocarle la barba del mentón, el vello del pecho desnudo. Tuvo que echar mano de todos sus recursos para contenerse. Pero de pronto, allí tumbada, tan cerca físicamente el uno del otro, en aquella íntima conexión con él, se le ocurrió que no le haría la pregunta más personal de todas.
—¿Por qué hace esto, Joseph? ¿Qué le hizo decidir convertirse en un ladrón, inventarse una personalidad ficticia... tan increíble?
Joseph alargó una mano hacía los lazos de cinta que colgaban del cuello del camisón de ____ y empezó a enroscarse uno en los dedos. No habló de inmediato, lo que incitó a ____ a insistir en busca de detalles, mientras adelantaba el pie derecho lo suficiente para rozarle la espinilla con los dedos.
—No diré una palabra —susurró ella.
Joseph hizo una pequeña y contenida exhalación.
—No es ningún secreto. Nunca se lo he dicho a nadie.
____ siguió acariciándole la pierna sin responder nada, esperando que él no decidiera dejar de confiar en ella en ese momento.
Al final, Joseph dejó caer el brazo que le sujetaba la cabeza e instaló el cuerpo cómodamente al lado de ____, apoyando la mejilla en la almohada una vez más y mirándola directamente.
—Usted es hija única —empezó—, y mujer, así que puede que no lo entienda. Pero soy el segundo hijo de un conde.
____ apoyó la cabeza junto a él, metiendo las manos bajo la almohada con una sonrisa.
—Ya sé eso, Joseph. Todavía no me ha impresionado.
Él le devolvió la sonrisa.
—No se tome mi afirmación a la ligera, ____. Piense en lo que significa. Solo somos dos, Simon y yo, a los que nos separan diecinueve meses. Mi padre estuvo encantado con que su esposa le diera dos hijos, pero probablemente me habría ido mejor si hubiera sido una niña...
____ le interrumpió en un tono burlón.
—Viniendo de alguien que no tendrá que serlo jamás, eso es una tontería —le reprendió—. Usted tiene alternativas, y todo el mundo a su disposición; lo que se espera de mí es que me case y tenga hijos y que me plegue a los caprichos de mi marido.
Él le acarició una mejilla con ternura con el dorso de los dedos.
—No lo entiende. Hablo estrictamente de la atención que los padres prestan a sus hijas. Sí, soy hombre, y puedo tomar mis propias decisiones, ir a los sitios y hacer las cosas que me plazcan. Sé que la sociedad me permite cosas que le están vedadas a las mujeres. —Se aclaró la voz—. Y por supuesto, me gustan las mujeres demasiado para querer ser una alguna vez. Me siento muy agradecido por haber nacido varón.
____ se puso un poco tensa al oír el comentario, pero él no pareció advertirlo, siguiendo antes de que ella pudiera hacer algún comentario y volviendo a alargar la mano hacia los lazos que le mantenían el camisón cerrado en el cuello.
—Estoy hablando de mí como individuo, ____ —explicó con voz apagada—. Mis padres nos querían tanto a Simon como a mí de la misma manera, nada hay que objetar al respecto. Pero mi hermano fue educado para que fuera conde; yo lo fui por si acaso llegara a serlo. Se suponía que mi hermano tenía que ser educado; en mi caso, se suponía que lo fuera menos, porque realmente no importaba, toda vez que no dirigiría las propiedades de la familia. Mi hermano fue preparado para ser importante; a mí se me permitió hacer lo que me diera la gana la mayor parte del tiempo. Mi hermano era el serio, el que hacía frente a sus responsabilidades con eficiencia, y a una edad temprana; yo era mucho más sociable y bromista por naturaleza, y se me... consintió más, por decirlo de alguna manera.
—Diría que hay muchos nobles que desearían ser los segundones —sugirió ella—. Y en esa condición tendrían todas las posibilidades y elecciones a su alcance, y la presión del éxito no recaería con tanta fuerza sobre sus hombros.
—Supongo que los hay —convino él—. Y puede que, de haber tenido varios hermanos y hermanas, no me sintiera así.
____ frunció el ceño.
—¿Sentirse de qué manera, exactamente?
Joseph hizo una pausa, y su frente se arrugó al recordar y concentrarse en pensamientos ocultos.
—Cuando tenía catorce años, sorprendí una conversación privada entre mis padres. Estaban hablando de mí, sobre mi naturaleza despreocupada y mi poca afición a los estudios. —Con un titubeo, añadió—: Mi madre mencionó que prestaba demasiada atención a las chicas y a la diversión.
—Eso no parece haber cambiado —dijo ella sin ninguna expresión.
Joseph sonrió débilmente, pero desoyó el comentario, acomodando la cabeza y el cuerpo para poderlos acercar a ella aún más; tanto que ____ pudo sentir de hecho el calor que desprendía su piel y el suave aliento de Joseph en las mejillas cuando habló.
—Hablaron seriamente de enviarme lejos —reveló con aspereza—, de enviarme al extranjero... a un colegio de niños en Viena. Mi madre se mostró reacia, pero, ella y yo estábamos muy unidos, así que esto no fue una sorpresa. Mi padre tenía la sensación de que yo carecía del refinamiento de un niño de buena familia y de que un ambiente estricto, pensado para inculcar una buena conducta moral, era lo que necesitaba para corregir mi inclinación a lo que él consideraba un comportamiento irresponsable. Aunque, al final, gracias a la determinación de mi madre y a la adoración que mi padre le profesaba, se me permitió seguir en Gran Bretaña. Por lo que sé, nunca más volvieron a hablar del asunto. Jamás me hablaron de su conversación, y nunca supieron que yo supe que había tenido lugar. —Bajó la voz hasta convertirla en un susurro huraño—. La idea de ser enviado lejos no me sorprendió, la verdad es que ni siquiera me inquietó mucho. Pero lo que cambió mi vida fue la conversación en sí que mantuvieron aquel día, ____, y jamás lo olvidaré. Mi madre, entre lágrimas, dijo: «Siempre pensé que Joseph sería el inteligente». A lo que mi padre respondió: «No es inteligente, es retorcido. Es un niño malcriado que no pasará de ser un calavera de la alta sociedad y que acumulará deudas a las que tendrá que hacer frente Simon. Simon será nuestro orgullo; Joseph, quien arruine nuestra reputación».
____ se sintió invadida por una poderosa oleada de compasión y simpatía que la recorrió de pies a cabeza, mientras consideraba hasta qué punto una conversación, incluso bienintencionada, podía desconsolar a un niño, si este la oía por accidente. No había nadie en el mundo que comprendiera mejor la sensación de no estar a la altura de los ideales establecidos, de ser subestimada y poco valorada.
—Sé lo que es no satisfacer suficientemente las expectativas paternas, Joseph —le dijo ella tranquilizadoramente, en un susurro suave como la seda.
Joseph le clavó la mirada cuando contestó con pasión:
—Lo sé. Usted es la primera persona a la que le he revelado esto, ____, y lo he hecho porque es la única que lo comprendería.
____ se sintió atraída hacia él por esta simple afirmación, dicha con absoluta sinceridad y con una profunda emoción, con una absoluta confianza. Estaba tumbada a su lado, los dos juntos en una pequeña y cálida cama de una casa preciosa a orillas del mar en una tierra encantada, y, en ese momento, para ella, eran las dos únicas personas del planeta.
—Entonces, ¿por qué decidió hacerse ladrón? —preguntó mirándole a los ojos—. ¿No significa eso que ganaron sus padres?
Él le puso la mano sobre el camisón, la palma sobre el pecho, aunque justo debajo del cuello, y por primera vez, la descarada acción no la molestó en absoluto. Se le antojó algo maravillosamente natural.
—Piense en ello, ____ —sugirió él con voz suave y profunda—. Ganamos todos.
Fue en ese momento cuando ella lo comprendió todo. Joseph vivía la vida que se esperaba de él y de su posición, una vida libre de preocupaciones, pero con la estabilidad inherente a un trabajo honrado, mientras que su ingenio y logros increíbles como fantástico ladrón quedaban ocultos bajo la aparente frivolidad y alegría tan habituales de la alta sociedad. Por encima de todo, se había convertido en el hombre que quería ser, con la integridad que sus padres jamás habían alcanzado a vislumbrar.
—Pero ellos llevan muertos años, Joseph —argumentó ella con prudencia—. Nunca le conocieron como el Caballero Negro. Jamás conocerán sus éxitos.
Él volvió a sonreír.
—Lo sabré yo.
____ le devolvió una amplia sonrisa.
—Y Simon.
—Y Simon —convino él.
El silencio creció en torno a ellos, la calma inundó la habitación, ninguno de los dos se movió. Joseph la veía mejor que ella a él, se percató aquel con un leve reconocimiento de la ventaja que esto le daba. Por detrás de él, la luna llena proyectaba su brillo en los vividos ojos de ____, tan llenos de expresividad, en su cara y en el pelo brillante que le caía en ondas sobre los hombros y los pechos. Desde que ella se había metido sigilosamente en la cama, había querido tocarla, rodearla con sus brazos y atraerla hacia él, pero como siempre, dado que sabía cuál sería la reacción de ____, reprimió su deseo. Así que, como era natural, fue una completa sorpresa que ella levantara la mano y le tocara cautelosamente la cara, ahuecándosela en el mentón y acariciándole la mejilla con la palma mientras estudiaba lo que podía distinguir de sus facciones en la penumbra.
Joseph la observó sin decir palabra, paralizado por el temor a que ella se detuviera. Era la primera vez que lo tocaba a propósito, y lo hizo con una ternura que fluía desde ella como un resplandor y que los envolvía a ambos con fuerza, y Joseph no quiso que aquello terminara.
—¿No le apena todo esto ahora, que sus padres no llegaran a saber nunca en qué se ha convertido? —preguntó ____ en un profundo susurro.
—No, la verdad es que no —respondió al fin Joseph, cediendo a la proximidad—. Creo que les habría complacido, si lo hubieran sabido. Me siento contento con la manera en que se ha desarrollado mi vida, y disfruto con lo que hago. Lo único fastidioso del asunto es que es una ocupación muy solitaria. ____, ojalá la tuviera a mi lado para hacerme compañía en cada una de mis empresas.
Al principio ____ no supo cómo tomarse aquello.
Apartó la mano de la cara de Joseph mientras sus ojos se convertían en unos redondos lagos de incertidumbre con un ligero rastro de prudencia. Luego, su boca se dilató en una sonrisa.
—Sería un problema.
—Pero un problema siniestramente divertido —bromeó él.
—Acabaría aburriéndose de mí, Joseph.
Él soltó una risita.
—No puedo imaginarme aburriéndome de usted, ____.
—Esa es una afirmación especialmente extraña viniendo de un caballero conocido por su naturaleza jaranera —le reprochó con ligereza—. Y en algún momento nos pillarían. No podría mentir a mis padres sobre mi paradero en cada ocasión.
—Podría casarse conmigo, y así la llevaría conmigo a todas partes.
Sugirió esto con mucha soltura, en un tono jovial que le sorprendió. Pero a ____ la inquietó. Joseph pudo sentir bajo las yemas de sus dedos que los latidos del corazón de ____ aumentaban sin cesar y oír la respiración nerviosa y superficial que escapaba de sus labios.
La miró fijamente, inseguro. Entonces, ____ se fue poniendo notoriamente seria, y en el lapso de unos segundos la atmósfera entre ellos se convirtió en un estado de acusado estatismo.
—Jamás me casaré con alguien como usted, Joseph —afirmó ella con profunda y afligida convicción—. Es un hombre maravilloso, encantador y creo que muy inteligente. Pero he visto lo que la infidelidad puede hacerle a un matrimonio. Lo he experimentado, y jamás me pondré en situación de... No, si puedo escoger. Si llego a casarme, será con alguien que se entregue a mí, y no creo que alguien que ha estado con tantas mujeres pueda entregarse a una para toda la vida.
Por primera vez en su vida, Joseph sintió el peso abrumador del arrepentimiento y el horripilante atisbo de algo parecido al pánico tomando forma lentamente en la boca de su estómago. Una determinación real y concentrada adornaba los rasgos de ____, y aquello le molestó a Joseph más de lo que creía posible.
—Pero quería casarse con el Caballero Negro —insistió él, aparentando más tranquilidad que la que sentía—. Y los rumores le atribuían múltiples romances.
____ entrecerró los ojos; su boca se transmutó en una línea sombría.
—Era solo eso, Joseph, rumores, lo cual, lamentablemente para mí, ha resultado ser verdad.
Aquello lo irritó un poco.
—Entonces, ¿cuánto es demasiado, ____? ¿Tres? ¿Quince? ¿O es que espera casarse con alguien virgen?
Ella no supo ni remotamente cómo responder a eso, mientras sus conflictos internos afloraban a la vista de Joseph, alumbrando su expresión.
—Creo que la mayoría de las damas son lo bastante afortunadas para casarse con hombres vírgenes —respondió ____ con energía.
Joseph negó lentamente con la cabeza.
—Creo que la mayoría de las mujeres son ingenuas o ignorantes.
Aquello la enfureció, y durante un momento Joseph tuvo la certeza de que ella abandonaría la cama. Pero no lo hizo; ____ le sostuvo la mirada y no pareció advertir que él seguía manteniéndole la palma de la mano en la base de su cuello.
Entonces, la expresión de ____ se relajó, bajó las cejas poco a poco y se rindió.
—Quizá los hombres también lo sean —susurró casi de forma inaudible.
Tal admisión enterneció a Joseph. Sabía lo que ella había querido decir y se percató de inmediato de lo difícil que debía de ser para alguien que jamás había experimentado los placeres de alcoba tener que entenderlo y luego lidiar con todo lo relacionado con ello. Todavía tenía que disfrutar de lo mejor de la cuestión, aunque ya había sido testigo de primera mano de lo más feo del tema: una traición.
—¿Por qué arriesgó su reputación, todo su futuro, para ayudar a su madre, cuando ella ha sido la causa del resentimiento que anida en usted?
____ volvió a abrir los ojos para mirarlo, y sus cejas se juntaron delicadamente en una confusión evidente.
—No vine a Francia por ella, Joseph —confesó en voz baja y sombría—. Me queda muy poco afecto en el corazón hacia una mujer que me ha estado fastidiando durante veintidós años predicándome la virtud y que con tanta presteza condena el comportamiento inmoral de cualquier dama, cuando ella misma ha mentido de la manera más dolorosa imaginable. —Sacudió la cabeza con repugnancia—. No iría ni a Rochester por ella. Pero iría a cualquier rincón del mundo por ahorrarle a mi padre la vergüenza del adulterio de mi madre.
Por fin, todo se aclaró para Joseph. Ya comprendía las motivaciones de ____.
—¿Lo sabe su padre?
—¿Lo del romance?
Él asintió con la cabeza de manera casi imperceptible.
____ se acurrucó más contra la almohada, arrebujándose en la colcha.
—Lo sabe. Él la sigue queriendo, lo cual se me hace inimaginable. —Su expresión se ensombreció—. Quedó desconsolado cuando se enteró de la verdad, Joseph, cuando mi madre admitió que amaba a aquel francés. En toda mi vida había visto a mi padre así. Se le rompió el corazón. Durante mucho tiempo la tensión en casa se hizo insostenible, y es ahora cuando las cosas empiezan a asentarse y a recobrar la normalidad de antaño. Pero su matrimonio nunca volverá a ser el mismo. Ella lo arruinó. Solo confío en que usted sea capaz de conseguir esas cartas antes de que la alta sociedad se entere del desliz de mi madre. No creo que mi padre sobreviviera a la humillación.
Joseph le acarició el cuello con el pulgar, sintiendo los fuertes latidos de su pulso, disfrutando de su calor y suavidad en las yemas de los dedos. El claro de luna arrancaba destellos perlados a la blanca piel de ____ y hacía que su pelo brillara como la plata. Joseph se lo tocó con la mano libre, entrelazándolo entre sus dedos al tiempo que se le desparramaba por el pecho y la sábana.
—Uno no puede predecir los altibajos del amor y el matrimonio, ____. —A ____ no le convenció tal aserto, y Joseph le lanzó una sonrisa tranquilizadora para explicárselo—: Lo que quiero decir es que es imposible saber cómo reaccionará un individuo ante las situaciones de la vida. No se puede juzgar a una persona por su pasado.
____ se puso tensa.
—Mi padre no tenía ningún pasado...
—Que usted sepa —la interrumpió—. Y es probable que su madre, tampoco. Me apuesto lo que sea a que llegó virgen a su noche de bodas, y sin embargo, eso no impidió que fuera infiel.
Aquello la hizo sentir incomoda, y él, por si servía de algo, sintió cierto regusto triunfal.
Entonces, ____ respiró muy hondo, con resolución, y en la oscuridad clavó la mirada en los ojos de Joseph.
—Jamás me casaré con un hombre que posiblemente me haga daño. Compartir la intimidad con diferentes mujeres antes del matrimonio solo haría a un hombre más proclive a darse cuenta de lo que pierde cuando la luna de miel se haya acabado.
—Eso no lo sabe —argumentó él con seriedad.
—No se trata de que sepa si es verdad o no, Joseph, sino de que, sencillamente, no correré el riesgo —contestó con renovada convicción—. No me casaré con un hombre que no me ame como mi padre ama a mi madre. Él sabe cuál es su color preferido, su vino favorito, sus flores predilectas... Puede encargarle la comida hasta el último detalle, porque sabe exactamente lo que le gusta a ella. Conoce sus estados de ánimo, sus alegrías y sus temores, y la adora por las cosas buenas que tiene y a pesar de las malas.
Inclinándose hacia él, ____ agarró con firmeza la almohada con una excitación luminosa que ya no podía contener.
—Quiero que el amor sea divertido, excitante y nuevo; algo compartido... un secreto romántico entre los dos. Quiero que mi marido sepa que odio bordar y montar a caballo y el chismorreo entre las damas; que adoro el chocolate y los días lluviosos y oscuros, y las comedias de Shakespeare, y la emoción y el brillo de la ciudad por la noche; que mi color favorito es el azul oscuro brillante; que siempre he querido ir a la ópera a Milán y que sueño con ir algún día a la China.
El entusiasmo desapareció de su cara como por ensalmo mientras negaba con la cabeza con pequeños movimientos de desdén.
—Geoffrey Blythe no sabe esas cosas sobre mí. Sabe que soy de buena familia y que poseo una dote decente, la cual serviría probablemente para pagar cualquier futura deuda que contrajera, si es que no la perdía antes. La cosa es aún peor, pues nunca se ha preocupado por saber cuáles son mis intereses ni mis deseos. Lo único que le importa, así como a todos los demás caballeros que me visitan, es que soy de buena cuna y que pariré unos hijos sanos. Sin embargo, mi madre me casaría con cualquiera de ellos mañana mismo. Si no me quieren por lo que soy, ¿qué es lo que impedirá que cualquiera de ellos acabe aburriéndose de mí y del lecho conyugal y se vaya a otro? Mi madre no sabe que a mi padre le encanta el otoño en el campo, que adora dar largos paseos por el bosque y que lee poesía cuando está preocupado. Ella no lo ama, y yo no me casaré por menos de eso.
La pasión de ____ lo embelesó; su dulzura lo estremeció. Joseph no consiguió que le saliera la voz tras semejante revelación de penas y añoranzas e incluso de ira ante las indignidades de la vida. La miró fijamente a los ojos grandes y hermosos, sintió su calor junto a él y de nuevo lo acuciaron las ansias de cogerla entre sus brazos y consolarla completamente.
Comprendió las razones que anidaban tras las conclusiones de ____, y sin embargo, quiso zarandearla hasta que creyera en él, en la sinceridad de su pasado, en la naturaleza de sus deseos y en las añoranzas de su corazón. Pero en ese preciso instante, más que cualquier otra cosa que hubiera podido desear nunca, lo que quería es que ____ confiara en él.
Por instinto más que por cálculo, Joseph empezó a acariciarle descaradamente el cuello con movimientos suaves y tenues. ____ no reaccionó en apariencia al gesto y se limitó a seguir mirándolo fijamente con una calma calculada. Él sabía que ____ estaba pensando en lo que le acababa de decir, intentando calcular su reacción y esperando que él le respondiera.
—¿Sabe —susurró él con mucha lentitud, sin apartar los ojos de ella ni un instante— con qué desesperación deseo hacerle el amor? No a su cuerpo, ____, sino a usted. ¿Sabe lo difícil que resulta aguardar algo tan maravilloso?
La determinación de ella flaqueó al oír esas palabras, o quizá fuera solo la confianza en sí misma, y sus ojos traicionaron el primer rayo auténtico de duda, de emociones desatadas y de voluntad confundida.
Y a causa de esa pequeña duda por parte de ____, que Joseph interpretó como una respuesta positiva, y a causa del ímpetu de su propia necesidad salvaje, cogió los lazos con los dedos y tiró de ellos dulcemente hasta que se soltaron, abriendo la parte superior del camisón de ____.
La respiración de ella se hizo superficial, pero se sintió cautivada... por el atrevimiento de Joseph, por sus propias ansias interiores que, con el transcurso de los días, cada vez se le hacían más difíciles de contener.
Con una reverencia cargada de prudencia, unida a un nerviosismo totalmente desconocido para él, Joseph colocó la palma de la mano directamente sobre la piel entre los pechos de ____, tardando solo unos segundos en regocijarse de la cálida suavidad que sentía bajo la mano y los dedos. Entonces, antes de que ella pudiera protestar o moverse, deslizó la mano hacia un lado y le cubrió por completo el pecho desnudo.
____ tomó aire con fuerza al sentir el contacto, pero aparte de eso permaneció inmóvil, concentrada y con la mirada fundida en la de Joseph; no por miedo, sino con una sensación creciente de asombro.
Al final, ____ tragó saliva con dificultad, con los ojos brillantes por las lágrimas antes de cerrarlos definitivamente, y con serenidad, agarró la muñeca de Joseph y se la sacó de debajo del camisón. Pero lo mejor de todo fue que ella no le soltó. Se aferró a su brazo y lo sostuvo con fuerza contra su pecho, entre los senos, como si fuera un objeto valioso que ella no quisiera perder.
Joseph permaneció inmóvil a su lado, observándola durante un rato largo mientras ____ sucumbía al sueño, sintiendo el rítmico pulso de su corazón contra la mano.
¡Hola chicas! Y ¡Bienvenida Stefany! (:
Gracias a todas por leer la novela y por sus comentarios.
Jb_fanvanu, respondiendo a tu pregunta, no, no han tenido relaciones sexuales, bueno, al menos no completamente. Solo fue un poco de intimidad.
Espero haber aclarado tu duda (:
Más tarde subo otro capítulo.
:hi:
Natuu!!
Natuu!
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
awww que lindo el discurdo de la rayiz
Aunque esta feo lo de su mama :(
Y la historia de Joe me hizo llorar
Deberia de creer la rayiz en Joe
Siguela!!!
Aunque esta feo lo de su mama :(
Y la historia de Joe me hizo llorar
Deberia de creer la rayiz en Joe
Siguela!!!
aranzhitha
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Oh por dios que dulces, me encantan.
SIGUELA
SIGUELA
Creadora
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
ai tan lindo joe le conto sus problemas de la niñes
y luego ella tambien le cuenta sus problemas, el cap
fue muy tierno porfavor natu tienes qe subir mas
y luego ella tambien le cuenta sus problemas, el cap
fue muy tierno porfavor natu tienes qe subir mas
Nani Jonas
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Awwwwn!!
Cada vez los amo más a estos dos!!
y rayis..confía en él..él te quiere :3
Gracias por el cap Natu!! espero la sigas pronto :)
Cada vez los amo más a estos dos!!
y rayis..confía en él..él te quiere :3
Gracias por el cap Natu!! espero la sigas pronto :)
helado00
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