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"Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Página 2 de 10. • 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
hola! Nueva lectora
Me encanta!!
Joseph es tan lindo :arre:
SIguela!!!
Me encanta!!
Joseph es tan lindo :arre:
SIguela!!!
aranzhitha
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Me gusta el rumbo que tom la nove :D
SIGUELAAAAAAA
SIGUELAAAAAAA
Dayi_JonasLove!*
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Capítulo 2/2
____ bajó la vista a su regazo, agarrando el trapo con su mano palpitante, mientras que con la otra se puso a juguetear atentamente con la tela de su vestido. Sabía que él había movido su mirada para observarla, pero sencillamente no pudo mirarlo, tan absorta como estaba en la calidad de la delicada muselina color albaricoque.
—Le pido disculpas por esto —masculló al fin Joseph.
____ se encogió de hombros, pero no dijo nada.
—____, míreme.
Ella alzó la mirada para mirarle a los ojos, y le costó Dios y ayuda mantener la expresión neutral.
—No hay ningún problema. Lo que haga en su casa es asunto suyo, señor.
—Deje de ser tan formal —le ordenó, enfadado de repente.
Ella ignoró su arrebato y volvió a concentrarse en su vestido.
—Solo me preguntó por qué diantres estaba ella aquí esta mañana, cuando se deshizo de ella anoche.
____ no se esperaba que él se echara a reír, y lo repentino de la reacción le hizo levantar la vista bruscamente. Jonas la miró de hito en hito con una amplia sonrisa en la boca, y se inclinó hasta quedar muy cerca de la cara de ____.
—¿Confiaba en que la estuviera esperando, mi amorcito?
La pregunta la alarmó, y a todas luces no supo cómo contestarle. Aunque no podía dejarlo plantado porque coqueteara con ella, dado que estaba en juego algo más importante. Eso es lo que tenía que recordar. Estaba allí con un propósito y tenía que volver al motivo de su intempestiva visita.
Manteniendo una expresión de absoluta indiferencia, ____ susurró:
—Yo no soy su amorcito.
Joseph entrecerró los ojos entre divertido y malicioso.
—Todavía no.
____ tuvo un escalofrío. Su corazón empezó a latir furiosamente de repente, pero, para su absoluta frustración, no encontró fuerzas para moverse. Estaba sentado tan cerca de ella que ____ podía sentir el calor de su cuerpo, podía ver cada veta dorada de sus ojos intensamente ambarinos, podía percibir el aroma almizcleño del sándalo y la voluptuosa masculinidad.
—No seré la querida de nadie —le aseguró ella con cierto tono de desafío.
—Tiene un pelo precioso, ____ —susurró él con aire seductor, levantando la mano para rozarle las puntas con los dedos—. Ni muy rojo, ni muy rubio y tan abundante y sinuoso como su...
—¿Cree que podría tomar más café? —soltó ____, poniéndose fuera de su alcance con una sacudida, consciente, no sin irritación, de que Jonas inferiría que la pregunta no era más que una simple evasiva, puesto que solo había tomado cuatro o cinco sorbos.
Él no se movió durante un instante. Y finalmente, con un exagerado suspiro de derrota, se levantó con las dos tazas en la mano y volvió a la encimera.
—Bueno, volvamos al motivo de su visita.
Esa era la razón de que aquel hombre tuviera semejante reputación, caviló ____. Podía, si así lo decidía, seducir a una dama con unas cuantas palabras y una sonrisa, y entonces, reducía la intensidad como si tal cosa y llevaba la conversación hacia algo trivial en un abrir y cerrar de ojos. Dada su inclinación natural al flirteo, ____ necesitaría una dosis extraordinaria de cautela si Joseph Jonas andaba cerca. Si lo consideraba con total franqueza, la atracción que sentía hacia él era notablemente poderosa, y la dejaba estupefacta incluso a ella, porque siempre había sido una chica de una acusada sensibilidad. Y sabía en lo más profundo de su alma que aquel hombre le rompería el corazón sin ninguna dificultad y difundiría la noticia de su conquista sin el menor rastro de otra emoción que no fuera la indiferencia. Y ella jamás podría permitir que eso sucediera.
Deseosa de avanzar y de volver a casa, a la seguridad de su dormitorio, ____ mostró su conformidad con un movimiento de su sensata cabecita.
—Sí, por supuesto. El motivo de mi visita. —Y con todo el valor del que pudo hacer acopio, dijo—: Necesito que me ayude a encontrar al Caballero Negro.
Joseph se volvió bruscamente hacia ella y se la quedó mirando de una manera rara.
—¿Al Caballero Negro?
____ se enderezó.
—Sí, al Caballero Negro.
Volviendo a la mesa lentamente para sentarse de nuevo, Jonas le puso la taza delante.
—¿Qué le hace pensar que sé dónde está?
____ se sintió ligeramente desconcertada. Había esperado que el hombre se sorprendiera o que mostrara su incredulidad, pero, por el contrario, solo parecía sentir una ligera curiosidad.
—Vivian me dijo que usted lo conocía personalmente. Como es natural, no la creí...
—Le conozco —admitió él.
Los ojos de de ____ centellearon de excitación.
—¿Sí? ¿De verdad conoce a ese hombre?
—¿Qué es exactamente lo que quiere de él, ____? —preguntó Jonas con prudencia.
____ hizo una pausa para beber ya a grandes tragos su café casi abrasador, pensando con denuedo. Se dio cuenta de que tenía que desvelar por lo menos algunos de sus deseos, aun a riesgo de que Jonas la echara de su casa entre carcajadas por estar completamente desequilibrada.
____ se humedeció los labios y se irguió completamente en la silla.
—Tengo intención de casarme con él.
Después de un instante eterno de mirarla sin comprender, Jonas se recostó en su silla y estiró las piernas por delante de él.
—¿Y qué le hace pensar que él querrá casarse con usted?
Ella jamás habría esperado aquella salida. La estupefacción la sumió en un silencio dócil, lo cual, a su vez, provocó la sonrisa cómplice y diabólica de Joseph.
—Es usted innegablemente encantadora, ____, aunque, por alguna razón, ha de existir algo más que la atracción para casarse, ¿no lo cree usted así? —Jonas bajó la voz—. Quizá él solo quiera que le caliente la cama. ¿Está preparada para conformarse solo con eso?
____ sintió que se volvía a ruborizar.
—Ya le dije que no seré la querida de nadie, pero la verdad es que eso no es asunto suyo. Solo quiero que me ayude a encontrarlo.
—Mmm...
—¿Qué significa eso?
—Nada.
Ella lanzó un suspiro.
—¿Me llevará hasta él?
Joseph la observó fijamente con aire pensativo.
—Por favor —suplicó ella.
Finalmente, él se inclinó hacia delante sobre la mesa, colocó los brazos en la superficie de madera y se quedó mirando de hito en hito su taza de café mientras le daba vueltas entre las manos.
—¿Qué piensa hacer con relación a nosotros?
Debía reconocer que tenía una idea bastante aproximada acerca de lo que Jonas quería decir con eso, pero, al final, decidió hacerse la tonta.
—¿Acerca de nosotros?
Jonas frunció los labios, pero no apartó la mirada de la taza.
—Acerca de usted y de mí, ____. Ambos nos sentimos poderosamente atraídos el uno por el otro, y no sé si podríamos estar juntos todos los días sin que surgiera el mutuo deseo físico.
Ante lo descarado de tales consideraciones, el corazón de ____ empezó de pronto a latir con furia, y a ella no le cupo ninguna duda de que Joseph podía oír cómo le golpeaba en el pecho. Recobrando la compostura, susurró:
—Eso es absurdo.
Jonas la miró por fin, levantando una ceja burlonamente.
—Estoy bastante seguro de que ha pensado en ello, así que, ¿no cree que debería ser un poco más honrada con sus sentimientos?
____ no se podía creer que él estuviera hablando con tanta intimidad de los dos, como si su relación fuera más allá de un mero y superficial conocimiento, y lo único que pudo discurrir para tomar el control de la situación fue ignorar sencillamente lo que él había dicho.
—Necesito que me ayude a localizar al Caballero Negro —insistió—, y eso es lo único que quiero de usted, señor. Aparte de eso, no hay nada entre nosotros.
Con parsimonia, con aire meditabundo, Jonas empezó a trazar círculos con el dedo índice alrededor del borde de su taza.
—Creo que usted me quiere por muchas cosas, amorcito, y para entender algunas de las ellas opino que tal vez sea demasiado inocente.
____ se levantó con rigidez.
—Ni soy ahora, ni nunca seré, su amorcito. —Y haciendo una inspiración muy profunda, preguntó con sorprendente desenvoltura—: ¿Me ayudará o no me ayudará a encontrar al Caballero Negro?
—La ayudaré.
La rapidez de su respuesta la dejó perpleja.
Jonas se levantó con rapidez y se detuvo al lado de ____ con una expresión de total naturalidad.
—Embarco hacia Marsella el viernes, ____, y estaré encantado de que venga conmigo con una condición.
Ella adoptó un aire reflexivo durante un instante, preparándose para la discusión.
—¿Y de que se trata?
—Que haga exactamente todo lo que yo diga. Que siga todas las instrucciones que le dé, que sea discreta y que bajo ningún concepto cuestione mi autoridad. ¿Entendido?
Ella cruzó los brazos a la altura del pecho.
—Eso es más que una condición.
—O lo toma o lo deja —replicó él, cruzando también los brazos sobre el pecho.
—¿Y el Caballero Negro está en Marsella?
—Estará cuando lleguemos allí.
—¿Sabe usted eso?
—Sí.
—¿Y nos presentará?
—Sí.
—¿Y cómo se llama? —preguntó ____ en un repentino arrebato de excitación.
Jonas guardó silencio durante uno o dos segundos y arrugó el entrecejo de manera casi imperceptible.
—Creo que sería mejor que primero hablara con él, antes de divulgar nada sobre su persona.
A ____ se le cayó el alma a los pies. Pues claro que así tendría que ser, pero eso era todo lo que tenía.
—Acepto sus condiciones, señor...
—También debe empezar a llamarme Joseph.
—Bueno —concedió ella de manera insulsa—. ¿Algo más?
Él se encogió de hombros.
—¿Y qué hay de sus padres?
____ quitó importancia al tema con un gesto de la mano.
—Se marchan a Italia dentro de dos días a pasar allí la temporada, comprar obras de arte y tomar baños de sol. —Alargó la mano para coger la capa—. Jamás sabrán nada.
—Permítame.
La repentina caballerosidad de Joseph la sorprendió, mientras él le quitaba la capa de la mano ilesa y se la echaba sobre los hombros. Haciéndola girar para ponerse frente a él, empezó a abotonársela.
—¿Por qué le intriga tanto ese hombre, ____? —preguntó él pensativamente.
____ consideró durante un instante hasta dónde responder aquella pregunta tan directa.
—Porque es libre —confesó al fin. Y dedicándole una leve sonrisa ante su cara de perplejidad, explicó—: Lo único que quiero decir es que no está constreñido por las convenciones sociales. Es fascinante, viaja y... vive para la aventura. —Se inclinó aún más hacia él con los ojos brillantes y bajó la voz hasta convertirla casi en un susurro—: Sé qué parece un poco extraño, pero creo que él también me está buscando.
Joseph titubeó, observándola con tanta intensidad que pareció que sus ojos taladraran los de ella. Luego, levantó la palma de la mano hasta el cuello de ____ y empezó a bajarle lentamente la yema del pulgar por la mejilla hasta llegar al cuello de lana, deteniéndolo finalmente sobre el retumbante pulso de debajo del mentón. El desasosiego de ____ retornó en pocos segundos con toda su fuerza mientras permanecía tan cerca de él, mirándose mutuamente a los ojos, que sus cuerpos casi se tocaban.
Pero fue Joseph el primero en romper el hechizo. Dejó caer la mano con rapidez y volvió su atención a la mesa, colocándolo todo en la bandeja para volver a llevarlo a la encimera.
—No me cabe duda de que habrá oído que ese hombre es un empedernido donjuán —afirmó Jonas con brusquedad.
—Estoy segura de que hay mucha exageración en todo eso —replicó ella.
Joseph esbozó una sonrisa de suficiencia, pero no dijo nada más, mientras colocaba las tazas vacías en la fregadera.
—¿Y lo es?—le pinchó ella.
—¿Si es qué?
____ soltó un suspiro de exasperación.
—Un donjuán.
—Estoy seguro de que hay mucha exageración en eso.
Aquello le hizo soltar una carcajada.
—¿Qué es lo que le hace tanta gracia ahora? —preguntó él, divertido, volviéndose de nuevo para mirarla.
Ella negó con la cabeza.
—Desde que usted y yo nos conocemos, señor, no hemos tenido más que conversaciones absurdas.
— Joseph.
____ se rindió.
— Joseph.
Este le lanzó una sonrisa llena de encanto y avanzó hacia ella.
—Eso se debe a que es usted la mujer más rara que jamás he conocido, ____ Haislett.
—Y debe de haber conocido muchas, de eso estoy segura —insistió ella sin pensar.
La sonrisa de Joseph se hizo más amplia cuando se detuvo justo delante de ella, acorralándola y atrapándola contra la mesa al colocar los brazos a ambos lados de su cintura para apoyar las palmas sobre la superficie de madera.
—Estoy seguro de que hay mucha exageración en eso —le susurró él con voz ronca.
____ tragó con dificultad, y en un susurró le respondió:
—Vivian me dijo que tiene una reputación de calavera bien merecida.
—Vivian miente.
____ se estiró tanto para evitar tocarlo que a punto estuvo de tumbarse sobre la mesa.
—¿Sabe lo que más me gusta de usted, ____?
Podía sentir cómo el calor del cuerpo de Jonas le penetraba la ropa, podía percibir la dureza de su pecho desnudo junto al suyo y la fuerza de los brazos que la rodeaban y, sin embargo, fue incapaz de apartar la mirada.
—Es evidente que no lo sé.
Sin previo aviso, se inclinó sobre ella y le rozó la boca con la suya, moviéndola de un lado a otro, una, dos veces, dulcemente. De manera instintiva y ya sin resuello, ____ cerró los ojos y sucumbió a aquel tacto, mientras Jonas le deslizaba los labios por la mejilla colorada.
—Me gusta como besa.
____ abrió los ojos con fuerza.
—Y desde aquella primera vez —le susurró él al oído—, no he dejado de soñar con volver a hacerlo.
____ estaba al borde del desmayo. Las más de las veces lo único que pedía en sus oraciones era que él olvidara por completo el beso que habían compartido hacía años en aquel baile de disfraces o que al menos fuera lo bastante caballero
para no sacarlo jamás a colación. Qué noche tan espantosa aquella del jardín; cómo deseaba que no hubiera sucedido jamás.
—Tengo que irme —dijo ____ con voz temblorosa, haciendo presión con la mano sana entre los pechos en contacto de ambos.
Indiferente a la incomodidad de ____, Joseph se fue echando hacia atrás poco a poco.
—Primero déjeme ver el corte.
____ se apartó rápidamente de él, se quitó el trapo y levantó la palma de la mano para exponerla a la vista de Jonas.
—Está bien —dijo ella alegremente—. ¿A qué hora debemos encontrarnos el viernes?
—Venga aquí.
Ella negó con la cabeza.
—No voy a violarla, ____, solo quiero verle la mano.
Antes de que ella pudiera contestar, Joseph se acercó dos pasos, alargó la mano para cogerla, y la atrajo hacia él.
Con la palma herida de ____ en su mano, la examinó con atención.
—Debería cerrar sin dejar cicatriz, pero le dolerá bastante. Yo la mantendría limpia y tapada durante dos o tres días.
Ella asintió con la cabeza y se zafó.
—Siento que haya ocurrido esto —dijo ____.
Joseph frunció el ceño.
—Podría haber muerto ahí dentro. Debería ser yo quien lo sintiera.
—Se me hace difícil imaginar que un pequeño corte como este hubiera acabado conmigo, señor.
Él se pasó los dedos por el pelo negro y abundante, se puso las manos en las caderas y la miró fijamente a los ojos.
—Varios de los cuchillos que cuelgan de mi pared proceden de países de los que usted probablemente no ha oído ni siquiera hablar, ____, y algunos de ellos estuvieron en su día cubiertos de venenos que no siempre desaparecen con un simple lavado. Esas armas fueron fabricadas con la intención de causar la muerte mediante un simple rasguño en la piel. Casi me caigo del susto cuando vi la herida de su mano, porque jamás querría tener que explicarle a su dominante madre cómo exactamente encontró usted la muerte en mi casa a las seis de la mañana.
____ se cubrió la boca con el dorso de la mano para reprimir una sonrisita tonta.
—La mayoría de las damas bien educadas se habrían desmayado al oír tales explicaciones —dijo él con asombro.
Ella sonrió maliciosamente.
—No es la idea de la muerte... sino la de ser descubierta. —Y con los ojos brillantes, se irguió para susurrarle—: Mi madre también es mi mayor temor.
Él le dedicó una amplia y encantadora sonrisa.
—Le mandaré recado sobre lo del viernes...
—Por Amy, mi doncella —le interrumpió ella—. Lleva dos años ayudándome a planear esta aventura.
Jonas enarcó las cejas.
—¿Dos años?
____ se calló de golpe. Su entusiasmo se estaba desbordando, y tenía que controlarlo.
—Bueno, quiero decir que hemos estado planeando qué decirle a los sirvientes y a los amigos, para que nadie se extrañe de mi ausencia. En cuanto mis padres salgan para el continente, seré totalmente libre.
—¡Ah...! Bueno. —Joseph se rascó la barba de un día—. En ese caso, le enviaré recado pasado mañana por Amy. Tendremos que viajar con poco equipaje, así que no cuente con llevar... demasiadas cosas.
—Gracias —susurró ella, tocándole el brazo con las yemas de los dedos—. Esto lo representa todo para mí.
Se dio la vuelta y se dirigió a la entrada. Deteniéndose ante la puerta, echó un vistazo más hacia Jonas y le obsequió con una sonrisa maravillosa.
—El café estaba delicioso —dijo con dulzura.
Y con un gesto de la mano a modo de despedida, se marchó.
Aquí esta la última parte del capítulo número 2.
¡Bienvenida aranzhitha! Gracias por leer la novela (:
Más tarde subo el tercer capítulo.
Natuu♥!!
—Le pido disculpas por esto —masculló al fin Joseph.
____ se encogió de hombros, pero no dijo nada.
—____, míreme.
Ella alzó la mirada para mirarle a los ojos, y le costó Dios y ayuda mantener la expresión neutral.
—No hay ningún problema. Lo que haga en su casa es asunto suyo, señor.
—Deje de ser tan formal —le ordenó, enfadado de repente.
Ella ignoró su arrebato y volvió a concentrarse en su vestido.
—Solo me preguntó por qué diantres estaba ella aquí esta mañana, cuando se deshizo de ella anoche.
____ no se esperaba que él se echara a reír, y lo repentino de la reacción le hizo levantar la vista bruscamente. Jonas la miró de hito en hito con una amplia sonrisa en la boca, y se inclinó hasta quedar muy cerca de la cara de ____.
—¿Confiaba en que la estuviera esperando, mi amorcito?
La pregunta la alarmó, y a todas luces no supo cómo contestarle. Aunque no podía dejarlo plantado porque coqueteara con ella, dado que estaba en juego algo más importante. Eso es lo que tenía que recordar. Estaba allí con un propósito y tenía que volver al motivo de su intempestiva visita.
Manteniendo una expresión de absoluta indiferencia, ____ susurró:
—Yo no soy su amorcito.
Joseph entrecerró los ojos entre divertido y malicioso.
—Todavía no.
____ tuvo un escalofrío. Su corazón empezó a latir furiosamente de repente, pero, para su absoluta frustración, no encontró fuerzas para moverse. Estaba sentado tan cerca de ella que ____ podía sentir el calor de su cuerpo, podía ver cada veta dorada de sus ojos intensamente ambarinos, podía percibir el aroma almizcleño del sándalo y la voluptuosa masculinidad.
—No seré la querida de nadie —le aseguró ella con cierto tono de desafío.
—Tiene un pelo precioso, ____ —susurró él con aire seductor, levantando la mano para rozarle las puntas con los dedos—. Ni muy rojo, ni muy rubio y tan abundante y sinuoso como su...
—¿Cree que podría tomar más café? —soltó ____, poniéndose fuera de su alcance con una sacudida, consciente, no sin irritación, de que Jonas inferiría que la pregunta no era más que una simple evasiva, puesto que solo había tomado cuatro o cinco sorbos.
Él no se movió durante un instante. Y finalmente, con un exagerado suspiro de derrota, se levantó con las dos tazas en la mano y volvió a la encimera.
—Bueno, volvamos al motivo de su visita.
Esa era la razón de que aquel hombre tuviera semejante reputación, caviló ____. Podía, si así lo decidía, seducir a una dama con unas cuantas palabras y una sonrisa, y entonces, reducía la intensidad como si tal cosa y llevaba la conversación hacia algo trivial en un abrir y cerrar de ojos. Dada su inclinación natural al flirteo, ____ necesitaría una dosis extraordinaria de cautela si Joseph Jonas andaba cerca. Si lo consideraba con total franqueza, la atracción que sentía hacia él era notablemente poderosa, y la dejaba estupefacta incluso a ella, porque siempre había sido una chica de una acusada sensibilidad. Y sabía en lo más profundo de su alma que aquel hombre le rompería el corazón sin ninguna dificultad y difundiría la noticia de su conquista sin el menor rastro de otra emoción que no fuera la indiferencia. Y ella jamás podría permitir que eso sucediera.
Deseosa de avanzar y de volver a casa, a la seguridad de su dormitorio, ____ mostró su conformidad con un movimiento de su sensata cabecita.
—Sí, por supuesto. El motivo de mi visita. —Y con todo el valor del que pudo hacer acopio, dijo—: Necesito que me ayude a encontrar al Caballero Negro.
Joseph se volvió bruscamente hacia ella y se la quedó mirando de una manera rara.
—¿Al Caballero Negro?
____ se enderezó.
—Sí, al Caballero Negro.
Volviendo a la mesa lentamente para sentarse de nuevo, Jonas le puso la taza delante.
—¿Qué le hace pensar que sé dónde está?
____ se sintió ligeramente desconcertada. Había esperado que el hombre se sorprendiera o que mostrara su incredulidad, pero, por el contrario, solo parecía sentir una ligera curiosidad.
—Vivian me dijo que usted lo conocía personalmente. Como es natural, no la creí...
—Le conozco —admitió él.
Los ojos de de ____ centellearon de excitación.
—¿Sí? ¿De verdad conoce a ese hombre?
—¿Qué es exactamente lo que quiere de él, ____? —preguntó Jonas con prudencia.
____ hizo una pausa para beber ya a grandes tragos su café casi abrasador, pensando con denuedo. Se dio cuenta de que tenía que desvelar por lo menos algunos de sus deseos, aun a riesgo de que Jonas la echara de su casa entre carcajadas por estar completamente desequilibrada.
____ se humedeció los labios y se irguió completamente en la silla.
—Tengo intención de casarme con él.
Después de un instante eterno de mirarla sin comprender, Jonas se recostó en su silla y estiró las piernas por delante de él.
—¿Y qué le hace pensar que él querrá casarse con usted?
Ella jamás habría esperado aquella salida. La estupefacción la sumió en un silencio dócil, lo cual, a su vez, provocó la sonrisa cómplice y diabólica de Joseph.
—Es usted innegablemente encantadora, ____, aunque, por alguna razón, ha de existir algo más que la atracción para casarse, ¿no lo cree usted así? —Jonas bajó la voz—. Quizá él solo quiera que le caliente la cama. ¿Está preparada para conformarse solo con eso?
____ sintió que se volvía a ruborizar.
—Ya le dije que no seré la querida de nadie, pero la verdad es que eso no es asunto suyo. Solo quiero que me ayude a encontrarlo.
—Mmm...
—¿Qué significa eso?
—Nada.
Ella lanzó un suspiro.
—¿Me llevará hasta él?
Joseph la observó fijamente con aire pensativo.
—Por favor —suplicó ella.
Finalmente, él se inclinó hacia delante sobre la mesa, colocó los brazos en la superficie de madera y se quedó mirando de hito en hito su taza de café mientras le daba vueltas entre las manos.
—¿Qué piensa hacer con relación a nosotros?
Debía reconocer que tenía una idea bastante aproximada acerca de lo que Jonas quería decir con eso, pero, al final, decidió hacerse la tonta.
—¿Acerca de nosotros?
Jonas frunció los labios, pero no apartó la mirada de la taza.
—Acerca de usted y de mí, ____. Ambos nos sentimos poderosamente atraídos el uno por el otro, y no sé si podríamos estar juntos todos los días sin que surgiera el mutuo deseo físico.
Ante lo descarado de tales consideraciones, el corazón de ____ empezó de pronto a latir con furia, y a ella no le cupo ninguna duda de que Joseph podía oír cómo le golpeaba en el pecho. Recobrando la compostura, susurró:
—Eso es absurdo.
Jonas la miró por fin, levantando una ceja burlonamente.
—Estoy bastante seguro de que ha pensado en ello, así que, ¿no cree que debería ser un poco más honrada con sus sentimientos?
____ no se podía creer que él estuviera hablando con tanta intimidad de los dos, como si su relación fuera más allá de un mero y superficial conocimiento, y lo único que pudo discurrir para tomar el control de la situación fue ignorar sencillamente lo que él había dicho.
—Necesito que me ayude a localizar al Caballero Negro —insistió—, y eso es lo único que quiero de usted, señor. Aparte de eso, no hay nada entre nosotros.
Con parsimonia, con aire meditabundo, Jonas empezó a trazar círculos con el dedo índice alrededor del borde de su taza.
—Creo que usted me quiere por muchas cosas, amorcito, y para entender algunas de las ellas opino que tal vez sea demasiado inocente.
____ se levantó con rigidez.
—Ni soy ahora, ni nunca seré, su amorcito. —Y haciendo una inspiración muy profunda, preguntó con sorprendente desenvoltura—: ¿Me ayudará o no me ayudará a encontrar al Caballero Negro?
—La ayudaré.
La rapidez de su respuesta la dejó perpleja.
Jonas se levantó con rapidez y se detuvo al lado de ____ con una expresión de total naturalidad.
—Embarco hacia Marsella el viernes, ____, y estaré encantado de que venga conmigo con una condición.
Ella adoptó un aire reflexivo durante un instante, preparándose para la discusión.
—¿Y de que se trata?
—Que haga exactamente todo lo que yo diga. Que siga todas las instrucciones que le dé, que sea discreta y que bajo ningún concepto cuestione mi autoridad. ¿Entendido?
Ella cruzó los brazos a la altura del pecho.
—Eso es más que una condición.
—O lo toma o lo deja —replicó él, cruzando también los brazos sobre el pecho.
—¿Y el Caballero Negro está en Marsella?
—Estará cuando lleguemos allí.
—¿Sabe usted eso?
—Sí.
—¿Y nos presentará?
—Sí.
—¿Y cómo se llama? —preguntó ____ en un repentino arrebato de excitación.
Jonas guardó silencio durante uno o dos segundos y arrugó el entrecejo de manera casi imperceptible.
—Creo que sería mejor que primero hablara con él, antes de divulgar nada sobre su persona.
A ____ se le cayó el alma a los pies. Pues claro que así tendría que ser, pero eso era todo lo que tenía.
—Acepto sus condiciones, señor...
—También debe empezar a llamarme Joseph.
—Bueno —concedió ella de manera insulsa—. ¿Algo más?
Él se encogió de hombros.
—¿Y qué hay de sus padres?
____ quitó importancia al tema con un gesto de la mano.
—Se marchan a Italia dentro de dos días a pasar allí la temporada, comprar obras de arte y tomar baños de sol. —Alargó la mano para coger la capa—. Jamás sabrán nada.
—Permítame.
La repentina caballerosidad de Joseph la sorprendió, mientras él le quitaba la capa de la mano ilesa y se la echaba sobre los hombros. Haciéndola girar para ponerse frente a él, empezó a abotonársela.
—¿Por qué le intriga tanto ese hombre, ____? —preguntó él pensativamente.
____ consideró durante un instante hasta dónde responder aquella pregunta tan directa.
—Porque es libre —confesó al fin. Y dedicándole una leve sonrisa ante su cara de perplejidad, explicó—: Lo único que quiero decir es que no está constreñido por las convenciones sociales. Es fascinante, viaja y... vive para la aventura. —Se inclinó aún más hacia él con los ojos brillantes y bajó la voz hasta convertirla casi en un susurro—: Sé qué parece un poco extraño, pero creo que él también me está buscando.
Joseph titubeó, observándola con tanta intensidad que pareció que sus ojos taladraran los de ella. Luego, levantó la palma de la mano hasta el cuello de ____ y empezó a bajarle lentamente la yema del pulgar por la mejilla hasta llegar al cuello de lana, deteniéndolo finalmente sobre el retumbante pulso de debajo del mentón. El desasosiego de ____ retornó en pocos segundos con toda su fuerza mientras permanecía tan cerca de él, mirándose mutuamente a los ojos, que sus cuerpos casi se tocaban.
Pero fue Joseph el primero en romper el hechizo. Dejó caer la mano con rapidez y volvió su atención a la mesa, colocándolo todo en la bandeja para volver a llevarlo a la encimera.
—No me cabe duda de que habrá oído que ese hombre es un empedernido donjuán —afirmó Jonas con brusquedad.
—Estoy segura de que hay mucha exageración en todo eso —replicó ella.
Joseph esbozó una sonrisa de suficiencia, pero no dijo nada más, mientras colocaba las tazas vacías en la fregadera.
—¿Y lo es?—le pinchó ella.
—¿Si es qué?
____ soltó un suspiro de exasperación.
—Un donjuán.
—Estoy seguro de que hay mucha exageración en eso.
Aquello le hizo soltar una carcajada.
—¿Qué es lo que le hace tanta gracia ahora? —preguntó él, divertido, volviéndose de nuevo para mirarla.
Ella negó con la cabeza.
—Desde que usted y yo nos conocemos, señor, no hemos tenido más que conversaciones absurdas.
— Joseph.
____ se rindió.
— Joseph.
Este le lanzó una sonrisa llena de encanto y avanzó hacia ella.
—Eso se debe a que es usted la mujer más rara que jamás he conocido, ____ Haislett.
—Y debe de haber conocido muchas, de eso estoy segura —insistió ella sin pensar.
La sonrisa de Joseph se hizo más amplia cuando se detuvo justo delante de ella, acorralándola y atrapándola contra la mesa al colocar los brazos a ambos lados de su cintura para apoyar las palmas sobre la superficie de madera.
—Estoy seguro de que hay mucha exageración en eso —le susurró él con voz ronca.
____ tragó con dificultad, y en un susurró le respondió:
—Vivian me dijo que tiene una reputación de calavera bien merecida.
—Vivian miente.
____ se estiró tanto para evitar tocarlo que a punto estuvo de tumbarse sobre la mesa.
—¿Sabe lo que más me gusta de usted, ____?
Podía sentir cómo el calor del cuerpo de Jonas le penetraba la ropa, podía percibir la dureza de su pecho desnudo junto al suyo y la fuerza de los brazos que la rodeaban y, sin embargo, fue incapaz de apartar la mirada.
—Es evidente que no lo sé.
Sin previo aviso, se inclinó sobre ella y le rozó la boca con la suya, moviéndola de un lado a otro, una, dos veces, dulcemente. De manera instintiva y ya sin resuello, ____ cerró los ojos y sucumbió a aquel tacto, mientras Jonas le deslizaba los labios por la mejilla colorada.
—Me gusta como besa.
____ abrió los ojos con fuerza.
—Y desde aquella primera vez —le susurró él al oído—, no he dejado de soñar con volver a hacerlo.
____ estaba al borde del desmayo. Las más de las veces lo único que pedía en sus oraciones era que él olvidara por completo el beso que habían compartido hacía años en aquel baile de disfraces o que al menos fuera lo bastante caballero
para no sacarlo jamás a colación. Qué noche tan espantosa aquella del jardín; cómo deseaba que no hubiera sucedido jamás.
—Tengo que irme —dijo ____ con voz temblorosa, haciendo presión con la mano sana entre los pechos en contacto de ambos.
Indiferente a la incomodidad de ____, Joseph se fue echando hacia atrás poco a poco.
—Primero déjeme ver el corte.
____ se apartó rápidamente de él, se quitó el trapo y levantó la palma de la mano para exponerla a la vista de Jonas.
—Está bien —dijo ella alegremente—. ¿A qué hora debemos encontrarnos el viernes?
—Venga aquí.
Ella negó con la cabeza.
—No voy a violarla, ____, solo quiero verle la mano.
Antes de que ella pudiera contestar, Joseph se acercó dos pasos, alargó la mano para cogerla, y la atrajo hacia él.
Con la palma herida de ____ en su mano, la examinó con atención.
—Debería cerrar sin dejar cicatriz, pero le dolerá bastante. Yo la mantendría limpia y tapada durante dos o tres días.
Ella asintió con la cabeza y se zafó.
—Siento que haya ocurrido esto —dijo ____.
Joseph frunció el ceño.
—Podría haber muerto ahí dentro. Debería ser yo quien lo sintiera.
—Se me hace difícil imaginar que un pequeño corte como este hubiera acabado conmigo, señor.
Él se pasó los dedos por el pelo negro y abundante, se puso las manos en las caderas y la miró fijamente a los ojos.
—Varios de los cuchillos que cuelgan de mi pared proceden de países de los que usted probablemente no ha oído ni siquiera hablar, ____, y algunos de ellos estuvieron en su día cubiertos de venenos que no siempre desaparecen con un simple lavado. Esas armas fueron fabricadas con la intención de causar la muerte mediante un simple rasguño en la piel. Casi me caigo del susto cuando vi la herida de su mano, porque jamás querría tener que explicarle a su dominante madre cómo exactamente encontró usted la muerte en mi casa a las seis de la mañana.
____ se cubrió la boca con el dorso de la mano para reprimir una sonrisita tonta.
—La mayoría de las damas bien educadas se habrían desmayado al oír tales explicaciones —dijo él con asombro.
Ella sonrió maliciosamente.
—No es la idea de la muerte... sino la de ser descubierta. —Y con los ojos brillantes, se irguió para susurrarle—: Mi madre también es mi mayor temor.
Él le dedicó una amplia y encantadora sonrisa.
—Le mandaré recado sobre lo del viernes...
—Por Amy, mi doncella —le interrumpió ella—. Lleva dos años ayudándome a planear esta aventura.
Jonas enarcó las cejas.
—¿Dos años?
____ se calló de golpe. Su entusiasmo se estaba desbordando, y tenía que controlarlo.
—Bueno, quiero decir que hemos estado planeando qué decirle a los sirvientes y a los amigos, para que nadie se extrañe de mi ausencia. En cuanto mis padres salgan para el continente, seré totalmente libre.
—¡Ah...! Bueno. —Joseph se rascó la barba de un día—. En ese caso, le enviaré recado pasado mañana por Amy. Tendremos que viajar con poco equipaje, así que no cuente con llevar... demasiadas cosas.
—Gracias —susurró ella, tocándole el brazo con las yemas de los dedos—. Esto lo representa todo para mí.
Se dio la vuelta y se dirigió a la entrada. Deteniéndose ante la puerta, echó un vistazo más hacia Jonas y le obsequió con una sonrisa maravillosa.
—El café estaba delicioso —dijo con dulzura.
Y con un gesto de la mano a modo de despedida, se marchó.
Aquí esta la última parte del capítulo número 2.
¡Bienvenida aranzhitha! Gracias por leer la novela (:
Más tarde subo el tercer capítulo.
Natuu♥!!
Natuu!
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
aw gracias por la bienvenida
Me encanto el capi
Joe es tan sexy
Siguela!!! :)
Me encanto el capi
Joe es tan sexy
Siguela!!! :)
aranzhitha
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
amo a Joe como la acorrala jaja
es ovio qe esta atraido por la rayis
y ya va a empezar el viaje me muero
por leer el proximo cap siguela plis
es ovio qe esta atraido por la rayis
y ya va a empezar el viaje me muero
por leer el proximo cap siguela plis
Nani Jonas
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
¡Joe era el de la fiesta de disfraces!
Jamás se me hubiese ocurrido :o
Está buenísima la nove, SIGUELAAAAAAAA
Jamás se me hubiese ocurrido :o
Está buenísima la nove, SIGUELAAAAAAAA
Dayi_JonasLove!*
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Capítulo 3/1
____ estaba en la parte de estribor del vapor Bartholomew Redding al aire húmedo del crepúsculo, arrebujada en su capa de viaje verde oscuro como si fuera una acogedora manta, cuando volvió la cara hacia el sol que se ocultaba en ese momento hundiéndose por debajo de la línea del horizonte. Habían abandonado ya el canal de la Mancha, después de dejar atrás las islas Sorlingas, y se dirigían en mar abierto hacia el sur; y las expectativas, asaltándola a la desbandada, le provocaron un estremecimiento.
Joseph estaba de pie a su lado, alto y poderoso, vestido de manera informal con un pantalón castaño oscuro y una camisa de lino color crudo desabotonada en el cuello, su única protección contra el frío viento marino, lo cual no parecía importarle. En realidad no hacía frío, y en uno o dos días, tendrían bastante calor. ____ ya había tenido eso en cuenta a la hora de hacer el equipaje para la aventura, y llevaba con ella solo cinco baúles, en lugar de los habituales ocho o diez. Joseph había puesto cara de incredulidad, o quizá de enfado, cuando se habían encontrado en el puerto, pero ¿qué esperaba? Ella era una dama, y había algunas cosas sin las que una no podía pasar, así de sencillo. Solo cinco baúles para un viaje de duración indefinida por Europa era algo increíble desde cualquier punto de vista.
Ese mismo día, por la mañana temprano, justo después de poner pie en el barco, Joseph la había acompañado hasta su camarote sin dirigirle más que unas cuantas palabras. La pieza era cuadrada y pequeña, pero bonita en realidad, con un ojo de buey al fondo lo bastante grande para permitir que entrara abundante luz, cubierto con unas cortinas blancas de gasa que conferían a la estancia un aspecto más que decente. A la derecha de la puerta había una silla de respaldo recto hecha de caoba brillante y tapizada en terciopelo rugoso color burdeos, una mesa de noche pequeña y una lámpara y, junto a esto, una cama del tamaño adecuado, lo bastante larga para que uno pudiera dormir con comodidad y cubierta con una colcha gruesa bordada en rosa. A la izquierda, extendiéndose en paralelo a la pared y atornillado al suelo, se levantaba un biombo de seda oriental que cerraba discretamente una zona de aseo y vestuario. El camarote era perfecto para ella, y enseguida se encontró cómoda, tomándose su tiempo para deshacer el equipaje e instalarse para el viaje, porque Joseph, después de conducirla a su interior, la dejó sola durante casi tres horas, y solo había regresado hacía un rato con una cena fría de mousse de salmón, queso, pan y fruta, de la que habían dado buena cuenta en el camarote de ____.
De ahí en adelante ella tendría que satisfacer todas sus necesidades, puesto que no la acompañaba ninguna doncella. Viajar sin una era una indecencia, al menos en esa situación, aunque ____ rezaba para que nadie preguntara por qué había abandonado Inglaterra sola, soltera y sin acompañante. Se valdría por sí misma hasta que llegaran a Francia, que, de todas maneras, era lo que Joseph le había pedido.
Pero en ese momento, instalada cómodamente al fin y entusiasmada por la aventura que se abría ante ella, consiguió que sus pensamientos se desviaran hacia su más atractivo compañero de viaje, a la sazón quieto y en silencio a su lado sobre la cubierta mientras escudriñaba también el mar abierto, sin tocarla del todo, pero allí. ____ era claramente consciente de la presencia de Jonas, y probablemente él tuviera plena conciencia de la circunstancia.
Aunque lo que complacía a ____ era la creciente seguridad de que él sería un maravilloso protector de su inocencia mientras durase su pequeño viaje. El hombre era corpulento e imponente, probablemente temible e intimidante cuando decidiera serlo, mas al mismo tiempo caballeroso y elegante. Tal cosa la había demostrado bien de mañana ese mismo día, cuando ella había llegado al muelle, y él la había saludado cortésmente con la cabeza, indicando adónde debían llevarse las pertenencias de ____, ofreciéndole el brazo y ayudándola a subir a bordo, sujetándole apenas los dedos con la palma de la mano.
____ suponía que le había pagado el pasaje, puesto que ella todavía no le había dado el dinero. Pero lo haría. Llevaba ahorrando hasta el último penique de su asignación desde hacía dos años, y tenía mucho, repartido prudentemente entre los baúles, el bolso de viaje y el bolso de brocado. Incluso había escondido parte bajo las suelas y los tacones huecos de un número seleccionado de sus siete pares de zapatos, donde era sabido que su abuelo y luego su madre habían llevado dinero en casos de emergencia. ____ ignoraba quién había sido el primero en pensar lo de meterse dinero bajo los pies, pero supuso que si una iba a cruzar el océano o tierras extrañas y exponerse a ser víctima de piratas o gitanos, el escondite serviría a sus propósitos de manera excelente.
Sintió que Joseph cambiaba de posición, acercándose ligeramente, y se percató con timidez de que en ese momento observaba con detenimiento el perfil de su cara, y el calor que irradiaba era tan punzante como el aire salobre.
—Es hora de que discutamos algunas cosas.
Sabía que Jonas acabaría sugiriendo que tuvieran una conversación seria. Aunque no había necesidad de llamar la atención al respecto.
—¿Discutir? —repitió ella con timidez fingida—. Hemos estado hablando todo el día.
—¿Dónde creen todos que está? —la interrumpió, ignorando su evasiva al ir directamente al grano.
____ miró hacia todas partes con nerviosismo. La cubierta se había despejado de gente al anochecer, aunque en algún lugar distante oyó risas, la risa bullanguera de una mujer, seguida del vozarrón de un hombre, unas palabras que no comprendió. Fue entonces cuando se percató de que Joseph Jonas era lo único que la unía a su patria. En ese momento eran un equipo, les gustara o no, y tendrían que confiar el uno en el otro, aunque, no le quedaba más remedio que admitirlo, más ella que él. También tendría que ser un poco más comunicativa.
—¿____?
Irritada, se volvió para ponerse frente a él. Joseph la estaba observando, divertido, petulante, y a ella le entraron ganas de abofetearlo. Cada vez que pronunciaba su nombre, se le antojaba que la palabra era una caricia suave como la seda, y deseaba realmente que dejara de hacerlo. Pero ¿dejar de hacer qué? ¿De hablarle? Eso era una tontería.
____ cruzó los brazos a la altura del pecho; un gesto inútil, porque sabía que su capa de viaje, bien abotonada en torno a su figura, realmente no hacía más que destacárselo.
Varías veces ya a lo largo de ese día, los ojos de Joseph se habían desviado hacia allí, entreteniéndose en su busto de manera inadecuada.
—Todos creen que estoy visitando a mi tía abuela Regina en Newburn —reveló finalmente.
Jonas levantó una ceja y apoyó la cadera en la barandilla.
—¿No cree que sus mentirás acabarán siendo descubiertas?
—No. La tía Regina tiene setenta y siete años, y no le funciona muy bien la cabeza. Jamás recordará si he estado o no allí. Y mis padres se creerán a pies juntillas cuando les cuente, a la vuelta de su viaje a Italia, que me fui allí una temporada para meditar y decidir con quién debería casarme.
—Lo ha planeado todo muy bien —la elogió, tras reflexionar durante un instante.
____ sonrió con satisfacción.
—Creo que sí.
Joseph bajó la voz.
—¿Y lo está?
—¿Si estoy qué?
—Meditando sobre alguien real para casarse —le aclaró.
Ella lo miró fijamente con una deliberada mirada de confusión.
—¿Se refiere a alguien distinto al Caballero Negro?
—Sabe exactamente a lo que me refiero.
____ se rodeó con los brazos para combatir la fría brisa marina.
—Si se refiere a un inglés convencional, no. —Y con una risita pícara añadió—: Pero mis padres se lo creerán, y eso es lo que importa. Están desesperados por casarme, puesto que, a punto de cumplir los veintitrés años, suelo ser un tema frecuente de conversación en las fiestas. He rechazado a cuatro respetables caballeros en el transcurso de igual número de años. Y mucha gente lo encuentra un poco extraño, por no decir divertido.
Joseph volvió a esperar uno o dos segundos sin dejar de observarla con atención.
—¿Y qué hay de lord Richard Mydell o de Geoffrey Blythe de Guildford?
____ atrapó un rizo rebelde que se agitaba por su mejilla y se lo sujetó detrás de la oreja.
—Richard es un vago, y el pobre Geoffrey, aunque puede que sea una monada, tiene la personalidad de una tachuela... —Su voz se fue apagando, mientras volvía a mirarle a la cara. Joseph había pronunciado el nombre de los caballeros casi con desagrado, pero lo que la sorprendió fue que supiera que tanto Richard como Geoffrey la habían pedido en matrimonio.
—¿Cómo sabía...?
—Yo sé muchas cosas —insinuó él, dejando que su voz disminuyera hasta convertirse en un susurro de indiferencia. Alargó la mano hacia el cuello de su capa y empezó a acariciarlo con el pulgar—. Pero lo que no soy capaz de imaginarme es a ninguno de los dos... besándola a satisfacción, ____.
Esta empezó a sofocarse de repente, incómoda por semejante impertinencia. Sobre todo, proviniendo de él.
—Pero, claro, los dos son ricos —continuó Joseph con naturalidad—. El pequeño Richard incluso tiene título, y esas dos cosas suelen ser lo que más busca una mujer en el matrimonio.
____ se apartó de él con firmeza, y Joseph dejó caer la mano.
—Richard es sus buenos quince centímetros más alto que usted. No tiene nada de pequeño.
Él sonrió diabólicamente.
—Pero es enfermizamente delgado. Un hombre que, a no dudar, podría morir de tisis o de fiebres a una edad temprana, dejándola a usted con todo el dinero...
—No me importa nada la fortuna en un marido —le cortó ella, frotándose la frente con la palma de la mano a causa de la irritación y sin saber muy bien a santo de qué sentía la necesidad de defenderse.
—Pues claro —afirmó él sin ningún convencimiento—. Entonces, ¿qué es lo que busca en un marido, ____, mi vida? ¿Qué es lo que tiene el legendario Caballero Negro que pueda querer usted?
La estaba provocando, y ella apenas era capaz de mostrarse desagradable con él, dada la forma casi delicada con que Joseph había abordado el tema. Pero ____ no estaba dispuesta a que se alargara aquella conversación durante todo el viaje al extranjero; sus padres ya le daban bastante la lata al respecto.
Jonas permaneció en silencio a su lado, esperando una explicación, y puesto que estaban solos en cubierta, ____ ordenó sus ideas y decidió confiar en él y sacarlo todo a la luz de una vez, a fin de que pudieran pasar a otra cosa.
—Hace cosa de un par de años —empezó ella con un suspiro— llegué a la conclusión de que si vivía la vida que mi madre quería para mí, me convertiría en una vieja gorda y aburrida que acudiría a tés, comería tartas y bombones y pasaría el rato chismorreando ociosamente con otras damas sobre cosas como quién llevaría qué espantoso tono de rojo a según qué baile y qué hija necesitaría casarse a toda prisa antes de un mes para ahorrarle la vergüenza a su familia.
____ le lanzó una mirada rápida para ver cómo había reaccionado al oír sus palabras, pero Joseph siguió callado, con expresión neutra, dedicándole ya toda su atención en el silencio del creciente crepúsculo.
—Ya que se empeña en saberlo, Joseph —continuó con aire pensativo—, no se me da nada bien ni el bordado ni la jardinería ni la elección del postre adecuado para una comida ni ninguna de las pequeñas tonterías que se supone que una dama bien educada ha de hacer correctamente o, cuando menos, de manera eficiente. Esa es la razón de que mi madre y yo estemos en permanente desacuerdo desde hace tanto tiempo. Lo que mis padres quieren es que siente la cabeza y tenga hijos con alguien aburrido que espere que yo haga las cosas aburridas que detesto. —____ resopló de indignación—. Mi madre «adora» a Geoffrey Blythe.
—Prosiga —la apremió Joseph con voz ronca.
____ alzó los ojos relucientes hacia él, acercándose tanto a Joseph que el calor de su cuerpo la rozó.
Ella susurró con fervor:
—Quiero vivir, Joseph, viajar y ver mundo. Me niego a casarme con un inglés anodino que no me valore, que espere que yo hable solo cuando sea apropiado, y que reciba invitados cuando sea necesario e ignore sus devaneos conyugales. No soy un trofeo que haya de ganar nadie para ser colocado convenientemente en un estante.
Su voz se hizo más intensa, al tiempo que subía los puños a la altura del pecho para hacer hincapié en sus palabras.
—Quiero estar enamorada y sentir la pasión como una... como una princesa de cuento de hadas que conoce a un príncipe guapo y extraordinario y es arrollada por una oleada de poderosas emociones. Quiero envejecer con alguien que me quiera como mujer, como persona, y no como una esposa consciente de sus deberes.
____ se irguió, recobró la compostura y añadió con decisión:
—El dinero no puede comprar la vida, Joseph, y me niego a desperdiciar la mía deseando los caros obsequios que me proporcione mi marido para que ignore sus variados caprichos infantiles. Aunque me convirtiera en una mendiga, no me conformaré con menos de un romance con amistad y un matrimonio lleno de felicidad.
A medida que su voz se fue apagando hasta silenciarse, con la cara brillante de emoción, o quizá de vergüenza por la enorme sinceridad de su reconocimiento —él no estuvo seguro por cual de los dos sentimientos—, a Joseph se le ocurrió que ____ iba ser una auténtica fuente de problemas, vaya que sí. De hecho, ya se había dado cuenta de eso en cuanto ella se presentó ante él en el puerto aquella mañana temprano, con una sonrisa deslumbrante separándole los labios y su deliciosa figura envuelta en una capa a juego con sus ojos brillantes.
Era una mujer fascinante, la verdad, con una piel reluciente y sedosa, una cabellera abundante y ondulada del color de una puesta de sol estival. Y Joseph sabía que ella intentaba, si no ocultar su figura, al menos atenuarla con la utilización de una ropa sencilla, aunque fracasaba estrepitosamente en su intento. ____ Haislett poseía una belleza manifiesta y absoluta, tenía una mente traviesa y un carácter encantador y adorable, ribeteado de inocencia. ¿Y qué diablos pensaba él que estaba haciendo al llevarla consigo a Francia, para reunirse con el mítico Caballero Negro?
En ese momento se percató de que lo había cautivado en su casa de la ciudad al aparecer sin previo aviso, desarmándolo porque volvió a hacer lo que nadie se esperaba y pillándolo desprevenido, como ya había hecho hacía casi cinco años en el jardín de su padre. Las dos veces ____ le había hecho actuar de manera irracional con solo unas cuantas palabras dichas con dulzura y una mirada de pura inocencia, aunque sincera, de sus preciosos ojos color avellana.
Pero la oportunidad no podía ser más perfecta. Él podría utilizarla, decidió, aunque «utilizar» no era realmente una palabra que le gustara para describir su comportamiento hacia una mujer, ni siquiera mediando la ignorancia de ____. «Ayudarlo» sería tal vez una manera mejor de contemplar la cuestión, porque, en el mismo momento de irracionalidad en su casa de la ciudad, se le había ocurrido que, de hacerse necesario, las esmeraldas cuya recuperación se le había encomendado podían esconderse con facilidad en el equipaje de ____, cuando volvieran a Inglaterra, sin que ella lo supiera. Bien sabía Dios que transportaba una buena cantidad de pertenencias. Y sin duda alguna, las esmeraldas colgarían de manera
soberbia, en todo su incalculable esplendor, del cuello delicadamente esculpido de ____, si es que él optaba por permitírselo.
Joseph soltó un leve gruñido y se pasó los dedos por el pelo, mientras se obligaba a desviar la mirada hacia el mar abierto, frustrado consigo mismo y con su debilidad —sobre todo con su debilidad— por el sexo femenino.
____ se enderezó a su lado y se arregló los rizos agitados por el viento, sujetándoselos en el recogido que llevaba en la parte posterior de la cabeza.
—Estoy segura de que cree que mis ideas son ridículas, señor, pero le aseguro...
—No creo que sean ridículas —le interrumpió en voz baja, limpiándose la cara con la palma de la mano en un estado de ligera inquietud—. Es solo que... —Se interrumpió durante un instante y lo volvió a intentar—. ¿De verdad cree que el Caballero Negro va a satisfacerle todas esas necesidades de idealismo? ¿Y si usted no le gusta; y si él no le gusta a usted? ¿Qué va a hacer cuando lo conozca y descubra que es mezquino o... de una fealdad grotesca? ¿Y si es un atorrante como Mydell o tan aburrido como Blythe? —Joseph volvió a mirarla a los ojos—. Está poniendo en peligro todo su futuro por una fantasía.
Ella negó con la cabeza.
—Eso es imposible.
—¿Qué es lo que es imposible? —replicó él con brusquedad.
Con los labios fruncidos, ____ dijo con rotundidad:
—Llevo dos años estudiando a ese hombre y sus aventuras, Joseph. Sé que es reservado, sofisticado, encantador, inteligente, atractivo y que hace cosas buenas para ayudar a la gente. También corre el rumor de que tiene los ojos ambarinos, lo cual, para que lo sepa, es lo que más me gusta en un hombre. —____ bajó las pestañas, como si de repente se diera cuenta de que estaba revelando demasiado.
—Tiene unas ideas bonitas y románticas —murmuró Joseph con voz espesa tras varios segundos de silencio—. Pero la aventura y el color de los ojos no son razones para arriesgar...
—No he dicho que me casaría con él «porque» tuviera los ojos ambarinos —le interrumpió ella, volviendo a mirarlo a la cara.
Joseph sabía que la estaba sacando de quicio, pero se negaba a suavizar su punto de vista solo para contemporizar con su sensibilidad femenina. Era necesario decir esas cosas ya.
—No lo entiende —recalcó él—. Estoy hablando de su reputación, ____. Si se descubre que se ha ido al continente conmigo, acabará destruida socialmente, y de por vida. ¿Ha pensando en eso?
Aquellas palabras quedaron flotando en el aire como unos negros y amenazantes nubarrones. Joseph siguió mirándola fijamente desde la escasa distancia que los separaba, tomando nota de la arruga de reflexión y perplejidad de su ceño; de su pelo brillante; de sus pestañas castañas, largas y sedosas; de sus labios, rosas y suaves, perfectamente delineados y deliciosamente seductores, que mantenía ligeramente separados. Era evidente que aquel día ella había llegado a una conclusión en cuanto a la naturaleza de la relación de ambos en ese viaje, porque no encontraba a Joseph ni amenazante ni tedioso, sino más bien como un compañero. Casi fraternal. Sin embargo, presentarse como el hermano de ____ no habría convencido a nadie, y saberlo hizo que Joseph se regodeara en su fuero interno. Disfrutaría de la hora siguiente, incluso del resto de la noche, una barbaridad. Estaba a punto de aclarar a la perfección, sin el menor atisbo de duda, en qué iba a consistir la relación entre ambos. Y él tenía que hacerlo antes de que ____ insistiera en que la dejara y se fuera al camarote que él realmente no tenía.
—Entonces deberemos tener sumo cuidado —susurró ____ con sequedad, interrumpiendo los pensamientos de Joseph—. Alguien de su reputación...
Su voz se fue apagando bajo el claro cielo nocturno, como si se le hubiera ocurrido gradualmente que no estaba con su hermano, sino con un hombre que muy bien podría querer más que su mera compañía.
—¿Y qué sabe de mi reputación, señorita Haislett? —preguntó él con seriedad, acercándose más en el instante en que ____ se aferraba a la barandilla que tenía a su lado en busca de más apoyo.
Con toda la indiferencia de la que fue capaz, ____ reconoció lo que era evidente para ella.
—Sé que adora a las mujeres, y que, por lo general, ellas le adoran a su vez. Sé que cambia de querida con la misma naturalidad que se cambia de botas. Sé que cree que ninguna mujer viva es capaz de resistírsele. —____ sonrió con picardía—. Sin embargo, yo soy la excepción, y lo seré el resto de nuestro viaje. Sé que usted se dedica a comerciar con mercancías valiosas, sea lo que sea lo que signifique tal cosa, y que eso lo ha convertido en un hombre rico... honradamente rico, lo cual es bueno. Sé que disfruta repartiendo esa riqueza con las mujeres que... recibe. Sé que procede de una familia respetable, y que sus integrantes se lo pasan muy bien con usted y que les gusta hablar mucho de sus aventuras.
Joseph parpadeó, reprimiendo el impulso de soltar una carcajada al oír las absurdas generalizaciones de ____, pero sintiendo al mismo tiempo un entusiasmo conmovedor entreverado en algo parecido al triunfo cuando ella admitió sin ambages todo lo que sabía de él y de sus asuntos personales.
—Según parece me ha estudiado en cierta profundidad —respondió él con una delicadeza encantadora.
____ miró hacia el horizonte, como si de repente sintiera un repentino y vivo interés en el océano casi negro y ligeramente agitado.
—No con intención, se lo aseguro, aunque, de vez en cuando, tanto usted como otros caballeros solteros surgen en las conversaciones de sociedad. Como es natural, tales conversaciones no son fáciles de evitar.
—Naturalmente —convino él.
—La esposa de su hermano también es mi mejor amiga —enmendó ____ para procurarse una vía de escape adicional—. Me resultaría imposible no oír al menos algunas cosas.
Una respuesta de lo más ingeniosa, como ambos sabían.
—¡Ah! —fue la única contestación de él.
Transcurrieron unos segundos de violento silencio. Entonces, previendo con agudeza la línea que estaba a punto de traspasar, Joseph levantó la mano, ahuecó la palma en la mejilla de ____ e hizo que esta volviera la cara hacia él, mirándola fijamente a los ojos, muy abiertos por la instantánea incomodidad.
—Pero hay una imprecisión que me veo obligado a corregir —dijo él con suavidad.
____ no se apartó, sino que agitó las pestañas con fingida inocencia.
—¿Una imprecisión? ¿En qué parte?
—En la parte de la resistencia.
Ella arrugó la frente con delicadeza, como si intentara recordar con exactitud lo que había dicho.
—¿Que ninguna mujer se le puede resistir? Apenas me puedo creer...
—Usted no puede resistirse a mí, ____, mi amor.
Y de pronto la estaba besando, suavizando cualquier atisbo de negativa con los labios, presionando con ternura al principio, sin ningún indicio real de movimiento, solo un toque. No la atrajo hacia él, sino que permaneció allí, envuelto en las sombras del anochecer, con el sonido de las olas al romper contra el barco por debajo de ellos, acariciándole con suavidad la mejilla con la palma de la mano, mientras su cuerpo revivía con entusiasmo nada más que por el calor de la boca que besaba.
____ se quedó tan anonadada que no pudo reaccionar de inmediato. Solo habían estado bromeando entre sí amigablemente, como viejos amigos, sin que mediara provocación alguna para que él hubiera hecho lo inconcebible.
De manera instintiva, tras varios segundos de conmoción por la osadía de Joseph, ____ se apartó. Fue entonces cuando él la rodeó por la cintura y la atrajo contra él, abrazándola sin ambages con un brazo de una fuerza incontestable. El primer pensamiento racional de ____ fue que aquel no era un beso como el que él le había dado en su casa de la ciudad solo hacía unos días, aquel suave roce de sus labios calientes. No, el de ese momento era un beso de dulce deseo, contenido e intenso, y el repentino gusto que le dejó fue tan poderoso que la invadieron los recuerdos del primer e íntimo encuentro de ambos cinco años antes, de lo que él le había hecho entonces, tanto física como emocionalmente. Y con tanta pasión.
Temblando, ____ subió la mano y empujó débilmente los hombros de Joseph en un deseo desesperado por soltarse, porque sabía que no tardaría mucho en sucumbir. Y estaba en lo cierto. Ya no fue capaz de pensar con claridad cuando la abrazó firmemente contra él, acariciándole la espalda con una mano y la mejilla con la otra, interpretando la música perfecta de la belleza contra su boca.
Poco a poco ____ se fue apoyando en él, dejando que las yemas de los dedos subieran por la camisa de Joseph, disfrutando con el tacto de la piel caliente bajo el lino frío, de la dura e impecable masa de músculos contra las palmas de sus manos. Cerró los ojos con fuerza, expulsando de su mente todo excepto el poderoso abrazo de Joseph, separando los labios un poco ante la insistencia de este. Le costaba respirar, el corazón le latía con fuerza en el pecho, la sangre le corría violentamente por las venas resonando en sus oídos, mientras se esforzaba en conseguir más de él, mientras se aferraba a su cuello y entrelazaba los dedos en el sedoso pelo de su nuca.
Joseph explotó con un fuego interior casi incontrolable al sentir que ella se relajaba y se amoldaba a su cuerpo, tan rápida y ansiosa en su respuesta. Lo cierto es que había esperado que se pusiera tensa a causa de la indignación, incluso que lo abofetease, la reacción habitual de cualquiera con su educación. Pero él debería haberlo sabido. El deseo mutuo era abrumador, indescriptible, y había estado allí desde el mismo instante en que se juntaron por primera vez en la pista de baile, hacía años.
Pero no fue la pasión lo que tanto le sorprendió. Fue el darse cuenta de que nunca jamás en su vida se había sentido atraído con tanta fuerza por una mujer; por su suavidad, su sonrisa y sus ojos, por sus curvas delicadas, su olor a jabón, a flores y a mujer. Y aquel beso aparentemente inocente sobre la cubierta del Redding, bajo un cielo de estrellas titilantes y un tenue claro de luna, era el principio de algo que temía reconocer. Había confiado en que un beso pusiera fin a su necesidad, pero no fue así, ni lo sería, y se encontró en un apuro.
Pasó la punta de la lengua por los labios separados de ____ y le masajeó la nuca con los dedos de la mano derecha, mientras abría la izquierda sobre la parte inferior de su espalda, sujetándola con firmeza contra su cuerpo rígido. Ella gimió suavemente entre sus brazos, e impaciente como estaba Joseph por intensificar la magia, por tocarla con más plenitud, más posesivamente, en alguna parte de su fuero interno se le hizo dolorosamente patente que debía detener el encuentro antes de que llegara demasiado lejos. Ese no era él momento ni el lugar para aquello, y ____ nunca daría por finalizado el beso por sí misma. Joseph lo sabía.
Con una dificultad desmesurada, la respiración agitada mientras intentaba aclararse la mente liberándola del apremio que la dominaba, Joseph hizo lo que no había hecho en su vida: ser el primero en sofocar la pasión.
—____... —le susurró junto a la boca, arrastrando las manos para colocarle las palmas en las mejillas.
Ella no le oyó, no respondió de inmediato, y, muy a pesar suyo, Joseph apartó los labios de los de ella.
—____ —repitió con voz áspera, levantando y apartando la cara. Antes de dejar caer la frente y apoyarla en la de ____, le depositó uno o dos besos allí, ahuecándole las manos en las mejillas con firmeza, sujetándola para impedir que saliera corriendo, respirando hondo para dominar sus nervios inflamados.
No quería decir nada hasta que ella se tranquilizara, hasta que su respiración se acompasara y recuperara el control. Probablemente estaría avergonzada, y Joseph no estaba muy seguro de cómo manejar aquello, de cómo explicar sus actos e impedir que ella se sintiera rechazada.
____ se puso a temblar de repente. Retiró los brazos del cuello de Joseph y le empujó el pecho.
—____...
—Deje de pronunciar mi nombre de esa manera —susurró ella.
Joseph frunció el ceño. ¿De qué manera?
La soltó poco a poco, esperando, y ella se apartó, abrazándose, la cabeza gacha, de manera que la luna se reflejó en su pelo, arrancándole unos reflejos relucientes. Incluso en la oscuridad, Joseph pudo sentir la tensión que emanaba del cuerpo de ____. No tenía ni idea de si estaba enfadada con él por empezar el beso o consigo misma por mostrar un deseo tan temerario.
____ hizo una larga y temblorosa inspiración.
—No vuelva a confundirme de esa manera nunca más —le advirtió en un murmullo colérico.
¿Qué diablos significaba eso? Solo una mujer podía decir cosas que lo dejaran tan perplejo.
—¿Confundirla?
—Estoy prometida a otro —le explicó como si Joseph fuera idiota, destilando furia por todos los poros de la piel.
La aclaración empapó a Joseph de placer. Ya lo entendía, y envuelto en la penumbra se permitió una amplia sonrisa de satisfacción. Que ella manifestara su confusión era algo totalmente distinto a que expresara repulsión o miedo o a que lo abofeteara.
Él levantó el dedo para acariciarle el mentón.
—No está prometida a nadie —le corrigió en un ronco susurro.
____ levantó la cabeza con una sacudida y lo miró de hito en hito con ojos furiosos.
—Buenas noches, Joseph.
Se recogió las faldas con dignidad y se alejó pasando por su lado.
Aquí les dejo la primera parte del capítulo número 3, más tarde subo la segunda y última (:
Gracias por leer la novela chicas :)
Natuu!!
Joseph estaba de pie a su lado, alto y poderoso, vestido de manera informal con un pantalón castaño oscuro y una camisa de lino color crudo desabotonada en el cuello, su única protección contra el frío viento marino, lo cual no parecía importarle. En realidad no hacía frío, y en uno o dos días, tendrían bastante calor. ____ ya había tenido eso en cuenta a la hora de hacer el equipaje para la aventura, y llevaba con ella solo cinco baúles, en lugar de los habituales ocho o diez. Joseph había puesto cara de incredulidad, o quizá de enfado, cuando se habían encontrado en el puerto, pero ¿qué esperaba? Ella era una dama, y había algunas cosas sin las que una no podía pasar, así de sencillo. Solo cinco baúles para un viaje de duración indefinida por Europa era algo increíble desde cualquier punto de vista.
Ese mismo día, por la mañana temprano, justo después de poner pie en el barco, Joseph la había acompañado hasta su camarote sin dirigirle más que unas cuantas palabras. La pieza era cuadrada y pequeña, pero bonita en realidad, con un ojo de buey al fondo lo bastante grande para permitir que entrara abundante luz, cubierto con unas cortinas blancas de gasa que conferían a la estancia un aspecto más que decente. A la derecha de la puerta había una silla de respaldo recto hecha de caoba brillante y tapizada en terciopelo rugoso color burdeos, una mesa de noche pequeña y una lámpara y, junto a esto, una cama del tamaño adecuado, lo bastante larga para que uno pudiera dormir con comodidad y cubierta con una colcha gruesa bordada en rosa. A la izquierda, extendiéndose en paralelo a la pared y atornillado al suelo, se levantaba un biombo de seda oriental que cerraba discretamente una zona de aseo y vestuario. El camarote era perfecto para ella, y enseguida se encontró cómoda, tomándose su tiempo para deshacer el equipaje e instalarse para el viaje, porque Joseph, después de conducirla a su interior, la dejó sola durante casi tres horas, y solo había regresado hacía un rato con una cena fría de mousse de salmón, queso, pan y fruta, de la que habían dado buena cuenta en el camarote de ____.
De ahí en adelante ella tendría que satisfacer todas sus necesidades, puesto que no la acompañaba ninguna doncella. Viajar sin una era una indecencia, al menos en esa situación, aunque ____ rezaba para que nadie preguntara por qué había abandonado Inglaterra sola, soltera y sin acompañante. Se valdría por sí misma hasta que llegaran a Francia, que, de todas maneras, era lo que Joseph le había pedido.
Pero en ese momento, instalada cómodamente al fin y entusiasmada por la aventura que se abría ante ella, consiguió que sus pensamientos se desviaran hacia su más atractivo compañero de viaje, a la sazón quieto y en silencio a su lado sobre la cubierta mientras escudriñaba también el mar abierto, sin tocarla del todo, pero allí. ____ era claramente consciente de la presencia de Jonas, y probablemente él tuviera plena conciencia de la circunstancia.
Aunque lo que complacía a ____ era la creciente seguridad de que él sería un maravilloso protector de su inocencia mientras durase su pequeño viaje. El hombre era corpulento e imponente, probablemente temible e intimidante cuando decidiera serlo, mas al mismo tiempo caballeroso y elegante. Tal cosa la había demostrado bien de mañana ese mismo día, cuando ella había llegado al muelle, y él la había saludado cortésmente con la cabeza, indicando adónde debían llevarse las pertenencias de ____, ofreciéndole el brazo y ayudándola a subir a bordo, sujetándole apenas los dedos con la palma de la mano.
____ suponía que le había pagado el pasaje, puesto que ella todavía no le había dado el dinero. Pero lo haría. Llevaba ahorrando hasta el último penique de su asignación desde hacía dos años, y tenía mucho, repartido prudentemente entre los baúles, el bolso de viaje y el bolso de brocado. Incluso había escondido parte bajo las suelas y los tacones huecos de un número seleccionado de sus siete pares de zapatos, donde era sabido que su abuelo y luego su madre habían llevado dinero en casos de emergencia. ____ ignoraba quién había sido el primero en pensar lo de meterse dinero bajo los pies, pero supuso que si una iba a cruzar el océano o tierras extrañas y exponerse a ser víctima de piratas o gitanos, el escondite serviría a sus propósitos de manera excelente.
Sintió que Joseph cambiaba de posición, acercándose ligeramente, y se percató con timidez de que en ese momento observaba con detenimiento el perfil de su cara, y el calor que irradiaba era tan punzante como el aire salobre.
—Es hora de que discutamos algunas cosas.
Sabía que Jonas acabaría sugiriendo que tuvieran una conversación seria. Aunque no había necesidad de llamar la atención al respecto.
—¿Discutir? —repitió ella con timidez fingida—. Hemos estado hablando todo el día.
—¿Dónde creen todos que está? —la interrumpió, ignorando su evasiva al ir directamente al grano.
____ miró hacia todas partes con nerviosismo. La cubierta se había despejado de gente al anochecer, aunque en algún lugar distante oyó risas, la risa bullanguera de una mujer, seguida del vozarrón de un hombre, unas palabras que no comprendió. Fue entonces cuando se percató de que Joseph Jonas era lo único que la unía a su patria. En ese momento eran un equipo, les gustara o no, y tendrían que confiar el uno en el otro, aunque, no le quedaba más remedio que admitirlo, más ella que él. También tendría que ser un poco más comunicativa.
—¿____?
Irritada, se volvió para ponerse frente a él. Joseph la estaba observando, divertido, petulante, y a ella le entraron ganas de abofetearlo. Cada vez que pronunciaba su nombre, se le antojaba que la palabra era una caricia suave como la seda, y deseaba realmente que dejara de hacerlo. Pero ¿dejar de hacer qué? ¿De hablarle? Eso era una tontería.
____ cruzó los brazos a la altura del pecho; un gesto inútil, porque sabía que su capa de viaje, bien abotonada en torno a su figura, realmente no hacía más que destacárselo.
Varías veces ya a lo largo de ese día, los ojos de Joseph se habían desviado hacia allí, entreteniéndose en su busto de manera inadecuada.
—Todos creen que estoy visitando a mi tía abuela Regina en Newburn —reveló finalmente.
Jonas levantó una ceja y apoyó la cadera en la barandilla.
—¿No cree que sus mentirás acabarán siendo descubiertas?
—No. La tía Regina tiene setenta y siete años, y no le funciona muy bien la cabeza. Jamás recordará si he estado o no allí. Y mis padres se creerán a pies juntillas cuando les cuente, a la vuelta de su viaje a Italia, que me fui allí una temporada para meditar y decidir con quién debería casarme.
—Lo ha planeado todo muy bien —la elogió, tras reflexionar durante un instante.
____ sonrió con satisfacción.
—Creo que sí.
Joseph bajó la voz.
—¿Y lo está?
—¿Si estoy qué?
—Meditando sobre alguien real para casarse —le aclaró.
Ella lo miró fijamente con una deliberada mirada de confusión.
—¿Se refiere a alguien distinto al Caballero Negro?
—Sabe exactamente a lo que me refiero.
____ se rodeó con los brazos para combatir la fría brisa marina.
—Si se refiere a un inglés convencional, no. —Y con una risita pícara añadió—: Pero mis padres se lo creerán, y eso es lo que importa. Están desesperados por casarme, puesto que, a punto de cumplir los veintitrés años, suelo ser un tema frecuente de conversación en las fiestas. He rechazado a cuatro respetables caballeros en el transcurso de igual número de años. Y mucha gente lo encuentra un poco extraño, por no decir divertido.
Joseph volvió a esperar uno o dos segundos sin dejar de observarla con atención.
—¿Y qué hay de lord Richard Mydell o de Geoffrey Blythe de Guildford?
____ atrapó un rizo rebelde que se agitaba por su mejilla y se lo sujetó detrás de la oreja.
—Richard es un vago, y el pobre Geoffrey, aunque puede que sea una monada, tiene la personalidad de una tachuela... —Su voz se fue apagando, mientras volvía a mirarle a la cara. Joseph había pronunciado el nombre de los caballeros casi con desagrado, pero lo que la sorprendió fue que supiera que tanto Richard como Geoffrey la habían pedido en matrimonio.
—¿Cómo sabía...?
—Yo sé muchas cosas —insinuó él, dejando que su voz disminuyera hasta convertirse en un susurro de indiferencia. Alargó la mano hacia el cuello de su capa y empezó a acariciarlo con el pulgar—. Pero lo que no soy capaz de imaginarme es a ninguno de los dos... besándola a satisfacción, ____.
Esta empezó a sofocarse de repente, incómoda por semejante impertinencia. Sobre todo, proviniendo de él.
—Pero, claro, los dos son ricos —continuó Joseph con naturalidad—. El pequeño Richard incluso tiene título, y esas dos cosas suelen ser lo que más busca una mujer en el matrimonio.
____ se apartó de él con firmeza, y Joseph dejó caer la mano.
—Richard es sus buenos quince centímetros más alto que usted. No tiene nada de pequeño.
Él sonrió diabólicamente.
—Pero es enfermizamente delgado. Un hombre que, a no dudar, podría morir de tisis o de fiebres a una edad temprana, dejándola a usted con todo el dinero...
—No me importa nada la fortuna en un marido —le cortó ella, frotándose la frente con la palma de la mano a causa de la irritación y sin saber muy bien a santo de qué sentía la necesidad de defenderse.
—Pues claro —afirmó él sin ningún convencimiento—. Entonces, ¿qué es lo que busca en un marido, ____, mi vida? ¿Qué es lo que tiene el legendario Caballero Negro que pueda querer usted?
La estaba provocando, y ella apenas era capaz de mostrarse desagradable con él, dada la forma casi delicada con que Joseph había abordado el tema. Pero ____ no estaba dispuesta a que se alargara aquella conversación durante todo el viaje al extranjero; sus padres ya le daban bastante la lata al respecto.
Jonas permaneció en silencio a su lado, esperando una explicación, y puesto que estaban solos en cubierta, ____ ordenó sus ideas y decidió confiar en él y sacarlo todo a la luz de una vez, a fin de que pudieran pasar a otra cosa.
—Hace cosa de un par de años —empezó ella con un suspiro— llegué a la conclusión de que si vivía la vida que mi madre quería para mí, me convertiría en una vieja gorda y aburrida que acudiría a tés, comería tartas y bombones y pasaría el rato chismorreando ociosamente con otras damas sobre cosas como quién llevaría qué espantoso tono de rojo a según qué baile y qué hija necesitaría casarse a toda prisa antes de un mes para ahorrarle la vergüenza a su familia.
____ le lanzó una mirada rápida para ver cómo había reaccionado al oír sus palabras, pero Joseph siguió callado, con expresión neutra, dedicándole ya toda su atención en el silencio del creciente crepúsculo.
—Ya que se empeña en saberlo, Joseph —continuó con aire pensativo—, no se me da nada bien ni el bordado ni la jardinería ni la elección del postre adecuado para una comida ni ninguna de las pequeñas tonterías que se supone que una dama bien educada ha de hacer correctamente o, cuando menos, de manera eficiente. Esa es la razón de que mi madre y yo estemos en permanente desacuerdo desde hace tanto tiempo. Lo que mis padres quieren es que siente la cabeza y tenga hijos con alguien aburrido que espere que yo haga las cosas aburridas que detesto. —____ resopló de indignación—. Mi madre «adora» a Geoffrey Blythe.
—Prosiga —la apremió Joseph con voz ronca.
____ alzó los ojos relucientes hacia él, acercándose tanto a Joseph que el calor de su cuerpo la rozó.
Ella susurró con fervor:
—Quiero vivir, Joseph, viajar y ver mundo. Me niego a casarme con un inglés anodino que no me valore, que espere que yo hable solo cuando sea apropiado, y que reciba invitados cuando sea necesario e ignore sus devaneos conyugales. No soy un trofeo que haya de ganar nadie para ser colocado convenientemente en un estante.
Su voz se hizo más intensa, al tiempo que subía los puños a la altura del pecho para hacer hincapié en sus palabras.
—Quiero estar enamorada y sentir la pasión como una... como una princesa de cuento de hadas que conoce a un príncipe guapo y extraordinario y es arrollada por una oleada de poderosas emociones. Quiero envejecer con alguien que me quiera como mujer, como persona, y no como una esposa consciente de sus deberes.
____ se irguió, recobró la compostura y añadió con decisión:
—El dinero no puede comprar la vida, Joseph, y me niego a desperdiciar la mía deseando los caros obsequios que me proporcione mi marido para que ignore sus variados caprichos infantiles. Aunque me convirtiera en una mendiga, no me conformaré con menos de un romance con amistad y un matrimonio lleno de felicidad.
A medida que su voz se fue apagando hasta silenciarse, con la cara brillante de emoción, o quizá de vergüenza por la enorme sinceridad de su reconocimiento —él no estuvo seguro por cual de los dos sentimientos—, a Joseph se le ocurrió que ____ iba ser una auténtica fuente de problemas, vaya que sí. De hecho, ya se había dado cuenta de eso en cuanto ella se presentó ante él en el puerto aquella mañana temprano, con una sonrisa deslumbrante separándole los labios y su deliciosa figura envuelta en una capa a juego con sus ojos brillantes.
Era una mujer fascinante, la verdad, con una piel reluciente y sedosa, una cabellera abundante y ondulada del color de una puesta de sol estival. Y Joseph sabía que ella intentaba, si no ocultar su figura, al menos atenuarla con la utilización de una ropa sencilla, aunque fracasaba estrepitosamente en su intento. ____ Haislett poseía una belleza manifiesta y absoluta, tenía una mente traviesa y un carácter encantador y adorable, ribeteado de inocencia. ¿Y qué diablos pensaba él que estaba haciendo al llevarla consigo a Francia, para reunirse con el mítico Caballero Negro?
En ese momento se percató de que lo había cautivado en su casa de la ciudad al aparecer sin previo aviso, desarmándolo porque volvió a hacer lo que nadie se esperaba y pillándolo desprevenido, como ya había hecho hacía casi cinco años en el jardín de su padre. Las dos veces ____ le había hecho actuar de manera irracional con solo unas cuantas palabras dichas con dulzura y una mirada de pura inocencia, aunque sincera, de sus preciosos ojos color avellana.
Pero la oportunidad no podía ser más perfecta. Él podría utilizarla, decidió, aunque «utilizar» no era realmente una palabra que le gustara para describir su comportamiento hacia una mujer, ni siquiera mediando la ignorancia de ____. «Ayudarlo» sería tal vez una manera mejor de contemplar la cuestión, porque, en el mismo momento de irracionalidad en su casa de la ciudad, se le había ocurrido que, de hacerse necesario, las esmeraldas cuya recuperación se le había encomendado podían esconderse con facilidad en el equipaje de ____, cuando volvieran a Inglaterra, sin que ella lo supiera. Bien sabía Dios que transportaba una buena cantidad de pertenencias. Y sin duda alguna, las esmeraldas colgarían de manera
soberbia, en todo su incalculable esplendor, del cuello delicadamente esculpido de ____, si es que él optaba por permitírselo.
Joseph soltó un leve gruñido y se pasó los dedos por el pelo, mientras se obligaba a desviar la mirada hacia el mar abierto, frustrado consigo mismo y con su debilidad —sobre todo con su debilidad— por el sexo femenino.
____ se enderezó a su lado y se arregló los rizos agitados por el viento, sujetándoselos en el recogido que llevaba en la parte posterior de la cabeza.
—Estoy segura de que cree que mis ideas son ridículas, señor, pero le aseguro...
—No creo que sean ridículas —le interrumpió en voz baja, limpiándose la cara con la palma de la mano en un estado de ligera inquietud—. Es solo que... —Se interrumpió durante un instante y lo volvió a intentar—. ¿De verdad cree que el Caballero Negro va a satisfacerle todas esas necesidades de idealismo? ¿Y si usted no le gusta; y si él no le gusta a usted? ¿Qué va a hacer cuando lo conozca y descubra que es mezquino o... de una fealdad grotesca? ¿Y si es un atorrante como Mydell o tan aburrido como Blythe? —Joseph volvió a mirarla a los ojos—. Está poniendo en peligro todo su futuro por una fantasía.
Ella negó con la cabeza.
—Eso es imposible.
—¿Qué es lo que es imposible? —replicó él con brusquedad.
Con los labios fruncidos, ____ dijo con rotundidad:
—Llevo dos años estudiando a ese hombre y sus aventuras, Joseph. Sé que es reservado, sofisticado, encantador, inteligente, atractivo y que hace cosas buenas para ayudar a la gente. También corre el rumor de que tiene los ojos ambarinos, lo cual, para que lo sepa, es lo que más me gusta en un hombre. —____ bajó las pestañas, como si de repente se diera cuenta de que estaba revelando demasiado.
—Tiene unas ideas bonitas y románticas —murmuró Joseph con voz espesa tras varios segundos de silencio—. Pero la aventura y el color de los ojos no son razones para arriesgar...
—No he dicho que me casaría con él «porque» tuviera los ojos ambarinos —le interrumpió ella, volviendo a mirarlo a la cara.
Joseph sabía que la estaba sacando de quicio, pero se negaba a suavizar su punto de vista solo para contemporizar con su sensibilidad femenina. Era necesario decir esas cosas ya.
—No lo entiende —recalcó él—. Estoy hablando de su reputación, ____. Si se descubre que se ha ido al continente conmigo, acabará destruida socialmente, y de por vida. ¿Ha pensando en eso?
Aquellas palabras quedaron flotando en el aire como unos negros y amenazantes nubarrones. Joseph siguió mirándola fijamente desde la escasa distancia que los separaba, tomando nota de la arruga de reflexión y perplejidad de su ceño; de su pelo brillante; de sus pestañas castañas, largas y sedosas; de sus labios, rosas y suaves, perfectamente delineados y deliciosamente seductores, que mantenía ligeramente separados. Era evidente que aquel día ella había llegado a una conclusión en cuanto a la naturaleza de la relación de ambos en ese viaje, porque no encontraba a Joseph ni amenazante ni tedioso, sino más bien como un compañero. Casi fraternal. Sin embargo, presentarse como el hermano de ____ no habría convencido a nadie, y saberlo hizo que Joseph se regodeara en su fuero interno. Disfrutaría de la hora siguiente, incluso del resto de la noche, una barbaridad. Estaba a punto de aclarar a la perfección, sin el menor atisbo de duda, en qué iba a consistir la relación entre ambos. Y él tenía que hacerlo antes de que ____ insistiera en que la dejara y se fuera al camarote que él realmente no tenía.
—Entonces deberemos tener sumo cuidado —susurró ____ con sequedad, interrumpiendo los pensamientos de Joseph—. Alguien de su reputación...
Su voz se fue apagando bajo el claro cielo nocturno, como si se le hubiera ocurrido gradualmente que no estaba con su hermano, sino con un hombre que muy bien podría querer más que su mera compañía.
—¿Y qué sabe de mi reputación, señorita Haislett? —preguntó él con seriedad, acercándose más en el instante en que ____ se aferraba a la barandilla que tenía a su lado en busca de más apoyo.
Con toda la indiferencia de la que fue capaz, ____ reconoció lo que era evidente para ella.
—Sé que adora a las mujeres, y que, por lo general, ellas le adoran a su vez. Sé que cambia de querida con la misma naturalidad que se cambia de botas. Sé que cree que ninguna mujer viva es capaz de resistírsele. —____ sonrió con picardía—. Sin embargo, yo soy la excepción, y lo seré el resto de nuestro viaje. Sé que usted se dedica a comerciar con mercancías valiosas, sea lo que sea lo que signifique tal cosa, y que eso lo ha convertido en un hombre rico... honradamente rico, lo cual es bueno. Sé que disfruta repartiendo esa riqueza con las mujeres que... recibe. Sé que procede de una familia respetable, y que sus integrantes se lo pasan muy bien con usted y que les gusta hablar mucho de sus aventuras.
Joseph parpadeó, reprimiendo el impulso de soltar una carcajada al oír las absurdas generalizaciones de ____, pero sintiendo al mismo tiempo un entusiasmo conmovedor entreverado en algo parecido al triunfo cuando ella admitió sin ambages todo lo que sabía de él y de sus asuntos personales.
—Según parece me ha estudiado en cierta profundidad —respondió él con una delicadeza encantadora.
____ miró hacia el horizonte, como si de repente sintiera un repentino y vivo interés en el océano casi negro y ligeramente agitado.
—No con intención, se lo aseguro, aunque, de vez en cuando, tanto usted como otros caballeros solteros surgen en las conversaciones de sociedad. Como es natural, tales conversaciones no son fáciles de evitar.
—Naturalmente —convino él.
—La esposa de su hermano también es mi mejor amiga —enmendó ____ para procurarse una vía de escape adicional—. Me resultaría imposible no oír al menos algunas cosas.
Una respuesta de lo más ingeniosa, como ambos sabían.
—¡Ah! —fue la única contestación de él.
Transcurrieron unos segundos de violento silencio. Entonces, previendo con agudeza la línea que estaba a punto de traspasar, Joseph levantó la mano, ahuecó la palma en la mejilla de ____ e hizo que esta volviera la cara hacia él, mirándola fijamente a los ojos, muy abiertos por la instantánea incomodidad.
—Pero hay una imprecisión que me veo obligado a corregir —dijo él con suavidad.
____ no se apartó, sino que agitó las pestañas con fingida inocencia.
—¿Una imprecisión? ¿En qué parte?
—En la parte de la resistencia.
Ella arrugó la frente con delicadeza, como si intentara recordar con exactitud lo que había dicho.
—¿Que ninguna mujer se le puede resistir? Apenas me puedo creer...
—Usted no puede resistirse a mí, ____, mi amor.
Y de pronto la estaba besando, suavizando cualquier atisbo de negativa con los labios, presionando con ternura al principio, sin ningún indicio real de movimiento, solo un toque. No la atrajo hacia él, sino que permaneció allí, envuelto en las sombras del anochecer, con el sonido de las olas al romper contra el barco por debajo de ellos, acariciándole con suavidad la mejilla con la palma de la mano, mientras su cuerpo revivía con entusiasmo nada más que por el calor de la boca que besaba.
____ se quedó tan anonadada que no pudo reaccionar de inmediato. Solo habían estado bromeando entre sí amigablemente, como viejos amigos, sin que mediara provocación alguna para que él hubiera hecho lo inconcebible.
De manera instintiva, tras varios segundos de conmoción por la osadía de Joseph, ____ se apartó. Fue entonces cuando él la rodeó por la cintura y la atrajo contra él, abrazándola sin ambages con un brazo de una fuerza incontestable. El primer pensamiento racional de ____ fue que aquel no era un beso como el que él le había dado en su casa de la ciudad solo hacía unos días, aquel suave roce de sus labios calientes. No, el de ese momento era un beso de dulce deseo, contenido e intenso, y el repentino gusto que le dejó fue tan poderoso que la invadieron los recuerdos del primer e íntimo encuentro de ambos cinco años antes, de lo que él le había hecho entonces, tanto física como emocionalmente. Y con tanta pasión.
Temblando, ____ subió la mano y empujó débilmente los hombros de Joseph en un deseo desesperado por soltarse, porque sabía que no tardaría mucho en sucumbir. Y estaba en lo cierto. Ya no fue capaz de pensar con claridad cuando la abrazó firmemente contra él, acariciándole la espalda con una mano y la mejilla con la otra, interpretando la música perfecta de la belleza contra su boca.
Poco a poco ____ se fue apoyando en él, dejando que las yemas de los dedos subieran por la camisa de Joseph, disfrutando con el tacto de la piel caliente bajo el lino frío, de la dura e impecable masa de músculos contra las palmas de sus manos. Cerró los ojos con fuerza, expulsando de su mente todo excepto el poderoso abrazo de Joseph, separando los labios un poco ante la insistencia de este. Le costaba respirar, el corazón le latía con fuerza en el pecho, la sangre le corría violentamente por las venas resonando en sus oídos, mientras se esforzaba en conseguir más de él, mientras se aferraba a su cuello y entrelazaba los dedos en el sedoso pelo de su nuca.
Joseph explotó con un fuego interior casi incontrolable al sentir que ella se relajaba y se amoldaba a su cuerpo, tan rápida y ansiosa en su respuesta. Lo cierto es que había esperado que se pusiera tensa a causa de la indignación, incluso que lo abofetease, la reacción habitual de cualquiera con su educación. Pero él debería haberlo sabido. El deseo mutuo era abrumador, indescriptible, y había estado allí desde el mismo instante en que se juntaron por primera vez en la pista de baile, hacía años.
Pero no fue la pasión lo que tanto le sorprendió. Fue el darse cuenta de que nunca jamás en su vida se había sentido atraído con tanta fuerza por una mujer; por su suavidad, su sonrisa y sus ojos, por sus curvas delicadas, su olor a jabón, a flores y a mujer. Y aquel beso aparentemente inocente sobre la cubierta del Redding, bajo un cielo de estrellas titilantes y un tenue claro de luna, era el principio de algo que temía reconocer. Había confiado en que un beso pusiera fin a su necesidad, pero no fue así, ni lo sería, y se encontró en un apuro.
Pasó la punta de la lengua por los labios separados de ____ y le masajeó la nuca con los dedos de la mano derecha, mientras abría la izquierda sobre la parte inferior de su espalda, sujetándola con firmeza contra su cuerpo rígido. Ella gimió suavemente entre sus brazos, e impaciente como estaba Joseph por intensificar la magia, por tocarla con más plenitud, más posesivamente, en alguna parte de su fuero interno se le hizo dolorosamente patente que debía detener el encuentro antes de que llegara demasiado lejos. Ese no era él momento ni el lugar para aquello, y ____ nunca daría por finalizado el beso por sí misma. Joseph lo sabía.
Con una dificultad desmesurada, la respiración agitada mientras intentaba aclararse la mente liberándola del apremio que la dominaba, Joseph hizo lo que no había hecho en su vida: ser el primero en sofocar la pasión.
—____... —le susurró junto a la boca, arrastrando las manos para colocarle las palmas en las mejillas.
Ella no le oyó, no respondió de inmediato, y, muy a pesar suyo, Joseph apartó los labios de los de ella.
—____ —repitió con voz áspera, levantando y apartando la cara. Antes de dejar caer la frente y apoyarla en la de ____, le depositó uno o dos besos allí, ahuecándole las manos en las mejillas con firmeza, sujetándola para impedir que saliera corriendo, respirando hondo para dominar sus nervios inflamados.
No quería decir nada hasta que ella se tranquilizara, hasta que su respiración se acompasara y recuperara el control. Probablemente estaría avergonzada, y Joseph no estaba muy seguro de cómo manejar aquello, de cómo explicar sus actos e impedir que ella se sintiera rechazada.
____ se puso a temblar de repente. Retiró los brazos del cuello de Joseph y le empujó el pecho.
—____...
—Deje de pronunciar mi nombre de esa manera —susurró ella.
Joseph frunció el ceño. ¿De qué manera?
La soltó poco a poco, esperando, y ella se apartó, abrazándose, la cabeza gacha, de manera que la luna se reflejó en su pelo, arrancándole unos reflejos relucientes. Incluso en la oscuridad, Joseph pudo sentir la tensión que emanaba del cuerpo de ____. No tenía ni idea de si estaba enfadada con él por empezar el beso o consigo misma por mostrar un deseo tan temerario.
____ hizo una larga y temblorosa inspiración.
—No vuelva a confundirme de esa manera nunca más —le advirtió en un murmullo colérico.
¿Qué diablos significaba eso? Solo una mujer podía decir cosas que lo dejaran tan perplejo.
—¿Confundirla?
—Estoy prometida a otro —le explicó como si Joseph fuera idiota, destilando furia por todos los poros de la piel.
La aclaración empapó a Joseph de placer. Ya lo entendía, y envuelto en la penumbra se permitió una amplia sonrisa de satisfacción. Que ella manifestara su confusión era algo totalmente distinto a que expresara repulsión o miedo o a que lo abofeteara.
Él levantó el dedo para acariciarle el mentón.
—No está prometida a nadie —le corrigió en un ronco susurro.
____ levantó la cabeza con una sacudida y lo miró de hito en hito con ojos furiosos.
—Buenas noches, Joseph.
Se recogió las faldas con dignidad y se alejó pasando por su lado.
Aquí les dejo la primera parte del capítulo número 3, más tarde subo la segunda y última (:
Gracias por leer la novela chicas :)
Natuu!!
Natuu!
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Perdón por no pasar antes!!
Y ahhhh *o* ese beso!!! :bounce:
Dios rayis no tienes que avergonzarte(? hahahaha te juro que cada vez me gusta más tu nove!!! siguela pronto porfavor!! si? si? si??
Y ahhhh *o* ese beso!!! :bounce:
Dios rayis no tienes que avergonzarte(? hahahaha te juro que cada vez me gusta más tu nove!!! siguela pronto porfavor!! si? si? si??
helado00
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
:o
osea que a joe le va a tocar dormir por fuera??
jajaj pobrecito
pero la rayis e smuy ingenua pensando que se va a casar ocn alguien q no la conoce q pecao en esa epoca si era demasiado ingenuas
siguela pronto plisssssssss
osea que a joe le va a tocar dormir por fuera??
jajaj pobrecito
pero la rayis e smuy ingenua pensando que se va a casar ocn alguien q no la conoce q pecao en esa epoca si era demasiado ingenuas
siguela pronto plisssssssss
Julieta♥
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
awww me encanta Joseph es tan lindo :arre:
Lo amo awww
Siguela!!!
Lo amo awww
Siguela!!!
aranzhitha
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
amo a joe es tan lindo y ese beso
siguela pronto natu
siguela pronto natu
Nani Jonas
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