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"Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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"Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Ficha
Nombre: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu)
Autor: Adele Ashworth
Adaptación: Si
Género: Romántico/Histórico
Advertencias: Algunas escenas de sexo
Otras páginas: No lo sé, ya que es una adaptación
Nombre: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu)
Autor: Adele Ashworth
Adaptación: Si
Género: Romántico/Histórico
Advertencias: Algunas escenas de sexo
Otras páginas: No lo sé, ya que es una adaptación
Última edición por Natuu! el Vie 10 Ago 2012, 6:33 pm, editado 1 vez
Natuu!
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
ENCANTOS OCULTOS
Aburrida de pretendientes pomposos, la señorita ____ Haislett desea vivir una historia de amor y aventuras. Suspira por el misterioso Caballero Negro: un ladrón inglés que le ha robado el corazón a distancia con sus legendarias proezas. Para conocerle, ____ debe recurrir, aunque a regañadientes, a la única persona que conoce al famoso caballero: Joseph Jonas, un donjuán redomado que la cortejó años atrás.
Joseph accede a acompañarla a Francia, donde se rumorea que se esconde el Caballero Negro. Para despejar toda sombra de duda, viajan como si fueran una pareja casada, compartiendo intimidades que desembocan en la amistad, y besos que despiertan un hambre insaciable... Cuando empiezan a producirse robos a su alrededor, ____ ya está atrapada en la red de deseo tejida por el hombre de sus sueños.
¡Hola chicas!
Aquí estoy de nuevo compartiéndoles una adaptación.
En lo personal, esta novela me ha gustado mucho. Solo con decirles que termine de leerla en dos días.
Es fácil de leer, entretenida, divertida y romantica. Espero y confió que les guste tanto como a mí.
Estare esperando sus comentarios para subir el prólogo.
Natuu♥!!
Joseph accede a acompañarla a Francia, donde se rumorea que se esconde el Caballero Negro. Para despejar toda sombra de duda, viajan como si fueran una pareja casada, compartiendo intimidades que desembocan en la amistad, y besos que despiertan un hambre insaciable... Cuando empiezan a producirse robos a su alrededor, ____ ya está atrapada en la red de deseo tejida por el hombre de sus sueños.
¡Hola chicas!
Aquí estoy de nuevo compartiéndoles una adaptación.
En lo personal, esta novela me ha gustado mucho. Solo con decirles que termine de leerla en dos días.
Es fácil de leer, entretenida, divertida y romantica. Espero y confió que les guste tanto como a mí.
Estare esperando sus comentarios para subir el prólogo.
Natuu♥!!
Natuu!
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Hola natu aqi yo otravez dando lata jajaja
me parecio qe esta nove va a estar muy
interesante estare esperando el primer cap
me parecio qe esta nove va a estar muy
interesante estare esperando el primer cap
Nani Jonas
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Nueva Lectora :D
Estoy ansiosa por empezar a leerla, SIGUELAAAA
Estoy ansiosa por empezar a leerla, SIGUELAAAA
Dayi_JonasLove!*
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Prólogo
Inglaterra, 1842
—Esmeraldas.
Ella parpadeó.
—¿Decía algo?
El hombre esbozó una débil sonrisa.
—Estaba pensando, señorita Haislett, que sobre esta pista de baile, bajo la luz de miles de velas, sus ojos centellean como esmeraldas.
Ella tragó saliva con nerviosismo y le miró fijamente a los ojos. La voz del hombre era tan profunda y sonora, casi acariciadora, que de repente sintió un arrebato de intensa timidez, un sentimiento que la señorita ____ Haislett, de Sherborne, no había experimentado nunca antes en presencia de nadie.
—Gracias —susurró ella, y bajando la mirada la clavó en los botones de marfil de la camisa del hombre.
Él continuó sonriendo, pero no dijo nada más mientras la hacía girar expertamente por la pista al compás del vals. ____ no era capaz de entender la causa de la inquietud que sentía, pues, en resumidas cuentas, aquel era el baile de disfraces de su padre, y el caballero en cuestión, nada más que un huésped invitado que le había pedido gentilmente que bailara con él. Lo había visto antes en diversas ocasiones, aunque nunca se habían dirigido la palabra. Pero en esta ocasión el hombre parecía haber reparado especialmente en ella, y la había observado con detenimiento, se diría que con excesivo detenimiento, y el interés de un hombre tan atractivo la había dejado sin resuello.
—Me gustaría verla sin la máscara.
Las palabras, dichas con voz ronca y suave al mismo tiempo, la sobresaltaron hasta hacer que levantara la mirada una vez más. Con aquella espesa mata de pelo casi negro, un cuerpo alto y duro y unos ojos de un ámbar de lo más cautivadores, el hombre resultaba irresistiblemente atractivo.
____ se quedó mirándolo de hito en hito durante varios segundos, al cabo de los cuales contestó en voz baja:
—Me gustaría verlo sin la suya. —Y después de echar un prudente vistazo alrededor, se inclinó hacia él y murmuró audazmente—: Reúnase conmigo fuera, en el jardín de flores, debajo de la galería sur, dentro de quince minutos.
El hombre inclinó ligeramente la cabeza y entrecerró los ojos tras la seda negra.
—¿Habla en serio, ____?
La inesperada utilización sin permiso de su nombré de pila hizo que ____ recordara, dicho en el sentido más estricto de la expresión, su delicada situación.
—Se... se me acaba de ocurrir que sería un buen lugar para hablar en privado.
—Entiendo.
Durante un instante el hombre mantuvo la mirada fija en la cara parcialmente oculta de ____, y justo cuando esta empezaba a sentirse un poquitín avergonzada por su descarado comportamiento, él se inclinó sobre ella para susurrarle:
—Espero impaciente... nuestra conversación.
El cálido aliento del hombre en su mejilla hizo que ____ se estremeciera, y entonces el vals cesó con demasiada rapidez. Él se detuvo y, taladrándole los ojos con la mirada, rozó con la boca el dorso de la mano de ____. Acto seguido, se dio media vuelta y se alejó.
____ lo observó un instante mientras desaparecía entre la muchedumbre variopinta y risueña, intentando sacudirse las extrañas sensaciones que había despertado en ella. No debía haberle pedido que se reuniera con ella en el jardín sin carabina, lo sabía, pero en su fuero interno algo la había impulsado a hacerlo.
Se reuniría con él. El hombre la atraía.
Se abrió camino lentamente hasta la parte posterior del salón de baile, deteniéndose de vez en cuando para charlar con aparente desenfado con diversos miembros de la alta burguesía. Tardó casi quince minutos en llegar a la galería, y entonces, escabullándose sin ser vista, bajó corriendo sin disimulo las escaleras y salió al jardín.
El frío aire nocturno le rozó la piel, pero el vivo resplandor de la luna y la ansiedad de sus pensamientos la calentaron por dentro.
Tras mirar cuidadosamente en derredor, recorrió el sendero de puntillas con la esperanza de no ser vista ni oída por nadie. A buen seguro que su madre se moriría del susto, si supiera donde estaba y qué estaba haciendo su hija en ese instante, y a ésta le entristeció saber que no podría permanecer mucho tiempo en presencia del desconocido sin que alguno de los presentes en el salón de baile advirtiera su ausencia.
—Realmente no pensé que vendría.
____ se volvió hacia el sonido de la voz, que procedía de una zona de sombras a escasos metros de donde se encontraba.
—Sobre todo —continuó él acercándose—, puesto que nadie más parece deseoso de pasear por el jardín en esta perfecta noche otoñal. Según parece, estamos solos.
—Sí —admitió débilmente ____. Las expectativas que se abrían ante ella le aceleraron el pulso. Él se había quitado la máscara, y todo lo que ella pudo ver de su cara bajo el pálido resplandor de la luna fue una vaga expresión meditabunda.
—Quítesela.
—¿Como dice?
—Su máscara, ____. Quiero verle la cara, ¿recuerda?
Él se había movido hasta detenerse justo delante de ella, pero en ese momento ____ estaba de cara al claro de luna, de manera que, una vez más, las sombras le ocultaban los rasgos del hombre. Incapaz de apartarse, ____ pudo percibir su calor y sentir la penetrante mirada. Tímidamente, se llevó las manos a la parte posterior de la cabeza y se desató la máscara, bajándola para sujetarla en el costado, y su timidez y temor a mirar al hombre empezaron a aumentar gradualmente. Sin embargo, alzando la palma de la mano para agarrarle suavemente la barbilla y levantándole la cabeza en el proceso, él la obligó a mirarlo.
El hombre guardó silencio, contemplándola con intensidad, lo que provocó que los latidos del corazón de ____ aumentaran por momentos hasta terminar convertidos en un estruendo.
—Preciosa... —susurró el hombre.
Entonces, le deslizó el pulgar por los labios, y ____ se ensimismó en el roce, cerrando los ojos e inclinando la cabeza hacia atrás en respuesta, mientras la máscara se le caía de las manos al suelo sin darse cuenta. Durante un momento ella no supo qué hacer ni qué decir, y de repente sintió la cálida boca del hombre en la suya mientras la atraía entre sus brazos.
No había esperado realmente que la besaran. ¿O sí? Tal vez eso fuera lo que ella había estado deseando desde que lo viera por primera vez hacía meses, ahogarse en la magnificencia de aquel cuerpo recio, en la fuerza que emanaba de él. La lengua del hombre, inquieta, juguetona, le separó los labios provocativamente para invadir su calidez y buscar la suya. ¡Dios bendito, qué sensación tan maravillosa! Era cálido, incitante, sumamente masculino. Mucho más de lo que ella habría imaginado jamás.
____ apoyó el cuerpo en el del hombre de manera instintiva, a medida que el beso se fue haciendo más y más exigente. Se puso de puntillas y le rodeó el cuello con los brazos para poder juguetear con el pelo de su nuca con los dedos. ____ gimoteó de puro y salvaje placer mientras unas sensaciones que jamás había experimentado se fundían en sus entrañas.
Con un gruñido profundo él le colocó una de las manos en el trasero y empujó audazmente las caderas de ____ hacia él, sujetándola allí acogedoramente, mientras le deslizaba la mano libre por la mejilla hasta el cuello, que acarició con los dedos.
____ era absolutamente consciente de la tensión y dureza en todos y cada uno de los puntos del hombre, así como de la pasión salvaje que iba creciendo entre ellos, pero no era capaz de detenerse. Todavía no. Solo quería estar bajo el claro de luna, en un jardín fragante, y permanecer así con él toda una eternidad: besándose, tocándose, sintiendo, deseando... La oleada de emociones era perfecta, maravillosa, y cualquier insidiosa duda sobre lo que estaba haciendo se desvaneció de sus pensamientos cuando los labios de él continuaron torturándole la boca con un placer irresistible.
Ella se oyó jadear ligerísimamente cuando, sin previo aviso, el hombre le bajó la mano sobre el vestido para colocarle el pulgar contra el pezón, rozándoselo con dulzura, acariciándoselo, provocando el ansioso ápice a través de la fina capa de seda de Florencia. Abandonada al impulso, ____ empezó a mover las caderas contra las de él, rozándole dulcemente con el vientre.
La acción hizo que el hombre reviviera con entusiasmo. Agarró entonces el pecho en toda su plenitud con la mano caliente, mientras que con la que sujetaba el trasero de ____, y sin que esta fuera totalmente consciente del hecho, empezó a levantarle la falda.
Con una rapidez de experto que ella ni siquiera pudo empezar a comprender, el hombre le colocó la palma en la pierna, y ya fuera por inseguridad, ya por el mero instinto, lo cierto es que ____ se puso tensa de inmediato.
Aparentemente, él también lo notó, porque su boca aflojó el beso y empezó a mover las manos por todas partes para acariciarle la cara interior de los muslos.
—¿Qué está haciendo? —murmuró ella, echando la cabeza hacia atrás.
—Lo que ambos llevamos soñando durante semanas —respondió él con voz áspera, mientras sus labios empezaban a trazar una senda de besos livianos como plumas por el cuello de ____.
El hombre bajó aún más la cabeza, y más, hasta que su boca le rozó la parte superior de los pechos justo por encima del borde del vestido. ____ empezó a relajarse de nuevo, cerrando los ojos a las lujuriosas sensaciones que él creaba con pericia, hasta que le sintió mover la mano para acariciarle íntimamente aquella zona sensible de su entrepierna.
Aquello la devolvió a la realidad de golpe.
—No. —____ jadeó, empujándole por los hombros, tremendamente avergonzada y abrumada de inmediato por la culpa.
Él retiró lentamente las manos y se irguió para mirarla fijamente, y su respiración se hizo rápida y jadeante por el repentino parón. Aunque ____ sabía que él estaba tan afectado por ella por la fuerza de la atracción mutua, no fue capaz de leerle los pensamientos en la cara a través de las sombras.
El hombre permaneció allí quieto largo rato antes de que la dureza de su voz penetrara el frío aire nocturno.
—¿Por qué me pidió que me reuniera con usted, señorita Haislett?
____ no podía pensar con claridad. Respiraba con dificultad, y le temblaba el cuerpo.
—Yo... yo solo quería hablar.
El hombre permaneció en silencio durante uno o dos segundos, al cabo de los cuales exhaló un largo y lento suspiro.
—Nunca ha hecho esto, ¿no es así?
____ se agarró los codos con las palmas de las manos en una tímida actitud defensiva, pero ni se movió ni apartó la vista de la expresión oculta del hombre.
—Me han besado con anterioridad, si es a eso a lo que se refiere, pero...
—Pero ¿qué?
____ bajó la vista para estudiar lo que podía ver de sus bailarinas de satén azul.
—Duró tres segundos y fue en mi mejilla derecha.
Durante una fracción de segundo ____ pensó que realmente era posible que él se echara a reír. Pero no lo hizo. En su lugar, se movió para volver a plantarse directamente delante de ella, colocándole la mano debajo de la barbilla para levantarle la cara hacia él. Cerró los ojos con fuerza para evitar la mirada del hombre, aquejada de repente de una aguda y rezumante sensación de vergüenza.
—Míreme —le exigió con una voz oscura y aterciopelada.
____ tomó aire rápidamente y abrió los ojos.
—Lo siento —dijo ella en un susurro—. De verdad que no quería...
—¿Cuántos años tiene?
Ella hizo una pausa, queriendo parecer madura e independiente, pero al final decidió que lo mejor era ser sincera.
—Diecisiete. Cumplo dieciocho dentro de un mes.
—Entiendo...
El hombre empezó a frotarle el perfil del mentón con el pulgar, atrás y adelante, atrás y adelante, y ella cerró los ojos ante aquella sensación, sucumbiendo una vez más a su habilidad.
Al final, él le echó el brazo por detrás, la atrajo contra su pecho y la abrazó con fuerza contra él, con una mano en la cabeza y la otra en la espalda, mientras le recorría la columna vertebral con los nudillos.
____ podía oír el latido regular de su corazón bajo la mejilla, podía sentir su respiración lenta y uniforme, y supo que se estaba volviendo a perder en aquel abrazo. Estar entre sus brazos, estar haciendo exactamente, como él había dicho, lo que ella había estado soñando con hacer durante semanas, era una sensación perfecta.
—Así que solo quería hablar —repitió él con calma, pensativamente.
—En realidad, creo que quería que me besaran —admitió ella tímidamente, acurrucándose aún con más fuerza contra su pecho—. Me gusta la manera que tiene de besar.
El hombre soltó un suave gruñido y negó con la cabeza.
—Sin duda alguna es usted la cosita más dulce con la que me he cruzado en años, señorita ____ Haislett.
Ella levantó la barbilla, mirándole fijamente a la cara.
—¿Le ha gustado?
El hombre bajó la mirada bruscamente.
—¿Besarla?
____ asintió con la cabeza.
—Me ha gustado más de lo que probablemente debería haberme gustado.
Aquello la reconfortó sobremanera.
—¿Cree que podríamos volver a besarnos así alguna vez?
El cuerpo del hombre se puso tenso mientras miraba una vez más hacia el jardín en penumbra.
—No creo que fuera buena idea.
Sintiéndose incómoda, clavó la mirada en el pecho del hombre.
Él volvió a mirarla.
—¿De qué quería hablar cuando me pidió que viniera aquí?
____, no habiendo sido nunca de las que controlan sus sentimientos, no fue capaz de pensar en nada que decir excepto la verdad, que confesó en voz baja.
—Creo que es usted el hombre más encantador que he conocido en mi vida, y yo... —Sintió que le ardían las mejillas al ruborizarse. Intentó soltarse del abrazo del hombre con naturalidad, pero él no la soltó.
—¿Usted qué, ____?
Su voz fue sumamente aterciopelada, y el nombre de ____ se deslizó de su boca cargado de intimidad y anhelo. Ella no pudo aguantar más.
—Si se lo digo, ¿me promete no reírse?
—No, a menos que sea divertido.
Ella suspiró con determinación, cerró los ojos y levantó la cara al claro de luna.
—Creo que lo amo.
Él no dijo nada. Pero tampoco se rió, ni la soltó, y gracias a ello, ____ sintió un tremendo alivio. Aunque no fue capaz de abrir los ojos; no podía, sencillamente. No, hasta que él dijera algo.
Durante un largo minuto ____ no oyó nada, excepto el tranquilo aire nocturno cargado de la música y las risas lejanas procedentes del salón de baile situado por encima de ellos. Entonces sintió que los labios del hombre volvían a tocar suavemente los suyos, rozándolos, sin pasión, pero con una dulce ternura. Ella quería más de él, pero en cuanto el hombre percibió que ella empezaba a corresponder, se apartó.
—Debería entrar antes de que alguien salga a buscarla —le susurró él sobre la boca.
____ no sabía qué sentir. De algún modo sabía que él estaba siendo bastante razonable, y que probablemente no le diría que la amaba en contrapartida, pero, no obstante, se vio invadida por una oleada de tristeza.
Se apartó de él cuando la soltó. Entonces, sin mirarle a la cara siquiera, recogió su máscara, se dio media vuelta y huyó por el jardín.
¡Bienvenidas chicas! (:
Pronto subire el primer capítulo.
Natuu♥!
Ella parpadeó.
—¿Decía algo?
El hombre esbozó una débil sonrisa.
—Estaba pensando, señorita Haislett, que sobre esta pista de baile, bajo la luz de miles de velas, sus ojos centellean como esmeraldas.
Ella tragó saliva con nerviosismo y le miró fijamente a los ojos. La voz del hombre era tan profunda y sonora, casi acariciadora, que de repente sintió un arrebato de intensa timidez, un sentimiento que la señorita ____ Haislett, de Sherborne, no había experimentado nunca antes en presencia de nadie.
—Gracias —susurró ella, y bajando la mirada la clavó en los botones de marfil de la camisa del hombre.
Él continuó sonriendo, pero no dijo nada más mientras la hacía girar expertamente por la pista al compás del vals. ____ no era capaz de entender la causa de la inquietud que sentía, pues, en resumidas cuentas, aquel era el baile de disfraces de su padre, y el caballero en cuestión, nada más que un huésped invitado que le había pedido gentilmente que bailara con él. Lo había visto antes en diversas ocasiones, aunque nunca se habían dirigido la palabra. Pero en esta ocasión el hombre parecía haber reparado especialmente en ella, y la había observado con detenimiento, se diría que con excesivo detenimiento, y el interés de un hombre tan atractivo la había dejado sin resuello.
—Me gustaría verla sin la máscara.
Las palabras, dichas con voz ronca y suave al mismo tiempo, la sobresaltaron hasta hacer que levantara la mirada una vez más. Con aquella espesa mata de pelo casi negro, un cuerpo alto y duro y unos ojos de un ámbar de lo más cautivadores, el hombre resultaba irresistiblemente atractivo.
____ se quedó mirándolo de hito en hito durante varios segundos, al cabo de los cuales contestó en voz baja:
—Me gustaría verlo sin la suya. —Y después de echar un prudente vistazo alrededor, se inclinó hacia él y murmuró audazmente—: Reúnase conmigo fuera, en el jardín de flores, debajo de la galería sur, dentro de quince minutos.
El hombre inclinó ligeramente la cabeza y entrecerró los ojos tras la seda negra.
—¿Habla en serio, ____?
La inesperada utilización sin permiso de su nombré de pila hizo que ____ recordara, dicho en el sentido más estricto de la expresión, su delicada situación.
—Se... se me acaba de ocurrir que sería un buen lugar para hablar en privado.
—Entiendo.
Durante un instante el hombre mantuvo la mirada fija en la cara parcialmente oculta de ____, y justo cuando esta empezaba a sentirse un poquitín avergonzada por su descarado comportamiento, él se inclinó sobre ella para susurrarle:
—Espero impaciente... nuestra conversación.
El cálido aliento del hombre en su mejilla hizo que ____ se estremeciera, y entonces el vals cesó con demasiada rapidez. Él se detuvo y, taladrándole los ojos con la mirada, rozó con la boca el dorso de la mano de ____. Acto seguido, se dio media vuelta y se alejó.
____ lo observó un instante mientras desaparecía entre la muchedumbre variopinta y risueña, intentando sacudirse las extrañas sensaciones que había despertado en ella. No debía haberle pedido que se reuniera con ella en el jardín sin carabina, lo sabía, pero en su fuero interno algo la había impulsado a hacerlo.
Se reuniría con él. El hombre la atraía.
Se abrió camino lentamente hasta la parte posterior del salón de baile, deteniéndose de vez en cuando para charlar con aparente desenfado con diversos miembros de la alta burguesía. Tardó casi quince minutos en llegar a la galería, y entonces, escabullándose sin ser vista, bajó corriendo sin disimulo las escaleras y salió al jardín.
El frío aire nocturno le rozó la piel, pero el vivo resplandor de la luna y la ansiedad de sus pensamientos la calentaron por dentro.
Tras mirar cuidadosamente en derredor, recorrió el sendero de puntillas con la esperanza de no ser vista ni oída por nadie. A buen seguro que su madre se moriría del susto, si supiera donde estaba y qué estaba haciendo su hija en ese instante, y a ésta le entristeció saber que no podría permanecer mucho tiempo en presencia del desconocido sin que alguno de los presentes en el salón de baile advirtiera su ausencia.
—Realmente no pensé que vendría.
____ se volvió hacia el sonido de la voz, que procedía de una zona de sombras a escasos metros de donde se encontraba.
—Sobre todo —continuó él acercándose—, puesto que nadie más parece deseoso de pasear por el jardín en esta perfecta noche otoñal. Según parece, estamos solos.
—Sí —admitió débilmente ____. Las expectativas que se abrían ante ella le aceleraron el pulso. Él se había quitado la máscara, y todo lo que ella pudo ver de su cara bajo el pálido resplandor de la luna fue una vaga expresión meditabunda.
—Quítesela.
—¿Como dice?
—Su máscara, ____. Quiero verle la cara, ¿recuerda?
Él se había movido hasta detenerse justo delante de ella, pero en ese momento ____ estaba de cara al claro de luna, de manera que, una vez más, las sombras le ocultaban los rasgos del hombre. Incapaz de apartarse, ____ pudo percibir su calor y sentir la penetrante mirada. Tímidamente, se llevó las manos a la parte posterior de la cabeza y se desató la máscara, bajándola para sujetarla en el costado, y su timidez y temor a mirar al hombre empezaron a aumentar gradualmente. Sin embargo, alzando la palma de la mano para agarrarle suavemente la barbilla y levantándole la cabeza en el proceso, él la obligó a mirarlo.
El hombre guardó silencio, contemplándola con intensidad, lo que provocó que los latidos del corazón de ____ aumentaran por momentos hasta terminar convertidos en un estruendo.
—Preciosa... —susurró el hombre.
Entonces, le deslizó el pulgar por los labios, y ____ se ensimismó en el roce, cerrando los ojos e inclinando la cabeza hacia atrás en respuesta, mientras la máscara se le caía de las manos al suelo sin darse cuenta. Durante un momento ella no supo qué hacer ni qué decir, y de repente sintió la cálida boca del hombre en la suya mientras la atraía entre sus brazos.
No había esperado realmente que la besaran. ¿O sí? Tal vez eso fuera lo que ella había estado deseando desde que lo viera por primera vez hacía meses, ahogarse en la magnificencia de aquel cuerpo recio, en la fuerza que emanaba de él. La lengua del hombre, inquieta, juguetona, le separó los labios provocativamente para invadir su calidez y buscar la suya. ¡Dios bendito, qué sensación tan maravillosa! Era cálido, incitante, sumamente masculino. Mucho más de lo que ella habría imaginado jamás.
____ apoyó el cuerpo en el del hombre de manera instintiva, a medida que el beso se fue haciendo más y más exigente. Se puso de puntillas y le rodeó el cuello con los brazos para poder juguetear con el pelo de su nuca con los dedos. ____ gimoteó de puro y salvaje placer mientras unas sensaciones que jamás había experimentado se fundían en sus entrañas.
Con un gruñido profundo él le colocó una de las manos en el trasero y empujó audazmente las caderas de ____ hacia él, sujetándola allí acogedoramente, mientras le deslizaba la mano libre por la mejilla hasta el cuello, que acarició con los dedos.
____ era absolutamente consciente de la tensión y dureza en todos y cada uno de los puntos del hombre, así como de la pasión salvaje que iba creciendo entre ellos, pero no era capaz de detenerse. Todavía no. Solo quería estar bajo el claro de luna, en un jardín fragante, y permanecer así con él toda una eternidad: besándose, tocándose, sintiendo, deseando... La oleada de emociones era perfecta, maravillosa, y cualquier insidiosa duda sobre lo que estaba haciendo se desvaneció de sus pensamientos cuando los labios de él continuaron torturándole la boca con un placer irresistible.
Ella se oyó jadear ligerísimamente cuando, sin previo aviso, el hombre le bajó la mano sobre el vestido para colocarle el pulgar contra el pezón, rozándoselo con dulzura, acariciándoselo, provocando el ansioso ápice a través de la fina capa de seda de Florencia. Abandonada al impulso, ____ empezó a mover las caderas contra las de él, rozándole dulcemente con el vientre.
La acción hizo que el hombre reviviera con entusiasmo. Agarró entonces el pecho en toda su plenitud con la mano caliente, mientras que con la que sujetaba el trasero de ____, y sin que esta fuera totalmente consciente del hecho, empezó a levantarle la falda.
Con una rapidez de experto que ella ni siquiera pudo empezar a comprender, el hombre le colocó la palma en la pierna, y ya fuera por inseguridad, ya por el mero instinto, lo cierto es que ____ se puso tensa de inmediato.
Aparentemente, él también lo notó, porque su boca aflojó el beso y empezó a mover las manos por todas partes para acariciarle la cara interior de los muslos.
—¿Qué está haciendo? —murmuró ella, echando la cabeza hacia atrás.
—Lo que ambos llevamos soñando durante semanas —respondió él con voz áspera, mientras sus labios empezaban a trazar una senda de besos livianos como plumas por el cuello de ____.
El hombre bajó aún más la cabeza, y más, hasta que su boca le rozó la parte superior de los pechos justo por encima del borde del vestido. ____ empezó a relajarse de nuevo, cerrando los ojos a las lujuriosas sensaciones que él creaba con pericia, hasta que le sintió mover la mano para acariciarle íntimamente aquella zona sensible de su entrepierna.
Aquello la devolvió a la realidad de golpe.
—No. —____ jadeó, empujándole por los hombros, tremendamente avergonzada y abrumada de inmediato por la culpa.
Él retiró lentamente las manos y se irguió para mirarla fijamente, y su respiración se hizo rápida y jadeante por el repentino parón. Aunque ____ sabía que él estaba tan afectado por ella por la fuerza de la atracción mutua, no fue capaz de leerle los pensamientos en la cara a través de las sombras.
El hombre permaneció allí quieto largo rato antes de que la dureza de su voz penetrara el frío aire nocturno.
—¿Por qué me pidió que me reuniera con usted, señorita Haislett?
____ no podía pensar con claridad. Respiraba con dificultad, y le temblaba el cuerpo.
—Yo... yo solo quería hablar.
El hombre permaneció en silencio durante uno o dos segundos, al cabo de los cuales exhaló un largo y lento suspiro.
—Nunca ha hecho esto, ¿no es así?
____ se agarró los codos con las palmas de las manos en una tímida actitud defensiva, pero ni se movió ni apartó la vista de la expresión oculta del hombre.
—Me han besado con anterioridad, si es a eso a lo que se refiere, pero...
—Pero ¿qué?
____ bajó la vista para estudiar lo que podía ver de sus bailarinas de satén azul.
—Duró tres segundos y fue en mi mejilla derecha.
Durante una fracción de segundo ____ pensó que realmente era posible que él se echara a reír. Pero no lo hizo. En su lugar, se movió para volver a plantarse directamente delante de ella, colocándole la mano debajo de la barbilla para levantarle la cara hacia él. Cerró los ojos con fuerza para evitar la mirada del hombre, aquejada de repente de una aguda y rezumante sensación de vergüenza.
—Míreme —le exigió con una voz oscura y aterciopelada.
____ tomó aire rápidamente y abrió los ojos.
—Lo siento —dijo ella en un susurro—. De verdad que no quería...
—¿Cuántos años tiene?
Ella hizo una pausa, queriendo parecer madura e independiente, pero al final decidió que lo mejor era ser sincera.
—Diecisiete. Cumplo dieciocho dentro de un mes.
—Entiendo...
El hombre empezó a frotarle el perfil del mentón con el pulgar, atrás y adelante, atrás y adelante, y ella cerró los ojos ante aquella sensación, sucumbiendo una vez más a su habilidad.
Al final, él le echó el brazo por detrás, la atrajo contra su pecho y la abrazó con fuerza contra él, con una mano en la cabeza y la otra en la espalda, mientras le recorría la columna vertebral con los nudillos.
____ podía oír el latido regular de su corazón bajo la mejilla, podía sentir su respiración lenta y uniforme, y supo que se estaba volviendo a perder en aquel abrazo. Estar entre sus brazos, estar haciendo exactamente, como él había dicho, lo que ella había estado soñando con hacer durante semanas, era una sensación perfecta.
—Así que solo quería hablar —repitió él con calma, pensativamente.
—En realidad, creo que quería que me besaran —admitió ella tímidamente, acurrucándose aún con más fuerza contra su pecho—. Me gusta la manera que tiene de besar.
El hombre soltó un suave gruñido y negó con la cabeza.
—Sin duda alguna es usted la cosita más dulce con la que me he cruzado en años, señorita ____ Haislett.
Ella levantó la barbilla, mirándole fijamente a la cara.
—¿Le ha gustado?
El hombre bajó la mirada bruscamente.
—¿Besarla?
____ asintió con la cabeza.
—Me ha gustado más de lo que probablemente debería haberme gustado.
Aquello la reconfortó sobremanera.
—¿Cree que podríamos volver a besarnos así alguna vez?
El cuerpo del hombre se puso tenso mientras miraba una vez más hacia el jardín en penumbra.
—No creo que fuera buena idea.
Sintiéndose incómoda, clavó la mirada en el pecho del hombre.
Él volvió a mirarla.
—¿De qué quería hablar cuando me pidió que viniera aquí?
____, no habiendo sido nunca de las que controlan sus sentimientos, no fue capaz de pensar en nada que decir excepto la verdad, que confesó en voz baja.
—Creo que es usted el hombre más encantador que he conocido en mi vida, y yo... —Sintió que le ardían las mejillas al ruborizarse. Intentó soltarse del abrazo del hombre con naturalidad, pero él no la soltó.
—¿Usted qué, ____?
Su voz fue sumamente aterciopelada, y el nombre de ____ se deslizó de su boca cargado de intimidad y anhelo. Ella no pudo aguantar más.
—Si se lo digo, ¿me promete no reírse?
—No, a menos que sea divertido.
Ella suspiró con determinación, cerró los ojos y levantó la cara al claro de luna.
—Creo que lo amo.
Él no dijo nada. Pero tampoco se rió, ni la soltó, y gracias a ello, ____ sintió un tremendo alivio. Aunque no fue capaz de abrir los ojos; no podía, sencillamente. No, hasta que él dijera algo.
Durante un largo minuto ____ no oyó nada, excepto el tranquilo aire nocturno cargado de la música y las risas lejanas procedentes del salón de baile situado por encima de ellos. Entonces sintió que los labios del hombre volvían a tocar suavemente los suyos, rozándolos, sin pasión, pero con una dulce ternura. Ella quería más de él, pero en cuanto el hombre percibió que ella empezaba a corresponder, se apartó.
—Debería entrar antes de que alguien salga a buscarla —le susurró él sobre la boca.
____ no sabía qué sentir. De algún modo sabía que él estaba siendo bastante razonable, y que probablemente no le diría que la amaba en contrapartida, pero, no obstante, se vio invadida por una oleada de tristeza.
Se apartó de él cuando la soltó. Entonces, sin mirarle a la cara siquiera, recogió su máscara, se dio media vuelta y huyó por el jardín.
¡Bienvenidas chicas! (:
Pronto subire el primer capítulo.
Natuu♥!
Natuu!
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Imagino que ese hombre es el que ella quiere ir a buscar a Francia...
SIGUELAAAAAAAAAAA :D
SIGUELAAAAAAAAAAA :D
Dayi_JonasLove!*
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Capítulo 1
Londres, 1847
—Esmeraldas.
—¿Esmeraldas? —repitió él, sorprendido.
—Una rara e inestimable mezcla de oro y valiosísimo verde.
Joseph Adam Jonas Miller, segundo hijo del difunto y muy respetado conde de Beckford, resopló con fuerza y se recostó contra la suave piel burdeos de su sillón Luis XIII para contemplar pensativamente a su invitado. Robar esmeraldas se estaba convirtiendo en una pesadilla.
—¿Cuánto valen? —preguntó con prudencia.
Sir Guy Phillips, un hombre muy rubio, cuyo rostro de mediana edad solo podía ser descrito como común y corriente, se rascó las espesas y largas patillas y se encogió de hombros.
—En este momento no podría poner una cifra a su valor.
—Mmm. Conozcamos la historia, pues.
Phillips hizo una pausa para ordenar sus ideas, y empezó por el comienzo.
—En un principio pertenecieron al acaudalado duque de Westridge, que las compró legalmente a un Austria, probablemente a Carlos VI, hacía el final de la década de 1720. Luego, el duque se las regaló a su esposa, Elizabeth, como regalo de bodas, y ella las tuvo en su poder durante casi sesenta años, hasta su muerte en el invierno de 1781. Aunque Westridge tuvo un hijo, este era un niño enfermizo y murió en 1740, a los doce años de edad, dejando al duque sin un heredero que reclamara su inmensa fortuna. Se cree que la encantadora Elizabeth, que murió quince años después que su marido, legó todas sus posesiones personales a su prima Matilda, una solterona que, casualidades de la vida, tenía una remota relación de parentesco con el rey Jorge.
Phillips se dio unas palmaditas en los volantes de su camisa de seda blanca y se levantó, con la copa de brandy en la mano, y empezó a dar vueltas por la habitación.
—Nadie sabe con certeza dónde estuvieron guardadas las joyas ni quién tenía realmente derecho a ellas después de que Matilda muriera a los noventa y dos años, pero corre el rumor de que el rey entró en posesión de ellas en algún momento con anterioridad a que el idiota de su hijo fuera nombrado regente en 1811. Prinny heredó las esmeraldas, y para ayudar a pagar sus horribles deudas cuando fue coronado rey en 1820, las vendió al duque de Newark por una no revelada, aunque hay quien dice que indecente, cantidad. Y ahí permanecieron, en poder del duque, durante más de veinticinco años, a buen recaudo en una cámara de seguridad en su propiedad, hasta hace tres meses, cuando su esposa descubrió que habían desaparecido...
—Robadas por unos profesionales, por lo tanto —terció Joseph mientras se llevaba su copa a los labios.
Sir Guy dejó de dar vueltas para mirarlo directamente.
—Tenemos razones para creer que las esmeraldas se encuentran actualmente en Francia, robadas, tras meses de minuciosa planificación, por sicarios de los altos funcionarios que desean desesperadamente derrocar al actual gobierno de Francia.
Joseph se dejó caer en su sillón y profirió un lento silbido.
—¿Y cómo demonios podría saber yo que los franceses están involucrados, Phillips?
El hombre rubio rió entre dientes.
—Siempre parecen estarlo, ¿no es así?
—Continúa —insistió Joseph.
Phillips suspiró.
—Bueno, corre el rumor de que las joyas han llegado a manos de los legitimistas franceses que, por supuesto, consideran a Enrique como el verdadero rey y quieren volver a verlo sentado en el trono. —Negó con la cabeza, y su expresión se tornó grave cuando bajó la voz—: La corte de Luis Felipe se desmorona, Joe. El país entero aún tiene que encontrar la estabilidad. Los legitimistas quieren a Enrique; el pueblo, siempre insatisfecho, habla de otra revolución...
Después de una prolongada pausa, Joseph preguntó con aire pensativo:
—Así pues, ¿por qué robar esas joyas, aparte del hecho de ser tan valiosas? Cualquiera que las birle se arriesga una barbaridad viniendo aquí a hacerlo.
El hombre mayor resopló y empezó a dar vueltas de nuevo.
—Porque (y esto es solo una suposición) los implicados en su desaparición creen que las esmeraldas pertenecen legítimamente al pueblo francés. Un robo justificado.
—¿Justificado?
Sir Guy tamborileó con los dedos sobre su copa.
—Según parece, los legitimistas han llegado a su propio convencimiento de que las esmeraldas no fueron compradas a los Austrias, sino confiscadas ilegalmente. Robadas, vamos. Creen que las joyas jamás pertenecieron a los británicos, porque en realidad se suponía que tenían que haber pasado de Carlos a María Teresa, y de esta a su hija María Antonieta, y que, en el momento del desgraciado fallecimiento de esta última, las joyas deberían haber pasado a ser propiedad del pueblo francés.
—Qué conveniente para los franceses.
—Sí, bastante.
Joseph vació el contenido de su copa, la colocó en la pequeña mesa situada junto a su sillón y estiró las piernas por delante de él.
—Solo me cabe concluir que recientemente has recibido información relativa al paradero del collar, ¿me equivoco?
Phillips asintió con la cabeza mientras se acercaba a una licorera para volver a llenarse la copa hasta el borde.
—Hace dos semanas uno de nuestros contactos en París asistió a una ceremonia de gala cuyo único propósito era recaudar dinero para la causa legitimista. En dicha recepción, el mismo contacto oyó al azar una conversación insólitamente sincera en relación con las joyas que habían sido robadas recientemente en las mismísimas «narices de esos altivos ingleses». Tras un hábil interrogatorio, nuestro contacto se enteró de que las esmeraldas están en Marsella a buen recaudo hasta el momento en que sea necesario derrocar a Luis Felipe.
Phillips volvió a su sillón, colocó la copa en la mesa y se metió la mano en el bolsillo de la camisa para sacar un pequeño pedazo de papel. Se lo entregó a Joseph.
—Lo lamento muchísimo por el duque de Newark y su encantadora esposa, que perdieron su collar de esmeraldas a manos de los ladrones franceses —prosiguió en tono sombrío—. Pero el motivo de que te envíe a Francia y pongas en peligro tu vida, Joe, es el de ayudar, si podemos, a que Luis Felipe conserve unido su gobierno. Si las esmeraldas son desmontadas y vendidas, los legitimistas podrían percibir una suma descomunal que utilizarían para promover su causa. Ahora mismo Inglaterra no anda necesitada de otra guerra. No hay ninguna necesidad de que vuelvan a morir nuestros chicos por culpa de la arrogancia francesa.
Joseph echó un vistazo al papel. La letra era cuidada y meticulosa.
Madeleine DuMais, rue de la Fleur, 5. Veintisiete de junio, 10 de la mañana.
Sir Guy vació rápidamente su copa por segunda vez, la colocó en la mesa, y se levantó para recuperar su abrigo del perchero que había junto a la puerta.
—Creo que ya conoces a la encantadora señorita DuMais.
—Mmm... En realidad solo la he visto una vez.
—Bien. Cuando llegues, te tendrá preparada una nueva identidad y puede que alguna pista. ¿Cuándo puedes partir?
Joseph también se levantó, frotándose los ojos cansados con las yemas de los dedos.
—Confío en poder embarcar el viernes. Esto me daría tiempo suficiente para concertar el encuentro.
—Estaremos esperando noticias. —Phillips abrió la puerta principal y se volvió hacia Joseph sonriendo—. Eres consciente de que, puesto que estarás en Francia, te perderás la recepción de lady Carlisle.
El baile de lady Sibyl Carlisle era el acontecimiento más aterrador de la temporada para los solteros cotizados. Junto con las cuatro arpías de sus hijas, la dama se empeñaba en que la fiesta no tuviera más objetivo que el de convertirse en una reunión de casamenteras. Tener una excusa para no asistir era una bendición considerable.
Joseph sonrió burlonamente.
—Qué coincidencia más desdichada, sin duda. Tendrás que saludarla, a ella y a sus encantadoras hijas, de mi parte.
Phillips negó cansinamente con la cabeza.
—Por supuesto. Supongo que este año tendré que volver a aparecer. Al menos, la dama no repara en gastos en lo tocante a la buena comida y la buena bebida.
—Eso, lo reconozco, sí que lo echaré de menos.
—Hablando de buena comida —añadió Phillips—, la cena estaba excelente. Dile a Gerty que esta vez el asado estaba perfecto.
—Le encantará saber que te has comido hasta el último trozo.
Con una leve inclinación de cabeza y un taconazo, Phillips se dio media vuelta, bajó los escalones delanteros y desapareció en la niebla nocturna.
Joseph permaneció en la entrada varios minutos, respirando el húmedo aire nocturno hasta que el frío empezó a calarle los huesos. Cerró la puerta con lentitud, aunque no echó el cerrojo, puesto que Marissa llegaría antes de una hora para pasar otra noche retozando entre las sábanas. Ella era la única amante que había tenido, la única que había conocido, que prefiriese encontrarse con sus amigos caballeros en las casas de estos, siempre y cuando, por supuesto, sus amigos caballeros fueran solteros. A decir verdad, a él no le importaba. Joseph no tenía que ocultar sus correrías sexuales a ninguna esposa entrometida, ni a nadie, en realidad, y si Marissa quería disfrutar de sus relaciones en su casa, en lugar de en la de ella, pues por él, perfecto.
Sin embargo, esa noche Joseph se sentía inquieto, y realmente no le hacía ninguna gracia la visita de Marissa. Hasta hacía muy poco tiempo Marissa había sido capaz de satisfacer todas sus necesidades, pero, a la sazón, y por más que él odiara admitirlo, se estaba cansando de ella. Bueno, Marissa era una mujer de una belleza nada corriente y era incuestionablemente experta en la utilización de su cuerpo. Pero, de repente, y para su desconcierto, Joseph se encontró deseando más; más de la vida y más de una mujer. Marissa era la querida de cualquiera dispuesto a darle lo mejor, las baratijas más bonitas, y Joseph no tenía ningún reparo en darle baratijas. Era buena en lo que hacía. Pero ahí, por extraño que pareciera, radicaba el problema, porque por primera vez en años, en toda su vida en realidad, Joseph quería darle más importancia al sexo que la mujer con la que se acostaba.
Con un brusco tirón para aflojarse el fular, Joseph se dirigió de vuelta al estudio, cogió la botella medio vacía de brandy y las copas, y las llevó a la cocina, situada en la parte posterior de su casa de la ciudad.
Como siempre, Gerty había dejado el lugar inmaculado antes de marcharse para ir a dormir a su casa, así que lo único que quedaba sobre la encimera era los platos de la cena de los dos caballeros. Joseph colocó lo que llevaba al lado del resto de las cosas para lavar, se desabrochó los tres botones superiores de la camisa, bajó la intensidad de la lámpara de la mesa de la cocina y volvió a su estudio para sentarse a pensar delante de la pequeña chimenea.
Tenía que admitir que cada vez estaba más cansado y aburrido. Cansado de las mujeres que conocía, y aburrido de todo lo demás. A sus veintinueve años de edad había hecho muchas cosas, pero en ese momento se sorprendió envidiando a aquellos hombres que nunca había pensado que envidiaría. Durante los últimos meses había dedicado realmente su tiempo a considerar dónde estaba y qué estaba haciendo, y de repente había descubierto que echaba de menos, incluso que anhelaba, la estabilidad. Nunca habría imaginado que un día querría tener una familia. Hasta fechas muy recientes, había considerado risible semejante idea. Había conocido a muchos hombres, incluso amigos, que eran innegablemente desdichados en sus matrimonios, y durante mucho tiempo había asumido que todos los matrimonios habrían de ser así, dificultosos hasta en el detalle más nimio y en absoluto merecedores del esfuerzo. Pero, tras pensarlo detenidamente, se dio cuenta de que, aunque el matrimonio era un verdadero problema, resultaba que para muchos era más enriquecedor que cualquier otra unión. Lo había visto en el matrimonio de sus padres, y en el de su hermano, y, aunque casi de la noche a la mañana, lo quería también para sí. Lo que más le molestaba era saber que jamás podría hacerlo compatible con su trabajo. Tendría que escoger entre los dos.
Recostándose en el sillón, cruzó las manos sobre el vientre, estiró las piernas y se quedó mirando fijamente el baile de la titilante luz de la lumbre en el oscuro techo.
Deshacerse de Marissa no sería realmente un problema. Ella pasaría sencillamente al siguiente miembro acaudalado de la alta sociedad que pudiera mantenerla confortablemente alojada y enjoyada. Tanto él como ella sabían que lo que obtenían el uno del otro era puramente físico y lo hacían de común acuerdo, y desde el principio él había dejado claras sus intenciones en cuanto a la naturaleza de su relación. Marissa estaba acostumbrada a eso, porque había aceptado a muchos hombres antes que a él, y los que seguirían serían exactamente iguales. Técnicamente, el trabajo de la mujer era darle placer en la cama a cambio de una vida elegante, y sin duda alguna ella era toda una experta en su campo de estudio.
Sin embargo, la pregunta que Joseph se había estado haciendo una y otra vez en los últimos tiempos no tenía nada que ver con su querida, sino con si podría vivir sin la emoción de su trabajo, si tomaba una esposa. Había estado actuando por toda Europa durante seis años, y aquellos que utilizaban sus servicios estaban, de eso no cabía duda, en deuda con él y deseaban de manera desesperada que siguiera con lo que estaba haciendo; y por lo que hacía, le pagaban bien. Pero que muy bien. Sin embargo, dejando a un lado el dinero, no estaba seguro de que pudiera renunciar a todo, al menos no absolutamente, y si no lo hacía, no estaba seguro de que pudiera casarse. Ninguna dama querría un marido que no estuviera cerca para satisfacerle los caprichos o acompañarla a las reuniones sociales, y ninguna mujer que él hubiera conocido había sido, capaz de igualar su sentido de la aventura y su deseo de experimentar lo mejor de la vida.
Joseph cerró los ojos. Tal vez acabara convirtiéndose en un viejo solterón cascarrabias. Solo él y su perro. ¡Bonita pareja que harían los dos!
—¿Querido?
La voz ronca de Marissa lo sacó de golpe de sus pensamientos. Se volvió en dirección a la puerta sonriendo débilmente para darle un aire menos grave a su estado de ánimo.
—No te he oído entrar.
Haciendo deslizar el chal de lana blanca por su cuerpo con unos dedos perfectamente cuidados, se acercó a él con aire despreocupado.
—¿Por qué hay tan poca luz aquí? —susurró ella con picardía—. ¿Estabas esperando a hacerme el amor delante de la chimenea?
Joseph sonrió burlonamente, recorriendo arriba y abajo el largo y grácil cuerpo de la mujer con la mirada. Sin duda la iba a echar de menos.
—Tenemos que hablar, Marissa.
Ella se detuvo en seco y le dedicó una mueca.
—¡Dios mío!, parece serio.
Joseph la observó durante un instante. Luego, respirando hondo para armarse de valor y con la sensación de que estaba haciendo lo correcto, dijo en voz baja:
—Esto no tiene nada que ver contigo, cariño, pero creo que ha llegado el momento...
—No vayas a creer que no he pensado en que llegaría este día, Joseph —le interrumpió alegremente, arrojando el chal sobre el banco con respaldo de madera noble que tenía a su izquierda—. Me he dado cuenta de algunos cambios en ti últimamente, y los he visto antes.
Marissa se acercó a su lado, mirándole fijamente a los ojos y sonriendo mientras posaba su trasero en el brazo del sillón de Joseph.
—Puedes creértelo o no —prosiguió ella pensativamente, entrelazando los dedos en la espesa mata de pelo de Joseph—. Yo también estuve pensando que probablemente era hora de seguir adelante, y no te vas a creer quién me está persiguiendo, querido, nada menos que el acaudalado y generoso vizconde Willmont.
Joseph levantó las cejas en señal de sorpresa.
—¿El viejo Chester?
Ella asintió con la cabeza.
—¿Todavía... puede caminar?
—¿Celoso, querido?
Joseph volvió a sonreír burlonamente, colocando la palma de su mano en un muslo que conocía demasiado bien y aspirando el familiar olor del perfume de Marissa.
—Mucho.
Marissa soltó una suave carcajada y le cogió la barbilla con el índice y el pulgar, con su cara a escasos centímetros de la de él.
—Nadie podrá compararse a ti jamás, ni dentro ni fuera de la cama, y envidio a la mujer que acabe robándote el corazón.
Joseph le rodeó la cintura y la empujó para sentársela en el regazo.
—Estoy seguro de que todavía podemos aprovechar esta noche —la provocó con voz ronca—. De todas maneras, es probable que Chester ya se haya tomado su leche caliente y se haya ido a dormir hasta mañana.
Marissa bajó el brazo, lo envolvió total y descaradamente con la mano e, inclinándose sobre él, le susurró junto a la boca:
—Vayamos arriba.
Natuu♥!
—¿Esmeraldas? —repitió él, sorprendido.
—Una rara e inestimable mezcla de oro y valiosísimo verde.
Joseph Adam Jonas Miller, segundo hijo del difunto y muy respetado conde de Beckford, resopló con fuerza y se recostó contra la suave piel burdeos de su sillón Luis XIII para contemplar pensativamente a su invitado. Robar esmeraldas se estaba convirtiendo en una pesadilla.
—¿Cuánto valen? —preguntó con prudencia.
Sir Guy Phillips, un hombre muy rubio, cuyo rostro de mediana edad solo podía ser descrito como común y corriente, se rascó las espesas y largas patillas y se encogió de hombros.
—En este momento no podría poner una cifra a su valor.
—Mmm. Conozcamos la historia, pues.
Phillips hizo una pausa para ordenar sus ideas, y empezó por el comienzo.
—En un principio pertenecieron al acaudalado duque de Westridge, que las compró legalmente a un Austria, probablemente a Carlos VI, hacía el final de la década de 1720. Luego, el duque se las regaló a su esposa, Elizabeth, como regalo de bodas, y ella las tuvo en su poder durante casi sesenta años, hasta su muerte en el invierno de 1781. Aunque Westridge tuvo un hijo, este era un niño enfermizo y murió en 1740, a los doce años de edad, dejando al duque sin un heredero que reclamara su inmensa fortuna. Se cree que la encantadora Elizabeth, que murió quince años después que su marido, legó todas sus posesiones personales a su prima Matilda, una solterona que, casualidades de la vida, tenía una remota relación de parentesco con el rey Jorge.
Phillips se dio unas palmaditas en los volantes de su camisa de seda blanca y se levantó, con la copa de brandy en la mano, y empezó a dar vueltas por la habitación.
—Nadie sabe con certeza dónde estuvieron guardadas las joyas ni quién tenía realmente derecho a ellas después de que Matilda muriera a los noventa y dos años, pero corre el rumor de que el rey entró en posesión de ellas en algún momento con anterioridad a que el idiota de su hijo fuera nombrado regente en 1811. Prinny heredó las esmeraldas, y para ayudar a pagar sus horribles deudas cuando fue coronado rey en 1820, las vendió al duque de Newark por una no revelada, aunque hay quien dice que indecente, cantidad. Y ahí permanecieron, en poder del duque, durante más de veinticinco años, a buen recaudo en una cámara de seguridad en su propiedad, hasta hace tres meses, cuando su esposa descubrió que habían desaparecido...
—Robadas por unos profesionales, por lo tanto —terció Joseph mientras se llevaba su copa a los labios.
Sir Guy dejó de dar vueltas para mirarlo directamente.
—Tenemos razones para creer que las esmeraldas se encuentran actualmente en Francia, robadas, tras meses de minuciosa planificación, por sicarios de los altos funcionarios que desean desesperadamente derrocar al actual gobierno de Francia.
Joseph se dejó caer en su sillón y profirió un lento silbido.
—¿Y cómo demonios podría saber yo que los franceses están involucrados, Phillips?
El hombre rubio rió entre dientes.
—Siempre parecen estarlo, ¿no es así?
—Continúa —insistió Joseph.
Phillips suspiró.
—Bueno, corre el rumor de que las joyas han llegado a manos de los legitimistas franceses que, por supuesto, consideran a Enrique como el verdadero rey y quieren volver a verlo sentado en el trono. —Negó con la cabeza, y su expresión se tornó grave cuando bajó la voz—: La corte de Luis Felipe se desmorona, Joe. El país entero aún tiene que encontrar la estabilidad. Los legitimistas quieren a Enrique; el pueblo, siempre insatisfecho, habla de otra revolución...
Después de una prolongada pausa, Joseph preguntó con aire pensativo:
—Así pues, ¿por qué robar esas joyas, aparte del hecho de ser tan valiosas? Cualquiera que las birle se arriesga una barbaridad viniendo aquí a hacerlo.
El hombre mayor resopló y empezó a dar vueltas de nuevo.
—Porque (y esto es solo una suposición) los implicados en su desaparición creen que las esmeraldas pertenecen legítimamente al pueblo francés. Un robo justificado.
—¿Justificado?
Sir Guy tamborileó con los dedos sobre su copa.
—Según parece, los legitimistas han llegado a su propio convencimiento de que las esmeraldas no fueron compradas a los Austrias, sino confiscadas ilegalmente. Robadas, vamos. Creen que las joyas jamás pertenecieron a los británicos, porque en realidad se suponía que tenían que haber pasado de Carlos a María Teresa, y de esta a su hija María Antonieta, y que, en el momento del desgraciado fallecimiento de esta última, las joyas deberían haber pasado a ser propiedad del pueblo francés.
—Qué conveniente para los franceses.
—Sí, bastante.
Joseph vació el contenido de su copa, la colocó en la pequeña mesa situada junto a su sillón y estiró las piernas por delante de él.
—Solo me cabe concluir que recientemente has recibido información relativa al paradero del collar, ¿me equivoco?
Phillips asintió con la cabeza mientras se acercaba a una licorera para volver a llenarse la copa hasta el borde.
—Hace dos semanas uno de nuestros contactos en París asistió a una ceremonia de gala cuyo único propósito era recaudar dinero para la causa legitimista. En dicha recepción, el mismo contacto oyó al azar una conversación insólitamente sincera en relación con las joyas que habían sido robadas recientemente en las mismísimas «narices de esos altivos ingleses». Tras un hábil interrogatorio, nuestro contacto se enteró de que las esmeraldas están en Marsella a buen recaudo hasta el momento en que sea necesario derrocar a Luis Felipe.
Phillips volvió a su sillón, colocó la copa en la mesa y se metió la mano en el bolsillo de la camisa para sacar un pequeño pedazo de papel. Se lo entregó a Joseph.
—Lo lamento muchísimo por el duque de Newark y su encantadora esposa, que perdieron su collar de esmeraldas a manos de los ladrones franceses —prosiguió en tono sombrío—. Pero el motivo de que te envíe a Francia y pongas en peligro tu vida, Joe, es el de ayudar, si podemos, a que Luis Felipe conserve unido su gobierno. Si las esmeraldas son desmontadas y vendidas, los legitimistas podrían percibir una suma descomunal que utilizarían para promover su causa. Ahora mismo Inglaterra no anda necesitada de otra guerra. No hay ninguna necesidad de que vuelvan a morir nuestros chicos por culpa de la arrogancia francesa.
Joseph echó un vistazo al papel. La letra era cuidada y meticulosa.
Madeleine DuMais, rue de la Fleur, 5. Veintisiete de junio, 10 de la mañana.
Sir Guy vació rápidamente su copa por segunda vez, la colocó en la mesa, y se levantó para recuperar su abrigo del perchero que había junto a la puerta.
—Creo que ya conoces a la encantadora señorita DuMais.
—Mmm... En realidad solo la he visto una vez.
—Bien. Cuando llegues, te tendrá preparada una nueva identidad y puede que alguna pista. ¿Cuándo puedes partir?
Joseph también se levantó, frotándose los ojos cansados con las yemas de los dedos.
—Confío en poder embarcar el viernes. Esto me daría tiempo suficiente para concertar el encuentro.
—Estaremos esperando noticias. —Phillips abrió la puerta principal y se volvió hacia Joseph sonriendo—. Eres consciente de que, puesto que estarás en Francia, te perderás la recepción de lady Carlisle.
El baile de lady Sibyl Carlisle era el acontecimiento más aterrador de la temporada para los solteros cotizados. Junto con las cuatro arpías de sus hijas, la dama se empeñaba en que la fiesta no tuviera más objetivo que el de convertirse en una reunión de casamenteras. Tener una excusa para no asistir era una bendición considerable.
Joseph sonrió burlonamente.
—Qué coincidencia más desdichada, sin duda. Tendrás que saludarla, a ella y a sus encantadoras hijas, de mi parte.
Phillips negó cansinamente con la cabeza.
—Por supuesto. Supongo que este año tendré que volver a aparecer. Al menos, la dama no repara en gastos en lo tocante a la buena comida y la buena bebida.
—Eso, lo reconozco, sí que lo echaré de menos.
—Hablando de buena comida —añadió Phillips—, la cena estaba excelente. Dile a Gerty que esta vez el asado estaba perfecto.
—Le encantará saber que te has comido hasta el último trozo.
Con una leve inclinación de cabeza y un taconazo, Phillips se dio media vuelta, bajó los escalones delanteros y desapareció en la niebla nocturna.
Joseph permaneció en la entrada varios minutos, respirando el húmedo aire nocturno hasta que el frío empezó a calarle los huesos. Cerró la puerta con lentitud, aunque no echó el cerrojo, puesto que Marissa llegaría antes de una hora para pasar otra noche retozando entre las sábanas. Ella era la única amante que había tenido, la única que había conocido, que prefiriese encontrarse con sus amigos caballeros en las casas de estos, siempre y cuando, por supuesto, sus amigos caballeros fueran solteros. A decir verdad, a él no le importaba. Joseph no tenía que ocultar sus correrías sexuales a ninguna esposa entrometida, ni a nadie, en realidad, y si Marissa quería disfrutar de sus relaciones en su casa, en lugar de en la de ella, pues por él, perfecto.
Sin embargo, esa noche Joseph se sentía inquieto, y realmente no le hacía ninguna gracia la visita de Marissa. Hasta hacía muy poco tiempo Marissa había sido capaz de satisfacer todas sus necesidades, pero, a la sazón, y por más que él odiara admitirlo, se estaba cansando de ella. Bueno, Marissa era una mujer de una belleza nada corriente y era incuestionablemente experta en la utilización de su cuerpo. Pero, de repente, y para su desconcierto, Joseph se encontró deseando más; más de la vida y más de una mujer. Marissa era la querida de cualquiera dispuesto a darle lo mejor, las baratijas más bonitas, y Joseph no tenía ningún reparo en darle baratijas. Era buena en lo que hacía. Pero ahí, por extraño que pareciera, radicaba el problema, porque por primera vez en años, en toda su vida en realidad, Joseph quería darle más importancia al sexo que la mujer con la que se acostaba.
Con un brusco tirón para aflojarse el fular, Joseph se dirigió de vuelta al estudio, cogió la botella medio vacía de brandy y las copas, y las llevó a la cocina, situada en la parte posterior de su casa de la ciudad.
Como siempre, Gerty había dejado el lugar inmaculado antes de marcharse para ir a dormir a su casa, así que lo único que quedaba sobre la encimera era los platos de la cena de los dos caballeros. Joseph colocó lo que llevaba al lado del resto de las cosas para lavar, se desabrochó los tres botones superiores de la camisa, bajó la intensidad de la lámpara de la mesa de la cocina y volvió a su estudio para sentarse a pensar delante de la pequeña chimenea.
Tenía que admitir que cada vez estaba más cansado y aburrido. Cansado de las mujeres que conocía, y aburrido de todo lo demás. A sus veintinueve años de edad había hecho muchas cosas, pero en ese momento se sorprendió envidiando a aquellos hombres que nunca había pensado que envidiaría. Durante los últimos meses había dedicado realmente su tiempo a considerar dónde estaba y qué estaba haciendo, y de repente había descubierto que echaba de menos, incluso que anhelaba, la estabilidad. Nunca habría imaginado que un día querría tener una familia. Hasta fechas muy recientes, había considerado risible semejante idea. Había conocido a muchos hombres, incluso amigos, que eran innegablemente desdichados en sus matrimonios, y durante mucho tiempo había asumido que todos los matrimonios habrían de ser así, dificultosos hasta en el detalle más nimio y en absoluto merecedores del esfuerzo. Pero, tras pensarlo detenidamente, se dio cuenta de que, aunque el matrimonio era un verdadero problema, resultaba que para muchos era más enriquecedor que cualquier otra unión. Lo había visto en el matrimonio de sus padres, y en el de su hermano, y, aunque casi de la noche a la mañana, lo quería también para sí. Lo que más le molestaba era saber que jamás podría hacerlo compatible con su trabajo. Tendría que escoger entre los dos.
Recostándose en el sillón, cruzó las manos sobre el vientre, estiró las piernas y se quedó mirando fijamente el baile de la titilante luz de la lumbre en el oscuro techo.
Deshacerse de Marissa no sería realmente un problema. Ella pasaría sencillamente al siguiente miembro acaudalado de la alta sociedad que pudiera mantenerla confortablemente alojada y enjoyada. Tanto él como ella sabían que lo que obtenían el uno del otro era puramente físico y lo hacían de común acuerdo, y desde el principio él había dejado claras sus intenciones en cuanto a la naturaleza de su relación. Marissa estaba acostumbrada a eso, porque había aceptado a muchos hombres antes que a él, y los que seguirían serían exactamente iguales. Técnicamente, el trabajo de la mujer era darle placer en la cama a cambio de una vida elegante, y sin duda alguna ella era toda una experta en su campo de estudio.
Sin embargo, la pregunta que Joseph se había estado haciendo una y otra vez en los últimos tiempos no tenía nada que ver con su querida, sino con si podría vivir sin la emoción de su trabajo, si tomaba una esposa. Había estado actuando por toda Europa durante seis años, y aquellos que utilizaban sus servicios estaban, de eso no cabía duda, en deuda con él y deseaban de manera desesperada que siguiera con lo que estaba haciendo; y por lo que hacía, le pagaban bien. Pero que muy bien. Sin embargo, dejando a un lado el dinero, no estaba seguro de que pudiera renunciar a todo, al menos no absolutamente, y si no lo hacía, no estaba seguro de que pudiera casarse. Ninguna dama querría un marido que no estuviera cerca para satisfacerle los caprichos o acompañarla a las reuniones sociales, y ninguna mujer que él hubiera conocido había sido, capaz de igualar su sentido de la aventura y su deseo de experimentar lo mejor de la vida.
Joseph cerró los ojos. Tal vez acabara convirtiéndose en un viejo solterón cascarrabias. Solo él y su perro. ¡Bonita pareja que harían los dos!
—¿Querido?
La voz ronca de Marissa lo sacó de golpe de sus pensamientos. Se volvió en dirección a la puerta sonriendo débilmente para darle un aire menos grave a su estado de ánimo.
—No te he oído entrar.
Haciendo deslizar el chal de lana blanca por su cuerpo con unos dedos perfectamente cuidados, se acercó a él con aire despreocupado.
—¿Por qué hay tan poca luz aquí? —susurró ella con picardía—. ¿Estabas esperando a hacerme el amor delante de la chimenea?
Joseph sonrió burlonamente, recorriendo arriba y abajo el largo y grácil cuerpo de la mujer con la mirada. Sin duda la iba a echar de menos.
—Tenemos que hablar, Marissa.
Ella se detuvo en seco y le dedicó una mueca.
—¡Dios mío!, parece serio.
Joseph la observó durante un instante. Luego, respirando hondo para armarse de valor y con la sensación de que estaba haciendo lo correcto, dijo en voz baja:
—Esto no tiene nada que ver contigo, cariño, pero creo que ha llegado el momento...
—No vayas a creer que no he pensado en que llegaría este día, Joseph —le interrumpió alegremente, arrojando el chal sobre el banco con respaldo de madera noble que tenía a su izquierda—. Me he dado cuenta de algunos cambios en ti últimamente, y los he visto antes.
Marissa se acercó a su lado, mirándole fijamente a los ojos y sonriendo mientras posaba su trasero en el brazo del sillón de Joseph.
—Puedes creértelo o no —prosiguió ella pensativamente, entrelazando los dedos en la espesa mata de pelo de Joseph—. Yo también estuve pensando que probablemente era hora de seguir adelante, y no te vas a creer quién me está persiguiendo, querido, nada menos que el acaudalado y generoso vizconde Willmont.
Joseph levantó las cejas en señal de sorpresa.
—¿El viejo Chester?
Ella asintió con la cabeza.
—¿Todavía... puede caminar?
—¿Celoso, querido?
Joseph volvió a sonreír burlonamente, colocando la palma de su mano en un muslo que conocía demasiado bien y aspirando el familiar olor del perfume de Marissa.
—Mucho.
Marissa soltó una suave carcajada y le cogió la barbilla con el índice y el pulgar, con su cara a escasos centímetros de la de él.
—Nadie podrá compararse a ti jamás, ni dentro ni fuera de la cama, y envidio a la mujer que acabe robándote el corazón.
Joseph le rodeó la cintura y la empujó para sentársela en el regazo.
—Estoy seguro de que todavía podemos aprovechar esta noche —la provocó con voz ronca—. De todas maneras, es probable que Chester ya se haya tomado su leche caliente y se haya ido a dormir hasta mañana.
Marissa bajó el brazo, lo envolvió total y descaradamente con la mano e, inclinándose sobre él, le susurró junto a la boca:
—Vayamos arriba.
Natuu♥!
Natuu!
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
ai me encanto el prologo y el primer cap
esa Marissa ojala disfrute su ultima noche
con joe jajaja siguela plis
esa Marissa ojala disfrute su ultima noche
con joe jajaja siguela plis
Nani Jonas
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Nueva lectora!!
Se ve toda interesante la nove!
sube cap en cuanto puedas!!! :D
Se ve toda interesante la nove!
sube cap en cuanto puedas!!! :D
helado00
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Capítulo 2/1
____ Haislett asumió el riesgo mientras se ceñía la capucha de la capa, miró a ambos lados con discreción y descendió en silencio los escalones de la casa de su padre en Londres, para dirigirse al final de la calle, donde le esperaba su vehículo.
Sabía que estaba siendo impetuosa, tal vez incluso irracional, pero por fin había llegado el momento de que diera el paso, y no era capaz de discurrir otra manera. Estaba preparada para encontrarse con el hombre de sus sueños, el que la sacaría de su existencia encorsetada y banal. Y nunca se había sentido más deseosa de algo en la vida.
Incluso a través de la espesa niebla matinal descubrió el coche de alquiler que le había pedido su siempre impagable doncella, y caminó rápidamente hacia él. Y antes de que el sol empezara a calentar el día, ____ se dirigió a la casa de él, loca de contento y muerta de miedo.
Joseph Jonas era el último hombre en la tierra al que quería ver, el último hombre con cuya ayuda quisiera contar. Pero él era todo lo que tenía; era su única pista. El hermano mayor de Joseph, lord Simon, duodécimo conde de Beckford, estaba casado con la mejor amiga de ____, Vivian, y esta le había prometido sin asomo de duda que Joseph conocía personalmente al infausto Caballero Negro, el hombre que ella sabía, desde hacía ya casi dos años, era con quien estaba destinada a casarse.
Jonas, independiente y rico por derecho propio, era una especie de espíritu libre, un trotamundos, aunque gozaba de la consideración general de ser uno de los solteros más cotizados de Inglaterra. Se dedicaba al comercio de artículos refinados, a la compraventa de antigüedades y artefactos insólitos por mera satisfacción personal, lo cual, para ____, significaba que no era más que otro noble con demasiado dinero y, tiempo que malgastar. Pero eso era asunto de él. El interés de ____ por Jonas se centraba exclusivamente en el conocimiento que este tenía del paradero del ladrón más famoso de Europa.
De acuerdo con Vivian, parecía ser que Joseph Jonas había conocido y entablado relación con el Caballero Negro tanto en razón de sus viajes como de sus negocios. Aunque el Caballero Negro era una leyenda viva, aquello no resultaba tan difícil de creer para ____, porque el hombre seguía siendo de carne y hueso y por fuerza tendría amigos que conocieran su identidad. No era más que una extraordinaria coincidencia que el hombre con el que ella pretendía casarse conociera a Jonas, el único hombre en la tierra por el que habría dado la vida con tal de evitarlo.
Arrellanándose en los cojines, ____ cerró los ojos en un intento de sustituir la ansiedad que le provocaba ver a Joseph por la esperanza y la excitación de reunirse por fin con su futuro marido.
El Caballero Negro era un misterio en toda Europa. ____ había seguido sus aventuras en Inglaterra y el continente durante más de dos años, siguiendo el rastro de su paradero por los artículos de las gacetas y, sí, aunque le daba vergüenza admitirlo, por los chismes. Se le asignaban muchos nombres —el Caballero Negro, el Ladrón de Europa, el Caballero de las Sombras—, la mayoría de ellos debidos, suponía ella, al hecho de que solo trabajaba en la oscuridad, en operaciones clandestinas. Aunque la mayoría de la gente pensaba que no era más que un bribón indecente y un desvalijador de mujeres, ____ estaba bastante segura de que la mayor parte de todo lo que había oído estaba adornado o inventado por aquellos que sencillamente sentían envidia de sus habilidades.
La primera vez que ____ había oído hablar de él fue cuando se le atribuyó el robo de una delicada colección de jarrones de Sèvres a una importante familia alemana. Que dicha colección hubiera sido robada inicialmente a un aristócrata francés durante la Revolución de 1792 quedó en cierta manera soslayado por el hecho de que el ladrón fuera el infame Caballero Negro. ____ no estaba segura, pero se rumoreaba que los jarrones habían acabado finalmente en manos de sus legítimos dueños, que se habían establecido de nuevo cerca de Orange, y que el ladrón solo había actuado por dinero, haciendo un trabajo que aquellos que estaban investidos de autoridad no eran capaces de realizar por razones de decoro y discutibles legalismos.
Después de eso había oído mencionar de pasada su nombre varias veces, pero solo en el último mes de enero Londres entero se convirtió de nuevo en un hervidero de especulaciones cuando lord Henry Alton fue detenido y acusado de intentar vender los pendientes de rubíes robados a la condesa de Belmarle. Cuando se procedió al registro de la propiedad de lord Henry, las autoridades no solo encontraron encima de la repisa de la chimenea una caja de rapé con el anillo y el collar a juego, sino pruebas evidentes de que el hombre dirigía un lucrativo negocio de contrabando de whisky. Los rumores se desataron, pero se dijo que el Caballero Negro era el que le había vendido a lord Alton aquellos primeros rubíes que acabaron con su detención.
Los demás podrían burlarse, pero ____, por ingenua que fuera, sabía en el fondo de su corazoncito que el famoso Caballero de las Sombras trabajaba para el gobierno, y que si hacía cosas de dudosa legalidad era para atrapar a los criminales y reparar los daños que no se podían enmendar mediante los procedimientos convencionales. Y así tenía que ser, porque, ¿qué ladrón avezado devolvería los objetos robados a sus legítimos dueños? Sin embargo, todo lo relacionado con él no eran más que rumores, desde los ejemplos citados hasta la falsificación de obras de arte y el robo de oro, pasando por la propia identidad del hombre. Lo único seguro era que existía.
Así que, durante los últimos meses, ____ se había dedicado con gran interés a aprender cuanto había podido, y excepto por el aspecto físico, del que solo había conseguido una idea general, sabía todo lo que había que saber, incluyendo el hecho evidente de que era el hombre destinado a ella. Fascinante e inteligente, había estado en todos los sitios a los que ella quería ir, y había hecho todas las cosas notables que ella admiraba. Pero, por encima de todo, no era un sujeto estirado, como todos esos almidonados caballeros ingleses que la obsequiaban con dulces y flores, y la llevaban a dar paseos anodinos por St. James Park mientras hablaban de las pistolas de bolsillo con percutor de sílex que coleccionaba el noble fulanito de tal o de la caza con todo lujo de detalles sanguinarios. Si se casara con esta clase de hombre, la clase de hombre que sus padres querían para ella, su vida (y, por supuesto, sus posaderas) se convertiría en un enorme e improductivo trozo de grasa. Se merecía más de la vida, y puesto que estaba a punto de cumplir los veintitrés años y todavía no había escogido marido, lo cual, por sí solo, estaba a punto de conseguir sembrar el pánico en su padre y su madre, por fin se sentía preparada para buscar al hombre que el destino había escogido para ella. Que Dios la pillara confesada cuando sus padres se enterasen, pero se iba a casar con el Ladrón de Europa. Y Joseph Jonas la iba a ayudar a encontrarlo.
Cuando el cochero se detuvo por fin delante de la vivienda de este último, ____ se subió el cuello de la capa y se lo ajustó al rostro; no le gustaba el frío ni la idea de que alguien pudiera verla entrar en la casa de Jonas sin carabina, por remota que pudiera ser esta última posibilidad.
Pagó con premura al cochero para que la esperase, subió los escalones y golpeó suavemente pero sin vacilación la aldaba de la puerta principal. Era inconcebible estar llamando a una hora tan indecorosa, cuando probablemente no fueran ni las seis de la mañana, pero realmente no tenía elección. Debía verlo temprano, para poder volver a su cama antes de que su madre se despertara y le entrara el pánico por su desaparición.
Después de esperar un buen rato y de llegar a la conclusión de que los sirvientes del hombre estaban desatendiendo gravemente sus obligaciones, y de que él, evidentemente, estaría durmiendo como un leño, ____ probó a girar el pomo. Para su absoluta sorpresa y satisfacción, la puerta sin pestillo se abrió lentamente con un chirrido al ser empujada con suavidad.
Sin hacer ruido, nerviosa y entusiasmada ante las perspectivas, entró en el vestíbulo en sombras, dándole a sus ojos solo un segundo para que se acostumbraran a la penumbra, y avanzó rápidamente en dirección a lo que ella supuso era el salón de Jonas. En su lugar, se encontró con el estudio, y qué maravilla de habitación que era el tal estudio, porque bajo el resplandor de los primeros rayos de sol, que entraban a raudales a través de la abertura entre las cortinas de gasa, ____ se vio repentinamente sorprendida por la colección más soberbia de extraños tesoros que hubiera visto nunca.
Cuadros, grandes y pequeños, de todos los puertos, ciudades y paisajes imaginables, adornaban las paredes cubiertas de madera de roble. Esculturas de bronce y jarrones orientales de todos los colores, tamaños y estilos reposaban en arcones de roble, mesas de caoba y pedestales, así como en el espectacular escritorio Sheraton de Jonas, cubierto en ese momento de papeles, péñolas, un tintero de cristal y un abrecartas con mango de marfil. Un magnífico retrato de terciopelo español en azules, dorado, rojo y negro de gran viveza colgaba sobre la chimenea, desde lo alto del techo hasta la repisa. El lustroso suelo de roble estaba cubierto de delicadas y excelentes alfombras orientales bordadas, y sobre la pared más alejada colgaba un minucioso y exótico surtido de artilugios de matar.
____ levantó la mano para ahogar una carcajada, pero realmente eso era lo que eran.
Jonas tenía cuchillos y espadas de todos los tipos, algunos con los bordes dentados, otros lisos, pistolas con culatas de diferentes formas y tamaños cubiertas de marfil, jade y extraños caracteres que ella no había visto jamás. Y colgando precariamente del techo por delante de la pared, pendía una enorme espada curva con unas marcas negras que se entrecruzaban por toda la superficie de la cara de la hoja.
No podía contenerse. Tenía que tocarla.
Al pasar los dedos por el frío borde metálico, ____ consideró curioso que Vivian no le hubiera comentado jamás que su cuñado fuera un caballero tan sumamente raro.
Con la cabeza puesta en otra cosa, ____ no reparó en el ruido de pasos detrás de ella. Hasta que un gruñido feroz rompió el silencio.
Tan repentino e inesperado fue el ruido que giró en redondo sobre sus talones para hacerle frente, cortándose con la punta de la espada.
Durante un aterrador segundo ____ miró fijamente a los ojos a un enorme pastor alemán que estaba quieto a solo un metro de ella. Fue entonces cuando sintió la calidez de la sangre que le manaba de la mano y goteaba sobre su capa de viaje azul oscuro; de inmediato, se sintió abrumada por el dolor y completamente indignada, a partes iguales.
Tras respirar profundamente varias veces para sofocar el grito que brotó de su interior, ____ se miró la palma de la mano. El corte era superficial, aunque medía casi ocho centímetros de largo, y se extendía desde el dedo índice hasta la muñeca. Sin pérdida de tiempo se envolvió la mano en la capa para detener la hemorragia, hecho lo cual empezó a moverse hacia la puerta.
Al ver eso, el animal dio inicio a una muestra interminable de ladridos, mientras la arrinconaba bajo la espada.
—¡Cállate, fiera! —susurró nerviosamente ____, intentando apartar al perro con su mano sana.
No sirvió de nada. El animal volvió a gruñir, asustándola sobremanera cuando, sin previo aviso, enterró el hocico en su vestido, nada menos que entre las piernas, y la empujó de espaldas contra la pared.
—¿Qué está haciendo aquí, ____?
La aludida se quedó quieta, con los ojos brillantes y las mejillas sonrosadas por la vergüenza mientras volvía la atención a la puerta del estudio.
Allí estaba él, con un aspecto absolutamente espléndido, como ____ sabía que tendría, más atractivo de lo que podía recordar, vestido solo con unos pantalones negros ceñidos que moldeaban indecentemente la estrechez de sus caderas y piernas.
—¿Le he despertado? —preguntó ella con dulzura, a falta de algo mejor que decir—. La puerta estaba abierta, y yo... —Las palabras le fallaron entonces porque su nerviosismo iba en aumento, sintiéndose cada vez más impotente por el lento discurrir de los segundos y porque aquella fiera de animal se negaba a apartar su prominente hocico de entre sus muslos.
Y él estaba observando al perro. ____ quiso gritar.
Indiferente a lo que sucedía, Jonas apoyó su cuerpo duró y elegante contra el marco de la puerta y cruzó los brazos a la altura del pecho, saboreando, de eso estuvo segura, el insólito y sumamente entretenido apuro en el que se encontraba.
—¿Señor? —rogó ella, empujando en vano la cabeza del pastor alemán con la mano ilesa.
Jonas sonrió perezosamente.
____ no era capaz de discurrir nada adecuado que decir, así que se limitó a permanecer en su sitio manteniendo valerosamente la mirada de Jonas. Las mejillas le ardían, pero no estaba segura de si era a causa de la profunda humillación o de la incomodidad que siempre sentía en presencia de aquel hombre.
Finalmente, ____ ya no pudo soportar por más tiempo lo embarazoso del momento.
—Qué... casa tan pintoresca tiene —reconoció en tono agradable, arriesgándose a echar un vistazo por la habitación.
—Gracias.
—¿La ha decorado usted mismo o...?
—____, ¿qué está haciendo en mi casa a las seis de la mañana?
Casi pegó un respingo a causa de la brusquedad del tono empleado por Jonas mientras volvía a mirarle a la cara. Él no había movido el cuerpo, pero la sonrisa se había quedado en su boca.
—La puerta estaba abierta —contestó con total naturalidad, como si eso lo explicara todo—, y pensé que quizá podríamos hablar.
—¿Se pasó para charlar?
Ella asintió con la cabeza y le dedicó la más dulce de sus sonrisas.
—Pero el tiempo de las relaciones sociales no empieza hasta dentro de varias horas, señorita Haislett. ¿Qué pretendía hacer conmigo hasta entonces?
La formal y, en apariencia, inocente pregunta provocó que ____ empezara a notar calor debajo de las enaguas y, presa de un palpable y creciente desconcierto, se agarró la mano herida con la otra.
—¿Le... le importaría muchísimo si nos sentamos? —murmuró ____ al fin.
Joseph continuó mirándola fijamente durante un instante, gruño y se frotó los ojos con los dedos.
—El café ya estará listo a estas alturas.
—El café es asqueroso —respondió ella sin pensar.
Jonas volvió a mirarla con dureza y le dedicó una sonrisa cínica.
—O café o nada.
—El café estará riquísimo —contestó ____ con muchísima rapidez, no deseando arriesgarse a que la echara de su casa por un comportamiento descortés.
—Espina. —Jonas indicó con la mano el rincón de la habitación, hacia dónde se dirigió el perro rápidamente para tumbarse con los ojos cerrados, como si no pensara en otra cosa en este mundo que en la necesidad acuciante de dormir.
—Es un animal muy grande, sin duda —dijo ____ en tono agradable.
La comisura derecha de la boca de Jonas se elevó de manera casi imperceptible mientras continuaba observándola sin ambages. Eso no hizo más que aumentar la ya insoportable tensión.
—¿El café, señor?
—Creo que nos conocemos lo bastante bien el uno al otro para que me llame Joseph —dijo, arrastrando las palabras.
____ no supo qué decir a eso, y realmente estaba empezando a sentirse no solo nerviosa, sino extremadamente incómoda. ¿En qué estaba pensando para entrar en casa de aquel hombre como si viviera allí, sin carabina y al amanecer, nada menos? De repente, deseó fervientemente estar metida debajo de su sedoso edredón, o incluso avanzando por el pasillo de St. George para casarse con el aburrido Geoffrey Blythe. Cualquier existencia banal sería mejor que aquello.
Él debió de advertir el temor de ____, los pensamientos de salir corriendo que se traslucían en su rostro, porque en ese momento se relajó.
—No pasa nada, ____ —dijo en tono tranquilizador, haciendo un gesto con la cabeza para que lo siguiera—. Hablemos en la cocina.
Por extraño que pareciera, ____ se acercó a él sin ningún pensamiento de lo contrario, agarrándose todavía su ya ardiente palma con la capa, confiando en que el dolor remitiera y pudiera conseguir resolver sus asuntos sin revelar el incidente. No quería que él pensara que era una idiota por tocar una espada sin considerar las consecuencias.
No se fijó demasiado adónde se dirigían, teniendo dificultades para apartar la mirada de la espalda desnuda de Jonas mientras caminaba delante de ella. Tenía un cuerpo firme, maravillosamente musculado, y observar la mera elegancia de su cuerpo y la tensión de su espalda hizo que ____ sintiera aún más calor bajo su ropa. De pronto, lo absurdo de la situación le arrancó una leve risita.
Jonas se paró en seco, volviéndose en la dirección del inesperado sonido, y el movimiento provocó que ____ se diera de bruces contra su pecho. Agarrándola por la cintura, la atrajo hacia él para evitar que se cayera, supuso ____; y en ese momento el regocijo de esta se desvaneció, al tiempo que aumentaban los latidos de su corazón de manera drástica a causa tan solo del caliente tacto del hombre.
—¿Qué le hace tanta gracia? —preguntó él, divertido.
—Yo... —El nerviosismo volvió a apoderarse de ella cuando lo miró detenidamente a los ojos, dándose cuenta con extremada lentitud de que en ese momento su pecho estaba aplastado contra el de Jonas.
____ se enderezó lo mejor que pudo.
—Es que se me ocurrió que mi madre se moriría del susto si supiera que apenas lleva usted algo encima.
—Su madre se moriría si supiera que está aquí, ____ —la corrigió con voz pastosa, intensificando su abrazo sobre la espalda de ____ al tiempo que adelantaba la mano que tenía libre para quitarle la capucha de la capa de la cabeza. Antes de que ella pudiera volver a poner una distancia razonable entre ellos, Jonas alargó la mano hasta su nuca y le sacó la larga melena de debajo de la lana suave, permitiendo que le cayera libremente por la espalda.
____ abrió los ojos como platos. El gesto era demasiado íntimo, y le entraron ganas de darse de cabezazos contra la pared por no haberse tomado la molestia de sujetarse con pinzas aquellos rizos ingobernables. Sin pensarlo, le puso las manos en el pecho y le empujó para soltarse.
La mirada de Jonas se endureció, y la soltó, dándose la vuelta bruscamente para seguir caminando hacia la parte posterior de la casa. Sin embargo, apenas dio unos cuantos pasos, se detuvo una vez más y giró sobre sus talones para mirarla.
Su expresión se tornó sería cuando la agarró por las muñecas y le levantó las palmas de la mano.
—¿Cuándo se ha hecho esto?
____ parpadeó, aturdida, porque casi le estaba gritando. Intento desasirse de un tirón, pero él no la soltó.
—Respóndame, ____ —exigió.
—Lo siento —le soltó, no muy segura de qué otra cosa decir, mientras se daba cuenta de que al tocarle el pecho, le había manchado de sangre sin darse cuenta—. Su perro me asustó, y deslicé la mano...
La voz de ____ se fue apagando, mientras su rostro iba adquiriendo una palidez evidente.
—No me duele nada —le susurró.
—¿Con cuál? —preguntó Jonas en voz muy baja.
—¿Cómo dice?
—¿Que con cual se cortó?
____ estuvo a punto de sonreír por la demostración de preocupación de Jonas.
—Con la grande que está colgada del techo. Lo lamento mucho. —Después de un violento silencio, añadió tímidamente—: Sé que tocarle el pecho desnudo sería un tanto atrevido, pero, si quiere, se lo limpiaré por usted.
Él continuó mirándola fijamente a los ojos durante un segundo o dos, tras los cuales le soltó las muñecas sin contestar, la cogió por el codo y la condujo al interior de la cocina.
—Es probable que esto le vaya a doler un poco —advirtió Joseph, llevándola directamente a la fregadera.
Antes de que ella tuviera tiempo de pensar en lo que él estaba haciendo, Jonas le cogió la mano herida, se la puso con la palma hacia arriba y le vertió brandy de una botella sobre el corte.
Un dolor abrasador la atenazó, y se mordió el labio inferior para sofocar el grito. Respiró hondo y tragó saliva, y de manera instintiva intentó liberar la mano de las garras de Joseph. Él no la soltó; antes al contrario, esperaba su reacción, lo que hizo que ____ se enfadara.
—¿Era necesario? —dijo con voz ahogada ____, apretando los dientes en actitud desafiante.
—Sí, lo era —contestó él tranquilamente, sin dejar de mirarla ni un instante.
Esa fue la gota que colmó el vaso.
—¿Por qué diablos me mira con tanta insistencia, señor?
____ creyó percibir un atisbo de sonrisa en Jonas al oír eso. Entonces, sin duda decidido a ignorar la pregunta, él se volvió hacia un lado, metió la mano en un cajón, sacó un pequeño trapo de cocina y procedió a envolverle la mano con él.
—¿Por qué no se sienta a la mesa y sirvo el café? Mantenga esto bien firme contra la herida.
____ hizo lo que se le decía, agradecida porque Jonas volviera su atención a cualquier otro sitio y no siguiera observándola más. En el silencio momentáneo que siguió, se tranquilizó un poco, mientras le observaba moverse con soltura por la cocina. Había olido el agradable aroma del café al entrar en la pieza, pero lo que le llamó la atención fue que, según parecía, lo había hecho él.
—¿No tiene sirvientes, señor? —preguntó al fin.
Jonas le lanzó una rápida mirada.
—Tengo un mayordomo, Charles Lawson, que ha ido a pasar fuera la semana para cuidar de su madre, que está delicada de salud. Y tengo una cocinera y ama de llaves externa, Gerty Matthews, que no llega hasta las once. —Se dio la vuelta hacia ella—. No estoy mucho en la ciudad, como sin duda ya sabe.
—Pues sin duda no lo sabía —repuso con demasiada rapidez, admirándolo sin recato. Nunca antes había visto a un hombre con una complexión tan magnífica, tan atractivo de pies a cabeza, tan... masculino.
—¿Por qué me mira con tanta insistencia, ____?
Ella parpadeó, ruborizándose hasta la raíz del cabello. Con valentía, y felicitándose por la rapidez de su contestación, admitió:
—Nunca había visto a un hombre con el pecho desnudo, y si usted no se exhibiera de manera tan indecente, no lo miraría fijamente.
—Apuesto a que lo haría —refutó él con brusquedad, girando todo el cuerpo para darse la vuelta hacia ella. Se recostó entonces contra la encimera, cruzó los brazos delante de él y miró de forma insinuante.
____ tuvo el convencimiento de que aquel momento era ya uno de los más incómodos de su vida. Y empezó a devanarse los sesos, no sabiendo exactamente qué contestarle. Quizá debería salir corriendo.
—¿Por qué no me explica exactamente la razón de que esté aquí?
Jonas tuvo que percibir por fuerza la señal de evidente alivio que cruzó la frente de ____ ante el brusco cambio de tema.
—Una maravillosa sugerencia —convino ella, irguiéndose en su asiento mientras recuperaba el valor—. Necesito que me ayude a encontrar a alguien.
—En serio —afirmó, más que preguntó—. ¿Y conozco yo a esa persona?
—Creo que la conoce, sí.
Joseph se volvió una vez más hacia la encimera, sirvió dos tazas de café, las colocó en una bandeja de plata y lo llevó todo a la mesa.
—¿Ha tomado café alguna vez, ____? —preguntó, sentándose en la silla contigua a la de ella y entregándole una taza.
____ negó con la cabeza.
—Mi madre afirma que es una bebida de paganos.
La boca de Jonas se torció en una sonrisa.
—Eso me sorprende.
Ella observó el líquido negro y espeso y tuvo un escalofrío.
—Por las mañanas suelo preferir chocolate. Es uno de mis deseos más insaciable. Adoro el chocolate.
Joseph se llevó la taza a los labios.
—¿Y cuáles son algunos de sus otros deseos insaciables?
____ abrió los ojos desmesuradamente, mientras su pulso empezaba a acelerarse. Por encima de todo debía tener presente la reputación de Jonas, ignorar y pasar por alto sin inmutarse cualquier insinuación indecente que saliera de su
boca.
Recuperando su voz, ____ proclamó sin apasionamiento:
—Le pagaré por ayudarme a localizar...
—¿Joseph?
La amable interrupción provino de la puerta de la cocina. ____ miró a su izquierda para ver entrar en la cocina a una mujer de pelo oscuro y apabullante belleza que no llevaba puesto nada más que una chinelas de terciopelo azul y un salto de cama de seda oriental blanco, atado a la cintura por un fino fajín de seda, que casi no le tapaba nada del cuerpo, y lo que menos el contorno de su figura, espigada, ágil y elegantemente sinuosa.
____ jamás se había quedado tan atónita, y según parecía tampoco la mujer, porque ambas se quedaron mirando mutuamente sin ambages durante un rato largo y extremadamente violento.
Entonces Joseph gruñó, y ambas se volvieron para mirarlo.
Jonas cerró los ojos, se apretó el puente de la nariz con los dedos, y se hundió en la silla.
—La señorita ____ Haislett, la señorita Marissa Jenkins —dijo a modo de presentación.
____ se preguntó fugazmente si la mujer se merecía el tratamiento, y decidió que eso no venía al caso. Enmudecida de repente, llegó lentamente a la conclusión de que la criatura de aspecto exótico que estaba parada delante de ellos era la querida del hombre. ____ era, por supuesto, una dama de esmerada educación, pero había oído rumores y sabía que muchos caballeros las tenían. Por lo tanto, no se escandalizaría. Pero en el transcurso de varios largos y silenciosos segundos el pobre hombre sentado junto a ella devino en un estado de tan adorable desconcierto que ____ apenas pudo evitar echarse a reír. Decididamente, debía aprovechar el instante en lo que valía.
Recuperándose con rapidez, se quitó la capa para permitir que se viera completamente su vestido de muselina color melocotón, provisto de un amplio escote que mostraba la suave curva de su pecho generoso. En un principio, no había tenido intención de quitarse su prenda exterior, pero aquella situación exigía que se hiciera una excepción. En ese momento, se sintió más que contenta de haberse puesto algo un poquito atrevido.
Y con una pequeña dosis de sutileza, dejó caer en cascada su espesa mata de pelo por delante de los hombros, tras lo cual dedicó a los otros dos una sonrisa encantadora.
—Así que usted debe de ser la amante de Joseph.
Jonas levantó la cabeza con un respigo inmediatamente, los ojos como platos, rebosantes de asombro, sin duda atónito por oír semejante vulgaridad de boca de una dama soltera de su condición.
Marissa cayó en la cuenta con rapidez.
—He sido su amante, señorita Haislett, hasta esta noche, en la que me ha despedido. —La mujer caminó con garbo hasta el otro extremo de la mesa y se sentó—. ¿Ha tomado café alguna vez? Está bastante bueno con un poco de nata y azúcar.
—Creo que lo probaré como dice, gracias —respondió dulcemente ____, ignorando al hombre que estaba a su lado y alargando la mano hacia la bandeja. Se sirvió una cantidad generosa de nata de la jarrita y una gran cucharada de azúcar—. ¿Y por qué la ha despedido, Marissa?
La mujer suspiró.
—Bueno, creo que Joseph está preparado para encontrar a alguien que le caliente la cama de manera más permanente.
—¿El pobre hombre no se puede permitir unas mantas? —preguntó ____ con fingida preocupación.
Marissa apoyó un codo en la mesa y la barbilla en la palma de la mano.
—Tengo la abrumadora certeza de que está pensando en alguien más vivo y más excitante que las mantas.
—Entonces, tal vez debería dormir con su enorme y cariñoso perrazo...
—Esta conversación es la más absurda que he oído en toda mi vida —acabó por terciar Joseph, exasperado, llevándose la taza a los labios para evitar mirarlas.
Pero las dos mujeres se volvieron hacia él, como si hubieran reparado en su presencia por primera vez.
—¿Es ella la escogida? —preguntó Marissa con aire calculador.
____ salió en su propia defensa con presteza.
—Le aseguro, señorita Jenkins, que no calentaré otra cama que no sea la mía.
—Por supuesto que no —murmuró la mujer muy lentamente, devolviéndole la mirada con curiosidad. Tras una incómoda pausa, se levantó para marcharse—. Bueno, creo que me vestiré y seguiré mi camino. Si cambia de opinión, señorita Haislett, sepa que prefiere el lado izquierdo.
—¿El lado izquierdo?
—De la cama.
—¡Ah!, estoy segura de que ese no es asunto mío, Marissa. Pero puedo decir que el hombre tiene, sin duda, un gusto para la belleza...
—No me puedo creer que esto esté sucediendo en mi cocina —terció Joseph con creciente asombro, inclinando de nuevo la taza hacia sus labios y bebiéndose el líquido de dos largos tragos.
Las dos mujeres lo miraron con inocencia, y Marissa se acercó para darle un beso en la mejilla.
—Adiós, querido.
Jonas gruñó, pero no dijo nada mientras mantenía la mirada fija en la mesa.
Marissa caminó hasta la puerta, lanzó a ambos una sonrisa divertida y salió rápidamente de la cocina, que quedó sumida en un silencio sepulcral.
¡Bienvenidas helado00 y Julieta♥! (:
Esta es la primera parte del capítulo número 2, después subo la segunda y última.
Natuu♥!!
Sabía que estaba siendo impetuosa, tal vez incluso irracional, pero por fin había llegado el momento de que diera el paso, y no era capaz de discurrir otra manera. Estaba preparada para encontrarse con el hombre de sus sueños, el que la sacaría de su existencia encorsetada y banal. Y nunca se había sentido más deseosa de algo en la vida.
Incluso a través de la espesa niebla matinal descubrió el coche de alquiler que le había pedido su siempre impagable doncella, y caminó rápidamente hacia él. Y antes de que el sol empezara a calentar el día, ____ se dirigió a la casa de él, loca de contento y muerta de miedo.
Joseph Jonas era el último hombre en la tierra al que quería ver, el último hombre con cuya ayuda quisiera contar. Pero él era todo lo que tenía; era su única pista. El hermano mayor de Joseph, lord Simon, duodécimo conde de Beckford, estaba casado con la mejor amiga de ____, Vivian, y esta le había prometido sin asomo de duda que Joseph conocía personalmente al infausto Caballero Negro, el hombre que ella sabía, desde hacía ya casi dos años, era con quien estaba destinada a casarse.
Jonas, independiente y rico por derecho propio, era una especie de espíritu libre, un trotamundos, aunque gozaba de la consideración general de ser uno de los solteros más cotizados de Inglaterra. Se dedicaba al comercio de artículos refinados, a la compraventa de antigüedades y artefactos insólitos por mera satisfacción personal, lo cual, para ____, significaba que no era más que otro noble con demasiado dinero y, tiempo que malgastar. Pero eso era asunto de él. El interés de ____ por Jonas se centraba exclusivamente en el conocimiento que este tenía del paradero del ladrón más famoso de Europa.
De acuerdo con Vivian, parecía ser que Joseph Jonas había conocido y entablado relación con el Caballero Negro tanto en razón de sus viajes como de sus negocios. Aunque el Caballero Negro era una leyenda viva, aquello no resultaba tan difícil de creer para ____, porque el hombre seguía siendo de carne y hueso y por fuerza tendría amigos que conocieran su identidad. No era más que una extraordinaria coincidencia que el hombre con el que ella pretendía casarse conociera a Jonas, el único hombre en la tierra por el que habría dado la vida con tal de evitarlo.
Arrellanándose en los cojines, ____ cerró los ojos en un intento de sustituir la ansiedad que le provocaba ver a Joseph por la esperanza y la excitación de reunirse por fin con su futuro marido.
El Caballero Negro era un misterio en toda Europa. ____ había seguido sus aventuras en Inglaterra y el continente durante más de dos años, siguiendo el rastro de su paradero por los artículos de las gacetas y, sí, aunque le daba vergüenza admitirlo, por los chismes. Se le asignaban muchos nombres —el Caballero Negro, el Ladrón de Europa, el Caballero de las Sombras—, la mayoría de ellos debidos, suponía ella, al hecho de que solo trabajaba en la oscuridad, en operaciones clandestinas. Aunque la mayoría de la gente pensaba que no era más que un bribón indecente y un desvalijador de mujeres, ____ estaba bastante segura de que la mayor parte de todo lo que había oído estaba adornado o inventado por aquellos que sencillamente sentían envidia de sus habilidades.
La primera vez que ____ había oído hablar de él fue cuando se le atribuyó el robo de una delicada colección de jarrones de Sèvres a una importante familia alemana. Que dicha colección hubiera sido robada inicialmente a un aristócrata francés durante la Revolución de 1792 quedó en cierta manera soslayado por el hecho de que el ladrón fuera el infame Caballero Negro. ____ no estaba segura, pero se rumoreaba que los jarrones habían acabado finalmente en manos de sus legítimos dueños, que se habían establecido de nuevo cerca de Orange, y que el ladrón solo había actuado por dinero, haciendo un trabajo que aquellos que estaban investidos de autoridad no eran capaces de realizar por razones de decoro y discutibles legalismos.
Después de eso había oído mencionar de pasada su nombre varias veces, pero solo en el último mes de enero Londres entero se convirtió de nuevo en un hervidero de especulaciones cuando lord Henry Alton fue detenido y acusado de intentar vender los pendientes de rubíes robados a la condesa de Belmarle. Cuando se procedió al registro de la propiedad de lord Henry, las autoridades no solo encontraron encima de la repisa de la chimenea una caja de rapé con el anillo y el collar a juego, sino pruebas evidentes de que el hombre dirigía un lucrativo negocio de contrabando de whisky. Los rumores se desataron, pero se dijo que el Caballero Negro era el que le había vendido a lord Alton aquellos primeros rubíes que acabaron con su detención.
Los demás podrían burlarse, pero ____, por ingenua que fuera, sabía en el fondo de su corazoncito que el famoso Caballero de las Sombras trabajaba para el gobierno, y que si hacía cosas de dudosa legalidad era para atrapar a los criminales y reparar los daños que no se podían enmendar mediante los procedimientos convencionales. Y así tenía que ser, porque, ¿qué ladrón avezado devolvería los objetos robados a sus legítimos dueños? Sin embargo, todo lo relacionado con él no eran más que rumores, desde los ejemplos citados hasta la falsificación de obras de arte y el robo de oro, pasando por la propia identidad del hombre. Lo único seguro era que existía.
Así que, durante los últimos meses, ____ se había dedicado con gran interés a aprender cuanto había podido, y excepto por el aspecto físico, del que solo había conseguido una idea general, sabía todo lo que había que saber, incluyendo el hecho evidente de que era el hombre destinado a ella. Fascinante e inteligente, había estado en todos los sitios a los que ella quería ir, y había hecho todas las cosas notables que ella admiraba. Pero, por encima de todo, no era un sujeto estirado, como todos esos almidonados caballeros ingleses que la obsequiaban con dulces y flores, y la llevaban a dar paseos anodinos por St. James Park mientras hablaban de las pistolas de bolsillo con percutor de sílex que coleccionaba el noble fulanito de tal o de la caza con todo lujo de detalles sanguinarios. Si se casara con esta clase de hombre, la clase de hombre que sus padres querían para ella, su vida (y, por supuesto, sus posaderas) se convertiría en un enorme e improductivo trozo de grasa. Se merecía más de la vida, y puesto que estaba a punto de cumplir los veintitrés años y todavía no había escogido marido, lo cual, por sí solo, estaba a punto de conseguir sembrar el pánico en su padre y su madre, por fin se sentía preparada para buscar al hombre que el destino había escogido para ella. Que Dios la pillara confesada cuando sus padres se enterasen, pero se iba a casar con el Ladrón de Europa. Y Joseph Jonas la iba a ayudar a encontrarlo.
Cuando el cochero se detuvo por fin delante de la vivienda de este último, ____ se subió el cuello de la capa y se lo ajustó al rostro; no le gustaba el frío ni la idea de que alguien pudiera verla entrar en la casa de Jonas sin carabina, por remota que pudiera ser esta última posibilidad.
Pagó con premura al cochero para que la esperase, subió los escalones y golpeó suavemente pero sin vacilación la aldaba de la puerta principal. Era inconcebible estar llamando a una hora tan indecorosa, cuando probablemente no fueran ni las seis de la mañana, pero realmente no tenía elección. Debía verlo temprano, para poder volver a su cama antes de que su madre se despertara y le entrara el pánico por su desaparición.
Después de esperar un buen rato y de llegar a la conclusión de que los sirvientes del hombre estaban desatendiendo gravemente sus obligaciones, y de que él, evidentemente, estaría durmiendo como un leño, ____ probó a girar el pomo. Para su absoluta sorpresa y satisfacción, la puerta sin pestillo se abrió lentamente con un chirrido al ser empujada con suavidad.
Sin hacer ruido, nerviosa y entusiasmada ante las perspectivas, entró en el vestíbulo en sombras, dándole a sus ojos solo un segundo para que se acostumbraran a la penumbra, y avanzó rápidamente en dirección a lo que ella supuso era el salón de Jonas. En su lugar, se encontró con el estudio, y qué maravilla de habitación que era el tal estudio, porque bajo el resplandor de los primeros rayos de sol, que entraban a raudales a través de la abertura entre las cortinas de gasa, ____ se vio repentinamente sorprendida por la colección más soberbia de extraños tesoros que hubiera visto nunca.
Cuadros, grandes y pequeños, de todos los puertos, ciudades y paisajes imaginables, adornaban las paredes cubiertas de madera de roble. Esculturas de bronce y jarrones orientales de todos los colores, tamaños y estilos reposaban en arcones de roble, mesas de caoba y pedestales, así como en el espectacular escritorio Sheraton de Jonas, cubierto en ese momento de papeles, péñolas, un tintero de cristal y un abrecartas con mango de marfil. Un magnífico retrato de terciopelo español en azules, dorado, rojo y negro de gran viveza colgaba sobre la chimenea, desde lo alto del techo hasta la repisa. El lustroso suelo de roble estaba cubierto de delicadas y excelentes alfombras orientales bordadas, y sobre la pared más alejada colgaba un minucioso y exótico surtido de artilugios de matar.
____ levantó la mano para ahogar una carcajada, pero realmente eso era lo que eran.
Jonas tenía cuchillos y espadas de todos los tipos, algunos con los bordes dentados, otros lisos, pistolas con culatas de diferentes formas y tamaños cubiertas de marfil, jade y extraños caracteres que ella no había visto jamás. Y colgando precariamente del techo por delante de la pared, pendía una enorme espada curva con unas marcas negras que se entrecruzaban por toda la superficie de la cara de la hoja.
No podía contenerse. Tenía que tocarla.
Al pasar los dedos por el frío borde metálico, ____ consideró curioso que Vivian no le hubiera comentado jamás que su cuñado fuera un caballero tan sumamente raro.
Con la cabeza puesta en otra cosa, ____ no reparó en el ruido de pasos detrás de ella. Hasta que un gruñido feroz rompió el silencio.
Tan repentino e inesperado fue el ruido que giró en redondo sobre sus talones para hacerle frente, cortándose con la punta de la espada.
Durante un aterrador segundo ____ miró fijamente a los ojos a un enorme pastor alemán que estaba quieto a solo un metro de ella. Fue entonces cuando sintió la calidez de la sangre que le manaba de la mano y goteaba sobre su capa de viaje azul oscuro; de inmediato, se sintió abrumada por el dolor y completamente indignada, a partes iguales.
Tras respirar profundamente varias veces para sofocar el grito que brotó de su interior, ____ se miró la palma de la mano. El corte era superficial, aunque medía casi ocho centímetros de largo, y se extendía desde el dedo índice hasta la muñeca. Sin pérdida de tiempo se envolvió la mano en la capa para detener la hemorragia, hecho lo cual empezó a moverse hacia la puerta.
Al ver eso, el animal dio inicio a una muestra interminable de ladridos, mientras la arrinconaba bajo la espada.
—¡Cállate, fiera! —susurró nerviosamente ____, intentando apartar al perro con su mano sana.
No sirvió de nada. El animal volvió a gruñir, asustándola sobremanera cuando, sin previo aviso, enterró el hocico en su vestido, nada menos que entre las piernas, y la empujó de espaldas contra la pared.
—¿Qué está haciendo aquí, ____?
La aludida se quedó quieta, con los ojos brillantes y las mejillas sonrosadas por la vergüenza mientras volvía la atención a la puerta del estudio.
Allí estaba él, con un aspecto absolutamente espléndido, como ____ sabía que tendría, más atractivo de lo que podía recordar, vestido solo con unos pantalones negros ceñidos que moldeaban indecentemente la estrechez de sus caderas y piernas.
—¿Le he despertado? —preguntó ella con dulzura, a falta de algo mejor que decir—. La puerta estaba abierta, y yo... —Las palabras le fallaron entonces porque su nerviosismo iba en aumento, sintiéndose cada vez más impotente por el lento discurrir de los segundos y porque aquella fiera de animal se negaba a apartar su prominente hocico de entre sus muslos.
Y él estaba observando al perro. ____ quiso gritar.
Indiferente a lo que sucedía, Jonas apoyó su cuerpo duró y elegante contra el marco de la puerta y cruzó los brazos a la altura del pecho, saboreando, de eso estuvo segura, el insólito y sumamente entretenido apuro en el que se encontraba.
—¿Señor? —rogó ella, empujando en vano la cabeza del pastor alemán con la mano ilesa.
Jonas sonrió perezosamente.
____ no era capaz de discurrir nada adecuado que decir, así que se limitó a permanecer en su sitio manteniendo valerosamente la mirada de Jonas. Las mejillas le ardían, pero no estaba segura de si era a causa de la profunda humillación o de la incomodidad que siempre sentía en presencia de aquel hombre.
Finalmente, ____ ya no pudo soportar por más tiempo lo embarazoso del momento.
—Qué... casa tan pintoresca tiene —reconoció en tono agradable, arriesgándose a echar un vistazo por la habitación.
—Gracias.
—¿La ha decorado usted mismo o...?
—____, ¿qué está haciendo en mi casa a las seis de la mañana?
Casi pegó un respingo a causa de la brusquedad del tono empleado por Jonas mientras volvía a mirarle a la cara. Él no había movido el cuerpo, pero la sonrisa se había quedado en su boca.
—La puerta estaba abierta —contestó con total naturalidad, como si eso lo explicara todo—, y pensé que quizá podríamos hablar.
—¿Se pasó para charlar?
Ella asintió con la cabeza y le dedicó la más dulce de sus sonrisas.
—Pero el tiempo de las relaciones sociales no empieza hasta dentro de varias horas, señorita Haislett. ¿Qué pretendía hacer conmigo hasta entonces?
La formal y, en apariencia, inocente pregunta provocó que ____ empezara a notar calor debajo de las enaguas y, presa de un palpable y creciente desconcierto, se agarró la mano herida con la otra.
—¿Le... le importaría muchísimo si nos sentamos? —murmuró ____ al fin.
Joseph continuó mirándola fijamente durante un instante, gruño y se frotó los ojos con los dedos.
—El café ya estará listo a estas alturas.
—El café es asqueroso —respondió ella sin pensar.
Jonas volvió a mirarla con dureza y le dedicó una sonrisa cínica.
—O café o nada.
—El café estará riquísimo —contestó ____ con muchísima rapidez, no deseando arriesgarse a que la echara de su casa por un comportamiento descortés.
—Espina. —Jonas indicó con la mano el rincón de la habitación, hacia dónde se dirigió el perro rápidamente para tumbarse con los ojos cerrados, como si no pensara en otra cosa en este mundo que en la necesidad acuciante de dormir.
—Es un animal muy grande, sin duda —dijo ____ en tono agradable.
La comisura derecha de la boca de Jonas se elevó de manera casi imperceptible mientras continuaba observándola sin ambages. Eso no hizo más que aumentar la ya insoportable tensión.
—¿El café, señor?
—Creo que nos conocemos lo bastante bien el uno al otro para que me llame Joseph —dijo, arrastrando las palabras.
____ no supo qué decir a eso, y realmente estaba empezando a sentirse no solo nerviosa, sino extremadamente incómoda. ¿En qué estaba pensando para entrar en casa de aquel hombre como si viviera allí, sin carabina y al amanecer, nada menos? De repente, deseó fervientemente estar metida debajo de su sedoso edredón, o incluso avanzando por el pasillo de St. George para casarse con el aburrido Geoffrey Blythe. Cualquier existencia banal sería mejor que aquello.
Él debió de advertir el temor de ____, los pensamientos de salir corriendo que se traslucían en su rostro, porque en ese momento se relajó.
—No pasa nada, ____ —dijo en tono tranquilizador, haciendo un gesto con la cabeza para que lo siguiera—. Hablemos en la cocina.
Por extraño que pareciera, ____ se acercó a él sin ningún pensamiento de lo contrario, agarrándose todavía su ya ardiente palma con la capa, confiando en que el dolor remitiera y pudiera conseguir resolver sus asuntos sin revelar el incidente. No quería que él pensara que era una idiota por tocar una espada sin considerar las consecuencias.
No se fijó demasiado adónde se dirigían, teniendo dificultades para apartar la mirada de la espalda desnuda de Jonas mientras caminaba delante de ella. Tenía un cuerpo firme, maravillosamente musculado, y observar la mera elegancia de su cuerpo y la tensión de su espalda hizo que ____ sintiera aún más calor bajo su ropa. De pronto, lo absurdo de la situación le arrancó una leve risita.
Jonas se paró en seco, volviéndose en la dirección del inesperado sonido, y el movimiento provocó que ____ se diera de bruces contra su pecho. Agarrándola por la cintura, la atrajo hacia él para evitar que se cayera, supuso ____; y en ese momento el regocijo de esta se desvaneció, al tiempo que aumentaban los latidos de su corazón de manera drástica a causa tan solo del caliente tacto del hombre.
—¿Qué le hace tanta gracia? —preguntó él, divertido.
—Yo... —El nerviosismo volvió a apoderarse de ella cuando lo miró detenidamente a los ojos, dándose cuenta con extremada lentitud de que en ese momento su pecho estaba aplastado contra el de Jonas.
____ se enderezó lo mejor que pudo.
—Es que se me ocurrió que mi madre se moriría del susto si supiera que apenas lleva usted algo encima.
—Su madre se moriría si supiera que está aquí, ____ —la corrigió con voz pastosa, intensificando su abrazo sobre la espalda de ____ al tiempo que adelantaba la mano que tenía libre para quitarle la capucha de la capa de la cabeza. Antes de que ella pudiera volver a poner una distancia razonable entre ellos, Jonas alargó la mano hasta su nuca y le sacó la larga melena de debajo de la lana suave, permitiendo que le cayera libremente por la espalda.
____ abrió los ojos como platos. El gesto era demasiado íntimo, y le entraron ganas de darse de cabezazos contra la pared por no haberse tomado la molestia de sujetarse con pinzas aquellos rizos ingobernables. Sin pensarlo, le puso las manos en el pecho y le empujó para soltarse.
La mirada de Jonas se endureció, y la soltó, dándose la vuelta bruscamente para seguir caminando hacia la parte posterior de la casa. Sin embargo, apenas dio unos cuantos pasos, se detuvo una vez más y giró sobre sus talones para mirarla.
Su expresión se tornó sería cuando la agarró por las muñecas y le levantó las palmas de la mano.
—¿Cuándo se ha hecho esto?
____ parpadeó, aturdida, porque casi le estaba gritando. Intento desasirse de un tirón, pero él no la soltó.
—Respóndame, ____ —exigió.
—Lo siento —le soltó, no muy segura de qué otra cosa decir, mientras se daba cuenta de que al tocarle el pecho, le había manchado de sangre sin darse cuenta—. Su perro me asustó, y deslicé la mano...
La voz de ____ se fue apagando, mientras su rostro iba adquiriendo una palidez evidente.
—No me duele nada —le susurró.
—¿Con cuál? —preguntó Jonas en voz muy baja.
—¿Cómo dice?
—¿Que con cual se cortó?
____ estuvo a punto de sonreír por la demostración de preocupación de Jonas.
—Con la grande que está colgada del techo. Lo lamento mucho. —Después de un violento silencio, añadió tímidamente—: Sé que tocarle el pecho desnudo sería un tanto atrevido, pero, si quiere, se lo limpiaré por usted.
Él continuó mirándola fijamente a los ojos durante un segundo o dos, tras los cuales le soltó las muñecas sin contestar, la cogió por el codo y la condujo al interior de la cocina.
—Es probable que esto le vaya a doler un poco —advirtió Joseph, llevándola directamente a la fregadera.
Antes de que ella tuviera tiempo de pensar en lo que él estaba haciendo, Jonas le cogió la mano herida, se la puso con la palma hacia arriba y le vertió brandy de una botella sobre el corte.
Un dolor abrasador la atenazó, y se mordió el labio inferior para sofocar el grito. Respiró hondo y tragó saliva, y de manera instintiva intentó liberar la mano de las garras de Joseph. Él no la soltó; antes al contrario, esperaba su reacción, lo que hizo que ____ se enfadara.
—¿Era necesario? —dijo con voz ahogada ____, apretando los dientes en actitud desafiante.
—Sí, lo era —contestó él tranquilamente, sin dejar de mirarla ni un instante.
Esa fue la gota que colmó el vaso.
—¿Por qué diablos me mira con tanta insistencia, señor?
____ creyó percibir un atisbo de sonrisa en Jonas al oír eso. Entonces, sin duda decidido a ignorar la pregunta, él se volvió hacia un lado, metió la mano en un cajón, sacó un pequeño trapo de cocina y procedió a envolverle la mano con él.
—¿Por qué no se sienta a la mesa y sirvo el café? Mantenga esto bien firme contra la herida.
____ hizo lo que se le decía, agradecida porque Jonas volviera su atención a cualquier otro sitio y no siguiera observándola más. En el silencio momentáneo que siguió, se tranquilizó un poco, mientras le observaba moverse con soltura por la cocina. Había olido el agradable aroma del café al entrar en la pieza, pero lo que le llamó la atención fue que, según parecía, lo había hecho él.
—¿No tiene sirvientes, señor? —preguntó al fin.
Jonas le lanzó una rápida mirada.
—Tengo un mayordomo, Charles Lawson, que ha ido a pasar fuera la semana para cuidar de su madre, que está delicada de salud. Y tengo una cocinera y ama de llaves externa, Gerty Matthews, que no llega hasta las once. —Se dio la vuelta hacia ella—. No estoy mucho en la ciudad, como sin duda ya sabe.
—Pues sin duda no lo sabía —repuso con demasiada rapidez, admirándolo sin recato. Nunca antes había visto a un hombre con una complexión tan magnífica, tan atractivo de pies a cabeza, tan... masculino.
—¿Por qué me mira con tanta insistencia, ____?
Ella parpadeó, ruborizándose hasta la raíz del cabello. Con valentía, y felicitándose por la rapidez de su contestación, admitió:
—Nunca había visto a un hombre con el pecho desnudo, y si usted no se exhibiera de manera tan indecente, no lo miraría fijamente.
—Apuesto a que lo haría —refutó él con brusquedad, girando todo el cuerpo para darse la vuelta hacia ella. Se recostó entonces contra la encimera, cruzó los brazos delante de él y miró de forma insinuante.
____ tuvo el convencimiento de que aquel momento era ya uno de los más incómodos de su vida. Y empezó a devanarse los sesos, no sabiendo exactamente qué contestarle. Quizá debería salir corriendo.
—¿Por qué no me explica exactamente la razón de que esté aquí?
Jonas tuvo que percibir por fuerza la señal de evidente alivio que cruzó la frente de ____ ante el brusco cambio de tema.
—Una maravillosa sugerencia —convino ella, irguiéndose en su asiento mientras recuperaba el valor—. Necesito que me ayude a encontrar a alguien.
—En serio —afirmó, más que preguntó—. ¿Y conozco yo a esa persona?
—Creo que la conoce, sí.
Joseph se volvió una vez más hacia la encimera, sirvió dos tazas de café, las colocó en una bandeja de plata y lo llevó todo a la mesa.
—¿Ha tomado café alguna vez, ____? —preguntó, sentándose en la silla contigua a la de ella y entregándole una taza.
____ negó con la cabeza.
—Mi madre afirma que es una bebida de paganos.
La boca de Jonas se torció en una sonrisa.
—Eso me sorprende.
Ella observó el líquido negro y espeso y tuvo un escalofrío.
—Por las mañanas suelo preferir chocolate. Es uno de mis deseos más insaciable. Adoro el chocolate.
Joseph se llevó la taza a los labios.
—¿Y cuáles son algunos de sus otros deseos insaciables?
____ abrió los ojos desmesuradamente, mientras su pulso empezaba a acelerarse. Por encima de todo debía tener presente la reputación de Jonas, ignorar y pasar por alto sin inmutarse cualquier insinuación indecente que saliera de su
boca.
Recuperando su voz, ____ proclamó sin apasionamiento:
—Le pagaré por ayudarme a localizar...
—¿Joseph?
La amable interrupción provino de la puerta de la cocina. ____ miró a su izquierda para ver entrar en la cocina a una mujer de pelo oscuro y apabullante belleza que no llevaba puesto nada más que una chinelas de terciopelo azul y un salto de cama de seda oriental blanco, atado a la cintura por un fino fajín de seda, que casi no le tapaba nada del cuerpo, y lo que menos el contorno de su figura, espigada, ágil y elegantemente sinuosa.
____ jamás se había quedado tan atónita, y según parecía tampoco la mujer, porque ambas se quedaron mirando mutuamente sin ambages durante un rato largo y extremadamente violento.
Entonces Joseph gruñó, y ambas se volvieron para mirarlo.
Jonas cerró los ojos, se apretó el puente de la nariz con los dedos, y se hundió en la silla.
—La señorita ____ Haislett, la señorita Marissa Jenkins —dijo a modo de presentación.
____ se preguntó fugazmente si la mujer se merecía el tratamiento, y decidió que eso no venía al caso. Enmudecida de repente, llegó lentamente a la conclusión de que la criatura de aspecto exótico que estaba parada delante de ellos era la querida del hombre. ____ era, por supuesto, una dama de esmerada educación, pero había oído rumores y sabía que muchos caballeros las tenían. Por lo tanto, no se escandalizaría. Pero en el transcurso de varios largos y silenciosos segundos el pobre hombre sentado junto a ella devino en un estado de tan adorable desconcierto que ____ apenas pudo evitar echarse a reír. Decididamente, debía aprovechar el instante en lo que valía.
Recuperándose con rapidez, se quitó la capa para permitir que se viera completamente su vestido de muselina color melocotón, provisto de un amplio escote que mostraba la suave curva de su pecho generoso. En un principio, no había tenido intención de quitarse su prenda exterior, pero aquella situación exigía que se hiciera una excepción. En ese momento, se sintió más que contenta de haberse puesto algo un poquito atrevido.
Y con una pequeña dosis de sutileza, dejó caer en cascada su espesa mata de pelo por delante de los hombros, tras lo cual dedicó a los otros dos una sonrisa encantadora.
—Así que usted debe de ser la amante de Joseph.
Jonas levantó la cabeza con un respigo inmediatamente, los ojos como platos, rebosantes de asombro, sin duda atónito por oír semejante vulgaridad de boca de una dama soltera de su condición.
Marissa cayó en la cuenta con rapidez.
—He sido su amante, señorita Haislett, hasta esta noche, en la que me ha despedido. —La mujer caminó con garbo hasta el otro extremo de la mesa y se sentó—. ¿Ha tomado café alguna vez? Está bastante bueno con un poco de nata y azúcar.
—Creo que lo probaré como dice, gracias —respondió dulcemente ____, ignorando al hombre que estaba a su lado y alargando la mano hacia la bandeja. Se sirvió una cantidad generosa de nata de la jarrita y una gran cucharada de azúcar—. ¿Y por qué la ha despedido, Marissa?
La mujer suspiró.
—Bueno, creo que Joseph está preparado para encontrar a alguien que le caliente la cama de manera más permanente.
—¿El pobre hombre no se puede permitir unas mantas? —preguntó ____ con fingida preocupación.
Marissa apoyó un codo en la mesa y la barbilla en la palma de la mano.
—Tengo la abrumadora certeza de que está pensando en alguien más vivo y más excitante que las mantas.
—Entonces, tal vez debería dormir con su enorme y cariñoso perrazo...
—Esta conversación es la más absurda que he oído en toda mi vida —acabó por terciar Joseph, exasperado, llevándose la taza a los labios para evitar mirarlas.
Pero las dos mujeres se volvieron hacia él, como si hubieran reparado en su presencia por primera vez.
—¿Es ella la escogida? —preguntó Marissa con aire calculador.
____ salió en su propia defensa con presteza.
—Le aseguro, señorita Jenkins, que no calentaré otra cama que no sea la mía.
—Por supuesto que no —murmuró la mujer muy lentamente, devolviéndole la mirada con curiosidad. Tras una incómoda pausa, se levantó para marcharse—. Bueno, creo que me vestiré y seguiré mi camino. Si cambia de opinión, señorita Haislett, sepa que prefiere el lado izquierdo.
—¿El lado izquierdo?
—De la cama.
—¡Ah!, estoy segura de que ese no es asunto mío, Marissa. Pero puedo decir que el hombre tiene, sin duda, un gusto para la belleza...
—No me puedo creer que esto esté sucediendo en mi cocina —terció Joseph con creciente asombro, inclinando de nuevo la taza hacia sus labios y bebiéndose el líquido de dos largos tragos.
Las dos mujeres lo miraron con inocencia, y Marissa se acercó para darle un beso en la mejilla.
—Adiós, querido.
Jonas gruñó, pero no dijo nada mientras mantenía la mirada fija en la mesa.
Marissa caminó hasta la puerta, lanzó a ambos una sonrisa divertida y salió rápidamente de la cocina, que quedó sumida en un silencio sepulcral.
¡Bienvenidas helado00 y Julieta♥! (:
Esta es la primera parte del capítulo número 2, después subo la segunda y última.
Natuu♥!!
Natuu!
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
ya me cayo bien Marissa hasta ella
se dio cuenta qe son el uno para el
otro con solo verlos jajaja siguela pronto
se dio cuenta qe son el uno para el
otro con solo verlos jajaja siguela pronto
Nani Jonas
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
jajaj que momento tan incomodo el que paso el pobre joe
y la rayis definitivamente no se quedo atras y mostro cualera su nivel
me encanta la nove
sigue!!!!!!!!!
y la rayis definitivamente no se quedo atras y mostro cualera su nivel
me encanta la nove
sigue!!!!!!!!!
Julieta♥
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