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"Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Capítulo 17
Joseph se encontraba solo frente a un extremo de la mesa del bufé, completamente abatido. El banquete no había hecho más que comenzar, y hasta el momento pocas eran las personas que honraban el vestíbulo de la casa parisina del conde de Arlés. De hecho, era la misma casa que el hombre intentaba vender y por la que Joseph había fingido estar interesado. Su identidad falsa seguía siendo dada por buena, lo cual era, probablemente, la única razón de que hubiera sido capaz de conseguir ser invitado para asistir a las celebraciones de esa noche. Había llegado temprano, en parte porque no tenía nada más que hacer, aunque, sobre todo, porque quería poner fin a aquella deprimente velada y poder volver de una vez a su país, a su casa, a su perro y a ____... La tozuda, boba y calculadora hechicera que lo tenía cautivado e idiotizado.
Solo había transcurrido un día y medio desde que la viera por última vez, y sin embargo, se le antojaban diez años. Estaba furioso con ella, loco por ella y preocupado hasta la desesperación. Lógicamente, era consciente de que ella podía volver a casa sin él, que hablaba el idioma y llevaba suficiente dinero para el viaje. Pero en Francia la gente estaba inquieta; no era muy seguro que viajara sola, y Joseph tenía meridianamente claro que tampoco quería que ella se encerrara en su dormitorio de Inglaterra lejos de él. La quería en el suyo, donde fuera que estuviera este, incluso si la única manera de convencerla de que ese era su lugar fuera metérselo a golpes en su pequeña cabeza cuadriculada. Pero, por supuesto, eso no ocurriría a menos que ella lo viera y volviera a hablar con él.
¡Dios santo, si solo había sido una discusión! Se habían dicho algunas cosas hirientes el uno al otro, pero él nunca pensó que lo abandonaría. Si hubiera tenido la más leve sospecha de sus intenciones, no la habría dejado sola; la habría llevado con él por toda la ciudad. Nunca olvidaría el pánico que se había apoderado de él al entrar en la habitación de ambos en la posada solo seis horas más tarde, dispuesto a enfrentarse a la cólera de ____, y encontrarse en cambio con un ropero vacío y una cama sin hacer con las sábanas revueltas que le recordó lo ocurrido la noche anterior.
____ tenía problemas para aceptar su pasado. Él lo sabía, entendía las razones y estaba dispuesto a darle tiempo. Pero lo que lo aterrorizaba en ese momento era que ella hubiera decidido renunciar a su relación sin intentarlo, sin aceptar lo mucho que él le importaba, y que esa fuera la razón de que se marchara. Estaba renunciando a ellos, y eso lo estaba destrozando por dentro. Aunque lo que le pareció cómico, en lugar de incitarle a destrozar la habitación, fue el reconocer sencillamente que ni una sola vez, en sus casi treinta años de vida, había pensado que una mujer pudiera hacerle aquello.
Joseph bajó la mirada hacia el vaso lleno de whisky que tenía en la mano. Llevaba sosteniéndolo diez minutos y todavía no le había dado ni un solo trago. Probablemente sería extraordinario, de paladar suave, y sin duda se le subiría directamente a la cabeza para aliviarle las penas al principio, pero luego le haría sentirse más abatido de lo que ya estaba. No necesitaba eso. Lo que necesitaba era mantenerse despejado para los inminentes acontecimientos que tendrían lugar esa misma noche.
Dejó el vaso sobre la mesa que tenía a su lado, apoyó la cabeza contra la pared cubierta de tapices a su espalda y observó a los demás invitados solo con ligero interés. Aquella casa era más pequeña que la que tenía el conde en Marsella, pero mostraba la misma decoración extravagante en madera de roble oscura y lujosa caoba, dorados y azules verdosos. Las mesas del bufé estaban cubiertas de apetitosos manjares, la bebida corría a raudales y el humo de tabaco caro llenaba el aire, y sin embargo, aquello no era una fiesta; al menos no como el baile de dos semanas antes. Esa noche había pocas mujeres en el salón, y aunque todo el mundo iba ataviado con sus mejores galas, quedaba silenciosamente sobreentendido que el motivo de la reunión era el de recaudar fondos para pagar al asesino de Luis Felipe. Solo un profesional se arriesgaría a cometer un atentado tan calculado para asesinar al rey de Francia.
Joseph habría querido acudir a las autoridades, pero, no teniendo ninguna prueba, ¿que les iba a decir? ¿Que varios nobles querían cambiar el curso de la historia? ____ había tenido razón acerca de que aquello había sido una charla entre fanfarrones, lo cual era el motivo de que no pudiera culparla por no habérselo dicho de inmediato. Derrocar al rey era una pretensión común entre los franceses, y sin duda ni sorprendería ni preocuparía a ninguna autoridad. Pero si el intento de asesinato estuviera planeado para el día siguiente, y el banquete de esa noche fuera la cabeza de puente de los legitimistas para fortalecer sus lazos políticos, elevar sus egos y reunir los fondos necesarios, tal vez podría enterarse de algo que fuera importante. Tenía que correr el riesgo. Al día siguiente abandonaría el país.
Joseph escudriñó a la multitud. El conde todavía tenía que aparecer, pero la habitación se estaba llenando rápidamente de gente, caballeros en su mayoría, que empezaban conversaciones bastante bulliciosas en las mesas y en los rincones. Al final, la cosa subiría de tono, y las mujeres se marcharían. Al menos, en ese momento, tenía algo atractivo que mirar, aunque lo cierto es que estaba empezando a aburrirse de hacer incluso eso.
Cerró los ojos soltando un pequeño gruñido y cruzó los brazos por delante de su levita limpia y planchada sin importarle si se la arrugaba.
El mundo estaba lleno de mujeres hermosas, y las admiraría hasta el día de su muerte. Pero no podía tenerlas a todas. Por supuesto que había estado con muchas antes que con ____, circunstancia de la que todos sus contemporáneos vivos parecían estar al corriente. Aunque, curiosamente, en ese momento se encontró con que era incapaz de recordar los detalles concretos de un episodio siquiera con cualquiera de aquellas mujeres. Todos habían sido agradables revolcones que aplacaron su deseo y le proporcionaron un momento fugaz de compañía a su antojo. No era que aquellas mujeres no significaran nada para él, sino que solo representaban algo sexual, y por su parte, ellas eran perfectamente conscientes del hecho. Nadie, incluido él, había sufrido ninguna gran decepción ni había salido dañado, y por lo general, el placer físico había sido la primera y única razón para el apareamiento.
Sin embargo, su experiencia sexual con ____ dos noches antes había sido diferente en muchos aspectos. Sin duda, no había sido la más relajada de su vida, y para ser justos tal vez tendría que decir que tampoco la más erótica. Pero si tuviera que elegir una palabra para describir aquella primera vez juntos, esa palabra sería «maravillosa». Aquella relación sexual se le había antojado maravillosa, lo que le hizo sonreír por dentro, porque no creyó que maravilloso fuera una palabra que el hombre medio y racional utilizaría jamás para describir un coito. Y por supuesto, sería algo que se guardaría para sí. Tal vez algún día se lo diría a ____.
Después había estado acostado con ella, saciado y abrumado, y tan agitado emocionalmente que no había podido pensar con eficacia ni hablar. Era algo que no había experimentado jamás con nadie. ____ se había mostrado al mismo tiempo inocente y delicada y, sin embargo, magnífica en su deseo de complacerlo. Así es como supo que aquello también tenía un profundo significado para ella. Era su primera vez; ____ no tenía nada con que compararlo. Pero Joseph lo sabía porque había observado a muchas mujeres en la cama, y ninguna había expresado jamás unos sentimientos tan intensos por él como ____ durante aquella única hora. Había sido evidente para los dos, y esa era la razón de que ella estuviera asustada. Había huido, y ahora tendría que convencerla, de que confiara en él, algo que estaba seguro que podría hacer con el tiempo. Como era natural, probablemente tuviera que raptarla primero, porque lo más seguro es que ella no quisiera verlo si pasaba a visitarla formalmente. Por otro lado, podría ser que estuviera embarazada. Otra novedad para él, admitió con una abierta sonrisa. Su mayor temor en la vida había sido siempre dejar a una mujer con un hijo, y en ese momento se le ocurrió que, en esas circunstancias, aquello sería lo mejor que podría haberle ocurrido jamás.
Se frotó los ojos con las yemas de los dedos y los volvió a abrir. El grupo que se estaba reuniendo en el salón había aumentado, y el ambiente se iba haciendo más caluroso y viciado. A lo lejos, un cuarteto interpretaba un minueto de Bach, pero no bailaba nadie. Todo el mundo charlaba, y Joseph supuso que también tendría que hacerlo, si quería mantener las apariencias. Observó con indiferencia a los hombres
ataviados con brillantes chalecos bordados y chisteras negras, a las mujeres de arremolinadas faldas de seda roja, morada y amarilla, de tafetán verde lima, blanco y azul oscuro. Este último le recordó a ____, porque era su color preferido, y
sabía que ella estaría arrebatadora con aquel vestido, con sus ojos color avellana, su sedosa piel y el pelo rubio rojizo cayéndole en ondas sobre los pechos.
Entonces se dio cuenta de que era ____ la que llevaba el vestido azul oscuro y que se acercaba a él caminando lentamente con una media sonrisa en los labios, comiéndoselo con los ojos y luciendo las esmeraldas en el cuello.
Joseph se la quedó mirando fijamente ante lo exageradamente ilusorio de la visión, y sin embargo era ella, ataviada con un vestido que se ajustaba perfectamente a su cintura larga y estrecha, con las mangas abullonadas en los hombros y un corpiño demasiado escotado sobre el exuberante pecho. Lo de enseñar tanto su espléndida figura con los vestidos de baile era algo que iba a tener que discutir con ella, y durante un instante de absurdidad se preguntó por qué pensaba en semejante cosa de repente.
Su primer impulso fue agarrarla de la muñeca y atraerla hacia él con una sacudida, pero eso solo habría despertado la curiosidad de los demás y probablemente no serviría para nada, aparte de irritarla. ____ casi había llegado hasta donde él se encontraba antes de que Joseph tuviera tiempo de erguirse de nuevo y disimular su asombro, lo cual lo irritó, porque era casi seguro que ella ya lo había advertido. A Joseph empezó a latirle el corazón con fuerza, y las manos comenzaron a temblarle; se llevó una a la espalda y bajó la otra para atrapar el vaso que contenía su whisky intacto a fin de que ella no pudiera advertirlo.
____ se acercó a él como si tal cosa, con una expresión inescrutable, y Joseph se llevó el vaso a los labios y le dio un buen trago para calmar los nervios, para disimularlos. Pero en ningún momento apartó la vista de la cara de ____.
Nunca la había visto tan impresionante. Iba magníficamente vestida y arreglada, y las esmeraldas le añadían un toque de elegancia que atraía las miradas hacia su cuello blanco y estilizado. Se había recogido el pelo en lo alto de la cabeza, permitiendo que unos cuantos rizos cayeran sueltos alrededor de la frente y las mejillas y por la espalda. E iba muy maquillada, lo que regocijó enormemente a Joseph. Aquello era un toque de Madeleine.
—Hola —dijo ella en voz baja, deteniéndose delante de él por fin.
—Hola —contestó Joseph en el mismo tono de voz.
Después, ____ titubeó, observándolo con atención.
—Llevas puestas mis esmeraldas —observó él para romper el hielo.
____ sonrió con torpeza y echó una rápida mirada hacia la mesa del bufé.
—Pensé que podrían ser de ayuda esta noche.
Aquella afirmación fue el toque definitivo. Había tomado una decisión, y estar allí en ese momento era la prueba de todo lo que sentía por él. Tal vez nunca expresara sus sentimientos en palabras que él pudiera oír, pero sus actos, el hecho de qué estuviera en el banquete, en lugar de en un barco rumbo a Inglaterra, disipó el último resto de duda que pudiera albergar Joseph.
Pero disfrutaría de su alegría por dentro. Por el momento.
Joseph le dio otro sorbo a su whisky.
—Sin duda provocarán un revuelo cuando aparezca el conde de Arlés y vea que llevas puesto su collar.
____ se retorció sus dedos enguantados por delante de ella.
—Esa fue mi idea exactamente. Yo... pensé que esto podría hacerlos hablar.
—¡Qué inteligente eres, ____!
—Eso he pensado siempre —convino ella, y sonrió con sus labios pintados con coqueta timidez.
Era increíblemente dulce. Joseph sintió muchísima pena y deseó tocarla, abrazarla y frotar su mejilla con la suya y aspirar el olor de su pelo...
—Pensé que le apetecería un poco de champán. —Madeleine interrumpió los pensamientos de Joseph, deteniéndose al lado de ellos tan exquisita como siempre, adornada con unos brillantes rubíes y ataviada con un vestido de un burdeos intenso.
Alargó una copa hacia ____, que le dio las gracias rápidamente entre dientes y la cogió con cuidado.
Madeleine resplandecía cuando alzó sus calculadores ojos hacia Joseph.
—He visto a varios conocidos míos, Joseph, así que me perdonará si los dejo a solas. Que tengan una encantadora charla. —Sin esperar contestación, se recogió las faldas con sus delicados dedos y se alejó rápidamente.
Muy diplomática, reflexionó Joseph, y se impuso darle las gracias por aquello en alguna ocasión. Volvió a concentrarse en ____.
—Has estado con ella desde ayer, supongo.
—Sí —le contestó ____ sin evasivas—. La encontré en su suite del hotel, y hemos pasado juntas unos momentos muy agradables.
—Se diría que ejerce bastante influencia sobre ti.
—¿Te refieres al maquillaje?
—Mmm...
—¿No te gusta, Joseph?
Él inclinó la cabeza y la observó. Estaba aplicado con sutileza, solo un poco de brillo rosa en los labios y mejillas y un trazo amarronado para perfilar los ojos. Joseph hizo un imperceptible encogimiento de hombros.
—Supongo que no me disgusta.
____ pareció satisfecha con aquello.
—No es que me importe que lo apruebes...
—Por supuesto que no.
—... pero esta noche será la primera vez en mi vida que lo lleve, de eso estoy segura. Mi madre me repudiaría si me viera, pero estoy en Francia, hago lo que hacen las damas francesas, y Madeleine me dijo que resaltaría mis rasgos más notables.
—¿Eso dijo? —Joseph adelantó una mano y le levantó un rizo que le colgaba sobre el pecho derecho, acariciándolo con sus dedos—. No debió de darse cuenta de que tus rasgos más notables nunca ven la luz del día.
____ entrecerró los ojos, sacudiendo la cabeza con reprobación.
—Joseph...
—Me enfureció que me dejaras —la interrumpió en voz baja—. Y me hirió.
____ se puso tensa cuando la conversación se hizo seria, respirando hondo y bajando la mirada hasta que todo lo que pudo ver fue el chaleco de Joseph.
—Lamento mucho lo que dije —admitió ella con voz temblorosa—. Estaba... abrumada por todo lo ocurrido. Confundida.
El impulso de atraerla hacia él fue tan poderoso en ese momento que apretó el vaso hasta que sus dedos se pusieron blancos.
—Yo también estaba abrumado, ____ —confesó él a su vez—. Fue una noche de novedades para los dos.
Ella alzó la vista, incrédula. Durante unos segundos no supo qué responder ni qué había querido decir exactamente con aquello, pero le sostuvo la mirada, y Joseph se negó a apartar los ojos.
Con una voz tan áspera como tierna, él susurró:
—Dime lo que sientes en tu corazón, y te perdonaré.
Unas estridentes risotadas atravesaron el aire, seguidas de un grito o dos de un extremo a otro del salón. El hecho no pudo ser más espantosamente inoportuno y deshizo el hechizo que había entre ambos.
____ levantó la cabeza de golpe al oír el sonido, echando una ojeada alrededor con incomodidad.
—Esta no es una fiesta normal, ¿verdad, Joseph?
—No —respondió él con un suspiro—. Y tal vez tampoco deberías estar aquí. Es probable que más tarde... se anime.
Aquello la enojó un poco. Apretó la boca y dio unos rápidos toquecitos sobre el borde de su copa de champán.
—No puedes pasarte la vida protegiéndome de las contingencias.
Joseph no supo cómo tomarse eso. Una parte de él se sobresaltó al oír semejante insinuación de boca de ____. Pero ella seguía mirando hacia el salón, inspeccionando a los invitados a la fiesta, lo cual, supuso Joseph, era lo que le producía la incertidumbre, porque no podía verle los ojos.
—Tal vez disfrutara con ello —replicó él.
Durante un instante ____ no hizo nada. Entonces, con otra profunda inspiración, alzó la vista para mirarle de nuevo a los ojos.
—Madeleine me dijo que tú, como hombre que eres, me perdonarías lo que te dije ayer por la mañana, si te decía el magnífico amante que eres.
Joseph le dio un sorbo a su whisky para ocultar su expresión de disgusto.
—¿De verdad? Miedo me da casi saber qué es lo que te ha estado enseñando.
—Probablemente no llegues a saberlo nunca —le insinuó ____ en un tono triunfal. Se llevó el champán a los labios, inclinó ligeramente la copa hacia su boca y la volvió a bajar con lentitud. Resueltamente, admitió—: Sin embargo, es verdad que pienso que eres un amante magnífico.
Joseph se tambaleó al oír eso, ablandándose por dentro.
—Estás perdonada. —Y sonriendo con picardía, añadió—: Pero no tienes nada con qué compararlo, mi querida ____.
Ella desoyó el comentario, le dio otro largo trago al champán, se lamió los labios pintados y continuó:
—He tomado algunas decisiones al respecto.
Joseph tensó los músculos de los hombros a causa del inmediato aumento de la ansiedad, y cambió el peso de un pie a otro, sintiendo la piel cada vez más caliente bajo su traje de etiqueta.
—Tienes toda mi atención, así que, por favor, ilústrame.
____ bajó los párpados con serenidad y susurró:
—He decidido convertirme en tu amante...
—¿Qué?
Ella alargó una mano y colocó levemente la palma en el pecho de Joseph.
—Quiero despertarme todas las mañanas en tu casa de la ciudad, y ponerme una bata de seda y tomar café en tu cocina.
Como tenía los ojos cerrados y su expresión era inescrutable, Joseph no fue capaz de discernir si estaba hablando en serio sobre algo tan escandaloso o le estaba tomando el pelo. Estuvo muy cerca de enmudecer.
Entonces, ____ alzó los ojos para mirarle con atención, y su cara resplandeció con picardía.
—Pero me niego a llevar la que utilizaba tu última amante. La recuerdas, ¿verdad? Aquella criatura alta y de cuerpo perfecto con el pelo largo y negro. ¿Cómo se llamaba?
Joseph apretó los labios para reprimir una carcajada. En ese instante, en el salón sofocante y abarrotado, donde solo se hablaba de política y por segundos cada vez más alto, todo se desvaneció menos ella.
—No recuerdo en este momento —masculló él con voz susurrante.
____ dejó caer la barbilla apenas y levantó débilmente una de las comisuras de la boca.
—¡Qué inteligente eres, Joseph!
—Eso he pensado siempre.
Ella sonrió abiertamente. Alguien la rozó al pasar, y Joseph la agarró del codo, acercándosela tanto que la falda de tafetán le cubrió las piernas.
—Pero, ¿sabes que puedo recordar vívidamente aquella mañana hasta el último detalle? —prosiguió él pensativamente, sintiendo cómo el calor del cuerpo de ____ penetraba en el suyo.
Ella arqueó las cejas en señal de inocencia.
—Probablemente, jamás nada haya halagado tanto tu pomposo ego como tener a dos mujeres hablando de ti sentadas a la mesa de la cocina ante una taza de café.
—Qué va, eso me ocurre todas las semanas —la corrigió con un suspiro exagerado.
—No me cabe ninguna duda.
Él le rozó el codo con el pulgar con unas largas y suaves caricias.
—Lo que recuerdo sobre esa mañana en particular es tu vestido color melocotón pegado a tu maravilloso pecho. Recuerdo que te cortaste tontamente en la mano con una espada. Recuerdo tu candor, tu pequeña mente manipuladora y tus asombrosos y suplicantes ojos, todo trabajando a la vez para convencerme de algo tan irracional como que te llevara conmigo hasta Francia. Pero, por encima de todo, recuerdo mi estupor al encontrar el hocico de mi perro entre tus muslos perfectamente formados y cómo, en aquel preciso instante, habría hecho cualquier condenada cosa para cambiarle el sitio.
____ se ruborizó y apretó los labios.
—Eres despreciable.
—Y tú eres preciosa —le susurró con voz áspera.
Aquel giro la sorprendió, pero se contuvo, frotándose la frente con la palma de la mano y negando rígidamente con la cabeza.
—Preciosa es Madeleine. Yo tengo una cara llena de pecas por el exceso de sol y un pelo abundante tan lleno de rizos que en modo alguno lo puedo controlar.
Joseph se abstuvo de llevarle la contraria, porque se le ocurrió de repente que le había dado la oportunidad que necesitaba. Y la utilizaría. Había llegado el momento de hacerla comprender.
Le dio uno o dos tragos más al whisky en un intento de calmar una ansiedad inesperada que le tensó todo el cuerpo. Entonces, casi metódicamente, depositó el vaso sobre la mesa del bufé y volvió a mirarla a los ojos, entreteniéndose solo un instante para ordenar sus pensamientos.
—____, creo que Madeleine DuMais es probablemente la mujer más hermosa, físicamente hablando, que he conocido en mi vida.
____ parpadeó, desorientada por semejante reconocimiento que la dejó visiblemente consternada, lo cual, tuvo que admitir Joseph, lo emocionó de una manera un tanto extraña.
Antes de que ella pudiera hacer cualquier comentario, Joseph continuó concentrándose en cada palabra:
—Y tienes razón, no es como tú. Ella es exótica e inalcanzable. Por tu parte, eres accesible y placentera. Ella es la clase de mujer cuyo recuerdo perdurará a través de los años, porque los hombres le escribirán canciones. Tú, en cambio, eres la clase de mujer junto a la que desean acurrucarse y envolverse los hombres. Ella es majestuosa y elegante. Tú eres divertida y vibrante. Eres la clase de mujer que quiero en mi cama para abrazarla y hacerle el amor y darle satisfacción. Ella es la clase de mujer que me gustaría... disecar y colgar encima de la repisa de la chimenea de mi estudio para admirarla cuando trabajo.
____ soltó una risita al oír eso, y Joseph sonrió con satisfacción mirándola a los ojos.
—Eres la clase de mujer que suda.
____ rió entrecortadamente, horrorizada.
—Yo no sudo. Los caballos sudan.
Joseph le bajó la mano desde el codo por todo el brazo para tomarle los dedos ligeramente. A ella no pareció importarle, porque los cerró alrededor de los suyos.
—Lo que quiero decir es que tú eres real —le explicó con un nerviosismo creciente que se negó a permitir que ella advirtiera—. Madeleine es una muñeca. Cuando me mira, veo una belleza notable, como la de una valiosa pintura de delicados trazos y brillantes colores digna de contemplar y apreciar. Cuando tú me miras, veo una pasión ardiente, una belleza vivificante y un deseo que complacer.
Su tono se hizo reflexivo, su mirada se intensificó y bajó la voz.
—Cuando me miras con tus asombrosos ojos y tus expresiones de vivo deseo, mi corazón se acelera, y en lo único que puedo pensar es en cogerte entre mis brazos y besarte hasta quedarme sin resuello, en abrazarte y en reconfortarte de tus penas y reírme con tus alegrías.
Una oleada de desasosiego descendió sobre ____. Movió los dedos e intentó soltarse de Joseph.
Él no lo permitió. El ruido se hizo atronador en torno a ellos, la sala, estaba llena de humo y resultaba sofocante, la gente iba perdiendo la mesura a medida que ingerían grandes cantidades de selectas bebidas alcohólicas. Un sitio de lo más insólito para reivindicarse, pero considerando lo insólita que había sido siempre la relación entre ambos, parecía adecuado. No. Era perfecto. ____ intuyó lo que estaba a punto de suceder. Él lo supo y se maravilló.
Acercándose mucho a ella, le quitó cuidadosamente la copa de champán de la mano y la colocó junto a la suya encima de la mesa. Luego, levantó la mano y le tomó con delicadeza la barbilla, obligándola a permanecer cara a cara con él, mirándola fijamente a los ojos.
—Madeleine es una mujer encantadora, ____ —le confesó en un susurro—. Pero tú eres la luz de mi vida, ¿entiendes esto?
____ empezó a temblar, y eso conmovió a Joseph con un sentimiento de tierna emoción.
—Eres todo lo que necesito. Eres la belleza que me pertenece. No siento nada especial por ella, pero tú alimentas todos mis sentidos. Me trae sin cuidado Madeleine o cualquier otra mujer en el mundo tan bella como ella. Yo te quiero a ti, y te quiero mucho.
____ se quedó embelesada por sus palabras y empezó a temblar descontroladamente, incapaz casi de respirar, con los ojos abiertos como platos y sin pestañear.
Joseph se tranquilizó por dentro, sabiendo que ella al fin lo había comprendido. ____ no contestó nada, pero irradiaba una mezcla de complejos sentimientos que se filtraron a través de la piel de Joseph y lo reconfortaron. Y por encima de todo, y gracias al placer de una confianza absoluta, él supo que ella lo creía.
Joseph sonrió con dulzura, acariciándole el mentón con el pulgar.
—Supe que te amaba hace dos noches, cuando nos sentamos juntos en el jardín. Y también creo que tú supiste lo que sentía entonces o no me habrías dejado hacerte el amor. Nunca me ha caído del cielo algo tan maravilloso ni que me haya sorprendido tanto.
Con la mirada titubeante, ____ pestañeó al fin, pero él siguió sujetándole la cara casi pegada a la suya.
La boca de Joseph se ensanchó en una sonrisa traviesa.
—Tal vez sea más exacto decir que nunca he tenido nada tan maravilloso sobre mi regazo.
Un atisbo de sonrisa temblorosa iluminó la cara de ____, pero se le llenaron los ojos de lágrimas, y él se dio cuenta de que ella estaba a punto de perder el control.
Joseph tragó saliva con dificultad para contener sus propios sentimientos, tan poderosos e indescriptibles. Luego, se inclinó y le tocó la frente con la suya.
—Si te echas a llorar ahora, mi dulce ____, se te correrá por las mejillas todo el maquillaje que tan minuciosamente te has aplicado en la cara.
Ella se rió en voz baja al oír eso, sujetando con fuerza los dedos de Joseph y colocándole la palma de la mano que tenía libre en el pecho, y a pesar del calor reinante en el salón y de la escandalosa actividad que los rodeaba, tuvo un escalofrío.
Joseph le limpió una lágrima furtiva con el pulgar, deseando poder abrazarla por completo, deseando estar lejos de allí, de nuevo juntos en la posada, y poder haberle dicho aquellas cosas en el jardín de rosas donde él las había descubierto.
La besó dulcemente en la frente, y acto seguido se inclinó hasta su mejilla, acariciándola con los labios, oliendo las flores en su piel, consciente de que los dedos de ____ se enroscaban en los suyos, del sentimiento que fluía de ella y lo bañaba de satisfacción.
—Sé que tú también me amas, ____ —le susurró al oído—. Empezaste a amarme hace años.
____ negó con la cabeza vehementemente.
—Chist... —Joseph sabía que la reacción de ____ era fruto de la confusión, no de la contradicción, y le ahuecó la mano en la mejilla, sujetándola con firmeza contra él, mientras le rozaba la sien con los labios—. Sé que me amas. Confía en mí, ____.
—Joseph...
La voz de ____ pareció tan afligida, tan pequeña, que le produjo compasión. En ese momento alcanzó a ver a Madeleine, que se dirigía hacia ellos seguida del conde de Arlés y de cuatro o cinco hombres más vestidos impecablemente y, si la dureza de sus rasgos era indicativa de algo, prestos a la batalla.
—Estamos a punto de ser interrumpidos groseramente —le susurró él con un suspiro de fastidio—. En este romance nuestro, el don de la oportunidad ha sido siempre ridículo. —Le apoyó la mano en la cara y la miró—. Mi vida, con independencia de lo que está a punto de ocurrir, cree en lo que te acabo de decir. Ahora, sígueme la corriente hasta el final y de ninguna manera sigas furiosa conmigo.
____ no pudo responder a este último comentario. Tenía la mente embotada; el cuerpo le temblaba por el desconcierto y la impresión provocada por las apasionadas intimidades que él acababa de confesarle y que jamás había esperado oír de sus labios, pero eso sí, le creyó porque así lo quería de manera desesperada. Él exacerbó la sensibilidad de ____ al máximo con su sonrisa, sus leves caricias, su voz profunda y aterciopelada que resonaba con añoranza y deseo y con su devoción a algo nuevo y maravilloso.
Y entonces, Joseph se echó ligeramente a la izquierda de ella, dejándola a plena vista de los que se acercaban. ____ había imaginado que la velada estaría cargada de tensión con una excitación única y había estado esperando el momento con ilusión con su parte racional, confiando en sorprender a Joseph con su aparición adornada con las valiosas gemas, y sabía que al menos eso sí lo había conseguido. Joseph se había quedado absolutamente sorprendido de verla, incluso había parecido quedarse estupefacto, si es que la expresión de su semblante se podía describir con exactitud, y eso no había hecho más que colmarla de seguridad en sí misma y de placer.
Entonces, él lo había sacado todo en cuestión de minutos con su verborrea amable y sus palabras acariciadoras, para dejarla sintiéndose terroríficamente al descubierto en presencia del conde de Arlés y de los otros que buscaban alterar la historia con la venta de las esmeraldas que llevaba prendidas alrededor del cuello. Su única protección en ese momento era Joseph, porque su mente se había desmenuzado hasta quedar reducida a la nada con la declaración de amor, extrañamente inoportuna, de Joseph. Le entraron ganas de atizarlo. Quiso echarse a llorar. Deseó acurrucarse entre los brazos de Joseph y no abandonarlos jamás. En su lugar, se preparó para el enfrentamiento inminente y se limpió las mejillas con los blancos guantes con que se cubría los dedos, encantada al comprobar que, en contra de lo que temía, el maquillaje de los ojos no se le había corrido.
De pronto, los dos se vieron rodeados de varios franceses coléricos y de Madeleine, que se había movido cuidadosamente para colocarse de manera protectora a la derecha de ____. Las patillas del conde se ensancharon a causa de las mandíbulas apretadas, y sus ojos negros le sostuvieron la mirada a
____ durante un largo instante de estatismo, antes de que el conde los levantara hacia Joseph.
—Monsieur Jonas —empezó a decir Henri con un tono de voz controlado, aunque gélido—, qué coincidencia que le veamos aquí, en mi casa de París, esta noche. Y con su esposa, que lleva mis joyas. ¿He de suponer que las encontró y ha venido a devolvérmelas?
En el pequeño y amenazante grupo alguien tosió al oír la ofensiva insinuación de que, hablando con propiedad, el inglés las había robado. De repente, ____ se percató de la tontería que había hecho al ponérselas para ir allí. Ella y Joseph estaban de pie contra la pared, rodeados por los legitimistas que querían ver muerto a su rey y que utilizarían las esmeraldas para financiar el asesinato, y que serían capaces de hacer lo que fuera por su causa. Solo había dos salidas a aquella situación: que los embusteros que tenía delante le arrancaran físicamente el collar del cuello o que ella se lo entregara. En uno u otro caso, Joseph saldría perdiendo, y por primera vez, mientras la bruma de su cabeza empezaba a disiparse, se preguntó por qué no se había enfurecido con ella por su falta de juicio.
Desde un lejano rincón de la sala alguien exclamó: «¡Muerte a Luis Felipe!», a lo que los demás respondieron gritando con entusiasmo. Un rumor sordo recorrió el salón, y Madeleine, de pie entre ____ y Henri, fue la primera en reaccionar con cortesía a la pregunta del conde, tocándole cuidadosamente el brazo con una mano recubierta de satén negro.
—Estoy segura, conde, de que no fue su intención ser tan brusco...
—¡Por favor, madame DuMais, manténgase al margen! —bramó el hombre en francés—. No le he pedido su opinión.
Madeleine retiró la mano, fingiendo haberse asustado, aunque ____ sabía que probablemente esperaba semejante reacción a su comentario.
Joseph se aclaró la garganta para hablar por fin, y sin soltar todavía los dedos de ____, se los apretó para tranquilizarla.
—Creo que es usted víctima de un grave malentendido, monsieur conde.
____ se puso rígida ante tanta audacia. El tono de Joseph fue firme y directo, aunque no descortés, porque había devuelto sutilmente el insulto sin que nadie tuviera clara conciencia de que así lo había hecho.
El conde parpadeó, pasajeramente perplejo por la contestación, mientras sus fofas mejillas se cubrían de manchas rojas. Su cuerpo, cubierto con un atuendo de primerísima calidad de color gris, sobresalía como un escudo, y su semblante mostraba una expresión asesina. Si ____ hubiera estado a solas con él de esa guisa, se habría muerto de miedo.
El hombre alto de ojos caídos que había sido tan descarado y se había enfurecido tanto en Marsella alargó la mano entre el conde y Madeleine y agarró las esmeraldas en su cuello con unos dedos largos y huesudos.
____ ahogó un grito y retrocedió un poco. Joseph reaccionó con la rapidez suficiente para agarrar al hombre por la muñeca.
—Yo no cometería ninguna imprudencia —le advirtió con una mirada clara y una voz peligrosamente sombría.
Madeleine intervino en el momento justo.
—Vamos, monsieur Faille, ya es suficiente. Al menos deberíamos permitir al inglés que se explique.
—¿Que se explique? —dijo con furia, desviando la mirada de Joseph a Madeleine y de esta a ____. El hombre enrojeció, y los músculos de su cuello se proyectaron contra su fular negro, pero, con un tirón, se soltó la muñeca que Joseph le sujetaba y volvió a dejar caer torpemente el brazo a su costado—. ¿Cómo puede explicar su estupidez al permitir que su esposa se luzca aquí esta noche con eso?
Un argumento lógico, consideró ____, y eso dejaba a Joseph en una situación difícil. Sintió su calor junto a ella, sus dedos envolviendo firmemente los suyos, y sintió su enfado ante la situación a la que se enfrentaban. Pero, por sorprendente que pareciera, en su actitud no dejaba traslucir preocupación o ni siquiera nerviosismo. Su voz era suave, y su porte, seguro.
Desoyendo a Faille, Joseph miró directamente a Henri para, por fin, divulgar su secreto.
—Estas esmeraldas no le han sido robadas...
Una aclamación estruendosa estalló en el salón, seguida de varios gritos airados que provocaron que las palabras de Joseph quedaran interrumpidas. Dos o tres de los circundantes se volvieron espontáneamente al oír el ruido, pero tanto ____ como Joseph no apartaron los ojos del conde, quien los estaba fulminado con una mirada de intensa furia, el grueso cuerpo rígido, la frente bañada en sudor y los ojos inyectados en sangre a causa de la bebida y del denso humo de tabaco que saturaba el aire.
Joseph permaneció relajado, esperando el momento de atacar. ____ lo supo porque lo conocía. Estaba preparado, dispuesto, y sabía exactamente lo que estaba haciendo. Ella confió en él.
—En efecto, conde —prosiguió Joseph mientras el jaleo disminuía un poco—. Estas no son, ni mucho menos, sus esmeraldas. Este collar es de fantasía. Encargué que lo hicieran para mi esposa en París, hace solo unos días. Se quedó prendada del que llevaba su hija en el baile de Marsella, así que me pareció adecuado darle ese capricho.
____ se quedó paralizada y volvió lentamente la cabeza para mirarlo de hito en hito.
Joseph torció la boca en una sonrisa cáustica dirigida exclusivamente a Henri.
—Robar piedras preciosas es algo arriesgado, conde. De la misma manera que solo un idiota se arriesgaría a permitir, que la persona amada portara unas valiosas joyas robadas en público. Lo que mi esposa luce en este momento es un montón de vidrios verdes que valen un poco menos que esa aguja rematada en perla que lleva en la solapa.
____ se enfureció a su lado, con los pies apoyados rígidamente y el cuerpo como una piedra fría. Registró la revelación como un puñetazo en el estómago, y se lo aclaró todo: las mentiras, el engaño, la humillación y el dolor. Durante dos semanas había permitido que ella pensara que lo había vencido, solo para hacerla quedar como una idiota al final. Joseph la miró, pero sintió la reacción de ____, porque encogió los dedos alrededor de los suyos aún con más fuerza, negándose a soltarlos.
Luego, el desconcierto más absoluto se extendió entre los que estaban en los alrededores. En el salón alguien se subió a una mesa y, levantando una copa que rebosada de un líquido ambarino, dio comienzo a una extensa y etílica discusión sobre la política del gobierno en el poder y la de aquellos que gobernaron en tiempos mejores. Muchos manifestaron su acuerdo a gritos, mientras que otros se subieron a las sillas para responderle. ____ nunca había visto algo igual, y en cualquier otra parte se habría sentido fascinada al observar a los caballeros, e incluso a algunas damas, comportándose con tanta desvergüenza. Pero en ese momento su atención permanecía clavada en aquellos que tenía directamente enfrente, sobre el conde de Arlés y sus compañeros legitimistas; sobre Madeleine y Joseph... el mayor mentiroso del mundo.
—No le creo —le espetó el conde con una tranquilidad absoluta—. Ni su credibilidad ni mi imaginación y tolerancia pueden dar tanto de sí, monsieur Jonas.
Faille se acercó, obstruyendo el paso a la luz del gran candelabro con su cabeza.
—Está mintiendo, Henri —dijo otro francés corpulento—. Nadie podría hacer una copia de fantasía tan perfecta en menos de quince días.
Eso tal vez fuera verdad. Sin embargo, Joseph no hizo caso, lanzando una mirada ferozmente sutil a Henri.
—Y sin embargo, le garantizo que este collar no es más que una falsificación muy lograda.
____ se estremeció, enfurecida por su arrogancia y la artera utilización de su inteligencia. Pero, precisamente por eso, le creyó. Las gemas que llevaba alrededor del cuello eran de vidrio. Ese era el Caballero Negro en todo su esplendor: impresionando a todo el mundo con revelaciones audaces e imprevistas. Y sí, ella le seguiría la corriente hasta el final, porque así se lo había pedido él. Y no lo habría hecho a menos que confiara en que ella no arruinaría el trabajo de su vida en un ruidoso y multitudinario salón de banquetes de París. Ella nunca le haría eso, y él lo sabía.
____ ladeó el cuerpo para dar un paso al frente y quedarse delante del ingenioso ladrón de su loco deseo. Le acarició los nudillos con el pulgar para tranquilizarlo, y, con aquel gesto mudo, él la soltó por fin.
—¡Por Dios bendito, caballeros, qué gran malentendido sin motivo alguno! —exclamó como una mujer que no soportara las tonterías de los hombres. Con una sonrisa forzada, puso la palma de la mano en el brazo de Henri. El hombre se estremeció, pero ella fingió no darse cuenta—. Por favor, monsieur, insisto en que se las quede.
—____, querida —dijo, aterrado, Joseph en tono de súplica.
Ella le dirigió una gélida sonrisa.
—No pasa absolutamente nada, querido. La prueba es necesaria, y en las actuales circunstancias, no podemos esperar marcharnos de aquí esta noche con ella. —Sus ojos se fundieron con los de él con fingido candor—. Ya me comprarás muchos, muchos otros, estoy segura. —Durante un segundo ____ pensó que Joseph estropearía su personaje y soltaría una carcajada.
____ suspiró y volvió su atención de nuevo al conde, que en ese momento parecía estar genuinamente desconcertado por la sugerencia de ____ de que pudiera ser convencida con tanta facilidad. En realidad, todos parecieron incómodos cuando cayeron en la cuenta de que, con el ofrecimiento de ____ de entregar las falsas joyas sin discutir, se habían equivocado en sus suposiciones y habían insultado a un influyente inglés y a su inocente esposa en la casa parisina del conde. ____ puso fin a todo ello de inmediato y explotó la coyuntura al darle unas palmaditas en el brazo a Henri con cierta condescendencia con la que quiso expresar una muda comprensión hacia las absurdas complejidades del ego masculino.
Entonces, sin esperar más respuesta, levantó los dedos hasta su cuello y desabrochó el collar, sacándoselo por delante y alargándoselo al conde.
El verde esmeralda y el oro resplandecieron a la luz de los candelabros; una magnífica falsificación que ____ odió perder.
Henri se lo cogió con sus dedos regordetes, lo agarró con fuerza, y sus pobladas cejas se juntaron mientras daba la vuelta al collar para estudiar su estructura.
—Vaya, para ser mujer —carraspeó— es usted astuta, madame Jonas. Y también honrada.
—Como lo es su marido —terció Madeleine dejando caer la barbilla con tacto.
Aquella fue la ofensa definitiva. El conde y los demás distinguidos nobles se habían comportado vergonzosamente con ella y con Joseph, y tal reconocimiento había provenido de una francesa. Un toque magnífico. ____ sintió que el aire ganaba densidad con la vergüenza y el triunfo.
Alguien gritó unas obscenidades, y todos se volvieron.
Y entonces ____ oyó los estallidos, dos, seguidos de gritos y de una gran confusión.
Joseph la agarró de la muñeca y tiró de ella hacia el suelo, y los pies de ____ se enredaron en las enaguas y en metros de tafetán azul mientras intentaba mantener el equilibrio. Oyó gritos a lo lejos, y gemidos. ____ oyó a Madeleine gritar algo en francés detrás de ella, pero no pudo entenderlo. El conde giró sobre sus talones perdiendo el equilibrio, golpeado en la espalda por varias personas que se abrieron paso entre la muchedumbre. Faille arrancó el collar de las manos de Henri y echó a correr a toda velocidad junto al borde de la mesa del bufé, en dirección a una entrada lateral, tropezando con sus largas piernas y cayéndose por dos veces antes de alcanzarla.
El griterío continuó, la confusión aumentó, y por encima del ruido se produjo otro estallido, que en ese momento ____ identificó como el disparo de una pistola. Joseph la empujó a lo largo de la mesa del bufé, de manera que no pudo ver gran cosa excepto a él y unos cuantos pies en desbandada. Él le dijo algo a Madeleine en francés, se volvió hacia ____ y le agarró la cara con dedos firmes.
—Madeleine te sacará de Francia...
—¡No me iré! —exclamó furiosa y confusa, intentando afirmar su figura desequilibrada para no tropezar y darse de bruces con la mesa.
Joseph hizo rechinar los dientes.
—Las autoridades no tardarán en llegar, tal vez incluso hasta la Guardia Nacional, si las cosas se ponen más feas. —Le aferró la cara con más fuerza—. No te pueden detener, ¿lo entiendes?
____ hizo una mueca hacia la dura expresión de Joseph, mientras echaba chispas por la determinación que mostraba. Alguien cayó contra la mesa, tirando las copas abandonadas de champán y de whisky y provocando que los contenidos se derramaran sobre el lateral y la parte delantera del vestido de ____.
El ruido aumentó. Una silla lanzada por los aires hizo añicos una ventana a pocos metros de ella, y ____ empezó a ponerse tensa por el miedo.
—Me marcharé, pero vendrás conmigo...
—No puedo —adujo él, mirándola directamente a los ojos—. Tengo que contarle a alguien con autoridad lo de mañana.
—Madeleine puede hacer eso.
Él negó con la cabeza.
—Nadie la creerá. Es francesa y mujer, y o sospecharán que está involucrada o la ningunearán. A mí probablemente me tomen en serio, pero eso significa que no me puedo ir hasta mañana como muy pronto. Ella puede sacarte del país esta noche.
—¡Debemos irnos mientras la gente siga desorientada! —les interrumpió Madeleine con un grito por encima de la barahúnda, arrodillándose detrás de Joseph.
____ se negó a mirar a la mujer o a rendirse tan fácilmente.
—Me quedaré en el hotel con ella hasta que vengas a buscarme...
—¡Maldita sea, ____, no! Tú... —Joseph se interrumpió, le soltó la cara y se pasó ásperamente los dedos de una mano por el pelo para tranquilizarse—. Si esa gente intenta asesinar al rey, las calles serán un hervidero de agitación, y podría ser que no consiguieras marcharte. Las cosas ya son lo bastante peligrosas. Hiciste un trabajo maravilloso para mí, corazón, pero se acabó. Vete a casa ya.
____ lo miró con ferocidad y le golpeó con un puño en el pecho.
—¡Te odio, Joseph!
Joseph sonrió, avergonzado.
—Lo sé. Ahora, vete.
Se volvió hacia Madeleine, y ____ le agarró de la manga de la levita.
—No pierdas la vida...
El griterío aumentó, y los quejidos se hicieron estridentes.
Joseph puso los ojos en blanco en señal de exasperación.
—Nunca te privaría del placer de arrebatármela tú misma.
Ella abrió la boca para decir algo ingenioso, pero la volvió a cerrar. Entonces Joseph la besó con fuerza en los labios.
—Sal de Francia, ____, antes de que te retengan o seas detenida. Tu madre no lo aprobaría.
—Tampoco te aprobaría a ti —dijo, casi gritando.
Él la miró por última vez.
—Sí, sí que lo hará.
Entonces, Joseph desapareció entre el tumulto, mientras Madeleine la arrastraba por el brazo hasta que se encontró fuera de la casa, de pie en la oscura y peligrosa calle.
¡Hola chicas!
Perdón por la tardanza :)
Aquí les dejo este capítulo, con el solo quedarían dos más para que la novela termine.
Gracias por sus comentarios :D
Más tarde subo otro.
Natuu!!
Solo había transcurrido un día y medio desde que la viera por última vez, y sin embargo, se le antojaban diez años. Estaba furioso con ella, loco por ella y preocupado hasta la desesperación. Lógicamente, era consciente de que ella podía volver a casa sin él, que hablaba el idioma y llevaba suficiente dinero para el viaje. Pero en Francia la gente estaba inquieta; no era muy seguro que viajara sola, y Joseph tenía meridianamente claro que tampoco quería que ella se encerrara en su dormitorio de Inglaterra lejos de él. La quería en el suyo, donde fuera que estuviera este, incluso si la única manera de convencerla de que ese era su lugar fuera metérselo a golpes en su pequeña cabeza cuadriculada. Pero, por supuesto, eso no ocurriría a menos que ella lo viera y volviera a hablar con él.
¡Dios santo, si solo había sido una discusión! Se habían dicho algunas cosas hirientes el uno al otro, pero él nunca pensó que lo abandonaría. Si hubiera tenido la más leve sospecha de sus intenciones, no la habría dejado sola; la habría llevado con él por toda la ciudad. Nunca olvidaría el pánico que se había apoderado de él al entrar en la habitación de ambos en la posada solo seis horas más tarde, dispuesto a enfrentarse a la cólera de ____, y encontrarse en cambio con un ropero vacío y una cama sin hacer con las sábanas revueltas que le recordó lo ocurrido la noche anterior.
____ tenía problemas para aceptar su pasado. Él lo sabía, entendía las razones y estaba dispuesto a darle tiempo. Pero lo que lo aterrorizaba en ese momento era que ella hubiera decidido renunciar a su relación sin intentarlo, sin aceptar lo mucho que él le importaba, y que esa fuera la razón de que se marchara. Estaba renunciando a ellos, y eso lo estaba destrozando por dentro. Aunque lo que le pareció cómico, en lugar de incitarle a destrozar la habitación, fue el reconocer sencillamente que ni una sola vez, en sus casi treinta años de vida, había pensado que una mujer pudiera hacerle aquello.
Joseph bajó la mirada hacia el vaso lleno de whisky que tenía en la mano. Llevaba sosteniéndolo diez minutos y todavía no le había dado ni un solo trago. Probablemente sería extraordinario, de paladar suave, y sin duda se le subiría directamente a la cabeza para aliviarle las penas al principio, pero luego le haría sentirse más abatido de lo que ya estaba. No necesitaba eso. Lo que necesitaba era mantenerse despejado para los inminentes acontecimientos que tendrían lugar esa misma noche.
Dejó el vaso sobre la mesa que tenía a su lado, apoyó la cabeza contra la pared cubierta de tapices a su espalda y observó a los demás invitados solo con ligero interés. Aquella casa era más pequeña que la que tenía el conde en Marsella, pero mostraba la misma decoración extravagante en madera de roble oscura y lujosa caoba, dorados y azules verdosos. Las mesas del bufé estaban cubiertas de apetitosos manjares, la bebida corría a raudales y el humo de tabaco caro llenaba el aire, y sin embargo, aquello no era una fiesta; al menos no como el baile de dos semanas antes. Esa noche había pocas mujeres en el salón, y aunque todo el mundo iba ataviado con sus mejores galas, quedaba silenciosamente sobreentendido que el motivo de la reunión era el de recaudar fondos para pagar al asesino de Luis Felipe. Solo un profesional se arriesgaría a cometer un atentado tan calculado para asesinar al rey de Francia.
Joseph habría querido acudir a las autoridades, pero, no teniendo ninguna prueba, ¿que les iba a decir? ¿Que varios nobles querían cambiar el curso de la historia? ____ había tenido razón acerca de que aquello había sido una charla entre fanfarrones, lo cual era el motivo de que no pudiera culparla por no habérselo dicho de inmediato. Derrocar al rey era una pretensión común entre los franceses, y sin duda ni sorprendería ni preocuparía a ninguna autoridad. Pero si el intento de asesinato estuviera planeado para el día siguiente, y el banquete de esa noche fuera la cabeza de puente de los legitimistas para fortalecer sus lazos políticos, elevar sus egos y reunir los fondos necesarios, tal vez podría enterarse de algo que fuera importante. Tenía que correr el riesgo. Al día siguiente abandonaría el país.
Joseph escudriñó a la multitud. El conde todavía tenía que aparecer, pero la habitación se estaba llenando rápidamente de gente, caballeros en su mayoría, que empezaban conversaciones bastante bulliciosas en las mesas y en los rincones. Al final, la cosa subiría de tono, y las mujeres se marcharían. Al menos, en ese momento, tenía algo atractivo que mirar, aunque lo cierto es que estaba empezando a aburrirse de hacer incluso eso.
Cerró los ojos soltando un pequeño gruñido y cruzó los brazos por delante de su levita limpia y planchada sin importarle si se la arrugaba.
El mundo estaba lleno de mujeres hermosas, y las admiraría hasta el día de su muerte. Pero no podía tenerlas a todas. Por supuesto que había estado con muchas antes que con ____, circunstancia de la que todos sus contemporáneos vivos parecían estar al corriente. Aunque, curiosamente, en ese momento se encontró con que era incapaz de recordar los detalles concretos de un episodio siquiera con cualquiera de aquellas mujeres. Todos habían sido agradables revolcones que aplacaron su deseo y le proporcionaron un momento fugaz de compañía a su antojo. No era que aquellas mujeres no significaran nada para él, sino que solo representaban algo sexual, y por su parte, ellas eran perfectamente conscientes del hecho. Nadie, incluido él, había sufrido ninguna gran decepción ni había salido dañado, y por lo general, el placer físico había sido la primera y única razón para el apareamiento.
Sin embargo, su experiencia sexual con ____ dos noches antes había sido diferente en muchos aspectos. Sin duda, no había sido la más relajada de su vida, y para ser justos tal vez tendría que decir que tampoco la más erótica. Pero si tuviera que elegir una palabra para describir aquella primera vez juntos, esa palabra sería «maravillosa». Aquella relación sexual se le había antojado maravillosa, lo que le hizo sonreír por dentro, porque no creyó que maravilloso fuera una palabra que el hombre medio y racional utilizaría jamás para describir un coito. Y por supuesto, sería algo que se guardaría para sí. Tal vez algún día se lo diría a ____.
Después había estado acostado con ella, saciado y abrumado, y tan agitado emocionalmente que no había podido pensar con eficacia ni hablar. Era algo que no había experimentado jamás con nadie. ____ se había mostrado al mismo tiempo inocente y delicada y, sin embargo, magnífica en su deseo de complacerlo. Así es como supo que aquello también tenía un profundo significado para ella. Era su primera vez; ____ no tenía nada con que compararlo. Pero Joseph lo sabía porque había observado a muchas mujeres en la cama, y ninguna había expresado jamás unos sentimientos tan intensos por él como ____ durante aquella única hora. Había sido evidente para los dos, y esa era la razón de que ella estuviera asustada. Había huido, y ahora tendría que convencerla, de que confiara en él, algo que estaba seguro que podría hacer con el tiempo. Como era natural, probablemente tuviera que raptarla primero, porque lo más seguro es que ella no quisiera verlo si pasaba a visitarla formalmente. Por otro lado, podría ser que estuviera embarazada. Otra novedad para él, admitió con una abierta sonrisa. Su mayor temor en la vida había sido siempre dejar a una mujer con un hijo, y en ese momento se le ocurrió que, en esas circunstancias, aquello sería lo mejor que podría haberle ocurrido jamás.
Se frotó los ojos con las yemas de los dedos y los volvió a abrir. El grupo que se estaba reuniendo en el salón había aumentado, y el ambiente se iba haciendo más caluroso y viciado. A lo lejos, un cuarteto interpretaba un minueto de Bach, pero no bailaba nadie. Todo el mundo charlaba, y Joseph supuso que también tendría que hacerlo, si quería mantener las apariencias. Observó con indiferencia a los hombres
ataviados con brillantes chalecos bordados y chisteras negras, a las mujeres de arremolinadas faldas de seda roja, morada y amarilla, de tafetán verde lima, blanco y azul oscuro. Este último le recordó a ____, porque era su color preferido, y
sabía que ella estaría arrebatadora con aquel vestido, con sus ojos color avellana, su sedosa piel y el pelo rubio rojizo cayéndole en ondas sobre los pechos.
Entonces se dio cuenta de que era ____ la que llevaba el vestido azul oscuro y que se acercaba a él caminando lentamente con una media sonrisa en los labios, comiéndoselo con los ojos y luciendo las esmeraldas en el cuello.
Joseph se la quedó mirando fijamente ante lo exageradamente ilusorio de la visión, y sin embargo era ella, ataviada con un vestido que se ajustaba perfectamente a su cintura larga y estrecha, con las mangas abullonadas en los hombros y un corpiño demasiado escotado sobre el exuberante pecho. Lo de enseñar tanto su espléndida figura con los vestidos de baile era algo que iba a tener que discutir con ella, y durante un instante de absurdidad se preguntó por qué pensaba en semejante cosa de repente.
Su primer impulso fue agarrarla de la muñeca y atraerla hacia él con una sacudida, pero eso solo habría despertado la curiosidad de los demás y probablemente no serviría para nada, aparte de irritarla. ____ casi había llegado hasta donde él se encontraba antes de que Joseph tuviera tiempo de erguirse de nuevo y disimular su asombro, lo cual lo irritó, porque era casi seguro que ella ya lo había advertido. A Joseph empezó a latirle el corazón con fuerza, y las manos comenzaron a temblarle; se llevó una a la espalda y bajó la otra para atrapar el vaso que contenía su whisky intacto a fin de que ella no pudiera advertirlo.
____ se acercó a él como si tal cosa, con una expresión inescrutable, y Joseph se llevó el vaso a los labios y le dio un buen trago para calmar los nervios, para disimularlos. Pero en ningún momento apartó la vista de la cara de ____.
Nunca la había visto tan impresionante. Iba magníficamente vestida y arreglada, y las esmeraldas le añadían un toque de elegancia que atraía las miradas hacia su cuello blanco y estilizado. Se había recogido el pelo en lo alto de la cabeza, permitiendo que unos cuantos rizos cayeran sueltos alrededor de la frente y las mejillas y por la espalda. E iba muy maquillada, lo que regocijó enormemente a Joseph. Aquello era un toque de Madeleine.
—Hola —dijo ella en voz baja, deteniéndose delante de él por fin.
—Hola —contestó Joseph en el mismo tono de voz.
Después, ____ titubeó, observándolo con atención.
—Llevas puestas mis esmeraldas —observó él para romper el hielo.
____ sonrió con torpeza y echó una rápida mirada hacia la mesa del bufé.
—Pensé que podrían ser de ayuda esta noche.
Aquella afirmación fue el toque definitivo. Había tomado una decisión, y estar allí en ese momento era la prueba de todo lo que sentía por él. Tal vez nunca expresara sus sentimientos en palabras que él pudiera oír, pero sus actos, el hecho de qué estuviera en el banquete, en lugar de en un barco rumbo a Inglaterra, disipó el último resto de duda que pudiera albergar Joseph.
Pero disfrutaría de su alegría por dentro. Por el momento.
Joseph le dio otro sorbo a su whisky.
—Sin duda provocarán un revuelo cuando aparezca el conde de Arlés y vea que llevas puesto su collar.
____ se retorció sus dedos enguantados por delante de ella.
—Esa fue mi idea exactamente. Yo... pensé que esto podría hacerlos hablar.
—¡Qué inteligente eres, ____!
—Eso he pensado siempre —convino ella, y sonrió con sus labios pintados con coqueta timidez.
Era increíblemente dulce. Joseph sintió muchísima pena y deseó tocarla, abrazarla y frotar su mejilla con la suya y aspirar el olor de su pelo...
—Pensé que le apetecería un poco de champán. —Madeleine interrumpió los pensamientos de Joseph, deteniéndose al lado de ellos tan exquisita como siempre, adornada con unos brillantes rubíes y ataviada con un vestido de un burdeos intenso.
Alargó una copa hacia ____, que le dio las gracias rápidamente entre dientes y la cogió con cuidado.
Madeleine resplandecía cuando alzó sus calculadores ojos hacia Joseph.
—He visto a varios conocidos míos, Joseph, así que me perdonará si los dejo a solas. Que tengan una encantadora charla. —Sin esperar contestación, se recogió las faldas con sus delicados dedos y se alejó rápidamente.
Muy diplomática, reflexionó Joseph, y se impuso darle las gracias por aquello en alguna ocasión. Volvió a concentrarse en ____.
—Has estado con ella desde ayer, supongo.
—Sí —le contestó ____ sin evasivas—. La encontré en su suite del hotel, y hemos pasado juntas unos momentos muy agradables.
—Se diría que ejerce bastante influencia sobre ti.
—¿Te refieres al maquillaje?
—Mmm...
—¿No te gusta, Joseph?
Él inclinó la cabeza y la observó. Estaba aplicado con sutileza, solo un poco de brillo rosa en los labios y mejillas y un trazo amarronado para perfilar los ojos. Joseph hizo un imperceptible encogimiento de hombros.
—Supongo que no me disgusta.
____ pareció satisfecha con aquello.
—No es que me importe que lo apruebes...
—Por supuesto que no.
—... pero esta noche será la primera vez en mi vida que lo lleve, de eso estoy segura. Mi madre me repudiaría si me viera, pero estoy en Francia, hago lo que hacen las damas francesas, y Madeleine me dijo que resaltaría mis rasgos más notables.
—¿Eso dijo? —Joseph adelantó una mano y le levantó un rizo que le colgaba sobre el pecho derecho, acariciándolo con sus dedos—. No debió de darse cuenta de que tus rasgos más notables nunca ven la luz del día.
____ entrecerró los ojos, sacudiendo la cabeza con reprobación.
—Joseph...
—Me enfureció que me dejaras —la interrumpió en voz baja—. Y me hirió.
____ se puso tensa cuando la conversación se hizo seria, respirando hondo y bajando la mirada hasta que todo lo que pudo ver fue el chaleco de Joseph.
—Lamento mucho lo que dije —admitió ella con voz temblorosa—. Estaba... abrumada por todo lo ocurrido. Confundida.
El impulso de atraerla hacia él fue tan poderoso en ese momento que apretó el vaso hasta que sus dedos se pusieron blancos.
—Yo también estaba abrumado, ____ —confesó él a su vez—. Fue una noche de novedades para los dos.
Ella alzó la vista, incrédula. Durante unos segundos no supo qué responder ni qué había querido decir exactamente con aquello, pero le sostuvo la mirada, y Joseph se negó a apartar los ojos.
Con una voz tan áspera como tierna, él susurró:
—Dime lo que sientes en tu corazón, y te perdonaré.
Unas estridentes risotadas atravesaron el aire, seguidas de un grito o dos de un extremo a otro del salón. El hecho no pudo ser más espantosamente inoportuno y deshizo el hechizo que había entre ambos.
____ levantó la cabeza de golpe al oír el sonido, echando una ojeada alrededor con incomodidad.
—Esta no es una fiesta normal, ¿verdad, Joseph?
—No —respondió él con un suspiro—. Y tal vez tampoco deberías estar aquí. Es probable que más tarde... se anime.
Aquello la enojó un poco. Apretó la boca y dio unos rápidos toquecitos sobre el borde de su copa de champán.
—No puedes pasarte la vida protegiéndome de las contingencias.
Joseph no supo cómo tomarse eso. Una parte de él se sobresaltó al oír semejante insinuación de boca de ____. Pero ella seguía mirando hacia el salón, inspeccionando a los invitados a la fiesta, lo cual, supuso Joseph, era lo que le producía la incertidumbre, porque no podía verle los ojos.
—Tal vez disfrutara con ello —replicó él.
Durante un instante ____ no hizo nada. Entonces, con otra profunda inspiración, alzó la vista para mirarle de nuevo a los ojos.
—Madeleine me dijo que tú, como hombre que eres, me perdonarías lo que te dije ayer por la mañana, si te decía el magnífico amante que eres.
Joseph le dio un sorbo a su whisky para ocultar su expresión de disgusto.
—¿De verdad? Miedo me da casi saber qué es lo que te ha estado enseñando.
—Probablemente no llegues a saberlo nunca —le insinuó ____ en un tono triunfal. Se llevó el champán a los labios, inclinó ligeramente la copa hacia su boca y la volvió a bajar con lentitud. Resueltamente, admitió—: Sin embargo, es verdad que pienso que eres un amante magnífico.
Joseph se tambaleó al oír eso, ablandándose por dentro.
—Estás perdonada. —Y sonriendo con picardía, añadió—: Pero no tienes nada con qué compararlo, mi querida ____.
Ella desoyó el comentario, le dio otro largo trago al champán, se lamió los labios pintados y continuó:
—He tomado algunas decisiones al respecto.
Joseph tensó los músculos de los hombros a causa del inmediato aumento de la ansiedad, y cambió el peso de un pie a otro, sintiendo la piel cada vez más caliente bajo su traje de etiqueta.
—Tienes toda mi atención, así que, por favor, ilústrame.
____ bajó los párpados con serenidad y susurró:
—He decidido convertirme en tu amante...
—¿Qué?
Ella alargó una mano y colocó levemente la palma en el pecho de Joseph.
—Quiero despertarme todas las mañanas en tu casa de la ciudad, y ponerme una bata de seda y tomar café en tu cocina.
Como tenía los ojos cerrados y su expresión era inescrutable, Joseph no fue capaz de discernir si estaba hablando en serio sobre algo tan escandaloso o le estaba tomando el pelo. Estuvo muy cerca de enmudecer.
Entonces, ____ alzó los ojos para mirarle con atención, y su cara resplandeció con picardía.
—Pero me niego a llevar la que utilizaba tu última amante. La recuerdas, ¿verdad? Aquella criatura alta y de cuerpo perfecto con el pelo largo y negro. ¿Cómo se llamaba?
Joseph apretó los labios para reprimir una carcajada. En ese instante, en el salón sofocante y abarrotado, donde solo se hablaba de política y por segundos cada vez más alto, todo se desvaneció menos ella.
—No recuerdo en este momento —masculló él con voz susurrante.
____ dejó caer la barbilla apenas y levantó débilmente una de las comisuras de la boca.
—¡Qué inteligente eres, Joseph!
—Eso he pensado siempre.
Ella sonrió abiertamente. Alguien la rozó al pasar, y Joseph la agarró del codo, acercándosela tanto que la falda de tafetán le cubrió las piernas.
—Pero, ¿sabes que puedo recordar vívidamente aquella mañana hasta el último detalle? —prosiguió él pensativamente, sintiendo cómo el calor del cuerpo de ____ penetraba en el suyo.
Ella arqueó las cejas en señal de inocencia.
—Probablemente, jamás nada haya halagado tanto tu pomposo ego como tener a dos mujeres hablando de ti sentadas a la mesa de la cocina ante una taza de café.
—Qué va, eso me ocurre todas las semanas —la corrigió con un suspiro exagerado.
—No me cabe ninguna duda.
Él le rozó el codo con el pulgar con unas largas y suaves caricias.
—Lo que recuerdo sobre esa mañana en particular es tu vestido color melocotón pegado a tu maravilloso pecho. Recuerdo que te cortaste tontamente en la mano con una espada. Recuerdo tu candor, tu pequeña mente manipuladora y tus asombrosos y suplicantes ojos, todo trabajando a la vez para convencerme de algo tan irracional como que te llevara conmigo hasta Francia. Pero, por encima de todo, recuerdo mi estupor al encontrar el hocico de mi perro entre tus muslos perfectamente formados y cómo, en aquel preciso instante, habría hecho cualquier condenada cosa para cambiarle el sitio.
____ se ruborizó y apretó los labios.
—Eres despreciable.
—Y tú eres preciosa —le susurró con voz áspera.
Aquel giro la sorprendió, pero se contuvo, frotándose la frente con la palma de la mano y negando rígidamente con la cabeza.
—Preciosa es Madeleine. Yo tengo una cara llena de pecas por el exceso de sol y un pelo abundante tan lleno de rizos que en modo alguno lo puedo controlar.
Joseph se abstuvo de llevarle la contraria, porque se le ocurrió de repente que le había dado la oportunidad que necesitaba. Y la utilizaría. Había llegado el momento de hacerla comprender.
Le dio uno o dos tragos más al whisky en un intento de calmar una ansiedad inesperada que le tensó todo el cuerpo. Entonces, casi metódicamente, depositó el vaso sobre la mesa del bufé y volvió a mirarla a los ojos, entreteniéndose solo un instante para ordenar sus pensamientos.
—____, creo que Madeleine DuMais es probablemente la mujer más hermosa, físicamente hablando, que he conocido en mi vida.
____ parpadeó, desorientada por semejante reconocimiento que la dejó visiblemente consternada, lo cual, tuvo que admitir Joseph, lo emocionó de una manera un tanto extraña.
Antes de que ella pudiera hacer cualquier comentario, Joseph continuó concentrándose en cada palabra:
—Y tienes razón, no es como tú. Ella es exótica e inalcanzable. Por tu parte, eres accesible y placentera. Ella es la clase de mujer cuyo recuerdo perdurará a través de los años, porque los hombres le escribirán canciones. Tú, en cambio, eres la clase de mujer junto a la que desean acurrucarse y envolverse los hombres. Ella es majestuosa y elegante. Tú eres divertida y vibrante. Eres la clase de mujer que quiero en mi cama para abrazarla y hacerle el amor y darle satisfacción. Ella es la clase de mujer que me gustaría... disecar y colgar encima de la repisa de la chimenea de mi estudio para admirarla cuando trabajo.
____ soltó una risita al oír eso, y Joseph sonrió con satisfacción mirándola a los ojos.
—Eres la clase de mujer que suda.
____ rió entrecortadamente, horrorizada.
—Yo no sudo. Los caballos sudan.
Joseph le bajó la mano desde el codo por todo el brazo para tomarle los dedos ligeramente. A ella no pareció importarle, porque los cerró alrededor de los suyos.
—Lo que quiero decir es que tú eres real —le explicó con un nerviosismo creciente que se negó a permitir que ella advirtiera—. Madeleine es una muñeca. Cuando me mira, veo una belleza notable, como la de una valiosa pintura de delicados trazos y brillantes colores digna de contemplar y apreciar. Cuando tú me miras, veo una pasión ardiente, una belleza vivificante y un deseo que complacer.
Su tono se hizo reflexivo, su mirada se intensificó y bajó la voz.
—Cuando me miras con tus asombrosos ojos y tus expresiones de vivo deseo, mi corazón se acelera, y en lo único que puedo pensar es en cogerte entre mis brazos y besarte hasta quedarme sin resuello, en abrazarte y en reconfortarte de tus penas y reírme con tus alegrías.
Una oleada de desasosiego descendió sobre ____. Movió los dedos e intentó soltarse de Joseph.
Él no lo permitió. El ruido se hizo atronador en torno a ellos, la sala, estaba llena de humo y resultaba sofocante, la gente iba perdiendo la mesura a medida que ingerían grandes cantidades de selectas bebidas alcohólicas. Un sitio de lo más insólito para reivindicarse, pero considerando lo insólita que había sido siempre la relación entre ambos, parecía adecuado. No. Era perfecto. ____ intuyó lo que estaba a punto de suceder. Él lo supo y se maravilló.
Acercándose mucho a ella, le quitó cuidadosamente la copa de champán de la mano y la colocó junto a la suya encima de la mesa. Luego, levantó la mano y le tomó con delicadeza la barbilla, obligándola a permanecer cara a cara con él, mirándola fijamente a los ojos.
—Madeleine es una mujer encantadora, ____ —le confesó en un susurro—. Pero tú eres la luz de mi vida, ¿entiendes esto?
____ empezó a temblar, y eso conmovió a Joseph con un sentimiento de tierna emoción.
—Eres todo lo que necesito. Eres la belleza que me pertenece. No siento nada especial por ella, pero tú alimentas todos mis sentidos. Me trae sin cuidado Madeleine o cualquier otra mujer en el mundo tan bella como ella. Yo te quiero a ti, y te quiero mucho.
____ se quedó embelesada por sus palabras y empezó a temblar descontroladamente, incapaz casi de respirar, con los ojos abiertos como platos y sin pestañear.
Joseph se tranquilizó por dentro, sabiendo que ella al fin lo había comprendido. ____ no contestó nada, pero irradiaba una mezcla de complejos sentimientos que se filtraron a través de la piel de Joseph y lo reconfortaron. Y por encima de todo, y gracias al placer de una confianza absoluta, él supo que ella lo creía.
Joseph sonrió con dulzura, acariciándole el mentón con el pulgar.
—Supe que te amaba hace dos noches, cuando nos sentamos juntos en el jardín. Y también creo que tú supiste lo que sentía entonces o no me habrías dejado hacerte el amor. Nunca me ha caído del cielo algo tan maravilloso ni que me haya sorprendido tanto.
Con la mirada titubeante, ____ pestañeó al fin, pero él siguió sujetándole la cara casi pegada a la suya.
La boca de Joseph se ensanchó en una sonrisa traviesa.
—Tal vez sea más exacto decir que nunca he tenido nada tan maravilloso sobre mi regazo.
Un atisbo de sonrisa temblorosa iluminó la cara de ____, pero se le llenaron los ojos de lágrimas, y él se dio cuenta de que ella estaba a punto de perder el control.
Joseph tragó saliva con dificultad para contener sus propios sentimientos, tan poderosos e indescriptibles. Luego, se inclinó y le tocó la frente con la suya.
—Si te echas a llorar ahora, mi dulce ____, se te correrá por las mejillas todo el maquillaje que tan minuciosamente te has aplicado en la cara.
Ella se rió en voz baja al oír eso, sujetando con fuerza los dedos de Joseph y colocándole la palma de la mano que tenía libre en el pecho, y a pesar del calor reinante en el salón y de la escandalosa actividad que los rodeaba, tuvo un escalofrío.
Joseph le limpió una lágrima furtiva con el pulgar, deseando poder abrazarla por completo, deseando estar lejos de allí, de nuevo juntos en la posada, y poder haberle dicho aquellas cosas en el jardín de rosas donde él las había descubierto.
La besó dulcemente en la frente, y acto seguido se inclinó hasta su mejilla, acariciándola con los labios, oliendo las flores en su piel, consciente de que los dedos de ____ se enroscaban en los suyos, del sentimiento que fluía de ella y lo bañaba de satisfacción.
—Sé que tú también me amas, ____ —le susurró al oído—. Empezaste a amarme hace años.
____ negó con la cabeza vehementemente.
—Chist... —Joseph sabía que la reacción de ____ era fruto de la confusión, no de la contradicción, y le ahuecó la mano en la mejilla, sujetándola con firmeza contra él, mientras le rozaba la sien con los labios—. Sé que me amas. Confía en mí, ____.
—Joseph...
La voz de ____ pareció tan afligida, tan pequeña, que le produjo compasión. En ese momento alcanzó a ver a Madeleine, que se dirigía hacia ellos seguida del conde de Arlés y de cuatro o cinco hombres más vestidos impecablemente y, si la dureza de sus rasgos era indicativa de algo, prestos a la batalla.
—Estamos a punto de ser interrumpidos groseramente —le susurró él con un suspiro de fastidio—. En este romance nuestro, el don de la oportunidad ha sido siempre ridículo. —Le apoyó la mano en la cara y la miró—. Mi vida, con independencia de lo que está a punto de ocurrir, cree en lo que te acabo de decir. Ahora, sígueme la corriente hasta el final y de ninguna manera sigas furiosa conmigo.
____ no pudo responder a este último comentario. Tenía la mente embotada; el cuerpo le temblaba por el desconcierto y la impresión provocada por las apasionadas intimidades que él acababa de confesarle y que jamás había esperado oír de sus labios, pero eso sí, le creyó porque así lo quería de manera desesperada. Él exacerbó la sensibilidad de ____ al máximo con su sonrisa, sus leves caricias, su voz profunda y aterciopelada que resonaba con añoranza y deseo y con su devoción a algo nuevo y maravilloso.
Y entonces, Joseph se echó ligeramente a la izquierda de ella, dejándola a plena vista de los que se acercaban. ____ había imaginado que la velada estaría cargada de tensión con una excitación única y había estado esperando el momento con ilusión con su parte racional, confiando en sorprender a Joseph con su aparición adornada con las valiosas gemas, y sabía que al menos eso sí lo había conseguido. Joseph se había quedado absolutamente sorprendido de verla, incluso había parecido quedarse estupefacto, si es que la expresión de su semblante se podía describir con exactitud, y eso no había hecho más que colmarla de seguridad en sí misma y de placer.
Entonces, él lo había sacado todo en cuestión de minutos con su verborrea amable y sus palabras acariciadoras, para dejarla sintiéndose terroríficamente al descubierto en presencia del conde de Arlés y de los otros que buscaban alterar la historia con la venta de las esmeraldas que llevaba prendidas alrededor del cuello. Su única protección en ese momento era Joseph, porque su mente se había desmenuzado hasta quedar reducida a la nada con la declaración de amor, extrañamente inoportuna, de Joseph. Le entraron ganas de atizarlo. Quiso echarse a llorar. Deseó acurrucarse entre los brazos de Joseph y no abandonarlos jamás. En su lugar, se preparó para el enfrentamiento inminente y se limpió las mejillas con los blancos guantes con que se cubría los dedos, encantada al comprobar que, en contra de lo que temía, el maquillaje de los ojos no se le había corrido.
De pronto, los dos se vieron rodeados de varios franceses coléricos y de Madeleine, que se había movido cuidadosamente para colocarse de manera protectora a la derecha de ____. Las patillas del conde se ensancharon a causa de las mandíbulas apretadas, y sus ojos negros le sostuvieron la mirada a
____ durante un largo instante de estatismo, antes de que el conde los levantara hacia Joseph.
—Monsieur Jonas —empezó a decir Henri con un tono de voz controlado, aunque gélido—, qué coincidencia que le veamos aquí, en mi casa de París, esta noche. Y con su esposa, que lleva mis joyas. ¿He de suponer que las encontró y ha venido a devolvérmelas?
En el pequeño y amenazante grupo alguien tosió al oír la ofensiva insinuación de que, hablando con propiedad, el inglés las había robado. De repente, ____ se percató de la tontería que había hecho al ponérselas para ir allí. Ella y Joseph estaban de pie contra la pared, rodeados por los legitimistas que querían ver muerto a su rey y que utilizarían las esmeraldas para financiar el asesinato, y que serían capaces de hacer lo que fuera por su causa. Solo había dos salidas a aquella situación: que los embusteros que tenía delante le arrancaran físicamente el collar del cuello o que ella se lo entregara. En uno u otro caso, Joseph saldría perdiendo, y por primera vez, mientras la bruma de su cabeza empezaba a disiparse, se preguntó por qué no se había enfurecido con ella por su falta de juicio.
Desde un lejano rincón de la sala alguien exclamó: «¡Muerte a Luis Felipe!», a lo que los demás respondieron gritando con entusiasmo. Un rumor sordo recorrió el salón, y Madeleine, de pie entre ____ y Henri, fue la primera en reaccionar con cortesía a la pregunta del conde, tocándole cuidadosamente el brazo con una mano recubierta de satén negro.
—Estoy segura, conde, de que no fue su intención ser tan brusco...
—¡Por favor, madame DuMais, manténgase al margen! —bramó el hombre en francés—. No le he pedido su opinión.
Madeleine retiró la mano, fingiendo haberse asustado, aunque ____ sabía que probablemente esperaba semejante reacción a su comentario.
Joseph se aclaró la garganta para hablar por fin, y sin soltar todavía los dedos de ____, se los apretó para tranquilizarla.
—Creo que es usted víctima de un grave malentendido, monsieur conde.
____ se puso rígida ante tanta audacia. El tono de Joseph fue firme y directo, aunque no descortés, porque había devuelto sutilmente el insulto sin que nadie tuviera clara conciencia de que así lo había hecho.
El conde parpadeó, pasajeramente perplejo por la contestación, mientras sus fofas mejillas se cubrían de manchas rojas. Su cuerpo, cubierto con un atuendo de primerísima calidad de color gris, sobresalía como un escudo, y su semblante mostraba una expresión asesina. Si ____ hubiera estado a solas con él de esa guisa, se habría muerto de miedo.
El hombre alto de ojos caídos que había sido tan descarado y se había enfurecido tanto en Marsella alargó la mano entre el conde y Madeleine y agarró las esmeraldas en su cuello con unos dedos largos y huesudos.
____ ahogó un grito y retrocedió un poco. Joseph reaccionó con la rapidez suficiente para agarrar al hombre por la muñeca.
—Yo no cometería ninguna imprudencia —le advirtió con una mirada clara y una voz peligrosamente sombría.
Madeleine intervino en el momento justo.
—Vamos, monsieur Faille, ya es suficiente. Al menos deberíamos permitir al inglés que se explique.
—¿Que se explique? —dijo con furia, desviando la mirada de Joseph a Madeleine y de esta a ____. El hombre enrojeció, y los músculos de su cuello se proyectaron contra su fular negro, pero, con un tirón, se soltó la muñeca que Joseph le sujetaba y volvió a dejar caer torpemente el brazo a su costado—. ¿Cómo puede explicar su estupidez al permitir que su esposa se luzca aquí esta noche con eso?
Un argumento lógico, consideró ____, y eso dejaba a Joseph en una situación difícil. Sintió su calor junto a ella, sus dedos envolviendo firmemente los suyos, y sintió su enfado ante la situación a la que se enfrentaban. Pero, por sorprendente que pareciera, en su actitud no dejaba traslucir preocupación o ni siquiera nerviosismo. Su voz era suave, y su porte, seguro.
Desoyendo a Faille, Joseph miró directamente a Henri para, por fin, divulgar su secreto.
—Estas esmeraldas no le han sido robadas...
Una aclamación estruendosa estalló en el salón, seguida de varios gritos airados que provocaron que las palabras de Joseph quedaran interrumpidas. Dos o tres de los circundantes se volvieron espontáneamente al oír el ruido, pero tanto ____ como Joseph no apartaron los ojos del conde, quien los estaba fulminado con una mirada de intensa furia, el grueso cuerpo rígido, la frente bañada en sudor y los ojos inyectados en sangre a causa de la bebida y del denso humo de tabaco que saturaba el aire.
Joseph permaneció relajado, esperando el momento de atacar. ____ lo supo porque lo conocía. Estaba preparado, dispuesto, y sabía exactamente lo que estaba haciendo. Ella confió en él.
—En efecto, conde —prosiguió Joseph mientras el jaleo disminuía un poco—. Estas no son, ni mucho menos, sus esmeraldas. Este collar es de fantasía. Encargué que lo hicieran para mi esposa en París, hace solo unos días. Se quedó prendada del que llevaba su hija en el baile de Marsella, así que me pareció adecuado darle ese capricho.
____ se quedó paralizada y volvió lentamente la cabeza para mirarlo de hito en hito.
Joseph torció la boca en una sonrisa cáustica dirigida exclusivamente a Henri.
—Robar piedras preciosas es algo arriesgado, conde. De la misma manera que solo un idiota se arriesgaría a permitir, que la persona amada portara unas valiosas joyas robadas en público. Lo que mi esposa luce en este momento es un montón de vidrios verdes que valen un poco menos que esa aguja rematada en perla que lleva en la solapa.
____ se enfureció a su lado, con los pies apoyados rígidamente y el cuerpo como una piedra fría. Registró la revelación como un puñetazo en el estómago, y se lo aclaró todo: las mentiras, el engaño, la humillación y el dolor. Durante dos semanas había permitido que ella pensara que lo había vencido, solo para hacerla quedar como una idiota al final. Joseph la miró, pero sintió la reacción de ____, porque encogió los dedos alrededor de los suyos aún con más fuerza, negándose a soltarlos.
Luego, el desconcierto más absoluto se extendió entre los que estaban en los alrededores. En el salón alguien se subió a una mesa y, levantando una copa que rebosada de un líquido ambarino, dio comienzo a una extensa y etílica discusión sobre la política del gobierno en el poder y la de aquellos que gobernaron en tiempos mejores. Muchos manifestaron su acuerdo a gritos, mientras que otros se subieron a las sillas para responderle. ____ nunca había visto algo igual, y en cualquier otra parte se habría sentido fascinada al observar a los caballeros, e incluso a algunas damas, comportándose con tanta desvergüenza. Pero en ese momento su atención permanecía clavada en aquellos que tenía directamente enfrente, sobre el conde de Arlés y sus compañeros legitimistas; sobre Madeleine y Joseph... el mayor mentiroso del mundo.
—No le creo —le espetó el conde con una tranquilidad absoluta—. Ni su credibilidad ni mi imaginación y tolerancia pueden dar tanto de sí, monsieur Jonas.
Faille se acercó, obstruyendo el paso a la luz del gran candelabro con su cabeza.
—Está mintiendo, Henri —dijo otro francés corpulento—. Nadie podría hacer una copia de fantasía tan perfecta en menos de quince días.
Eso tal vez fuera verdad. Sin embargo, Joseph no hizo caso, lanzando una mirada ferozmente sutil a Henri.
—Y sin embargo, le garantizo que este collar no es más que una falsificación muy lograda.
____ se estremeció, enfurecida por su arrogancia y la artera utilización de su inteligencia. Pero, precisamente por eso, le creyó. Las gemas que llevaba alrededor del cuello eran de vidrio. Ese era el Caballero Negro en todo su esplendor: impresionando a todo el mundo con revelaciones audaces e imprevistas. Y sí, ella le seguiría la corriente hasta el final, porque así se lo había pedido él. Y no lo habría hecho a menos que confiara en que ella no arruinaría el trabajo de su vida en un ruidoso y multitudinario salón de banquetes de París. Ella nunca le haría eso, y él lo sabía.
____ ladeó el cuerpo para dar un paso al frente y quedarse delante del ingenioso ladrón de su loco deseo. Le acarició los nudillos con el pulgar para tranquilizarlo, y, con aquel gesto mudo, él la soltó por fin.
—¡Por Dios bendito, caballeros, qué gran malentendido sin motivo alguno! —exclamó como una mujer que no soportara las tonterías de los hombres. Con una sonrisa forzada, puso la palma de la mano en el brazo de Henri. El hombre se estremeció, pero ella fingió no darse cuenta—. Por favor, monsieur, insisto en que se las quede.
—____, querida —dijo, aterrado, Joseph en tono de súplica.
Ella le dirigió una gélida sonrisa.
—No pasa absolutamente nada, querido. La prueba es necesaria, y en las actuales circunstancias, no podemos esperar marcharnos de aquí esta noche con ella. —Sus ojos se fundieron con los de él con fingido candor—. Ya me comprarás muchos, muchos otros, estoy segura. —Durante un segundo ____ pensó que Joseph estropearía su personaje y soltaría una carcajada.
____ suspiró y volvió su atención de nuevo al conde, que en ese momento parecía estar genuinamente desconcertado por la sugerencia de ____ de que pudiera ser convencida con tanta facilidad. En realidad, todos parecieron incómodos cuando cayeron en la cuenta de que, con el ofrecimiento de ____ de entregar las falsas joyas sin discutir, se habían equivocado en sus suposiciones y habían insultado a un influyente inglés y a su inocente esposa en la casa parisina del conde. ____ puso fin a todo ello de inmediato y explotó la coyuntura al darle unas palmaditas en el brazo a Henri con cierta condescendencia con la que quiso expresar una muda comprensión hacia las absurdas complejidades del ego masculino.
Entonces, sin esperar más respuesta, levantó los dedos hasta su cuello y desabrochó el collar, sacándoselo por delante y alargándoselo al conde.
El verde esmeralda y el oro resplandecieron a la luz de los candelabros; una magnífica falsificación que ____ odió perder.
Henri se lo cogió con sus dedos regordetes, lo agarró con fuerza, y sus pobladas cejas se juntaron mientras daba la vuelta al collar para estudiar su estructura.
—Vaya, para ser mujer —carraspeó— es usted astuta, madame Jonas. Y también honrada.
—Como lo es su marido —terció Madeleine dejando caer la barbilla con tacto.
Aquella fue la ofensa definitiva. El conde y los demás distinguidos nobles se habían comportado vergonzosamente con ella y con Joseph, y tal reconocimiento había provenido de una francesa. Un toque magnífico. ____ sintió que el aire ganaba densidad con la vergüenza y el triunfo.
Alguien gritó unas obscenidades, y todos se volvieron.
Y entonces ____ oyó los estallidos, dos, seguidos de gritos y de una gran confusión.
Joseph la agarró de la muñeca y tiró de ella hacia el suelo, y los pies de ____ se enredaron en las enaguas y en metros de tafetán azul mientras intentaba mantener el equilibrio. Oyó gritos a lo lejos, y gemidos. ____ oyó a Madeleine gritar algo en francés detrás de ella, pero no pudo entenderlo. El conde giró sobre sus talones perdiendo el equilibrio, golpeado en la espalda por varias personas que se abrieron paso entre la muchedumbre. Faille arrancó el collar de las manos de Henri y echó a correr a toda velocidad junto al borde de la mesa del bufé, en dirección a una entrada lateral, tropezando con sus largas piernas y cayéndose por dos veces antes de alcanzarla.
El griterío continuó, la confusión aumentó, y por encima del ruido se produjo otro estallido, que en ese momento ____ identificó como el disparo de una pistola. Joseph la empujó a lo largo de la mesa del bufé, de manera que no pudo ver gran cosa excepto a él y unos cuantos pies en desbandada. Él le dijo algo a Madeleine en francés, se volvió hacia ____ y le agarró la cara con dedos firmes.
—Madeleine te sacará de Francia...
—¡No me iré! —exclamó furiosa y confusa, intentando afirmar su figura desequilibrada para no tropezar y darse de bruces con la mesa.
Joseph hizo rechinar los dientes.
—Las autoridades no tardarán en llegar, tal vez incluso hasta la Guardia Nacional, si las cosas se ponen más feas. —Le aferró la cara con más fuerza—. No te pueden detener, ¿lo entiendes?
____ hizo una mueca hacia la dura expresión de Joseph, mientras echaba chispas por la determinación que mostraba. Alguien cayó contra la mesa, tirando las copas abandonadas de champán y de whisky y provocando que los contenidos se derramaran sobre el lateral y la parte delantera del vestido de ____.
El ruido aumentó. Una silla lanzada por los aires hizo añicos una ventana a pocos metros de ella, y ____ empezó a ponerse tensa por el miedo.
—Me marcharé, pero vendrás conmigo...
—No puedo —adujo él, mirándola directamente a los ojos—. Tengo que contarle a alguien con autoridad lo de mañana.
—Madeleine puede hacer eso.
Él negó con la cabeza.
—Nadie la creerá. Es francesa y mujer, y o sospecharán que está involucrada o la ningunearán. A mí probablemente me tomen en serio, pero eso significa que no me puedo ir hasta mañana como muy pronto. Ella puede sacarte del país esta noche.
—¡Debemos irnos mientras la gente siga desorientada! —les interrumpió Madeleine con un grito por encima de la barahúnda, arrodillándose detrás de Joseph.
____ se negó a mirar a la mujer o a rendirse tan fácilmente.
—Me quedaré en el hotel con ella hasta que vengas a buscarme...
—¡Maldita sea, ____, no! Tú... —Joseph se interrumpió, le soltó la cara y se pasó ásperamente los dedos de una mano por el pelo para tranquilizarse—. Si esa gente intenta asesinar al rey, las calles serán un hervidero de agitación, y podría ser que no consiguieras marcharte. Las cosas ya son lo bastante peligrosas. Hiciste un trabajo maravilloso para mí, corazón, pero se acabó. Vete a casa ya.
____ lo miró con ferocidad y le golpeó con un puño en el pecho.
—¡Te odio, Joseph!
Joseph sonrió, avergonzado.
—Lo sé. Ahora, vete.
Se volvió hacia Madeleine, y ____ le agarró de la manga de la levita.
—No pierdas la vida...
El griterío aumentó, y los quejidos se hicieron estridentes.
Joseph puso los ojos en blanco en señal de exasperación.
—Nunca te privaría del placer de arrebatármela tú misma.
Ella abrió la boca para decir algo ingenioso, pero la volvió a cerrar. Entonces Joseph la besó con fuerza en los labios.
—Sal de Francia, ____, antes de que te retengan o seas detenida. Tu madre no lo aprobaría.
—Tampoco te aprobaría a ti —dijo, casi gritando.
Él la miró por última vez.
—Sí, sí que lo hará.
Entonces, Joseph desapareció entre el tumulto, mientras Madeleine la arrastraba por el brazo hasta que se encontró fuera de la casa, de pie en la oscura y peligrosa calle.
¡Hola chicas!
Perdón por la tardanza :)
Aquí les dejo este capítulo, con el solo quedarían dos más para que la novela termine.
Gracias por sus comentarios :D
Más tarde subo otro.
Natuu!!
Natuu!
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Ay Dios!!!
D: nooo! no se puede acabar!!
dios..la rayis..y aiich Joseph..tan hermoso..dios no puedo, esta nove es demasiado perfecta!!
siguela pronto porfavor!!
D: nooo! no se puede acabar!!
dios..la rayis..y aiich Joseph..tan hermoso..dios no puedo, esta nove es demasiado perfecta!!
siguela pronto porfavor!!
helado00
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
no le pasara nada a la rayis verdad??
ni a joe verdad???
tienes que seguirla!!!
Joe se le declaro!! y fue hermoso!!!!
sigue!!!!!!!!!
ni a joe verdad???
tienes que seguirla!!!
Joe se le declaro!! y fue hermoso!!!!
sigue!!!!!!!!!
Julieta♥
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Oh dios! Joseph es una preciosura. No puedo con este hombre, Pero lo malo es que terminará. SIGUELAAA
Creadora
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
ai pero qe hermosa declaracion de amor
todo el capitulo fue hermoso la forma en la
qe joe se lo dijo me gusto qe le valiera qe
tanta gente estuviera presente no qiera qe
termine pero qiero leer mas siguela pronto plis
todo el capitulo fue hermoso la forma en la
qe joe se lo dijo me gusto qe le valiera qe
tanta gente estuviera presente no qiera qe
termine pero qiero leer mas siguela pronto plis
Nani Jonas
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Capítulo 18
Las cortinas de gasa tamizaban el claro de luna que iluminaba el vestíbulo cuando Joseph entró en su casa de la ciudad. Pagó al conductor de alquiler después de que el hombre dejara su baúl en el suelo, lo despidió y cerró la puerta al mundo exterior. Era casi medianoche, y estaba agotado, aunque aliviado por estar en casa.
Tras aflojarse el fular, cruzó en silencio la primera planta hasta la escalera principal, decidiendo no encender la luz. No había necesidad. No tenía otra intención que la de dejarse caer en la cama y dormir hasta recuperarse del agotamiento de las últimas semanas. Al día siguiente, bien descansado y preparado para enfrentarse a su futuro, haría su primera visita formal a la señorita ____ Haislett.
Por lo que sabía, había llegado a casa sana y salva, pero quién sabía si volvería a hablarle pronto. Había pasado casi una semana desde la desastrosa fiesta de París, y a los legitimistas les había salido todo mal. Pero estaba cansado de inmiscuirse en los asuntos de aquella gente. Su vida estaba en Londres o, más exactamente, la que estaba en Londres era ____, y su vida estaba con ella.
La echaba de menos, y nunca antes había echado de menos a una mujer. ____ se le había metido en el corazón, y él había sucumbido. Ella le perdonaría por la última pequeña mentira sobre las esmeraldas, no solo porque su egocéntrica mente no aceptaría algo menos, sino porque ella también lo amaba, y él lo sabía.
Subió las escaleras hasta el descansillo de la segunda planta, desabotonándose los gemelos y siguiendo por los botones inferiores de la camisa mientras penetraba en la oscuridad de su dormitorio. La vio inmediatamente y se detuvo en seco.
Su cuerpo estaba cubierto por la colcha; un resplandor plateado resaltaba la curva de su figura mientras el brillo de la luna entraba a raudales por la alta ventana situada detrás. Ella se movió y se volvió hacia Joseph, advirtiendo su presencia cuando él se detuvo observándola fijamente. Se sentó en silencio y saltó a la alfombra para dirigirse hacia él, completamente desnuda.
—¿Joseph?
El cuerpo de él reaccionó con jubiloso asombro al encontrarla entre sus sábanas, por el tono íntimo y grave con que había pronunciado su nombre y por la visión de verla acercarse desnuda hasta su lado.
—¿Esperabas a otro? —bromeó él en voz baja.
—Sí, estaba esperando a mi amante —respondió ella con aire despreocupado, echándose los rizos hacia atrás con un brusco movimiento de cabeza—. Aunque todavía no ha llegado, así que supongo que tendré que conformarme contigo.
Joseph levantó una de las comisuras de la boca.
—Creo que puedo hacer que te olvides de él.
Ella levantó las cejas.
—¿De verdad? Cuánta arrogancia. —Y con alegre irritación, añadió—: Aunque, por otro lado, ya que eres el que está aquí y el único que tengo a mano, supongo que puedo asumir la responsabilidad de hacer que te olvides de todas las demás amantes que has tenido en esta cama.
La sonrisa de Joseph se ensanchó.
—Ya lo hiciste en París, ____. Ahora no soy capaz de recordar si he tenido alguna amante antes que tú.
____ suspiró y movió el cuerpo lentamente hasta acercarse tanto al de Joseph que sintió el calor que desprendía.
—Esa es la respuesta correcta, Joseph, y, por supuesto, lo que pensaba que dirías.
Él le tocó la mejilla con la palma de la mano, y ____ la cubrió enseguida con la suya, volviendo la cara contra ella y besándosela. Se puso delante de él como una diosa salida de sus fantasías más entusiastas: la piel brillando como si fuera de madreperla, el cuerpo sensual y suave, el pelo abundante y rizado sobre los senos y los ojos negros por las sombras.
—Te he echado de menos —susurró ella.
Y Joseph se perdió.
La cogió por un codo, la atrajo hacia él y le rodeó la cintura con los brazos, pegándosela tanto al cuerpo que ____ pudo percibir la evidencia de su deseo, y bajó los labios para rozarle los suyos.
—Madeleine me dijo...
—No quiero hablar de Madeleine —le murmuró él junto a la boca—. Quiero que me digas lo que sientes en tu corazón, ____.
____ levantó las manos y le colocó las palmas en las mejillas.
—Estoy furiosa contigo.
—Eso ya lo sé.
Ella le rozó los labios con unos besos delicados.
—Te necesito.
—Eso también lo sé.
____ tuvo un estremecimiento cuando él le subió las yemas de los dedos arrastrándoselas desde la cintura hasta el pecho. Le puso la mano encima y se lo acarició, sintiendo cómo la piel caliente que tenía debajo se estremecía y haciéndola jadear cuándo le apretó dulcemente el pezón hasta conseguir que se excitara.
—Dime lo que necesito oír —le rogó en un susurro.
Con voz aterciopelada y llena de pasión, ____ suplicó:
—Ámame, Joseph...
Al oír aquella pequeña petición, la urgencia lo dominó. Se apoderó completamente de su boca con una avidez descarada, dejándola sin resuello con un beso violento de fuerza frente a la suavidad, de pasión y deseo vehemente frente a la dulzura, el perdón y la aceptación. ____ separó los labios sin insistencia, dando la bienvenida con avidez a la lengua de Joseph con un amplio movimiento de la suya, y la sangre de él empezó a hervirle.
La empujó dulcemente hacia la cama con una mano, mientras que con la otra se ocupaba de los botones de su camisa que todavía permanecían abrochados. ____ le agarró de los hombros mientras la guiaba, saboreándolo con una creciente impaciencia por sentir.
Las pantorrillas de ____ rozaron el edredón de Joseph, y al sentirlo, interrumpió el beso. Joseph la miró fijamente a la cara oculta en las sombras y los rasgos inescrutables, y sin embargo percibió todo lo que ella sentía por él. Irradiaba de ella y lo envolvía de calidez y gozo, como si fuera el sol de verano bañándole la piel.
____ se tumbó en la cama mientras él se deshacía con rapidez de la ropa, y sin que se diera cuenta ya lo tenía a su lado, tocándola, besándola en la boca y el cuello, en las mejillas y las cejas y en las pestañas.
Ella gimoteó en voz baja cuando Joseph volvió a tomarle un pecho con las manos y le pasó los dedos por la base, acariciándoselo tiernamente.
Su pene, duro, caliente y dispuesto, rozó la cadera de ____. Pero en lugar de apartarse tímidamente, como había hecho la primera vez, se apretó contra el miembro, cerrando las piernas alrededor de Joseph para amoldarlo a ella con fuerza. El gruñó al sentir el contacto y le rodeó la cintura con el brazo, porque ya estaban tumbados uno al lado del otro muy cerca, y la besó intensamente, respirando con rapidez y dificultad.
____ le apoyó las palmas de las manos en el pecho y le masajeó los músculos con energía; luego, las bajó entre sus cuerpos hasta que encontró los rizos de su bajo vientre.
Joseph se retiró, soltándole la boca y tomando aire con fuerza ante la audacia que no esperaba de ____. Ella le tocó aquella suave y caliente parte de su cuerpo, y su expresión de incertidumbre solo fue ligeramente discernible bajo la tamizada luz de la luna.
—Sí —la tranquilizó él con un susurro ronco, acariciándole la suavidad de su pecho.
Con cuidado, ella lo exploró con los dedos, moviéndolos arriba y abajo por su exigente erección, jugueteando con los rizos de la base y rozándole con las uñas por la parte exterior. Entonces, ella cerró la mano completamente sobre el pene, y su pulgar encontró una emergente gota satinada en la superficie, que extendió con suavidad por la punta trazando un lento círculo.
Joseph tuvo problemas para respirar, para contenerse. Ansiaba copular con ella, enterrarse en el calor de su suavidad, pero en ese momento deseaba aún más desesperadamente que ella descubriera las duras aristas y la fuerza de su cuerpo, las diferencias físicas que había entre ellos. Bajó la mano y con ella cubrió las de ____, mirándola seriamente a los ojos, y le enseñó a acariciarlo, moviéndole la mano lentamente arriba y abajo a lo largo de su erección, hasta que ella adquirió confianza en el movimiento.
Joseph volvió a subir la mano a un pecho de ____, donde le acarició la punta dura y rosácea con los dedos. La otra se la apoyó en la frente, retirándole con suavidad el pelo de su preciosa cara y tomando nota de todos sus rasgos bajo el débil haz de luz.
—Dime cómo te sientes —la instó de nuevo en voz baja, con la voz pastosa a causa del deseo.
El cuerpo de ____ tembló, mientras su respiración se convertía en un jadeo a causa de las caricias constantes de Joseph.
—No me dejes nunca, Joseph.
Aquellas palabras casi inaudibles salieron de muy dentro en alas de un anhelo de algo que ella no era capaz todavía de definir para Joseph. Él se obligó a mantener la calma, a contener su eyaculación, mientras ____ seguía acariciándole con la mano, tragando saliva con dificultad, maravillado por tenerla a su lado deseándolo y queriéndolo siempre.
—Te amo, ____.
Ella respiró entrecortadamente por la fuerza de sus sentimientos, y él ya no pudo esperar más.
Le cubrió la boca con la suya, besándola delicadamente al principio, abriéndole después los labios con la lengua e invadiendo su boca caliente con una necesidad creciente. Bajó la mano y volvió a tocar las de ____, que seguía acariciándolo íntimamente, rozándole los dedos con las yemas de los suyos. Al final, la necesidad lo invadió; el corazón le latió con fuerza y supo que estaba a punto de no poder contenerse. Cerró la mano sobre los nudillos de ____ para que parase el movimiento, y ella obedeció. La besó con intensidad, le rozó la frente con el pulgar y le apartó la mano con que ella le estaba tocando, colocándosela a un lado.
Joseph le soltó la boca y empezó una senda de suaves besos bajándole por el cuello y el pecho, donde le rodeó la cúspide de un seno con la lengua, se metió el pezón en la boca y se lo besó y chupó hasta que ____ soltó un gemido. Bajó entonces la mano hasta los rizos del pubis de ____, y allí le rozó la carne suave del interior de los muslos con las yemas de los dedos, antes de encontrar los pliegues calientes y resbaladizos y separarlos para acariciarla lenta y deliberadamente allí.
____ jadeó y se arqueó contra la mano de Joseph, moviéndole los dedos por el pelo a medida que crecían sus expectativas. Él incrementó el ritmo, chupándole los pezones, uno tras otro, aumentando la presión de los dedos y, finalmente, metiendo uno dentro de ella cuando encontró el nudo oculto del placer de ____ y empezó a trazar círculos encima con el pulgar.
____ se apretó contra él y levantó las caderas rítmicamente, con su propia cadencia, cerrando los ojos una vez más para sentir la excitante invasión de Joseph.
Él le deslizó los labios por el vientre, y se detuvo para frotar la mejilla entre los rizos de la entrepierna de ____ al tiempo que aspiraba su olor, refocilándose en su belleza mientras la acercaba a su maravilloso punto álgido. Le rozó los muslos con los labios, y ____ se puso ligeramente tensa, confundida por la niebla del deseo sin saber muy bien cuáles eran las intenciones de Joseph.
—Limítate a sentirme —le susurró él antes de retirar la mano y sustituirla rápidamente por la boca, saboreándola y penetrándola con la lengua.
—Joseph...
Él desoyó la pasajera conmoción de ____ y le deslizó las palmas de las manos por debajo para mantenerla inmóvil mientras la lamía por dentro, hasta que ella terminó por aceptar la intrusión y empezó a arder de nuevo con una fiebre de ansiedad.
Se aferró a él, entrelazándole los dedos en el pelo, y su respiración se hizo rápida e irregular mientras empezaba a impulsar las caderas contra la boca de Joseph. Este jugueteaba sin cesar con la lengua en el centro de ella, llevándola al borde de la satisfacción y aflojando entonces la presión, una vez, y luego otra.
Al final, ____ pronunció gimiendo su nombre en aquel delicioso tormento, y Joseph dejó de juguetear y la llevó hasta allí. ____ cerró los muslos con fuerza, apretándole la cabeza entre ellos. Entonces el placer estalló en su interior, y gritó, girando las caderas mientras Joseph seguía moviendo la lengua, acariciándola y lamiéndola.
Cuando sintió que los temblores de ____ amainaban, se apresuró a cubrirla con su cuerpo, bajándose entre sus piernas y amoldando las caderas de ____ a las suyas. Titubeó durante unos segundos, oyéndola respirar agitadamente y sintiendo su humedad en la piel, y al final ____ abrió los ojos para mirarlo.
Joseph contempló su cara casi oscurecida y le acarició los labios con las yemas de los dedos mientras la penetraba, profundamente, resistiéndose a moverse más mientras ella se acostumbraba a la presión y a su ocupación. Ella le rodeó los muslos con las piernas, y el cuello con los brazos, atrayéndolo hacia sí cuanto pudo.
Todo lo de ella lo cautivaba, como siempre había ocurrido: el pelo brillante que se desparramaba con un lustre plateado por las almohadas; sus ojos magníficos, en ese momento unos círculos de satén negro que lo acariciaban, hipnotizándolo; su tacto suave, su olor seductor y, por primera vez, el dulce sabor de su femineidad, que permanecía en sus labios como un néctar melifluo.
—Nunca te dejaré —susurró Joseph con una intensidad que lo dejó estupefacto incluso a él.
____ respiró hondo y entrecortadamente, sintiendo la fuerza radiante que había entre ellos, comprendiéndola.
—Lo sé.
Joseph le apoyó la frente en la suya, enredando los dedos en su pelo, y empezó a deslizarse afuera y adentro de ella sin cesar con pequeños y lentos movimientos, hasta que sintió que ella relajaba los muslos y se acostumbraba a la sensación.
____ empezó sus pequeños movimientos contra él, frotando la cara interior de los muslos contra los suyos, y Joseph fue aumentando gradualmente el ritmo, hundiéndose más a cada penetración. ____ arqueó el cuerpo lo suficiente para que él se diera cuenta de que quería más, y se lo dio, cambiando el ritmo hasta que ella se acostumbró, haciendo girar las caderas en círculo para ayudarla a llegar al éxtasis otra vez.
____ ajustó la fuerza de cada impulso a medida que crecía la pasión, apoyándole las palmas de la mano en el cuello, y su respiración volvió a hacerse superficial. Joseph le puso las manos en un pecho y lo agarró posesivamente, deslizando los dedos por el pezón, rodeándolo y apretándolo.
____ hundió la cara en la almohada, y él incrementó el ritmo, girando las caderas contra ella, besándola en la sien, en la mejilla y en el arco del cuello.
Se contuvo por ella, concentrándose, y la besó en la cara, y el lóbulo, que rozó con los dientes, y le acarició los senos con dedos expertos. El calor que irradiaba ____ le quemó la piel, y su respiración le acarició la mejilla; y el cuerpo de Joseph se tensó con su propio fuego a punto de alcanzar el clímax.
____ se retorció frenéticamente debajo de él entre gemidos, y, al final, él ya no pudo aguantar más. Llegando a los límites de la cordura, alzó el cuerpo para contemplar la belleza de la cara de ____, y, con la misma rapidez, esta le agarró de las caderas con manos fuertes y lo obligó a permanecer dentro de ella.
El cuerpo de Joseph se tensó; luego, se relajó y explotó por dentro. ____ siguió moviendo las caderas, moviéndolas en círculo contra él, impulsándose contra él, hundiéndole las uñas en la piel, hasta que por fin susurró su nombre y alcanzó el exquisito placer por segunda vez. Sus piernas se sacudieron salvajemente, los músculos íntimos se contrajeron alrededor de él, y Joseph la observó y lo sintió todo, lo saboreó todo, lo amó todo.
Y la amó a ella.
¡Hola chicas! :D
Ya viene el final niñas, solo un capítulo más y la novela termina.
No me queda más que agradecerles a todas por leerla, comentar y seguirme hasta aquí C:
Muchas gracias :)
Más tarde subo el capítulo final.
Natuu!!
Tras aflojarse el fular, cruzó en silencio la primera planta hasta la escalera principal, decidiendo no encender la luz. No había necesidad. No tenía otra intención que la de dejarse caer en la cama y dormir hasta recuperarse del agotamiento de las últimas semanas. Al día siguiente, bien descansado y preparado para enfrentarse a su futuro, haría su primera visita formal a la señorita ____ Haislett.
Por lo que sabía, había llegado a casa sana y salva, pero quién sabía si volvería a hablarle pronto. Había pasado casi una semana desde la desastrosa fiesta de París, y a los legitimistas les había salido todo mal. Pero estaba cansado de inmiscuirse en los asuntos de aquella gente. Su vida estaba en Londres o, más exactamente, la que estaba en Londres era ____, y su vida estaba con ella.
La echaba de menos, y nunca antes había echado de menos a una mujer. ____ se le había metido en el corazón, y él había sucumbido. Ella le perdonaría por la última pequeña mentira sobre las esmeraldas, no solo porque su egocéntrica mente no aceptaría algo menos, sino porque ella también lo amaba, y él lo sabía.
Subió las escaleras hasta el descansillo de la segunda planta, desabotonándose los gemelos y siguiendo por los botones inferiores de la camisa mientras penetraba en la oscuridad de su dormitorio. La vio inmediatamente y se detuvo en seco.
Su cuerpo estaba cubierto por la colcha; un resplandor plateado resaltaba la curva de su figura mientras el brillo de la luna entraba a raudales por la alta ventana situada detrás. Ella se movió y se volvió hacia Joseph, advirtiendo su presencia cuando él se detuvo observándola fijamente. Se sentó en silencio y saltó a la alfombra para dirigirse hacia él, completamente desnuda.
—¿Joseph?
El cuerpo de él reaccionó con jubiloso asombro al encontrarla entre sus sábanas, por el tono íntimo y grave con que había pronunciado su nombre y por la visión de verla acercarse desnuda hasta su lado.
—¿Esperabas a otro? —bromeó él en voz baja.
—Sí, estaba esperando a mi amante —respondió ella con aire despreocupado, echándose los rizos hacia atrás con un brusco movimiento de cabeza—. Aunque todavía no ha llegado, así que supongo que tendré que conformarme contigo.
Joseph levantó una de las comisuras de la boca.
—Creo que puedo hacer que te olvides de él.
Ella levantó las cejas.
—¿De verdad? Cuánta arrogancia. —Y con alegre irritación, añadió—: Aunque, por otro lado, ya que eres el que está aquí y el único que tengo a mano, supongo que puedo asumir la responsabilidad de hacer que te olvides de todas las demás amantes que has tenido en esta cama.
La sonrisa de Joseph se ensanchó.
—Ya lo hiciste en París, ____. Ahora no soy capaz de recordar si he tenido alguna amante antes que tú.
____ suspiró y movió el cuerpo lentamente hasta acercarse tanto al de Joseph que sintió el calor que desprendía.
—Esa es la respuesta correcta, Joseph, y, por supuesto, lo que pensaba que dirías.
Él le tocó la mejilla con la palma de la mano, y ____ la cubrió enseguida con la suya, volviendo la cara contra ella y besándosela. Se puso delante de él como una diosa salida de sus fantasías más entusiastas: la piel brillando como si fuera de madreperla, el cuerpo sensual y suave, el pelo abundante y rizado sobre los senos y los ojos negros por las sombras.
—Te he echado de menos —susurró ella.
Y Joseph se perdió.
La cogió por un codo, la atrajo hacia él y le rodeó la cintura con los brazos, pegándosela tanto al cuerpo que ____ pudo percibir la evidencia de su deseo, y bajó los labios para rozarle los suyos.
—Madeleine me dijo...
—No quiero hablar de Madeleine —le murmuró él junto a la boca—. Quiero que me digas lo que sientes en tu corazón, ____.
____ levantó las manos y le colocó las palmas en las mejillas.
—Estoy furiosa contigo.
—Eso ya lo sé.
Ella le rozó los labios con unos besos delicados.
—Te necesito.
—Eso también lo sé.
____ tuvo un estremecimiento cuando él le subió las yemas de los dedos arrastrándoselas desde la cintura hasta el pecho. Le puso la mano encima y se lo acarició, sintiendo cómo la piel caliente que tenía debajo se estremecía y haciéndola jadear cuándo le apretó dulcemente el pezón hasta conseguir que se excitara.
—Dime lo que necesito oír —le rogó en un susurro.
Con voz aterciopelada y llena de pasión, ____ suplicó:
—Ámame, Joseph...
Al oír aquella pequeña petición, la urgencia lo dominó. Se apoderó completamente de su boca con una avidez descarada, dejándola sin resuello con un beso violento de fuerza frente a la suavidad, de pasión y deseo vehemente frente a la dulzura, el perdón y la aceptación. ____ separó los labios sin insistencia, dando la bienvenida con avidez a la lengua de Joseph con un amplio movimiento de la suya, y la sangre de él empezó a hervirle.
La empujó dulcemente hacia la cama con una mano, mientras que con la otra se ocupaba de los botones de su camisa que todavía permanecían abrochados. ____ le agarró de los hombros mientras la guiaba, saboreándolo con una creciente impaciencia por sentir.
Las pantorrillas de ____ rozaron el edredón de Joseph, y al sentirlo, interrumpió el beso. Joseph la miró fijamente a la cara oculta en las sombras y los rasgos inescrutables, y sin embargo percibió todo lo que ella sentía por él. Irradiaba de ella y lo envolvía de calidez y gozo, como si fuera el sol de verano bañándole la piel.
____ se tumbó en la cama mientras él se deshacía con rapidez de la ropa, y sin que se diera cuenta ya lo tenía a su lado, tocándola, besándola en la boca y el cuello, en las mejillas y las cejas y en las pestañas.
Ella gimoteó en voz baja cuando Joseph volvió a tomarle un pecho con las manos y le pasó los dedos por la base, acariciándoselo tiernamente.
Su pene, duro, caliente y dispuesto, rozó la cadera de ____. Pero en lugar de apartarse tímidamente, como había hecho la primera vez, se apretó contra el miembro, cerrando las piernas alrededor de Joseph para amoldarlo a ella con fuerza. El gruñó al sentir el contacto y le rodeó la cintura con el brazo, porque ya estaban tumbados uno al lado del otro muy cerca, y la besó intensamente, respirando con rapidez y dificultad.
____ le apoyó las palmas de las manos en el pecho y le masajeó los músculos con energía; luego, las bajó entre sus cuerpos hasta que encontró los rizos de su bajo vientre.
Joseph se retiró, soltándole la boca y tomando aire con fuerza ante la audacia que no esperaba de ____. Ella le tocó aquella suave y caliente parte de su cuerpo, y su expresión de incertidumbre solo fue ligeramente discernible bajo la tamizada luz de la luna.
—Sí —la tranquilizó él con un susurro ronco, acariciándole la suavidad de su pecho.
Con cuidado, ella lo exploró con los dedos, moviéndolos arriba y abajo por su exigente erección, jugueteando con los rizos de la base y rozándole con las uñas por la parte exterior. Entonces, ella cerró la mano completamente sobre el pene, y su pulgar encontró una emergente gota satinada en la superficie, que extendió con suavidad por la punta trazando un lento círculo.
Joseph tuvo problemas para respirar, para contenerse. Ansiaba copular con ella, enterrarse en el calor de su suavidad, pero en ese momento deseaba aún más desesperadamente que ella descubriera las duras aristas y la fuerza de su cuerpo, las diferencias físicas que había entre ellos. Bajó la mano y con ella cubrió las de ____, mirándola seriamente a los ojos, y le enseñó a acariciarlo, moviéndole la mano lentamente arriba y abajo a lo largo de su erección, hasta que ella adquirió confianza en el movimiento.
Joseph volvió a subir la mano a un pecho de ____, donde le acarició la punta dura y rosácea con los dedos. La otra se la apoyó en la frente, retirándole con suavidad el pelo de su preciosa cara y tomando nota de todos sus rasgos bajo el débil haz de luz.
—Dime cómo te sientes —la instó de nuevo en voz baja, con la voz pastosa a causa del deseo.
El cuerpo de ____ tembló, mientras su respiración se convertía en un jadeo a causa de las caricias constantes de Joseph.
—No me dejes nunca, Joseph.
Aquellas palabras casi inaudibles salieron de muy dentro en alas de un anhelo de algo que ella no era capaz todavía de definir para Joseph. Él se obligó a mantener la calma, a contener su eyaculación, mientras ____ seguía acariciándole con la mano, tragando saliva con dificultad, maravillado por tenerla a su lado deseándolo y queriéndolo siempre.
—Te amo, ____.
Ella respiró entrecortadamente por la fuerza de sus sentimientos, y él ya no pudo esperar más.
Le cubrió la boca con la suya, besándola delicadamente al principio, abriéndole después los labios con la lengua e invadiendo su boca caliente con una necesidad creciente. Bajó la mano y volvió a tocar las de ____, que seguía acariciándolo íntimamente, rozándole los dedos con las yemas de los suyos. Al final, la necesidad lo invadió; el corazón le latió con fuerza y supo que estaba a punto de no poder contenerse. Cerró la mano sobre los nudillos de ____ para que parase el movimiento, y ella obedeció. La besó con intensidad, le rozó la frente con el pulgar y le apartó la mano con que ella le estaba tocando, colocándosela a un lado.
Joseph le soltó la boca y empezó una senda de suaves besos bajándole por el cuello y el pecho, donde le rodeó la cúspide de un seno con la lengua, se metió el pezón en la boca y se lo besó y chupó hasta que ____ soltó un gemido. Bajó entonces la mano hasta los rizos del pubis de ____, y allí le rozó la carne suave del interior de los muslos con las yemas de los dedos, antes de encontrar los pliegues calientes y resbaladizos y separarlos para acariciarla lenta y deliberadamente allí.
____ jadeó y se arqueó contra la mano de Joseph, moviéndole los dedos por el pelo a medida que crecían sus expectativas. Él incrementó el ritmo, chupándole los pezones, uno tras otro, aumentando la presión de los dedos y, finalmente, metiendo uno dentro de ella cuando encontró el nudo oculto del placer de ____ y empezó a trazar círculos encima con el pulgar.
____ se apretó contra él y levantó las caderas rítmicamente, con su propia cadencia, cerrando los ojos una vez más para sentir la excitante invasión de Joseph.
Él le deslizó los labios por el vientre, y se detuvo para frotar la mejilla entre los rizos de la entrepierna de ____ al tiempo que aspiraba su olor, refocilándose en su belleza mientras la acercaba a su maravilloso punto álgido. Le rozó los muslos con los labios, y ____ se puso ligeramente tensa, confundida por la niebla del deseo sin saber muy bien cuáles eran las intenciones de Joseph.
—Limítate a sentirme —le susurró él antes de retirar la mano y sustituirla rápidamente por la boca, saboreándola y penetrándola con la lengua.
—Joseph...
Él desoyó la pasajera conmoción de ____ y le deslizó las palmas de las manos por debajo para mantenerla inmóvil mientras la lamía por dentro, hasta que ella terminó por aceptar la intrusión y empezó a arder de nuevo con una fiebre de ansiedad.
Se aferró a él, entrelazándole los dedos en el pelo, y su respiración se hizo rápida e irregular mientras empezaba a impulsar las caderas contra la boca de Joseph. Este jugueteaba sin cesar con la lengua en el centro de ella, llevándola al borde de la satisfacción y aflojando entonces la presión, una vez, y luego otra.
Al final, ____ pronunció gimiendo su nombre en aquel delicioso tormento, y Joseph dejó de juguetear y la llevó hasta allí. ____ cerró los muslos con fuerza, apretándole la cabeza entre ellos. Entonces el placer estalló en su interior, y gritó, girando las caderas mientras Joseph seguía moviendo la lengua, acariciándola y lamiéndola.
Cuando sintió que los temblores de ____ amainaban, se apresuró a cubrirla con su cuerpo, bajándose entre sus piernas y amoldando las caderas de ____ a las suyas. Titubeó durante unos segundos, oyéndola respirar agitadamente y sintiendo su humedad en la piel, y al final ____ abrió los ojos para mirarlo.
Joseph contempló su cara casi oscurecida y le acarició los labios con las yemas de los dedos mientras la penetraba, profundamente, resistiéndose a moverse más mientras ella se acostumbraba a la presión y a su ocupación. Ella le rodeó los muslos con las piernas, y el cuello con los brazos, atrayéndolo hacia sí cuanto pudo.
Todo lo de ella lo cautivaba, como siempre había ocurrido: el pelo brillante que se desparramaba con un lustre plateado por las almohadas; sus ojos magníficos, en ese momento unos círculos de satén negro que lo acariciaban, hipnotizándolo; su tacto suave, su olor seductor y, por primera vez, el dulce sabor de su femineidad, que permanecía en sus labios como un néctar melifluo.
—Nunca te dejaré —susurró Joseph con una intensidad que lo dejó estupefacto incluso a él.
____ respiró hondo y entrecortadamente, sintiendo la fuerza radiante que había entre ellos, comprendiéndola.
—Lo sé.
Joseph le apoyó la frente en la suya, enredando los dedos en su pelo, y empezó a deslizarse afuera y adentro de ella sin cesar con pequeños y lentos movimientos, hasta que sintió que ella relajaba los muslos y se acostumbraba a la sensación.
____ empezó sus pequeños movimientos contra él, frotando la cara interior de los muslos contra los suyos, y Joseph fue aumentando gradualmente el ritmo, hundiéndose más a cada penetración. ____ arqueó el cuerpo lo suficiente para que él se diera cuenta de que quería más, y se lo dio, cambiando el ritmo hasta que ella se acostumbró, haciendo girar las caderas en círculo para ayudarla a llegar al éxtasis otra vez.
____ ajustó la fuerza de cada impulso a medida que crecía la pasión, apoyándole las palmas de la mano en el cuello, y su respiración volvió a hacerse superficial. Joseph le puso las manos en un pecho y lo agarró posesivamente, deslizando los dedos por el pezón, rodeándolo y apretándolo.
____ hundió la cara en la almohada, y él incrementó el ritmo, girando las caderas contra ella, besándola en la sien, en la mejilla y en el arco del cuello.
Se contuvo por ella, concentrándose, y la besó en la cara, y el lóbulo, que rozó con los dientes, y le acarició los senos con dedos expertos. El calor que irradiaba ____ le quemó la piel, y su respiración le acarició la mejilla; y el cuerpo de Joseph se tensó con su propio fuego a punto de alcanzar el clímax.
____ se retorció frenéticamente debajo de él entre gemidos, y, al final, él ya no pudo aguantar más. Llegando a los límites de la cordura, alzó el cuerpo para contemplar la belleza de la cara de ____, y, con la misma rapidez, esta le agarró de las caderas con manos fuertes y lo obligó a permanecer dentro de ella.
El cuerpo de Joseph se tensó; luego, se relajó y explotó por dentro. ____ siguió moviendo las caderas, moviéndolas en círculo contra él, impulsándose contra él, hundiéndole las uñas en la piel, hasta que por fin susurró su nombre y alcanzó el exquisito placer por segunda vez. Sus piernas se sacudieron salvajemente, los músculos íntimos se contrajeron alrededor de él, y Joseph la observó y lo sintió todo, lo saboreó todo, lo amó todo.
Y la amó a ella.
¡Hola chicas! :D
Ya viene el final niñas, solo un capítulo más y la novela termina.
No me queda más que agradecerles a todas por leerla, comentar y seguirme hasta aquí C:
Muchas gracias :)
Más tarde subo el capítulo final.
Natuu!!
Natuu!
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
¡Hola de nuevo! :D
Dios, me costó mucho ponerme al día con esta nove, no me llegaban las notificaciones al correo y para cuando decidí revisar ya habían muchos caps que leer.
Joseph es el hombre más bello que existe :')
Lastima que este llegando para el final.
SIGUELAAAAAA
Dios, me costó mucho ponerme al día con esta nove, no me llegaban las notificaciones al correo y para cuando decidí revisar ya habían muchos caps que leer.
Joseph es el hombre más bello que existe :')
Lastima que este llegando para el final.
SIGUELAAAAAA
Dayi_JonasLove!*
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
me encanto el capitulo joe es tan dulce y tierno
y le dijo te amo ojala la rayisse lo diga qe lastima
qe solo qede un capitulo no qiero qe termine pero
me muero por seguir leyendo siguela plis natu
y le dijo te amo ojala la rayisse lo diga qe lastima
qe solo qede un capitulo no qiero qe termine pero
me muero por seguir leyendo siguela plis natu
Nani Jonas
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Noo natu!!
no puedo creer que ya se va acabar!! :(
Ame el cap, se aman! se aman :bounce:
aunque me duela, espero con ansias el cap final!!
no puedo creer que ya se va acabar!! :(
Ame el cap, se aman! se aman :bounce:
aunque me duela, espero con ansias el cap final!!
helado00
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Capítulo 19
Joseph se movió, cerrando los ojos con fuerza al resplandor de primeras horas de la mañana. Sintió el cuerpo entumecido bajo las sábanas y la mente embotada, y entonces volvió el recuerdo de la noche previa, y supo que en su cara relucía una sonrisa que lo avergonzaría delante de cualquiera.
Levantó un párpado, sin abrir del todo el ojo, y alargó la palma de la mano hacia ella, pero no la encontró a su lado. Entonces la oyó moverse abajo, en la cocina, y el dulce zumbido de su voz fue suficiente para sacarlo de debajo de la colcha.
Se vistió de cintura para abajo, se salpicó la cara con agua fría de la jarra llena de la jofaina, se pasó los dedos todavía húmedos por el pelo y salió del dormitorio.
Bajó las escaleras deprisa y recorrió el pasillo a grandes zancadas, pero se detuvo en la puerta de su cocina, porque la repentina visión de ____ lo deslumbró.
Estaba de pie junto a la cocina, vuelta hacia él con las manos a la espalda y vestida solo con un salto de cama rojo oscuro, atado a la cintura con un fajín, lo que dejaba la prenda abierta desde los muslos hasta abajo y con un gran escote entre los pechos. Se había recogido el pelo suelto con pinzas en lo alto de la cabeza, aunque unos cuantos mechones rizados le caían desordenadamente por las sienes, el cuello y la espalda.
____ le lanzó una sonrisa titubeante, y sus mejillas se tiñeron ligeramente de rosa cuando se dio cuenta de la presencia de Joseph, mirándolo a través de unas pestañas medio levantadas; él tuvo la certeza de que no había visto jamás nada más seductor en su vida.
¡Dios santo!, era tan hermosa, tan dulce, tan suave y femenina que lo conmovía en aspectos que jamás habría imaginado. Joseph sintió el cuerpo tenso, se le cortó la respiración, y se preguntó qué pensaría ella si le tirara lentamente del fajín y le bajara la lengua por el hombro hasta hacerla gemir y entonces la poseyera...
—Te he hecho el café —dijo ella con timidez.
—Feliz y satisfecho como jamás había estado antes es lo que me has hecho, ____ —la corrigió, arrastrando lentamente las palabras con voz susurrante.
Una sonrisa volvió a iluminar el rostro de ____, quien miró hacia sus pies descalzos para huir de la ardiente mirada de Joseph.
—Estás delirando.
Él rió entre dientes y se acercó lentamente hacia ella.
—Creo que sería más exacto decir que soy dichoso y que lo sé.
Ella negó con la cabeza y susurró:
—Joseph, anoche...
—Fue perfecto —terminó por ella.
____ casi soltó una carcajada, pero logró contenerse con dificultad.
—Eso no era lo que iba a decir.
Él le cogió la barbilla entre los dedos y le levantó la cara para que no pudiera rehuir su mirada.
—¿Ibas a decir que fue menos que perfecto? —Los ojos de Joseph se abrieron con una pena ingenua—. Estoy desolado.
El cuello de la bata de ____ amenazaba con deslizársele por el brazo, y ella tiró de la prenda para subírselo en un intento de mantener la seriedad, aun cuando sus ojos sé entrecerraron divertidos.
—Tenemos que hablar de temas serios, antes de que nos metamos en algo... íntimo.
—Ah... por supuesto. —Él le soltó la barbilla y miró por encima del hombro de ____—. Está hirviendo.
____ se volvió con torpeza en el exiguo espacio que quedaba entre el pecho desnudo de Joseph y la cocina.
—Al fin. Ve a sentarte a la mesa.
Joseph consideró lo de apartarse de la calidez absorbente de su cuerpo y del olor a lilas de su pelo, pero hacerlo era muy difícil. ¿Y eran lilas? No era capaz de recordar cómo olían las lilas exactamente, pero se suponía que tenían un olor fuerte, y el pelo de ____ olía a limpio y a flores, por supuesto, y él lo percibía con fuerza contra su...
—Joseph, siéntate —le ordenó, encogiendo y levantando un hombro contra su cara entrometida—. Me estás respirando en el cuello.
Él suspiró ruidosamente y masculló:
—Si insistes.
—Insisto.
Joseph le deslizó la lengua por el suave borde de la oreja. Ella se estremeció, pero no hizo caso, y él se apartó por fin del sensual tacto de la bata de seda, que le rozaba el pecho, y se dirigió a la mesa de roble, donde habían tomado su primer café juntos hacía más de dos meses.
Sin embargo, esa mañana ella ya había preparado servicios para dos, con platos, cucharas, un azucarero y una jarrita de crema que había colocado entre ellos. En el centro de la mesa había unos bombones, dispuestos en un plato formando un corazón.
Joseph se los quedó mirando desconcertado, con la cabeza ladeada y una sonrisa sinuosa en la boca.
—¿Bombones para desayunar?
Ella no dijo nada, y al cabo de uno o dos segundos, Joseph se volvió para mirarla. ____ llevaba las tazas en las manos mientras caminaba en dirección a Joseph, procurando no mirarlo.
—¿Qué es esto? —preguntó él con suspicacia, sacando la silla para que se sentara ____.
Ella la lanzó una mirada maliciosa y colocó las tazas de café llenas sobre los platos.
—Es simbólico, pero te lo explicaré dentro de un momento.
Absteniéndose de hacer comentarios sobre el simbolismo de los bombones a las siete y media de la mañana, se sentó después de que lo hiciera ella, a su lado, estudiándola y observando el nacarado escote expuesto entre la seda carmesí, las largas pestañas, en ese momento bajadas, la forma que tenía su frente de arrugarse formando dos líneas de concentración mientras añadía media taza de nata y al menos tres cucharadas de azúcar.
Embelesado, Joseph se llevó la taza a los labios y de repente sintió deseos de haber añadido lo mismo. El café estaba muy amargo, casi imbebible, pero lo había hecho ella, y Joseph fingió no notarlo.
—Esta mañana me has estado observando —lo amonestó en voz baja.
Él esbozó una sonrisita.
—Una fea costumbre que, imagino, me perseguirá durante los próximos cincuenta años.
Ella sonrió, bajando la mirada mientras se recostaba en la silla.
—Así lo espero.
Era su primera concesión verbal a su aceptación de pasar toda una vida junto a él, y el pensamiento, la mera idea hizo que el corazón de Joseph se desbocara. Le dio otro trago a aquel café increíblemente horrible para ocultar su expresión de euforia, por si ella decidía levantar la vista.
—¿Cómo entraste aquí, ____?
Ella miró fijamente los bombones.
—Encontré una llave debajo de una maceta, en los escalones de piedra que llevan a la entrada del servicio.
—Mi ama de llaves, Gerty, es bastante olvidadiza —le explicó sin mostrar ninguna sorpresa.
—Eso supuse.
—¿En serio?
Ella desoyó la insinuación contenida en la sencilla pregunta, decidiendo en apariencia que él no tenía que decir en voz alta que nunca dejaría una llave a una amante para que entrara por la puerta de servicio. Eso era exagerado, y ella lo sabía.
____ le dio por fin un sorbo al café, y puso cara de asco.
—No está muy bueno...
—Está excelente —la contradijo Joseph, llevándose la taza a los labios sin expresión—. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
Aquello la hizo sentir incómoda, y se retorció en la silla lo suficiente para que la seda se abriera un poco más, dejando al descubierto el pecho derecho casi hasta el pezón. Aunque ella no se dio cuenta, y Joseph no se sintió inclinado a decírselo.
____ miró a través de la ventana.
—Llevo aquí desde el martes.
Eso lo sobresaltó.
—¿No has ido a tu casa?
—No. Te he estado esperando.
Joseph supo que había sonreído abiertamente al oír la contestación. Tal vez demasiado.
____ se tocó un mechón suelto del pelo y se lo enrolló en el dedo con aire ausente.
—Tus criados volverán pronto, ¿no es así?
—Quizá les pida que vuelvan el lunes —contestó—. Solo son dos, y les pago de todas maneras.
—Entonces me puedo quedar el fin de semana.
No era una pregunta fortuita, sino una afirmación intencionada llena de esperanza, y de pronto, quiso sentársela en el regazo, que su boca se demorase en la suya, que su desnudo trasero se frotara contra él.
—Tengo que saber algunas cosas, Joseph.
Este se llevó la taza a los labios.
—¿Mmm?
Segundos más tarde, ____ volvió a mirarle a los ojos inquisitivamente.
—Primero —empezó ella con aire pensativo—, más allá del hecho de que sé que Luis Felipe está vivo y a salvo y que sigue en el poder, no tengo ni idea de qué ocurrió en París después de mi partida.
Joseph levantó las cejas y se relajó en la silla.
—Bueno, la verdad es que no pasó gran cosa. El conde de Arlés y otros seis o siete legitimistas fueron detenidos el domingo por la mañana temprano. El intento de asesinato se llevó a cabo según lo planeado, y hubo una refriega entre la multitud. Pero el rey no llegó a estar nunca en verdadero peligro.
—Gracias a ti, supongo —lo dijo con una orgullosa inclinación de cabeza.
Él volvió a sonreír abiertamente.
—En realidad, no, pues de todos modos estaba bastante bien custodiado.
—Qué modesto estás hoy, Joseph.
Con un insignificante encogimiento de hombros, él admitió:
—Acepto el mérito cuando me corresponde.
Aquello casi la hizo soltar una carcajada.
—Sí, por supuesto que lo haces. Eres muy bueno en eso.
Joseph centró la atención en su taza, pasando la yema de un dedo por el borde.
—Aunque a lo largo de la ruta del desfile, resultaron heridas varias personas. Dos o tres de gravedad. La escasa información que revelé no pudo evitar la agitación. —Su expresión se hizo cautelosa, y su voz adquirió un tono de mayor seriedad—. Luis Felipe no durará más de un año, ____. Su reinado, si es que se le puede llamar así, está a punto de extinguirse ya. La gente está inquieta y preparada para el cambio.
—¿Y tu buen amigo el conde de Arlés?
Joseph sacudió la cabeza, frunciendo el ceño.
—Probablemente esté en su casa de Marsella, y que ya se haya olvidado todo el episodio. Él y los demás nobles de su generación son demasiado importantes para mantenerlos detenidos durante una época de tanta agitación civil. El gobierno francés se juega demasiado para intentar perseguir a unos hombres ricos e influyentes por una conspiración de asesinato con la que es difícil relacionarlos directamente. —Volvió a mirarla a los ojos—. Los legitimistas quieren a Enrique en el trono, y quizá acaben cumpliendo sus deseos.
____ reflexionó sobre aquello un instante, dándole sorbos al café y mirando fijamente a la mesa.
—¿Vas a decirme lo de los bombones? —insistió él por fin.
—¿Vas a contarme lo de las esmeraldas? —respondió ella con total naturalidad.
Joseph suspiró y se frotó la frente con las yemas de los dedos.
—Me había olvidado de las esmeraldas.
—¿Otra vez? —atacó ella con sarcasmo. Añadió otra cucharada más de azúcar al café y escudriñó el rostro de Joseph como haría con un niño travieso—. Esa también es uno de tus feas costumbres, Joseph. Un ladrón decente no debería olvidarse de los objetos de su trabajo con tanta frecuencia.
—Esa es la razón de que te necesite, ____ —admitió—. Me estoy haciendo demasiado viejo para hacer este trabajo solo. Me estoy volviendo olvidadizo.
Ella lo miró fijamente con severidad.
—Ni siquiera has cumplido los treinta. Y no cambies de tema.
Conteniendo una sonrisa, Joseph se inclinó hacia delante, apoyó los antebrazos en la dura superficie de roble de la mesa y empezó a darle vueltas a la taza en las manos.
—Entregué las esmeraldas auténticas a Madeleine en Marsella, al día siguiente de robarlas. Ella las sacó de Francia... antes del baile. No podíamos arriesgarnos a que nos las encontraran encima, una vez que el conde se diera cuenta de que tenía unas joyas de vidrio en su poder.
____ apoyó los codos en la mesa y se cubrió el rostro con las manos.
—Así que llevaste dos falsificaciones idénticas a Francia.
—Dos falsificaciones y el collar de ónice —contestó—. No sabía lo que iba a necesitar ni lo que iba a dejar en la caja fuerte la noche del baile. Al final, escogí el de ónice.
—Así que robé un collar de vidrio de tu baúl. Qué ridícula debí de parecerte.
—No te avergüences —dijo él en voz baja, observando un atisbo de rubor que se extendía por las mejillas de ____ y que ella intentó ocultar—. Tu habilidad me cogió completamente por sorpresa.
—Eso explica por qué no te enfadaste conmigo.
—No me habría enfadado contigo por robarme las esmeraldas auténticas, ____ —le aseguró en un tono cargado de profundos significados—. Estaba fascinado con todo lo relacionado contigo en tu pequeña aventura.
____ pensó en eso durante un minuto, y entonces sacudió la cabeza entre sus manos.
—Estoy furiosa. Madeleine lo sabía todo desde el principio, y sin embargo dejó que creyera que tenía las joyas auténticas, animándome a que asistiera a aquella horrible fiesta en París.
Joseph esperó antes de alargar la mano para cogerle la muñeca, lo que ____ intentó evitar en vano. Él tiró de ella y le rodeó la mano pequeña y suave con su manaza.
—Madeleine es lista, ____.
Ella gruñó y cerró fugazmente los ojos, con una mano entrelazada con la de Joseph en el borde de la mesa y la otra apoyada en la frente.
—No, es una mujer increíble. Los dos formáis un equipo magnífico.
Joseph no supo si estaba hablando en serio o si estaba siendo sarcástica, pero le frotó los dedos con el pulgar y bajó la voz hasta convertirla en una caricia tranquilizadora.
—Madeleine trabaja por su cuenta. Siempre lo ha hecho, y probablemente siempre lo haga así. Pero ella vio y comprendió enseguida que estaba consagrado a ti... que quería trabajar contigo, estar contigo. Que estaba enamorado de ti.
Los cálidos dedos de ____ se tensaron en su mano, pero Joseph los sujetó con firmeza.
—Tú y yo somos el equipo, ____. Y tú lo sabes o no estarías ahora aquí con esa seda roja sobre la piel desnuda, oliendo a flores y sábanas calientes y a una noche de sexo, provocándome con tu sonrisa y tus ojos. —Con voz grave, susurró—: Creo que es hora de que me lo digas.
El aire se inmovilizó, y sintiendo una repentina tensión en el vientre, ____ supo que había llegado el momento de su confesión. De hecho, había llegado hacía ya varias semanas. Sentado con aire de suficiencia a su lado, frotándole los dedos con los suyos, esperando con arrogancia a que ella revelara sus secretos ocultos, Joseph también fue consciente del hecho.
____ se irguió un poco y cubrió su taza de café con la mano derecha, cerrándola sobre ella mientras se le aceleraba el pulso por lo que se avecinaba y por un paralizador miedo a lo desconocido. Joseph percibió su resistencia a empezar, pero no dijo nada, limitándose a observarla con intensidad con sus hermosos ojos, que tenía clavados en los de ____ para acariciarle sus sentimientos más íntimos.
—Madeleine es inteligente, Joseph —empezó con voz áspera.
Aquello no era lo que él quería oír. No había esperado que hablaran más de la francesa, y no pudo evitar la consternación que apareció en su expresión, la cual, tuvo que admitir ____, la complacía.
Ella intentó sonreír.
—Los bombones fueron idea de ella.
El interés y la confusión hicieron que Joseph arrugara la frente en ese momento.
—Bueno, no exactamente —aclaró ella, negando imperceptiblemente con la cabeza. ____ hizo una pausa para ordenar sus ideas, y él aumentó aún más la presión sobre sus dedos—. Le dije a Madeleine que pensaba que me habías roto el corazón aquella noche que me entregué a ti. Ella te defendió, diciendo que eso no podía haber ocurrido, a menos que también te hubiera entregado mi corazón. —Echó una rápida mirada a los bombones y volvió a mirar la cara de Joseph, ya con un nudo en el estómago, el pulso desbocado y la boca seca—. Pero en realidad eso no lo hice nunca, ¿verdad Joseph?
Con el cuerpo paralizado, Joseph apenas respiró.
—No.
Ella le sostuvo la mirada.
—Para eso son los bombones —reveló ella con una respiración áspera y nerviosa—. Simbolizan mi corazón. Y te lo entrego en este momento.
Durante un instante interminable él la miró fijamente a los ojos, aferrado a sus dedos. Entonces, susurró:
—¿Por qué?
____ sucumbió a las lágrimas, incapaz ya de contenerlas.
—Porque te amo.
Fue como si en aquel instante a Joseph se le hubieran revelado los misterios del universo. El aire silbó entre sus dientes cuando respiró, y sus ojos, sus rasgos, todas las partes de su cuerpo, sonrieron con un placer intenso, que ____ sintió como un dolor en su pecho.
—Tengo miedo de hacerlo, Joseph.
Él la acarició con la mirada, y su pulgar, los dedos.
—Ya lo sé.
____ bajó las pestañas finalmente, clavando la mirada en la taza de café con una visión borrosa y unos recuerdos muy lejanos.
—También tuviste razón. En París. Me dijiste que había empezado a quererte hace años, y es cierto. Pero no podía hablar de aquella noche, porque estaba avergonzada por lo ocurrido; por la manera en que te besé y las cosas que te dije. Todo lo ocurrido aquel día me avergonzaba. —Sacudió la cabeza—. Fui tan tonta entonces...
—No me pareció que fueras tonta. Me pareciste encantadora y preciosa, todo candidez.
Aquellas palabras, murmuradas en voz baja, tenían la intención de tranquilizarla, pero la derritieron.
—A mí también me pareció que eras hermoso, Joseph, y gallardo y sofisticado. Después de aquella noche estuve meses soñando contigo. Soñaba con que posabas tus labios en los míos, y también con que me decías que me amabas.
—Eras muy joven, ____.
Ella levantó la vista para volver a mirarlo, y la mirada que él le dedicó —rebosante de una dulzura tan absoluta y de una comprensión tan entusiasta de sus sentimientos — casi la dejó sin resuello. Se le hizo un nudo en la garganta, y tragó con dificultad, mientras se limpiaba una lágrima solitaria que se deslizó por su mejilla.
—Sí, era joven —afirmó ella con voz ausente y ronca—. E ingenua. Entonces no te conocía, en realidad no sabía nada, excepto que en mi corazón te quería con un amor inocente y pequeño... como el que se siente por la belleza de una rosa o por la suave melodía de un violín o un arpa. —Su mirada se hizo intensa—. Pero el amor que siento por ti ahora es diferente. Conozco tus vicios y tus virtudes, y tus estados de ánimo. Sé lo mucho que te adoran las mujeres...
—____...
—Chist... Déjame terminar, Joseph, cariño mío, antes de que pierda los nervios.
Él se llevó una mano de ____ a los labios y le besó tiernamente los dedos, los nudillos y la muñeca hasta hacerla sentir un hormigueo dentro de sí. Sin embargo, Joseph no apartó los ojos de su cara ni un instante.
—Te quiero mucho más tal como eres hoy —prosiguió ella con apasionamiento—. No serías quien eres sin la experiencia de tu pasado, y este incluye las mujeres que has conocido. Te quiero por tu humor ingenioso y la manera tan inteligente de funcionar que tiene tu cabeza para poner de relieve el bien supremo. Amo la manera que tienes de discutir conmigo sobre tonterías, como cuál es el vino adecuado para comer o cómo robar una caja fuerte. Adoro la manera que tienes de halagarme con una pequeña y sugerente mirada, y de tomarme el pelo con la voz, y de hacerme el amor como si estuvieras compartiendo los secretos y anhelos de tu corazón. Sé cuánto adoras tu ridícula colección de armas, y el teatro, y el buen brandy y las ropas caras. Sé que tu color favorito es el rojo rubí brillante y que tu mayor preocupación, tu mayor temor, es perderme.
Él dejó de besarla gradualmente a medida que ____ fue desgranando su íntima revelación, y su respiración empezó a hacerse irregular y áspera, lo que ella sintió en la muñeca. Durante uno o dos segundos ____ tuvo la seguridad de que él estaba a punto de perder la serenidad delante de ella.
____ sonrió con labios temblorosos y le apretó la mano, y su voz volvió a descender hasta convertirse de nuevo en un susurro de profunda intención y ferviente convicción.
—Te he dicho que entonces te amaba como a una rosa o a un arpa (algo inocente y deliciosamente dulce), y así era. Pero ahora, Joseph, te quiero como... a un invernadero rebosante del resplandeciente color y el aroma de cientos de flores exóticas; como a una orquesta sinfónica, desde las flautas hasta las trompas, pasando por los violoncelos, que interpretara brillantes conciertos y valses hermosos.
Se inclinó hacia él, y le acarició los nudillos con el pulgar.
—No necesito prometer que te quiero, Joseph. Mi amor es suficiente para toda una vida, y tú lo sabes. —Con los ojos llenos de lágrimas una vez más, confesó con calidez—: Pero, en este mismo instante, te juro que si prometes cuidar mi corazón con todo tu amor y bondad, me entregaré a ti completamente, te seré absolutamente fiel y confiaré en ti siempre con todo mi ser.
Joseph permaneció un buen rato mirándola fijamente. Le había dado más de lo que esperaba oír, mucho más. ____ percibió la perplejidad en la mirada de Joseph, la sintió fluir desde él a raudales, y de repente, la emoción afloró, y el amor que él sentía hacia ella se convirtió en una fuerza evidente que irradió de él con alegría, envolviendo a ____ para arrasar con el pasado. Eternamente.
—____...
Fue una súplica susurrada para que se acercara a él, y ella respondió levantándose sobre unas piernas inseguras y dando dos pasos para rodear la mesa hasta su lado. Joseph se llevó los nudillos de ____ a la boca, esta vez sin besarlos, solo apoyándolos contra él, y deslizó los dedos de la mano libre por el salto de cama de seda, cuando ella se detuvo delante de él, desde el lateral del pecho hasta la cadera, y de ahí al muslo. Entonces, tiró de ella para sentársela por fin sobre el regazo.
____ se acomodó encima de él, y con el poderoso abrazo de Joseph el mundo exterior empezó a diluirse, movió el trasero contra las caderas de él y le rodeó con los brazos, acurrucando la cabeza en su cuello.
—Jamás te romperé el corazón —le aseguró él con un juramento violento y susurrado, con la mejilla en su sien y los labios contra su oreja.
La fuerza de su convicción hizo que ____ se desmoronara y empezara a llorar dulcemente y en silencio contra él.
Joseph la abrazó con suavidad durante unos minutos, le quitó la pinza de la cabeza para que la mata de pelo le cayera libremente sobre los hombros y la espalda, y la acunó entre sus brazos.
—¿Sabes, ____, cariño, que desde aquella noche de hace cinco años en el jardín no he podido apartarte de mi mente ni un instante?
Ella gimoteó, pero no movió la cabeza del cuello de Joseph.
—¿Con semejante variedad de mujeres al alcance de tu mano? No te creo.
Él se rió entre dientes con un temblor que sacudió la columna vertebral de ____.
—Te mentí en Marsella —admitió él, escogiendo las palabras con cuidado—. La verdad es que después de aquella noche, no pregunté por ti ocasionalmente... Estuve pensando en ti sin cesar durante meses, al cabo de los cuales empecé a hacer averiguaciones acerca de ti.
Ella se paralizó entre sus brazos, pero Joseph prosiguió sin advertirlo.
—Sabía quiénes eran tus pretendientes, pero cuando más me irrité fue al enterarme de que Geoffrey Blythe iba con intenciones serias, porque me parecía evidente que no encajabais. —Con un atisbo de turbación, añadió lentamente—: Nada menos que siete veces durante los últimos cinco años, ____, me vestí para que te fijaras en mí y salí de esta casa decidido a visitarte formalmente.
____ se quedó pasmada al oír aquello y, asustada, levantó la cabeza para sostenerle la mirada.
Joseph sonrió cínicamente.
—Conociendo mi reputación, y sobre todo después de compartir aquel increíble primer beso y tu inocente confesión de que me amabas, no estaba seguro de cómo me recibirías. Y por culpa de esa incertidumbre, nunca llegué ni a pasarme por tu calle, excepto una vez. Fue hace cosa de un año, y la verdad es que llegué a llamar al timbre y a hablar con la doncella, pero tú no estabas, y me puse tan nervioso que se me olvidó dejar una tarjeta de visita.
Ella le recorrió el rostro con la mirada, mientras Joseph le deslizaba la palma por la mejilla húmeda.
—Te juro que fue el destino quien hizo que entraras en mi casa cuando lo hiciste. Te sentías avergonzada de estar aquí, pero hasta cierto punto lo esperaba. Fue una sorpresa descubrirte en mi estudio aquella mañana, aunque no lo fue tanto que volvieras a entrar en mi vida. —Le tomó firmemente el mentón con los dedos cuando su tono se llenó de pasión—. Es tanta la vitalidad que irradias, y tu presencia y amistad enriquece mi vida en tantos aspectos, dándome algo que jamás había experimentado con nadie... Soñaba con amarte de esta manera, ____, y sí, con cuidarte. Siempre lo haré.
Ella pensó que jamás en su vida la había conmovido tanto una confesión. Los hermosos ojos ambarinos de Joseph se clavaron en los suyos despertando en ella vividos recuerdos y una esperanza honesta. Le colocó la palma de la mano en la mejilla y la arrastró sobre la barba de un día, y el cosquilleo que sintió en sus sensibles dedos hizo que los de los pies se le encogieran y que el deseo por Joseph ardiera de nuevo. Luego, le rozó los labios con la boca, besándolos, saboreando el persistente rastro del café y aspirando el aroma cálido y masculino de su piel.
Él respondió de la misma manera, acercándosela y soltándole el fajín de la cintura, exigiendo más, mientras extendía las manos para acariciarle la espalda y las caderas con unas sensuales caricias.
—Cásate conmigo, Joseph —le suplicó ella en su boca.
—Estaba empezando a temer que no me lo pidieras nunca —susurró él con rapidez.
____ sonrió para sí, retorciéndose contra la maravillosa sensación de su incipiente erección, apoyada ya con rigidez en la curva de sus nalgas.
—Nuestro noviazgo ha sido tan poco convencional...
Él desplazó las manos hasta el pecho de ____, deslizando la palma por el pezón en pequeños círculos hasta que este se endureció y ____ suspiró por la deseada invasión.
—Para evitar los chismes —le dijo contra la boca—, le diremos a todo el mundo que te cortejé en Newburn mientras estabas visitando a tu tía abuela durante la temporada. Por supuesto, yo me encontraba allí buscando espadas inglesas antiguas.
Ella se rió en voz baja pegada a él, y Joseph se apartó un poco.
—Diremos que nos conocimos... —Inclinó la cabeza en actitud reflexiva—. En la velada de la señora Peabody.
Ella arrugó el entrecejo.
—¿Quién es la señora Peabody?
—No tengo ni idea, pero estoy seguro de que hay más de una Newburn.
—Por más ingenioso que sea tu plan, mi madre no se lo creerá —le advirtió con socarronería, pasándole los dedos por el pelo.
Él abrió los ojos retadoramente.
—Me encantará convencerla. Puedo llegar a ser muy convincente.
—Seguro —dijo ella con sequedad—. Ya me imagino que te pasarás años utilizando tu convincente atractivo con ella.
Él frunció los labios.
—Me parece... que sería más exacto decir perfeccionarlo con ella. —A ____ se le escapó otra pequeña carcajada, y él se inclinó de nuevo sobre ella para acariciarle el cuello con la nariz—. ¿Y qué pasa con tu padre?
____ inclinó la cabeza para facilitarle la labor.
—A estas alturas, mi padre consentiría que me casara con quien fuera.
Joseph rió entre dientes.
—Entonces, tendrás que cargar conmigo, me temo.
—Creo que puedo llegar a ser feliz —dijo con un ronroneo.
Joseph volvió a mover los labios provocativamente sobre su piel.
—Arreglado el asunto de la respetabilidad del noviazgo, podemos casarnos dentro de un mes.
—Eso no es tiempo suficiente para planificar una boda, Joseph.
—____, tenemos que evitar el escándalo —le aclaró, mientras le mordisqueaba el lóbulo—. No vaya a ser que te haya dejado embarazada.
____ se ruborizó.
—¡Oh!
Más que verla, ____ sintió la amplia sonrisa de satisfacción de Joseph, y le molestó que disfrutara poniéndola nerviosa con semejantes consideraciones.
—Y a propósito de tus padres —le susurró él con la boca sobre la piel—. Resolví el pequeño problema de tu madre. —Le apartó la seda del hombro y le recorrió el cuello con la lengua.
—¿Cuál... ?
—El problema de las cartas —le explicó al cabo de unos segundos, con su frío aliento contra la piel repentinamente ardiente de ____.
Volvió a encontrarle el pezón con la mano y jugueteó con él, acariciándolo ligeramente con la uña del pulgar. Luego, se inclinó y lo lamió, lo chupó, y ella reaccionó alargando la mano y pasándole los dedos por el pelo, disfrutando del penetrante y cosquilleante placer que sentía entre las piernas.
—Mmm...
—¿Me has oído, ____?
Dejó de torturarla con las manos y la boca hasta que ella abrió los ojos para mirarlo.
—¿Qué pasa con las cartas? —le preguntó ella con mucha prisa.
—¿Te acuerdas de un lacayo que trabajó en tu casa llamado John Russell?
____ se esforzó en aclararse las ideas, en concentrarse en lo que él había dicho exactamente.
—Creo que sí.
Pero Joseph le estaba poniendo realmente difícil poder concentrarse. Le apartó la seda hasta que la bata se abrió completamente y se deslizó por los costados de ____. Entonces, le bajó y le bajó la mano por el vientre hasta que se la ahuecó entre los muslos.
—Joseph...
—Russell fue despedido hace tres años por tu madre por robar la plata —prosiguió él, observándola, hablando ya trabajosamente a causa de su propio deseo.
Empezó a acariciarla de manera deliberada, mientras ella intentaba esforzarse en prestar atención a lo que él estaba diciendo.
—Oyó casualmente las discusiones entre tus padres, y cuando se le obligó a marcharse sin ninguna referencia, empezó a chantajear a tu madre con los rumores de su romance. Nunca hubo ninguna carta... al menos en Inglaterra.
A través de la niebla y de la persuasión cada vez más íntima del cuerpo de Joseph, ____ empezó a comprender sus palabras. Le cogió de la muñeca para inmovilizarle la mano.
—¿Qué estás diciendo, Joseph?
Él sonrió casi con timidez.
—En menos de una hora, sir Guy Phillips y una o dos personas más van a pasar a visitar a Russell a su casa, donde descubrirán las valiosas esmeraldas del duque de Newark en un bote de harina. Informarán a ese tipo de que a cambio del silencio sobre tu madre, no lo detendrán ni lo juzgarán por el robo de un collar que, por supuesto, él no ha robado. Las esmeraldas serán devueltas a sus legítimos dueños, y tu madre se verá por fin libre de su escandaloso secreto.
El corazón de ____ latió con fuerza de pura emoción, por la pasión física que él alimentaba dentro de ella con tanta ternura, por la euforia de la conquista del Caballero Negro en su honor, pero, sobre todo, por la alegría de descubrir el amor en Joseph Jonas.
—Has hecho eso por mí —dijo ____ con un sobrecogimiento que no pudo ocultar.
La expresión de Joseph se ablandó, mientras reanudada las sensuales caricias con los dedos.
—Anoche, antes de volver a casa. —Le puso los labios en la boca una vez más para susurrar—: Haría lo que fuera por ti, ____.
Y ella lo creyó.
—Ámame...
—Ya lo hago.
—Llévame a la cama —le suplicó ella.
La agarró con fuerza de la nuca y le plantó la boca con firmeza en la suya para besarla con intensidad, invadiéndola con la lengua, que movió lentamente por sus labios haciendo que el cuerpo de ____ se convirtiera en fuego líquido. La hizo esperar, la volvió loca de deseo mientras le deslizaba los dedos rítmicamente sobre el calor resbaladizo de su entrepierna.
____ consiguió apartar la cara a duras penas.
—Joseph, ahora.
Él la levantó fácilmente en sus brazos.
—Dentro de cinco semanas partiré hacia Ámsterdam —mencionó como si se acordara de repente, rozando la mejilla contra la de ____ mientras la subía por la escalera—. Para robar en una subasta un Rembrandt previamente robado.
—Fantástico...
—¿Me acompañas?
—Qué pregunta más ridícula, Joseph —contestó ella sin resuello, estrechando los brazos con más fuerza alrededor de su cuello y apretándole los senos contra el pecho. Tras desrizarle los labios por la oreja, admitió en un susurro—: Ya estoy eligiendo mentalmente mi vestuario.
Joseph dio un traspié y a punto estuvo de dejarla caer antes de llegar al dormitorio.
Levantó un párpado, sin abrir del todo el ojo, y alargó la palma de la mano hacia ella, pero no la encontró a su lado. Entonces la oyó moverse abajo, en la cocina, y el dulce zumbido de su voz fue suficiente para sacarlo de debajo de la colcha.
Se vistió de cintura para abajo, se salpicó la cara con agua fría de la jarra llena de la jofaina, se pasó los dedos todavía húmedos por el pelo y salió del dormitorio.
Bajó las escaleras deprisa y recorrió el pasillo a grandes zancadas, pero se detuvo en la puerta de su cocina, porque la repentina visión de ____ lo deslumbró.
Estaba de pie junto a la cocina, vuelta hacia él con las manos a la espalda y vestida solo con un salto de cama rojo oscuro, atado a la cintura con un fajín, lo que dejaba la prenda abierta desde los muslos hasta abajo y con un gran escote entre los pechos. Se había recogido el pelo suelto con pinzas en lo alto de la cabeza, aunque unos cuantos mechones rizados le caían desordenadamente por las sienes, el cuello y la espalda.
____ le lanzó una sonrisa titubeante, y sus mejillas se tiñeron ligeramente de rosa cuando se dio cuenta de la presencia de Joseph, mirándolo a través de unas pestañas medio levantadas; él tuvo la certeza de que no había visto jamás nada más seductor en su vida.
¡Dios santo!, era tan hermosa, tan dulce, tan suave y femenina que lo conmovía en aspectos que jamás habría imaginado. Joseph sintió el cuerpo tenso, se le cortó la respiración, y se preguntó qué pensaría ella si le tirara lentamente del fajín y le bajara la lengua por el hombro hasta hacerla gemir y entonces la poseyera...
—Te he hecho el café —dijo ella con timidez.
—Feliz y satisfecho como jamás había estado antes es lo que me has hecho, ____ —la corrigió, arrastrando lentamente las palabras con voz susurrante.
Una sonrisa volvió a iluminar el rostro de ____, quien miró hacia sus pies descalzos para huir de la ardiente mirada de Joseph.
—Estás delirando.
Él rió entre dientes y se acercó lentamente hacia ella.
—Creo que sería más exacto decir que soy dichoso y que lo sé.
Ella negó con la cabeza y susurró:
—Joseph, anoche...
—Fue perfecto —terminó por ella.
____ casi soltó una carcajada, pero logró contenerse con dificultad.
—Eso no era lo que iba a decir.
Él le cogió la barbilla entre los dedos y le levantó la cara para que no pudiera rehuir su mirada.
—¿Ibas a decir que fue menos que perfecto? —Los ojos de Joseph se abrieron con una pena ingenua—. Estoy desolado.
El cuello de la bata de ____ amenazaba con deslizársele por el brazo, y ella tiró de la prenda para subírselo en un intento de mantener la seriedad, aun cuando sus ojos sé entrecerraron divertidos.
—Tenemos que hablar de temas serios, antes de que nos metamos en algo... íntimo.
—Ah... por supuesto. —Él le soltó la barbilla y miró por encima del hombro de ____—. Está hirviendo.
____ se volvió con torpeza en el exiguo espacio que quedaba entre el pecho desnudo de Joseph y la cocina.
—Al fin. Ve a sentarte a la mesa.
Joseph consideró lo de apartarse de la calidez absorbente de su cuerpo y del olor a lilas de su pelo, pero hacerlo era muy difícil. ¿Y eran lilas? No era capaz de recordar cómo olían las lilas exactamente, pero se suponía que tenían un olor fuerte, y el pelo de ____ olía a limpio y a flores, por supuesto, y él lo percibía con fuerza contra su...
—Joseph, siéntate —le ordenó, encogiendo y levantando un hombro contra su cara entrometida—. Me estás respirando en el cuello.
Él suspiró ruidosamente y masculló:
—Si insistes.
—Insisto.
Joseph le deslizó la lengua por el suave borde de la oreja. Ella se estremeció, pero no hizo caso, y él se apartó por fin del sensual tacto de la bata de seda, que le rozaba el pecho, y se dirigió a la mesa de roble, donde habían tomado su primer café juntos hacía más de dos meses.
Sin embargo, esa mañana ella ya había preparado servicios para dos, con platos, cucharas, un azucarero y una jarrita de crema que había colocado entre ellos. En el centro de la mesa había unos bombones, dispuestos en un plato formando un corazón.
Joseph se los quedó mirando desconcertado, con la cabeza ladeada y una sonrisa sinuosa en la boca.
—¿Bombones para desayunar?
Ella no dijo nada, y al cabo de uno o dos segundos, Joseph se volvió para mirarla. ____ llevaba las tazas en las manos mientras caminaba en dirección a Joseph, procurando no mirarlo.
—¿Qué es esto? —preguntó él con suspicacia, sacando la silla para que se sentara ____.
Ella la lanzó una mirada maliciosa y colocó las tazas de café llenas sobre los platos.
—Es simbólico, pero te lo explicaré dentro de un momento.
Absteniéndose de hacer comentarios sobre el simbolismo de los bombones a las siete y media de la mañana, se sentó después de que lo hiciera ella, a su lado, estudiándola y observando el nacarado escote expuesto entre la seda carmesí, las largas pestañas, en ese momento bajadas, la forma que tenía su frente de arrugarse formando dos líneas de concentración mientras añadía media taza de nata y al menos tres cucharadas de azúcar.
Embelesado, Joseph se llevó la taza a los labios y de repente sintió deseos de haber añadido lo mismo. El café estaba muy amargo, casi imbebible, pero lo había hecho ella, y Joseph fingió no notarlo.
—Esta mañana me has estado observando —lo amonestó en voz baja.
Él esbozó una sonrisita.
—Una fea costumbre que, imagino, me perseguirá durante los próximos cincuenta años.
Ella sonrió, bajando la mirada mientras se recostaba en la silla.
—Así lo espero.
Era su primera concesión verbal a su aceptación de pasar toda una vida junto a él, y el pensamiento, la mera idea hizo que el corazón de Joseph se desbocara. Le dio otro trago a aquel café increíblemente horrible para ocultar su expresión de euforia, por si ella decidía levantar la vista.
—¿Cómo entraste aquí, ____?
Ella miró fijamente los bombones.
—Encontré una llave debajo de una maceta, en los escalones de piedra que llevan a la entrada del servicio.
—Mi ama de llaves, Gerty, es bastante olvidadiza —le explicó sin mostrar ninguna sorpresa.
—Eso supuse.
—¿En serio?
Ella desoyó la insinuación contenida en la sencilla pregunta, decidiendo en apariencia que él no tenía que decir en voz alta que nunca dejaría una llave a una amante para que entrara por la puerta de servicio. Eso era exagerado, y ella lo sabía.
____ le dio por fin un sorbo al café, y puso cara de asco.
—No está muy bueno...
—Está excelente —la contradijo Joseph, llevándose la taza a los labios sin expresión—. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
Aquello la hizo sentir incómoda, y se retorció en la silla lo suficiente para que la seda se abriera un poco más, dejando al descubierto el pecho derecho casi hasta el pezón. Aunque ella no se dio cuenta, y Joseph no se sintió inclinado a decírselo.
____ miró a través de la ventana.
—Llevo aquí desde el martes.
Eso lo sobresaltó.
—¿No has ido a tu casa?
—No. Te he estado esperando.
Joseph supo que había sonreído abiertamente al oír la contestación. Tal vez demasiado.
____ se tocó un mechón suelto del pelo y se lo enrolló en el dedo con aire ausente.
—Tus criados volverán pronto, ¿no es así?
—Quizá les pida que vuelvan el lunes —contestó—. Solo son dos, y les pago de todas maneras.
—Entonces me puedo quedar el fin de semana.
No era una pregunta fortuita, sino una afirmación intencionada llena de esperanza, y de pronto, quiso sentársela en el regazo, que su boca se demorase en la suya, que su desnudo trasero se frotara contra él.
—Tengo que saber algunas cosas, Joseph.
Este se llevó la taza a los labios.
—¿Mmm?
Segundos más tarde, ____ volvió a mirarle a los ojos inquisitivamente.
—Primero —empezó ella con aire pensativo—, más allá del hecho de que sé que Luis Felipe está vivo y a salvo y que sigue en el poder, no tengo ni idea de qué ocurrió en París después de mi partida.
Joseph levantó las cejas y se relajó en la silla.
—Bueno, la verdad es que no pasó gran cosa. El conde de Arlés y otros seis o siete legitimistas fueron detenidos el domingo por la mañana temprano. El intento de asesinato se llevó a cabo según lo planeado, y hubo una refriega entre la multitud. Pero el rey no llegó a estar nunca en verdadero peligro.
—Gracias a ti, supongo —lo dijo con una orgullosa inclinación de cabeza.
Él volvió a sonreír abiertamente.
—En realidad, no, pues de todos modos estaba bastante bien custodiado.
—Qué modesto estás hoy, Joseph.
Con un insignificante encogimiento de hombros, él admitió:
—Acepto el mérito cuando me corresponde.
Aquello casi la hizo soltar una carcajada.
—Sí, por supuesto que lo haces. Eres muy bueno en eso.
Joseph centró la atención en su taza, pasando la yema de un dedo por el borde.
—Aunque a lo largo de la ruta del desfile, resultaron heridas varias personas. Dos o tres de gravedad. La escasa información que revelé no pudo evitar la agitación. —Su expresión se hizo cautelosa, y su voz adquirió un tono de mayor seriedad—. Luis Felipe no durará más de un año, ____. Su reinado, si es que se le puede llamar así, está a punto de extinguirse ya. La gente está inquieta y preparada para el cambio.
—¿Y tu buen amigo el conde de Arlés?
Joseph sacudió la cabeza, frunciendo el ceño.
—Probablemente esté en su casa de Marsella, y que ya se haya olvidado todo el episodio. Él y los demás nobles de su generación son demasiado importantes para mantenerlos detenidos durante una época de tanta agitación civil. El gobierno francés se juega demasiado para intentar perseguir a unos hombres ricos e influyentes por una conspiración de asesinato con la que es difícil relacionarlos directamente. —Volvió a mirarla a los ojos—. Los legitimistas quieren a Enrique en el trono, y quizá acaben cumpliendo sus deseos.
____ reflexionó sobre aquello un instante, dándole sorbos al café y mirando fijamente a la mesa.
—¿Vas a decirme lo de los bombones? —insistió él por fin.
—¿Vas a contarme lo de las esmeraldas? —respondió ella con total naturalidad.
Joseph suspiró y se frotó la frente con las yemas de los dedos.
—Me había olvidado de las esmeraldas.
—¿Otra vez? —atacó ella con sarcasmo. Añadió otra cucharada más de azúcar al café y escudriñó el rostro de Joseph como haría con un niño travieso—. Esa también es uno de tus feas costumbres, Joseph. Un ladrón decente no debería olvidarse de los objetos de su trabajo con tanta frecuencia.
—Esa es la razón de que te necesite, ____ —admitió—. Me estoy haciendo demasiado viejo para hacer este trabajo solo. Me estoy volviendo olvidadizo.
Ella lo miró fijamente con severidad.
—Ni siquiera has cumplido los treinta. Y no cambies de tema.
Conteniendo una sonrisa, Joseph se inclinó hacia delante, apoyó los antebrazos en la dura superficie de roble de la mesa y empezó a darle vueltas a la taza en las manos.
—Entregué las esmeraldas auténticas a Madeleine en Marsella, al día siguiente de robarlas. Ella las sacó de Francia... antes del baile. No podíamos arriesgarnos a que nos las encontraran encima, una vez que el conde se diera cuenta de que tenía unas joyas de vidrio en su poder.
____ apoyó los codos en la mesa y se cubrió el rostro con las manos.
—Así que llevaste dos falsificaciones idénticas a Francia.
—Dos falsificaciones y el collar de ónice —contestó—. No sabía lo que iba a necesitar ni lo que iba a dejar en la caja fuerte la noche del baile. Al final, escogí el de ónice.
—Así que robé un collar de vidrio de tu baúl. Qué ridícula debí de parecerte.
—No te avergüences —dijo él en voz baja, observando un atisbo de rubor que se extendía por las mejillas de ____ y que ella intentó ocultar—. Tu habilidad me cogió completamente por sorpresa.
—Eso explica por qué no te enfadaste conmigo.
—No me habría enfadado contigo por robarme las esmeraldas auténticas, ____ —le aseguró en un tono cargado de profundos significados—. Estaba fascinado con todo lo relacionado contigo en tu pequeña aventura.
____ pensó en eso durante un minuto, y entonces sacudió la cabeza entre sus manos.
—Estoy furiosa. Madeleine lo sabía todo desde el principio, y sin embargo dejó que creyera que tenía las joyas auténticas, animándome a que asistiera a aquella horrible fiesta en París.
Joseph esperó antes de alargar la mano para cogerle la muñeca, lo que ____ intentó evitar en vano. Él tiró de ella y le rodeó la mano pequeña y suave con su manaza.
—Madeleine es lista, ____.
Ella gruñó y cerró fugazmente los ojos, con una mano entrelazada con la de Joseph en el borde de la mesa y la otra apoyada en la frente.
—No, es una mujer increíble. Los dos formáis un equipo magnífico.
Joseph no supo si estaba hablando en serio o si estaba siendo sarcástica, pero le frotó los dedos con el pulgar y bajó la voz hasta convertirla en una caricia tranquilizadora.
—Madeleine trabaja por su cuenta. Siempre lo ha hecho, y probablemente siempre lo haga así. Pero ella vio y comprendió enseguida que estaba consagrado a ti... que quería trabajar contigo, estar contigo. Que estaba enamorado de ti.
Los cálidos dedos de ____ se tensaron en su mano, pero Joseph los sujetó con firmeza.
—Tú y yo somos el equipo, ____. Y tú lo sabes o no estarías ahora aquí con esa seda roja sobre la piel desnuda, oliendo a flores y sábanas calientes y a una noche de sexo, provocándome con tu sonrisa y tus ojos. —Con voz grave, susurró—: Creo que es hora de que me lo digas.
El aire se inmovilizó, y sintiendo una repentina tensión en el vientre, ____ supo que había llegado el momento de su confesión. De hecho, había llegado hacía ya varias semanas. Sentado con aire de suficiencia a su lado, frotándole los dedos con los suyos, esperando con arrogancia a que ella revelara sus secretos ocultos, Joseph también fue consciente del hecho.
____ se irguió un poco y cubrió su taza de café con la mano derecha, cerrándola sobre ella mientras se le aceleraba el pulso por lo que se avecinaba y por un paralizador miedo a lo desconocido. Joseph percibió su resistencia a empezar, pero no dijo nada, limitándose a observarla con intensidad con sus hermosos ojos, que tenía clavados en los de ____ para acariciarle sus sentimientos más íntimos.
—Madeleine es inteligente, Joseph —empezó con voz áspera.
Aquello no era lo que él quería oír. No había esperado que hablaran más de la francesa, y no pudo evitar la consternación que apareció en su expresión, la cual, tuvo que admitir ____, la complacía.
Ella intentó sonreír.
—Los bombones fueron idea de ella.
El interés y la confusión hicieron que Joseph arrugara la frente en ese momento.
—Bueno, no exactamente —aclaró ella, negando imperceptiblemente con la cabeza. ____ hizo una pausa para ordenar sus ideas, y él aumentó aún más la presión sobre sus dedos—. Le dije a Madeleine que pensaba que me habías roto el corazón aquella noche que me entregué a ti. Ella te defendió, diciendo que eso no podía haber ocurrido, a menos que también te hubiera entregado mi corazón. —Echó una rápida mirada a los bombones y volvió a mirar la cara de Joseph, ya con un nudo en el estómago, el pulso desbocado y la boca seca—. Pero en realidad eso no lo hice nunca, ¿verdad Joseph?
Con el cuerpo paralizado, Joseph apenas respiró.
—No.
Ella le sostuvo la mirada.
—Para eso son los bombones —reveló ella con una respiración áspera y nerviosa—. Simbolizan mi corazón. Y te lo entrego en este momento.
Durante un instante interminable él la miró fijamente a los ojos, aferrado a sus dedos. Entonces, susurró:
—¿Por qué?
____ sucumbió a las lágrimas, incapaz ya de contenerlas.
—Porque te amo.
Fue como si en aquel instante a Joseph se le hubieran revelado los misterios del universo. El aire silbó entre sus dientes cuando respiró, y sus ojos, sus rasgos, todas las partes de su cuerpo, sonrieron con un placer intenso, que ____ sintió como un dolor en su pecho.
—Tengo miedo de hacerlo, Joseph.
Él la acarició con la mirada, y su pulgar, los dedos.
—Ya lo sé.
____ bajó las pestañas finalmente, clavando la mirada en la taza de café con una visión borrosa y unos recuerdos muy lejanos.
—También tuviste razón. En París. Me dijiste que había empezado a quererte hace años, y es cierto. Pero no podía hablar de aquella noche, porque estaba avergonzada por lo ocurrido; por la manera en que te besé y las cosas que te dije. Todo lo ocurrido aquel día me avergonzaba. —Sacudió la cabeza—. Fui tan tonta entonces...
—No me pareció que fueras tonta. Me pareciste encantadora y preciosa, todo candidez.
Aquellas palabras, murmuradas en voz baja, tenían la intención de tranquilizarla, pero la derritieron.
—A mí también me pareció que eras hermoso, Joseph, y gallardo y sofisticado. Después de aquella noche estuve meses soñando contigo. Soñaba con que posabas tus labios en los míos, y también con que me decías que me amabas.
—Eras muy joven, ____.
Ella levantó la vista para volver a mirarlo, y la mirada que él le dedicó —rebosante de una dulzura tan absoluta y de una comprensión tan entusiasta de sus sentimientos — casi la dejó sin resuello. Se le hizo un nudo en la garganta, y tragó con dificultad, mientras se limpiaba una lágrima solitaria que se deslizó por su mejilla.
—Sí, era joven —afirmó ella con voz ausente y ronca—. E ingenua. Entonces no te conocía, en realidad no sabía nada, excepto que en mi corazón te quería con un amor inocente y pequeño... como el que se siente por la belleza de una rosa o por la suave melodía de un violín o un arpa. —Su mirada se hizo intensa—. Pero el amor que siento por ti ahora es diferente. Conozco tus vicios y tus virtudes, y tus estados de ánimo. Sé lo mucho que te adoran las mujeres...
—____...
—Chist... Déjame terminar, Joseph, cariño mío, antes de que pierda los nervios.
Él se llevó una mano de ____ a los labios y le besó tiernamente los dedos, los nudillos y la muñeca hasta hacerla sentir un hormigueo dentro de sí. Sin embargo, Joseph no apartó los ojos de su cara ni un instante.
—Te quiero mucho más tal como eres hoy —prosiguió ella con apasionamiento—. No serías quien eres sin la experiencia de tu pasado, y este incluye las mujeres que has conocido. Te quiero por tu humor ingenioso y la manera tan inteligente de funcionar que tiene tu cabeza para poner de relieve el bien supremo. Amo la manera que tienes de discutir conmigo sobre tonterías, como cuál es el vino adecuado para comer o cómo robar una caja fuerte. Adoro la manera que tienes de halagarme con una pequeña y sugerente mirada, y de tomarme el pelo con la voz, y de hacerme el amor como si estuvieras compartiendo los secretos y anhelos de tu corazón. Sé cuánto adoras tu ridícula colección de armas, y el teatro, y el buen brandy y las ropas caras. Sé que tu color favorito es el rojo rubí brillante y que tu mayor preocupación, tu mayor temor, es perderme.
Él dejó de besarla gradualmente a medida que ____ fue desgranando su íntima revelación, y su respiración empezó a hacerse irregular y áspera, lo que ella sintió en la muñeca. Durante uno o dos segundos ____ tuvo la seguridad de que él estaba a punto de perder la serenidad delante de ella.
____ sonrió con labios temblorosos y le apretó la mano, y su voz volvió a descender hasta convertirse de nuevo en un susurro de profunda intención y ferviente convicción.
—Te he dicho que entonces te amaba como a una rosa o a un arpa (algo inocente y deliciosamente dulce), y así era. Pero ahora, Joseph, te quiero como... a un invernadero rebosante del resplandeciente color y el aroma de cientos de flores exóticas; como a una orquesta sinfónica, desde las flautas hasta las trompas, pasando por los violoncelos, que interpretara brillantes conciertos y valses hermosos.
Se inclinó hacia él, y le acarició los nudillos con el pulgar.
—No necesito prometer que te quiero, Joseph. Mi amor es suficiente para toda una vida, y tú lo sabes. —Con los ojos llenos de lágrimas una vez más, confesó con calidez—: Pero, en este mismo instante, te juro que si prometes cuidar mi corazón con todo tu amor y bondad, me entregaré a ti completamente, te seré absolutamente fiel y confiaré en ti siempre con todo mi ser.
Joseph permaneció un buen rato mirándola fijamente. Le había dado más de lo que esperaba oír, mucho más. ____ percibió la perplejidad en la mirada de Joseph, la sintió fluir desde él a raudales, y de repente, la emoción afloró, y el amor que él sentía hacia ella se convirtió en una fuerza evidente que irradió de él con alegría, envolviendo a ____ para arrasar con el pasado. Eternamente.
—____...
Fue una súplica susurrada para que se acercara a él, y ella respondió levantándose sobre unas piernas inseguras y dando dos pasos para rodear la mesa hasta su lado. Joseph se llevó los nudillos de ____ a la boca, esta vez sin besarlos, solo apoyándolos contra él, y deslizó los dedos de la mano libre por el salto de cama de seda, cuando ella se detuvo delante de él, desde el lateral del pecho hasta la cadera, y de ahí al muslo. Entonces, tiró de ella para sentársela por fin sobre el regazo.
____ se acomodó encima de él, y con el poderoso abrazo de Joseph el mundo exterior empezó a diluirse, movió el trasero contra las caderas de él y le rodeó con los brazos, acurrucando la cabeza en su cuello.
—Jamás te romperé el corazón —le aseguró él con un juramento violento y susurrado, con la mejilla en su sien y los labios contra su oreja.
La fuerza de su convicción hizo que ____ se desmoronara y empezara a llorar dulcemente y en silencio contra él.
Joseph la abrazó con suavidad durante unos minutos, le quitó la pinza de la cabeza para que la mata de pelo le cayera libremente sobre los hombros y la espalda, y la acunó entre sus brazos.
—¿Sabes, ____, cariño, que desde aquella noche de hace cinco años en el jardín no he podido apartarte de mi mente ni un instante?
Ella gimoteó, pero no movió la cabeza del cuello de Joseph.
—¿Con semejante variedad de mujeres al alcance de tu mano? No te creo.
Él se rió entre dientes con un temblor que sacudió la columna vertebral de ____.
—Te mentí en Marsella —admitió él, escogiendo las palabras con cuidado—. La verdad es que después de aquella noche, no pregunté por ti ocasionalmente... Estuve pensando en ti sin cesar durante meses, al cabo de los cuales empecé a hacer averiguaciones acerca de ti.
Ella se paralizó entre sus brazos, pero Joseph prosiguió sin advertirlo.
—Sabía quiénes eran tus pretendientes, pero cuando más me irrité fue al enterarme de que Geoffrey Blythe iba con intenciones serias, porque me parecía evidente que no encajabais. —Con un atisbo de turbación, añadió lentamente—: Nada menos que siete veces durante los últimos cinco años, ____, me vestí para que te fijaras en mí y salí de esta casa decidido a visitarte formalmente.
____ se quedó pasmada al oír aquello y, asustada, levantó la cabeza para sostenerle la mirada.
Joseph sonrió cínicamente.
—Conociendo mi reputación, y sobre todo después de compartir aquel increíble primer beso y tu inocente confesión de que me amabas, no estaba seguro de cómo me recibirías. Y por culpa de esa incertidumbre, nunca llegué ni a pasarme por tu calle, excepto una vez. Fue hace cosa de un año, y la verdad es que llegué a llamar al timbre y a hablar con la doncella, pero tú no estabas, y me puse tan nervioso que se me olvidó dejar una tarjeta de visita.
Ella le recorrió el rostro con la mirada, mientras Joseph le deslizaba la palma por la mejilla húmeda.
—Te juro que fue el destino quien hizo que entraras en mi casa cuando lo hiciste. Te sentías avergonzada de estar aquí, pero hasta cierto punto lo esperaba. Fue una sorpresa descubrirte en mi estudio aquella mañana, aunque no lo fue tanto que volvieras a entrar en mi vida. —Le tomó firmemente el mentón con los dedos cuando su tono se llenó de pasión—. Es tanta la vitalidad que irradias, y tu presencia y amistad enriquece mi vida en tantos aspectos, dándome algo que jamás había experimentado con nadie... Soñaba con amarte de esta manera, ____, y sí, con cuidarte. Siempre lo haré.
Ella pensó que jamás en su vida la había conmovido tanto una confesión. Los hermosos ojos ambarinos de Joseph se clavaron en los suyos despertando en ella vividos recuerdos y una esperanza honesta. Le colocó la palma de la mano en la mejilla y la arrastró sobre la barba de un día, y el cosquilleo que sintió en sus sensibles dedos hizo que los de los pies se le encogieran y que el deseo por Joseph ardiera de nuevo. Luego, le rozó los labios con la boca, besándolos, saboreando el persistente rastro del café y aspirando el aroma cálido y masculino de su piel.
Él respondió de la misma manera, acercándosela y soltándole el fajín de la cintura, exigiendo más, mientras extendía las manos para acariciarle la espalda y las caderas con unas sensuales caricias.
—Cásate conmigo, Joseph —le suplicó ella en su boca.
—Estaba empezando a temer que no me lo pidieras nunca —susurró él con rapidez.
____ sonrió para sí, retorciéndose contra la maravillosa sensación de su incipiente erección, apoyada ya con rigidez en la curva de sus nalgas.
—Nuestro noviazgo ha sido tan poco convencional...
Él desplazó las manos hasta el pecho de ____, deslizando la palma por el pezón en pequeños círculos hasta que este se endureció y ____ suspiró por la deseada invasión.
—Para evitar los chismes —le dijo contra la boca—, le diremos a todo el mundo que te cortejé en Newburn mientras estabas visitando a tu tía abuela durante la temporada. Por supuesto, yo me encontraba allí buscando espadas inglesas antiguas.
Ella se rió en voz baja pegada a él, y Joseph se apartó un poco.
—Diremos que nos conocimos... —Inclinó la cabeza en actitud reflexiva—. En la velada de la señora Peabody.
Ella arrugó el entrecejo.
—¿Quién es la señora Peabody?
—No tengo ni idea, pero estoy seguro de que hay más de una Newburn.
—Por más ingenioso que sea tu plan, mi madre no se lo creerá —le advirtió con socarronería, pasándole los dedos por el pelo.
Él abrió los ojos retadoramente.
—Me encantará convencerla. Puedo llegar a ser muy convincente.
—Seguro —dijo ella con sequedad—. Ya me imagino que te pasarás años utilizando tu convincente atractivo con ella.
Él frunció los labios.
—Me parece... que sería más exacto decir perfeccionarlo con ella. —A ____ se le escapó otra pequeña carcajada, y él se inclinó de nuevo sobre ella para acariciarle el cuello con la nariz—. ¿Y qué pasa con tu padre?
____ inclinó la cabeza para facilitarle la labor.
—A estas alturas, mi padre consentiría que me casara con quien fuera.
Joseph rió entre dientes.
—Entonces, tendrás que cargar conmigo, me temo.
—Creo que puedo llegar a ser feliz —dijo con un ronroneo.
Joseph volvió a mover los labios provocativamente sobre su piel.
—Arreglado el asunto de la respetabilidad del noviazgo, podemos casarnos dentro de un mes.
—Eso no es tiempo suficiente para planificar una boda, Joseph.
—____, tenemos que evitar el escándalo —le aclaró, mientras le mordisqueaba el lóbulo—. No vaya a ser que te haya dejado embarazada.
____ se ruborizó.
—¡Oh!
Más que verla, ____ sintió la amplia sonrisa de satisfacción de Joseph, y le molestó que disfrutara poniéndola nerviosa con semejantes consideraciones.
—Y a propósito de tus padres —le susurró él con la boca sobre la piel—. Resolví el pequeño problema de tu madre. —Le apartó la seda del hombro y le recorrió el cuello con la lengua.
—¿Cuál... ?
—El problema de las cartas —le explicó al cabo de unos segundos, con su frío aliento contra la piel repentinamente ardiente de ____.
Volvió a encontrarle el pezón con la mano y jugueteó con él, acariciándolo ligeramente con la uña del pulgar. Luego, se inclinó y lo lamió, lo chupó, y ella reaccionó alargando la mano y pasándole los dedos por el pelo, disfrutando del penetrante y cosquilleante placer que sentía entre las piernas.
—Mmm...
—¿Me has oído, ____?
Dejó de torturarla con las manos y la boca hasta que ella abrió los ojos para mirarlo.
—¿Qué pasa con las cartas? —le preguntó ella con mucha prisa.
—¿Te acuerdas de un lacayo que trabajó en tu casa llamado John Russell?
____ se esforzó en aclararse las ideas, en concentrarse en lo que él había dicho exactamente.
—Creo que sí.
Pero Joseph le estaba poniendo realmente difícil poder concentrarse. Le apartó la seda hasta que la bata se abrió completamente y se deslizó por los costados de ____. Entonces, le bajó y le bajó la mano por el vientre hasta que se la ahuecó entre los muslos.
—Joseph...
—Russell fue despedido hace tres años por tu madre por robar la plata —prosiguió él, observándola, hablando ya trabajosamente a causa de su propio deseo.
Empezó a acariciarla de manera deliberada, mientras ella intentaba esforzarse en prestar atención a lo que él estaba diciendo.
—Oyó casualmente las discusiones entre tus padres, y cuando se le obligó a marcharse sin ninguna referencia, empezó a chantajear a tu madre con los rumores de su romance. Nunca hubo ninguna carta... al menos en Inglaterra.
A través de la niebla y de la persuasión cada vez más íntima del cuerpo de Joseph, ____ empezó a comprender sus palabras. Le cogió de la muñeca para inmovilizarle la mano.
—¿Qué estás diciendo, Joseph?
Él sonrió casi con timidez.
—En menos de una hora, sir Guy Phillips y una o dos personas más van a pasar a visitar a Russell a su casa, donde descubrirán las valiosas esmeraldas del duque de Newark en un bote de harina. Informarán a ese tipo de que a cambio del silencio sobre tu madre, no lo detendrán ni lo juzgarán por el robo de un collar que, por supuesto, él no ha robado. Las esmeraldas serán devueltas a sus legítimos dueños, y tu madre se verá por fin libre de su escandaloso secreto.
El corazón de ____ latió con fuerza de pura emoción, por la pasión física que él alimentaba dentro de ella con tanta ternura, por la euforia de la conquista del Caballero Negro en su honor, pero, sobre todo, por la alegría de descubrir el amor en Joseph Jonas.
—Has hecho eso por mí —dijo ____ con un sobrecogimiento que no pudo ocultar.
La expresión de Joseph se ablandó, mientras reanudada las sensuales caricias con los dedos.
—Anoche, antes de volver a casa. —Le puso los labios en la boca una vez más para susurrar—: Haría lo que fuera por ti, ____.
Y ella lo creyó.
—Ámame...
—Ya lo hago.
—Llévame a la cama —le suplicó ella.
La agarró con fuerza de la nuca y le plantó la boca con firmeza en la suya para besarla con intensidad, invadiéndola con la lengua, que movió lentamente por sus labios haciendo que el cuerpo de ____ se convirtiera en fuego líquido. La hizo esperar, la volvió loca de deseo mientras le deslizaba los dedos rítmicamente sobre el calor resbaladizo de su entrepierna.
____ consiguió apartar la cara a duras penas.
—Joseph, ahora.
Él la levantó fácilmente en sus brazos.
—Dentro de cinco semanas partiré hacia Ámsterdam —mencionó como si se acordara de repente, rozando la mejilla contra la de ____ mientras la subía por la escalera—. Para robar en una subasta un Rembrandt previamente robado.
—Fantástico...
—¿Me acompañas?
—Qué pregunta más ridícula, Joseph —contestó ella sin resuello, estrechando los brazos con más fuerza alrededor de su cuello y apretándole los senos contra el pecho. Tras desrizarle los labios por la oreja, admitió en un susurro—: Ya estoy eligiendo mentalmente mi vestuario.
Joseph dio un traspié y a punto estuvo de dejarla caer antes de llegar al dormitorio.
Fin
¡Hola chicas!
Bueno, como les había dicho antes, este es el último capítulo de la novela.
No me queda más que agradecerles a todas por seguirme hasta aquí. Espero, que les haya gustado tanto como a mí. Yo viví enamorada del personaje que interpreta Joseph. Que en realidad, su nombre es Jonathan. Y también, a veces me desesperaba la protagonista, interpretado por la rayis (xD). Su nombre en la novela es Natalie. Eso hacía que me sientiera más identificada. Pero eso no importa.
Lo único que importa, es que ustedes hayan sentido lo mismo o mucho más que yo con esta historia. Y que se hayan enamorado de Joseph. Lo cual, era inevitable.
Ahora si niñas, yo me despido, pero solo aquí :D
Muchas, muchas gracias por leerla y comentar.
:D
Besos
:hug:
Natuu!!
Bueno, como les había dicho antes, este es el último capítulo de la novela.
No me queda más que agradecerles a todas por seguirme hasta aquí. Espero, que les haya gustado tanto como a mí. Yo viví enamorada del personaje que interpreta Joseph. Que en realidad, su nombre es Jonathan. Y también, a veces me desesperaba la protagonista, interpretado por la rayis (xD). Su nombre en la novela es Natalie. Eso hacía que me sientiera más identificada. Pero eso no importa.
Lo único que importa, es que ustedes hayan sentido lo mismo o mucho más que yo con esta historia. Y que se hayan enamorado de Joseph. Lo cual, era inevitable.
Ahora si niñas, yo me despido, pero solo aquí :D
Muchas, muchas gracias por leerla y comentar.
:D
Besos
:hug:
Natuu!!
Natuu!
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
ahhhhhhhh ame la nove!!! . hermoso el final y la confesion de joe ree romanticaa :inlove: ..
Al final los dos robaran juntos ! :arre:
GRACIAS POR SUBIR LA NOVE!!
Al final los dos robaran juntos ! :arre:
GRACIAS POR SUBIR LA NOVE!!
jb_fanvanu
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
pero qe hermosa nove tambien fue
hermosa la declaracion de la rayis
y la confesion de joe fue tan romantica
de verdad ame esta nove de principio a fin
tienes toda la razon fue inevitable no amar
a Joseph muchas gracias por compartirla
con nosotras
hermosa la declaracion de la rayis
y la confesion de joe fue tan romantica
de verdad ame esta nove de principio a fin
tienes toda la razon fue inevitable no amar
a Joseph muchas gracias por compartirla
con nosotras
Nani Jonas
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Ay Natu!!
la verdad es que no me gusto la nove...me ENCANTO!!!
lo juro!! la rayis y joseph eran perfectos!!
askdhaskdhkjasd muchisisisisisisimas gracias por compartir esta nove con nosotras y la verdad que pena que se haya acabado!!!
espero subas alguna otra pronto! :D
la verdad es que no me gusto la nove...me ENCANTO!!!
lo juro!! la rayis y joseph eran perfectos!!
askdhaskdhkjasd muchisisisisisisimas gracias por compartir esta nove con nosotras y la verdad que pena que se haya acabado!!!
espero subas alguna otra pronto! :D
helado00
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
awwww fue tan hermosa
Joseph lo ame es tan lindo
Y se quedaron juntos :hug:
Gracias por subirla!!!
Joseph lo ame es tan lindo
Y se quedaron juntos :hug:
Gracias por subirla!!!
aranzhitha
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