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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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"Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Página 8 de 10. • 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
awww que lindo
Joseph es tan hermoso :hug:
Siguela!!!
Joseph es tan hermoso :hug:
Siguela!!!
aranzhitha
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
sdgasdfas ame el cap :arre: joseph fue tan tierno
Ahora ella se arrepiente :|
SIGUELAA
Ahora ella se arrepiente :|
SIGUELAA
jb_fanvanu
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Awwwn que amor que es él y rayis nooo no podes arrepentirte..el te amade verdad D: Dios, porque será tan terca la niña?
siguela pronto!!
siguela pronto!!
helado00
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
dios mio
no puedo creerlo :|
pero por que esa niña es tan terca eh? :x
yo quiero que esten juntos :(
SÍGUELA!
no puedo creerlo :|
pero por que esa niña es tan terca eh? :x
yo quiero que esten juntos :(
SÍGUELA!
fernanda
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Por que llora? D:
Joe amala.
Siguelaa
Joe amala.
Siguelaa
Creadora
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Capítulo 15
____ abrió los ojos a un rayo de sol que incidía directamente sobre su cara. Parpadeó y entrecerró los ojos ante la invasión, sin saber a ciencia cierta dónde estaba. Entonces, los recuerdos se agolparon en su cabeza mientras reconocía el dolor que sentía entre los muslos. Volvió la cabeza hacia la izquierda y descubrió que Joseph la miraba fijamente apoyado sobre un brazo, con la mejilla en la palma de la mano.
—Me encanta tu pelo —dijo él con aire pensativo, entrelazando los dedos en su cabello, que caía en cascada por toda la almohada.
____ soltó un leve gruñido, apartando los ojos de la descarada mirada de Joseph para interesarse de inmediato en los diminutos capullos de rosa color morado pintados en el techo.
—Debería habérmelo recogido.
Joseph le deslizó lentamente el pulgar por el nacimiento del pelo en la frente hasta la sien.
—Lo prefiero suelto.
—Si me lo hubiera recogido, anoche no habría ocurrido nada indecente —aclaró ella con una leve sacudida de cabeza.
Joseph curvó los labios con cierto regocijo.
—Lo que hicimos anoche habría sucedido igualmente aunque fueras calva, ____.
Ella se sintió un poco avergonzada, y lo escudriñó a través de las pestañas mientras se ponía las manos en el pecho y cruzaba los dedos. La mirada de Joseph se paseó por su camisón como si acabara de preguntarse por la razón de que ella se lo hubiera puesto; entonces, se inclinó sobre ella y le acarició las mejillas moviendo los labios atrás y adelante.
—¿Estás bien? —le preguntó él.
____ asintió levemente con la cabeza.
Al no añadir nada más, él insistió en busca de detalles.
—¿En qué piensas?
Su voz sugería preocupación por los sentimientos de ____, pero ella no podía permitirse pensar en los de él. Antes bien, volvió a fijar la mirada en el techo y dijo con sequedad:
—Que nos perdimos la cena, que todo el mundo nos oyó porque nos dejamos las ventanas abiertas y que requirió mucho más esfuerzo que el que se me dijo que debía esperar.
Él la cogió por la barbilla y le volvió la cabeza para que no tuviera más remedio que mirarlo a sus risueños ojos.
—Tú fuiste la cena más sabrosa de toda mi existencia. Y si alguien oyó algo, sencillamente supondrá que estábamos haciendo lo que hacen las parejas de casados, y la próxima vez haré yo la mayor parte del trabajo.
____ sintió que le ardían las mejillas mientras se ruborizaba hasta la raíz del cabello, e intentó sentarse.
Joseph le rodeó la cintura para sujetarla contra la cama.
—¿Y quién te dijo lo que tenías que esperar?
—Joseph...
—¿Quién?
Con un nudo en la garganta, ella respondió:
—Amy.
Joseph frunció el ceño al tiempo que hacía una mueca.
—¿Amy? ¿Tu impagable, taimada y mentirosa doncella te informó de los sucesos íntimos que tienen lugar entre un hombre y una mujer?
—Sí.
—Tendré que darle las gracias por todo lo que ha hecho por nosotros.
Aquello la calmó, aunque a Joseph no le quedó muy clara la razón de que así fuera.
—No tienes que darle las gracias por nada —replicó ella sin apasionamiento—. Lo único que me dijo fue que no tendría que hacer nada, salvo esperar a que mi marido terminara, y que eso nunca duraría más de diez minutos.
Aquello sí que divirtió a Joseph de lo lindo.
—Te prometo, que por lo que a nosotros respecta, siempre durará más de diez minutos.
____ le sostuvo audazmente la mirada. Él insistía en la suposición de que volverían a hacer aquello de nuevo, y si ella le permitía que continuara así, empezaría a creérselo ella también.
Negó con la cabeza con decisión y apretó los labios ante la inminente discusión.
—No volveremos a hacer esto, Joseph.
Él no discutió en absoluto; en su lugar, sugirió suavemente:
—Entiendo que, cuando te describió las actividades del lecho conyugal, Amy no te dijo que ocurre más de una vez, ____.
Ella se puso rígida, y Joseph la abrazó con más fuerza.
—Esto no es un lecho conyugal.
Él la miró fijamente durante un instante, se inclinó y le rozó la mejilla con los labios, deslizándoselos por la piel con unas caricias delicadas y sensuales.
—Supongo que en el sentido estrictamente legal, no.
—No estamos casados —insistió ella.
—Legalmente, no.
A ____ le entraron ganas de decir: «Qué objetivo eres», pero el pecho ancho y caliente de Joseph se apretaba contra su brazo, el intenso olor masculino le embriagaba los sentidos, la boca sobre su piel le hacía cosquillas, y todo aquello solo podía desembocar en problemas.
—Joseph, compórtate, o no volverás a ver las esmeraldas.
Intentó ser severa con su amenaza, pero no fue así exactamente como le salió... sino más bien como una broma, aunque produjo el efecto deseado.
Joseph levantó la cabeza a regañadientes.
—¡Ah...! Las esmeraldas. —Con gran exageración, él se dejó caer de espaldas sobre la cama—. Me había olvidado de las esmeraldas.
____ se enfurruñó con fingido disgusto.
—Eso parece bastante idiota para un ladrón de tu categoría.
—Me has cautivado, ____ —admitió con un suspiro, devolviéndole la broma mientras miraba fijamente el techo—. He perdido la noción del tiempo y del decoro por completo.
____ no supo si echarse a reír o golpearlo. En su lugar, empezó a juguetear con el edredón, bajándoselo hasta la cintura porque estaba empezando a tener calor.
—Según parece, también has perdido el instinto de propiedad.
Volvió a mirarla de golpe a la cara con semblante muy serio.
—Sé perfectamente lo que estuve haciendo anoche.
____ bajó la voz, intentando volver de inmediato al tema.
—Entonces espero que los recuerdos de lo que ocurrió sean suficientes para aplacar tu deseo y puedas por fin arreglar el asunto de encontrar las cartas de mi madre para mí. Esa es, de hecho, la razón de que estemos aquí.
Él la miró boquiabierto, aparentemente desconcertado. Entonces, negó con la cabeza lentamente.
—____, te deseo tan desesperadamente que en este preciso instante estoy dolorido. Y la única razón de que no te haga jirones ese estúpido camisón para poseerte de nuevo, es el dolor que te ocasionaría. E imagino que ya estás bastante
dolorida.
____ oía cantar a los pájaros en la distancia, hasta ella llegaba el olor de las flores y la persistente fragancia de la lluvia de la última noche, y, sin embargo, todo desapareció de repente de su mente, excepto la sofocante humillación del descarado comportamiento que había mostrado ante él la noche anterior. Se dio la vuelta bruscamente para sentarse, y en ese momento él la soltó sin preguntar.
____ sacó rígidamente las piernas por encima del borde de la cama y se quedó mirando fijamente la pared que tenía enfrente.
—Queda poco tiempo, Joseph. Necesito que encuentres las cartas de mi madre para que podamos volver a Gran Bretaña.
La tensión empapó la atmósfera, y durante unos segundos Joseph guardó silencio. Entonces, ____ oyó el crujido de las sábanas detrás de ella cuando él movió el cuerpo para mirarla a la espalda.
—Lo he intentado desde el principio.
La sinceridad de su voz la tranquilizó un poco, y ____ bajó la mirada hacia sus manos, que mantenía cruzadas sobre el regazo.
—Sé que lo has hecho. —Respiró hondo para reunir valor, porque estaba a punto de demostrarle su confianza—. Las esmeraldas están en uno de mis baúles.
—¿En serio? —dijo él con notable exageración.
____ cerró los ojos, sonriendo para sí. Pues claro que debía saberlo. ¿Dónde, si no, iban a estar? Podría ser, incluso, que las hubiera encontrado tras registrar sus cosas, probablemente mientras ella dormía, pues así, según parecía, era como funcionaba su mente retorcida. Después de todo era un ladrón, experimentado en el engaño y en el hallazgo, y su estupidez por olvidarlo la enfadó. Pero lo que la reconfortó fue caer en la cuenta de repente de que la había llevado a París sin tener realmente que hacerlo. Lo había hecho por ella, y ____ le debía el resto de lo que le había prometido.
—El conde de Arlés y otros van a ofrecer un banquete mañana por la noche para recaudar fondos rápidamente para su causa —le reveló pausadamente sin mirarlo—. Luis Felipe vuelve de vacaciones el domingo, y planean derrocarlo mientras es escoltado por la ciudad.
La cama crujió cuando Joseph se sentó detrás de ella.
—¿Qué has dicho?
El tono de su voz descendió de manera tan dramática que ____ se volvió hacia él intentando no mirar su cuerpo medio desnudo cuando la sabana cayó hasta la cintura de Joseph.
—Que el conde de Arlés va a ofrecer...
—Ya he oído la parte del banquete.
No fue la violenta exclamación de Joseph, sino su penetrante mirada lo que la puso nerviosa.
—Varios de ellos están planeando derrocar al rey Luis Felipe —repitió ella—. El domingo. Pensé, dadas sus relaciones con los que ocupan el gobierno, que la información te resultaría interesante.
—¿Interesante? —la interrumpió—. Lo que encuentro interesante es que me lo ocultaras, ____.
La ira que Joseph expresó en su semblante y en sus modales la cogió por sorpresa. La escudriñó de manera dura y calculadora, y la rápida irritación que se apoderó de ella la hizo arrugar el entrecejo.
—No te he ocultado nada. Es un simple cotilleo que oí casualmente en el baile de Marsella.
—¿Unos nobles franceses se reúnen en secreto para hablar del asesinato de su rey, y consideras que es un simple cotilleo?
____ se levantó y se volvió hacia él, sobresaltada por la antipatía que expresaba la voz de Joseph.
—¿Por qué demonios piensas que se trataría de un intento de asesinato?
Joseph se quitó de inmediato la colcha de encima del cuerpo, y ____ giró sobre sus talones con la misma rapidez para evitar mirarlo.
—¿Qué crees que significa «derrocar», ____, que los van a tirar del carruaje?
Habría soltado una carcajada ante la ocurrencia de no haber sido por la frialdad con que fue hecha la pregunta. Se abrazó a sí misma, restregando las palmas de las manos contra las mangas de algodón, y se quedó mirando fijamente el papel floreado de la pared mientras oía el sonido de la ropa de Joseph cuando este empezó a vestirse a toda prisa.
—Estábamos en una fiesta, Joseph —razonó ella, exasperada—. El vino corría a mansalva, y la gente decía todo tipo de cosas en aquellas condiciones. Supuse que era una bravata entre caballeros que habían bebido más de la cuenta.
—Y sin embargo, no lo oíste en el salón de baile mientras todo el mundo reía, bebía y bailaba, ¿no es así? —replicó él de modo brusco y desagradable—. Esos hombres estaban encerrados en una reunión privada cuando lo hablaron.
Ella frunció el ceño.
—¿Cómo sabes eso?
—Porque te vi, ____. Te vi cuando te alejabas del estudio privado del conde.
—¿Me estabas espiando?
Joseph pasó por alto la pregunta para añadir con franqueza:
—Me pregunto dónde están puestas exactamente tus lealtades.
____ soltó un grito ahogado al oír semejante audacia, por la iniquidad de Joseph al suponer cualquier implicación por parte de ella, así que ____ giró en redondo para plantarle cara. La ropa casi cubría por completo a Joseph, mientras movía rápidamente los dedos por los botones de la camisa.
—Decir eso es una crueldad, Joseph, y absolutamente ridículo.
Él desoyó el comentario, alargando la mano para coger el fular.
—No lo sabía —insistió ella—. La verdad es que ni siquiera pensé en ello. Mi antepasado no tiene nada que ver con esto. Los franceses siempre están pensando en la manera de destronar al monarca reinante en cada momento, y la mayor parte de las veces no pasa de ser una tontería.
Él le lanzó una mirada, interrumpiéndose lo justo para que ____ supiera que sabía que ella acababa de decir algo de lo más lógico. Luego, se volvió hacia el ropero, sacó los zapatos que combinaban con su atuendo y se sentó en el borde de la cama para ponérselos. Sin embargo, no respondió, lo cual, a su vez, no hizo sino avivar la cólera de ____.
—Estaba completamente dispuesta a contártelo, Joseph, cuando me dieras las cartas de mi madre. Eso debería haber sido ayer.
Sabía que su comentario mordaz provocaría una respuesta. Joseph volvió la cabeza con tanta rapidez que sacudió todo su cuerpo con el movimiento. La miró boquiabierto durante una milésima de segundo, haciéndole sentir que quizá el golpe había sido demasiado brutal. Entonces, Joseph meneo la cabeza con incredulidad.
—¿Esta información era el regalo que me prometiste a cambio de las cartas?
Ella se irguió, indecisa, dejando caer los brazos a los costados.
—Pues claro. —____ titubeó, y su frente se arrugó con la duda—. ¿Qué otra cosa podría haberte dado aquí? ¿Mi abanico de mango de marfil? Sé que no querías mis camafeos.
Él la miró con tanta intensidad, allí sentado con una increíble inmovilidad, que ____ pensó durante un momento que había dejado de respirar. Luego, ya fuera por el continuado silencio de Joseph, ya por la sagacidad que destilaba su mirada —____ no estuvo segura—, lo cierto es que la claridad la inundó con un sentimiento de puro rechazo y una conmoción que ni siquiera fue capaz de empezar a describir.
—¿Tú... pensaste que me entregaría a ti? —farfulló, y su voz se le antojó insignificante y extraña.
Joseph no hizo nada durante unos segundos, limitándose a observarla con una incertidumbre que acentuaba sus rasgos. Y entonces ____ lo supo.
La furia se apoderó de ella. Cerró los puños a los costados, su cuerpo se puso rígido, y las lágrimas que se negó a derramar le ardieron en los ojos.
—¿Pensaste que te entregaría mi virginidad a cambio de las cartas?
El repentino descubrimiento hizo que Joseph se sintiera manifiestamente incómodo. Se limpió la frente torpemente con la palma de la mano y se levantó para ponerse frente a ella.
—____...
—¿Cómo pudiste pensar eso de mí, Joseph? ¿Cómo pudiste creer que haría semejante cosa?
Joseph se puso las manos en las caderas, paralizado.
—No sé —respondió él con aspereza—. Solo... me pareció lógico.
—¿Lógico? —El rostro de ____ se contrajo con un profundo dolor—. ¿Pensaste que me entregaría a ti en pago?
—¡Diantre!, no fue así como lo consideré —afirmó él, dando un paso hacia ella.
____ susurró glacialmente:
—Pues claro, debiste de pensar que tenía las mismas virtudes que mi madre.
Aquello detuvo en seco sus movimientos. Joseph se puso tenso, y sus ojos relampaguearon con un brillo oscuro al mirarla a los ojos.
—Sabía que eras virgen, ____ —dijo en voz muy baja—. Pero también sabía, al igual que tú, que acabaríamos haciendo el amor. Tu deseo hacia mí no era ningún secreto. Era ostensible.
—Qué hombre más arrogante eres —le espetó—. Quería que me ayudaras. Pensé que eras mi amigo.
Joseph entrecerró los ojos.
—Amistad aparte, la atracción sexual que hay entre nosotros no podría ser negada nunca. Empezó en el instante en que entraste en mi casa de la ciudad.
____ reprimió el impulso de abofetearlo por eso; por su desfachatez, por conocer hasta los últimos recovecos de su mente y por utilizar su experiencia contra su inocencia con una finalidad puramente egoísta.
—Entonces es culpa mía —admitió ella con sarcasmo, clavándose las uñas en las palmas de las manos—. Debería haberme prevenido contra tus avances. Por desgracia, no conozco a nadie que sepa más sobre la atracción sexual que tú, Joseph.
Los ojos de Joseph se abrieron lo suficiente para que ella supiera que lo había herido con eso. Pero la furia iba calándola ya en oleadas, y se negó a detenerse allí. Por fin empezaba a tener claras las motivaciones de Joseph.
____ tragó saliva cuando las lágrimas que ya no podía controlar le arrasaron los ojos.
—Supongo que lo siguiente que me confesarás es que todo lo que me dijiste anoche estaba ensayado. ¿O quizá recurriste sencillamente a frases que ya habías utilizado antes? Estoy segura de que sabes qué decir exactamente a una mujer en el momento oportuno.
Se dio cuenta al instante de que había ido demasiado lejos. Al principio él solo había parecido asombrado por su vehemencia. En ese momento un intenso dolor atravesó la mirada de Joseph, y ella supo que lo había herido en lo más hondo. También la impresionó a ella, que flaqueó, pero se negó rotundamente a retroceder.
Tras unos instantes de silencio insoportable, en el que se miraron fijamente el uno al otro desde ambas esquinas de la cama, la expresión de Joseph se suavizó hasta convertirse en una pena inefable que no fue capaz de ocultar, y, lentamente, bajó la mirada.
Se apartó de ella, dio tres pasos hasta el sillón, donde cogió su levita, y se dirigió a la puerta. Cuando agarró el picaporte, se dio la vuelta para mirarla a los ojos.
—Vas a tener que pensar esto tú sola, ____ —le advirtió con voz clara y sombría—. No puedo obligarte a que confíes en mí y no puedo cambiar mi pasado. Si no consigues aceptarlo tal cual es, tú sola echarás a perder todo lo que hay entre nosotros, y no tendremos ninguna oportunidad.
Abrió la puerta y echó una mirada hacia la alfombra morada que tenía bajo los pies.
—Voy a la ciudad a descubrir lo que pueda sobre el banquete de mañana por la noche.
Sin esperar ninguna respuesta, Joseph salió al pasillo y cerró la puerta tras él.
¡Hola chicas! :)
Gracias por sus comentarios.
Más tarde subo otro capítulo :D
Natuu!!
—Me encanta tu pelo —dijo él con aire pensativo, entrelazando los dedos en su cabello, que caía en cascada por toda la almohada.
____ soltó un leve gruñido, apartando los ojos de la descarada mirada de Joseph para interesarse de inmediato en los diminutos capullos de rosa color morado pintados en el techo.
—Debería habérmelo recogido.
Joseph le deslizó lentamente el pulgar por el nacimiento del pelo en la frente hasta la sien.
—Lo prefiero suelto.
—Si me lo hubiera recogido, anoche no habría ocurrido nada indecente —aclaró ella con una leve sacudida de cabeza.
Joseph curvó los labios con cierto regocijo.
—Lo que hicimos anoche habría sucedido igualmente aunque fueras calva, ____.
Ella se sintió un poco avergonzada, y lo escudriñó a través de las pestañas mientras se ponía las manos en el pecho y cruzaba los dedos. La mirada de Joseph se paseó por su camisón como si acabara de preguntarse por la razón de que ella se lo hubiera puesto; entonces, se inclinó sobre ella y le acarició las mejillas moviendo los labios atrás y adelante.
—¿Estás bien? —le preguntó él.
____ asintió levemente con la cabeza.
Al no añadir nada más, él insistió en busca de detalles.
—¿En qué piensas?
Su voz sugería preocupación por los sentimientos de ____, pero ella no podía permitirse pensar en los de él. Antes bien, volvió a fijar la mirada en el techo y dijo con sequedad:
—Que nos perdimos la cena, que todo el mundo nos oyó porque nos dejamos las ventanas abiertas y que requirió mucho más esfuerzo que el que se me dijo que debía esperar.
Él la cogió por la barbilla y le volvió la cabeza para que no tuviera más remedio que mirarlo a sus risueños ojos.
—Tú fuiste la cena más sabrosa de toda mi existencia. Y si alguien oyó algo, sencillamente supondrá que estábamos haciendo lo que hacen las parejas de casados, y la próxima vez haré yo la mayor parte del trabajo.
____ sintió que le ardían las mejillas mientras se ruborizaba hasta la raíz del cabello, e intentó sentarse.
Joseph le rodeó la cintura para sujetarla contra la cama.
—¿Y quién te dijo lo que tenías que esperar?
—Joseph...
—¿Quién?
Con un nudo en la garganta, ella respondió:
—Amy.
Joseph frunció el ceño al tiempo que hacía una mueca.
—¿Amy? ¿Tu impagable, taimada y mentirosa doncella te informó de los sucesos íntimos que tienen lugar entre un hombre y una mujer?
—Sí.
—Tendré que darle las gracias por todo lo que ha hecho por nosotros.
Aquello la calmó, aunque a Joseph no le quedó muy clara la razón de que así fuera.
—No tienes que darle las gracias por nada —replicó ella sin apasionamiento—. Lo único que me dijo fue que no tendría que hacer nada, salvo esperar a que mi marido terminara, y que eso nunca duraría más de diez minutos.
Aquello sí que divirtió a Joseph de lo lindo.
—Te prometo, que por lo que a nosotros respecta, siempre durará más de diez minutos.
____ le sostuvo audazmente la mirada. Él insistía en la suposición de que volverían a hacer aquello de nuevo, y si ella le permitía que continuara así, empezaría a creérselo ella también.
Negó con la cabeza con decisión y apretó los labios ante la inminente discusión.
—No volveremos a hacer esto, Joseph.
Él no discutió en absoluto; en su lugar, sugirió suavemente:
—Entiendo que, cuando te describió las actividades del lecho conyugal, Amy no te dijo que ocurre más de una vez, ____.
Ella se puso rígida, y Joseph la abrazó con más fuerza.
—Esto no es un lecho conyugal.
Él la miró fijamente durante un instante, se inclinó y le rozó la mejilla con los labios, deslizándoselos por la piel con unas caricias delicadas y sensuales.
—Supongo que en el sentido estrictamente legal, no.
—No estamos casados —insistió ella.
—Legalmente, no.
A ____ le entraron ganas de decir: «Qué objetivo eres», pero el pecho ancho y caliente de Joseph se apretaba contra su brazo, el intenso olor masculino le embriagaba los sentidos, la boca sobre su piel le hacía cosquillas, y todo aquello solo podía desembocar en problemas.
—Joseph, compórtate, o no volverás a ver las esmeraldas.
Intentó ser severa con su amenaza, pero no fue así exactamente como le salió... sino más bien como una broma, aunque produjo el efecto deseado.
Joseph levantó la cabeza a regañadientes.
—¡Ah...! Las esmeraldas. —Con gran exageración, él se dejó caer de espaldas sobre la cama—. Me había olvidado de las esmeraldas.
____ se enfurruñó con fingido disgusto.
—Eso parece bastante idiota para un ladrón de tu categoría.
—Me has cautivado, ____ —admitió con un suspiro, devolviéndole la broma mientras miraba fijamente el techo—. He perdido la noción del tiempo y del decoro por completo.
____ no supo si echarse a reír o golpearlo. En su lugar, empezó a juguetear con el edredón, bajándoselo hasta la cintura porque estaba empezando a tener calor.
—Según parece, también has perdido el instinto de propiedad.
Volvió a mirarla de golpe a la cara con semblante muy serio.
—Sé perfectamente lo que estuve haciendo anoche.
____ bajó la voz, intentando volver de inmediato al tema.
—Entonces espero que los recuerdos de lo que ocurrió sean suficientes para aplacar tu deseo y puedas por fin arreglar el asunto de encontrar las cartas de mi madre para mí. Esa es, de hecho, la razón de que estemos aquí.
Él la miró boquiabierto, aparentemente desconcertado. Entonces, negó con la cabeza lentamente.
—____, te deseo tan desesperadamente que en este preciso instante estoy dolorido. Y la única razón de que no te haga jirones ese estúpido camisón para poseerte de nuevo, es el dolor que te ocasionaría. E imagino que ya estás bastante
dolorida.
____ oía cantar a los pájaros en la distancia, hasta ella llegaba el olor de las flores y la persistente fragancia de la lluvia de la última noche, y, sin embargo, todo desapareció de repente de su mente, excepto la sofocante humillación del descarado comportamiento que había mostrado ante él la noche anterior. Se dio la vuelta bruscamente para sentarse, y en ese momento él la soltó sin preguntar.
____ sacó rígidamente las piernas por encima del borde de la cama y se quedó mirando fijamente la pared que tenía enfrente.
—Queda poco tiempo, Joseph. Necesito que encuentres las cartas de mi madre para que podamos volver a Gran Bretaña.
La tensión empapó la atmósfera, y durante unos segundos Joseph guardó silencio. Entonces, ____ oyó el crujido de las sábanas detrás de ella cuando él movió el cuerpo para mirarla a la espalda.
—Lo he intentado desde el principio.
La sinceridad de su voz la tranquilizó un poco, y ____ bajó la mirada hacia sus manos, que mantenía cruzadas sobre el regazo.
—Sé que lo has hecho. —Respiró hondo para reunir valor, porque estaba a punto de demostrarle su confianza—. Las esmeraldas están en uno de mis baúles.
—¿En serio? —dijo él con notable exageración.
____ cerró los ojos, sonriendo para sí. Pues claro que debía saberlo. ¿Dónde, si no, iban a estar? Podría ser, incluso, que las hubiera encontrado tras registrar sus cosas, probablemente mientras ella dormía, pues así, según parecía, era como funcionaba su mente retorcida. Después de todo era un ladrón, experimentado en el engaño y en el hallazgo, y su estupidez por olvidarlo la enfadó. Pero lo que la reconfortó fue caer en la cuenta de repente de que la había llevado a París sin tener realmente que hacerlo. Lo había hecho por ella, y ____ le debía el resto de lo que le había prometido.
—El conde de Arlés y otros van a ofrecer un banquete mañana por la noche para recaudar fondos rápidamente para su causa —le reveló pausadamente sin mirarlo—. Luis Felipe vuelve de vacaciones el domingo, y planean derrocarlo mientras es escoltado por la ciudad.
La cama crujió cuando Joseph se sentó detrás de ella.
—¿Qué has dicho?
El tono de su voz descendió de manera tan dramática que ____ se volvió hacia él intentando no mirar su cuerpo medio desnudo cuando la sabana cayó hasta la cintura de Joseph.
—Que el conde de Arlés va a ofrecer...
—Ya he oído la parte del banquete.
No fue la violenta exclamación de Joseph, sino su penetrante mirada lo que la puso nerviosa.
—Varios de ellos están planeando derrocar al rey Luis Felipe —repitió ella—. El domingo. Pensé, dadas sus relaciones con los que ocupan el gobierno, que la información te resultaría interesante.
—¿Interesante? —la interrumpió—. Lo que encuentro interesante es que me lo ocultaras, ____.
La ira que Joseph expresó en su semblante y en sus modales la cogió por sorpresa. La escudriñó de manera dura y calculadora, y la rápida irritación que se apoderó de ella la hizo arrugar el entrecejo.
—No te he ocultado nada. Es un simple cotilleo que oí casualmente en el baile de Marsella.
—¿Unos nobles franceses se reúnen en secreto para hablar del asesinato de su rey, y consideras que es un simple cotilleo?
____ se levantó y se volvió hacia él, sobresaltada por la antipatía que expresaba la voz de Joseph.
—¿Por qué demonios piensas que se trataría de un intento de asesinato?
Joseph se quitó de inmediato la colcha de encima del cuerpo, y ____ giró sobre sus talones con la misma rapidez para evitar mirarlo.
—¿Qué crees que significa «derrocar», ____, que los van a tirar del carruaje?
Habría soltado una carcajada ante la ocurrencia de no haber sido por la frialdad con que fue hecha la pregunta. Se abrazó a sí misma, restregando las palmas de las manos contra las mangas de algodón, y se quedó mirando fijamente el papel floreado de la pared mientras oía el sonido de la ropa de Joseph cuando este empezó a vestirse a toda prisa.
—Estábamos en una fiesta, Joseph —razonó ella, exasperada—. El vino corría a mansalva, y la gente decía todo tipo de cosas en aquellas condiciones. Supuse que era una bravata entre caballeros que habían bebido más de la cuenta.
—Y sin embargo, no lo oíste en el salón de baile mientras todo el mundo reía, bebía y bailaba, ¿no es así? —replicó él de modo brusco y desagradable—. Esos hombres estaban encerrados en una reunión privada cuando lo hablaron.
Ella frunció el ceño.
—¿Cómo sabes eso?
—Porque te vi, ____. Te vi cuando te alejabas del estudio privado del conde.
—¿Me estabas espiando?
Joseph pasó por alto la pregunta para añadir con franqueza:
—Me pregunto dónde están puestas exactamente tus lealtades.
____ soltó un grito ahogado al oír semejante audacia, por la iniquidad de Joseph al suponer cualquier implicación por parte de ella, así que ____ giró en redondo para plantarle cara. La ropa casi cubría por completo a Joseph, mientras movía rápidamente los dedos por los botones de la camisa.
—Decir eso es una crueldad, Joseph, y absolutamente ridículo.
Él desoyó el comentario, alargando la mano para coger el fular.
—No lo sabía —insistió ella—. La verdad es que ni siquiera pensé en ello. Mi antepasado no tiene nada que ver con esto. Los franceses siempre están pensando en la manera de destronar al monarca reinante en cada momento, y la mayor parte de las veces no pasa de ser una tontería.
Él le lanzó una mirada, interrumpiéndose lo justo para que ____ supiera que sabía que ella acababa de decir algo de lo más lógico. Luego, se volvió hacia el ropero, sacó los zapatos que combinaban con su atuendo y se sentó en el borde de la cama para ponérselos. Sin embargo, no respondió, lo cual, a su vez, no hizo sino avivar la cólera de ____.
—Estaba completamente dispuesta a contártelo, Joseph, cuando me dieras las cartas de mi madre. Eso debería haber sido ayer.
Sabía que su comentario mordaz provocaría una respuesta. Joseph volvió la cabeza con tanta rapidez que sacudió todo su cuerpo con el movimiento. La miró boquiabierto durante una milésima de segundo, haciéndole sentir que quizá el golpe había sido demasiado brutal. Entonces, Joseph meneo la cabeza con incredulidad.
—¿Esta información era el regalo que me prometiste a cambio de las cartas?
Ella se irguió, indecisa, dejando caer los brazos a los costados.
—Pues claro. —____ titubeó, y su frente se arrugó con la duda—. ¿Qué otra cosa podría haberte dado aquí? ¿Mi abanico de mango de marfil? Sé que no querías mis camafeos.
Él la miró con tanta intensidad, allí sentado con una increíble inmovilidad, que ____ pensó durante un momento que había dejado de respirar. Luego, ya fuera por el continuado silencio de Joseph, ya por la sagacidad que destilaba su mirada —____ no estuvo segura—, lo cierto es que la claridad la inundó con un sentimiento de puro rechazo y una conmoción que ni siquiera fue capaz de empezar a describir.
—¿Tú... pensaste que me entregaría a ti? —farfulló, y su voz se le antojó insignificante y extraña.
Joseph no hizo nada durante unos segundos, limitándose a observarla con una incertidumbre que acentuaba sus rasgos. Y entonces ____ lo supo.
La furia se apoderó de ella. Cerró los puños a los costados, su cuerpo se puso rígido, y las lágrimas que se negó a derramar le ardieron en los ojos.
—¿Pensaste que te entregaría mi virginidad a cambio de las cartas?
El repentino descubrimiento hizo que Joseph se sintiera manifiestamente incómodo. Se limpió la frente torpemente con la palma de la mano y se levantó para ponerse frente a ella.
—____...
—¿Cómo pudiste pensar eso de mí, Joseph? ¿Cómo pudiste creer que haría semejante cosa?
Joseph se puso las manos en las caderas, paralizado.
—No sé —respondió él con aspereza—. Solo... me pareció lógico.
—¿Lógico? —El rostro de ____ se contrajo con un profundo dolor—. ¿Pensaste que me entregaría a ti en pago?
—¡Diantre!, no fue así como lo consideré —afirmó él, dando un paso hacia ella.
____ susurró glacialmente:
—Pues claro, debiste de pensar que tenía las mismas virtudes que mi madre.
Aquello detuvo en seco sus movimientos. Joseph se puso tenso, y sus ojos relampaguearon con un brillo oscuro al mirarla a los ojos.
—Sabía que eras virgen, ____ —dijo en voz muy baja—. Pero también sabía, al igual que tú, que acabaríamos haciendo el amor. Tu deseo hacia mí no era ningún secreto. Era ostensible.
—Qué hombre más arrogante eres —le espetó—. Quería que me ayudaras. Pensé que eras mi amigo.
Joseph entrecerró los ojos.
—Amistad aparte, la atracción sexual que hay entre nosotros no podría ser negada nunca. Empezó en el instante en que entraste en mi casa de la ciudad.
____ reprimió el impulso de abofetearlo por eso; por su desfachatez, por conocer hasta los últimos recovecos de su mente y por utilizar su experiencia contra su inocencia con una finalidad puramente egoísta.
—Entonces es culpa mía —admitió ella con sarcasmo, clavándose las uñas en las palmas de las manos—. Debería haberme prevenido contra tus avances. Por desgracia, no conozco a nadie que sepa más sobre la atracción sexual que tú, Joseph.
Los ojos de Joseph se abrieron lo suficiente para que ella supiera que lo había herido con eso. Pero la furia iba calándola ya en oleadas, y se negó a detenerse allí. Por fin empezaba a tener claras las motivaciones de Joseph.
____ tragó saliva cuando las lágrimas que ya no podía controlar le arrasaron los ojos.
—Supongo que lo siguiente que me confesarás es que todo lo que me dijiste anoche estaba ensayado. ¿O quizá recurriste sencillamente a frases que ya habías utilizado antes? Estoy segura de que sabes qué decir exactamente a una mujer en el momento oportuno.
Se dio cuenta al instante de que había ido demasiado lejos. Al principio él solo había parecido asombrado por su vehemencia. En ese momento un intenso dolor atravesó la mirada de Joseph, y ella supo que lo había herido en lo más hondo. También la impresionó a ella, que flaqueó, pero se negó rotundamente a retroceder.
Tras unos instantes de silencio insoportable, en el que se miraron fijamente el uno al otro desde ambas esquinas de la cama, la expresión de Joseph se suavizó hasta convertirse en una pena inefable que no fue capaz de ocultar, y, lentamente, bajó la mirada.
Se apartó de ella, dio tres pasos hasta el sillón, donde cogió su levita, y se dirigió a la puerta. Cuando agarró el picaporte, se dio la vuelta para mirarla a los ojos.
—Vas a tener que pensar esto tú sola, ____ —le advirtió con voz clara y sombría—. No puedo obligarte a que confíes en mí y no puedo cambiar mi pasado. Si no consigues aceptarlo tal cual es, tú sola echarás a perder todo lo que hay entre nosotros, y no tendremos ninguna oportunidad.
Abrió la puerta y echó una mirada hacia la alfombra morada que tenía bajo los pies.
—Voy a la ciudad a descubrir lo que pueda sobre el banquete de mañana por la noche.
Sin esperar ninguna respuesta, Joseph salió al pasillo y cerró la puerta tras él.
¡Hola chicas! :)
Gracias por sus comentarios.
Más tarde subo otro capítulo :D
Natuu!!
Natuu!
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
ahhh todo se estropeo
Pobre de mi Joseph
Siguela!!!!
Pobre de mi Joseph
Siguela!!!!
aranzhitha
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Agggghh rayis si serás tercar :x
Dios porque!! todo iba tan bien supuestamente y pff se tenía que arruinar todo el asunto!!
pff espero la sigas pronto natu porfavor!!
Dios porque!! todo iba tan bien supuestamente y pff se tenía que arruinar todo el asunto!!
pff espero la sigas pronto natu porfavor!!
helado00
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Pouuuuf me estresa como es, siempre le da vueltas al asunto y joe sufre por ella.
misterygirl
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Oh por dios! Que horrible, me estresa cuando se pelean. Por favor siguelaaaaa.
Creadora
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Capítulo 16
____ se sentó remilgadamente en un sillón de respaldo alto tapizado en terciopelo rosa en la suite privada de la tercera planta del hotel de Monceau. Había llegado solo unos minutos antes, después de un día frustrante de investigar por su cuenta, de ir sola de aquí para allí por París, con todo el equipaje a cuestas, en su intento de encontrar a Madeleine DuMais.
Se había enterado del paradero de Madeleine de una manera nada insólita, aunque eso le supuso ir de un hotel elegante a otro hasta que lo consiguió. La francesa estaba en París porque había acompañado al señor Fecteau con cierto secretismo a la capital, a fin de poner término a su asunto con el gobierno británico en relación con las esmeraldas. Esto era cuanto había sabido ____ antes de ir al norte ella misma. Pero no fue hasta aquella mañana, después del fiasco con Joseph, que había considerado la idea de buscarla.
Su primer deseo después de la terrible discusión entre ambos había sido abandonar Francia de inmediato. Tras hacer sus baúles a toda prisa en cuanto Joseph se marchó, había huido de la angustia que sentía entre las cuatro paredes de su preciosa habitación del albergue de la Cascada. Se había dirigido a la ciudad con la firme intención de coger el primer tren que la llevara a Calais, y una vez allí reservar un pasaje para Dover. Podría haber estado en casa al cabo de tres días, si todo iba bien. Y sin embargo, algo la contuvo. Al principio pensó que se trataba del mero arrepentimiento por las palabras que le había dirigido a Joseph esa mañana. Pero después de intentar encontrar un medio de transporte hasta la ciudad, y de pasar la mitad del día y de invertir una enorme suma en conseguir transportar su equipaje a la ciudad, se dio cuenta de que permanecía en Francia debido a sus confusos sentimientos hacia él; hacia el hombre que la había mentido, humillado, engañado y ayudado en provecho propio; el que le había hecho el amor con tanta perfección y había acarreado el descomunal equipaje de ____ por toda Francia porque ella se lo había pedido.
Sí, tenía que admitir que si había reconsiderado lo de volver corriendo a casa, era exclusivamente por las incomodidades que le había causado a Joseph durante semanas, sin que este se hubiera quejado ni una sola vez en serio. Había sido una molestia para él al apartarlo de su trabajo, al distraerlo con su presencia y exigencias y al robarle las esmeraldas, las cuales seguían todavía en poder de ella. Y así exactamente era como había sido su relación con Joseph siempre: confusa, divertida y ridícula. Antes de tirarlo todo por la borda, si es que no lo había perdido todo ya, necesitaba el consejo de una mujer experimentada, y así era como había acabado finalmente en la suite del hotel de Madeleine siete agotadoras horas después de decidir encontrarla.
Había sido recibida en la puerta por una doncella alta de cara insulsa y pelo y ojos oscuros, ataviada con un vestido gris almidonado, delantal blanco y cofia. Le preguntó su nombre, y al cabo solo de un instante la hizo pasar al salón para que esperara a su señora.
____ estaba sentada en una pieza que, en realidad, era más que un salón, decorada con gusto en tonos rosas; en contra de lo que podría esperarse, nada chabacano. Los objetos decorativos eran escasos, porque la pieza era un tanto pequeña, y contenía solo dos sillones tapizados en terciopelo situados enfrente de un sofá de la misma tela y de una mesa de té de caoba ubicada entre ellos. A la izquierda, detrás de ella, había una pared con ventanas, abiertas a la sazón para permitir la entrada de cualquier brisa que tuviera a bien colarse y que ofrecían una espléndida vista del exuberante parque del otro lado de la calle. El papel de la pared, de brocado rosa con unas diminutas flores de terciopelo de una variedad desconocida, cubría las otras tres paredes, desde la alfombra de felpa hasta el techo. Tres óleos de paisajes parisinos adornaban las altas paredes, y colocadas en extremos opuestos había una gran chimenea con una repisa de caoba tallada y la puerta que conducía al dormitorio.
El ambiente podría haber sido sin duda recargado, reflexionó ____, sentada con la espalda recta y abanicándose para combatir el persistente calor. Pero, por supuesto, no lo era. La suite era sofisticada y femenina, absolutamente parisina, y sin duda, encajaba con Madeleine.
—¡Válgame Dios, ____, qué sorpresa verla!
____ se volvió hacia la voz dulce y etérea de la francesa, que procedía de la puerta que conducía al dormitorio, donde debía de haber estado haciendo la siesta. Como siempre, el aspecto de Madeleine DuMais era despampanante. Elegante y alta, cuando atravesó con garbo la alfombra rosa hacia ella, su cara risueña y hermosa rebosaba de preguntas, y la larga falda fruncida en la cintura de su vestido diurno de seda fluía con delicadeza alrededor de sus piernas como si fuera una parte natural de su cuerpo.
____ se sintió repentinamente pequeña e incómoda, metida en su modesto traje de viaje de muselina verde menta. La humedad del pelo favorecía que unos rizos díscolos se le pegaran a las mejillas, y el corsé le aplastaba las costillas mientras intentaba sentarse con propiedad. Como era natural, nunca abandonaría ni siquiera su dormitorio sin ponerse un corsé, aunque, al pensarlo en ese momento, su mente le recordó con obstinación que no se lo había puesto en presencia de Joseph. En ese preciso instante lo que menos necesitaba era distraerse.
—Espero que me perdone esta intromisión, Madeleine —dijo con cortesía, abanicándose ligeramente la cara—. Pero estaba en París, y pensé que podía visitarla. ¿Qué tal está usted?
Madeleine arqueó ligeramente las cejas al oír la pregunta. Trasladó su ágil figura al sofá de enfrente de ____ y se sentó con un movimiento rápido y fluido.
—Perfectamente, gracias, excepto, claro está, por el calor. —Se alisó la falda, estirando el borde para que se arremolinara alrededor de sus piernas, y volvió el cuerpo para colocarse de costado con la mirada al frente, cruzando las manos en el regazo.
—Espero que usted también se encuentre bien.
—Oh, sí, muy bien, gracias —contestó ____ con educación—. Ha estado haciendo mucho calor, pero los chaparrones que hemos tenido los últimos días han sido una diversión encantadora. Prefiero, sin duda, el fresco de Inglaterra al calor del sur de Francia, aunque el clima de París ha sido bastante benigno. Nunca llueve a gusto de todos.
—No, por supuesto que no —convino amablemente Madeleine—. Sin embargo, durante los meses del invierno, prefiero el calor de Marsella.
____ sonrió.
—Pero creo que es natural que una prefiera la comodidad de su hogar, con independencia del clima...
—____, ¿dónde está Joseph?
____ parpadeó ante la franqueza de la pregunta, apretando el mango del abanico cuando lo detuvo en el aire. Madeleine sabía muy bien que no estaba allí para intercambiar cumplidos, y en ese momento insistía en conocer el objeto de su visita.
____ titubeó, humedeciéndose los labios.
—No estoy segura de dónde está. ¿No lo ha visto? —Se moría de miedo de que Joseph estuviera allí, descansando con Madeleine, pero desterró rápidamente aquel pensamiento de su mente. La verdad es que no le parecía probable.
Madeleine respiró hondo y se recostó tranquilamente sobre el mullido cojín.
—No lo he visto desde que nos marchamos de Marsella, y él no me dijo que vendrían a París. —Bajó la voz—. ¿Lo está buscando o huyendo de él?
____ estuvo a punto de soltar una carcajada. No había considerado que los acontecimientos de los dos últimos días la pusieran tan nerviosa.
—En realidad... estaba pensando en abandonar Francia sin que él lo supiera. Mis baúles están abajo, en la conserjería, pero primero quería visitarla.
—Entiendo. ¿Va todo bien?
____ sintió que se ruborizaba y lo compensó abanicándose de nuevo.
—Tuvimos... una pequeña discusión.
Madeleine inclinó la cabeza ligeramente.
—¿En serio?
____ no fue capaz de pensar en nada que añadir y empezó a inquietarse. Volvió su atención a la ventana, mirando sin ver la frondosa y verde enredadera que colgaba de un enrejado blanco.
—¿Ha comido algo hoy, ____?
Su mirada volvió como un rayo hacia la francesa.
—¿Comido?
Madeleine la escudriñó durante un instante, luego se inclinó hacia delante e hizo sonar una campana de plata apoyada sobre la mesa de té. La doncella apareció de inmediato, y Madeleine le encargó en francés:
—Marie-Camille, haga que el chef del hotel prepare un almuerzo frío, algo fresco de beber y... —Lanzó una mirada a ____—. Pide también algo de chocolate.
—Madame... —Marie-Camille hizo una reverencia, se dio la vuelta y salió del salón.
____ bajó el abanico hasta su regazo sin dejar de moverse, mientras intentaba erguir el cuerpo para que el corsé no se le clavara tanto en los pechos. Madeleine se arregló la falda, abrió completamente las manos y apoyó las palmas en el cojín del sofá.
—Tal vez le gustaría contarme lo ocurrido.
____ no estaba preparada precisamente para ser minuciosa con los detalles, pero la pregunta de Madeleine estaba hecha con sinceridad, y después de todo, había ido allí en busca de consejo.
Sin solución de continuidad, ____ empezó por el principio.
—Pedí a Joseph que me trajera a París. Necesitaba que él, en su calidad de Caballero Negro, me ayudara a encontrar unas cartas de naturaleza privada, escritas por mi madre.
—¿Así que finalmente le dijo quién era él?
—Descubrí su identidad por mí misma, la noche del baile —le respondió de inmediato, confiando en poder disimular su irritación. El mundo del engaño no estaba abierto exclusivamente a los ladrones profesionales y a los espías. Sintiéndose orgullosa de sus deducciones, añadió—: También me confirmó mis conclusiones respecto a las relaciones de usted... con Gran Bretaña.
—Eso hizo —afirmó la francesa sin aparente sorpresa ni preocupación—. Bueno, entonces no tenemos secretos entre nosotras.
Aquello pareció complacerla, y ____ se relajó un poco, decidiendo que lo mejor era revelarlo todo.
—También tengo las esmeraldas.
Desconcertada, Madeleine la miró fijamente durante un instante.
—¿Se refiere a las esmeraldas robadas al conde de Arlés?
¿Qué otras esmeraldas estaban en juego?
—Sí, por supuesto —respondió ____ con amabilidad. Y con una pequeña sonrisa de triunfo, presumió—: Se las robé a Joseph.
—Eso es impresionante. Es evidente que su talento y su inteligencia están al mismo nivel que los de él.
____ casi sonrió abiertamente de satisfacción. Para venir de una espía británica, era todo un cumplido.
—¿Fue esa la causa de su disputa?
____ intentó organizar sus ideas antes de hablar.
—En realidad, no. La pelea fue... tuvo un carácter más personal.
Madeleine hizo una pausa antes de preguntar:
—¿De naturaleza romántica?
—Sí.
—Entiendo...
Madeleine la observó con tanta intensidad que ____ empezó a pensarse dos veces lo de las confidencias. Sus emociones eran demasiado inestables en ese momento, y tenía los nervios de punta. Estrujó el abanico en su regazo para evitar gritar, porque una dama no gritaba. Su mente lógica le dijo que o lo soltaba todo de una vez o tal vez debería salir corriendo. Su corazón la instó a que volviera a echarse a llorar, lo que a su vez la enfureció. Nunca se había sentido tan confundida.
—____, ¿usted y Joseph han tenido relaciones íntimas?
____ abrió los ojos como platos. Su rostro enrojeció, y sintió que el vestido le picaba por todas partes. Aquello no era algo que una dama soltera hablara con cualquiera. Sin embargo, no se le ocurría otra forma de obtener consejo que la de confesar semejantes intimidades, y, de todos modos, ¿no había sido esa la razón de que hubiera querido hablar de ello con una mujer experimentada?
—Sí, las hemos tenido —admitió en un susurro de tristeza y arrepentimiento, doblándose por fin sobre las inflexibles ballenas de su corsé.
Madeleine hizo una larga y firme inspiración, pero sus ojos no se apartaron ni un momento de los de ____, y su expresión no mostró ningún juicio.
—¿Está disgustada por eso?
—Creo que estoy más furiosa conmigo, por permitir que sucediera —contestó ____, volviéndose para mirar el reloj de la repisa de la chimenea y observando el discurrir del segundero. Con abatimiento, añadió—: En Marsella le dije que a cambio de la recuperación de las cartas de mi madre, le devolvería las esmeraldas y le daría otra cosa, algo muy valioso de acuerdo con sus convicciones. Yo solo me estaba refiriendo a cierta información que había oído de pasada en el baile, pero él supuso que me refería a mi inocencia.
Madeleine rió entre dientes, y ____ volvió la mirada hacia ella, perceptiblemente molesta.
—No sabía que una idea tan indecente por parte de Joseph pudiera divertirla.
—No me reía de usted ni de la seriedad del apuro —la tranquilizó, sonriendo y negando con la cabeza lo suficiente para que sus rizos castaños rozaran sus mejillas—. Pero esa reacción es muy típica. Los hombres piensan siempre en términos sexuales, ____, y supongo que no pueden evitarlo. Está en su naturaleza. Y debido a esa naturaleza instintiva, me imagino que Joseph no pensó dos veces en lo que usted le proponía. Lo más probable es que hubiera estado soñando o fantaseando con un momento a solas con usted, y cuando le ofreció algo tan valioso, dio por supuesto que se refería exactamente a lo que quería oír.
____ sintió un doloroso retortijón en el estómago, causado no por la falta de alimento, sino por la molesta idea de que Madeleine pudiera tener razón.
—Me dijo que creía que era una suposición lógica —le confió ____.
Los labios de Madeleine volvieron a expandirse en una sonrisa franca.
—Y por supuesto que lo creía. Estoy segura de que nunca se le ocurrió que podría tratarse de otra cosa.
La francesa hizo que pareciera de lo más sencillo y natural, y en absoluto despreciable, como pensaría su madre si se enterase. A Dios gracias, no se enteraría nunca.
—¿La sedujo?
Aquello interrumpió los pensamientos de ____, cogiéndola por sorpresa, y lo primero que pensó fue en mentir. Pero Madeleine no parecía estar juzgándola. Necesitaba el consejo de aquella mujer y quería ser su amiga, lo que la sorprendió aún más que la pregunta de la seducción.
—No, no es exacto decir que me sedujo. Nunca le desanimé —admitió ella, apretando ya el abanico con tanta fuerza que estaba a punto de romperlo—. Yo le besé primero, con mucha inocencia, eso sí, y luego cogió mi corazón en sus manos con pericia y lo hizo añicos.
Aquello era descaradamente exagerado, se percató ____, pero no se le ocurrió nada más para explicar su estado de agitación.
—¿En serio? —Madeleine la observó abiertamente desde la cabeza hasta donde las rodillas empezaban a ocultarse debajo de la mesa de té. Acarició cuidadosamente con los dedos el asiento del sofá de terciopelo con una expresión solo de ligera curiosidad—. Entonces debe de habérselo entregado en bandeja de plata.
—¿Cómo dice?
Madeleine arrugó la frente con delicadeza.
—Su corazón. ¿Se lo entregó en bandeja de plata?
____ no tenía ni la más remota idea de qué significaba aquello. Los franceses podían hacer un uso muy extraño de las palabras inglesas.
—Lo siento, me temo que no la comprendo.
Los labios pintados de rosa de Madeleine volvieron a levantarse casi de manera imperceptible, al tiempo que sus pobladas pestañas caían maliciosamente sobre los hermosos ojos.
—¿Está enamorada de él?
La pregunta hizo que ____ se sintiera mareada. Notó la espalda pegajosa a causa del sudor, sus enaguas se le pegaron a las piernas, y de repente deseó estar desnuda en una isla desierta tropical bajo un chaparrón... muy lejos de casa, muy lejos de Francia, muy lejos de todo.
Pero Madeleine esperó pacientemente, y ____ supuso que tenía que ser sincera con ella también acerca de aquello.
—No, por supuesto que no lo amo —contestó con la boca seca y un pulso repentinamente acelerado—. Lo que sentimos el uno por el otro es un caso grave de atracción física que se dirige ya hacia un final destructivo.
____ alcanzó a ver un atisbo de incredulidad en la cara de la francesa, lo cual la irritó.
—Bueno —concluyó Madeleine—, puesto que no lo ama, no puede haberle entregado el corazón en bandeja de plata; por consiguiente, no acabo de entender cómo puede él haberle hecho añicos el corazón.
____ abrió la boca de golpe para responder con descaro, o quizá para corregir el razonamiento de la mujer, pero acto seguido la volvió a cerrar bruscamente. No tenía ni idea de qué responder, así que, por supuesto, fue un alivio cuando en ese preciso instante Marie-Camille llamó con los nudillos a la puerta y entró tras un carrito de té.
La criada lo empujó hacia las damas, deteniéndose al lado de la mesita. Con manos ágiles colocó una bandeja con pan, rodajas de tomate y fiambre de pato sobre la pulida superficie de caoba, prosiguió con una tabla de quesos, una bandeja conteniendo unas porciones de tarta de chocolate, los cubiertos de plata, unos platos pequeños de porcelana y dos vasos de limonada. Hecho lo cual, miró con expectación a Madeleine, quien la despidió con un movimiento de cabeza, y se marchó discretamente.
—Por favor —le indicó Madeleine levantando ligeramente la palma de la mano.
____ estudió la bandeja con las rodajas de tomate, las porciones de tarta de chocolate y las lonchas de pato, que se le antojaron corazones rebanados, y casi soltó una carcajada por la opresiva tensión que acumulaba en su interior. A veces, la vida era absurda.
Colocando el abanico a un lado, se saltó los prolegómenos, alargó la mano para coger un plato y se sirvió un trozo de tarta. Su pensativa anfitriona sonrió abiertamente e hizo lo mismo.
—Entonces —empezó Madeleine después de darle un pequeño mordisco al dulce—, no lo ama, pero lo sedujo. ¿Qué hizo usted luego?
____ tragó el cremoso baño de chocolate como si fuera papel. Las preguntas de la francesa estaban empezando a ser absolutamente indiscretas, y sin embargo, ____ entendió que intentaba ayudarla a comprender sus crispadas emociones.
Sacudió la cabeza de manera insignificante.
—No lo sé. Y no lo seduje exactamente —la corrigió—. Solo lo besé. Y él se aprovechó de eso.
Madeleine la observó a hurtadillas con los ojos entrecerrados.
—Los hombres no suelen tener problemas para eso. Y sin embargo, usted se lo permitió, así que también ha sido responsable.
____ engulló el tercer trozo de tarta y volvió a posar el plato sobre la mesa de té, sintiendo que su apetito disminuía de manera considerable.
—Por supuesto que no debería haber ocurrido —reconoció con una vocecita temblorosa—. Fue una inmoralidad, y he arruinado mi vida.
—Eso es una majadería —se burló Madeleine—. Ya no es virgen; eso es todo. Una experiencia íntima que no la ha arruinado nada.
____ sintió cada vez más rigidez en los huesos.
—Ha arruinado mi matrimonio.
—Solo si permite que su desliz sea conocido por su marido, que tendría que ser alguien distinto a Joseph.
____ inclinó la cabeza con perplejidad.
—Jamás podría mentirle a mi marido, y la idea de casarme con Joseph es absurda.
Madeleine también colocó el plato con lo que le quedaba de tarta en la mesa de té y se apoyó en uno de sus brazos largos y gráciles mientras colocaba el otro sobre las piernas, permitiendo que sus uñas afiladas y muy cuidadas quedaran colgando en el aire.
—Hay maneras de ocultar la pérdida de la virginidad a un futuro marido. Pero antes de que hablemos de eso, ¿le importaría decirme por qué es absurdo casarse con Joseph?
La mujer era tan condenadamente directa que aquello tranquilizó a ____, y sin embargo, la sinceridad de Madeleine tenía mucho que ver con la razón de que hubiera decidido buscar su consejo antes de nada.
—Joseph es un espíritu excesivamente caprichoso —proclamó con moderación—. Y tiene... mucha experiencia.
Los rasgos de Madeleine se abrieron con diversión.
—¿Y eso es malo?
Aquello dejó perpleja a ____.
—Por supuesto que es malo. No puedo confiar en él debido a su reputación de promiscuo. —Titubeó y dijo con tristeza—: Tiene un pasado.
Madeleine empezó a balancear cuidadosamente los pies por debajo del vestido, provocando que la seda resplandeciera bajo el brillante sol que entraba por las ventanas.
—Todo el mundo tiene un tipo u otro de pasado, ____, incluida usted.
—Yo no tengo ningún pasado.
—Si se casa, y no lo hace con Joseph, tendrá un pasado.
La afirmación la abofeteó con la crudeza y la lógica de la verdad. La vergüenza volvió a ruborizarla de nuevo, y la combatió cogiendo de nuevo el abanico y agitándolo a un lado y a otro delante de su cara con la esperanza de que su reacción pasara inadvertida.
—La cuestión es irrelevante —dijo sin convicción—. Me niego a casarme con un hombre que probablemente vaya a tener amantes, y Joseph jamás podría serme fiel.
En ese momento, Madeleine pareció completamente aturdida.
—¿Por qué cree que no?
Aquello exasperó a ____.
—Por su experiencia, Madeleine. ¿Por qué demonios iba a abandonar sus costumbres de crápula que tanto parecen divertirle, solo porque haga la promesa nupcial a mí o a cualquier otra?
—¿Qué le hace pensar que no cambiaría?
____ no supo cómo responder a eso y estaba empezando a cansarse de las preguntas. Madeleine se dio cuenta, sin duda, porque su expresión se tornó seria de nuevo, y se inclinó hacia delante para explicarse.
—____, la mayoría de los caballeros de su clase se casan porque es lo que se espera de ellos. Necesitan herederos, o las propiedades que obtienen con las dotes, además del conveniente desahogo sexual que proporciona el matrimonio. El amor es pocas veces un factor que impulse a esos hombres a escoger una mujer, y se supone que han de mantener una o dos amantes mientras están casados. Las esposas también suelen estar al corriente de esto, y si además no sienten un gran amor por sus maridos, muchas veces se sienten aliviadas de que aquellos busquen el placer en otra parte, sobre todo si han parido varios hijos y sus cuerpos están cansados.
—Soy consciente de ello, Madeleine...
—Estoy segura de que lo es, pero deje que termine. —Su tono se tornó meditabundo cuando prosiguió—. Joseph no necesita una esposa; al menos no para obtener una dote o un heredero que reciba una propiedad. Él ya es libre, y tiene su propia fortuna, y puede escoger sus compañías, o su ausencia, a su libre albedrío. Si llegara tan lejos como para casarse con usted, lo estaría haciendo porque habría escogido hacerlo. No se me ocurre ningún motivo para que se casara con usted o con cualquier otra, si quisiera proseguir con sus tendencias libertinas. Eso solo le complicaría la vida.
____ se dejó caer contra el respaldo, sintiendo la blandura del sillón contra su espalda mientras los nervios hacían que le picara la piel.
—Aparte de en un momento de broma, nunca ha sugerido el matrimonio de manera formal —dijo ____ entre dientes, deprimida.
La francesa la miró en silencio de manera deliberada, frotando con aire ausente el cojín del asiento con los dedos.
—____, esta es una cuestión bastante personal, por supuesto, pero piense con detenimiento lo que le voy a preguntar. —Apretó fugazmente los labios—. Usted ha tenido relaciones íntimas con Joseph. ¿Durante ese momento de intimidad él... hizo algo que evitara que pudiera quedarse embarazada?
A ____ le acometió un sentimiento de espanto. Ni una vez se le había cruzado por la mente que pudiera estar encinta de un hijo de Joseph. La idea era estrafalaria. Impensable. Y muy verosímil.
—No... no estoy segura de eso.
Madeleine hizo un insignificante movimiento de cabeza, como si estuviera sacando sus propias conclusiones, sin que su mirada titubeara ni un instante mientras seguía estudiando a ____ de manera calculadora.
—Un hombre o una mujer pueden hacer durante esos momentos íntimos diversas cosas muy fiables para evitar el embarazo. Puesto que esa fue la primera vez que estaba con un hombre, es improbable que usted pensara en ello. Sin embargo, es probable que Joseph sí lo hiciera. Si los momentos de intimidad se producen sin planearlos, lo mejor que puede hacer un hombre es salirse cuando alcanza... el punto crítico. Estoy segura de que entiende cuándo se produce este. —En voz muy baja, y sin ningún atisbo de vergüenza, dijo—: Si Joseph no lo hizo, casi con absoluta seguridad es que sabía que podía correr el riesgo de dejarla embarazada. Y también estoy segura de que si no pretendiera casarse con usted, él jamás se habría expuesto a ello.
____ parpadeó rápidamente, asustada y completamente ruborizada por la franca explicación de la francesa, avergonzada por la idea, y si consideraba sus sentimientos con total honestidad, reconfortada en algún lugar muy profundo de su ser. Se pasó una palma temblorosa por la frente, cerrando los ojos.
—Pero él sabe que no me casaré con él. Se lo dije sin ambages, antes de ese... episodio.
—Tal vez piense que cambiará de idea.
____ dejó caer un brazo hasta el regazo y volvió a levantar las pestañas.
Con la boca apretada, dijo con voz rotunda cargada de impaciencia:
—Él sabe lo que pienso al respecto, Madeleine. No puedo confiar en que sea fiel, y me niego a entregar mi corazón a alguien en quien no confío. Así se lo dije.
—Los hombres pueden ser muy arrogantes a veces.
Por fin ella había entendido. ____ puso los ojos en blanco y abrió las manos completamente.
—Justo lo que yo pienso.
—Pueden ser bastante insistentes, cuando quieren algo de manera desesperada.
—Ellos... —____ paró de hablar en seco y la miró de hito en hito—. Estoy segura de que no me quiere de manera desesperada.
Madeleine sonrió irónicamente, y alargó la mano de nuevo para coger el plato de la tarta.
—¿De verdad? ¿Por qué?
La mujer la estaba volviendo loca con sus preguntas incesantes.
—Podría tener a cualquiera.
—Y sin embargo la quiso a usted.
—Simplemente estaba allí y a su disposición.
Madeleine desvió la mirada hacia el plato.
—____, la mitad de los habitantes del mundo son mujeres. Joseph está rodeado de ellas y es un hombre muy atractivo. Y como bien ha dicho usted, podría tener las que quisiera y cuando quisiera. —Cortó meticulosamente un trozo de tarta de chocolate con el tenedor, y sus cejas elegantemente perfiladas se juntaron en señal de profunda concentración—. Yo diría que le ha sido fiel desde que salió de Inglaterra, y piense en esto: no tenía ningún motivo para serlo. Todavía no está casado con usted. No le debe nada y, sin embargo, se entrega a usted, y usted lo rechaza.
Levantando el tenedor hasta dejarlo a medio camino de los labios, Madeleine hizo una pausa, alzando la vista para añadir mordazmente:
—Yo no empezaría a suponer cuáles son sus sentimientos hacia usted ni qué es lo que piensa de la relación que hay entre ustedes. Sin embargo, sospecho que habría de ser una de estas tres cosas. No la ama y simplemente utiliza el tiempo que pasan juntos nada más que para disfrutar físicamente y tener un verano de placer. La ama, pero no se aclara con sus sentimientos y todavía no se ha dado cuenta de ello. O la ama y lo sabe, pero no se lo dirá porque teme que usted no le corresponda y no está dispuesto a ser testigo de cómo lo rechaza.
Se puso el trozo de tarta en la lengua, deslizó los labios por el tenedor y masticó lentamente, dejando que las atrevidas palabras fueran asimiladas.
____ la observó en silencio, sin expresión, escuchando con una fascinación morbosa.
—Según mi experiencia —prosiguió Madeleine después de tragar—, los hombres tienen un miedo cerval a que las personas que aman los rechacen, mucho más que lo que temen las mujeres, y creo que esto se debe a que su orgullo y su ego tienen una gran importancia para ellos. También se debe a que a los hombres les resulta más difícil ser sinceros y expresar sus sentimientos. —Volvió a colocar el tenedor en el plato y bajó la voz hasta convertirla en un tranquilo susurro—: Hasta que no confíe en Joseph lo suficiente para entregarle su corazón, es probable que nunca llegue a saber lo que él siente por usted más allá de una amistad superficial. Pero deje que le haga una pregunta. —Se mordió la comisura del labio, inclinando la cabeza—: Con independencia de con quién se case, ¿espera serle fiel a su marido?
____ casi se quedó sin respiración.
—Sí —consiguió decir con un nudo en la garganta.
Madeleine volvió a reír con satisfacción.
—Así que, puesto que esto es algo que no puede probar, la intención es lo único que se le puede pedir. Incluido Joseph. Estoy segura de que usted no le pediría ni más ni menos a él. —Sus ojos azul claro centellearon cuando concluyó—: La vida y el amor están erizados de peligros, y creo que nuestro mundo sería muy aburrido si nadie los corriera. Tales peligros son realmente los que hacen que las experiencias cotidianas sean tan placenteras.
____ estaba sentada completamente inmóvil, pegada al sillón, incapaz de aspirar un soplo de aire, y no estaba segura de sí eso se debía al calor, a su opresivo corsé o al difícil giro de los acontecimientos que cambiaban su relación con un hombre al que no quería con la cabeza, pero al que la pasión le impedía rechazar. Apartando los ojos de los de Madeleine, alargó una mano temblorosa hacia uno de los vasos de limonada, se lo llevó a los labios y le dio tres grandes tragos para humedecerse la boca seca.
La circunstancias eran todas un error, e indecentes, pero las conclusiones de Madeleine eran justas, tal vez incluso acertadas. Todo lo que había dicho la mujer era lógico. Y eso la asustó.
Dejó la limonada y el abanico sobre la mesa de té, se levantó con torpeza y se dirigió a las ventanas con paso inseguro. Se quedó mirando fijamente la hierba verde y las flores del parque, el balanceo de los robles; observó a los apresurados peatones en la calle de abajo, olió el polvo y el tráfico de la ciudad, que flotaba a la deriva en la brisa y sintió el sol del final de la tarde en la cara.
—¿Cómo puedo depositar mi confianza en alguien que podría llegar a aburrirse de mí y un buen día lamentar el pasado al que renunció? —preguntó en un susurro—. ¿Y si ahora soy solo... una diversión para él?
—No puede leerle la mente, ____, ni vislumbrar el futuro —le contestó Madeleine con el mismo tono de voz—. Nadie sabe lo que ocurrirá dentro de veinte años. Puede que para entonces estén tan aburridos el uno del otro que los dos tengan casas separadas y multitud de amantes.
____ se volvió hacia la mujer una vez más, incapaz de disimular su expresión de indecisión y preocupación.
Madeleine bajó la voz.
—Pero lo más probable es que estén satisfechos y se encuentren más profundamente enamorados que lo que pueda llegar a imaginar. Con franqueza, en mi opinión están hechos el uno para el otro. En cuanto a lo de ser una diversión para Joseph, lo dudo sinceramente. No alcanzo a comprender por qué, con todo un mundo lleno de mujeres que descubrir y seducir, iría a escoger a una preciosa virgen para pasar un verano de diversión. Eso exige demasiado esfuerzo y no merecería la pena que perdiera el tiempo en ello. Sin embargo, sí que merece totalmente la pena si él puede fantasear con convertirla en su esposa complaciente, en su amiga y en su amor. Ese es el riesgo de Joseph.
____ gruñó, y apoyó la cara en la palma de la mano. Se suponía que su vida no tenía que ser jamás tan complicada. Se la habían planeado desde el momento de su nacimiento: la educación adecuada, un buen matrimonio con un caballero respetable, la vida de tediosas salidas sociales y una noche tras otra de sumisión a un marido aburrido e indiferente para que pudiera darle hijos. No se esperaba nada más de ella. Pero, antes al contrario, ella sola había decidido presuntuosamente que tendría algo diferente, algo más, algo extraordinario con un hombre insólito y maravilloso de su elección. Y en ese momento, cayó en la cuenta con una claridad deslumbrante de que casarse con un hombre que la quisiera, que corriera peligros por ella, que jugara con ella y le tomara el pelo como un amigo probablemente sería la fuerza que conservaría su felicidad y su unión a través de los años. Casarse con un estirado caballero de buena cuna, como se le había enseñado a esperar y soportar, al que no le importara nada de ella aparte de su utilidad como encargada de su hogar y madre de su heredero sería el primer paso hacia la infidelidad... quizá la de ambos.
Por primera vez en su vida, ____ sintió una punzada de tristeza y compasión por su madre. Ella se había casado con un hombre que no amaba porque se la había educado para que no esperase otra cosa. La única emoción de su vida había provenido de su breve y apasionado romance con un francés que ella nunca pudo reivindicar como propio. Que su padre se hubiera enamorado de su madre con el tiempo era algo insólito, tuvo que reconocer ____ en ese momento, aunque el camino del amor rara vez parecía ser normal o lógico. En su mundo, casarse por amor era un sueño, no una realidad. Lo había sabido desde el principio, y aquella fue la esperanza que había alimentado por el Caballero Negro durante años.
Pero el Caballero Negro no era su sueño; era su fantasía, una esperanza infantil e irreal de una gozosa felicidad que no había existido nunca y que no podría existir jamás. Si tomaba las palabras de Madeleine como la verdad, supo que su sueño era un corazón tangible y palpitante lleno de esperanza que en ese momento reposaba en la palma de su mano, y que aguardaba a ser cogido y mimado. Aunque la única forma que tendría de vivir ese sueño sería exponer sus pensamientos y sentimientos más profundos a Joseph, y sintiendo una pena angustiosa, no supo si alguna vez podría aceptar aquellos y hacer tal cosa.
____ levantó la cabeza y cerró los brazos alrededor de ella en un abrazo protector.
—No sé qué hacer. Esta mañana le dije algunas cosas muy crueles. Puede que no me perdone nunca.
—Tonterías. —Madeleine dejó su plato ya vacío encima de la mesa de té, se levantó y atravesó elegantemente la alfombra para detenerse al lado de ____ junto a la ventana—. Se recuperará de eso con bastante facilidad. A los hombres hay que tratarlos con la persuasión adecuada, la cual casi siempre es de naturaleza sexual. Le sugiero que se plante desnuda delante de él, le vuelva a hacer el amor, lo trate como si fuera el único hombre vivo, y le aseguro que jamás se acordará de nada de lo que le haya dicho excepto lo magnífico amante que es.
____ reprimió una risita tonta ante la idea, escandaliza y complacida por igual. Su madre se habría desvanecido al oír una conversación tan audaz entre damas en un salón rosa y durante el té.
Madeleine permaneció a su lado durante un momento, antes de rodearla con un brazo con delicadeza.
—Hablaremos sobre qué hacer a continuación —dijo para tranquilizarla—, y la decisión, por supuesto, será cosa suya. Si sus baúles están en el hotel, haré que los suban; puede quedarse aquí esta noche. Eso le dará tiempo para pensar.
____ meneó la cabeza y cerró los ojos durante un momento.
—No le dejé ninguna nota, Madeleine. Pensará que le he abandonado para irme a Inglaterra... con las esmeraldas.
La francesa se rió en voz baja.
—Tengo la grave sospecha de que estará más preocupado por usted, sus pensamientos y su paradero que por un estúpido collar. Y le sentará bien. Deje que se preocupe.
____ quiso rebatir tales suposiciones, pero Madeleine la obligó a volver a la mesa de té para hablar de nuevo antes de que pudiera abrir la boca.
—Ahora, por favor, coma algo antes de que se vuelva transparente. Luego, nos pondremos nuestras mejores galas y pasaremos una agradable velada en la ciudad... sin la fastidiosa presencia de ningún miembro del sexo masculino. —Negó con la cabeza con fingido desprecio—. Qué criaturas tan desconcertantes son.
____ esbozó una sonrisa y volvió a su sillón sin hacer ningún comentario, extrañamente reconfortada por la repentina cercanía que sentía hacia la pintoresca y sofisticada francesa que se había convertido en su amiga.
¡Hola chicas! Y ¡Bienvenida misterygirl! :D
Se acerca el final niñas. Solo quedan tres capítulos.
Gracias por todos sus comentarios. Más tarde subo :)
Natuu!!
Se había enterado del paradero de Madeleine de una manera nada insólita, aunque eso le supuso ir de un hotel elegante a otro hasta que lo consiguió. La francesa estaba en París porque había acompañado al señor Fecteau con cierto secretismo a la capital, a fin de poner término a su asunto con el gobierno británico en relación con las esmeraldas. Esto era cuanto había sabido ____ antes de ir al norte ella misma. Pero no fue hasta aquella mañana, después del fiasco con Joseph, que había considerado la idea de buscarla.
Su primer deseo después de la terrible discusión entre ambos había sido abandonar Francia de inmediato. Tras hacer sus baúles a toda prisa en cuanto Joseph se marchó, había huido de la angustia que sentía entre las cuatro paredes de su preciosa habitación del albergue de la Cascada. Se había dirigido a la ciudad con la firme intención de coger el primer tren que la llevara a Calais, y una vez allí reservar un pasaje para Dover. Podría haber estado en casa al cabo de tres días, si todo iba bien. Y sin embargo, algo la contuvo. Al principio pensó que se trataba del mero arrepentimiento por las palabras que le había dirigido a Joseph esa mañana. Pero después de intentar encontrar un medio de transporte hasta la ciudad, y de pasar la mitad del día y de invertir una enorme suma en conseguir transportar su equipaje a la ciudad, se dio cuenta de que permanecía en Francia debido a sus confusos sentimientos hacia él; hacia el hombre que la había mentido, humillado, engañado y ayudado en provecho propio; el que le había hecho el amor con tanta perfección y había acarreado el descomunal equipaje de ____ por toda Francia porque ella se lo había pedido.
Sí, tenía que admitir que si había reconsiderado lo de volver corriendo a casa, era exclusivamente por las incomodidades que le había causado a Joseph durante semanas, sin que este se hubiera quejado ni una sola vez en serio. Había sido una molestia para él al apartarlo de su trabajo, al distraerlo con su presencia y exigencias y al robarle las esmeraldas, las cuales seguían todavía en poder de ella. Y así exactamente era como había sido su relación con Joseph siempre: confusa, divertida y ridícula. Antes de tirarlo todo por la borda, si es que no lo había perdido todo ya, necesitaba el consejo de una mujer experimentada, y así era como había acabado finalmente en la suite del hotel de Madeleine siete agotadoras horas después de decidir encontrarla.
Había sido recibida en la puerta por una doncella alta de cara insulsa y pelo y ojos oscuros, ataviada con un vestido gris almidonado, delantal blanco y cofia. Le preguntó su nombre, y al cabo solo de un instante la hizo pasar al salón para que esperara a su señora.
____ estaba sentada en una pieza que, en realidad, era más que un salón, decorada con gusto en tonos rosas; en contra de lo que podría esperarse, nada chabacano. Los objetos decorativos eran escasos, porque la pieza era un tanto pequeña, y contenía solo dos sillones tapizados en terciopelo situados enfrente de un sofá de la misma tela y de una mesa de té de caoba ubicada entre ellos. A la izquierda, detrás de ella, había una pared con ventanas, abiertas a la sazón para permitir la entrada de cualquier brisa que tuviera a bien colarse y que ofrecían una espléndida vista del exuberante parque del otro lado de la calle. El papel de la pared, de brocado rosa con unas diminutas flores de terciopelo de una variedad desconocida, cubría las otras tres paredes, desde la alfombra de felpa hasta el techo. Tres óleos de paisajes parisinos adornaban las altas paredes, y colocadas en extremos opuestos había una gran chimenea con una repisa de caoba tallada y la puerta que conducía al dormitorio.
El ambiente podría haber sido sin duda recargado, reflexionó ____, sentada con la espalda recta y abanicándose para combatir el persistente calor. Pero, por supuesto, no lo era. La suite era sofisticada y femenina, absolutamente parisina, y sin duda, encajaba con Madeleine.
—¡Válgame Dios, ____, qué sorpresa verla!
____ se volvió hacia la voz dulce y etérea de la francesa, que procedía de la puerta que conducía al dormitorio, donde debía de haber estado haciendo la siesta. Como siempre, el aspecto de Madeleine DuMais era despampanante. Elegante y alta, cuando atravesó con garbo la alfombra rosa hacia ella, su cara risueña y hermosa rebosaba de preguntas, y la larga falda fruncida en la cintura de su vestido diurno de seda fluía con delicadeza alrededor de sus piernas como si fuera una parte natural de su cuerpo.
____ se sintió repentinamente pequeña e incómoda, metida en su modesto traje de viaje de muselina verde menta. La humedad del pelo favorecía que unos rizos díscolos se le pegaran a las mejillas, y el corsé le aplastaba las costillas mientras intentaba sentarse con propiedad. Como era natural, nunca abandonaría ni siquiera su dormitorio sin ponerse un corsé, aunque, al pensarlo en ese momento, su mente le recordó con obstinación que no se lo había puesto en presencia de Joseph. En ese preciso instante lo que menos necesitaba era distraerse.
—Espero que me perdone esta intromisión, Madeleine —dijo con cortesía, abanicándose ligeramente la cara—. Pero estaba en París, y pensé que podía visitarla. ¿Qué tal está usted?
Madeleine arqueó ligeramente las cejas al oír la pregunta. Trasladó su ágil figura al sofá de enfrente de ____ y se sentó con un movimiento rápido y fluido.
—Perfectamente, gracias, excepto, claro está, por el calor. —Se alisó la falda, estirando el borde para que se arremolinara alrededor de sus piernas, y volvió el cuerpo para colocarse de costado con la mirada al frente, cruzando las manos en el regazo.
—Espero que usted también se encuentre bien.
—Oh, sí, muy bien, gracias —contestó ____ con educación—. Ha estado haciendo mucho calor, pero los chaparrones que hemos tenido los últimos días han sido una diversión encantadora. Prefiero, sin duda, el fresco de Inglaterra al calor del sur de Francia, aunque el clima de París ha sido bastante benigno. Nunca llueve a gusto de todos.
—No, por supuesto que no —convino amablemente Madeleine—. Sin embargo, durante los meses del invierno, prefiero el calor de Marsella.
____ sonrió.
—Pero creo que es natural que una prefiera la comodidad de su hogar, con independencia del clima...
—____, ¿dónde está Joseph?
____ parpadeó ante la franqueza de la pregunta, apretando el mango del abanico cuando lo detuvo en el aire. Madeleine sabía muy bien que no estaba allí para intercambiar cumplidos, y en ese momento insistía en conocer el objeto de su visita.
____ titubeó, humedeciéndose los labios.
—No estoy segura de dónde está. ¿No lo ha visto? —Se moría de miedo de que Joseph estuviera allí, descansando con Madeleine, pero desterró rápidamente aquel pensamiento de su mente. La verdad es que no le parecía probable.
Madeleine respiró hondo y se recostó tranquilamente sobre el mullido cojín.
—No lo he visto desde que nos marchamos de Marsella, y él no me dijo que vendrían a París. —Bajó la voz—. ¿Lo está buscando o huyendo de él?
____ estuvo a punto de soltar una carcajada. No había considerado que los acontecimientos de los dos últimos días la pusieran tan nerviosa.
—En realidad... estaba pensando en abandonar Francia sin que él lo supiera. Mis baúles están abajo, en la conserjería, pero primero quería visitarla.
—Entiendo. ¿Va todo bien?
____ sintió que se ruborizaba y lo compensó abanicándose de nuevo.
—Tuvimos... una pequeña discusión.
Madeleine inclinó la cabeza ligeramente.
—¿En serio?
____ no fue capaz de pensar en nada que añadir y empezó a inquietarse. Volvió su atención a la ventana, mirando sin ver la frondosa y verde enredadera que colgaba de un enrejado blanco.
—¿Ha comido algo hoy, ____?
Su mirada volvió como un rayo hacia la francesa.
—¿Comido?
Madeleine la escudriñó durante un instante, luego se inclinó hacia delante e hizo sonar una campana de plata apoyada sobre la mesa de té. La doncella apareció de inmediato, y Madeleine le encargó en francés:
—Marie-Camille, haga que el chef del hotel prepare un almuerzo frío, algo fresco de beber y... —Lanzó una mirada a ____—. Pide también algo de chocolate.
—Madame... —Marie-Camille hizo una reverencia, se dio la vuelta y salió del salón.
____ bajó el abanico hasta su regazo sin dejar de moverse, mientras intentaba erguir el cuerpo para que el corsé no se le clavara tanto en los pechos. Madeleine se arregló la falda, abrió completamente las manos y apoyó las palmas en el cojín del sofá.
—Tal vez le gustaría contarme lo ocurrido.
____ no estaba preparada precisamente para ser minuciosa con los detalles, pero la pregunta de Madeleine estaba hecha con sinceridad, y después de todo, había ido allí en busca de consejo.
Sin solución de continuidad, ____ empezó por el principio.
—Pedí a Joseph que me trajera a París. Necesitaba que él, en su calidad de Caballero Negro, me ayudara a encontrar unas cartas de naturaleza privada, escritas por mi madre.
—¿Así que finalmente le dijo quién era él?
—Descubrí su identidad por mí misma, la noche del baile —le respondió de inmediato, confiando en poder disimular su irritación. El mundo del engaño no estaba abierto exclusivamente a los ladrones profesionales y a los espías. Sintiéndose orgullosa de sus deducciones, añadió—: También me confirmó mis conclusiones respecto a las relaciones de usted... con Gran Bretaña.
—Eso hizo —afirmó la francesa sin aparente sorpresa ni preocupación—. Bueno, entonces no tenemos secretos entre nosotras.
Aquello pareció complacerla, y ____ se relajó un poco, decidiendo que lo mejor era revelarlo todo.
—También tengo las esmeraldas.
Desconcertada, Madeleine la miró fijamente durante un instante.
—¿Se refiere a las esmeraldas robadas al conde de Arlés?
¿Qué otras esmeraldas estaban en juego?
—Sí, por supuesto —respondió ____ con amabilidad. Y con una pequeña sonrisa de triunfo, presumió—: Se las robé a Joseph.
—Eso es impresionante. Es evidente que su talento y su inteligencia están al mismo nivel que los de él.
____ casi sonrió abiertamente de satisfacción. Para venir de una espía británica, era todo un cumplido.
—¿Fue esa la causa de su disputa?
____ intentó organizar sus ideas antes de hablar.
—En realidad, no. La pelea fue... tuvo un carácter más personal.
Madeleine hizo una pausa antes de preguntar:
—¿De naturaleza romántica?
—Sí.
—Entiendo...
Madeleine la observó con tanta intensidad que ____ empezó a pensarse dos veces lo de las confidencias. Sus emociones eran demasiado inestables en ese momento, y tenía los nervios de punta. Estrujó el abanico en su regazo para evitar gritar, porque una dama no gritaba. Su mente lógica le dijo que o lo soltaba todo de una vez o tal vez debería salir corriendo. Su corazón la instó a que volviera a echarse a llorar, lo que a su vez la enfureció. Nunca se había sentido tan confundida.
—____, ¿usted y Joseph han tenido relaciones íntimas?
____ abrió los ojos como platos. Su rostro enrojeció, y sintió que el vestido le picaba por todas partes. Aquello no era algo que una dama soltera hablara con cualquiera. Sin embargo, no se le ocurría otra forma de obtener consejo que la de confesar semejantes intimidades, y, de todos modos, ¿no había sido esa la razón de que hubiera querido hablar de ello con una mujer experimentada?
—Sí, las hemos tenido —admitió en un susurro de tristeza y arrepentimiento, doblándose por fin sobre las inflexibles ballenas de su corsé.
Madeleine hizo una larga y firme inspiración, pero sus ojos no se apartaron ni un momento de los de ____, y su expresión no mostró ningún juicio.
—¿Está disgustada por eso?
—Creo que estoy más furiosa conmigo, por permitir que sucediera —contestó ____, volviéndose para mirar el reloj de la repisa de la chimenea y observando el discurrir del segundero. Con abatimiento, añadió—: En Marsella le dije que a cambio de la recuperación de las cartas de mi madre, le devolvería las esmeraldas y le daría otra cosa, algo muy valioso de acuerdo con sus convicciones. Yo solo me estaba refiriendo a cierta información que había oído de pasada en el baile, pero él supuso que me refería a mi inocencia.
Madeleine rió entre dientes, y ____ volvió la mirada hacia ella, perceptiblemente molesta.
—No sabía que una idea tan indecente por parte de Joseph pudiera divertirla.
—No me reía de usted ni de la seriedad del apuro —la tranquilizó, sonriendo y negando con la cabeza lo suficiente para que sus rizos castaños rozaran sus mejillas—. Pero esa reacción es muy típica. Los hombres piensan siempre en términos sexuales, ____, y supongo que no pueden evitarlo. Está en su naturaleza. Y debido a esa naturaleza instintiva, me imagino que Joseph no pensó dos veces en lo que usted le proponía. Lo más probable es que hubiera estado soñando o fantaseando con un momento a solas con usted, y cuando le ofreció algo tan valioso, dio por supuesto que se refería exactamente a lo que quería oír.
____ sintió un doloroso retortijón en el estómago, causado no por la falta de alimento, sino por la molesta idea de que Madeleine pudiera tener razón.
—Me dijo que creía que era una suposición lógica —le confió ____.
Los labios de Madeleine volvieron a expandirse en una sonrisa franca.
—Y por supuesto que lo creía. Estoy segura de que nunca se le ocurrió que podría tratarse de otra cosa.
La francesa hizo que pareciera de lo más sencillo y natural, y en absoluto despreciable, como pensaría su madre si se enterase. A Dios gracias, no se enteraría nunca.
—¿La sedujo?
Aquello interrumpió los pensamientos de ____, cogiéndola por sorpresa, y lo primero que pensó fue en mentir. Pero Madeleine no parecía estar juzgándola. Necesitaba el consejo de aquella mujer y quería ser su amiga, lo que la sorprendió aún más que la pregunta de la seducción.
—No, no es exacto decir que me sedujo. Nunca le desanimé —admitió ella, apretando ya el abanico con tanta fuerza que estaba a punto de romperlo—. Yo le besé primero, con mucha inocencia, eso sí, y luego cogió mi corazón en sus manos con pericia y lo hizo añicos.
Aquello era descaradamente exagerado, se percató ____, pero no se le ocurrió nada más para explicar su estado de agitación.
—¿En serio? —Madeleine la observó abiertamente desde la cabeza hasta donde las rodillas empezaban a ocultarse debajo de la mesa de té. Acarició cuidadosamente con los dedos el asiento del sofá de terciopelo con una expresión solo de ligera curiosidad—. Entonces debe de habérselo entregado en bandeja de plata.
—¿Cómo dice?
Madeleine arrugó la frente con delicadeza.
—Su corazón. ¿Se lo entregó en bandeja de plata?
____ no tenía ni la más remota idea de qué significaba aquello. Los franceses podían hacer un uso muy extraño de las palabras inglesas.
—Lo siento, me temo que no la comprendo.
Los labios pintados de rosa de Madeleine volvieron a levantarse casi de manera imperceptible, al tiempo que sus pobladas pestañas caían maliciosamente sobre los hermosos ojos.
—¿Está enamorada de él?
La pregunta hizo que ____ se sintiera mareada. Notó la espalda pegajosa a causa del sudor, sus enaguas se le pegaron a las piernas, y de repente deseó estar desnuda en una isla desierta tropical bajo un chaparrón... muy lejos de casa, muy lejos de Francia, muy lejos de todo.
Pero Madeleine esperó pacientemente, y ____ supuso que tenía que ser sincera con ella también acerca de aquello.
—No, por supuesto que no lo amo —contestó con la boca seca y un pulso repentinamente acelerado—. Lo que sentimos el uno por el otro es un caso grave de atracción física que se dirige ya hacia un final destructivo.
____ alcanzó a ver un atisbo de incredulidad en la cara de la francesa, lo cual la irritó.
—Bueno —concluyó Madeleine—, puesto que no lo ama, no puede haberle entregado el corazón en bandeja de plata; por consiguiente, no acabo de entender cómo puede él haberle hecho añicos el corazón.
____ abrió la boca de golpe para responder con descaro, o quizá para corregir el razonamiento de la mujer, pero acto seguido la volvió a cerrar bruscamente. No tenía ni idea de qué responder, así que, por supuesto, fue un alivio cuando en ese preciso instante Marie-Camille llamó con los nudillos a la puerta y entró tras un carrito de té.
La criada lo empujó hacia las damas, deteniéndose al lado de la mesita. Con manos ágiles colocó una bandeja con pan, rodajas de tomate y fiambre de pato sobre la pulida superficie de caoba, prosiguió con una tabla de quesos, una bandeja conteniendo unas porciones de tarta de chocolate, los cubiertos de plata, unos platos pequeños de porcelana y dos vasos de limonada. Hecho lo cual, miró con expectación a Madeleine, quien la despidió con un movimiento de cabeza, y se marchó discretamente.
—Por favor —le indicó Madeleine levantando ligeramente la palma de la mano.
____ estudió la bandeja con las rodajas de tomate, las porciones de tarta de chocolate y las lonchas de pato, que se le antojaron corazones rebanados, y casi soltó una carcajada por la opresiva tensión que acumulaba en su interior. A veces, la vida era absurda.
Colocando el abanico a un lado, se saltó los prolegómenos, alargó la mano para coger un plato y se sirvió un trozo de tarta. Su pensativa anfitriona sonrió abiertamente e hizo lo mismo.
—Entonces —empezó Madeleine después de darle un pequeño mordisco al dulce—, no lo ama, pero lo sedujo. ¿Qué hizo usted luego?
____ tragó el cremoso baño de chocolate como si fuera papel. Las preguntas de la francesa estaban empezando a ser absolutamente indiscretas, y sin embargo, ____ entendió que intentaba ayudarla a comprender sus crispadas emociones.
Sacudió la cabeza de manera insignificante.
—No lo sé. Y no lo seduje exactamente —la corrigió—. Solo lo besé. Y él se aprovechó de eso.
Madeleine la observó a hurtadillas con los ojos entrecerrados.
—Los hombres no suelen tener problemas para eso. Y sin embargo, usted se lo permitió, así que también ha sido responsable.
____ engulló el tercer trozo de tarta y volvió a posar el plato sobre la mesa de té, sintiendo que su apetito disminuía de manera considerable.
—Por supuesto que no debería haber ocurrido —reconoció con una vocecita temblorosa—. Fue una inmoralidad, y he arruinado mi vida.
—Eso es una majadería —se burló Madeleine—. Ya no es virgen; eso es todo. Una experiencia íntima que no la ha arruinado nada.
____ sintió cada vez más rigidez en los huesos.
—Ha arruinado mi matrimonio.
—Solo si permite que su desliz sea conocido por su marido, que tendría que ser alguien distinto a Joseph.
____ inclinó la cabeza con perplejidad.
—Jamás podría mentirle a mi marido, y la idea de casarme con Joseph es absurda.
Madeleine también colocó el plato con lo que le quedaba de tarta en la mesa de té y se apoyó en uno de sus brazos largos y gráciles mientras colocaba el otro sobre las piernas, permitiendo que sus uñas afiladas y muy cuidadas quedaran colgando en el aire.
—Hay maneras de ocultar la pérdida de la virginidad a un futuro marido. Pero antes de que hablemos de eso, ¿le importaría decirme por qué es absurdo casarse con Joseph?
La mujer era tan condenadamente directa que aquello tranquilizó a ____, y sin embargo, la sinceridad de Madeleine tenía mucho que ver con la razón de que hubiera decidido buscar su consejo antes de nada.
—Joseph es un espíritu excesivamente caprichoso —proclamó con moderación—. Y tiene... mucha experiencia.
Los rasgos de Madeleine se abrieron con diversión.
—¿Y eso es malo?
Aquello dejó perpleja a ____.
—Por supuesto que es malo. No puedo confiar en él debido a su reputación de promiscuo. —Titubeó y dijo con tristeza—: Tiene un pasado.
Madeleine empezó a balancear cuidadosamente los pies por debajo del vestido, provocando que la seda resplandeciera bajo el brillante sol que entraba por las ventanas.
—Todo el mundo tiene un tipo u otro de pasado, ____, incluida usted.
—Yo no tengo ningún pasado.
—Si se casa, y no lo hace con Joseph, tendrá un pasado.
La afirmación la abofeteó con la crudeza y la lógica de la verdad. La vergüenza volvió a ruborizarla de nuevo, y la combatió cogiendo de nuevo el abanico y agitándolo a un lado y a otro delante de su cara con la esperanza de que su reacción pasara inadvertida.
—La cuestión es irrelevante —dijo sin convicción—. Me niego a casarme con un hombre que probablemente vaya a tener amantes, y Joseph jamás podría serme fiel.
En ese momento, Madeleine pareció completamente aturdida.
—¿Por qué cree que no?
Aquello exasperó a ____.
—Por su experiencia, Madeleine. ¿Por qué demonios iba a abandonar sus costumbres de crápula que tanto parecen divertirle, solo porque haga la promesa nupcial a mí o a cualquier otra?
—¿Qué le hace pensar que no cambiaría?
____ no supo cómo responder a eso y estaba empezando a cansarse de las preguntas. Madeleine se dio cuenta, sin duda, porque su expresión se tornó seria de nuevo, y se inclinó hacia delante para explicarse.
—____, la mayoría de los caballeros de su clase se casan porque es lo que se espera de ellos. Necesitan herederos, o las propiedades que obtienen con las dotes, además del conveniente desahogo sexual que proporciona el matrimonio. El amor es pocas veces un factor que impulse a esos hombres a escoger una mujer, y se supone que han de mantener una o dos amantes mientras están casados. Las esposas también suelen estar al corriente de esto, y si además no sienten un gran amor por sus maridos, muchas veces se sienten aliviadas de que aquellos busquen el placer en otra parte, sobre todo si han parido varios hijos y sus cuerpos están cansados.
—Soy consciente de ello, Madeleine...
—Estoy segura de que lo es, pero deje que termine. —Su tono se tornó meditabundo cuando prosiguió—. Joseph no necesita una esposa; al menos no para obtener una dote o un heredero que reciba una propiedad. Él ya es libre, y tiene su propia fortuna, y puede escoger sus compañías, o su ausencia, a su libre albedrío. Si llegara tan lejos como para casarse con usted, lo estaría haciendo porque habría escogido hacerlo. No se me ocurre ningún motivo para que se casara con usted o con cualquier otra, si quisiera proseguir con sus tendencias libertinas. Eso solo le complicaría la vida.
____ se dejó caer contra el respaldo, sintiendo la blandura del sillón contra su espalda mientras los nervios hacían que le picara la piel.
—Aparte de en un momento de broma, nunca ha sugerido el matrimonio de manera formal —dijo ____ entre dientes, deprimida.
La francesa la miró en silencio de manera deliberada, frotando con aire ausente el cojín del asiento con los dedos.
—____, esta es una cuestión bastante personal, por supuesto, pero piense con detenimiento lo que le voy a preguntar. —Apretó fugazmente los labios—. Usted ha tenido relaciones íntimas con Joseph. ¿Durante ese momento de intimidad él... hizo algo que evitara que pudiera quedarse embarazada?
A ____ le acometió un sentimiento de espanto. Ni una vez se le había cruzado por la mente que pudiera estar encinta de un hijo de Joseph. La idea era estrafalaria. Impensable. Y muy verosímil.
—No... no estoy segura de eso.
Madeleine hizo un insignificante movimiento de cabeza, como si estuviera sacando sus propias conclusiones, sin que su mirada titubeara ni un instante mientras seguía estudiando a ____ de manera calculadora.
—Un hombre o una mujer pueden hacer durante esos momentos íntimos diversas cosas muy fiables para evitar el embarazo. Puesto que esa fue la primera vez que estaba con un hombre, es improbable que usted pensara en ello. Sin embargo, es probable que Joseph sí lo hiciera. Si los momentos de intimidad se producen sin planearlos, lo mejor que puede hacer un hombre es salirse cuando alcanza... el punto crítico. Estoy segura de que entiende cuándo se produce este. —En voz muy baja, y sin ningún atisbo de vergüenza, dijo—: Si Joseph no lo hizo, casi con absoluta seguridad es que sabía que podía correr el riesgo de dejarla embarazada. Y también estoy segura de que si no pretendiera casarse con usted, él jamás se habría expuesto a ello.
____ parpadeó rápidamente, asustada y completamente ruborizada por la franca explicación de la francesa, avergonzada por la idea, y si consideraba sus sentimientos con total honestidad, reconfortada en algún lugar muy profundo de su ser. Se pasó una palma temblorosa por la frente, cerrando los ojos.
—Pero él sabe que no me casaré con él. Se lo dije sin ambages, antes de ese... episodio.
—Tal vez piense que cambiará de idea.
____ dejó caer un brazo hasta el regazo y volvió a levantar las pestañas.
Con la boca apretada, dijo con voz rotunda cargada de impaciencia:
—Él sabe lo que pienso al respecto, Madeleine. No puedo confiar en que sea fiel, y me niego a entregar mi corazón a alguien en quien no confío. Así se lo dije.
—Los hombres pueden ser muy arrogantes a veces.
Por fin ella había entendido. ____ puso los ojos en blanco y abrió las manos completamente.
—Justo lo que yo pienso.
—Pueden ser bastante insistentes, cuando quieren algo de manera desesperada.
—Ellos... —____ paró de hablar en seco y la miró de hito en hito—. Estoy segura de que no me quiere de manera desesperada.
Madeleine sonrió irónicamente, y alargó la mano de nuevo para coger el plato de la tarta.
—¿De verdad? ¿Por qué?
La mujer la estaba volviendo loca con sus preguntas incesantes.
—Podría tener a cualquiera.
—Y sin embargo la quiso a usted.
—Simplemente estaba allí y a su disposición.
Madeleine desvió la mirada hacia el plato.
—____, la mitad de los habitantes del mundo son mujeres. Joseph está rodeado de ellas y es un hombre muy atractivo. Y como bien ha dicho usted, podría tener las que quisiera y cuando quisiera. —Cortó meticulosamente un trozo de tarta de chocolate con el tenedor, y sus cejas elegantemente perfiladas se juntaron en señal de profunda concentración—. Yo diría que le ha sido fiel desde que salió de Inglaterra, y piense en esto: no tenía ningún motivo para serlo. Todavía no está casado con usted. No le debe nada y, sin embargo, se entrega a usted, y usted lo rechaza.
Levantando el tenedor hasta dejarlo a medio camino de los labios, Madeleine hizo una pausa, alzando la vista para añadir mordazmente:
—Yo no empezaría a suponer cuáles son sus sentimientos hacia usted ni qué es lo que piensa de la relación que hay entre ustedes. Sin embargo, sospecho que habría de ser una de estas tres cosas. No la ama y simplemente utiliza el tiempo que pasan juntos nada más que para disfrutar físicamente y tener un verano de placer. La ama, pero no se aclara con sus sentimientos y todavía no se ha dado cuenta de ello. O la ama y lo sabe, pero no se lo dirá porque teme que usted no le corresponda y no está dispuesto a ser testigo de cómo lo rechaza.
Se puso el trozo de tarta en la lengua, deslizó los labios por el tenedor y masticó lentamente, dejando que las atrevidas palabras fueran asimiladas.
____ la observó en silencio, sin expresión, escuchando con una fascinación morbosa.
—Según mi experiencia —prosiguió Madeleine después de tragar—, los hombres tienen un miedo cerval a que las personas que aman los rechacen, mucho más que lo que temen las mujeres, y creo que esto se debe a que su orgullo y su ego tienen una gran importancia para ellos. También se debe a que a los hombres les resulta más difícil ser sinceros y expresar sus sentimientos. —Volvió a colocar el tenedor en el plato y bajó la voz hasta convertirla en un tranquilo susurro—: Hasta que no confíe en Joseph lo suficiente para entregarle su corazón, es probable que nunca llegue a saber lo que él siente por usted más allá de una amistad superficial. Pero deje que le haga una pregunta. —Se mordió la comisura del labio, inclinando la cabeza—: Con independencia de con quién se case, ¿espera serle fiel a su marido?
____ casi se quedó sin respiración.
—Sí —consiguió decir con un nudo en la garganta.
Madeleine volvió a reír con satisfacción.
—Así que, puesto que esto es algo que no puede probar, la intención es lo único que se le puede pedir. Incluido Joseph. Estoy segura de que usted no le pediría ni más ni menos a él. —Sus ojos azul claro centellearon cuando concluyó—: La vida y el amor están erizados de peligros, y creo que nuestro mundo sería muy aburrido si nadie los corriera. Tales peligros son realmente los que hacen que las experiencias cotidianas sean tan placenteras.
____ estaba sentada completamente inmóvil, pegada al sillón, incapaz de aspirar un soplo de aire, y no estaba segura de sí eso se debía al calor, a su opresivo corsé o al difícil giro de los acontecimientos que cambiaban su relación con un hombre al que no quería con la cabeza, pero al que la pasión le impedía rechazar. Apartando los ojos de los de Madeleine, alargó una mano temblorosa hacia uno de los vasos de limonada, se lo llevó a los labios y le dio tres grandes tragos para humedecerse la boca seca.
La circunstancias eran todas un error, e indecentes, pero las conclusiones de Madeleine eran justas, tal vez incluso acertadas. Todo lo que había dicho la mujer era lógico. Y eso la asustó.
Dejó la limonada y el abanico sobre la mesa de té, se levantó con torpeza y se dirigió a las ventanas con paso inseguro. Se quedó mirando fijamente la hierba verde y las flores del parque, el balanceo de los robles; observó a los apresurados peatones en la calle de abajo, olió el polvo y el tráfico de la ciudad, que flotaba a la deriva en la brisa y sintió el sol del final de la tarde en la cara.
—¿Cómo puedo depositar mi confianza en alguien que podría llegar a aburrirse de mí y un buen día lamentar el pasado al que renunció? —preguntó en un susurro—. ¿Y si ahora soy solo... una diversión para él?
—No puede leerle la mente, ____, ni vislumbrar el futuro —le contestó Madeleine con el mismo tono de voz—. Nadie sabe lo que ocurrirá dentro de veinte años. Puede que para entonces estén tan aburridos el uno del otro que los dos tengan casas separadas y multitud de amantes.
____ se volvió hacia la mujer una vez más, incapaz de disimular su expresión de indecisión y preocupación.
Madeleine bajó la voz.
—Pero lo más probable es que estén satisfechos y se encuentren más profundamente enamorados que lo que pueda llegar a imaginar. Con franqueza, en mi opinión están hechos el uno para el otro. En cuanto a lo de ser una diversión para Joseph, lo dudo sinceramente. No alcanzo a comprender por qué, con todo un mundo lleno de mujeres que descubrir y seducir, iría a escoger a una preciosa virgen para pasar un verano de diversión. Eso exige demasiado esfuerzo y no merecería la pena que perdiera el tiempo en ello. Sin embargo, sí que merece totalmente la pena si él puede fantasear con convertirla en su esposa complaciente, en su amiga y en su amor. Ese es el riesgo de Joseph.
____ gruñó, y apoyó la cara en la palma de la mano. Se suponía que su vida no tenía que ser jamás tan complicada. Se la habían planeado desde el momento de su nacimiento: la educación adecuada, un buen matrimonio con un caballero respetable, la vida de tediosas salidas sociales y una noche tras otra de sumisión a un marido aburrido e indiferente para que pudiera darle hijos. No se esperaba nada más de ella. Pero, antes al contrario, ella sola había decidido presuntuosamente que tendría algo diferente, algo más, algo extraordinario con un hombre insólito y maravilloso de su elección. Y en ese momento, cayó en la cuenta con una claridad deslumbrante de que casarse con un hombre que la quisiera, que corriera peligros por ella, que jugara con ella y le tomara el pelo como un amigo probablemente sería la fuerza que conservaría su felicidad y su unión a través de los años. Casarse con un estirado caballero de buena cuna, como se le había enseñado a esperar y soportar, al que no le importara nada de ella aparte de su utilidad como encargada de su hogar y madre de su heredero sería el primer paso hacia la infidelidad... quizá la de ambos.
Por primera vez en su vida, ____ sintió una punzada de tristeza y compasión por su madre. Ella se había casado con un hombre que no amaba porque se la había educado para que no esperase otra cosa. La única emoción de su vida había provenido de su breve y apasionado romance con un francés que ella nunca pudo reivindicar como propio. Que su padre se hubiera enamorado de su madre con el tiempo era algo insólito, tuvo que reconocer ____ en ese momento, aunque el camino del amor rara vez parecía ser normal o lógico. En su mundo, casarse por amor era un sueño, no una realidad. Lo había sabido desde el principio, y aquella fue la esperanza que había alimentado por el Caballero Negro durante años.
Pero el Caballero Negro no era su sueño; era su fantasía, una esperanza infantil e irreal de una gozosa felicidad que no había existido nunca y que no podría existir jamás. Si tomaba las palabras de Madeleine como la verdad, supo que su sueño era un corazón tangible y palpitante lleno de esperanza que en ese momento reposaba en la palma de su mano, y que aguardaba a ser cogido y mimado. Aunque la única forma que tendría de vivir ese sueño sería exponer sus pensamientos y sentimientos más profundos a Joseph, y sintiendo una pena angustiosa, no supo si alguna vez podría aceptar aquellos y hacer tal cosa.
____ levantó la cabeza y cerró los brazos alrededor de ella en un abrazo protector.
—No sé qué hacer. Esta mañana le dije algunas cosas muy crueles. Puede que no me perdone nunca.
—Tonterías. —Madeleine dejó su plato ya vacío encima de la mesa de té, se levantó y atravesó elegantemente la alfombra para detenerse al lado de ____ junto a la ventana—. Se recuperará de eso con bastante facilidad. A los hombres hay que tratarlos con la persuasión adecuada, la cual casi siempre es de naturaleza sexual. Le sugiero que se plante desnuda delante de él, le vuelva a hacer el amor, lo trate como si fuera el único hombre vivo, y le aseguro que jamás se acordará de nada de lo que le haya dicho excepto lo magnífico amante que es.
____ reprimió una risita tonta ante la idea, escandaliza y complacida por igual. Su madre se habría desvanecido al oír una conversación tan audaz entre damas en un salón rosa y durante el té.
Madeleine permaneció a su lado durante un momento, antes de rodearla con un brazo con delicadeza.
—Hablaremos sobre qué hacer a continuación —dijo para tranquilizarla—, y la decisión, por supuesto, será cosa suya. Si sus baúles están en el hotel, haré que los suban; puede quedarse aquí esta noche. Eso le dará tiempo para pensar.
____ meneó la cabeza y cerró los ojos durante un momento.
—No le dejé ninguna nota, Madeleine. Pensará que le he abandonado para irme a Inglaterra... con las esmeraldas.
La francesa se rió en voz baja.
—Tengo la grave sospecha de que estará más preocupado por usted, sus pensamientos y su paradero que por un estúpido collar. Y le sentará bien. Deje que se preocupe.
____ quiso rebatir tales suposiciones, pero Madeleine la obligó a volver a la mesa de té para hablar de nuevo antes de que pudiera abrir la boca.
—Ahora, por favor, coma algo antes de que se vuelva transparente. Luego, nos pondremos nuestras mejores galas y pasaremos una agradable velada en la ciudad... sin la fastidiosa presencia de ningún miembro del sexo masculino. —Negó con la cabeza con fingido desprecio—. Qué criaturas tan desconcertantes son.
____ esbozó una sonrisa y volvió a su sillón sin hacer ningún comentario, extrañamente reconfortada por la repentina cercanía que sentía hacia la pintoresca y sofisticada francesa que se había convertido en su amiga.
¡Hola chicas! Y ¡Bienvenida misterygirl! :D
Se acerca el final niñas. Solo quedan tres capítulos.
Gracias por todos sus comentarios. Más tarde subo :)
Natuu!!
Natuu!
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
Ay!! no sé proque pero últimamente toda smis noves favoritas se acaban....y ahora esta también esta pronta a acabarce buuu D:
Adoro a Madeleine e stan.. no sé, sincera y buena amiga y rayis..confía en él, dios..ambos son unos trcos....
Siguela pronto Natu! (:
Adoro a Madeleine e stan.. no sé, sincera y buena amiga y rayis..confía en él, dios..ambos son unos trcos....
Siguela pronto Natu! (:
helado00
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
tienes q subir mas!!!!!!..la rayis es una tonta, pobre d emi joe lo ofendio horrible, no se que pretende de el, si el le ha demostrado lo mucho q le interesa
siguela mujer y ya!!!!!
siguela mujer y ya!!!!!
Julieta♥
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
ai porqe tenia qe arruinarse todo iba tan bien
ojala la rayis le haga caso a madeleine
siguela pronto plis
ojala la rayis le haga caso a madeleine
siguela pronto plis
Nani Jonas
Re: "Encantos Ocultos" (Joe&Tu) [Terminada]
El final? Oh noo, es muy pronto ): SIGUELA
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