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Mensaje por C.J. Potter Mar 24 Jul 2012, 12:48 pm

Cap. 18 “La cámara de los secretos parte final”
Myrtle la Llorona estaba sentada sobre la cisterna del último retrete.
— ¡Ah, eres tú! —Dijo ella, al ver a Harry—. ¿Qué quieres esta vez?
—Preguntarte cómo moriste —dijo Harry.
El aspecto de Myrtle cambió de repente. Parecía como si nunca hubiera oído una pregunta que la halagara tanto.
— ¡Oooooooh, fue horrible! —dijo encantada—. Sucedió aquí mismo. Morí en este mismo retrete. Lo recuerdo perfectamente. Me había escondido porque Olive Hornby se reía de mis gafas. La puerta estaba cerrada y yo lloraba, y entonces oí que entraba alguien. Decían algo raro. Pienso que debían de estar hablando en una lengua extraña. De cualquier manera, lo que de verdad me llamó la atención es que era un chico el que hablaba. Así que abrí la puerta para decirle que se fuera y utilizara sus aseos, pero entonces... —Myrtle estaba henchida de orgullo, el rostro iluminado— me morí.
— ¿Cómo? —preguntó Harry.
—Ni idea —dijo Myrtle en voz muy baja—. Sólo recuerdo haber visto unos grandes ojos amarillos. Todo mi cuerpo quedó como paralizado, y luego me fui flotando... —dirigió a Harry una mirada ensoñadora—. Y luego regresé. Estaba decidida a hacerle un embrujo a Olive Hornby. Ah, pero ella estaba arrepentida de haberse reído de mis gafas.
— ¿Exactamente dónde viste los ojos? —preguntó Harry
—Por ahí —contestó Myrtle, señalando vagamente hacia el lavabo que había enfrente de su retrete.
Nos acercamos a toda prisa. Lockhart se quedó atrás, con una mirada de profundo terror en el rostro.
Parecía un lavabo normal. Examinamos cada centímetro de su superficie, por dentro y por fuera, incluyendo las cañerías de debajo. Y entonces lo vi: había una diminuta serpiente grabada en un lado de uno de los grifos de cobre.
—Ese grifo no ha funcionado nunca —dijo Myrtle con alegría, cuando intentamos accionarlo.
—Harry, Camille —dijo Ron—, digan algo. Algo en lengua pársel.
—Pero... —comencé—, intentaremos…
Miré a Harry, y este asintió con la cabeza. Miramos aquel grifo, y son más, dijimos “Ábrete” al unísono.
Ron, negaba con la cabeza.
—Lo han dicho en nuestra lengua —explicó.
Miré más concentrada la serpiente, imaginando que era real.
—Ábrete —repetimos más insistentes.
Pero esta vez, fui consciente de los extraños siseos y silbidos que solté, y de repente el grifo brilló con una luz blanca y comenzó a girar. Al cabo de un segundo, el lavabo empezó a moverse. El lavabo, de hecho, se hundió, desapareció, dejando a la vista una tubería grande, lo bastante ancha para meter un hombre dentro.
Ron exhalaba un grito ahogado y levantó la vista. Estaba planeando qué era lo que había que hacer.
—Bajaré por él —dijo Harry.
—Yo también —dijo Ron.
—Y yo—Ambos me miraron, queriendo reprochar, pero una mirada amenazante bastó para que se callaran.
Hubo una pausa.
—Bien, creo que no les hago falta —dijo Lockhart, con una reminiscencia de su antigua sonrisa—. Así que me...
Puso la mano en el pomo de la puerta, pero los tres lo apuntamos con las varitas.
—Usted bajará delante —gruñó Ron.
Con la cara completamente blanca y desprovisto de varita, Lockhart se acercó a la abertura.
—Muchachos —dijo con voz débil—, muchachos, ¿de qué va a servir?
Harry le pegó en la espalda con su varita. Lockhart metió las piernas en la tubería.
—No creo realmente... —empezó a decir, pero Ron le dio un empujón, y se hundió tubería abajo. Harry se apresuró a seguirlo. Se metió en la tubería y se dejó caer. Entonces me lancé yo.
Era como tirarse por un tobogán interminable, viscoso y oscuro. Podía ver otras tuberías que surgían como ramas en todas las direcciones, pero ninguna era tan larga como aquella por la que íbamos, que se curvaba y retorcía, descendiendo súbitamente.
Calculaba que ya estábamos por debajo incluso de las mazmorras del castillo. Detrás de mí podía oír a Ron, que hacía un ruido sordo al doblar las curvas.
Y entonces, cuando me empezaba a preguntar qué sucedería cuando llegáramos al final, la tubería tomó una dirección horizontal, y caí del extremo del tubo al húmedo suelo de un oscuro túnel de piedra, lo bastante alto para poder estar de pie. Lockhart se estaba incorporando un poco más allá, cubierto de barro y blanco como un fantasma. Y Harry estaba a un lado, mirando el tubo, esperándonos.
—Cuidado— avisó a tiempo par que me corriera y aterrizara Ron.
—Debemos encontrarnos a kilómetros de distancia del colegio —dijo Harry, y su voz resonaba en el negro túnel.
—Y debajo del lago, quizá —dijo Ron, afinando la vista para vislumbrar los muros negruzcos y llenos de barro.
Los cuatro intentábamos ver en la oscuridad lo que había delante.
—¡Lumos! —Ordenó Harry a su varita, y la lucecita se encendió de nuevo—. Vamos —nos dijo, y comenzamos a andar. También yo saqué mi varita para iluminar.
El túnel estaba tan oscuro que sólo podíamos ver a corta distancia.
—Recuerden—dijo Harry en voz baja, mientras caminábamos con cautela—: al menor signo de movimiento, hay que cerrar los ojos inmediatamente.
Pero el túnel estaba tranquilo como una tumba, y el primer sonido inesperado que se oyó fue cuando Ron pisó el cráneo de una rata. Harry bajó la varita para alumbrar el suelo y vimos que estaba repleto de huesos de pequeños animales.
Doblamos una oscura curva.
—Harry, ahí hay algo... —dijo Ron con la voz ronca, cogiendo a Harry por el hombro.
Nos quedamos completamente quietos, mirando. Tan sólo veía la silueta de una cosa grande y encorvada que yacía de un lado a otro del túnel. No se movía.
—Quizás esté dormido —musitó, volviéndose a mirarnos. Lockhart se tapaba los ojos con las manos.
Muy despacio, abriendo los ojos sólo lo justo para ver, Harry avanzó con la varita en alto, y yo le seguí, pese a el reproche de Ron.
La luz iluminó la piel de una serpiente gigantesca, una piel de un verde intenso, ponzoñoso, que yacía atravesada en el suelo del túnel, retorcida y vacía. El animal que había dejado allí su muda debía de medir al menos siete metros.
Proferí un gritito ahogado.
— ¡Vaya! —exclamó Ron con voz débil.
Algo se movió de pronto detrás de nosotros. Gilderoy Lockhart se había caído de rodillas.
—Levántese —le dijo Ron con brusquedad, apuntando a Lockhart con su varita.
Lockhart se puso de pie, pero se abalanzó sobre Ron y lo derribó al suelo de un golpe.
Harry saltó hacia delante, pero ya era demasiado tarde. Lockhart se incorporaba, jadeando, con la varita de Ron en la mano y su sonrisa esplendorosa de nuevo en la cara.
— ¡Aquí termina la aventura, muchachos! —dijo—. Cogeré un trozo de esta piel y volveré al colegio, diré que era demasiado tarde para salvar a la niña y que ustedes dos perdieron el conocimiento al ver su cuerpo destrozado. ¡Despídanse de sus memorias!
Levantó en el aire la varita mágica de Ron, recompuesta con celo, y gritó:
— ¡Obliviate!
La varita estalló con la fuerza de una pequeña bomba. Me cubrí la cabeza con las manos y eché a correr hacia la piel de serpiente, escapando de los grandes trozos de techo que se desplomaban contra el suelo. Enseguida vi que me había quedado aislada y tenía ante mí una sólida pared formada por las piedras desprendidas.
Pero cuando voltee, exasperada, vi que Harry también estaba allí.
— ¡Harry! ¿Estás bien?
—Si, ¿Y tú?
—Eso creo… ¡Ron!—grité hacia el muro de rocas.
— ¡Camille! ¿Harry está contigo?
— ¡Si, Ron, estamos bien!—gritó Harry.
— ¿Y ahora qué? —dijo la voz de Ron, con desespero—. No podemos pasar. Nos llevaría una eternidad...
Harry miró al techo del túnel. Habían aparecido en él unas grietas considerables.
¿Y si se derrumbaba todo el túnel?
Hubo otro ruido sordo y otro ¡ay! provenientes del otro lado de la pared. Estábamos malgastando el tiempo. Ginny ya llevaba horas en la Cámara de los Secretos.
—Aguarda aquí —indicó a Ron—. Aguarda con Lockhart. Iré yo. Si dentro de una hora no he vuelto...
Hubo una pausa muy elocuente. Lo miré, desesperada.
—Intentaré quitar algunas piedras —dijo Ron, que parecía hacer esfuerzos para que su voz sonara segura—. Para que puedas... para que puedas cruzar al volver. Y…
— ¡Hasta dentro de un rato! —dijo Harry, tratando de dar a su voz temblorosa un tono de confianza.
—Aguarda.
Me miró, como si temiese lo que iba a decir.
—… ¿Qué?...
—No irás solo, vamos.
—No, no, espera. La última vez, estuviste a punto de morir.
— ¡No es cierto! Yo… Bueno, pero no pasó, y ahora…
—Ahora es todavía más peligroso.
—Y por lo tanto debo ir contigo. Al menos tendré el consuelo de haber servido de distracción.
Me miró horrorizado.
—Te quedas.
—No.
—Si.
—No.
—¡Si!
—¡Que no!
—¡Camille! No es momento para esto.
—De acuerdo, vamos entonces.
Abrió la boca para reprochar, pero le gané de mano.
—No, Harry James Potter, ¿Realmente esperas que me quede aquí esperando si vuelves vivo o no? Entonces no me conoces.
Suspiró largamente.
—Cuando dices mi nombre completo es para problemas—soltó al fin—. De acuerdo, pero ve detrás de mí, y si sucede algo, vuelves corriendo, ¿Entendiste?
Asentí felizmente.
Y partimos en silencio cruzando la piel de la serpiente gigante.
El túnel serpenteaba continuamente.
Y entonces, al fin, al doblar sigilosamente otra curva, vimos delante una gruesa pared en la que estaban talladas las figuras de dos serpientes enlazadas, con grandes y brillantes esmeraldas en los ojos.
—Hay que abrirla—susurré.
Miré fijamente los ojos de las serpientes, y solté:
— ¡Ábrete! — al tiempo que Harry también lo hacia.
Las serpientes se separaron al abrirse el muro. Las dos mitades de éste se deslizaron a los lados hasta quedar ocultas, y ahora sí, temblando totalmente, entré detrás de Harry.
Estábamos en el extremo de una sala muy grande, apenas iluminada.
No se escuchaba más que un silencio de cementerio. Inconscientemente tomé la mano de Harry, que ya me había infundido valor otras veces.
¿Estaría el basilisco acechando en algún rincón oscuro, detrás de una columna? ¿Y dónde estaría Ginny?
Ambos sacamos nuestras varitas, blandiéndolas a la espera de un ataque.
Al llegar al último par de columnas, vimos una estatua, tan alta como la misma cámara, que surgía imponente, adosada al muro del fondo.
Coronada con un enorme rostro, era un rostro antiguo y simiesco, con una barba larga y fina que le llegaba casi hasta el final de la amplia túnica de mago, donde unos enormes pies de color gris se asentaban sobre el liso suelo. Y entre los pies, boca abajo, se veía una pequeña figura con túnica negra y el cabello de un rojo encendido.
— ¡Ginny! —Susurré, corriendo hasta ella con Harry de mi mano, pero soltándola al llegar a su lado—. ¡Ginny! ¡No estés muerta! ¡Por favor, no estés muerta! — murmuraba Harry, y yo solo atiné a imitarlo. Él dejó la varita a un lado, cogió a Ginny por los hombros y le dio la vuelta. Tenía la cara tan blanca y fría como el mármol, aunque los ojos estaban cerrados, así que no estaba petrificada. Pero entonces tenía que estar...—. Ginny, por favor, despierta —susurró Harry sin esperanza, agitándola. La cabeza de Ginny se movió, inanimada, de un lado a otro.
La abracé fuertemente, porque a pesar de que a ella le gustab… digo… a pesar de todo, era una buena amiga cuando la necesitabas.
—No despertará —dijo una voz suave detrás.
Harry se enderezó de un salto. Y yo miré asustada, sin soltarla.
Un muchacho alto, de pelo negro, estaba apoyado contra la columna más cercana, mirándonos. Tenía los contornos borrosos, como si lo estuviéramos mirando a través de un cristal empañado. Pero no había dudas sobre quién era.
—Tom... ¿Tom Ryddle?—preguntó Harry confundido.
Ryddle asintió con la cabeza, sin apartar los ojos del rostro de Harry.
— ¿Qué quieres decir? ¿Por qué no despertará? —Dijo Harry desesperado—. ¿Ella no está... no está...?
—Todavía está viva —contestó Ryddle—, pero por muy poco tiempo.
Tom Ryddle había estudiado en Hogwarts hacía cincuenta años, y sin embargo allí, bajo aquella luz rara, neblinosa y brillante, aparentaba tener dieciséis años, ni un día más.
— ¿Eres un fantasma? —pregunté confundida.
—Soy un recuerdo —respondió Ryddle tranquilamente— guardado en un diario durante cincuenta años.
Ryddle señaló hacia los gigantescos dedos de los pies de la estatua. Allí se encontraba, abierto, el pequeño diario negro que Harry había hallado en los aseos de Myrtle la Llorona. Durante un segundo, me pregunté cómo habría llegado hasta allí. Pero teníamos asuntos más importantes en los que pensar.
—Tienes que ayudarme, Tom —dijo Harry, volviendo junto a nosotras—. Tenemos que sacarla de aquí. Hay un basilisco... No sé dónde está, pero podría llegar en cualquier momento. Por favor, ayúdanos...
Ryddle no se movió. Juntos, logramos levantar a medias a Ginny del suelo, y él se inclinó a recoger su varita.
Pero la varita ya no estaba.
— ¿Has visto...?
Levanté los ojos. Ryddle seguía mirándolo... y jugueteaba con la varita de Harry entre los dedos.
—Gracias —dijo Harry, tendiendo la mano para que el muchacho se la devolviera.
Una sonrisa curvó las comisuras de la boca de Ryddle. Siguió mirándonos, jugando indolente con la varita.
—Oh, no…—murmuré.
—Escucha —dijo Harry con impaciencia. Las rodillas se me doblaban bajo el peso muerto de Ginny—. ¡Tenemos que huir! Si aparece el basilisco...
—No vendrá si no es llamado —dijo Ryddle con toda tranquilidad.
Harry volvió a posar a Ginny en el suelo, incapaz de sostenerla, y yo volví a tratar de protegerla con mis brazos.
— ¿Qué quieres decir? —preguntó—. Mira, dame la varita, podría necesitarla.
La sonrisa de Ryddle se hizo más evidente.
—No la necesitarás —repuso.
Harry lo miró.
— ¿A qué te refieres, yo no...?
—Mira —dije yo, perdiendo la paciencia—, me parece que no lo has entendido: estamos en la Cámara de los Secretos. Ya tendremos tiempo de hablar luego.
—Vamos a hablar ahora, niña —dijo Ryddle, sin dejar de sonreír, y se guardó en el bolsillo la varita de Harry.
— ¿Cómo ha llegado Ginny a este estado? —preguntó Harry, hablando despacio.
—Bueno, ésa es una cuestión interesante —dijo Ryddle, con agrado—. Es una larga historia. Supongo que el verdadero motivo por el que Ginny está así es que le abrió el corazón y le reveló todos sus secretos a un extraño invisible.
— ¿De qué hablas? —pregunté yo.
—Del diario —respondió Ryddle—. De mi diario. La pequeña Ginny ha estado escribiendo en él durante muchos meses, contándome todas sus penas y congojas: que sus hermanos se burlaban de ella, que tenía que venir al colegio con túnica y libros de segunda mano, que... —A Ryddle le brillaron los ojos—... pensaba que el famoso, el bueno, el gran Harry Potter no llegaría nunca a quererla...Y que—soltó una risa—, bueno, que estaba segura que era porque ustedes eran novios en secreto… ¡Si supieras como se enojaba!—rió esta vez con algo siniestro detrás.
Mientras hablaba, Ryddle mantenía los ojos fijos en Harry. Había en ellos una mirada casi ávida.
Yo solo mordía mis labios para no responder alguna blasfemia impropia de una niña de mi edad.
—Es una lata tener que oír las tonterías de una niña de once años —siguió—. Pero me armé de paciencia. Le contesté por escrito. Fui comprensivo, fui bondadoso. Ginny, simplemente, me adoraba: Nadie me ha comprendido nunca como tú, Tom... Estoy tan contenta de poder confiar en este diario... Es como tener un amigo que se puede llevar en el bolsillo...
Ryddle se rió con una risa potente y fría que parecía ajena.
—Si es necesario que yo lo diga, Harry, la verdad es que siempre he fascinado a la gente que me ha convenido. Así que Ginny me abrió su alma, y era precisamente su alma lo que yo quería. Me hice cada vez más fuerte alimentándome de sus temores y de sus profundos secretos. Me hice más poderoso, mucho más que la pequeña señorita Weasley. Lo bastante poderoso para empezar a alimentar a la señorita Weasley con algunos de mis propios secretos, para empezar a darle un poco de mi alma...
— ¿Qué quieres decir? —preguntó Harry.
— ¿Todavía no lo adivinas, Harry Potter? —Dijo sin inmutarse Ryddle—. Ginny Weasley abrió la Cámara de los Secretos. Ella retorció el pescuezo a los gallos del colegio y pintarrajeó pavorosos mensajes en las paredes. Ella echó la serpiente de Slytherin contra los cuatro sangre sucia y el gato del squib.
—No —susurró Harry.
—Mientes…—murmuré yo al mismo tiempo.
—Sí —dijo Ryddle con calma—. Por supuesto, al principio ella no sabía lo que hacia. Fue muy divertido. Me gustaría que hubieras podido ver las anotaciones que escribía en el diario... Se volvieron mucho más interesantes... Querido Tom —recitó, contemplando nuestras horrorizadas caras—, creo que estoy perdiendo la memoria. He encontrado plumas de gallo en mi túnica y no sé por qué están ahí. Querido Tom, no recuerdo lo que hice la noche de Halloween, pero han atacado a un gato y yo tengo manchas de pintura en la túnica. Querido Tom, Percy me sigue diciendo que estoy pálida y que no parezco yo. Creo que sospecha de mí... Hoy ha habido otro ataque y no sé dónde me encontraba en aquel momento. ¿Qué voy a hacer, Tom? Creo que me estoy volviendo loca. ¡Me parece que soy yo la que ataca a todo el mundo, Tom!
Estaba conteniendo las ganas de golpearlo tanto que noté que me sangraba la palma de la mano de tanto apretar las uñas.
—Le llevó mucho tiempo a esa tonta de Ginny dejar de confiar en su diario —explicó Ryddle—. Pero al final sospechó e intentó deshacerse de él. Y entonces apareciste tú, Harry. Tú lo encontraste, y nada podría haberme hecho tan feliz. De todos los que podrían haberlo cogido, fuiste tú, la persona a la que yo tenía más ganas de conocer...
— ¿Y por qué querías conocerme? —preguntó Harry con un dejo de ira en la voz.
—Bueno, verás, Ginny me lo contó todo sobre ti, Harry —dijo Ryddle—. Toda tu fascinante historia. —Sus ojos vagaron por la cicatriz en forma de rayo que Harry tenía en la frente, y su expresión se volvió más ávida—. Quería averiguar más sobre ti, hablar contigo, conocerte si era posible, así que decidí mostrarte mi famosa captura de ese zopenco, Hagrid, para ganarme tu confianza.
—Hagrid es mi amigo —dijo Harry, con voz temblorosa—. Y tú lo acusaste, ¿no? Creí que habías cometido un error, pero...
— ¡Lo sabía!— exclamé eufórica.
Ryddle volvió a reírse con su risa sonora.
—Tenías razón, niñita; era mi palabra contra la de Hagrid. Bueno, ya te puedes imaginar lo que pensaría el viejo Armando Dippet. Por un lado, Tom Ryddle, pobre pero muy inteligente, sin padres pero muy valeroso, prefecto del colegio, estudiante modelo; por el otro lado, el grandón e idiota de Hagrid, que tenía problemas cada dos por tres, que intentaba criar cachorros de hombre lobo debajo de la cama, que se escapaba al bosque prohibido para luchar con los trolls. Pero admito que incluso yo me sorprendí de lo bien que funcionó mi plan. Creía que alguien al fin comprendería que Hagrid no podía ser el heredero de Slytherin. Me había llevado cinco años averiguarlo todo sobre la Cámara de los Secretos y descubrir la entrada oculta... ¡como si Hagrid tuviera la inteligencia o el poder necesarios!
»Sólo el profesor de Transformaciones, Dumbledore, creía en la inocencia de
Hagrid. Convenció a Dippet para que retuviera a Hagrid y le enseñara el oficio de guarda. Sí, creo que Dumbledore podría haberlo adivinado. A Dumbledore nunca le gusté tanto como a los otros profesores...
—Me apuesto algo a que Dumbledore descubrió tus intenciones —Grité furiosa.
—Bueno, es verdad que él me vigiló mucho más después de la expulsión de Hagrid, me fastidió bastante —dijo Ryddle sin darle importancia—. Me di cuenta de que no sería prudente volver a abrir la cámara mientras siguiera estudiando en el colegio. Pero no iba a desperdiciar todos los años que había pasado buscándola. Decidí dejar un diario, conservándome en sus páginas con mis dieciséis años de entonces, para que algún día, con un poco de suerte, sirviese de guía para que otro siguiera mis pasos y completara la noble tarea de Salazar Slytherin.
—Bueno, pues no la has completado —dijo Harry en tono triunfante—. Nadie ha muerto esta vez, ni siquiera el gato. Dentro de unas pocas horas la pócima de mandrágora estará lista y todos los petrificados volverán a la normalidad.
— ¿No te he dicho todavía —dijo Ryddle con suavidad—que ya no me preocupa matar a los sangre sucia? Desde hace meses mi nuevo objetivo has sido... tú. —Ambos lo miramos—. Imagina mi disgusto cuando alguien volvió a abrir mi diario, y ya no eras tú quien me escribía, sino Ginny. Ella te vio con el diario y se puso muy nerviosa. ¿Y si averiguabas cómo funcionaba, y el diario te contaba todos sus secretos? ¿Y si, lo que aún era peor, te decía quién había retorcido el pescuezo a los pollos? Así que esa mocosa esperó a que tu dormitorio quedara vacío y te lo robó. Pero yo ya sabía lo que tenía que hacer. Era evidente que tú ibas detrás del heredero de Slytherin. Por todo lo que Ginny me había dicho sobre ti, yo sabía que irías al fin del mundo para resolver el misterio... y más si atacaban a uno de tus mejores amigos. Y Ginny me había dicho que todo el colegio era un hervidero de rumores porque te habían oído hablar pársel...
»Así que hice que Ginny escribiera en la pared su propia despedida y bajara a esperarte. Luchó y gritó y se puso muy pesada. Pero ya casi no le quedaba vida: había puesto demasiado en el diario, en mí. Lo suficiente para que yo pudiera salir al fin de las páginas. He estado esperándote desde que llegamos. Sabía que vendrías. Tengo muchas preguntas que hacerte, Harry Potter.
— ¿Como cuál? —soltó Harry, con los puños aún apretados.
—Bueno —dijo Ryddle, sonriendo—, ¿cómo es que un bebé sin un talento mágico extraordinario derrota al mago más grande de todos los tiempos? ¿Cómo escapaste sin más daño que una cicatriz, mientras que lord Voldemort perdió sus poderes?
En aquel momento apareció un extraño brillo rojo en su mirada.
— ¿Por qué te preocupa cómo me libré? —dijo Harry despacio—. Voldemort fue posterior a ti.
—Voldemort —dijo Ryddle imperturbable— es mi pasado, mi presente y mi futuro, Harry Potter...
Sacó del bolsillo la varita de Harry y escribió en el aire con ella tres resplandecientes palabras:
TOM SORVOLO RYDDLE
Luego volvió a agitar la varita, y las letras cambiaron de lugar:
SOY LORD VOLDEMORT
— ¿Ves? —susurró—. Es un nombre que yo ya usaba en Hogwarts, aunque sólo entre mis amigos más íntimos, claro. ¿Crees que iba a usar siempre mi sucio nombre muggle? ¿Yo, que soy descendiente del mismísimo Salazar Slytherin, por parte de madre? ¿Conservar yo el nombre de un vulgar muggle que me abandonó antes de que yo naciera, sólo porque se enteró de que su mujer era bruja? No, Harry. Me di un nuevo nombre, un nombre que sabía que un día temerían pronunciar todos los magos, ¡cuando yo llegara a ser el hechicero más grande del mundo!
Quedé en un shock total… Era él, el asesino de los padres de Harry, y de tantas otras personas inocentes...
Al cabo de un rato, Harry habló.
—No lo eres —dijo. Su voz aparentemente calmada estaba llena de odio.
— ¿No soy qué? —preguntó Ryddle bruscamente.
—No eres el hechicero más grande del mundo —dijo Harry, con la respiración agitada—. Lamento decepcionarte pero el mejor mago del mundo es Albus Dumbledore. Todos lo dicen. Ni siquiera cuando eras fuerte te atreviste a apoderarte de Hogwarts. Dumbledore te descubrió cuando estabas en el colegio y todavía le tienes miedo, te escondas donde te escondas.
De la cara de Ryddle había desaparecido la sonrisa, y había ocupado su lugar una mirada de desprecio absoluto.
— ¡A Dumbledore lo han echado del castillo gracias a mi simple recuerdo! —dijo Ryddle, irritado.
—No está tan lejos como crees —replicó Harry.
Ryddle abrió la boca, pero no dijo nada.
Llegaba música de algún lugar. Ryddle se volvió para comprobar que en la cámara no había nadie más. Pero aquella música sonaba cada vez más y más fuerte. Era inquietante, estremecedora, sobrenatural.
Luego, cuando la música alcanzó una fuerza ensordecedora, surgieron llamas de la columna más cercana a él.
Apareció de repente un pájaro carmesí del tamaño de un cisne, que entonaba hacia el techo abovedado su rara música. Tenía una cola dorada y brillante, tan larga como la de un pavo real, y brillantes garras doradas, con las que sujetaba un fardo de harapos.
El pájaro se encaminó derecho a Harry, dejó caer el fardo a sus pies y se le posó en el hombro.
El pájaro dejó de cantar y acercó su cuerpo cálido a la mejilla de Harry, sin dejar de mirar fijamente a Ryddle.
—Es un fénix —dijo Ryddle, devolviéndole una mirada perspicaz.
— ¿Fawkes? —musitó Harry al mismo tiempo que yo.
—Y eso —dijo Ryddle, mirando el fardo que Fawkes había dejado caer—, eso no es más que el viejo Sombrero Seleccionador del colegio.
Así era. Remendado, deshilachado y sucio, el sombrero yacía inmóvil a los pies de Harry.
Ryddle volvió a reír. Rió tan fuerte que su risa se multiplicó en la oscura cámara, como si estuvieran riendo diez Ryddles al mismo tiempo.
— ¡Eso es lo que Dumbledore envía a su defensor: un pájaro cantor y un sombrero viejo! ¿Te sientes más seguro, Harry Potter? ¿Te sientes a salvo?
—Eres un…—empecé, pero antes de que pudiera terminar, me lanzó un hechizo, y todo se torno oscuro…

Cuando abrí los ojos, seguía tirada en el suelo de la oscura cámara, pero Ginny y Harry estaban a mí alrededor.
— ¿Qué…?—murmuré.
—Ha terminado todo bien —dijo Harry, sonriendo y enseñándome un diario agujereado—. Ryddle ya no existe. ¡Mira! Ni él ni el basilisco.
—Gracias a Merlín…—volví a murmurar, poniéndome de pie con su ayuda— ¿Qué pasó?
—Bueno… Apareció el basilisco, y Fawkes me ayudo mordiéndole los ojos, y logre matarlo con esto—levanto una hermosa espada de plata con rubíes incrustados—; luego atravesé el diario con uno de los colmillos de basilisco.
—Menos mal que todo termino…—dije en voz baja— ¿Cómo te encuentras Ginny?
—Yo… ¡Me van a expulsar! —se lamentó—. Siempre quise estudiar en Hogwarts, desde que vino Bill, y ahora tendré que irme y... ¿Qué pensarán mis padres?
—No te preocupes, Dumbledore entenderá.
Y volvimos por donde habíamos llegado. Fawkes nos estaba esperando, revoloteando en la entrada de la cámara. Al salir de la cámara, la puerta se cerró suavemente detrás de nosotros.
Tras unos minutos de andar por el oscuro túnel, llegó un distante ruido de piedras.
— ¡Ron! —gritó Harry, apresurándose—. ¡Ginny está bien! ¡La traigo conmigo!
Se oyó que Ron daba un grito ahogado de alegría, y al doblar la última curva vimos su cara angustiada que asomaba por el agujero que había logrado abrir en el montón de piedras.
— ¡Ginny! —Ron sacó un brazo por el agujero para ayudarla a pasar—. ¡Estás viva! ¡No me lo puedo creer! ¿Qué ocurrió?
Intentó abrazarla, pero Ginny se apartó, sollozando.
Atravesé el agujero.
—Pero estás bien, Ginny —dijo Ron, sonriéndole—. Todo ha pasado. ¿De dónde ha salido ese pájaro?
Fawkes había pasado por el agujero después de mí.
—Es de Dumbledore —dijo Harry, encogiéndose para pasar.
— ¿Y cómo has conseguido esa espada? —dijo Ron, mirando con la boca abierta el arma que brillaba en la mano de Harry.
—Te lo explicaré cuando salgamos —dijo Harry, mirando a Ginny de soslayo.
—Pero...
—Más tarde —insistió Harry—. ¿Dónde está Lockhart?
—Volvió atrás —dijo Ron, sonriendo y señalando con la cabeza hacia el principio del túnel—. No está bien. Ya verán.
Guiados por Fawkes, cuyas alas rojas emitían en la oscuridad reflejos dorados, desanduvimos el camino hasta la tubería. Gilderoy Lockhart estaba allí sentado, tarareando plácidamente.
—Ha perdido la memoria —dijo Ron—. El embrujo desmemorizante le salió mal. Le dio a él. No tiene ni idea de quién es, ni de dónde está, ni de quiénes somos. Le dije que se quedara aquí y nos esperara. Es un peligro para sí mismo.
Lockhart Nos miró a todos afablemente.
—Hola —dijo—. Qué sitio tan curioso, ¿verdad? ¿Viven aquí?
—No —respondió Ron, mirando a Harry y arqueando las cejas.
Harry se inclinó y miró la larga y oscura tubería.
— ¿Has pensado cómo vamos a subir? —preguntó a Ron.
Ron negó con la cabeza, pero Fawkes ya había pasado delante de Harry y se hallaba revoloteando delante de él. Los ojos redondos del ave brillaban en la oscuridad mientras agitaba sus alas doradas. Harry lo miró, dubitativo.
—Parece como si quisiera que te cogieras a él... —dijo Ron, perplejo—. Pero pesas demasiado para que un pájaro te suba.
—Fawkes —aclaró Harry— no es un pájaro normal—Se volvió inmediatamente a nosotros—. Vamos a darnos la mano. Ginny, coge la de Ron. Profesor Lockhart...
—Se refiere a usted —aclaró Ron a Lockhart.
—Coja la otra mano de Ginny.
Harry se metió la espada y el Sombrero Seleccionador en el cinto. Harry agarró las plumas de Fawkes. Yo agarré la mano de Harry, y la de Ron, y él sostuvo a Ginny, quien sostuvo a Lockhart.
Una extraordinaria luminosidad pareció extenderse por todo el cuerpo del ave, y en un segundo nos encontrábamos subiendo por la tubería a toda velocidad.
Y Lockhart no paraba de gritar:
— ¡Asombroso, asombroso! ¡Parece cosa de magia!
Los cinco fuimos saltando al suelo mojado junto a Myrtle la Llorona, y mientras Lockhart se arreglaba el sombrero, el lavabo que ocultaba la tubería volvió a su lugar cerrando la abertura.
Myrtle nos miraba con ojos desorbitados.
—Estás vivo —dijo a Harry sin comprender.
—Pareces muy decepcionada —respondió serio, limpiándose las motas de sangre y de barro que tenía en las gafas.
—No, es que... había estado pensando. Si hubieras muerto, aquí serías bienvenido. Te dejaría compartir mi retrete —le dijo Myrtle, ruborizándose de color plata.
—¡Uf! —dijo Ron, cuando salieron de los aseos al corredor oscuro y desierto—. ¡Harry, creo que le gustas a Myrtle! ¡Ginny, Camille, tienen una rival más!
Yo le di un fuerte pisotón, pero por el rostro de Ginny seguían resbalando unas lágrimas silenciosas.
— ¿Adónde vamos? —preguntó Ron, mirando a Ginny con impaciencia. Harry señaló hacia delante.
Fawkes iluminaba el camino por el corredor, con su destello de oro. Lo seguimos a grandes zancadas, y en un instante estábamos ante el despacho de la profesora McGonagall.
Harry llamó y abrió la puerta.
Escritora POV:
Hubo un momento de silencio cuando Harry, Ron, Camille, Ginny y Lockhart aparecieron en la puerta, llenos de barro, suciedad y, en el caso de Harry, sangre. Luego alguien gritó:
— ¡Ginny!
Era la señora Weasley, que estaba llorando delante de la chimenea. Se puso en pie de un salto, seguida por su marido, y se abalanzaron sobre su hija.
Los otros, sin embargo, miraban detrás de ellos. El profesor Dumbledore estaba ante la repisa de la chimenea, sonriendo, junto a la profesora McGonagall, que respiraba con dificultad y se llevaba una mano al pecho. Fawkes pasó zumbando cerca de Harry para posarse en el hombro de Dumbledore. Sin apenas darse cuenta, Harry, Camille y Ron se encontraron atrapados en el abrazo de la señora Weasley
— ¡La han salvado! ¡La han salvado! ¿Cómo lo hicieron?
—Creo que a todos nos encantaría enterarnos —dijo con un hilo de voz la profesora McGonagall.
La señora Weasley soltó a Harry, que dudó un instante, luego se acercó a la mesa y depositó encima el Sombrero Seleccionador, la espada con rubíes incrustados y lo que quedaba del diario de Ryddle.
Harry empezó a contarlo todo. Habló durante casi un cuarto de hora, mientras los demás lo escuchaban absortos y en silencio. Contó lo de la voz que no salía de ningún sitio; que Hermione y Camille habían comprendido que lo que él oía era un basilisco que se movía por las tuberías; que él, Camille y Ron siguieron a las arañas por el bosque; que Aragog les había dicho dónde había matado a su víctima el basilisco; que habían adivinado que Myrtle la Llorona había sido la víctima, y que la entrada a la Cámara de los Secretos podía encontrarse en los aseos...
—Muy bien —señaló la profesora McGonagall, cuando Harry hizo una pausa—, así que averiguaron dónde estaba la entrada, quebrantando un centenar de normas, añadiría yo. Pero ¿cómo demonios consiguieron salir con vida, Potter?
Así que Harry, con la voz ronca de tanto hablar, les relató la oportuna llegada de Fawkes y del Sombrero Seleccionador, que le proporcionó la espada. Pero luego titubeó. Había evitado hablar sobre la relación entre el diario de Ryddle y Ginny. Ella apoyaba la cabeza en el hombro de su madre, y seguía derramando silenciosas lágrimas por las mejillas. ¿Y si la expulsaban?, pensó Harry aterrorizado. El diario de Ryddle no serviría ya como prueba, pues había quedado inservible... ¿cómo podrían demostrar que era el causante de todo?
Instintivamente, Harry miró a Dumbledore, y éste esbozó una leve sonrisa. La hoguera de la chimenea hacía brillar sus lentes de media luna.
—Lo que más me intriga —dijo Dumbledore amablemente—, es cómo se las arregló lord Voldemort para embrujar a Ginny, cuando mis fuentes me indican que actualmente se halla oculto en los bosques de Albania.
Harry se sintió maravillosamente aliviado.
— ¿Qué... qué? —Preguntó el señor Weasley con voz atónita—. ¿Sabe qui-quién? ¿Ginny embrujada? Pero Ginny no ha... Ginny no ha sido... ¿verdad?
—Fue el diario —dijo inmediatamente Harry, cogiéndolo y enseñándoselo a Dumbledore—. Ryddle lo escribió cuando tenía dieciséis años.
Dumbledore cogió el diario que sostenía Harry y examinó minuciosamente sus páginas quemadas y mojadas.
—Soberbio —dijo con suavidad—. Por supuesto, él ha sido probablemente el alumno más inteligente que ha tenido nunca Hogwarts. —Se volvió hacia los Weasley, que lo miraban perplejos—. Muy pocos saben que lord Voldemort se llamó antes Tom Ryddle. Yo mismo le di clase, hace cincuenta años, en Hogwarts. Desapareció tras abandonar el colegio... Recorrió el mundo..., profundizó en las Artes Oscuras, tuvo trato con los peores de entre los nuestros, acometió peligros, transformaciones mágicas, hasta tal punto que cuando resurgió como lord Voldemort resultaba irreconocible.
Prácticamente nadie relacionó a lord Voldemort con el muchacho inteligente y encantador que recibió aquí el Premio Anual.
—Pero Ginny —dijo la señora Weasley—. ¿Qué tiene que ver nuestra Ginny con él?
— ¡Su... su diario! —Dijo Ginny entre sollozos—. He estado escribiendo en él, y me ha estado contestando durante todo el curso...
— ¡Ginny! —exclamó su padre, atónito—. ¿No te he enseñado una cosa? ¿Qué te he dicho siempre? No confíes en cosas que tengan la capacidad de pensar pero de las cuales no sepas dónde tienen el cerebro. ¿Por qué no me enseñaste el diario a mí o a tu madre? Un objeto tan sospechoso como ése, ¡tenía que ser cosa de magia negra!
—No..., no lo sabía —sollozó Ginny—. Lo encontré dentro de uno de los libros que me había comprado mamá. Pensé que alguien lo había dejado allí y se le había olvidado...
—La señorita Weasley debería ir directamente a la enfermería —terció Dumbledore con voz firme—. Para ella ha sido una experiencia terrible. No habrá castigo. Lord Voldemort ha engañado a magos más viejos y más sabios. —Fue a abrir la puerta—. Reposo en cama y tal vez un tazón de chocolate caliente. A mí siempre me anima —añadió, guiñándole un ojo bondadosamente—. La señora Pomfrey estará todavía despierta. Debe de estar dando zumo de mandrágora a las víctimas del basilisco.
Seguramente despertarán de un momento a otro.
— ¡Así que Hermione está bien! —dijo Ron con alegría.
—No les han causado un daño irreversible —dijo Dumbledore.
La señora Weasley salió con Ginny, y el padre iba detrás, todavía muy impresionado.
— ¿Sabes, Minerva? —dijo pensativamente el profesor Dumbledore a la profesora McGonagall—, creo que esto se merece un buen banquete. ¿Te puedo pedir que vayas a avisar a los de la cocina?
—Bien —dijo resueltamente la profesora McGonagall, encaminándose también hacia la puerta—, te dejaré para que ajustes cuentas con Potter, Black y Weasley.
—Eso es —dijo Dumbledore.
Salió, y los tres niños miraron a Dumbledore dubitativos. ¿Qué había querido decir exactamente la profesora McGonagall con aquello de «ajustar cuentas»? ¿Acaso los iban a castigar?
—Creo recordar que les dije que tendría que expulsarlos si volvían a quebrantar alguna norma del colegio —dijo Dumbledore.
Ron abrió la boca horrorizado, y Camille contuvo un sollozo.
—Lo cual demuestra que todos tenemos que tragarnos nuestras palabras alguna vez —prosiguió Dumbledore, sonriendo—. Recibirán los tres el Premio por Servicios Especiales al Colegio y... veamos..., sí, creo que ciento cincuenta puntos para Gryffindor por cada uno.
Ron se puso tan sonrosado como las flores de San Valentín de Lockhart, y volvió a cerrar la boca, y tanto Harry como Camille esbozaron una radiante sonrisa.
—Pero hay alguien que parece que no dice nada sobre su participación en la peligrosa aventura —añadió Dumbledore—. ¿Por qué esa modestia, Gilderoy?
Harry dio un respingo. Se había olvidado por completo de Lockhart. Se volvió y vio que estaba en un rincón del despacho, con una vaga sonrisa en el rostro. Cuando Dumbledore se dirigió a él, Lockhart miró con indiferencia para ver quién le hablaba.
—Profesor Dumbledore —dijo Ron enseguida—, hubo un accidente en la Cámara de los Secretos. El profesor Lockhart…
— ¿Soy profesor? —preguntó sorprendido—. ¡Dios mío! Supongo que seré un inútil, ¿no?
—... intentó hacer un embrujo desmemorizante y el tiro le salió por la culata —explicó Ron a Dumbledore tranquilamente.
—Hay que ver —dijo Dumbledore, moviendo la cabeza de forma que le temblaba el largo bigote plateado—, ¡herido con su propia espada, Gilderoy!
— ¿Espada? —dijo Lockhart con voz tenue—. No, no tengo espada. Pero este chico sí tiene una. —Señaló a Harry—. Él se la podrá prestar.
— ¿Te importaría llevar también al profesor Lockhart a la enfermería? —dijo Dumbledore a Ron—. Quisiera tener unas palabras con Harry y Camille.
Lockhart salió. Ron miró con curiosidad a sus amigos y Dumbledore mientras cerraba la puerta.
Dumbledore fue hacia una de las sillas que había junto al fuego.
—Siéntense, niños—dijo, y ambos tomaron asiento, incomprensiblemente azorados—. Antes que nada, Harry, quiero darte las gracias —dijo Dumbledore, parpadeando de nuevo—. Debes de haber demostrado verdadera lealtad hacia mí en la cámara. Sólo eso puede hacer que acuda Fawkes.
Acarició al fénix, que agitaba las alas posado sobre una de sus rodillas. Harry sonrió con embarazo cuando Dumbledore lo miró directamente a los ojos.
—Así que han conocido a Tom Ryddle —dijo Dumbledore pensativo—. Imagino que tendría mucho interés en verlos.
—No a mí, profesor. A Harry—aclaró la castaña.
— ¡Que extraño! Habría jurado… No importa, ya pasó.
Ella estaba a punto de preguntar a que se refería, pero Harry se lo impidió, mencionó algo que le carcomía el pensamiento:
—Profesor Dumbledore... Ryddle dijo que yo soy como él. Una extraña afinidad, dijo...
— ¿De verdad? —Preguntó Dumbledore, mirando a un Harry pensativo, por debajo de sus espesas cejas plateadas—. ¿Y a ti qué te parece, Harry?
— ¡Me parece que no soy como él! —contestó Harry, más alto de lo que pretendía—. Quiero decir que yo..., yo soy de Gryffindor, yo soy...
Pero calló. Resurgía una duda que le acechaba.
—Profesor —añadió después de un instante—, el Sombrero Seleccionador me dijo que yo... haría un buen papel en Slytherin. Todos creyeron un tiempo que yo era el heredero de Slytherin, porque sé hablar pársel...
—Tú sabes hablar pársel, Harry —dijo tranquilamente Dumbledore—, porque lord Voldemort, que es el último descendiente de Salazar Slytherin, habla pársel. Si no estoy muy equivocado, él te transfirió algunos de sus poderes la noche en que te hizo esa cicatriz. No era su intención, seguro...
— ¿Voldemort puso algo de él en mí? —preguntó Harry, atónito.
—Eso parece.
—Así que yo debería estar en Slytherin —dijo Harry, mirando con desesperación a Dumbledore—. El Sombrero Seleccionador distinguió en mí poderes de Slytherin y...
—Te puso en Gryffindor —dijo Dumbledore reposadamente—. Escúchame, Harry. Resulta que tú tienes muchas de las cualidades que Slytherin apreciaba en sus alumnos, que eran cuidadosamente escogidos: su propio y rarísimo don, la lengua pársel..., inventiva..., determinación..., un cierto desdén por las normas —añadió, mientras le volvía a temblar el bigote—. Pero aun así, el sombrero te colocó en Gryffindor. Y tú sabes por qué. Piensa.
—Me colocó en Gryffindor —dijo Harry con voz de derrota— solamente porque yo le pedí no ir a Slytherin...
—Exacto —dijo Dumbledore, volviendo a sonreír—. Eso es lo que te diferencia de Tom Ryddle. Son nuestras elecciones, Harry, las que muestran lo que somos, mucho más que nuestras habilidades. —Harry estaba en su silla, atónito e inmóvil—. Si quieres una prueba de que perteneces a Gryffindor, te sugiero que mires esto con más detenimiento.
Dumbledore se acercó al escritorio de la profesora McGonagall, cogió la espada ensangrentada y se la pasó a Harry. Sin mucho ánimo, Harry le dio la vuelta y vio brillar los rubíes a la luz del fuego. Y luego vio el nombre grabado debajo de la empuñadura: Godric Gryffindor.
—Sólo un verdadero miembro de Gryffindor podría haber sacado esto del sombrero, Harry —dijo simplemente Dumbledore.
Durante unos minutos ambos callaron, y Camille aprovechó para saciar sus propias dudas.
—Profesor… Yo… Tengo una pregunta…
— ¿Si?—preguntó imperturbable.
—Bueno… Yo, también habló pársel.
Durante una fracción de segundos, les pareció ver como agrandaba los ojos, pero si lo hizo, rápidamente volvió a su expresión de habitual tranquilidad.
—Bueno, eso también tiene una explicación, y no es algo de lo cual deberías preocuparte… Pero lamentablemente, no puedo decirte el por qué….
—Pero…
—Oh, pienso que pronto lo sabrás, pero no de mi boca…
Lo miró extrañada, pero zanjo el tema y preguntó:
—Bueno… Pero también tengo otra pregunta—aclaró su garganta, tratando de ignorar los nervios que aquello le producía—, ¿Por qué al ponerme en mi casa, el sombrero mencionó que “Por sangre me corresponde Ravenclaw, pero mi corazón es de Gryffindor”?
Entonces está vez si abrió los ojos, sorprendido.
— ¿Eso dijo?—Asintió levemente—. Bueno, ese asunto es… Algo…— por primera vez en su estadía en Hogwarts, los niños veían a Dumbledore nervioso—, tampoco puedo decirles eso…
Pero ante la cara de decepción de Camille, Dumbledore soltó un corto suspiro y agregó:
—Sólo puedo decirte que… Tiene algo que ver con… Bueno, bueno, las dos cosas que me preguntaste, tanto el pársel como esto… tienen que ver con tus padres.
Y en ese momento el silencio parecía más total que antes, como si hasta estuvieran conteniendo la respiración.
—Lo que necesitan, niños, es comer algo y dormir. Les sugiero que bajen al banquete, mientras escribo a Azkaban: necesitamos que vuelva nuestro guarda. Y tengo que redactar un anuncio para El Profeta, además —añadió pensativo—. Necesitamos un nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. Vaya, parece que no nos duran nada, ¿verdad?
Ambos se levantaron en silencio y fueron hasta la puerta. Pero apenas Harry tocó el pomo de la puerta, ésta se abrió tan bruscamente que pego contra la pared y rebotó.
Lucius Malfoy estaba allí, con el semblante furioso; y también Dobby, encogido de miedo y cubierto de vendas.
—Buenas noches, Lucius —dijo Dumbledore amablemente.
El señor Malfoy casi derriba a los niños al entrar en el despacho. Dobby lo seguía detrás, pegado a su capa, con una expresión de terror.
— ¡Vaya! —Dijo Lucius Malfoy, fijos en Dumbledore sus fríos ojos—. Ha vuelto. El consejo escolar lo ha suspendido de sus funciones, pero aun así, usted ha considerado conveniente volver.
—Bueno, Lucius, verá —dijo Dumbledore, sonriendo serenamente—, he recibido una petición de los otros once representantes. Aquello parecía un criadero de lechuzas, para serle sincero. Cuando recibieron la noticia de que la hija de Arthur Weasley había sido asesinada, me pidieron que volviera inmediatamente. Pensaron que, a pesar de todo, yo era el hombre más adecuado para el cargo. Además, me contaron cosas muy curiosas. Algunos incluso decían que usted les había amenazado con echar una maldición sobre sus familias si no accedían a destituirme.
El señor Malfoy se puso aún más pálido de lo habitual, pero seguía con los ojos cargados de furia.
— ¿Así que... ha puesto fin a los ataques? —dijo con aire despectivo—. ¿Ha encontrado al culpable?
—Lo hemos encontrado —contestó Dumbledore, con una sonrisa.
— ¿Y bien? —Preguntó bruscamente Malfoy—. ¿Quién es?
—El mismo que la última vez, Lucius —dijo Dumbledore—. Pero esta vez lord Voldemort actuaba a través de otra persona, por medio de este diario.
Levantó el cuaderno negro agujereado en el centro, y miró a Malfoy atentamente.
Harry, por el contrario, no apartaba los ojos de Dobby. Y Camille, cambiaba entre lo que pasaba con Dumbledore y Malfoy, y las extrañas señas de Dobby.
El elfo hacia cosas muy raras. Miraba fijamente a Harry, señalando el diario, y luego al señor Malfoy. A continuación se daba puñetazos en la cabeza.
—Ya veo... —dijo despacio Malfoy a Dumbledore. Y la niña volvió su atención a la escena del director.
—Un plan inteligente —dijo Dumbledore con voz desapasionada, sin dejar de mirar a Malfoy directamente a los ojos—. Porque si Harry, Camille, aquí presentes—el señor Malfoy dirigió a los dos una incisiva mirada de soslayo—, y su amigo Ron no hubieran descubierto este cuaderno..., Ginny Weasley habría aparecido como culpable. Nadie habría podido demostrar que ella no había actuado libremente...
El señor Malfoy no dijo nada. Su cara se había vuelto de repente como de piedra.
—E imagine —prosiguió Dumbledore— lo que podría haber ocurrido entonces... Los Weasley son una de las familias de sangre limpia más distinguidas. Imagine el efecto que habría tenido sobre Arthur Weasley y su Ley de defensa de los muggles, si se descubriera que su propia hija había atacado y asesinado a personas de origen muggle. Afortunadamente apareció el diario, con los recuerdos de Ryddle borrados de él. Quién sabe lo que podría haber pasado si no hubiera sido así.
El señor Malfoy hizo un esfuerzo por hablar.
—Ha sido una suerte —dijo fríamente.
Pero Dobby seguía, a su espalda, señalando primero al diario, después a Lucius Malfoy, y luego pegándose en la cabeza.
Y Harry comprendió de pronto. Hizo un gesto a Dobby con la cabeza, y éste se retiró a un rincón, retorciéndose las orejas para castigarse.
— ¿Sabe cómo llegó ese diario a Ginny, señor Malfoy? —le preguntó Harry. Lucius Malfoy se volvió hacia él.
— ¿Por qué iba a saber yo de dónde lo cogió esa tonta? —preguntó.
—Porque usted se lo dio —respondió está vez Camille, dándose cuenta de todo—. En Flourish y Blotts. Usted le cogió su libro de transformación y metió el diario dentro, ¿a que sí?
Vio que el señor Malfoy abría y cerraba las manos.
—Demuéstralo —dijo, furioso.
—Nadie puede demostrarlo —dijo Dumbledore, y sonrió a los dos niños—, puesto que ha desaparecido del libro todo rastro de Ryddle. Por otro lado, le aconsejo, Lucius, que deje de repartir viejos recuerdos escolares de lord Voldemort. Si algún otro cayera en manos inocentes, Arthur Weasley se asegurará de que le sea devuelto a usted...
Lucius Malfoy se quedó un momento quieto, y se vio claramente que su mano derecha se agitaba como si quisiera empuñar la varita. Pero en vez de hacerlo, se volvió a su elfo doméstico.
— ¡Nos vamos, Dobby!
Tiró de la puerta, y cuando el elfo se acercó corriendo, le dio una patada que lo envió fuera. Oyeron a Dobby gritar de dolor por todo el pasillo. Harry reflexionó un momento, y entonces tuvo una idea.
—Profesor Dumbledore —dijo deprisa—, ¿me permite que le devuelva el diario al señor Malfoy?
—Claro, Harry —dijo Dumbledore con calma—. Pero date prisa. Recuerda el banquete.
Harry cogió el diario y salió del despacho corriendo, con su amiga detrás. Aún se oían alejándose los gritos de dolor de Dobby, que ya había doblado la esquina del corredor. Rápidamente, preguntándose si sería posible que su plan tuviera éxito, Harry se quitó un zapato, se sacó el calcetín sucio y embarrado, y metió el diario dentro. Luego se puso a correr por el oscuro corredor.
— ¿Qué piensas…?—preguntó Camille entre jadeos de cansancio.
—Ya verás…
Los alcanzaron al pie de las escaleras.
—Señor Malfoy —dijo jadeando y patinando al detenerse—, tengo algo para usted.
Y le puso a Lucius Malfoy en la mano el calcetín maloliente.
— ¿Qué diablos...?
La niña soltó una risita, al darse cuenta de las intenciones de su amigo.
El señor Malfoy extrajo el diario del calcetín, tiró éste al suelo y luego pasó la vista, furioso, del diario a Harry.
—Harry Potter, vas a terminar como tus padres uno de estos días —dijo bajando la voz—. También ellos eran unos idiotas entrometidos. —Y se volvió para irse—. Ven, Dobby. ¡He dicho que vengas!
Pero Dobby no se movió. Sostenía el calcetín sucio y embarrado de Harry, contemplándolo como si fuera un tesoro de valor incalculable.
—Mi amo le ha dado a Dobby un calcetín —dijo el elfo asombrado—. Mi amo se lo ha dado a Dobby.
— ¿Qué? —Escupió el señor Malfoy—. ¿Qué has dicho?
—Dobby tiene un calcetín —dijo Dobby aún sin poder creérselo—. Mi amo lo tiró, y Dobby lo cogió, y ahora Dobby... Dobby es libre.
Lucius Malfoy se quedó de piedra, mirando al elfo. Luego embistió a Harry.
— ¡Por tu culpa he perdido a mi criado, mocoso!
— ¡Deténgase!—exclamó la castaña clara, aunque solo se ganó una mirada de desprecio.
Pero Dobby gritó:
— ¡Usted no hará daño a Harry Potter!
Se oyó un fuerte golpe, y el señor Malfoy cayó de espaldas. Bajó las escaleras de tres en tres y aterrizó hecho una masa de arrugas. Se levantó, lívido, y sacó la varita, pero Dobby le levantó un dedo amenazador.
—Usted se va a ir ahora —dijo con fiereza, señalando al señor Malfoy—. Usted no tocará a Harry Potter. Váyase ahora mismo.
Lucius Malfoy no tuvo elección. Dirigiéndoles una última mirada de odio, se cubrió por completo con la capa y salió apresuradamente.
— ¡Harry Potter ha liberado a Dobby! —chilló el elfo, mirando a Harry. La luz de la luna se reflejaba, a través de una ventana cercana, en sus ojos esféricos—. ¡Harry Potter ha liberado a Dobby!
—Es lo menos que podía hacer, Dobby —dijo Harry, sonriendo—. Pero prométame que no volverá a intentar salvarme la vida.
Una sonrisa amplia, con todos los dientes a la vista, cruzó la fea cara cetrina del elfo.
—Sólo tengo una pregunta, Dobby —dijo Harry, mientras Dobby se ponía el calcetín de Harry con manos temblorosas—. Usted me dijo que esto no tenía nada que ver con El-que-no-debe-ser-nombrado, ¿recuerda? Bueno...
—Era una pista, señor —dijo Dobby, con los ojos muy abiertos, como si resultara obvio—. Dobby le daba una pista. Antes de que cambiara de nombre, el Señor Tenebroso podía ser nombrado tranquilamente, ¿se da cuenta?
—Bien —dijo Harry con voz débil—. Será mejor que me vaya. Hay un banquete, y mi amiga Hermione ya estará recobrada...
Dobby le echó los brazos a Harry en la cintura y lo abrazó con fuerza.
— ¡Harry Potter es mucho más grande de lo que Dobby suponía! —sollozó—. ¡Adiós, Harry Potter!
Y dando un sonoro chasquido, Dobby desapareció.

Esa noche se celebró un banquete sin igual. Todos tenían sus piyamas, y la fiesta duró toda la noche; además, Hermione estaba despetrificada, y al vernos gritó exasperada “¡Lo han logrado! ¡Sabía que lo lograrían!”, también Justin se acercó para pedir disculpas por sus sospechas.
Hagrid había regresado de Azkaban, y les dio a sus cuatro favoritos un abrazo estrangulador; Gryffindor recibió cuatrocientos puntos por lo que Ron, Harry y Camille habían hecho; y casi se mueren de risa cuando la profesora McGonagall anunció que decidió prescindir los exámenes, y Hermione por poco y se desmaya.
Por último, Dumbledore anunció que Lockhart no los acompañaría el próximo año, y nadie se lamentó por eso. Algunos de los profesores se unieron al grito de júbilo con el que los alumnos recibieron estas noticias.
El resto del último trimestre transcurrió bajo un sol radiante y abrasador. Hogwarts había vuelto a la normalidad, con sólo unas pequeñas diferencias: las clases de Defensa Contra las Artes Oscuras se habían suspendido («pero hemos hecho muchas prácticas», dijo Ron a una contrariada Hermione) y Lucius Malfoy había sido expulsado del consejo escolar. Draco ya no se pavoneaba por el colegio como si fuera el dueño. Por el contrario, parecía resentido y enfurruñado. Y Ginny Weasley volvía a ser completamente feliz.
Camille POV
Muy pronto llegó el momento de volver a casa en el expreso de Hogwarts. Harry, Ron, yo, Hermione, Fred, George y Ginny tuvimos todo un compartimento para nosotros solos.
Aprovechamos al máximo las últimas horas en que nos estaba permitido hacer magia antes de que comenzaran las vacaciones. Jugamos al snap explosivo (Fred y George hacían trampa continuamente), encendimos las últimas bengalas del doctor Filibuster de George y Fred, y jugamos a desarmarnos unos a otros mediante la magia; esto último era algo en lo cual Harry se destacaba bastante.
Estábamos llegando a King Cross, cuando Harry preguntó:
—Ginny.., ¿qué es lo que le viste hacer a Percy, que no quería que se lo dijeras a nadie?
— ¡Ah, eso! —Dijo Ginny con una risita—. Bueno, es que Percy tiene novia.
A Fred se le cayeron los libros que llevaba en el brazo.
— ¿Qué?
—Es esa prefecta de Ravenclaw, Penélope Clearwater —dijo Ginny—. Es a ella a quien estuvo escribiendo todo el verano pasado. Se han estado viendo en secreto por todo el colegio. Un día los descubrí besándose en un aula vacía. Le afectó mucho cuando ella fue..., ya saben..., atacada. No se reirán de él, ¿verdad? —añadió.
—Ni se me pasaría por la cabeza —dijo Fred, que ponía una cara como si faltase muy poco para su cumpleaños.
—Por supuesto que no —corroboró George con una risita.
El expreso de Hogwarts aminoró la marcha y al final se detuvo.
Harry sacó la pluma y un trozo de pergamino y se volvió hacia Ron, Herms y yo.
—Esto es lo que se llama un número de teléfono —dijo Harry, escribiéndolo tres veces y partiendo el pergamino en tres para darnos un número a cada uno—. Tu padre ya sabe cómo se usa el teléfono, porque el verano pasado se lo expliqué. Llámenme a casa de los Dursley, ¿de acuerdo? No podría aguantar otros dos meses sin hablar con nadie más que con Dudley...
—Pero tus tíos estarán muy orgullosos de ti, ¿no? —dijo Hermione cuando salíamos del tren y nos metíamos entre la multitud que iba en tropel hacia la barrera encantada—. ¿Y cuando se enteren de lo que has hecho este curso?
Tanto Harry como yo soltamos una risotada estridente.
— ¿Orgullosos? —Dijo Harry—. ¿Estás loca? ¿Con todas las oportunidades que tuve de morir, y no lo logré? Estarán furiosos...
—Son unos Muggles de lo más desagradables—puse una mueca de asco—, te es imposible emparentarlos de algún modo con Harry una vez que los conoces.
—Bueno, supongo que aquí nos despedimos—dijo Hermione.
—Si… Aunque preferiría irme con ustedes—comenté apenada.
—Yo igual—agregó Harry.
—Bueno, pero dos meses no son nada ¿Cierto Ron?—dijo optimista Herms.
—Eh… Oh… Si… Si, es verdad… Nada…—respondió Ron luego de una significativa mirada de la castaña.
—Eso espero…
Y juntos atravesamos la verja hacia el mundo muggle. De aquel lado estaba la señora Weasley, ya con Fred, George y Ginny. También pude ver, algo alejado, al tío de Harry; hablando animadamente con la señora Weasley estaba la señora Honey, y un poco apartados, los demás padres, entre ellos los de Mione.
—Los extrañare de sobremanera…—dije abrazando primero a Hermione.
—Yo igual… Pero nos veremos en el Callejón Diagon—dijo aun optimista.
—Más te vale que me escriban—dije abrazando a Ron y a Ginny a la vez, desde que la habíamos salvado, pasaba más tiempo conmigo.
—Por supuesto que si, hasta te cansarás de nosotros—respondió la pelirroja con una sonrisa.
—Ustedes también, grandes tontos—abracé a George y Fred, quienes sonrieron como idiotas.
—No lo sé… Tal vez no lo haga…—respondió Fred, con aires de importancia.
—No resistirás la tentación—repuse en broma, y ellos rieron.
—Adiós Harry—abracé a éste último, aunque al parecer durante un tiempo más prolongado, porque Ginny carraspeó con la garganta, y Hermione soltó unas risitas.
—Um… Yo… Luego… ¿Llamarás?—logró decir al fin, entre balbuceos incomprensibles.
—Por supuesto—sonreí, a lo que el me devolvió la sonrisa.
—Y… Supongo que no te aparecerás por mi cumpleaños de nuevo…—dijo con pesar, indirectamente esperando una respuesta.
—No lo sé, tal vez si… Tal vez no…—fingí un aire de misterio. Él solo sonrió.
— ¡Date prisa niño!—gritó el panzón de su tío.
—Bueno, ya me voy…Adiós señora Weasley, Ron, Herms—esta le abrazó rápidamente—, Fred, George, Percy y Ginny—la menor de los Weasley le dirigió una sonrisa tímida.
Y caminó hasta sus tíos, pero entonces me acordé de algo. Corrí tras él, y se detuvo a mitad de camino con mis gritos; sus tíos miraban junto al niño regordete, algo asqueados pero sorprendidos.
— ¿Qué sucede?
—Me olvidaba de algo…—saqué de mi bolsillo un círculo de dorado, que estaba encantado para pegarse a cualquier superficie con apoyarlo y recitar unas palabras. Tenía las iniciales nuestras, y del otro lado estaba escrito a fuego “Siempre a tu lado”.
—Gracias, pero… No es mi cumpleaños ni navidad…—contestó desconcertado.
—Lo sé, pero está encantado—aguardó a que continuara, aun desconcertado.
—Cada vez que me necesites, el mío brillará—levanté mi muñeca derecha, donde mi dije de “H y C, por siempre amigos” reposaba—, y podremos comunicarnos unos minutos. Solo puede usarse cada una semana, pero es útil…— sonrió al entender.
—Será genial.
—Eso espero… Ahora si me voy—
—Adiós…—
Y estaba volteando, pero al instante volví a girar, viendo que él ya estaba avanzando, y con una mano le di la vuelta, para plantarle un beso en la mejilla.
Se puso tan rojo que temía que le hubiera dado fiebre, y sonrió tontamente, tocándose la mejilla, mientras, volvía donde la señora Honey, diciéndole en voz baja:
—A pesar de todo, te quiero…
Cuando llegué, volví a ver donde se había ido, pero ya no quedaban rastros de mi sonrojado pelinegro… ¿Dije mi? …Quise decir… mi… amigo… si… eso…
Una vez que reparé en los Weasley y en la señora Honey, vi que todos me miraban sonriendo de una forma extraña, excepto Ginny, que más bien estaba molesta.
— ¿Qué?—pregunté haciendo como si nada.
Todos se miraron entre sí.
—Ay, estos pequeños de ahora…—dijo George con un fingido dramatismo—, al menos es Harry, quedará en buenas manos, ¿No, Fred?
—Así es, George…
—No sean imbéciles…—murmuré, ahora con las mejillas ardiendo—, es mi mejor amigo y no lo veré en todo el verano, ni siquiera en su cumpleaños…—me lamenté.
—Si tú dices…
—Bueno, un placer verla de nuevo, Sra. Honey—dijo la señora Weasley estrechando la mano de esta.
—Oh, por favor Molly, dime Eliza—sonrió amablemente— ¿Vamos, Camille?—asentí, saludando una vez más a todos con la mano.


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La muchacha de Gryffindor (Harry y tú) - Página 4 Empty Re: La muchacha de Gryffindor (Harry y tú)

Mensaje por C.J. Potter Mar 24 Jul 2012, 1:31 pm

Cap. 19 “Sirius ¿¡BLACK!?
Eran las dos de la tarde del 30 de julio. Saqué de mi cajón la tinta y una pluma magnifica.
Apoyé el pergamino en el escritorio de madera, y…
¿Qué se suponía que iba a contarle? Empecé a escribir algunos prototipos…
“Querido Harry:
Espero que estés bien, y bueno… que a pesar de todo pases un cumpleaños aceptable…” Taché eso enseguida, y volví a empezar.
“Querido Harry:
¿Cómo estás? Espero que bien… Ya que no recibo noticias tuyas… Aunque claro que no es tu culpa, pero esperaba que al menos usaras mi regalo, así tal vez podríamos unos minutos, y…” Releí las líneas e hice un bollo con ese pergamino. ¿Qué pensaba? Debes demostrar menos molestia, Camille, es su cumpleaños.
“Querido Harry:
Espero que te des cuenta de lo exasperada que me hace sentir tu falta de comunicación conmigo, y aunque tampoco te llamé, me gustaría que usaras el dije, y así…” Volví a tachar, esta vez furiosa conmigo misma. Me digo que debo ocultar mi enfado por su falta de comunicación, ¿Y qué hago? Todo lo contrario…
Otra vez… Comencé a escribir, más tranquila. Finalmente conseguí una carta presentable.
La releí en totalidad, y me sentí a gusto, aunque hubiese preferido sacar lo último, pero era necesario…
Aguardé a que se secara la tinta, doble el pergamino con cuidado, y lo metí en un sobre, en cuya delantera escribí “Harry Potter” con exagerado esmero.
Una vez listo para enviar, lo guarde en el cajón de mi mesita de luz, para mandarlo a horario.
—Camille, la señora Honey quiere verte—dijo la voz de Sarah a mis espaldas. Ella era una de mis compañeras de cuarto, y sabía tan poco como los demás de mi ausencia en el período escolar y mi regreso. Eso les había dado de qué hablar a todos; la “rara” iba a una escuela pupila, una buena escuela, y regresaba aun así. Claro, todos se preguntaban ¿Quién pagaba eso?, y la señora Honey que me invitaba todos los días a su despacho alimentaba más los rumores de que era una especie de favoritismo. Aunque, como ya estaba acostumbrada a hacer, hago de oídos sordos. En todos los años que estuve en este lugar nadie había intercambiado más de unas cuantas palabras conmigo por alguna obligación, y en Hogwarts no era una excepción, ya que todos seguían creyendo que era hija de un tal Black preso en Azkaban; la cuestión era que ya era parte de ser yo, no me inmutaba en absoluto.
—Gracias…—murmuré yendo a donde la Sra. Honey.
Estaba tomando té, sentada en su sofá pomposo color verde limón, como casi todo lo demás en su despacho.
—Hola, señora Honey—salude al entrar, ella me indicó con un dedo que me sentara.
— ¿Cuántas veces debo decirte que me llames Eliza?—dijo con un tono de molestia, pero con su amable sonrisa aun en el rostro.
—Hola, Eliza—corregí, enfatizando.
—Mucho mejor. Ahora, cuéntame donde quedaste el otro día— dijo con algo de emoción.
—Señora Ho…Eliza, ya le he contado la historia miles de veces… No hay nada más que pueda agregar…
Hizo una mueca, algo ofendida, pero sus ojos delataban que era fingido. Volvió a tomar un sorbo de té.
—En ese caso, cuéntame sobre ese niño que enfrento al basilisco, Harry Potter…
Un momento de descuido, hizo que un leve ardor se presentara en mis mejillas al pensar en él, crucé los dedos porque ella no se hubiera dado cuenta.
Pero al parecer lo hizo, porque por su avejentada cara, cuya belleza juvenil permanecía sin despegarse del todo, se dibujó una sonrisa como la de King Cross.
— ¿Qué? ¿Harry? Oh, bueno, él es mi mejor amigo… Va a Gryffindor también, al mismo año. Sus dos padres fallecieron cuando… ¡Oh!, ¿Quiere que le cuente esa historia? De seguro le parece interesante. Cuando él era un bebé…—traté de cambiar de tema, pero ella negó con la cabeza, aun sonriendo.
—No, ya conozco su historia, todo el mundo mágico la conoce. Yo quiero saber—Oh, no…—, que pasa con ese jovencito especial…
Claro, mi suerte era tan mala que ahora me hacían estos cuestionaros sin sentido.
— ¿Qué? No, no, no, claro que no… Harry es mi mejor amigo—respondí firmemente, aunque mi voz tembló cuando dije la última palabra.
—Ah, niña, seré vieja, pero aun no soy ciega, ¡Ni mucho menos tonta!
—Ya lo sé, pero eso no…
—Vi como lo mirabas en King Cross, y no creo que estar enamorada sea un delito como para esconderlo. Eres pequeña aun, eso es evidente, pero todos tuvimos alguna vez un amorío de niños—soltó una risita pícara—, aunque solo sea un sentimiento de cariño profundo—aclaró.
—Yo… yo no…
—No trates de mentirme, soy tan capaz como Albus de detectar mentiras…
— ¿Albus?—encarné una ceja, sabía perfectamente que se refería a Dumbledore, pero era una buena oportunidad para desviar el tema.
—Oh, bueno, sucede que somos amigos desde hace años; trabajamos juntos en la Ord…—se detuvo en seco, horrorizada con sus palabras.
— ¿La ord…?— pregunté, ahora más interesada, mientras la miraba, esperando que completara la oración.
—La ord…enanza del Ministerio… si, eso…— era evidente que no era eso, pero si la señora Honey mentía, era un asunto serio. Mejor no entrometerme.
—Pero, no hablamos de mí, hablábamos de ti…—dijo luego de unos segundos de silencio, en el cual traté de encontrar alguna otra excusa, pero no la hallé.
—Bueno… Yo…
—Cuéntame, como es él— dijo con el júbilo de una adolescente que hablaba con su amiga, bebiendo otro sorbo de té.
Solté un profundo suspiro, pero decidí contestarle. Al fin de cuentas, ella sería como mi diario, callado por siempre de mis secretos.
—Él es…—volví a suspirar—, es tan bueno… Comprende lo que yo paso, así como yo lo entiendo a él. Es gracioso, y tan… dulce al mismo tiempo. ¡Debería de ver su cara de estar escuchando hablar a un japonés cuando estamos en clase! Claro—reí cortamente—, si es que escucha—arquee las cejas, al pensar en aquellas veces que prefería garabatear o hablar mediante pedacitos de pergamino con Ron o conmigo (jamás sería tan tonto como para molestar Hermione en una clase) —. Ahh—otro suspiro—, también está ese amor que le tiene al Quidditch—volví a reír—. Y como se pone cuando hablo con Draco…—solté otra risotada al recordar— ¡Ah! Y si tengo que hablar de sus ojos…—sonreí con solo pensar el ellos—, me encanta cuando me mira y sonríe disimuladamente… ¡Su sonrisa!, es tan hermosa…—di un suspiro más, si seguía así me quedarían los pulmones desinflados—, y créame que no hay nada tan lindo como verlo sonreír, o que te sonría… Si, su sonrisa definitivamente es una de las cosas más bellas del mundo—confirmé para mí—. ¿Le cuento de su cabello?—sonreí, sin esperar respuesta—, está siempre despeinado ¡Ni siquiera las pociones más fuertes pueden mantenerlo en su lugar!, pero le queda tan lindo… Y no sabe cómo lo tiene luego de un partido de Quidditch—sonreí soltando solo una pequeña risita—. Creo que alguien debería darle un premio o algo así, porque es tan… perfecto…— finalicé, sonriendo.
Pero en ese momento recordé que estaba acompañada. Todo lo que al principio trataba de contener, había salido solo por mi boca. Me sonrojé fuertemente.
La señora Honey me miraba con una sonrisa de oreja a oreja.
— ¡Ah! ¡Mi niña se ha enamorado!— me dio un abrazo maternal. La forma en que había dicho “mi niña”, me había puesto más feliz que como estaba al recordar las muchas cualidades de Harry.
—Yo no…—comencé automáticamente, acostumbrada a negar todo sentimiento hacia mi pelinegro—, bueno, si… tal vez si…— finalicé, convencida de que negar eso sería imposible luego de semejante redacción. Aunque también era un paso dado, ya que ni en mis más remotos sueños habría aceptado algo como eso. ¿Por qué? Simple, una vocecilla en mi cabeza me decía que era mejor no tener a alguien más a quien perder.
—Lo sabía…—dijo soltándome—, es muy evidente por como lo miras—agregó felizmente.
—Oh, qué bueno saberlo—comenté sarcástica, y ella rió ante mi reacción.
—Pero él no parece notarlo. Además ¿viste cómo te mira?—volvió a reír—, uy, uy, uy, ¡Si tuviera tu edad! Esto será divertido, no hay dudas… pero, también será problemático… Debería hablar con Alby…
— ¿Alby?—pregunté desconcertada. Esta vez no era para cambiar el tema, realmente me sorprendía que lo haya llamado “Alby” a Dumbledore.
—Eh… Esto… Yo…—trataba de explicar en balbuceos, moviendo las manos nerviosamente.
— ¿Me parece a mí, o yo no soy la única con corazones en la cabeza?
— ¿Qué? Oh, no… Ya estamos en una edad inapropiada para…
— ¿Y acaso yo no lo estoy?
—Bueno… Eso es diferente, porque…—pero antes de que pudiera defender su perspectiva, una lechuza marrón atravesó la ventana, con un cilindro atado en la pata.
—Al fin…— dijo en un murmullo, y luego de tomar el cilindro, depositó en un pequeño bolsito de cuero que la lechuza tenía en el cuello, unos sickles. Apenas hizo esto, el ave se fue volando por donde entró.
— ¿Qué es eso?—pregunté al ver que sacaba del cilindro un rollo igual.
—Es El Profeta, es necesario estar al tanto de… ¡Oh por todos los santos!—exclamó luego de abrir el diario en la primera plana.
— ¿Qué pasó?— sin notarlo había elevado la voz, y estaba corriendo hasta llegar junto a la señora Honey.
“PROFUGO DE AZKABAN”
Solamente alcancé a leer eso, cuando ella se dio cuenta de lo que pretendía, y cerró el diario.
—No es algo… agradable… sería mejor si…
— ¿Por qué no puedo verlo?— entrecerré los ojos, como si ello me ayudara a develar sus pensamientos.
—Porque… Es complicado, Camille… Pero no creo que te agrade…
Antes de que pudiera decir algo más, yo ya había retirado el diario de sus manos.
Me eche a correr, gritando.
— ¡Realmente lo siento, Eliza!
Una vez sola en mi cuarto (debían de estar todas las demás niñas afuera), me puse a leer la tan secreta noticia, aunque fue de corrido y entre líneas.
“El Ministerio de Magia confirmó ayer que Sirius Black, tal vez el más malvado recluso que haya albergado la fortaleza de Azkaban, ha escapado…”
—S-sirius Bl-black…—murmuré tartamudeando, en shock. Mire la gran foto que acompañaba el artículo. Era un hombre de cabellos largos, ondulados y de un color castaño… -como el mío- pensé horrorizada… se notaban los indicios de los años en la cárcel en su cara, que posiblemente antes poseía belleza; pero ahora estaba surcada de unas ojeras profundas, y su piel parecía fantasmal, de un tono blancuzco enfermizo. Pero pese a todo, había una sonrisa en su rostro. No reflejaba felicidad… Claro que no, pero…Era…Era muy…Una sonrisa… Una sonrisa que me resultaba increíblemente familiar. Con un respingo, y una especie de navaja invisible en el corazón, admití que esa sonrisa era muy similar… demasiado parecida… a la mía…
“Increíblemente, este asesino ha logrado burlar a los guardias de la prisión más segura del mundo, siendo el primero en hacerlo.
Sucedió el día de hoy, durante la noche; pese a que Black estaba encarcelado con mayor seguridad a la acostumbrada en el lugar, escapó, dejando a su paso una gran cantidad de guardias furiosos de haber sido superados por un mago…”
“Toda la comunidad mágica deberá cumplir con ciertas normas de seguridad, y varios pueblos cercanos a Hogwarts, la famosa escuela de hechicería, serán vigilados por los guardianes de Azkaban…”
“«Estamos haciendo todo lo que está en nuestra mano para volver a apresarlo, y rogamos a la comunidad mágica que mantenga la calma», ha declarado esta misma mañana el ministro de Magia Cornelius Fudge. Fudge ha sido criticado por miembros de la Federación Internacional de Brujos por haber informado del problema al Primer Ministro muggle. «No he tenido más remedio que hacerlo», ha replicado Fudge, visiblemente enojado. «Black está loco, y supone un serio peligro para cualquiera que se tropiece con él, ya sea mago o muggle. He obtenido del Primer Ministro la promesa de que no revelará a nadie la verdadera identidad de Black. Y seamos realistas, ¿quién lo creería si lo hiciera?»
Mientras que a los muggles se les ha dicho que Black va armado con un revólver (una especie de varita de metal que los muggles utilizan para matarse entre ellos), la comunidad mágica vive con miedo de que se repita la matanza que se produjo hace doce años, cuando Black mató a trece personas con un solo hechizo…”
— ¿Mató a trece…?—no finalicé la frase, porque en ese momento una lechuza gris de alas blancas adentró por mi ventana.
Era Wiggins, con una carta atada en la pata. Se acercó a mí y desaté el paquete, luego rebusqué en mi bolsillo y saqué una galleta como recompensa.
Una vez que ella estuvo de vuelta en su jaula, me senté en la cama a leer la carta.
Era de Hermione.
“Camille:
Leí El Profeta, y supongo que tú también… No sé… No sé qué decir…
¿Estás bien? ¿Te afectó? ¿Crees que de verdad sea…? ¿O no? Es posible que no, hay muchos Black, ¿Sabes?
Pero te prometo que cuando lleguemos a Hogwarts investigaremos lo más posible. Ya le enviaré una carta a Ron para decirle que traté de averiguar quién es ese Sirius mediante sus padres, seguro algo saben.
Si necesitas algo, solo envíame una carta con Wiggins (Es muy amigable por cierto).
Espero que estés bien, besos de
Hermione.”
Volví a doblar la carta y la metí en el sobre; dejándola guardada en el cajón de mi mesa de luz junto a todas las otras.
Una vez sentada en la cama, me puse a pensar.
¿Qué había que pensar de eso? ¿Ese Sirius Black era aquel preso que pensaban, era mi padre?
Pero era imposible que él fuese… ¡No! ¡Había matado trece personas! ¿Y lo llamaban padre mío? Todo era… confuso… Pero… Hermione tenía razón, había muchos Black más. ¿Qué importancia tenía que algunos estudiantes lo consideraran mi padre solo para molestarme? Claro que era una invención de su imaginación para poder murmurar mal de alguien, para tener un centro de habladurías…
Por supuesto que Sirius Black no era mi padre.
¿O… si?
Bueno, tal vez… No… todo es posible… Pero no, él no… ¿Cómo saberlo si jamás supe nada de mis padres?... Y si… No, imposible… pero nunca pregunte… Quizá ella… No, es de curiosa… ¡Pero es mi vida la que curioseo!... Si es así… ¿Está bien, no?... Bueno, si no lo hago no sabré jamás si… ¡Preguntarle! ¡Tengo que preguntarle!... Él es terriblemente parecido a mí, salvo por mis ojos azoláceos, pero estos parecían ser de la mujer del collar, de mi madre… ¡¿Cómo es que hago conjeturas sin saber, de algo tan importante?!... Pensar así, como quién no quiere la cosa, ¡De mis padres!... ¡Tanto tiempo esquivando el tema! ¡Haciendo como si nada! Y ahora… La señora Honey… ¡Ella debía saber algo! Si… seguro que sí… Después de todo… también me había ocultado que era bruja… Quizá, quizá… Si…
Y luego de esas cavilaciones algo extrañas me puse de pie y regresé mis pasos hasta el despacho de la Sra. Honey.
Ella ahora estaba tras su escritorio, escribiendo en un pergamino rápidamente.
—Señ… Eliza… ¿Puedo… puedo pasar?
— ¿Eh? ¡Oh, Camille!—guardo todo a una velocidad increíble, con un dejo de nervosismo en la voz—. Si, si, pasa… siéntate…—hice lo que me pidió—, ¿Qué… qué sucede?
Esbozo una sonrisa, aunque seguía nerviosa.
—Bueno, ya sabe que leí el artículo—levanté el diario, mostrando la foto sonriente pero apesadumbrada de… del señor Black—. Quiero hacerle algunas preguntas respecto a… él—señalé la fotografía—, y respecto a mi.
Ella comenzó a mover las manos, parecía nerviosa.
— ¿Qué…? ¿Qué quieres saber?
—Bueno…—dudé unos segundos—, ¿Es… es mi padre?—pregunté sin rodeos.
Abrió los ojos de par en par.
— ¿Qué? ¡No, no! ¡Claro que no!—rió—, eso es una locura, niña…
—Oh—suspiré aliviada—, entonces… Bueno, quiero saber de mis padres—dije con firmeza.
—Ah, sabía que preguntarías algún día…—bajó la mirada—, no averiguamos mucho. Solo supimos algunas cosas de tu madre.
La miré, esperando que continuara. Al notarlo, siguió hablando.
—Era… era una joven encantadora—sonrió—, es la misma que hay en tu collar— automáticamente llevé una mano al dije de corazón—. Como sabrás, cuando naciste estábamos en plena guerra. El innombrable perseguía y mataba a todos los que se oponían a él. Tu madre era de una importante familia del mundo mágico…
— ¿Cuál?—interrumpí.
—Nunca nos dijo. Solamente nos explicó que era muy importante que permanecieras al margen del mundo mágico, al menos hasta que fueras mayor para ir a Hogwarts.
—Oh… continúe…
—Bueno, como iba diciendo… Ella era importante, por lo tanto tú también. Venía escapando contigo, y no nos dijo nada sobre tu padre; al parecer ninguna familia estaba feliz con sus elecciones, los desheredaron. Pero a ella no le importo, lo único que quería era que estuvieras a salvo. Claro que a él tampoco, pero no habló casi nada de él…
Nos contó como te llamabas, y pidió que cuidara de ti. También te dejó una cuenta en Gringotts, es de allí que saco el dinero para tus cosas. Estaba tan desesperada por encontrar alguien que se hiciera cargo de ti…—vi un brillo en sus ojos—. Ah… pobre niña… luego de dejarte aquí, volvió a luchar junto a los otros… Prometió que si sobrevivía regresaría, pero… No volvió…
Contuve aquella emoción, que parecía tristeza, en mi garganta, formando un nudo.
— ¿Cómo se llamaba?
— Su nombre era Rebecca.
Rebecca, que hermoso nombre… pensé.
—Eliza… ¿tengo familiares vivos, entonces?
—Oh, eso es algo que tampoco sé con certeza. Como no sabemos su apellido, no podemos averiguar quien era su familia. Y por el lado de los Black… Ellos son una importantísima familia, también muy grande. Aunque los únicos parientes de los Black que hay son mujeres, y bueno… Sirius… Pero es imposible que esos Black sean tu familia, lo que supusimos fue que no nos dijo tu verdadero apellido.
—Ah…—me lamenté. Por un momento tuve aquel brillo de esperanza, entreví aquella posibilidad de tener una familia.
Me sonrió con ternura.
—Claro que algún día lo sabremos. Puedo pedirle ayuda a Dumbledore para poder…
—Él lo sabe. No quiere decírmelo.
— ¿Cómo?—preguntó extrañada.
—Si, el año pasado, cuando regresamos de la Cámara, nos habló. Le contó a Harry que él hablaba en pársel porque la noche que Voldemort… ¡Señora Honey, por favor! ¿Usted también? Es solo un nombre… Como sea, decía que cuando él fue a matarlo y le dejó, en cambio, la cicatriz, le transfirió algo de sus poderes, y eso… Pero cuando le pregunté porque yo también hablaba pársel o porque el sombrero seleccionador dijo que “por sangre me correspondía Ravenclaw, pero que mi corazón era Gryffindor”, él solo me contestó que no podía decirme el por qué, pero que ambas cosas eran por mis padres.
Ella, que escuchaba atentamente, pareció sorprenderse cada vez más.
— ¿Eso dijo?— asentí—, bueno, tendrá sus razones, ¿no crees? Ahora… ahora será mejor que vayas a comer, ya es tarde…
Era algo extraño que la señora Honey me pidiera que me retirara de su despacho, usualmente le tenía que recordar de la cena para irme. Pero asintiendo, me retiré igual.
Realmente casi no probé bocado, tenía el estómago cerrado. ¿Cómo era posible…?
Regresé a la habitación antes de tiempo, y me tiré en la cama.
¿Todo eso…? ¿Cómo asimilar todo eso?... tal vez tenía parientes vivos en algún lugar… Una abuela… Un abuelo… Tíos o tías… ¿Quién sabe?...
Un enigma… ¡Mi vida era un enigma! Agh…
Voltee, mirando el techo. La habitación estaba inundada en penumbras, la única luz provenía de la ventana. La luna alumbraba débilmente, pero me permitía ver el escritorio, donde reposaba un tintero con una pluma dentro.
¿Debía escribirle a Hermione? Tal vez deba hablar con Harry, y… ¡Harry! ¡Su cumpleaños!
Me levanté de golpe, y miré la hora en el reloj que colgaba de la pared. Eran las 10. Aun tenía tiempo. Saqué el sobre de mi velador, y una caja no muy grande, envuelta en un papel rojo con moño dorado.
Pero entonces recordé, y retirando pergamino y una pluma del otro cajón, escribí otra carta, más corta y con menos prolijidad, que agregué al sobre. Busqué a tientas una tijera en la lata que hacía de lapicero muggle, y recorté la primera plana de El Profeta, la cual también incluí al paquete.
La selle de nuevo, torpemente.
— ¡Wiggins!—llamé, y al instante mi lechuza estaba parada en la madera caoba.
Até el sobre y el regalo a una de sus patas.
—Quiero que se los des a Harry, ¿de acuerdo?— dio un ululo como afirmación, y salió volando por la ventana.
—Harry…—susurré—. Debo verlo enserio…
C.J. Potter
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Mensaje por C.J. Potter Mar 24 Jul 2012, 1:36 pm

Um... Las que ya llegaron hasta acá, ¡No me maten! Pero... Creo que por erro suprimí un capítulo :roll: .. Verán, en Word me armé un índice para saber en que página empieza y finaliza un capítulo, (ya que llegaron a a ser 223, y me perdía al subir :x )... Pero.. mientras lo hacía... al parecer tuve un... Error... un despiste :| ... Así que vuelvan al capítulo 15 (El verdadero capítulo 15 "El diario y San Valentín") porque luego tomará algo de importancia lo que sucede ahí, y... ¡Perdón! ¡Me equivoqué! :lol:
C.J. Potter
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Mensaje por Kardashian♡. Mar 24 Jul 2012, 2:31 pm

Wait...
Pero, ¿Sirius si es su padre, no?
No entiendo porque siguen ocultándole la verdad :|
Creo a Camille le haria bien ver a sus amigos lo mas pronto posible...
¿Que le dirá Harry? Demaciadas dudas La muchacha de Gryffindor (Harry y tú) - Página 4 167695056
¡Síguela pronto! xx

pd. No te preocupes por lo del otro capitulo, ya lo leí y estuvo genial. Ahora entiendo lo del diario y cuando vieron a Riddle en los recuerdos...
Kardashian♡.
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Mensaje por C.J. Potter Mar 24 Jul 2012, 3:08 pm

Yoyis<3 escribió:Wait...
Pero, ¿Sirius si es su padre, no?
No entiendo porque siguen ocultándole la verdad :|
Creo a Camille le haria bien ver a sus amigos lo mas pronto posible...
¿Que le dirá Harry? Demaciadas dudas La muchacha de Gryffindor (Harry y tú) - Página 4 167695056
¡Síguela pronto! xx

pd. No te preocupes por lo del otro capitulo, ya lo leí y estuvo genial. Ahora entiendo lo del diario y cuando vieron a Riddle en los recuerdos...
jajaaj, es sorpresa! Ya se sabrá!! 8)
Estoy finalizando en siguiente cap! :D
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Mensaje por Phoenix. Mar 24 Jul 2012, 5:19 pm

¡SIGUELAA!
Phoenix.
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Mensaje por loovesjonas_kjn Miér 25 Jul 2012, 4:16 am

Quiero MAS! :)
loovesjonas_kjn
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Mensaje por Kardashian♡. Miér 25 Jul 2012, 10:44 am

¡Quiero capitulo, YA! D':
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Mensaje por Phoenix. Jue 26 Jul 2012, 2:14 pm

¡SIGUELAA!
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Mensaje por C.J. Potter Vie 27 Jul 2012, 7:40 pm

Aggh! aun no me maten, :x el cap ya esta, pero estoy de vacaciones de invierno en lo de mi abuela, y no tiene word, entonces cuando lo abro no lo reconoce!!
Perdon, pronto subo! Tal vez malñana (estoy apurada en el ciber!)
C.J. Potter
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Mensaje por Kardashian♡. Dom 29 Jul 2012, 9:39 pm

Oh, no te preocupes disfruta tus vacaciones y sube cuando puedas ;)
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Mensaje por ~Susie ∞Wallflower∞ Mar 31 Jul 2012, 6:50 pm

hola!!!
soy tu nueva lectora
me encanta tu nove me enamore de ella
espero la sigas pronto

besos! :DDD
~Susie ∞Wallflower∞
~Susie ∞Wallflower∞


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Mensaje por C.J. Potter Sáb 04 Ago 2012, 2:17 am

Cap. 20 “De vuelta a Hogwarts”
Harry POV
Era 31 de julio, a las 1 de la madrugada.
Estaba tan ensimismado en mis pensamientos y la tarea, que no me había dado cuenta de que ya tenía trece años. En cualquier momento llegaría Hedwig.
Me quede mirando distraído por encima de los tejados y pasaron algunos segundos hasta que comprendí lo que veía.
Perfilada contra la luna dorada y creciendo a cada instante se veía una figura de forma extrañamente irregular que se dirigía hacia mí batiendo las alas. Me quedé quieto viéndola descender. Durante una fracción de segundo, no supe, con la mano en la falleba, si cerrar la ventana de golpe. Pero entonces la extraña criatura revoloteó sobre una farola de Privet Drive, y dándome cuenta de lo que era, me hice a un lado.
Tres lechuzas penetraron por la ventana, dos sosteniendo a otra que parecía inconsciente. Aterrizaron suavemente sobre la cama, y la lechuza que iba en medio, y que era grande y gris, cayó y quedó allí inmóvil. Llevaba un paquete atado a las patas.
Reconocí enseguida a la lechuza inconsciente. Era Errol, la lechuza de los Weasley; enseguida me lancé a la cama y desaté el paquete de las patas de esta, y luego la metí en la jaula de Hedwig.
Errol abrió un ojo empañado, ululó débilmente en señal de agradecimiento y comenzó a beber agua a tragos.
Volví al lugar en que descansaban las otras lechuzas. Una de ellas (una hembra grande y blanca como la nieve) era Hedwig. También llevaba un paquete y parecía muy satisfecha de sí misma. Me dio un picotazo cariñoso cuando le quité la carga, y luego atravesó la habitación volando para reunirse con Errol. La tercera lechuza no logré reconocerla, era muy bonita y de color pardo rojizo, pero supe enseguida de dónde venía, porque además del correspondiente paquete portaba un mensaje con el emblema de Hogwarts. Cuando le saqué la carta a esta lechuza, ella erizó las plumas orgullosamente, estiró las alas y emprendió el vuelo atravesando la ventana e internándose en la noche.
Me senté en la cama, tomé el paquete de Errol, rasgué el papel marrón y descubrí un regalo envuelto en papel dorado y la primera tarjeta de cumpleaños de mi vida. Al abrir el sobre sobre, cayeron dos trozos de papel: una carta y un recorte de periódico.
Era evidente que el recorte de periódico pertenecía al diario del mundo mágico El Profeta porque la gente de la fotografía en blanco y negro se movía. Recogí el recorte, lo alisé y leí:
“FUNCIONARIO DEL MINISTERIO DE MAGIA RECIBE EL GRAN PREMIO
Arthur Weasley, director del Departamento Contra el Uso Incorrecto de los
Objetos Muggles, ha ganado el gran premio anual Galleon Draw que entrega
el diario El Profeta.
El señor Weasley, radiante de alegría, declaró a El Profeta: «Gastaremos
el dinero en unas vacaciones estivales en Egipto, donde trabaja Bill, nuestro
hijo mayor, deshaciendo hechizos para el banco mágico Gringotts.»
La familia Weasley pasará un mes en Egipto, y regresará para el
comienzo del nuevo curso escolar de Hogwarts, donde estudian actualmente
cinco hijos del matrimonio Weasley.”

Observé la fotografía en movimiento, y una sonrisa se me dibujó en la cara al ver a los nueve Weasley ante una enorme pirámide, saludándolo con la mano. La pequeña y rechoncha señora Weasley, el alto y calvo señor Weasley, los seis hijos y la hija tenían (aunque la fotografía en blanco y negro no lo mostrara) el pelo de un rojo intenso. Justo en el centro de la foto aparecía Ron, alto y larguirucho, con su rata Scabbers sobre el hombro y con el brazo alrededor de Ginny, su hermana pequeña.
Tomé la carta de Ron y la desdoblé.
“Querido Harry:
¡Feliz cumpleaños!
Siento mucho lo de la llamada de teléfono. Espero que los muggles no te dieran un mal rato. Se lo he dicho a mi padre y él opina que no debería haber gritado.
Egipto es estupendo. Bill nos ha llevado a ver todas las tumbas, y no te creerías las maldiciones que los antiguos brujos egipcios ponían en ellas. Mi madre no dejó que Ginny entrara en la última. Estaba llena de esqueletos mutantes de muggles que habían profanado la tumba y tenían varias cabezas y cosas así.
Cuando mi padre ganó el premio de El Profeta no me lo podía creer. ¡Setecientos galeones! La mayor parte se nos ha ido en estas vacaciones, pero me van a comprar otra varita mágica para el próximo curso.
Regresaremos más o menos una semana antes de que comience el curso. Iremos a Londres a comprar la varita mágica y los nuevos libros. ¿Podríamos vernos allí?
¡No dejes que los muggles te depriman!
Intenta venir a Londres.
Ron
Posdata: Percy ha ganado el Premio Anual. Recibió la notificación la semana pasada.”

Luego tomé el regalo y lo desenvolví. Parecía una diminuta peonza de cristal. Debajo había otra nota de Ron:
“Harry:
Esto es un chivatoscopio de bolsillo. Si hay alguien cerca que no sea de fiar, en teoría tiene que dar vueltas y encenderse. Bill dice que no es más que una engañifa para turistas magos, y que no funciona, porque la noche pasada estuvo toda la cena sin parar. Claro que él no sabía que Fred y George le habían echado escarabajos en la sopa.
Hasta pronto,
Ron”

Puse el chivatoscopio de bolsillo sobre la mesita de noche, donde permaneció inmóvil, en equilibrio sobre la punta, reflejando las manecillas luminosas del reloj. Lo contemplé durante unos segundos, satisfecho, y luego tomé el paquete que había traído Hedwig, ansioso.
También contenía un regalo envuelto en papel, una tarjeta y una carta, esta vez de Hermione:
“Querido Harry:
Ron me escribió y me contó lo de su conversación telefónica con tu tío Vernon. Espero que estés bien.
En estos momentos estoy en Francia de vacaciones y no sabía cómo enviarte esto (¿y si lo abrían en la aduana?), ¡pero entonces apareció Hedwig! Creo que quería asegurarse de que, para variar, recibías un regalo de cumpleaños. El regalo te lo he comprado por catálogo vía lechuza. Había un anuncio en El Profeta (me he suscrito, hay que estar al tanto de lo que ocurre en el mundo mágico). ¿Has visto la foto que salió de Ron y su familia hace una semana? Apuesto a que está aprendiendo montones de cosas, me muero de envidia... los brujos del antiguo Egipto eran fascinantes.
Aquí también tienen un interesante pasado en cuestión de brujería. He tenido que rescribir completa la redacción sobre Historia de la Magia para poder incluir algunas cosas que he averiguado. Espero que no resulte excesivamente larga: comprende dos pergaminos más de los que había pedido el profesor Binns.
Ron dice que irá a Londres la última semana de vacaciones. ¿Podrías ir tú también? ¿Te dejarán tus tíos? Espero que sí. Si no, nos veremos en el expreso de Hogwarts el 1 de septiembre.
Besos de
Hermione
Posdata: Ron me ha dicho que Percy ha recibido el Premio Anual. Me imagino que Percy estará en una nube. A Ron no parece que le haga mucha gracia.”

Volví a sonreír mientras dejaba a un lado la carta de Hermione y cogía el regalo. Pesaba mucho. Conociendo a Hermione, estaba convencido de que sería un gran libro lleno de difíciles embrujos, pero no. El corazón me dio un vuelco cuando quité el papel y vi un estuche de cuero negro con unas palabras estampadas en plata: EQUIPO DE MANTENIMIENTO DE ESCOBAS VOLADORAS.
— ¡Vaya, Hermione! —murmuré, abriendo el estuche para echar un vistazo.
Después de mis amigos, lo que más apreciaba de Hogwarts era el quidditch, el deporte que contaba con más seguidores en el mundo mágico. Era muy peligroso, muy emocionante, y los jugadores iban montados en escoba. Además, yo era muy bueno jugando al quidditch. Era el jugador más joven de Hogwarts de los últimos cien años.
Dejé a un lado el estuche y cogí el último paquete. Reconocí de inmediato los garabatos que había en el papel marrón: aquel paquete lo había enviado Hagrid. Desprendí la capa superior de papel y vislumbré una cosa verde y como de piel, pero antes de que pudiera desenvolverlo del todo, el paquete tembló y lo que estaba dentro emitió un ruido fuerte, como de fauces que se cierran.
Me estremecí. Sabía que Hagrid no enviaría nunca nada peligroso a propósito, pero es que las ideas de Hagrid sobre lo que podía resultar peligroso no eran muy normales: Hagrid tenía amistad con arañas gigantes; había comprado en las tabernas feroces perros de tres cabezas; y había escondido en su cabaña huevos de dragón (lo cual estaba prohibido).
Toqué el paquete con el dedo, con temor. Volvió a hacer el mismo ruido de cerrar de fauces. Tomé la lámpara de la mesita de noche, la sujeté firmemente con una mano y la levanté por encima de mí cabeza, preparado para atizar un golpe.
Entonces cogí con la otra mano lo que quedaba del envoltorio y tiré de él.
Cayó un libro. Sólo tuve tiempo de ver su elegante cubierta verde, con el título estampado en letras doradas, El monstruoso libro de los monstruos, antes de que el libro se levantara sobre el lomo y escapara por la cama como si fuera un extraño cangrejo.
—Oh... ah —susurré.
Cayó de la cama produciendo un golpe seco y recorrió con rapidez la habitación, arrastrando las hojas. Lo perseguí procurando no hacer ruido. Se había escondido en el oscuro espacio que había debajo de la mesa. Rezando para que los Dursley estuvieran aun profundamente dormidos, me puse en cuatro patas y me acerqué hasta él.
— ¡Ay!
El libro se cerró atrapándome la mano y huyó batiendo las hojas, apoyándose aún en las cubiertas. Gatee, me eché hacia delante y logré aplastarlo. Tío Vernon emitió un sonoro ronquido en el dormitorio contiguo.
Hedwig y Errol me observaban con interés mientras sujetaba el libro fuertemente entre mis brazos, iba a toda prisa hacia los cajones del armario y sacaba un cinturón para atarlo. El libro monstruoso tembló de ira, pero ya no podía abrirse ni cerrarse, así que lo dejé sobre la cama y tomé la carta de Hagrid.
“Querido Harry:
¡Feliz cumpleaños! He pensado que esto te podría resultar útil para el próximo curso. De momento no te digo nada más. Te lo diré cuando nos veamos.
Espero que los muggles te estén tratando bien.
Con mis mejores deseos,
Hagrid”

Me dio mala espina que Hagrid pensara que un libro que mordía podía serme útil para el próximo curso, pero dejé la tarjeta de Hagrid junto a las de Ron y Hermione, sonriendo con más ganas que nunca. Ya sólo quedaba la carta de Hogwarts.
Rasgué el sobre, extrajé la primera página de pergamino y leí:
“Estimado señor Potter:
Le rogamos que no olvide que el próximo curso dará comienzo el 1 de septiembre. El expreso de Hogwarts partirá a las once en punto de la mañana de la estación de King’s Cross, anden nueve y tres cuartos.
A los alumnos de tercer curso se les permite visitar determinados fines de semana el pueblo de Hogsmeade. Le rogamos que entregue a sus padres o tutores el documento de autorización adjunto para que lo firmen.
También se adjunta la lista de libros del próximo curso.
Atentamente,
Profesora M. McGonagall
Subdirectora”

Extraje la autorización para ir a Hogsmeade, y la analicé, sin sonreír en absoluto. Sería estupendo visitar Hogsmeade los fines de semana; sabía que era un pueblo enteramente dedicado a la magia y nunca había puesto en él los pies. Pero ¿cómo demonios iba a convencer a mis tíos de que me firmaran la autorización?
Dejé todo en la mesa, con un pensamiento como rayo cruzándome la cabeza. ¿Por qué Camille no me había enviado una carta? No es que tenga que hacerlo si o si, pero ella es siempre la primera en acordarse de esas cosas… Tal vez estaba enojada porque no me había comunicado con ella mediante su obsequio… No, no tenía porqué enojarle eso… ¿O sí?... ¿Y si ya no me hablaba?... ¡Ah, son tan complicadas estas cosas!... ¿Qué se supone que…?
Y en ese momento una lechuza blanca de alas grises entró por la ventana, posándose en mi regazo.
— ¡Wiggins!— solté feliz, y la lechuza ululó en respuesta.
Tenía un sobre y una caja en la pata; retiré ambos, y se fue enseguida con Hedwig y Errol.
Primero retiré la carta, que era extensa y de perfecta caligrafía.
“Querido Harry:
¡Feliz cumpleaños! Espero que pese a todo puedas pasártela bien. ¿Cómo estás? ¿Te han tratado muy mal? ¿Quieres que vaya y los transforme en ranas?... Eso último era broma… (Aunque no sería mala idea, solo digo)
¿Has visto el Profeta? ¡Ron y su familia han ido a Egipto! ¡Es genial! No creo que haya alguien que se lo merezca más; la señora Weasley siempre se porta excepcional con nosotros.
Por cierto, podrías hacer uso de mi regalo, o al menos enviar cartas más extensas, ¿No crees? ¡Tras que te extraño!”
ahí noté una mancha de tinta, como si hubiese querido tachar eso “Digo, ya sabes, los extraño tanto a TODOS… Porque, bueno, siempre estamos juntos y… eso…
¡Fue difícil escribirte! Y lamento no haber poder contenido reclamarte tu falta de comunicación, pero me gustaría hablar con alguien más que con la señora Honey. ¡Siempre quiere que le de detalles de nuestra “aventura” en la cámara de los secretos! Ahora que lo pienso, la haría extremadamente feliz hablar contigo para sonsacarte más detalles, en especial del momento en el que mataste al Basilisco. (Te recomiendo que te cuides de quedar a solas con ella o terminaras con dolor de cabeza –Si es que decide soltarte-.
Bien, no lo haré más largo, debo aburrirte… ¡solo digo! Ya que como no me escribes mucho, supongo que tienes cosas más interesantes que hacer… Tal vez podría transformarte en sapo a ti… (Es broma… creo…).
Cariños de
Camille.
P.D: ¡Recuerda escribir más cosas! ¡Me exasperas Harry!
P.D.2: Ron dijo que podríamos reunirnos en el callejón Diagon, ¿Podrás ir? Si no te dejan podemos ir a buscarte… Veré que hago… ¡Te quiero!”

Sentí algo en el estómago al leer lo último, y sonreí como un idiota.
¡¿Qué haces?! , dijo una voz en mi cabeza, y salí de trance.
Estaba guardando la carta en el sobre, cuando note que había otra más. La abrí, extrañado de que tuviera más que decirme.
“Harry, estoy apurada porque ya son las diez de la noche, pero acabo de enterarme de algo y decidí decírtelo.
Reitero, ¿Leíste el Profeta? El de hoy en la mañana… Si no lo hiciste te cuento que en primera plana aparece… ¡Mejor te envió el recorte! Léelo y sigue leyendo luego”

Aun extrañando, obedecí sus instrucciones y retiré un recorte de diario, cuya foto sonreía altivamente, moviéndose; pero aquella sonrisa tenía un aire… algo familiar… ¿C-camille?
Al finalizar no sabía que creer… ¿Qué se suponía que tenía que pensar con eso? Sin hacer conjeturas volví a retomar la carta.
“¿Listo? Bueno, resulta que la Sra. Honey quiso evitar que lo leyera, pero me conoces, lo leí igual.
Al principio creí que era mi padre…. ¡Que cosa! Pero cuando decidí consultarle a la Sra. Honey se rió, aseguró que no era así. Pero… ¡Tengo un presentimiento, Harry! Tú eres el único con el que creí conveniente decir lo que pienso, (como ya ha sucedido en los años anteriores). Me parece que… Bueno, no sé… Es una corazonada… Pero… Creo que ese Sirius si es mi padre… ¡No le digas a nadie! Herms ya me envió una carta diciéndome que este año comenzaríamos a investigar (no le dije que la Sra. Honey dijo que no era cierto, ya sabes cómo es ella, siempre se aferra a lo que dicen los mayores, lo arruinaría todo). ¡El año anterior no lo investigamos para nada, así que más te vale aprovechar a descansar!
¿Qué dices tú? No sé, lo veo tan parecido… Su sonrisa es bastante parecida a la mía (Claro que soy mujer, y no pase doce años en Azkaban, pero si te fijas… ¡Ah! No importa), y algunos de sus rasgos, excepto por aquellos de mi madre ¿Alguna vez te mostré su foto? Mm… No creo, porque acabo de enterarme que ella era verdaderamente mi madre. ¡Es tan hermosa, Harry! Desearía ser así de bella como ella y… ¡Que digo! Tacharía eso o comenzaría de nuevo, de nos ser porque no tengo demasiado tiempo…
¡Necesitamos hablar! Es más, ¡Tengo una idea! Mañana, a la una de la madrugada ve a la chimenea, ¿De acuerdo?
Bueno, si no te envío esto ya será muy tarde y tal vez no lo recibas hoy…
¡Nos vemos, Harry!
Camille.”

Todo eso había sido muy raro… ¿Verdaderamente ese Sirius era su padre? Al menos ya sabía el porqué de la familiar sonrisa… Pero… Estaba en Azkaban y… ¿Qué importa?
Bueno, lo único que era seguro, es que este año no tendremos tiempo libre… ¡Como en primer año con la Piedra Filosofal! Aunque al menos podré pasar más tiempo con ella… ¡Que! ¡No, no! ¡Ella ya había dicho que no sentía nada por mí! ¡Es solo mí… Amiga…!
Solté un suspiro, desplomándome en la cama. ¿Por qué las chicas son tan complicadas? ¡¿Tan difícil le era decir “No Harry, no me gustas ni me gustarás jamás”?! ¡Así me habría ahorrado horas de pensar en ella! ¡O de planear alguna manera de que no se viera con Draco!
Apoyé la cabeza en la almohada y solté un grito apaciguado con esta.
¿¡Por qué!?
Volví a pensar en lo sucedido en King’s Cross…
Dijo que te quería…
Porque es mi mejor amiga…
¿Acaso aclaró eso?
No, pero…
Aja, no lo hizo…
Pero es obvio que así era…
¿Ahora eres adivino?
No, pero tampoco puedo preguntarle… ¡Sólo lo sé!
Mm… ¡Pregúntale! ¡Sácate esa duda! Así estarás más tranquilo…
Pero…
¡Hazlo Harry!
Sacudí la cabeza fuertemente, tratando de borrar esa extraña voz que se hacía llamar “Conciencia” (¿Y para qué? Solo contradice todo…). Durante unos segundos analice en hecho de estar loco -¡Ja, pero loco por ella!-; volví a sacudir la cabeza…
¡¿Así es el amor?! ¡Ja! ¡Entonces es horrible!
De hecho, le preguntaré, pero si me dice que nada más lo decía por nuestra amistad, juraré no volver a enamorarme… Al menos hasta irme de Hogwarts…
Me estremecí con la simple idea de abandonar aquel lugar en el que me sentía a gusto…
Giré la cabeza y miré el despertador. ¡Eran las dos de la mañana!
Mejor sería seguir con mis filosofías sobre el “amor” mañana… O cualquier otro día… Cuanto más lejano mejor… Y eliminé aquel dilema de la cabeza.
Me levanté y tache otro día del calendario que anunciaba cuanto faltaba para mi vuelta a Hogwarts.
Estaba a punto de guardar las cartas, cuando noté una pequeña caja plateada, cuadrada, con un moño; había estado tan prácticamente embelesado con la carta de Camille que no había reparado en su obsequio.
Lo tomé y quite la envoltura. Eran dos portarretratos mágicos.
En uno, de madera, cuya parte alta estaba decorada con letras en rojo y dorado marcando “Amigos por siempre”; dentro había una foto de los últimos días en Hogwarts el año anterior, el día después de derrotar el basilisco. Sonreí al recordar…
Hermione estaba totalmente con los nervios de puntas por el poco tiempo que teníamos para estudiar para los exámenes, y se negaba a abandonar la biblioteca (o la Sala Común –cuando tenía que dejar la primera por las insistencias de la señora Pince-). Pero finalmente Camille logró convencerla de salir; ¡no tengo idea de como lo hace, pero siempre nos convence a todos! Solo necesita poner ojos de cachorro mojado y fingir gimoteos… Ah… No pienses en ella Harry… No pienses en ella…
En la fotografía estábamos bajo un haya, en el jardín; esa foto la había tomado Neville. Hermione tenía una sonrisa con un dejo de nerviosismo y culpa, mientras saludaba con la mano; Ron la miraba riendo y luego saludaba, con aquel característico cabello anaranjado de los Weasley; yo saludaba con una sonrisa; y Camille nos abrazaba a los tres, al tiempo que me miraba, diciendo algo, y reía…
Ahh… ¡No pienses en ella Harry!
Felizmente, pero con culpa, dejé el cuadro en la mesa de luz, y observé el otro. Éramos yo y ella.
Era el mismo día, bajo la misma haya. Recuerdo que ella insistió en tomarnos una fotografía, y finalmente Hermione accedió a hacerlo.
Yo tenía la cara totalmente roja, y sonreía tímidamente, mientras ella me abrazaba, mirando a la cámara, riendo.
Tenía un marco también de madera, y detrás, con tinta, estaba escrito con su letra:
“Juntos por siempre, ¿Recuerdas? Jamás lo olvides…”
Sonreí tontamente, y deje en cuadro en la mesa de luz, guarde las cartas donde siempre, y me quité los anteojos.
Me acosté mirando a la fotografía, aun sonriendo como embobado, pese a que era un borrón.
¿Y si no le gustas? ¡Así no te será muy fácil olvidarla!, gritó algo dentro de mi, y caí en la situación…
Voltee a mirar la pared, y me obligué a no pensar en ella.
Pero pese a eso, estaba feliz… Como todo niño en su cumpleaños…
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C.J. Potter
C.J. Potter


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La muchacha de Gryffindor (Harry y tú) - Página 4 Empty Re: La muchacha de Gryffindor (Harry y tú)

Mensaje por C.J. Potter Sáb 04 Ago 2012, 2:22 am

Capitulo 20 [Parte 2]
Camille POV
— ¡Vamos niña! Tienes que levantarte, es tu cumpleaños…— un fulgor atravesó la fina piel que cubría mis ojos, borrando la cómoda oscuridad total.
—Hum… No quiero…— murmuré, tapándome con la almohada.
— ¡Arriba! ¡Vamos a festejar de alguna forma!
— ¡No! Quiero seguir acostada…— farfullé tercamente, bajo la almohada.
—Ah, por favor, ya no estoy para esto…— sentí un peso junto a mis piernas, que provocó que estas se fueran por la mini bajada formulada por aquella presión.
—Ohm…— me límite a contestar, buscando caer dormida nuevamente.
—Camille… Ya pasaron cuatro días… ¿Qué es lo que te puso tan mal de lo que te dije?
Levanté la cabeza unos segundos, pero solo para borrar la imagen de él de mi cabeza.
—La gran mayoría de las co…—bostece—… cosas…— y volví a esconderme en la almohada.
Ella soltó un suspiro, y permaneció en silencio.
Pero entonces, cuando comenzaba a caer en los brazos de Morfeo, alguien me destapó y comenzó a hacer ruido.
— ¡Vamos! ¡Eres joven! ¡Es tu cumpleaños! ¡Y tengo una sorpresa!
Me puse a pensar en las posibles “sorpresas”… Y tentada, decidí levantarme.
Tenía el cabello hecho marañas y de seguro mi cara no era muy diferente a la de un zombi.
Pase una mano por mis ojos, para despabilarme y entré en automático al baño.
Tenía el aspecto que imaginaba. Me daba miedo yo misma…
Luego de una laarga ducha, salí del baño, ya vestida. Afuera, la señora Honey le daba a Wiggins algunas galletas.
—Oh, ya estas lista. ¿Vamos?— dijo ella sonriendo.
— ¿A dónde, exactamente?— cuestioné mientras la seguía.
—Bueno, como ya sabes, me han contado de tu… conversación fallida… con Harry Potter…— hice una mueca al recordarlo.
¡Había sido un desastre! Su tío lo descubrió, y a mi me vio una de las niñas más grande, mientras metía la cabeza en el fuego… Tuvo que venir alguien del ministerio a borrarle la memoria, y me prohibieron comunicarme mediante polvos Flu durante un año.
—Ah… Que bien… —pero entonces recordé que ella era la adulta a cargo de mi—¿Me… castigará?— pregunté, temerosa de que así fuera.
Pero ella me dedicó una sonrisa, abriendo las puertas de su despacho.
—No… Aunque te agradecería que la próxima vez me avisaras… Pero sin embargo entiendo que hayas querido hablar con él; después de todo lo que te conté… Creo que hasta fue mi culpa…
— ¡No, no! Es mi culpa, yo lo he hecho sin consultarle…
—No me trates de “usted”, Camille—corrigió riendo, mientras buscaba algo—. La cuestión, es que decidí recompensarte… Como has pasado cuatro días en cama… ¡Si hubiese sabido antes! Así que creí que el mejor regalo sería…
Entonces sacó una bolsa de terciopelo azul, y caminó hasta la chimenea.
— ¿Creo que ya sabes como es esto, no?— inquirió con una sonrisa burlona, y me sonrojé al recordar mi ausencia y escape con polvos Flu.
—Así es… Pero, ¿A dónde vamos?— tuve la esperanza de ir a verlo a él, pero borré la idea de mi cabeza.
—Al callejón Diagon, querida…
Tomó una pizca de polvo y lo arrojó en el fuego.
—Ve tu primera, yo te sigo.
Obedecí, aun barajando las posibilidades de esa visita, y una vez gritado “Al Callejón Diagon”, me lancé al fuego.
Esta vez cerré los ojos, moviéndome a toda velocidad.
Entonces aterricé en un adoquinado familiar. Abrí los ojos y voltee a ver. Era el mismo lugar donde aparecías si ibas desde el Caldero Chorreante, solo que allí había unas cuantas chimeneas, por las cuales salían y entraban personas, aunque también aparecían algunas de la nada (Seguro que desde El Caldero Chorreante).
Aguardé unos minutos, hasta que por fin apareció la Sra. Honey.
Se acomodó elegantemente la falda de su túnica jade, y camino hacia a mí.
—Ya está, vamos…
Y conteniendo las muchas preguntas, la seguí. Caminamos por entre múltiples tiendas, y nos cruzamos con un sinfín de magos y brujas que la saludaban, o que trataban de vendernos algún raro artilugio.
Cuando estaba al punto de explotar por la curiosidad que me producía ir caminando sin rumbo, ella se detuvo sonriente, y miró un cartel que etiquetaba “Heladería, Florean Fortescue”.
— ¿Señ… Eliza, que vamos a hacer aquí?— cuestioné mientras entrabamos.
—Ah, es sorpresa… Sígueme…
Subimos por una escalera de metal hasta una bonita terraza con varias mesas y plagado de flores cuyo olor era exquisito.
Comenzó a mirar a todos lados, hasta que finalmente su mirada se posó en un lugar, cosa que le provocó una sonrisa.
Seguí la dirección que esta recorría, y me topé con una cabeza azabache, sentada en una de las mesas con vista a la calle.
— ¡Harry!— exclamé felizmente, haciendo que varios en el local me miraran. Él volteó, confundido.
Salí corriendo hasta él, y lo abracé.
— ¿Camille?— preguntó algo sorprendido.
—No, soy su gemela malvada, Belén, hola—respondí, con todo el sarcasmo que me era posible.
Como resultado sonrió, y no pude resistir a imitarlo.
Lo solté y me senté junto a él.
— ¡Feliz cumpleaños, por cierto!— agregó mientras guardaba libros y pergaminos en una mochila.
—Gracias… Um… Harry, ¿Tuviste muchos problemas luego de… lo de la chimenea?
Hizo una mueca.
—Bueno… Al juntarse con la anterior llamada de Ron, se enfadaron, pero no te preocupes, no fue… nada…
Lo miré con los ojos entrecerrados, y de inmediato desvió la vista.
—Um… ¿Averiguaron algo de ese Sirius Black?— inquirió, cambiando el tema.
—No, Hermione me mandó una carta diciendo que a Ron solamente le habían contado que no lo conocieron, porque fue mucho después a Hogwarts… No le dieron más detalles que eso, pero…— bajé aun más la voz, aunque la Sra. Honey ahora hablaba con un anciano simpático—, ¿No te parece que están ocultando mucho? Quiero decir… Primero me niegan todo, y a él ni siquiera le dicen algo…
—Tienes razón, ayer, cuando llegué, el ministro esquivó por completo ese tema… Creo… Pero es una vaga suposición… Me parece que tiene algo que ver contigo, pero conmigo también…
— ¿Por qué lo piensas?
—No lo sé, todos se comportan muy raros cuando les pregunto sobre él…
—Mm… Ahora investigar es más urgente…— y callé unos instantes, pensando en que libros buscaría al llegar, cuando caí en la cuenta de algo—, Harry, ¿Por qué estás aquí?
—Bueno, verás… Tuve un… accidente…
—¿Accidente? ¿Estás herido? ¿Qué te pasó? ¿Ya estás bien?— comencé a preguntar, ahora preocupada, mientras posaba mi mano en la frente para ver si tenía fiebre (¡Ah, fue algo instintivo! Siempre que estábamos enfermos en el horfanato las señoritas hacían eso…), pero lo único que conseguí fue que se ruborizara.
— ¡No, no! ¡No ese tipo de accidente!— aclaró, y quité la mano al instante, ruborizándome yo también.
— ¿Entonces?
—Lo que sucedió, fue que… Ahh… Mi tía Marge, (que verdaderamente no es mi tía, sino que es hermana de Tío Vernon, pero me obliga a llamarla así), bueno, ella vino de visita y… siempre que viene me hace pasar malos ratos… no le agrado… Pero ayer por la noche comenzó a insultar a mis padres y…
Lo miré, con las cejas arqueadas.
— ¿Qué hiciste, Harry?
—La inflé…
—Ah, solo la… ¿La qué?
—La inflé, como un globo…
— ¿¡La inflaste!?
—Creí que había quedado claro…
— ¡Harry! ¡¿Por qué lo hiciste?! ¿Fue por eso que el ministro te buscó? ¿No te van a sacar de Hogwarts, o si? ¡No pueden hacerlo! ¿No lo harán, cierto? ¡Ay, Harry! ¿Qué hago si te sacan? ¡Eres un idiota! ¿Cómo te arriesgas así? ¡Espera a que Hermione se entere! ¡Se va a enfad…!
— ¡Fue involuntario!
— ¿¡Qué quieres decir con eso!?— Grité, sin darme cuenta—. Lo siento… ¿Qué significa eso?— corregí en voz baja.
—Quiere decir que fue involuntario— respondió sarcástico, pero volví a levantar ambas cejas, frunciendo los labios, y enseguida agregó—. Eso significa que fue algo inevitable, como antes de ir a Hogwarts, no lo pude contener…
—Ah…
—Si, así que te agradecería que no vuelvas a hacer esos monólogos, me asustan de verdad…
Solté una risa, aliviada.
— ¿Entonces por qué el ministro te fue a buscar?
—Ah, sucede que cuando llegaba aquí en el autobús Noctambulo…
— ¿El qué?
—El autobús Noctambulo, aparece cuando los magos o brujas lo necesitan…
— ¿Y por qué lo necesitabas?— pregunté, entrecerrando nuevamente los ojos.
—Eh… porque me escape…— respondió en un susurro, que para su mala suerte escuché.
— ¿¡Te escapaste!? ¿¡Estás loco o qué!? ¿Sabes cuantas personas podrían haberte encontrado? ¿Sabes cuantas cosas podrían haberte sucedido? ¡Inconsciente! ¡Eso eres! ¡Las cosas se piensan DOS veces! ¡No puedes irte así como así! ¿Y si ese autobús no te encontraba?— noté un muy leve escalofrío recorriendo su cuerpo— ¡Espera! ¿Por qué reaccionaste así? ¿Estaba pasando algo malo antes de que ese autobús llegara? ¡Habla!
Él dio un respingo.
— ¡Tranquila! Pareces Dobby…— lo miré asesina, soltando un bufido—, no, no, me refiero a que actúas como él…
Fruncí el entrecejo, aun sin entender.
—Quiero decir que si no dejas de preocuparte tanto por mí, terminaras por hacer que me vuelva loco…
—Oh…— murmuré, tratando como me fuera posible evitar que mis mejillas se tornasen rosadas—, bueno, ahora no esquives y dime con detalles que fue lo que sucedió.
—No fue algo muy terrible… solamente… Ohm… me pareció ver una especie de Fluffy hijo, pero con una sola cabeza mirándome momentos antes de que apareciera el autobús…
— ¿Qué? ¿Eso no es terrible para ti? ¡Por Merlín, Harry! ¿Acaso debo ponerte un rastreador o una alarma contra problemas? No sería mala idea…— dije lo último para mí.
—Por favor, no sigas, ya me has reprendido suficiente para todo el mes… Además, no paso nada malo, me escape, pero estoy aquí, a salvo, y contigo en tu cumpleaños. No tiene nada de malo, ¿O acaso te enojaras por algo que no sucedió?
Solté un bufido, pero decidí callarme. Después de todo, él tenía razón…
Las semanas pasaron, la señora Honey y yo alquilamos una habitación en El Caldero Chorreante, así que veía a Harry todos los días, y ya lo conocía de cabo a rabo, como hermanos… Claro, usualmente a las personas no les gusta su hermano… ¡Agh! ¡Ya comencé de nuevo! ¡Es evidente que él no te quiere como nada más! ¡Eres como su hermanita!... Pero no lo soy… Es metafórico, porque conviven juntos, bromean, charlan… Uff… debo dejar de discutir conmigo misma…
Fuimos a comprar las cosas, puesto que la carta con los materiales ya la habían enviado.
Fuimos a la botica para aprovisionarnos de ingredientes para pociones, y como la túnica del colegio ya nos quedaba demasiado corta tanto por las piernas como por los brazos (era increíble que hubiésemos crecido tanto en un solo verano), visitamos la tienda de Túnicas para Cualquier Ocasión de la señora Malkin y compramos otras nuevas. Y lo más importante de todo: teníamos que comprar los libros de texto para las nuevas asignaturas.
Cuando llegamos a la librería, nos encontramos con que en lugar de la acostumbrada exhibición de libros de hechizos, repujados en oro y del tamaño de losas de pavimentar había una gran jaula de hierro que contenía cien ejemplares de El monstruoso libro de los monstruos. Por todas partes caían páginas de los ejemplares que se peleaban entre sí, mordiéndose violentamente, enzarzados en furiosos combates de lucha libre.
Entonces él sacó por primera vez la lista de materiales. El monstruoso libro de los monstruos aparecía mencionado como uno de los textos programados para la asignatura de Cuidado de Criaturas Mágicas.
Cuando entramos en Flourish y Blotts, el dependiente se acercó a nosotros.
— ¿Hogwarts? —Preguntó de golpe—. ¿Vienen por los nuevos libros?
—Sí —respondió Harry—. Necesito...
—Quítate de en medio —dijo el dependiente con impaciencia, haciendo a Harry a un lado. Se puso un par de guantes muy gruesos, cogió un bastón grande, con nudos, y se dirigió a la jaula de los libros monstruosos.
—Espere —dijo Harry con prontitud—, ése ya lo tengo.
—Pero yo no, deme uno—dije antes de que tuviera que ha
—Ah… Ya me han mordido cinco veces en lo que va del día.
Desgarró el aire un estruendoso rasgueado. Dos libros monstruosos acababan de atrapar a un tercero y lo estaban desgarrando.
— ¡Basta ya! ¡Basta ya! —gritó el dependiente, metiendo el bastón entre los barrotes para separarlos—. ¡No pienso volver a pedirlos, nunca más! ¡Ha sido una locura! Pensé que no podía haber nada peor que cuando trajeron los doscientos ejemplares del Libro invisible de la invisibilidad. Costaron una fortuna y nunca los encontramos... — entonces golpeó a uno de los libros con el bastón, y una vez “inconsciente” (no sé si ese es el término para un libro dormido), lo tomó en las manos, y me dijo que buscara algo para atarlo. Rebusqué en mi bolsa y saqué una soga (No tengo idea como llegó a mí… Creo…).
—Bien, ¿qué más necesitan?
—Necesito Disipar las nieblas del futuro, de Cassandra Vablatsky —dijo Harry, consultando la lista de libros.
—Yo también…
—Ah, van a comenzar Adivinación, ¿verdad? —dijo el dependiente quitándose los guantes y conduciéndonos a la parte trasera de la tienda, donde había una sección dedicada a la predicción del futuro. Había una pequeña mesa rebosante de volúmenes con títulos como Predecir lo impredecible, Protégete de los fallos y accidentes, Cuando el destino es adverso.
—Aquí tienen —dijo el dependiente, que había subido unos peldaños para bajar dos ejemplares de un grueso libro de pasta negra—: Disipar las nieblas del futuro, una guía excelente de métodos básicos de adivinación: quiromancia, bolas de cristal, entrañas de animales...
Pero cuando miré a Harry, este tenía su mirada en otro lugar; esta había ido a posarse en otro libro que estaba entre los que había expuestos en una pequeña mesa: Augurios de muerte: qué hacer cuando sabes que se acerca lo peor.
—Yo en tu lugar no leería eso —dijo suavemente el dependiente, al ver lo que Harry estaba mirando—. Comenzarás a ver augurios de muerte por todos lados. Ese libro consigue asustar al lector hasta matarlo de miedo.
Pero Harry siguió examinando la portada del libro. Mostraba un perro negro, grande como un oso, con ojos brillantes. Entonces comprendí porque lo miraba… Era el perro que él había dicho que lo observó al escaparse…
El dependiente puso en las manos de Harry uno de los dos libros de Disipar las nieblas del futuro, y el otro me lo entregó
— ¿Algo más? —preguntó.
—Sí —respondí yo, tomando la lista de Harry, ya que él seguía aturdido—: Necesitamos... Transformación, nivel intermedio y Libro reglamentario de hechizos, curso 3º. Ah, y uno solo de “Muggles, conocimientos básicos”.
Diez minutos después, salíamos de Flourish y Blotts con los nuevos libros bajo el brazo, y volvimos al Caldero Chorreante, aunque tuve que llevarlo del brazo porque él apenas se daba cuenta de por dónde iba, y chocaba con varias personas.
Se disculpó diciendo que estaba cansado, y subió a su habitación.
Solté un suspiro y me empeñe en leer el nuevo libro de hechizos.
Al pasar los días, Harry y yo empezamos a buscar con más ahínco a Ron y a Hermione. Por aquellos días llegaban al callejón Diagon muchos alumnos de Hogwarts, ya que faltaba poco para el comienzo del curso. Nos encontramos a Seamus Finnigan y a Dean Thomas, compañeros de Gryffindor; en la tienda Artículos de Calidad para el Juego del Quidditch, donde también ellos se comían con los ojos la Saeta de Fuego; nos topamos también, en la puerta de Flourish y Blotts, con Neville Longbottom, un muchacho despistado de cara redonda. Aunque no nos detuvimos para charlar; Neville parecía haber perdido la lista de los libros, y su abuela, que tenía un aspecto temible, le estaba riñendo.
Ya era el último día de vacaciones, y habíamos determinado que seguramente los veríamos al día siguiente, en el tren para ir a Hogwarts…
Luego de una larga discusión, tuve que acompañar a Harry a ver por última vez la Saeta de Fuego.
Era hermosa, y no es que me molestara verla, solo que habíamos ido desde el primer día solamente a contemplarla…
Estaba repasando el nombre escrito con oro por decima quinta vez, cuando una voz detrás nuestro nos llamó.
— ¡Harry! ¡CAMILLE!
Allí estaban los dos, sentados en la terraza de la heladería Florean Fortescue. Ron, más pecoso que nunca; Hermione, muy morena; y los dos nos llamaban la atención con la mano.
— ¡Por fin! —dijo Ron, sonriéndonos cuando nos sentamos con ellos—. Hemos estado en el Caldero Chorreante, pero nos dijeron que habían salido, y luego hemos ido a Flourish y Blotts, y al establecimiento de la señora Malkin, y...
—Compramos el material escolar la semana pasada—expliqué—. Pero… ¿Cómo se han enterado que nos alojamos en El Caldero Chorreante?
—Mi padre —contestó Ron escuetamente.
Seguro que el señor Weasley, que trabajaba en el Ministerio de Magia, había oído toda la historia de lo que le había ocurrido a la tía de Harry.
— ¿Es verdad que inflaste a tu tía, Harry? —preguntó Hermione muy seria, tal como esperaba.
—Fue sin querer —respondió Harry, mientras Ron se partía de risa—. Perdí el control.
—No tiene ninguna gracia, Ron —dijo Hermione con severidad—. Verdaderamente, me sorprende que no te hayan expulsado.
—A mí también —admitió Harry—. No sólo expulsado: lo que más temía era ser arrestado. —Miró a Ron—: ¿No sabrá tu padre por qué me ha perdonado Fudge el castigo?
—Probablemente, porque eres tú. ¿No puede ser ése el motivo? —Encogió los hombros, sin dejar de reírse—. El famoso Harry Potter. No me gustaría enterarme de lo que me haría a mí el Ministerio si se me ocurriera inflar a mi tía. Pero primero me tendrían que desenterrar; porque mi madre me habría matado. De cualquier manera, tú mismo le puedes preguntar a mi padre esta tarde. ¡Esta noche nos alojamos también en el Caldero Chorreante! Mañana podrás venir con nosotros a King’s Cross. ¡Ah, y Hermione también se aloja allí!
La muchacha asintió con la cabeza, sonriendo.
—Mis padres me han traído esta mañana, con todas mis cosas del colegio.
— ¡Genial! Podremos estar juntos— dije, sonriendo felizmente.
— ¡Estupendo! —dijo Harry, muy contento—. ¿Han comprado ya todos los libros y el material para el próximo curso?
—Mira esto —dijo Ron, sacando de una mochila una caja delgada y alargada, y abriéndola—: una varita mágica nueva. Treinta y cinco centímetros, madera de sauce, con un pelo de cola de unicornio. Y tenemos todos los libros. —Señaló una mochila grande que había debajo de su silla—. ¿Y qué te parecen los libros monstruosos? El librero casi se echó a llorar cuando le dijimos que queríamos dos.
— ¿Y qué es todo eso, Hermione? —preguntó Harry, señalando no una sino tres mochilas repletas que había a su lado, en una silla.
—Bueno, me he matriculado en más asignaturas que tú, ¿no te acuerdas? —dijo Hermione—. Son mis libros de Aritmancia, Cuidado de Criaturas Mágicas, Adivinación, Estudio de las Runas Antiguas, Estudios Muggles...
— ¿Para qué quieres hacer Estudios Muggles? —Preguntó Ron volviéndose a Harry y poniendo los ojos en blanco—. ¡Tú eres de sangre muggle! ¡Tus padres son muggles! ¡Ya lo sabes todo sobre los muggles!
—Pero será fascinante estudiarlos desde el punto de vista de los magos —repuso Hermione con seriedad.
—Ah, Ron, es más interesante de lo que crees—comenté sarcástica, y tanto él como Harry rieron disimuladamente.
— ¿Tienes pensado comer o dormir este curso en algún momento, Hermione?— le pregunté. Preocupada.
Hermione no hizo caso:
—Todavía me quedan diez galeones —dijo comprobando su monedero—. En septiembre es mi cumpleaños, y mis padres me han dado dinero para comprarme el regalo de cumpleaños por adelantado.
— ¿Por qué no te compras un libro? —dijo Ron poniendo voz cándida.
—No, creo que no —respondió Hermione sin enfadarse—. Lo que más me apetece es una lechuza. Harry tiene a Hedwig y tú tienes a Errol...
—No, no es mío. Errol es de la familia. Lo único que poseo es a Scabbers. —Se sacó la rata del bolsillo—. Quiero que le hagan un chequeo —añadió, poniendo a Scabbers en la mesa, ante ellos—. Me parece que Egipto no le ha sentado bien.
Scabbers estaba más delgada de lo normal y tenía mustios los bigotes.
—Ahí hay una tienda de animales mágicos —dije, ya que nuestro pasatiempo durante ese mes había sido recorrer el callejón Diagon—. Puedes mirar a ver si tienen algo para Scabbers. Y Hermione se puede comprar una lechuza.
Así que pagaron los helados, cruzamos la calle para ir a la tienda de animales.
La bruja que había detrás del mostrador estaba aconsejando a un cliente sobre el cuidado de los tritones de doble cola, así que tuvimos que esperar, observando las jaulas.
Un par de sapos rojos y muy grandes estaban dándose un banquete con moscardas muertas; cerca del escaparate brillaba una tortuga gigante con joyas incrustadas en el caparazón; serpientes venenosas de color naranja trepaban por las paredes de su urna de cristal; un conejo gordo y blanco se transformaba sin parar en una chistera de seda y volvía a su forma de conejo haciendo «¡plop!». Había gatos de todos los colores, una escandalosa jaula de cuervos, un cesto con pelotitas de piel del color de las natillas que zumbaban ruidosamente y, encima del mostrador; una enorme jaula de ratas negras de pelo lacio y brillante que jugaban a dar saltos sirviéndose de la cola larga y pelada.
El cliente de los tritones de doble cola salió de la tienda y Ron se aproximó al mostrador.
—Se trata de mi rata —le explicó a la bruja—. Desde que hemos vuelto de Egipto está descolorida.
—Ponla en el mostrador —le dijo la bruja, sacando unas gruesas gafas negras del bolsillo.
Ron sacó a Scabbers y la puso junto a la jaula de las ratas, que dejaron sus juegos y corrieron a la tela metálica para ver mejor. Como casi todo lo que Ron tenía, Scabbers era de segunda mano (antes había pertenecido a su hermano Percy) y estaba un poco estropeada. Comparada con las flamantes ratas de la jaula, tenía un aspecto muy desmejorado.
—Hum —dijo la bruja, cogiendo y levantando a Scabbers—, ¿cuántos años tiene?
—No lo sé —respondió Ron—. Es muy vieja. Era de mi hermano.
— ¿Qué poderes tiene? —preguntó la bruja examinando a Scabbers de cerca.
—Bueenoooo... —dijo Ron.
La verdad era que Scabbers nunca había dado el menor indicio de poseer ningún poder que mereciera la pena. Los ojos de la bruja se desplazaron desde la partida oreja izquierda de la rata a su pata delantera, a la que le faltaba un dedo, y chascó la lengua en señal de reprobación.
—Ha pasado lo suyo —comentó la bruja.
—Ya estaba así cuando me la pasó Percy —se defendió Ron.
—No se puede esperar que una rata ordinaria, común o de jardín como ésta viva mucho más de tres años —dijo la bruja—. Ahora bien, si buscas algo un poco más resistente, quizá te guste una de éstas...
Señaló las ratas negras, que volvieron a dar saltitos. Ron murmuró:
—Presumidas— y contuve una risita.
—Bueno, si no quieres remplazarla, puedes probar a darle este tónico para ratas —dijo la bruja, sacando una pequeña botella roja de debajo del mostrador.
—Bueno —dijo Ron—. ¿Cuánto...? ¡Ay!
Ron se agachó cuando algo grande de color canela saltó desde la jaula más alta, se le posó en la cabeza y se lanzó contra Scabbers, bufando sin parar.
— ¡No, Crookshanks, no! —gritó la bruja, pero Scabbers salió disparada de sus manos como una pastilla de jabón, aterrizó despatarrada en el suelo y huyó hacia la puerta.
—Hum…— comenté, resistiendo el impulso de ir yo también.
—Bueno, llevaré el tónico— dijo Hermione—, y… Buscaba una lechuza…—parecía dudosa, mientras miraba al gato canela sentado en el mostrador.
—Síganme— dijo la bruja, y nos llevó a recorrer la tienda, hasta una zona donde solo habían lechuzas.
Había muchas marrón chocolate, grises, negras, blancas solo vi dos, y grises unas cinco.
Todas eran majestuosas, pero Hermione parecía poco convencida.
—No… Esa tampoco… Mejor… mejor llevaré ese gato— dijo señalando a Crookshanks, que seguía en el mostrador.
—Ah, de acuerdo…—volvimos hasta donde atendía—. Es un gato extremadamente inteligente— explicó, y no pude evitar pensar “como su futura dueña”—, y bastante delicado, vale la pena niña. Nadie lo quiere, lleva años en la tienda, pero no entiendo por qué, ¡Es bellísimo!... cuídalo.
Ella pagó el tónico y el gato, y salió a la abarrotada calle conmigo. En ese momento, Ron y Harry estaban llegando a la tienda.
Quedaron sorprendidos la ver su nueva mascota.
— ¿Has comprado ese monstruo? —preguntó Ron pasmado.
—Es precioso, ¿verdad? —preguntó Hermione, rebosante de alegría.
—Sobre gustos no hay nada escrito— comenté, mirando a Harry.
El pelaje canela del gato era espeso, suave y esponjoso, pero el animal tenía las piernas combadas y una cara de mal genio extrañamente aplastada, como si hubiera chocado de cara contra un tabique. Sin embargo, en aquel momento en que Scabbers no estaba a la vista, el gato ronroneaba suavemente, feliz en los brazos de Hermione.
— ¡Hermione, ese ser casi me deja sin pelo!
—No lo hizo a propósito, ¿verdad, Crookshanks? —dijo Hermione.
— ¿Y qué pasa con Scabbers? —Preguntó Ron, señalando el bolsillo que tenía a la altura del pecho—. ¡Necesita descanso y tranquilidad! ¿Cómo va a tenerlos con ese ser cerca?
—Eso me recuerda que te olvidaste el tónico para ratas —dijo Hermione, entregándole a Ron la botellita roja—. Y deja de preocuparte. Crookshanks dormirá en mi dormitorio y Scabbers en el tuyo, ¿qué problema hay? El pobre Crookshanks... La bruja me dijo que llevaba una eternidad en la tienda. Nadie lo quería.
—Me pregunto por qué —dijo Ron sarcásticamente, mientras emprendíamos el camino del Caldero Chorreante. Encontramos al señor Weasley sentado en el bar leyendo El Profeta.
— Ah, Camille—dijo al verme, y su expresión denotaba preocupación— ¡Harry! —exclamó al ver a mi amigo, sonriendo—, ¿cómo estás?
—Bien, gracias.
El señor Weasley dejó el periódico, y vi la familiar fotografía de Sirius Black en el.
— ¿Todavía no lo han atrapado? —pregunté, algo exasperada.
—No —dijo el señor Weasley con el semblante preocupado, mirándome con una mueca que no pude descifrar—. En el Ministerio nos han puesto a todos a trabajar en su busca, pero hasta ahora no se ha conseguido nada.
— ¿Tendríamos una recompensa si lo atrapáramos? —Preguntó Ron—. Estaría bien conseguir algo más de dinero...
—No seas absurdo, Ron —dijo el señor Weasley, que, visto más de cerca, parecía muy tenso—. Un brujo de trece años no va a atrapar a Black. Lo encontrarán los guardianes de Azkaban. Ya lo verás.
En ese momento entró en el bar la señora Weasley cargada con compras y seguida por los gemelos Fred y George, que iban a empezar quinto curso en Hogwarts, Percy, último Premio Anual, y Ginny, la menor de los Weasley.
Ginny, que siempre se había sentido un poco cohibida en presencia de Harry, parecía aún más tímida de lo normal. Tal vez porque él le había salvado la vida en Hogwarts durante el último curso. Se puso colorada y murmuró «hola» sin mirarlo. Eso me produjo algo raro…
Percy, sin embargo, le tendió la mano de manera solemne, como si él y Harry no se hubieran visto nunca, y le dijo:
—Es un placer verte, Harry.
—Hola, Percy —contestó Harry, tratando de contener la risa.
—Espero que estés bien —dijo Percy ceremoniosamente, estrechándole la mano.
Era como ser presentado al alcalde.
—Muy bien, gracias...
—Oh, Camille—dijo ahora examinándome el rostro de manera escrupulosa—. Hola…— me estrechó la mano de igual manera.
—Ah… Hola Percy, ¿Cómo has estado?
—Bien—respondió secamente.
— ¡Parejita feliz! —dijo Fred, quitando a Percy de en medio de un codazo, y haciendo ante nosotros una profunda reverencia—. Quiero decir, es estupendo verlos, niños...
—Maravilloso —dijo George, haciendo a un lado a Fred y tomándole la mano a Harry—. Sencillamente increíble.
Percy lo miro con el entrecejo fruncido. Solté una corta risa.
Entonces George me dio un abrazo, y luego Fred.
—Hola, señorita, mucho gusto—dramatizo este último, y volví a reír.
— Igualmente, “caballero”… Ah, y a propósito, ¿Cuántas veces debo decirles que no somos pareja?— dije con el entrecejo fruncido, una vez que me soltó.
—Ah… Todas las que quieras, no nos podrás mentir.
Detrás de mí se oyó una risita. Era la señora Honey, que se había unido a nosotros.
Le lancé una mirada de acusación, y calló de inmediato.
—Ya, listo—dijo la señora Weasley.
— ¡Mamá! —Dijo Fred, como si acabara de verla, y también le estrechó la mano—. Esto es fabuloso...
—He dicho que ya paren —dijo la señora Weasley, depositando sus compras sobre una silla vacía—. Hola, niños. Supongo que han oído ya todas nuestras emocionantes noticias. —Señaló la insignia de plata recién estrenada que brillaba en el pecho de Percy—. El segundo Premio Anual de la familia —dijo rebosante de orgullo.
—Y último —dijo Fred en un susurro.
—De eso no me cabe ninguna duda —dijo la señora Weasley, frunciendo de repente el entrecejo—. Ya me he dado cuenta de que no los han hecho prefectos.
— ¿Para qué queremos ser prefectos? —dijo George, a quien la sola idea parecía repugnarle—. Le quitaría a la vida su lado divertido.
Ginny se rió.
— ¿Quieres hacer el favor de darle a tu hermana mejor ejemplo? —dijo cortante la señora Weasley.
—Ginny tiene otros hermanos para que le den buen ejemplo —respondió Percy con altivez—. Voy a cambiarme para la cena...
Se fue y George dio un suspiro.
—Intentamos encerrarlo en una pirámide —nos dijo a Harry y a mí—, pero mi madre nos descubrió.
Volví a reír, negando con la cabeza. Jamás cambiarían…
Aquella noche la cena resulto muy agradable. Tom, el tabernero, junto tres mesas del comedor; y los siete Weasley, Harry, yo, Hermione y la Sra. Honey tomamos los cinco deliciosos platos de la cena.
— ¿Cómo iremos a King’s Cross mañana, papá? —preguntó Fred en el momento en que probaban un suculento pudín de chocolate.
—El Ministerio pone a nuestra disposición un par de coches —respondió el señor Weasley.
Todos lo miraron.
— ¿Por qué? —preguntó Percy con curiosidad.
—Por ti, Percy —dijo George muy serio—. Y pondrán banderitas en el capó, con las iniciales «P. A.» en ellas...
—Por «Presumido del Año» —dijo Fred.
Todos, salvo Percy y la señora Weasley, soltamos una carcajada.
— ¿Por qué nos proporciona coches el Ministerio, padre? —preguntó Percy con voz de circunstancias.
—Bueno, como ya no tenemos coche, me hacen ese favor; dado que soy funcionario.
Lo dijo sin darle importancia, pero sus orejas se pusieron coloradas, como Ron cuando se azoraba,
—Menos mal —dijo la señora Weasley con voz firme—. ¿Se dan cuenta de la cantidad de equipaje que llevan entre unos y otros? Qué buena estampa harían en el metro muggle... Lo tienen ya todo listo, ¿verdad?
—Ron no ha metido aún las cosas nuevas en el baúl —dijo Percy con tono de resignación—. Las ha dejado todas encima de mi cama.
—Lo mejor es que vayas a preparar el equipaje, Ron, porque mañana por la mañana no tendremos mucho tiempo —le reprendió la señora Weasley.
Ron miró a Percy con cara de pocos amigos.
Después de la cena todos nos sentíamos algo pesados y adormilados. Uno por uno fuimos subiendo las escaleras hacia las habitaciones, para ultimar el equipaje del día siguiente. Yo y la señora Honey teníamos una habitación contigua a la de Harry, y esta estaba junto a la de Percy y Ron.
Yo tenía mi baúl preparado hacía tiempo, por lo que ahora estaba “ayudando” a Harry con su equipaje.
—Te dije que prepararas las cosas con tiempo, ¿No es así?— dije, sentada en el suelo, junto a su baúl.
Me lanzó una túnica desde la cómoda que había unos pasos delante.
— ¿Puedes guardarla?
—Pero hay que doblarla…
—Nunca lo hago, aunque si quieres puedes hacerlo.
— ¿Acaso me has visto cara de elfo doméstico o algo así?— pregunté, sarcástica.
—No, no, no me malinterpretes… Solo te pedí que la guardes…— repuso con una sonrisa, mientras se sentaba a mi lado, llevando unos cuantos calcetines, y con una sonrisa dibujada en el rostro.
Rodé los ojos, y doblé precariamente la túnica, para luego guardarla junto a las otras cosas. El espacio estaba abarrotado de cosas, desde plumas rotas y viejas, tinteros vacíos, pedazos de pergaminos y hasta de libros.
— ¡Es un desastre! ¿Nunca pensaste en ordenar esto?
Miró el baúl, analizándolo.
—Um… No realmente… pero, no está tan mal… ¿O sí?
Encarné una ceja, escéptica.
—Ah… Está bien… Eres como Hermione…— se quejó, sacando tres túnicas y unos libros que ya tenía guardados.
—Vaya…—murmuré, viendo el desastre que había dentro, ahora que no tenía nada parecía haberse magnificado.
Metí una mano y saqué un calcetín roto y viejo, bastante más pequeño que los de ahora.
Él se ruborizo un poco, pero yo comencé a carcajear.
—Bueno, a Dobby le gustará…—bromee, y el rió conmigo.
Seguimos sacando cosas, cada vez más extrañas… Había una bolsa de algo que parecía aguijones de Billywing, pero machacados y con un hedor peculiarmente desagradable… También encontramos el pedazo de papel de libro que describía al basilisco, y unas cuantas cartas que le habían mandado.
Lo más espantoso fue la cola de rata.
—Hedwig…—murmuró él, tirándola en un cesto de basura.
—Tengo miedo de lo que podamos encontrar…— dije, con dramatizada preocupación.
Volví a meter la mano, y saqué un sobre.
Estaba manchado por algo que no reconocí –ni quería saber que era-, era rosado y con corazones rojos.
— ¿Y eso?—preguntó él.
—No lo sé, parece un…—y de repente lo recordé… Un escalofrío recorrió mi espalda, y el color me subió al rostro… No…
— ¿Un…?—incitó.
—Un…a carta vieja…
—Déjame ver, está cerrada…— alargo la mano para quitarme el sobre, pero corrí el brazo a una velocidad increíble.
— ¡NO!— exclamé, y me miré confundido—, quiero decir… Es sospechoso, ¿no crees?
—Tal vez, pero lo más seguro es que lo olvide en su momento, y…
—Aja, eso quiere decir que no es tan importante. Listo. Asunto cerrado, tiremos la carta a la basura…—interrumpí.
—Camille, ¿qué te sucede? Dame el sobre…
—No…
—Camille, dámelo…
—Que no…—me puse de pie, dirigiéndome lentamente a la puerta. Si era necesario, saldría corriendo.
— ¡Entrégamela!— exclamó, poniéndose de pie.
—Jamás.
—Oh, vamos… ¡Es mía!
— ¡No es importante! ¡Desechémosla y listo!
— ¿Por qué no quieres que la lea?
—Porque… digo, no… No es eso… Solo… Eh… Me… Preocupa… ¡Eso!, me preocupa que sea maligna la intención del remitente…
Arqueó las cejas, anonado.
— ¿Hablas enserio? Por favor, te conozco bien, y sé que estás mintiendo…
Se aproximó, y retrocedí.
—Vamos, dámela…—murmuró.
—Noo…— respondí de igual forma.
Y entonces todo sucedió muy rápido. Acortó la distancia corriendo, sin darme tiempo a reaccionar, y fue directo al sobre, pero yo giré sobre mis talones, y voltee la cabeza para ver que iba a hacer, mientras me disponía a correr… y… nos besamos…
Fue extremadamente extraño…
Fue un accidente, chocamos, pero fueron nuestros labios los que se encontraron… Y…
Ah…
Apenas apoyó sus labios, yo quede petrificada, y el también, pero ninguno se movió. Al contrario, permanecimos así, inocentemente, unos cuantos segundos, hasta que nos separamos al mismo tiempo.
Sentía mis mejillas como si fueran a incinerarse, y él no estaba mucho mejor… Jamás lo había visto tan rojo desde que lo conocía…
Ambos teníamos los ojos abiertos de par en par, y nos mirábamos mutuamente, a la espera de que el otro dijera algo.
—Yo…—balbucee torpemente, pensando en qué diablos decir—…Vaya…
—Um… N-no… no sé qué decir… L-lo siento…—tartamudeó él nerviosamente.
—No, no… No tienes que disculpar, fue… —“fantástico”, pensé, pero no era lo que quería decir—, un accidente…
—Si…
—Eh…— ya no sabía cómo llenar el silencio. Pero un grito me salvó. Automáticamente, -al parecer ambos buscábamos una razón para salir de allí-, salimos corriendo al pasillo, y sin perder tiempo escondí el sobre en mi suéter.
— ¿Qué estará sucediendo?— pregunté, fuera de la habitación, ahora más aliviada, y él se encogió de hombros.
La puerta de la habitación 12 estaba entreabierta, y Percy gritaba.
—Estaba aquí, en la mesita. Me la quité para sacarle brillo.
—No la he tocado, ¿te enteras? —gritaba Ron a su vez.
— ¿Qué ocurre? —preguntó Harry, cuando nos asomamos.
—Mi insignia de Premio Anual ha desaparecido —dijo Percy volviéndose a nosotros.
—Lo mismo ha ocurrido con el tónico para ratas de Scabbers —añadió Ron, sacando las cosas de su baúl para comprobarlas—. Puede que me lo haya olvidado en el bar...
— ¡Tú no te mueves de aquí hasta que aparezca mi insignia! —gritó Percy.
—Nosotros iremos por lo de Scabbers, yo ya he terminado de preparar el equipaje —le dije a Ron.
Estábamos a mitad de las oscuras escaleras –totalmente en silencio-, cuando oímos dos voces aireadas que discutían. Tardé un segundo en reconocer que eran las de los padres de Ron.
— ¿Crees que será mejor que volvamos después?— consulté.
—Si, no quiero meterme…
Y estábamos a punto de volver, cuando se oyó un — ¡No será tan tonto! ¡Es más astuto de lo que parece! ¡Harry y Camille no deben enterarse!— lo miré sorprendida, y sin más palabras volvimos hasta la puerta del comedor, para oír mejor.
—No tiene ningún sentido ocultárselos —decía acaloradamente el señor Weasley—. Ambos tienen derecho a saberlo. He intentado decírselo a Fudge, pero se empeña en tratar a los dos como niños. Tienen trece años y...
— ¡Arthur, la verdad les aterrorizaría! —Dijo la señora Weasley en voz muy alta—. ¿Quieres de verdad enviar a Harry al colegio con esa espada de Damocles? ¿O que Camille se enteré de… eso? ¡Por Dios, están muy tranquilos sin saber nada!
—No quiero asustarlos, ¡quiero prevenirlos! —Contestó el señor Weasley—. Ya sabes cómo son Harry y Ron, que se escapan por ahí, ¡Y Camille también! ¡Sabes que si! Se han internado en el bosque prohibido dos veces. ¡Pero no deben hacer lo mismo en este curso! ¡Cada vez que pienso lo que podía haberle sucedido a Harry la otra noche, cuando se escapó de casa...! Si el autobús noctámbulo no lo hubiera recogido, me juego lo que sea a que el Ministerio lo hubiera encontrado muerto.
Sentí un escalofrío en la nuca…
—Pero no está muerto, está bien, así que ¿de qué sirve...?
—Molly: dicen que Sirius Black está loco, y quizá lo esté, pero fue lo bastante inteligente para escapar de Azkaban, y se supone que eso es imposible. Han pasado tres semanas y no le han visto el pelo. Y me da igual todo lo que declara Fudge a El Profeta: no estamos más cerca de atraparlo que de inventar varitas mágicas que hagan los hechizos solas. Lo único que sabemos con seguridad es que Black va detrás...
—Pero ambos estarán a salvo en Hogwarts…
—Pensábamos que Azkaban era una prisión completamente segura. Si Black es capaz de escapar de Azkaban, será capaz de entrar en Hogwarts.
—Pero nadie está realmente seguro de que Black vaya en pos de ellos...
Se oyó un golpe y supuse que el señor Weasley había dado un puñetazo en la mesa.
—Molly, ¿cuántas veces te tengo que decir que... que no lo han dicho en la prensa porque Fudge quería mantenerlo en secreto? Pero Fudge fue a Azkaban la noche que Black se escapó. Los guardias le dijeron a Fudge que hacía tiempo que Black hablaba en sueños. Siempre decía las mismas palabras: «Están en Hogwarts, están en Hogwarts.»
Black está loco, Molly, y quiere matar a Harry y llevarse a la niña. Si me preguntas por qué, creo que Black piensa que con su muerte Quien Tú Sabes volvería al poder, y sabes perfectamente porque la llevaría a ella. Black lo perdió todo la noche en que Harry detuvo a Quien Tú Sabes, solo ella...ya sabes… Y se ha pasado diez años solo en Azkaban, rumiando todo eso...
Se hizo el silencio.
—Bien, Arthur. Debes hacer lo que te parezca mejor. Pero te olvidas de Albus Dumbledore. Creo que nada le podría hacer daño en Hogwarts mientras él sea el director. Supongo que estará al corriente de todo esto.
—Por supuesto que sí. Tuvimos que pedirle permiso para que los guardias de Azkaban se apostaran en los accesos al colegio. No le hizo mucha gracia, pero accedió.
— ¿No le hizo gracia? ¿Por qué no, si están ahí para atrapar a Black?
—Dumbledore no les tiene mucha simpatía a los guardias de Azkaban —respondió el señor Weasley con disgusto—. Tampoco yo se la tengo, si nos ponemos así... Pero cuando se trata con alguien como Black, hay que unir fuerzas con los que uno preferiría evitar.
—Si salvan a los niños...
—En ese caso, no volveré a decir nada contra ellos —dijo el señor Weasley con cansancio—. Es tarde, Molly. Será mejor que subamos...
Se oyó mover las sillas. Tan sigilosamente como pudimos, nos alejamos sin ser vistos al pasadizo que daba al bar.
La puerta del comedor se abrió y segundos después el rumor de pasos indicó que los padres de Ron subían las escaleras.
La botella de tónico para las ratas estaba bajo la mesa a la que nos habíamos sentado.
Esperamos hasta oír cerrarse la puerta del dormitorio de los padres de Ron y volvimos a subir por las escaleras, con la botella.
Fred y George estaban agazapados en la sombra del rellano de la escalera, partiéndose de risa al oír a Percy poniendo patas arriba la habitación que compartía con Ron, en busca de la insignia.
—La tenemos nosotros—le susurró Fred al oído—. La hemos mejorado.
En la insignia se leía ahora: Premio Asnal.
Harry soltó una risa forzada, pero yo solo conseguí formular una casta sonrisa.
Lo seguí hasta la habitación suya, y nos sentamos en la cama. Él estaba palidísimo, pero no por lo que había pasado momentos antes –ya ni me preocupaba mucho-, sino por lo que acabábamos de oír…
—Bueno… Estabas en lo cierto… Nos busca…— murmuré.
— Eso lo explica todo. Fudge había sido indulgente conmigo porque estaba muy contento de haberme encontrado con vida. Me había hecho prometer que no saldría del callejón Diagon, donde había un montón de magos para vigilarme. Y había mandado dos coches del Ministerio para que fuéramos todos a la estación al día siguiente, para que los Weasley pudieran protegerme hasta que hubiera subido al tren.
—No… No te preocupes, no te podrá hacer daño dentro de Hogwarts…
— ¿Y si logra atraparte? ¿Y si me mata y te lleva con él para quién sabe qué?
Negué poco convencida con la cabeza.
—Enserio, no pasa nada… Yo…—pero sin saber porque me eché a llorar.
Me dio un abrazo, tratando de consolarme.
— ¿Crees que…? ¿Y si realmente es mi padre?—formulé entre sollozos.
—Habrá que averiguarlo cuando lleguemos a Hogwarts…
— Sirius Black ha matado a trece personas con un hechizo; los padres de Ron, obviamente, pensaban que nos aterrorizaríamos al enterarnos de la verdad— dije, secando las lágrimas que habían quedado estancadas, y soltándome de su abrazo,
—Pero estoy completamente de acuerdo con la señora Weasley en que el lugar más seguro de la Tierra era aquel en que esté Albus Dumbledore. ¿No dice siempre la gente que Dumbledore era la única persona que había inspirado miedo a lord Voldemort? ¿No le daría a Black, siendo la mano derecha de Voldemort, tanto miedo como a éste?— explicó el, optimista.
—Y además están los guardias de Azkaban, de los que habla todo el mundo. La mayoría de las personas les tienen un miedo irracional, y si están apostados alrededor del colegio, las posibilidades de que… Black… pudiera entrar son muy escasas— apoyé, aunque con poca convicción.
—Exacto, en realidad, lo que más me preocupa es que ya no tengo ninguna posibilidad de que me permitan visitar Hogsmeade. Nadie querría dejarme abandonar la seguridad del castillo hasta que hayan atrapado a Black; de hecho, sospecho que vigilarán cada uno de nuestros movimientos hasta que hubiera pasado el peligro.
Arrugó el ceño mirando al oscuro techo.
—Tienes razón… ¡Yo aun no he firmado la autorización! ¿Crees que me dejen?...— negó con la cabeza—. Agh, será un año largo…— dije, tumbando la espalda en la cama, rendida—. ¿Sabes? No entiendo muy bien… ¿Creen que no eres capaz de cuidar de ti mismo? Haz escapado tres veces de lord Voldemort. No eres exactamente un completo inútil...— bromee, y él sonrió.
— ¿Crees…? ¿Crees que ese perro que vi cuando me escapé significa algo?
— ¿Te refieres si creo que eso significa que vas a morir?—ironicé—. Me niego rotundamente a creerlo. Tal vez era algún perro que paseaba por ahí— y lo miré significativamente—. Espero que realmente eso no sea algo que te preocupe…
—No me van a matar —dijo él, riendo por mi comentario.
—Así me gusta, amigo —contestó el espejo con voz soñolienta. Y lo miré extrañada, riendo.
— ¿Ves? Hasta el espejo se da cuenta— volví a bromear, y reímos juntos—. Hasta mañana, Harry— saludé, levantándome de la cama y regresando a mi habitación.
La señora Honey estaba dormida.
Abrí mi baúl, y guarde el viejo sobre rosado. Era un recuerdo…
Me puse el piyama y me acosté en mi cama, al otro lado de la habitación.
Así que Sirius Black quería “secuestrarme”… ¡Y encima matar a Harry!
Él no podía ser mi padre… Un padre no haría eso…
Bueno, un padre normal tampoco iba por la vida asesinando muggles…
Gire en la cama, incomoda.
Ya me enteraría… Cerré los ojos y caí en la oscuridad.
C.J. Potter
C.J. Potter


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La muchacha de Gryffindor (Harry y tú) - Página 4 Empty Re: La muchacha de Gryffindor (Harry y tú)

Mensaje por C.J. Potter Sáb 04 Ago 2012, 2:24 am

Capítulo 20 [Parte 3]
Camille POV
A la mañana siguiente, la señora Honey me despertó, con una taza de té.
Luego de tomarla, me vestí con un jean y una simple remera violeta, junto a mis zapatillas muggles.
Me hice una trenza que comenzaba en la coronilla, y finalizaba en mi cintura.
Aproveché que ella estaba escribiendo una carta, para hacer la petición.
—Señora Honey…—murmuré.
— ¡Dime Eliza!—reprochó, volteando—. ¿Qué sucede, cariño?
—Eh… Bueno… ¿Me firma la autorización para ir a Hogsmeade?— sonreí inocentemente, estirando la mano en la que tenía la autorización.
Me miró con ternura.
—Lo siento… Pero no… No puedo…
— ¿Es por ese Sirius Black?—pregunté, poco sorprendida con su respuesta.
— ¿Cómo…?— comenzó, sorprendida y confundida de lo que sabía.
—Deberían debatir esos asuntos en voz más baja…—me límite a responder, con una media sonrisa, guardando el papel en baúl, para cerrar este con candado.
—Querida… ¿Quieres hablar de esto?—preguntó con suavidad.
—No… No es necesario, no me importa mucho… Dudo que algo nos suceda en Hogwarts…
Bajé a desayunar, cruzándome con Herms en el camino. Abajo, estaba señor Weasley, que leía la primera página de El Profeta con el entrecejo fruncido, y la señora Weasley, que hablaba a Ginny de un filtro amoroso que había hecho de joven.
Nos unimos a ellas.
—… ¡Ah, pero jamás se enteró! Deberías haber visto su cara cuando… ¡Oh, niñas! ¡Vengan, estaba contándole a Ginny sobre las pociones que hacía de niña! Resulta que en mi 3 año…
Pero en ese momento, Ron y Harry entraron al comedor, y se sentaron.
No escuché mucho de lo que decía la señora Weasley, pero tanto Ginny como Hermione reían flojamente. A mi cabeza había vuelto lo sucedido anoche… -trataba de no pensar en Black, pero esto era un “día a día”-… ¿Habría él sentido lo mismo que yo?... ¿O simplemente procuró olvidarse de eso, sin darle importancia?…
Desayunamos y bajamos los baúles hasta la puerta de salida.
—Bien, Crookshanks —susurró Hermione a través del mimbre—, te dejaré salir en el tren.
—No lo harás —dijo Ron terminantemente—. ¿Y la pobre Scabbers?
Se señaló el bolsillo del pecho, donde un bulto revelaba que Scabbers estaba allí acurrucada.
—Aquí están —anunció el señor Weasley, frente a dos coches—. Vamos, Harry, Camille.
Nos condujo a través del corto trecho de acera hasta el primero de los dos coches antiguos de color verde oscuro, los dos conducidos por brujos de mirada furtiva con uniforme de terciopelo verde esmeralda.
—Suban, chicos —dijo el señor Weasley, mirando a ambos lados de la calle llena de gente. Subimos ambos al asiento trasero, y rato después se nos sumaron Ron y Hermione.
El viaje hasta King’s Cross fue muy tranquilo y silencioso.
Los coches del Ministerio de Magia parecían bastante normales, aunque varias veces vi que podían deslizarse por huecos que no podría haber traspasado un coche muggle. Llegamos a King’s Cross con veinte minutos de adelanto; los conductores del Ministerio nos consiguieron carritos, descargaron los baúles, saludaron al señor Weasley y se alejaron, poniéndose, sin que se supiera cómo, en cabeza de una hilera de coches parados en el semáforo.
El señor Weasley se mantuvo muy pegado a Harry y a mí durante todo el camino de la estación.
—Bien, pues —propuso mirándolos a todos—. Como somos muchos, vamos a entrar de dos en dos. Yo pasaré primero con Harry.
El señor Weasley fue hacia la barrera que había entre los andenes nueve y diez, empujando el carrito de Harry y, según parecía, muy interesado por el Intercity 125 que acababa de entrar por la vía 9. Dirigiéndole a Harry una elocuente mirada, se apoyó contra la barrera como sin querer. Harry lo imitó. Instantes después ya no estaban.
—Tu vendrás conmigo, Camille, cariño—dijo amablemente la señora Weasley—, Percy ve con tu hermana, Fred, acompaña a Hermione, y George con Ron.
Dicho esto, cruzamos la barrera.
Un instante después, caímos de lado a través del metal sólido y nos encontramos en el andén nueve y tres cuartos. Allí aguardaban Harry y el señor Weasley.
De repente, detrás nuestro aparecieron Percy y Ginny. Jadeaban y parecía que habían atravesado la barrera corriendo.
— ¡Ah, ahí está Penélope! —dijo Percy, alisándose el pelo y sonrojándose.
Miré a Harry, ambos conteniendo fuertemente una risa, al ver que Percy se acercó sacando pecho (para que ella no pudiera dejar de notar la insignia reluciente) a una chica de pelo largo y rizado (que yo ya había conocido, y no en las mejores circunstancias…).
Después de que Hermione y el resto de los Weasley se reunieran con nosotros, el señor Weasley nos acompañó a través de los vagones, hasta que por fin hallamos un compartimiento casi vacío, donde subimos los baúles, pusimos a Hedwig, Wiggins y Crookshanks en la rejilla portaequipajes, y volvimos a salir para despedirnos de los padres de Ron.
La señora Weasley besó a todos sus hijos, luego a Hermione, a mí, y por último a Harry
—Cuídate, Harry ¿Lo harás? —Dijo separándose de él, con los ojos especialmente brillantes, y me miró a mí de nuevo—. Tú también, cariño, ¿De acuerdo?— Luego abrió su enorme bolso y dijo—: He preparado bocadillos para todos.
Aquí los tienen, Ron... no, no son de conserva de buey... Fred... ¿dónde está Fred? ¡Ah, estás ahí, cariño...!
—Harry, Camille —nos dijo en voz baja el señor Weasley—, vengan aquí un momento.
Señaló una columna con la cabeza y ambos lo seguimos hasta ella. Nos pusimos detrás, dejando a los otros con la señora Weasley
—Tengo que decirles una cosa antes de que se vayan —dijo el señor Weasley con voz tensa.
—No es necesario, señor Weasley. Ya lo sabemos— repuse.
— ¿Que lo saben? ¿Cómo han podido saberlo?
—Nosotros... eh... oímos anoche a usted y a su mujer—explicó Harry.
— No pude evitarlo. Lo siento...
—Yo tampoco pude… Realmente lo sentimos señor Weasley…
—No quería que se enteraran de esa forma —dijo el señor Weasley, nervioso.
—No... Ha sido la mejor manera. Así me he podido enterar y usted no ha faltado a la palabra que le dio a Fudge.
—Es cierto… Aunque me gustaría saber eso que emitían… ya sabe… “Porque ella… eso que tú sabes…”— imité su voz, y el trató de sonreír.
—Lo lamento mucho Camille, pero no podemos…
—…Decírmelo aun, ya lo sé… Tienen amenazado hasta al Sombrero Seleccionador— reproché, cruzándome de brazos.
—Pero, niños, deben de estar muy asustados...
—No lo estoy —contestó Harry con sinceridad—. De verdad —añadió, porque el señor Weasley lo miraba incrédulo—. No trato de parecer un héroe, pero Sirius Black no puede ser peor que Voldemort, ¿verdad?
El señor Weasley se estremeció al oír aquel nombre, pero no comentó nada.
—Tiene razón Harry, señor Weasley. Además, si solo pretende secuestrarme… Bueno, no es tan malo como que mate a Harry, en verdad… Además, con Dumbledore cerca, no puede suceder nada…
—Ah, niños… Sabía que eran más maduros que lo que Fudge cree, y están en lo cierto con lo de Dumbledore, y también me alegra que no tengan miedo, pero…
— ¡Arthur! —Gritó la señora Weasley, que ya hacía subir a los demás al tren—. ¡Arthur!, ¿qué haces? ¡Está a punto de irse!
—Ya vamos, Molly —dijo el señor Weasley Pero se volvió a nosotros y siguió hablando, más bajo y más aprisa—. Escuchen, quiero que me den su palabra...
— ¿De qué seremos “buenos niños” y permaneceremos en el castillo? —pregunté con tristeza.
—No exactamente —respondió el señor Weasley, más serio que nunca—. Ambos, prométanme que no irán en busca de Black.
Lo miré fijamente, totalmente desconcertada.
— ¿Qué?—dijimos al unísono.
Se oyó un potente silbido y pasaron unos guardias cerrando todas las puertas del tren.
—Prométanme, niños—dijo el señor Weasley hablando aún más aprisa—, que ocurra lo que ocurra...
— ¿Por qué iba a ir yo detrás de alguien que sé que quiere matarme? —preguntó Harry.
—Y secuestrarme— agregué.
—Prométanme que, oigan lo que oigan...
— ¡Arthur; aprisa! —gritó la señora Weasley.
Salía vapor del tren. Éste había comenzado a moverse.
Corrimos hasta la puerta del vagón, donde Ron nos abrió la puerta y nos ayudó a subir.
Una vez dentro, nos asomamos por la ventana a saludar, hasta que los perdimos de vista en una curva.
—Tenemos que hablar con ustedes—dijo Harry entre dientes.
—A solas— concluí, mirando a Ginny.
—Vete, Ginny —dijo Ron.
— ¡Que agradables!— reprochó esta, y se marchó.
Empezamos a caminar por el pasillo, en busca de un compartimiento vacío. Pero todos estaban llenos, salvo uno al final.
En éste sólo había un ocupante: un hombre que estaba sentado al lado de la ventana y profundamente dormido. Nos detuvimos en la puerta.
— ¿No se supone que es solo para estudiantes?—murmuré.
—Eso creía…—contestó Herms.
El extraño llevaba una túnica de mago muy raída y remendada. Parecía enfermo y exhausto. Aunque joven, su pelo castaño claro estaba veteado de gris.
— ¿Quién será? —susurró Ron en el momento en que sentábamos y cerrábamos la puerta, eligiendo los asientos más alejados de la ventana.
—Es el profesor R. J. Lupin —susurró Hermione de inmediato.
— ¿Cómo lo sabes?
—Lo pone en su maleta —respondió Hermione señalando el portaequipajes que había encima del hombre dormido, donde había una maleta pequeña y vieja atada con una gran cantidad de nudos. El nombre, «Profesor R. J. Lupin», aparecía en una de las esquinas, en letras medio desprendidas.
—Me pregunto qué enseñará —dijo Ron frunciendo el entrecejo y mirando el pálido perfil del profesor Lupin.
—Es evidente, Ron—respondí, mirándolo con obviedad—. ¿Cuántas vacantes hay? Solo una.
—Defensa Contra las Artes Oscuras—susurró Harry.
—Bueno, espero que no sea como los anteriores —dijo Ron no muy convencido—. No parece capaz de sobrevivir a un maleficio hecho como Dios manda. Pero bueno, ¿qué nos iban a contar?
Pero no sabía cómo empezar, y miré a Harry para consultarle con la mirada, y una exclamación frente a nosotros hizo presencia.
—Aguarden… ¡¿Se besaron?!— preguntó una Hermione sorprendida.
— ¿Cómo lo sabes?—dijimos yo y Harry al mismo tiempo. Ahora tenía las mejillas rojizas.
—Esperen, ¿era eso?—preguntó Ron, anonado—. ¿Realmente…?
— ¡Lo sabía!— exclamó la castaña, y el profesor se movió un poco—Ups… digo, lo sabía…—murmuró.
— ¡No!... Digo, si… pero no…—balbucee.
— ¿No o sí?—inquirió el pelirrojo.
—Bueno… Si… Pero… No… Eso…— respondió Harry, también balbuceando.
—Ah, bueno, tardaron más de lo que creía, pero… ¿Qué tal? ¿Confesaron al fin lo que sienten?—comenzó Hermione, y me sonroje aún más.
— ¡No!—gritamos ambos—… Fue un accidente…—volvimos a hablar al unísono, y nuestros amigos rieron.
—Claro…
— ¡Enserio! Estábamos… peleando por una carta y…
—Corrí hasta ella para sacársela…—continuó.
—…Pero yo voltee para salir por la puerta, aunque voltee la cabeza para ver que haría él…
—…Y…— dijimos juntos—…nos besamos…
— ¡Pero fue accidental!—agregué al ver sus caras.
—Bueno, eso parece…— murmuró Herms decepcionada.
— ¿Era eso lo que querían contarnos?—volvió a preguntar Ron, impaciente.
—No, es sobre Sirius Black…— susurré, y mi amiga me dio una mirada elocuente.
Expliqué junto a Harry la conversación entre los padres de Ron y las advertencias que el señor Weasley acababa de hacernos. Cuando terminamos, Ron parecía atónito y Hermione se tapaba la boca con las manos. Las apartó para decir:
— ¿Sirius Black escapó para ir detrás de ustedes? ¡Por Merlín, Camille, Tú y Harry deben cuidarse! No se vayan a meter en problemas ni merodeen por ahí…
—Pero… Usualmente los problemas llegan solos hasta nosotros… Hacia Harry especialmente—comenté—. La Piedra Filosofal, la Cámara Secreta…
—Tiene razón, yo no busco problemas, ¡Si por mí fuese, viviría como cualquier otro! Pero no puedo…
Ambas lo miramos con ternura.
— ¡Qué tontos tendrían que ser para ir detrás de un loco que quiere matarlos! —exclamó Ron, temblando.
—Corrección, quiere secuestrarme, y… matar… a Harry…
—Nadie sabe cómo se ha escapado de Azkaban —dijo Ron, incómodo—. Es el primero. Y estaba en régimen de alta seguridad.
—Pero lo atraparán, ¿a que sí? —dijo Hermione convencida—. Bueno, están buscándolo también todos los muggles...
—Si… Es muy seguro que lo atraparán…—apoyé—. Ohm… Herms… ¿Recuerdas que debíamos investigar… eso…?
— ¡Ah! ¡Claro! ¿Cómo olvidarlo? ¿Realmente crees que…?
—Sí. Por algo me busca—repuse con seriedad.
—Pero Camille, puede haber más motivos…—insistió Harry.
—No lo creo. ¿Cuántas razones puede tener? Estoy segura que al menos somos parientes.
—Es tan inverosímil ahora, que ya no sé que decir—dijo Hermione—. Pero si quieres investigar no te quepa duda de que lo haremos—me sonrió.
— ¿De qué hablan?— preguntó Ron, sumamente confundido.
—De si ese Sirius Black realmente es mi padre.
—Ah, no. No lo creo, él está loco, pero tú eres perfectamente normal.
—Ron… La “locura” no es algo que se transmite de generación en generación. Sucede que si alguien que está loco, tiene hijos y se encarga de criarlos, en la mayoría de los casos termina…
— ¿Qué es ese ruido? —preguntó de repente Ron, escapando de mi explicación.
—Ese chiste es muy usado—refunfuñé, cruzándome de brazos.
—No, no. Escuchen…
De algún lugar llegaba un leve silbido. Miramos por el compartimento.
—Viene de tu baúl, Harry —dijo Ron poniéndose en pie y alcanzando el portaequipajes.
Un momento después, había sacado un aparato que reconocí como un chivatoscopio de bolsillo de entre la túnica de Harry. Daba vueltas muy aprisa sobre la palma de la mano de Ron, brillando muy intensamente.
— ¿Eso es un chivatoscopio? —preguntó Hermione con interés, levantándose para verlo mejor.
—Sí... Pero claro, es de los más baratos —dijo Ron—. Se puso como loco cuando lo até a la pata de Errol para enviárselo a Harry.
— ¿No hacías nada malo en ese momento? —preguntó Hermione con perspicacia.
— ¡No! Bueno..., no debía utilizar a Errol. Ya sabes que no está preparado para viajes largos... Pero ¿de qué otra manera hubiera podido hacerle llegar a Harry el regalo?
—Vuélvelo a meter en el baúl —le aconsejó Harry — o le despertará.
Señaló al profesor Lupin con la cabeza. Ron metió el chivatoscopio en un calcetín, que ahogó el silbido, y luego cerró el baúl.
—Podríamos llevarlo a que lo revisen en Hogsmeade —dijo Ron, volviendo a sentarse.
—Tienes razón, Fred y George me han dicho que en Dervish y Banges, una tienda de instrumentos mágicos, venden cosas de este tipo—comenté apenada. ¡Me iba a perder las excursiones a Hogdmeade! ¡Todo gracias a Sirius Black!
— ¿Sabes más cosas de Hogsmeade? —Dijo Hermione con entusiasmo—. He leído que es la única población enteramente no muggle de Gran Bretaña...
—Sí, eso creo —respondió Ron de modo brusco—. Pero no es por eso por lo que quiero ir. ¡Sólo quiero entrar en Honeydukes!
— ¿Qué es eso? —preguntó Hermione.
—Es una tienda de golosinas —respondió Ron, poniendo cara de felicidad—, donde tienen de todo... Diablillos de pimienta que te hacen echar humo por la boca... y grandes bolas de chocolate rellenas de mousse de fresa y nata de Cornualles, y plumas de azúcar que puedes chupar en clase y parecer que estás pensando lo que vas a escribir a continuación...
—Pero Hogsmeade es un lugar muy interesante —presionó Hermione con impaciencia—. En Lugares históricos de la brujería se dice que la taberna fue el centro en que se gestó la revuelta de los duendes de 1612. Y la Casa de los Gritos se considera el edificio más embrujado de Gran Bretaña...
—... Y enormes bolas de helado que te levantan unos centímetros del suelo mientras les das lengüetazos —continuó Ron, que no oía nada de lo que decía Hermione.
Hermione se volvió hacia nosotros, que no habíamos dicho palabra.
— ¿No será estupendo salir del colegio para explorar Hogsmeade?
—Supongo que sí—respondió Harry apesadumbrado—. Ya me lo contaran todo cuando hayan vuelto…
— ¿Qué quieres decir? —preguntó Ron.
—Yo no puedo ir. Los Dursley no firmaron la autorización y Fudge tampoco quiso hacerlo.
Ron se quedó horrorizado.
— ¿Que no puedes venir? Pero... hay que buscar la forma... McGonagall o algún otro te dará permiso...
Harry se rió con sarcasmo.
—Podemos preguntar a Fred y a George. Ellos conocen todos los pasadizos secretos para salir del castillo...
— ¡Ron! —Le interrumpió Hermione—. Creo que Harry no debería andar saliendo del colegio a escondidas estando suelto Black...
—Ya, supongo que eso es lo que dirá McGonagall cuando le pida el permiso —observó Harry.
—Pero si nosotros estamos con él... Black no se atreverá a...
—No digas tonterías, Ron —interrumpió Hermione—. Black ha matado a un montón de gente en mitad de una calle concurrida. ¿Crees realmente que va a dejar de atacar a Harry porque estemos con él?
—Supongo…—murmuró Harry, melancólicamente.
—Ah, ya, no te pongas mal, te haré compañía— sonreí apenada.
—No hace falta que te quedes por mi culpa…
— ¡Harry! Sabes que yo no tengo inconvenientes—le miré con fingida cara de ofendida—. Además, a mí tampoco me han dejado… Es “muy peligroso”—hice comillas en el aire y él sonrió.

El expreso de Hogwarts seguía hacia el norte, sin detenerse. Y el paisaje que se veía por las ventanas se fue volviendo más agreste y oscuro mientras aumentaban las nubes.
A través de la puerta del compartimento se veía pasar gente hacia uno y otro lado. Crookshanks se había instalado en un asiento vacío, con su cara aplastada vuelta hacia Ron, y tenía los ojos amarillentos fijos en su bolsillo superior.
A la una en punto llegó la bruja regordeta que llevaba el carrito de la comida.
— ¿Crees que deberíamos despertarlo? —Preguntó Ron, incómodo, señalando al profesor Lupin con la cabeza—. Por su aspecto, creo que le vendría bien tomar algo.
Hermione se aproximó cautelosamente al profesor Lupin.
—Eeh... ¿profesor? —dijo—. Disculpe... ¿profesor?
El dormido no se inmutó.
—No te preocupes, querida —dijo la bruja, entregándole a Harry unos pasteles con forma de caldero—. Si se despierta con hambre, estaré en la parte delantera, con el maquinista— me dio unos muffins de chocolate, que te dejaban la lengua brillante si comías muchos, y se marchó.
—Está dormido, ¿verdad? —dijo Ron en voz baja, cuando la bruja cerró la puerta del compartimento—. Quiero decir que... no está muerto, claro.
—No, no: respira —susurró Hermione.
A media tarde, cuando empezó a llover y la lluvia emborronaba las colinas, se volvió a oír a alguien por el pasillo, y por la puerta aparecieron Draco y sus gorilas.
—Bueno, miren quiénes están aquí —dijo Malfoy con su habitual manera de hablar; arrastrando las palabras. Abrió la puerta del compartimento—. El loco y la rata.
Crabbe y Goyle se rieron como bobos.
— ¡Draco!— reproché.
Él abrió los ojos como platos al ver que yo también estaba ahí.
El año anterior habíamos tenido una pelea por lo que dijo sobre Hermione cuando usábamos la poción multijugos, pero luego de lo sucedido en la Cámara me preguntó porque razón estaba enojada (obviamente al usar la poción yo era otra persona, y no sabía que lo había oído), le conté que era por lo que dijo de Herms, y enseguida se disculpó, diciendo que era un tonto y que no lo volvería a hacer. No pude decirle que no. Tengo algo que hace que vea siempre lo bueno de las personas, por más malvada que pueda ser. Además, Draco me caía bien, y cuando no insultaba a mis amigos era muy agradable.
— ¡Camille!... —exclamó, y le lancé una mirada acusadora—. Agh… Lo… s-sie-e-nt-to… Potter y Weasley— murmuró, con recelo.
—Así está mejor— dije sonriendo, y me paré a darle un abrazo—. ¿Cómo te ha ido en las vacaciones?
—Eh… Bien, lo mismo de siempre, ¿Y tú?
—Ah, pase las primeras semanas de nuevo en el orfanato ¡Fue muy aburrido ahora que conozco Hogwarts! Pero el resto me aloje en El Caldero Chorreante con la señora Honey— expliqué.
— ¿Por qué te alojaste allí?
—Ah, Malfoy, estuvo conmigo— dijo Harry en un tono extraño, entre el júbilo y un poco de desafío.
— ¿Es cierto?— me preguntó, luego de lanzarle a Harry una mirada envenenada.
—Si, Eliza me llevó a ver a Harry por mi cumpleaños—afirmé, y su rostro se ensombreció.
— ¡Todo el verano!— agregó Harry, con el mismo tono de antes.
Voltee para decirle con la mirada que rayos pretendía hacer. Al verla borró aquella sonrisa radiante de la cara al instante.
— ¿Y que hicieron?— inquirió Draco, denoté algo de enojo en su voz—. ¿Pasearon por el callejón Diagon?
—Si, fue divertido, ya puedo dar ser guía de turismo— bromee, y todos rieron, salvo Harry.
—Ambos podemos ser, estuvimos todo el tiempo juntos, ¿no?— volvió a hablar el pelinegro.
—Claro, Harry— dije enojada por su actitud, ¿Qué le pasaba ahora?
— ¿Eh? ¿Enserio?
—Si, es mi mejor amigo, Draco— dije para calmar la extraña tensión.
—Ah, claro— volvió a la normalidad—. Bueno, hablando de otra cosa… Quería preguntarte… ¿Ya sabes sobre lo de Hogsmeade, no?
—Si, ¿Por qué?
—Quería… quería…—pero vio que todos lo miraban, expectantes— ¿acaso necesitan algo? ¡Entonces sigan con sus cosas!
Automáticamente, para darnos algo de privacidad, Hermione se puso a leer un libro, Ron a comer ranas de chocolate y leer sus cromos, y Harry parecía de repente muy interesado en la textura de su varita.
—No grites—pedí tranquilamente.
—Lo siento…
— ¿Qué ibas a decir?
—Um… Quería saber si… Si quisieras ir conmigo a Hogsmeade cuando salga la primera excursión— dijo rápidamente, mirando la pared a mi lado.
— ¡Me encantaría!— y sonrió abiertamente, volviendo a mirarme a mí—… Pero…—y su sonrisa se borró.
—Ah, entiendo, está bien, no te preocupes, enserio… Comprendo perfectamente…
—No, no me malinterpretes… A mi no me autorizaron a ir a Hogsmeade.
— Oh, ¿Por qué?
—Medidas de seguridad…
— ¿Contra qué?
—Bueno, son preventivas, la señora Honey es algo exagerada y… con todo eso del fugitivo suelto rondando cerca de Hogwarts…—murmuré.
—Sirius Black, si, lo sé, ¿es tú padre, no?
— ¡Claro que no!— exclamé—. Ni siquiera lo conozco… O a mis padres… Pero él no es… creo…
— ¿No pretendes averiguar si es o no?
—Por supuesto que sí.
—Buena suerte, entonces— y llamó con la cabeza a sus amigos.
— ¡Ah, Draco, aguarda!—llamé justo cuando salía por la puerta.
— ¿Eh?
— Como no puedo ir a Hogsmeade, ¿Qué te parece si hacemos un picnic o algo así?
Volvió a sonreír.
—Si, genial…
—Perfecto.
—Entonces… Nos vemos…—dijo avanzando, pero mirándome aun a mí, lo cual trajo como consecuencia que se chocara contra la pared. Solté una risita y volví al compartimiento.
Hermione me miraba con las cejas arqueadas, se encogió de hombros, y volvió a desaparecer tras su libro.
Ron, que tenía la boca llena y manchada de chocolate, tenía los ojos abiertos como platos, y me miraba a mí y a Harry, sucesivamente.
Y Harry, que me había mirado de reojo todo el tiempo, tenía el ceño fruncido, y se miraba los zapatos.
— ¿Es enserio?— preguntó cuando me senté a su lado.
— ¿Qué cosa?
—Lo de Malfoy.
—Si, creo… ¿A qué te refieres exactamente?
—A si… bueno, si de verdad quieres pasar una tarde a solas con él…— murmuró, aun sin levantar la vista.
—Um, si, ¿Por qué no? Paso con ustedes todas las tardes. Además, ni que fuéramos a casarnos o algo así. Es mi amigo, se ha arrepentido de las cosas que dijo el año anterior, y ahora quiere cambiar.
—Claro—comentó con sarcasmo.
—Ah, por favor, ¿Ahora estás celoso?
Ron se atragantó y comenzó a toser escandalosamente, Hermione nos lanzó una veloz mirada sobre su libro y Harry me miró, con los ojos abiertos exageradamente.
— ¿Qué? ¡Por supuesto que no! Claro…Claro que n-no… solamente… me preguntaba… por qué insististe…con él, y… Hogsmeade… pero… Ustedes juntos… ¡Soy tu mejor amigo! Tengo derecho a preguntar— finalizó, luego de incomprensibles balbuceos.
Solté una risa.
—Ya lo sé, a eso me refería…—dije divertida—. Ya sabes, a celos de que Draco se vuelva mi mejor amigo… ¿Entiendes?
—¿Eh?... ¡Ahh!...Oh… Um… Claro, ya sabía…
—Además, me ha dado ternura que se haya animado a pedírmelo. Imagino que para ustedes debe de ser difícil…
—No te das una idea…—susurró—. Pero, eso significa que él te gusta, ¿o no?
— ¡No! ¡Solo es mi amigo! ¿Acaso ustedes no entienden la diferencia entre gustar y amistad?
—Parece ser que no…—dijo encogiéndose de hombros.
Solté un suspiro. Sería mucho más fácil si pudieran darse cuenta cuando una esta enamorada de ellos…
Al ver que ya no hablábamos, Hermione dejo su libro, y Ron paro de comer sus ranas de chocolate, para hablar de trivialidades y quidditch (tema que a Herms no le encantaba).
La lluvia arreciaba a medida que el tren avanzaba hacia el norte; las ventanillas eran ahora de un gris brillante que se oscurecía poco a poco, hasta que encendieron las luces que había a lo largo del pasillo y en el techo de los compartimentos. El tren traqueteaba, la lluvia golpeaba contra las ventanas, el viento rugía, pero el profesor Lupin seguía durmiendo.
—Debemos de estar llegando —dijo Ron, inclinándose hacia delante para mirar a través del reflejo del profesor Lupin por la ventanilla, ahora completamente negra. Acababa de decirlo cuando el tren empezó a reducir la velocidad.
—Estupendo —dijo Ron, levantándose y yendo con cuidado hacia el otro lado del profesor Lupin, para ver algo fuera del tren—. Me muero de hambre. Tengo unas ganas de que empiece el banquete...
—No podemos haber llegado aún —dijo Hermione mirando el reloj.
—Entonces, ¿por qué nos detenemos?
El tren iba cada vez más despacio. A medida que el ruido de los pistones se amortiguaba, el viento y la lluvia sonaban con más fuerza contra los cristales.
El tren se paró con una sacudida, y distintos golpes testimoniaron que algunos baúles se habían caído de los portaequipajes. A continuación, sin previo aviso, se apagaron todas las luces y quedamos sumidos en una oscuridad total.
— ¿Qué sucede? —dijo de algún lado frente a mí la voz de Ron.
— ¡Ay! —Gritó Hermione—. ¡Me has pisado, Ron!
— ¿Habremos tenido una avería?
—No sé...
Se oyó el sonido que produce la mano frotando un cristal mojado, y vi la silueta negra y borrosa de Ron, que limpiaba el cristal y miraba fuera.
—Algo pasa ahí fuera —dijo Ron—. Creo que está subiendo gente...
—No sé… es muy raro— dije en voz alta, preocupada. ¿Y si él había detenido el tren?... No, no… ¿Cómo iba a hacerlo?... Seguramente el tren tenía seguridad… Si…
—No creo que sea nada ma…lo, Oh… A eso te refieres; tranquila, es imposible—dijo Hermione.
—Lo sé, pero aun así es preocupante…
La puerta del compartimento se abrió de repente y alguien cayó sobre Harry, a mi lado.
— ¡Perdona! ¿Tienes alguna idea de lo que pasa? ¡Ay! Lo siento...
—Hola, Neville — dijo Harry.
— ¿Harry? ¿Eres tú? ¿Qué sucede?
— ¡No tengo ni idea! Siéntate...
Se oyó un bufido y un chillido de dolor. Neville había ido a sentarse sobre Crookshanks.
—Voy a preguntarle al maquinista qué sucede.
Se oyó abrirse de nuevo la puerta, y después un golpe y dos fuertes chillidos de dolor.
— ¿Quién eres?
— ¿Quién eres?
— ¿Ginny?
— ¿Hermione?
— ¿Qué haces?
—Buscaba a Ron...
—Entra y siéntate...
—Aquí no —dijo Harry apresuradamente—. ¡Estoy yo!
— ¡Ay! ¡Ginny, aquí estoy yo! ¡No, no, ahí está…!
Se oyó un chillido.
—…sentado Neville…— finalicé tarde.
— ¡Lo siento!
— ¡Silencio! —dijo de repente una voz ronca.
Por fin se había despertado el profesor Lupin.
Nadie dijo nada.
Se oyó un chisporroteo y una luz parpadeante iluminó el compartimento. El profesor Lupin parecía tener en la mano un puñado de llamas que le iluminaban la cansada cara gris. Pero sus ojos se mostraban cautelosos.
—No se muevan —dijo con la misma voz ronca, y se puso de pie, despacio, con el puñado de llamas enfrente de él. La puerta se abrió lentamente antes de que Lupin pudiera alcanzarla.
De pie, en el umbral, iluminado por las llamas que tenía Lupin en la mano, había una figura cubierta con capa y que llegaba hasta el techo. Tenía la cara completamente oculta por una capucha.
De debajo de la tela negra, salía una mano mortecina, con pústulas y como corrompida por el agua.
Sólo estuvo a la vista una fracción de segundo. Como si el ser que se ocultaba bajo la capa hubiera notado las miradas, la mano se metió entre los pliegues de la tela negra.
Y entonces aspiró larga, lenta, ruidosamente, como si quisiera succionar algo más que aire.
Un frío intenso se extendió por encima de todos. Sentí como una desesperanza me embargaba, y a mi mente vinieron imágenes de noches en las que lloraba, triste, sola, incomprendida, en un mundo que no era el mío…
Pero un golpe seco hizo que volviera mi atención al suelo, donde Harry estaba rígido.
— ¡Harry!— exclamé, asustada.
Y en ese momento, comenzó a sacudirse, como si le estuviese dando un ataque de algo.
— ¡Harry! ¡Harry!— repetí—. ¡Profesor, haga algo!— rogué con los ojos llorosos… ¿Y si le sucedía algo?...
Ron y Hermione ya estaban a mi lado. Enseguida, el profesor Lupin avanzó hasta la criatura y gritó:
— ¡No tenemos a Sirius Black escondido bajo la capa!
Pero el dementor (ya lo había logrado reconocer), no se movió.
Entonces Lupin sacó su varita y conjuró un hechizo parecido a “Xto Pa…nus” (no preste mucha atención, estaba exasperada porque Harry seguía sacudiéndose.
De su varita salió una figura plateada, y el monstruo se fue.
El frío desapareció, y las luces volvieron.
—Harry, por favor ¡Despierta!— y le di una bofetada, desesperada porque reaccionara.
Entonces abrió los ojos, confundido. El tren ya estaba en marcha de nuevo.
— ¿Qué?—musitó.
— ¡Gracias a Dios!—dije abrazándolo.
Cuando lo solté, (a duras penas), parecía más confundido.
Lo ayudamos a levantarse y volver a sentarse en el asiento.
— ¿Te encuentras bien? —preguntó Ron, asustado.
—Sí —dijo Harry, mirando rápidamente hacia la puerta—. ¿Qué ha sucedido? ¿Dónde está ese... ese ser? ¿Quién gritaba?
—No gritaba nadie, Harry…—respondí suavemente, preocupada.
—Pero he oído gritos...
Todos se sobresaltaron al oír un chasquido. El profesor Lupin partía en trozos una tableta de chocolate.
—Toma —le dijo a Harry, entregándole un trozo especialmente grande—. Cómetelo. Te ayudará.
Harry cogió el chocolate, pero no se lo comió.
— ¿Qué era ese ser? —le preguntó a Lupin.
—Un dementor —respondió Lupin, repartiendo el chocolate entre los demás—. Era uno de los dementores de Azkaban.
Todos lo miraron. El profesor Lupin arrugó el envoltorio vacío de la tableta de chocolate y se lo guardó en el bolsillo.
—Cómanselo—insistió—. Les vendrá bien. Discúlpenme, tengo que hablar con el maquinista...
Pasó por delante de mí y desapareció por el pasillo.
— ¿Seguro que estás bien, Harry? —insistí, aun preocupada.
—No entiendo... ¿Qué ha sucedido? —preguntó Harry, secándose el sudor de la cara.
Entre los tres procedimos a explicarle. Herms estaba igual de preocupada que yo, y Ron parecía más asustado que nunca.
—Ha sido horrible —dijo Neville, en voz más alta de lo normal, cuando finalizamos el relato—. ¿Notaron el frío cuando entró?
—Yo tuve una sensación muy rara —respondió Ron, moviendo los hombros con inquietud—, como si no pudiera ya volver a sentirme contento...
—Lo s-se… Fue raro, muy… feo…— sacudí la cabeza, secando una lágrima que amenazaba con caer.
—Pero ¿no se han caído del asiento? —preguntó Harry, extrañado.
—No —respondió Ron, volviendo a mirar a Harry con preocupación—. Ginny temblaba como loca, aunque...
El profesor Lupin regresó. Se detuvo al entrar; miró alrededor y dijo con una breve sonrisa:
—No he envenenado el chocolate, ¿saben?
Comí un pedazo, y sentí como si un calor reconfortante se extendiese por todo mi cuerpo.
—Llegaremos a Hogwarts en diez minutos —dijo el profesor Lupin—. ¿Te encuentras bien, Harry?
—Sí —dijo, un poco confuso.
Apenas cruzamos palabras durante el resto del viaje, y fui abrazada al brazo de Harry todo lo que quedó del trayecto, tratando de animarlo, aunque él parecía sumamente extrañado con lo que había pasado. Finalmente se detuvo el tren en la estación de Hogsmeade, y se formó mucho barullo para salir del tren: las lechuzas ululaban, los gatos maullaban y el sapo de Neville croaba debajo de su sombrero. En el pequeño andén hacía un frío que pelaba; la lluvia era una ducha de hielo.
— ¡Por aquí los de primer curso! —gritaba una voz familiar. Nos volvimos, y vimos a Hagrid en el otro extremo del andén, indicando por señas a los nuevos estudiantes (que estaban algo asustados) que se adelantaran para iniciar el tradicional recorrido por el lago.
— ¿Están bien los tres? —gritó Hagrid, por encima de la multitud.
Lo saludamos con la mano, pero no pudimos hablarle porque la multitud nos empujaba a lo largo del andén. Seguimos al resto de los alumnos y salimos a un camino embarrado y desigual, donde aguardaban al resto de los alumnos al menos cien diligencias, todas tiradas por caballos invisibles (al menos eso supuse), porque cuando subimos a una y cerramos la portezuela, se puso en marcha ella sola, dando botes.
La diligencia olía un poco a moho y a paja. Ron y Hermione miraban a Harry todo el tiempo de reojo, como si tuvieran miedo de que perdiera de nuevo el conocimiento, y yo no andaba con rodeos, estuve todo el camino mirándolo fijamente, por las dudas.
— ¿Sucede algo?—preguntó al fin, incomodo.
—Quiero asegurarme que estas bien—respondí sin darle importancia a su incomodidad.
—Estoy perfectamente…—murmuró, fastidiado.
—No te molestes conmigo, no te he hecho nada—repuse, impasible.
—Lo siento, pero es… incomodo.
—Lo suponía.
— ¿Entonces?—arqueó las cejas, para darme a entender que “¿Para que sigues haciéndolo?”.
—Ohm, de acuerdo…— y deje de mirarlo.
Pero en vez de eso, me abracé a su torso, por debajo de los brazos.
Él quedó aun más sorprendido.
—Camille…—dijo, confundido.
—Por las dudas— respondí antes de que preguntara, apoyando mi cabeza. ((N/A: Para las que no entendieron como es el abrazo= http://officespam.chattablogs.com/archives/japanese-man-pillow.jpg -ejem,, fue lo único que encontré, jajaja, media rara, pero es para darles una idea xD ))
No dijo nada más, y luego de unos minutos, el también me abrazó.
Si por mi fuese, habría estado así todo el día… Pero no… Teníamos que bajar…
Finalmente, el carruaje se detuvo y Hermione y Ron bajaron.
Harry y yo seguíamos en la misma posición. Y pasaron unos cuantos segundos, cuando desistí, haciéndole caso a mi lado responsable.
—Debemos bajar, Harry…
— ¿Eh? Oh, claro—Me soltó de inmediato, y yo a él, aunque al bajar le tome la mano, como solía hacer cada vez que tenía miedo, aunque este no era el caso… era por otras cosas…
(Realmente no era necesario, pero había dementores montando guardia, así que al menos tenía una excusa).
— ¿Te has desmayado, Potter? ¿Es verdad lo que dice Longbottom? ¿Realmente te desmayaste?—dijo una voz, realmente alegre. Pero al vernos, su felicidad se evaporó.
Draco le dio con el codo a Hermione al pasar por su lado, y salió a nuestro paso.
— ¡Lárgate, Malfoy! —dijo Ron con las mandíbulas apretadas.
— ¿Tú también te desmayaste, Weasley? —Preguntó Draco, levantando la voz, con gran malicia en la voz—. ¿También te asustó a ti el viejo dementor; Weasley?
— ¿Hay algún problema? —preguntó una voz amable. El profesor Lupin acababa de bajarse de la diligencia que iba detrás de la de nosotros.
Draco dirigió una mirada insolente al profesor Lupin, y vio los remiendos de su ropa y su maleta desvencijada. Con cierto sarcasmo en la voz, dijo:
—Oh, no, eh... profesor...
Dirigió una última mirada de odio hacia Harry, y se marchó con sus dos gorilas detrás.
Harry ahora lucía una sonrisa.
— ¿Por qué sonríes?—cuestioné mientras avanzábamos, tomados de la mano.
—Creo que no le ha gustado mucho que estemos así—respondió contento.
Encarné una ceja.
—Harry, ¿Acaso debo darte un golpe por la idiotez que acabas de decir?
—Es cierto. Ya sabemos que… le gustas… ¿Recuerdas?—dijo con cierto… ¿Recelo? En la voz.
—Bueno, tal vez… Pero no tiene motivos para enojarse, somos mejores amigos tomados de la mano, solo eso… ¿O no?
Por alguna tonta razón, pedí con todas mis fuerzas que dijese que no, que no era solo eso…
—Supongo…—murmuró, y volviendo mi vista hacia delante, esboce una sonrisa. ¿Debía tomar eso como…algo?
Hermione pinchaba a Ron en la espalda para que se diera prisa, y los cuatro nos unimos a la multitud apiñada en la parte superior; a través de las gigantescas puertas de roble, y en el interior del vestíbulo, que estaba iluminado con antorchas y acogía una magnífica escalera de mármol que conducía a los pisos superiores.
A la derecha, abierta, estaba la puerta que daba al Gran Comedor. Seguimos la multitud, pero apenas entrabamos cuando una voz llamó:
— ¡Potter, Granger, quiero hablar con ustedes!
Harry, yo y Hermione dimos media vuelta, sorprendidos. La profesora McGonagall los llamaba por encima de las cabezas de la multitud.
—Nos vemos luego— susurré cerca de su oído para que oyese, y me fui con Ron hasta la mesa, algo confundida.
— ¿Para qué crees que los llama?— preguntó Ron, una vez sentados.
—No lo sé… A Harry seguramente por lo que pasó en el tren, y a Herms… ¿Por su complicado horario, quizá?
—Tal vez…—y volteo la cabeza para verme a la cara—. Oye, ¿Qué fue eso en la carroza? ¿Ya son novios?
— ¿Qué? ¡Noo! Solo… amigos… Pero estaba preocupada por él, y… ya sabes…— dije, tratando de sonar indiferente. Sin resultados.
—Claro—dijo sarcástico— ¿Recuerdas que a mí ya me confesaste que sí te gusta?
Me sonroje al pensar que tenía razón. El verano anterior yo le había contado a Ron (en un acto de estupidez, ahora que lo pienso, pues él es el mejor amigo de Harry) sobre mis sentimientos confusos por mi pelinegro (Si, dije –MI-… Mi… mejor amigo… (¿?)… Agh, solo mi mejor amigo…).
—Dices algo y te juro por Merlín que te lanzó un Crucio—amenacé.
Se encogió un poco, asustado, pues yo no mentía nunca con mis amenazas (bien lo sabía Ron –Con George y Fred le hemos hecho unas cuantas… Bromitas… En los últimos dos años--)
— ¡Tranquila! ¡No diré nada!—se apresuró a decir—. Aunque no entiendo como no se da cuenta… Como sea, ¿Entonces?
— ¿Entonces, qué?
— ¿Cuándo piensan dejar de abrumarnos y salir juntos de una buena vez?
—Bueno… No lo sé… ¡Digo!, es obvio que solo me ve como una amiga…
El pelirrojo se echó a reír a carcajadas, llamando la atención de los que nos rodeaban.
—Calla—murmuré, dándole un leve golpecito en el hombro, que funcionó—. ¿De qué te ríes?
—De lo que acabas de decir—respondió secándose una lágrima de la risa.
—Y dime, ¿Qué tiene eso de gracioso?
—Que es mentira.
— ¿A qué te refieres?
—Por favor, Camille; es demasiado obvio que a Harry le gustas desde primero.
Quedé estática. ¿Qué decía?... ¿Sería verdad?... Sentí un cosquilleo en el estómago.
— ¿Co-como que desde primero? ¿Cómo lo sabes? ¿¡Y por qué no me has dicho antes!?
—Bueno, no imaginé que te importara tanto…
— ¡¿Él te lo dijo?! ¡¿Lo confeso?! ¿¡Qué más dijo!?... ¡Habla ya, Weasley!
Me acerqué cada vez más, gritando, amenazadoramente, y el se encogió en el asiento, deslizándose para atrás, aterrado. Los gemelos lo vieron y comenzaron a reír.
—B-bueno, no lo confeso… Solo lo sé… De hecho, todos nos damos cuenta…
—Oh… No lo ha dicho…—dije apenada, regresando a mi lugar.
Esa sensación en el estómago se desvaneció.
—No, pero te digo que es obvio.
—Muchas cosas pueden parecer obvias sin necesidad de ser reales… Como por ejemplo cuando nos parecía obvio que el profesor Snape era el que quería robar la Piedra, y resultó ser quirell… O cuando creímos que fue Hagrid quien abrió la Cámara, cuando de hecho fue una trampa de Voldemort… ¡Basta, Ron! Es un simple nombre… Como decía, fue una trampa de él para llevar a cabo su plan…
—Bueno, eso es diferente.
— ¿En qué sentido, dime?
—Esas fueron conjeturas que armamos, pero esto es algo que todos notan… ¿Acaso no ves como te mira de embobado?
—No lo hace… creo…
— ¿O como se pone cuando estás con Draco?
—Si, pero pueden ser simples celos de amigo…
— ¿Ni cuando se pone nervioso cada vez que lo abrazas o está cerca de él?
—No lo note nunca… Pero, ¿Cómo sabes todo eso?
—Oh, Hermione me lo dijo para convencerme de que Harry si estaba enamorado de ti—comentó encogiéndose de hombros—, pero veo que contigo no funciona… Allá tú… Nunca entenderé a las mujeres…—finalizó en el momento en que Harry y Hermione se sentaban en la mesa.
Miré a Harry, que estaba sentado a mi lado, preguntándome si todo lo que acababa de decir Ron era cierto…
En ese momento se dio cuenta que lo miraba, y me sonrió.
No pude más que devolverle la sonrisa, esperanzada con lo que podría suceder este año…

Hoola!! :D Se que no subo hace tiempo (espero no se decepcionen La muchacha de Gryffindor (Harry y tú) - Página 4 3619577255 ), pero sigo de vacaciones, y pensé "si no actualizo pronto seré un fiasco", y descargué Word en la computadora de mi abuela (sshh! no se lo digan! xD) porque si no no me reconoce el formato el bloc de notas que tiene ella (en mi casa uso Word, por eso, no son compatibles), así que hoy lo descargué y hoy lo finalicé (antes ya lo tenía bastante hecho, pero faltaban algunas cosas que terminé ahora-- en mi pais son las 5 de la mañana xDD-- ) Bueno, lo hice largo como disculpa, a partir de ahora actualizare lo más seguido que pueda, (caps más cortos, pero en mayor cantidad).
Besos, no me maten, gracias por leer la nove que tanto me gusta escribir :)
P.D: Lo subo en tres partes porque me decía que era demasiado largoo! :o (Soy de lo mejor(? jajajaja)

C.J. Potter
C.J. Potter


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