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La muchacha de Gryffindor (Harry y tú)
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Página 2 de 9. • 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9
Re: La muchacha de Gryffindor (Harry y tú)
Wii!! Una lectora más! Realmente me encanta que les guste!
En una hora subo otro cap, es que ahora estoy de visita en lo de mi abuela (abu, si ves esto, te quiero.. :D
Besos chicass! :D
En una hora subo otro cap, es que ahora estoy de visita en lo de mi abuela (abu, si ves esto, te quiero.. :D
Besos chicass! :D
C.J. Potter
Re: La muchacha de Gryffindor (Harry y tú)
Realmente, perdoon! Espero que no hayan entrado y se hayan encontrado con ese comentario mío que no pude cumplir U_U
Me quedé a cenar en lo de mi abuela, y cuando volví me acorde que tenía debeerees!! (Ya no aguanto para las vacaciones de invierno :| )
Ahora subo dos capis más!
P.D.: Besos y gracias enserio por leer mi nove, y perdón por no comentar bien sus comentarios U.U, espero que por lo menos estos caps lo recompensen..
Me quedé a cenar en lo de mi abuela, y cuando volví me acorde que tenía debeerees!! (Ya no aguanto para las vacaciones de invierno :| )
Ahora subo dos capis más!
P.D.: Besos y gracias enserio por leer mi nove, y perdón por no comentar bien sus comentarios U.U, espero que por lo menos estos caps lo recompensen..
C.J. Potter
Re: La muchacha de Gryffindor (Harry y tú)
Cap. 7 "La pequeña mentira..."
—Camille, Camille, despierta...— era la voz de Ginny.
—Umm...
—Vamos, ya son las tres de la tarde, dormilona...— me levanté de un salto.
— ¡¿Realmente?!
—No, son las diez— rió—Te dejé algo de ropa, si quieres cambiarte— y se fue.
A regañadientes me dirigí al baño. Lave mi rostro, mis dientes, y peiné mi enmarañado cabello en una coleta.
Volví a la habitación, y me vestí con el top rojo, y los shorts de jean que me había dejado (ellos vestían muy Muggle, a diferencia de sus padres).
Al bajar, Harry me miró, por lo cual Ginny lo miró, provocando que Ron, George, Fred y Percy la miraran, haciendo que su madre los mirara, logrando que su esposo la mirara, lo cual dejó como consecuencia, que yo quedase tan roja como la remera...
— ¿Sucede algo?— pregunté con avergonzada.
—No—dijeron todos al unísono, regresando a sus cosas.
Luego de comer, los chicos, Ginny, y yo, fuimos al lago.
— ¡Hey!— llamó Fred.
— ¿Qué paso, Fred?
—NO, yo soy George, ¿Es qué nadie se da cuenta?
—Fred, yo sé que eres tú, y punto.
—Vaya— dijo el otro.
—Nos conoces más que nuestra madre— rieron, y salieron a correr.
Quedamos solos Harry, yo, Ron y su hermana.
Los cuatro hablábamos de la escuela, ya que este sería el primer año de Ginny.
Pero, todo se arruinó con un tímido:
— ¿Harry...me acompañas a dar una vuelta en el lago...?— de la niña.
—Eh... claro...— contestó el otro, ruborizado.
Cuando nos hubieron dejado, el pelirrojo me preguntó:
— ¿Te gusta, no es así?
— ¿Qué yo qué?— pregunté tratando de que el color de mis mejillas, y la expresión de enojo de mi rostro desaparecieran.
— ¿Te gusta?
—Oh... sí, es un hermoso día además...
—No cambies de tema Camille, Harry te gusta, ¿No es cierto?
—Uff... Hace calor aquí...
— ¿Entonces?
—Bueno... Yo... No lo sé...— me rendí.
— ¿Eso qué quiere decir?
—Que... bueno, parece que a ella le gusta él — dije mirando a Harry y Ginny, que reían— y a él parece gustarle ella...— suspiré.
—No creas... —contuvo una risa, y rodando los ojos se fue gritando: —Las chicas son tan rebuscadas— se levantó y fue a ayudarlos al pelinegro y a su hermana a atar el bote en un tronco.
Harry se acercó sonriendo, pero al verme se borró la sonrisa.
— ¿Qué te pasa Camille? pareces enojada...
— ¿Yo? ¿Qué? No, claro que no... Solo...—me levanté enojada de verdad—No entenderías...
Y me adentré en el bosque, furiosa conmigo misma... ¿Qué te sucede Camille? Cada día estas más loca....
Me senté en un tronco caído, y me abracé a mis piernas.
— ¿Quieres contarme?— susurró un voz detrás.
—No lo sé... últimamente no sé nada...— se sentó junto a mí.
—¿Por qué te enojaste conmigo?
—Bueno... es que...— lo miré— estoy confundida...
— ¿Con qué?
—No entenderías, es complicado...—suspiré.
—Intenta... ¿Qué pasó?
—Bueno...— murmuré— creo... creo que estoy enamorada...— enseguida se tensó, y sus hermosos ojos... quiero decir... sus ojos verdes se posaron en mí.
— ¿De quién?
—Yo... bueno... es... se llama... ya sabes - INVENTA, me dijo una vocecilla interna- Draco Malfoy- ¡¿QUÉ?! ¡¿MALFOY?! ¿ES LO MEJOR QUE SE TE OCURRE?
Harry pareció ido durante unos segundos.
—¿Dra-Draco?
"No", pensé —Sí...
—Pero... ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Cuándo?... no, no entiendo...
—Umm... en secreto... porque tuvimos que realizar un— pensé— trabajo de encantamientos juntos... Desde... meses después de comenzar las clases...
—¿Por qué no me dijiste nada?
—Bueno... pensé que te enfadarás...— se puso nervioso.
— ¿Yo?... ¿Enfadarme?... ¿Por... por qué debería enfadarme?... Claro que no me enfadaría... Um... ¿Por qué?
—Ya sabes ¿Se odian?— dije irónica. Se relajó.
—Ohm... claro, en ese caso sí, me enoja un poco.
—Aun así, no tiene importancia. Por ahora...— y nos fuimos con los demás.
—Camille, Camille, despierta...— era la voz de Ginny.
—Umm...
—Vamos, ya son las tres de la tarde, dormilona...— me levanté de un salto.
— ¡¿Realmente?!
—No, son las diez— rió—Te dejé algo de ropa, si quieres cambiarte— y se fue.
A regañadientes me dirigí al baño. Lave mi rostro, mis dientes, y peiné mi enmarañado cabello en una coleta.
Volví a la habitación, y me vestí con el top rojo, y los shorts de jean que me había dejado (ellos vestían muy Muggle, a diferencia de sus padres).
Al bajar, Harry me miró, por lo cual Ginny lo miró, provocando que Ron, George, Fred y Percy la miraran, haciendo que su madre los mirara, logrando que su esposo la mirara, lo cual dejó como consecuencia, que yo quedase tan roja como la remera...
— ¿Sucede algo?— pregunté con avergonzada.
—No—dijeron todos al unísono, regresando a sus cosas.
Luego de comer, los chicos, Ginny, y yo, fuimos al lago.
— ¡Hey!— llamó Fred.
— ¿Qué paso, Fred?
—NO, yo soy George, ¿Es qué nadie se da cuenta?
—Fred, yo sé que eres tú, y punto.
—Vaya— dijo el otro.
—Nos conoces más que nuestra madre— rieron, y salieron a correr.
Quedamos solos Harry, yo, Ron y su hermana.
Los cuatro hablábamos de la escuela, ya que este sería el primer año de Ginny.
Pero, todo se arruinó con un tímido:
— ¿Harry...me acompañas a dar una vuelta en el lago...?— de la niña.
—Eh... claro...— contestó el otro, ruborizado.
Cuando nos hubieron dejado, el pelirrojo me preguntó:
— ¿Te gusta, no es así?
— ¿Qué yo qué?— pregunté tratando de que el color de mis mejillas, y la expresión de enojo de mi rostro desaparecieran.
— ¿Te gusta?
—Oh... sí, es un hermoso día además...
—No cambies de tema Camille, Harry te gusta, ¿No es cierto?
—Uff... Hace calor aquí...
— ¿Entonces?
—Bueno... Yo... No lo sé...— me rendí.
— ¿Eso qué quiere decir?
—Que... bueno, parece que a ella le gusta él — dije mirando a Harry y Ginny, que reían— y a él parece gustarle ella...— suspiré.
—No creas... —contuvo una risa, y rodando los ojos se fue gritando: —Las chicas son tan rebuscadas— se levantó y fue a ayudarlos al pelinegro y a su hermana a atar el bote en un tronco.
Harry se acercó sonriendo, pero al verme se borró la sonrisa.
— ¿Qué te pasa Camille? pareces enojada...
— ¿Yo? ¿Qué? No, claro que no... Solo...—me levanté enojada de verdad—No entenderías...
Y me adentré en el bosque, furiosa conmigo misma... ¿Qué te sucede Camille? Cada día estas más loca....
Me senté en un tronco caído, y me abracé a mis piernas.
— ¿Quieres contarme?— susurró un voz detrás.
—No lo sé... últimamente no sé nada...— se sentó junto a mí.
—¿Por qué te enojaste conmigo?
—Bueno... es que...— lo miré— estoy confundida...
— ¿Con qué?
—No entenderías, es complicado...—suspiré.
—Intenta... ¿Qué pasó?
—Bueno...— murmuré— creo... creo que estoy enamorada...— enseguida se tensó, y sus hermosos ojos... quiero decir... sus ojos verdes se posaron en mí.
— ¿De quién?
—Yo... bueno... es... se llama... ya sabes - INVENTA, me dijo una vocecilla interna- Draco Malfoy- ¡¿QUÉ?! ¡¿MALFOY?! ¿ES LO MEJOR QUE SE TE OCURRE?
Harry pareció ido durante unos segundos.
—¿Dra-Draco?
"No", pensé —Sí...
—Pero... ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Cuándo?... no, no entiendo...
—Umm... en secreto... porque tuvimos que realizar un— pensé— trabajo de encantamientos juntos... Desde... meses después de comenzar las clases...
—¿Por qué no me dijiste nada?
—Bueno... pensé que te enfadarás...— se puso nervioso.
— ¿Yo?... ¿Enfadarme?... ¿Por... por qué debería enfadarme?... Claro que no me enfadaría... Um... ¿Por qué?
—Ya sabes ¿Se odian?— dije irónica. Se relajó.
—Ohm... claro, en ese caso sí, me enoja un poco.
—Aun así, no tiene importancia. Por ahora...— y nos fuimos con los demás.
C.J. Potter
Re: La muchacha de Gryffindor (Harry y tú)
El otro cap :)
Cap. 8 “Regreso a Hogwarts”
Los días en la madriguera fueron geniales. Aunque pronto se hizo el día de comprar los materiales, y tuvimos un problema con Harry y los polvos Flu, casi me da un ataque cuando llegamos y no estaba.
Nos encontramos con Hermione, y Harry nos contó del encuentro con Draco y su padre.
Recuerdo el problema cuando compramos los libros…
El negocio estaba abarrotado de mujeres. Al parecer Gilderoy Lockhart firmaba libros…
Y mientras esperábamos nuestro turno, Lockhart vio a Harry, y se tomó una foto para El profeta.
—Vean aquí, al salvador del mundo mágico—La multitud aplaudió de nuevo—. Él no sabía —continuó Lockhart, zarandeando a Harry de tal forma que las gafas le resbalaron hasta la punta de la nariz— que en breve iba a recibir de mí mucho más que mi libro El encantador. Harry y sus compañeros de colegio contarán con mi presencia. ¡Sí, señoras y caballeros, tengo el gran placer y el orgullo de anunciarles que este mes de septiembre seré el profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras en el Colegio Hogwarts de Magia!-
La multitud aplaudió y vitoreó al mago, y Harry fue obsequiado con las obras completas de Gilderoy Lockhart. Tambaleándose un poco bajo el peso de los libros, logró abrirse camino desde la mesa de Gilderoy, en que se centraba la atención del público, hasta el fondo de la tienda, donde yo y Ginny aguardábamos junto a su caldero nuevo.
—Tenlos tú —le farfulló Harry, metiendo los libros en el caldero—. Yo compraré los míos...-
— ¿A que te gusta, eh, Potter? —dijo una voz que no tuve ninguna dificultad en reconocer. Se puso derecho y se encontró cara a cara con Draco Malfoy, que exhibía su habitual aire despectivo—. El famoso Harry Potter. Ni siquiera en una librería puedes dejar de ser el protagonista.-
— ¡Déjale en paz, él no lo ha buscado! —replicó Ginny Era la primera vez que hablaba delante de Harry. Estaba fulminando a Malfoy con la mirada, al igual que yo.
— ¡Vaya, Potter, tienes novia! —dijo Malfoy arrastrando las palabras. Ginny se puso roja, y a mi me atacó un ejército de hormigas inexistentes en el corazón.
-¡Calla Malfoy!- grité furiosa.
-¡AH! Al parecer Potter juega a dos puntas- dijo con ¿Recelo?
-Eres un imbécil- repuso Harry. Mientras se acercaban Ron y Hermione con montones de libros de Lockhart en mano.
—¡Ah, eres tú! —dijo Ron, mirando a Malfoy como se mira un chicle que se le ha pegado a uno en la suela del zapato—. ¿A que te sorprende ver aquí a Harry, eh?-
—No me sorprende tanto como verte a ti en una tienda, Weasley —replicó Malfoy—. Supongo que tus padres pasarán hambre durante un mes para pagarte esos libros.-
Ron se puso tan rojo como Ginny. Dejó los libros en el caldero y se fue hacia Malfoy, pero Harry y yo lo agarramos de la chaqueta.
— ¡Ron! —Dijo el señor Weasley, abriéndose camino a duras penas con Fred y George—. ¿Qué haces? Vamos afuera, que aquí no se puede estar.
—Vaya, vaya..., ¡si es el mismísimo Arthur Weasley!-
Era el padre de Draco. El señor Malfoy había cogido a su hijo por el hombro y miraba con la misma expresión de desprecio que él.
—Lucius —dijo el señor Weasley, saludándolo fríamente.
—Mucho trabajo en el Ministerio, me han dicho —comentó el señor Malfoy—. Todas esas redadas... Supongo que al menos te pagarán las horas extras, ¿no? —Se acercó al caldero de Ginny y sacó de entre los libros nuevos de Lockhart un ejemplar muy viejo y estropeado de la Guía de transformación para principiantes—. Es evidente que no —rectificó—. Querido amigo, ¿de qué sirve deshonrar el nombre de mago si ni siquiera te pagan bien por ello?-
El señor Weasley se puso aún más rojo que Ron y Ginny.
—Tenemos una idea diferente de qué es lo que deshonra el nombre de mago, Malfoy —contestó.
—Es evidente —dijo Malfoy, mirando de reojo a los padres de Hermione, que lo miraban con aprensión—, por las compañías que frecuentas, Weasley... Creía que ya no podías caer más bajo.-
Entonces el caldero de Ginny saltó por los aires con un estruendo metálico; el señor Weasley se había lanzado sobre el señor Malfoy, y éste fue a dar de espaldas contra un estante. Docenas de pesados libros de conjuros les cayeron sobre la cabeza. Fred y George gritaban: «¡Dale, papá!», y la señora Weasley exclamaba: «¡No, Arthur, no!» La multitud retrocedió en desbandada, derribando a su vez otros estantes.
— ¡Caballeros, por favor, por favor! —gritó un empleado.
Y luego, más alto que las otras voces, se oyó:
— ¡Basta ya, caballeros, basta ya!-
Tuvo que aparecer Hagrid a separarlos, que de casualidad pasaba por allí. El señor Malfoy le devolvió el libro a Ginny, y se fue con un labio roto, y el orgullo en alto.
Fin Flash Back
Cuando quise acordar, ya estábamos en King Cross, en la pared que te llevaba al andén 9 ¾, junto a los Weasley. Solo quedábamos la señora Weasley, Ginny, Harry, Ron y yo.
—Bien— dijo la señora Weasley con Ginny al lado—, vayan después de nosotras— y caminando, se desvaneció en la pared.
— ¿Quién va primero?— pregunté.
—Podemos ir los tres juntos y ya…
—O mejor vayan ustedes y nos encontramos allí...
—De acuerdo, te esperamos del otro lado.
Entonces, cuando se largaron a cruzar, corriendo, sucedió algo muy extraño… En vez de desaparecer, se chocaron contra el muro.
— ¡¿Están bien?!— pregunté acercándome a ellos.
—Eso creo— respondió Harry.
— ¿Qué ha pasado? ¿Por qué no cruzaron?
—Lo mismo quisiera saber yo…
—Déjenme intentar…— y me lancé contra el muro, consiguiendo solamente que la jaula de Quensy, (mi lechuza negra) al suelo.
— ¡Ya es hora!— gritó Harry, mirando el reloj. Solo faltaban 2 minutos…
— ¿Qué hacemos?
—Podemos… podemos ir en el auto— sugirió Ron.
— ¿Estás loco? ¿Qué tal si nos ven?
— ¿Prefieres no ir a Hogwarts o que te vean volando? además, puede volverse invisible, ¿Recuerdan?— suspiré, rendida…
—Está bien… pero dense prisa— y corriendo subimos todo al baúl encantado del coche de los Weasley. Ron se sentó en el asiento de conductor, con Harry al lado, y yo en la parte de atrás.
— ¿Sabes conducir?— pregunté preocupada.
—Eh… Tengo la idea…— y antes de que yo pudiera decir algo, encendió el coche, y lo volvió invisible, minutos después sobrevolábamos Londres.
Entonces se oyó un ligero estallido y reaparecieron el coche, Ron, yo y Harry.
—¡Vaya! —dijo Ron, pulsando el botón del accionador de invisibilidad—. Se ha estropeado.
Los dos se pusieron a darle golpes. El coche desapareció, pero luego empezó a aparecer y desaparecer de forma intermitente.
—¡Agárrense! —gritó Ron, y apretó el acelerador. Como una bala, penetramos en las nubes algodonosas y todo se volvió neblinoso y gris.
—¿Y ahora qué? —preguntó Harry.
—Tendríamos que ver el tren para saber qué dirección seguir —dijo Ron.
—¡Vuelve a descender, rápido!— grité.
Descendimos por debajo de las nubes, y nos asomamos mirando hacia abajo con los ojos entornados.
—¡Ya lo veo! —gritó Harry—. ¡Todo recto, por allí!
El expreso de Hogwarts corría debajo, parecido a una serpiente roja.
—Derecho hacia el norte —dijo Ron, comprobando el indicador del salpicadero—. Bueno, tendremos que comprobarlo cada media hora más o menos. Agárrense. —Y volvimos a internarnos en las nubes. Un minuto después, salíamos al resplandor de la luz solar.
Aquél era un mundo diferente. Las ruedas del coche rozaban el océano de esponjosas nubes y el cielo era una extensión inacabable de color azul intenso bajo un cegador sol blanco.
—Ahora sólo tenemos que preocuparnos de los aviones —dijo Ron.
Nos miramos entre nosotros y reímos. Era como si hubiéramos entrado en un sueño maravilloso.
Comprobaban regularmente el rumbo del tren a medida que avanzaban hacia el norte, y cada vez que bajábamos por debajo de las nubes se veía un paisaje diferente.
Londres quedó atrás enseguida y fue remplazado por campos verdes que dieron paso a brezales de color púrpura, a aldeas con diminutas iglesias en miniatura y a una gran ciudad animada por coches que parecían hormigas de variados colores.
Sin embargo, después de varias horas sin sobresaltos, parte de la diversión se había esfumado.
¿Por qué motivo no habríamos podido entrar en el andén nueve y tres cuartos?
—No puede quedar muy lejos ya, ¿verdad? —dijo Ron, con la voz ronca, horas más tarde, cuando el sol se hundía en el lecho de nubes, tiñéndolas de un rosa intenso—. ¿Listos para otra comprobación del tren?
Éste continuaba debajo de ellos, abriéndose camino por una montaña coronada de nieve. Se veía mucho más oscuro bajo el dosel de nubes.
Ron apretó el acelerador y volvimos a ascender, pero al hacerlo, el motor empezó a chirriar.
Harry y Ron se intercambiaron miradas nerviosas.
—Seguramente es porque está cansado —dijo Ron—, nunca había hecho un viaje tan largo...
E hicimos como que el chirrido no se hacía más intenso al tiempo que el cielo se oscurecía.
Se hacía de noche.
—Ya queda poco —dijo Ron, dirigiéndose más al coche que a nosotros—, ya queda muy poco —repitió, dando unas palmadas en el salpicadero con aire preocupado.
Cuando, un poco más adelante, volvimos a descender por debajo de las nubes, tuvimos que aguzar la vista en busca de algo que pudieran reconocer.
—¡Allí! —Gritó Harry de forma que Ron, yo y Hedwig nos sobresaltamos—. ¡Allí delante mismo!
En lo alto del acantilado que se elevaba sobre el lago, las numerosas torres y atalayas del castillo de Hogwarts se recortaban contra el oscuro horizonte.
Pero el coche había empezado a dar sacudidas y a perder velocidad.
—¡Vamos! —Dijo Ron para animar al coche, dando una ligera sacudida al volante—. ¡Venga, que ya llegamos!
El motor chirriaba. Del capó empezaron a salir delgados chorros de vapor. Harry se agarró muy fuerte al asiento cuando nos orientamos hacia el lago, y yo lo imité.
El coche osciló de manera preocupante. Mirando por la ventanilla, vi la superficie calma, negra y cristalina del agua, un par de kilómetros por debajo de nosotros
—¡Vamos! —dijo Ron.
Sobrevolábamos el lago. El castillo estaba justo delante de nosotros. Ron apretó el pedal a fondo.
Se oyó un estruendo metálico, seguido de un chisporroteo, y el motor se paró completamente.
—¡Oh! —exclamó Ron, en medio del silencio.
El morro del coche se inclinó irremediablemente hacia abajo. Caíamos, cada vez más rápido, directos contra el sólido muro del castillo.
—¡Noooooo! —gritó Ron, girando el volante; esquivaron el muro por unos centímetros cuando el coche viró describiendo un pronunciado arco y planeó sobre los invernaderos y luego sobre la huerta y el oscuro césped, perdiendo altura sin cesar.
Ron soltó el volante y se sacó del bolsillo de atrás la varita mágica.
—¡ALTO! ¡ALTO! —gritó, dando unos golpes en el salpicadero y el parabrisas, pero todavía estábamos cayendo en picado, y el suelo se precipitaba contra ellos...
—¡CUIDADO CON EL ÁRBOL! —gritó Harry, cogiendo el volante, pero era demasiado tarde.
—¡PARTIS TEMPORUS!— grité apuntando a los muchachos con la varita.
¡¡PAF!!
Con gran estruendo, chocamos contra el grueso tronco del árbol y dimos un gran batacazo en el suelo. Del abollado capó salió más humo; Hedwig daba chillidos de terror, y Ron gemía de tristeza.
— ¡¿Estás bien?!— me preguntó Harry de inmediato.
Solo tenía un rasguño en la pierna, y un leve chichón en la cabeza.
—Si… no te preocupes…
—¡Mi varita…!— gritó Ron con pena —¡Mi mamá me va a matar!
—Tranquilo, tal vez podamos repara…— no pude continuar, ya que en ese momento, una rama golpeo el auto, haciéndonos saltar de nuestros lugares.
—¿QUÉ FUE ESO?— gritó Harry.
Me asomé a la ventana, y pude ver al Sauce Boxeador, preparándose para otro ataque.
—¡ARRANCA EL COCHE!— grité, pero cuando Ron intentó girar la llave, no hubo respuesta.
—¡Oh, vamos!— gritó, y nuevamente una rama impactó contra nosotros.
—Demonios— murmuré bajándome del auto. Harry y Ron estaban por salir a evitarlo, pero agitando mi varita, grité:
—¡WINGARDIUM LEVIOSA!— y el coche se elevó por los aires, confundiendo al árbol. Lo dejé en un lugar seguro, y me dispuse a correr.
Pero el árbol me vio, y estaba a punto de golpearme. En ese momento pensé —Es mi fin— cerré los ojos y aguardé el impacto, pero...
—¡ACCIO CAMILLE BACK!— y me sentí volar. Abrí los ojos y me encontré a punto de impactar con Draco Malfoy.
—¡AAAH!— grité, y al segundo estábamos ambos en el suelo.
—¡Camille!— escuché a Harry.
—Estoy bien...— dije mientras me levantaba.
Sacudí el polvo en mi túnica, y sin saber como, estaba detrás de unos defensivos Harry y Ron.
—Malfoy...— susurró Harry con desprecio—¿Qué has hecho?
—No seas idiota, Potter. Acabo de salvarle la vida a Camille—salí de detrás del muro que ellos formaban.
—Gra-gracias, Malfoy— y le di un rápido abrazo. Él se sonrojo al instante.
—Oh... no hay de qué...—Harry, quien parecía estar tan rojo como el cabello de Ron, preguntó:
—¿Qué hacías aquí?— desvió la mirada al instante, volviendo a su palidez habitual.
—Confórmense con agradecer...— y se fue, dejándonos confundidos.
Ron, que estaba en medio de Harry y yo, se retiró un poco en silencio.
—Supongo que ya no estas confundida...— dijo fríamente, y se encaminó al castillo.
—Harry...— pero me ignoró.
Sobra decir que la profesora McGonagall se puso furiosa, pero no nos castigo. Aunque no pudimos presenciar la Selección de los de primero, ni comer en el comedor, al llegar a la Sala Común, todos nos aplaudieron por nuestra llegada (Claro que lo de Malfoy quedo entre nosotros).
Hermione estaba enfadada por nuestra desastrosa llegada, y casi ni nos hablaba. Harry tampoco me hablaba a mí.
La verdad, eso no me gustaba para nada... Yo y Hermione estábamos solas, y Harry y Ron iban juntos, pero estábamos prácticamente separados.
Y todo empeoró, cuando en una clase de Pociones me senté con Malfoy...
Resultó caerme bien, y hablábamos de vez en cuando. Claro que a Harry no le pareció bonito para nada, y menos cuando se enteró que Draco sería buscador de Slytherine (aunque pareció haber comprado su puesto).
Con el tiempo, Hermione y los chicos se amigaron de nuevo, pero seguían sin hablarme, al menos Harry, porque Hermione y Ron si lo hacían.
Días después, llegó el momento de los castigos por lo del Sauce. Ron y yo tuvimos que limpiar los trofeos de La Sala de Trofeos, uno por uno, y eso que algunos tenían tiempo de no ser tocados. Cuando Ron vomitó babosas sobre uno, tuvimos que fregarlo durante un largo tiempo, pero eso no me enfado tanto como lo que me contó sobre Hermione y Malfoy...
Al parecer Draco le había dicho a Herms "sangre sucia" (que según me explico Ron, era como algunos magos llamaban a los mestizos o hijos de muggles), y por lo cual el trató de lanzar un hechizo, que resultó mal con su varita rota, dejándolo vomitando babosas.
—Ya hablaré con Draco...— le comenté a Ron.
—¿”Draco”? ¿Tan bien se llevan ya?—encarnó una ceja.
—Excepto por cosas como esas, es muy agradable...— excuse.
—Como digas...
—Um... ¿Ron?
—¿Si?— dijo volviendo a pasar un trapo húmedo sobre la placa que indicaba "Tom Riddle, premio por Servicios Especiales al Colegio".
—¿Hay...? ya sabes... ¿Hay algo nuevo de Harry?— sonrió durante un segundo.
—¿A qué tipo de cosas te refieres?
—Bueno, a todo...
—Si te interesa, parece que uno de los de primero está obsesionado con el...— por un momento pensé "Ginny", pero luego razoné que Ron no diría algo así de su hermana.
—¿Nada más?
—Mm... ¿No crees que ya sea hora de que se reconcilien?
—No tengo nada que perdonar, es el quien no quiere hablarme...— Ron se echó a reír a carcajadas, provocando que Filch, que estaba al otro lado del salón, se acercara a callarlo.
—Claro, tanto como yo amo tener una vieja rata de mascota en vez de una lechuza joven...— susurró cuando el otro se hubo ido.
—¿Qué dices? Él está enojado por lo de Malfoy, sabes que se odian y que yo tenga una buena relación con él hace que este molesto conmigo...— murmure, como si fuera lo más obvio del mundo. Pero el volvió a reír, esta vez más bajo.
—Cam, no creo que esa sea ESA la razón... Pero te aseguro que basta con un abrazo para que haga una estatua en tu honor...— bromeó para sí, pasando más fuerte el trapo para quitar una mancha que no salía.
—No lo sé...
—¿Por qué no vas a hablarle ahora? Está en el despacho de Lockhart, contestando las cartas de sus admiradoras— lo último lo dijo girando los ojos.
—Um... No lo sé... Además, no creo que sea posible escapar de Filch...-
—Déjamelo a mí, tú vete, y haz que Hermione y yo dejemos de tener que correr de una punta a la otra para hablar con los dos— dudé...
—De acuerdo…— suspiré— pero ayúdame a escapar...— él sonrió, y me indico un hechizo (Su varita seguía destrozada).
—Clonatus maninmovilus— ((N/A: Lo sé, no existe ese hechizo, pero bueno ¡Necesitaba agregar algo! :B -N/A2: Sacaría muy buenas notas en encantamientos… jajajja, ok, sigan leyendo :P)) murmuré y una persona igual a mi apareció, solo que no hacía ni decía nada y parecía un maniquí con articulaciones.
—Corre...— susurró, y en puntillas de pie, me escapé del lugar.
Una vez en los pasillos, corrí hasta el despacho de Lockhart.
Cuando estaba a punto de golpear la puerta, se asomó una cara aturdida, que parecía estar mentalmente en otro lugar.
Al verme se sobresaltó.
—¿Camille?— antes de que nos oyeran, lo arrastré hasta detrás de una estatua cercana.
—Harry...yo...
—Lo siento— dijimos al mismo tiempo.
—Yo...—otra vez hablamos al unísono y reímos.
—Tú primero— cedí.
—Bueno... discúlpame por haberme enojado contigo. Pero en verdad— lo interrumpí.
—Lo sé, Draco no te cae bien...— abrió los ojos de par en par, y asintió con la cabeza... ¿Dudoso?
—Oh… si, es eso… El hecho es que me comporté como un tonto... perdón...— sonreí y lo abracé fuertemente.
—No tienes nada que disculpar...
Y luego de eso, todo regresó a la normalidad... Bueno, a la normalidad de Hogwarts... Claro, que como siempre sería, teníamos otro problema.
Al parecer, el mismo día en que yo fui a por Harry, él había escuchado una especie de voz que lo llamaba... Ron y Hermione pensaron que estaba alucinando o algo, pero yo tenía la sospecha de que no era nada de eso.
Cap. 8 “Regreso a Hogwarts”
Los días en la madriguera fueron geniales. Aunque pronto se hizo el día de comprar los materiales, y tuvimos un problema con Harry y los polvos Flu, casi me da un ataque cuando llegamos y no estaba.
Nos encontramos con Hermione, y Harry nos contó del encuentro con Draco y su padre.
Recuerdo el problema cuando compramos los libros…
El negocio estaba abarrotado de mujeres. Al parecer Gilderoy Lockhart firmaba libros…
Y mientras esperábamos nuestro turno, Lockhart vio a Harry, y se tomó una foto para El profeta.
—Vean aquí, al salvador del mundo mágico—La multitud aplaudió de nuevo—. Él no sabía —continuó Lockhart, zarandeando a Harry de tal forma que las gafas le resbalaron hasta la punta de la nariz— que en breve iba a recibir de mí mucho más que mi libro El encantador. Harry y sus compañeros de colegio contarán con mi presencia. ¡Sí, señoras y caballeros, tengo el gran placer y el orgullo de anunciarles que este mes de septiembre seré el profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras en el Colegio Hogwarts de Magia!-
La multitud aplaudió y vitoreó al mago, y Harry fue obsequiado con las obras completas de Gilderoy Lockhart. Tambaleándose un poco bajo el peso de los libros, logró abrirse camino desde la mesa de Gilderoy, en que se centraba la atención del público, hasta el fondo de la tienda, donde yo y Ginny aguardábamos junto a su caldero nuevo.
—Tenlos tú —le farfulló Harry, metiendo los libros en el caldero—. Yo compraré los míos...-
— ¿A que te gusta, eh, Potter? —dijo una voz que no tuve ninguna dificultad en reconocer. Se puso derecho y se encontró cara a cara con Draco Malfoy, que exhibía su habitual aire despectivo—. El famoso Harry Potter. Ni siquiera en una librería puedes dejar de ser el protagonista.-
— ¡Déjale en paz, él no lo ha buscado! —replicó Ginny Era la primera vez que hablaba delante de Harry. Estaba fulminando a Malfoy con la mirada, al igual que yo.
— ¡Vaya, Potter, tienes novia! —dijo Malfoy arrastrando las palabras. Ginny se puso roja, y a mi me atacó un ejército de hormigas inexistentes en el corazón.
-¡Calla Malfoy!- grité furiosa.
-¡AH! Al parecer Potter juega a dos puntas- dijo con ¿Recelo?
-Eres un imbécil- repuso Harry. Mientras se acercaban Ron y Hermione con montones de libros de Lockhart en mano.
—¡Ah, eres tú! —dijo Ron, mirando a Malfoy como se mira un chicle que se le ha pegado a uno en la suela del zapato—. ¿A que te sorprende ver aquí a Harry, eh?-
—No me sorprende tanto como verte a ti en una tienda, Weasley —replicó Malfoy—. Supongo que tus padres pasarán hambre durante un mes para pagarte esos libros.-
Ron se puso tan rojo como Ginny. Dejó los libros en el caldero y se fue hacia Malfoy, pero Harry y yo lo agarramos de la chaqueta.
— ¡Ron! —Dijo el señor Weasley, abriéndose camino a duras penas con Fred y George—. ¿Qué haces? Vamos afuera, que aquí no se puede estar.
—Vaya, vaya..., ¡si es el mismísimo Arthur Weasley!-
Era el padre de Draco. El señor Malfoy había cogido a su hijo por el hombro y miraba con la misma expresión de desprecio que él.
—Lucius —dijo el señor Weasley, saludándolo fríamente.
—Mucho trabajo en el Ministerio, me han dicho —comentó el señor Malfoy—. Todas esas redadas... Supongo que al menos te pagarán las horas extras, ¿no? —Se acercó al caldero de Ginny y sacó de entre los libros nuevos de Lockhart un ejemplar muy viejo y estropeado de la Guía de transformación para principiantes—. Es evidente que no —rectificó—. Querido amigo, ¿de qué sirve deshonrar el nombre de mago si ni siquiera te pagan bien por ello?-
El señor Weasley se puso aún más rojo que Ron y Ginny.
—Tenemos una idea diferente de qué es lo que deshonra el nombre de mago, Malfoy —contestó.
—Es evidente —dijo Malfoy, mirando de reojo a los padres de Hermione, que lo miraban con aprensión—, por las compañías que frecuentas, Weasley... Creía que ya no podías caer más bajo.-
Entonces el caldero de Ginny saltó por los aires con un estruendo metálico; el señor Weasley se había lanzado sobre el señor Malfoy, y éste fue a dar de espaldas contra un estante. Docenas de pesados libros de conjuros les cayeron sobre la cabeza. Fred y George gritaban: «¡Dale, papá!», y la señora Weasley exclamaba: «¡No, Arthur, no!» La multitud retrocedió en desbandada, derribando a su vez otros estantes.
— ¡Caballeros, por favor, por favor! —gritó un empleado.
Y luego, más alto que las otras voces, se oyó:
— ¡Basta ya, caballeros, basta ya!-
Tuvo que aparecer Hagrid a separarlos, que de casualidad pasaba por allí. El señor Malfoy le devolvió el libro a Ginny, y se fue con un labio roto, y el orgullo en alto.
Fin Flash Back
Cuando quise acordar, ya estábamos en King Cross, en la pared que te llevaba al andén 9 ¾, junto a los Weasley. Solo quedábamos la señora Weasley, Ginny, Harry, Ron y yo.
—Bien— dijo la señora Weasley con Ginny al lado—, vayan después de nosotras— y caminando, se desvaneció en la pared.
— ¿Quién va primero?— pregunté.
—Podemos ir los tres juntos y ya…
—O mejor vayan ustedes y nos encontramos allí...
—De acuerdo, te esperamos del otro lado.
Entonces, cuando se largaron a cruzar, corriendo, sucedió algo muy extraño… En vez de desaparecer, se chocaron contra el muro.
— ¡¿Están bien?!— pregunté acercándome a ellos.
—Eso creo— respondió Harry.
— ¿Qué ha pasado? ¿Por qué no cruzaron?
—Lo mismo quisiera saber yo…
—Déjenme intentar…— y me lancé contra el muro, consiguiendo solamente que la jaula de Quensy, (mi lechuza negra) al suelo.
— ¡Ya es hora!— gritó Harry, mirando el reloj. Solo faltaban 2 minutos…
— ¿Qué hacemos?
—Podemos… podemos ir en el auto— sugirió Ron.
— ¿Estás loco? ¿Qué tal si nos ven?
— ¿Prefieres no ir a Hogwarts o que te vean volando? además, puede volverse invisible, ¿Recuerdan?— suspiré, rendida…
—Está bien… pero dense prisa— y corriendo subimos todo al baúl encantado del coche de los Weasley. Ron se sentó en el asiento de conductor, con Harry al lado, y yo en la parte de atrás.
— ¿Sabes conducir?— pregunté preocupada.
—Eh… Tengo la idea…— y antes de que yo pudiera decir algo, encendió el coche, y lo volvió invisible, minutos después sobrevolábamos Londres.
Entonces se oyó un ligero estallido y reaparecieron el coche, Ron, yo y Harry.
—¡Vaya! —dijo Ron, pulsando el botón del accionador de invisibilidad—. Se ha estropeado.
Los dos se pusieron a darle golpes. El coche desapareció, pero luego empezó a aparecer y desaparecer de forma intermitente.
—¡Agárrense! —gritó Ron, y apretó el acelerador. Como una bala, penetramos en las nubes algodonosas y todo se volvió neblinoso y gris.
—¿Y ahora qué? —preguntó Harry.
—Tendríamos que ver el tren para saber qué dirección seguir —dijo Ron.
—¡Vuelve a descender, rápido!— grité.
Descendimos por debajo de las nubes, y nos asomamos mirando hacia abajo con los ojos entornados.
—¡Ya lo veo! —gritó Harry—. ¡Todo recto, por allí!
El expreso de Hogwarts corría debajo, parecido a una serpiente roja.
—Derecho hacia el norte —dijo Ron, comprobando el indicador del salpicadero—. Bueno, tendremos que comprobarlo cada media hora más o menos. Agárrense. —Y volvimos a internarnos en las nubes. Un minuto después, salíamos al resplandor de la luz solar.
Aquél era un mundo diferente. Las ruedas del coche rozaban el océano de esponjosas nubes y el cielo era una extensión inacabable de color azul intenso bajo un cegador sol blanco.
—Ahora sólo tenemos que preocuparnos de los aviones —dijo Ron.
Nos miramos entre nosotros y reímos. Era como si hubiéramos entrado en un sueño maravilloso.
Comprobaban regularmente el rumbo del tren a medida que avanzaban hacia el norte, y cada vez que bajábamos por debajo de las nubes se veía un paisaje diferente.
Londres quedó atrás enseguida y fue remplazado por campos verdes que dieron paso a brezales de color púrpura, a aldeas con diminutas iglesias en miniatura y a una gran ciudad animada por coches que parecían hormigas de variados colores.
Sin embargo, después de varias horas sin sobresaltos, parte de la diversión se había esfumado.
¿Por qué motivo no habríamos podido entrar en el andén nueve y tres cuartos?
—No puede quedar muy lejos ya, ¿verdad? —dijo Ron, con la voz ronca, horas más tarde, cuando el sol se hundía en el lecho de nubes, tiñéndolas de un rosa intenso—. ¿Listos para otra comprobación del tren?
Éste continuaba debajo de ellos, abriéndose camino por una montaña coronada de nieve. Se veía mucho más oscuro bajo el dosel de nubes.
Ron apretó el acelerador y volvimos a ascender, pero al hacerlo, el motor empezó a chirriar.
Harry y Ron se intercambiaron miradas nerviosas.
—Seguramente es porque está cansado —dijo Ron—, nunca había hecho un viaje tan largo...
E hicimos como que el chirrido no se hacía más intenso al tiempo que el cielo se oscurecía.
Se hacía de noche.
—Ya queda poco —dijo Ron, dirigiéndose más al coche que a nosotros—, ya queda muy poco —repitió, dando unas palmadas en el salpicadero con aire preocupado.
Cuando, un poco más adelante, volvimos a descender por debajo de las nubes, tuvimos que aguzar la vista en busca de algo que pudieran reconocer.
—¡Allí! —Gritó Harry de forma que Ron, yo y Hedwig nos sobresaltamos—. ¡Allí delante mismo!
En lo alto del acantilado que se elevaba sobre el lago, las numerosas torres y atalayas del castillo de Hogwarts se recortaban contra el oscuro horizonte.
Pero el coche había empezado a dar sacudidas y a perder velocidad.
—¡Vamos! —Dijo Ron para animar al coche, dando una ligera sacudida al volante—. ¡Venga, que ya llegamos!
El motor chirriaba. Del capó empezaron a salir delgados chorros de vapor. Harry se agarró muy fuerte al asiento cuando nos orientamos hacia el lago, y yo lo imité.
El coche osciló de manera preocupante. Mirando por la ventanilla, vi la superficie calma, negra y cristalina del agua, un par de kilómetros por debajo de nosotros
—¡Vamos! —dijo Ron.
Sobrevolábamos el lago. El castillo estaba justo delante de nosotros. Ron apretó el pedal a fondo.
Se oyó un estruendo metálico, seguido de un chisporroteo, y el motor se paró completamente.
—¡Oh! —exclamó Ron, en medio del silencio.
El morro del coche se inclinó irremediablemente hacia abajo. Caíamos, cada vez más rápido, directos contra el sólido muro del castillo.
—¡Noooooo! —gritó Ron, girando el volante; esquivaron el muro por unos centímetros cuando el coche viró describiendo un pronunciado arco y planeó sobre los invernaderos y luego sobre la huerta y el oscuro césped, perdiendo altura sin cesar.
Ron soltó el volante y se sacó del bolsillo de atrás la varita mágica.
—¡ALTO! ¡ALTO! —gritó, dando unos golpes en el salpicadero y el parabrisas, pero todavía estábamos cayendo en picado, y el suelo se precipitaba contra ellos...
—¡CUIDADO CON EL ÁRBOL! —gritó Harry, cogiendo el volante, pero era demasiado tarde.
—¡PARTIS TEMPORUS!— grité apuntando a los muchachos con la varita.
¡¡PAF!!
Con gran estruendo, chocamos contra el grueso tronco del árbol y dimos un gran batacazo en el suelo. Del abollado capó salió más humo; Hedwig daba chillidos de terror, y Ron gemía de tristeza.
— ¡¿Estás bien?!— me preguntó Harry de inmediato.
Solo tenía un rasguño en la pierna, y un leve chichón en la cabeza.
—Si… no te preocupes…
—¡Mi varita…!— gritó Ron con pena —¡Mi mamá me va a matar!
—Tranquilo, tal vez podamos repara…— no pude continuar, ya que en ese momento, una rama golpeo el auto, haciéndonos saltar de nuestros lugares.
—¿QUÉ FUE ESO?— gritó Harry.
Me asomé a la ventana, y pude ver al Sauce Boxeador, preparándose para otro ataque.
—¡ARRANCA EL COCHE!— grité, pero cuando Ron intentó girar la llave, no hubo respuesta.
—¡Oh, vamos!— gritó, y nuevamente una rama impactó contra nosotros.
—Demonios— murmuré bajándome del auto. Harry y Ron estaban por salir a evitarlo, pero agitando mi varita, grité:
—¡WINGARDIUM LEVIOSA!— y el coche se elevó por los aires, confundiendo al árbol. Lo dejé en un lugar seguro, y me dispuse a correr.
Pero el árbol me vio, y estaba a punto de golpearme. En ese momento pensé —Es mi fin— cerré los ojos y aguardé el impacto, pero...
—¡ACCIO CAMILLE BACK!— y me sentí volar. Abrí los ojos y me encontré a punto de impactar con Draco Malfoy.
—¡AAAH!— grité, y al segundo estábamos ambos en el suelo.
—¡Camille!— escuché a Harry.
—Estoy bien...— dije mientras me levantaba.
Sacudí el polvo en mi túnica, y sin saber como, estaba detrás de unos defensivos Harry y Ron.
—Malfoy...— susurró Harry con desprecio—¿Qué has hecho?
—No seas idiota, Potter. Acabo de salvarle la vida a Camille—salí de detrás del muro que ellos formaban.
—Gra-gracias, Malfoy— y le di un rápido abrazo. Él se sonrojo al instante.
—Oh... no hay de qué...—Harry, quien parecía estar tan rojo como el cabello de Ron, preguntó:
—¿Qué hacías aquí?— desvió la mirada al instante, volviendo a su palidez habitual.
—Confórmense con agradecer...— y se fue, dejándonos confundidos.
Ron, que estaba en medio de Harry y yo, se retiró un poco en silencio.
—Supongo que ya no estas confundida...— dijo fríamente, y se encaminó al castillo.
—Harry...— pero me ignoró.
Sobra decir que la profesora McGonagall se puso furiosa, pero no nos castigo. Aunque no pudimos presenciar la Selección de los de primero, ni comer en el comedor, al llegar a la Sala Común, todos nos aplaudieron por nuestra llegada (Claro que lo de Malfoy quedo entre nosotros).
Hermione estaba enfadada por nuestra desastrosa llegada, y casi ni nos hablaba. Harry tampoco me hablaba a mí.
La verdad, eso no me gustaba para nada... Yo y Hermione estábamos solas, y Harry y Ron iban juntos, pero estábamos prácticamente separados.
Y todo empeoró, cuando en una clase de Pociones me senté con Malfoy...
Resultó caerme bien, y hablábamos de vez en cuando. Claro que a Harry no le pareció bonito para nada, y menos cuando se enteró que Draco sería buscador de Slytherine (aunque pareció haber comprado su puesto).
Con el tiempo, Hermione y los chicos se amigaron de nuevo, pero seguían sin hablarme, al menos Harry, porque Hermione y Ron si lo hacían.
Días después, llegó el momento de los castigos por lo del Sauce. Ron y yo tuvimos que limpiar los trofeos de La Sala de Trofeos, uno por uno, y eso que algunos tenían tiempo de no ser tocados. Cuando Ron vomitó babosas sobre uno, tuvimos que fregarlo durante un largo tiempo, pero eso no me enfado tanto como lo que me contó sobre Hermione y Malfoy...
Al parecer Draco le había dicho a Herms "sangre sucia" (que según me explico Ron, era como algunos magos llamaban a los mestizos o hijos de muggles), y por lo cual el trató de lanzar un hechizo, que resultó mal con su varita rota, dejándolo vomitando babosas.
—Ya hablaré con Draco...— le comenté a Ron.
—¿”Draco”? ¿Tan bien se llevan ya?—encarnó una ceja.
—Excepto por cosas como esas, es muy agradable...— excuse.
—Como digas...
—Um... ¿Ron?
—¿Si?— dijo volviendo a pasar un trapo húmedo sobre la placa que indicaba "Tom Riddle, premio por Servicios Especiales al Colegio".
—¿Hay...? ya sabes... ¿Hay algo nuevo de Harry?— sonrió durante un segundo.
—¿A qué tipo de cosas te refieres?
—Bueno, a todo...
—Si te interesa, parece que uno de los de primero está obsesionado con el...— por un momento pensé "Ginny", pero luego razoné que Ron no diría algo así de su hermana.
—¿Nada más?
—Mm... ¿No crees que ya sea hora de que se reconcilien?
—No tengo nada que perdonar, es el quien no quiere hablarme...— Ron se echó a reír a carcajadas, provocando que Filch, que estaba al otro lado del salón, se acercara a callarlo.
—Claro, tanto como yo amo tener una vieja rata de mascota en vez de una lechuza joven...— susurró cuando el otro se hubo ido.
—¿Qué dices? Él está enojado por lo de Malfoy, sabes que se odian y que yo tenga una buena relación con él hace que este molesto conmigo...— murmure, como si fuera lo más obvio del mundo. Pero el volvió a reír, esta vez más bajo.
—Cam, no creo que esa sea ESA la razón... Pero te aseguro que basta con un abrazo para que haga una estatua en tu honor...— bromeó para sí, pasando más fuerte el trapo para quitar una mancha que no salía.
—No lo sé...
—¿Por qué no vas a hablarle ahora? Está en el despacho de Lockhart, contestando las cartas de sus admiradoras— lo último lo dijo girando los ojos.
—Um... No lo sé... Además, no creo que sea posible escapar de Filch...-
—Déjamelo a mí, tú vete, y haz que Hermione y yo dejemos de tener que correr de una punta a la otra para hablar con los dos— dudé...
—De acuerdo…— suspiré— pero ayúdame a escapar...— él sonrió, y me indico un hechizo (Su varita seguía destrozada).
—Clonatus maninmovilus— ((N/A: Lo sé, no existe ese hechizo, pero bueno ¡Necesitaba agregar algo! :B -N/A2: Sacaría muy buenas notas en encantamientos… jajajja, ok, sigan leyendo :P)) murmuré y una persona igual a mi apareció, solo que no hacía ni decía nada y parecía un maniquí con articulaciones.
—Corre...— susurró, y en puntillas de pie, me escapé del lugar.
Una vez en los pasillos, corrí hasta el despacho de Lockhart.
Cuando estaba a punto de golpear la puerta, se asomó una cara aturdida, que parecía estar mentalmente en otro lugar.
Al verme se sobresaltó.
—¿Camille?— antes de que nos oyeran, lo arrastré hasta detrás de una estatua cercana.
—Harry...yo...
—Lo siento— dijimos al mismo tiempo.
—Yo...—otra vez hablamos al unísono y reímos.
—Tú primero— cedí.
—Bueno... discúlpame por haberme enojado contigo. Pero en verdad— lo interrumpí.
—Lo sé, Draco no te cae bien...— abrió los ojos de par en par, y asintió con la cabeza... ¿Dudoso?
—Oh… si, es eso… El hecho es que me comporté como un tonto... perdón...— sonreí y lo abracé fuertemente.
—No tienes nada que disculpar...
Y luego de eso, todo regresó a la normalidad... Bueno, a la normalidad de Hogwarts... Claro, que como siempre sería, teníamos otro problema.
Al parecer, el mismo día en que yo fui a por Harry, él había escuchado una especie de voz que lo llamaba... Ron y Hermione pensaron que estaba alucinando o algo, pero yo tenía la sospecha de que no era nada de eso.
C.J. Potter
Re: La muchacha de Gryffindor (Harry y tú)
Hola! Ya me tienes picada con esta novela, es genial ;) espero que pronto subas mas capitulos. Ya tienes una nueva y fiel lectora.
Invitado
Invitado
Re: La muchacha de Gryffindor (Harry y tú)
Gracias Ale!! De verdad me entusiasma que comenten, así que de verdad me alegro de que te haya gustado mi fic! Y no te preocupes porque tengo muuuchos capítulos ya! :DAle escribió:Hola! Ya me tienes picada con esta novela, es genial ;) espero que pronto subas mas capitulos. Ya tienes una nueva y fiel lectora.
Besos y YA subo un capitulo!
C.J. Potter
Re: La muchacha de Gryffindor (Harry y tú)
Cap. 9 "El cumpleaños de muerte"
En octubre, Nick Casi Decapitado nos invitó a su “Cumpleaños de Muerte”. ¿Por qué festejaba su muerte? No lo sé, ni pretendo saberlo.
Cuando cruzamos el Gran Comedor para ir a las mazmorras, por poco y perdemos a Ron cuando éste vio el banquete que había sobre las mesas.
Aun así lo arrastramos obligado hasta la “fiesta” (si es que así se podía llamar). Era lo más lúgubre que había visto en mi vida, estaba plagado de fantasmas por aquí y por allá, y la única comida estaba echada a perder…
— ¿Damos una vuelta? —propuso Harry, con la intención de calentarse los pies ya que el ambiente te calaba los huesos.
—Cuidado no vayas a atravesar a nadie —advirtió Ron, algo nervioso, mientras bordeábamos la sala de baile. Pasaron por delante de un grupo de monjas fúnebres, de una figura harapienta que arrastraba cadenas y del Fraile Gordo, un alegre fantasma de Hufflepuff que hablaba con un caballero que tenía clavada una flecha en la frente. Los demás fantasmas evitaban al Barón Sanguinario, un fantasma de Slytherin, adusto, de mirada impertinente y que exhibía manchas de sangre plateadas. (Quien sabe de quién serán…)
—Oh, no —dijo Hermione, parándose de repente—. Volvamos, volvamos, no quiero hablar con Myrtle la Llorona.
--Ah, ¿Dónde está ella? Mejor corremos…- comenté.
—¿Con quién? —preguntó Harry, retrocediendo rápidamente.
—Ronda siempre los lavabos de chicas del segundo piso —dijo la castaña.
—¿Los lavabos?
—Sí. No los hemos podido utilizar en todo el curso porque siempre le dan tales llantinas que lo deja todo inundado. De todas maneras, nunca entro en ellos si puedo evitarlo, es horroroso ir al servicio mientras la oyes llorar.- expliqué yo.
Estábamos junto a la mesa de comida putrefacta, cuando uno de los fantasmas atravesó un pastel con la boca. Ron se puso verde.
—Vámonos, me dan náuseas —dijo el pelirrojo.
Pero apenas nos habíamos dado la vuelta cuando un hombrecito surgió de repente de debajo de la mesa y se detuvo frente a nosotros, suspendido en el aire.
—Hola, Peeves —dijo Harry, con precaución.
A diferencia de los fantasmas que había alrededor, Peeves el poltergeist no era ni gris ni transparente. Llevaba sombrero de fiesta de color naranja brillante, pajarita giratoria y exhibía una gran sonrisa en su cara ancha y malvada.
—¿Quieren? —invitó amablemente, ofreciéndoles un cuenco de maníes recubiertos de moho.
—No, gracias
—Los he oído hablar de la pobre Myrtle —dijo Peeves, moviendo los ojos—. No han sido muy amables con la pobre Myrtle. —Tomó aliento y gritó—: ¡EH! ¡MYRTLE!
—No, Peeves, no le digas lo que he dicho, le afectará mucho —susurró Hermione, desesperada—. No quise decir eso, no me importa que ella... Eh, hola, Myrtle.
Hasta nosotros se había deslizado el fantasma de una chica rechoncha. Tenía la cara más triste que hubiera visto nunca, medio oculta por un pelo lacio y basto y unas gruesas gafas.
—¿Qué? —preguntó enfurruñada.
— ¿Cómo estás, Myrtle? —dije, fingiendo un tono animado—. Me alegro de verte fuera de los lavabos.
Myrtle sollozó.
—Ahora mismo las señoritas Granger y Black estaban hablando de ti —dijo Peeves a Myrtle al oído, maliciosamente.
—Sólo comentábamos..., comentábamos... lo guapa que estás esta noche —dijo Hermione, mirando a Peeves.
Myrtle dirigió a Hermione una mirada recelosa.
—Te estás burlando de mí —dijo, y unas lágrimas plateadas asomaron inmediatamente a sus ojos pequeños, detrás de las gafas.
—No, es en serio... ¿Verdad que estaba comentando lo guapa que está Myrtle esta noche? —dije, dándoles fuertemente a Harry y Ron con los codos en las costillas.
—Sí, sí.
—Claro.
—No me mientas —dijo Myrtle entre sollozos, con las lágrimas cayéndole por la cara, mientras Peeves, que estaba encima de su hombro, se reía entre dientes—. ¿Creen que no sé cómo me llama la gente a mis espaldas? ¡Myrtle la gorda! ¡Myrtle la fea! ¡Myrtle la desgraciada, la llorona, la triste!
—Se te ha olvidado «la granos» —dijo Peeves al oído.
Myrtle la Llorona estalló en sollozos angustiados y salió de la mazmorra corriendo.
Peeves corrió detrás de ella, tirándole maníes mohosos y gritándole: « ¡La granos! ¡La granos!»
—¡Dios mío! —dijo Hermione con tristeza.
Nick Casi Decapitado iba hacia ellos entre la multitud.
—¿Se lo están pasando bien?
—¡Sí! —mentimos.
—Ha venido bastante gente —dijo con orgullo Nick Casi Decapitado—. Mi Desconsolada Viuda ha venido de Kent. Bueno, ya es casi la hora de mi discurso, así que voy a avisar a la orquesta.
La orquesta, sin embargo, dejó de tocar en aquel mismo instante. Se había oído un cuerno de caza y todos los que estaban en la mazmorra quedaron en silencio, a la expectativa.
—Ya estamos —dijo Nick Casi Decapitado con cierta amargura.
A través de uno de los muros de la mazmorra penetraron una docena de caballos fantasma, montados por sendos jinetes sin cabeza. Los asistentes aplaudieron con fuerza; nosotros también empezamos a aplaudir, pero nos detuvimos al ver la cara fúnebre de Nick.
Los caballos galoparon hasta el centro de la sala de baile y se detuvieron encabritándose; un fantasma grande que iba delante, y que llevaba bajo el brazo su cabeza barbada y soplaba el cuerno, descabalgó de un brinco, levantó la cabeza en el aire para poder mirar por encima de la multitud, con lo que todos se rieron, y se acercó con paso decidido a Nick Casi Decapitado, ajustándose la cabeza en el cuello.
—¡Nick! —dijo con voz ronca—, ¿cómo estás? ¿Todavía te cuelga la cabeza?
Rompió en una sonora carcajada y dio a Nick Casi Decapitado unas palmadas en el hombro.
—Bienvenido, Patrick —dijo Nick con frialdad.
—¡Vivos! —dijo sir Patrick, al vernos. Dio un salto tremendo pero fingido de sorpresa y la cabeza volvió a caérsele.
La gente se rio otra vez.
—Muy divertido —dijo Nick Casi Decapitado con voz apagada.
—¡No se preocupen por Nick! —Gritó desde el suelo la cabeza de sir Patrick—. ¡Aunque se enfade, no le dejaremos entrar en el club! Pero quiero decir..., miren el amigo...
—Creo —dijo Harry a toda prisa, en respuesta a una mirada elocuente de Nick— que Nick es terrorífico y esto..., mmm...
—¡Ja! —Gritó la cabeza de sir Patrick—, apuesto a que Nick te pidió que dijeras eso.
—¡Si me conceden su atención, ha llegado el momento de mi discurso! —dijo en voz alta Nick Casi Decapitado, caminando hacia el estrado con paso decidido y colocándose bajo un foco de luz de un azul glacial.
—No aguanto más —dijo Ron, con los dientes castañeteando, cuando la orquesta volvió a tocar y los fantasmas volvieron al baile.
—Vámonos —dijo Harry.
Fuimos hacia la puerta, sonriendo e inclinando la cabeza a todo el que nos miraba, y un minuto más tarde subíamos a toda prisa por el pasadizo lleno de velas negras.
—Quizás aún quede pudín —dijo Ron con esperanza, abriendo el camino hacia la escalera del vestíbulo.
Y entonces Harry trastabilló al detenerse, y tuvo que sujetarse al muro de piedra. Al tiempo que miraba con los ojos entornados a ambos lados del pasadizo pobremente iluminado.
—Harry, ¿qué...? — empecé, pero me detuvo.
—Es de nuevo esa voz... Callen un momento... — agudicé el oído, y para mi gran sorpresa oí un susurro, casi inaudible y algo confuso.
—... deseado... durante tanto tiempo...
—¡Escuchen! —dijo Harry, y Ron y Hermione se quedaron inmóviles, mirándole, pero yo seguía tratando de oír.
—... matar... Es la hora de matar...
La voz se fue apagando.
—¡Por aquí! —gritó, y se puso a correr escaleras arriba hasta el vestíbulo. Allí era imposible oír nada, debido al ruido de la fiesta de Halloween que tenía lugar en el Gran Comedor. Harry apretó el paso para alcanzar rápidamente el primer piso con nosotros detrás.
—Harry, ¿qué estamos...?
—¡Chssst!
Agucé el oído otra vez. En la distancia, proveniente del piso superior, y cada vez más débil, oí de nuevo la voz:... huelo sangre... ¡HUELO SANGRE!
Me temblaron las rodillas.
—¡Va a matar a alguien! —gritó, y sin hacer caso de las caras desconcertadas de
Ron y Hermione, ambos salimos corriendo al piso superior.
Harry recorrió a toda velocidad el segundo piso, conmigo pisándole los talones, y Ron y Hermione nos seguían jadeando.
No paramos hasta que doblaron la esquina del último corredor, también desierto.
—Harry, ¿qué pasaba? —le preguntó Ron, secándose el sudor de la cara. — Yo no oí nada...
Pero solté un pequeño gritito juntó a Hermione, y señalé:
—¡Miren allí!
Delante, algo brillaba en el muro. Nos aproximaron, despacio, intentando ver en la oscuridad con los ojos entornados. En el espacio entre dos ventanas, brillando a la luz que arrojaban las antorchas, había en el muro unas palabras pintadas de más de un palmo de altura.
“LA CAMARA DE LOS SECRETOS HA SIDO ABIERTA.
TEMAN, ENEMIGOS DEL HEREDERO.”
—¿Qué es lo que cuelga ahí debajo? —preguntó Ron, con un leve temblor en la voz.
Al acercarse más, Harry casi resbala por un gran charco de agua que había en el suelo, lo sostuve y lo seguí, con los el pelirrojo y la castaña flanqueando nuestras espaldas.
Los cuatro comprendimos a la vez lo que era, y dimos un brinco hacia atrás.
La Señora Norris, la gata del conserje, estaba colgada por la cola en una argolla de las que se usaban para sujetar antorchas. Estaba rígida como una tabla, con los ojos abiertos y fijos.
Durante unos segundos, no nos movimos. Luego dijo Ron:
—Vámonos de aquí.
—No deberíamos intentar... —comenzó a decir Harry, sin encontrar las palabras.
—Háganme caso —dijo Ron—; mejor que no nos encuentren aquí.
Pero era demasiado tarde. Un ruido, como un trueno distante, indicó que la fiesta acababa de terminar. De cada extremo del corredor en que se encontraban, llegaba el sonido de cientos de pies que subían las escaleras y la charla sonora y alegre de gente que había comido bien. Un momento después, los estudiantes irrumpían en el corredor por ambos lados.
La charla, el bullicio y el ruido se apagaron de repente cuando vieron la gata colgada. Harry, yo, Ron y Hermione estábamos solos, en medio del corredor, cuando se hizo el silencio entre la masa de estudiantes, que presionaban hacia delante para ver el truculento espectáculo.
Luego, alguien gritó en medio del silencio:
— ¡Teman, enemigos del heredero! ¡Los próximos serán los sangre sucia!
Era Draco, que había avanzado hasta la primera fila. Tenía una expresión alegre en los ojos, y la cara, habitualmente pálida, se le enrojeció al sonreír ante el espectáculo de la gata que colgaba inmóvil. Voltee a verlo, fulminándolo con la mirada, por lo cual borrando la sonrisa se disculpó con la mirada.
Con ese suceso se armó un gran revuelo. Por suerte la gata no estaba muerta, sino que la habían petrificado, y tras un breve interrogatorio nos soltaron sin cargos en nuestra contra.
Ginny se veía afectada con el destino del pobre animal, al igual que Filch, quien se pasaba el día haciendo guardia en “el lugar del crimen” aguardando a que el culpable regrese.
Unos días después, Harry y yo tuvimos que limpiar los gusanos de los pupitres luego de pociones (A pedido del fastidioso de Snape). Luego comimos aprisa y fuimos a buscar a los otros a la biblioteca.
-No entiendo porque Snape nos odia tanto…- comenté en el camino.
-Lo sé, parece que nos odiara… más de lo que ya odia a las personas- bromeó.
Ron estaba realizando un trabajo de Historia de la Magia, ya que lo había olvidado, y el profesor Binns le había pedido un pergamino de un metro sobre “La Asamblea Medieval de Magos de Europa”.
—Apenas y he llegado a los 20 centímetros…
—Deberías de haberte preocupado antes
—Oh, calla, tú y Hermione me volverán loco— se quejó. Rodé los ojos y fui a sentarme junto a mi amiga. Últimamente nos la pasábamos internadas en la biblioteca, buscando información sobre la Cámara de los Secretos, sin resultados.
— ¿Algo nuevo?
—Sí, pero se los diré a todos juntos— llamó a los muchachos, y nos comentó:
—No queda ni uno de los ejemplares que había en el colegio; se han llevado la Historia de Hogwarts —dijo, sentándose junto a Harry y Ron—. Y hay una lista de espera de dos semanas. Lamento haberme dejado en casa mi ejemplar, pero con todos los libros de Lockhart, no me cabía en el baúl.
— ¿Para qué lo quieres? —le preguntó Harry.
—Para lo mismo que el resto de la gente —contesté—: para leer la leyenda de la Cámara de los Secretos.
— ¿Qué es eso? —preguntó Harry al instante.
—Eso quisiéramos saber. Pero no lo recuerdo —contestó Hermione, mordiéndose el labio—. Y no consigo encontrar la historia en ningún otro lado.
—Hermione, déjame leer tu trabajo —le pidió Ron desesperado, mirando el reloj.
—No, no quiero —dijo Hermione, repentinamente severa—. Has tenido diez días para acabarlo.
—Sólo me faltan seis centímetros… ¿De qué me sirve tener dos amigas sabelotodo si ninguna me deja copiarme? — dijo molesto. Ambas lo fulminamos con la mirada.
—Eres un imbécil, Weasley.
Y se fue furiosa. Lo miré con reprobación.
— ¿Qué?
—Estuvo mal, Ron. —comentó Harry. El pelirrojo se puso de pie enfurruñando y siguió el camino de la castaña.
—Ah, ya pasará…
Junté mis libros y me fui junto con a mi mejor amigo.
Nos cruzamos con los otros dos a unos metros de la salida de la biblioteca, gritándose. Sonó la campana. Ron y Hermione se encaminaron al aula de Historia de la Magia, discutiendo.
Historia de la Magia era la asignatura más aburrida de todas. El profesor Binns, que la impartía, era el único profesor fantasma que teníamos, y lo más emocionante que sucedía en sus clases era su entrada en el aula, a través de la pizarra. Viejo y consumido, mucha gente decía de él que no se había dado cuenta de que se había muerto.
Simplemente, un día se había levantado para ir a dar clase, y se había dejado el cuerpo en una butaca, delante de la chimenea de la sala de profesores. Desde entonces, había seguido la misma rutina sin la más leve variación.
Aquel día fue igual de aburrido. El profesor Binns abrió sus apuntes y los leyó con un sonsonete monótono, como el de una aspiradora vieja, hasta que casi toda la clase hubo entrado en un sopor profundo, sólo alterado de vez en cuando el tiempo suficiente para tomar nota de un nombre o de una fecha, y volver a adormecerse. Llevaba una media hora hablando cuando ocurrió algo insólito: Hermione alzó la mano.
El profesor Binns, levantando la vista a mitad de una lección horrorosamente aburrida sobre la Convención Internacional de Brujos de 1289, pareció sorprendido.
— ¿Señorita...?
—Granger, profesor. Pensaba que quizá usted pudiera hablarnos sobre la Cámara de los Secretos —dijo Hermione con voz clara.
Dean Thomas, que había permanecido boquiabierto, mirando por la ventana, salió de su trance dando un respingo. Lavender Brown levantó la cabeza y a Neville le resbaló el codo de la mesa.
El profesor Binns parpadeó.
—Mi disciplina es la Historia de la Magia —dijo con su voz seca, jadeante—. Me ocupo de los hechos, señorita Granger, no de los mitos ni de las leyendas. —Se aclaró la garganta con un pequeño ruido que fue como un chirrido de tiza, y prosiguió—: En septiembre de aquel año, un subcomité de hechiceros sardos...
Balbució y se detuvo. De nuevo, en el aire, se agitaba una mano, mía en este caso.
— ¿Señorita Black?
—Disculpe, señor, ¿no tienen siempre las leyendas una base real?
El profesor Binns me miraba con tal estupor.
—Veamos —dijo lentamente el fantasma—, sí, creo que eso se podría discutir. —Miró en mi dirección como si nunca hubiera visto bien a un estudiante—. Sin embargo, la leyenda por la que usted me pregunta es una patraña hasta tal punto exagerada, yo diría incluso absurda...
La clase entera estaba ahora pendiente de las palabras del profesor Binns; éste miró a sus alumnos y vio que todas las caras estaban vueltas hacia él.
—Muy bien —dijo despacio—. Veamos... la Cámara de los Secretos... Todos ustedes saben, naturalmente, que Hogwarts fue fundado hace unos mil años (no sabemos con certeza la fecha exacta) por los cuatro brujos más importantes de la época.
Las cuatro casas del colegio reciben su nombre de ellos: Godric Gryffindor, Helga Hufflepuff, Rowena Ravenclaw y Salazar Slytherin. Los cuatro juntos construyeron este castillo, lejos de las miradas indiscretas de los muggles, dado que aquélla era una época en que la gente tenía miedo a la magia, y los magos y las brujas sufrían persecución.
Se detuvo, miró a la clase con los ojos empañados y continuó:
—Durante algunos años, los fundadores trabajaron conjuntamente en armonía, buscando jóvenes que dieran muestras de aptitud para la magia y trayéndolos al castillo para educarlos. Pero luego surgieron desacuerdos entre ellos y se produjo una ruptura entre Slytherin y los demás. Slytherin deseaba ser más selectivo con los estudiantes que se admitían en Hogwarts. Pensaba que la enseñanza de la magia debería reservarse para las familias de magos. Lo desagradaba tener alumnos de familia muggle, porque no los creía dignos de confianza. Un día se produjo una seria disputa al respecto entre Slytherin y Gryffindor, y Slytherin abandonó el colegio.
El profesor Binns se detuvo de nuevo y frunció la boca, como una tortuga vieja llena de arrugas.
—Esto es lo que nos dicen las fuentes históricas fidedignas —dijo—, pero estos simples hechos quedaron ocultos tras la leyenda fantástica de la Cámara de los Secretos.
La leyenda nos dice que Slytherin había construido en el castillo una cámara oculta, de la que no sabían nada los otros fundadores.
«Slytherin, según la leyenda, selló la Cámara de los Secretos para que nadie la pudiera abrir hasta que llegara al colegio su auténtico heredero. Sólo el heredero podría abrir la Cámara de los Secretos, desencadenar el horror que contiene y usarlo para librar al colegio de todos los que no tienen derecho a aprender magia. »
Cuando terminó de contar la historia, se hizo el silencio, pero no era el silencio habitual, soporífero, de las clases del profesor Binns. Flotaba en el aire un desasosiego, y todo el mundo lo seguía mirando, esperando que continuara. El profesor Binns parecía levemente molesto.
—Por supuesto, esta historia es un completo disparate —añadió—. Naturalmente, el colegio entero ha sido registrado varias veces en busca de la cámara, por los magos mejor preparados. No existe. Es un cuento inventado para asustar a los crédulos.
Hermione volvió a levantar la mano.
—Profesor..., ¿a qué se refiere usted exactamente al decir «el horror que contiene» la cámara?
—Se cree que es algún tipo de monstruo, al que sólo podrá dominar el heredero de Slytherin —explicó el profesor Binns con su voz seca y aflautada.
La clase intercambió miradas nerviosas.
—Pero ya les digo que no existe —añadió el profesor Binns, revolviendo en sus apuntes—. No hay tal cámara ni tal monstruo.
—Pero, profesor —comentó Seamus Finnigan—, si sólo el auténtico heredero de Slytherin puede abrir la cámara, nadie más podría encontrarla, ¿no?
—Tonterías, O’Flaherty —repuso el profesor Binns en tono algo airado—, si una larga sucesión de directores de Hogwarts no la han encontrado...
—Pero, profesor —intervino Parvati Patil—, probablemente haya que emplear magia negra para abrirla...
—El hecho de que un mago no utilice la magia negra no quiere decir que no pueda emplearla, señorita Patati —le interrumpió el profesor Binns—. Insisto, si los predecesores de Dumbledore...
—Pero tal vez sea preciso estar relacionado con Slytherin, y por eso Dumbledore no podría... —apuntó Dean Thomas, pero el profesor Binns ya estaba harto.
—Ya basta —dijo bruscamente—. ¡Es un mito! ¡No existe! ¡No hay el menor indicio de que Slytherin construyera semejante cuarto trastero! Me arrepiento de haberles relatado una leyenda tan absurda. Ahora volvamos, por favor, a la historia, a los hechos evidentes, creíbles y comprobables.
Y en cinco minutos, la clase se sumergió de nuevo en su sopor habitual.
En octubre, Nick Casi Decapitado nos invitó a su “Cumpleaños de Muerte”. ¿Por qué festejaba su muerte? No lo sé, ni pretendo saberlo.
Cuando cruzamos el Gran Comedor para ir a las mazmorras, por poco y perdemos a Ron cuando éste vio el banquete que había sobre las mesas.
Aun así lo arrastramos obligado hasta la “fiesta” (si es que así se podía llamar). Era lo más lúgubre que había visto en mi vida, estaba plagado de fantasmas por aquí y por allá, y la única comida estaba echada a perder…
— ¿Damos una vuelta? —propuso Harry, con la intención de calentarse los pies ya que el ambiente te calaba los huesos.
—Cuidado no vayas a atravesar a nadie —advirtió Ron, algo nervioso, mientras bordeábamos la sala de baile. Pasaron por delante de un grupo de monjas fúnebres, de una figura harapienta que arrastraba cadenas y del Fraile Gordo, un alegre fantasma de Hufflepuff que hablaba con un caballero que tenía clavada una flecha en la frente. Los demás fantasmas evitaban al Barón Sanguinario, un fantasma de Slytherin, adusto, de mirada impertinente y que exhibía manchas de sangre plateadas. (Quien sabe de quién serán…)
—Oh, no —dijo Hermione, parándose de repente—. Volvamos, volvamos, no quiero hablar con Myrtle la Llorona.
--Ah, ¿Dónde está ella? Mejor corremos…- comenté.
—¿Con quién? —preguntó Harry, retrocediendo rápidamente.
—Ronda siempre los lavabos de chicas del segundo piso —dijo la castaña.
—¿Los lavabos?
—Sí. No los hemos podido utilizar en todo el curso porque siempre le dan tales llantinas que lo deja todo inundado. De todas maneras, nunca entro en ellos si puedo evitarlo, es horroroso ir al servicio mientras la oyes llorar.- expliqué yo.
Estábamos junto a la mesa de comida putrefacta, cuando uno de los fantasmas atravesó un pastel con la boca. Ron se puso verde.
—Vámonos, me dan náuseas —dijo el pelirrojo.
Pero apenas nos habíamos dado la vuelta cuando un hombrecito surgió de repente de debajo de la mesa y se detuvo frente a nosotros, suspendido en el aire.
—Hola, Peeves —dijo Harry, con precaución.
A diferencia de los fantasmas que había alrededor, Peeves el poltergeist no era ni gris ni transparente. Llevaba sombrero de fiesta de color naranja brillante, pajarita giratoria y exhibía una gran sonrisa en su cara ancha y malvada.
—¿Quieren? —invitó amablemente, ofreciéndoles un cuenco de maníes recubiertos de moho.
—No, gracias
—Los he oído hablar de la pobre Myrtle —dijo Peeves, moviendo los ojos—. No han sido muy amables con la pobre Myrtle. —Tomó aliento y gritó—: ¡EH! ¡MYRTLE!
—No, Peeves, no le digas lo que he dicho, le afectará mucho —susurró Hermione, desesperada—. No quise decir eso, no me importa que ella... Eh, hola, Myrtle.
Hasta nosotros se había deslizado el fantasma de una chica rechoncha. Tenía la cara más triste que hubiera visto nunca, medio oculta por un pelo lacio y basto y unas gruesas gafas.
—¿Qué? —preguntó enfurruñada.
— ¿Cómo estás, Myrtle? —dije, fingiendo un tono animado—. Me alegro de verte fuera de los lavabos.
Myrtle sollozó.
—Ahora mismo las señoritas Granger y Black estaban hablando de ti —dijo Peeves a Myrtle al oído, maliciosamente.
—Sólo comentábamos..., comentábamos... lo guapa que estás esta noche —dijo Hermione, mirando a Peeves.
Myrtle dirigió a Hermione una mirada recelosa.
—Te estás burlando de mí —dijo, y unas lágrimas plateadas asomaron inmediatamente a sus ojos pequeños, detrás de las gafas.
—No, es en serio... ¿Verdad que estaba comentando lo guapa que está Myrtle esta noche? —dije, dándoles fuertemente a Harry y Ron con los codos en las costillas.
—Sí, sí.
—Claro.
—No me mientas —dijo Myrtle entre sollozos, con las lágrimas cayéndole por la cara, mientras Peeves, que estaba encima de su hombro, se reía entre dientes—. ¿Creen que no sé cómo me llama la gente a mis espaldas? ¡Myrtle la gorda! ¡Myrtle la fea! ¡Myrtle la desgraciada, la llorona, la triste!
—Se te ha olvidado «la granos» —dijo Peeves al oído.
Myrtle la Llorona estalló en sollozos angustiados y salió de la mazmorra corriendo.
Peeves corrió detrás de ella, tirándole maníes mohosos y gritándole: « ¡La granos! ¡La granos!»
—¡Dios mío! —dijo Hermione con tristeza.
Nick Casi Decapitado iba hacia ellos entre la multitud.
—¿Se lo están pasando bien?
—¡Sí! —mentimos.
—Ha venido bastante gente —dijo con orgullo Nick Casi Decapitado—. Mi Desconsolada Viuda ha venido de Kent. Bueno, ya es casi la hora de mi discurso, así que voy a avisar a la orquesta.
La orquesta, sin embargo, dejó de tocar en aquel mismo instante. Se había oído un cuerno de caza y todos los que estaban en la mazmorra quedaron en silencio, a la expectativa.
—Ya estamos —dijo Nick Casi Decapitado con cierta amargura.
A través de uno de los muros de la mazmorra penetraron una docena de caballos fantasma, montados por sendos jinetes sin cabeza. Los asistentes aplaudieron con fuerza; nosotros también empezamos a aplaudir, pero nos detuvimos al ver la cara fúnebre de Nick.
Los caballos galoparon hasta el centro de la sala de baile y se detuvieron encabritándose; un fantasma grande que iba delante, y que llevaba bajo el brazo su cabeza barbada y soplaba el cuerno, descabalgó de un brinco, levantó la cabeza en el aire para poder mirar por encima de la multitud, con lo que todos se rieron, y se acercó con paso decidido a Nick Casi Decapitado, ajustándose la cabeza en el cuello.
—¡Nick! —dijo con voz ronca—, ¿cómo estás? ¿Todavía te cuelga la cabeza?
Rompió en una sonora carcajada y dio a Nick Casi Decapitado unas palmadas en el hombro.
—Bienvenido, Patrick —dijo Nick con frialdad.
—¡Vivos! —dijo sir Patrick, al vernos. Dio un salto tremendo pero fingido de sorpresa y la cabeza volvió a caérsele.
La gente se rio otra vez.
—Muy divertido —dijo Nick Casi Decapitado con voz apagada.
—¡No se preocupen por Nick! —Gritó desde el suelo la cabeza de sir Patrick—. ¡Aunque se enfade, no le dejaremos entrar en el club! Pero quiero decir..., miren el amigo...
—Creo —dijo Harry a toda prisa, en respuesta a una mirada elocuente de Nick— que Nick es terrorífico y esto..., mmm...
—¡Ja! —Gritó la cabeza de sir Patrick—, apuesto a que Nick te pidió que dijeras eso.
—¡Si me conceden su atención, ha llegado el momento de mi discurso! —dijo en voz alta Nick Casi Decapitado, caminando hacia el estrado con paso decidido y colocándose bajo un foco de luz de un azul glacial.
—No aguanto más —dijo Ron, con los dientes castañeteando, cuando la orquesta volvió a tocar y los fantasmas volvieron al baile.
—Vámonos —dijo Harry.
Fuimos hacia la puerta, sonriendo e inclinando la cabeza a todo el que nos miraba, y un minuto más tarde subíamos a toda prisa por el pasadizo lleno de velas negras.
—Quizás aún quede pudín —dijo Ron con esperanza, abriendo el camino hacia la escalera del vestíbulo.
Y entonces Harry trastabilló al detenerse, y tuvo que sujetarse al muro de piedra. Al tiempo que miraba con los ojos entornados a ambos lados del pasadizo pobremente iluminado.
—Harry, ¿qué...? — empecé, pero me detuvo.
—Es de nuevo esa voz... Callen un momento... — agudicé el oído, y para mi gran sorpresa oí un susurro, casi inaudible y algo confuso.
—... deseado... durante tanto tiempo...
—¡Escuchen! —dijo Harry, y Ron y Hermione se quedaron inmóviles, mirándole, pero yo seguía tratando de oír.
—... matar... Es la hora de matar...
La voz se fue apagando.
—¡Por aquí! —gritó, y se puso a correr escaleras arriba hasta el vestíbulo. Allí era imposible oír nada, debido al ruido de la fiesta de Halloween que tenía lugar en el Gran Comedor. Harry apretó el paso para alcanzar rápidamente el primer piso con nosotros detrás.
—Harry, ¿qué estamos...?
—¡Chssst!
Agucé el oído otra vez. En la distancia, proveniente del piso superior, y cada vez más débil, oí de nuevo la voz:... huelo sangre... ¡HUELO SANGRE!
Me temblaron las rodillas.
—¡Va a matar a alguien! —gritó, y sin hacer caso de las caras desconcertadas de
Ron y Hermione, ambos salimos corriendo al piso superior.
Harry recorrió a toda velocidad el segundo piso, conmigo pisándole los talones, y Ron y Hermione nos seguían jadeando.
No paramos hasta que doblaron la esquina del último corredor, también desierto.
—Harry, ¿qué pasaba? —le preguntó Ron, secándose el sudor de la cara. — Yo no oí nada...
Pero solté un pequeño gritito juntó a Hermione, y señalé:
—¡Miren allí!
Delante, algo brillaba en el muro. Nos aproximaron, despacio, intentando ver en la oscuridad con los ojos entornados. En el espacio entre dos ventanas, brillando a la luz que arrojaban las antorchas, había en el muro unas palabras pintadas de más de un palmo de altura.
“LA CAMARA DE LOS SECRETOS HA SIDO ABIERTA.
TEMAN, ENEMIGOS DEL HEREDERO.”
—¿Qué es lo que cuelga ahí debajo? —preguntó Ron, con un leve temblor en la voz.
Al acercarse más, Harry casi resbala por un gran charco de agua que había en el suelo, lo sostuve y lo seguí, con los el pelirrojo y la castaña flanqueando nuestras espaldas.
Los cuatro comprendimos a la vez lo que era, y dimos un brinco hacia atrás.
La Señora Norris, la gata del conserje, estaba colgada por la cola en una argolla de las que se usaban para sujetar antorchas. Estaba rígida como una tabla, con los ojos abiertos y fijos.
Durante unos segundos, no nos movimos. Luego dijo Ron:
—Vámonos de aquí.
—No deberíamos intentar... —comenzó a decir Harry, sin encontrar las palabras.
—Háganme caso —dijo Ron—; mejor que no nos encuentren aquí.
Pero era demasiado tarde. Un ruido, como un trueno distante, indicó que la fiesta acababa de terminar. De cada extremo del corredor en que se encontraban, llegaba el sonido de cientos de pies que subían las escaleras y la charla sonora y alegre de gente que había comido bien. Un momento después, los estudiantes irrumpían en el corredor por ambos lados.
La charla, el bullicio y el ruido se apagaron de repente cuando vieron la gata colgada. Harry, yo, Ron y Hermione estábamos solos, en medio del corredor, cuando se hizo el silencio entre la masa de estudiantes, que presionaban hacia delante para ver el truculento espectáculo.
Luego, alguien gritó en medio del silencio:
— ¡Teman, enemigos del heredero! ¡Los próximos serán los sangre sucia!
Era Draco, que había avanzado hasta la primera fila. Tenía una expresión alegre en los ojos, y la cara, habitualmente pálida, se le enrojeció al sonreír ante el espectáculo de la gata que colgaba inmóvil. Voltee a verlo, fulminándolo con la mirada, por lo cual borrando la sonrisa se disculpó con la mirada.
Con ese suceso se armó un gran revuelo. Por suerte la gata no estaba muerta, sino que la habían petrificado, y tras un breve interrogatorio nos soltaron sin cargos en nuestra contra.
Ginny se veía afectada con el destino del pobre animal, al igual que Filch, quien se pasaba el día haciendo guardia en “el lugar del crimen” aguardando a que el culpable regrese.
Unos días después, Harry y yo tuvimos que limpiar los gusanos de los pupitres luego de pociones (A pedido del fastidioso de Snape). Luego comimos aprisa y fuimos a buscar a los otros a la biblioteca.
-No entiendo porque Snape nos odia tanto…- comenté en el camino.
-Lo sé, parece que nos odiara… más de lo que ya odia a las personas- bromeó.
Ron estaba realizando un trabajo de Historia de la Magia, ya que lo había olvidado, y el profesor Binns le había pedido un pergamino de un metro sobre “La Asamblea Medieval de Magos de Europa”.
—Apenas y he llegado a los 20 centímetros…
—Deberías de haberte preocupado antes
—Oh, calla, tú y Hermione me volverán loco— se quejó. Rodé los ojos y fui a sentarme junto a mi amiga. Últimamente nos la pasábamos internadas en la biblioteca, buscando información sobre la Cámara de los Secretos, sin resultados.
— ¿Algo nuevo?
—Sí, pero se los diré a todos juntos— llamó a los muchachos, y nos comentó:
—No queda ni uno de los ejemplares que había en el colegio; se han llevado la Historia de Hogwarts —dijo, sentándose junto a Harry y Ron—. Y hay una lista de espera de dos semanas. Lamento haberme dejado en casa mi ejemplar, pero con todos los libros de Lockhart, no me cabía en el baúl.
— ¿Para qué lo quieres? —le preguntó Harry.
—Para lo mismo que el resto de la gente —contesté—: para leer la leyenda de la Cámara de los Secretos.
— ¿Qué es eso? —preguntó Harry al instante.
—Eso quisiéramos saber. Pero no lo recuerdo —contestó Hermione, mordiéndose el labio—. Y no consigo encontrar la historia en ningún otro lado.
—Hermione, déjame leer tu trabajo —le pidió Ron desesperado, mirando el reloj.
—No, no quiero —dijo Hermione, repentinamente severa—. Has tenido diez días para acabarlo.
—Sólo me faltan seis centímetros… ¿De qué me sirve tener dos amigas sabelotodo si ninguna me deja copiarme? — dijo molesto. Ambas lo fulminamos con la mirada.
—Eres un imbécil, Weasley.
Y se fue furiosa. Lo miré con reprobación.
— ¿Qué?
—Estuvo mal, Ron. —comentó Harry. El pelirrojo se puso de pie enfurruñando y siguió el camino de la castaña.
—Ah, ya pasará…
Junté mis libros y me fui junto con a mi mejor amigo.
Nos cruzamos con los otros dos a unos metros de la salida de la biblioteca, gritándose. Sonó la campana. Ron y Hermione se encaminaron al aula de Historia de la Magia, discutiendo.
Historia de la Magia era la asignatura más aburrida de todas. El profesor Binns, que la impartía, era el único profesor fantasma que teníamos, y lo más emocionante que sucedía en sus clases era su entrada en el aula, a través de la pizarra. Viejo y consumido, mucha gente decía de él que no se había dado cuenta de que se había muerto.
Simplemente, un día se había levantado para ir a dar clase, y se había dejado el cuerpo en una butaca, delante de la chimenea de la sala de profesores. Desde entonces, había seguido la misma rutina sin la más leve variación.
Aquel día fue igual de aburrido. El profesor Binns abrió sus apuntes y los leyó con un sonsonete monótono, como el de una aspiradora vieja, hasta que casi toda la clase hubo entrado en un sopor profundo, sólo alterado de vez en cuando el tiempo suficiente para tomar nota de un nombre o de una fecha, y volver a adormecerse. Llevaba una media hora hablando cuando ocurrió algo insólito: Hermione alzó la mano.
El profesor Binns, levantando la vista a mitad de una lección horrorosamente aburrida sobre la Convención Internacional de Brujos de 1289, pareció sorprendido.
— ¿Señorita...?
—Granger, profesor. Pensaba que quizá usted pudiera hablarnos sobre la Cámara de los Secretos —dijo Hermione con voz clara.
Dean Thomas, que había permanecido boquiabierto, mirando por la ventana, salió de su trance dando un respingo. Lavender Brown levantó la cabeza y a Neville le resbaló el codo de la mesa.
El profesor Binns parpadeó.
—Mi disciplina es la Historia de la Magia —dijo con su voz seca, jadeante—. Me ocupo de los hechos, señorita Granger, no de los mitos ni de las leyendas. —Se aclaró la garganta con un pequeño ruido que fue como un chirrido de tiza, y prosiguió—: En septiembre de aquel año, un subcomité de hechiceros sardos...
Balbució y se detuvo. De nuevo, en el aire, se agitaba una mano, mía en este caso.
— ¿Señorita Black?
—Disculpe, señor, ¿no tienen siempre las leyendas una base real?
El profesor Binns me miraba con tal estupor.
—Veamos —dijo lentamente el fantasma—, sí, creo que eso se podría discutir. —Miró en mi dirección como si nunca hubiera visto bien a un estudiante—. Sin embargo, la leyenda por la que usted me pregunta es una patraña hasta tal punto exagerada, yo diría incluso absurda...
La clase entera estaba ahora pendiente de las palabras del profesor Binns; éste miró a sus alumnos y vio que todas las caras estaban vueltas hacia él.
—Muy bien —dijo despacio—. Veamos... la Cámara de los Secretos... Todos ustedes saben, naturalmente, que Hogwarts fue fundado hace unos mil años (no sabemos con certeza la fecha exacta) por los cuatro brujos más importantes de la época.
Las cuatro casas del colegio reciben su nombre de ellos: Godric Gryffindor, Helga Hufflepuff, Rowena Ravenclaw y Salazar Slytherin. Los cuatro juntos construyeron este castillo, lejos de las miradas indiscretas de los muggles, dado que aquélla era una época en que la gente tenía miedo a la magia, y los magos y las brujas sufrían persecución.
Se detuvo, miró a la clase con los ojos empañados y continuó:
—Durante algunos años, los fundadores trabajaron conjuntamente en armonía, buscando jóvenes que dieran muestras de aptitud para la magia y trayéndolos al castillo para educarlos. Pero luego surgieron desacuerdos entre ellos y se produjo una ruptura entre Slytherin y los demás. Slytherin deseaba ser más selectivo con los estudiantes que se admitían en Hogwarts. Pensaba que la enseñanza de la magia debería reservarse para las familias de magos. Lo desagradaba tener alumnos de familia muggle, porque no los creía dignos de confianza. Un día se produjo una seria disputa al respecto entre Slytherin y Gryffindor, y Slytherin abandonó el colegio.
El profesor Binns se detuvo de nuevo y frunció la boca, como una tortuga vieja llena de arrugas.
—Esto es lo que nos dicen las fuentes históricas fidedignas —dijo—, pero estos simples hechos quedaron ocultos tras la leyenda fantástica de la Cámara de los Secretos.
La leyenda nos dice que Slytherin había construido en el castillo una cámara oculta, de la que no sabían nada los otros fundadores.
«Slytherin, según la leyenda, selló la Cámara de los Secretos para que nadie la pudiera abrir hasta que llegara al colegio su auténtico heredero. Sólo el heredero podría abrir la Cámara de los Secretos, desencadenar el horror que contiene y usarlo para librar al colegio de todos los que no tienen derecho a aprender magia. »
Cuando terminó de contar la historia, se hizo el silencio, pero no era el silencio habitual, soporífero, de las clases del profesor Binns. Flotaba en el aire un desasosiego, y todo el mundo lo seguía mirando, esperando que continuara. El profesor Binns parecía levemente molesto.
—Por supuesto, esta historia es un completo disparate —añadió—. Naturalmente, el colegio entero ha sido registrado varias veces en busca de la cámara, por los magos mejor preparados. No existe. Es un cuento inventado para asustar a los crédulos.
Hermione volvió a levantar la mano.
—Profesor..., ¿a qué se refiere usted exactamente al decir «el horror que contiene» la cámara?
—Se cree que es algún tipo de monstruo, al que sólo podrá dominar el heredero de Slytherin —explicó el profesor Binns con su voz seca y aflautada.
La clase intercambió miradas nerviosas.
—Pero ya les digo que no existe —añadió el profesor Binns, revolviendo en sus apuntes—. No hay tal cámara ni tal monstruo.
—Pero, profesor —comentó Seamus Finnigan—, si sólo el auténtico heredero de Slytherin puede abrir la cámara, nadie más podría encontrarla, ¿no?
—Tonterías, O’Flaherty —repuso el profesor Binns en tono algo airado—, si una larga sucesión de directores de Hogwarts no la han encontrado...
—Pero, profesor —intervino Parvati Patil—, probablemente haya que emplear magia negra para abrirla...
—El hecho de que un mago no utilice la magia negra no quiere decir que no pueda emplearla, señorita Patati —le interrumpió el profesor Binns—. Insisto, si los predecesores de Dumbledore...
—Pero tal vez sea preciso estar relacionado con Slytherin, y por eso Dumbledore no podría... —apuntó Dean Thomas, pero el profesor Binns ya estaba harto.
—Ya basta —dijo bruscamente—. ¡Es un mito! ¡No existe! ¡No hay el menor indicio de que Slytherin construyera semejante cuarto trastero! Me arrepiento de haberles relatado una leyenda tan absurda. Ahora volvamos, por favor, a la historia, a los hechos evidentes, creíbles y comprobables.
Y en cinco minutos, la clase se sumergió de nuevo en su sopor habitual.
C.J. Potter
Re: La muchacha de Gryffindor (Harry y tú)
Cap. 10 “El baño del segundo piso”
Mientras caminaban empujados por la multitud, pasó Colin Creevey, el niño de primero fanático de Harry.
— ¡Eh, Harry!
— ¡Hola, Colin!
—Harry, Harry..., en mi clase un chico ha estado diciendo que tú eres...
Pero Colin era demasiado pequeño para luchar contra la marea de gente que lo llevaba hacia el Gran Comedor. Se le oyó chillar:
— ¡Hasta luego, Harry! —Y desapareció.
— ¿Qué es lo que dice sobre ti uno de su clase? —preguntó Hermione.
—Que soy el heredero de Slytherin, supongo —respondió.
—La gente aquí es capaz de creerse cualquier cosa —opinó Ron, con disgusto
—No les hagas caso, al parecer tienen demasiado tiempo libre como para inventar rumores. — comenté molesta.
La masa de alumnos se aclaró, y conseguimos subir sin dificultad al siguiente rellano.
— ¿Crees que realmente hay una Cámara de los Secretos? —preguntó Ron a Hermione.
—No lo sé —respondió ella, frunciendo el entrecejo—. Dumbledore no fue capaz de curar a la Señora Norris, y eso me hace sospechar que quienquiera que la atacase no debía de ser..., bueno..., humano.
Al doblar la esquina nos encontramos en un extremo del mismo corredor en que había tenido lugar la agresión. Nos detuvimos a mirar. El lugar estaba tal como lo habíamos encontrado aquella noche, salvo que ningún gato tieso colgaba de la argolla en que se fijaba la antorcha, y que había una silla apoyada contra la pared del mensaje: «La cámara ha sido abierta.»
—Aquí es donde Filch ha estado haciendo guardia —dijo Ron.
Nos miramos entre nosotros. El corredor se encontraba desierto.
—No hay nada malo en echar un vistazo —dijo Harry, dejando la bolsa en el suelo y poniéndose a gatear en busca de alguna pista.
— ¡Esto está chamuscado! —dijo—. ¡Aquí... y aquí!
— ¡Ven y mira esto! —Dijo Hermione—. Es extraño.
Harry se levantó y se acercó a la ventana más próxima a la inscripción de la pared, junto a Ron y yo.
Hermione señalaba al cristal superior, por donde una veintena de arañas estaban escabulléndose, según parecía tratando de penetrar por una pequeña grieta en el cristal.
Un hilo largo y plateado colgaba como una soga, y daba la impresión de que las arañas lo habían utilizado para salir apresuradamente.
— ¿Habían visto alguna vez que las arañas se comportaran así? —preguntó ella, perpleja.
—Yo no —dijo Harry—. ¿Y tú, Ron? ¿Ron?
Cuando volteamos a verlo, Ron había retrocedido y parecía estar luchando contra el impulso de salir corriendo.
— ¿Qué pasa? —le preguntó Harry.
—No... No me gustan... las arañas —contestó Ron, nervioso.
—No lo sabía —dijo Hermione, mirando sorprendida a Ron—. Has usado arañas muchas veces en la clase de Pociones...
—Si están muertas no me importa —explicó Ron, quien tenía la precaución de mirar a cualquier parte menos a la ventana—. No soporto la manera en que se mueven.
Hermione soltó una risita tonta.
—No tiene nada de divertido —dijo Ron impetuosamente—. Si quieres saberlo, cuando yo tenía tres años, Fred convirtió mi... mi osito de peluche en una araña grande y asquerosa porque yo le había roto su escoba de juguete. A ti tampoco te harían gracia si estando con tu osito, le hubieran salido de repente muchas patas y...
Dejó de hablar, estremecido. Era evidente que Hermione seguía aguantándose la risa, tal y como yo. Harry, de seguro para evitar una pelea, dijo:
— ¿Recuerdan toda aquella agua en el suelo? ¿De dónde vendría? Alguien lo ha limpiado.
—Estaba por aquí —dijo Ron, recobrándose y caminando unos pasos más allá de la silla de Filch para indicárselo—, a la altura de esta puerta.
Asió el pomo metálico de la puerta, pero retiró la mano inmediatamente, como si se hubiera quemado.
— ¿Qué pasa? —preguntó Harry
—No puedo entrar ahí —dijo Ron bruscamente—, es un aseo de chicas.
—Pero Ron, si no habrá nadie dentro —le dije recomponiendo la compostura y acercándome—; aquí es donde está Myrtle la Llorona. Vamos, echemos un vistazo.
Y sin hacer caso del letrero de «No funciona», abrí la puerta.
Debajo de un espejo grande, quebrado y manchado, había una fila de lavabos de piedra en muy mal estado. El suelo estaba mojado y reflejaba la luz triste que daban las llamas de unas pocas velas que se consumían en sus palmatorias. Las puertas de los retretes estaban rayadas y rotas, y una colgaba fuera de los goznes.
Hermione les pidió silencio con un dedo en los labios y juntas nos acercamos al último retrete. Cuando llegamos, dijo:
—Hola, Myrtle, ¿qué tal?
Harry y Ron se acercaron a ver. Myrtle la Llorona estaba sobre la cisterna del retrete, reventándose un grano de la barbilla.
—Esto es un aseo de chicas —dijo, mirando con recelo a Harry y Ron—. Y ellos no son chicas.
—No —confirmé con una risita—. Sólo quería enseñarles lo... lo bien que se está aquí.
—Pregúntale si vio algo —me dijo Harry sin pronunciar, para que le leyera los labios.
— ¿Qué murmuras? —le preguntó Myrtle, mirándole.
—Nada —se apresuró a decir Harry—. Queríamos preguntar...
— ¡Me gustaría que la gente dejara de hablar a mis espaldas! —Dijo Myrtle, con la voz ahogada por las lágrimas—. Tengo sentimientos, ¿saben?, aunque esté muerta.
—Myrtle, nadie quiere molestarte —calmó Hermione—. Harry sólo...
— ¡Nadie quiere molestarme! ¡Ésta sí que es buena! —Gimió Myrtle—. ¡Mi vida en este lugar no fue más que miseria, y ahora la gente viene aquí a amargarme la muerte!
—Queríamos preguntarte si habías visto últimamente algo raro —dijo Hermione dándose prisa—. Porque la noche de Halloween agredieron a un gato justo al otro lado de tu puerta.
— ¿Viste a alguien por aquí aquella noche? —le preguntó Harry.
—No me fijé —dijo Myrtle con afectación—. Me dolió tanto lo que dijo Peeves, que vine aquí e intenté suicidarme. Luego, claro, recordé que estoy..., que estoy...
—Muerta ya —dijo Ron, con la intención de ayudar. Myrtle sollozó trágicamente, se elevó en el aire, se volvió y se sumergió de cabeza en la taza del retrete, salpicándonos, y desapareció de la vista; a juzgar por la procedencia de sus sollozos ahogados, debía de estar en algún lugar del sifón.
Harry y Ron se quedaron con la boca abierta, pero Hermione, que ya estaba harta –al igual que yo-, se encogió de hombros, y les dijo:
—Tratándose de Myrtle, esto es casi estar alegre. Bueno, vámonos...
Harry acababa de cerrar la puerta a los sollozos gorjeantes de Myrtle, cuando una potente voz nos hizo dar un respingo.
— ¡RON!
Percy Weasley, con su resplandeciente insignia de prefecto, se había detenido al final de las escaleras, con una expresión de susto en la cara.
— ¡Esos son los aseos de las chicas! —gritó—. ¿Qué estás haciendo?
—Sólo echaba un vistazo —excusó Ron, encogiéndose de hombros—. Buscando pistas, ya sabes...
Percy parecía a punto de estallar, parecía una señora Weasley versión masculina.
—Váyanse... fuera... de aquí... —dijo, caminando hacia nosotros con paso firme y agitando los brazos para echarnos—. ¿No se dan cuenta de lo que podría parecer, volver a este lugar mientras todos están cenando?
— ¿Por qué no podemos estar aquí? —Repuso Ron acaloradamente, parándose de pronto y enfrentándose a Percy—. ¡Escucha, nosotros no le hemos tocado un pelo a ese gato!
—Eso es lo que dije a Ginny —dijo Percy con contundencia—, pero ella todavía cree que te van a expulsar. No la he visto nunca tan afectada, llorando amargamente. Podrías pensar un poco en ella, y además, todos los de primero están asustados.
—A ti no te preocupa Ginny —replicó Ron, enrojeciendo hasta las orejas—, a ti sólo te preocupa que yo eche a perder tus posibilidades de ser Representante del Colegio.
— ¡Cinco puntos menos para Gryffindor! —Gritó Percy secamente, llevándose una mano a su insignia de prefecto—. ¡Y espero que esto te enseñe la lección! ¡Se acabó el hacer de detective, o de lo contrario escribiré a mamá!
Y se marchó con el paso firme y la nuca tan colorada como las orejas de Ron.
Aquella noche, nos sentamos lo más alejados posibles de Percy, en la Sala Común.
Ron estaba todavía de muy mal humor y seguía emborronando sus deberes de Encantamientos. Cuando, sin darse cuenta, cogió su varita mágica para quitar las manchas, el pergamino empezó a arder. Casi echando tanto humo como sus deberes, Ron cerró de golpe El libro reglamentario de hechizos (clase 2). Para sorpresa de Harry y mía, Hermione lo imitó.
—Pero ¿quién podría ser? —dijo con voz tranquila, como si continuara una conversación que hubiéramos estado manteniendo—. ¿Quién querría echar de Hogwarts a todos los squibs y los de familia muggle?
—Pensemos —dijo Harry con desconcierto, mirándome—. ¿Conocemos a alguien que piense que los que vienen de familia muggle son escoria?
Enseguida entendí a qué quería hacer referencia.
— ¡Harry! ¿Cómo puedes pensar eso?
—Bueno, lo escuchamos perfectamente cuando dijo “Los próximos serán los sangres sucia”.
Solté un jadeo de consternación.
—Oh, vamos, puede hacer algunas estupideces, pero es bueno, además, de ser el heredero de Slytherine, (cosa que—agregué en un rápido murmullo—no es), la Cámara se habría abierto el curso anterior.
Los otros dos nos miraban con incomodidad.
— ¡Es bueno contigo solamente!— pareció no escuchar lo último, o tal vez era que más quería hablar de esto.
Entonces Hermione, como si esperara algo, susurró: “Muffliato”.
—No bromees, lo que pasa es que yo le di la oportunidad de conocernos bien, eso es todo, recuerda que yo también lo odiaba antes. ¡Pero cambió!
—Camille, no seas ciega, ¡no es solo que se le dio la gana de cambiar de un día a otro!—gritó con enfado.
— ¡AH! ¡¿NO?! ¿ENTONCES QUE ES?
No me daba cuenta de que todos en la Sala Común miraban nuestro espectáculo, claro que sin escuchar nada gracias al hechizo.
— ¡LE GUSTAS!
Y me quedé petrificada, sin decir palabra. ¿Qué cosas decía?
— ¡Harry! No es lo mejor que has inventado.
—No es invento, es que no notas… ¿No notas como te mira?
—Oh, vamos, ahora eres un experto en expresiones y un observador profesional—rodé los ojos.
—Es el, quieras admitirlo o no— volvió al tema anterior rápidamente.
Poco a poco nos calmábamos más.
—Claro que no.
—Si lo es.
—Que no.
—Si.
— ¡No!
— ¡Si!
— ¡QUE NO! Y punto.
—Que si...— murmuró. Solté un suspiro, rendida.
—Finite incantatem.
Ron y Hermione se miraron entre ellos y luego a nosotros, dudosos.
—Em… ¿Ya está?— preguntó la castaña.
— ¿Qué cosa?
—Ya han arreglado “sus diferencias”— hizo comillas en el aire, y noté que Herms le golpeaba con el codo disimuladamente.
— ¿Qué diferencias? Solo es algo en lo que no concordamos…
—Bueno, de hecho nosotros dos también apoyamos a Harry.
—Es cierto, parece demasiado sospechoso, Camille— agregó Hermione.
Los miré indignada., y con un bufido les dije.
—De acuerdo, demuéstrenme que me equivoco.
—Y—aprovechó Harry—, si lo hacemos, dejaras de hablar con él.
—Bien, pero si se equivocan, tendrán que tratar de ser amigos.
Lo pensaron durante un largo rato, consultándose con la mirada.
—De acuerdo…—dijo por fin Harry. Le tendí la mano.
—Es una apuesta entonces, que gane el que dice la verdad…—y agregué eufórica— ¡Yo, evidentemente!
Y subí hasta mi habitación, aun vacía. Me acosté un rato en la cama, tratando de dormir, aunque en realidad estaba pensando en lo sucedido estos últimos meses…
Todo eso de Draco, Harry y los Dursley, y esa voz que solo Harry escuchaba, esto era una locura…
De repente una vocecilla me susurró: “Acepta que tú también la escuchas…”
Rodé hacia el otro lado, incómoda.
Era verdad, yo la había escuchado ese día del accidente de la señora Norris… Y aun no le había dicho nada a ninguno… ¿Debería decirles? Tal vez no, me catalogarían como que trato de apoyar a Harry y miento. Pero, si es verdad, ¿Qué más da si me creen o no? Si quieren creerlo que lo hagan y si no, no me importa, vale la pena ayudar a Harry un poco; últimamente se veía decaído.
-De acuerdo, se lo diré- me dije. Y por un impulso me levanté en silencio de la cama. Sin darme cuenta, en algún momento las otras se habían acostado, y ya estaban profundamente dormidas.
Me puse mi bata sobre el camisón, y bajé hasta la Sala Común en puntillas.
Estaba desierta, así que no tuve inconvenientes con subir hasta la habitación de los muchachos, cuya puerta tenía un cartel que marcaba:
“Ron Weasley – Seamus Finnigan- Harry Potter-
Dean Thomas- Neville Longbottom”
Traté de que la puerta no crujiera al abrirla.
Dentro había cinco camas con dosel, color rojo sangre. En una reconocí de inmediato a Ron, con su cabello anaranjado, que resaltaba aun en la oscuridad. En otra estaba Neville, junto a el vi a Dean, totalmente desparramado. Por fin vi a Harry, que dormía plácidamente.
Me acerqué cuidando de no hacer ruido, y le susurré.
—Harry…
No hubo respuesta.
— ¡Harry!
Nada.
— ¡HARRY!— y lo zarandee fuertemente.
Abrió los ojos asustados y casi se pone a gritar, pero le cubrí la boca.
— ¡SHH!
Me miraba con los ojos como platos. Lo solté y enseguida se puso los anteojos, aun sin comprender mucho.
— ¿Camille?
—CHSS, no hables tan alto—susurré.
— ¿Qué…?— pero antes de que dijera algo lo arrastré fuera de la cama, hasta la Sala Común.
— ¿Entonces?— preguntó desconcertado.
—Me acordé de que tenía que decirte algo…
Volvió a abrir los ojos de par en par y se sonrojo.
— ¿Qu-qué cosa?
Me senté en uno de los sillones, y comencé a explicarle:
— ¿Recuerdas la vez de la voz en Halloween?— asintió, regresando a la normalidad, algo decepcionado ¿De qué??—; bueno, sucede que… Yo también la escuché…— entonces volvió a abrir los ojos, y se sentó junto a mi.
— ¿Cómo que la escuchaste?
—Eh, bueno, la escuché—dije con sarcasmo.
—Ja, ja, graciosa.
Seguía enojado por lo de horas atrás.
—Ya basta, ¿Si? Quería decirte que escuche la misma voz que tú escuchaste, algo que por cierto todos dudan que sea real, y sin embargo te pones en idiota.
Estaba por irme, pero me pidió perdón, y volví a mi lugar, conservando mi orgullo algo dañado.
—Bueno, ¿Por qué crees que solamente nosotros la oímos?
—Eh… No lo sé, ya me desvelé muchas noches tratando de averiguarlo.
— ¿Tendrá algo que ver con… nuestros padres?
— No lo creo, ¿Qué puede llegar a tener que ver eso, con que escuchemos voces como si estuviéramos prófugos de San Mungo?
—Bueno, es la única relación que encontré entre nosotros que sea de un pasado común.
—Tal vez…— pero no continuó la frase.
— ¿Qué?
—Bueno, que tal vez haya cosas que no conocemos, de… NUESTRO pasado.
— ¿Qué clase de cosas?
—Por ejemplo, ¿Por qué Snape odiaba a nuestros padres?
—Tienes razón… Menos mal que uno de nosotros piensa.
—Prefiero decir que “tengo mucho tiempo libre para pensar”.
Solté una risita silenciosa.
— ¿Tiempo libre para pensar? ¿Y qué con las tareas?
—Yo dije PENSAR, no hacer ensaladas Rusas de con mi cabeza.
—Bien, antes de empezar a hablar de cocina, ¿Debería contarles a Hermione y a Ron?
—A decir verdad, dejaría de parecer un loco.
—Claro, ahora seríamos dos locos, pero locos juntos— ironicé.
—De acuerdo, si quieres diles, si no, no hace mucha falta—puso un tono de ofendido.
—Agh, está bien…—dije fingiendo frustración, y reoje su expresión, que reflejaba una sonrisa de satisfacción—: Ya que insistes no les cuento.
La sonrisa se borró.
—Oh, ¿por favor?
—Déjame pensarlo…No— sonreí con malicia, y me levanté dirigiéndome a las escaleras de las chicas.
—Se los puedo decir yo…
—No te atreverías—dije segura.
— ¿Cómo sabes que no?—volvió a sonreír.
—Porque me enojaría, y no quieres que me enoje contigo.
—¡Ja! ¿Quién dice que no?
—Porque si es así, me iré con Draco y sus amigos.
La sonrisa volvió a desaparecer, como una palanca que subían y bajaban.
—Oh, esta bien, seré un loco solo…—se cruzó de brazos.
—Por cierto, luego hablaremos sobre como averiguar lo de Snape.
—De acuerdo, adiós.
Subí un par de escalones, pero enseguida regresé corriendo a donde Harry, quien recién se levantaba del sofá.
Y fue todo rápido. Abrió los ojos de par en par como por cuarta vez en la noche, y yo rápidamente le di un beso en la mejilla, estas se tornaron rojizas.
— ¡Perdóname por despertarte! Y gracias— murmuré, y me fui corriendo en silencio a mi habitación, me tiré en la cama, y solté un gran suspiro…
¡OH DIOS! ¿QUÉ ME PASA?
Mientras caminaban empujados por la multitud, pasó Colin Creevey, el niño de primero fanático de Harry.
— ¡Eh, Harry!
— ¡Hola, Colin!
—Harry, Harry..., en mi clase un chico ha estado diciendo que tú eres...
Pero Colin era demasiado pequeño para luchar contra la marea de gente que lo llevaba hacia el Gran Comedor. Se le oyó chillar:
— ¡Hasta luego, Harry! —Y desapareció.
— ¿Qué es lo que dice sobre ti uno de su clase? —preguntó Hermione.
—Que soy el heredero de Slytherin, supongo —respondió.
—La gente aquí es capaz de creerse cualquier cosa —opinó Ron, con disgusto
—No les hagas caso, al parecer tienen demasiado tiempo libre como para inventar rumores. — comenté molesta.
La masa de alumnos se aclaró, y conseguimos subir sin dificultad al siguiente rellano.
— ¿Crees que realmente hay una Cámara de los Secretos? —preguntó Ron a Hermione.
—No lo sé —respondió ella, frunciendo el entrecejo—. Dumbledore no fue capaz de curar a la Señora Norris, y eso me hace sospechar que quienquiera que la atacase no debía de ser..., bueno..., humano.
Al doblar la esquina nos encontramos en un extremo del mismo corredor en que había tenido lugar la agresión. Nos detuvimos a mirar. El lugar estaba tal como lo habíamos encontrado aquella noche, salvo que ningún gato tieso colgaba de la argolla en que se fijaba la antorcha, y que había una silla apoyada contra la pared del mensaje: «La cámara ha sido abierta.»
—Aquí es donde Filch ha estado haciendo guardia —dijo Ron.
Nos miramos entre nosotros. El corredor se encontraba desierto.
—No hay nada malo en echar un vistazo —dijo Harry, dejando la bolsa en el suelo y poniéndose a gatear en busca de alguna pista.
— ¡Esto está chamuscado! —dijo—. ¡Aquí... y aquí!
— ¡Ven y mira esto! —Dijo Hermione—. Es extraño.
Harry se levantó y se acercó a la ventana más próxima a la inscripción de la pared, junto a Ron y yo.
Hermione señalaba al cristal superior, por donde una veintena de arañas estaban escabulléndose, según parecía tratando de penetrar por una pequeña grieta en el cristal.
Un hilo largo y plateado colgaba como una soga, y daba la impresión de que las arañas lo habían utilizado para salir apresuradamente.
— ¿Habían visto alguna vez que las arañas se comportaran así? —preguntó ella, perpleja.
—Yo no —dijo Harry—. ¿Y tú, Ron? ¿Ron?
Cuando volteamos a verlo, Ron había retrocedido y parecía estar luchando contra el impulso de salir corriendo.
— ¿Qué pasa? —le preguntó Harry.
—No... No me gustan... las arañas —contestó Ron, nervioso.
—No lo sabía —dijo Hermione, mirando sorprendida a Ron—. Has usado arañas muchas veces en la clase de Pociones...
—Si están muertas no me importa —explicó Ron, quien tenía la precaución de mirar a cualquier parte menos a la ventana—. No soporto la manera en que se mueven.
Hermione soltó una risita tonta.
—No tiene nada de divertido —dijo Ron impetuosamente—. Si quieres saberlo, cuando yo tenía tres años, Fred convirtió mi... mi osito de peluche en una araña grande y asquerosa porque yo le había roto su escoba de juguete. A ti tampoco te harían gracia si estando con tu osito, le hubieran salido de repente muchas patas y...
Dejó de hablar, estremecido. Era evidente que Hermione seguía aguantándose la risa, tal y como yo. Harry, de seguro para evitar una pelea, dijo:
— ¿Recuerdan toda aquella agua en el suelo? ¿De dónde vendría? Alguien lo ha limpiado.
—Estaba por aquí —dijo Ron, recobrándose y caminando unos pasos más allá de la silla de Filch para indicárselo—, a la altura de esta puerta.
Asió el pomo metálico de la puerta, pero retiró la mano inmediatamente, como si se hubiera quemado.
— ¿Qué pasa? —preguntó Harry
—No puedo entrar ahí —dijo Ron bruscamente—, es un aseo de chicas.
—Pero Ron, si no habrá nadie dentro —le dije recomponiendo la compostura y acercándome—; aquí es donde está Myrtle la Llorona. Vamos, echemos un vistazo.
Y sin hacer caso del letrero de «No funciona», abrí la puerta.
Debajo de un espejo grande, quebrado y manchado, había una fila de lavabos de piedra en muy mal estado. El suelo estaba mojado y reflejaba la luz triste que daban las llamas de unas pocas velas que se consumían en sus palmatorias. Las puertas de los retretes estaban rayadas y rotas, y una colgaba fuera de los goznes.
Hermione les pidió silencio con un dedo en los labios y juntas nos acercamos al último retrete. Cuando llegamos, dijo:
—Hola, Myrtle, ¿qué tal?
Harry y Ron se acercaron a ver. Myrtle la Llorona estaba sobre la cisterna del retrete, reventándose un grano de la barbilla.
—Esto es un aseo de chicas —dijo, mirando con recelo a Harry y Ron—. Y ellos no son chicas.
—No —confirmé con una risita—. Sólo quería enseñarles lo... lo bien que se está aquí.
—Pregúntale si vio algo —me dijo Harry sin pronunciar, para que le leyera los labios.
— ¿Qué murmuras? —le preguntó Myrtle, mirándole.
—Nada —se apresuró a decir Harry—. Queríamos preguntar...
— ¡Me gustaría que la gente dejara de hablar a mis espaldas! —Dijo Myrtle, con la voz ahogada por las lágrimas—. Tengo sentimientos, ¿saben?, aunque esté muerta.
—Myrtle, nadie quiere molestarte —calmó Hermione—. Harry sólo...
— ¡Nadie quiere molestarme! ¡Ésta sí que es buena! —Gimió Myrtle—. ¡Mi vida en este lugar no fue más que miseria, y ahora la gente viene aquí a amargarme la muerte!
—Queríamos preguntarte si habías visto últimamente algo raro —dijo Hermione dándose prisa—. Porque la noche de Halloween agredieron a un gato justo al otro lado de tu puerta.
— ¿Viste a alguien por aquí aquella noche? —le preguntó Harry.
—No me fijé —dijo Myrtle con afectación—. Me dolió tanto lo que dijo Peeves, que vine aquí e intenté suicidarme. Luego, claro, recordé que estoy..., que estoy...
—Muerta ya —dijo Ron, con la intención de ayudar. Myrtle sollozó trágicamente, se elevó en el aire, se volvió y se sumergió de cabeza en la taza del retrete, salpicándonos, y desapareció de la vista; a juzgar por la procedencia de sus sollozos ahogados, debía de estar en algún lugar del sifón.
Harry y Ron se quedaron con la boca abierta, pero Hermione, que ya estaba harta –al igual que yo-, se encogió de hombros, y les dijo:
—Tratándose de Myrtle, esto es casi estar alegre. Bueno, vámonos...
Harry acababa de cerrar la puerta a los sollozos gorjeantes de Myrtle, cuando una potente voz nos hizo dar un respingo.
— ¡RON!
Percy Weasley, con su resplandeciente insignia de prefecto, se había detenido al final de las escaleras, con una expresión de susto en la cara.
— ¡Esos son los aseos de las chicas! —gritó—. ¿Qué estás haciendo?
—Sólo echaba un vistazo —excusó Ron, encogiéndose de hombros—. Buscando pistas, ya sabes...
Percy parecía a punto de estallar, parecía una señora Weasley versión masculina.
—Váyanse... fuera... de aquí... —dijo, caminando hacia nosotros con paso firme y agitando los brazos para echarnos—. ¿No se dan cuenta de lo que podría parecer, volver a este lugar mientras todos están cenando?
— ¿Por qué no podemos estar aquí? —Repuso Ron acaloradamente, parándose de pronto y enfrentándose a Percy—. ¡Escucha, nosotros no le hemos tocado un pelo a ese gato!
—Eso es lo que dije a Ginny —dijo Percy con contundencia—, pero ella todavía cree que te van a expulsar. No la he visto nunca tan afectada, llorando amargamente. Podrías pensar un poco en ella, y además, todos los de primero están asustados.
—A ti no te preocupa Ginny —replicó Ron, enrojeciendo hasta las orejas—, a ti sólo te preocupa que yo eche a perder tus posibilidades de ser Representante del Colegio.
— ¡Cinco puntos menos para Gryffindor! —Gritó Percy secamente, llevándose una mano a su insignia de prefecto—. ¡Y espero que esto te enseñe la lección! ¡Se acabó el hacer de detective, o de lo contrario escribiré a mamá!
Y se marchó con el paso firme y la nuca tan colorada como las orejas de Ron.
Aquella noche, nos sentamos lo más alejados posibles de Percy, en la Sala Común.
Ron estaba todavía de muy mal humor y seguía emborronando sus deberes de Encantamientos. Cuando, sin darse cuenta, cogió su varita mágica para quitar las manchas, el pergamino empezó a arder. Casi echando tanto humo como sus deberes, Ron cerró de golpe El libro reglamentario de hechizos (clase 2). Para sorpresa de Harry y mía, Hermione lo imitó.
—Pero ¿quién podría ser? —dijo con voz tranquila, como si continuara una conversación que hubiéramos estado manteniendo—. ¿Quién querría echar de Hogwarts a todos los squibs y los de familia muggle?
—Pensemos —dijo Harry con desconcierto, mirándome—. ¿Conocemos a alguien que piense que los que vienen de familia muggle son escoria?
Enseguida entendí a qué quería hacer referencia.
— ¡Harry! ¿Cómo puedes pensar eso?
—Bueno, lo escuchamos perfectamente cuando dijo “Los próximos serán los sangres sucia”.
Solté un jadeo de consternación.
—Oh, vamos, puede hacer algunas estupideces, pero es bueno, además, de ser el heredero de Slytherine, (cosa que—agregué en un rápido murmullo—no es), la Cámara se habría abierto el curso anterior.
Los otros dos nos miraban con incomodidad.
— ¡Es bueno contigo solamente!— pareció no escuchar lo último, o tal vez era que más quería hablar de esto.
Entonces Hermione, como si esperara algo, susurró: “Muffliato”.
—No bromees, lo que pasa es que yo le di la oportunidad de conocernos bien, eso es todo, recuerda que yo también lo odiaba antes. ¡Pero cambió!
—Camille, no seas ciega, ¡no es solo que se le dio la gana de cambiar de un día a otro!—gritó con enfado.
— ¡AH! ¡¿NO?! ¿ENTONCES QUE ES?
No me daba cuenta de que todos en la Sala Común miraban nuestro espectáculo, claro que sin escuchar nada gracias al hechizo.
— ¡LE GUSTAS!
Y me quedé petrificada, sin decir palabra. ¿Qué cosas decía?
— ¡Harry! No es lo mejor que has inventado.
—No es invento, es que no notas… ¿No notas como te mira?
—Oh, vamos, ahora eres un experto en expresiones y un observador profesional—rodé los ojos.
—Es el, quieras admitirlo o no— volvió al tema anterior rápidamente.
Poco a poco nos calmábamos más.
—Claro que no.
—Si lo es.
—Que no.
—Si.
— ¡No!
— ¡Si!
— ¡QUE NO! Y punto.
—Que si...— murmuró. Solté un suspiro, rendida.
—Finite incantatem.
Ron y Hermione se miraron entre ellos y luego a nosotros, dudosos.
—Em… ¿Ya está?— preguntó la castaña.
— ¿Qué cosa?
—Ya han arreglado “sus diferencias”— hizo comillas en el aire, y noté que Herms le golpeaba con el codo disimuladamente.
— ¿Qué diferencias? Solo es algo en lo que no concordamos…
—Bueno, de hecho nosotros dos también apoyamos a Harry.
—Es cierto, parece demasiado sospechoso, Camille— agregó Hermione.
Los miré indignada., y con un bufido les dije.
—De acuerdo, demuéstrenme que me equivoco.
—Y—aprovechó Harry—, si lo hacemos, dejaras de hablar con él.
—Bien, pero si se equivocan, tendrán que tratar de ser amigos.
Lo pensaron durante un largo rato, consultándose con la mirada.
—De acuerdo…—dijo por fin Harry. Le tendí la mano.
—Es una apuesta entonces, que gane el que dice la verdad…—y agregué eufórica— ¡Yo, evidentemente!
Y subí hasta mi habitación, aun vacía. Me acosté un rato en la cama, tratando de dormir, aunque en realidad estaba pensando en lo sucedido estos últimos meses…
Todo eso de Draco, Harry y los Dursley, y esa voz que solo Harry escuchaba, esto era una locura…
De repente una vocecilla me susurró: “Acepta que tú también la escuchas…”
Rodé hacia el otro lado, incómoda.
Era verdad, yo la había escuchado ese día del accidente de la señora Norris… Y aun no le había dicho nada a ninguno… ¿Debería decirles? Tal vez no, me catalogarían como que trato de apoyar a Harry y miento. Pero, si es verdad, ¿Qué más da si me creen o no? Si quieren creerlo que lo hagan y si no, no me importa, vale la pena ayudar a Harry un poco; últimamente se veía decaído.
-De acuerdo, se lo diré- me dije. Y por un impulso me levanté en silencio de la cama. Sin darme cuenta, en algún momento las otras se habían acostado, y ya estaban profundamente dormidas.
Me puse mi bata sobre el camisón, y bajé hasta la Sala Común en puntillas.
Estaba desierta, así que no tuve inconvenientes con subir hasta la habitación de los muchachos, cuya puerta tenía un cartel que marcaba:
“Ron Weasley – Seamus Finnigan- Harry Potter-
Dean Thomas- Neville Longbottom”
Traté de que la puerta no crujiera al abrirla.
Dentro había cinco camas con dosel, color rojo sangre. En una reconocí de inmediato a Ron, con su cabello anaranjado, que resaltaba aun en la oscuridad. En otra estaba Neville, junto a el vi a Dean, totalmente desparramado. Por fin vi a Harry, que dormía plácidamente.
Me acerqué cuidando de no hacer ruido, y le susurré.
—Harry…
No hubo respuesta.
— ¡Harry!
Nada.
— ¡HARRY!— y lo zarandee fuertemente.
Abrió los ojos asustados y casi se pone a gritar, pero le cubrí la boca.
— ¡SHH!
Me miraba con los ojos como platos. Lo solté y enseguida se puso los anteojos, aun sin comprender mucho.
— ¿Camille?
—CHSS, no hables tan alto—susurré.
— ¿Qué…?— pero antes de que dijera algo lo arrastré fuera de la cama, hasta la Sala Común.
— ¿Entonces?— preguntó desconcertado.
—Me acordé de que tenía que decirte algo…
Volvió a abrir los ojos de par en par y se sonrojo.
— ¿Qu-qué cosa?
Me senté en uno de los sillones, y comencé a explicarle:
— ¿Recuerdas la vez de la voz en Halloween?— asintió, regresando a la normalidad, algo decepcionado ¿De qué??—; bueno, sucede que… Yo también la escuché…— entonces volvió a abrir los ojos, y se sentó junto a mi.
— ¿Cómo que la escuchaste?
—Eh, bueno, la escuché—dije con sarcasmo.
—Ja, ja, graciosa.
Seguía enojado por lo de horas atrás.
—Ya basta, ¿Si? Quería decirte que escuche la misma voz que tú escuchaste, algo que por cierto todos dudan que sea real, y sin embargo te pones en idiota.
Estaba por irme, pero me pidió perdón, y volví a mi lugar, conservando mi orgullo algo dañado.
—Bueno, ¿Por qué crees que solamente nosotros la oímos?
—Eh… No lo sé, ya me desvelé muchas noches tratando de averiguarlo.
— ¿Tendrá algo que ver con… nuestros padres?
— No lo creo, ¿Qué puede llegar a tener que ver eso, con que escuchemos voces como si estuviéramos prófugos de San Mungo?
—Bueno, es la única relación que encontré entre nosotros que sea de un pasado común.
—Tal vez…— pero no continuó la frase.
— ¿Qué?
—Bueno, que tal vez haya cosas que no conocemos, de… NUESTRO pasado.
— ¿Qué clase de cosas?
—Por ejemplo, ¿Por qué Snape odiaba a nuestros padres?
—Tienes razón… Menos mal que uno de nosotros piensa.
—Prefiero decir que “tengo mucho tiempo libre para pensar”.
Solté una risita silenciosa.
— ¿Tiempo libre para pensar? ¿Y qué con las tareas?
—Yo dije PENSAR, no hacer ensaladas Rusas de con mi cabeza.
—Bien, antes de empezar a hablar de cocina, ¿Debería contarles a Hermione y a Ron?
—A decir verdad, dejaría de parecer un loco.
—Claro, ahora seríamos dos locos, pero locos juntos— ironicé.
—De acuerdo, si quieres diles, si no, no hace mucha falta—puso un tono de ofendido.
—Agh, está bien…—dije fingiendo frustración, y reoje su expresión, que reflejaba una sonrisa de satisfacción—: Ya que insistes no les cuento.
La sonrisa se borró.
—Oh, ¿por favor?
—Déjame pensarlo…No— sonreí con malicia, y me levanté dirigiéndome a las escaleras de las chicas.
—Se los puedo decir yo…
—No te atreverías—dije segura.
— ¿Cómo sabes que no?—volvió a sonreír.
—Porque me enojaría, y no quieres que me enoje contigo.
—¡Ja! ¿Quién dice que no?
—Porque si es así, me iré con Draco y sus amigos.
La sonrisa volvió a desaparecer, como una palanca que subían y bajaban.
—Oh, esta bien, seré un loco solo…—se cruzó de brazos.
—Por cierto, luego hablaremos sobre como averiguar lo de Snape.
—De acuerdo, adiós.
Subí un par de escalones, pero enseguida regresé corriendo a donde Harry, quien recién se levantaba del sofá.
Y fue todo rápido. Abrió los ojos de par en par como por cuarta vez en la noche, y yo rápidamente le di un beso en la mejilla, estas se tornaron rojizas.
— ¡Perdóname por despertarte! Y gracias— murmuré, y me fui corriendo en silencio a mi habitación, me tiré en la cama, y solté un gran suspiro…
¡OH DIOS! ¿QUÉ ME PASA?
C.J. Potter
Re: La muchacha de Gryffindor (Harry y tú)
Cap. 11 “Partido contra Slytherin”
Al día siguiente, Hermione, Ron y Harry se dedicaron a buscar la lista de ingredientes para la poción multijugos, la cual los ayudaría a demostrarme que supuestamente Malfoy era el heredero de Slytherine
—Debemos conseguir la autorización de un profesor para sacar el libro de la Sección Prohibida de la biblioteca— les explicaba Hermione a los muchachos, conmigo al lado tratando de ignorarlos.
— ¿Quién sería tan tonto como para dárnosla?—preguntó Ron.
—Oh, si quieren que les de una pista…— les dije, provocando que me miraran con curiosidad.
— ¿Quién?
—Bueno, siguen siendo mis amigos pese a que acusen a mis OTROS amigos de ser una entidad maligna dispuesto a asesinar a montones de personas inocentes—dramatice, y Herms rodó los ojos, Harry soltó un bufido, y Ron, luego de asimilar lo que dije soltó un “¿Qué?”—. Así que les diré—continué ignorando la cara de confusión del pelirrojo—, que el único profesor tan estúpido como para darles una autorización extraña a una zona PROHIBIDA y oscura en la biblioteca, creería yo, que es Lockhart.
Harry y Ron sonrieron, pero Herms soltó un bufido.
—Ya veremos…
Y entramos a la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras.
Allí Lockhart nos torturó leyendo e interpretando pasajes de sus libros, como siempre, usando a Harry como ayudante.
Finalmente sonó el timbre, y Harry suspiró aliviado. Se acercó a nosotros, y le dijo a Hermione:
—Ve tú…
Fueron hasta el profesor, pero no llegué a escuchar, ya que con un suspiro me fui.
Fuera me crucé con Draco.
—Hola Camille— me dijo amistoso, ¡Era increíble que creyeran esas cosa de él!
—Hola Draco, ¿Cómo te ha ido?
Hizo una mueca.
—Eh, digamos que la profesora Sprout no tiene simpatía por mí.
—Tal vez, pero tienes la de Snape, eso es milagroso.
—A decir verdad si, no soportaría que me tratasen como a tus amigos.
Poco a poco se había acostumbrado a no llamar con algún insulto a Harry, Ron y Hermione (al menos frente a mí)
—Créeme que no.
—A propósito, ¿A quién apoyaras en el partido?
¿Partido?
— ¿Qué partido dices?
—Mañana jugamos contra Gryffindor—dijo como si fuera algo obvio y que debería saber.
¡Lo había olvidado!
— ¡OH! Tienes razón, aun no lo pensé—dude unos segundos—. Aunque supongo que apoyaré a Gryffindor, es mi casa.
—Ah, gracias.
—No te enojes, si quieres te apoyo con la mente.
— ¿Cómo es eso?
—Ya sabes, te deseo que ganes y eso.
— ¿Y en que me ayuda?
— ¿No te basta con que te desee suerte?
—De acuerdo…— dijo algo receloso—, pero al menos merezco un abrazo de apoyo, ¿No es así?
Preguntó sonriendo pícaramente, viendo algo detrás mio.
—Si eso quieres…
Y lo abracé unos segundos.
Luego, sucedió algo muy rápido.
Se escuchó un insulto, y al instante alguien estaba lanzándose sobre Draco, provocando que por poco yo cayera al piso.
Cuando caí en mi, me di cuenta de que ese alguien era Harry.
Estaban rodando en el suelo, tratando de lanzarse puñetazos (gracioso siendo pequeños) y lastimar algo del otro.
— ¡HARRY!— grité exasperada. Poco a poco se acumulaban más personas alrededor nuestro. Entre ellos estaban Fred y George, que gritaban:
— ¡Vamos Harry!
— ¡Tu puedes! ¡Hazme ganar esos galeons!
Entonces saqué mi varita y grité:
— ¡PETRIFICUS TOTALUS!
Y ambos quedaron inmóviles.
— ¡Levicorpus!
Moví a Harry por los aires hasta que quedo frente a mí.
—Finite incantatem—apunté a Draco, y este se levanto, dispuesto a volver con Harry.
—Vete Draco, por favor.
Se detuvo en seco, y durante unos momentos no hizo nada, indispuesto a irse, hasta que finalmente dio media vuelta lanzando una mirada de odio, receloso, y se fue.
— ¡¿Y ustedes que quieren?!— grité a la masa de personas que seguían en ronda. Poco a poco se dispersaron entre murmullos.
—Devuélveme el dinero Weasley, te dije que los detendría— le decía uno de Hufflepuff a Fred, quien obedecía maldiciendo entre dientes.
Pronto estábamos solos.
—Finite incantatem—susurré, y Harry se paró con normalidad. Tenía las gafas rotas y un rasguño en la mejilla izquierda.
—Oculus reparo—dije por lo bajo, y los anteojos se arreglaron. Entonces comencé la reprimenda.
— ¿Qué fue eso?— recriminé enojada.
—Una pelea—respondió a secas.
—Sabes a que me refiero, no lo esquives. ¿Por qué lo hiciste?
—No lo sé.
— ¿No lo sabes? ¿Eso le habrías dicho a McGonagall si te atrapaba? ¿Y que harás si Draco le cuenta a Snape o a su padre? ¿Eh? ¿Qué tal si te expulsan?
—No lo sé— repitió.
— ¡Harry!
— ¿Qué buscas que diga? ¿Qué lo siento y que no volverá a ocurrir? No lo conseguirás, lo lamento.
—Sabes perfectamente que lo que hiciste está mal, así que no necesito tus disculpas. Pero me gustaría una buena razón para lo que hiciste.
—Bueno, ya que tanto te interesa, lo golpee porque te abrazaba.
Y se fue echándose la mochila a los hombros, dejándome congelada.
¿Acaso estaba celoso?
Oh, por Merlín, si así es el amor, prefiero que no exista…
Ese día no me habló, ni yo tampoco a él. Hermione y Ron se habían enterado de lo ocurrido, y estaban divididos, Herms conmigo y Ron con Harry, tratando de que nos arreglemos.
Claro que no funcionó.
Al día siguiente me desperté a eso de las 10:30 de la mañana. Hoy era el bendito partido…
Luego de asearme, me coloqué la túnica, y bajé a la Sala Común.
Allí estaba Hermione con un libro, unos de primero y un par de quinto y cuarto.
Me senté junto a ella.
— ¿Lees tan temprano?
—Es mejor que leer muy tarde— repuso cerrando el libro.
—Supongo que… los otros están durmiendo—dije tratando de no nombrar a Harry.
—Supones bien, “los otros” de seguro se despiertan tarde.
Hubo en corto silencio.
— ¿De veras no se hablarán más por esa tontería?
—Dices eso porque no lo viste, ¡Se lanzó encima de el! ¡Así, de la nada!— solté al instante.
—Oh, vamos, lo hizo por celos.
—Celos, celos, ¿Celos de que?
Se rió tontamente, como si fuera la pregunta más estúpida del mundo.
—Supongo que celos de Malfoy.
—Pff, mi mejor amigo es Harry, no él, no lo cambiaría tampoco, se supone que debe saberlo.
Soltó un suspiro.
—No son precisamente esa clase de celos.
Levanté una ceja, escéptica.
— ¿Ah no?
— Vamos Camille, somos pequeños, pero no tanto. Es obvio que le gustas.
Entonces sentí algo revolviéndose en mi estómago. ¿Sería verdad?
— ¿Qué?
— ¿Me dirás que no lo notabas?
—Bueno, es raro…
— ¿En que sentido?
—En que él es mi mejor amigo, se supone…
Se echó a reír.
—En serio, ¿Eso que tiene que ver con qué se gusten?
—Yo nunca dije que me gustara—defendí, sintiendo mis mejillas arder.
—Ah, tienes razón…
Y volvió a carcajear.
—¡Basta!
—Pero… pero… es que…—trató de hablar, entre risas.
La miré seriamente, y ella calló de súbito.
—De acuerdo—se disculpó—pero si lo de ustedes no es gustarse, no sé que lo es— levanto ambas manos mostrando las palmas, defensiva.
—Ya te dije que yo no estoy enamorada de Harry.
Y en ese momento, de las escaleras de los chicos, aparecían dos cabezas familiares, una rojiza, y otra azabache.
Me quedé muda, al igual que Hermione. Harry me miraba con una expresión inescrutable, y Ron lo miraba a él, preocupado.
Quise decir algo, pero enseguida se retiró a través del hueco en la pared.
Los otros dos me miraron con decepción.
— ¿Qué?— exclamé molesta, yéndome yo también.
El almuerzo fue incómodo. Me senté junto a Ginny y Hermione, ya que Harry y Ron estaban apartados.
No hable en toda la comida, provocando que la pelirroja me mirara preocupada.
A esa de las once, nos dirigimos con todos los demás, al campo de Quidditch a presenciar el partido.
En las gradas estaba sentada entre Ron y Hermione. El primero me miraba negando con la cabeza, por lo cual cambie de lugar a Ginny, y quede entre Herms y Neville.
Cuando los de Gryffindor salieron al campo, fueron recibidos con gran estruendo; eran sobre todo aclamaciones de Hufflepuff y de Ravenclaw, cuyos miembros y seguidores estaban deseosos de ver derrotado al equipo de Slytherin, aunque la afición de Slytherin también hizo oír sus abucheos y silbidos. La señora Hooch, que era la profesora de quidditch, hizo que Flint y Wood se dieran la mano, y los dos contrincantes aprovecharon para dirigirse miradas desafiantes y apretar bastante más de lo necesario.
—Cuando toque el silbato —dijo la señora Hooch—: tres..., dos..., uno...
Animados por el bramido de la multitud que les apoyaba, los catorce jugadores se elevaron hacia el cielo plomizo. Harry ascendió más que ningún otro, aguzando la vista en busca de la snitch.
— ¿Todo bien por ahí, cabeza rajada? —le gritó Malfoy, saliendo disparado por debajo de él, lo cual me hizo enojar, claro que desde la pelea Draco había olvidado mis reclamos porque tuvieran una buena relación.
Harry no tuvo tiempo de replicar. En aquel preciso instante iba hacia él una bludger negra y pesada; faltó tan poco para que le golpeara, que al pasar le despeinó.
—¡Por qué poco, Harry! —le dijo George, pasando por su lado como un relámpago, con el bate en la mano, listo para devolver la bludger contra Slytherin.
George dio un fuerte golpe a la bludger dirigiéndola hacia Adrian Pucey, pero la bludger cambió de dirección en medio del aire y se fue directa, otra vez, contra Harry.
Harry descendió rápidamente para evitarla, y George logró golpearla fuerte contra Draco. Una vez más, la bludger viró bruscamente como si fuera un bumerán y se encaminó como una bala hacia la cabeza de Harry.
¿Qué estaba pasando?
Harry aumentó la velocidad y salió zumbando hacia el otro extremo del campo.
Las bludger nunca se enconaban de aquella manera contra un único jugador, su misión era derribar a todo el que pudieran...
Fred Weasley aguardaba en el otro extremo. Harry se agachó para que Fred golpeara la bludger con todas sus fuerzas.
— ¡Ya está! —gritó Fred contento, pero se equivocaba: como si fuera atraída magnéticamente por Harry, la bludger volvió a perseguirlo y él se vio obligado a alejarse a toda velocidad.
Había empezado a llover, y eso dificultaría la visión de Harry.
«Slytherin en cabeza por seis a cero.» gritó Lee Jordan, el comentarista, cuando éstos marcaron un tanto.
Estaba claro que la superioridad de las escobas de Slytherin daba sus resultados, y mientras tanto, la bludger loca hacía todo lo que podía para derribar a Harry. Fred y George se acercaban mucho a él, uno a cada lado.
George y Fred parecían murmurar algo, mientras golpeaban a la bludger que seguía intentando tirar a Harry.
Entonces George, comenzó a batir los brazos intentando hacerle señas a Wood y al mismo tiempo evitar que la bludger le partiera la nariz a Harry.
Wood captó el mensaje. La señora Hooch hizo sonar el silbato y Harry, Fred y George bajaron al césped, todavía tratando de evitar la bludger loca.
El equipo de Gryffindor se reunió a hablar, mientras la afición de Slytherin los abucheaba
La señora Hooch iba hacia ellos. Detrás de ella, el equipo de Slytherin lo señalaba y se burlaban.
Wood miraba a Harry como a los Weasley. No podía oír lo que decían, lo cual era frustrante.
Llegó la señora Hooch, y le preguntó algo a Wood.
Éste pareció dudar unos instantes, pero finalmente volvieron al campo.
La lluvia volvió a arreciar. Al toque de silbato de la señora Hooch, Harry dio una patada en el suelo que lo propulsó por los aires, y enseguida la bludger fue tras él. Harry ascendió más y más. Giraba, daba vueltas, se trasladaba en espiral, en zigzag, describiendo tirabuzones.
En un momento voló cabeza abajo, provocando las risas de la multitud.
Inició un vuelo a lo montaña rusa por los bordes del campo.
La bludger le pasó rozando. Mi corazón parecía un tambor indio, ya que no dejaba de latir a gran velocidad. Esa bludger podría golpearlo en cualquier momento…
Dio media vuelta y voló en la dirección opuesta.
—¿Haciendo prácticas de ballet, Potter? —le gritó Draco, cuando Harry se vio obligado a hacer una ridícula floritura en el aire para evitar la bludger, ya hablaría con el...
Harry escapó, pero la bludger lo seguía a un metro de distancia; y cuando volteo a ver a Malfoy, se quedó inmóvil Durante un angustioso instante.
¡PLAM!
Solté un grito.
Se había quedado quieto un segundo de más. La bludger lo alcanzó por fin, le golpeó en el codo. Débil, desmontó a medias de la escoba empapada por la lluvia, manteniendo una rodilla todavía doblada sobre ella y su brazo derecho colgando inerte.
La bludger volvió para atacarle de nuevo, y esta vez se dirigía directa a su cara. Harry cambió bruscamente de dirección.
Yo estaba parada, al igual que otros en la tribuna, mirando con suma atención sus movimientos, temerosa de que cayera de su escoba.
Se dirigía hasta Draco.
—¿Qué...? —exclamó éste en un grito ahogado logrando que lo oyera, apartándose del rumbo de Harry.
Harry se soltó finalmente de la escoba tratando de atrapar algo.
Pero sólo se sujetaba a la escoba con las piernas, y comenzó a caer.
—¡Harry!— grité con desesperación, bajando las gradas rápidamente.
Con un golpe seco chocó contra el barro y salió rodando, ya sin la escoba. El brazo le colgaba en un ángulo muy extraño. De pronto, cuando estaba a punto de bajar al campo, todos comenzaron a aclamar y silbar. Había atrapado la snitch.
Lo vi murmurar algo, pero enseguida se desmayó.
Corrí hasta a él, y me arrodillé a su lado, colocando mis manos en el contorno de su cara, esperando que dijera algo, lo que fuese.
Enseguida todos estaban a nuestro alrededor, y Lockhart se abrió paso hasta mi lado.
De repente abrió los ojos.
Parecía confuso.
—Camille… ¿Qué pasó?
— ¡Gracias a Dios!—lo abracé provocando que sonriera, pero lo solté cuando oí un gemido de dolor y acto seguido se tocó el brazo—Eres un completo idiota—y su sonrisa desapareció—…No deberías haberte arriesgado así, pero me alegra que estés bien— y volvió a sonreír, aun acostado en el suelo.
En ese momento vio a Lockhart, y gimoteo:
—Oh, no usted…
—No sabe lo que dice —explicó Lockhart en voz alta a la expectante multitud de Gryffindor que se agolpaba alrededor. Aunque yo sabía perfectamente que tenía total conciencia y demasiada razón al lamentarse—. Que nadie se preocupe: voy a inmovilizarle el brazo.
— ¡No! —Dijimos yo y Harry al mismo tiempo, y el quedó congelado—, me gusta como está, gracias—finalizó el pelinegro.
Intentó sentarse, pero no lo logró. Entonces se oyó un “¡Clic!” de la cámara de Creevey.
—No quiero que hagas fotos, Colin —dijo Harry alzando la voz.
—Vuelve a tenderte, Harry —dijo Lockhart, tranquilizador—. No es más que un sencillo hechizo que he empleado incontables veces.
— ¿Por qué no me envían a la enfermería? —masculló él, mirándome con súplica.
—Así debería hacerse, profesor —dijo Wood, lleno de barro y sin poder evitar sonreír aunque su buscador estuviera herido—. Fabulosa jugada, Harry, realmente espectacular, la mejor que hayas hecho nunca, yo diría.
—Apártense —dijo Lockhart, arremangándose su túnica verde jade.
—No... ¡No! —dijo Harry débilmente, pero Lockhart estaba revoleando su varita, y un instante después la apuntó hacia su brazo.
Y entonces sucedió algo extraño. Su brazo pareció desinflarse, quedando blandengue como un fideo.
Él había cerrado los ojos y vuelto la cara hacia el otro lado, aunque de seguro noto que algo malo ocurría cuando todos soltaron un grito ahogado y Colin comenzó a sacar fotos a lo loco.
— ¿¡Qué ha hecho?!—grité exasperada.
— ¡Ah! —Dijo Lockhart—. Sí, bueno, algunas veces ocurre esto. Pero el caso es que los huesos ya no están rotos. Eso es lo que importa. Así que, Harry, ahora debes ir a la enfermería. Ah, señorita, ¿puede ayudarle? La señora Pomfrey podrá..., esto..., arreglarlo un poco.
— ¡Eso espero, profesor!
Lo ayudé a levantarse. Al ponerse en pie, Harry miró hacia su lado derecho. Casi volvió a desmayarse.
Por el extremo de la manga de la túnica asomaba lo que parecía un grueso guante de goma de color carne.
Lockhart no le había recompuesto los huesos: se los había quitado.
Lo acompañé a la enfermería.
—Realmente, Lockhart tiene algún problema…—murmuré.
—Una muy grave—respondió algo enfadado.
Entonces pensé, que debía aprovechar el momento para hablar con el.
—Harry… Lo siento…
Me miró sin expresión unos instantes y luego contestó.
—No deberías, no hay nada que lamentar…—su voz sonó áspera.
— ¡Claro que hay!
—No lo creo, solo escuche algo que decías sobre mí, no es gran cosa.
— ¡Ah! ¿Vas a decirme que no te importó en absoluto?
Estaba sintiéndome algo indignada y triste. Y yo que pensaba decirle la verdad…
—De hecho, no.
— ¿Entonces por qué te fuiste de inmediato y no me hablaste en toda la mañana?
Me aferraba débilmente a los recursos que tenía.
—Para que siguieras hablando tranquila. La situación habría sido embarazosa ¿No crees?
Me detuve en seco.
—Ah, claro…—contesté con sarcasmo, y voltee gritando— ¡Da igual ahora!
Lo deje a la deriva, y me encaminé al retrato de la Dama Gorda.
—Somormujo—murmuré al llegar, con lo que la puerta se abrió.
Subí a mi habitación, como en automático, y me lancé a la cama.
Al día siguiente, Hermione, Ron y Harry se dedicaron a buscar la lista de ingredientes para la poción multijugos, la cual los ayudaría a demostrarme que supuestamente Malfoy era el heredero de Slytherine
—Debemos conseguir la autorización de un profesor para sacar el libro de la Sección Prohibida de la biblioteca— les explicaba Hermione a los muchachos, conmigo al lado tratando de ignorarlos.
— ¿Quién sería tan tonto como para dárnosla?—preguntó Ron.
—Oh, si quieren que les de una pista…— les dije, provocando que me miraran con curiosidad.
— ¿Quién?
—Bueno, siguen siendo mis amigos pese a que acusen a mis OTROS amigos de ser una entidad maligna dispuesto a asesinar a montones de personas inocentes—dramatice, y Herms rodó los ojos, Harry soltó un bufido, y Ron, luego de asimilar lo que dije soltó un “¿Qué?”—. Así que les diré—continué ignorando la cara de confusión del pelirrojo—, que el único profesor tan estúpido como para darles una autorización extraña a una zona PROHIBIDA y oscura en la biblioteca, creería yo, que es Lockhart.
Harry y Ron sonrieron, pero Herms soltó un bufido.
—Ya veremos…
Y entramos a la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras.
Allí Lockhart nos torturó leyendo e interpretando pasajes de sus libros, como siempre, usando a Harry como ayudante.
Finalmente sonó el timbre, y Harry suspiró aliviado. Se acercó a nosotros, y le dijo a Hermione:
—Ve tú…
Fueron hasta el profesor, pero no llegué a escuchar, ya que con un suspiro me fui.
Fuera me crucé con Draco.
—Hola Camille— me dijo amistoso, ¡Era increíble que creyeran esas cosa de él!
—Hola Draco, ¿Cómo te ha ido?
Hizo una mueca.
—Eh, digamos que la profesora Sprout no tiene simpatía por mí.
—Tal vez, pero tienes la de Snape, eso es milagroso.
—A decir verdad si, no soportaría que me tratasen como a tus amigos.
Poco a poco se había acostumbrado a no llamar con algún insulto a Harry, Ron y Hermione (al menos frente a mí)
—Créeme que no.
—A propósito, ¿A quién apoyaras en el partido?
¿Partido?
— ¿Qué partido dices?
—Mañana jugamos contra Gryffindor—dijo como si fuera algo obvio y que debería saber.
¡Lo había olvidado!
— ¡OH! Tienes razón, aun no lo pensé—dude unos segundos—. Aunque supongo que apoyaré a Gryffindor, es mi casa.
—Ah, gracias.
—No te enojes, si quieres te apoyo con la mente.
— ¿Cómo es eso?
—Ya sabes, te deseo que ganes y eso.
— ¿Y en que me ayuda?
— ¿No te basta con que te desee suerte?
—De acuerdo…— dijo algo receloso—, pero al menos merezco un abrazo de apoyo, ¿No es así?
Preguntó sonriendo pícaramente, viendo algo detrás mio.
—Si eso quieres…
Y lo abracé unos segundos.
Luego, sucedió algo muy rápido.
Se escuchó un insulto, y al instante alguien estaba lanzándose sobre Draco, provocando que por poco yo cayera al piso.
Cuando caí en mi, me di cuenta de que ese alguien era Harry.
Estaban rodando en el suelo, tratando de lanzarse puñetazos (gracioso siendo pequeños) y lastimar algo del otro.
— ¡HARRY!— grité exasperada. Poco a poco se acumulaban más personas alrededor nuestro. Entre ellos estaban Fred y George, que gritaban:
— ¡Vamos Harry!
— ¡Tu puedes! ¡Hazme ganar esos galeons!
Entonces saqué mi varita y grité:
— ¡PETRIFICUS TOTALUS!
Y ambos quedaron inmóviles.
— ¡Levicorpus!
Moví a Harry por los aires hasta que quedo frente a mí.
—Finite incantatem—apunté a Draco, y este se levanto, dispuesto a volver con Harry.
—Vete Draco, por favor.
Se detuvo en seco, y durante unos momentos no hizo nada, indispuesto a irse, hasta que finalmente dio media vuelta lanzando una mirada de odio, receloso, y se fue.
— ¡¿Y ustedes que quieren?!— grité a la masa de personas que seguían en ronda. Poco a poco se dispersaron entre murmullos.
—Devuélveme el dinero Weasley, te dije que los detendría— le decía uno de Hufflepuff a Fred, quien obedecía maldiciendo entre dientes.
Pronto estábamos solos.
—Finite incantatem—susurré, y Harry se paró con normalidad. Tenía las gafas rotas y un rasguño en la mejilla izquierda.
—Oculus reparo—dije por lo bajo, y los anteojos se arreglaron. Entonces comencé la reprimenda.
— ¿Qué fue eso?— recriminé enojada.
—Una pelea—respondió a secas.
—Sabes a que me refiero, no lo esquives. ¿Por qué lo hiciste?
—No lo sé.
— ¿No lo sabes? ¿Eso le habrías dicho a McGonagall si te atrapaba? ¿Y que harás si Draco le cuenta a Snape o a su padre? ¿Eh? ¿Qué tal si te expulsan?
—No lo sé— repitió.
— ¡Harry!
— ¿Qué buscas que diga? ¿Qué lo siento y que no volverá a ocurrir? No lo conseguirás, lo lamento.
—Sabes perfectamente que lo que hiciste está mal, así que no necesito tus disculpas. Pero me gustaría una buena razón para lo que hiciste.
—Bueno, ya que tanto te interesa, lo golpee porque te abrazaba.
Y se fue echándose la mochila a los hombros, dejándome congelada.
¿Acaso estaba celoso?
Oh, por Merlín, si así es el amor, prefiero que no exista…
Ese día no me habló, ni yo tampoco a él. Hermione y Ron se habían enterado de lo ocurrido, y estaban divididos, Herms conmigo y Ron con Harry, tratando de que nos arreglemos.
Claro que no funcionó.
Al día siguiente me desperté a eso de las 10:30 de la mañana. Hoy era el bendito partido…
Luego de asearme, me coloqué la túnica, y bajé a la Sala Común.
Allí estaba Hermione con un libro, unos de primero y un par de quinto y cuarto.
Me senté junto a ella.
— ¿Lees tan temprano?
—Es mejor que leer muy tarde— repuso cerrando el libro.
—Supongo que… los otros están durmiendo—dije tratando de no nombrar a Harry.
—Supones bien, “los otros” de seguro se despiertan tarde.
Hubo en corto silencio.
— ¿De veras no se hablarán más por esa tontería?
—Dices eso porque no lo viste, ¡Se lanzó encima de el! ¡Así, de la nada!— solté al instante.
—Oh, vamos, lo hizo por celos.
—Celos, celos, ¿Celos de que?
Se rió tontamente, como si fuera la pregunta más estúpida del mundo.
—Supongo que celos de Malfoy.
—Pff, mi mejor amigo es Harry, no él, no lo cambiaría tampoco, se supone que debe saberlo.
Soltó un suspiro.
—No son precisamente esa clase de celos.
Levanté una ceja, escéptica.
— ¿Ah no?
— Vamos Camille, somos pequeños, pero no tanto. Es obvio que le gustas.
Entonces sentí algo revolviéndose en mi estómago. ¿Sería verdad?
— ¿Qué?
— ¿Me dirás que no lo notabas?
—Bueno, es raro…
— ¿En que sentido?
—En que él es mi mejor amigo, se supone…
Se echó a reír.
—En serio, ¿Eso que tiene que ver con qué se gusten?
—Yo nunca dije que me gustara—defendí, sintiendo mis mejillas arder.
—Ah, tienes razón…
Y volvió a carcajear.
—¡Basta!
—Pero… pero… es que…—trató de hablar, entre risas.
La miré seriamente, y ella calló de súbito.
—De acuerdo—se disculpó—pero si lo de ustedes no es gustarse, no sé que lo es— levanto ambas manos mostrando las palmas, defensiva.
—Ya te dije que yo no estoy enamorada de Harry.
Y en ese momento, de las escaleras de los chicos, aparecían dos cabezas familiares, una rojiza, y otra azabache.
Me quedé muda, al igual que Hermione. Harry me miraba con una expresión inescrutable, y Ron lo miraba a él, preocupado.
Quise decir algo, pero enseguida se retiró a través del hueco en la pared.
Los otros dos me miraron con decepción.
— ¿Qué?— exclamé molesta, yéndome yo también.
El almuerzo fue incómodo. Me senté junto a Ginny y Hermione, ya que Harry y Ron estaban apartados.
No hable en toda la comida, provocando que la pelirroja me mirara preocupada.
A esa de las once, nos dirigimos con todos los demás, al campo de Quidditch a presenciar el partido.
En las gradas estaba sentada entre Ron y Hermione. El primero me miraba negando con la cabeza, por lo cual cambie de lugar a Ginny, y quede entre Herms y Neville.
Cuando los de Gryffindor salieron al campo, fueron recibidos con gran estruendo; eran sobre todo aclamaciones de Hufflepuff y de Ravenclaw, cuyos miembros y seguidores estaban deseosos de ver derrotado al equipo de Slytherin, aunque la afición de Slytherin también hizo oír sus abucheos y silbidos. La señora Hooch, que era la profesora de quidditch, hizo que Flint y Wood se dieran la mano, y los dos contrincantes aprovecharon para dirigirse miradas desafiantes y apretar bastante más de lo necesario.
—Cuando toque el silbato —dijo la señora Hooch—: tres..., dos..., uno...
Animados por el bramido de la multitud que les apoyaba, los catorce jugadores se elevaron hacia el cielo plomizo. Harry ascendió más que ningún otro, aguzando la vista en busca de la snitch.
— ¿Todo bien por ahí, cabeza rajada? —le gritó Malfoy, saliendo disparado por debajo de él, lo cual me hizo enojar, claro que desde la pelea Draco había olvidado mis reclamos porque tuvieran una buena relación.
Harry no tuvo tiempo de replicar. En aquel preciso instante iba hacia él una bludger negra y pesada; faltó tan poco para que le golpeara, que al pasar le despeinó.
—¡Por qué poco, Harry! —le dijo George, pasando por su lado como un relámpago, con el bate en la mano, listo para devolver la bludger contra Slytherin.
George dio un fuerte golpe a la bludger dirigiéndola hacia Adrian Pucey, pero la bludger cambió de dirección en medio del aire y se fue directa, otra vez, contra Harry.
Harry descendió rápidamente para evitarla, y George logró golpearla fuerte contra Draco. Una vez más, la bludger viró bruscamente como si fuera un bumerán y se encaminó como una bala hacia la cabeza de Harry.
¿Qué estaba pasando?
Harry aumentó la velocidad y salió zumbando hacia el otro extremo del campo.
Las bludger nunca se enconaban de aquella manera contra un único jugador, su misión era derribar a todo el que pudieran...
Fred Weasley aguardaba en el otro extremo. Harry se agachó para que Fred golpeara la bludger con todas sus fuerzas.
— ¡Ya está! —gritó Fred contento, pero se equivocaba: como si fuera atraída magnéticamente por Harry, la bludger volvió a perseguirlo y él se vio obligado a alejarse a toda velocidad.
Había empezado a llover, y eso dificultaría la visión de Harry.
«Slytherin en cabeza por seis a cero.» gritó Lee Jordan, el comentarista, cuando éstos marcaron un tanto.
Estaba claro que la superioridad de las escobas de Slytherin daba sus resultados, y mientras tanto, la bludger loca hacía todo lo que podía para derribar a Harry. Fred y George se acercaban mucho a él, uno a cada lado.
George y Fred parecían murmurar algo, mientras golpeaban a la bludger que seguía intentando tirar a Harry.
Entonces George, comenzó a batir los brazos intentando hacerle señas a Wood y al mismo tiempo evitar que la bludger le partiera la nariz a Harry.
Wood captó el mensaje. La señora Hooch hizo sonar el silbato y Harry, Fred y George bajaron al césped, todavía tratando de evitar la bludger loca.
El equipo de Gryffindor se reunió a hablar, mientras la afición de Slytherin los abucheaba
La señora Hooch iba hacia ellos. Detrás de ella, el equipo de Slytherin lo señalaba y se burlaban.
Wood miraba a Harry como a los Weasley. No podía oír lo que decían, lo cual era frustrante.
Llegó la señora Hooch, y le preguntó algo a Wood.
Éste pareció dudar unos instantes, pero finalmente volvieron al campo.
La lluvia volvió a arreciar. Al toque de silbato de la señora Hooch, Harry dio una patada en el suelo que lo propulsó por los aires, y enseguida la bludger fue tras él. Harry ascendió más y más. Giraba, daba vueltas, se trasladaba en espiral, en zigzag, describiendo tirabuzones.
En un momento voló cabeza abajo, provocando las risas de la multitud.
Inició un vuelo a lo montaña rusa por los bordes del campo.
La bludger le pasó rozando. Mi corazón parecía un tambor indio, ya que no dejaba de latir a gran velocidad. Esa bludger podría golpearlo en cualquier momento…
Dio media vuelta y voló en la dirección opuesta.
—¿Haciendo prácticas de ballet, Potter? —le gritó Draco, cuando Harry se vio obligado a hacer una ridícula floritura en el aire para evitar la bludger, ya hablaría con el...
Harry escapó, pero la bludger lo seguía a un metro de distancia; y cuando volteo a ver a Malfoy, se quedó inmóvil Durante un angustioso instante.
¡PLAM!
Solté un grito.
Se había quedado quieto un segundo de más. La bludger lo alcanzó por fin, le golpeó en el codo. Débil, desmontó a medias de la escoba empapada por la lluvia, manteniendo una rodilla todavía doblada sobre ella y su brazo derecho colgando inerte.
La bludger volvió para atacarle de nuevo, y esta vez se dirigía directa a su cara. Harry cambió bruscamente de dirección.
Yo estaba parada, al igual que otros en la tribuna, mirando con suma atención sus movimientos, temerosa de que cayera de su escoba.
Se dirigía hasta Draco.
—¿Qué...? —exclamó éste en un grito ahogado logrando que lo oyera, apartándose del rumbo de Harry.
Harry se soltó finalmente de la escoba tratando de atrapar algo.
Pero sólo se sujetaba a la escoba con las piernas, y comenzó a caer.
—¡Harry!— grité con desesperación, bajando las gradas rápidamente.
Con un golpe seco chocó contra el barro y salió rodando, ya sin la escoba. El brazo le colgaba en un ángulo muy extraño. De pronto, cuando estaba a punto de bajar al campo, todos comenzaron a aclamar y silbar. Había atrapado la snitch.
Lo vi murmurar algo, pero enseguida se desmayó.
Corrí hasta a él, y me arrodillé a su lado, colocando mis manos en el contorno de su cara, esperando que dijera algo, lo que fuese.
Enseguida todos estaban a nuestro alrededor, y Lockhart se abrió paso hasta mi lado.
De repente abrió los ojos.
Parecía confuso.
—Camille… ¿Qué pasó?
— ¡Gracias a Dios!—lo abracé provocando que sonriera, pero lo solté cuando oí un gemido de dolor y acto seguido se tocó el brazo—Eres un completo idiota—y su sonrisa desapareció—…No deberías haberte arriesgado así, pero me alegra que estés bien— y volvió a sonreír, aun acostado en el suelo.
En ese momento vio a Lockhart, y gimoteo:
—Oh, no usted…
—No sabe lo que dice —explicó Lockhart en voz alta a la expectante multitud de Gryffindor que se agolpaba alrededor. Aunque yo sabía perfectamente que tenía total conciencia y demasiada razón al lamentarse—. Que nadie se preocupe: voy a inmovilizarle el brazo.
— ¡No! —Dijimos yo y Harry al mismo tiempo, y el quedó congelado—, me gusta como está, gracias—finalizó el pelinegro.
Intentó sentarse, pero no lo logró. Entonces se oyó un “¡Clic!” de la cámara de Creevey.
—No quiero que hagas fotos, Colin —dijo Harry alzando la voz.
—Vuelve a tenderte, Harry —dijo Lockhart, tranquilizador—. No es más que un sencillo hechizo que he empleado incontables veces.
— ¿Por qué no me envían a la enfermería? —masculló él, mirándome con súplica.
—Así debería hacerse, profesor —dijo Wood, lleno de barro y sin poder evitar sonreír aunque su buscador estuviera herido—. Fabulosa jugada, Harry, realmente espectacular, la mejor que hayas hecho nunca, yo diría.
—Apártense —dijo Lockhart, arremangándose su túnica verde jade.
—No... ¡No! —dijo Harry débilmente, pero Lockhart estaba revoleando su varita, y un instante después la apuntó hacia su brazo.
Y entonces sucedió algo extraño. Su brazo pareció desinflarse, quedando blandengue como un fideo.
Él había cerrado los ojos y vuelto la cara hacia el otro lado, aunque de seguro noto que algo malo ocurría cuando todos soltaron un grito ahogado y Colin comenzó a sacar fotos a lo loco.
— ¿¡Qué ha hecho?!—grité exasperada.
— ¡Ah! —Dijo Lockhart—. Sí, bueno, algunas veces ocurre esto. Pero el caso es que los huesos ya no están rotos. Eso es lo que importa. Así que, Harry, ahora debes ir a la enfermería. Ah, señorita, ¿puede ayudarle? La señora Pomfrey podrá..., esto..., arreglarlo un poco.
— ¡Eso espero, profesor!
Lo ayudé a levantarse. Al ponerse en pie, Harry miró hacia su lado derecho. Casi volvió a desmayarse.
Por el extremo de la manga de la túnica asomaba lo que parecía un grueso guante de goma de color carne.
Lockhart no le había recompuesto los huesos: se los había quitado.
Lo acompañé a la enfermería.
—Realmente, Lockhart tiene algún problema…—murmuré.
—Una muy grave—respondió algo enfadado.
Entonces pensé, que debía aprovechar el momento para hablar con el.
—Harry… Lo siento…
Me miró sin expresión unos instantes y luego contestó.
—No deberías, no hay nada que lamentar…—su voz sonó áspera.
— ¡Claro que hay!
—No lo creo, solo escuche algo que decías sobre mí, no es gran cosa.
— ¡Ah! ¿Vas a decirme que no te importó en absoluto?
Estaba sintiéndome algo indignada y triste. Y yo que pensaba decirle la verdad…
—De hecho, no.
— ¿Entonces por qué te fuiste de inmediato y no me hablaste en toda la mañana?
Me aferraba débilmente a los recursos que tenía.
—Para que siguieras hablando tranquila. La situación habría sido embarazosa ¿No crees?
Me detuve en seco.
—Ah, claro…—contesté con sarcasmo, y voltee gritando— ¡Da igual ahora!
Lo deje a la deriva, y me encaminé al retrato de la Dama Gorda.
—Somormujo—murmuré al llegar, con lo que la puerta se abrió.
Subí a mi habitación, como en automático, y me lancé a la cama.
Última edición por JulyPotter2012 el Vie 20 Jul 2012, 9:43 pm, editado 2 veces
C.J. Potter
Re: La muchacha de Gryffindor (Harry y tú)
Cap. 12 “El Pársel, un problema más”
Al día siguiente bajé a la Sala Común muy temprano, casi junto al alba. Y tal como yo esperaba, no había nadie allí.
Me senté sobre un sillón en el rincón más oscuro y comencé a gimotear.
Había estado toda la noche soportando el llanto, tratando de no hacer que las demás despertaran. En especial Hermione, ella habría armado un escandalo y no quería eso.
Tal vez era una estupidez, lo acepto, pero sin embargo para mi era importante. A él no le importaba lo que… Agh, ya no importa. Un simple amor de la infancia…
Pero pronto los gimoteos se transformaron en sollozos, y finalmente comenzaron a caer lágrimas. Negué con la cabeza. Era absurdo estar así por esto, demasiado dramático y eso jamás fue de mi estilo.
Sequé las lágrimas con el dorso de mi mano y me puse de pie.
—Ya esta…—murmuré para mí, y fue como si pusiera una hoja en blanco, algo simplemente muy reconfortante. Y me propuse a hacer otra cosa, encontrando finalmente un libro.
Pasé unas cuantas horas, y poco a poco el lugar se fue llenando.
Ya a las once, dejé el libro, que resultaba muy interesante, y me dirigí al Gran Comedor.
Cuando salía por el cuadro, me encontré con la persona que horas antes había provocado un Obliviate en mi cabeza.
—Harry—saludé, tratando de parecer contenta. Quedó mudo unos instantes.
—Hola…
— ¿Buscabas a Herms y a Ron?
—Si…—parecía cauteloso.
—Vayamos juntos, yo tampoco los vi salir, creo que estuve distraída.
Reí, y el me siguió, aunque parecía seguir a la espera de que le lanzara un Cruciato, o algo así.
Comenzamos a recorrer el castillo, y no aparecían.
— ¿Dónde estarán estos dos?— se quejó.
—Mm… Puede ser… ¿El baño de Myrtle?—sugerí.
—Tienes razón, aunque no veo la raz…
— ¡La poción!—exclamé, dándome cuenta de que ya era la fecha.
— ¡Oh! Tienes razón.
—Al fin podré demostrarles que Draco es inocente—dije felizmente, dirigiéndonos al baño del segundo piso.
Su cara pareció volverse gris.
— O al contrario, por fin podré demostrarte que es el quien ha petrificado a la señora Norris y a Colin.
— ¿Qué? ¿Colin?
—Anoche escuché que Dumbledore y McGonagall hablaban, al parecer Colin apareció petrificado, con su cámara de fotos derretida aun en sus manos…—me contó todo lo que había logrado oír, y también la sorpresiva visita de Dobby, su advertencia y su confesión.
Al parecer hasta Dumbledore temía que esto pasara a peores.
—Claro, claro que no fue Draco—opiné al final.
— ¡¿Por qué lo defiendes?!— soltó furioso.
— ¡Porque es mi amigo! Además, si bien no recuerdo, eso no es de tu interés.
Voltee la cabeza, dejándolo con las palabras en la garganta, mientras entrabamos en el baño.
Allí efectivamente estaban Ron y Hermione, dedicados a preparar la poción multijugos.
— ¡Oh, son ustedes!— dijeron asustados.
— ¿Quien otro?—pregunte riendo.
—Pensamos que podría ser Percy, revisando que no me meta en problemas.
—Como sea, ¿Cómo se las arreglaron para conseguir todo?—cuestioné asombrada de la sustancia que estaba dentro de un caldero apoyado sobre un retrete, con un fuego crepitante debajo.
—Oh, deberías de habernos ayudado, ahora es tarde, es una historia muy laarga—Harry estaba demasiado dispuesto a discutir conmigo hoy, pero lo ignoré.
—Si, y son demasiadas las reglas que rompimos…— agregó Ron, y continuó, algo perturbado— ¡Quien sabe que nos haría Snape si se entera!
Empezamos a reír.
Luego Harry tomó la palabra.
Él empezó a contarles lo de Colin, pero Hermione lo interrumpió.
—Ya lo sabemos, oímos a la profesora McGonagall hablar con el profesor Flitwick esta mañana. Por eso pensamos que era mejor darnos prisa.
—Cuanto antes le saquemos a Malfoy una declaración, mejor —gruñó Ron—. ¿No piensas igual? Se ve que después del partido de quidditch estaba tan sulfurado que la tomó con Colin.
— ¡¿De nuevo con eso?!—reclamé enojada.
—De acuerdo, lo siento—pero lo oí murmurar algo como—Ya veras que es un Salazar Slytherine Junior— y le pegué un codazo.
—Hay algo más —dijo Harry, ignorando la interrupción, contemplando a Hermione, que partía manojos de alguna hierba y los echaba a la poción—. Dobby vino en mitad de la noche a hacerme una visita.
Ron y Hermione levantaron la mirada, sorprendidos. Harry les contó todo lo que Dobby le había dicho... y lo que no le había querido decir. Ron y Hermione lo escucharon con la boca abierta. Claro que eso yo lo había escuchado de antemano antes de entrar.
— ¿La Cámara de los Secretos ya fue abierta antes? —le preguntó Hermione.
—Es evidente —dijo Ron con voz de triunfo—. Lucius Malfoy abriría la cámara en sus tiempos de estudiante y ahora le ha explicado a su querido Draco cómo hacerlo. Está claro. Sin embargo, me gustaría que Dobby te hubiera dicho qué monstruo hay en ella. Me gustaría saber cómo es posible que nadie se lo haya encontrado merodeando por el colegio.
—Quizá pueda volverse invisible —dijo Hermione, empujando unas sanguijuelas hacia el fondo del caldero—. O quizá pueda disfrazarse, hacerse pasar por una armadura o algo así. He leído algo sobre fantasmas camaleónicos...
—Lees demasiado, Hermione —le dijo Ron, echando algo encima de las sanguijuelas. Arrugó la bolsa vacía de estos y miró a Harry—. Así que fue Dobby el que no nos dejó coger el tren y el que te rompió el brazo... —Movió la cabeza—. ¿Sabes qué, Harry? Si no deja de intentar salvarte la vida, te va a matar.
—Tiene razón, deberíamos hablar con el— opiné.
—No tendría sentido…
La noticia de que habían atacado a Colin Creevey y de que éste yacía como muerto en la enfermería se extendió por todo el colegio durante la mañana del lunes. El ambiente se llenó de rumores y sospechas. Los de primer curso se desplazaban por el castillo en grupos muy compactos, como si temieran que los atacaran si iban solos.
Ginny Weasley, que se sentaba junto a Colin Creevey en la clase de Encantamientos, estaba consternada, mientras Fred y George trataban de animarla dándole sustos indeseables, hasta que Percy los paró amenazando conque sino le mandaría una lechuza a su madre diciendo que por su culpa ella tenía pesadillas.
Mientras tanto, a escondidas de los profesores, se desarrollaba en el colegio un mercado de talismanes, amuletos y otros chismes protectores. Neville Longbottom había comprado una gran cebolla verde, cuyo olor decían que alejaba el mal, un cristal púrpura acabado en punta y una cola podrida de tritón antes de que los demás chicos de Gryffindor le explicaran que él no corría peligro, porque tenía la sangre limpia y por tanto no era probable que lo atacaran.
—Fueron primero por Filch —dijo Neville, con el miedo escrito en su cara redonda—, y todo el mundo sabe que yo soy casi un squib.
Durante la segunda semana de diciembre, la profesora McGonagall pasó, como de costumbre, a recoger los nombres de los que se quedarían en el colegio en Navidades.
Harry, Ron, yo y Hermione firmamos en la lista; habíamos oído que Draco se quedaba, lo cual a ellos les pareció muy sospechoso. “Las vacaciones serían un momento perfecto para utilizar la poción multijugos e intentar sonsacarle una confesión” comentó Hermione.
Por desgracia para ellos, la poción estaba a medio acabar. Aún necesitaban un cuerno de bicornio y piel de serpiente arbórea africana, y el único lugar del que podrían sacarlos era el armario privado de Snape. Lo cual sería una locura.
—Lo que tenemos que hacer —dijo animadamente Hermione, cuando se acercaba la doble clase de Pociones de la tarde del jueves— es distraerle con algo. Entonces uno de nosotros podrá entrar en el despacho de Snape y coger lo que necesitamos. —Harry y Ron la miraron nerviosos, claro que yo permanecía al margen de eso—. Creo que es mejor que me encargue yo misma del robo —continuó Hermione, como si tal cosa—. A ustedes dos los expulsarían si los encontraran en otra, mientras que yo tengo el expediente limpio. Así que no tienen más que originar un tumulto lo suficientemente importante para mantener ocupado a Snape unos cinco minutos.
Harry sonrió tímidamente. Provocar un tumulto en la clase de Pociones de Snape era tan arriesgado como pegarle un puñetazo en el ojo a un dragón dormido. Debían desear seriamente esa poción como para hacerlo.
Aquella tarde de jueves, la clase se desarrollaba como siempre. Veinte calderos humeaban entre los pupitres de madera, en los que descansaban balanzas de latón y jarras con los ingredientes. Snape rondaba por entre los fuegos, haciendo comentarios envenenados sobre el trabajo de los de Gryffindor, mientras los de Slytherin se reían a cada crítica. Draco Malfoy, que era el alumno favorito de Snape, hacia burla con los ojos a Ron y Harry, que sabían que si le contestaban tardarían en ser castigados menos de lo que se tarda en decir «injusto». Lo cual, era realmente injusto, y eso que ya había hablado con él, así que había veces en que lo miraba y él automáticamente, y a duras penas, trataba de hacer como si nada y seguir con lo suyo.
A Harry la pócima infladora le salía demasiado líquida, pero estaba más pendiente a la seña se Hermione, y apenas prestó atención cuando Snape se detuvo a mirar con desprecio su poción agnada.
Cuando Snape se volvió y se fue a ridiculizar a Neville, Hermione captó la mirada de Harry; y le hizo con la cabeza un gesto afirmativo.
Harry se agachó rápidamente y se escondió detrás de su caldero. Segundos después, se paró, y arrojó una bengala salía dando chispas. Enseguida me agaché, ya que estaba frente a su mesa.
La bengala aterrizó en el caldero de Goyle.
La poción de éste estalló, rociando a toda la clase. Los alumnos chillaban cuando los alcanzaba la pócima infladora. A Draco le salpicó en toda la cara, y la nariz se le empezó a hinchar como un balón; Goyle andaba a ciegas tapándose los ojos con las manos, que se le pusieron del tamaño de platos soperos, mientras Snape trataba de restablecer la calma y de entender qué había sucedido. Vi a Hermione aprovechar la confusión para salir discretamente por la puerta.
Me horroricé cuando note que una de mis manos era tres veces más ancha de lo normal, y solté un gritito.
— ¡HARRY!—este volteo y al ver mi mano comenzó a reír. Entonces preparé la mano, y lo golpee en el estómago. Enseguida se calló, aunque soltaba risillas de tanto en tanto.
— ¡Silencio! ¡SILENCIO! —Gritaba Snape—. Los que hayan sido salpicados por la poción, que vengan aquí para ser curados. Y cuando averigüe quién ha hecho esto...
Harry casi vuelve a echarse a reír cuando vio a Draco apresurarse hacia la mesa del profesor, con la cabeza caída a causa del peso de la nariz, que había llegado a alcanzar el tamaño de un pequeño melón. Mientras la mitad de la clase se apiñaba en torno a la mesa de Snape y yo también, unos quejándose de sus brazos del tamaño de grandes garrotes, y otros sin poder hablar debido a la hinchazón de sus labios, vi que Hermione entraba sin que nadie lo notara, con un bulto pajo la túnica.
Cuando todo el mundo se hubo tomado un trago de antídoto y las diversas hinchazones remitieron –sentí un gran alivio cuando mi mano regresó a su tamaño normal-, Snape se fue hasta el caldero de Goyle y extrajo los restos negros y retorcidos de la bengala. Se produjo un silencio repentino.
—Si averiguo quién ha arrojado esto —susurró Snape—, me aseguraré de que lo expulsen.
Harry puso una cara de perplejidad, que estaba segura de que eso era algo que le costaba mucho. Snape lo miraba a él, y la campana que sonó al cabo de diez minutos no pudo ser mejor bienvenida.
—Sabe que fui yo —nos dijo Harry, mientras íbamos deprisa a los aseos de Myrtle la Llorona—. Podría jurarlo.
—Oh, Snape no es de quien debes preocuparte ahora—golpee su brazo y él se quejó con un “¡Ouch!”.
Hermione echó al caldero los nuevos ingredientes y removió con brío.
—Estará lista dentro de dos semanas —dijo contenta.
—Snape no tiene ninguna prueba de que hayas sido tú —dijo Ron a Harry, tranquilizándolo—. ¿Qué puede hacer?
—Conociendo a Snape, algo terrible —dijo Harry, mientras la poción levantaba borbotones y espuma.
Una semana más tarde, cruzábamos el vestíbulo cuando vimos a un puñado de gente que se agolpaba delante del tablón de anuncios para leer un pergamino que acababan de colgar. Seamus Finnigan y Dean Thomas nos hacían señas, entusiasmados.
— ¡Van a abrir un club de duelo! —Dijo Seamus—. ¡La primera sesión será esta noche! No me importaría recibir unas clases de duelo, podrían ser útiles en estos días...
— ¿Por qué? ¿Acaso piensas que se va a batir el monstruo de Slytherin? —preguntó Ron, pero lo cierto es que también él leía con interés el cartel.
—Podría ser útil —nos dijo cuando nos dirigíamos a cenar—. ¿Vamos?
Harry y Hermione se mostraron completamente a favor, al igual que yo, así que aquella noche, a las ocho, nos dirigimos deprisa al Gran Comedor.
Las grandes mesas de comedor habían desaparecido, y adosada a lo largo de una de las paredes había una tarima dorada, iluminada por miles de velas que flotaban en el aire. El techo volvía a ser negro, y la mayor parte de los alumnos parecían haberse reunido debajo de él, portando sus varitas mágicas y aparentemente entusiasmados.
—Me pregunto quién nos enseñará —dije con curiosidad—. Alguien me ha dicho que Flitwick fue campeón de duelo cuando era joven, quizá sea él.
—Con tal de que no sea... —Harry empezó una frase que terminó en un gemido:
Gilderoy Lockhart se encaminaba a la tarima, resplandeciente en su túnica color ciruela oscuro, y lo acompañaba nada menos que Snape, con su usual túnica negra.
Lockhart rogó silencio con un gesto del brazo y dijo:
— ¡Vengan aquí, acérquense! ¿Me ve todo el mundo? ¿Me oyen todos? ¡Estupendo! El profesor Dumbledore me ha concedido permiso para abrir este modesto club de duelo, con la intención de prepararos a todos ustedes por si algún día necesitan defenderse tal como me ha pasado a mí en incontables ocasiones (para más detalles, consulten mis obras).
»Permítanme que les presente a mi ayudante, el profesor Snape —dijo Lockhart, con una amplia sonrisa—. Él dice que sabe un poquito sobre el arte de batirse, y ha accedido desinteresadamente a ayudarme en una pequeña demostración antes de empezar. Pero no quiero que se preocupen los más jóvenes: no se quedarán sin profesor de Pociones después de esta demostración, ¡no teman!
—Si fuese por mi, no habría problemas en que se matasen el uno al otro—nos murmuró Ron.
En el labio superior de Snape se apreciaba una especie de mueca de desprecio.
Lockhart y Snape se encararon y se hicieron una reverencia. O, por lo menos, la hizo Lockhart, con mucha floritura de la mano, mientras Snape movía la cabeza de mal humor. Luego alzaron sus varitas mágicas frente a ellos, como si fueran espadas.
—Como ven, sostenemos nuestras varitas en la posición de combate convencional —explicó Lockhart a la silenciosa multitud—. Cuando cuente tres, haremos nuestro primer embrujo. Pero claro está que ninguno de los dos tiene intención de matar.
—Yo no estaría tan seguro —susurró Harry.
—Una..., dos... y tres.
Ambos alzaron las varitas y las dirigieron a los hombros del contrincante. Snape gritó:
— ¡Expelliarmus!
Resplandeció un destello de luz roja, y Lockhart despegó en el aire, voló hacia atrás, salió de la tarima, pegó contra el muro y cayó resbalando por él hasta quedar tendido en el suelo.
Draco y algunos otros de Slytherin vitorearon. Hermione se puso de puntillas.
— ¿Creen que estará bien? —chilló por entre los dedos con que se tapaba la cara.
— ¿A quién le preocupa? —dijimos Harry, yo y Ron al mismo tiempo. Herms tenía una ligera fanatización por el profesor de Defensas Contra las Artes Oscuras, pero tanto Harry (porque el otro lo agobiaba con lo de la fama), como Ron, y como yo (por la misma razón que Harry, y además por el hecho de que me dijera cosas como “Lamento lo de tu padre, pero es lo mejor” –como si siquiera fuese mi padre-, y bueno, lo último que hizo a Harry terminó toda mi simpatía por el), lo odiábamos.
Lockhart se puso de pie con esfuerzo. Se le había caído el sombrero y su pelo ondulado se le había puesto de punta.
— ¡Bueno, ya lo han visto! —Dijo, tambaleándose al volver a la tarima—. Eso ha sido un encantamiento de desarme; como pudieron ver, he perdido la varita... ¡Ah, gracias, señorita Brown! Sí, profesor Snape, ha sido una excelente idea enseñarlo a los alumnos, pero si no le importa que se lo diga, era muy evidente que iba a atacar de esa manera. Si hubiera querido impedírselo, me habría resultado muy fácil. Pero pensé que sería instructivo dejarles que vieran...
Snape parecía dispuesto a matarlo, y quizá Lockhart lo notara, porque dijo:
— ¡Basta de demostración! Vamos a colocaros por parejas. Profesor Snape, si es tan amable de ayudarme...
Se metieron entre la multitud a formar parejas. Lockhart puso a Neville con Justin
Finch-Fletchley, pero Snape llegó primero hasta donde estaban Ron y Harry
—Ya es hora de separar a este equipo ideal, creo —dijo con expresión desdeñosa— Weasley, puedes emparejarte con Finnigan. Potter... La señorita Granger que se ponga con
Bulstrode.
Harry se acercó automáticamente a mí.
—Me parece que no —dijo Snape, sonriendo con frialdad—. Señor Malfoy, aquí. Veamos qué puedes hacer con el famoso Potter. Y la señorita Black, con Parkinson.
Malfoy se acercó pavoneándose y sonriendo. Detrás de él iba una chica de Slytherin que parecía un Troll ya que era alta y robusta, y su poderosa mandíbula sobresalía agresivamente, y junto estaba Pansy.
Hermione la saludó con una débil sonrisa que la otra no le devolvió. Pobre Herms…
Le lancé a Draco una mirada amenazadora, y el rodando los ojos asintió con la cabeza.
— ¡Pónganse frente a sus contrincantes —dijo Lockhart, de nuevo sobre la tarima— y hagan una inclinación!
Harry y Draco apenas bajaron la cabeza, mirándose fijamente. Esto no resultara bien, para nada bien. Me incliné levemente frente a la odiosa Slytherine.
— ¡Varitas listas! —Gritó Lockhart—. Cuando cuente hasta tres, ejecuten sus hechizos para desarmar al oponente. Sólo para desarmarlo; no queremos que haya ningún accidente. Una, dos y... tres.
Antes de que dijera tres, Pansy había arrojado un Expelliarmus, el cuál detuve con un “¡Protego!”.
Cuando miré a los otros, Harry estaba en el suelo, gritando:
— ¡Rictusempra!
Un chorro de luz plateada alcanzó a Malfoy en el estómago, y él se retorció, respirando con dificultad.
Y en ese momento un hechizo me golpeó, provocando que me elevara por los aires, para luego lanzarme bruscamente contra el piso.
— ¡He dicho sólo desarmarse! —gritó Lockhart a la combativa multitud cuando Draco cayó de rodillas, volví a observar su enfrentamiento luego de gritar “Everte Statum” a Pansy; Harry lo había atacado con un encantamiento de cosquillas, y apenas se podía mover de la risa. Harry no volvió a atacar, pero al parecer fue un error. Tomando aire, Draco apuntó la varita a las rodillas de Harry, y dijo con voz ahogada:
— ¡Tarantallegra!
Un segundo después, a Harry las piernas se le empezaron a mover a saltos, fuera de control, como si bailaran un baile velocísimo.
— ¡Alto!, ¡alto! —gritó Lockhart, pero Snape se hizo cargo de la situación.
—¡Finite incantatem! —gritó. Los pies de Harry dejaron de bailar, Draco dejó de reír y ambos pudieron levantar la vista.
Una niebla de humo verdoso se cernía sobre la sala. Tanto Neville como Justin estaban tendidos en el suelo, jadeando; Ron sostenía a Seamus, que estaba lívido, y le pedía disculpas por los efectos de su varita rota; pero Hermione y Millicent Bulstrode no se habían detenido: Millicent tenía a Hermione agarrada del cuello y la hacía gemir de dolor. Las varitas de las dos estaban en el suelo. Harry se acercó de un salto y apartó a Millicent, yo fui a ayudarlo. Fue difícil, porque era mucho más robusta que nosotros.
—Muchachos, muchachos... —decía Lockhart, pasando por entre los estudiantes, examinando las consecuencias de los duelos—. Levántate, Macmillan..., con cuidado, señorita Fawcett..., pellízcalo con fuerza, Boot, y dejará de sangrar enseguida...
»Creo que será mejor que les enseñe a interceptar los hechizos indeseados —dijo Lockhart, que se había quedado quieto, con aire azorado, en medio del comedor. Miró a Snape y al ver que le brillaban los ojos, apartó la vista de inmediato—. Necesito un par de voluntarios... Longbottom y Finch-Fletchley, ¿qué tal ustedes?
—Mala idea, profesor Lockhart —dijo Snape, deslizándose como un murciélago grande y malévolo—. Longbottom provoca catástrofes con los hechizos más simples, tendríamos que enviar a Finch-Fletchley a la enfermería en una caja de cerillas. —La cara sonrosada de Neville se puso de un rosa aún más intenso—. ¿Qué tal Malfoy y Potter? —dijo Snape con una sonrisa malvada.
¡Oh, no! ¡Por favor, no!
— ¡Excelente idea! —Dijo Lockhart, haciéndoles un gesto para que se acercaran al centro del Salón, al mismo tiempo que la multitud se apartaba para dejarles sitio—. Veamos, Harry —dijo Lockhart—, cuando Draco te apunte con la varita, tienes que hacer esto.
Levantó la varita, intentó un complicado movimiento, y se le cayó al suelo. Snape sonrió y Lockhart se apresuró a recogerla, diciendo:
— ¡Vaya, mi varita está un poco nerviosa!
Snape se acercó a Malfoy, se inclinó y le susurró algo al oído. Draco también sonrió. Harry miró asustado a Lockhart y le dijo:
—Profesor, ¿me podría explicar de nuevo cómo se hace eso de interceptar?
Draco murmuró algo a Harry.
—Eso quisieras tú —le respondió Harry torciendo la boca.
Lockhart dio una palmada amistosa a Harry en el hombro.
—¡Simplemente, hazlo como yo, Harry!
—¿El qué?, ¿dejar caer la varita?
Solté una risita, pero enseguida cubrí mi boca con la mano.
Pero Lockhart no le escuchaba.
Miré a Draco para que no hiciera nada idiota, pero él no me miraba, al parecer lo hacía a propósito para que yo no le obligara a no atacar a Harry…
Crucé los dedos.
—Tres, dos, uno, ¡ya! —gritó.
Malfoy levantó rápidamente la varita y bramó:
—¡Serpensortia!
Hubo un estallido en el extremo de su varita. Aterrorizada, vi que de ella salía una larga serpiente negra, caía al suelo entre los dos y se erguía, lista para atacar.
Todos se echaron atrás gritando y despejaron el lugar en un segundo, pero yo permanecí allí, expectante, pese a que Hermione y Ron me jalaban.
—No te muevas, Potter —dijo Snape sin hacer nada, disfrutando claramente de la visión de Harry, que se había quedado inmóvil, mirando a los ojos a la furiosa serpiente—. Me encargaré de ella...
Nunca odié tanto a Snape como en ese momento.
—¡Permítanme!—gritó Lockhart. Blandió su varita apuntando a la serpiente y se oyó un disparo: la serpiente, en vez de desvanecerse, se elevó en el aire unos tres metros y volvió a caer al suelo con un chasquido. Furiosa, silbando de enojo, se deslizó derecha hacia Finch-Fletchley y se irguió de nuevo, enseñando los colmillos venenosos.
Horrorizada quise detenerlo, sin saber como.
—“¡Detente!”— drité, y todos voltearon a verme, horrorizados. Menos Harry. La serpiente se detuvo como por arte de… magia, y me miró. Irónico…
Harry se movió hasta la serpiente y dijo: “¡Déjalo!”
Y milagrosa e inexplicablemente, la serpiente bajó al suelo, tan inofensiva como una gruesa manguera negra de jardín, y volvió los ojos a Harry.
Sonriendo, miró a Justin, al igual que yo, pero este en vez de estar contento, parecía molesto y horrorizado.
— ¿A qué creen que jugamos? —nos gritó a ambos, y antes de que Harry pudiera contestar, o de que yo le gritara una grosería inapropiada para mi edad y para la ocasión, se había dado la vuelta y abandonaba el salón.
Snape se acercó, blandió la varita y la serpiente desapareció en una pequeña nube de humo negro. También Snape nos miraba a Harry y a mi de una manera rara; era una mirada astuta y calculadora que no me gusto para nada.
A nuestro alrededor todos comenzaron a murmurar.
Entonces sentí que Hermione me tiraba del brazo, fuera del salón, al igual que Ron hacia con Harry.
Al atravesar las puertas, los estudiantes se apartaban como si les diera miedo contagiarse. No tenía ni idea de lo que pasaba, y ni Ron ni Hermione nos explicaron nada hasta llegar a la sala común de Gryffindor, que estaba vacía. Entonces Ron nos sentó en un sofá y dijo:
—Hablan pársel. ¿Por qué no nos lo habían dicho?
—¿Que hablo qué? —dijo Harry al mismo tiempo que yo.
—¡Pársel! —exclamó Ron—. ¡Pueden hablar con las serpientes!
—Lo sé —dijo Harry—. Quiero decir, que ésta es la segunda vez que lo hago. Una vez, accidentalmente, le eché una boa constrictor a mi primo Dudley en el zoo... Es una larga historia... pero ella me estaba diciendo que no había estado nunca en Brasil, y yo la liberé sin proponérmelo. Fue antes de saber que era un mago...
—Yo jamás hablé con una serpiente, de hecho creo que ustedes lo imaginan…— les dije molesta.
—¿Entendiste que una boa constrictor te decía que no había estado nunca en Brasil? —repitió Ron con voz débil a Harry.
—¡Todos te oímos! A ambos…— exclamó Hermione ignorando a Ron. Manteníamos dos conversaciones diferentes.
— ¿Y qué? —Preguntó Harry—. Apuesto a que pueden hacerlo montones de personas.
—Desde luego que no —dijo Ron—. No es un don muy frecuente. Harry, eso no es bueno.
— ¡Yo no hablé pársel! ¡Fue solo una casualidad! Solo le dije que se detuviera y… bueno…—me excusé.
— ¡Y te obedeció!— continuó Hermione.
— ¿Que no es bueno? —dijo Harry, comenzando a enfadarse—. ¿Qué le pasa a todo el mundo? Mira, si no le hubiera dicho a esa serpiente que no atacara a Justin...
— ¿Eso es lo que le dijiste?
—Bueno, como ya dije, fue pura casualidad, ¿Si? Yo… yo no pude haber…
—Perolo hiciste…Hablaste en la lengua de las serpientes— Hermione y yo seguíamos hablando por separado de los chicos, al mismo tiempo que ellos decían:
—¿Qué pasa? Tú estabas allí... Tú me oíste—insistía Harry a Ron.
—Hablaste en lengua pársel —le dijo Ron—, la lengua de las serpientes. Podías haber dicho cualquier cosa. No te sorprenda que Justin se asustara, parecía como si estuvieras incitando a la serpiente, o algo así. Fue escalofriante.
Harry se quedó con la boca abierta, al tiempo que yo.
—¿Hablé en otra lengua?— terminamos los dos al mismo tiempo.
Ron y Hermione negaron con la cabeza. Por la cara que ponían tanto él como Hermione, parecía como si acabara de morir alguien.
— ¿Me quieres decir qué hay de malo en impedir que una serpiente grande y asquerosa arranque a Justin la cabeza de un mordisco? —preguntó—. ¿Qué importa cómo lo hice si evité que Justin tuviera que ingresar en el Club de Cazadores Sin Cabeza?
— ¡Tiene razón! ¡Debería agradecernos!— apoyé.
—Sí importa —dijo Hermione, hablando por fin, en un susurro—, porque Salazar Slytherin era famoso por su capacidad de hablar con las serpientes. Por eso el símbolo de la casa de Slytherin es una serpiente.
Ambos quedamos petrificados…
—Exactamente —dijo Ron—. Y ahora todo el colegio va a pensar que tú eres su tatara-tatara-tatara-tataranieto o algo así, y que tú tal vez seas su hermana.
—Pero no lo soy —dijo Harry.
— ¡Ni mucho menos somos hermanos!— agregué espantada.
—Te costará mucho demostrarlo —dijo Hermione—. Él vivió hace unos mil años, así que bien podrías serlo. Al igual que tú podrías ser su hermana tal como dijo Ron.
— ¡NO!— soltamos al mismo tiempo.
Esa noche no pude dormir. ¡No podíamos ser descendientes de Salazar Slytherine! ¡Y menos ser hermanos!
Al día siguiente bajé a la Sala Común muy temprano, casi junto al alba. Y tal como yo esperaba, no había nadie allí.
Me senté sobre un sillón en el rincón más oscuro y comencé a gimotear.
Había estado toda la noche soportando el llanto, tratando de no hacer que las demás despertaran. En especial Hermione, ella habría armado un escandalo y no quería eso.
Tal vez era una estupidez, lo acepto, pero sin embargo para mi era importante. A él no le importaba lo que… Agh, ya no importa. Un simple amor de la infancia…
Pero pronto los gimoteos se transformaron en sollozos, y finalmente comenzaron a caer lágrimas. Negué con la cabeza. Era absurdo estar así por esto, demasiado dramático y eso jamás fue de mi estilo.
Sequé las lágrimas con el dorso de mi mano y me puse de pie.
—Ya esta…—murmuré para mí, y fue como si pusiera una hoja en blanco, algo simplemente muy reconfortante. Y me propuse a hacer otra cosa, encontrando finalmente un libro.
Pasé unas cuantas horas, y poco a poco el lugar se fue llenando.
Ya a las once, dejé el libro, que resultaba muy interesante, y me dirigí al Gran Comedor.
Cuando salía por el cuadro, me encontré con la persona que horas antes había provocado un Obliviate en mi cabeza.
—Harry—saludé, tratando de parecer contenta. Quedó mudo unos instantes.
—Hola…
— ¿Buscabas a Herms y a Ron?
—Si…—parecía cauteloso.
—Vayamos juntos, yo tampoco los vi salir, creo que estuve distraída.
Reí, y el me siguió, aunque parecía seguir a la espera de que le lanzara un Cruciato, o algo así.
Comenzamos a recorrer el castillo, y no aparecían.
— ¿Dónde estarán estos dos?— se quejó.
—Mm… Puede ser… ¿El baño de Myrtle?—sugerí.
—Tienes razón, aunque no veo la raz…
— ¡La poción!—exclamé, dándome cuenta de que ya era la fecha.
— ¡Oh! Tienes razón.
—Al fin podré demostrarles que Draco es inocente—dije felizmente, dirigiéndonos al baño del segundo piso.
Su cara pareció volverse gris.
— O al contrario, por fin podré demostrarte que es el quien ha petrificado a la señora Norris y a Colin.
— ¿Qué? ¿Colin?
—Anoche escuché que Dumbledore y McGonagall hablaban, al parecer Colin apareció petrificado, con su cámara de fotos derretida aun en sus manos…—me contó todo lo que había logrado oír, y también la sorpresiva visita de Dobby, su advertencia y su confesión.
Al parecer hasta Dumbledore temía que esto pasara a peores.
—Claro, claro que no fue Draco—opiné al final.
— ¡¿Por qué lo defiendes?!— soltó furioso.
— ¡Porque es mi amigo! Además, si bien no recuerdo, eso no es de tu interés.
Voltee la cabeza, dejándolo con las palabras en la garganta, mientras entrabamos en el baño.
Allí efectivamente estaban Ron y Hermione, dedicados a preparar la poción multijugos.
— ¡Oh, son ustedes!— dijeron asustados.
— ¿Quien otro?—pregunte riendo.
—Pensamos que podría ser Percy, revisando que no me meta en problemas.
—Como sea, ¿Cómo se las arreglaron para conseguir todo?—cuestioné asombrada de la sustancia que estaba dentro de un caldero apoyado sobre un retrete, con un fuego crepitante debajo.
—Oh, deberías de habernos ayudado, ahora es tarde, es una historia muy laarga—Harry estaba demasiado dispuesto a discutir conmigo hoy, pero lo ignoré.
—Si, y son demasiadas las reglas que rompimos…— agregó Ron, y continuó, algo perturbado— ¡Quien sabe que nos haría Snape si se entera!
Empezamos a reír.
Luego Harry tomó la palabra.
Él empezó a contarles lo de Colin, pero Hermione lo interrumpió.
—Ya lo sabemos, oímos a la profesora McGonagall hablar con el profesor Flitwick esta mañana. Por eso pensamos que era mejor darnos prisa.
—Cuanto antes le saquemos a Malfoy una declaración, mejor —gruñó Ron—. ¿No piensas igual? Se ve que después del partido de quidditch estaba tan sulfurado que la tomó con Colin.
— ¡¿De nuevo con eso?!—reclamé enojada.
—De acuerdo, lo siento—pero lo oí murmurar algo como—Ya veras que es un Salazar Slytherine Junior— y le pegué un codazo.
—Hay algo más —dijo Harry, ignorando la interrupción, contemplando a Hermione, que partía manojos de alguna hierba y los echaba a la poción—. Dobby vino en mitad de la noche a hacerme una visita.
Ron y Hermione levantaron la mirada, sorprendidos. Harry les contó todo lo que Dobby le había dicho... y lo que no le había querido decir. Ron y Hermione lo escucharon con la boca abierta. Claro que eso yo lo había escuchado de antemano antes de entrar.
— ¿La Cámara de los Secretos ya fue abierta antes? —le preguntó Hermione.
—Es evidente —dijo Ron con voz de triunfo—. Lucius Malfoy abriría la cámara en sus tiempos de estudiante y ahora le ha explicado a su querido Draco cómo hacerlo. Está claro. Sin embargo, me gustaría que Dobby te hubiera dicho qué monstruo hay en ella. Me gustaría saber cómo es posible que nadie se lo haya encontrado merodeando por el colegio.
—Quizá pueda volverse invisible —dijo Hermione, empujando unas sanguijuelas hacia el fondo del caldero—. O quizá pueda disfrazarse, hacerse pasar por una armadura o algo así. He leído algo sobre fantasmas camaleónicos...
—Lees demasiado, Hermione —le dijo Ron, echando algo encima de las sanguijuelas. Arrugó la bolsa vacía de estos y miró a Harry—. Así que fue Dobby el que no nos dejó coger el tren y el que te rompió el brazo... —Movió la cabeza—. ¿Sabes qué, Harry? Si no deja de intentar salvarte la vida, te va a matar.
—Tiene razón, deberíamos hablar con el— opiné.
—No tendría sentido…
La noticia de que habían atacado a Colin Creevey y de que éste yacía como muerto en la enfermería se extendió por todo el colegio durante la mañana del lunes. El ambiente se llenó de rumores y sospechas. Los de primer curso se desplazaban por el castillo en grupos muy compactos, como si temieran que los atacaran si iban solos.
Ginny Weasley, que se sentaba junto a Colin Creevey en la clase de Encantamientos, estaba consternada, mientras Fred y George trataban de animarla dándole sustos indeseables, hasta que Percy los paró amenazando conque sino le mandaría una lechuza a su madre diciendo que por su culpa ella tenía pesadillas.
Mientras tanto, a escondidas de los profesores, se desarrollaba en el colegio un mercado de talismanes, amuletos y otros chismes protectores. Neville Longbottom había comprado una gran cebolla verde, cuyo olor decían que alejaba el mal, un cristal púrpura acabado en punta y una cola podrida de tritón antes de que los demás chicos de Gryffindor le explicaran que él no corría peligro, porque tenía la sangre limpia y por tanto no era probable que lo atacaran.
—Fueron primero por Filch —dijo Neville, con el miedo escrito en su cara redonda—, y todo el mundo sabe que yo soy casi un squib.
Durante la segunda semana de diciembre, la profesora McGonagall pasó, como de costumbre, a recoger los nombres de los que se quedarían en el colegio en Navidades.
Harry, Ron, yo y Hermione firmamos en la lista; habíamos oído que Draco se quedaba, lo cual a ellos les pareció muy sospechoso. “Las vacaciones serían un momento perfecto para utilizar la poción multijugos e intentar sonsacarle una confesión” comentó Hermione.
Por desgracia para ellos, la poción estaba a medio acabar. Aún necesitaban un cuerno de bicornio y piel de serpiente arbórea africana, y el único lugar del que podrían sacarlos era el armario privado de Snape. Lo cual sería una locura.
—Lo que tenemos que hacer —dijo animadamente Hermione, cuando se acercaba la doble clase de Pociones de la tarde del jueves— es distraerle con algo. Entonces uno de nosotros podrá entrar en el despacho de Snape y coger lo que necesitamos. —Harry y Ron la miraron nerviosos, claro que yo permanecía al margen de eso—. Creo que es mejor que me encargue yo misma del robo —continuó Hermione, como si tal cosa—. A ustedes dos los expulsarían si los encontraran en otra, mientras que yo tengo el expediente limpio. Así que no tienen más que originar un tumulto lo suficientemente importante para mantener ocupado a Snape unos cinco minutos.
Harry sonrió tímidamente. Provocar un tumulto en la clase de Pociones de Snape era tan arriesgado como pegarle un puñetazo en el ojo a un dragón dormido. Debían desear seriamente esa poción como para hacerlo.
Aquella tarde de jueves, la clase se desarrollaba como siempre. Veinte calderos humeaban entre los pupitres de madera, en los que descansaban balanzas de latón y jarras con los ingredientes. Snape rondaba por entre los fuegos, haciendo comentarios envenenados sobre el trabajo de los de Gryffindor, mientras los de Slytherin se reían a cada crítica. Draco Malfoy, que era el alumno favorito de Snape, hacia burla con los ojos a Ron y Harry, que sabían que si le contestaban tardarían en ser castigados menos de lo que se tarda en decir «injusto». Lo cual, era realmente injusto, y eso que ya había hablado con él, así que había veces en que lo miraba y él automáticamente, y a duras penas, trataba de hacer como si nada y seguir con lo suyo.
A Harry la pócima infladora le salía demasiado líquida, pero estaba más pendiente a la seña se Hermione, y apenas prestó atención cuando Snape se detuvo a mirar con desprecio su poción agnada.
Cuando Snape se volvió y se fue a ridiculizar a Neville, Hermione captó la mirada de Harry; y le hizo con la cabeza un gesto afirmativo.
Harry se agachó rápidamente y se escondió detrás de su caldero. Segundos después, se paró, y arrojó una bengala salía dando chispas. Enseguida me agaché, ya que estaba frente a su mesa.
La bengala aterrizó en el caldero de Goyle.
La poción de éste estalló, rociando a toda la clase. Los alumnos chillaban cuando los alcanzaba la pócima infladora. A Draco le salpicó en toda la cara, y la nariz se le empezó a hinchar como un balón; Goyle andaba a ciegas tapándose los ojos con las manos, que se le pusieron del tamaño de platos soperos, mientras Snape trataba de restablecer la calma y de entender qué había sucedido. Vi a Hermione aprovechar la confusión para salir discretamente por la puerta.
Me horroricé cuando note que una de mis manos era tres veces más ancha de lo normal, y solté un gritito.
— ¡HARRY!—este volteo y al ver mi mano comenzó a reír. Entonces preparé la mano, y lo golpee en el estómago. Enseguida se calló, aunque soltaba risillas de tanto en tanto.
— ¡Silencio! ¡SILENCIO! —Gritaba Snape—. Los que hayan sido salpicados por la poción, que vengan aquí para ser curados. Y cuando averigüe quién ha hecho esto...
Harry casi vuelve a echarse a reír cuando vio a Draco apresurarse hacia la mesa del profesor, con la cabeza caída a causa del peso de la nariz, que había llegado a alcanzar el tamaño de un pequeño melón. Mientras la mitad de la clase se apiñaba en torno a la mesa de Snape y yo también, unos quejándose de sus brazos del tamaño de grandes garrotes, y otros sin poder hablar debido a la hinchazón de sus labios, vi que Hermione entraba sin que nadie lo notara, con un bulto pajo la túnica.
Cuando todo el mundo se hubo tomado un trago de antídoto y las diversas hinchazones remitieron –sentí un gran alivio cuando mi mano regresó a su tamaño normal-, Snape se fue hasta el caldero de Goyle y extrajo los restos negros y retorcidos de la bengala. Se produjo un silencio repentino.
—Si averiguo quién ha arrojado esto —susurró Snape—, me aseguraré de que lo expulsen.
Harry puso una cara de perplejidad, que estaba segura de que eso era algo que le costaba mucho. Snape lo miraba a él, y la campana que sonó al cabo de diez minutos no pudo ser mejor bienvenida.
—Sabe que fui yo —nos dijo Harry, mientras íbamos deprisa a los aseos de Myrtle la Llorona—. Podría jurarlo.
—Oh, Snape no es de quien debes preocuparte ahora—golpee su brazo y él se quejó con un “¡Ouch!”.
Hermione echó al caldero los nuevos ingredientes y removió con brío.
—Estará lista dentro de dos semanas —dijo contenta.
—Snape no tiene ninguna prueba de que hayas sido tú —dijo Ron a Harry, tranquilizándolo—. ¿Qué puede hacer?
—Conociendo a Snape, algo terrible —dijo Harry, mientras la poción levantaba borbotones y espuma.
Una semana más tarde, cruzábamos el vestíbulo cuando vimos a un puñado de gente que se agolpaba delante del tablón de anuncios para leer un pergamino que acababan de colgar. Seamus Finnigan y Dean Thomas nos hacían señas, entusiasmados.
— ¡Van a abrir un club de duelo! —Dijo Seamus—. ¡La primera sesión será esta noche! No me importaría recibir unas clases de duelo, podrían ser útiles en estos días...
— ¿Por qué? ¿Acaso piensas que se va a batir el monstruo de Slytherin? —preguntó Ron, pero lo cierto es que también él leía con interés el cartel.
—Podría ser útil —nos dijo cuando nos dirigíamos a cenar—. ¿Vamos?
Harry y Hermione se mostraron completamente a favor, al igual que yo, así que aquella noche, a las ocho, nos dirigimos deprisa al Gran Comedor.
Las grandes mesas de comedor habían desaparecido, y adosada a lo largo de una de las paredes había una tarima dorada, iluminada por miles de velas que flotaban en el aire. El techo volvía a ser negro, y la mayor parte de los alumnos parecían haberse reunido debajo de él, portando sus varitas mágicas y aparentemente entusiasmados.
—Me pregunto quién nos enseñará —dije con curiosidad—. Alguien me ha dicho que Flitwick fue campeón de duelo cuando era joven, quizá sea él.
—Con tal de que no sea... —Harry empezó una frase que terminó en un gemido:
Gilderoy Lockhart se encaminaba a la tarima, resplandeciente en su túnica color ciruela oscuro, y lo acompañaba nada menos que Snape, con su usual túnica negra.
Lockhart rogó silencio con un gesto del brazo y dijo:
— ¡Vengan aquí, acérquense! ¿Me ve todo el mundo? ¿Me oyen todos? ¡Estupendo! El profesor Dumbledore me ha concedido permiso para abrir este modesto club de duelo, con la intención de prepararos a todos ustedes por si algún día necesitan defenderse tal como me ha pasado a mí en incontables ocasiones (para más detalles, consulten mis obras).
»Permítanme que les presente a mi ayudante, el profesor Snape —dijo Lockhart, con una amplia sonrisa—. Él dice que sabe un poquito sobre el arte de batirse, y ha accedido desinteresadamente a ayudarme en una pequeña demostración antes de empezar. Pero no quiero que se preocupen los más jóvenes: no se quedarán sin profesor de Pociones después de esta demostración, ¡no teman!
—Si fuese por mi, no habría problemas en que se matasen el uno al otro—nos murmuró Ron.
En el labio superior de Snape se apreciaba una especie de mueca de desprecio.
Lockhart y Snape se encararon y se hicieron una reverencia. O, por lo menos, la hizo Lockhart, con mucha floritura de la mano, mientras Snape movía la cabeza de mal humor. Luego alzaron sus varitas mágicas frente a ellos, como si fueran espadas.
—Como ven, sostenemos nuestras varitas en la posición de combate convencional —explicó Lockhart a la silenciosa multitud—. Cuando cuente tres, haremos nuestro primer embrujo. Pero claro está que ninguno de los dos tiene intención de matar.
—Yo no estaría tan seguro —susurró Harry.
—Una..., dos... y tres.
Ambos alzaron las varitas y las dirigieron a los hombros del contrincante. Snape gritó:
— ¡Expelliarmus!
Resplandeció un destello de luz roja, y Lockhart despegó en el aire, voló hacia atrás, salió de la tarima, pegó contra el muro y cayó resbalando por él hasta quedar tendido en el suelo.
Draco y algunos otros de Slytherin vitorearon. Hermione se puso de puntillas.
— ¿Creen que estará bien? —chilló por entre los dedos con que se tapaba la cara.
— ¿A quién le preocupa? —dijimos Harry, yo y Ron al mismo tiempo. Herms tenía una ligera fanatización por el profesor de Defensas Contra las Artes Oscuras, pero tanto Harry (porque el otro lo agobiaba con lo de la fama), como Ron, y como yo (por la misma razón que Harry, y además por el hecho de que me dijera cosas como “Lamento lo de tu padre, pero es lo mejor” –como si siquiera fuese mi padre-, y bueno, lo último que hizo a Harry terminó toda mi simpatía por el), lo odiábamos.
Lockhart se puso de pie con esfuerzo. Se le había caído el sombrero y su pelo ondulado se le había puesto de punta.
— ¡Bueno, ya lo han visto! —Dijo, tambaleándose al volver a la tarima—. Eso ha sido un encantamiento de desarme; como pudieron ver, he perdido la varita... ¡Ah, gracias, señorita Brown! Sí, profesor Snape, ha sido una excelente idea enseñarlo a los alumnos, pero si no le importa que se lo diga, era muy evidente que iba a atacar de esa manera. Si hubiera querido impedírselo, me habría resultado muy fácil. Pero pensé que sería instructivo dejarles que vieran...
Snape parecía dispuesto a matarlo, y quizá Lockhart lo notara, porque dijo:
— ¡Basta de demostración! Vamos a colocaros por parejas. Profesor Snape, si es tan amable de ayudarme...
Se metieron entre la multitud a formar parejas. Lockhart puso a Neville con Justin
Finch-Fletchley, pero Snape llegó primero hasta donde estaban Ron y Harry
—Ya es hora de separar a este equipo ideal, creo —dijo con expresión desdeñosa— Weasley, puedes emparejarte con Finnigan. Potter... La señorita Granger que se ponga con
Bulstrode.
Harry se acercó automáticamente a mí.
—Me parece que no —dijo Snape, sonriendo con frialdad—. Señor Malfoy, aquí. Veamos qué puedes hacer con el famoso Potter. Y la señorita Black, con Parkinson.
Malfoy se acercó pavoneándose y sonriendo. Detrás de él iba una chica de Slytherin que parecía un Troll ya que era alta y robusta, y su poderosa mandíbula sobresalía agresivamente, y junto estaba Pansy.
Hermione la saludó con una débil sonrisa que la otra no le devolvió. Pobre Herms…
Le lancé a Draco una mirada amenazadora, y el rodando los ojos asintió con la cabeza.
— ¡Pónganse frente a sus contrincantes —dijo Lockhart, de nuevo sobre la tarima— y hagan una inclinación!
Harry y Draco apenas bajaron la cabeza, mirándose fijamente. Esto no resultara bien, para nada bien. Me incliné levemente frente a la odiosa Slytherine.
— ¡Varitas listas! —Gritó Lockhart—. Cuando cuente hasta tres, ejecuten sus hechizos para desarmar al oponente. Sólo para desarmarlo; no queremos que haya ningún accidente. Una, dos y... tres.
Antes de que dijera tres, Pansy había arrojado un Expelliarmus, el cuál detuve con un “¡Protego!”.
Cuando miré a los otros, Harry estaba en el suelo, gritando:
— ¡Rictusempra!
Un chorro de luz plateada alcanzó a Malfoy en el estómago, y él se retorció, respirando con dificultad.
Y en ese momento un hechizo me golpeó, provocando que me elevara por los aires, para luego lanzarme bruscamente contra el piso.
— ¡He dicho sólo desarmarse! —gritó Lockhart a la combativa multitud cuando Draco cayó de rodillas, volví a observar su enfrentamiento luego de gritar “Everte Statum” a Pansy; Harry lo había atacado con un encantamiento de cosquillas, y apenas se podía mover de la risa. Harry no volvió a atacar, pero al parecer fue un error. Tomando aire, Draco apuntó la varita a las rodillas de Harry, y dijo con voz ahogada:
— ¡Tarantallegra!
Un segundo después, a Harry las piernas se le empezaron a mover a saltos, fuera de control, como si bailaran un baile velocísimo.
— ¡Alto!, ¡alto! —gritó Lockhart, pero Snape se hizo cargo de la situación.
—¡Finite incantatem! —gritó. Los pies de Harry dejaron de bailar, Draco dejó de reír y ambos pudieron levantar la vista.
Una niebla de humo verdoso se cernía sobre la sala. Tanto Neville como Justin estaban tendidos en el suelo, jadeando; Ron sostenía a Seamus, que estaba lívido, y le pedía disculpas por los efectos de su varita rota; pero Hermione y Millicent Bulstrode no se habían detenido: Millicent tenía a Hermione agarrada del cuello y la hacía gemir de dolor. Las varitas de las dos estaban en el suelo. Harry se acercó de un salto y apartó a Millicent, yo fui a ayudarlo. Fue difícil, porque era mucho más robusta que nosotros.
—Muchachos, muchachos... —decía Lockhart, pasando por entre los estudiantes, examinando las consecuencias de los duelos—. Levántate, Macmillan..., con cuidado, señorita Fawcett..., pellízcalo con fuerza, Boot, y dejará de sangrar enseguida...
»Creo que será mejor que les enseñe a interceptar los hechizos indeseados —dijo Lockhart, que se había quedado quieto, con aire azorado, en medio del comedor. Miró a Snape y al ver que le brillaban los ojos, apartó la vista de inmediato—. Necesito un par de voluntarios... Longbottom y Finch-Fletchley, ¿qué tal ustedes?
—Mala idea, profesor Lockhart —dijo Snape, deslizándose como un murciélago grande y malévolo—. Longbottom provoca catástrofes con los hechizos más simples, tendríamos que enviar a Finch-Fletchley a la enfermería en una caja de cerillas. —La cara sonrosada de Neville se puso de un rosa aún más intenso—. ¿Qué tal Malfoy y Potter? —dijo Snape con una sonrisa malvada.
¡Oh, no! ¡Por favor, no!
— ¡Excelente idea! —Dijo Lockhart, haciéndoles un gesto para que se acercaran al centro del Salón, al mismo tiempo que la multitud se apartaba para dejarles sitio—. Veamos, Harry —dijo Lockhart—, cuando Draco te apunte con la varita, tienes que hacer esto.
Levantó la varita, intentó un complicado movimiento, y se le cayó al suelo. Snape sonrió y Lockhart se apresuró a recogerla, diciendo:
— ¡Vaya, mi varita está un poco nerviosa!
Snape se acercó a Malfoy, se inclinó y le susurró algo al oído. Draco también sonrió. Harry miró asustado a Lockhart y le dijo:
—Profesor, ¿me podría explicar de nuevo cómo se hace eso de interceptar?
Draco murmuró algo a Harry.
—Eso quisieras tú —le respondió Harry torciendo la boca.
Lockhart dio una palmada amistosa a Harry en el hombro.
—¡Simplemente, hazlo como yo, Harry!
—¿El qué?, ¿dejar caer la varita?
Solté una risita, pero enseguida cubrí mi boca con la mano.
Pero Lockhart no le escuchaba.
Miré a Draco para que no hiciera nada idiota, pero él no me miraba, al parecer lo hacía a propósito para que yo no le obligara a no atacar a Harry…
Crucé los dedos.
—Tres, dos, uno, ¡ya! —gritó.
Malfoy levantó rápidamente la varita y bramó:
—¡Serpensortia!
Hubo un estallido en el extremo de su varita. Aterrorizada, vi que de ella salía una larga serpiente negra, caía al suelo entre los dos y se erguía, lista para atacar.
Todos se echaron atrás gritando y despejaron el lugar en un segundo, pero yo permanecí allí, expectante, pese a que Hermione y Ron me jalaban.
—No te muevas, Potter —dijo Snape sin hacer nada, disfrutando claramente de la visión de Harry, que se había quedado inmóvil, mirando a los ojos a la furiosa serpiente—. Me encargaré de ella...
Nunca odié tanto a Snape como en ese momento.
—¡Permítanme!—gritó Lockhart. Blandió su varita apuntando a la serpiente y se oyó un disparo: la serpiente, en vez de desvanecerse, se elevó en el aire unos tres metros y volvió a caer al suelo con un chasquido. Furiosa, silbando de enojo, se deslizó derecha hacia Finch-Fletchley y se irguió de nuevo, enseñando los colmillos venenosos.
Horrorizada quise detenerlo, sin saber como.
—“¡Detente!”— drité, y todos voltearon a verme, horrorizados. Menos Harry. La serpiente se detuvo como por arte de… magia, y me miró. Irónico…
Harry se movió hasta la serpiente y dijo: “¡Déjalo!”
Y milagrosa e inexplicablemente, la serpiente bajó al suelo, tan inofensiva como una gruesa manguera negra de jardín, y volvió los ojos a Harry.
Sonriendo, miró a Justin, al igual que yo, pero este en vez de estar contento, parecía molesto y horrorizado.
— ¿A qué creen que jugamos? —nos gritó a ambos, y antes de que Harry pudiera contestar, o de que yo le gritara una grosería inapropiada para mi edad y para la ocasión, se había dado la vuelta y abandonaba el salón.
Snape se acercó, blandió la varita y la serpiente desapareció en una pequeña nube de humo negro. También Snape nos miraba a Harry y a mi de una manera rara; era una mirada astuta y calculadora que no me gusto para nada.
A nuestro alrededor todos comenzaron a murmurar.
Entonces sentí que Hermione me tiraba del brazo, fuera del salón, al igual que Ron hacia con Harry.
Al atravesar las puertas, los estudiantes se apartaban como si les diera miedo contagiarse. No tenía ni idea de lo que pasaba, y ni Ron ni Hermione nos explicaron nada hasta llegar a la sala común de Gryffindor, que estaba vacía. Entonces Ron nos sentó en un sofá y dijo:
—Hablan pársel. ¿Por qué no nos lo habían dicho?
—¿Que hablo qué? —dijo Harry al mismo tiempo que yo.
—¡Pársel! —exclamó Ron—. ¡Pueden hablar con las serpientes!
—Lo sé —dijo Harry—. Quiero decir, que ésta es la segunda vez que lo hago. Una vez, accidentalmente, le eché una boa constrictor a mi primo Dudley en el zoo... Es una larga historia... pero ella me estaba diciendo que no había estado nunca en Brasil, y yo la liberé sin proponérmelo. Fue antes de saber que era un mago...
—Yo jamás hablé con una serpiente, de hecho creo que ustedes lo imaginan…— les dije molesta.
—¿Entendiste que una boa constrictor te decía que no había estado nunca en Brasil? —repitió Ron con voz débil a Harry.
—¡Todos te oímos! A ambos…— exclamó Hermione ignorando a Ron. Manteníamos dos conversaciones diferentes.
— ¿Y qué? —Preguntó Harry—. Apuesto a que pueden hacerlo montones de personas.
—Desde luego que no —dijo Ron—. No es un don muy frecuente. Harry, eso no es bueno.
— ¡Yo no hablé pársel! ¡Fue solo una casualidad! Solo le dije que se detuviera y… bueno…—me excusé.
— ¡Y te obedeció!— continuó Hermione.
— ¿Que no es bueno? —dijo Harry, comenzando a enfadarse—. ¿Qué le pasa a todo el mundo? Mira, si no le hubiera dicho a esa serpiente que no atacara a Justin...
— ¿Eso es lo que le dijiste?
—Bueno, como ya dije, fue pura casualidad, ¿Si? Yo… yo no pude haber…
—Perolo hiciste…Hablaste en la lengua de las serpientes— Hermione y yo seguíamos hablando por separado de los chicos, al mismo tiempo que ellos decían:
—¿Qué pasa? Tú estabas allí... Tú me oíste—insistía Harry a Ron.
—Hablaste en lengua pársel —le dijo Ron—, la lengua de las serpientes. Podías haber dicho cualquier cosa. No te sorprenda que Justin se asustara, parecía como si estuvieras incitando a la serpiente, o algo así. Fue escalofriante.
Harry se quedó con la boca abierta, al tiempo que yo.
—¿Hablé en otra lengua?— terminamos los dos al mismo tiempo.
Ron y Hermione negaron con la cabeza. Por la cara que ponían tanto él como Hermione, parecía como si acabara de morir alguien.
— ¿Me quieres decir qué hay de malo en impedir que una serpiente grande y asquerosa arranque a Justin la cabeza de un mordisco? —preguntó—. ¿Qué importa cómo lo hice si evité que Justin tuviera que ingresar en el Club de Cazadores Sin Cabeza?
— ¡Tiene razón! ¡Debería agradecernos!— apoyé.
—Sí importa —dijo Hermione, hablando por fin, en un susurro—, porque Salazar Slytherin era famoso por su capacidad de hablar con las serpientes. Por eso el símbolo de la casa de Slytherin es una serpiente.
Ambos quedamos petrificados…
—Exactamente —dijo Ron—. Y ahora todo el colegio va a pensar que tú eres su tatara-tatara-tatara-tataranieto o algo así, y que tú tal vez seas su hermana.
—Pero no lo soy —dijo Harry.
— ¡Ni mucho menos somos hermanos!— agregué espantada.
—Te costará mucho demostrarlo —dijo Hermione—. Él vivió hace unos mil años, así que bien podrías serlo. Al igual que tú podrías ser su hermana tal como dijo Ron.
— ¡NO!— soltamos al mismo tiempo.
Esa noche no pude dormir. ¡No podíamos ser descendientes de Salazar Slytherine! ¡Y menos ser hermanos!
Última edición por JulyPotter2012 el Vie 20 Jul 2012, 9:54 pm, editado 2 veces
C.J. Potter
Re: La muchacha de Gryffindor (Harry y tú)
Cap. 13 “Otro ataque, y las sospechas se intensifican”
Al día siguiente, estábamos en la Sala común, viendo a Ron y Hermione jugar al ajedrez.
—Realmente, no veo la diversión en esto— se quejaba Herms, que iba perdiendo. De hecho, era lo único en lo que ella era mala –Además del quidditch, pero ella se negaba a considerarlo como “algo” en lo que se debía ser buena-.
—Solo lo dices porque estás perdiendo… C3, caballo—respondió Ron, y Hermione se puso roja.
—¡Claro que no!... B7, alfil… ¡Solo que es una tontería!
—Por supuesto, una tontería en la que no sirves… F1 reina.
Empezaron a discutir, mientras jugaban.
—¿Qué te parece si me acompañas a disculparme con Justin? Creo que pronto van a incluirnos en sus problemas…— me susurro, y yo acepté, también yo podría disculparme con el.
Salimos por el agujero del retrato.
Comenzamos a recorrer las aulas vacías, hablando de trivialidades. En uno de los salones vislumbramos a McGonagall gritándole a un alumno porque al parecer había convertido a un compañero en un tejón.
—Mm… deben de estar con hora libre…— opiné.
— ¿Qué tal si buscamos en la biblioteca? Tal vez este terminando alguna tare, o quien sabe.
—Buena idea, vayamos. Yo también quisiera pedirle perdón por espantarlo… aunque insisto en que es él quien debe pedirnos disculpas— fruncí el entrecejo, y Harry rió.
Efectivamente estaba en la biblioteca con unos amigos, Harry y yo nos acercamos por detrás, en silencio. Pero nos detuvimos de golpe cuando los oímos hablar.
—Así que —decía un muchacho corpulento— le dije a Justin que se ocultara en nuestro dormitorio. Quiero decir que si Potter lo ha señalado como su próxima víctima, es mejor que se deje ver poco durante una temporada. Por supuesto, Justin se temía que algo así pudiera ocurrir desde que se le escapó decirle a Potter que era de familia muggle. Lo que Justin le dijo exactamente es que le habían reservado plaza en Eton. No es el mejor comentario que se le puede hacer al heredero de Slytherin, ¿verdad?
—¿Entonces estás convencido de que es Potter, Ernie? —preguntó asustada una chica rubia con coletas.
—Hannah —le dijo solemnemente el chico robusto—, sabe hablar pársel. Todo el mundo sabe que ésa es la marca de un mago tenebroso. ¿Sabes de alguien honrado que pueda hablar con las serpientes? Al mismo Slytherin lo llamaban «lengua de serpiente».
Esto provocó densos murmullos.
—¿Y que tal esa Black? ¿Y si es ella?— preguntó una niña de cabellos muy rizados.
—Tal vez sean cómplices—hizo una mueca.
Ernie prosiguió:
—¿Recuerdan lo que apareció escrito en la pared? «Teman, enemigos del heredero.» Potter estaba enemistado con Filch. A continuación, el gato de Filch resulta agredido. Ese chico de primero, Creevey, molestó a Potter en el partido de quidditch, sacándole fotos mientras estaba tendido en el barro. Y entonces aparece Creevey petrificado.
—Pero —repuso Hannah, vacilando— parece tan dulce... y, bueno, fue él quien hizo desaparecer a Quien-ustedes-saben. No puede ser tan malo, ¿no creen? Además, yo también sospecho de esa Black, después de todo parece ser que es hija de esa maniático…
Casi me echo encima de la rubia, pero Harry me detuvo, aunque parecía que el mismo luchaba contra su voluntad. ¡Decían puras tonterías!
Ernie bajó la voz para adoptar un tono misterioso. Los de Hufflepuff se inclinaron y se juntaron más unos a otros, y tuvimos que acercarnos más para oír lo que éste decía.
—Lo sé, Hannah, lo sé… Pero sin embargo es niña, y no puede hacer gran cosa, pero podemos sospechar de que son cómplices ¡Tal vez lo heredo de su padre!
Pero Potter…
Nadie sabe cómo pudo sobrevivir al ataque de Quien-ustedes-saben. Quiero decir que era tan sólo un niño cuando ocurrió, y tendría que haber saltado en pedazos. Sólo un mago tenebroso con mucho poder podría sobrevivir a una maldición como ésa. —Bajó la voz hasta que no fue más que un susurro, y prosiguió—: Por eso seguramente es por lo que Quien-ustedes-saben quería matarlo antes que a nadie. No quería tener a otro Señor Tenebroso que le hiciera la competencia. Me pregunto qué otros poderes oculta Potter.
Harry no pudo aguantar más y salió de detrás de la estantería, carraspeando sonoramente, conmigo a su lado, mirando con rabia.
De no estar tan enojada, me habría parecido divertida la forma en que nos recibieron: todos parecían petrificados por nuestra sola visión, y Ernie se puso pálido.
—Hola —dijo Harry—. Buscamos a Justin Finch-Fletchley.
Los peores temores de los de Hufflepuff se vieron así confirmados. Todos miraron atemorizados a Ernie.
—¿Para qué lo buscas? —le preguntó Ernie, con voz trémula.
—¡Oh, no te preocupes, no petrificaremos a nadie!— lo miré con furia, y a la niña rubia y a la de cabellos rizados también; éstas parecían tan pálidas como la tiza.
—Quería explicarle lo que sucedió realmente con la serpiente en el club de duelo —dijo Harry “tranquilamente”, porque yo sabía perfectamente que no lo estaba.
Ernie se mordió los labios y luego, respirando hondo, dijo:
—Todos estábamos allí. Vimos lo que sucedió.
—Entonces te darías cuenta de que, después de lo que le dijo ella, la serpiente se detuvo, y luego de que yo hable, la serpiente retrocedió —le dijo Harry.
—Yo sólo me di cuenta —dijo Ernie tozudamente, aunque temblaba al hablar— de que hablaron en lengua pársel y le echaste la serpiente a Justin.
—¡Yo no se la eché! —dijo Harry, con la voz temblorosa por el enojo—. ¡Ni siquiera lo tocó!
—Le anduvo muy cerca —dijo Ernie—. Y por si te entran dudas —añadió apresuradamente—, he de decirte que puedes rastrear mis antepasados hasta nueve generaciones de brujas y brujos y no encontrarás una gota de sangre muggle, así que...
—¡No me preocupa qué tipo de sangre tengas! —dijo Harry con dureza—. ¿Por qué tendría que atacar a los de familia muggle?
—He oído que odias a esos muggles con los que vives —dijo Ernie apresuradamente.
—No es posible vivir con los Dursley sin odiarlos —dije yo realmente enfadada, tanto que de no ser porque si lo hacía iba a Azkaban junto a mi “padre”, le lanzaba un gran Avada Kedavra—. Me gustaría que lo intentaras. ¡Imbécil!
—¡Ja! Excúsense lo que quieran, solo no nos ataquen, somos sangre pura, Potter. Y no queremos meternos en tus problemas psicológicos, ni en los de ella, de verdad…— parecía asustado internamente en verdad, pero no lo demostraba en la voz, en cambio se pavoneaba con sus amigos quienes reían nerviosamente.
Harry parecía querer lanzársele encima, pero me adelante, y con toda la fuerza que poseía, le pegué una sonora bofetada.
Todos quedaron estupefactos.
Di media vuelta y salí de la biblioteca con Harry junto a mi, provocando una mirada reprobatoria de la señora Pince, que estaba sacando brillo a la cubierta dorada de un gran libro de cubierta de cuero.
—¡Es increíble las historias que se inventan!— exclamé furiosa una vez en los pasillos.
—Lo sé, realmente no lo entiendo… Por cierto, lo que hiciste fue genial.
Me ruborice un poco, y nos echamos a reír al recordarlo.
—Se lo merecías ¿Sabes? La verdad es que esa Hannah no…— al hablar caminaba mirándolo, por lo cual choqué con una mole cubierta con piel de topo.
—¡Hagrid!— dijimos al mismo tiempo.
—¿Va todo bien, chicos? —preguntó Hagrid, quitándose el pasamontañas para poder hablar—. ¿Por qué no están en clase?
—La han suspendido —contestó Harry—. ¿Y tú, qué haces aquí?
Hagrid levantó el gallo sin vida.
—El segundo que matan este trimestre —explicó—. O son zorros o chupasangres, y necesito el permiso del director para poner un encantamiento alrededor del gallinero.
Nos miró más de cerca por debajo de sus cejas espesas, cubiertas de nieve.
—¿Están seguros de que se encuentran bien? Parecen preocupados y… alterados.
—No es nada —repuso Harry rápidamente, lanzándome una mirada veloz para que no hablara—. Mejor será que nos vayamos, Hagrid, después tenemos Transformaciones y debemos recoger los libros.
Nos fuimos tras un breve “adiós”.
—¿No vas a decir nada, no es así?—pregunté.
—No realmente…
Subimos las escaleras y doblamos por otro corredor. Estaba mucho más oscuro, porque el viento fuerte y helado que penetraba por el cristal flojo de una ventana había apagado las antorchas.
—¿Dónde estamos?
—No tengo ni idea, solo empecé a caminar sin rumb…— tropezamos con algo en el suelo.
Nos volvimos para mirar eso que nos había tirado, agudizando la vista en medio de la oscuridad que invadía el lugar.
Ahogué un grito, espantada.
Sobre el suelo, rígido y frío, con una mirada de horror en el rostro y los ojos en blanco vueltos hacia el techo, yacía Justin Finch-Fletchley. Y eso no era todo. A su lado había otra figura, componiendo la visión más extraña que hubiera contemplado nunca.
Se trataba de Nick Casi Decapitado, que no era ya transparente ni de color blanco perlado, sino negro y neblinoso, y flotaba inmóvil, en posición horizontal, a un palmo del suelo. La cabeza estaba medio colgando, y en la cara tenía una expresión de horror idéntica a la de Justin.
Harry se puso de pie al instante, y me ayudo a levantar. Parecía que se sentía en una pesadilla.
Miró enloquecido arriba y abajo del corredor desierto, seguí su vista, y vimos una hilera de arañas huyendo de los cuerpos a todo correr. Lo único que se oía eran las voces amortiguadas de los profesores que daban clase a ambos lados.
Podríamos salir corriendo, y nadie se enteraría de que había estado allí. Pero no podíamos dejarlos de aquella manera..., teníamos que hacer algo por ellos. ¿Habría alguien que creyera que nosotros no habíamos tenido nada que ver?
Aún estábamos allí, aterrorizados, mirándonos entre nosotros sin saber bien que hacer, cuando se abrió de golpe la puerta que tenía Harry a su derecha. Peeves el poltergeist surgió de ella a toda velocidad.
—¡Vaya, si es Potter pipí en el pote! ¡Y con su novia Black la hija del loco Black! —Cacareó Peeves, ladeándole las gafas a Harry de un golpe al pasar a su lado dando saltos—. ¿Qué traman, Potter? ¿Por qué acechan?
Peeves se detuvo a media voltereta. Boca abajo, vio a Justin y Nick Casi Decapitado. Cayó de pie, llenó los pulmones y, antes de que pudiéramos impedirlo, gritó:
—¡AGRESIÓN! ¡AGRESIÓN! ¡OTRA AGRESIÓN! NINGUN MORTAL NI FANTASMA ESTÁ A SALVO! SALVESE QUIEN PUEDA! AGREESIÓÓÓÓN!
Pataplún, patapán, pataplún: una puerta tras otra, se fueron abriendo todas las que había en el corredor, y la gente empezó a salir. Durante varios minutos, hubo tal jaleo que por poco no aplastan a Justin y atraviesan el cuerpo de Nick Casi Decapitado.
Los alumnos nos acorralaron a Harry y a mí contra la pared hasta que los profesores pidieron calma. La profesora McGonagall llegó corriendo, seguida por sus alumnos, uno de los cuales aún tenía el pelo a rayas blancas y negras. La profesora utilizó la varita mágica para provocar una sonora explosión que restaurase el silencio y ordenó a todos que volvieran a las aulas. Cuando el lugar se hubo despejado un poco, llegó corriendo Ernie, el de Hufflepuff.
—¡Los han atrapado con las manos en la masa! —gritó Ernie, con la cara completamente blanca, señalándonos con el dedo.
Lo miré asesina, pero antes de que soltara algún juramento, alguien habló.
—¡Ya basta, Macmillan! —dijo con severidad la profesora McGonagall.
Peeves se meneaba por encima del grupo con una malvada sonrisa, escrutando la escena; le encantaba el lío. Mientras los profesores se inclinaban sobre Justin y Nick Casi Decapitado, examinándolos, Peeves rompió a cantar:
—¡Oh, Potter, eres un zote, estás podrido, te cargas a los estudiantes, y te parece divertido!
¡Oh, Black, pronto muy pronto irás a Azkaban!
Mi labio comenzó a temblar. Agregado a que estaba por sobre todo sensible, se sumaba todo esto, y las burlas de Peeves no ayudaban en NADA.
—¡Ya basta, Peeves! —gritó la profesora McGonagall, y Peeves escapó por el corredor, sacándonos la lengua.
Los profesores Flitwick y Sinistra, del departamento de Astronomía, fueron los encargados de llevar a Justin a la enfermería, pero nadie parecía saber qué hacer con Nick Casi Decapitado. Al final, la profesora McGonagall hizo aparecer de la nada un gran abanico, y se lo dio a Ernie con instrucciones de subir a Nick Casi Decapitado por las escaleras. Ernie obedeció, abanicando a Nick por el corredor para llevárselo por el aire como si se tratara de un aerodeslizador silencioso y negro. De esa forma, quedamos a solas con la prfesora McGonagall.
—Por aquí, niños —indicó ella.
—Profesora —le dijo Harry enseguida—, le juro que nosotros no...
—Eso se escapa de mi competencia, Potter —dijo de manera cortante la profesora McGonagall.
Caminamos en silencio, doblamos una esquina, y ella se paró ante una gárgola de piedra grande y extremadamente fea.
—¡Caramelo de Limón! —dijo la profesora.
Se trataba, evidentemente, de una contraseña, porque de repente la gárgola revivió y se hizo a un lado, al tiempo que la pared que había detrás se abría en dos.
Detrás del muro había una escalera de caracol que subía lentamente hacia arriba, como si fuera mecánica. Al subirnos nosotros y la profesora McGonagall, la pared volvió a cerrarse tras nosotros con un golpe sordo. Subimos más y más dando vueltas, hasta que al fin, ligeramente mareada, vi ante mí una reluciente puerta de roble, con una aldaba de bronce en forma de grifo, el animal mitológico con cuerpo de león y cabeza de águila.
Entonces supe adónde nos llevaban. Aquello debía de ser la vivienda de Dumbledore.
La profesora McGonagall se fue, quedándonos solos y totalmente atemorizados.
Era una sala circular, grande y hermosa, en la que se oía multitud de leves y curiosos sonidos. Sobre las mesas de patas largas y finísimas había chismes muy extraños que hacían ruiditos y echaban pequeñas bocanadas de humo. Las paredes aparecían cubiertas de retratos de antiguos directores, hombres y mujeres, que dormitaban encerrados en los marcos. Había también un gran escritorio con pies en forma de zarpas, y detrás de él, en un estante, un sombrero de mago ajado y roto: era el Sombrero Seleccionador.
Harry, al verlo, pareció dudar de algo.
—¿Qué sucede?—le pregunté preocupada.
—Nada…
—Aja… Ahora con la verdad.
Suspiró pesadamente.
—Es que… ¿Prometes no decirle a NADIE?
—¿Ni siquiera a Hermione y a Ron?
—Ni siquiera a ellos.
Fruncí los labios, debía de ser algo muy serio.
—De acuerdo, dime.
—Bueno… Yo…—parecía no encontrar palabras—Cuando me seleccionaron casa, el sombrero me dijo que yo… yo podría ser muy grande, y Slytherin me ayudaría en el camino hacia la grandeza.
Lo miré expectante, pero el no continuó.
—¿…Y?
—Y… eso es todo—dijo obvio.
—No me parece tan preocupante, a mi me dijo algo como “… Debería mandarte inmediatamente a Ravenclaw… Te corresponde…. Por sangre…. Pero, al mismo tiempo, tu corazón también es puramente Gryffindor… Vaya, una difícil decisión, ¿Corazón o mente?”, yo simplemente pedí que fuera Gryffindor, no preguntes porqué, y aquí estoy.
—Yo también le pedí que en Slytherin no… Pero, quería ver si…
—Si el sombrero se equivocó contigo…—finalicé al darme cuenta de su preocupación.
—Si…
—Yo no creo que sea así, si no también se ha equivocado conmigo, además con eso de “Por sangre te corresponde”—burlé la voz avejentada y exagerada del sombrero y éste para nuestro susto, dio un leve respingo, por lo que reímos—bueno, la cuestión era que con eso me perturbo un poco, pero sin embargo vivo tranquila—continué, bromeando.
Sonrió, pero vi en sus ojos que realmente no estaba muy convencido. Sonté un suspiro pesado como el anterior de él.
—Pruébatelo y quítate la duda…
Esta vez sonrió feliz.
Escritora POV:
Se acercó sigilosamente al escritorio, cogió el sombrero del estante y se lo puso despacio en la cabeza. Era demasiado grande y se le caía sobre los ojos, igual que en la anterior ocasión en que se lo había puesto. Harry esperó pero no pasó nada. Luego, una sutil voz le dijo al oído:
— ¿No te lo puedes quitar de la cabeza, eh, Harry Potter?
—Mmm, no —respondió Harry—. Esto..., lamento molestarte, pero quería preguntarte...
—Te has estado preguntando si yo te había mandado a la casa acertada —dijo acertadamente el sombrero—. Sí..., tú fuiste bastante difícil de colocar. Pero mantengo lo que dije... aunque —Harry contuvo la respiración— podrías haber ido a Slytherin.
El corazón le dio un vuelco. Cogió el sombrero por la punta y se lo quitó. Quedó colgando de su mano, mugriento y ajado. Algo mareado, lo dejó de nuevo en el estante.
—Te equivocas —dijo en voz alta al inmóvil y silencioso sombrero. Éste no se movió. Harry se separó un poco, sin dejar de mirarlo.
Su amiga lo miraba preocupada, y éste le contó lo que le había dicho.
—Realmente no te preocupes. Mientras sea Gryffindor la casa a quien sientes que perteneces, es lo que vale.
—¿Y qué hay de ti?— la miró con curiosidad, eso de “Por sangre” tal vez sería perturbador para ella, pero dejaba un aire de suspenso en el aire.
—Bueno… podría preguntarle a que se refería…—dudo la chica, aunque por fin se colocó el sombrero, que al igual que a Harry, le tapó la vista.
La voz volvió a susurrar, está vez para ella: —¿Tú también tienes dudas, Camille Black?
—No realmente, pero me gustaría saber de que hablabas cuando dijiste lo de la sangre, y eso de “¿Corazón o mente?”— pensó, a sabiendas de que el viejo sombrero la escuchaba aun así.
—Bueno, es pronto para que lo sepas, pero tal y como dije, por sangre eres una Ravenclaw, no te diré por qué, ya que hasta me lo prohibieron a mi—pareció quejarse—pero, vuelvo a repetir, tal y como dije, también eres una Gryffindor de corazón, pero… también por sangre…—se detuvo bruscamente— ¡Pero tampoco puedo decirte la razón de eso! ¿Sabes, niña? Creo que todos esperaban que ustedes preguntaran y merodearan por aquí—soltó algo similar a una risa.
—Entonces… ¿Cómo averiguo eso?
—Bueno, deberás esperar, todo a su tiempo…
Se quitó el sombrero, bastante confundida, y lo dejó en su lugar. Estaba a punto de responderle a su amigo que le había contado el sombrero, pero no pudo, porque un ruido como de arcadas les hizo volverse completamente.
No estaban solos. Sobre una percha dorada detrás de la puerta, había un pájaro de aspecto decrépito que parecía un pavo medio desplumado.
Parecía muy enfermo. Tenía los ojos apagados y, mientras lo miraban, se le cayeron otras dos plumas de la cola.
Harry, estaba pensando en que lo único que le faltaba es que el pájaro de Dumbledore se muriera mientras estaba con él a solas en el despacho, cuando el pájaro comenzó a arder.
Ambos profirieron un grito de horror y retrocedieron hasta el escritorio. La niña buscó por si hubiera cerca un vaso con agua, pero no vio ninguno. El pájaro, mientras tanto, se había convertido en una bola de fuego; emitió un fuerte chillido, y un instante después no quedaba de él más que un montoncito humeante de cenizas en el suelo.
Se miraron entre sí, horrorizados.
La puerta del despacho se abrió. Entró Dumbledore, con aspecto sombrío.
—Profesor —dijo Harry nervioso—, su pájaro..., no pude hacer nada..., acaba de arder...
—Es cierto, nosotros no…
Pero para su sorpresa, Dumbledore sonrió.
—Ya era hora —dijo—. Hace días que tenía un aspecto horroroso. Yo le decía que se diera prisa.
Se rió de la cara atónita que tenían los niños
—Fawkes es un fénix, niños. Los fénix se prenden fuego cuando les llega el momento de morir, y luego renacen de sus cenizas. Mira...
Ambos, atónitos, dirigieron la vista hacia la percha a tiempo de ver un pollito diminuto y arrugado que asomaba la cabeza por entre las cenizas. Era igual de feo que el antiguo.
—Es una pena que lo hayan tenido que ver el día en que ha ardido —dijo Dumbledore, sentándose detrás del escritorio—. La mayor parte del tiempo es realmente precioso, con sus plumas rojas y doradas. Fascinantes criaturas, los fénix. Pueden transportar cargas muy pesadas, sus lágrimas tienen poderes curativos y son mascotas muy fieles.
POV Camille:
Con el tremendo susto que Fawkes me había provocado, por poco y olvidaba por qué estábamos aquí. Pero cuando caí en la situación, por poco y me pongo a llorar.
Sin embargo, antes de que el director pudiera decir otra palabra, la puerta se abrió de improviso e irrumpió Hagrid en el despacho con expresión desesperada, el pasamontañas mal colocado sobre su pelo negro, y el gallo muerto sujeto aún en una mano.
—¡No fueron ellos, profesor Dumbledore! —dijo Hagrid deprisa—. Yo hablaba con los niños segundos antes de que hallaran al muchacho, señor, no tuvieron tiempo...
Dumbledore trató de decir algo, pero Hagrid seguía hablando, agitando el gallo en su desesperación y esparciendo las plumas por todas partes.
—... No pueden haber sido ellos, lo juraré ante el ministro de Magia si es necesario...
—Hagrid, yo...
—Usted se confunde de chicos, yo sé que ni Harry ni Camille serían capaces de...
—¡Hagrid! —dijo Dumbledore con voz potente—, yo no creo que ninguno de ellos atacara a esas personas.
—¿Ah, no? —dijo Hagrid, y el gallo dejó de balancearse a su lado—. Bueno, en ese caso, esperaré fuera, señor director.
Y, con cierto embarazo, salió del despacho.
—¿Usted no cree que fuimos nosotros, profesor? —repitió Harry esperanzado, mientras Dumbledore limpiaba la mesa de plumas.
—No, Harry —dijo Dumbledore, aunque su rostro volvía a ensombrecerse—. Pero aun así quiero hablar con ustedes dos.
—Quiero preguntarles, Harry, si hay algo que les gustaría contarme —dijo con amabilidad—. Lo que sea—me miró también a mí.
Estaba más que dispuesta a contarle todo, lo de la voz, la poción, lo del Pársel…
Pero Harry, debajo de la mesa, me golpeo disimuladamente con el codo.
—No —respondió el—, no tengo nada que contarle.
—Y-yo tampoco…
Dumbledore nos miró dudoso, pero finalmente nos permitió salir.
—¿Por qué le hemos mentido?
— Imagínate que diría… Además, si esto empeora hablaremos, pero ahora solamente complicara nuestra investigación.
—Ohm… De cuerdo…
Al día siguiente, estábamos en la Sala común, viendo a Ron y Hermione jugar al ajedrez.
—Realmente, no veo la diversión en esto— se quejaba Herms, que iba perdiendo. De hecho, era lo único en lo que ella era mala –Además del quidditch, pero ella se negaba a considerarlo como “algo” en lo que se debía ser buena-.
—Solo lo dices porque estás perdiendo… C3, caballo—respondió Ron, y Hermione se puso roja.
—¡Claro que no!... B7, alfil… ¡Solo que es una tontería!
—Por supuesto, una tontería en la que no sirves… F1 reina.
Empezaron a discutir, mientras jugaban.
—¿Qué te parece si me acompañas a disculparme con Justin? Creo que pronto van a incluirnos en sus problemas…— me susurro, y yo acepté, también yo podría disculparme con el.
Salimos por el agujero del retrato.
Comenzamos a recorrer las aulas vacías, hablando de trivialidades. En uno de los salones vislumbramos a McGonagall gritándole a un alumno porque al parecer había convertido a un compañero en un tejón.
—Mm… deben de estar con hora libre…— opiné.
— ¿Qué tal si buscamos en la biblioteca? Tal vez este terminando alguna tare, o quien sabe.
—Buena idea, vayamos. Yo también quisiera pedirle perdón por espantarlo… aunque insisto en que es él quien debe pedirnos disculpas— fruncí el entrecejo, y Harry rió.
Efectivamente estaba en la biblioteca con unos amigos, Harry y yo nos acercamos por detrás, en silencio. Pero nos detuvimos de golpe cuando los oímos hablar.
—Así que —decía un muchacho corpulento— le dije a Justin que se ocultara en nuestro dormitorio. Quiero decir que si Potter lo ha señalado como su próxima víctima, es mejor que se deje ver poco durante una temporada. Por supuesto, Justin se temía que algo así pudiera ocurrir desde que se le escapó decirle a Potter que era de familia muggle. Lo que Justin le dijo exactamente es que le habían reservado plaza en Eton. No es el mejor comentario que se le puede hacer al heredero de Slytherin, ¿verdad?
—¿Entonces estás convencido de que es Potter, Ernie? —preguntó asustada una chica rubia con coletas.
—Hannah —le dijo solemnemente el chico robusto—, sabe hablar pársel. Todo el mundo sabe que ésa es la marca de un mago tenebroso. ¿Sabes de alguien honrado que pueda hablar con las serpientes? Al mismo Slytherin lo llamaban «lengua de serpiente».
Esto provocó densos murmullos.
—¿Y que tal esa Black? ¿Y si es ella?— preguntó una niña de cabellos muy rizados.
—Tal vez sean cómplices—hizo una mueca.
Ernie prosiguió:
—¿Recuerdan lo que apareció escrito en la pared? «Teman, enemigos del heredero.» Potter estaba enemistado con Filch. A continuación, el gato de Filch resulta agredido. Ese chico de primero, Creevey, molestó a Potter en el partido de quidditch, sacándole fotos mientras estaba tendido en el barro. Y entonces aparece Creevey petrificado.
—Pero —repuso Hannah, vacilando— parece tan dulce... y, bueno, fue él quien hizo desaparecer a Quien-ustedes-saben. No puede ser tan malo, ¿no creen? Además, yo también sospecho de esa Black, después de todo parece ser que es hija de esa maniático…
Casi me echo encima de la rubia, pero Harry me detuvo, aunque parecía que el mismo luchaba contra su voluntad. ¡Decían puras tonterías!
Ernie bajó la voz para adoptar un tono misterioso. Los de Hufflepuff se inclinaron y se juntaron más unos a otros, y tuvimos que acercarnos más para oír lo que éste decía.
—Lo sé, Hannah, lo sé… Pero sin embargo es niña, y no puede hacer gran cosa, pero podemos sospechar de que son cómplices ¡Tal vez lo heredo de su padre!
Pero Potter…
Nadie sabe cómo pudo sobrevivir al ataque de Quien-ustedes-saben. Quiero decir que era tan sólo un niño cuando ocurrió, y tendría que haber saltado en pedazos. Sólo un mago tenebroso con mucho poder podría sobrevivir a una maldición como ésa. —Bajó la voz hasta que no fue más que un susurro, y prosiguió—: Por eso seguramente es por lo que Quien-ustedes-saben quería matarlo antes que a nadie. No quería tener a otro Señor Tenebroso que le hiciera la competencia. Me pregunto qué otros poderes oculta Potter.
Harry no pudo aguantar más y salió de detrás de la estantería, carraspeando sonoramente, conmigo a su lado, mirando con rabia.
De no estar tan enojada, me habría parecido divertida la forma en que nos recibieron: todos parecían petrificados por nuestra sola visión, y Ernie se puso pálido.
—Hola —dijo Harry—. Buscamos a Justin Finch-Fletchley.
Los peores temores de los de Hufflepuff se vieron así confirmados. Todos miraron atemorizados a Ernie.
—¿Para qué lo buscas? —le preguntó Ernie, con voz trémula.
—¡Oh, no te preocupes, no petrificaremos a nadie!— lo miré con furia, y a la niña rubia y a la de cabellos rizados también; éstas parecían tan pálidas como la tiza.
—Quería explicarle lo que sucedió realmente con la serpiente en el club de duelo —dijo Harry “tranquilamente”, porque yo sabía perfectamente que no lo estaba.
Ernie se mordió los labios y luego, respirando hondo, dijo:
—Todos estábamos allí. Vimos lo que sucedió.
—Entonces te darías cuenta de que, después de lo que le dijo ella, la serpiente se detuvo, y luego de que yo hable, la serpiente retrocedió —le dijo Harry.
—Yo sólo me di cuenta —dijo Ernie tozudamente, aunque temblaba al hablar— de que hablaron en lengua pársel y le echaste la serpiente a Justin.
—¡Yo no se la eché! —dijo Harry, con la voz temblorosa por el enojo—. ¡Ni siquiera lo tocó!
—Le anduvo muy cerca —dijo Ernie—. Y por si te entran dudas —añadió apresuradamente—, he de decirte que puedes rastrear mis antepasados hasta nueve generaciones de brujas y brujos y no encontrarás una gota de sangre muggle, así que...
—¡No me preocupa qué tipo de sangre tengas! —dijo Harry con dureza—. ¿Por qué tendría que atacar a los de familia muggle?
—He oído que odias a esos muggles con los que vives —dijo Ernie apresuradamente.
—No es posible vivir con los Dursley sin odiarlos —dije yo realmente enfadada, tanto que de no ser porque si lo hacía iba a Azkaban junto a mi “padre”, le lanzaba un gran Avada Kedavra—. Me gustaría que lo intentaras. ¡Imbécil!
—¡Ja! Excúsense lo que quieran, solo no nos ataquen, somos sangre pura, Potter. Y no queremos meternos en tus problemas psicológicos, ni en los de ella, de verdad…— parecía asustado internamente en verdad, pero no lo demostraba en la voz, en cambio se pavoneaba con sus amigos quienes reían nerviosamente.
Harry parecía querer lanzársele encima, pero me adelante, y con toda la fuerza que poseía, le pegué una sonora bofetada.
Todos quedaron estupefactos.
Di media vuelta y salí de la biblioteca con Harry junto a mi, provocando una mirada reprobatoria de la señora Pince, que estaba sacando brillo a la cubierta dorada de un gran libro de cubierta de cuero.
—¡Es increíble las historias que se inventan!— exclamé furiosa una vez en los pasillos.
—Lo sé, realmente no lo entiendo… Por cierto, lo que hiciste fue genial.
Me ruborice un poco, y nos echamos a reír al recordarlo.
—Se lo merecías ¿Sabes? La verdad es que esa Hannah no…— al hablar caminaba mirándolo, por lo cual choqué con una mole cubierta con piel de topo.
—¡Hagrid!— dijimos al mismo tiempo.
—¿Va todo bien, chicos? —preguntó Hagrid, quitándose el pasamontañas para poder hablar—. ¿Por qué no están en clase?
—La han suspendido —contestó Harry—. ¿Y tú, qué haces aquí?
Hagrid levantó el gallo sin vida.
—El segundo que matan este trimestre —explicó—. O son zorros o chupasangres, y necesito el permiso del director para poner un encantamiento alrededor del gallinero.
Nos miró más de cerca por debajo de sus cejas espesas, cubiertas de nieve.
—¿Están seguros de que se encuentran bien? Parecen preocupados y… alterados.
—No es nada —repuso Harry rápidamente, lanzándome una mirada veloz para que no hablara—. Mejor será que nos vayamos, Hagrid, después tenemos Transformaciones y debemos recoger los libros.
Nos fuimos tras un breve “adiós”.
—¿No vas a decir nada, no es así?—pregunté.
—No realmente…
Subimos las escaleras y doblamos por otro corredor. Estaba mucho más oscuro, porque el viento fuerte y helado que penetraba por el cristal flojo de una ventana había apagado las antorchas.
—¿Dónde estamos?
—No tengo ni idea, solo empecé a caminar sin rumb…— tropezamos con algo en el suelo.
Nos volvimos para mirar eso que nos había tirado, agudizando la vista en medio de la oscuridad que invadía el lugar.
Ahogué un grito, espantada.
Sobre el suelo, rígido y frío, con una mirada de horror en el rostro y los ojos en blanco vueltos hacia el techo, yacía Justin Finch-Fletchley. Y eso no era todo. A su lado había otra figura, componiendo la visión más extraña que hubiera contemplado nunca.
Se trataba de Nick Casi Decapitado, que no era ya transparente ni de color blanco perlado, sino negro y neblinoso, y flotaba inmóvil, en posición horizontal, a un palmo del suelo. La cabeza estaba medio colgando, y en la cara tenía una expresión de horror idéntica a la de Justin.
Harry se puso de pie al instante, y me ayudo a levantar. Parecía que se sentía en una pesadilla.
Miró enloquecido arriba y abajo del corredor desierto, seguí su vista, y vimos una hilera de arañas huyendo de los cuerpos a todo correr. Lo único que se oía eran las voces amortiguadas de los profesores que daban clase a ambos lados.
Podríamos salir corriendo, y nadie se enteraría de que había estado allí. Pero no podíamos dejarlos de aquella manera..., teníamos que hacer algo por ellos. ¿Habría alguien que creyera que nosotros no habíamos tenido nada que ver?
Aún estábamos allí, aterrorizados, mirándonos entre nosotros sin saber bien que hacer, cuando se abrió de golpe la puerta que tenía Harry a su derecha. Peeves el poltergeist surgió de ella a toda velocidad.
—¡Vaya, si es Potter pipí en el pote! ¡Y con su novia Black la hija del loco Black! —Cacareó Peeves, ladeándole las gafas a Harry de un golpe al pasar a su lado dando saltos—. ¿Qué traman, Potter? ¿Por qué acechan?
Peeves se detuvo a media voltereta. Boca abajo, vio a Justin y Nick Casi Decapitado. Cayó de pie, llenó los pulmones y, antes de que pudiéramos impedirlo, gritó:
—¡AGRESIÓN! ¡AGRESIÓN! ¡OTRA AGRESIÓN! NINGUN MORTAL NI FANTASMA ESTÁ A SALVO! SALVESE QUIEN PUEDA! AGREESIÓÓÓÓN!
Pataplún, patapán, pataplún: una puerta tras otra, se fueron abriendo todas las que había en el corredor, y la gente empezó a salir. Durante varios minutos, hubo tal jaleo que por poco no aplastan a Justin y atraviesan el cuerpo de Nick Casi Decapitado.
Los alumnos nos acorralaron a Harry y a mí contra la pared hasta que los profesores pidieron calma. La profesora McGonagall llegó corriendo, seguida por sus alumnos, uno de los cuales aún tenía el pelo a rayas blancas y negras. La profesora utilizó la varita mágica para provocar una sonora explosión que restaurase el silencio y ordenó a todos que volvieran a las aulas. Cuando el lugar se hubo despejado un poco, llegó corriendo Ernie, el de Hufflepuff.
—¡Los han atrapado con las manos en la masa! —gritó Ernie, con la cara completamente blanca, señalándonos con el dedo.
Lo miré asesina, pero antes de que soltara algún juramento, alguien habló.
—¡Ya basta, Macmillan! —dijo con severidad la profesora McGonagall.
Peeves se meneaba por encima del grupo con una malvada sonrisa, escrutando la escena; le encantaba el lío. Mientras los profesores se inclinaban sobre Justin y Nick Casi Decapitado, examinándolos, Peeves rompió a cantar:
—¡Oh, Potter, eres un zote, estás podrido, te cargas a los estudiantes, y te parece divertido!
¡Oh, Black, pronto muy pronto irás a Azkaban!
Mi labio comenzó a temblar. Agregado a que estaba por sobre todo sensible, se sumaba todo esto, y las burlas de Peeves no ayudaban en NADA.
—¡Ya basta, Peeves! —gritó la profesora McGonagall, y Peeves escapó por el corredor, sacándonos la lengua.
Los profesores Flitwick y Sinistra, del departamento de Astronomía, fueron los encargados de llevar a Justin a la enfermería, pero nadie parecía saber qué hacer con Nick Casi Decapitado. Al final, la profesora McGonagall hizo aparecer de la nada un gran abanico, y se lo dio a Ernie con instrucciones de subir a Nick Casi Decapitado por las escaleras. Ernie obedeció, abanicando a Nick por el corredor para llevárselo por el aire como si se tratara de un aerodeslizador silencioso y negro. De esa forma, quedamos a solas con la prfesora McGonagall.
—Por aquí, niños —indicó ella.
—Profesora —le dijo Harry enseguida—, le juro que nosotros no...
—Eso se escapa de mi competencia, Potter —dijo de manera cortante la profesora McGonagall.
Caminamos en silencio, doblamos una esquina, y ella se paró ante una gárgola de piedra grande y extremadamente fea.
—¡Caramelo de Limón! —dijo la profesora.
Se trataba, evidentemente, de una contraseña, porque de repente la gárgola revivió y se hizo a un lado, al tiempo que la pared que había detrás se abría en dos.
Detrás del muro había una escalera de caracol que subía lentamente hacia arriba, como si fuera mecánica. Al subirnos nosotros y la profesora McGonagall, la pared volvió a cerrarse tras nosotros con un golpe sordo. Subimos más y más dando vueltas, hasta que al fin, ligeramente mareada, vi ante mí una reluciente puerta de roble, con una aldaba de bronce en forma de grifo, el animal mitológico con cuerpo de león y cabeza de águila.
Entonces supe adónde nos llevaban. Aquello debía de ser la vivienda de Dumbledore.
La profesora McGonagall se fue, quedándonos solos y totalmente atemorizados.
Era una sala circular, grande y hermosa, en la que se oía multitud de leves y curiosos sonidos. Sobre las mesas de patas largas y finísimas había chismes muy extraños que hacían ruiditos y echaban pequeñas bocanadas de humo. Las paredes aparecían cubiertas de retratos de antiguos directores, hombres y mujeres, que dormitaban encerrados en los marcos. Había también un gran escritorio con pies en forma de zarpas, y detrás de él, en un estante, un sombrero de mago ajado y roto: era el Sombrero Seleccionador.
Harry, al verlo, pareció dudar de algo.
—¿Qué sucede?—le pregunté preocupada.
—Nada…
—Aja… Ahora con la verdad.
Suspiró pesadamente.
—Es que… ¿Prometes no decirle a NADIE?
—¿Ni siquiera a Hermione y a Ron?
—Ni siquiera a ellos.
Fruncí los labios, debía de ser algo muy serio.
—De acuerdo, dime.
—Bueno… Yo…—parecía no encontrar palabras—Cuando me seleccionaron casa, el sombrero me dijo que yo… yo podría ser muy grande, y Slytherin me ayudaría en el camino hacia la grandeza.
Lo miré expectante, pero el no continuó.
—¿…Y?
—Y… eso es todo—dijo obvio.
—No me parece tan preocupante, a mi me dijo algo como “… Debería mandarte inmediatamente a Ravenclaw… Te corresponde…. Por sangre…. Pero, al mismo tiempo, tu corazón también es puramente Gryffindor… Vaya, una difícil decisión, ¿Corazón o mente?”, yo simplemente pedí que fuera Gryffindor, no preguntes porqué, y aquí estoy.
—Yo también le pedí que en Slytherin no… Pero, quería ver si…
—Si el sombrero se equivocó contigo…—finalicé al darme cuenta de su preocupación.
—Si…
—Yo no creo que sea así, si no también se ha equivocado conmigo, además con eso de “Por sangre te corresponde”—burlé la voz avejentada y exagerada del sombrero y éste para nuestro susto, dio un leve respingo, por lo que reímos—bueno, la cuestión era que con eso me perturbo un poco, pero sin embargo vivo tranquila—continué, bromeando.
Sonrió, pero vi en sus ojos que realmente no estaba muy convencido. Sonté un suspiro pesado como el anterior de él.
—Pruébatelo y quítate la duda…
Esta vez sonrió feliz.
Escritora POV:
Se acercó sigilosamente al escritorio, cogió el sombrero del estante y se lo puso despacio en la cabeza. Era demasiado grande y se le caía sobre los ojos, igual que en la anterior ocasión en que se lo había puesto. Harry esperó pero no pasó nada. Luego, una sutil voz le dijo al oído:
— ¿No te lo puedes quitar de la cabeza, eh, Harry Potter?
—Mmm, no —respondió Harry—. Esto..., lamento molestarte, pero quería preguntarte...
—Te has estado preguntando si yo te había mandado a la casa acertada —dijo acertadamente el sombrero—. Sí..., tú fuiste bastante difícil de colocar. Pero mantengo lo que dije... aunque —Harry contuvo la respiración— podrías haber ido a Slytherin.
El corazón le dio un vuelco. Cogió el sombrero por la punta y se lo quitó. Quedó colgando de su mano, mugriento y ajado. Algo mareado, lo dejó de nuevo en el estante.
—Te equivocas —dijo en voz alta al inmóvil y silencioso sombrero. Éste no se movió. Harry se separó un poco, sin dejar de mirarlo.
Su amiga lo miraba preocupada, y éste le contó lo que le había dicho.
—Realmente no te preocupes. Mientras sea Gryffindor la casa a quien sientes que perteneces, es lo que vale.
—¿Y qué hay de ti?— la miró con curiosidad, eso de “Por sangre” tal vez sería perturbador para ella, pero dejaba un aire de suspenso en el aire.
—Bueno… podría preguntarle a que se refería…—dudo la chica, aunque por fin se colocó el sombrero, que al igual que a Harry, le tapó la vista.
La voz volvió a susurrar, está vez para ella: —¿Tú también tienes dudas, Camille Black?
—No realmente, pero me gustaría saber de que hablabas cuando dijiste lo de la sangre, y eso de “¿Corazón o mente?”— pensó, a sabiendas de que el viejo sombrero la escuchaba aun así.
—Bueno, es pronto para que lo sepas, pero tal y como dije, por sangre eres una Ravenclaw, no te diré por qué, ya que hasta me lo prohibieron a mi—pareció quejarse—pero, vuelvo a repetir, tal y como dije, también eres una Gryffindor de corazón, pero… también por sangre…—se detuvo bruscamente— ¡Pero tampoco puedo decirte la razón de eso! ¿Sabes, niña? Creo que todos esperaban que ustedes preguntaran y merodearan por aquí—soltó algo similar a una risa.
—Entonces… ¿Cómo averiguo eso?
—Bueno, deberás esperar, todo a su tiempo…
Se quitó el sombrero, bastante confundida, y lo dejó en su lugar. Estaba a punto de responderle a su amigo que le había contado el sombrero, pero no pudo, porque un ruido como de arcadas les hizo volverse completamente.
No estaban solos. Sobre una percha dorada detrás de la puerta, había un pájaro de aspecto decrépito que parecía un pavo medio desplumado.
Parecía muy enfermo. Tenía los ojos apagados y, mientras lo miraban, se le cayeron otras dos plumas de la cola.
Harry, estaba pensando en que lo único que le faltaba es que el pájaro de Dumbledore se muriera mientras estaba con él a solas en el despacho, cuando el pájaro comenzó a arder.
Ambos profirieron un grito de horror y retrocedieron hasta el escritorio. La niña buscó por si hubiera cerca un vaso con agua, pero no vio ninguno. El pájaro, mientras tanto, se había convertido en una bola de fuego; emitió un fuerte chillido, y un instante después no quedaba de él más que un montoncito humeante de cenizas en el suelo.
Se miraron entre sí, horrorizados.
La puerta del despacho se abrió. Entró Dumbledore, con aspecto sombrío.
—Profesor —dijo Harry nervioso—, su pájaro..., no pude hacer nada..., acaba de arder...
—Es cierto, nosotros no…
Pero para su sorpresa, Dumbledore sonrió.
—Ya era hora —dijo—. Hace días que tenía un aspecto horroroso. Yo le decía que se diera prisa.
Se rió de la cara atónita que tenían los niños
—Fawkes es un fénix, niños. Los fénix se prenden fuego cuando les llega el momento de morir, y luego renacen de sus cenizas. Mira...
Ambos, atónitos, dirigieron la vista hacia la percha a tiempo de ver un pollito diminuto y arrugado que asomaba la cabeza por entre las cenizas. Era igual de feo que el antiguo.
—Es una pena que lo hayan tenido que ver el día en que ha ardido —dijo Dumbledore, sentándose detrás del escritorio—. La mayor parte del tiempo es realmente precioso, con sus plumas rojas y doradas. Fascinantes criaturas, los fénix. Pueden transportar cargas muy pesadas, sus lágrimas tienen poderes curativos y son mascotas muy fieles.
POV Camille:
Con el tremendo susto que Fawkes me había provocado, por poco y olvidaba por qué estábamos aquí. Pero cuando caí en la situación, por poco y me pongo a llorar.
Sin embargo, antes de que el director pudiera decir otra palabra, la puerta se abrió de improviso e irrumpió Hagrid en el despacho con expresión desesperada, el pasamontañas mal colocado sobre su pelo negro, y el gallo muerto sujeto aún en una mano.
—¡No fueron ellos, profesor Dumbledore! —dijo Hagrid deprisa—. Yo hablaba con los niños segundos antes de que hallaran al muchacho, señor, no tuvieron tiempo...
Dumbledore trató de decir algo, pero Hagrid seguía hablando, agitando el gallo en su desesperación y esparciendo las plumas por todas partes.
—... No pueden haber sido ellos, lo juraré ante el ministro de Magia si es necesario...
—Hagrid, yo...
—Usted se confunde de chicos, yo sé que ni Harry ni Camille serían capaces de...
—¡Hagrid! —dijo Dumbledore con voz potente—, yo no creo que ninguno de ellos atacara a esas personas.
—¿Ah, no? —dijo Hagrid, y el gallo dejó de balancearse a su lado—. Bueno, en ese caso, esperaré fuera, señor director.
Y, con cierto embarazo, salió del despacho.
—¿Usted no cree que fuimos nosotros, profesor? —repitió Harry esperanzado, mientras Dumbledore limpiaba la mesa de plumas.
—No, Harry —dijo Dumbledore, aunque su rostro volvía a ensombrecerse—. Pero aun así quiero hablar con ustedes dos.
—Quiero preguntarles, Harry, si hay algo que les gustaría contarme —dijo con amabilidad—. Lo que sea—me miró también a mí.
Estaba más que dispuesta a contarle todo, lo de la voz, la poción, lo del Pársel…
Pero Harry, debajo de la mesa, me golpeo disimuladamente con el codo.
—No —respondió el—, no tengo nada que contarle.
—Y-yo tampoco…
Dumbledore nos miró dudoso, pero finalmente nos permitió salir.
—¿Por qué le hemos mentido?
— Imagínate que diría… Además, si esto empeora hablaremos, pero ahora solamente complicara nuestra investigación.
—Ohm… De cuerdo…
Última edición por JulyPotter2012 el Vie 20 Jul 2012, 9:55 pm, editado 3 veces
C.J. Potter
Re: La muchacha de Gryffindor (Harry y tú)
[color=violet][Me pone muuy feliz que haya una nueva lectorsa :D , en breve subo otro cap!! :) /color]JustDaniaSmiley escribió:NUEVA & FIEL LECTORA!!!! , Siguela!
C.J. Potter
Re: La muchacha de Gryffindor (Harry y tú)
Que buenos los cap!!.. Cada vez mas interesante todo!!!..
Yo no soy de comentar seguido.. Pero paso todos los dias para ver si subiste algun cap nuevo
No te preocupes que de a poco van a a ir apareciendo lectoras..
Mucha Suerte..
Besos
Loovesjonas_kjn :)
Yo no soy de comentar seguido.. Pero paso todos los dias para ver si subiste algun cap nuevo
No te preocupes que de a poco van a a ir apareciendo lectoras..
Mucha Suerte..
Besos
Loovesjonas_kjn :)
loovesjonas_kjn
Re: La muchacha de Gryffindor (Harry y tú)
:) Gracias, enserio, me subiste el animo! Al menos con una lectora me basta para subir todos los dias! Pronto subire otro cap (estoy en otro lugar de vacaciones)loovesjonas_kjn escribió:Que buenos los cap!!.. Cada vez mas interesante todo!!!..
Yo no soy de comentar seguido.. Pero paso todos los dias para ver si subiste algun cap nuevo
No te preocupes que de a poco van a a ir apareciendo lectoras..
Mucha Suerte..
Besos
Loovesjonas_kjn :)
P.D: Tu nombre(?
C.J. Potter
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