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Fuego Cruzado - NicholasJ&Tu (Adaptación) - TERMINADA
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Fuego Cruzado - NicholasJ&Tu (Adaptación) - TERMINADA
TOOOODOOO EL CAPIS ESTUVE ASIIII
AAAAAAAII TIENES QUE SEGUIRLAA PORFIISSSSS
AAAAAAAII TIENES QUE SEGUIRLAA PORFIISSSSS
chelis
Re: Fuego Cruzado - NicholasJ&Tu (Adaptación) - TERMINADA
Capitulo 5 (Parte 3)
Abrió la boca y le mordió, un mordisco cortante a lo largo de su mandíbula y aquello lo incentivó.
Su enorme cuerpo se sacudió y empezó a machacarla, con duros y profundos golpes que solo eran posibles porque ella estaba húmeda de la excitación. Toda la noche habían sido unos preliminares.
Tenía todo su enorme peso presionado contra ella, la boca sobre la suya, las caderas martilleando. No los golpes atentos y acompasados de la primera vez con un amante, sondeando lo que quería la mujer. No, aquellos eran los movimientos fuera de control de un hombre utilizando toda su fuerza y… le encantaba. Debió haberlo notado porque, increíblemente, había captado el ritmo, entrando y saliendo de ella tan rápido que era un milagro que _____(tn) no se convirtiera en humo por la fricción.
Era alucinante y un grado de excitación imposible de mantener. En unos minutos, _____(tn) se congeló, cada músculo aprisionado en el interior mientras sentía que su orgasmo se acercaba, como una tormenta en el horizonte. Paró de respirar, los ojos se le cerraron, totalmente concentrada en el lugar que él estaba machacando en su interior con duros y fuertes golpes. Un profundo empujón en particular y… ¡oh! Su cuerpo entero convulsionó, la vagina se tensó en torno a él, los brazos y piernas lo aferraron con fuerza, queriendo sentirlo tan cerca como fuera posible.
Soltó el aliento con un gemido grave y entrecortado, balbuceado al ritmo de los bruscos empujes de él, ahora más rápidos y más fuertes, hasta que se hinchó en su interior y explotó.
¡Dios mío! Pudo notar los chorros de semen salpicando contra sus paredes ultrasensibles, una estela ardiente y rítmica dentro de ella distinta a cualquier cosa que hubiera sentido antes, tan excitante que prolongó su orgasmo. Se apretó en torno a él en un ritmo erótico que igualaba las pulsaciones del orgasmo del hombre, una sensación tan intensa que casi se desmaya.
Fue como correr una maratón. La cabeza de _____(tn) se dio contra la pared porque no le quedaban fuerzas para mantenerla erguida. Dejó caer los brazos, incapaz de aferrarse más tiempo a esos amplios hombros. Sus piernas todavía le rodeaban las caderas pero estaban temblando.
Toda la zona de su ingle estaba húmeda y olía a excitación sexual, acre y terrosa, desde donde estaban unidos.
—Oh —soltó, incapaz de formar nada más coherente.
—Sí —gruñó Nicholas—. Lo sé. Agárrate fuerte, cariño.
¿Qué…? Oh. Nicholas intensificó el agarre en su trasero, los apartó de la pared y atravesó la casa, todavía unidos. Aún estaba duro como una roca en su interior, como si no hubiera tenido un clímax, frotándose contra sus increíblemente sensibles tejidos mientras la llevaba en brazos. La estaba besando, llevándola en brazos directamente a la habitación como si no pesara nada. Todavía había un poco de luz en el exterior y abrió los ojos lo suficiente para obtener una impresión del espacio y del orden espartano, luego él la besó de nuevo y el mundo exterior desapareció.
No tenía ni idea de cómo lo hizo, pero cuando la bajó despacio sobre la cama, ambos estaban desnudos. Todavía estaba en su interior y ahora también encima con todo su peso presionándole. Era tan delicioso, sentir esos músculos duros contra los suyos, el vello del torso contra sus pechos. Él abrió sus fuertes y velludas piernas separando las de _____(tn) mucho más ampliamente y se deslizó todavía más hondo en su interior.
Le acarició la oreja con la nariz, dejando caer leves besos por todo su rostro y cuello. Entre besos, le susurró: —Eso fue demasiado rápido, lo siento de veras. Quiero que sepas que tengo algunos trucos, pero ahora mismo no.
Ella casi ni lo oyó, concentrada donde la estaba tocando, donde la llenaba. Pero ante la palabra trucos, su coño se contrajo en torno a él. Y la polla se le alargó dentro de ella.
—Si éste es uno de ellos, para —suspiró ella.
Él se rió, un encantador sonido grave y masculino.
—Vale, vale.
No se movió, permitiéndole recuperarse un poco. Ella le pasó la mano sobre el prominente hombro. Tenía la piel tan caliente y dura. Acero cálido. _____(tn) frunció el ceño cuando sus dedos se encontraron con piel rugosa y gruesa. Una cicatriz. Una cicatriz redonda.
Abrió los ojos con un aleteo, solo para verle a escasos centímetros. Ojos oscuros y profundos mirándola fijamente. Ya no estaba sonriendo.
—¿Esto es lo que creo que es? —susurró ella.
Él asintió con un breve y brusco gesto.
—¿Hay más?
—Abajo en la cadera, falló los órganos vitales por un pelo. En el bíceps derecho hay una herida superficial pero dolió horrores.
Ella le tocó cada una mientras las mencionaba. La herida de abajo en la cadera era grande, fea con bordes gruesos de tejido cicatrizado. Ella frunció el ceño mientras él la besaba.
—Tuviste un cirujano malísimo. Nicholas sacudió la cabeza y le mordisqueó la mandíbula.
—Vendaje de campo. Estábamos en medio del infierno. Tardé una semana en llegar a un hospital. La marina me ofreció cirugía plástica pero francamente no quería ver otra aguja en mi vida.
_____(tn) le acarició los costados. Este hombre no había tenido mucha suerte en la vida. Estuvo en peligro seguramente más veces de las que jamás le contaría. Unos pocos centímetros más a la derecha o a la izquierda y se habría desangrado. Nunca lo habría conocido, nunca se hubiera enterado de lo que su cuerpo era capaz de sentir.
Alzando un poco la cabeza, lo besó con ternura, como si todavía estuviera lastimado por sus heridas. Nicholas tomó el control del beso inmediatamente con la boca abierta sobre la de ella, la lengua acariciando la suya a ritmo de los empujes de sus caderas. Empezó a entrar en ella con fuerza, más y más rápido, y ella curvó las manos bajo los brazos masculinos, sujetándose a sus hombros como si le fuera la vida. Nicholas apartó la boca con un jadeo y enterró el rostro en el pelo de _____(tn) mientras ella cerraba los ojos y arqueaba el cuello.
Él tenía razón. Ahora mismo no podían besarse. Sería demasiado.
Nicholas le levantó las rodillas, moviéndose increíblemente más profundo, tocando algo… _____(tn) se corrió con un grito salvaje, apretándose con fuerza en torno a él, temblando y estremeciéndose, transpirando, con lágrimas saltándole de los ojos; el clímax fue tan intenso que se perdió durante un largo instante, saliendo en un torbellino al espacio y regresando cuando Nicholas gruñó y empezó a correrse dentro de ella con largos y calientes chorros de semen inundándole el coño. Ahora se movía dentro de ella con enorme facilidad. Estaba increíblemente húmeda, repleta de los jugos de ambos. El tiempo se alargó, no tenía razón de ser.
Al final él se calmó mientras _____(tn) vagaba sin rumbo perezosamente sobre las olas del placer. Estaba increíblemente sudada pero más por el sudor de él que del suyo. Sus pechos estaban pegados, lo descubrió cuando lo empujó por los hombros. Toda la zona de la ingle la tenía empapada, incluidos los muslos. Su vagina estaba dolorida, súper sensibilizada. Podía sentir cada centímetro de su polla, todavía dura en su interior y notando sus músculos laxos incapaces de moverse.
Se sentía… fenomenal. Estaría flotando si no tuviera ese peso enorme encima. Le empujó otra vez por los hombros y con un suspiro apenado él se alzó apoyado en los antebrazos y le sonrió.
Un diminuto mechón de cabello oscuro le había caído sobre la frente y ella alargó la mano para apartarlo.
—¿Tienes hambre? —le preguntó y ella estuvo a punto de contestar: No, por supuesto que no, acabamos de comer, cuando le sonaron escandalosamente las tripas.
—Por lo visto sí. —Esto era asombroso. Se habían comido un menú completo y aún así al consultar a su estómago, se dio cuenta que estaba famélica.
Nicholas dejó caer un beso en su nariz y se retiró de ella. Tan lentamente que fue excitante. Por si no hubiera sido suficiente, verlo de pie y desnudo al lado de la cama habría bastado para ponerla cachonda.
Aunque era enorme, no tenía nada de grasa, perfectamente proporcionado, grácil y fuerte. Y… ¡uf!... bien dotado.
Por primera vez, _____(tn) fue capaz de apreciar sus, umm, atributos.
Sorprendentemente, después de correrse dos veces, todavía estaba excitado. Su pene, brillante por sus jugos, de un oscuro color marrón con grandes venas recorriéndolo, casi le llegaba al ombligo.
Nicholas alargó la mano para rodearle el tobillo durante un segundo.
—Te llevaré algo a la terraza. Vamos a necesitar un poco de combustible para el segundo asalto.
Nicholas casi se rió ante su expresión. Ella estaba a punto de dejarlo en empate, pero él no. Ni de coña. Estaba tan acelerado como nunca había estado en su vida.
Tío, con solo mirarla, allí en su cama… como una pintura del siglo diecisiete. Simplemente sus colores habrían bastado para despertar a un muerto. Cabello color medianoche, piel de porcelana, labios rojos, rojos, ligeramente hinchados por sus besos. Cerezas rojas por pezones, un halo de suave vello negro entre los muslos. Ella brillaba con el sudor de ambos. De su corrida, de los jugos femeninos.
_____(tn) no se movió ni un centímetro después de que él saliera. Parecía como si la estuviera follando un amante fantasma, con las piernas dobladas y abiertas, tan abiertas para él que podía ver los tejidos hinchados y rosados de su coño, los brazos todavía extendidos, los ojos medio cerrados como si todavía lo estuviera besando. Deseó trepar sobre ella de nuevo, deslizarse directamente en su interior. Lo deseaba tanto que apretó los puños.
Pero _____(tn) necesitaba comer. Nicholas estaba acostumbrado a exigirse pero ella no.
La observó mientras ella cerraba los párpados lentamente hasta que hubo sólo un resquicio de ese sorprendente azul, mirándola mientras aminoraba la respiración, observándola mientras el latido sobre su pecho izquierdo bajaba su ritmo frenético.
Mierda, incluso contemplarla era mejor que estar follándose a otra. Aunque eso era un pensamiento aterrador. Lo apartó de sí y fue hacia la cocina para encontrar algo de comida. No cocinaba mucho pero su asistenta a veces le dejaba algo y siempre había fruta.
Cinco minutos después, sacó al balcón una bandeja grande, contento por lo que fue capaz de gorronear. Un plato grande de uvas, un par de trozos de queso que milagrosamente no tenían moho. Media barra de pan de trigo congelado que había calentado en el microondas.
Dos copas y una botella de un sauvignon blanco chileno realmente bueno.
Ella sabría cómo se pronunciaba. Puso la bandeja sobre la mesa exterior de hierro forjado y cristal y consideró en encender las luces exteriores de la terraza. Estaba oscuro fuera, tal vez era alrededor de la medianoche. Habían estado follando durante tres horas sin parar. Encendió una de las luces halógenas, lo justo para que vieran la comida, no lo bastante para que un barco en el océano viera lo que estaban haciendo.
Nicholas contempló el oscuro océano, luego se miró abajo, a su dureza que simplemente no le quería abandonar. Tenía mucha resistencia pero después de un par de horas, normalmente estaba dispuesto a dejarlo en empate. Llevar a la dama a casa y relajarse.
No estaba ni de lejos en ese punto con _____(tn). Ni siquiera podía imaginárselo.
Estaba hundido en la mierda, reflexionó, mientras volvía a la habitación para llevarla en brazos a la terraza.
Su enorme cuerpo se sacudió y empezó a machacarla, con duros y profundos golpes que solo eran posibles porque ella estaba húmeda de la excitación. Toda la noche habían sido unos preliminares.
Tenía todo su enorme peso presionado contra ella, la boca sobre la suya, las caderas martilleando. No los golpes atentos y acompasados de la primera vez con un amante, sondeando lo que quería la mujer. No, aquellos eran los movimientos fuera de control de un hombre utilizando toda su fuerza y… le encantaba. Debió haberlo notado porque, increíblemente, había captado el ritmo, entrando y saliendo de ella tan rápido que era un milagro que _____(tn) no se convirtiera en humo por la fricción.
Era alucinante y un grado de excitación imposible de mantener. En unos minutos, _____(tn) se congeló, cada músculo aprisionado en el interior mientras sentía que su orgasmo se acercaba, como una tormenta en el horizonte. Paró de respirar, los ojos se le cerraron, totalmente concentrada en el lugar que él estaba machacando en su interior con duros y fuertes golpes. Un profundo empujón en particular y… ¡oh! Su cuerpo entero convulsionó, la vagina se tensó en torno a él, los brazos y piernas lo aferraron con fuerza, queriendo sentirlo tan cerca como fuera posible.
Soltó el aliento con un gemido grave y entrecortado, balbuceado al ritmo de los bruscos empujes de él, ahora más rápidos y más fuertes, hasta que se hinchó en su interior y explotó.
¡Dios mío! Pudo notar los chorros de semen salpicando contra sus paredes ultrasensibles, una estela ardiente y rítmica dentro de ella distinta a cualquier cosa que hubiera sentido antes, tan excitante que prolongó su orgasmo. Se apretó en torno a él en un ritmo erótico que igualaba las pulsaciones del orgasmo del hombre, una sensación tan intensa que casi se desmaya.
Fue como correr una maratón. La cabeza de _____(tn) se dio contra la pared porque no le quedaban fuerzas para mantenerla erguida. Dejó caer los brazos, incapaz de aferrarse más tiempo a esos amplios hombros. Sus piernas todavía le rodeaban las caderas pero estaban temblando.
Toda la zona de su ingle estaba húmeda y olía a excitación sexual, acre y terrosa, desde donde estaban unidos.
—Oh —soltó, incapaz de formar nada más coherente.
—Sí —gruñó Nicholas—. Lo sé. Agárrate fuerte, cariño.
¿Qué…? Oh. Nicholas intensificó el agarre en su trasero, los apartó de la pared y atravesó la casa, todavía unidos. Aún estaba duro como una roca en su interior, como si no hubiera tenido un clímax, frotándose contra sus increíblemente sensibles tejidos mientras la llevaba en brazos. La estaba besando, llevándola en brazos directamente a la habitación como si no pesara nada. Todavía había un poco de luz en el exterior y abrió los ojos lo suficiente para obtener una impresión del espacio y del orden espartano, luego él la besó de nuevo y el mundo exterior desapareció.
No tenía ni idea de cómo lo hizo, pero cuando la bajó despacio sobre la cama, ambos estaban desnudos. Todavía estaba en su interior y ahora también encima con todo su peso presionándole. Era tan delicioso, sentir esos músculos duros contra los suyos, el vello del torso contra sus pechos. Él abrió sus fuertes y velludas piernas separando las de _____(tn) mucho más ampliamente y se deslizó todavía más hondo en su interior.
Le acarició la oreja con la nariz, dejando caer leves besos por todo su rostro y cuello. Entre besos, le susurró: —Eso fue demasiado rápido, lo siento de veras. Quiero que sepas que tengo algunos trucos, pero ahora mismo no.
Ella casi ni lo oyó, concentrada donde la estaba tocando, donde la llenaba. Pero ante la palabra trucos, su coño se contrajo en torno a él. Y la polla se le alargó dentro de ella.
—Si éste es uno de ellos, para —suspiró ella.
Él se rió, un encantador sonido grave y masculino.
—Vale, vale.
No se movió, permitiéndole recuperarse un poco. Ella le pasó la mano sobre el prominente hombro. Tenía la piel tan caliente y dura. Acero cálido. _____(tn) frunció el ceño cuando sus dedos se encontraron con piel rugosa y gruesa. Una cicatriz. Una cicatriz redonda.
Abrió los ojos con un aleteo, solo para verle a escasos centímetros. Ojos oscuros y profundos mirándola fijamente. Ya no estaba sonriendo.
—¿Esto es lo que creo que es? —susurró ella.
Él asintió con un breve y brusco gesto.
—¿Hay más?
—Abajo en la cadera, falló los órganos vitales por un pelo. En el bíceps derecho hay una herida superficial pero dolió horrores.
Ella le tocó cada una mientras las mencionaba. La herida de abajo en la cadera era grande, fea con bordes gruesos de tejido cicatrizado. Ella frunció el ceño mientras él la besaba.
—Tuviste un cirujano malísimo. Nicholas sacudió la cabeza y le mordisqueó la mandíbula.
—Vendaje de campo. Estábamos en medio del infierno. Tardé una semana en llegar a un hospital. La marina me ofreció cirugía plástica pero francamente no quería ver otra aguja en mi vida.
_____(tn) le acarició los costados. Este hombre no había tenido mucha suerte en la vida. Estuvo en peligro seguramente más veces de las que jamás le contaría. Unos pocos centímetros más a la derecha o a la izquierda y se habría desangrado. Nunca lo habría conocido, nunca se hubiera enterado de lo que su cuerpo era capaz de sentir.
Alzando un poco la cabeza, lo besó con ternura, como si todavía estuviera lastimado por sus heridas. Nicholas tomó el control del beso inmediatamente con la boca abierta sobre la de ella, la lengua acariciando la suya a ritmo de los empujes de sus caderas. Empezó a entrar en ella con fuerza, más y más rápido, y ella curvó las manos bajo los brazos masculinos, sujetándose a sus hombros como si le fuera la vida. Nicholas apartó la boca con un jadeo y enterró el rostro en el pelo de _____(tn) mientras ella cerraba los ojos y arqueaba el cuello.
Él tenía razón. Ahora mismo no podían besarse. Sería demasiado.
Nicholas le levantó las rodillas, moviéndose increíblemente más profundo, tocando algo… _____(tn) se corrió con un grito salvaje, apretándose con fuerza en torno a él, temblando y estremeciéndose, transpirando, con lágrimas saltándole de los ojos; el clímax fue tan intenso que se perdió durante un largo instante, saliendo en un torbellino al espacio y regresando cuando Nicholas gruñó y empezó a correrse dentro de ella con largos y calientes chorros de semen inundándole el coño. Ahora se movía dentro de ella con enorme facilidad. Estaba increíblemente húmeda, repleta de los jugos de ambos. El tiempo se alargó, no tenía razón de ser.
Al final él se calmó mientras _____(tn) vagaba sin rumbo perezosamente sobre las olas del placer. Estaba increíblemente sudada pero más por el sudor de él que del suyo. Sus pechos estaban pegados, lo descubrió cuando lo empujó por los hombros. Toda la zona de la ingle la tenía empapada, incluidos los muslos. Su vagina estaba dolorida, súper sensibilizada. Podía sentir cada centímetro de su polla, todavía dura en su interior y notando sus músculos laxos incapaces de moverse.
Se sentía… fenomenal. Estaría flotando si no tuviera ese peso enorme encima. Le empujó otra vez por los hombros y con un suspiro apenado él se alzó apoyado en los antebrazos y le sonrió.
Un diminuto mechón de cabello oscuro le había caído sobre la frente y ella alargó la mano para apartarlo.
—¿Tienes hambre? —le preguntó y ella estuvo a punto de contestar: No, por supuesto que no, acabamos de comer, cuando le sonaron escandalosamente las tripas.
—Por lo visto sí. —Esto era asombroso. Se habían comido un menú completo y aún así al consultar a su estómago, se dio cuenta que estaba famélica.
Nicholas dejó caer un beso en su nariz y se retiró de ella. Tan lentamente que fue excitante. Por si no hubiera sido suficiente, verlo de pie y desnudo al lado de la cama habría bastado para ponerla cachonda.
Aunque era enorme, no tenía nada de grasa, perfectamente proporcionado, grácil y fuerte. Y… ¡uf!... bien dotado.
Por primera vez, _____(tn) fue capaz de apreciar sus, umm, atributos.
Sorprendentemente, después de correrse dos veces, todavía estaba excitado. Su pene, brillante por sus jugos, de un oscuro color marrón con grandes venas recorriéndolo, casi le llegaba al ombligo.
Nicholas alargó la mano para rodearle el tobillo durante un segundo.
—Te llevaré algo a la terraza. Vamos a necesitar un poco de combustible para el segundo asalto.
Nicholas casi se rió ante su expresión. Ella estaba a punto de dejarlo en empate, pero él no. Ni de coña. Estaba tan acelerado como nunca había estado en su vida.
Tío, con solo mirarla, allí en su cama… como una pintura del siglo diecisiete. Simplemente sus colores habrían bastado para despertar a un muerto. Cabello color medianoche, piel de porcelana, labios rojos, rojos, ligeramente hinchados por sus besos. Cerezas rojas por pezones, un halo de suave vello negro entre los muslos. Ella brillaba con el sudor de ambos. De su corrida, de los jugos femeninos.
_____(tn) no se movió ni un centímetro después de que él saliera. Parecía como si la estuviera follando un amante fantasma, con las piernas dobladas y abiertas, tan abiertas para él que podía ver los tejidos hinchados y rosados de su coño, los brazos todavía extendidos, los ojos medio cerrados como si todavía lo estuviera besando. Deseó trepar sobre ella de nuevo, deslizarse directamente en su interior. Lo deseaba tanto que apretó los puños.
Pero _____(tn) necesitaba comer. Nicholas estaba acostumbrado a exigirse pero ella no.
La observó mientras ella cerraba los párpados lentamente hasta que hubo sólo un resquicio de ese sorprendente azul, mirándola mientras aminoraba la respiración, observándola mientras el latido sobre su pecho izquierdo bajaba su ritmo frenético.
Mierda, incluso contemplarla era mejor que estar follándose a otra. Aunque eso era un pensamiento aterrador. Lo apartó de sí y fue hacia la cocina para encontrar algo de comida. No cocinaba mucho pero su asistenta a veces le dejaba algo y siempre había fruta.
Cinco minutos después, sacó al balcón una bandeja grande, contento por lo que fue capaz de gorronear. Un plato grande de uvas, un par de trozos de queso que milagrosamente no tenían moho. Media barra de pan de trigo congelado que había calentado en el microondas.
Dos copas y una botella de un sauvignon blanco chileno realmente bueno.
Ella sabría cómo se pronunciaba. Puso la bandeja sobre la mesa exterior de hierro forjado y cristal y consideró en encender las luces exteriores de la terraza. Estaba oscuro fuera, tal vez era alrededor de la medianoche. Habían estado follando durante tres horas sin parar. Encendió una de las luces halógenas, lo justo para que vieran la comida, no lo bastante para que un barco en el océano viera lo que estaban haciendo.
Nicholas contempló el oscuro océano, luego se miró abajo, a su dureza que simplemente no le quería abandonar. Tenía mucha resistencia pero después de un par de horas, normalmente estaba dispuesto a dejarlo en empate. Llevar a la dama a casa y relajarse.
No estaba ni de lejos en ese punto con _____(tn). Ni siquiera podía imaginárselo.
Estaba hundido en la mierda, reflexionó, mientras volvía a la habitación para llevarla en brazos a la terraza.
:)
Enjoy It!
Lu wH!;*
:hi:
HeyItsLupitaNJ
Re: Fuego Cruzado - NicholasJ&Tu (Adaptación) - TERMINADA
Woooow ya me había perdido
Algunos caps!!
Y OMJ!! Nick es tan.... :lol:
Ahhh me encanta la nove
Plis siguelaaaaaaaaaaa!!
Algunos caps!!
Y OMJ!! Nick es tan.... :lol:
Ahhh me encanta la nove
Plis siguelaaaaaaaaaaa!!
Karli Jonas
Re: Fuego Cruzado - NicholasJ&Tu (Adaptación) - TERMINADA
Siguelaaa!
Me encanto el cap ...;)
Me encanto el cap ...;)
☎ Jimena Horan ♥
Re: Fuego Cruzado - NicholasJ&Tu (Adaptación) - TERMINADA
Hola! Espero esten super bien!
les traigo más nove! ;)
nos leemos más tarde! ^.^
:) Enjoy It!
Lu WH!;*
:hi:
les traigo más nove! ;)
nos leemos más tarde! ^.^
Capitulo 6 (Parte 1)
San Diego
Temprano por la mañana
29 de junio
El cielo que se había vuelto de color estaño, un tono más claro que el del océano, todavía portaba la oscuridad de la noche.
_____(tn) abrió un ojo y luego lo cerró rápidamente.
Con los ojos cerrados, trató de procesar lo que había visto.
Un choque de trenes, eso era lo que había visto.
Cuando abría los ojos cada mañana era para ver su apacible y ordenado dormitorio, con la cama de cuatro postes en la que había dormido en siete países, con su dosel de encaje francés y sábanas Frette. El armarito del siglo diecisiete y la madera italiana del siglo dieciocho. Los jarrones con flores frescas, los tazones de cerámica
con popurrí, el jarrón grande de cristal Baccarat lleno de arena multicolor. Las preciosas acuarelas de su madre y una colección de fotografías tomadas por un viejo amigo del colegio que ahora era una de los fotógrafos de moda más importantes del el mundo.
Todo en su sitio. Tranquilo y silencioso y ordenado, exactamente como a ella le gustaba.
Esta habitación parecía que había estado en la guerra, en especial la cama. Bajó la mirada hacia sí misma, desnuda, una pierna atrapada por la pierna fuerte y peluda de un hombre igualmente desnudo. Juraría que ese hombre en vez de sangre tenía hormonas. Nicholas Jonas no tenía botón de «apagado». Se había detenido finalmente hacía unas horas porque ella estaba lista para entrar en coma, después de demasiados orgasmos como para contarlos.
«Tiempo muerto», dijo sin aliento, y él se había reído y había salido lentamente de ella, un acto tan sexy en si mismo que inmediatamente había lamentado la ausencia de su pene, aunque hubiera sido ella la que hubiera pedido el descanso. Él desapareció durante un momento y volvió con dos copas de frío vino blanco y un plato con uvas maduras.
Incluso después de la cena, incluso después del improvisado picnic a medianoche en la terraza, ella se había mostrado voraz. El sexo ininterrumpido, al parecer, era un estimulante del apetito, en más de un sentido.
Mientras tomaba un sorbo de vino, no pudo evitarlo, lanzó una mirada de admiración al hombre sentado a su lado, los músculos marcados cuando le daba uvas para que comiera; el grande, grueso y erecto pene oscurecido e hinchado con sangre que dio un tirón cuando ella lo miró.
Le echó un vistazo a su entrepierna, después apartó la mirada otra vez, pero podía sentir el rubor ascendiendo desde sus pechos hasta su rostro. Pensaba que había dejado de sonrojarse en la adolescencia, pero por lo visto no. Estar tan cerca de Nicholas Jonas hacía que la sangre palpitase con fuerza por su cuerpo, subiera a su cara y que coloreara sus pezones de un intenso rosa.
Él la había mirado, realmente la había mirado, desde sus pechos ruborizados, el izquierdo moviéndose ligeramente con los fuertes latidos de su corazón, la vena latiendo en su cuello, las perlas de humedad en su vello púbico, una mezcla de su semen y de la excitación de ella.
Había subido la mirada hasta encontrar la de ella, y todo su cuerpo vibró. Pero fue como pedirle a un coche que arrancara sin gasolina después de haberse gastado cada molécula de carburante del depósito. Ella estaba dolorida por todas partes, especialmente su sexo, y el deseo que sentía era sólo un débil eco del ansia intensa de tenerlo en su interior que había sentido toda la noche en su cama.
Eso era. Había chocado contra su propio muro personal. Finalmente. Había sido una noche de excesos que la había sorprendido, pero tenía sus límites y los había alcanzado.
Nicholas había movido su mano libre hasta su rodilla, agarrándola, entrecerrados ojos oscuros ardiendo en los de ella. Había acercado la boca hasta su oreja.
—¿_____(tn)? —la voz profunda había sido como una caricia. Qué increíblemente sexy había sonado en su oído mientras él había estado moviéndose pesadamente dentro de ella. El estómago se le hizo un nudo al recordarlo.
Oh Dios, estaba listo para otra ronda. ¿Cómo podía? Con un suspiro, _____(tn) se dio cuenta que no estaba siendo justa. Ella había estado avanzando lentamente casi metiéndose en su piel hasta ahora, igualándole en calor por calor. Si ahora había tocado fondo y él no, no era su culpa.
—Túmbate —dijo él en voz baja.
Con el corazón palpitando con fuerza, ella dejó que su espalda se apoyara en el colchón. ¿Cómo hacerlo?
Tal vez podría mentalizarse para otra ronda. Él se movió en el colchón y ella evitó hacer una mueca de dolor. Pero en vez de subirse encima de ella, como esperaba, él sonrió y colocó la copa de vino sobre su vientre y despacio, lentamente, vertió un chorro fino y frío de fragante chardonnay sobre ella.
Se sentía bien en su piel recalentada, las olorosas notas afrutadas elevándose hasta su nariz.
Y entonces Nicholas se inclinó para lamer el vino de su estómago, lentamente, como un gato lamiendo nata. Ella intentó levantarse sobre los codos, pero él simplemente puso una grande mano sobre su pecho y la empujó suavemente hacia abajo.
Él levantó la cabeza y le sonrió.
—No, cielo —dijo, su voz un susurro profundo y oscuro—. No hagas nada en absoluto. Sólo túmbate y déjame darte placer. Eso estaba bien, porque sus músculos parecían agua, incapaz de sostenerla incorporada.
La lengua de Nicholas se movió más abajo, más abajo y ella jadeó cuando él pasó la lengua alrededor de su sexo, con suavidad, como si fuese consciente de que estaba dolorida.
—Cierra los ojos. —La voz profunda vino desde muy lejos.
—Está bien. —Ella cerró los ojos, oyó un leve chasquido cuando él apagó la lámpara de noche. Sus párpados cambiaron de rosa a negro.
Nicholas acarició su sexo, la nariz contra su clítoris, la lengua remolineando suavemente, sumergiéndose en ella, donde su pene acababa de estar. Su aliento salió como un suspiro, el murmullo de satisfacción de él haciéndose eco del de ella. Por las ventanas francesas abiertas le llegaban suaves sonidos de agua chocando, ligeros y regulares, como si el mar estuviera respirando. También le llegaban suaves sonidos de su cuerpo mientras Nicholas la trabajaba con su boca.
Qué extraña sensación, ir calentándose lentamente mientras el manto del sueño caía sobre ella, como si fuera más y más a la deriva, a una tierra de placer que se hacía más oscura...
A diferencia de otras contracciones orgásmicas, tan duras a veces que se parecían al dolor del corte de un cuchillo, este clímax fue amable, soñoliento, su cuerpo convertido en una barca meciéndose sobre las suaves olas del mar, meciéndose y meciéndose...
Fue lo último que recordaba.
El cielo se aclaraba por minutos. Pronto llegaría la aurora. _____(tn) se levantó lentamente de la cama, haciendo una mueca de dolor por sus músculos magullados, haciéndole detenerse de camino al baño. Pasó frente a un espejo y gimió al ver la mujer desconocida del espejo, cada vez más clara mientras el mundo exterior se iluminaba, como una imagen emergiendo de entre la niebla. Cabello salvaje y oscuro enmarañado por toda su cabeza, ojos grandes, labios hinchados.
Volvió a mirar a la cama, a él. Era tan largo, sus pies colgaban de la cama. Incluso sus pies eran hermosos, largos, esbeltos, de empeine alto. Profundamente dormido, completamente quieto excepto por la expansión de su amplio pecho con cada respiración.
Bueno... había hecho el amor toda la noche. Literalmente. No tenía ni idea de que hubiera algún ente masculino más allá de la edad de los quince que fuera capaz de eso, capaz de correrse tantas veces que había perdido la cuenta. Incluso ahora, en completo reposo, con el sueño tan profundo que podría estar en coma, su pene se veía lleno, las venas visibles, semierecto sobre su muslo.
Si los ojos de Nicholas estuvieran abiertos justo ahora y si la viera desnuda, ese pene estaría completamente erecto al instante. Apostaría la banca.
Algo en ella parecía encenderlo. Ciertamente algo en él la encendía. Tenía el aspecto de estar haciendo el amor en ese momento. Sus pechos estaban hinchados, sus pezones rojos y duros. Y, ay Dios, mirándolo solamente, una estatua griega que había cobrado vida, le temblaron los muslos.
Tenía que salir de allí. Rápido.
Por un segundo miró la puerta del baño con añoranza. Una ducha. Una ducha haría que empezara a sentirse como ella misma de nuevo, lavando el olor de él impregnado en su piel. Él había tocado cada milímetro de ella la noche anterior, marcándola irrevocablemente, dentro y fuera. No estaba acostumbrada a no sentirse fresca y definitivamente no estaba acostumbrada a oler a otra persona.
Se miró al espejo, su rostro uno que jamás había visto, los ojos abiertos, las pupilas dilatadas.
Y entonces fue consciente de algo más. La humedad entre sus piernas, cayendo por sus muslos. Por un momento pensó que le había venido el período de golpe, que su cuerpo simplemente había desobedecido a la píldora y que había ido a su aire y que había tenido el período, rompiendo el plan hormonal. Una noche entera de sexo salvaje seguramente bastaría para noquearla, hormonalmente hablando.
Se miró abajo, esperándose ver gotas de sangre, pero todo lo que vio fue una humedad brillante. Su semen.
Nicholas había disparado un pequeño lago dentro de ella durante la noche. Al recordarlo, le temblaron las rodillas. Jadeó, buscando aliento, sonando alto en una habitación silenciosa. La cabeza de _____(tn) giró bruscamente para ver si de alguna manera había despertado a Nicholas, pero él se había apagado como una vela.
Pensar en eso, en Nicholas despertándose y encontrándola allí, teniendo que enfrentarse a él después de la última noche de excesos... Oh no.
No es que no se sintiera todavía atraída por él, era que se sentía demasiado atraída. La _____(tn) Pearce de la otra noche, la mujer que se había revolcando en el sexo, que había apagado el mundo exterior para concentrarse únicamente en Nicholas Jonas y su delicioso e híper masculino cuerpo, tenía que desaparecer. Esa _____(tn) era una aberración y tenía que desvanecerse, ahora mismo. Hablando de desvanecerse...
Miró a su alrededor. Su vestido estaba sobre el suelo, hecho un lío, el sujetador encima. La chaqueta sobre el respaldo de una silla. Una sandalia del revés junto a una gran y estilosa cajonera y su pareja... ¿dónde estaba el otro zapato? Salir descalza de la casa de Nicholas era demasiado horroroso como para siquiera pensarlo, pero la otra sandalia no aparecía por ninguna parte. Dos barridas por la habitación, y no aparecía el zapato. Sólo quedaba por mirar un sitio. Se inclinó y sí, allí estaba. Debajo de la cama. Debajo de la cama muy grande y muy baja, de Nicholas. Le llevó un minuto entero pero finalmente lo logró.
Seguramente no podía salir con ese aspecto, pero por otro lado, en su interior había un zumbido, insistente y alto. Sal de aquí ya. Sal de aquí ya. Antes de que se despierte. Porque no tenía ni idea de qué le iba a decir.
Vístete y vete, ya.
Se metió en el baño, dejando la puerta abierta, así lo poco de la tenue luz de la mañana entraría. Si encendía las luces en el baño de azulejos blancos, el brillo podría despertar a Nicholas.
Se echó agua fría en la cara, se lavó rápidamente entre las piernas (ay dios mío, el rizo de la toalla se sintió increíblemente áspero contra su hipersensibilizada piel) y un peine pasado a toda prisa por su cabello fue para todo lo que se permitió tener tiempo.
Sujetador y vestido en menos de un minuto.
Agarrando las sandalias por las tiras, caminó de puntillas hasta la puerta de entrada. Sobre el suelo había una sedosa tela malva. Sus pantis. Sus hermosas pantis de La Perla, destrozadas. Y cómo se había deleitado cuando Nicholas las rasgó porque eran una barrera inaceptable entre ella y la dura carne de Nicholas.
Cerró los ojos por un segundo y luego los abrió, más decidida que nunca a salir de allí tan pronto pudiera, como alguien huyendo de la escena de un crimen.
La puerta. La miró preocupada. La otra noche, entrar había sido como entrar en alguna sala secreta del Pentágono. Huella palmar, teclado numérico, código de cinco cifras. No tenía ni idea de qué números eran. Su mente había estado totalmente perdida en una bruma de lujuria. Si necesitaba el código secreto para salir, estaba en problemas.
La idea de tener que regresar al dormitorio, despertar a Nicholas y pedirle el código le hizo concentrarse, enfocarse. Estudió la puerta entrecerrando los ojos. Una puerta tenía que funcionar en los dos sentidos, ¿no? Tenías que ser capaz de salir, no sólo de entrar. No había panel de seguridad. No tenía tampoco manilla, por cierto. Miró fijamente la puerta, deseosa de desentrañar sus secretos.
¿Se abría por control remoto? ¿Tendría que volver al dormitorio y rebuscar en los pantalones de Nicholas? Eso sería la última opción.
Había un botón en la pared junto a la anodina puerta. Alargó un dedo dubitativo, se detuvo frente a él, luego reunió valor y lo apretó, esperando que no estuviera conectado a nada peligroso, como una sirena. O una bomba.
Se oyó un crujido y un clic y el cerrojo se abrió, la puerta corriéndose hasta abrirse.
¡Sí!
_____(tn) la atravesó de puntillas, luego silenciosamente deslizó la puerta para cerrarla tras de sí. Se quedó de pie en el vestíbulo, respirando duramente como si acabara de orquestar una fuga de la cárcel. Su corazón martilleaba tan fuertemente que era un milagro que el sonido no hiciera eco en el silencioso pasillo.
Era increíblemente ridículo, pero no podía hacer nada con cómo se sentía: en pánico y rota, como si huyera de algo peligroso.
Recordando el tictac de sus tacones sobre el brillante suelo de madera la noche anterior, caminó descalza hasta el ascensor y lo llamó, haciendo una mueca por el pequeño «tin» que sonó cuando llegó al piso de Nicholas. Sonó altísimo en mitad del silencio.
En el ascensor, se agarró fuertemente a su bolsito de mano, como un escudo, y miró las puertas sin pensar en nada.
Cuando se abrieron, dio un paso hacia el vestíbulo enorme y recubierto de cristal. El cielo ahora era de un gris perla oscuro y podía ver la playa ni a quince metros de distancia, las pequeñas olas revolviéndose como encaje sobre la arena.
—¿Señorita?
_____(tn) dio un brinco y por poco suelta un grito.
—Señorita, ¿la puedo ayudar? —el tono era más directo, con un ligero acento hispano. Un guardia, vestido con el uniforme de alguna compañía de seguridad, rodeado por una barrera circular de madera barnizada con montones de pantallas de vídeo mostrando vestíbulos vacíos, y mirándola con el ceño fruncido.
Heroicamente _____(tn) logró no mirarse, muerta de la vergüenza pero sabía exactamente lo que él estaba viendo. Una mujer despeinada que obviamente no estaba metida en nada bueno, caminando de puntillas sin zapatos huyendo de una noche de excesos de uno de los apartamentos.
Esto era tan injusto. _____(tn) era el epítome de una dama. Incluso en la bruma de un lío caliente, siempre mantenía el decoro; era algo que le habían repetido hasta la saciedad. Se enorgullecía de que un observador casual jamás supiera lo que estaba pensando, lo que estaba sintiendo.
Ahora mismo podría tener tatuado en la frente «nena».
Lo único que quedaba por hacer era negar descaradamente lo evidente. Enderezó la espalda, se colocó su mejor sonrisa de «soy hija de un embajador» y levantó la cabeza.
—Buenos días —dijo calmadamente—. Me pregunto si podría llamar a un taxi.
—Claro, señora —dijo el guarda, tecleando un número en el teléfono sin apartar los ojos de ella. Presumiblemente en caso de que saliera huyendo con uno de los maceteros de piedra que debían pesar al menos ciento cincuenta kilos cada uno. —Gracias —dijo _____(tn) remilgadamente y caminó hacia el frontal del vestíbulo, sentándose en uno de los largos y relucientes bancos de roble. Cuidadosamente se puso las sandalias y observó la playa a través de las ventanas de dos niveles. El cielo estaba sin nubes, de color azul pálido, el océano en gris claro. Iba a ser un día glorioso, como tantos otros días en San Diego.
Miró fijamente el océano, sin pensar en absolutamente en nada, hasta que oyó que el guarda la llamaba,
—El taxi está aquí, señora.
Ella giró la cabeza y vio que ciertamente un taxi daba la vuelta por el camino de entrada. _____(tn) asintió al guarda y se metió en el taxi. Le dio su dirección al conductor y miró ciegamente por la ventana mientras él arrancaba.
Esta parte de San Diego era hermosa, pero casi no se fijó en las playas de arena blanca, en la exuberante vegetación, en la luz bailoteando en las olitas del océano, los corredores en la playa.
En todo en lo que podía pensar era en Nicholas Jonas sobre ella, con la nariz a milímetros de la suya, mirándola fieramente mientras se movía dentro y fuera de ella. Y en el hecho de que en toda la noche, no había pensado ni una vez en su padre.
Temprano por la mañana
29 de junio
El cielo que se había vuelto de color estaño, un tono más claro que el del océano, todavía portaba la oscuridad de la noche.
_____(tn) abrió un ojo y luego lo cerró rápidamente.
Con los ojos cerrados, trató de procesar lo que había visto.
Un choque de trenes, eso era lo que había visto.
Cuando abría los ojos cada mañana era para ver su apacible y ordenado dormitorio, con la cama de cuatro postes en la que había dormido en siete países, con su dosel de encaje francés y sábanas Frette. El armarito del siglo diecisiete y la madera italiana del siglo dieciocho. Los jarrones con flores frescas, los tazones de cerámica
con popurrí, el jarrón grande de cristal Baccarat lleno de arena multicolor. Las preciosas acuarelas de su madre y una colección de fotografías tomadas por un viejo amigo del colegio que ahora era una de los fotógrafos de moda más importantes del el mundo.
Todo en su sitio. Tranquilo y silencioso y ordenado, exactamente como a ella le gustaba.
Esta habitación parecía que había estado en la guerra, en especial la cama. Bajó la mirada hacia sí misma, desnuda, una pierna atrapada por la pierna fuerte y peluda de un hombre igualmente desnudo. Juraría que ese hombre en vez de sangre tenía hormonas. Nicholas Jonas no tenía botón de «apagado». Se había detenido finalmente hacía unas horas porque ella estaba lista para entrar en coma, después de demasiados orgasmos como para contarlos.
«Tiempo muerto», dijo sin aliento, y él se había reído y había salido lentamente de ella, un acto tan sexy en si mismo que inmediatamente había lamentado la ausencia de su pene, aunque hubiera sido ella la que hubiera pedido el descanso. Él desapareció durante un momento y volvió con dos copas de frío vino blanco y un plato con uvas maduras.
Incluso después de la cena, incluso después del improvisado picnic a medianoche en la terraza, ella se había mostrado voraz. El sexo ininterrumpido, al parecer, era un estimulante del apetito, en más de un sentido.
Mientras tomaba un sorbo de vino, no pudo evitarlo, lanzó una mirada de admiración al hombre sentado a su lado, los músculos marcados cuando le daba uvas para que comiera; el grande, grueso y erecto pene oscurecido e hinchado con sangre que dio un tirón cuando ella lo miró.
Le echó un vistazo a su entrepierna, después apartó la mirada otra vez, pero podía sentir el rubor ascendiendo desde sus pechos hasta su rostro. Pensaba que había dejado de sonrojarse en la adolescencia, pero por lo visto no. Estar tan cerca de Nicholas Jonas hacía que la sangre palpitase con fuerza por su cuerpo, subiera a su cara y que coloreara sus pezones de un intenso rosa.
Él la había mirado, realmente la había mirado, desde sus pechos ruborizados, el izquierdo moviéndose ligeramente con los fuertes latidos de su corazón, la vena latiendo en su cuello, las perlas de humedad en su vello púbico, una mezcla de su semen y de la excitación de ella.
Había subido la mirada hasta encontrar la de ella, y todo su cuerpo vibró. Pero fue como pedirle a un coche que arrancara sin gasolina después de haberse gastado cada molécula de carburante del depósito. Ella estaba dolorida por todas partes, especialmente su sexo, y el deseo que sentía era sólo un débil eco del ansia intensa de tenerlo en su interior que había sentido toda la noche en su cama.
Eso era. Había chocado contra su propio muro personal. Finalmente. Había sido una noche de excesos que la había sorprendido, pero tenía sus límites y los había alcanzado.
Nicholas había movido su mano libre hasta su rodilla, agarrándola, entrecerrados ojos oscuros ardiendo en los de ella. Había acercado la boca hasta su oreja.
—¿_____(tn)? —la voz profunda había sido como una caricia. Qué increíblemente sexy había sonado en su oído mientras él había estado moviéndose pesadamente dentro de ella. El estómago se le hizo un nudo al recordarlo.
Oh Dios, estaba listo para otra ronda. ¿Cómo podía? Con un suspiro, _____(tn) se dio cuenta que no estaba siendo justa. Ella había estado avanzando lentamente casi metiéndose en su piel hasta ahora, igualándole en calor por calor. Si ahora había tocado fondo y él no, no era su culpa.
—Túmbate —dijo él en voz baja.
Con el corazón palpitando con fuerza, ella dejó que su espalda se apoyara en el colchón. ¿Cómo hacerlo?
Tal vez podría mentalizarse para otra ronda. Él se movió en el colchón y ella evitó hacer una mueca de dolor. Pero en vez de subirse encima de ella, como esperaba, él sonrió y colocó la copa de vino sobre su vientre y despacio, lentamente, vertió un chorro fino y frío de fragante chardonnay sobre ella.
Se sentía bien en su piel recalentada, las olorosas notas afrutadas elevándose hasta su nariz.
Y entonces Nicholas se inclinó para lamer el vino de su estómago, lentamente, como un gato lamiendo nata. Ella intentó levantarse sobre los codos, pero él simplemente puso una grande mano sobre su pecho y la empujó suavemente hacia abajo.
Él levantó la cabeza y le sonrió.
—No, cielo —dijo, su voz un susurro profundo y oscuro—. No hagas nada en absoluto. Sólo túmbate y déjame darte placer. Eso estaba bien, porque sus músculos parecían agua, incapaz de sostenerla incorporada.
La lengua de Nicholas se movió más abajo, más abajo y ella jadeó cuando él pasó la lengua alrededor de su sexo, con suavidad, como si fuese consciente de que estaba dolorida.
—Cierra los ojos. —La voz profunda vino desde muy lejos.
—Está bien. —Ella cerró los ojos, oyó un leve chasquido cuando él apagó la lámpara de noche. Sus párpados cambiaron de rosa a negro.
Nicholas acarició su sexo, la nariz contra su clítoris, la lengua remolineando suavemente, sumergiéndose en ella, donde su pene acababa de estar. Su aliento salió como un suspiro, el murmullo de satisfacción de él haciéndose eco del de ella. Por las ventanas francesas abiertas le llegaban suaves sonidos de agua chocando, ligeros y regulares, como si el mar estuviera respirando. También le llegaban suaves sonidos de su cuerpo mientras Nicholas la trabajaba con su boca.
Qué extraña sensación, ir calentándose lentamente mientras el manto del sueño caía sobre ella, como si fuera más y más a la deriva, a una tierra de placer que se hacía más oscura...
A diferencia de otras contracciones orgásmicas, tan duras a veces que se parecían al dolor del corte de un cuchillo, este clímax fue amable, soñoliento, su cuerpo convertido en una barca meciéndose sobre las suaves olas del mar, meciéndose y meciéndose...
Fue lo último que recordaba.
El cielo se aclaraba por minutos. Pronto llegaría la aurora. _____(tn) se levantó lentamente de la cama, haciendo una mueca de dolor por sus músculos magullados, haciéndole detenerse de camino al baño. Pasó frente a un espejo y gimió al ver la mujer desconocida del espejo, cada vez más clara mientras el mundo exterior se iluminaba, como una imagen emergiendo de entre la niebla. Cabello salvaje y oscuro enmarañado por toda su cabeza, ojos grandes, labios hinchados.
Volvió a mirar a la cama, a él. Era tan largo, sus pies colgaban de la cama. Incluso sus pies eran hermosos, largos, esbeltos, de empeine alto. Profundamente dormido, completamente quieto excepto por la expansión de su amplio pecho con cada respiración.
Bueno... había hecho el amor toda la noche. Literalmente. No tenía ni idea de que hubiera algún ente masculino más allá de la edad de los quince que fuera capaz de eso, capaz de correrse tantas veces que había perdido la cuenta. Incluso ahora, en completo reposo, con el sueño tan profundo que podría estar en coma, su pene se veía lleno, las venas visibles, semierecto sobre su muslo.
Si los ojos de Nicholas estuvieran abiertos justo ahora y si la viera desnuda, ese pene estaría completamente erecto al instante. Apostaría la banca.
Algo en ella parecía encenderlo. Ciertamente algo en él la encendía. Tenía el aspecto de estar haciendo el amor en ese momento. Sus pechos estaban hinchados, sus pezones rojos y duros. Y, ay Dios, mirándolo solamente, una estatua griega que había cobrado vida, le temblaron los muslos.
Tenía que salir de allí. Rápido.
Por un segundo miró la puerta del baño con añoranza. Una ducha. Una ducha haría que empezara a sentirse como ella misma de nuevo, lavando el olor de él impregnado en su piel. Él había tocado cada milímetro de ella la noche anterior, marcándola irrevocablemente, dentro y fuera. No estaba acostumbrada a no sentirse fresca y definitivamente no estaba acostumbrada a oler a otra persona.
Se miró al espejo, su rostro uno que jamás había visto, los ojos abiertos, las pupilas dilatadas.
Y entonces fue consciente de algo más. La humedad entre sus piernas, cayendo por sus muslos. Por un momento pensó que le había venido el período de golpe, que su cuerpo simplemente había desobedecido a la píldora y que había ido a su aire y que había tenido el período, rompiendo el plan hormonal. Una noche entera de sexo salvaje seguramente bastaría para noquearla, hormonalmente hablando.
Se miró abajo, esperándose ver gotas de sangre, pero todo lo que vio fue una humedad brillante. Su semen.
Nicholas había disparado un pequeño lago dentro de ella durante la noche. Al recordarlo, le temblaron las rodillas. Jadeó, buscando aliento, sonando alto en una habitación silenciosa. La cabeza de _____(tn) giró bruscamente para ver si de alguna manera había despertado a Nicholas, pero él se había apagado como una vela.
Pensar en eso, en Nicholas despertándose y encontrándola allí, teniendo que enfrentarse a él después de la última noche de excesos... Oh no.
No es que no se sintiera todavía atraída por él, era que se sentía demasiado atraída. La _____(tn) Pearce de la otra noche, la mujer que se había revolcando en el sexo, que había apagado el mundo exterior para concentrarse únicamente en Nicholas Jonas y su delicioso e híper masculino cuerpo, tenía que desaparecer. Esa _____(tn) era una aberración y tenía que desvanecerse, ahora mismo. Hablando de desvanecerse...
Miró a su alrededor. Su vestido estaba sobre el suelo, hecho un lío, el sujetador encima. La chaqueta sobre el respaldo de una silla. Una sandalia del revés junto a una gran y estilosa cajonera y su pareja... ¿dónde estaba el otro zapato? Salir descalza de la casa de Nicholas era demasiado horroroso como para siquiera pensarlo, pero la otra sandalia no aparecía por ninguna parte. Dos barridas por la habitación, y no aparecía el zapato. Sólo quedaba por mirar un sitio. Se inclinó y sí, allí estaba. Debajo de la cama. Debajo de la cama muy grande y muy baja, de Nicholas. Le llevó un minuto entero pero finalmente lo logró.
Seguramente no podía salir con ese aspecto, pero por otro lado, en su interior había un zumbido, insistente y alto. Sal de aquí ya. Sal de aquí ya. Antes de que se despierte. Porque no tenía ni idea de qué le iba a decir.
Vístete y vete, ya.
Se metió en el baño, dejando la puerta abierta, así lo poco de la tenue luz de la mañana entraría. Si encendía las luces en el baño de azulejos blancos, el brillo podría despertar a Nicholas.
Se echó agua fría en la cara, se lavó rápidamente entre las piernas (ay dios mío, el rizo de la toalla se sintió increíblemente áspero contra su hipersensibilizada piel) y un peine pasado a toda prisa por su cabello fue para todo lo que se permitió tener tiempo.
Sujetador y vestido en menos de un minuto.
Agarrando las sandalias por las tiras, caminó de puntillas hasta la puerta de entrada. Sobre el suelo había una sedosa tela malva. Sus pantis. Sus hermosas pantis de La Perla, destrozadas. Y cómo se había deleitado cuando Nicholas las rasgó porque eran una barrera inaceptable entre ella y la dura carne de Nicholas.
Cerró los ojos por un segundo y luego los abrió, más decidida que nunca a salir de allí tan pronto pudiera, como alguien huyendo de la escena de un crimen.
La puerta. La miró preocupada. La otra noche, entrar había sido como entrar en alguna sala secreta del Pentágono. Huella palmar, teclado numérico, código de cinco cifras. No tenía ni idea de qué números eran. Su mente había estado totalmente perdida en una bruma de lujuria. Si necesitaba el código secreto para salir, estaba en problemas.
La idea de tener que regresar al dormitorio, despertar a Nicholas y pedirle el código le hizo concentrarse, enfocarse. Estudió la puerta entrecerrando los ojos. Una puerta tenía que funcionar en los dos sentidos, ¿no? Tenías que ser capaz de salir, no sólo de entrar. No había panel de seguridad. No tenía tampoco manilla, por cierto. Miró fijamente la puerta, deseosa de desentrañar sus secretos.
¿Se abría por control remoto? ¿Tendría que volver al dormitorio y rebuscar en los pantalones de Nicholas? Eso sería la última opción.
Había un botón en la pared junto a la anodina puerta. Alargó un dedo dubitativo, se detuvo frente a él, luego reunió valor y lo apretó, esperando que no estuviera conectado a nada peligroso, como una sirena. O una bomba.
Se oyó un crujido y un clic y el cerrojo se abrió, la puerta corriéndose hasta abrirse.
¡Sí!
_____(tn) la atravesó de puntillas, luego silenciosamente deslizó la puerta para cerrarla tras de sí. Se quedó de pie en el vestíbulo, respirando duramente como si acabara de orquestar una fuga de la cárcel. Su corazón martilleaba tan fuertemente que era un milagro que el sonido no hiciera eco en el silencioso pasillo.
Era increíblemente ridículo, pero no podía hacer nada con cómo se sentía: en pánico y rota, como si huyera de algo peligroso.
Recordando el tictac de sus tacones sobre el brillante suelo de madera la noche anterior, caminó descalza hasta el ascensor y lo llamó, haciendo una mueca por el pequeño «tin» que sonó cuando llegó al piso de Nicholas. Sonó altísimo en mitad del silencio.
En el ascensor, se agarró fuertemente a su bolsito de mano, como un escudo, y miró las puertas sin pensar en nada.
Cuando se abrieron, dio un paso hacia el vestíbulo enorme y recubierto de cristal. El cielo ahora era de un gris perla oscuro y podía ver la playa ni a quince metros de distancia, las pequeñas olas revolviéndose como encaje sobre la arena.
—¿Señorita?
_____(tn) dio un brinco y por poco suelta un grito.
—Señorita, ¿la puedo ayudar? —el tono era más directo, con un ligero acento hispano. Un guardia, vestido con el uniforme de alguna compañía de seguridad, rodeado por una barrera circular de madera barnizada con montones de pantallas de vídeo mostrando vestíbulos vacíos, y mirándola con el ceño fruncido.
Heroicamente _____(tn) logró no mirarse, muerta de la vergüenza pero sabía exactamente lo que él estaba viendo. Una mujer despeinada que obviamente no estaba metida en nada bueno, caminando de puntillas sin zapatos huyendo de una noche de excesos de uno de los apartamentos.
Esto era tan injusto. _____(tn) era el epítome de una dama. Incluso en la bruma de un lío caliente, siempre mantenía el decoro; era algo que le habían repetido hasta la saciedad. Se enorgullecía de que un observador casual jamás supiera lo que estaba pensando, lo que estaba sintiendo.
Ahora mismo podría tener tatuado en la frente «nena».
Lo único que quedaba por hacer era negar descaradamente lo evidente. Enderezó la espalda, se colocó su mejor sonrisa de «soy hija de un embajador» y levantó la cabeza.
—Buenos días —dijo calmadamente—. Me pregunto si podría llamar a un taxi.
—Claro, señora —dijo el guarda, tecleando un número en el teléfono sin apartar los ojos de ella. Presumiblemente en caso de que saliera huyendo con uno de los maceteros de piedra que debían pesar al menos ciento cincuenta kilos cada uno. —Gracias —dijo _____(tn) remilgadamente y caminó hacia el frontal del vestíbulo, sentándose en uno de los largos y relucientes bancos de roble. Cuidadosamente se puso las sandalias y observó la playa a través de las ventanas de dos niveles. El cielo estaba sin nubes, de color azul pálido, el océano en gris claro. Iba a ser un día glorioso, como tantos otros días en San Diego.
Miró fijamente el océano, sin pensar en absolutamente en nada, hasta que oyó que el guarda la llamaba,
—El taxi está aquí, señora.
Ella giró la cabeza y vio que ciertamente un taxi daba la vuelta por el camino de entrada. _____(tn) asintió al guarda y se metió en el taxi. Le dio su dirección al conductor y miró ciegamente por la ventana mientras él arrancaba.
Esta parte de San Diego era hermosa, pero casi no se fijó en las playas de arena blanca, en la exuberante vegetación, en la luz bailoteando en las olitas del océano, los corredores en la playa.
En todo en lo que podía pensar era en Nicholas Jonas sobre ella, con la nariz a milímetros de la suya, mirándola fieramente mientras se movía dentro y fuera de ella. Y en el hecho de que en toda la noche, no había pensado ni una vez en su padre.
:) Enjoy It!
Lu WH!;*
:hi:
HeyItsLupitaNJ
Re: Fuego Cruzado - NicholasJ&Tu (Adaptación) - TERMINADA
:affraid:
queeeeeeee aaaaguuuaaanteeeeee!!!!!!!!!!!! :oops:
cielooossss!!!
aaii siguela porfiisss
chelis
Re: Fuego Cruzado - NicholasJ&Tu (Adaptación) - TERMINADA
*O*
siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
.Lu' Anne Lovegood.
Re: Fuego Cruzado - NicholasJ&Tu (Adaptación) - TERMINADA
myy gosh!
Me perdi como mil caps!
Jaja okeyno
pero es que este fin
fue mi graduacion y no me
pude conectar
pero siquela pronto please
porque me encantaron todos
los caps ;)
Me perdi como mil caps!
Jaja okeyno
pero es que este fin
fue mi graduacion y no me
pude conectar
pero siquela pronto please
porque me encantaron todos
los caps ;)
Rebecca Alvz
Re: Fuego Cruzado - NicholasJ&Tu (Adaptación) - TERMINADA
Rebecca Alvz escribió:myy gosh!
Me perdi como mil caps!
Jaja okeyno
pero es que este fin
fue mi graduacion y no me
pude conectar
pero siquela pronto please
porque me encantaron todos
los caps ;)
ntp!
& muchas Felicidades! ya pongo capitulo! :)
HeyItsLupitaNJ
Re: Fuego Cruzado - NicholasJ&Tu (Adaptación) - TERMINADA
Capitulo 6 (Parte 2)
Nueva York
—Paul Person para el señor Mold. Tengo una cita a las diez en punto.
Ah. Finalmente. El último desafío, la última secretaria. Ella levantó la mirada y le ofreció una pequeña sonrisa, sólo un destello de sus hermosos dientes blancos tan grandes como pastillas de chicle, y luego sus labios cubiertos de brillo se cerraron fuertemente. Muhammed había aprendido que cuanto más poderoso era el hombre, menos amable era la secretaria.
Ya había superado a tres secretarias, ofreciendo sonrisas en incremento decreciente, mientras se iba acercando a la «Santa Presencia». Esta secretaria era la que manejaba la agenda del jefe. Era poderosa más allá de lo razonable y ella lo sabía.
Muhammed había pedido esta cita, desesperado por lograr llegar al alto financiero Richard Mold tan rápido como fuera posible, sabiendo que el tiempo era vital, pero intentando no presionar demasiado, porque Mold lo vería como signo de debilidad.
Estos hombres podían oler la desesperación a cientos de metros, como las hienas pueden oler la sangre a kilómetros de distancia. Muhammed estaba desesperado, pero no por dinero.
Aunque vivía en un mundo que haría cualquier cosa por dinero (vivir por él, morir por él, incluso matar por él), su atractivo le resultaba indiferente.
En especial ahora, cuando él, Muhammed Wahed, un niño de los campos, iba a cambiar el curso de la historia. Los hombres contarían el relato de sus acciones durante miles de años. Y más allá.
Así que le era difícil mantenerse calmado delante de la mirada fría de la secretaria mientras ésta apretaba un botón y tranquilamente decía:
—El señor Paul Person espera, señor. Su cita de las diez en punto.
¿Había notado ella el ligero brillo de sudor en su frente? ¿Vio que tenía que esforzarse para evitar retorcerse las manos?
Tal vez sí. Tal vez fuera lo mejor. Tal vez si fuera demasiado agradable, sería observado, criticado. Richard Mold dirigía un imperio y sus métodos eran duros. En su propio mundo, él era un califa, un sultán. Cualquiera que pidiera un favor estaba destinado a ser un sudoroso y tembloroso suplicante.
Hubo un bajo murmullo bajo y profundo procedente del intercomunicador (el tono de mando muy claro) y la gran puerta de bronce y caoba a la derecha del escritorio emitió un tenue clic y se deslizó suavemente por la pared.
La secretaria le miró fríamente:
—Tiene hasta las diez y cuarto, señor.
Lo que quería decir que a las diez y cuarto, se llamaría a seguridad.
Bien, para las diez y cuarto él tendría un nombre, o no. En ese momento estaba en manos de Alá. Entró por la puerta.
En los últimos años, Muhammed había estado en innumerables oficinas de ricos y poderosos. Algunos preferían el estilo de lord inglés. Paredes con paneles, sillones de cuero, decantadores de cristal, como si una oficina en el cuadragésimo piso de un rascacielos de Manhattan llevara existiendo trescientos años, legada de generación en generación, de conde a conde.
Algunos tenían oficinas que parecían que hubieran retrocedido en el tiempo desde el siglo veintidós.
Pero todas, todas, exudaban un aura específica a lo «mírame». Mira lo que he conseguido. Mira lo poderoso que soy. No te metas conmigo porque te aplastaré.
Muhammed ya había estado una vez en esta oficina, cuando Mold acababa de apoderarse del gran fondo de inversión. Entonces parecía Versalles. Ahora todo era de elegante mármol negro y metacrilato.
Sabían que Mold se había gastado tres millones de dólares redecorando su oficina. Y aquí estaba él, detrás de un bloque de doce metros de largo de ébano con patas transparentes, el escritorio vacío y desnudo y sumamente pulido, como correspondía al Amo del Universo.
Mold se puso de pie pero no ofreció su mano:
—Person —dijo. La profunda voz no era particularmente cálida o de bienvenida—. ¿Qué puedo hacer por ti?
Esa era una pregunta capciosa, si alguna vez hubo una. Muhammed estaba allí sólo porque Mold esperaba que pudiera hacer algo por él. Si sólo era un favor lo que se pedía, a Muhammed lo echarían los de seguridad en el instante en que Mold presionara el botón rojo que estaba indudablemente bajo el escritorio.
Todo el nerviosismo había desaparecido, succionado como el aire viciado por los invisibles acondicionadores.
Muhammed había visto el futuro.
El edificio de la oficina de Mold estaba en lo alto de la lista. En el momento en que sus hermanos mártires pudieran dispersarse, este edificio sería uno de los primeros en ser irradiado. Los hermanos estarían recién afeitados, vestidos con los uniformes de Wall Street: trajes de Armani, Boss, Jil Sander. Tendrían documentos de identidad que soportarían el escrutinio de los guardas de seguridad.
Muhammed daría la orden de que un mártir estuviera en el vestíbulo y otro hermano mártir viniera aquí al piso cincuenta y cinco y se volara enfrente del escritorio de la enojada secretaria. Mold moriría instantáneamente. Su compañía, todo lo que representaba, se iría en un instante, todo intocable durante décadas.
Eso tranquilizó a Muhammed. Mold estaba emitiendo las olas de agresión típicas de un operador de Wall Street transformado en un gestor de fondos de inversión. Sus rabietas eran famosas. Solía gritar, intimidando a los subordinados para salirse con la suya.
Muhammed observó a Mold tranquilamente, sus andares de hombre muerto.
Sólo unos pocos días para irse.
Miró alrededor, entonces cogió una silla y se sentó justo cuando Mold dijo:
—Toma asiento.
La silla era de un apasionado nuevo diseñador y estaba hecha de papel. Muhammed había leído que fue vendida por diez mil dólares, suficiente para alimentar a cientos de personas en los campos durante un año.
Richard Mold merecía arder. Todos ellos.
Muhammed se acomodó el pantalón para no arruinar el excelente pliegue y cruzó las piernas.
Silencio.
Eso irritó a Mold. Tensó su muy bronceada cara y entrecerró los ojos.
—Bien, Person, ¿de qué se trata? —preguntó fríamente.
Muhammed esperó un momento, entonces dijo:
—Tengo una información que es posible que encuentres interesante y a cambio, quiero un nombre y un número de teléfono.
Mold juntó las espesas cejas grises
—¿Qué información y qué nombre?
Muhammed tiró del pliegue de sus pantalones, disfrutando de la sensación del lino fino. Dejó pasar un minuto, dos. Oh, había aprendido las maneras sutiles del poder de occidente. Mold le miró, con la cara cada vez más tensa.
Finalmente, Muhammed dio un pequeño suspiro
—Una compañía en la que inviertes, una corporación muy conocida, acaba de anunciar uno de sus mejores trimestres. Un incremento en ventas de dos dígitos. Sus acciones han aumentado casi un quince por ciento según el informe. Pero es falso. El director ejecutivo está ocultando casi veinte billones de dólares en pérdidas y el FBI le arrestará en un plazo de cuatro días. Si vendes esas acciones, puedes hacer millones. En cuatro días.
La cara de Mold no delató nada pero Muhammed sabía que las ideas pasaban por su mente. Durante la semana pasada, varias corporaciones anunciaron grandes ganancias después de dos años de recesión. Muhammed podría estar refiriéndose a cualquiera de una serie de empresas. Una mala especulación y podías perder un dineral. Acierta y, zas. Haces millones en un momento. Añade eso a tu reputación de hombre prodigioso. Para alguien como Mold, era irresistible. Él y los de su clase habían nacido para ese tipo de reto.
Su apretada boca se abrió y soltó automáticamente:
—¿Y qué quieres a cambio de ese nombre?
¡Sí! Era trato hecho.
—Otro nombre —murmuró Muhammed— todo lo que ambos queremos es un nombre.
Mold no era alguien que pronunciara palabras innecesarias. Simplemente asintió con la cabeza.
Muhammed se inclinó ligeramente hacia delante y bajó la voz: —Hace algún tiempo escuché que hay un hombre que la comunidad financiera… utiliza. Cuando tienes problemas de los que no puedes salir. Quiero el nombre y los datos de contacto del hombre que hace que los problemas y la gente desaparezcan.
Silencio. Silencio absoluto.
Era tan intenso que los sonidos no podían penetrar y una de las cosas por las que la mujer estaba allí, afuera, era para prevenir ruidos o distracciones. No se oía nada en absoluto. Incluso el aire acondicionado estaba completamente silencioso.
Mold lo miró a los ojos durante un largo momento, entonces sacó una hoja de gramaje denso, abrió su pluma Cross y escribió. El sonido de la pluma moviéndose
por el grueso papel fue estridente en el silencio de la mañana. Mold dobló la hoja una vez, dos veces, entonces la deslizó a través del escritorio.
Muhammed cogió su propia pluma y escribió el nombre de la compañía en la parte de arriba de una página del Wall Street Journal. El nombre era el de la segunda mayor corporación de los Estados Unidos. Había anunciado un record de ventas después de la larga depresión. Por lo que Muhammed sabía, las cifras eran correctas. Mold vendería a la baja y perdería mucho dinero.
No importaba, porque en cuatro días, Mold, su compañía, la corporación y todo Wall Street se habrían ido.
Muhammed dobló con esmero por la mitad la página del periódico y la deslizó a través de la kilométrica mesa, guardándose el papel que Mold había escrito sin mirarlo.
Se levantó y agarró su maletín. No cometió el error de ofrecerle la mano.
Se miraron fijamente uno al otro durante un momento. Muhammed inclinó la cabeza sobriamente y salió, sintiendo los ojos de Mold perforándole la parte posterior de la cabeza y escuchando el leve crujido del trozo de papel en su bolsillo con el nombre del hombre que resolvería su problema y le ayudaría a reducir el mundo.
Georgia
El nombre era Sean McInerney. Trabajaba a menudo de encubierto y había tenido numerosos alias, pero Sean McInerney era el nombre con el que había nacido.
Y no sería el nombre con el que moriría.
Después del ejército y de empezar su nueva profesión, Sean había meditado largo y tendido sobre su nombre encubierto. Quería uno corto y enérgico. Una palabra, memorable, como Cher o Madonna, sólo que en lugar de pensar en una chica guapa, tenías que pensar en algo mortal.
Había estado escuchando la canción «Outlaw» de Whitesnake y se le ocurrió. Por supuesto.
Había tenido una serie de alias en ese tiempo, pero «Outlaw»7 funcionaba realmente bien en su nueva profesión. El nombre era cursi, pero a sus nuevos jefes les encantaba. Les hacía sentir sexys, les hacía sentir duros.
La vida después de operaciones especiales era buena. Realmente buena.
Tuvo suerte con un pequeño grupo de banqueros, directores ejecutivos, gestores de fondos, financieros y administradores de dinero que pasaban su tiempo encorvados sobre monitores de ordenador, pensando que eran tíos peligrosos. Outlaw había oído todas las frases de machote: Come lo que matas, proporciona los recursos, cree firmemente.
A los hombres de finanzas les gustaba pensar en sí mismos como verdaderos tíos duros, pero sólo lo eran porque tenían una pared de dinero detrás de ellos. Cuando la pared amenazaba con caer, se derrumbaban y mostraban su verdadera naturaleza: la de pálidos empleados, no los machos alfa, que ellos tan indulgentemente se imaginaban.
El único atributo que Outlaw reconocía en sí mismo igual que ellos era la crueldad absoluta. Tocabas su dinero y querían contratar a los mejores para luchar por ellos y no dar cuartel.
Y así empezó su vida postmilitar. La baja deshonrosa (le expulsaron del ejército por vender armas cuando había almacenes de mierda llenos de armas oxidándose en el desierto) le impidió optar a un trabajo de oficina, aunque no es que lo hubiera deseado.
No, una fortuita conexión entre un viejo amigo del ejército y su hermano dentro de las finanzas lo estableció en su nueva profesión.
El primer trabajo no pudo ser más fácil. Un soplón, a punto de enviar a la Comisión del Mercado de Valores un archivo de documentos demostrando cierta malversación y se llevó el gato al agua en bonos por valor de quince millones de dólares. El director ejecutivo se reunió con Outlaw en una lujosa sala en la parte superior de un rascacielos de empresas a casi unas cinco manzanas de donde trabajaba. El financiero podría haber sido un dios en el mundo de las finanzas pero era un capullo en la vida real. El financiero le dio un nombre falso y se aseguró de emplear eufemismos. Pero estaba claro que quería eliminar al soplón. Outlaw le mostró el Barrett 958 en su bolsa de transporte y vio como el banquero abría los ojos como platos.
Era una mierda, todo eso.
Outlaw sabía perfectamente bien quién era el banquero. Lewis Munro, director ejecutivo de la décima corporación más grande de Estados Unidos. Outlaw tenía su nombre, la dirección de su casa y la del recóndito apartamento en Lexington donde vivía su amante.
Outlaw sabía cuanta cocaína consumía Munro a la semana y cuanto pagaba por ella. Sabía en qué escuelas privadas estaban sus hijos, cuanto gastaba su esposa en Hermès e incluso la cantidad de impuestos que Munro había evadido.
Incluso el Barrett era una tontería. Una bala del calibre cincuenta garantizaba como ninguna otra cosa la atención de la policía. Para el Barrett usaba una bala perforante, la Raufoss Mk.211, conteniendo un componente incendiario y que era muy precisa en los rifles de los francotiradores.
Había escamoteado tres mil cajas de material del almacén de la base.
Era una bala militar, totalmente inútil en un objetivo civil a menos que tuvieras que disparar a un par de grandes. Si lo que querías era una maldita señal roja enorme colgada del cuello del hombre muerto, eso era un acierto. Algunas veces era necesario. La mayoría de las veces, no.
Cuando salió, era una calle perfecta para un asalto. El soplón paseando solo, de vuelta a casa de una cita para comer con los amigos, el atracador llevándose su dinero, tarjetas de crédito e incluso su anillo de boda y su reloj de pulsera. La policía especuló que el soplón se resistió y se ganó una puñalada en las costillas que lo llevó a mejor vida.
El detective de homicidios se puso sobre el cuerpo encogido en el callejón y
sacudió la cabeza por la suerte del asaltante en darle al corazón de una puñalada.
No era suerte. Outlaw había practicado ese movimiento miles de veces en el entrenamiento y cientos de veces sobre cuerpos vivos en las misiones.
De haber matado al soplón con una bala de francotirador la policía habría observado de cerca sus asuntos y habría encontrado material incriminando a Munro, que habría tenido que dar algunas explicaciones, que habrían hecho inútiles los cien mil dólares que Munro había transferido a la cuenta de Outlaw en Aruba.
Así la policía no pudo rastrear el cuchillo en el cual no había huellas y después de unas infructuosas dos semanas, el caso del soplón ya era un caso sin resolver. Ese éxito le dio reputación. Se convirtió en la persona de confianza para cualquiera en el sector financiero que tuviera un problema que no pudiera ser resuelto desperdiciando dinero, incluyendo esposas divorciadas que no tenían contrato prenupcial.
Outlaw había tenido más de veinte trabajos en los pasados cinco años, todos ejecutados perfectamente. Un estudio del terreno y del sujeto, una rápida entrada y salida, usando métodos que variaban ampliamente y nadie era más prudente que él. Incluso había reunido a un equipo de antiguos soldados, buenos hombres, que después de darlo todo al Tío Nicholas, ahora estaban para ganar dinero de verdad.
Outlaw había aprendido también de los financieros. Monopoliza un mercado y cobra a lo grande. Tenía más de quinientos mil dólares para reventar, más gastos.
Outlaw le había dado a Munro un número de un móvil de prepago, sabiendo que lo difundiría. Munro vivía en un mundo de hombres acostumbrados a ganar, sin importar cómo. Y si no tenían el conjunto de habilidades necesarias para hacer un trabajo específico, simplemente contrataban a hombres que sí.
La llamada llegó mientras él estaba inspeccionando las cien hectáreas que había comprado en Georgia, a menos de una hora del Aeropuerto Internacional Hartfield. La tierra era lo suficientemente grande como para tener campos de tiro, réplicas de los lugares a asaltar y cursos de resistencia para sus hombres, mientras ofrecía completa privacidad. El perímetro estaba rodeado por sensores capaces de detectar una liebre y con cámaras de seguridad cada cinco metros.
En esencia, Outlaw tenía su propio país.
Había construido una casa enorme que ofrecía todas las comodidades que posiblemente podía desear. De pie junto a la enorme ventana reforzada y tomando un Jack Daniels, contestó el móvil. Era su móvil de negocios, no lo usaba para nada más que para los encargos de los clientes.
Pues bien, pensó. Tiempo para hacer algo más de dinero.
—¿Es usted el hombre conocido como Outlaw? —la voz era suave, no era profunda, un americano estándar.
—Sí. —No preguntó quién llamaba. No hacía ninguna diferencia. El tipo mentiría de todos modos. Si fuera necesario para el trabajo, Outlaw podría descubrirlo. De otro modo, le importaba una mierda siempre y cuando el dinero aterrizara en el banco—. ¿Qué necesita?
—Ah, un hombre que va directamente al grano. Me gusta eso.
—Bien, ya que tengo una reputación como tirador serio, déjeme decirle sin rodeos que no me muevo hasta que mis honorarios están en mi cuenta bancaria. —Me hablaron de su… estilo, señor Outlaw. Si comprueba su cuenta bancaria, encontrará sus honorarios. Y un plus. Le enviaré la información de la persona de interés en diez minutos, una vez que usted lo haya comprobado.
Outlaw no necesitó diez minutos. En un minuto, se había metido en su cuenta bancaria y sí, había quinientos mil dólares con un extra de cien mil puestos en fondos de comercio.
Outlaw sabía que sus empleadores vivían, respiraban y morían por el dinero. El dinero extra significaba que esto era importante.
Después de diez minutos, un toque en su móvil. Tenía un mensaje de texto.
_____(tn) Pearce. Agencia de traducción, Wordsmith. Edificio Morrison, San Diego, California.
_____(tn) Pearce recibió los datos desde un correo electrónico procedente desde Marsella, el 28 de junio. Recuperar disco duro, posible memoria USB, buscar copias de seguridad, eliminar ordenador, eliminar a _____(tn) Pearce. Calendario estricto. El trabajo debe estar terminado para el dos de julio.
De acuerdo.
Conseguir un disco duro de una mujer, una mujer muerta. Había hecho cosas más difíciles en su vida. Comprobó la página web de ese negocio, Wordsmith. Después de media hora, tenía una idea de lo que hacía y le había echado un buen vistazo a _____(tn) Pearce.
Cristo. Se veía condenadamente bien. Uno de sus hombres, Dalton, estaba perpetuamente cachondo. Si Dalton estaba en esta operación, apostaba a que jugaría un ratito con la nena Pearce. Por lo que estaría agradecido.
Comprobó el Registro Civil y vio que vivía con un tal Bryan Pearce, su padre, no su marido.
Outlaw limpió el historial de búsqueda de su ordenador, se puso en pie y se estiró. Se terminó el bourbon mirando por la ventana a su pequeño feudo.
Le gustaba esta vida. Le gustaba la influencia y su sensación, el dinero y el poder. Le gustaba tener las técnicas necesarias para cumplir sus encargos y hacer que hombres blandos se rascaran los bolsillos por ellas.
Outlaw permaneció de pie cerca de la ventana, observando los aviones de Hartfield elevarse en el cielo, uno tras otro, como un mecanismo de relojería. A su manera, él era un técnico tan preciso como cualquier piloto o cirujano.
Iría abajo, hacia su gimnasio último modelo y se daría una buena sesión de ejercicios, se pondría ágil, entonces tomaría una comida ligera con agua. No más bebidas alcohólicas. Ahora estaba oficialmente en Tiempo de Operación, solamente dedicado a la misión y esto sería hasta que el trabajo estuviera hecho.
Tenía un avión privado a su disposición. Lo reservó para las tres de la tarde, eso le daría tiempo para buscar a la persona, al objetivo.
Sus ojos cayeron sobre la adorable cara en la pantalla de su ordenador.
Cristo, una belleza de verdad. Que estaba a punto de ser sacrificada al dinero de los hombres.
Lo siento, cariño, pensó. No sé cómo lo hiciste, pero acabas de dar un paso equivocado.
—Paul Person para el señor Mold. Tengo una cita a las diez en punto.
Ah. Finalmente. El último desafío, la última secretaria. Ella levantó la mirada y le ofreció una pequeña sonrisa, sólo un destello de sus hermosos dientes blancos tan grandes como pastillas de chicle, y luego sus labios cubiertos de brillo se cerraron fuertemente. Muhammed había aprendido que cuanto más poderoso era el hombre, menos amable era la secretaria.
Ya había superado a tres secretarias, ofreciendo sonrisas en incremento decreciente, mientras se iba acercando a la «Santa Presencia». Esta secretaria era la que manejaba la agenda del jefe. Era poderosa más allá de lo razonable y ella lo sabía.
Muhammed había pedido esta cita, desesperado por lograr llegar al alto financiero Richard Mold tan rápido como fuera posible, sabiendo que el tiempo era vital, pero intentando no presionar demasiado, porque Mold lo vería como signo de debilidad.
Estos hombres podían oler la desesperación a cientos de metros, como las hienas pueden oler la sangre a kilómetros de distancia. Muhammed estaba desesperado, pero no por dinero.
Aunque vivía en un mundo que haría cualquier cosa por dinero (vivir por él, morir por él, incluso matar por él), su atractivo le resultaba indiferente.
En especial ahora, cuando él, Muhammed Wahed, un niño de los campos, iba a cambiar el curso de la historia. Los hombres contarían el relato de sus acciones durante miles de años. Y más allá.
Así que le era difícil mantenerse calmado delante de la mirada fría de la secretaria mientras ésta apretaba un botón y tranquilamente decía:
—El señor Paul Person espera, señor. Su cita de las diez en punto.
¿Había notado ella el ligero brillo de sudor en su frente? ¿Vio que tenía que esforzarse para evitar retorcerse las manos?
Tal vez sí. Tal vez fuera lo mejor. Tal vez si fuera demasiado agradable, sería observado, criticado. Richard Mold dirigía un imperio y sus métodos eran duros. En su propio mundo, él era un califa, un sultán. Cualquiera que pidiera un favor estaba destinado a ser un sudoroso y tembloroso suplicante.
Hubo un bajo murmullo bajo y profundo procedente del intercomunicador (el tono de mando muy claro) y la gran puerta de bronce y caoba a la derecha del escritorio emitió un tenue clic y se deslizó suavemente por la pared.
La secretaria le miró fríamente:
—Tiene hasta las diez y cuarto, señor.
Lo que quería decir que a las diez y cuarto, se llamaría a seguridad.
Bien, para las diez y cuarto él tendría un nombre, o no. En ese momento estaba en manos de Alá. Entró por la puerta.
En los últimos años, Muhammed había estado en innumerables oficinas de ricos y poderosos. Algunos preferían el estilo de lord inglés. Paredes con paneles, sillones de cuero, decantadores de cristal, como si una oficina en el cuadragésimo piso de un rascacielos de Manhattan llevara existiendo trescientos años, legada de generación en generación, de conde a conde.
Algunos tenían oficinas que parecían que hubieran retrocedido en el tiempo desde el siglo veintidós.
Pero todas, todas, exudaban un aura específica a lo «mírame». Mira lo que he conseguido. Mira lo poderoso que soy. No te metas conmigo porque te aplastaré.
Muhammed ya había estado una vez en esta oficina, cuando Mold acababa de apoderarse del gran fondo de inversión. Entonces parecía Versalles. Ahora todo era de elegante mármol negro y metacrilato.
Sabían que Mold se había gastado tres millones de dólares redecorando su oficina. Y aquí estaba él, detrás de un bloque de doce metros de largo de ébano con patas transparentes, el escritorio vacío y desnudo y sumamente pulido, como correspondía al Amo del Universo.
Mold se puso de pie pero no ofreció su mano:
—Person —dijo. La profunda voz no era particularmente cálida o de bienvenida—. ¿Qué puedo hacer por ti?
Esa era una pregunta capciosa, si alguna vez hubo una. Muhammed estaba allí sólo porque Mold esperaba que pudiera hacer algo por él. Si sólo era un favor lo que se pedía, a Muhammed lo echarían los de seguridad en el instante en que Mold presionara el botón rojo que estaba indudablemente bajo el escritorio.
Todo el nerviosismo había desaparecido, succionado como el aire viciado por los invisibles acondicionadores.
Muhammed había visto el futuro.
El edificio de la oficina de Mold estaba en lo alto de la lista. En el momento en que sus hermanos mártires pudieran dispersarse, este edificio sería uno de los primeros en ser irradiado. Los hermanos estarían recién afeitados, vestidos con los uniformes de Wall Street: trajes de Armani, Boss, Jil Sander. Tendrían documentos de identidad que soportarían el escrutinio de los guardas de seguridad.
Muhammed daría la orden de que un mártir estuviera en el vestíbulo y otro hermano mártir viniera aquí al piso cincuenta y cinco y se volara enfrente del escritorio de la enojada secretaria. Mold moriría instantáneamente. Su compañía, todo lo que representaba, se iría en un instante, todo intocable durante décadas.
Eso tranquilizó a Muhammed. Mold estaba emitiendo las olas de agresión típicas de un operador de Wall Street transformado en un gestor de fondos de inversión. Sus rabietas eran famosas. Solía gritar, intimidando a los subordinados para salirse con la suya.
Muhammed observó a Mold tranquilamente, sus andares de hombre muerto.
Sólo unos pocos días para irse.
Miró alrededor, entonces cogió una silla y se sentó justo cuando Mold dijo:
—Toma asiento.
La silla era de un apasionado nuevo diseñador y estaba hecha de papel. Muhammed había leído que fue vendida por diez mil dólares, suficiente para alimentar a cientos de personas en los campos durante un año.
Richard Mold merecía arder. Todos ellos.
Muhammed se acomodó el pantalón para no arruinar el excelente pliegue y cruzó las piernas.
Silencio.
Eso irritó a Mold. Tensó su muy bronceada cara y entrecerró los ojos.
—Bien, Person, ¿de qué se trata? —preguntó fríamente.
Muhammed esperó un momento, entonces dijo:
—Tengo una información que es posible que encuentres interesante y a cambio, quiero un nombre y un número de teléfono.
Mold juntó las espesas cejas grises
—¿Qué información y qué nombre?
Muhammed tiró del pliegue de sus pantalones, disfrutando de la sensación del lino fino. Dejó pasar un minuto, dos. Oh, había aprendido las maneras sutiles del poder de occidente. Mold le miró, con la cara cada vez más tensa.
Finalmente, Muhammed dio un pequeño suspiro
—Una compañía en la que inviertes, una corporación muy conocida, acaba de anunciar uno de sus mejores trimestres. Un incremento en ventas de dos dígitos. Sus acciones han aumentado casi un quince por ciento según el informe. Pero es falso. El director ejecutivo está ocultando casi veinte billones de dólares en pérdidas y el FBI le arrestará en un plazo de cuatro días. Si vendes esas acciones, puedes hacer millones. En cuatro días.
La cara de Mold no delató nada pero Muhammed sabía que las ideas pasaban por su mente. Durante la semana pasada, varias corporaciones anunciaron grandes ganancias después de dos años de recesión. Muhammed podría estar refiriéndose a cualquiera de una serie de empresas. Una mala especulación y podías perder un dineral. Acierta y, zas. Haces millones en un momento. Añade eso a tu reputación de hombre prodigioso. Para alguien como Mold, era irresistible. Él y los de su clase habían nacido para ese tipo de reto.
Su apretada boca se abrió y soltó automáticamente:
—¿Y qué quieres a cambio de ese nombre?
¡Sí! Era trato hecho.
—Otro nombre —murmuró Muhammed— todo lo que ambos queremos es un nombre.
Mold no era alguien que pronunciara palabras innecesarias. Simplemente asintió con la cabeza.
Muhammed se inclinó ligeramente hacia delante y bajó la voz: —Hace algún tiempo escuché que hay un hombre que la comunidad financiera… utiliza. Cuando tienes problemas de los que no puedes salir. Quiero el nombre y los datos de contacto del hombre que hace que los problemas y la gente desaparezcan.
Silencio. Silencio absoluto.
Era tan intenso que los sonidos no podían penetrar y una de las cosas por las que la mujer estaba allí, afuera, era para prevenir ruidos o distracciones. No se oía nada en absoluto. Incluso el aire acondicionado estaba completamente silencioso.
Mold lo miró a los ojos durante un largo momento, entonces sacó una hoja de gramaje denso, abrió su pluma Cross y escribió. El sonido de la pluma moviéndose
por el grueso papel fue estridente en el silencio de la mañana. Mold dobló la hoja una vez, dos veces, entonces la deslizó a través del escritorio.
Muhammed cogió su propia pluma y escribió el nombre de la compañía en la parte de arriba de una página del Wall Street Journal. El nombre era el de la segunda mayor corporación de los Estados Unidos. Había anunciado un record de ventas después de la larga depresión. Por lo que Muhammed sabía, las cifras eran correctas. Mold vendería a la baja y perdería mucho dinero.
No importaba, porque en cuatro días, Mold, su compañía, la corporación y todo Wall Street se habrían ido.
Muhammed dobló con esmero por la mitad la página del periódico y la deslizó a través de la kilométrica mesa, guardándose el papel que Mold había escrito sin mirarlo.
Se levantó y agarró su maletín. No cometió el error de ofrecerle la mano.
Se miraron fijamente uno al otro durante un momento. Muhammed inclinó la cabeza sobriamente y salió, sintiendo los ojos de Mold perforándole la parte posterior de la cabeza y escuchando el leve crujido del trozo de papel en su bolsillo con el nombre del hombre que resolvería su problema y le ayudaría a reducir el mundo.
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Georgia
El nombre era Sean McInerney. Trabajaba a menudo de encubierto y había tenido numerosos alias, pero Sean McInerney era el nombre con el que había nacido.
Y no sería el nombre con el que moriría.
Después del ejército y de empezar su nueva profesión, Sean había meditado largo y tendido sobre su nombre encubierto. Quería uno corto y enérgico. Una palabra, memorable, como Cher o Madonna, sólo que en lugar de pensar en una chica guapa, tenías que pensar en algo mortal.
Había estado escuchando la canción «Outlaw» de Whitesnake y se le ocurrió. Por supuesto.
Había tenido una serie de alias en ese tiempo, pero «Outlaw»7 funcionaba realmente bien en su nueva profesión. El nombre era cursi, pero a sus nuevos jefes les encantaba. Les hacía sentir sexys, les hacía sentir duros.
La vida después de operaciones especiales era buena. Realmente buena.
Tuvo suerte con un pequeño grupo de banqueros, directores ejecutivos, gestores de fondos, financieros y administradores de dinero que pasaban su tiempo encorvados sobre monitores de ordenador, pensando que eran tíos peligrosos. Outlaw había oído todas las frases de machote: Come lo que matas, proporciona los recursos, cree firmemente.
A los hombres de finanzas les gustaba pensar en sí mismos como verdaderos tíos duros, pero sólo lo eran porque tenían una pared de dinero detrás de ellos. Cuando la pared amenazaba con caer, se derrumbaban y mostraban su verdadera naturaleza: la de pálidos empleados, no los machos alfa, que ellos tan indulgentemente se imaginaban.
El único atributo que Outlaw reconocía en sí mismo igual que ellos era la crueldad absoluta. Tocabas su dinero y querían contratar a los mejores para luchar por ellos y no dar cuartel.
Y así empezó su vida postmilitar. La baja deshonrosa (le expulsaron del ejército por vender armas cuando había almacenes de mierda llenos de armas oxidándose en el desierto) le impidió optar a un trabajo de oficina, aunque no es que lo hubiera deseado.
No, una fortuita conexión entre un viejo amigo del ejército y su hermano dentro de las finanzas lo estableció en su nueva profesión.
El primer trabajo no pudo ser más fácil. Un soplón, a punto de enviar a la Comisión del Mercado de Valores un archivo de documentos demostrando cierta malversación y se llevó el gato al agua en bonos por valor de quince millones de dólares. El director ejecutivo se reunió con Outlaw en una lujosa sala en la parte superior de un rascacielos de empresas a casi unas cinco manzanas de donde trabajaba. El financiero podría haber sido un dios en el mundo de las finanzas pero era un capullo en la vida real. El financiero le dio un nombre falso y se aseguró de emplear eufemismos. Pero estaba claro que quería eliminar al soplón. Outlaw le mostró el Barrett 958 en su bolsa de transporte y vio como el banquero abría los ojos como platos.
Era una mierda, todo eso.
Outlaw sabía perfectamente bien quién era el banquero. Lewis Munro, director ejecutivo de la décima corporación más grande de Estados Unidos. Outlaw tenía su nombre, la dirección de su casa y la del recóndito apartamento en Lexington donde vivía su amante.
Outlaw sabía cuanta cocaína consumía Munro a la semana y cuanto pagaba por ella. Sabía en qué escuelas privadas estaban sus hijos, cuanto gastaba su esposa en Hermès e incluso la cantidad de impuestos que Munro había evadido.
Incluso el Barrett era una tontería. Una bala del calibre cincuenta garantizaba como ninguna otra cosa la atención de la policía. Para el Barrett usaba una bala perforante, la Raufoss Mk.211, conteniendo un componente incendiario y que era muy precisa en los rifles de los francotiradores.
Había escamoteado tres mil cajas de material del almacén de la base.
Era una bala militar, totalmente inútil en un objetivo civil a menos que tuvieras que disparar a un par de grandes. Si lo que querías era una maldita señal roja enorme colgada del cuello del hombre muerto, eso era un acierto. Algunas veces era necesario. La mayoría de las veces, no.
Cuando salió, era una calle perfecta para un asalto. El soplón paseando solo, de vuelta a casa de una cita para comer con los amigos, el atracador llevándose su dinero, tarjetas de crédito e incluso su anillo de boda y su reloj de pulsera. La policía especuló que el soplón se resistió y se ganó una puñalada en las costillas que lo llevó a mejor vida.
El detective de homicidios se puso sobre el cuerpo encogido en el callejón y
sacudió la cabeza por la suerte del asaltante en darle al corazón de una puñalada.
No era suerte. Outlaw había practicado ese movimiento miles de veces en el entrenamiento y cientos de veces sobre cuerpos vivos en las misiones.
De haber matado al soplón con una bala de francotirador la policía habría observado de cerca sus asuntos y habría encontrado material incriminando a Munro, que habría tenido que dar algunas explicaciones, que habrían hecho inútiles los cien mil dólares que Munro había transferido a la cuenta de Outlaw en Aruba.
Así la policía no pudo rastrear el cuchillo en el cual no había huellas y después de unas infructuosas dos semanas, el caso del soplón ya era un caso sin resolver. Ese éxito le dio reputación. Se convirtió en la persona de confianza para cualquiera en el sector financiero que tuviera un problema que no pudiera ser resuelto desperdiciando dinero, incluyendo esposas divorciadas que no tenían contrato prenupcial.
Outlaw había tenido más de veinte trabajos en los pasados cinco años, todos ejecutados perfectamente. Un estudio del terreno y del sujeto, una rápida entrada y salida, usando métodos que variaban ampliamente y nadie era más prudente que él. Incluso había reunido a un equipo de antiguos soldados, buenos hombres, que después de darlo todo al Tío Nicholas, ahora estaban para ganar dinero de verdad.
Outlaw había aprendido también de los financieros. Monopoliza un mercado y cobra a lo grande. Tenía más de quinientos mil dólares para reventar, más gastos.
Outlaw le había dado a Munro un número de un móvil de prepago, sabiendo que lo difundiría. Munro vivía en un mundo de hombres acostumbrados a ganar, sin importar cómo. Y si no tenían el conjunto de habilidades necesarias para hacer un trabajo específico, simplemente contrataban a hombres que sí.
La llamada llegó mientras él estaba inspeccionando las cien hectáreas que había comprado en Georgia, a menos de una hora del Aeropuerto Internacional Hartfield. La tierra era lo suficientemente grande como para tener campos de tiro, réplicas de los lugares a asaltar y cursos de resistencia para sus hombres, mientras ofrecía completa privacidad. El perímetro estaba rodeado por sensores capaces de detectar una liebre y con cámaras de seguridad cada cinco metros.
En esencia, Outlaw tenía su propio país.
Había construido una casa enorme que ofrecía todas las comodidades que posiblemente podía desear. De pie junto a la enorme ventana reforzada y tomando un Jack Daniels, contestó el móvil. Era su móvil de negocios, no lo usaba para nada más que para los encargos de los clientes.
Pues bien, pensó. Tiempo para hacer algo más de dinero.
—¿Es usted el hombre conocido como Outlaw? —la voz era suave, no era profunda, un americano estándar.
—Sí. —No preguntó quién llamaba. No hacía ninguna diferencia. El tipo mentiría de todos modos. Si fuera necesario para el trabajo, Outlaw podría descubrirlo. De otro modo, le importaba una mierda siempre y cuando el dinero aterrizara en el banco—. ¿Qué necesita?
—Ah, un hombre que va directamente al grano. Me gusta eso.
—Bien, ya que tengo una reputación como tirador serio, déjeme decirle sin rodeos que no me muevo hasta que mis honorarios están en mi cuenta bancaria. —Me hablaron de su… estilo, señor Outlaw. Si comprueba su cuenta bancaria, encontrará sus honorarios. Y un plus. Le enviaré la información de la persona de interés en diez minutos, una vez que usted lo haya comprobado.
Outlaw no necesitó diez minutos. En un minuto, se había metido en su cuenta bancaria y sí, había quinientos mil dólares con un extra de cien mil puestos en fondos de comercio.
Outlaw sabía que sus empleadores vivían, respiraban y morían por el dinero. El dinero extra significaba que esto era importante.
Después de diez minutos, un toque en su móvil. Tenía un mensaje de texto.
_____(tn) Pearce. Agencia de traducción, Wordsmith. Edificio Morrison, San Diego, California.
_____(tn) Pearce recibió los datos desde un correo electrónico procedente desde Marsella, el 28 de junio. Recuperar disco duro, posible memoria USB, buscar copias de seguridad, eliminar ordenador, eliminar a _____(tn) Pearce. Calendario estricto. El trabajo debe estar terminado para el dos de julio.
De acuerdo.
Conseguir un disco duro de una mujer, una mujer muerta. Había hecho cosas más difíciles en su vida. Comprobó la página web de ese negocio, Wordsmith. Después de media hora, tenía una idea de lo que hacía y le había echado un buen vistazo a _____(tn) Pearce.
Cristo. Se veía condenadamente bien. Uno de sus hombres, Dalton, estaba perpetuamente cachondo. Si Dalton estaba en esta operación, apostaba a que jugaría un ratito con la nena Pearce. Por lo que estaría agradecido.
Comprobó el Registro Civil y vio que vivía con un tal Bryan Pearce, su padre, no su marido.
Outlaw limpió el historial de búsqueda de su ordenador, se puso en pie y se estiró. Se terminó el bourbon mirando por la ventana a su pequeño feudo.
Le gustaba esta vida. Le gustaba la influencia y su sensación, el dinero y el poder. Le gustaba tener las técnicas necesarias para cumplir sus encargos y hacer que hombres blandos se rascaran los bolsillos por ellas.
Outlaw permaneció de pie cerca de la ventana, observando los aviones de Hartfield elevarse en el cielo, uno tras otro, como un mecanismo de relojería. A su manera, él era un técnico tan preciso como cualquier piloto o cirujano.
Iría abajo, hacia su gimnasio último modelo y se daría una buena sesión de ejercicios, se pondría ágil, entonces tomaría una comida ligera con agua. No más bebidas alcohólicas. Ahora estaba oficialmente en Tiempo de Operación, solamente dedicado a la misión y esto sería hasta que el trabajo estuviera hecho.
Tenía un avión privado a su disposición. Lo reservó para las tres de la tarde, eso le daría tiempo para buscar a la persona, al objetivo.
Sus ojos cayeron sobre la adorable cara en la pantalla de su ordenador.
Cristo, una belleza de verdad. Que estaba a punto de ser sacrificada al dinero de los hombres.
Lo siento, cariño, pensó. No sé cómo lo hiciste, pero acabas de dar un paso equivocado.
;)
Lu wH!;*
:hi:
HeyItsLupitaNJ
Re: Fuego Cruzado - NicholasJ&Tu (Adaptación) - TERMINADA
omg! que capituloooo!!! =O
SIGUELAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAaa!!! esta genial tu adaptacion!!!
SIGUELAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAaa!!! esta genial tu adaptacion!!!
.Lu' Anne Lovegood.
Re: Fuego Cruzado - NicholasJ&Tu (Adaptación) - TERMINADA
Ahhhh plis tienes que seguiría ya!!
Pliis
Siguelaaaaaaaaaaaaa!!
Pliis
Siguelaaaaaaaaaaaaa!!
Karli Jonas
Re: Fuego Cruzado - NicholasJ&Tu (Adaptación) - TERMINADA
Ahhhh plis tienes que seguiría ya!!
Pliis
Siguelaaaaaaaaaaaaa!!
Pliis
Siguelaaaaaaaaaaaaa!!
Karli Jonas
Re: Fuego Cruzado - NicholasJ&Tu (Adaptación) - TERMINADA
Holaaaaaaaaaaa!
aqui traigo más nove! :)
les va a encantar!
las leo más tarde! ^.^
San Diego
29 de junio
Nicholas colgó el teléfono por millonésima vez rechinando los dientes. _____(tn) no contestaba. No había cogido el teléfono la primera vez que había llamado, no había cogido el teléfono la trigésima vez ni la cuadragésima.
Sabía que la definición de locura era hacer lo mismo una y otra vez, esperando un resultado diferente cada vez.
¿Estaba loco? Sólo Dios lo sabía. Seguro que no estaba enteramente cuerdo. Había estado haciendo ping pong por las paredes de su cerebro desde que despertó en un resplandor postcoital diferente a cualquiera que hubiera tenido jamás, sólo para encontrar que _____(tn) se había marchado a hurtadillas mientras dormía. Sin una palabra, sin ni siquiera una maldita nota.
Debía de haber estado en coma, porque no había modo alguno de que no le hubiera despertado el ruido de una persona al vestirse aunque fuera la persona más silenciosa de la Tierra. En el campo de batalla había oído el ruido de una piedra cayendo por una ladera mientras dormía, y cuando los tangos llegaron al campamento se encontraron con sólo las ascuas de un fuego y una emboscada.
Por no mencionar el hecho de que su sistema de seguridad enviaba un mensaje a su teléfono móvil cada vez que la puerta principal se abría. También había dormido mientras sucedía eso.
Todo lo de esa mañana había salido mal, torcido, después de la noche de sexo más fabulosa que hubiera tenido jamás. Al principio, había ido tropezando con ojos lagañosos de habitación en habitación, esperando insensatamente encontrarla… en algún sitio. Fuera en el balcón. En el cuarto de baño. Quizá en la cocina sorbiendo una taza de café.
Le había tomado dar dos vueltas a la casa antes de que le golpeara en la cabeza que sus ropas ya no estaban. Y tampoco _____(tn). Se había frotado el pecho cuando lo comprendió. Dolía como si le hubieran golpeado con fuerza.
Ahí fue cuando hizo su primera llamada telefónica, a su casa, pateándose el culo porque había estado demasiado ocupado con su polla para pensar en pedirle su número de teléfono móvil. Bien, una búsqueda rápida en una base de datos medio legal se encargó de eso.
El mensaje del buzón de voz del teléfono móvil era uno enlatado, de la compañía, invitándole a dejar algún recado. Algo que hizo, repetidas veces.
En el número de teléfono de casa había conseguido la primera muestra de «Ha llamado a casa de los Pearce. No podemos contestar en este momento, por favor deje un mensaje y le llamaremos tan pronto como podamos».
Regla número uno en el negocio, no creas un anuncio enlatado. Estaba allí con el compruebe del correo. Pero tío, se lo había creído y dejó un mensaje largo e incoherente, en un tono básico que decía «Regresa a mí».
Entró a trompicones en la ducha y mantuvo un inalámbrico a su lado para no perder la llamada.
Porque por supuesto, ella llamaría tan pronto como pudiera. No llamaba ahora mismo porque estaba… en el cuarto de baño o algo. O quizá atendiendo a su padre.
Así que había llamado otra vez cinco minutos más tarde, calculándolo al segundo. Porque bien, colgar y llamar otra vez sería un poco… obsesivo. ¿No?
No fue hasta la décima vez que llamó, mientras conducía a la oficina, que se le ocurrió que no contestaba porque estuviera ocupada.
No contestaba porque no quería hablar con él. Jesús.
Lo estaba evitando.
También había apagado su teléfono móvil.
Las últimas diez llamadas a su casa habían sido desde la oficina. Cada una contestada por «Ha llamado a casa de los Pearce... »
Nicholas miró fijamente el teléfono, tamborileando con los dedos.
Tenía previsto salir con un cliente muy rico, tan tonto como una piedra y que indudablemente proporcionaría un buen flujo de dinero en los años venideros.
Tenía algunos catálogos de equipo de seguridad que revisar.
Tenía correos electrónicos que contestar.
Tenía el presupuesto del año que viene para repasar.
Tenía que llamar a su contable. Tamborileó con los dedos otra vez y dejó salir un aliento frustrado.
Joder.
Nicholas cogió el teléfono móvil y llamó a Mike.
—Eh —la voz profunda y tranquila de Mike le calmó un poco. Mike siempre era frío, pero era especialmente frío con las damas. Nunca le entrarían sudores ni pánico porque una mujer desapareciera después de una noche de sexo caliente. Las noches de sexo caliente eran la especialidad de Mike.
No es que Nicholas estuviera sudando o tuviera pánico. No, no.
—Hola —la voz de Nicholas fue ronca. Carraspeó—. Escucha, tengo que pedirte un favor.
—Dispara —era una de las expresiones favoritas de Mike, irónico, viniendo de un francotirador. —Necesito que aparezcas por la casa de una mujer. Quiero que vayas en un coche patrulla, luces encendidas, vestido con tu uniforme del SWAT, con todo el jodido equipo. Armado. Con aspecto aterrador —para Mike, no sería difícil. El equipo especial de protección corporal convertía su pecho de barril en un muro inmenso. No querrías joder a Mike. Particularmente no querrías joderle cuando era su turno, completamente equipado y armado.
Exactamente lo que Nicholas quería. Deseaba que Mike asustara a muerte a esos dos cabronazos. Cada pelo de su cuerpo se había erizado cuando les había visto salir al porche para mirar fijamente a _____(tn), silbando y aullando. El modo en que la habían mirado había hecho que algo se retorciera en su estómago. Su conducta había sido la clásica de un depredador. Rodeando cautelosamente, acercándose. Uno de los cabrones había tocado su coche mientras estaba dentro, había dicho _____(tn). El siguiente paso era tocarla. Y el siguiente después de eso era agarrarla la siguiente vez que llegara a casa después del anochecer, violarla.
Sobre su cadáver.
Nicholas no tenía ilusiones sobre el modo en que funcionaba el mundo. Los fuertes cazaban a los débiles y en este mundo, los débiles incluían más o menos a todas las mujeres y a todos los niños. Había visto suficientes mujeres y niños crecer golpeados hasta la sumisión para saber que alguien percibido como débil, sin un protector, iba a atraer violencia, más pronto que tarde. Era inevitable. Había pasado toda su vida poniéndose delante del débil, protegiéndolos. Los tres, Nicholas, Harry y Mike habían pasado sus vidas tratando de detener algo que nunca podía ser detenido, sólo ralentizado. _____(tn) era como un cordero atado a la estaca como cebo.
Sin importar como hubiera sido la casa en tiempos de su abuela, ahora estaba en medio de un vecindario que degeneraba diariamente. Con una recesión tan mala, que apostaría a que los dos hombres estaban en el paro. Hombres desempleados y resentidos, colocados por las drogas o la bebida, sin nada que hacer en todo el día excepto fantasear… Bien, ésos no eran los mejores vecinos para una mujer.
Especialmente una mujer como _____(tn).
Magnífica, fuera de lo normal, viviendo sola con un ama de llaves y un padre enfermo.
Oh sí, para hombres como esos dos cabrones del porche, y probablemente para otros en el desvencijado vecindario, ella era una presa madura.
Bien, Nicholas pondría fin a eso. Primero, Mike pasaría durante unos días y dejaría claro que _____(tn) tenía amigos en la policía y que estaban atentos a ella. Y luego, independientemente de lo que sucediera entre él y _____(tn), Nicholas pensaba tener una pequeña charla con esos dos. Y pagarían sus malditas cuentas del hospital.
Primero Mike.
—Necesito que vayas al 346 de la Avenida Mulberry. Es la casa de una mujer llamada…
—_____(tn) Pearce —dijo Mike, no por el móvil, que estaba deslizando en el bolsillo de su chaqueta. Estaba en la puerta de la oficina exterior y Harry estaba justo detrás de él. Harry, mucho más alto, se cernía sobre Mike—. Sí, lo sé.
Los dos entraron, se acomodaron en los dos sillones enfrente del sofá donde Nicholas estaba estirado. Ambos se apoltronaron como si se necesitara cortapernos y una grúa para sacarlos de allí.
Oh, joder, el ataque doble. Los tres habían estado en el lado que recibía alguna u otra vez.
Uno de ellos se metía en un lío y los otros se aliaban contra él. Parecía que era su turno. Se hundió en el sofá, sabiendo lo que venía y sabiendo que no iba a ser divertido.
Nicholas los miró, sus hermanos, los hombres en los que confiaba, a los que quería, hombres por los que mataría, hombres por los que moriría sin dudarlo, y deseaba que se fueran. Ahora.
Que desparecieran en un soplo de viento.
Pero la parte del palo podía esperar porque primero debía ocuparse de su negocio.
Clavó la mirada en Mike.
—Sí. _____(tn) Pearce —preferiría morir que dejarles saber que decir su nombre le dolía—. Justo enfrente al otro lado de la calle hay una pensión, en el número 321. Hay dos idiotas, uno negro y uno blanco. Peinado rasta, pantalones con el tiro hasta las rodillas, lo habitual. Se han fijado en Ni… la señorita Pearce, acosándola. Quiero que vayas y hagas una demostración de fuerza. Vete a la casa. Deja claro que está protegida, que la policía la cuida. Que cualquiera que la moleste lo lamentará de verdad. Y quiero que lo hagas en el próximo par de días. Quiero asegurarme de que los cabrones reciben el mensaje. Alto y claro.
Mike asintió.
—Hecho.
Harry lo miró pensativamente, con sus largos dedos bajo el mentón. Harry tenía un aspecto horrible, como si no hubiera dormido en meses. Había estado en el lado de recibir el ataque doble muchas veces desde que había vuelto a casa, especialmente mientras intentaba ahogar sus penas en cerveza.
Nicholas y Mike habían tratado de llevarle a rehabilitación física pero cuando Harry se negó, contrataron a un tipo que Mike conocía. Bjorn parecía un luchador de lucha libre y comenzó a dar palizas a Harry para ponerle en forma, tanto si quería como si no. Ahora se movía un poco más fácilmente y no como un viejo de ochenta años. Se quejaba eternamente sobre Bjorn, el terapeuta, y le llamaba el nazi, aunque Bjorn había emigrado de Noruega. Harry intentaba cada truco del libro, incluido lo de no abrir la puerta cuando Bjorn aparecía con su bolsa de aceites de masaje y lo que Harry juraba que eran sus instrumentos de tortura. Nicholas le dio entonces a Bjorn una copia de la llave del apartamento y todos ignoraron sus quejas hasta que finalmente pararon. Nicholas le forzó a volver al trabajo y eso le vino bien. Comenzaba a recuperar algo de peso, aunque la cosa de dormir no iba bien, a juzgar por las inmensas ojeras azul oscuro bajo los ojos.
Harry era un imán para los líos. Si estaba con Mike, quería decir que pensaban que Nicholas estaba en más líos que Harry.
Bien, joder.
Harry le miró fijamente con su violenta mirada dorada.
—¿Sería esa la misma _____(tn) Pearce a la que has estado llamando cada cinco minutos toda la mañana?
Nicholas rechinó los dientes.
—¿Y a cuyo timbre has estado llamando cada cuarto de hora?
Nicholas hundió aún más en el sofá.
Ella no había ido a trabajar esta mañana. Eso era lo que le estaba volviendo loco. Apenas podía permanecer en el mismo cuarto con los pensamientos que le estallaban en la cabeza como granadas.
No había nada bueno en el hecho de que _____(tn) Pearce no hubiera aparecido por el trabajo, nada. Todas y cada una de las opciones en las que podía pensar eran malas. La peor, la peor de todas… que le había hecho daño. Estaba en la cama en su casa o estaba… ¡Dios!... en la consulta de un médico o en el hospital. Se dijo a sí mismo que debía calmarse porque lo único que sabía era que no la había podido herir lo suficiente como para necesitar cuidados médicos, pero como un perro rabioso, era un pensamiento que no podía alejar. Seguía dándole vueltas, gruñendo y tratando de morder.
Hubo algunas veces la otra noche que no había sido suave. Y su memoria no estaba siempre clara. Nicholas tenía una excelente memoria, una capacidad innata que había sido afilada con la instrucción. Podía recordar un mapa que hubiera visto solo una vez lo bastante bien como para guiarse por él, podía recordar una cara sin importar cuanto tiempo hiciera que no la hubiera visto; una vez que conducía por una ruta, nunca la olvidaba.
Pero los pedazos de la última noche estaban envueltos en tanto calor y electricidad que era como si tuviera partes del cerebro cortocircuitadas. Recordaba su polla hundiéndose en ella sin descanso, pero no podía recordar que hacían sus manos. ¿La sostenían abajo? Tenía manos fuertes, todo en él era fuerte. ¿Había utilizado esa fuerza de algún modo contra ella?
Nunca había abusado de una mujer antes, pero nunca antes en su vida había estado tan excitado. ¿De algún modo le había hecho daño? El pensamiento hizo que se le revolviera el estómago.
Lo segundo en su pequeña lista de pesadillas era que no le había hecho daño pero de algún modo... la había disgustado. Porque de otro modo, ¿por qué le evitaba? Esos pequeños momentos de apagones podrían no haber sido violentos, pero quizá pensaba que él era alguna clase de maníaco sexual o adicto al sexo. Del tipo sobre el que podías leer en internet. Del tipo que iba a los programas de autoayuda para adictos.
Hola, me llamo Nicholas y no puedo reprimirme.
Porque, bien, si pensaba que era un maníaco sexual, podía comprender porqué. Su polla no se había bajado ni una vez en toda la noche. Ni un poquito. Era como si estuviera conectado a ella y siempre que estaba cerca, él se excitaba.
Tampoco era un pensamiento feliz, aunque dejarla creer que estaba loco por el sexo era marginalmente mejor que tenerla pensando que era violento.
—Porque si lo es —continuó Harry con su voz tranquila— si es la misma mujer, entonces eres mucho más idiota de lo que siempre sospeché que eras. Porque claramente, la dama no contesta. A su teléfono o a la puerta. Y quizá no contesta porque estás llamando cada cinco minutos —se encogió de hombros y abrió las manos en un gesto de «es lógico».
La mirada aguda de Mike fue de Harry y de vuelta a Nicholas.
—Entonces… la misión es proteger a la tía buena de la otra acera. Quien no te habla. Parece que follártela una vez no fue suficiente…
El resto de la frase quedó estrangulada en la garganta de Mike, justo detrás del antebrazo de Nicholas, que lo apretaba contra la pared. Había sucedido sin pensarlo, sin planearlo, en un instante. Las palabras salieron de la boca de Mike y Nicholas se lanzó. Ni siquiera sintió los pies mientras saltaba sobre Mike, lanzándolo con tanta fuerza contra la pared que su cabeza rebotó. No fue planeado ni premeditado. Sólo se encontró tratando de golpear a Mike y que atravesara la pared con el brazo sobre su garganta. Débilmente, fue consciente de que Mike se volvía rojo, sus duros puñetazos no tenían ningún efecto y de que Harry gritaba, de que Harry le tiraba del brazo...
Los ruidos se volvieron más fuertes, penetrando por fin en la estática salvaje de su cabeza. Pedazos de él regresaron. Comenzó a sentir los puñetazos de Mike y el agarre de Harry.
No habría supuesto ninguna diferencia excepto por el hecho de que con las voces se filtraba un poco de sentido común en su cabeza, y se dio cuenta de que estaba haciendo todo lo posible por estrangular a su propio hermano. Dejando caer el brazo, retrocedió.
—Eh, tío —resolló Mike con la voz ronca. Se inclinó hacia delante con las manos en las rodillas, respirando con grandes jadeos.
o.O
vuelvo más tarde!
Lu wH!;*
:hi:
aqui traigo más nove! :)
les va a encantar!
las leo más tarde! ^.^
Capitulo 7 (Parte 1)
San Diego
29 de junio
Nicholas colgó el teléfono por millonésima vez rechinando los dientes. _____(tn) no contestaba. No había cogido el teléfono la primera vez que había llamado, no había cogido el teléfono la trigésima vez ni la cuadragésima.
Sabía que la definición de locura era hacer lo mismo una y otra vez, esperando un resultado diferente cada vez.
¿Estaba loco? Sólo Dios lo sabía. Seguro que no estaba enteramente cuerdo. Había estado haciendo ping pong por las paredes de su cerebro desde que despertó en un resplandor postcoital diferente a cualquiera que hubiera tenido jamás, sólo para encontrar que _____(tn) se había marchado a hurtadillas mientras dormía. Sin una palabra, sin ni siquiera una maldita nota.
Debía de haber estado en coma, porque no había modo alguno de que no le hubiera despertado el ruido de una persona al vestirse aunque fuera la persona más silenciosa de la Tierra. En el campo de batalla había oído el ruido de una piedra cayendo por una ladera mientras dormía, y cuando los tangos llegaron al campamento se encontraron con sólo las ascuas de un fuego y una emboscada.
Por no mencionar el hecho de que su sistema de seguridad enviaba un mensaje a su teléfono móvil cada vez que la puerta principal se abría. También había dormido mientras sucedía eso.
Todo lo de esa mañana había salido mal, torcido, después de la noche de sexo más fabulosa que hubiera tenido jamás. Al principio, había ido tropezando con ojos lagañosos de habitación en habitación, esperando insensatamente encontrarla… en algún sitio. Fuera en el balcón. En el cuarto de baño. Quizá en la cocina sorbiendo una taza de café.
Le había tomado dar dos vueltas a la casa antes de que le golpeara en la cabeza que sus ropas ya no estaban. Y tampoco _____(tn). Se había frotado el pecho cuando lo comprendió. Dolía como si le hubieran golpeado con fuerza.
Ahí fue cuando hizo su primera llamada telefónica, a su casa, pateándose el culo porque había estado demasiado ocupado con su polla para pensar en pedirle su número de teléfono móvil. Bien, una búsqueda rápida en una base de datos medio legal se encargó de eso.
El mensaje del buzón de voz del teléfono móvil era uno enlatado, de la compañía, invitándole a dejar algún recado. Algo que hizo, repetidas veces.
En el número de teléfono de casa había conseguido la primera muestra de «Ha llamado a casa de los Pearce. No podemos contestar en este momento, por favor deje un mensaje y le llamaremos tan pronto como podamos».
Regla número uno en el negocio, no creas un anuncio enlatado. Estaba allí con el compruebe del correo. Pero tío, se lo había creído y dejó un mensaje largo e incoherente, en un tono básico que decía «Regresa a mí».
Entró a trompicones en la ducha y mantuvo un inalámbrico a su lado para no perder la llamada.
Porque por supuesto, ella llamaría tan pronto como pudiera. No llamaba ahora mismo porque estaba… en el cuarto de baño o algo. O quizá atendiendo a su padre.
Así que había llamado otra vez cinco minutos más tarde, calculándolo al segundo. Porque bien, colgar y llamar otra vez sería un poco… obsesivo. ¿No?
No fue hasta la décima vez que llamó, mientras conducía a la oficina, que se le ocurrió que no contestaba porque estuviera ocupada.
No contestaba porque no quería hablar con él. Jesús.
Lo estaba evitando.
También había apagado su teléfono móvil.
Las últimas diez llamadas a su casa habían sido desde la oficina. Cada una contestada por «Ha llamado a casa de los Pearce... »
Nicholas miró fijamente el teléfono, tamborileando con los dedos.
Tenía previsto salir con un cliente muy rico, tan tonto como una piedra y que indudablemente proporcionaría un buen flujo de dinero en los años venideros.
Tenía algunos catálogos de equipo de seguridad que revisar.
Tenía correos electrónicos que contestar.
Tenía el presupuesto del año que viene para repasar.
Tenía que llamar a su contable. Tamborileó con los dedos otra vez y dejó salir un aliento frustrado.
Joder.
Nicholas cogió el teléfono móvil y llamó a Mike.
—Eh —la voz profunda y tranquila de Mike le calmó un poco. Mike siempre era frío, pero era especialmente frío con las damas. Nunca le entrarían sudores ni pánico porque una mujer desapareciera después de una noche de sexo caliente. Las noches de sexo caliente eran la especialidad de Mike.
No es que Nicholas estuviera sudando o tuviera pánico. No, no.
—Hola —la voz de Nicholas fue ronca. Carraspeó—. Escucha, tengo que pedirte un favor.
—Dispara —era una de las expresiones favoritas de Mike, irónico, viniendo de un francotirador. —Necesito que aparezcas por la casa de una mujer. Quiero que vayas en un coche patrulla, luces encendidas, vestido con tu uniforme del SWAT, con todo el jodido equipo. Armado. Con aspecto aterrador —para Mike, no sería difícil. El equipo especial de protección corporal convertía su pecho de barril en un muro inmenso. No querrías joder a Mike. Particularmente no querrías joderle cuando era su turno, completamente equipado y armado.
Exactamente lo que Nicholas quería. Deseaba que Mike asustara a muerte a esos dos cabronazos. Cada pelo de su cuerpo se había erizado cuando les había visto salir al porche para mirar fijamente a _____(tn), silbando y aullando. El modo en que la habían mirado había hecho que algo se retorciera en su estómago. Su conducta había sido la clásica de un depredador. Rodeando cautelosamente, acercándose. Uno de los cabrones había tocado su coche mientras estaba dentro, había dicho _____(tn). El siguiente paso era tocarla. Y el siguiente después de eso era agarrarla la siguiente vez que llegara a casa después del anochecer, violarla.
Sobre su cadáver.
Nicholas no tenía ilusiones sobre el modo en que funcionaba el mundo. Los fuertes cazaban a los débiles y en este mundo, los débiles incluían más o menos a todas las mujeres y a todos los niños. Había visto suficientes mujeres y niños crecer golpeados hasta la sumisión para saber que alguien percibido como débil, sin un protector, iba a atraer violencia, más pronto que tarde. Era inevitable. Había pasado toda su vida poniéndose delante del débil, protegiéndolos. Los tres, Nicholas, Harry y Mike habían pasado sus vidas tratando de detener algo que nunca podía ser detenido, sólo ralentizado. _____(tn) era como un cordero atado a la estaca como cebo.
Sin importar como hubiera sido la casa en tiempos de su abuela, ahora estaba en medio de un vecindario que degeneraba diariamente. Con una recesión tan mala, que apostaría a que los dos hombres estaban en el paro. Hombres desempleados y resentidos, colocados por las drogas o la bebida, sin nada que hacer en todo el día excepto fantasear… Bien, ésos no eran los mejores vecinos para una mujer.
Especialmente una mujer como _____(tn).
Magnífica, fuera de lo normal, viviendo sola con un ama de llaves y un padre enfermo.
Oh sí, para hombres como esos dos cabrones del porche, y probablemente para otros en el desvencijado vecindario, ella era una presa madura.
Bien, Nicholas pondría fin a eso. Primero, Mike pasaría durante unos días y dejaría claro que _____(tn) tenía amigos en la policía y que estaban atentos a ella. Y luego, independientemente de lo que sucediera entre él y _____(tn), Nicholas pensaba tener una pequeña charla con esos dos. Y pagarían sus malditas cuentas del hospital.
Primero Mike.
—Necesito que vayas al 346 de la Avenida Mulberry. Es la casa de una mujer llamada…
—_____(tn) Pearce —dijo Mike, no por el móvil, que estaba deslizando en el bolsillo de su chaqueta. Estaba en la puerta de la oficina exterior y Harry estaba justo detrás de él. Harry, mucho más alto, se cernía sobre Mike—. Sí, lo sé.
Los dos entraron, se acomodaron en los dos sillones enfrente del sofá donde Nicholas estaba estirado. Ambos se apoltronaron como si se necesitara cortapernos y una grúa para sacarlos de allí.
Oh, joder, el ataque doble. Los tres habían estado en el lado que recibía alguna u otra vez.
Uno de ellos se metía en un lío y los otros se aliaban contra él. Parecía que era su turno. Se hundió en el sofá, sabiendo lo que venía y sabiendo que no iba a ser divertido.
Nicholas los miró, sus hermanos, los hombres en los que confiaba, a los que quería, hombres por los que mataría, hombres por los que moriría sin dudarlo, y deseaba que se fueran. Ahora.
Que desparecieran en un soplo de viento.
Pero la parte del palo podía esperar porque primero debía ocuparse de su negocio.
Clavó la mirada en Mike.
—Sí. _____(tn) Pearce —preferiría morir que dejarles saber que decir su nombre le dolía—. Justo enfrente al otro lado de la calle hay una pensión, en el número 321. Hay dos idiotas, uno negro y uno blanco. Peinado rasta, pantalones con el tiro hasta las rodillas, lo habitual. Se han fijado en Ni… la señorita Pearce, acosándola. Quiero que vayas y hagas una demostración de fuerza. Vete a la casa. Deja claro que está protegida, que la policía la cuida. Que cualquiera que la moleste lo lamentará de verdad. Y quiero que lo hagas en el próximo par de días. Quiero asegurarme de que los cabrones reciben el mensaje. Alto y claro.
Mike asintió.
—Hecho.
Harry lo miró pensativamente, con sus largos dedos bajo el mentón. Harry tenía un aspecto horrible, como si no hubiera dormido en meses. Había estado en el lado de recibir el ataque doble muchas veces desde que había vuelto a casa, especialmente mientras intentaba ahogar sus penas en cerveza.
Nicholas y Mike habían tratado de llevarle a rehabilitación física pero cuando Harry se negó, contrataron a un tipo que Mike conocía. Bjorn parecía un luchador de lucha libre y comenzó a dar palizas a Harry para ponerle en forma, tanto si quería como si no. Ahora se movía un poco más fácilmente y no como un viejo de ochenta años. Se quejaba eternamente sobre Bjorn, el terapeuta, y le llamaba el nazi, aunque Bjorn había emigrado de Noruega. Harry intentaba cada truco del libro, incluido lo de no abrir la puerta cuando Bjorn aparecía con su bolsa de aceites de masaje y lo que Harry juraba que eran sus instrumentos de tortura. Nicholas le dio entonces a Bjorn una copia de la llave del apartamento y todos ignoraron sus quejas hasta que finalmente pararon. Nicholas le forzó a volver al trabajo y eso le vino bien. Comenzaba a recuperar algo de peso, aunque la cosa de dormir no iba bien, a juzgar por las inmensas ojeras azul oscuro bajo los ojos.
Harry era un imán para los líos. Si estaba con Mike, quería decir que pensaban que Nicholas estaba en más líos que Harry.
Bien, joder.
Harry le miró fijamente con su violenta mirada dorada.
—¿Sería esa la misma _____(tn) Pearce a la que has estado llamando cada cinco minutos toda la mañana?
Nicholas rechinó los dientes.
—¿Y a cuyo timbre has estado llamando cada cuarto de hora?
Nicholas hundió aún más en el sofá.
Ella no había ido a trabajar esta mañana. Eso era lo que le estaba volviendo loco. Apenas podía permanecer en el mismo cuarto con los pensamientos que le estallaban en la cabeza como granadas.
No había nada bueno en el hecho de que _____(tn) Pearce no hubiera aparecido por el trabajo, nada. Todas y cada una de las opciones en las que podía pensar eran malas. La peor, la peor de todas… que le había hecho daño. Estaba en la cama en su casa o estaba… ¡Dios!... en la consulta de un médico o en el hospital. Se dijo a sí mismo que debía calmarse porque lo único que sabía era que no la había podido herir lo suficiente como para necesitar cuidados médicos, pero como un perro rabioso, era un pensamiento que no podía alejar. Seguía dándole vueltas, gruñendo y tratando de morder.
Hubo algunas veces la otra noche que no había sido suave. Y su memoria no estaba siempre clara. Nicholas tenía una excelente memoria, una capacidad innata que había sido afilada con la instrucción. Podía recordar un mapa que hubiera visto solo una vez lo bastante bien como para guiarse por él, podía recordar una cara sin importar cuanto tiempo hiciera que no la hubiera visto; una vez que conducía por una ruta, nunca la olvidaba.
Pero los pedazos de la última noche estaban envueltos en tanto calor y electricidad que era como si tuviera partes del cerebro cortocircuitadas. Recordaba su polla hundiéndose en ella sin descanso, pero no podía recordar que hacían sus manos. ¿La sostenían abajo? Tenía manos fuertes, todo en él era fuerte. ¿Había utilizado esa fuerza de algún modo contra ella?
Nunca había abusado de una mujer antes, pero nunca antes en su vida había estado tan excitado. ¿De algún modo le había hecho daño? El pensamiento hizo que se le revolviera el estómago.
Lo segundo en su pequeña lista de pesadillas era que no le había hecho daño pero de algún modo... la había disgustado. Porque de otro modo, ¿por qué le evitaba? Esos pequeños momentos de apagones podrían no haber sido violentos, pero quizá pensaba que él era alguna clase de maníaco sexual o adicto al sexo. Del tipo sobre el que podías leer en internet. Del tipo que iba a los programas de autoayuda para adictos.
Hola, me llamo Nicholas y no puedo reprimirme.
Porque, bien, si pensaba que era un maníaco sexual, podía comprender porqué. Su polla no se había bajado ni una vez en toda la noche. Ni un poquito. Era como si estuviera conectado a ella y siempre que estaba cerca, él se excitaba.
Tampoco era un pensamiento feliz, aunque dejarla creer que estaba loco por el sexo era marginalmente mejor que tenerla pensando que era violento.
—Porque si lo es —continuó Harry con su voz tranquila— si es la misma mujer, entonces eres mucho más idiota de lo que siempre sospeché que eras. Porque claramente, la dama no contesta. A su teléfono o a la puerta. Y quizá no contesta porque estás llamando cada cinco minutos —se encogió de hombros y abrió las manos en un gesto de «es lógico».
La mirada aguda de Mike fue de Harry y de vuelta a Nicholas.
—Entonces… la misión es proteger a la tía buena de la otra acera. Quien no te habla. Parece que follártela una vez no fue suficiente…
El resto de la frase quedó estrangulada en la garganta de Mike, justo detrás del antebrazo de Nicholas, que lo apretaba contra la pared. Había sucedido sin pensarlo, sin planearlo, en un instante. Las palabras salieron de la boca de Mike y Nicholas se lanzó. Ni siquiera sintió los pies mientras saltaba sobre Mike, lanzándolo con tanta fuerza contra la pared que su cabeza rebotó. No fue planeado ni premeditado. Sólo se encontró tratando de golpear a Mike y que atravesara la pared con el brazo sobre su garganta. Débilmente, fue consciente de que Mike se volvía rojo, sus duros puñetazos no tenían ningún efecto y de que Harry gritaba, de que Harry le tiraba del brazo...
Los ruidos se volvieron más fuertes, penetrando por fin en la estática salvaje de su cabeza. Pedazos de él regresaron. Comenzó a sentir los puñetazos de Mike y el agarre de Harry.
No habría supuesto ninguna diferencia excepto por el hecho de que con las voces se filtraba un poco de sentido común en su cabeza, y se dio cuenta de que estaba haciendo todo lo posible por estrangular a su propio hermano. Dejando caer el brazo, retrocedió.
—Eh, tío —resolló Mike con la voz ronca. Se inclinó hacia delante con las manos en las rodillas, respirando con grandes jadeos.
o.O
vuelvo más tarde!
Lu wH!;*
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