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Fuego Cruzado - NicholasJ&Tu (Adaptación) - TERMINADA
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Fuego Cruzado - NicholasJ&Tu (Adaptación) - TERMINADA
oooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooohhhhh
pero que caaaapiiisss
tan mas interesanteeeee!!!
de segurooooo toda la nove estaraaa siiiii
asi que siguela porfiisss
pero que caaaapiiisss
tan mas interesanteeeee!!!
de segurooooo toda la nove estaraaa siiiii
asi que siguela porfiisss
chelis
Re: Fuego Cruzado - NicholasJ&Tu (Adaptación) - TERMINADA
Jejejeje no me imagino a Nick así
Pero aun así se debe ver sexy :D
Y waaaaaa jajajajaja la rayis asustada jejejeje
Ahijó plis tienes que seguiría ya!!
Pero aun así se debe ver sexy :D
Y waaaaaa jajajajaja la rayis asustada jejejeje
Ahijó plis tienes que seguiría ya!!
Karli Jonas
Re: Fuego Cruzado - NicholasJ&Tu (Adaptación) - TERMINADA
me perdi un poko peroo ya le boy aggarando la trama al kAPI
PERO SIGUELAA
PORFAAAAAA
mariely_jonas
Re: Fuego Cruzado - NicholasJ&Tu (Adaptación) - TERMINADA
chelis escribió:oooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooohhhhh
pero que caaaapiiisss
tan mas interesanteeeee!!!
de segurooooo toda la nove estaraaa siiiii
asi que siguela porfiisss
Ha! la verdad si es muy interesante :)
bueno ya viene el siguiente capitulo! :D
HeyItsLupitaNJ
Re: Fuego Cruzado - NicholasJ&Tu (Adaptación) - TERMINADA
*Karli Jonas Lovato* escribió:Jejejeje no me imagino a Nick así
Pero aun así se debe ver sexy :D
Y waaaaaa jajajajaja la rayis asustada jejejeje
Ahijó plis tienes que seguiría ya!!
super hot!
hahaha ya viene el siguiente capitulo! :)
HeyItsLupitaNJ
Re: Fuego Cruzado - NicholasJ&Tu (Adaptación) - TERMINADA
mariely_jonas escribió:
me perdi un poko peroo ya le boy aggarando la trama al kAPI
PERO SIGUELAA
PORFAAAAAA
:) siguiente capitulo en camino! ;)
HeyItsLupitaNJ
Re: Fuego Cruzado - NicholasJ&Tu (Adaptación) - TERMINADA
Hola Chicas! :)
Espero esten mega bien!
bueno me agrada saber que la novela les esta gustando! :risa:
ahora les traigo el siguiente capitulo!
o.O que tal!
opinen....
las leo más tarde! ;)
Lu wH!;*
:hi:
Espero esten mega bien!
bueno me agrada saber que la novela les esta gustando! :risa:
ahora les traigo el siguiente capitulo!
Capitulo 1 (Parte 2)
—¿Necesitas ayuda? —preguntó el espeluznante rufián que trabajaba en la
compañía de seguridad al otro lado del pasillo.
La cabeza de ____(tn) se giró, los latidos de su corazón disparándose con pánico en su pecho. Oh Dios, allí estaba, alto y ancho, oscuro y severo. Asustándola como el demonio. Un minuto antes él no estaba ahí. Todos en su planta llegaban antes de que abriera la empresa a las nueve de la mañana, por lo que había estado segura de estar sola mientras buscaba las llaves, perdiendo los nervios en silencio.
¿Cómo podía un hombre tan grande moverse tan silenciosamente? De acuerdo, su cabeza seguía inmersa en la tragedia de no encontrar las llaves, pero aun y así. Era enorme. Debería haber hecho algo de ruido, ¿no? Ahora que lo pensaba, las veces que le había visto ir y venir a través del pasillo de lo que asumió que era su lugar de trabajo, fueron completamente en silencio.
Aterrador.
Lo miró cautelosamente, las manos todavía en el bolso grande que usaba a menudo como maletín. Estaba de pie con los brazos cruzados, apoyando su espalda contra la pared. Parecía completamente fuera de lugar en el elegante pasillo. Alto, de hombros inmensamente anchos, de mirada severa y adusta.
Perfecto si Central Casting hubiera enviado una llamada urgente para presentarse en el set al enorme e intimidante matón.
Pero Central Casting no lo había hecho. Tenía la sede en el edificio Morrison, en el centro de San Diego y unos perfectamente agradables y perfectamente domesticados oficinistas, algunos un poquito extravagantes, pero inofensivos si estaban en el departamento de publicidad.
Rufián no tenía nada que hacer aquí, mirándola con ojos oscuros, calmados, y sin titubear, completamente fuera de lugar en el contexto enfatizado por el color crema y verde azulado, los caros apliques de cristal de Murano en la pared, la falsa consola Luis XV de plexiglás de Philippe Starck con los muy reales lirios en un jarrón Steuben.
Había elegido pagar un alquiler alto por una oficina pequeña en un exclusivo edificio cerca del PETCO Park precisamente por su clase, el diseño elegante le agradaba y por eso, bien, para gritar a los cuatro vientos su éxito, esperando que nadie pudiera oír el sonido crepitante de los problemas financieros subyacentes de su nueva compañía.
Todo el mundo en el edificio iba y venía afanosamente en oleadas matutinas y vespertinas, bien vestidos, bien arreglados, y muy ocupados, ocupados, ocupados. Incluso después del desplome de la Bolsa, todos ellos hacían un esfuerzo por parecer pulcros, prósperos y exitosos, lo cual era por lo que Rufián estaba fuera de lugar.
El alquiler se llevaba un buen pedazo de los ingresos de su flamante empresa, y su oficina tenía el tamaño de un dedal, pero le gustaba. Había firmado el contrato media hora después de que el agente inmobiliario se la enseñara. Esto era, por supuesto, antes de que Rufián empezara a rondar por el vestíbulo. Cada vez que se giraba parecía que él estaba allí. Enorme, vestido como un motero. O como imaginaba que vestiría un motero ¿cómo iba a saberlo? Los moteros eran escasos mientras crecía en los consulados y embajadas de todo el mundo.
Llevaba puestos unos vaqueros mugrientos y rotos, una camiseta negra lavada tantas veces que era de un gris sucio en lugar de negro, y algunas veces una chaqueta de aviador de cuero negro.
El cabello negro, grueso y demasiado largo, una barba negra mugrienta, nada parecido a la incipiente barba tan chic y deportiva de los tipos que trabajaban en la agencia de publicidad dos puertas más abajo. No, era un hombre con una poblada barba que no se había afeitado en muchas semanas.
Pero más allá de seguir las modas yuppies y el código de acicalamiento, Rufián era diferente, de otra manera, a todas las personas del edificio. Nunca olvidaría la primera vez que lo vio en el ascensor, apoyando un brazo contra la pared, cabeza gacha, parecía un guerrero que acabara de volver de la batalla.
Sólo que allí, que ella supiera, no había ninguna guerra en marcha en el centro de
San Diego.
Él desapareció dentro de su oficina al otro lado del vestíbulo, pasando por un sistema de seguridad bastante sofisticado por lo que imaginó que trabajaba allí. ¿Era una de esas personas contratadas para realizar tareas desagradables? Ella había sido consciente de su escrutinio cuando entró y salió de su oficina.
Nunca la observó abiertamente, pero pudo sentir su mirada como si fuera un foco. Ahora, a saber, Dios la ayudara, sí la miraba abiertamente, los brazos cruzados por delante de ese pecho absurdamente ancho, serio, la mirada feroz y sin titubeos.
—¿Necesitas ayuda? —le preguntó otra vez. La voz estaba a la altura de su físico, tono bajo y profundo enviándole vibraciones a su diafragma.
Entonces, otra vez, quizás las vibraciones fueran de pánico. Sin llaves. Definitivamente, eso no le estaba ocurriendo. No, además del Viaje al Infierno hasta llegar al trabajo. De entre todos los días para quedarse sin llaves...
—No, estoy en ello —____(tn)enseñó los dientes en lo que esperaba que se tomara como una sonrisa, porque no había puesto el corazón en ello.
Lo que no tenía y sí necesitaba muy desesperadamente era la llave de su oficina. La llave de la oficina que estaba en su llavero plateado de Hermés que fue un regalo de cumpleaños de su padre, en aquellos días, cuando él podía trabajar y caminar por sí mismo. El juego de llaves que siempre, siempre, estaba en el bolsillo delantero de su bolso, menos cuando... no estaban. Como ahora. ____(tn) meditó sobre si darse de golpes contra la puerta de la oficina o no, pero por mucho que le gustara, no podía hacerlo. No bajo la intensa mirada de Rufián. Eso se lo reservaba para cuando se hubiera ido finalmente.
Él la observaba mientras revisaba una vez más los bolsillos de su chaqueta de lino, primero uno, luego el otro, luego su bolso, una y otra vez, en su pequeña rutina de tres movimientos del infierno.
Nada.
Era horrible tener a alguien viéndola en un momento de pánico y angustia. La vida le había arrebatado tanto últimamente. Una de las pocas cosas que le quedaban era su dignidad, y ésa estaba dando vueltas hacia el desagüe, rápidamente.
Intentó dejar de temblar. Este edificio era de ese tipo en el que una siempre mantenía las apariencias y en el que jamás perdías tu frialdad, jamás. De otro modo te subían el alquiler.
Era tan horroroso rebuscar desesperadamente en su bolso, con el sudor cayéndole por el rostro aunque los potentes aires acondicionados del edificio mantuvieran la temperatura constante a diecisiete grados. Podía sentir el sudor cosquilleando al bajar por su espalda y tuvo que parar, cerrar los ojos por un instante y reagrupar su control. Respirar profundamente, dentro y fuera.
Tal vez Rufián desaparecería si mantenía los ojos cerrados durante el tiempo suficiente. Imaginarse que deseaba mucho, mucho, que él se fuera. Hacer eso de ser un buen caballero, e irse.
Pero no tenía tanta suerte.
Cuando volvió a abrir los ojos, el tipo seguía allí. Oscuro y duro, a menos de medio metro de la mesa auxiliar que quería usar. Miró al suelo de pizarra y a la consola transparente y apretó los dientes. De las dos elecciones horribles, acercarse a él para vaciar el contenido de su bolso en la mesa era ligerísimamente más digno que simplemente dejarse caer y tirar todo lo de su bolso al suelo.
Acercándose a él cautelosamente (estaba bastante segura de que no era peligroso y que no la atacaría a plena luz diurna en un edificio público, pero era tan, tan grande y se veía tan increíblemente duro) llegó hasta la bonita mesita, cambió de sitio el florero con calas que había cambiado el encargado el día de antes, abrió su bolso por completo y sencillamente lo vació sobre la superficie transparente.
El ruido en el silencioso pasillo fue ensordecedor. Tenía sus llaves de casa, las llaves del coche, un disco duro portátil, una caja plateada para las tarjetas de visita y una tarjeta de memoria, todo lo cual hizo ruido. Y su neceser de piel para los cosméticos, un libro de tapa blanda, un libro de citas, una libreta, una agenda de direcciones, una funda de tarjetas de crédito… y todo revuelto.
Con sudor frío de pánico, ____(tn)removió entre los objetos sobre la mesa, comprobando cuidadosamente, una y otra vez, recitando cada objeto en voz baja como un mantra. Todo lo que debía estar allí, estaba allí.
Menos las llaves de la oficina.
Qué desastre. Unas obras en Robinson la habían obligado a dar un rodeo y por eso estaba abriendo la oficina a las nueve y cuarto en vez de a las nueve. A las nueve y media tenía una videoconferencia vital con un potencial cliente muy importante en Nueva York y sus dos mejores traductores rusos para negociar un gran trabajo. Un trabajo enorme. Un trabajo que representaría más del veinte por ciento de sus ingresos del próximo año. Un trabajo que necesitaba desesperadamente.
Las facturas médicas de su padre seguían aumentando y no se divisaba el fin.
Acababa de añadir una enfermera nocturna entre semana que le costaba dos mil dólares al mes. Una nueva ronda de radioterapia podría ser necesaria, eso le había dicho el doctor Harrison la semana pasada. Otros diez mil. Todo eso era dinero que no tenía y que había que ganarse. Rápido.
Si la conferencia iba bien, tal vez sería capaz de salir de sus problemas económicos, al menos por un poco. De ninguna manera tenía tiempo de cruzar el centro, volver a casa y coger las llaves. Por no mencionar que preocuparía a su padre, que estaba tan enfermo. Estaría preocupado y descentrado todo el día. Había dormido mal aquella noche. En absoluto quería que se preocupara.
Brandon Pearse tenía los días contados y ____(tn) estaba determinada a que fueran tan pacíficos como fuera posible.
Sencillamente no podía regresar a casa. Y sencillamente no podía permitirse el perder esa reunión. Su negocio de traducción, Wordsmith, era demasiado nuevo para permitirse perder este cliente, gestor de una de las sociedades de inversión más grandes de Nueva York, que buscaba invertir en futuros de gas natural en Siberia y en el mercado de valores ruso, y necesitaba traductores para las hojas técnicas y los análisis de mercado.
El sudor cosquilleaba en su espalda. Convirtió su temblorosa mano en un puño y golpeó suavemente la mesa, deseando simplemente cerrar los ojos en su desesperación. Esto no estaba pasando.
—Te puedo abrir la puerta. —Ella dio un salto ante las palabras dichas con una voz increíblemente baja y profunda. Cielos, en su miseria se había olvidado de
Rufián. Sus oscuros ojos la observaban cuidadosamente.
—Pero te costará algo.
Este no era un buen momento económico para ella, pero en ese preciso instante estaría dispuesta a pagar lo que fuera con tal de entrar en su oficina. Agarrando su chequera de la clara superficie de la mesa, se volvió hacia él. Éste la observaba sin expresión en su rostro. No tenía motivos para pensar que fuera un tipo decente, pero podía tener la esperanza de que no usara su obvia desesperación para arrasarla. Por favor, rogaba a la diosa de las mujeres desesperadas.
—De acuerdo, dime tu precio —dijo, abriendo la chequera, conteniéndose valerosamente de parpadear cuando vio su estado bancario. Dios, por favor, que no me pida el mundo entero, porque su cuenta iría directa a números rojos. Logró que la mano le dejara de temblar. No dejes que te vea temblar. Ella lo miró, con el bolígrafo y su chequera.
—¿Cuánto?
—Cena conmigo.
Ella de hecho había empezado a escribir, y se paralizó.
—¿Per-perdón? —miró por un segundo al cheque en blanco donde había empezado a escribir «cena con Rufián» en la línea de la cantidad.
—Cena conmigo —repitió él.
De acuerdo, no había sido una alucinación auditiva. Se le abrió la boca pero no salió absolutamente nada. ¿Que cenara con él? No lo conocía, no sabía nada de él excepto que parecía... duro. Instintivamente dio un paso atrás.
Él la observaba cuidadosamente, y asintió bruscamente como si hubiera dicho algo con lo que él concordara.
—No me conoces y haces bien en ser cauta. Así que empecemos con lo básico. — Alargó una mano enorme, callosa, bronceada y para nada demasiado limpia—. Nicholas Jonas, a tu servicio.
¿Nicholas Jonas? ¿Nicholas Jonas? ____(tn)no pudo evitarlo. Sus ojos fueron directamente a la brillante placa justo al lado de la puerta al otro lado del vestíbulo, que llevaba el nombre de lo que entendía debía ser la compañía más exitosa del edificio. JONAS SECURITY. Él siguió su mirada y esperó hasta que lo volviera a mirar a él.
Tal vez era el primo oveja negra de la familia del propietario. O el hermano. O
algo. Había que preguntarlo.
—¿Eres… hum… familia del señor Jonas?
Él negó con la cabeza lentamente, sus oscuros ojos jamás apartándose de los suyos.
—La compañía me pertenece.
Oh. Guau. Qué vergüenza.
Él estaba allí de pie, todavía alargando la mano. Los padres de ____(tn)le habían enseñado buenos modales. Había estrechado las manos a tiranos y dictadores y sospechosos de terrorismo en embajadas de todo el mundo. Era literalmente imposible para ella no poner la mano entre las suyas.
Lo hizo cautelosamente, y su mano sencillamente engulló la de ella. La piel de su palma estaba muy caliente, callosa y áspera. Por un momento se sintió asustada de que tal vez fuera uno de esos hombres que probaban su masculinidad por el apretón de su mano. La mano de este hombre podía destrozar la suya sin dificultad y ella se ganaba la vida con su teclado.
Para su alivio eterno, él solamente la apretó de manera suave durante tres segundos y luego se la soltó.
—En-encantada de conocerte —tartamudeó, porque de verdad, ¿qué otra cosa podía decir?—. Hum... —Y necesitaba tan desesperadamente entrar en su oficina.
Ya—. Mi nombre es ____(tn).
—Sí, lo sé, señorita Pearce. —Él inclinó la cabeza formalmente. Sus ojos eran muy oscuros y, ahora lo comprendía, muy inteligentes—. Así que... mi precio, veamos si puedo convencerte de que no soy un riesgo para tu seguridad.
Él sacó un delgado y enormemente caro teléfono móvil. Uno que ____(tn)codiciaba locamente, tanto por su funcionalidad como por el estilo, pero al final no se había decidido por él sencillamente porque estaba fuera de su actual liga financiera. Apretó dos botones (a quien fuera que llamara estaba en su marcación rápida) y esperó. Ella podía oír cómo sonaba el teléfono y luego una profunda voz masculina contestando:
—Espero que sea algo bueno.
—Tengo conmigo aquí a una dama a la que quiero pedirle que cene conmigo pero no me conoce y no está demasiado segura de mi buen carácter, Héctor, así que te he llamado para que le des tu visto bueno. Deja ver tu cara y habla con la dama.
Su nombre es ____(tn). —Esperó un latido—. Y di cosas buenas. ____(tn)aceptó el teléfono cautelosamente. El vídeo mostraba el oscuro y hermoso rostro del recién nombrado alcalde de San Diego, Héctor Villareal, vestido con una camiseta de golf naranja brillante, con un palo de golf sobre el hombro fuera de conexión, ojos entrecerrados por la brillante luz del sol.
—Hola señorita Pearce. —La profunda voz sonaba alegre.
Ella se aclaró su voz e intentó no sonar recelosa.
—Señor alcalde.
—Así que —sonreía, las cejas arqueadas— ¿quiere salir a cenar con Nicholas Jonas? ¿Está segura? —había humor en la voz ligeramente acentuada.
—Bueno, en realidad, hum...
Pero no era necesario hablar con un político, ellos lo hacían por ti.
—No se preocupe. Nicholas es un tipo genial, la tratará bien, sin duda alguna. Pero en verdad debo advertirle sobre algo, señorita Pearce, y es algo serio.
A ella empezó a latirle el corazón y miró el rostro duro e impasible de Nicholas Jonas.
Él podía oírlo perfectamente, ya que el alcalde Villarreal estaba hablando al máximo de su voz.
—¿Sí, señor alcalde?
—Jamás juegue a póquer con él. Ese hombre es un tiburón. —Se oyó una sonora carcajada y la conexión se interrumpió.
____(tn)deslizó lentamente el teléfono para cerrarlo y miró a Nicholas Jonas.
Estaba completamente inmóvil; la única cosa que se movía era su enorme pecho mientras respiraba lentamente. Tuvo el extremado buen gusto de no parecer petulante o demasiado satisfecho.
En ese rostro duro, oscuro y con barba no había expresión. Sencillamente la observaba para ver qué hacía ella.
Le alargó el teléfono por un extremo y él lo tomó por el otro. Durante un momento estuvieron conectados por cinco centímetros de cálido plástico, después ____(tn)dejó caer su mano.
Se miraron el uno al otro, ____(tn)petrificada en el sitio y Rufián (no, Nicholas Jonas) igual de quieto que una oscura estatua de mármol. No había ningún sonido, absolutamente ninguno.
El edificio podría estar desierto, no se oían ni los habituales ruidos del aire acondicionado o de los ascensores yendo arriba y abajo.
Todo estaba quieto, en una animación suspendida. ____(tn)finalmente tomó un aliento profundo.
Deeeee acuerdo.
Bueno, parecía que Rufián (Nicholas Jonas) no era un asesino en serie o un traficante de drogas. De hecho, él, hum, era el propietario de una compañía que sabía que era muy exitosa. El éxito de Jonas Security constituía una porción significativa de la maquinaria de cotilleo que estaba viva y coleando en el edificio Morrison.
Jonas Security era ciertamente mucho más exitosa que Wordsmith, que se mantenía a duras penas con vida gracias a nuevos clientes.
Si el extremadamente peligroso y seriamente desaliñado hombre delante de ella, que la observaba callado, era Nicholas Jonas de Jonas Security, entonces seguramente podía hacerlo.
Un trato era un trato. Si podía de alguna manera abrir su puerta y permitirle hacer la videoconferencia, ella le debería mucho más de lo que podría ser pagado con un par de horas en una cena.
Él la observaba calladamente, de pie, muy quieto. Nueve y veintitrés. Hizo una profunda inspiración.
—De acuerdo, tienes una cita para cenar, una noche de tu elección. —Hizo un
gesto señalando detrás de ella—. Pero vas a tener que abrir mi puerta, señor Jonas, ahora mismo. Tengo una importantísima llamada de negocios a las nueve y media en punto, y si no hago esa llamada, entonces nuestro trato queda anulado.
Él asintió con la cabeza gravemente.
—Me parece justo. Y mi nombre es Nicholas.
—Nicole. —____(tn)apretó los dientes, mirando al gran reloj al final del pasillo y parpadeando. Si Nicholas Jonas iba a hacerla entrar en su oficina, tendría que hacerlo en los próximos seis minutos o estaba frita—. Me pregunto si... habrá un supervisor del edificio con una llave maestra...
—No —negó él con la cabeza—. Entonces... ¿hay trato?
—Em, sí, lo hay. —____(tn)apenas se contenía de dar golpecitos con el pie.
—¿Saldrás a cenar conmigo esta noche? —presionó él. Al mirarlo ella, encogió sus enormes hombros—. Desde que dejé la Armada y me convertí en hombre de negocios, he aprendido a atar los tratos bien atados.
De hecho se veía como el tipo de hombre que forzaría los tratos a punta de pistola.
Pero ella lo había prometido.
—Yo misma soy una reciente mujer de negocios y he aprendido a mantener mi palabra. Por lo tanto, sí, acepto tu invitación. Ahora, por favor, ábreme la puerta. Y si das una patada para abrirla, espero que pagues los daños.
—Por supuesto —murmuró él.
____(tn)dio otro vistazo a su reloj. Maldición. Le había costado varios días
conseguir esta conferencia. El cliente era uno de los «Amos del Universo» de Wall
Street, casi imposible fijar una cita con él.
El «Amo» en cuestión era un estreñido y cuando decía conferencia a las nueve treinta sería a las nueve treinta al segundo, y sabía que jamás llamaría de nuevo si no estaba en línea. Con un acento duro y nasal de Nueva «Yawk», las palabras escupiéndose más rápido de lo que las podía entender, le había dicho que no podría tener a nadie malgastando su tiempo porque su tiempo valía al menos mil dólares el minuto.
El mensaje no podía haber sido más claro. O estás al otro lado de la línea a las nueve y media o si no, estás fuera. ____(tn)trabajaba con dos profesores de económicas retirados, uno de los cuales había nacido en Rusia y llegado a los Estados Unidos de adolescente, y el otro estudió en Moscú durante diez años. Ellos serían perfectos para el trabajo de traducción a largo plazo y tenía toda la intención de pedirle al Amo del Universo precios altos. Su comisión por el trato iría a pagar la enfermera nocturna.
Quedaban cuatro minutos. Iba a perder esa cita, y probablemente el cliente. Tanto trabajo para... Miró desde su muñeca hacia arriba y parpadeó.
Su puerta estaba abierta de par en par, su pequeña y diminuta oficina mostrándose más allá.
Ella volvió su asombrada mirada a Nicholas Jonas, que estaba enderezándose y
apartándose de la puerta.
—¿Cómo has hecho eso? ¿Has forzado la cerradura?
Seguramente forzar la cerradura costaba algo de esfuerzo, ¿no? ¿Un poco de tiempo? En las pelis el ladrón tardaba siglos en abrir la cerradura. Ni siquiera se le veía satisfecho u orgulloso de sí mismo. De hecho, estaba con el ceño fruncido.
—No has mejorado la seguridad del edificio para nada —dijo, su profunda voz convirtiéndose en una acusación.
—Hum, no. —____(tn)se sintió como si hubiera caído en la madriguera del ratón.
El agente inmobiliario había subrayado la excelente seguridad del edificio y se había centrado en la calidad de los cierres de las oficinas—. ¿Se supone que tenía que hacerlo?
—Bueno, pues claro. Especialmente cuando es tan cutre como ésta. —Su ceño fruncido se profundizó mientras se guardaba algo en el bolsillo. Aunque a ella le encantaría ver si era una ganzúa, no tenía tiempo que perder.
Otra mirada a su reloj y corrió veloz a la oficina. Casi no llegaba para la videoconferencia. Tenía menos de dos minutos.
—Gracias señor Jonas. Así que me imagino que...
—Nicholas.
—Nicholas. —Apretó los dientes. Un minuto y medio—. Dime dónde encontrarnos y cuándo.
Frunció el ceño todavía más.
—Absolutamente no. Te recogeré en casa.
No tenía tiempo de discutir, ni tiempo siquiera de poner los ojos en blanco.
—De acuerdo. ¿Te va bien las siete? Vivo en la calle Mulberry. En el tres cuarenta
y seis de la calle Mulberry. ¿De acuerdo?
—Bien. Estaré allí a las siete para recogerte. —Un músculo de su mandíbula tuvo
un tic, aunque las palabras eran bajas y tranquilas.
¿Vivía lejos? Bueno, si tenía que atravesar la ciudad, lo había pedido él.
Ella había estado dispuesta a encontrarse con él en el restaurante.
Él se giró, ella cerró la puerta y sonó el teléfono.
____(tn)voló a cogerlo y oyó los tonos nasales del Amo. ¡Lo había logrado!
El precio era alto, pero lo había logrado.
compañía de seguridad al otro lado del pasillo.
La cabeza de ____(tn) se giró, los latidos de su corazón disparándose con pánico en su pecho. Oh Dios, allí estaba, alto y ancho, oscuro y severo. Asustándola como el demonio. Un minuto antes él no estaba ahí. Todos en su planta llegaban antes de que abriera la empresa a las nueve de la mañana, por lo que había estado segura de estar sola mientras buscaba las llaves, perdiendo los nervios en silencio.
¿Cómo podía un hombre tan grande moverse tan silenciosamente? De acuerdo, su cabeza seguía inmersa en la tragedia de no encontrar las llaves, pero aun y así. Era enorme. Debería haber hecho algo de ruido, ¿no? Ahora que lo pensaba, las veces que le había visto ir y venir a través del pasillo de lo que asumió que era su lugar de trabajo, fueron completamente en silencio.
Aterrador.
Lo miró cautelosamente, las manos todavía en el bolso grande que usaba a menudo como maletín. Estaba de pie con los brazos cruzados, apoyando su espalda contra la pared. Parecía completamente fuera de lugar en el elegante pasillo. Alto, de hombros inmensamente anchos, de mirada severa y adusta.
Perfecto si Central Casting hubiera enviado una llamada urgente para presentarse en el set al enorme e intimidante matón.
Pero Central Casting no lo había hecho. Tenía la sede en el edificio Morrison, en el centro de San Diego y unos perfectamente agradables y perfectamente domesticados oficinistas, algunos un poquito extravagantes, pero inofensivos si estaban en el departamento de publicidad.
Rufián no tenía nada que hacer aquí, mirándola con ojos oscuros, calmados, y sin titubear, completamente fuera de lugar en el contexto enfatizado por el color crema y verde azulado, los caros apliques de cristal de Murano en la pared, la falsa consola Luis XV de plexiglás de Philippe Starck con los muy reales lirios en un jarrón Steuben.
Había elegido pagar un alquiler alto por una oficina pequeña en un exclusivo edificio cerca del PETCO Park precisamente por su clase, el diseño elegante le agradaba y por eso, bien, para gritar a los cuatro vientos su éxito, esperando que nadie pudiera oír el sonido crepitante de los problemas financieros subyacentes de su nueva compañía.
Todo el mundo en el edificio iba y venía afanosamente en oleadas matutinas y vespertinas, bien vestidos, bien arreglados, y muy ocupados, ocupados, ocupados. Incluso después del desplome de la Bolsa, todos ellos hacían un esfuerzo por parecer pulcros, prósperos y exitosos, lo cual era por lo que Rufián estaba fuera de lugar.
El alquiler se llevaba un buen pedazo de los ingresos de su flamante empresa, y su oficina tenía el tamaño de un dedal, pero le gustaba. Había firmado el contrato media hora después de que el agente inmobiliario se la enseñara. Esto era, por supuesto, antes de que Rufián empezara a rondar por el vestíbulo. Cada vez que se giraba parecía que él estaba allí. Enorme, vestido como un motero. O como imaginaba que vestiría un motero ¿cómo iba a saberlo? Los moteros eran escasos mientras crecía en los consulados y embajadas de todo el mundo.
Llevaba puestos unos vaqueros mugrientos y rotos, una camiseta negra lavada tantas veces que era de un gris sucio en lugar de negro, y algunas veces una chaqueta de aviador de cuero negro.
El cabello negro, grueso y demasiado largo, una barba negra mugrienta, nada parecido a la incipiente barba tan chic y deportiva de los tipos que trabajaban en la agencia de publicidad dos puertas más abajo. No, era un hombre con una poblada barba que no se había afeitado en muchas semanas.
Pero más allá de seguir las modas yuppies y el código de acicalamiento, Rufián era diferente, de otra manera, a todas las personas del edificio. Nunca olvidaría la primera vez que lo vio en el ascensor, apoyando un brazo contra la pared, cabeza gacha, parecía un guerrero que acabara de volver de la batalla.
Sólo que allí, que ella supiera, no había ninguna guerra en marcha en el centro de
San Diego.
Él desapareció dentro de su oficina al otro lado del vestíbulo, pasando por un sistema de seguridad bastante sofisticado por lo que imaginó que trabajaba allí. ¿Era una de esas personas contratadas para realizar tareas desagradables? Ella había sido consciente de su escrutinio cuando entró y salió de su oficina.
Nunca la observó abiertamente, pero pudo sentir su mirada como si fuera un foco. Ahora, a saber, Dios la ayudara, sí la miraba abiertamente, los brazos cruzados por delante de ese pecho absurdamente ancho, serio, la mirada feroz y sin titubeos.
—¿Necesitas ayuda? —le preguntó otra vez. La voz estaba a la altura de su físico, tono bajo y profundo enviándole vibraciones a su diafragma.
Entonces, otra vez, quizás las vibraciones fueran de pánico. Sin llaves. Definitivamente, eso no le estaba ocurriendo. No, además del Viaje al Infierno hasta llegar al trabajo. De entre todos los días para quedarse sin llaves...
—No, estoy en ello —____(tn)enseñó los dientes en lo que esperaba que se tomara como una sonrisa, porque no había puesto el corazón en ello.
Lo que no tenía y sí necesitaba muy desesperadamente era la llave de su oficina. La llave de la oficina que estaba en su llavero plateado de Hermés que fue un regalo de cumpleaños de su padre, en aquellos días, cuando él podía trabajar y caminar por sí mismo. El juego de llaves que siempre, siempre, estaba en el bolsillo delantero de su bolso, menos cuando... no estaban. Como ahora. ____(tn) meditó sobre si darse de golpes contra la puerta de la oficina o no, pero por mucho que le gustara, no podía hacerlo. No bajo la intensa mirada de Rufián. Eso se lo reservaba para cuando se hubiera ido finalmente.
Él la observaba mientras revisaba una vez más los bolsillos de su chaqueta de lino, primero uno, luego el otro, luego su bolso, una y otra vez, en su pequeña rutina de tres movimientos del infierno.
Nada.
Era horrible tener a alguien viéndola en un momento de pánico y angustia. La vida le había arrebatado tanto últimamente. Una de las pocas cosas que le quedaban era su dignidad, y ésa estaba dando vueltas hacia el desagüe, rápidamente.
Intentó dejar de temblar. Este edificio era de ese tipo en el que una siempre mantenía las apariencias y en el que jamás perdías tu frialdad, jamás. De otro modo te subían el alquiler.
Era tan horroroso rebuscar desesperadamente en su bolso, con el sudor cayéndole por el rostro aunque los potentes aires acondicionados del edificio mantuvieran la temperatura constante a diecisiete grados. Podía sentir el sudor cosquilleando al bajar por su espalda y tuvo que parar, cerrar los ojos por un instante y reagrupar su control. Respirar profundamente, dentro y fuera.
Tal vez Rufián desaparecería si mantenía los ojos cerrados durante el tiempo suficiente. Imaginarse que deseaba mucho, mucho, que él se fuera. Hacer eso de ser un buen caballero, e irse.
Pero no tenía tanta suerte.
Cuando volvió a abrir los ojos, el tipo seguía allí. Oscuro y duro, a menos de medio metro de la mesa auxiliar que quería usar. Miró al suelo de pizarra y a la consola transparente y apretó los dientes. De las dos elecciones horribles, acercarse a él para vaciar el contenido de su bolso en la mesa era ligerísimamente más digno que simplemente dejarse caer y tirar todo lo de su bolso al suelo.
Acercándose a él cautelosamente (estaba bastante segura de que no era peligroso y que no la atacaría a plena luz diurna en un edificio público, pero era tan, tan grande y se veía tan increíblemente duro) llegó hasta la bonita mesita, cambió de sitio el florero con calas que había cambiado el encargado el día de antes, abrió su bolso por completo y sencillamente lo vació sobre la superficie transparente.
El ruido en el silencioso pasillo fue ensordecedor. Tenía sus llaves de casa, las llaves del coche, un disco duro portátil, una caja plateada para las tarjetas de visita y una tarjeta de memoria, todo lo cual hizo ruido. Y su neceser de piel para los cosméticos, un libro de tapa blanda, un libro de citas, una libreta, una agenda de direcciones, una funda de tarjetas de crédito… y todo revuelto.
Con sudor frío de pánico, ____(tn)removió entre los objetos sobre la mesa, comprobando cuidadosamente, una y otra vez, recitando cada objeto en voz baja como un mantra. Todo lo que debía estar allí, estaba allí.
Menos las llaves de la oficina.
Qué desastre. Unas obras en Robinson la habían obligado a dar un rodeo y por eso estaba abriendo la oficina a las nueve y cuarto en vez de a las nueve. A las nueve y media tenía una videoconferencia vital con un potencial cliente muy importante en Nueva York y sus dos mejores traductores rusos para negociar un gran trabajo. Un trabajo enorme. Un trabajo que representaría más del veinte por ciento de sus ingresos del próximo año. Un trabajo que necesitaba desesperadamente.
Las facturas médicas de su padre seguían aumentando y no se divisaba el fin.
Acababa de añadir una enfermera nocturna entre semana que le costaba dos mil dólares al mes. Una nueva ronda de radioterapia podría ser necesaria, eso le había dicho el doctor Harrison la semana pasada. Otros diez mil. Todo eso era dinero que no tenía y que había que ganarse. Rápido.
Si la conferencia iba bien, tal vez sería capaz de salir de sus problemas económicos, al menos por un poco. De ninguna manera tenía tiempo de cruzar el centro, volver a casa y coger las llaves. Por no mencionar que preocuparía a su padre, que estaba tan enfermo. Estaría preocupado y descentrado todo el día. Había dormido mal aquella noche. En absoluto quería que se preocupara.
Brandon Pearse tenía los días contados y ____(tn) estaba determinada a que fueran tan pacíficos como fuera posible.
Sencillamente no podía regresar a casa. Y sencillamente no podía permitirse el perder esa reunión. Su negocio de traducción, Wordsmith, era demasiado nuevo para permitirse perder este cliente, gestor de una de las sociedades de inversión más grandes de Nueva York, que buscaba invertir en futuros de gas natural en Siberia y en el mercado de valores ruso, y necesitaba traductores para las hojas técnicas y los análisis de mercado.
El sudor cosquilleaba en su espalda. Convirtió su temblorosa mano en un puño y golpeó suavemente la mesa, deseando simplemente cerrar los ojos en su desesperación. Esto no estaba pasando.
—Te puedo abrir la puerta. —Ella dio un salto ante las palabras dichas con una voz increíblemente baja y profunda. Cielos, en su miseria se había olvidado de
Rufián. Sus oscuros ojos la observaban cuidadosamente.
—Pero te costará algo.
Este no era un buen momento económico para ella, pero en ese preciso instante estaría dispuesta a pagar lo que fuera con tal de entrar en su oficina. Agarrando su chequera de la clara superficie de la mesa, se volvió hacia él. Éste la observaba sin expresión en su rostro. No tenía motivos para pensar que fuera un tipo decente, pero podía tener la esperanza de que no usara su obvia desesperación para arrasarla. Por favor, rogaba a la diosa de las mujeres desesperadas.
—De acuerdo, dime tu precio —dijo, abriendo la chequera, conteniéndose valerosamente de parpadear cuando vio su estado bancario. Dios, por favor, que no me pida el mundo entero, porque su cuenta iría directa a números rojos. Logró que la mano le dejara de temblar. No dejes que te vea temblar. Ella lo miró, con el bolígrafo y su chequera.
—¿Cuánto?
—Cena conmigo.
Ella de hecho había empezado a escribir, y se paralizó.
—¿Per-perdón? —miró por un segundo al cheque en blanco donde había empezado a escribir «cena con Rufián» en la línea de la cantidad.
—Cena conmigo —repitió él.
De acuerdo, no había sido una alucinación auditiva. Se le abrió la boca pero no salió absolutamente nada. ¿Que cenara con él? No lo conocía, no sabía nada de él excepto que parecía... duro. Instintivamente dio un paso atrás.
Él la observaba cuidadosamente, y asintió bruscamente como si hubiera dicho algo con lo que él concordara.
—No me conoces y haces bien en ser cauta. Así que empecemos con lo básico. — Alargó una mano enorme, callosa, bronceada y para nada demasiado limpia—. Nicholas Jonas, a tu servicio.
¿Nicholas Jonas? ¿Nicholas Jonas? ____(tn)no pudo evitarlo. Sus ojos fueron directamente a la brillante placa justo al lado de la puerta al otro lado del vestíbulo, que llevaba el nombre de lo que entendía debía ser la compañía más exitosa del edificio. JONAS SECURITY. Él siguió su mirada y esperó hasta que lo volviera a mirar a él.
Tal vez era el primo oveja negra de la familia del propietario. O el hermano. O
algo. Había que preguntarlo.
—¿Eres… hum… familia del señor Jonas?
Él negó con la cabeza lentamente, sus oscuros ojos jamás apartándose de los suyos.
—La compañía me pertenece.
Oh. Guau. Qué vergüenza.
Él estaba allí de pie, todavía alargando la mano. Los padres de ____(tn)le habían enseñado buenos modales. Había estrechado las manos a tiranos y dictadores y sospechosos de terrorismo en embajadas de todo el mundo. Era literalmente imposible para ella no poner la mano entre las suyas.
Lo hizo cautelosamente, y su mano sencillamente engulló la de ella. La piel de su palma estaba muy caliente, callosa y áspera. Por un momento se sintió asustada de que tal vez fuera uno de esos hombres que probaban su masculinidad por el apretón de su mano. La mano de este hombre podía destrozar la suya sin dificultad y ella se ganaba la vida con su teclado.
Para su alivio eterno, él solamente la apretó de manera suave durante tres segundos y luego se la soltó.
—En-encantada de conocerte —tartamudeó, porque de verdad, ¿qué otra cosa podía decir?—. Hum... —Y necesitaba tan desesperadamente entrar en su oficina.
Ya—. Mi nombre es ____(tn).
—Sí, lo sé, señorita Pearce. —Él inclinó la cabeza formalmente. Sus ojos eran muy oscuros y, ahora lo comprendía, muy inteligentes—. Así que... mi precio, veamos si puedo convencerte de que no soy un riesgo para tu seguridad.
Él sacó un delgado y enormemente caro teléfono móvil. Uno que ____(tn)codiciaba locamente, tanto por su funcionalidad como por el estilo, pero al final no se había decidido por él sencillamente porque estaba fuera de su actual liga financiera. Apretó dos botones (a quien fuera que llamara estaba en su marcación rápida) y esperó. Ella podía oír cómo sonaba el teléfono y luego una profunda voz masculina contestando:
—Espero que sea algo bueno.
—Tengo conmigo aquí a una dama a la que quiero pedirle que cene conmigo pero no me conoce y no está demasiado segura de mi buen carácter, Héctor, así que te he llamado para que le des tu visto bueno. Deja ver tu cara y habla con la dama.
Su nombre es ____(tn). —Esperó un latido—. Y di cosas buenas. ____(tn)aceptó el teléfono cautelosamente. El vídeo mostraba el oscuro y hermoso rostro del recién nombrado alcalde de San Diego, Héctor Villareal, vestido con una camiseta de golf naranja brillante, con un palo de golf sobre el hombro fuera de conexión, ojos entrecerrados por la brillante luz del sol.
—Hola señorita Pearce. —La profunda voz sonaba alegre.
Ella se aclaró su voz e intentó no sonar recelosa.
—Señor alcalde.
—Así que —sonreía, las cejas arqueadas— ¿quiere salir a cenar con Nicholas Jonas? ¿Está segura? —había humor en la voz ligeramente acentuada.
—Bueno, en realidad, hum...
Pero no era necesario hablar con un político, ellos lo hacían por ti.
—No se preocupe. Nicholas es un tipo genial, la tratará bien, sin duda alguna. Pero en verdad debo advertirle sobre algo, señorita Pearce, y es algo serio.
A ella empezó a latirle el corazón y miró el rostro duro e impasible de Nicholas Jonas.
Él podía oírlo perfectamente, ya que el alcalde Villarreal estaba hablando al máximo de su voz.
—¿Sí, señor alcalde?
—Jamás juegue a póquer con él. Ese hombre es un tiburón. —Se oyó una sonora carcajada y la conexión se interrumpió.
____(tn)deslizó lentamente el teléfono para cerrarlo y miró a Nicholas Jonas.
Estaba completamente inmóvil; la única cosa que se movía era su enorme pecho mientras respiraba lentamente. Tuvo el extremado buen gusto de no parecer petulante o demasiado satisfecho.
En ese rostro duro, oscuro y con barba no había expresión. Sencillamente la observaba para ver qué hacía ella.
Le alargó el teléfono por un extremo y él lo tomó por el otro. Durante un momento estuvieron conectados por cinco centímetros de cálido plástico, después ____(tn)dejó caer su mano.
Se miraron el uno al otro, ____(tn)petrificada en el sitio y Rufián (no, Nicholas Jonas) igual de quieto que una oscura estatua de mármol. No había ningún sonido, absolutamente ninguno.
El edificio podría estar desierto, no se oían ni los habituales ruidos del aire acondicionado o de los ascensores yendo arriba y abajo.
Todo estaba quieto, en una animación suspendida. ____(tn)finalmente tomó un aliento profundo.
Deeeee acuerdo.
Bueno, parecía que Rufián (Nicholas Jonas) no era un asesino en serie o un traficante de drogas. De hecho, él, hum, era el propietario de una compañía que sabía que era muy exitosa. El éxito de Jonas Security constituía una porción significativa de la maquinaria de cotilleo que estaba viva y coleando en el edificio Morrison.
Jonas Security era ciertamente mucho más exitosa que Wordsmith, que se mantenía a duras penas con vida gracias a nuevos clientes.
Si el extremadamente peligroso y seriamente desaliñado hombre delante de ella, que la observaba callado, era Nicholas Jonas de Jonas Security, entonces seguramente podía hacerlo.
Un trato era un trato. Si podía de alguna manera abrir su puerta y permitirle hacer la videoconferencia, ella le debería mucho más de lo que podría ser pagado con un par de horas en una cena.
Él la observaba calladamente, de pie, muy quieto. Nueve y veintitrés. Hizo una profunda inspiración.
—De acuerdo, tienes una cita para cenar, una noche de tu elección. —Hizo un
gesto señalando detrás de ella—. Pero vas a tener que abrir mi puerta, señor Jonas, ahora mismo. Tengo una importantísima llamada de negocios a las nueve y media en punto, y si no hago esa llamada, entonces nuestro trato queda anulado.
Él asintió con la cabeza gravemente.
—Me parece justo. Y mi nombre es Nicholas.
—Nicole. —____(tn)apretó los dientes, mirando al gran reloj al final del pasillo y parpadeando. Si Nicholas Jonas iba a hacerla entrar en su oficina, tendría que hacerlo en los próximos seis minutos o estaba frita—. Me pregunto si... habrá un supervisor del edificio con una llave maestra...
—No —negó él con la cabeza—. Entonces... ¿hay trato?
—Em, sí, lo hay. —____(tn)apenas se contenía de dar golpecitos con el pie.
—¿Saldrás a cenar conmigo esta noche? —presionó él. Al mirarlo ella, encogió sus enormes hombros—. Desde que dejé la Armada y me convertí en hombre de negocios, he aprendido a atar los tratos bien atados.
De hecho se veía como el tipo de hombre que forzaría los tratos a punta de pistola.
Pero ella lo había prometido.
—Yo misma soy una reciente mujer de negocios y he aprendido a mantener mi palabra. Por lo tanto, sí, acepto tu invitación. Ahora, por favor, ábreme la puerta. Y si das una patada para abrirla, espero que pagues los daños.
—Por supuesto —murmuró él.
____(tn)dio otro vistazo a su reloj. Maldición. Le había costado varios días
conseguir esta conferencia. El cliente era uno de los «Amos del Universo» de Wall
Street, casi imposible fijar una cita con él.
El «Amo» en cuestión era un estreñido y cuando decía conferencia a las nueve treinta sería a las nueve treinta al segundo, y sabía que jamás llamaría de nuevo si no estaba en línea. Con un acento duro y nasal de Nueva «Yawk», las palabras escupiéndose más rápido de lo que las podía entender, le había dicho que no podría tener a nadie malgastando su tiempo porque su tiempo valía al menos mil dólares el minuto.
El mensaje no podía haber sido más claro. O estás al otro lado de la línea a las nueve y media o si no, estás fuera. ____(tn)trabajaba con dos profesores de económicas retirados, uno de los cuales había nacido en Rusia y llegado a los Estados Unidos de adolescente, y el otro estudió en Moscú durante diez años. Ellos serían perfectos para el trabajo de traducción a largo plazo y tenía toda la intención de pedirle al Amo del Universo precios altos. Su comisión por el trato iría a pagar la enfermera nocturna.
Quedaban cuatro minutos. Iba a perder esa cita, y probablemente el cliente. Tanto trabajo para... Miró desde su muñeca hacia arriba y parpadeó.
Su puerta estaba abierta de par en par, su pequeña y diminuta oficina mostrándose más allá.
Ella volvió su asombrada mirada a Nicholas Jonas, que estaba enderezándose y
apartándose de la puerta.
—¿Cómo has hecho eso? ¿Has forzado la cerradura?
Seguramente forzar la cerradura costaba algo de esfuerzo, ¿no? ¿Un poco de tiempo? En las pelis el ladrón tardaba siglos en abrir la cerradura. Ni siquiera se le veía satisfecho u orgulloso de sí mismo. De hecho, estaba con el ceño fruncido.
—No has mejorado la seguridad del edificio para nada —dijo, su profunda voz convirtiéndose en una acusación.
—Hum, no. —____(tn)se sintió como si hubiera caído en la madriguera del ratón.
El agente inmobiliario había subrayado la excelente seguridad del edificio y se había centrado en la calidad de los cierres de las oficinas—. ¿Se supone que tenía que hacerlo?
—Bueno, pues claro. Especialmente cuando es tan cutre como ésta. —Su ceño fruncido se profundizó mientras se guardaba algo en el bolsillo. Aunque a ella le encantaría ver si era una ganzúa, no tenía tiempo que perder.
Otra mirada a su reloj y corrió veloz a la oficina. Casi no llegaba para la videoconferencia. Tenía menos de dos minutos.
—Gracias señor Jonas. Así que me imagino que...
—Nicholas.
—Nicholas. —Apretó los dientes. Un minuto y medio—. Dime dónde encontrarnos y cuándo.
Frunció el ceño todavía más.
—Absolutamente no. Te recogeré en casa.
No tenía tiempo de discutir, ni tiempo siquiera de poner los ojos en blanco.
—De acuerdo. ¿Te va bien las siete? Vivo en la calle Mulberry. En el tres cuarenta
y seis de la calle Mulberry. ¿De acuerdo?
—Bien. Estaré allí a las siete para recogerte. —Un músculo de su mandíbula tuvo
un tic, aunque las palabras eran bajas y tranquilas.
¿Vivía lejos? Bueno, si tenía que atravesar la ciudad, lo había pedido él.
Ella había estado dispuesta a encontrarse con él en el restaurante.
Él se giró, ella cerró la puerta y sonó el teléfono.
____(tn)voló a cogerlo y oyó los tonos nasales del Amo. ¡Lo había logrado!
El precio era alto, pero lo había logrado.
o.O que tal!
opinen....
las leo más tarde! ;)
Lu wH!;*
:hi:
HeyItsLupitaNJ
Re: Fuego Cruzado - NicholasJ&Tu (Adaptación) - TERMINADA
WUUUAAUU Y QUE PRECIIOOOOOOO PAAAGOOOOO!!!
YO IRIAAA CON EL AHORA MISMOOOO!!!! AJAJAJAJAJJAJA OK NO.. PERO LA MERA VERDAD SI QUE LE GUSTA A____ RUFIAN DIGO NICK
JEJEJEJE SIGUELA PORFIIISSS
YO IRIAAA CON EL AHORA MISMOOOO!!!! AJAJAJAJAJJAJA OK NO.. PERO LA MERA VERDAD SI QUE LE GUSTA A____ RUFIAN DIGO NICK
JEJEJEJE SIGUELA PORFIIISSS
chelis
Re: Fuego Cruzado - NicholasJ&Tu (Adaptación) - TERMINADA
Woooow Rufián Jejejejeje me recordó
A mi perrito es que mi perrito se llama Ruffo
Y cuando esta desaliñeado mi mama le dice rufián
Jejejejeje Awwww ame el CAP
Tienes que seguemos ya necesito mas CAPS!!
A mi perrito es que mi perrito se llama Ruffo
Y cuando esta desaliñeado mi mama le dice rufián
Jejejejeje Awwww ame el CAP
Tienes que seguemos ya necesito mas CAPS!!
Karli Jonas
Re: Fuego Cruzado - NicholasJ&Tu (Adaptación) - TERMINADA
Holaaaaaaaaaaaaa! :)
Espero ande super bien! bueno aqui les
traigo un capitulo más! ;)
Pro cierto a mi tmb me encanta Rufian! :¬w¬:
hahaha las leo más tarde! Gracias por los comentarios! ^.^
o.O las leo más tarde! :)
Lu wH!;*
:hi:
Espero ande super bien! bueno aqui les
traigo un capitulo más! ;)
Pro cierto a mi tmb me encanta Rufian! :¬w¬:
hahaha las leo más tarde! Gracias por los comentarios! ^.^
Capitulo 2 (Parte 1)
Bueno, había ido bastante bien.
Nicholas Jonas se sentó detrás de su escritorio, mirando los informes diarios, pero todo lo que veía delante de él era a la deliciosa _____(tn) Pearce, con su rostro exquisito y su cuerpo de reloj de arena, envuelto en ropas con clase. Un sueño húmedo aristocrático.
Llevaba esperando este momento desde que la vio por primera vez, trasladándose al cubículo del otro lado del pasillo de su propio cuartel general de cinco estancias.
Sabía que su oficina era pequeña porque se la habían enseñado antes de que montara su propio despacho. La oficina de ella no bastaría ni para contener sus archivos.
Ella llevaba un negocio de traducción. Nicholas no tenía ni idea sobre el negocio de las traducciones. Tal vez no necesitabas mucho espacio para traducir del francés al inglés.
O del español al ruso. O del italiano al alemán. O del noruego al portugués.
Ella los cubría todos, un abanico de idiomas sorprendente, según le informó su nítida web. Miró su lista de colaboradores y eran más de ciento veinte, cada uno con un currículum impresionante, repartidos por todo el mundo.
Si hubiera un trabajo de traducción disponible en la estación espacial, seguramente ella también tendría allí a un colaborador.
Casi se ríe al ver la expresión de _____(tn)cuando le dio su precio por abrir esa ridícula cerradura suya: ir a cenar con él.
Estaba claro, pensaba mientras se miraba sus enormes y maltratados zapatos ahora cómodamente apoyados sobre su brillante y caro escritorio, que tenía pinta de ser escoria humana.
Bueno, no te gustaría ser enemigo suyo. Pero _____(tn) no era su enemigo.
Mierda, no.
Ansiaba tocar esa piel blanca y cremosa desde la primera vez que la había visto, y cuando finalmente tuviera su oportunidad, se aseguraría de que sus manos estuvieran limpias. Y suaves. Tenía unas manos fuertes, pero sabía hasta donde llegar con su fuerza. La idea de hacer daño a cualquier mujer le ponía físicamente enfermo, pero la idea de herir de cualquier modo a _____(tn)… no, hacerle daño no estaba en las cartas.
Follársela… eso ya era otra cosa.
La cerradura de la puerta de la oficina de _____(tn)había sido tan fácil de forzar que era vergonzoso. Le había llevado dos segundos, como mucho, mientras ella comprobaba el tiempo en ese reloj de pulsera tan elegante.
El recuerdo de su expresión sorprendida cuando miró y lo vio abriendo la puerta, lo había tenido sonriendo mientras comprobaba sus coreos electrónicos. Esta tarde se iría a cortar el pelo y se afeitaría y se ducharía durante al menos media hora antes de su cita, pero en ese momento quería sacarse algo de trabajo de encima.
Echó un vistazo al tema de los correos, levantando el puño en celebración cuando vio «Ruiseñor aterrizado».
Lo revisó asintiendo satisfecho. Amanda Rogers, de veinticuatro años de edad, ahora tenía una nueva vida, bajo un nuevo nombre y con un nuevo trabajo en Coeur d’Alene, Idaho.
La última vez que Nicholas había visto a Amanda había estado sentada, maltratada, temblando y aterrorizada, en el borde de la silla para los clientes. Una chica bonita, o al menos se imaginaba que era linda debajo de todos los moratones y si podías ignorar el ojo hinchado de color negro y la magullada mandíbula. Un brazo estaba enyesado. La mano del otro se apretaba al reposabrazos de la silla con los nudillos blancos de la fuerza que hacía. El que no estaba herido era esbelto, con una muñeca delicada. Un hombre furioso podía encontrar que romper ese brazo era realmente fácil, y un hombre furioso lo había hecho. Su novio, que la aterrorizaba.
Pronto ya no estaría tronchando muñecas esbeltas y delicadas. Sería un esbelto y delicado cuello. Nicholas lo sabía. Sus dos hermanos, Harry y Mike, lo sabían. Los tres habían crecido con hombres que disfrutaban sobre todo de golpear fuertemente a aquellos más débiles que ellos. Mujeres y niños estaban en lo más alto de su lista.
Como siempre, con Amanda, Nicholas había ocultado sus sentimientos tras una máscara de formalidad pero por dentro estaba hirviendo de rabia ante la idea de que su novio gilipollas la hubiera golpeado hasta dejarla hecha papilla. El novio medía un metro ochenta y cinco, noventa y cinco kilos, iba al gimnasio y ahora a la cárcel.
Había gritado amenazas a Amanda a cada paso mientras lo arrestaban hasta que la puerta con barrotes hizo clic al cerrarse detrás de él.
Mike lo había observado cuidadosamente y luego había contactado con Nicholas.
Mike había tenido entonces una charla tranquila con una aterrorizada Amanda en la comisaría de policía del centro y le había hecho algunas advertencias. El novio tenía dinero e iba a salir bajo fianza. Ella no iba a sobrevivir a otra ronda de los «cuidados tiernos y afectuosos» de su novio, así que Mike, silenciosamente, se la había enviado a él.
Esto era lo que Nicholas adoraba hacer. Era por lo que vivía. Sus hermanos, Harry y Mike, también. El increíble éxito de Jonas Security era gratificante. No podría haber pedido un mejor resultado. Era su propio jefe y estaba haciendo dinero a espuertas.
Pero por Dios, lo que él y Harry y Mike disfrutaban de verdad era esto.
Su propio pasadizo subterráneo. Tener el dinero y el poder y el conocimiento para quitar a mujeres, a menudo con sus hijos, de la ecuación de la violencia.
Sencillamente hacerlas desaparecer en otro lugar donde pudieran tener una oportunidad de tener una vida no dominada por el terror. Tío, era un buen sentimiento. El mejor.
Las mujeres le llegaban hechas jirones. Algunas traídas por Mike, que estaba en la Central de Violencia, allí, en los cuarteles generales de la policía de San Diego. La mayoría de boca en boca. Las mujeres eran altas, bajas, rubias, morenas, bonitas y normalitas. Pero todas tenían exactamente la misma expresión aterrorizada y desesperación subyacente. Como si ya las hubieran golpeado hasta la muerte y estuvieran esperando a que la vida lo captara.
Algunas veces iban solas, a veces, por desgracia, con un niño o dos a cuestas. A menudo los niños llevaban algo enyesado, o tenían magulladuras azuladas o quemaduras.
Y Nicholas se pondría su máscara sin expresión y hablaría sobre horarios y lugares y planes. Mientras por dentro era un beserker muriéndose por ocuparse de quien fuera que hubiera roto el fino brazo infantil o hubiera puesto un cigarrillo sobre la tierna carne o hubiera lanzado un puñetazo a un crío.
¿Quieres golpear a alguien, gilipollas? ¿Por qué no lo intentas conmigo y no con un crío de dieciocho kilos? Porque llevo toda la vida estudiando artes marciales y te arrancaré el corazón de tu jodido cuerpo y te lo daré para que te lo comas sin sudar ni una gota. Ahora ya no eres tan valiente, ¿eh?
Nicholas jamás de los jamases se permitía que se le notara en la cara lo que estaba sintiendo. Estas mujeres y niños ya habían visto suficiente violencia para toda una vida. Así que tranquilamente les ayudaba a desaparecer y reaparecer con una nueva vida.
Para Nicholas era como si el mundo tuviera enormes agujeros producidos por monstruos.
Gastaba mucho tiempo y esfuerzo intentando tapar esos agujeros.
Nicholas había colocado a Amanda con una nueva identidad y había borrado cuidadosamente su rastro por completo. Si mantenía su nariz limpia, estaría a salvo, segura y libre.
Colocarla en su nueva vida con una nueva identidad había costado diez mil dólares y Nicholas le había dado otros cinco mil en metálico para empezar.
Ruiseñor, en su nuevo hogar y nueva vida, se había unido a paloma, halcón, pinzón, flamenco, gaviota, garza, colibrí, garcilla, guacamayo y sinsonte en los suyos durante este año. Once mujeres y siete críos, a salvo, porque Nicholas había sido capaz de proveerles dicha seguridad.
Sus clientes lo habían patrocinado. Ellos se lo podían permitir.
Nicholas abrió el archivo de su cliente propietario de barcos y le añadió quince mil de gastos con una enorme satisfacción. Le había ahorrado al propietario del barco más de diez millones de dólares; el propietario bien podía restituir algo, joder.
La Corporate America, a través del gobierno de los Estados Unidos, había gastado millones de dólares en entrenarle, incluyendo la escuela SERE3. El gobierno había hecho de él un experto en escapada y evasión.
Le producía un enorme placer hacer que la Corporate America pagara por los perdidos, los débiles, los que se deslizaron entre las grietas, los que no importaban a nadie.
Oh, sí, qué bien se sentía.
Tío, ruiseñor había aterrizado, los cabronazos iban a prisión para siempre y él tenía una cita con _____(tn) Pearce. Todo iba bien en el mundo.
—Guau. Nicholas Jonas, sonriendo. Jesús, brindemos por ello. ¿Qué ha pasado? ¿Es que has oído que el Coronel Stewart se ha pillado las pelotas en la trilladora o qué?
El Coronel Roland Stewart, el sádico hijo de puta que había sido el comandante en jefe de Nicholas durante un año y medio infernal, había ido dejando un rastro de odio detrás de sí mientras recorría la escalera de los ascensos. Stewart pillándose las pelotas en una trilladora definitivamente se merecería una sonrisa.
—Ya me gustaría. El hijo de puta ahora está en el Pentágono, y sus pelotas están a salvo.
Su otro hermano, Harry Bolt, colocó dos muletas contra la pared y apoyó su tembloroso hombro izquierdo contra la puerta de la oficina de Nicholas. Nicholas lo observó y
no dijo nada. Ya se había dicho todo lo que se tenía que decir, una y otra vez, tanto por Nicholas como por Mike.
Harry no tenía por qué intentar estar de pie sin muletas. No tenía por qué estar de pie, punto, ya que el cirujano ortopeda le había dicho que se quedara en la silla de ruedas por lo menos otro mes más mientras se soldaban sus huesos.
Harry era su propio peor enemigo. Nicholas le había encontrado un pequeño apartamento en su propio edificio en Coronado Shores para asegurarse de que éste no hacía nada terminantemente estúpido.
Harry había vuelto de Afganistán con un cuerpo roto y unos demonios en su cabeza que sólo podían mantener bajo control el whisky y últimamente una cantante de jazz que escuchaba sin parar. No se le podía confiar su propia salud. Cuanto más le decían los doctores que se lo tomara con calma, más se rebelaba. Ya había tenido dos malas caídas, haciendo que su recuperación se prolongara algunos meses.
Finalmente Nicholas, exasperado, le había pedido que fuera a la oficina, sencillamente para tenerle, mantener un ojo sobre él. Si Harry se caía, por lo menos Nicholas estaría allí para cogerlo.
Jonas Security se estaba expandiendo rápido y parecía normal que Nicholas le dijera que necesitaba una mano. Pero entonces Harry se convirtió en algo más que sólo un par de manos extra, era un gran valor para la compañía. Era mejor con los ordenadores que Nicholas, de hecho, un maldito genio, y tenía más paciencia con los clientes idiotas que Sam, así que le puso a cargo de los ordenadores de última generación en una tranquila habitación de las oficinas de Nicholas y de los Detalles de los Clientes Gilipollas.
Harry intentaba hacer ver que no pasaba nada, con su huesudo hombro apretado duramente contra la jamba de la puerta para mantener el equilibrio, pero sus piernas estaban temblando.
Nicholas sabía bien que no debía protestar. Su hermano tenía una cabeza tan dura como el acero, que era lo que mantenía unidos su cadera, su muslo derecho y su hombro izquierdo.
Harry tomándole el pelo era algo nuevo. Tal vez significaba que estaba curándose un poco. Había regresado de Afganistán con apenas pulso, y había perdido por completo su sentido del humor.
Nicholas y Mike eran su única familia y en el historial de Harry aparecían como las personas de contacto en caso de muerte. Cuando habían volado a Ramstein para llevárselo a casa, estaba más muerto que vivo.
Peor que los daños en su cuerpo eran los daños en su espíritu. Como Nicholas y Mike, Harry había salido intacto de una infancia brutal. Lo que fuera que había sucedido en Afganistán, y de eso no se hablaba, le había quebrado el espíritu.
Así que Harry tomándole el pelo era algo nuevo y bueno. Nicholas se sentó, recolocó los papeles y borró la sonrisa de su rostro.
—No estaba sonriendo —murmuró.
Él raramente sonreía. Nadie lo sabía mejor que su hermano.
—Sí lo estabas.
Nicholas miró a los ojos castaño claro de su hermano, tan fieros como los de un águila
e igual de cálidos.
—No lo estaba.
—Sí lo estabas.
—No lo estaba. —Nicholas apretó la mandíbula por lo infantiles que sonaban—. ¿No tienes trabajo que hacer? ¿No se suponía que ibas a preparar el informe McIntosh?
—Mmm. —Una esquina de la boca de Harry se levantó—. Lo hice ayer noche, mientras tú te lo estabas pasando pipa en los muelles.
Un Harry bromista estaba bien, pero había límites.
—No era pasármelo pipa —soltó Nicholas.
La ligera sonrisa de Harry desapareció. Él sabía lo pesada que se le hizo la espera a Nicholas durante dos semanas y él sabía el porqué. A saber cuántas chicas habían sido heridas mientras Nicholas tenía que esperar.
—No —dijo Harry sobriamente—. Sé que no lo fue. Sólo estaba intentando tomarte un poco el pelo, quien sabe por qué. Llevas un tiempo rondando por aquí como el Grim Reaper.
—Ya no —dijo Nicholas—. El trabajo está acabado. Se lo he notificado al cliente, quien ya ha contactado a las autoridades. Hoy escribiré el informe. Se ha acabado.
—Dios. —Harry se enderezó. Se puso las muletas bajo los brazos y caminó por la habitación—. Guau, eso es… esas son noticas estupendas. ¿Obtuviste pruebas que lo respalden?
—Ya lo creo —dijo Nicholas con satisfacción—. Las fotos y las grabaciones digitales e incluso algo en papel. Van a encerrar a esos cabrones durante el resto de sus vidas.
Las que sospecho serán trágicamente cortadas con un cuchillo casero entre sus costillas en las duchas de la prisión. A nadie le gustan los violadores de niñas.
—Hey, tío, felicidades. Llamaré a Mike y podemos ir a celebrarlo esta noche. Va de mi cuenta. La bonificación de ese mamón nos mantendrá a flote durante el próximo trimestre.
—No puedo. —Los ojos de Nicholas se deslizaron hasta el monitor del ordenador, mirándolo fijamente. No había nada que ver en ese momento, aparte de mantener el rostro alejado de los inteligentes y perceptivos ojos de Harry—. Esta noche estoy ocupado.
—Pues cancélalo. Los tres necesitamos celebrarlo.
Nicholas no compartía sangre con Harry, ni con Mike, pero eran hermanos en el verdadero sentido de la palabra. Eso no significaba que fuera a perderse la cena con _____(tn)por causa de ellos. Lo de hoy era algo intocable.
—No puedo —dijo, inclinando la cabeza sobre una hoja de papel, haciendo ver que la observaba atentamente como si fuera un tratado de paz entre dos tribus enfrentadas—. Esta noche no.
Harry retiró de golpe el papel de entre sus manos y lo levantó.
—De acuerdo, ya lo pillo, no puedes hablar porque estás demasiado liado con… —miró el papel— pedidos para el papel y para el tóner de la fotocopiadora. Ajá. De acuerdo, ¿qué pasa esta noche que es tan especial?
Nicholas lo miró fijamente. Su muy especial Mirada de la Muerte, garantizada para aterrorizar reclutas.
Harry puso sus muletas cuidadosamente en una esquina del escritorio y lo miró, con las cejas levantadas. Nicholas se cruzó de brazos y apretó la mandíbula.
—No vas a hablar, ¿eh? —Una esquina de la boca de Harry se levantó, lo que en su lenguaje corporal era toda una sonrisa de oreja a oreja—. Eso significa que tendré que adivinar. De acuerdo. Me encantan los juegos de adivinanzas. Obviamente no está relacionado con el trabajo, o ya me lo habrías contado, así que estamos hablando de una cita con una dama. E igual de obvio es que la dama es alguien que no saldrá volando, pero si no quieres hablar de eso, significa que es… —chasqueó los dedos—. ¡Ya lo sé! ¡La guapa del otro lado del vestíbulo! Esa con la que has estado fantaseando. Dios, ¿cómo lo has logrado? ¿A quién tienes que matar?
¡Maldición! Nicholas odiaba que Harry fuera tan listo. Se hundió más en su sillón sabiendo que no podía enfrentarse a él. Los huesos se le estaban empezando a soldar, Nicholas no podía romperle ninguno nuevo.
Pero, mierda, no quería hablar de esto. Jamás había sido de los que parloteaban sobre su vida sexual, sobre todo porque tampoco había mucho de qué hablar. Había tenido sexo, un montón, de hecho, aunque últimamente el trabajo se había interpuesto, pero jamás con alguien especial. El sexo había sido en su mayor parte una manera de rascarse una comezón, como comer cuando estás hambriento. ¿Quién querría hablar de comida una vez estás lleno?
En general, una mujer era como cualquier otra. Satisfacían un apetito, y eso era todo.
Pero… _____(tn)era diferente. En verdad no podía decir el porqué, pero así era. Y no iba a hablar sobre ello.
Se miraron el uno al otro mutuamente, Nicholas sin hablar, Harry intentando abrir una grieta en él pero sin lograrlo. Finalmente Harry soltó un enorme suspiro de mártir.
—De acuerdo. Esto es lo que va a pasar. Ahora mismo, te ves, y también hueles, como un trabajador portuario que ha estado descargando mercancía. Ni loco vas a tener suerte con esa nena viéndote y oliendo así. De modo que vas a afeitarte y a cortarte el pelo y a darte una larga ducha. Que sean dos, porque tío... —hizo un gesto con la mano al aire delante de él como si alguien acabara de tirarse un pedo enorme—. ¿Me captas? Y yo voy a salir esta noche con Mike a tomar una cerveza y vamos a esperar un informe tuyo mañana por la mañana sobre tu cita con la Señorita
Deliciosa.
—Largo —gruñó Nicholas, poniendo los ojos en blanco—. Sal de aquí antes de que te rompa los huesos otra vez, y yo haré un trabajo mejor que esa jodida granada a propulsión afgana, créeme.
Harry salió de la oficina cojeando con una media sonrisa en su cara. Había valido la pena que le tomara el pelo con tal de verlo sonriendo. Tampoco es que Nicholas fuera mucho de sonreír, pero Harry había estado en el infierno y había regresado. Éste había sido el primer intercambio desenfadado que había tenido con él desde que había saltado por los aires en el Hindu Kush.
Tal vez era el Efecto _____(tn) Pearce. Dios sabía que tenía un efecto en él, uno enorme. Harry decía que había estado fantaseando sobre ella, lo que era una locura. Nicholas no fantaseaba. Pero había estado... interesado. Realmente interesado.
Él había monitorizado sus idas y venidas con tal de poder echarle un vistazo.
Jesús, sólo verla caminar por el pasillo hacia él había bastado para provocarle una erección que podría usar para clavar un clavo en la pared.
Conocía lo básico sobre ella, gracias a su web y a Google. Hija de un embajador, había crecido por todo el mundo, había ido a la Escuela de Traducción de la Universidad de Ginebra, traducía del francés y del español, conocía lo básico en ruso y algo de árabe.
Eso realmente le impresionaba. Su entrenamiento en idiomas había sido en las
Operaciones Especiales. Nicholas había sobresalido en casi todo menos en idiomas. Tenía el oído de hojalata para las lenguas, y había sido realmente un inconveniente. Seguía siéndolo, ya que estaba empezando a tener clientes extranjeros.
Aunque era la hija de un embajador, _____(tn) no vivía como una mujer privilegiada. Vivía en una casa que valía la mitad que el apartamento que Nicholas tenía en Coronado Shores. Sus ingresos eran una veinteava parte de los suyos. Había fundado su compañía hacía sólo un año, cuando se había trasladado a San Diego para vivir en la casa que su abuela materna le había legado, operando su negocio desde su casa hasta que lo había trasladado al edificio hacía un mes.
Antes de abrir su propio negocio había trabajado como traductora para la ONU en Ginebra.
Cuando, por curiosidad, Nicholas había mirado la descripción del trabajo, había visto el sueldo asociado al puesto de trabajo. Había soltado un silbido. En francos suizos, libres de impuestos. Era una cantidad enorme de dinero. ¿Por qué lo había dejado para abrir ese pequeño negocio en San Diego, asumiendo un recorte tan grande en sus ingresos?
Estaba soltera, lo que le sorprendía mucho. Jamás se había casado, tampoco, lo que era incluso más difícil de creer. De hecho, le parecía de locos. ¿Sólo había vivido en sitios donde le echaban algo al agua o qué? ¿Dónde todos los hombres eran gays? ¿Qué había de malo en los hombres con los que se había cruzado? Porque si no la hubiera visto por primera vez en mitad de una operación encubierta, en la que no tenía ni un minuto libre, habría estado en su cola al instante de verla moviéndose por el pasillo.
Educada en el extranjero, propietaria de un nuevo negocio, soltera. Esos eran los hechos que había sido capaz de encontrar en los archivos públicos. Pero los hechos del archivo no decían que era tan hermosa como para hacerte perder la cabeza. Era el tipo de mujer que probablemente venía con una señal de aviso: peligro inminente.
Los datos de Google tampoco mencionaban la jodida clase que tenía.
La dama tenía un doble encanto que Nicholas no había visto nunca antes. Era sexy como recién salida de la cama y a la vez tenía la clase de una princesa de hielo. Elegante, con gracia y con aplomo. Tenía que obligar a los músculos de su cuello a no girar la cabeza cada vez que ella pasaba por delante y tenía que detenerse a sí mismo, a base de pura fuerza de voluntad, para no ir olisqueando detrás suyo como un perro, de lo bien que olía.
Y, mierda, también tenía eso del trato princesa-a-peón. Una mirada fulminante de esos grandes y arqueados ojos color cobalto, con esas ridículamente largas pestañas, y podía reducir a un macho a una lloriqueante masa de protoplasma
En los días en que su aspecto había sido especialmente reprensible, le había lanzado miradas que habrían matado a un hombre menos fuerte. Pero Nicholas era un tipo duro.
Le gustaban los desafíos.
Uno de los bordes de su boca se levantó.
Sobre todo porque él siempre ganaba.
Nicholas Jonas se sentó detrás de su escritorio, mirando los informes diarios, pero todo lo que veía delante de él era a la deliciosa _____(tn) Pearce, con su rostro exquisito y su cuerpo de reloj de arena, envuelto en ropas con clase. Un sueño húmedo aristocrático.
Llevaba esperando este momento desde que la vio por primera vez, trasladándose al cubículo del otro lado del pasillo de su propio cuartel general de cinco estancias.
Sabía que su oficina era pequeña porque se la habían enseñado antes de que montara su propio despacho. La oficina de ella no bastaría ni para contener sus archivos.
Ella llevaba un negocio de traducción. Nicholas no tenía ni idea sobre el negocio de las traducciones. Tal vez no necesitabas mucho espacio para traducir del francés al inglés.
O del español al ruso. O del italiano al alemán. O del noruego al portugués.
Ella los cubría todos, un abanico de idiomas sorprendente, según le informó su nítida web. Miró su lista de colaboradores y eran más de ciento veinte, cada uno con un currículum impresionante, repartidos por todo el mundo.
Si hubiera un trabajo de traducción disponible en la estación espacial, seguramente ella también tendría allí a un colaborador.
Casi se ríe al ver la expresión de _____(tn)cuando le dio su precio por abrir esa ridícula cerradura suya: ir a cenar con él.
Estaba claro, pensaba mientras se miraba sus enormes y maltratados zapatos ahora cómodamente apoyados sobre su brillante y caro escritorio, que tenía pinta de ser escoria humana.
Bueno, no te gustaría ser enemigo suyo. Pero _____(tn) no era su enemigo.
Mierda, no.
Ansiaba tocar esa piel blanca y cremosa desde la primera vez que la había visto, y cuando finalmente tuviera su oportunidad, se aseguraría de que sus manos estuvieran limpias. Y suaves. Tenía unas manos fuertes, pero sabía hasta donde llegar con su fuerza. La idea de hacer daño a cualquier mujer le ponía físicamente enfermo, pero la idea de herir de cualquier modo a _____(tn)… no, hacerle daño no estaba en las cartas.
Follársela… eso ya era otra cosa.
La cerradura de la puerta de la oficina de _____(tn)había sido tan fácil de forzar que era vergonzoso. Le había llevado dos segundos, como mucho, mientras ella comprobaba el tiempo en ese reloj de pulsera tan elegante.
El recuerdo de su expresión sorprendida cuando miró y lo vio abriendo la puerta, lo había tenido sonriendo mientras comprobaba sus coreos electrónicos. Esta tarde se iría a cortar el pelo y se afeitaría y se ducharía durante al menos media hora antes de su cita, pero en ese momento quería sacarse algo de trabajo de encima.
Echó un vistazo al tema de los correos, levantando el puño en celebración cuando vio «Ruiseñor aterrizado».
Lo revisó asintiendo satisfecho. Amanda Rogers, de veinticuatro años de edad, ahora tenía una nueva vida, bajo un nuevo nombre y con un nuevo trabajo en Coeur d’Alene, Idaho.
La última vez que Nicholas había visto a Amanda había estado sentada, maltratada, temblando y aterrorizada, en el borde de la silla para los clientes. Una chica bonita, o al menos se imaginaba que era linda debajo de todos los moratones y si podías ignorar el ojo hinchado de color negro y la magullada mandíbula. Un brazo estaba enyesado. La mano del otro se apretaba al reposabrazos de la silla con los nudillos blancos de la fuerza que hacía. El que no estaba herido era esbelto, con una muñeca delicada. Un hombre furioso podía encontrar que romper ese brazo era realmente fácil, y un hombre furioso lo había hecho. Su novio, que la aterrorizaba.
Pronto ya no estaría tronchando muñecas esbeltas y delicadas. Sería un esbelto y delicado cuello. Nicholas lo sabía. Sus dos hermanos, Harry y Mike, lo sabían. Los tres habían crecido con hombres que disfrutaban sobre todo de golpear fuertemente a aquellos más débiles que ellos. Mujeres y niños estaban en lo más alto de su lista.
Como siempre, con Amanda, Nicholas había ocultado sus sentimientos tras una máscara de formalidad pero por dentro estaba hirviendo de rabia ante la idea de que su novio gilipollas la hubiera golpeado hasta dejarla hecha papilla. El novio medía un metro ochenta y cinco, noventa y cinco kilos, iba al gimnasio y ahora a la cárcel.
Había gritado amenazas a Amanda a cada paso mientras lo arrestaban hasta que la puerta con barrotes hizo clic al cerrarse detrás de él.
Mike lo había observado cuidadosamente y luego había contactado con Nicholas.
Mike había tenido entonces una charla tranquila con una aterrorizada Amanda en la comisaría de policía del centro y le había hecho algunas advertencias. El novio tenía dinero e iba a salir bajo fianza. Ella no iba a sobrevivir a otra ronda de los «cuidados tiernos y afectuosos» de su novio, así que Mike, silenciosamente, se la había enviado a él.
Esto era lo que Nicholas adoraba hacer. Era por lo que vivía. Sus hermanos, Harry y Mike, también. El increíble éxito de Jonas Security era gratificante. No podría haber pedido un mejor resultado. Era su propio jefe y estaba haciendo dinero a espuertas.
Pero por Dios, lo que él y Harry y Mike disfrutaban de verdad era esto.
Su propio pasadizo subterráneo. Tener el dinero y el poder y el conocimiento para quitar a mujeres, a menudo con sus hijos, de la ecuación de la violencia.
Sencillamente hacerlas desaparecer en otro lugar donde pudieran tener una oportunidad de tener una vida no dominada por el terror. Tío, era un buen sentimiento. El mejor.
Las mujeres le llegaban hechas jirones. Algunas traídas por Mike, que estaba en la Central de Violencia, allí, en los cuarteles generales de la policía de San Diego. La mayoría de boca en boca. Las mujeres eran altas, bajas, rubias, morenas, bonitas y normalitas. Pero todas tenían exactamente la misma expresión aterrorizada y desesperación subyacente. Como si ya las hubieran golpeado hasta la muerte y estuvieran esperando a que la vida lo captara.
Algunas veces iban solas, a veces, por desgracia, con un niño o dos a cuestas. A menudo los niños llevaban algo enyesado, o tenían magulladuras azuladas o quemaduras.
Y Nicholas se pondría su máscara sin expresión y hablaría sobre horarios y lugares y planes. Mientras por dentro era un beserker muriéndose por ocuparse de quien fuera que hubiera roto el fino brazo infantil o hubiera puesto un cigarrillo sobre la tierna carne o hubiera lanzado un puñetazo a un crío.
¿Quieres golpear a alguien, gilipollas? ¿Por qué no lo intentas conmigo y no con un crío de dieciocho kilos? Porque llevo toda la vida estudiando artes marciales y te arrancaré el corazón de tu jodido cuerpo y te lo daré para que te lo comas sin sudar ni una gota. Ahora ya no eres tan valiente, ¿eh?
Nicholas jamás de los jamases se permitía que se le notara en la cara lo que estaba sintiendo. Estas mujeres y niños ya habían visto suficiente violencia para toda una vida. Así que tranquilamente les ayudaba a desaparecer y reaparecer con una nueva vida.
Para Nicholas era como si el mundo tuviera enormes agujeros producidos por monstruos.
Gastaba mucho tiempo y esfuerzo intentando tapar esos agujeros.
Nicholas había colocado a Amanda con una nueva identidad y había borrado cuidadosamente su rastro por completo. Si mantenía su nariz limpia, estaría a salvo, segura y libre.
Colocarla en su nueva vida con una nueva identidad había costado diez mil dólares y Nicholas le había dado otros cinco mil en metálico para empezar.
Ruiseñor, en su nuevo hogar y nueva vida, se había unido a paloma, halcón, pinzón, flamenco, gaviota, garza, colibrí, garcilla, guacamayo y sinsonte en los suyos durante este año. Once mujeres y siete críos, a salvo, porque Nicholas había sido capaz de proveerles dicha seguridad.
Sus clientes lo habían patrocinado. Ellos se lo podían permitir.
Nicholas abrió el archivo de su cliente propietario de barcos y le añadió quince mil de gastos con una enorme satisfacción. Le había ahorrado al propietario del barco más de diez millones de dólares; el propietario bien podía restituir algo, joder.
La Corporate America, a través del gobierno de los Estados Unidos, había gastado millones de dólares en entrenarle, incluyendo la escuela SERE3. El gobierno había hecho de él un experto en escapada y evasión.
Le producía un enorme placer hacer que la Corporate America pagara por los perdidos, los débiles, los que se deslizaron entre las grietas, los que no importaban a nadie.
Oh, sí, qué bien se sentía.
Tío, ruiseñor había aterrizado, los cabronazos iban a prisión para siempre y él tenía una cita con _____(tn) Pearce. Todo iba bien en el mundo.
—Guau. Nicholas Jonas, sonriendo. Jesús, brindemos por ello. ¿Qué ha pasado? ¿Es que has oído que el Coronel Stewart se ha pillado las pelotas en la trilladora o qué?
El Coronel Roland Stewart, el sádico hijo de puta que había sido el comandante en jefe de Nicholas durante un año y medio infernal, había ido dejando un rastro de odio detrás de sí mientras recorría la escalera de los ascensos. Stewart pillándose las pelotas en una trilladora definitivamente se merecería una sonrisa.
—Ya me gustaría. El hijo de puta ahora está en el Pentágono, y sus pelotas están a salvo.
Su otro hermano, Harry Bolt, colocó dos muletas contra la pared y apoyó su tembloroso hombro izquierdo contra la puerta de la oficina de Nicholas. Nicholas lo observó y
no dijo nada. Ya se había dicho todo lo que se tenía que decir, una y otra vez, tanto por Nicholas como por Mike.
Harry no tenía por qué intentar estar de pie sin muletas. No tenía por qué estar de pie, punto, ya que el cirujano ortopeda le había dicho que se quedara en la silla de ruedas por lo menos otro mes más mientras se soldaban sus huesos.
Harry era su propio peor enemigo. Nicholas le había encontrado un pequeño apartamento en su propio edificio en Coronado Shores para asegurarse de que éste no hacía nada terminantemente estúpido.
Harry había vuelto de Afganistán con un cuerpo roto y unos demonios en su cabeza que sólo podían mantener bajo control el whisky y últimamente una cantante de jazz que escuchaba sin parar. No se le podía confiar su propia salud. Cuanto más le decían los doctores que se lo tomara con calma, más se rebelaba. Ya había tenido dos malas caídas, haciendo que su recuperación se prolongara algunos meses.
Finalmente Nicholas, exasperado, le había pedido que fuera a la oficina, sencillamente para tenerle, mantener un ojo sobre él. Si Harry se caía, por lo menos Nicholas estaría allí para cogerlo.
Jonas Security se estaba expandiendo rápido y parecía normal que Nicholas le dijera que necesitaba una mano. Pero entonces Harry se convirtió en algo más que sólo un par de manos extra, era un gran valor para la compañía. Era mejor con los ordenadores que Nicholas, de hecho, un maldito genio, y tenía más paciencia con los clientes idiotas que Sam, así que le puso a cargo de los ordenadores de última generación en una tranquila habitación de las oficinas de Nicholas y de los Detalles de los Clientes Gilipollas.
Harry intentaba hacer ver que no pasaba nada, con su huesudo hombro apretado duramente contra la jamba de la puerta para mantener el equilibrio, pero sus piernas estaban temblando.
Nicholas sabía bien que no debía protestar. Su hermano tenía una cabeza tan dura como el acero, que era lo que mantenía unidos su cadera, su muslo derecho y su hombro izquierdo.
Harry tomándole el pelo era algo nuevo. Tal vez significaba que estaba curándose un poco. Había regresado de Afganistán con apenas pulso, y había perdido por completo su sentido del humor.
Nicholas y Mike eran su única familia y en el historial de Harry aparecían como las personas de contacto en caso de muerte. Cuando habían volado a Ramstein para llevárselo a casa, estaba más muerto que vivo.
Peor que los daños en su cuerpo eran los daños en su espíritu. Como Nicholas y Mike, Harry había salido intacto de una infancia brutal. Lo que fuera que había sucedido en Afganistán, y de eso no se hablaba, le había quebrado el espíritu.
Así que Harry tomándole el pelo era algo nuevo y bueno. Nicholas se sentó, recolocó los papeles y borró la sonrisa de su rostro.
—No estaba sonriendo —murmuró.
Él raramente sonreía. Nadie lo sabía mejor que su hermano.
—Sí lo estabas.
Nicholas miró a los ojos castaño claro de su hermano, tan fieros como los de un águila
e igual de cálidos.
—No lo estaba.
—Sí lo estabas.
—No lo estaba. —Nicholas apretó la mandíbula por lo infantiles que sonaban—. ¿No tienes trabajo que hacer? ¿No se suponía que ibas a preparar el informe McIntosh?
—Mmm. —Una esquina de la boca de Harry se levantó—. Lo hice ayer noche, mientras tú te lo estabas pasando pipa en los muelles.
Un Harry bromista estaba bien, pero había límites.
—No era pasármelo pipa —soltó Nicholas.
La ligera sonrisa de Harry desapareció. Él sabía lo pesada que se le hizo la espera a Nicholas durante dos semanas y él sabía el porqué. A saber cuántas chicas habían sido heridas mientras Nicholas tenía que esperar.
—No —dijo Harry sobriamente—. Sé que no lo fue. Sólo estaba intentando tomarte un poco el pelo, quien sabe por qué. Llevas un tiempo rondando por aquí como el Grim Reaper.
—Ya no —dijo Nicholas—. El trabajo está acabado. Se lo he notificado al cliente, quien ya ha contactado a las autoridades. Hoy escribiré el informe. Se ha acabado.
—Dios. —Harry se enderezó. Se puso las muletas bajo los brazos y caminó por la habitación—. Guau, eso es… esas son noticas estupendas. ¿Obtuviste pruebas que lo respalden?
—Ya lo creo —dijo Nicholas con satisfacción—. Las fotos y las grabaciones digitales e incluso algo en papel. Van a encerrar a esos cabrones durante el resto de sus vidas.
Las que sospecho serán trágicamente cortadas con un cuchillo casero entre sus costillas en las duchas de la prisión. A nadie le gustan los violadores de niñas.
—Hey, tío, felicidades. Llamaré a Mike y podemos ir a celebrarlo esta noche. Va de mi cuenta. La bonificación de ese mamón nos mantendrá a flote durante el próximo trimestre.
—No puedo. —Los ojos de Nicholas se deslizaron hasta el monitor del ordenador, mirándolo fijamente. No había nada que ver en ese momento, aparte de mantener el rostro alejado de los inteligentes y perceptivos ojos de Harry—. Esta noche estoy ocupado.
—Pues cancélalo. Los tres necesitamos celebrarlo.
Nicholas no compartía sangre con Harry, ni con Mike, pero eran hermanos en el verdadero sentido de la palabra. Eso no significaba que fuera a perderse la cena con _____(tn)por causa de ellos. Lo de hoy era algo intocable.
—No puedo —dijo, inclinando la cabeza sobre una hoja de papel, haciendo ver que la observaba atentamente como si fuera un tratado de paz entre dos tribus enfrentadas—. Esta noche no.
Harry retiró de golpe el papel de entre sus manos y lo levantó.
—De acuerdo, ya lo pillo, no puedes hablar porque estás demasiado liado con… —miró el papel— pedidos para el papel y para el tóner de la fotocopiadora. Ajá. De acuerdo, ¿qué pasa esta noche que es tan especial?
Nicholas lo miró fijamente. Su muy especial Mirada de la Muerte, garantizada para aterrorizar reclutas.
Harry puso sus muletas cuidadosamente en una esquina del escritorio y lo miró, con las cejas levantadas. Nicholas se cruzó de brazos y apretó la mandíbula.
—No vas a hablar, ¿eh? —Una esquina de la boca de Harry se levantó, lo que en su lenguaje corporal era toda una sonrisa de oreja a oreja—. Eso significa que tendré que adivinar. De acuerdo. Me encantan los juegos de adivinanzas. Obviamente no está relacionado con el trabajo, o ya me lo habrías contado, así que estamos hablando de una cita con una dama. E igual de obvio es que la dama es alguien que no saldrá volando, pero si no quieres hablar de eso, significa que es… —chasqueó los dedos—. ¡Ya lo sé! ¡La guapa del otro lado del vestíbulo! Esa con la que has estado fantaseando. Dios, ¿cómo lo has logrado? ¿A quién tienes que matar?
¡Maldición! Nicholas odiaba que Harry fuera tan listo. Se hundió más en su sillón sabiendo que no podía enfrentarse a él. Los huesos se le estaban empezando a soldar, Nicholas no podía romperle ninguno nuevo.
Pero, mierda, no quería hablar de esto. Jamás había sido de los que parloteaban sobre su vida sexual, sobre todo porque tampoco había mucho de qué hablar. Había tenido sexo, un montón, de hecho, aunque últimamente el trabajo se había interpuesto, pero jamás con alguien especial. El sexo había sido en su mayor parte una manera de rascarse una comezón, como comer cuando estás hambriento. ¿Quién querría hablar de comida una vez estás lleno?
En general, una mujer era como cualquier otra. Satisfacían un apetito, y eso era todo.
Pero… _____(tn)era diferente. En verdad no podía decir el porqué, pero así era. Y no iba a hablar sobre ello.
Se miraron el uno al otro mutuamente, Nicholas sin hablar, Harry intentando abrir una grieta en él pero sin lograrlo. Finalmente Harry soltó un enorme suspiro de mártir.
—De acuerdo. Esto es lo que va a pasar. Ahora mismo, te ves, y también hueles, como un trabajador portuario que ha estado descargando mercancía. Ni loco vas a tener suerte con esa nena viéndote y oliendo así. De modo que vas a afeitarte y a cortarte el pelo y a darte una larga ducha. Que sean dos, porque tío... —hizo un gesto con la mano al aire delante de él como si alguien acabara de tirarse un pedo enorme—. ¿Me captas? Y yo voy a salir esta noche con Mike a tomar una cerveza y vamos a esperar un informe tuyo mañana por la mañana sobre tu cita con la Señorita
Deliciosa.
—Largo —gruñó Nicholas, poniendo los ojos en blanco—. Sal de aquí antes de que te rompa los huesos otra vez, y yo haré un trabajo mejor que esa jodida granada a propulsión afgana, créeme.
Harry salió de la oficina cojeando con una media sonrisa en su cara. Había valido la pena que le tomara el pelo con tal de verlo sonriendo. Tampoco es que Nicholas fuera mucho de sonreír, pero Harry había estado en el infierno y había regresado. Éste había sido el primer intercambio desenfadado que había tenido con él desde que había saltado por los aires en el Hindu Kush.
Tal vez era el Efecto _____(tn) Pearce. Dios sabía que tenía un efecto en él, uno enorme. Harry decía que había estado fantaseando sobre ella, lo que era una locura. Nicholas no fantaseaba. Pero había estado... interesado. Realmente interesado.
Él había monitorizado sus idas y venidas con tal de poder echarle un vistazo.
Jesús, sólo verla caminar por el pasillo hacia él había bastado para provocarle una erección que podría usar para clavar un clavo en la pared.
Conocía lo básico sobre ella, gracias a su web y a Google. Hija de un embajador, había crecido por todo el mundo, había ido a la Escuela de Traducción de la Universidad de Ginebra, traducía del francés y del español, conocía lo básico en ruso y algo de árabe.
Eso realmente le impresionaba. Su entrenamiento en idiomas había sido en las
Operaciones Especiales. Nicholas había sobresalido en casi todo menos en idiomas. Tenía el oído de hojalata para las lenguas, y había sido realmente un inconveniente. Seguía siéndolo, ya que estaba empezando a tener clientes extranjeros.
Aunque era la hija de un embajador, _____(tn) no vivía como una mujer privilegiada. Vivía en una casa que valía la mitad que el apartamento que Nicholas tenía en Coronado Shores. Sus ingresos eran una veinteava parte de los suyos. Había fundado su compañía hacía sólo un año, cuando se había trasladado a San Diego para vivir en la casa que su abuela materna le había legado, operando su negocio desde su casa hasta que lo había trasladado al edificio hacía un mes.
Antes de abrir su propio negocio había trabajado como traductora para la ONU en Ginebra.
Cuando, por curiosidad, Nicholas había mirado la descripción del trabajo, había visto el sueldo asociado al puesto de trabajo. Había soltado un silbido. En francos suizos, libres de impuestos. Era una cantidad enorme de dinero. ¿Por qué lo había dejado para abrir ese pequeño negocio en San Diego, asumiendo un recorte tan grande en sus ingresos?
Estaba soltera, lo que le sorprendía mucho. Jamás se había casado, tampoco, lo que era incluso más difícil de creer. De hecho, le parecía de locos. ¿Sólo había vivido en sitios donde le echaban algo al agua o qué? ¿Dónde todos los hombres eran gays? ¿Qué había de malo en los hombres con los que se había cruzado? Porque si no la hubiera visto por primera vez en mitad de una operación encubierta, en la que no tenía ni un minuto libre, habría estado en su cola al instante de verla moviéndose por el pasillo.
Educada en el extranjero, propietaria de un nuevo negocio, soltera. Esos eran los hechos que había sido capaz de encontrar en los archivos públicos. Pero los hechos del archivo no decían que era tan hermosa como para hacerte perder la cabeza. Era el tipo de mujer que probablemente venía con una señal de aviso: peligro inminente.
Los datos de Google tampoco mencionaban la jodida clase que tenía.
La dama tenía un doble encanto que Nicholas no había visto nunca antes. Era sexy como recién salida de la cama y a la vez tenía la clase de una princesa de hielo. Elegante, con gracia y con aplomo. Tenía que obligar a los músculos de su cuello a no girar la cabeza cada vez que ella pasaba por delante y tenía que detenerse a sí mismo, a base de pura fuerza de voluntad, para no ir olisqueando detrás suyo como un perro, de lo bien que olía.
Y, mierda, también tenía eso del trato princesa-a-peón. Una mirada fulminante de esos grandes y arqueados ojos color cobalto, con esas ridículamente largas pestañas, y podía reducir a un macho a una lloriqueante masa de protoplasma
En los días en que su aspecto había sido especialmente reprensible, le había lanzado miradas que habrían matado a un hombre menos fuerte. Pero Nicholas era un tipo duro.
Le gustaban los desafíos.
Uno de los bordes de su boca se levantó.
Sobre todo porque él siempre ganaba.
o.O las leo más tarde! :)
Lu wH!;*
:hi:
HeyItsLupitaNJ
Re: Fuego Cruzado - NicholasJ&Tu (Adaptación) - TERMINADA
wow
wow
wow
ke kapitulo
asi o mas buena la dewscripcion ya mas
kapi porfavor
esta buenisima
mariely_jonas
Re: Fuego Cruzado - NicholasJ&Tu (Adaptación) - TERMINADA
omj! please siguuela!
ya quuiero leer mas!
muueroooo!
ya quuiero leer mas!
muueroooo!
Rebecca Alvz
Re: Fuego Cruzado - NicholasJ&Tu (Adaptación) - TERMINADA
wuuuaaauuu
jjejejejejejeje
tiene similitudes con el nick reaaalll!!!!
jejeje es dificil sacarle una verdadera sonrisa a nick real y a este nick no se queda atras!!!... y bueno los dos son decididoooss
aaii siguela porfiis ya quieroo ver lo de la citaaa
jjejejejejejeje
tiene similitudes con el nick reaaalll!!!!
jejeje es dificil sacarle una verdadera sonrisa a nick real y a este nick no se queda atras!!!... y bueno los dos son decididoooss
aaii siguela porfiis ya quieroo ver lo de la citaaa
chelis
Re: Fuego Cruzado - NicholasJ&Tu (Adaptación) - TERMINADA
Hola, les dejo el siguiente capitulo :)
las leo mañana! ;)
Sin mucha acción, pero es parte de la novela! :)
Las leo mañana!
Lu wH!;*
:hi:
las leo mañana! ;)
Capitulo 2 (Parte 2)
Grand Port Maritime
Marsella, Francia
28 de Junio
Jean-Paul Simonet, un administrativo envejecido de bajo rango en la oficina trasera del Puerto de Marsella, conocía bien la compañía naviera Vega Maritime Transport. Era una pequeña, tenía sólo tres barcos, si es que se les podía llamar así a esas bañeras oxidadas con bandera de Liberia que surcaban los mares en su nombre.
Los barcos de la compañía eran conocidos entre los trabajadores del puerto por hacer recortes en seguridad, navegar bajos de personal e incluso por trapichear con contenedores de mercancías de contrabando. Cigarrillos. Dos veces, cargamentos de armas.
Una vez, paquetes de polvo blanco.
Lo que significaba que siembre había dinero para hacer que las autoridades del
puerto miraran para otro lado.
La compañía naviera era propiedad de un consorcio de oscuros tratantes, que en un abrir y cerrar de ojos, cerrarían la compañía y desaparecerían si una de sus oxidadas bañeras alguna vez sufrieran un percance.
Hoy el Marie Claire estaba en el puerto. La tripulación del Marie Claire había cambiado numerosas veces a lo largo de los años. Actualmente tenía un capitán turco y una tripulación de veinte países diferentes, y estaba en las últimas. En algún lugar, en alguna oficina en algún país del tercer mundo, un grupo de hombres alrededor de
una mesa habían decidido que podrían obtener más provecho de esos barcos destartalados de un solo casco, reconociendo que si dejaban de pagar el mantenimiento, podrían usar el barco hasta que el último céntimo se hubiera estrujado, y cuando ya no valiera la pena, lo podrían hundir una noche en medio del
océano, lejos de la vista de los satélites de vigilancia, y que podrían recoger el dinero de la aseguradora.
Beneficios por todos los lados.
El jefe de Simonet, aquella mierda de Boisier, siempre miraba para otro lado
cuando los barcos de Vega Maritime llegaban al puerto.
Simonet no sentía lealtad hacia la Autoridad Portuaria. Le pagaban poco, le faltaba un año para la jubilación y tenía el corazón roto desde que su familia había muerto. No le importaba una mierda ni una cosa ni otra.
Le darían el «goteo» de Boisier: diez cartones de Malboro, una caja de jerseys para hombre fabricados en China, una docena de botellas de Glenfiddich. Sabía que no era nada comparado con lo que Boisier recogía por mirar hacia otro lado, por no armar jaleo sobre las inadecuaciones en la seguridad y agilizar el pasaje de la compañía
naviera por Marsella. Con esa estafa, Boisier conducía un nuevísimo Mercedes clase S con el sueldo de un funcionario. Simonet conducía un Citroën de quince años.
Así era como funcionaba el mundo.
Encargarse de los cargamentos de Vega Maritime era problema de Boisier, pero él no estaba aquí hoy. Un caso violento de gripe, había oído Simonet, y le estaba bien empleado.
Lo único era que ahora era su problema el hacer la expedición del tránsito del barco de la compañía por el puerto. El capitán del Marie Claire se había olvidado de completar un F-45 y Simonet tenía que ir a recogerlo porque el capitán no respondía a su teléfono móvil. Sin el formulario, el siguiente puerto de escala no aceptaría el
barco.
Era el día más caluroso hasta entonces, con un cien por cien de humedad. Desde la terminal principal, donde estaba esperando el oxidado Marie Claire, hasta la oficina con aire acondicionado de Simonet había casi medio kilómetro. Por un momento Simonet se vio tentado a dejarlo estar. Que los jodieran. Que se jodieran todos. Le
podría dar un ataque al corazón por caminar medio kilómetro por el muelle bajo el sol abrasador, a menos que se subiera a uno de los vehículos eléctricos que usaban los funcionarios.
Pero no lo dejó estar; Boisier perdería su soborno y luego lo pagaría con él. Boisier era un maestro de la burocracia y podía hacer la vida de Simonet miserable de multitud de maneras. Simonet se jubilaba en diciembre y todo lo que quería era mantener la cabeza gacha. Así que, de acuerdo, se daría la caminata hasta el final del
muelle, se aseguraría que el capitán rellenara el formulario y regresaría. Dejaría que Boisier supiera lo que había hecho. Boisier podría recoger su soborno la siguiente vez y más le valía que estuviera agradecido con Simonet.
Al final encontró un carrito a unos cien metros de donde estaba anclado el Marie Claire. Lo detuvo a un lado del muelle y miró con asco al Marie Claire. Era un milagro que no se hubiera hundido bajo el peso del óxido. Tenía programado navegar a las
dieciséis horas. Su tripulación entera debería haber estado en el muelle, preparando el barco para la salida, pero Simonet no veía ni un alma.
Merde, iba a tener que hacer esto a lo difícil. Murmurando para sí, subió la amplia pasarela, mirando a su alrededor cuando llegó a cubierta. Estaba en la popa, cerca del camarote de la tripulación, y completamente solo en cubierta.
Eso era raro, y ligeramente fantasmal. Los muelles de los barcos antes de la salida eran hervideros de actividad. El tiempo era dinero, y estar anclado en un puerto innecesariamente era caro.
Simonet caminó por un lado del barco, junto a los enormes contenedores que llenaban la línea media de éste. Sin duda habría el doble de esa cantidad en los puentes inferiores.
Finalmente alcanzó la zona de popa, la torre del radar y la chimenea alzándose sobre él. Todavía no había visto a nadie. Simonet miró la escalera que llevaba al puente de mando con odio. Hacía un calor húmedo y esto estaba mucho más allá de su deber. Jodido Boisier.
Pero, de nuevo, Boisier tenía definitivamente la capacidad de hacer su vida verdaderamente miserable en los seis meses que le quedaban de trabajo. Con un enorme suspiro, Simonet empezó a subir y a sudar a chorros y a sentirse al borde del desmayo para cuando llegó a la sala de navegación, donde la mayoría de los capitanes pasaban su tiempo mientras estaban atracados.
Vacía. Merde.
Llamar a gritos era perfectamente inútil a causa del ruido de las grúas elevadoras.
Sencillamente tendría que recorrer el barco buscando al capitán.
Simonet encontró la escalera para bajar y se deslizó por ella, agradeciendo la temperatura ligeramente más fresca de los muelles inferiores. Había algo de ruido al final de un largo pasillo y lo siguió, sin hacer esfuerzos por silenciar sus pasos. Voces de hombres, graves y sonoras, concentradas en una tarea. Oía los sonidos de los martillos golpeando metal. Probablemente intentando reparar ellos mismos el amasijo oxidado, sin llamar a la tripulación del astillero
Simonet llegó al final del pasillo y se paralizó. Echó un vistazo a una escena que le congeló las venas, entendiéndola al instante. Con el corazón latiéndole de miedo, se retiró lentamente, una forma que pasaba desapercibida por la cubierta.
¡No podían verle! Esos hombres eran crueles e implacables. No merecían ser llamados seres humanos. No dudarían en masacrar mujeres y niños. Un administrativo de bajo nivel no era nada para ellos.
Mientras antes había caminado por el pasillo sin molestarse en no hacer ruido,
ahora se aplastaba contra el mamparo, deseando poder fundirse con él, a través de él.
Ay Dios, tenía que salir sin ser visto.
Cuanto más tiempo se quedara, más posibilidades tenía de ser descubierto.
Simonet se movió tan rápido como pudo por el pasillo, echando miradas desesperadas detrás de él. Los hombres que había visto estaban armados. Él estaba totalmente indefenso en este pasillo de acero, un objetivo imposible de fallar. No tenía ni idea de qué clase de ruido estaba haciendo porque no podía oír nada más
que el latir de su corazón en sus oídos.
De milagro, por la gracia de Dios, Simonet se las apañó para llegar al muelle y bajar del barco sin ser visto. Encontró el carrito donde lo había dejado y diez minutos más tarde estaba encerrándose en su oficina, sudando profusamente, tragando aire, totalmente aterrorizado.
Ay Dios, ay Dios.
Esto era diez millones de veces peor que los cigarrillos o las mercancías de contrabando o incluso la cocaína. Esto era terrorismo. Esto era lo que le había arrebatado a sus dos hijas, Helene y Josiane, en aquel terrible día en Madrid. El once de marzo de dos mil cuatro. Novecientos once días después del 11-S. Ese día su
mundo se acabó.
Todavía podía recordar las llamadas frenéticas a la embajada francesa en Madrid porque sus dos hijas, sus dos tesoros, estaban visitando Madrid, pensando «mis dos queridas me llamarán y me dirán que estaban de compras o visitando un museo o flirteando algún guapo español».
Pero no. Josiane y Helene habían estado en el tren que llevaba a la estación de Atocha, y que había saltado en pedazos. Alguien había activado un detonador que había convertido a seres humanos en hamburguesas, incluyendo a sus amadas hijas.
Simonet viajó a Madrid y se trajo a sus hijas a casa en bolsas que contenían pequeñas partes de sus cuerpos y no sus cadáveres. A una casa con una esposa cuyo corazón roto sencillamente se había rendido una noche.
Los yijaidistas le habían costado todo lo que le era amado, todo lo que tenía en el mundo, y había hecho algo suyo el estudiar todo sobre ellos. Había comprado libros, leído revistas y artículos de periódicos, visto Al-Jaseera, asistido a cursos nocturnos sobre la historia del Islam. En los últimos años, se había convertido en un experto en
terrorismo islámico.
Así que Jean-Paul Simonet había entendido inmediatamente el significado de lo que había visto en la bodega del Marie Claire. Si cerraba los ojos, lo podía ver como si estuviera justo ahí, de pie, aterrorizado y temblando en la entrada.
Diez miembros de la tripulación trabajaban en una puerta a una sala secreta que
habían cortado de una de las bodegas. Simonet podía ver la cavidad, ver los colchones, el montón de botellas de agua mineral y numerosos botes con la señal internacional negra y amarilla de peligro biológico.
Y lo que daba más miedo, por lo menos cuarenta hombres postrados en sus oraciones justo al otro lado de la puerta. Cuarenta hombres vestidos de mártires y con bandas verde lima alrededor de sus hombros, esperando a convertirse en shaheed batal, héroes mártires.
Terroristas. Dirigiéndose a Nueva York con bombas pegadas a sus torsos y acceso a material radioactivo. Los dedos de Simonet temblaban mientras buscaba a tientas el teléfono, dejando caer el receptor del inalámbrico en su prisa. Sus manos estaban resbaladizas por el sudor, apenas podía respirar por el terror en el pecho. Sus dedos
marcaron el diecisiete, el número de emergencias de la gendarmería, pero colgó casi inmediatamente.
La información era demasiado importante para ser transmitida a un operador
telefónico.
Su cuñado conocía al comisario de policía. Eso era, diría que le dolía la cabeza y saldría temprano. Sospecharían si la policía rodeaba el edificio de su oficina, la gente hablaría, se conocería su nombre. Si había una cosa que Simonet conocía, era que esa gente era maligna. No tenía muchos motivos para vivir, pero por Dios que no quería
morir a manos de esos canallas.
No, mucho mejor salir temprano e ir al centro a la comisaría y hablar con el
comisario mismo.
Tener un plan le calmó un poco, hasta que oyó pasos bajando por el pasillo.
Nadie venía a su oficina temprano por la mañana. ¿Venían a por él? Se puso de pie, aterrorizado, escuchando cómo se acercaban los pasos, más y más cerca. Dos, dos hombres.
¡La información! ¡Tenía que sacarla!
Sus ojos cayeron a la lista de archivos que tenían que ser enviados para su traducción. Perfecto.
Simonet tenía algo de idea de ordenadores y sabía algo de esteganografía5. En cinco segundos se las apañó para ocultar la información necesaria en un archivo. Apretó al «intro» y se giró al oír abrirse la puerta.
La esteganografía es la disciplina en la que se estudian y aplican técnicas que permiten el ocultamiento de mensajes u objetos, dentro de otros.
Dos hombres, uno pequeño y armado, el otro grande y desarmado, irrumpieron en la habitación. El grande dio un paso y con un desdeñoso giro de sus grandes manos, golpeó el cuello de Simonet.
El hombre grande abrió las manos y el cuerpo sin vida de Simonet cayó al suelo. Su último pensamiento antes de morir había sido en los miles, tal vez millones de americanos que había salvado de los ataques que esperaba haber detenido.
Marsella, Francia
28 de Junio
Jean-Paul Simonet, un administrativo envejecido de bajo rango en la oficina trasera del Puerto de Marsella, conocía bien la compañía naviera Vega Maritime Transport. Era una pequeña, tenía sólo tres barcos, si es que se les podía llamar así a esas bañeras oxidadas con bandera de Liberia que surcaban los mares en su nombre.
Los barcos de la compañía eran conocidos entre los trabajadores del puerto por hacer recortes en seguridad, navegar bajos de personal e incluso por trapichear con contenedores de mercancías de contrabando. Cigarrillos. Dos veces, cargamentos de armas.
Una vez, paquetes de polvo blanco.
Lo que significaba que siembre había dinero para hacer que las autoridades del
puerto miraran para otro lado.
La compañía naviera era propiedad de un consorcio de oscuros tratantes, que en un abrir y cerrar de ojos, cerrarían la compañía y desaparecerían si una de sus oxidadas bañeras alguna vez sufrieran un percance.
Hoy el Marie Claire estaba en el puerto. La tripulación del Marie Claire había cambiado numerosas veces a lo largo de los años. Actualmente tenía un capitán turco y una tripulación de veinte países diferentes, y estaba en las últimas. En algún lugar, en alguna oficina en algún país del tercer mundo, un grupo de hombres alrededor de
una mesa habían decidido que podrían obtener más provecho de esos barcos destartalados de un solo casco, reconociendo que si dejaban de pagar el mantenimiento, podrían usar el barco hasta que el último céntimo se hubiera estrujado, y cuando ya no valiera la pena, lo podrían hundir una noche en medio del
océano, lejos de la vista de los satélites de vigilancia, y que podrían recoger el dinero de la aseguradora.
Beneficios por todos los lados.
El jefe de Simonet, aquella mierda de Boisier, siempre miraba para otro lado
cuando los barcos de Vega Maritime llegaban al puerto.
Simonet no sentía lealtad hacia la Autoridad Portuaria. Le pagaban poco, le faltaba un año para la jubilación y tenía el corazón roto desde que su familia había muerto. No le importaba una mierda ni una cosa ni otra.
Le darían el «goteo» de Boisier: diez cartones de Malboro, una caja de jerseys para hombre fabricados en China, una docena de botellas de Glenfiddich. Sabía que no era nada comparado con lo que Boisier recogía por mirar hacia otro lado, por no armar jaleo sobre las inadecuaciones en la seguridad y agilizar el pasaje de la compañía
naviera por Marsella. Con esa estafa, Boisier conducía un nuevísimo Mercedes clase S con el sueldo de un funcionario. Simonet conducía un Citroën de quince años.
Así era como funcionaba el mundo.
Encargarse de los cargamentos de Vega Maritime era problema de Boisier, pero él no estaba aquí hoy. Un caso violento de gripe, había oído Simonet, y le estaba bien empleado.
Lo único era que ahora era su problema el hacer la expedición del tránsito del barco de la compañía por el puerto. El capitán del Marie Claire se había olvidado de completar un F-45 y Simonet tenía que ir a recogerlo porque el capitán no respondía a su teléfono móvil. Sin el formulario, el siguiente puerto de escala no aceptaría el
barco.
Era el día más caluroso hasta entonces, con un cien por cien de humedad. Desde la terminal principal, donde estaba esperando el oxidado Marie Claire, hasta la oficina con aire acondicionado de Simonet había casi medio kilómetro. Por un momento Simonet se vio tentado a dejarlo estar. Que los jodieran. Que se jodieran todos. Le
podría dar un ataque al corazón por caminar medio kilómetro por el muelle bajo el sol abrasador, a menos que se subiera a uno de los vehículos eléctricos que usaban los funcionarios.
Pero no lo dejó estar; Boisier perdería su soborno y luego lo pagaría con él. Boisier era un maestro de la burocracia y podía hacer la vida de Simonet miserable de multitud de maneras. Simonet se jubilaba en diciembre y todo lo que quería era mantener la cabeza gacha. Así que, de acuerdo, se daría la caminata hasta el final del
muelle, se aseguraría que el capitán rellenara el formulario y regresaría. Dejaría que Boisier supiera lo que había hecho. Boisier podría recoger su soborno la siguiente vez y más le valía que estuviera agradecido con Simonet.
Al final encontró un carrito a unos cien metros de donde estaba anclado el Marie Claire. Lo detuvo a un lado del muelle y miró con asco al Marie Claire. Era un milagro que no se hubiera hundido bajo el peso del óxido. Tenía programado navegar a las
dieciséis horas. Su tripulación entera debería haber estado en el muelle, preparando el barco para la salida, pero Simonet no veía ni un alma.
Merde, iba a tener que hacer esto a lo difícil. Murmurando para sí, subió la amplia pasarela, mirando a su alrededor cuando llegó a cubierta. Estaba en la popa, cerca del camarote de la tripulación, y completamente solo en cubierta.
Eso era raro, y ligeramente fantasmal. Los muelles de los barcos antes de la salida eran hervideros de actividad. El tiempo era dinero, y estar anclado en un puerto innecesariamente era caro.
Simonet caminó por un lado del barco, junto a los enormes contenedores que llenaban la línea media de éste. Sin duda habría el doble de esa cantidad en los puentes inferiores.
Finalmente alcanzó la zona de popa, la torre del radar y la chimenea alzándose sobre él. Todavía no había visto a nadie. Simonet miró la escalera que llevaba al puente de mando con odio. Hacía un calor húmedo y esto estaba mucho más allá de su deber. Jodido Boisier.
Pero, de nuevo, Boisier tenía definitivamente la capacidad de hacer su vida verdaderamente miserable en los seis meses que le quedaban de trabajo. Con un enorme suspiro, Simonet empezó a subir y a sudar a chorros y a sentirse al borde del desmayo para cuando llegó a la sala de navegación, donde la mayoría de los capitanes pasaban su tiempo mientras estaban atracados.
Vacía. Merde.
Llamar a gritos era perfectamente inútil a causa del ruido de las grúas elevadoras.
Sencillamente tendría que recorrer el barco buscando al capitán.
Simonet encontró la escalera para bajar y se deslizó por ella, agradeciendo la temperatura ligeramente más fresca de los muelles inferiores. Había algo de ruido al final de un largo pasillo y lo siguió, sin hacer esfuerzos por silenciar sus pasos. Voces de hombres, graves y sonoras, concentradas en una tarea. Oía los sonidos de los martillos golpeando metal. Probablemente intentando reparar ellos mismos el amasijo oxidado, sin llamar a la tripulación del astillero
Simonet llegó al final del pasillo y se paralizó. Echó un vistazo a una escena que le congeló las venas, entendiéndola al instante. Con el corazón latiéndole de miedo, se retiró lentamente, una forma que pasaba desapercibida por la cubierta.
¡No podían verle! Esos hombres eran crueles e implacables. No merecían ser llamados seres humanos. No dudarían en masacrar mujeres y niños. Un administrativo de bajo nivel no era nada para ellos.
Mientras antes había caminado por el pasillo sin molestarse en no hacer ruido,
ahora se aplastaba contra el mamparo, deseando poder fundirse con él, a través de él.
Ay Dios, tenía que salir sin ser visto.
Cuanto más tiempo se quedara, más posibilidades tenía de ser descubierto.
Simonet se movió tan rápido como pudo por el pasillo, echando miradas desesperadas detrás de él. Los hombres que había visto estaban armados. Él estaba totalmente indefenso en este pasillo de acero, un objetivo imposible de fallar. No tenía ni idea de qué clase de ruido estaba haciendo porque no podía oír nada más
que el latir de su corazón en sus oídos.
De milagro, por la gracia de Dios, Simonet se las apañó para llegar al muelle y bajar del barco sin ser visto. Encontró el carrito donde lo había dejado y diez minutos más tarde estaba encerrándose en su oficina, sudando profusamente, tragando aire, totalmente aterrorizado.
Ay Dios, ay Dios.
Esto era diez millones de veces peor que los cigarrillos o las mercancías de contrabando o incluso la cocaína. Esto era terrorismo. Esto era lo que le había arrebatado a sus dos hijas, Helene y Josiane, en aquel terrible día en Madrid. El once de marzo de dos mil cuatro. Novecientos once días después del 11-S. Ese día su
mundo se acabó.
Todavía podía recordar las llamadas frenéticas a la embajada francesa en Madrid porque sus dos hijas, sus dos tesoros, estaban visitando Madrid, pensando «mis dos queridas me llamarán y me dirán que estaban de compras o visitando un museo o flirteando algún guapo español».
Pero no. Josiane y Helene habían estado en el tren que llevaba a la estación de Atocha, y que había saltado en pedazos. Alguien había activado un detonador que había convertido a seres humanos en hamburguesas, incluyendo a sus amadas hijas.
Simonet viajó a Madrid y se trajo a sus hijas a casa en bolsas que contenían pequeñas partes de sus cuerpos y no sus cadáveres. A una casa con una esposa cuyo corazón roto sencillamente se había rendido una noche.
Los yijaidistas le habían costado todo lo que le era amado, todo lo que tenía en el mundo, y había hecho algo suyo el estudiar todo sobre ellos. Había comprado libros, leído revistas y artículos de periódicos, visto Al-Jaseera, asistido a cursos nocturnos sobre la historia del Islam. En los últimos años, se había convertido en un experto en
terrorismo islámico.
Así que Jean-Paul Simonet había entendido inmediatamente el significado de lo que había visto en la bodega del Marie Claire. Si cerraba los ojos, lo podía ver como si estuviera justo ahí, de pie, aterrorizado y temblando en la entrada.
Diez miembros de la tripulación trabajaban en una puerta a una sala secreta que
habían cortado de una de las bodegas. Simonet podía ver la cavidad, ver los colchones, el montón de botellas de agua mineral y numerosos botes con la señal internacional negra y amarilla de peligro biológico.
Y lo que daba más miedo, por lo menos cuarenta hombres postrados en sus oraciones justo al otro lado de la puerta. Cuarenta hombres vestidos de mártires y con bandas verde lima alrededor de sus hombros, esperando a convertirse en shaheed batal, héroes mártires.
Terroristas. Dirigiéndose a Nueva York con bombas pegadas a sus torsos y acceso a material radioactivo. Los dedos de Simonet temblaban mientras buscaba a tientas el teléfono, dejando caer el receptor del inalámbrico en su prisa. Sus manos estaban resbaladizas por el sudor, apenas podía respirar por el terror en el pecho. Sus dedos
marcaron el diecisiete, el número de emergencias de la gendarmería, pero colgó casi inmediatamente.
La información era demasiado importante para ser transmitida a un operador
telefónico.
Su cuñado conocía al comisario de policía. Eso era, diría que le dolía la cabeza y saldría temprano. Sospecharían si la policía rodeaba el edificio de su oficina, la gente hablaría, se conocería su nombre. Si había una cosa que Simonet conocía, era que esa gente era maligna. No tenía muchos motivos para vivir, pero por Dios que no quería
morir a manos de esos canallas.
No, mucho mejor salir temprano e ir al centro a la comisaría y hablar con el
comisario mismo.
Tener un plan le calmó un poco, hasta que oyó pasos bajando por el pasillo.
Nadie venía a su oficina temprano por la mañana. ¿Venían a por él? Se puso de pie, aterrorizado, escuchando cómo se acercaban los pasos, más y más cerca. Dos, dos hombres.
¡La información! ¡Tenía que sacarla!
Sus ojos cayeron a la lista de archivos que tenían que ser enviados para su traducción. Perfecto.
Simonet tenía algo de idea de ordenadores y sabía algo de esteganografía5. En cinco segundos se las apañó para ocultar la información necesaria en un archivo. Apretó al «intro» y se giró al oír abrirse la puerta.
La esteganografía es la disciplina en la que se estudian y aplican técnicas que permiten el ocultamiento de mensajes u objetos, dentro de otros.
Dos hombres, uno pequeño y armado, el otro grande y desarmado, irrumpieron en la habitación. El grande dio un paso y con un desdeñoso giro de sus grandes manos, golpeó el cuello de Simonet.
El hombre grande abrió las manos y el cuerpo sin vida de Simonet cayó al suelo. Su último pensamiento antes de morir había sido en los miles, tal vez millones de americanos que había salvado de los ataques que esperaba haber detenido.
Sin mucha acción, pero es parte de la novela! :)
Las leo mañana!
Lu wH!;*
:hi:
HeyItsLupitaNJ
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