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"Desnuda En Sus Brazos" - Joe y tu Terminada
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "Desnuda En Sus Brazos" - Joe y tu Terminada
omj esta suepr
ya qiero que se encuentren
siguela
ya qiero que se encuentren
siguela
andreita
Re: "Desnuda En Sus Brazos" - Joe y tu Terminada
sigueeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee pleaseeeeeeeeeeeeeeeeeeee!!!!!!
mary(mariana)
Re: "Desnuda En Sus Brazos" - Joe y tu Terminada
bienvenidas alas nuevas lectoras espero les siga gustando la nove :D
Capitulo 3
Cuando aterrizó en La Guardia, Joseph había trazado ya un plan.
Antes de hacer nada con el asunto de _____ Prescott, quería saber quién era ella. La monótona jerga burocrática del informe que Shaw le había dado no le daba una buena idea de cómo era la mujer.
Quería ver a la ex amante de Tony Gennaro con sus propios ojos. Averiguar cómo pasaba el tiempo. Acercarse a ella. Y entonces, sólo entonces, decidiría qué hacer después.
Hasta hacía bien poco, la señorita había vivido en el enorme mansión de Gennaro en la costa norte de Long Island.
En ese momento vivía en el Bajo Manhattan, en una de esas barriadas identificadas no por el nombre, sino por un acrónimo que nadie entendía. Shaw le había dicho que los federales la habían encontrado sin ningún esfuerzo y la habían estado vigilando estrechamente. Pero Shaw se había encargado de que se marcharan de allí.
Al menos, eso era lo que le había dicho.
Otra razón para tomarse su tiempo y ver cómo iban las cosas, pensaba Joseph mientras se dirigía al mostrador de la tienda de alquiler de coches. Había dicho que no quería que nadie se metiera en su trabajo, e iba muy en serio.
Cuando estuviera listo, y no antes, se presentaría a _____ Prescott. «Presentarse» era sin duda una manera agradable de decirlo, pensaba mientras le daba al empleado de la tienda de alquiler de coches su tarjeta. Asumiendo que la señorita fuera tan hostil como había dicho Shaw, no sería una reunión muy civilizada; pero de eso se preocuparía cuando llegara el momento.
Salió de Laguardia en un insulso monovolumen negro. Paró en un centro comercial y compró una cazadora de cuero negro, una camiseta negra, zapatillas de deporte negras y vaqueros negros. Ya tenía su móvil encima. Entonces fue a la sección de artículos para camping y añadió una bolsa de deporte, una linterna, un termo, unos prismáticos, un telescopio con visión nocturna y una cámara digital extraplana.
Nunca sabía uno cuándo esos artefactos le serían útiles.
Escogió un hotel grande e impersonal, se vistió de negro, metió lo que había comprado en la bolsa de deportes e hizo una llamada.
A la hora, un viejo amigo que no le hacía preguntas le dio una pistola 9mm cargada y con un cargador extra. Se guardó la pistola en la parte de atrás de la cintura y el cargador en el calcetín.
Estaba totalmente listo.
A medianoche, aparcó frente al apartamento de Prescott. Estaba en una calle de Manhattan que gustaba mucho a los agentes inmobiliarios, una zona comercial deseosa de convertirse en un paraíso yuppie.
Ningún neoyorquino que se vanagloriara de ello iba a prestarle atención ni al monovolumen ni a él.
Observó el edificio toda la noche. Nadie entró ni salió. A las cinco de la mañana, puso en marcha su alarma interior para echarse un sueño de media hora. Después de pasar una semana con un tío mayor de su madre, un tipo a quienes los blancos de origen inglés se referían erróneamente como brujo, había aprendido a meterse en lo más profundo de su ser para recuperar el descanso necesario para su cuerpo y su mente.
A las cinco y media se despertó, revitalizado, y apuró el café que le quedaba en el termo.
A las ocho, _____ Prescott bajaba las escaleras.
Llevaba una gabardina larga negra, una gorra que le cubría el pelo y unas gafas de sol enormes a pesar de lo gris de la mañana. Bajo el abrigo asomaban unos vaqueros y unas zapatillas de deporte.
Además del nombre falso en el buzón del portal, C. Smith, y de un número de teléfono que no figuraba en la guía y que le había llevado una hora encontrar, se figuró que ése era su intento de disfrazarse.
Cualquiera empeñado en localizarla se daría cuenta de todo en menos de un minuto. O bien creía que la mejor manera de esconderse era no escondiéndose, o bien creía en la suerte.
Joe la observó caminar por la calle. Dejó que tomara la delantera y después salió del monovolumen y echó a andar detrás de ella.
Ella hizo una parada en la tienda coreana de alimentación que había en la esquina, y salió con una taza de algo humeante, que él supuso que era café, en una mano y un paquete en la otra. Cuando se dio la vuelta hacia su casa, él se metió en un portal, esperó a que ella pasara y al momento echó a andar detrás de ella de nuevo.
Ella volvió a entrar en su edificio de apartamentos, y él se metió en el coche.
Pasaron varias horas. ¿Qué demonios estaría haciendo allí arriba? Si se pasaba el día encerrada allí, iba a acabar loca.
A las cuatro y media, tuvo la contestación.
_____ Prescott bajó de nuevo con la misma gabardina larga, la gorra y las gafas de sol, aunque ya el cielo estaba muy oscuro. Pero no se le veían los vaqueros, y se había quitado las zapatillas para ponerse unos zapatos negros de tacón bajo. Caminó con dinamismo hacia la esquina, miró hacia ambos lados de la calle, la cruzó y continuó caminando.
Joseph la siguió.
Veinte minutos después, entró en una librería. Un viejo encorvado de pelo canoso la saludó. Ella sonrió, se quitó la gabardina, la gorra y las gafas oscuras…
Joseph se quedó sin aliento.
Iba vestida recatadamente. Llevaba un suéter oscuro y una falda también oscura y nada sexy, además de los prácticos zapatos.
Ya sabía que la chica tenía un rostro angelical. Pero en ese momento vio que tenía el cuerpo de una cortesana. Ni siquiera los colores apagados podían ocultar sus pechos altos y turgentes, su cintura estrecha y sus caderas redondeadas. Tenía las piernas muy largas, y se las imaginó alrededor de su cintura. Su cabello, una masa de bucles castaños de puntas doradas que llevaba recogido a la altura de la nuca, era en sí una pura tentación.
Un hombre desearía abrir ese pasador y hundir las manos en esa masa de rizos mientras levantaba su cara hacia él.
Instantáneamente, el cuerpo de Alexander respondió a sus pensamientos y a lo que veía.
Tal vez Tony Gennaro fuera un asesino, pero el muy canalla tenía un gusto excelente con las mujeres.
El viejo le dijo algo a _____ Prescott. Ella asintió, fue directamente a la caja registradora y la abrió. A Joseph, ese detalle le sorprendió tanto como sus curvas de mujer.
¿La ex amante de Gennaro trabajaba en una librería?
O bien estaba desesperada por tener un empleo, o tenía más cerebro del que él pensaba. Su ex amante no pensaría en buscarla en un lugar como ése.
Joseph miró su reloj. Eran un poco más de las cinco. En la puerta estaban escritos los horarios comerciales de la tienda. Estaba abierta hasta las nueve de la noche. Excelente. Sería más que suficiente para entrar en su apartamento.
En cuanto hiciera eso, tendría más controlada a _____ Prescott. De momento sólo sabía que era guapa, lo suficientemente lista como para arreglárselas en una gran ciudad, pero lo bastante tonta, lo bastante ambiciosa, como para haberse metido en la cama de un hombre que ordenaba la muerte de otras personas sin miramientos.
Tenía que saber más cosas si iba a tener que pensar en un modo de conseguir que cooperara con él.
Entrar en su apartamento fue coser y cantar. Pasó una tarjeta de crédito entre la jamba y la cerradura y la puerta se abrió.
Su valoración de las habilidades de _____ Prescott para desenvolverse en la ciudad bajaron un punto, y al segundo volvieron a aumentar cuando sonaron unas campanas sobre su cabeza.
Literalmente.
Había clavado una tira de campanas justo sobre la puerta.
Joseph agarró las campanas, las silenció y esperó. No pasó nada. Evidentemente, quienquiera que ocupara aquel edificio había aprendido la principal regla de supervivencia de Nueva York.
Si se oía un ruido por la noche y ese ruido no era el del golpe que te estaban dando en la cabeza, uno lo ignoraba.
Cerró la puerta con cuidado. Tal vez tuviera más trampas colocadas por distintos sitios. Esperó de nuevo hasta que los ojos se le acostumbraron a la oscuridad. Entonces sacó su linterna, la encendió e iluminó la zona con el estrecho haz de luz.
El apartamento era una sola habitación enorme, un espacio lleno de sombras. Había una cocina minúscula y un baño a un lado. Lo que hubiera podido esperar de una mujer que dormía con un asesino, querubines, detalles dorados, no lo vio allí.
Los estereotipos no servían para nada.
No había muebles, tan sólo una cama estrecha, un arcón, y un par de mesas pequeñas y sillas que podrían haber salido de una rifa benéfica.
Se abrió camino despacio a través del apartamento, abriendo cajones y asomándose con cuidado a los cajones sin revolver. Pero sólo encontró las cosas que tenían la mayor parte de las mujeres: suéteres, vaqueros y lencería.
Lencería de encaje. Sujetadores que abrazarían sus pechos como una ofrenda. Braguitas que le subirían por los muslos largos y que quedarían lo suficientemente bajas como para dejar entrever lo que sabía que sería un vello femenino dorado.
Joseph pasó el peso de una pierna a la otra. Tenía una erección tan potente e instantánea que le ceñía la tela de los vaqueros. Hacía tiempo que no estaba con una mujer. ¿Tan desesperado estaba que sólo con ver la lencería de aquélla, con pensar en cómo le quedaría, era suficiente para ponerle así?
Disfrutenlo :D
Capitulo 3
Cuando aterrizó en La Guardia, Joseph había trazado ya un plan.
Antes de hacer nada con el asunto de _____ Prescott, quería saber quién era ella. La monótona jerga burocrática del informe que Shaw le había dado no le daba una buena idea de cómo era la mujer.
Quería ver a la ex amante de Tony Gennaro con sus propios ojos. Averiguar cómo pasaba el tiempo. Acercarse a ella. Y entonces, sólo entonces, decidiría qué hacer después.
Hasta hacía bien poco, la señorita había vivido en el enorme mansión de Gennaro en la costa norte de Long Island.
En ese momento vivía en el Bajo Manhattan, en una de esas barriadas identificadas no por el nombre, sino por un acrónimo que nadie entendía. Shaw le había dicho que los federales la habían encontrado sin ningún esfuerzo y la habían estado vigilando estrechamente. Pero Shaw se había encargado de que se marcharan de allí.
Al menos, eso era lo que le había dicho.
Otra razón para tomarse su tiempo y ver cómo iban las cosas, pensaba Joseph mientras se dirigía al mostrador de la tienda de alquiler de coches. Había dicho que no quería que nadie se metiera en su trabajo, e iba muy en serio.
Cuando estuviera listo, y no antes, se presentaría a _____ Prescott. «Presentarse» era sin duda una manera agradable de decirlo, pensaba mientras le daba al empleado de la tienda de alquiler de coches su tarjeta. Asumiendo que la señorita fuera tan hostil como había dicho Shaw, no sería una reunión muy civilizada; pero de eso se preocuparía cuando llegara el momento.
Salió de Laguardia en un insulso monovolumen negro. Paró en un centro comercial y compró una cazadora de cuero negro, una camiseta negra, zapatillas de deporte negras y vaqueros negros. Ya tenía su móvil encima. Entonces fue a la sección de artículos para camping y añadió una bolsa de deporte, una linterna, un termo, unos prismáticos, un telescopio con visión nocturna y una cámara digital extraplana.
Nunca sabía uno cuándo esos artefactos le serían útiles.
Escogió un hotel grande e impersonal, se vistió de negro, metió lo que había comprado en la bolsa de deportes e hizo una llamada.
A la hora, un viejo amigo que no le hacía preguntas le dio una pistola 9mm cargada y con un cargador extra. Se guardó la pistola en la parte de atrás de la cintura y el cargador en el calcetín.
Estaba totalmente listo.
A medianoche, aparcó frente al apartamento de Prescott. Estaba en una calle de Manhattan que gustaba mucho a los agentes inmobiliarios, una zona comercial deseosa de convertirse en un paraíso yuppie.
Ningún neoyorquino que se vanagloriara de ello iba a prestarle atención ni al monovolumen ni a él.
Observó el edificio toda la noche. Nadie entró ni salió. A las cinco de la mañana, puso en marcha su alarma interior para echarse un sueño de media hora. Después de pasar una semana con un tío mayor de su madre, un tipo a quienes los blancos de origen inglés se referían erróneamente como brujo, había aprendido a meterse en lo más profundo de su ser para recuperar el descanso necesario para su cuerpo y su mente.
A las cinco y media se despertó, revitalizado, y apuró el café que le quedaba en el termo.
A las ocho, _____ Prescott bajaba las escaleras.
Llevaba una gabardina larga negra, una gorra que le cubría el pelo y unas gafas de sol enormes a pesar de lo gris de la mañana. Bajo el abrigo asomaban unos vaqueros y unas zapatillas de deporte.
Además del nombre falso en el buzón del portal, C. Smith, y de un número de teléfono que no figuraba en la guía y que le había llevado una hora encontrar, se figuró que ése era su intento de disfrazarse.
Cualquiera empeñado en localizarla se daría cuenta de todo en menos de un minuto. O bien creía que la mejor manera de esconderse era no escondiéndose, o bien creía en la suerte.
Joe la observó caminar por la calle. Dejó que tomara la delantera y después salió del monovolumen y echó a andar detrás de ella.
Ella hizo una parada en la tienda coreana de alimentación que había en la esquina, y salió con una taza de algo humeante, que él supuso que era café, en una mano y un paquete en la otra. Cuando se dio la vuelta hacia su casa, él se metió en un portal, esperó a que ella pasara y al momento echó a andar detrás de ella de nuevo.
Ella volvió a entrar en su edificio de apartamentos, y él se metió en el coche.
Pasaron varias horas. ¿Qué demonios estaría haciendo allí arriba? Si se pasaba el día encerrada allí, iba a acabar loca.
A las cuatro y media, tuvo la contestación.
_____ Prescott bajó de nuevo con la misma gabardina larga, la gorra y las gafas de sol, aunque ya el cielo estaba muy oscuro. Pero no se le veían los vaqueros, y se había quitado las zapatillas para ponerse unos zapatos negros de tacón bajo. Caminó con dinamismo hacia la esquina, miró hacia ambos lados de la calle, la cruzó y continuó caminando.
Joseph la siguió.
Veinte minutos después, entró en una librería. Un viejo encorvado de pelo canoso la saludó. Ella sonrió, se quitó la gabardina, la gorra y las gafas oscuras…
Joseph se quedó sin aliento.
Iba vestida recatadamente. Llevaba un suéter oscuro y una falda también oscura y nada sexy, además de los prácticos zapatos.
Ya sabía que la chica tenía un rostro angelical. Pero en ese momento vio que tenía el cuerpo de una cortesana. Ni siquiera los colores apagados podían ocultar sus pechos altos y turgentes, su cintura estrecha y sus caderas redondeadas. Tenía las piernas muy largas, y se las imaginó alrededor de su cintura. Su cabello, una masa de bucles castaños de puntas doradas que llevaba recogido a la altura de la nuca, era en sí una pura tentación.
Un hombre desearía abrir ese pasador y hundir las manos en esa masa de rizos mientras levantaba su cara hacia él.
Instantáneamente, el cuerpo de Alexander respondió a sus pensamientos y a lo que veía.
Tal vez Tony Gennaro fuera un asesino, pero el muy canalla tenía un gusto excelente con las mujeres.
El viejo le dijo algo a _____ Prescott. Ella asintió, fue directamente a la caja registradora y la abrió. A Joseph, ese detalle le sorprendió tanto como sus curvas de mujer.
¿La ex amante de Gennaro trabajaba en una librería?
O bien estaba desesperada por tener un empleo, o tenía más cerebro del que él pensaba. Su ex amante no pensaría en buscarla en un lugar como ése.
Joseph miró su reloj. Eran un poco más de las cinco. En la puerta estaban escritos los horarios comerciales de la tienda. Estaba abierta hasta las nueve de la noche. Excelente. Sería más que suficiente para entrar en su apartamento.
En cuanto hiciera eso, tendría más controlada a _____ Prescott. De momento sólo sabía que era guapa, lo suficientemente lista como para arreglárselas en una gran ciudad, pero lo bastante tonta, lo bastante ambiciosa, como para haberse metido en la cama de un hombre que ordenaba la muerte de otras personas sin miramientos.
Tenía que saber más cosas si iba a tener que pensar en un modo de conseguir que cooperara con él.
Entrar en su apartamento fue coser y cantar. Pasó una tarjeta de crédito entre la jamba y la cerradura y la puerta se abrió.
Su valoración de las habilidades de _____ Prescott para desenvolverse en la ciudad bajaron un punto, y al segundo volvieron a aumentar cuando sonaron unas campanas sobre su cabeza.
Literalmente.
Había clavado una tira de campanas justo sobre la puerta.
Joseph agarró las campanas, las silenció y esperó. No pasó nada. Evidentemente, quienquiera que ocupara aquel edificio había aprendido la principal regla de supervivencia de Nueva York.
Si se oía un ruido por la noche y ese ruido no era el del golpe que te estaban dando en la cabeza, uno lo ignoraba.
Cerró la puerta con cuidado. Tal vez tuviera más trampas colocadas por distintos sitios. Esperó de nuevo hasta que los ojos se le acostumbraron a la oscuridad. Entonces sacó su linterna, la encendió e iluminó la zona con el estrecho haz de luz.
El apartamento era una sola habitación enorme, un espacio lleno de sombras. Había una cocina minúscula y un baño a un lado. Lo que hubiera podido esperar de una mujer que dormía con un asesino, querubines, detalles dorados, no lo vio allí.
Los estereotipos no servían para nada.
No había muebles, tan sólo una cama estrecha, un arcón, y un par de mesas pequeñas y sillas que podrían haber salido de una rifa benéfica.
Se abrió camino despacio a través del apartamento, abriendo cajones y asomándose con cuidado a los cajones sin revolver. Pero sólo encontró las cosas que tenían la mayor parte de las mujeres: suéteres, vaqueros y lencería.
Lencería de encaje. Sujetadores que abrazarían sus pechos como una ofrenda. Braguitas que le subirían por los muslos largos y que quedarían lo suficientemente bajas como para dejar entrever lo que sabía que sería un vello femenino dorado.
Joseph pasó el peso de una pierna a la otra. Tenía una erección tan potente e instantánea que le ceñía la tela de los vaqueros. Hacía tiempo que no estaba con una mujer. ¿Tan desesperado estaba que sólo con ver la lencería de aquélla, con pensar en cómo le quedaría, era suficiente para ponerle así?
Disfrutenlo :D
Nani Jonas
Re: "Desnuda En Sus Brazos" - Joe y tu Terminada
ja joe parece un ladron ajajjaja
me ebcata sigeuañ
me ebcata sigeuañ
andreita
Re: "Desnuda En Sus Brazos" - Joe y tu Terminada
me encanto el cap, tienes que seguirla!!
dios yo me muero si me pasa eso yo trabajando, y un tio bueno viendo mi lenceria
TIENES QUE SEGUIRLA ANDA!!!
dios yo me muero si me pasa eso yo trabajando, y un tio bueno viendo mi lenceria
TIENES QUE SEGUIRLA ANDA!!!
pau D jonas parthenopaeus
Re: "Desnuda En Sus Brazos" - Joe y tu Terminada
Ah siguelaaa me encanto el cap!
Pobre joe pero qien lo manda a ver lencería :D
Pobre joe pero qien lo manda a ver lencería :D
☎ Jimena Horan ♥
Re: "Desnuda En Sus Brazos" - Joe y tu Terminada
hola lo siento por no comentar antes pero se me olvido :roll: me encanatron los capis siguela pronto
aranzhitha
Re: "Desnuda En Sus Brazos" - Joe y tu Terminada
OMJ!!! I love ur nove jejjejejej
Sigue porfiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiis!?!?!?!?!?!?!?
Haber si pasan por mis shot's? ;)
https://onlywn.activoforo.com/t8476-una-caida-de-amor-joe-y-tu
https://onlywn.activoforo.com/t8493-lamour-est-pour-lair-nick-j-y-tu
Sigue porfiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiis!?!?!?!?!?!?!?
Haber si pasan por mis shot's? ;)
https://onlywn.activoforo.com/t8476-una-caida-de-amor-joe-y-tu
https://onlywn.activoforo.com/t8493-lamour-est-pour-lair-nick-j-y-tu
mary(mariana)
Re: "Desnuda En Sus Brazos" - Joe y tu Terminada
Capitulo 4
Cualquier hombre que tuviera dinero suficiente podría tener a _____ Prescott. Una mujer tenía derecho a hacer lo que quisiera con su cuerpo, pero si decidía ofrecérselo al mejor postor, no era una mujer que él quisiera en su cama.
Entró en el baño. El lavabo estaba desconchado y manchado; encima había un estante igualmente estropeado que sostenía pequeñas ampollas y botes. Abrió uno al azar y se lo llevó a la nariz. ¿Lilas? No le emocionaban demasiado ni las flores ni el perfume; le gustaba que una mujer oliera a mujer, sobre todo cuando estaba excitada y deseosa de ser poseída; pero aquel perfume no estaba mal.
Entre el baño y la cocina había un pequeño ropero. Lo abrió y pasó la mano por una escasa colección de faldas, suéteres y vestidos de colores apagados. En el fondo del armario había media docena de pares de zapatos colocados ordenadamente: las zapatillas de esa mañana, tacones normales… no vio ningún par de tacón de aguja.
Qué pena.
Las interminables piernas de la señorita estarían más que sexys con unas sandalias de tacón alto. Tacones, uno de esos sujetadores de encaje a juego con unas braguitas y su melena dorada serían suficientes para…
Joseph frunció el ceño y cerró la puerta del armario. Qué ridiculez. ¿Pero a quién le importaba cómo estaría ella medio desnuda? A nadie salvo a su amante, a su ex amante. Y lo que le hubiera atraído a Tony Gennaro jamás…
Clic.
Joseph se quedó helado.
Alguien acababa de girar la llave en la cerradura de la entrada. Apagó la linterna y miró a su alrededor en busca de un lugar donde esconderse. El armario era el mejor sitio. Era profundo, aunque estrecho como un ataúd. Además, tampoco tenía mucho donde elegir.
Rápidamente, se metió dentro y cerró la puerta, pero no del todo. Sacó suavemente la pistola de la parte de atrás del cinturón y la pegó a su muslo.
La puerta del apartamento se abrió; el tintineo del improvisado sistema de seguridad de _____ Prescott le dijo que tenía compañía. La señora de la casa estaba trabajando. Los federales habían desaparecido. De modo que sólo había dos posibilidades. Su invitado era o bien un ladrón con muy poca suerte, o un asesino a sueldo de Tony Gennaro.
Cada vez que _____ abría la puerta pensaba en lo mala que era la cerradura. Le había pedido al encargado del edificio que la cambiara, y él se había rascado la cabeza y le había dicho que sí, que la cambiaría un día. Pero todavía no lo había hecho. De momento, afortunadamente, no le había pasado nada.
Decidió en ese momento que ella misma se ocuparía de ello a la mañana siguiente, sin más demora. Tenía el día libre. Desgraciadamente, ya era muy tarde para llamar a un cerrajero; sobre todo porque sin haberlo previsto, tenía tiempo libre.
Hacía media hora el señor Levine había recibido una llamada. Su hermana estaba enferma, y tenía que ir a New Jersey. _____ se había ofrecido para quedarse en la tienda, pero él le había dicho que no; se lo agradecía pero pensaba que llevaba demasiado poco tiempo en el negocio, y que aún no conocía bien su sistema de alarma.
_____ sonrió con pesar mientras echaba el cerrojo de la puerta por dentro.
Sabía lo suficiente como para saber que el hombre no poseía ningún sistema de seguridad. Claro que no se lo había dicho a él. Había sido bueno y amable con ella, contratándola a pesar de que ella le había reconocido que no había vendido nada en su vida.
Incluso entonces, preocupado por su hermana, se había tomado el tiempo necesario para asegurarle que no le descontaría aquellas horas del sueldo.
—No es culpa suya el que no haya trabajado toda una tarde entera, señorita Smith —le había dicho el hombre—. No se vaya a preocupar por nada.
Había estado a punto de meter la pata cuando el hombre la había llamado así. Todavía no se había acostumbrado a ser Carol Smith. Con el cabello recogido, sin maquillaje, era una mujer joven, sola en la Gran Manzana.
Lo cierto era que jamás había conocido a nadie llamado Smith. Le daba la sensación de que el señor Levine sospechaba eso. Le había pedido su tarjeta de la seguridad social, que ella había prometido llevarle pero que nunca le había llevado; y él nunca se lo había vuelto a mencionar.
—Tengo una hija más o menos de tu edad —le había dicho cuando la había contratado—. Vive en Inglaterra y me gusta pensar que la gente allí cuidará de ella.
En otras palabras, era un viejo que añoraba a su hija; y ella se estaba aprovechando de ello.
Pero ella no iba a pensar en ello, iba a hacer lo que tenía que hacer para sobrevivir.
Anthony Gennaro quería que volviera con él. El FBI quería que entrara en el programa de protección de testigos. Y lo único que ella deseaba era que su vida volviera a ser normal.
Eso significaba no volver a ver a Gennaro en su vida, además de no testificar contra él. Independientemente de lo que fuera él, a ella no le había hecho ningún daño. Al menos no del daño que importaba.
Y, como le había dicho a los agentes que la habían entrevistado después de salir de su mansión, ella no sabía nada.
«Sí que sabes cosas», le habían dicho. «Sólo que no eres consciente de lo que es. Por eso queremos ponerte en el programa de protección de testigos. Podemos darte seguridad mientras te ayudamos a recordar». Cuando se había negado a cooperar, se habían enfadado con ella. Le habían dicho que Gennaro jamás dejaría de buscarla; y la habían amenazado con enviarla a la cárcel.
Había sido entonces cuando había decidido desaparecer del motel de Long Island donde había pasado las dos últimas noches. ¿Y qué mejor manera de desaparecer que mudarse a Manhattan, donde uno podía perderse?
Se quitó la gabardina, la gorra y las gafas de sol. Después el suéter y la falda. Entonces se desprendió de los zapatos y caminó hasta la otra punta del apartamento, deteniéndose un momento delante del ropero antes de recordar que tenía la bata colgada detrás de la puerta del baño.
El baño era pequeño y mal iluminado. Le salvaba la ducha con mamparas y que el agua salía con fuerza y muy caliente.
_____ encendió la luz, se quitó el pasador del pelo, abrió la puerta de la ducha y el grifo del agua caliente. Mientras dejaba que se calentara un poco el agua, terminó de desvestirse y dejó la ropa con cuidado sobre el…
¿Qué era aquello?
El corazón empezó a latirle con fuerza en el pecho. Algo se estaba moviendo. Lo oía. Era un ruido muy leve. ¿Serían pasos? ¿Tendría razón el FBI? ¿Enviaría Gennaro a sus hombres para que le dieran caza?
Un ratoncito gris salió corriendo de debajo del lavabo y desapareció por debajo de la puerta.
Cara soltó una risilla débil. ¡Un ratón! Se estaba dejando dominar por el miedo.
Pero eso se iba a acabar.
Sin embargo… sentía un frío que le encogía el corazón. Por un instante, había estado segura de que no estaba sola en el apartamento, de que había alguien allí observándola, esperando… ¡Qué ridiculez!
_____ entró en la ducha y cerró la puerta, para seguidamente levantar la cara al chorro caliente. El agua y el vapor ejercerían su mágico efecto para disipar el miedo que se arraigaba en su interior.
No había llegado tan lejos para derrumbarse. La supervivencia era lo único que importaba ya.
Con resolución, tomó un bote de champú del estante de la ducha, vertió un poco en la palma de su mano y empezó a lavarse el pelo.
Cualquier hombre que tuviera dinero suficiente podría tener a _____ Prescott. Una mujer tenía derecho a hacer lo que quisiera con su cuerpo, pero si decidía ofrecérselo al mejor postor, no era una mujer que él quisiera en su cama.
Entró en el baño. El lavabo estaba desconchado y manchado; encima había un estante igualmente estropeado que sostenía pequeñas ampollas y botes. Abrió uno al azar y se lo llevó a la nariz. ¿Lilas? No le emocionaban demasiado ni las flores ni el perfume; le gustaba que una mujer oliera a mujer, sobre todo cuando estaba excitada y deseosa de ser poseída; pero aquel perfume no estaba mal.
Entre el baño y la cocina había un pequeño ropero. Lo abrió y pasó la mano por una escasa colección de faldas, suéteres y vestidos de colores apagados. En el fondo del armario había media docena de pares de zapatos colocados ordenadamente: las zapatillas de esa mañana, tacones normales… no vio ningún par de tacón de aguja.
Qué pena.
Las interminables piernas de la señorita estarían más que sexys con unas sandalias de tacón alto. Tacones, uno de esos sujetadores de encaje a juego con unas braguitas y su melena dorada serían suficientes para…
Joseph frunció el ceño y cerró la puerta del armario. Qué ridiculez. ¿Pero a quién le importaba cómo estaría ella medio desnuda? A nadie salvo a su amante, a su ex amante. Y lo que le hubiera atraído a Tony Gennaro jamás…
Clic.
Joseph se quedó helado.
Alguien acababa de girar la llave en la cerradura de la entrada. Apagó la linterna y miró a su alrededor en busca de un lugar donde esconderse. El armario era el mejor sitio. Era profundo, aunque estrecho como un ataúd. Además, tampoco tenía mucho donde elegir.
Rápidamente, se metió dentro y cerró la puerta, pero no del todo. Sacó suavemente la pistola de la parte de atrás del cinturón y la pegó a su muslo.
La puerta del apartamento se abrió; el tintineo del improvisado sistema de seguridad de _____ Prescott le dijo que tenía compañía. La señora de la casa estaba trabajando. Los federales habían desaparecido. De modo que sólo había dos posibilidades. Su invitado era o bien un ladrón con muy poca suerte, o un asesino a sueldo de Tony Gennaro.
Cada vez que _____ abría la puerta pensaba en lo mala que era la cerradura. Le había pedido al encargado del edificio que la cambiara, y él se había rascado la cabeza y le había dicho que sí, que la cambiaría un día. Pero todavía no lo había hecho. De momento, afortunadamente, no le había pasado nada.
Decidió en ese momento que ella misma se ocuparía de ello a la mañana siguiente, sin más demora. Tenía el día libre. Desgraciadamente, ya era muy tarde para llamar a un cerrajero; sobre todo porque sin haberlo previsto, tenía tiempo libre.
Hacía media hora el señor Levine había recibido una llamada. Su hermana estaba enferma, y tenía que ir a New Jersey. _____ se había ofrecido para quedarse en la tienda, pero él le había dicho que no; se lo agradecía pero pensaba que llevaba demasiado poco tiempo en el negocio, y que aún no conocía bien su sistema de alarma.
_____ sonrió con pesar mientras echaba el cerrojo de la puerta por dentro.
Sabía lo suficiente como para saber que el hombre no poseía ningún sistema de seguridad. Claro que no se lo había dicho a él. Había sido bueno y amable con ella, contratándola a pesar de que ella le había reconocido que no había vendido nada en su vida.
Incluso entonces, preocupado por su hermana, se había tomado el tiempo necesario para asegurarle que no le descontaría aquellas horas del sueldo.
—No es culpa suya el que no haya trabajado toda una tarde entera, señorita Smith —le había dicho el hombre—. No se vaya a preocupar por nada.
Había estado a punto de meter la pata cuando el hombre la había llamado así. Todavía no se había acostumbrado a ser Carol Smith. Con el cabello recogido, sin maquillaje, era una mujer joven, sola en la Gran Manzana.
Lo cierto era que jamás había conocido a nadie llamado Smith. Le daba la sensación de que el señor Levine sospechaba eso. Le había pedido su tarjeta de la seguridad social, que ella había prometido llevarle pero que nunca le había llevado; y él nunca se lo había vuelto a mencionar.
—Tengo una hija más o menos de tu edad —le había dicho cuando la había contratado—. Vive en Inglaterra y me gusta pensar que la gente allí cuidará de ella.
En otras palabras, era un viejo que añoraba a su hija; y ella se estaba aprovechando de ello.
Pero ella no iba a pensar en ello, iba a hacer lo que tenía que hacer para sobrevivir.
Anthony Gennaro quería que volviera con él. El FBI quería que entrara en el programa de protección de testigos. Y lo único que ella deseaba era que su vida volviera a ser normal.
Eso significaba no volver a ver a Gennaro en su vida, además de no testificar contra él. Independientemente de lo que fuera él, a ella no le había hecho ningún daño. Al menos no del daño que importaba.
Y, como le había dicho a los agentes que la habían entrevistado después de salir de su mansión, ella no sabía nada.
«Sí que sabes cosas», le habían dicho. «Sólo que no eres consciente de lo que es. Por eso queremos ponerte en el programa de protección de testigos. Podemos darte seguridad mientras te ayudamos a recordar». Cuando se había negado a cooperar, se habían enfadado con ella. Le habían dicho que Gennaro jamás dejaría de buscarla; y la habían amenazado con enviarla a la cárcel.
Había sido entonces cuando había decidido desaparecer del motel de Long Island donde había pasado las dos últimas noches. ¿Y qué mejor manera de desaparecer que mudarse a Manhattan, donde uno podía perderse?
Se quitó la gabardina, la gorra y las gafas de sol. Después el suéter y la falda. Entonces se desprendió de los zapatos y caminó hasta la otra punta del apartamento, deteniéndose un momento delante del ropero antes de recordar que tenía la bata colgada detrás de la puerta del baño.
El baño era pequeño y mal iluminado. Le salvaba la ducha con mamparas y que el agua salía con fuerza y muy caliente.
_____ encendió la luz, se quitó el pasador del pelo, abrió la puerta de la ducha y el grifo del agua caliente. Mientras dejaba que se calentara un poco el agua, terminó de desvestirse y dejó la ropa con cuidado sobre el…
¿Qué era aquello?
El corazón empezó a latirle con fuerza en el pecho. Algo se estaba moviendo. Lo oía. Era un ruido muy leve. ¿Serían pasos? ¿Tendría razón el FBI? ¿Enviaría Gennaro a sus hombres para que le dieran caza?
Un ratoncito gris salió corriendo de debajo del lavabo y desapareció por debajo de la puerta.
Cara soltó una risilla débil. ¡Un ratón! Se estaba dejando dominar por el miedo.
Pero eso se iba a acabar.
Sin embargo… sentía un frío que le encogía el corazón. Por un instante, había estado segura de que no estaba sola en el apartamento, de que había alguien allí observándola, esperando… ¡Qué ridiculez!
_____ entró en la ducha y cerró la puerta, para seguidamente levantar la cara al chorro caliente. El agua y el vapor ejercerían su mágico efecto para disipar el miedo que se arraigaba en su interior.
No había llegado tan lejos para derrumbarse. La supervivencia era lo único que importaba ya.
Con resolución, tomó un bote de champú del estante de la ducha, vertió un poco en la palma de su mano y empezó a lavarse el pelo.
Nani Jonas
Re: "Desnuda En Sus Brazos" - Joe y tu Terminada
Hahaaa :D pobre joe ya me lo magino en el armario siguelaaa!!
Qiero mas caps!! :)
Qiero mas caps!! :)
☎ Jimena Horan ♥
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