No todo lo que brilla es oro |NC|

¡Pip! ¡Pip! ¡Pip!
La alarma no paraba de sonar. Arrojé lo primero que encontré.
Sentía como si una orquesta entera tocara dentro de mi cabeza. Me explotaba.
Abrí los ojos para ver la hora, 6:30 am. Solté un quejido e, inútilmente, intenté levantarme lo más lento posible para no aumentar el dolor de cabeza. El piso estaba frío y retumbó en todo mi cuerpo.  Fui al baño y tomé una ducha, eliminando todo el sudor de la noche anterior. Salí, envuelta en una toalla y me cambie.
Me puse unos pantalones negros ajustados, una remera blanca con el estampado de AC/DC, unas converse negras y mi campera de cuero negra. Dejé mi pelo suelto, me puse rímel y delineador en los ojos y pinté mis labios de rojo.
Fui abajo y me tomé una pastilla para la resaca de la noche anterior. Vivía sola en un departamento, nadie podía registrar a qué hora llegaba o qué hacía, era lo mejor. Aunque supongo que nunca a nadie le importó qué hacía o qué dejaba de hacer, de todas formas.
Quité esos pensamientos de mi cabeza, me serví una taza de té y me senté a desayunar. Cuando terminé, agarré mis cosas y me fui directo al infierno llamado “colegio”. 
La primera clase ya había comenzado, lo que significaba que tenía que esperar otros 40 minutos.
 Me recosté en mi moto, saqué un cigarrillo y me puse a fumar. Todos mis músculos se relajaron y solté un suspiro de alivio, dejando salir el humo blanquecino. Todos hablan de lo perjudicial que es este hábito y tendrán razón, pero supongo que me gustan las cosas que te van destruyendo poco a poco.
Cuando iba por mi tercer cigarrillo sonó el timbre para entrar a clases. Solté un suspiro, di mi última calada y entré.
Los pasillos eran mares de cabezas, conversaciones, chismes y  burlas. Mi escuela era como cualquier otra, el grupo de las perras huecas, el de los nerd, el de los engreídos y estúpidos, el de los marginados… Cada grupo ocupando su “lugar” en el instituto. Una pirámide dominada por los idiotas y egocéntricos, donde nadie puede salvarse de las burlas y marginaciones solo por no ser, ni querer ser lo que los demás esperan.
Meneé la cabeza y me dirigí a mi casillero a tomar los libros para mi siguiente clase. Luego camine hacia mi aula, tenía Geografía. La odiaba.
Hice una mueca y antes de entrar al salón choqué contra una persona, la cual salió expulsada hacia el suelo en la dirección opuesta.
-Deberías ver por dónde caminas, Jhonson. - Dijo levantándose y limpiándose la ropa.
-Y vos deberías ser más caballero, Tomlinson. Aunque supongo que a los cerdos no se les enseñan modales. - Agarré mis libros y me levanté.
-Ten cuidado con lo que dices, perra.
-¿O qué, imbécil? ¿Qué harás? ¿Golpearme? - Vi la ira resplandecer en sus ojos, tenía los puños cerrados y la mandíbula tensa. Yo no estaba muy diferente. Dio un paso hacia atrás. - Eso pensé.
Pasé a su lado y golpeé su hombro. En cuanto entré al aula todos se callaron, rodeé los ojos y me dirigí a los asientos del fondo.  Me senté y me puse a escuchar música.
El profesor Evans no tardó en llegar, uno de los profesores más malhumorados y estrictos del instituto. Era bajo, regordete y casi completamente pelado. Colorado y sudoroso. Se había puesto una camisa blanca y un chaleco verde oscuro con rombos arriba, un pantalón de vestir negro y unos zapatos igualmente negros.
-Buenos días, alumnos. - Dijo con su típica voz grave y monótona.
-Buenos días, profesor. - Contestaron todos automáticamente. 
A los cinco minutos comenzada la clase todos se habían dormido, algunas chicas y chicos se mandaban mensajes procurando que el profesor no se diera cuenta.
Abrí mi cuaderno y seguí con el dibujo que había empezado la clase anterior.
No tenía ningún amigo o amiga en el instituto, nadie con quién hablar y lo prefería así, aunque a veces me sintiera sola. No me permitía encariñarme con nadie, el amor solo sirve para hacernos sufrir y destrozarnos por dentro. Una emoción inútil e innecesaria que elegía no sentir. A parte de eso, nadie se me acercaba, por mi reputación supongo, y al que lo intentaba yo me encargaba de alejarlo. No soy una persona transparente, tengo millones de secretos y no deseo lastimar a nadie con ellos. Solo me mantengo apartada, nadie querría conocer mis demonios.
Digamos que soy... diferente.
Seguí dibujando hasta que sonó el bendito timbre indicando que la clase había terminado. Todos los alumnos salieron corriendo fuera del salón como si el mismísimo diablo los persiguiera. Recogí mis cosas y me dirigí a mi siguiente clase.
Cuando finalmente salí del instituto fui directamente a mi casa. Llegué, deje las cosas y subí a cambiarme para ir a trabajar. Trabajaba en un bar conocido cerca del departamento, me encargaba de preparar y servir los tragos.
Mi uniforme consistía en una blusa ajustada morada, una falda negra de media pierna y unas plataformas. Me puse un par de aros grandes, agarré mi bolso y me fui al bar.
Apenas entré en ese lugar el olor a alcohol invadió mis fosas nasales y las luces de neón encandilaron mi vista. Habían hombres desparramados en las mesas y otros tratando de levantarse.
Algunas parejas que se encontraban en las esquinas  y en los sillones parecían necesitar urgentemente un baño de agua fría.
Crucé la barra y le avise a Kelly, mi compañera, que había llegado y ya se podía ir. Era una mujer alta y pelirroja,  de unos 35 años. Deje mis cosas y me puse a trabajar.
Era el comienzo de una larga noche.