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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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Buenas Vibraciones (Nick y tu) [Adaptación Terminada]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Buenas Vibraciones (Nick y tu) [Adaptación Terminada]
Wow q cap tan.... :twisted:
Hqhaha lo ame sube otro ninny please
Hqhaha lo ame sube otro ninny please
Heaven.Foster
Re: Buenas Vibraciones (Nick y tu) [Adaptación Terminada]
hahhaha, One chapter at the day :D
LAS AMO
GRACIAS POR SU APOYO
Niinny Jonas
LAS AMO
GRACIAS POR SU APOYO
Niinny Jonas
NiinnyJonas
Re: Buenas Vibraciones (Nick y tu) [Adaptación Terminada]
wuuuuaaaauuu
que experiencias nos hace pasar nick
jejejeej
siguela porfaaaaaaaa
que experiencias nos hace pasar nick
jejejeej
siguela porfaaaaaaaa
chelis
Re: Buenas Vibraciones (Nick y tu) [Adaptación Terminada]
todavia no lo lei pero
con lo omennts ya me imagino
dioss :twisted:
con lo omennts ya me imagino
dioss :twisted:
#Fire Rouge..*
Re: Buenas Vibraciones (Nick y tu) [Adaptación Terminada]
CAPÍTULO 13
Querida Miss Independiente:
He empezado a salir con un chico con el que no tengo nada en común. Es unos cuantos años menor que yo y tenemos distintos gustos en casi todo. A él le gusta salir, a mí me gusta quedarme en casa. A él le gusta la ciencia ficción, a mí me gusta hacer punto. A pesar de todo, nunca he estado tan colada por nadie. Pero me temo que, como somos tan diferentes, la relación está condenada al fracaso. ¿Debería romper con él ahora antes de que vaya a más?
PREOCUPADA POR EL PÁJARO EN MANO
Querida Preocupada:
Algunas veces, establecemos relaciones cuando menos lo esperamos. No hay ninguna regla que diga que dos personas que se quieren tienen que ser iguales. De hecho, hay algunas pruebas científicas que sugieren que, a nivel genético, las personas más distintas son las que suelen tener relaciones más duraderas y saludables. Aunque, ¿quién puede explicar de verdad los misterios de la atracción? Échale la culpa a Cupido. A la luna. A una sonrisa. Los dos podéis reafirmaros en vuestras diferencias siempre y cuando os respetéis mutuamente. ¿Que tú dices que el mar es verde y él dice que es azul? Déjate llevar, Preocupada. Lánzate de cabeza. Por regla general, las relaciones con el polo opuesto de nuestra personalidad son las que nos ayudan a conocernos mejor.
MISS INDEPENDIENTE
Clavé la vista en el monitor.
—¿Déjate llevar? —mascullé.
En mi caso, me repateaba dejarme llevar. Nunca iba a un sitio desconocido sin consultar antes un mapa. Siempre que compraba algo me registraba en la página oficial y mandaba los papeles de la garantía. Joe y yo usábamos condones, espermicida y, además, yo me tomaba la píldora. Nunca comía nada que tuviera colorante. Me ponía protección solar muy alta.
«Tienes que divertirte un poco», me había dicho Nick antes de hacerme una demostración de lo mucho que podía divertirme con él. Me daba en la nariz que, si me dejaba llevar con él, el entretenimiento no sería apto para todos los públicos. El problema era que la vida no consistía en pasárselo bien, consistía en hacer lo correcto, y la diversión era un derivado, si tenías suerte, claro.
Di un respingo al pensar en mi siguiente encuentro con Nick y me pregunté qué le diría.
«Ojalá pudiera desahogarme con alguien», pensé.
Stacy. Pero sabía que se lo contaría a Tom, que a su vez le diría algo a Joe.
A mediodía, sonó el teléfono. Vi el número de Nick en el identificador de llamadas. Fui a cogerlo, pero retiré la mano de golpe. Un segundo después, volví a extenderla con cuidado.
—¿Diga?
—_______, ¿qué tal estás? —Nick parecía relajado y muy profesional. Hablaba como un comercial.
—Muy bien —contesté sin fiarme—. ¿Y tú?
—Genial. Oye, he llamado un par de veces a la Confraternidad de la Verdad Eterna y quería ponerte al día. ¿Por qué no quedamos para comer en el restaurante?
—¿El que está en el séptimo piso?
—Ése. Puedes traerte a Jerry. Nos vemos en veinte minutos.
—¿No puedes decírmelo ya?
—No, necesito comer con alguien.
Esbocé una sonrisa torcida.
—¿Esperas que me crea que soy tu única alternativa?
—No, pero sí que eres la primera de la lista.
Me alegré de que no pudiera verme colorada como un tomate.
—Nos vemos allí.
Como seguía en pijama, corrí al armario y saqué una chaqueta beis, una camisa blanca, unos vaqueros y unas sandalias de cuña. El resto del tiempo lo pasé preparando a Jerry, cambiándole el pelele y poniéndole un peto vaquero que se abrochaba en la cara interna de las piernas.
Una vez que me aseguré de que estábamos presentables, coloqué a Jerry en su sillita y me colgué el bolso de los pañales al hombro. Subimos al restaurante, que tenía una decoración de estilo contemporáneo con sillones tapizados de cuero negro, mesas de cristal y coloridos cuadros abstractos en las paredes. Casi todos los comensales eran empresarios y directivos, mujeres ataviadas con vestidos conservadores y hombres con trajes de corte clásico. Nick ya estaba allí, hablando con la maître. El traje azul oscuro y la camisa celeste resaltaban su cuerpo atlético. Reconocí con cierta sorna que en Houston, a diferencia de lo que pasaba en Austin, la gente se arreglaba para comer.
Al verme, Nick se acercó para coger la sillita de Jerry. Me desconcertó al darme un beso fugaz en la mejilla.
—Hola —dije, parpadeando.
Me enfadé al darme cuenta de que me sentía acalorada y de que me faltaba el aliento, como si me hubieran pillado viendo un canal de pago para adultos.
Nick pareció entender lo que estaba pensando. Esbozó una lenta sonrisa.
—Te lo tienes demasiado creído —le dije.
—No sé de qué me hablas. Siempre sonrío así...
La maître nos condujo a una mesa en un rinconcito, al lado de las ventanas. Nick dejó la sillita del bebé en el asiento que había junto al mío antes de retirarme la silla para que yo me sentara. Después, me ofreció una bolsita de papel azul con asas de cuerda.
—¿Qué es? —le pregunté.
—Algo para Jerry.
Metí la mano en la bolsa y saqué un pequeño camión blandito, especial para bebés. Era suave y delicado, cosido con diferentes tejidos. Las ruedas crujían al estrujarlas. Sacudí el juguete para ver qué pasaba y se escuchó un sonido, como el de un cascabel. Sonreí y le enseñé el camión a Jerry antes de colocárselo sobre el pecho. Mi sobrino se lanzó de lleno a por ese objeto nuevo tan interesante y lo estrujó con sus deditos.
—Es un camión —le dije.
—La cabina de un tráiler —puntualizó Nick.
—Gracias. Supongo que ya podemos deshacernos de ese ridículo conejito.
Nos miramos a los ojos, y me descubrí sonriéndole. Todavía sentía el cosquilleo de su beso en la mejilla.
—¿Has hablado con Mark Gottler en persona? —le pregunté.
Los ojos de Nick se iluminaron con un brillo travieso.
—¿Tenemos que empezar por ahí?
—¿Y con qué quieres que empecemos?
—¿No podrías preguntar algo como «¿Qué tal la mañana?», «¿Cuál sería tu día perfecto?» o algo así?
—Ya sé cuál sería tu día perfecto.
Me miró con una ceja enarcada, como si el comentario lo hubiera sorprendido.
—¿En serio? Venga, dímelo.
Iba a soltarle algo ingenioso, algo cortante. Pero mientras lo miraba, sopesé la pregunta en serio.
—Bueno... Creo que sería en una casita junto a la playa...
—Mi día perfecto incluye a una mujer —señaló él.
—Vale. Estás con tu novia. Una mujer de bajo consumo y muy poco exigente.
—No conozco a ninguna mujer así.
—Por eso te gusta tanto esta mujer en concreto. Y la casita es algo rústica, por cierto. No hay tele por cable, ni conexión inalámbrica. Y los dos habéis apagado los móviles. Dais un paseo matutino por la playa, tal vez os dais un chapuzón. Y recogéis unos cuantos guijarros de la orilla, de ésos pulidos por las olas, para meterlos en un tarro. Después, os acercáis al pueblo en bici. Tú vas a la tienda para comprar algo relacionado con la pesca... cebo o lo que sea...
—Moscas, nada de cebos —me interrumpió Nick sin apartar la mirada de mis ojos—. La Deceiver de Lefty Kreh.
—¿Para qué tipo de pez?
—Gallinetas.
—Genial. Entonces te vas a pescar...
—¿Con mi novia? —me interrumpió.
—No, ________ se queda leyendo en la casita.
—¿No le gusta la pesca?
—No, pero le parece bien que a ti sí te guste y dice que es bueno que tengáis intereses distintos. —Hice una pausa—. Te prepara un bocadillo enorme y un par de cervezas.
—Me gusta esta mujer.
—Sales en tu yate y vuelves a casa con unos cuantos peces para la parrilla. La chica y tú coméis. Después, os acurrucáis y empezáis a charlar. De vez en cuando te quedas callado para escuchar el rumor de las olas. Y luego, bajáis a la playa con una botella de vino y os sentáis sobre una toalla para contemplar el atardecer. —Cuando terminé, lo miré a la espera de su reacción—. ¿Qué te parece?
Creía que a Nick le haría gracia, pero me estaba mirando con una seriedad desconcertante.
—Genial. —Y después se quedó callado durante unos momentos, mirándome como si intentara descubrir el truco de un número de magia.
El camarero se acercó, recitó las especialidades de la casa, nos tomó nota de la bebida y dejó una cesta de pan.
Nick extendió la mano y acarició con el pulgar la copa de agua empañada que tenía delante. Acto seguido, me miró con expresión decidida, como si estuviera aceptando un desafío.
—Me toca —dijo.
Sonreí porque me lo estaba pasando en grande.
—¿Vas a adivinar cómo sería mi día perfecto? Es muy fácil. Unos tapones para los oídos, las persianas bajadas y doce horas de sueño.
Pasó de mi comentario.
—Es un bonito día de otoño...
—No hay otoño en Tejas. —Cogí un panecillo con albahaca.
—Estás de vacaciones... pero en un lugar donde sí hay otoño.
—¿Estoy sola o con Joe? —pregunté al tiempo que mojaba un extremo del panecillo en un platito con aceite de oliva.
—Estás con un tío, pero no es Joe.
—¿Joe no va a formar parte de mi día perfecto?
Nick meneó la cabeza muy despacio, sin dejar de mirarme ni un instante.
—Es uno nuevo.
Tras darle un mordisco al panecillo, que estaba de muerte, decidí seguirle la corriente.
—¿Dónde estamos este tío nuevo y yo de vacaciones?
—En Nueva Inglaterra. Seguramente en New Hampshire.
Intrigada, sopesé la idea.
—Nunca he estado tan al norte.
—Os quedáis en un antiguo hotel con verandas, candelabros y jardines.
—Suena muy bien —admití.
—Cogéis el coche y vais a las montañas para ver el color de las hojas, y por el camino os topáis con un pueblecito donde se celebra una feria de artesanía. Os paráis y compras un par de libros antiguos, un montón de adornos navideños hechos a mano y una botella de sirope de arce. Cuando volvéis al hotel, os echáis una siesta con las ventanas abiertas.
—¿Le gustan las siestas al tío nuevo?
—No mucho, pero hace una excepción por ti.
—Me gusta este tío. Bueno, ¿qué pasa cuando nos despertamos?
—Os arregláis para tomar unas copas y cenar, así que bajáis al restaurante. Al lado de vuestra mesa, hay una pareja de ancianos que parecen llevar casados por lo menos cincuenta años. El tío nuevo y tú os empezáis a preguntar cuál es el secreto de un matrimonio longevo. El dice que es el sexo. Tú dices que es estar con alguien que te haga reír todos los días y él asegura que es capaz de ambas cosas.
Fui incapaz de contener una sonrisa.
—Se lo tiene un poco creído, ¿no te parece?
—Sí, pero a ti te gusta. Después de la cena, bailáis al son de la orquesta.
—¿Sabe bailar?
Nick asintió con la cabeza.
—Su madre lo obligó a ir a clases de baile cuando estaba en el colegio.
Me obligué a darle otro mordisco al panecillo y a comérmelo casi sin darme cuenta. Sin embargo, por dentro me sentía muy asombrada porque acababa de experimentar un repentino anhelo. Y me di cuenta rápidamente del problema: no conocía a nadie que hubiera pensado en semejante día para mí.
«Este hombre podría partirme el corazón», pensé.
—Parece divertido —dije a la ligera mientras me concentraba en Jerry y recolocaba el camión—. Vale, ahora dime qué te contó Gottler. ¿O hablaste con su secretaria? ¿Tenemos una cita?
Nick sonrió por el repentino cambio de tema.
—El viernes por la mañana. Hablé con su secretaria. Mencioné ciertos problemas en el contrato de mantenimiento e intentó pasarme a otro departamento. Así que dejé caer que se trataba de un problema personal, que a lo mejor quería unirme a la iglesia.
Lo miré con incredulidad.
—¿Mark Gottler accedió a concertar una cita con la esperanza de que te unas a su iglesia?
—Claro que sí. Soy un famoso pecador con un montón de pasta. Cualquier iglesia me querría en su rebaño.
Solté una carcajada.
—¿Todavía no perteneces a ninguna?
Nick negó con la cabeza.
—Mis padres pertenecían a iglesias distintas, así que me criaron como baptista y también como metodista. El resultado es que nunca he sabido si está bien visto bailar en público. Y durante un tiempo pensé que la Cuaresma era algo que te sacudías de la chaqueta.
—Yo soy agnóstica —confesé—. Sería atea, pero prefiero no cerrarme puertas.
—Yo prefiero las congregaciones pequeñas.
Lo miré con expresión inocente.
—¿Quieres decir que un estudio de grabación de más de dieciséis mil metros cuadrados con enormes pantallas panorámicas, sistema de sonido envolvente y efectos especiales no hace que te sientas más cerca de Dios?
—No creo que deba llevar a una infiel como tú a la Confraternidad de la Verdad Eterna.
—Te apuesto lo que quieras a que mi vida ha sido mucho más virtuosa que la tuya.
—A ver, preciosa, primero, eso no es muy difícil. Y, segundo, alcanzar un nivel espiritual más elevado es como aumentar tu línea de crédito. Tendrás más puntos si pecas y luego te arrepientes que si nunca has pedido ningún crédito.
Estiré el brazo y empecé a juguetear con uno de los pies de Jerry.
—Haría cualquier cosa por este bebé —afirmé—, incluso meterme de cabeza en una pila bautismal.
—Lo recordaré por si necesito negociar más adelante —dijo Nick—. Mientras tanto, escribe tu lista para Rachel y ya veremos si podemos endosársela a Gottler el viernes.
La Confraternidad de la Verdad Eterna tenía su propio sitio web y su propia página en la Wikipedia. El pastor principal, Noah Cardiff, era un cuarentón bastante guapo, casado y con cinco hijos. Su esposa, Angelica, era una mujer atractiva y delgada, con tendencia a abusar de la sombra de ojos. No se tardaba mucho en comprender que la Confraternidad era más un imperio económico que una iglesia. De hecho, el Houston Chronicle se refería a ella como «megaiglesia», ya que poseía una flotilla de aviones privados, un aeródromo y un capital inmobiliario en el que se incluían mansiones, instalaciones deportivas y su propia empresa publicitaria. Me quedé pasmada al enterarme de que también tenía sus propios campos petrolíferos y de gas, gestionados por una empresa subsidiaria, la Eternity Petrol Incorporated. La iglesia daba trabajo a unas quinientas personas y tenía una junta directiva compuesta por doce personas, cinco de las cuales eran familiares de Cardiff.
No pude encontrar ningún vídeo de Mark Gottler en YouTube, pero sí encontré algunos de Noah Cardiff. Era carismático y encantador, e incluso se reía en ocasiones de sí mismo y les aseguraba a sus fieles de todas partes del mundo que el Creador les tenía reservadas muchas cosas buenas. Su pelo negro, su piel clara y sus ojos azules le otorgaban un aspecto angelical. De hecho, al ver uno de los vídeos de YouTube me sentí tan bien que, si hubiera pasado alguien por mi lado con la cesta de la colecta en ese momento, habría soltado veinte pavos. Y si Cardiff tenía ese efecto en una agnóstica, a saber lo que una verdadera creyente estaría dispuesta a donar.
El viernes, la niñera llegó a las nueve. Se llamaba Tina y parecía muy agradable y competente. Me la había recomendado Destiny, según la cual, Tina había hecho maravillas con su sobrino. Me preocupaba dejar a Jerry al cuidado de otra persona (era la primera vez que nos separábamos), pero también fue un alivio en cierta manera, ya que podría tomarme un respiro.
Tal y como convenimos, Nick me estaba esperando en el vestíbulo principal. Llegué unos minutos tarde, porque me había parado a darle unas instrucciones de última hora a Tina.
—Lo siento. —Apresuré el paso mientras me acercaba a él, que estaba junto al mostrador de recepción—. No era mi intención llegar tarde.
—No pasa nada —me tranquilizó Nick—. Todavía tenemos mucho... —Dejó la frase en el aire en cuanto reparó en mi apariencia y se quedó boquiabierto.
Con cierta timidez, me aparté un mechón de pelo de la cara y me lo coloqué detrás de la oreja. Llevaba un traje negro ajustado, de lana fría, y unos zapatos negros de tacón de tiras muy finas que se abrochaban en el empeine. Me había maquillado un poco: sombra de ojos marrón metalizada, máscara de pestañas, un poco de colorete y brillo de labios.
—¿Voy bien? —le pregunté.
Nick asintió con la cabeza, sin parpadear siquiera.
Contuve una sonrisa al caer en la cuenta de que nunca me había visto arreglada. Y el traje me sentaba muy bien, porque se ceñía a mis curvas.
—Me pareció que esto iba mejor para la iglesia que unos vaqueros y unas sandalias planas.
No supe bien si Nick me escuchó o no. Daba la sensación de que su mente iba por otros derroteros totalmente distintos. Mis sospechas se confirmaron cuando afirmó con énfasis:
—Tienes unas piernas increíbles.
—Gracias. —Me encogí de hombros con modestia—. Hago yoga.
Eso lo alentó a seguir con sus reflexiones. Me pareció que se sonrojaba, aunque era difícil estar segura porque estaba muy moreno. Su voz sonó un poco forzada al preguntarme:
—Supongo que eres bastante flexible, ¿no?
—No era la más flexible de mi clase ni mucho menos
—Contesté e hice una pausa antes de añadir—: Pero puedo ponerme los tobillos detrás de la cabeza. —Contuve una carcajada al escuchar que contenía el aliento. Vi que su coche estaba aparcado en la puerta y eché a andar. Él me siguió sin pérdida de tiempo.
El complejo de la Confraternidad estaba a unos siete kilómetros de Houston. Aunque había investigado la organización y había visto fotos de sus instalaciones, puse los ojos como platos al cruzar las puertas de entrada. El edificio principal era tan grande como un estadio de fútbol olímpico.
—¡Madre del amor hermoso! —exclamé—. ¿Cuántas plazas de aparcamiento hay?
—Mínimo, unas dos mil —contestó Nick mientras lo atravesaba.
—Bienvenido a la iglesia del siglo veintiuno —mascullé, preparada para detestar todo lo que tuviera que ver con la Confraternidad de la Verdad Eterna.
Cuando entramos, me sorprendió la grandeza del lugar. El vestíbulo estaba dominado por una pantalla gigante en la que se veía a familias disfrutando de alegres excursiones al campo, paseando por soleados vecindarios, a padres que columpiaban a sus hijos, lavaban al perro o iban a la iglesia en familia.
Unas gigantescas estatuas de Jesús y los Apóstoles protegían las entradas a un comedor y a un patio enmarcado con cristaleras de color esmeralda. Las paredes estaban adornadas con paneles de malaquita verde y madera de cerezo, y el suelo, cubierto por metros y metros de inmaculadas alfombras. La librería que había al otro lado del vestíbulo estaba atestada de gente. Todo el mundo parecía muy animado y se detenía a charlar y a reír con los demás, alentados por la música relajante que inundaba el ambiente.
Había leído que la Confraternidad de la Verdad Eterna era admirada y criticada a partes iguales por su evangelio, que ensalzaba los bienes materiales. El pastor Cardiff solía hacer hincapié en que Dios quería que su iglesia disfrutara de la prosperidad material en la misma medida que disfrutaban de la prosperidad espiritual. De hecho, insistía en que ambas iban de la mano. Si uno de los miembros de su iglesia tenía problemas económicos, debía rezar con más ahínco para tener éxito. Al parecer, el dinero era una recompensa de la fe.
No estaba lo bastante puesta en teología como para discutir el asunto a fondo, pero desconfiaba de manera instintiva de cualquier cosa que resultara tan atrayente y estuviera tan bien vendida. Claro que... la gente parecía contenta. Si la doctrina les funcionaba, si satisfacía sus necesidades, ¿qué derecho tenía yo a ponerle pegas? Asombrada, me detuve junto a Nick cuando un asistente salió a nuestro encuentro con una enorme sonrisa.
Tras una breve consulta en voz baja, nos condujo al otro lado de unas enormes columnas de mármol, detrás de las cuales había una escalera mecánica. Y así fue como empezamos a subir hacia una zona totalmente acristalada y muy luminosa, con una enorme cornisa de caliza en la que rezaba la siguiente inscripción:
Una secretaria nos esperaba al final de la escalera mecánica. Nos condujo a una sala de reuniones muy amplia, con una mesa de seis metros de largo, construida con diferentes maderas, todas exóticas, y cuyo centro estaba compuesto por una tira de cristal serigrafiado de varios colores.
—¡Vaya! —exclamé, admirando los sillones de piel, la enorme pantalla plana y los monitores individuales conectados a los puertos de datos para celebrar videoconferencias—. Menudo tinglado.
La secretaria sonrió.
—Le diré al pastor Gottler que están aquí.
Miré a Nick, que estaba medio sentado, medio apoyado en la mesa.
—¿Crees que Jesús habría venido a un sitio como éste? —le pregunté en cuanto la secretaria se marchó.
Me lanzó una mirada de advertencia.
—No empieces.
—Según lo que he leído, el mensaje que lanza la Confraternidad de la Verdad Eterna es que Dios quiere que todos seamos ricos y que todos tengamos éxito. Así que supongo que tú estás un poco más cerca del paraíso que el resto de los mortales.
—______, si quieres ponerte a blasfemar, adelante. Pero cuando nos hayamos ido.
—No puedo evitarlo. Este sitio me da repelús. Tenías razón... es como Disneyland. Y, en mi opinión, le están dando a su rebaño el equivalente espiritual de un montón de comida basura.
—Un poco de comida basura nunca le ha hecho daño a nadie —replicó Nick.
En ese momento, la puerta se abrió y apareció un hombre rubio bastante alto.
Mark Gottler era guapo y tenía cierto aire refinado. Era corpulento, de cara rechoncha. Bien alimentado y bien peinado. Le rodeaba el aura de quien se sabía por encima del rebaño, de quien aceptaba con tranquilidad su respeto. Costaba trabajo imaginárselo en las garras de las necesidades fisiológicas de todo hijo de vecino.
¿Ése era el hombre con el que se había acostado mi hermana?
Los ojos de Gottler eran del color de los caramelos Werther's fundidos. Miró a Nick y fue derecho a por él con la mano extendida.
—Me alegro de volver a verte, Nick. —Con la mano libre cubrió un segundo sus manos unidas, estrechándosela con las dos. Se podría haber tomado por un gesto controlador, o por uno de extrema afabilidad. La expresión amable de Nick no cambió—. Veo que has traído a una amiga —siguió Gottler con una sonrisa antes de volverse hacia mí. Cuando me estrechó la mano, recibí el mismo tratamiento.
Me aparté algo irritada.
—Me llamo _______ Varner —dije antes de que Nick pudiera presentarnos—. Creo que conoce a mi hermana, Rachel.
Gottler me soltó, pero no dejó de mirarme. Su expresión agradable no se inmutó, pero el ambiente se enfrió hasta el punto de poder congelar una botellade vodka.
—Sí, conozco a Rachel —admitió al tiempo que forzaba una sonrisa—. Trabajó un tiempo en administración. He oído hablar de usted, ________. Tiene una columna de cotilleos, ¿no?
—Algo así —respondí.
Gottler miró a Nick con expresión cauta.
—Me han hecho creer que venías en busca de consejo.
—Así es —dijo Nick como si nada mientras apartaba un sillón de la mesa y me indicaba que me sentase—. Quería hablarte de un problema. Sólo que no es mío.
—¿Cómo es que la señorita Varner y tú os conocéis?
—Es una buena amiga mía.
Gottler me miró a los ojos.
—¿Sabe su hermana que está aquí?
Negué con la cabeza, preguntándome si hablaría mucho con ella. ¿Por qué iba un hombre casado que estaba metido en esa profesión a correr el riesgo de enzarzarse en una aventura con una chica inestable a la que, para colmo, había dejado embarazada? Me quedé aterrada al comprender que había miles de millones de dólares (o muchísimos más) en peligro por esa situación. Un escándalo sexual sería un golpe terrible para su iglesia, además del fin de su carrera como telepredicador.
—Le dije a _______ que estaba seguro de que tendrías algunas ideas sobre cómo podemos ayudar a Rachel. —Una pausa intencionada—. Y al bebé. —Tras sentarse junto a mí, se reclinó como si estuviera en su casa—. ¿Lo has visto ya?
—Me temo que no. —Gottler se fue al otro extremo de la mesa de conferencias. Se tomó su tiempo para sentarse—. La iglesia hace todo lo que puede por los miembros que necesitan ayuda, Nick. A lo mejor en el futuro tengo la oportunidad de hablar con Rachel sobre la ayuda que podemos prestarle.
Pero es un asunto privado. Creo que Rachel preferiría que siguiera siendo así.
No me gustaba Mark Gottler ni un pelo. No me gustaban sus modales educados, su seguridad en sí mismo, su arrogancia, ni ese pelo tan perfecto. No me gustaba que hubiera engendrado un hijo y que ni siquiera se hubiera tomado la molestia de verlo. En el mundo sobraban los hombres que no se responsabilizaban de los hijos que habían engendrado. Mi propio padre era uno de ellos.
—Como bien sabe, señor Gottler —dije con voz serena—, mi hermana no está en situación de poder ocuparse de sus asuntos. Es vulnerable. Es fácil aprovecharse de ella. Por eso quería hablar con usted en persona.
El pastor me sonrió.
—Antes de que continuemos con este asunto, detengámonos un momento para rezar.
—No veo la necesidad de... —protesté.
—Por supuesto —me interrumpió Nick al tiempo que me daba una patada por debajo de la mesa. Me lanzó una mirada elocuente: «No te pases, _______.»
Fruncí el ceño, pero me resigné y bajé la cabeza.
Gottler comenzó la oración.
—Alabado seas, Padre que estás en el Cielo, Señor de nuestros corazones, Dador de todas las cosas buenas, hoy acudimos a Ti en busca de paz. Te pedimos que nos ayudes a convertir cualquier momento negativo en una oportunidad para encontrar Tu camino y resolver nuestras diferencias...
La oración siguió una eternidad, hasta que llegué a la conclusión de que o bien Gottler estaba ganando tiempo o bien intentaba impresionarnos con su palabrería. De cualquier manera, me estaba impacientando. Quería hablar de Rachel. Quería que se tomaran decisiones. Cuando levanté la cabeza para lanzarle una miradita a Gottler, me di cuenta de que él hacía lo mismo conmigo, de que estaba analizando la situación, de que me estaba midiendo como adversaria mientras seguía hablando:
—Y dado que Tú has creado el universo, Señor, seguro que puedes hacer que le pasen cosas a nuestra hermana Racheñ y...
—Es hermana mía, no suya —protesté.
Tanto Nick como el pastor me miraron sorprendidos. Sabía que debería haber mantenido la boca cerrada, pero ya no aguantaba más. Tenía los nervios tan de punta que cualquier cosa me haría saltar.
—Deja que rece, _______ —murmuró Nick.
Me colocó una mano en el hombro y empezó a acariciarme la nuca con el pulgar. Me crispé, pero me mordí la lengua.
Entendí la indirecta. Había que seguir ciertos rituales. No conseguiríamos nada del pastor si lanzábamos un ataque frontal. Agaché de nuevo la cabeza y esperé a que siguiera. Me concentré en respirar según me habían enseñado en las clases de yoga, profundamente y de manera regular. Me concentré en el pulgar de Nick en la nuca, que me acariciaba con una relajante presión.
Por fin, Gottler terminó con un:
—Te rogamos, Señor, que nos otorgues sabiduría y bienestar. Amén.
—Amén —murmuramos Nick y yo antes de levantar las cabezas.
Nick apartó su mano.
—¿Te importa si empiezo yo? —le preguntó Nick a Gottler, que asintió con la cabeza, y después me miró de reojo para que le diera permiso.
—Claro —mascullé con sorna—, hablad vosotros mientras yo me quedo calladita escuchando, como debemos hacer las mujeres obedientes.
Con voz relajada y tranquila, Nick le dijo a Gottler:
—No creo que tenga que detallarte la situación, Mark. Creo que todos sabemos lo que pasa. Y, al igual que tú, preferimos que todo esto se mantenga en el ámbito privado.
—Es bueno saberlo —replicó Gottler con inequívoca sinceridad.
—Supongo que todos queremos lo mismo —continuó Nick—. Que el futuro de Rachel y de Jerry esté asegurado y que todo el mundo siga con su vida como de costumbre.
—Nuestra iglesia ayuda a mucha gente necesitada, Nick —comentó Gottler con voz razonable—. Es una lástima, pero admito que hay muchas jóvenes en la misma situación que Rachel. Y hacemos todo lo que está en nuestras manos. Pero si le prestamos más ayuda a Rachel que a las demás, me temo que sólo conseguiremos llamar la atención. Cosa que no nos interesa.
—¿Y qué me dice de una prueba de paternidad por orden judicial? —le pregunté con sequedad—. Eso también llamaría la atención, ¿no cree? ¿Qué me dice de...?
—Tranquila, nena —murmuró Nick—. Mark tiene algo en mente. Deja que se explique.
—Eso espero —repliqué—, porque pagar las facturas de la clínica donde está Rachel es sólo el primer paso. Quiero un fideicomiso para el bebé, y quiero...
—Señorita Varner —me interrumpió Gottler—, ya había decidido ofrecerle a Rachel un contrato de trabajo. —Al percatarse del desdén que yo no intentaba disimular, añadió—: Con beneficios.
—Suena interesante —comentó Nick, que me dio un apretón en el muslo bajo la mesa y me obligó a volver a sentarme—. Vamos a dejar que se explique, _______. Bueno, Mark... ¿a qué beneficios te refieres? ¿Estamos hablando de algún tipo de alojamiento y de pensión?
—Por supuesto que eso va incluido —contestó el pastor—. Las leyes tributarias federales permiten a los pastores proporcionarles una vivienda a sus empleados, de modo que... en fin, que si Rachel trabaja para nosotros, no violaríamos ninguna ley sobre beneficios personales y retribuciones. —Gottler se detuvo como si estuviera pensando—. Nuestra iglesia tiene un rancho en Colleyville con una pequeña comunidad privada de unas diez casas. Cada una de ellass tiene su propio jardín con piscina y una parcela de unos cuatro mil metros cuadrados. Rachel y el bebé podrían vivir allí.
—¿Solos? —pregunté—. ¿Con los servicios, la jardinería y el mantenimiento incluidos?
—Podría ser —concedió Gottler.
—¿Durante cuánto tiempo? —lo presioné.
Gottler guardó silencio. Saltaba a la vista que la Confraternidad de la Verdad Eterna estaba dispuesta a ayudar a Rachel Varner hasta cierto punto, aunque uno de sus pastores principales la hubiera dejado embarazada. ¿Qué hacía yo allí, intentando sacarle a Mark Gottler algo que él ya debería haber ofrecido de manera voluntaria?
Lo que estaba pensando debió de reflejarse en mi cara, porque Nick se apresuró a intervenir.
—No nos interesan las soluciones temporales, Mark, dado que el bebé es algo permanente en la vida de Rachel. Creo que vamos a tener que elaborar algún tipo de contrato vinculante con garantías para ambas partes. Podemos ofrecer la garantía de que no hablaremos con los medios de comunicación, de que no someteremos al niño a una prueba de paternidad para aclarar quién es su progenitor... Lo que te parezca bien para que te sientas seguro. Pero, a cambio, Rachel va a necesitar un coche, una mensualidad para sus gastos, un seguro médico, tal vez un fideicomiso para la educación universitaria de Jerry... —Nick hizo un gesto para indicar que la lista era demasiado larga como para detallarla ese momento.
Gottler dijo algo acerca de que tenía que consultarlo con su junta directiva, a lo que Nick sonrió y replicó que no creía que la junta le pusiera pegas. Me pasé los minutos siguientes escuchando la conversación medio impresionada y medio asqueada. Acabaron la charla tras haber llegado al acuerdo de que ambas partes dejarían los detalles de la operación en manos de sus respectivos abogados.
—... tienes que dejarme trabajar un poco en el asunto —le estaba diciendo Gottler a Nick—. Me has pillado desprevenido.
—¿Que lo hemos pillado desprevenido? —repetí, incrédula y mosqueada—. Ha tenido nueve meses para pensárselo.
¿No se le había ocurrido hasta ahora que estaría obligado a hacer algo por Jerry?
—Jerry —dijo Gottler con cara de preocupación—. ¿Así se llama? —Parpadeó un par de veces—. Por supuesto.
—¿Cómo que «por supuesto»? —pregunté, pero me respondió asintiendo con la cabeza y esbozando una sonrisa que no tenía un pelo de sincera.
Nick me obligó a ponerme en pie al mismo tiempo que lo hacía él.
—Te dejaremos volver al trabajo, Mark. Pero ten presentes los plazos de los que hemos hablado. Y también me gustaría que me mantuvieras informado de la decisión que tome la junta directiva.
—Claro, Nick.
Gottler nos acompañó mientras salíamos de la sala de conferencias, dejando atrás una galería con varias puertas dobles, columnas, retratos y placas. Leí estas últimas mientras nos íbamos, aunque la que más me llamó la atención fue una situada en un enorme arco de caliza sobre unas puertas de castaño decoradas con vidrieras de colores. En ella, se podía leer:
—¿Adónde lleva esa puerta? —pregunté.
—Pues a mi despacho —respondió un hombre que se había acercado a dicha puerta desde otra dirección. Se detuvo y se volvió hacia nosotros con una sonrisa.
—Pastor Cardiff —se apresuró a saludar Gottler—, le presento a Nick Jonas y a la señorita _______ Varner.
Noah Cardiff le estrechó la mano a Nick.
—Un placer conocerlo, señor Jonas. Hace poco tuve la oportunidad de conocer a su padre.
Nick sonrió.
—Espero que no lo pillara en uno de sus días malos.
—En absoluto. Es un hombre fascinante y muy educado.
De la vieja escuela. Intenté convencerle para que asistiera a uno de mis oficios, pero me dijo que todavía no había terminado de pecar y que ya me lo diría cuando lo hiciera. —Con una carcajada, se giró hacia mí.
Era un hombre fascinante. Alto, aunque no tanto como Nick, y con la constitución de un escalador. Mientras que Nick parecía un atleta y se movía como tal, Noah Cardiff poseía la elegancia de un bailarín. Era asombroso verlos juntos: Nick con su atractivo sexy y terrenal, y Cardiff con su belleza refinada y austera.
El pastor era moreno de pelo y de piel clara, de esa que se ruborizaba con facilidad, y tenía la nariz aguileña. Su sonrisa era angelical y un poco tristona; la sonrisa de un mortal muy consciente de la fragilidad de su naturaleza humana. Y los ojos eran los de un santo, de un agradable azul claro. Su mirada producía la sensación de haber sido bendecido.
Cuando se acercó para estrecharme la mano, capté un olor a lavanda y a ámbar gris.
—Señorita Varner, bienvenida a nuestra casa de adoración. Espero que la cita con el pastor Gottler haya sido de su entera satisfacción. —Guardó silencio antes de sonreír al aludido con expresión interrogante—. Varner... ¿No teníamos una secretaria que...?
—Sí, su hermana, Rachel, ha trabajado con nosotros de forma esporádica.
—Espero que se encuentre bien —me dijo Cardiff—. Por favor, dele recuerdos de mi parte.
Asentí con la cabeza de forma insegura.
Cardiff me sostuvo la mirada un instante, y pareció leerme el pensamiento.
—Rezaremos por ella —murmuró. Con un gesto elegante, señaló la placa situada sobre la puerta de su despacho—. Mi versículo preferido de mi apóstol preferido. Una gran verdad. Nada es imposible para el Señor.
—¿Por qué es Lucas su preferido? —quise saber.
—Entre otros motivos, porque Lucas es el único apóstol que cuenta las parábolas del buen samaritano y del hijo pródigo. —Cardiff me sonrió—. Además, es un gran defensor del papel de las mujeres en la vida de Cristo. ¿Por qué no asiste a uno de nuestros oficios, señorita Varner? Y traiga a su amigo Nick con usted.
He empezado a salir con un chico con el que no tengo nada en común. Es unos cuantos años menor que yo y tenemos distintos gustos en casi todo. A él le gusta salir, a mí me gusta quedarme en casa. A él le gusta la ciencia ficción, a mí me gusta hacer punto. A pesar de todo, nunca he estado tan colada por nadie. Pero me temo que, como somos tan diferentes, la relación está condenada al fracaso. ¿Debería romper con él ahora antes de que vaya a más?
PREOCUPADA POR EL PÁJARO EN MANO
Querida Preocupada:
Algunas veces, establecemos relaciones cuando menos lo esperamos. No hay ninguna regla que diga que dos personas que se quieren tienen que ser iguales. De hecho, hay algunas pruebas científicas que sugieren que, a nivel genético, las personas más distintas son las que suelen tener relaciones más duraderas y saludables. Aunque, ¿quién puede explicar de verdad los misterios de la atracción? Échale la culpa a Cupido. A la luna. A una sonrisa. Los dos podéis reafirmaros en vuestras diferencias siempre y cuando os respetéis mutuamente. ¿Que tú dices que el mar es verde y él dice que es azul? Déjate llevar, Preocupada. Lánzate de cabeza. Por regla general, las relaciones con el polo opuesto de nuestra personalidad son las que nos ayudan a conocernos mejor.
MISS INDEPENDIENTE
Clavé la vista en el monitor.
—¿Déjate llevar? —mascullé.
En mi caso, me repateaba dejarme llevar. Nunca iba a un sitio desconocido sin consultar antes un mapa. Siempre que compraba algo me registraba en la página oficial y mandaba los papeles de la garantía. Joe y yo usábamos condones, espermicida y, además, yo me tomaba la píldora. Nunca comía nada que tuviera colorante. Me ponía protección solar muy alta.
«Tienes que divertirte un poco», me había dicho Nick antes de hacerme una demostración de lo mucho que podía divertirme con él. Me daba en la nariz que, si me dejaba llevar con él, el entretenimiento no sería apto para todos los públicos. El problema era que la vida no consistía en pasárselo bien, consistía en hacer lo correcto, y la diversión era un derivado, si tenías suerte, claro.
Di un respingo al pensar en mi siguiente encuentro con Nick y me pregunté qué le diría.
«Ojalá pudiera desahogarme con alguien», pensé.
Stacy. Pero sabía que se lo contaría a Tom, que a su vez le diría algo a Joe.
A mediodía, sonó el teléfono. Vi el número de Nick en el identificador de llamadas. Fui a cogerlo, pero retiré la mano de golpe. Un segundo después, volví a extenderla con cuidado.
—¿Diga?
—_______, ¿qué tal estás? —Nick parecía relajado y muy profesional. Hablaba como un comercial.
—Muy bien —contesté sin fiarme—. ¿Y tú?
—Genial. Oye, he llamado un par de veces a la Confraternidad de la Verdad Eterna y quería ponerte al día. ¿Por qué no quedamos para comer en el restaurante?
—¿El que está en el séptimo piso?
—Ése. Puedes traerte a Jerry. Nos vemos en veinte minutos.
—¿No puedes decírmelo ya?
—No, necesito comer con alguien.
Esbocé una sonrisa torcida.
—¿Esperas que me crea que soy tu única alternativa?
—No, pero sí que eres la primera de la lista.
Me alegré de que no pudiera verme colorada como un tomate.
—Nos vemos allí.
Como seguía en pijama, corrí al armario y saqué una chaqueta beis, una camisa blanca, unos vaqueros y unas sandalias de cuña. El resto del tiempo lo pasé preparando a Jerry, cambiándole el pelele y poniéndole un peto vaquero que se abrochaba en la cara interna de las piernas.
Una vez que me aseguré de que estábamos presentables, coloqué a Jerry en su sillita y me colgué el bolso de los pañales al hombro. Subimos al restaurante, que tenía una decoración de estilo contemporáneo con sillones tapizados de cuero negro, mesas de cristal y coloridos cuadros abstractos en las paredes. Casi todos los comensales eran empresarios y directivos, mujeres ataviadas con vestidos conservadores y hombres con trajes de corte clásico. Nick ya estaba allí, hablando con la maître. El traje azul oscuro y la camisa celeste resaltaban su cuerpo atlético. Reconocí con cierta sorna que en Houston, a diferencia de lo que pasaba en Austin, la gente se arreglaba para comer.
Al verme, Nick se acercó para coger la sillita de Jerry. Me desconcertó al darme un beso fugaz en la mejilla.
—Hola —dije, parpadeando.
Me enfadé al darme cuenta de que me sentía acalorada y de que me faltaba el aliento, como si me hubieran pillado viendo un canal de pago para adultos.
Nick pareció entender lo que estaba pensando. Esbozó una lenta sonrisa.
—Te lo tienes demasiado creído —le dije.
—No sé de qué me hablas. Siempre sonrío así...
La maître nos condujo a una mesa en un rinconcito, al lado de las ventanas. Nick dejó la sillita del bebé en el asiento que había junto al mío antes de retirarme la silla para que yo me sentara. Después, me ofreció una bolsita de papel azul con asas de cuerda.
—¿Qué es? —le pregunté.
—Algo para Jerry.
Metí la mano en la bolsa y saqué un pequeño camión blandito, especial para bebés. Era suave y delicado, cosido con diferentes tejidos. Las ruedas crujían al estrujarlas. Sacudí el juguete para ver qué pasaba y se escuchó un sonido, como el de un cascabel. Sonreí y le enseñé el camión a Jerry antes de colocárselo sobre el pecho. Mi sobrino se lanzó de lleno a por ese objeto nuevo tan interesante y lo estrujó con sus deditos.
—Es un camión —le dije.
—La cabina de un tráiler —puntualizó Nick.
—Gracias. Supongo que ya podemos deshacernos de ese ridículo conejito.
Nos miramos a los ojos, y me descubrí sonriéndole. Todavía sentía el cosquilleo de su beso en la mejilla.
—¿Has hablado con Mark Gottler en persona? —le pregunté.
Los ojos de Nick se iluminaron con un brillo travieso.
—¿Tenemos que empezar por ahí?
—¿Y con qué quieres que empecemos?
—¿No podrías preguntar algo como «¿Qué tal la mañana?», «¿Cuál sería tu día perfecto?» o algo así?
—Ya sé cuál sería tu día perfecto.
Me miró con una ceja enarcada, como si el comentario lo hubiera sorprendido.
—¿En serio? Venga, dímelo.
Iba a soltarle algo ingenioso, algo cortante. Pero mientras lo miraba, sopesé la pregunta en serio.
—Bueno... Creo que sería en una casita junto a la playa...
—Mi día perfecto incluye a una mujer —señaló él.
—Vale. Estás con tu novia. Una mujer de bajo consumo y muy poco exigente.
—No conozco a ninguna mujer así.
—Por eso te gusta tanto esta mujer en concreto. Y la casita es algo rústica, por cierto. No hay tele por cable, ni conexión inalámbrica. Y los dos habéis apagado los móviles. Dais un paseo matutino por la playa, tal vez os dais un chapuzón. Y recogéis unos cuantos guijarros de la orilla, de ésos pulidos por las olas, para meterlos en un tarro. Después, os acercáis al pueblo en bici. Tú vas a la tienda para comprar algo relacionado con la pesca... cebo o lo que sea...
—Moscas, nada de cebos —me interrumpió Nick sin apartar la mirada de mis ojos—. La Deceiver de Lefty Kreh.
—¿Para qué tipo de pez?
—Gallinetas.
—Genial. Entonces te vas a pescar...
—¿Con mi novia? —me interrumpió.
—No, ________ se queda leyendo en la casita.
—¿No le gusta la pesca?
—No, pero le parece bien que a ti sí te guste y dice que es bueno que tengáis intereses distintos. —Hice una pausa—. Te prepara un bocadillo enorme y un par de cervezas.
—Me gusta esta mujer.
—Sales en tu yate y vuelves a casa con unos cuantos peces para la parrilla. La chica y tú coméis. Después, os acurrucáis y empezáis a charlar. De vez en cuando te quedas callado para escuchar el rumor de las olas. Y luego, bajáis a la playa con una botella de vino y os sentáis sobre una toalla para contemplar el atardecer. —Cuando terminé, lo miré a la espera de su reacción—. ¿Qué te parece?
Creía que a Nick le haría gracia, pero me estaba mirando con una seriedad desconcertante.
—Genial. —Y después se quedó callado durante unos momentos, mirándome como si intentara descubrir el truco de un número de magia.
El camarero se acercó, recitó las especialidades de la casa, nos tomó nota de la bebida y dejó una cesta de pan.
Nick extendió la mano y acarició con el pulgar la copa de agua empañada que tenía delante. Acto seguido, me miró con expresión decidida, como si estuviera aceptando un desafío.
—Me toca —dijo.
Sonreí porque me lo estaba pasando en grande.
—¿Vas a adivinar cómo sería mi día perfecto? Es muy fácil. Unos tapones para los oídos, las persianas bajadas y doce horas de sueño.
Pasó de mi comentario.
—Es un bonito día de otoño...
—No hay otoño en Tejas. —Cogí un panecillo con albahaca.
—Estás de vacaciones... pero en un lugar donde sí hay otoño.
—¿Estoy sola o con Joe? —pregunté al tiempo que mojaba un extremo del panecillo en un platito con aceite de oliva.
—Estás con un tío, pero no es Joe.
—¿Joe no va a formar parte de mi día perfecto?
Nick meneó la cabeza muy despacio, sin dejar de mirarme ni un instante.
—Es uno nuevo.
Tras darle un mordisco al panecillo, que estaba de muerte, decidí seguirle la corriente.
—¿Dónde estamos este tío nuevo y yo de vacaciones?
—En Nueva Inglaterra. Seguramente en New Hampshire.
Intrigada, sopesé la idea.
—Nunca he estado tan al norte.
—Os quedáis en un antiguo hotel con verandas, candelabros y jardines.
—Suena muy bien —admití.
—Cogéis el coche y vais a las montañas para ver el color de las hojas, y por el camino os topáis con un pueblecito donde se celebra una feria de artesanía. Os paráis y compras un par de libros antiguos, un montón de adornos navideños hechos a mano y una botella de sirope de arce. Cuando volvéis al hotel, os echáis una siesta con las ventanas abiertas.
—¿Le gustan las siestas al tío nuevo?
—No mucho, pero hace una excepción por ti.
—Me gusta este tío. Bueno, ¿qué pasa cuando nos despertamos?
—Os arregláis para tomar unas copas y cenar, así que bajáis al restaurante. Al lado de vuestra mesa, hay una pareja de ancianos que parecen llevar casados por lo menos cincuenta años. El tío nuevo y tú os empezáis a preguntar cuál es el secreto de un matrimonio longevo. El dice que es el sexo. Tú dices que es estar con alguien que te haga reír todos los días y él asegura que es capaz de ambas cosas.
Fui incapaz de contener una sonrisa.
—Se lo tiene un poco creído, ¿no te parece?
—Sí, pero a ti te gusta. Después de la cena, bailáis al son de la orquesta.
—¿Sabe bailar?
Nick asintió con la cabeza.
—Su madre lo obligó a ir a clases de baile cuando estaba en el colegio.
Me obligué a darle otro mordisco al panecillo y a comérmelo casi sin darme cuenta. Sin embargo, por dentro me sentía muy asombrada porque acababa de experimentar un repentino anhelo. Y me di cuenta rápidamente del problema: no conocía a nadie que hubiera pensado en semejante día para mí.
«Este hombre podría partirme el corazón», pensé.
—Parece divertido —dije a la ligera mientras me concentraba en Jerry y recolocaba el camión—. Vale, ahora dime qué te contó Gottler. ¿O hablaste con su secretaria? ¿Tenemos una cita?
Nick sonrió por el repentino cambio de tema.
—El viernes por la mañana. Hablé con su secretaria. Mencioné ciertos problemas en el contrato de mantenimiento e intentó pasarme a otro departamento. Así que dejé caer que se trataba de un problema personal, que a lo mejor quería unirme a la iglesia.
Lo miré con incredulidad.
—¿Mark Gottler accedió a concertar una cita con la esperanza de que te unas a su iglesia?
—Claro que sí. Soy un famoso pecador con un montón de pasta. Cualquier iglesia me querría en su rebaño.
Solté una carcajada.
—¿Todavía no perteneces a ninguna?
Nick negó con la cabeza.
—Mis padres pertenecían a iglesias distintas, así que me criaron como baptista y también como metodista. El resultado es que nunca he sabido si está bien visto bailar en público. Y durante un tiempo pensé que la Cuaresma era algo que te sacudías de la chaqueta.
—Yo soy agnóstica —confesé—. Sería atea, pero prefiero no cerrarme puertas.
—Yo prefiero las congregaciones pequeñas.
Lo miré con expresión inocente.
—¿Quieres decir que un estudio de grabación de más de dieciséis mil metros cuadrados con enormes pantallas panorámicas, sistema de sonido envolvente y efectos especiales no hace que te sientas más cerca de Dios?
—No creo que deba llevar a una infiel como tú a la Confraternidad de la Verdad Eterna.
—Te apuesto lo que quieras a que mi vida ha sido mucho más virtuosa que la tuya.
—A ver, preciosa, primero, eso no es muy difícil. Y, segundo, alcanzar un nivel espiritual más elevado es como aumentar tu línea de crédito. Tendrás más puntos si pecas y luego te arrepientes que si nunca has pedido ningún crédito.
Estiré el brazo y empecé a juguetear con uno de los pies de Jerry.
—Haría cualquier cosa por este bebé —afirmé—, incluso meterme de cabeza en una pila bautismal.
—Lo recordaré por si necesito negociar más adelante —dijo Nick—. Mientras tanto, escribe tu lista para Rachel y ya veremos si podemos endosársela a Gottler el viernes.
La Confraternidad de la Verdad Eterna tenía su propio sitio web y su propia página en la Wikipedia. El pastor principal, Noah Cardiff, era un cuarentón bastante guapo, casado y con cinco hijos. Su esposa, Angelica, era una mujer atractiva y delgada, con tendencia a abusar de la sombra de ojos. No se tardaba mucho en comprender que la Confraternidad era más un imperio económico que una iglesia. De hecho, el Houston Chronicle se refería a ella como «megaiglesia», ya que poseía una flotilla de aviones privados, un aeródromo y un capital inmobiliario en el que se incluían mansiones, instalaciones deportivas y su propia empresa publicitaria. Me quedé pasmada al enterarme de que también tenía sus propios campos petrolíferos y de gas, gestionados por una empresa subsidiaria, la Eternity Petrol Incorporated. La iglesia daba trabajo a unas quinientas personas y tenía una junta directiva compuesta por doce personas, cinco de las cuales eran familiares de Cardiff.
No pude encontrar ningún vídeo de Mark Gottler en YouTube, pero sí encontré algunos de Noah Cardiff. Era carismático y encantador, e incluso se reía en ocasiones de sí mismo y les aseguraba a sus fieles de todas partes del mundo que el Creador les tenía reservadas muchas cosas buenas. Su pelo negro, su piel clara y sus ojos azules le otorgaban un aspecto angelical. De hecho, al ver uno de los vídeos de YouTube me sentí tan bien que, si hubiera pasado alguien por mi lado con la cesta de la colecta en ese momento, habría soltado veinte pavos. Y si Cardiff tenía ese efecto en una agnóstica, a saber lo que una verdadera creyente estaría dispuesta a donar.
El viernes, la niñera llegó a las nueve. Se llamaba Tina y parecía muy agradable y competente. Me la había recomendado Destiny, según la cual, Tina había hecho maravillas con su sobrino. Me preocupaba dejar a Jerry al cuidado de otra persona (era la primera vez que nos separábamos), pero también fue un alivio en cierta manera, ya que podría tomarme un respiro.
Tal y como convenimos, Nick me estaba esperando en el vestíbulo principal. Llegué unos minutos tarde, porque me había parado a darle unas instrucciones de última hora a Tina.
—Lo siento. —Apresuré el paso mientras me acercaba a él, que estaba junto al mostrador de recepción—. No era mi intención llegar tarde.
—No pasa nada —me tranquilizó Nick—. Todavía tenemos mucho... —Dejó la frase en el aire en cuanto reparó en mi apariencia y se quedó boquiabierto.
Con cierta timidez, me aparté un mechón de pelo de la cara y me lo coloqué detrás de la oreja. Llevaba un traje negro ajustado, de lana fría, y unos zapatos negros de tacón de tiras muy finas que se abrochaban en el empeine. Me había maquillado un poco: sombra de ojos marrón metalizada, máscara de pestañas, un poco de colorete y brillo de labios.
—¿Voy bien? —le pregunté.
Nick asintió con la cabeza, sin parpadear siquiera.
Contuve una sonrisa al caer en la cuenta de que nunca me había visto arreglada. Y el traje me sentaba muy bien, porque se ceñía a mis curvas.
—Me pareció que esto iba mejor para la iglesia que unos vaqueros y unas sandalias planas.
No supe bien si Nick me escuchó o no. Daba la sensación de que su mente iba por otros derroteros totalmente distintos. Mis sospechas se confirmaron cuando afirmó con énfasis:
—Tienes unas piernas increíbles.
—Gracias. —Me encogí de hombros con modestia—. Hago yoga.
Eso lo alentó a seguir con sus reflexiones. Me pareció que se sonrojaba, aunque era difícil estar segura porque estaba muy moreno. Su voz sonó un poco forzada al preguntarme:
—Supongo que eres bastante flexible, ¿no?
—No era la más flexible de mi clase ni mucho menos
—Contesté e hice una pausa antes de añadir—: Pero puedo ponerme los tobillos detrás de la cabeza. —Contuve una carcajada al escuchar que contenía el aliento. Vi que su coche estaba aparcado en la puerta y eché a andar. Él me siguió sin pérdida de tiempo.
El complejo de la Confraternidad estaba a unos siete kilómetros de Houston. Aunque había investigado la organización y había visto fotos de sus instalaciones, puse los ojos como platos al cruzar las puertas de entrada. El edificio principal era tan grande como un estadio de fútbol olímpico.
—¡Madre del amor hermoso! —exclamé—. ¿Cuántas plazas de aparcamiento hay?
—Mínimo, unas dos mil —contestó Nick mientras lo atravesaba.
—Bienvenido a la iglesia del siglo veintiuno —mascullé, preparada para detestar todo lo que tuviera que ver con la Confraternidad de la Verdad Eterna.
Cuando entramos, me sorprendió la grandeza del lugar. El vestíbulo estaba dominado por una pantalla gigante en la que se veía a familias disfrutando de alegres excursiones al campo, paseando por soleados vecindarios, a padres que columpiaban a sus hijos, lavaban al perro o iban a la iglesia en familia.
Unas gigantescas estatuas de Jesús y los Apóstoles protegían las entradas a un comedor y a un patio enmarcado con cristaleras de color esmeralda. Las paredes estaban adornadas con paneles de malaquita verde y madera de cerezo, y el suelo, cubierto por metros y metros de inmaculadas alfombras. La librería que había al otro lado del vestíbulo estaba atestada de gente. Todo el mundo parecía muy animado y se detenía a charlar y a reír con los demás, alentados por la música relajante que inundaba el ambiente.
Había leído que la Confraternidad de la Verdad Eterna era admirada y criticada a partes iguales por su evangelio, que ensalzaba los bienes materiales. El pastor Cardiff solía hacer hincapié en que Dios quería que su iglesia disfrutara de la prosperidad material en la misma medida que disfrutaban de la prosperidad espiritual. De hecho, insistía en que ambas iban de la mano. Si uno de los miembros de su iglesia tenía problemas económicos, debía rezar con más ahínco para tener éxito. Al parecer, el dinero era una recompensa de la fe.
No estaba lo bastante puesta en teología como para discutir el asunto a fondo, pero desconfiaba de manera instintiva de cualquier cosa que resultara tan atrayente y estuviera tan bien vendida. Claro que... la gente parecía contenta. Si la doctrina les funcionaba, si satisfacía sus necesidades, ¿qué derecho tenía yo a ponerle pegas? Asombrada, me detuve junto a Nick cuando un asistente salió a nuestro encuentro con una enorme sonrisa.
Tras una breve consulta en voz baja, nos condujo al otro lado de unas enormes columnas de mármol, detrás de las cuales había una escalera mecánica. Y así fue como empezamos a subir hacia una zona totalmente acristalada y muy luminosa, con una enorme cornisa de caliza en la que rezaba la siguiente inscripción:
YO VINE PARA QUE TENGAN VIDA,
Y LA TENGAN ABUNDANTE
Juan 10:10
Y LA TENGAN ABUNDANTE
Juan 10:10
Una secretaria nos esperaba al final de la escalera mecánica. Nos condujo a una sala de reuniones muy amplia, con una mesa de seis metros de largo, construida con diferentes maderas, todas exóticas, y cuyo centro estaba compuesto por una tira de cristal serigrafiado de varios colores.
—¡Vaya! —exclamé, admirando los sillones de piel, la enorme pantalla plana y los monitores individuales conectados a los puertos de datos para celebrar videoconferencias—. Menudo tinglado.
La secretaria sonrió.
—Le diré al pastor Gottler que están aquí.
Miré a Nick, que estaba medio sentado, medio apoyado en la mesa.
—¿Crees que Jesús habría venido a un sitio como éste? —le pregunté en cuanto la secretaria se marchó.
Me lanzó una mirada de advertencia.
—No empieces.
—Según lo que he leído, el mensaje que lanza la Confraternidad de la Verdad Eterna es que Dios quiere que todos seamos ricos y que todos tengamos éxito. Así que supongo que tú estás un poco más cerca del paraíso que el resto de los mortales.
—______, si quieres ponerte a blasfemar, adelante. Pero cuando nos hayamos ido.
—No puedo evitarlo. Este sitio me da repelús. Tenías razón... es como Disneyland. Y, en mi opinión, le están dando a su rebaño el equivalente espiritual de un montón de comida basura.
—Un poco de comida basura nunca le ha hecho daño a nadie —replicó Nick.
En ese momento, la puerta se abrió y apareció un hombre rubio bastante alto.
Mark Gottler era guapo y tenía cierto aire refinado. Era corpulento, de cara rechoncha. Bien alimentado y bien peinado. Le rodeaba el aura de quien se sabía por encima del rebaño, de quien aceptaba con tranquilidad su respeto. Costaba trabajo imaginárselo en las garras de las necesidades fisiológicas de todo hijo de vecino.
¿Ése era el hombre con el que se había acostado mi hermana?
Los ojos de Gottler eran del color de los caramelos Werther's fundidos. Miró a Nick y fue derecho a por él con la mano extendida.
—Me alegro de volver a verte, Nick. —Con la mano libre cubrió un segundo sus manos unidas, estrechándosela con las dos. Se podría haber tomado por un gesto controlador, o por uno de extrema afabilidad. La expresión amable de Nick no cambió—. Veo que has traído a una amiga —siguió Gottler con una sonrisa antes de volverse hacia mí. Cuando me estrechó la mano, recibí el mismo tratamiento.
Me aparté algo irritada.
—Me llamo _______ Varner —dije antes de que Nick pudiera presentarnos—. Creo que conoce a mi hermana, Rachel.
Gottler me soltó, pero no dejó de mirarme. Su expresión agradable no se inmutó, pero el ambiente se enfrió hasta el punto de poder congelar una botellade vodka.
—Sí, conozco a Rachel —admitió al tiempo que forzaba una sonrisa—. Trabajó un tiempo en administración. He oído hablar de usted, ________. Tiene una columna de cotilleos, ¿no?
—Algo así —respondí.
Gottler miró a Nick con expresión cauta.
—Me han hecho creer que venías en busca de consejo.
—Así es —dijo Nick como si nada mientras apartaba un sillón de la mesa y me indicaba que me sentase—. Quería hablarte de un problema. Sólo que no es mío.
—¿Cómo es que la señorita Varner y tú os conocéis?
—Es una buena amiga mía.
Gottler me miró a los ojos.
—¿Sabe su hermana que está aquí?
Negué con la cabeza, preguntándome si hablaría mucho con ella. ¿Por qué iba un hombre casado que estaba metido en esa profesión a correr el riesgo de enzarzarse en una aventura con una chica inestable a la que, para colmo, había dejado embarazada? Me quedé aterrada al comprender que había miles de millones de dólares (o muchísimos más) en peligro por esa situación. Un escándalo sexual sería un golpe terrible para su iglesia, además del fin de su carrera como telepredicador.
—Le dije a _______ que estaba seguro de que tendrías algunas ideas sobre cómo podemos ayudar a Rachel. —Una pausa intencionada—. Y al bebé. —Tras sentarse junto a mí, se reclinó como si estuviera en su casa—. ¿Lo has visto ya?
—Me temo que no. —Gottler se fue al otro extremo de la mesa de conferencias. Se tomó su tiempo para sentarse—. La iglesia hace todo lo que puede por los miembros que necesitan ayuda, Nick. A lo mejor en el futuro tengo la oportunidad de hablar con Rachel sobre la ayuda que podemos prestarle.
Pero es un asunto privado. Creo que Rachel preferiría que siguiera siendo así.
No me gustaba Mark Gottler ni un pelo. No me gustaban sus modales educados, su seguridad en sí mismo, su arrogancia, ni ese pelo tan perfecto. No me gustaba que hubiera engendrado un hijo y que ni siquiera se hubiera tomado la molestia de verlo. En el mundo sobraban los hombres que no se responsabilizaban de los hijos que habían engendrado. Mi propio padre era uno de ellos.
—Como bien sabe, señor Gottler —dije con voz serena—, mi hermana no está en situación de poder ocuparse de sus asuntos. Es vulnerable. Es fácil aprovecharse de ella. Por eso quería hablar con usted en persona.
El pastor me sonrió.
—Antes de que continuemos con este asunto, detengámonos un momento para rezar.
—No veo la necesidad de... —protesté.
—Por supuesto —me interrumpió Nick al tiempo que me daba una patada por debajo de la mesa. Me lanzó una mirada elocuente: «No te pases, _______.»
Fruncí el ceño, pero me resigné y bajé la cabeza.
Gottler comenzó la oración.
—Alabado seas, Padre que estás en el Cielo, Señor de nuestros corazones, Dador de todas las cosas buenas, hoy acudimos a Ti en busca de paz. Te pedimos que nos ayudes a convertir cualquier momento negativo en una oportunidad para encontrar Tu camino y resolver nuestras diferencias...
La oración siguió una eternidad, hasta que llegué a la conclusión de que o bien Gottler estaba ganando tiempo o bien intentaba impresionarnos con su palabrería. De cualquier manera, me estaba impacientando. Quería hablar de Rachel. Quería que se tomaran decisiones. Cuando levanté la cabeza para lanzarle una miradita a Gottler, me di cuenta de que él hacía lo mismo conmigo, de que estaba analizando la situación, de que me estaba midiendo como adversaria mientras seguía hablando:
—Y dado que Tú has creado el universo, Señor, seguro que puedes hacer que le pasen cosas a nuestra hermana Racheñ y...
—Es hermana mía, no suya —protesté.
Tanto Nick como el pastor me miraron sorprendidos. Sabía que debería haber mantenido la boca cerrada, pero ya no aguantaba más. Tenía los nervios tan de punta que cualquier cosa me haría saltar.
—Deja que rece, _______ —murmuró Nick.
Me colocó una mano en el hombro y empezó a acariciarme la nuca con el pulgar. Me crispé, pero me mordí la lengua.
Entendí la indirecta. Había que seguir ciertos rituales. No conseguiríamos nada del pastor si lanzábamos un ataque frontal. Agaché de nuevo la cabeza y esperé a que siguiera. Me concentré en respirar según me habían enseñado en las clases de yoga, profundamente y de manera regular. Me concentré en el pulgar de Nick en la nuca, que me acariciaba con una relajante presión.
Por fin, Gottler terminó con un:
—Te rogamos, Señor, que nos otorgues sabiduría y bienestar. Amén.
—Amén —murmuramos Nick y yo antes de levantar las cabezas.
Nick apartó su mano.
—¿Te importa si empiezo yo? —le preguntó Nick a Gottler, que asintió con la cabeza, y después me miró de reojo para que le diera permiso.
—Claro —mascullé con sorna—, hablad vosotros mientras yo me quedo calladita escuchando, como debemos hacer las mujeres obedientes.
Con voz relajada y tranquila, Nick le dijo a Gottler:
—No creo que tenga que detallarte la situación, Mark. Creo que todos sabemos lo que pasa. Y, al igual que tú, preferimos que todo esto se mantenga en el ámbito privado.
—Es bueno saberlo —replicó Gottler con inequívoca sinceridad.
—Supongo que todos queremos lo mismo —continuó Nick—. Que el futuro de Rachel y de Jerry esté asegurado y que todo el mundo siga con su vida como de costumbre.
—Nuestra iglesia ayuda a mucha gente necesitada, Nick —comentó Gottler con voz razonable—. Es una lástima, pero admito que hay muchas jóvenes en la misma situación que Rachel. Y hacemos todo lo que está en nuestras manos. Pero si le prestamos más ayuda a Rachel que a las demás, me temo que sólo conseguiremos llamar la atención. Cosa que no nos interesa.
—¿Y qué me dice de una prueba de paternidad por orden judicial? —le pregunté con sequedad—. Eso también llamaría la atención, ¿no cree? ¿Qué me dice de...?
—Tranquila, nena —murmuró Nick—. Mark tiene algo en mente. Deja que se explique.
—Eso espero —repliqué—, porque pagar las facturas de la clínica donde está Rachel es sólo el primer paso. Quiero un fideicomiso para el bebé, y quiero...
—Señorita Varner —me interrumpió Gottler—, ya había decidido ofrecerle a Rachel un contrato de trabajo. —Al percatarse del desdén que yo no intentaba disimular, añadió—: Con beneficios.
—Suena interesante —comentó Nick, que me dio un apretón en el muslo bajo la mesa y me obligó a volver a sentarme—. Vamos a dejar que se explique, _______. Bueno, Mark... ¿a qué beneficios te refieres? ¿Estamos hablando de algún tipo de alojamiento y de pensión?
—Por supuesto que eso va incluido —contestó el pastor—. Las leyes tributarias federales permiten a los pastores proporcionarles una vivienda a sus empleados, de modo que... en fin, que si Rachel trabaja para nosotros, no violaríamos ninguna ley sobre beneficios personales y retribuciones. —Gottler se detuvo como si estuviera pensando—. Nuestra iglesia tiene un rancho en Colleyville con una pequeña comunidad privada de unas diez casas. Cada una de ellass tiene su propio jardín con piscina y una parcela de unos cuatro mil metros cuadrados. Rachel y el bebé podrían vivir allí.
—¿Solos? —pregunté—. ¿Con los servicios, la jardinería y el mantenimiento incluidos?
—Podría ser —concedió Gottler.
—¿Durante cuánto tiempo? —lo presioné.
Gottler guardó silencio. Saltaba a la vista que la Confraternidad de la Verdad Eterna estaba dispuesta a ayudar a Rachel Varner hasta cierto punto, aunque uno de sus pastores principales la hubiera dejado embarazada. ¿Qué hacía yo allí, intentando sacarle a Mark Gottler algo que él ya debería haber ofrecido de manera voluntaria?
Lo que estaba pensando debió de reflejarse en mi cara, porque Nick se apresuró a intervenir.
—No nos interesan las soluciones temporales, Mark, dado que el bebé es algo permanente en la vida de Rachel. Creo que vamos a tener que elaborar algún tipo de contrato vinculante con garantías para ambas partes. Podemos ofrecer la garantía de que no hablaremos con los medios de comunicación, de que no someteremos al niño a una prueba de paternidad para aclarar quién es su progenitor... Lo que te parezca bien para que te sientas seguro. Pero, a cambio, Rachel va a necesitar un coche, una mensualidad para sus gastos, un seguro médico, tal vez un fideicomiso para la educación universitaria de Jerry... —Nick hizo un gesto para indicar que la lista era demasiado larga como para detallarla ese momento.
Gottler dijo algo acerca de que tenía que consultarlo con su junta directiva, a lo que Nick sonrió y replicó que no creía que la junta le pusiera pegas. Me pasé los minutos siguientes escuchando la conversación medio impresionada y medio asqueada. Acabaron la charla tras haber llegado al acuerdo de que ambas partes dejarían los detalles de la operación en manos de sus respectivos abogados.
—... tienes que dejarme trabajar un poco en el asunto —le estaba diciendo Gottler a Nick—. Me has pillado desprevenido.
—¿Que lo hemos pillado desprevenido? —repetí, incrédula y mosqueada—. Ha tenido nueve meses para pensárselo.
¿No se le había ocurrido hasta ahora que estaría obligado a hacer algo por Jerry?
—Jerry —dijo Gottler con cara de preocupación—. ¿Así se llama? —Parpadeó un par de veces—. Por supuesto.
—¿Cómo que «por supuesto»? —pregunté, pero me respondió asintiendo con la cabeza y esbozando una sonrisa que no tenía un pelo de sincera.
Nick me obligó a ponerme en pie al mismo tiempo que lo hacía él.
—Te dejaremos volver al trabajo, Mark. Pero ten presentes los plazos de los que hemos hablado. Y también me gustaría que me mantuvieras informado de la decisión que tome la junta directiva.
—Claro, Nick.
Gottler nos acompañó mientras salíamos de la sala de conferencias, dejando atrás una galería con varias puertas dobles, columnas, retratos y placas. Leí estas últimas mientras nos íbamos, aunque la que más me llamó la atención fue una situada en un enorme arco de caliza sobre unas puertas de castaño decoradas con vidrieras de colores. En ella, se podía leer:
PORQUE NADA HAY IMPOSIBLE PARA DIOS
Lucas 1:37
Lucas 1:37
—¿Adónde lleva esa puerta? —pregunté.
—Pues a mi despacho —respondió un hombre que se había acercado a dicha puerta desde otra dirección. Se detuvo y se volvió hacia nosotros con una sonrisa.
—Pastor Cardiff —se apresuró a saludar Gottler—, le presento a Nick Jonas y a la señorita _______ Varner.
Noah Cardiff le estrechó la mano a Nick.
—Un placer conocerlo, señor Jonas. Hace poco tuve la oportunidad de conocer a su padre.
Nick sonrió.
—Espero que no lo pillara en uno de sus días malos.
—En absoluto. Es un hombre fascinante y muy educado.
De la vieja escuela. Intenté convencerle para que asistiera a uno de mis oficios, pero me dijo que todavía no había terminado de pecar y que ya me lo diría cuando lo hiciera. —Con una carcajada, se giró hacia mí.
Era un hombre fascinante. Alto, aunque no tanto como Nick, y con la constitución de un escalador. Mientras que Nick parecía un atleta y se movía como tal, Noah Cardiff poseía la elegancia de un bailarín. Era asombroso verlos juntos: Nick con su atractivo sexy y terrenal, y Cardiff con su belleza refinada y austera.
El pastor era moreno de pelo y de piel clara, de esa que se ruborizaba con facilidad, y tenía la nariz aguileña. Su sonrisa era angelical y un poco tristona; la sonrisa de un mortal muy consciente de la fragilidad de su naturaleza humana. Y los ojos eran los de un santo, de un agradable azul claro. Su mirada producía la sensación de haber sido bendecido.
Cuando se acercó para estrecharme la mano, capté un olor a lavanda y a ámbar gris.
—Señorita Varner, bienvenida a nuestra casa de adoración. Espero que la cita con el pastor Gottler haya sido de su entera satisfacción. —Guardó silencio antes de sonreír al aludido con expresión interrogante—. Varner... ¿No teníamos una secretaria que...?
—Sí, su hermana, Rachel, ha trabajado con nosotros de forma esporádica.
—Espero que se encuentre bien —me dijo Cardiff—. Por favor, dele recuerdos de mi parte.
Asentí con la cabeza de forma insegura.
Cardiff me sostuvo la mirada un instante, y pareció leerme el pensamiento.
—Rezaremos por ella —murmuró. Con un gesto elegante, señaló la placa situada sobre la puerta de su despacho—. Mi versículo preferido de mi apóstol preferido. Una gran verdad. Nada es imposible para el Señor.
—¿Por qué es Lucas su preferido? —quise saber.
—Entre otros motivos, porque Lucas es el único apóstol que cuenta las parábolas del buen samaritano y del hijo pródigo. —Cardiff me sonrió—. Además, es un gran defensor del papel de las mujeres en la vida de Cristo. ¿Por qué no asiste a uno de nuestros oficios, señorita Varner? Y traiga a su amigo Nick con usted.
Espero les guste,
Besitos
Con amor,
Niinny Jonas
Besitos
Con amor,
Niinny Jonas
NiinnyJonas
Re: Buenas Vibraciones (Nick y tu) [Adaptación Terminada]
huuunnnmmmm
aqui ayyy gato encerrraaadooooo
cielosss!!!!!
siguela porfaaaaaaaa
aaaaandaaaaaaa
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siguela porfaaaaaaaa
aaaaandaaaaaaa
chelis
Re: Buenas Vibraciones (Nick y tu) [Adaptación Terminada]
osea que mark si es el padre de jerry??
#Fire Rouge..*
Re: Buenas Vibraciones (Nick y tu) [Adaptación Terminada]
Que interesane cap
Vaya con la iglesia
Muy moderna hahah
Sige pronto please!!!
Vaya con la iglesia
Muy moderna hahah
Sige pronto please!!!
Heaven.Foster
Re: Buenas Vibraciones (Nick y tu) [Adaptación Terminada]
Si, este cap esta muy bueno, no tengo seguro de mentes traumadas asi que ustedes saben si leen
CAPÍTULO 14
Mientras salíamos, reflexioné sobre todo lo que se había dicho durante la entrevista. Me froté las sienes, porque parecía tener una goma elástica muy apretada alrededor de la cabeza.
Nick me abrió la puerta del coche antes de rodearlo para abrir la suya. Dejamos un rato las puertas abiertas para aliviar un poco el calor del interior antes de sentarnos.
—No soporto a Mark Gottler —confesé.
—¿De verdad? No lo había notado.
—Estaba escuchándolo hablar y no dejaba de pensar que tenía delante a un gilipollas hipócrita que se había aprovechado de mi hermana... En vez de pegarle un tiro o algo así, que era lo que me apetecía hacer, he tenido que aguantarlo y negociar con él.
—Lo sé. Pero de momento se está portando. Tienes que reconocerlo.
—Sí, claro, porque lo estamos obligando. —Fruncí el ceño—. No estarás de su parte, ¿verdad?
—_______, acabo de pasarme una hora y cuarto apretándole las tuercas a ese tío. No, no estoy de su parte. Lo único que digo es que no es el único culpable de esta situación. Vale, ya podemos entrar. —Arrancó el coche. El aire acondicionado no era suficiente para aliviar el calor abrasador.
Me abroché el cinturón de seguridad.
—Mi hermana está en una clínica con una depresión nerviosa después de que un pastor casado la sedujera y la dejara tirada... ¿Estás insinuando que la culpa es de Rachel?
—Estoy diciendo que cada cual tiene su parte de culpa. Y a Rachel no la sedujo nadie. Es una mujer hecha y derecha que usa su cuerpo para conseguir lo que quiere.
—Viniendo de ti, el comentario resulta un pelín hipócrita, ¿no te parece? —repliqué, malhumorada,
—______, las cosas están así: tu hermana va a conseguir una casa, un coche y una mensualidad de quince mil dólares, y todo gracias a que un tío con dinero la dejó embarazada. Sin embargo, por muy bueno que sea el acuerdo al que lleguen los abogados, tendrá que buscarse algún otro vejestorio con pasta para asegurarse el futuro. El problema es que la próxima vez no le va a resultar tan fácil. Porque tendrá unos añitos más.
—No crees que algún día pueda casarse, ¿verdad? —le pregunté, cada vez más irritada.
—No se conformará con un tío normal y corriente. Quiere uno rico. Y ________ no es de las mujeres con las que se casan los ricos.
—Sí que lo es. Es guapa.
—La belleza está de capa caída. Y eso es lo único que Rachel aporta al matrimonio. En términos empresariales, es un bien temporal, no perdurable.
La cruda afirmación me dejó sin aliento.
—¿Así es como pensáis los ricos?
—La mayoría, sí.
—¡Madre mía! —exclamé, echando humo por las orejas—. Supongo que pensarás que todas las mujeres que se te acercan van detrás de tu dinero.
—No. Pero digamos que es fácil distinguir a las que me dejarían tirado si algo le pasara a mi dinero.
—Por mí, te puedes meter el dinero en el...
—Lo sé. Es una de las razones por las que...
—Y si tanto odias a mi hermana, ¿por qué te molestas en ayudarla?
—No la odio. En absoluto. La veo tal cual es. Estoy haciendo todo esto por el bien de Jerry. Y por el tuyo.
—¿Por mi bien? —Eso aplacó mi furia de golpe y lo miré con los ojos como platos.
—Haría cualquier cosa por ti, _______ —contestó él en voz baja—. ¿Todavía no te has dado cuenta?
Lo observé en silencio mientras sacaba el coche del aparcamiento.
Irritada, desconcertada y muerta de calor, ya que el aire acondicionado todavía no aliviaba la achicharrante temperatura que reinaba en el interior del coche, seguí en silencio un rato. La imagen que yo tenía de mi hermana era distinta a la de Nick. Yo la quería. ¿Me impedirían los sentimientos ver la verdad? ¿Habría captado Nick la situación mejor que yo?
Escuché que sonaba mi móvil. Cogí el bolso y rebusqué en el interior hasta dar con él.
—Es Joe —dije con voz tensa. Casi nunca me llamaba durante el día—. ¿Te importa si lo cojo?
—Adelante.
Nick siguió conduciendo muy atento al tráfico. Las hileras de coches apenas avanzaban, como si fueran células circulando por una arteria endurecida.
—Joe, ¿pasa algo?
—Hola, cariño, todo va bien. ¿Qué tal ha ido la entrevista?
Le conté la versión reducida y él me escuchó, dándome su apoyo con sus comentarios, libres de los prejuicios de Nick. Era un alivio poder hablar con alguien que no me daba justo donde más me dolía. Descubrí que me iba relajando poco a poco, ayudada por el efecto del aire acondicionado que soplaba sobre mí tan fresco como el aliento de un glaciar.
—Oye, me estaba preguntando una cosa... —dijo Joe—. ¿Te apetece tener compañía mañana por la noche? Tengo que acercarme a Katy para recoger un anemómetro que nos hace falta para una de las instalaciones que estamos construyendo. Saldremos a cenar y pasaremos la noche juntos. Así podré conocer al tío ese con el que pasas tanto tiempo.
Me quedé helada hasta que Joe añadió:
—Eso sí, no pienso cambiarle el pañal.
La risa que me salió fue un pelín histérica.
—No hace falta que le cambies el pañal. Sí, nos encantará verte. Tengo muchas ganas de verte.
—Vale, estaré ahí mañana sobre las cuatro o las cinco. Adiós, cariño.
—Adiós.
Cerré el teléfono y me di cuenta de que habíamos llegado al número 1800 de Main Street. Estábamos doblando la curva para entrar en el aparcamiento subterráneo.
Nick encontró un sitio libre cerca de los ascensores y aparcó el coche. Apagó el motor y me miró, sumido en la penumbra del interior.
—Joe vendrá a verme mañana —le dije. Aunque quería que mi voz sonara normal, la verdad era que me salió un poco tensa.
Me fue imposible leer su expresión.
—¿Por qué?
—Va a recoger un equipo de medición en Katy. Y como va a estar por la zona, quiere pasarse a verme.
—¿Dónde va a quedarse?
—Conmigo, por supuesto.
Nick guardó silencio un buen rato. Tal vez fuera fruto de mi imaginación, pero me pareció que respiraba con dificultad.
—Puedo reservarle una habitación en cualquier hotel —dijo por fin—. Corre de mi cuenta.
—¿Por qué...? ¿Qué pas...?
—No quiero que pase la noche contigo.
—Pero es mi... —Guardé silencio y lo miré sin dar crédito—. ¿Qué pasa, Nick? Es mi pareja, vivo con él.
—Ya no. Vives aquí. Y... —Una pausa antes de que añadiera entre dientes—: Y no quiero que te acuestes con él.
En un primer momento, sus palabras me dejaron más pasmada que furiosa. Nick parecía haber sufrido una regresión al modo troglodita, cosa que jamás había presenciado en el caso de Joe. Ver ese arranque posesivo, saber que se sentía con derecho a decirme cuándo y con quién podía acostarme, me dejó totalmente alucinada.
—Tú no tienes nada que decir al respecto —repliqué.
—No voy a dejar que me quite lo que es mío.
—¿¡Tuyo!? —meneé la cabeza y solté un sonido a caballo entre una risa y un gemido de protesta. Me llevé los dedos a los labios lentamente, cubriéndomelos con la misma suavidad que un visillo cubriría una ventana abierta. Tuve que hacer un gran esfuerzo para encontrar las palabras adecuadas—. Nick, mi novio viene a verme. Puede que me acueste con él o puede que no. Pero eso no es de tu incumbencia. Y no me gustan estos jueguecitos. —Inspiré hondo y me escuché decir de nuevo—: No me gustan los jueguecitos.
La voz de Nick al replicar fue suave, pero con un deje tan salvaje que me puso los pelos como escarpias.
—No estoy jugando. Estoy tratando de decirte cómo me siento.
—Ya lo he pillado. Y ahora necesito un poco de espacio.
—Te daré todo el espacio que necesites. Siempre y cuando él haga lo mismo.
—¿Y eso qué significa?
—No lo dejes quedarse contigo en el apartamento.
Me estaba mangoneando. Me estaba controlando. El pánico me dejó sin respiración, de modo que abrí la puerta del coche en busca de aire.
—Déjame tranquila —dije.
Salí del coche y me encaminé hacia los ascensores con él pegado a mis talones.
Pulsé el botón del ascensor con tanta fuerza que estuve a punto de partirme el dedo.
—¿Ves? Por eso prefiero a Joe, o a los hombres como él, antes que a alguien como tú. Él no me dice lo que tengo que hacer. Soy una mujer independiente.
—Gilipolleces feministas —lo escuché murmurar. También parecía tener problemas para respirar.
Me volví para mirarlo, presa de la furia.
—¿¡Cómo!?
—Esto no tiene nada que ver con la puta independencia femenina. Estás asustada porque sabes que, si empiezas una relación conmigo, llegarás mucho más lejos de lo que has llegado con Joe. Él no te apoyará en nada, ya lo ha demostrado. Se ha rajado. ¿Y encima vas a dejar que te eche un polvo?
—¡Cállate!
Aquello fue el colmo. Yo, que nunca le había pegado a nadie en la vida, le golpeé el brazo con el bolso, que por casualidad pesaba bastante. El impacto resonó con fuerza, pero él no pareció notarlo.
En ese momento, se abrió la puerta del ascensor y la luz del interior iluminó el suelo gris del aparcamiento. No hicimos el menor ademán de entrar. Nos limitamos a seguir mirándonos echando chispas por los ojos, cada vez más cabreados.
Nick me agarró por la muñeca y me arrastró hasta un rincón oscuro situado en uno de los laterales de los ascensores, donde olía a aceite y a gasoil.
—Te deseo... —murmuró—. Échalo de tu vida y quédate conmigo. No vas a perder nada, porque de entrada no cuentas con él. Joe no es el hombre que necesitas, ________. Yo sí.
—Increíble —repliqué, asqueada.
—¿El qué es increíble?
—Tu ego. Es como un agujero negro, rodeado de... ¡Rodeado de arrogancia!
Nick me miró y, a pesar de la penumbra reinante y de que volvió un poco la cara, me pareció ver una sonrisa en su cara.
—¿¡Te estás riendo!? —exclamé—. ¿Qué coño te hace tanta gracia?
—Estaba pensado que, si echar un polvo contigo es la mitad de divertido que mantener una discusión, desde ya me considero un cabrón con suerte.
—No lo descubrirás en la vida. Porque...
Me besó.
Estaba tan furiosa que intenté volver a golpearlo con el bolso, pero se me cayó al suelo y perdí el equilibrio por culpa de los tacones. Nick me agarró con fuerza y siguió besándome, instándome a separar los labios. Su aliento tenía el fresco sabor de la menta... y su propio sabor. El de Nick.
Me pregunté desesperada por qué no sentía lo mismo con Joe. Sin embargo, la reacción que me provocaban la boca de Nick, sus húmedos besos y el delicioso roce de su lengua era demasiado intensa como para resistirme. Me pegó a su cuerpo y comenzó a explorar el interior de mi boca. A medida que la pasión se apoderaba de nuestras lenguas, mi cuerpo se iba derritiendo y se apoyaba en él, invadido por la lujuria.
Me acarició por encima de la ropa con delicadeza. Sentí que me acaloraba bajo la fina textura de la tela. Sus dedos llegaron a mi cara y siguieron por mi pelo. Sus manos temblaban por culpa del abrasador deseo. Yo también me estremecí al notar que me desabrochaba los tres botones de la chaqueta con la mano libre. Cuando lo logró, apartó la tela y dejó a la vista un top ajustado de color crema, sujeto únicamente por dos tirantes muy finos.
Le escuché susurrar algo, un taco o una exclamación, no estaba segura, antes de que metiera la mano por debajo del top para tocarme la cintura. A esas alturas, los dos temblábamos de la cabeza a los pies, demasiado excitados como para detenernos. Me levantó el top y dejó a la vista mis pechos, que me resultaron blanquísimos en la penumbra del lugar. Inclinó la cabeza hacia uno de ellos y buscó el pezón con los labios. Siseé al notar un húmedo lametón antes de que lo chupara. La combinación de su lengua y sus labios me provocó un placentero ramalazo en el abdomen. Apoyé la cabeza en la fría y dura pared, al tiempo que arqueaba las caderas hacia él sin poder evitarlo.
Nick se enderezó para volver a besarme los labios casi de forma agresiva mientras me acariciaba el pecho con la mano. El erotismo de la situación, los mordiscos, los roces de su lengua... Todo se me subió a la cabeza hasta que las sensaciones acabaron por embriagarme. Le eché los brazos al cuello y tiré de él, exigencia que Nick aceptó con un gruñido salvaje y fiero. En la vida había experimentado esa desesperación, ese deseo tan exigente que me dejaba al borde de la súplica.
«Hazme algo, lo que sea. Me da igual, pero hazlo ya», ansiaba decirle.
Le pasé la mano por el torso y acaricié su musculoso cuerpo por encima del traje. La idea de lo que había debajo de esa civilizada y elegante fachada me excitó todavía más.
Noté que agarraba mi falda y me la subía con brusquedad. El roce fresco del aire en las piernas, en contraste con el fuego que parecía quemarme desde dentro, me arrancó un jadeo. Introdujo la mano bajo el elástico de mis bragas, entre los muslos, en busca de la humedad de mi cuerpo. Noté la caricia abrasadora de su aliento en el cuello y sentí cómo se contraían los músculos de su brazo bajo mi mano. Me penetró con un dedo y luego con otro. Cerré los ojos, casi sin fuerzas cuando me pasó el pulgar por el clítoris mientras me penetraba con los dos dedos sin darme tregua. Cada movimiento de su mano estimulaba cierta zona interna tan sensible que la caricia resultaba desquiciante. Desconcertante... apabullante... enloquecedora.
Por primera vez en la vida, deseé algo más que seguridad. Deseaba a Nick con tantas ganas que no había cabida para el sentido común. Forcejeé con la hebilla de su cinturón antes de desabrocharle los pantalones y bajarle la cremallera. Lo acaricié y rodeé su miembro. Grande y duro.
Nick apartó la mano de mi cuerpo para librarse de las bragas y subirme la falda. Me levantó con una facilidad pasmosa. La demostración de fuerza me excitó muchísimo más. Me aferré con fuerza a su cuello y apoyé la cabeza en su hombro.
«¡Sí, sí!», exclamé para mis adentros.
Cuando me penetró, mi cuerpo protestó ante la invasión. Me besó el cuello y me dijo al oído que me relajara, que él se ocuparía de mí, que lo dejara hacer, que lo dejara hundirse en mí... Me fue bajando poco a poco, hasta que rocé el suelo con las puntas de los pies y la postura me ayudó a acogerlo poco a poco.
El erotismo del momento era casi insoportable. Echar un polvo totalmente vestidos y de pie... Me besó con ansia y respondí con un gemido. Nick impuso un ritmo lento con el que cada embestida hacía que mis músculos se tensaran de placer, que mi cuerpo se relajara para recibirlo cada vez más adentro. Me aferré con fuerza a su cuerpo, rodeándolo con brazos y piernas hasta que comenzaron los espasmos y experimenté un orgasmo increíblemente placentero y casi interminable. Nick me besó para acallar el grito que surgió de mi garganta. Embistió con fuerza y se quedó inmóvil, conteniendo la respiración cuando llegó también al orgasmo.
Pasó un buen rato antes de que nos moviéramos. Yo seguía aferrada a él, con la cabeza apoyada en su hombro, y nuestros cuerpos, unidos de la forma más íntima. Me sentía como si hubiera tomado alguna droga. Sabía a la perfección que, cuando mi cerebro comenzara a funcionar con normalidad, iba a experimentar ciertos sentimientos que me habría gustado evitar. Comenzando por la vergüenza. Lo que habíamos hecho estaba tan mal en tantos aspectos que me sentía asombrada de mí misma.
Y lo peor era que había estado genial, que era genial sentirlo en mi interior mientras me abrazaba.
Una de sus manos me dio un suave apretón en la coronilla, como si tratara de protegerme de algo. Lo escuché soltar un taco entre dientes.
—Acabamos de hacerlo en un aparcamiento —dije sin fuerzas.
—Lo sé, cariño —susurró.
Me levantó un poco para apartarse de mí y solté un quejido. Estaba empapada, un poco dolorida y me temblaba todo el cuerpo. Me apoyé en la pared y le dejé que me colocara la ropa y me abrochara la chaqueta. Cuando acabó de hacer lo propio con su ropa, cogió mi bolso y me lo dio. No podía ni mirarlo, ni siquiera cuando tomó mi cara entre las manos para obligarme a hacerlo.
—_______. —El olor a menta de su aliento se mezclaba con el del sexo y el del sudor, conformando una mezcla increíblemente erótica. Todavía lo deseaba. La revelación hizo que se me llenaran los ojos de lágrimas—. Voy a llevarte a mi apartamento —lo oí murmurar—. Nos daremos una ducha y...
—No, yo... necesito estar a solas.
—Cariño... no quería que fuera así. Es mejor en la cama. Déjame hacerte el amor como Dios manda.
—No hace falta.
—Sí que hace falta. —Hablaba en voz baja y urgente—. Por favor, ______. Esto no es lo que había planeado para nuestra primera vez. Puedo hacer que sea mucho mejor para ti. Puedo...
Lo silencié poniéndole los dedos en los labios. El suave roce de su aliento era abrasador. Iba a hablar, pero guardé silencio al escuchar el sonido de las puertas del ascensor al abrirse. Di un respingo. Un hombre salió del ascensor y se alejó en dirección a su coche. Sus pisadas reverberaron en las paredes de hormigón.
No hablé hasta que el coche salió del aparcamiento.
—Escúchame —le dije con voz titubeante—. Si de verdad te importan mis sentimientos o mis deseos, tienes que darme un poco de espacio. Ahora mismo no doy para más. Es la primera vez que lo hago con otro que no sea Joe. Tienes que dejarme un poco de tiempo para pensar. —Levanté una mano con cautela para acariciarle el mentón—. No hace falta que me enseñes más fuegos artificiales. En realidad —añadí—, la idea de que haya más me asusta un poco.
—__________...
—Tienes que retroceder un poco —le dije—. Cuando esté preparada para avanzar, te lo diré, si es que se da el caso. Hasta entonces... no quiero verte, no quiero hablar contigo. A quien tengo que ver ahora es a Joe. Con quien tengo que hablar y tomar decisiones es con él. Si después descubro que hay espacio en mi vida para ti, serás el primero en saberlo.
Era de suponer que ninguna mujer le había hablado de forma tan directa a Nick Jonas en la vida. Sin embargo, fue la única manera de pararle los pies que se me ocurrió. Porque, de no hacerlo, ya me veía desnuda en su cama en menos de un cuarto de hora.
Nick me cogió por las muñecas para apartarme las manos de la cara mientras me miraba con cara de cabreo total.
—Joder. —Tiró de mí y me abrazó con fuerza, respirando por la nariz—. Ahora mismo tengo una lista de diez razones para convencerte. Pero nueve de ella me harían parecer un psicópata.
Pese a la seriedad de la situación, sonreí.
—¿Y cuál es la décima? —le pregunté con los ojos clavados en la pechera de su camisa.
Nick se lo pensó un poco antes de contestar:
—Da igual —masculló—. Tampoco es que sea muy razonable que digamos.
Me instó a caminar hacia el ascensor y, una vez delante, pulsó el botón. Subimos en silencio, aunque no dejó de acariciarme los hombros, la cintura y los brazos, como si no pudiera mantener las manos alejadas de mí. Me habría gustado volverme, dejar que me abrazara y subir con él a su apartamento. En cambio, salí del ascensor en la sexta planta y Nick me siguió.
—No hace falta que me acompañes hasta la puerta —le dije.
Lo vi fruncir el ceño, de modo que no insistí. Estaba a punto de introducir la clave en el teclado numérico cuando me aferró por los hombros y me obligó a volverme. Su mirada hizo que me ardiera todo el cuerpo. Me colocó una mano en la nuca.
—Nick...
Me besó con ardor. Separé los labios, instigada por su insistencia. Fue un beso erótico y abrasador que me robó el sentido común... o más bien lo poco que me quedaba de él. Intenté alejarlo de un empujón para ponerle fin, pero Nick se resistió y al final acabé derretida contra él. Entonces fue cuando se apartó, aunque me miró con evidente deseo y un brillo triunfal innegablemente masculino.
Al parecer, creía haber puesto los puntos sobre las íes.
De repente, caí en la cuenta de que todo el episodio había sido una especie de demarcación territorial.
«Los hombres son como los perros», solía decir Stacy antes de añadir que, al igual que los perros, se apropian de casi todo el sitio en la cama y van directos a la entrepierna.
Para mi absoluta sorpresa, acerté a la primera con la combinación de la puerta.
—________...
—Estoy tomando la píldora, por cierto —lo interrumpí.
Antes de que pudiera decir nada más, le cerré la puerta en las narices.
—Hola, _______ —me saludó alegremente Tina, la canguro—. ¿Qué tal ha ido la entrevista?
—Bien. ¿Cómo está Jerry?
—Limpito y recién comido. Acabo de acostarlo.
Los ositos y los tarros de miel giraban lentamente al ritmo de la nana.
—¿Algún problema en mi ausencia? —le pregunté.
—Bueno, lloró un rato cuando te fuiste, pero acabó tranquilizándose —contestó antes de echarse a reír—. No les gusta ver que su mami se va.
Me dio un vuelco el corazón. «Mami.» Estuve a punto de corregirla, pero al final pensé que el esfuerzo no valía la pena. Le pagué, la acompañé hasta la puerta y me fui directa a la ducha.
El agua caliente me alivió y me tranquilizó. Los dolorcillos y los calambres mejoraron. Sin embargo, la culpa siguió tal cual. Por primera vez en la vida sentía un doble remordimiento. Remordimientos por haber engañado a otra persona y, además, por haber disfrutado tantísimo mientras lo hacía.
Me enrollé una toalla en la cabeza con un suspiro, me puse el albornoz y fui a echarle un vistazo a Jerry. El móvil se había detenido y todo estaba en silencio.
Me acerqué de puntillas a la cuna y me asomé, pensando que estaría dormido. Sin embargo, Jerry me miró con esa expresión suya tan seria.
—¿Todavía no te has dormido? —le pregunté en voz baja—. ¿A qué estás esperando?
En cuanto me escuchó, comenzó a moverse y a dar pataditas, y esbozó una sonrisa. Su primera sonrisa.
Me sorprendió muchísimo esa reacción espontánea a mi presencia. Parecía decirme: «Eres tú. Te estaba esperando.» Sentí una punzada agridulce que me llegó hasta el alma y que borró todo lo demás. Me había ganado esa sonrisa. Y quería ganarme un millón más. Sin pensar, lo cogí en brazos y le di un montón de besos a esa carita sonriente mientras aspiraba el olor inocente y dulzón tan característico de los bebés.
Nunca había sentido una felicidad semejante.
—Fíjate —murmuré, frotándole el cuello con la nariz—. ¡Te has reído! Eres el niño más guapo y más cariñoso...
Mi niño. Mi Jerry.
Nick me abrió la puerta del coche antes de rodearlo para abrir la suya. Dejamos un rato las puertas abiertas para aliviar un poco el calor del interior antes de sentarnos.
—No soporto a Mark Gottler —confesé.
—¿De verdad? No lo había notado.
—Estaba escuchándolo hablar y no dejaba de pensar que tenía delante a un gilipollas hipócrita que se había aprovechado de mi hermana... En vez de pegarle un tiro o algo así, que era lo que me apetecía hacer, he tenido que aguantarlo y negociar con él.
—Lo sé. Pero de momento se está portando. Tienes que reconocerlo.
—Sí, claro, porque lo estamos obligando. —Fruncí el ceño—. No estarás de su parte, ¿verdad?
—_______, acabo de pasarme una hora y cuarto apretándole las tuercas a ese tío. No, no estoy de su parte. Lo único que digo es que no es el único culpable de esta situación. Vale, ya podemos entrar. —Arrancó el coche. El aire acondicionado no era suficiente para aliviar el calor abrasador.
Me abroché el cinturón de seguridad.
—Mi hermana está en una clínica con una depresión nerviosa después de que un pastor casado la sedujera y la dejara tirada... ¿Estás insinuando que la culpa es de Rachel?
—Estoy diciendo que cada cual tiene su parte de culpa. Y a Rachel no la sedujo nadie. Es una mujer hecha y derecha que usa su cuerpo para conseguir lo que quiere.
—Viniendo de ti, el comentario resulta un pelín hipócrita, ¿no te parece? —repliqué, malhumorada,
—______, las cosas están así: tu hermana va a conseguir una casa, un coche y una mensualidad de quince mil dólares, y todo gracias a que un tío con dinero la dejó embarazada. Sin embargo, por muy bueno que sea el acuerdo al que lleguen los abogados, tendrá que buscarse algún otro vejestorio con pasta para asegurarse el futuro. El problema es que la próxima vez no le va a resultar tan fácil. Porque tendrá unos añitos más.
—No crees que algún día pueda casarse, ¿verdad? —le pregunté, cada vez más irritada.
—No se conformará con un tío normal y corriente. Quiere uno rico. Y ________ no es de las mujeres con las que se casan los ricos.
—Sí que lo es. Es guapa.
—La belleza está de capa caída. Y eso es lo único que Rachel aporta al matrimonio. En términos empresariales, es un bien temporal, no perdurable.
La cruda afirmación me dejó sin aliento.
—¿Así es como pensáis los ricos?
—La mayoría, sí.
—¡Madre mía! —exclamé, echando humo por las orejas—. Supongo que pensarás que todas las mujeres que se te acercan van detrás de tu dinero.
—No. Pero digamos que es fácil distinguir a las que me dejarían tirado si algo le pasara a mi dinero.
—Por mí, te puedes meter el dinero en el...
—Lo sé. Es una de las razones por las que...
—Y si tanto odias a mi hermana, ¿por qué te molestas en ayudarla?
—No la odio. En absoluto. La veo tal cual es. Estoy haciendo todo esto por el bien de Jerry. Y por el tuyo.
—¿Por mi bien? —Eso aplacó mi furia de golpe y lo miré con los ojos como platos.
—Haría cualquier cosa por ti, _______ —contestó él en voz baja—. ¿Todavía no te has dado cuenta?
Lo observé en silencio mientras sacaba el coche del aparcamiento.
Irritada, desconcertada y muerta de calor, ya que el aire acondicionado todavía no aliviaba la achicharrante temperatura que reinaba en el interior del coche, seguí en silencio un rato. La imagen que yo tenía de mi hermana era distinta a la de Nick. Yo la quería. ¿Me impedirían los sentimientos ver la verdad? ¿Habría captado Nick la situación mejor que yo?
Escuché que sonaba mi móvil. Cogí el bolso y rebusqué en el interior hasta dar con él.
—Es Joe —dije con voz tensa. Casi nunca me llamaba durante el día—. ¿Te importa si lo cojo?
—Adelante.
Nick siguió conduciendo muy atento al tráfico. Las hileras de coches apenas avanzaban, como si fueran células circulando por una arteria endurecida.
—Joe, ¿pasa algo?
—Hola, cariño, todo va bien. ¿Qué tal ha ido la entrevista?
Le conté la versión reducida y él me escuchó, dándome su apoyo con sus comentarios, libres de los prejuicios de Nick. Era un alivio poder hablar con alguien que no me daba justo donde más me dolía. Descubrí que me iba relajando poco a poco, ayudada por el efecto del aire acondicionado que soplaba sobre mí tan fresco como el aliento de un glaciar.
—Oye, me estaba preguntando una cosa... —dijo Joe—. ¿Te apetece tener compañía mañana por la noche? Tengo que acercarme a Katy para recoger un anemómetro que nos hace falta para una de las instalaciones que estamos construyendo. Saldremos a cenar y pasaremos la noche juntos. Así podré conocer al tío ese con el que pasas tanto tiempo.
Me quedé helada hasta que Joe añadió:
—Eso sí, no pienso cambiarle el pañal.
La risa que me salió fue un pelín histérica.
—No hace falta que le cambies el pañal. Sí, nos encantará verte. Tengo muchas ganas de verte.
—Vale, estaré ahí mañana sobre las cuatro o las cinco. Adiós, cariño.
—Adiós.
Cerré el teléfono y me di cuenta de que habíamos llegado al número 1800 de Main Street. Estábamos doblando la curva para entrar en el aparcamiento subterráneo.
Nick encontró un sitio libre cerca de los ascensores y aparcó el coche. Apagó el motor y me miró, sumido en la penumbra del interior.
—Joe vendrá a verme mañana —le dije. Aunque quería que mi voz sonara normal, la verdad era que me salió un poco tensa.
Me fue imposible leer su expresión.
—¿Por qué?
—Va a recoger un equipo de medición en Katy. Y como va a estar por la zona, quiere pasarse a verme.
—¿Dónde va a quedarse?
—Conmigo, por supuesto.
Nick guardó silencio un buen rato. Tal vez fuera fruto de mi imaginación, pero me pareció que respiraba con dificultad.
—Puedo reservarle una habitación en cualquier hotel —dijo por fin—. Corre de mi cuenta.
—¿Por qué...? ¿Qué pas...?
—No quiero que pase la noche contigo.
—Pero es mi... —Guardé silencio y lo miré sin dar crédito—. ¿Qué pasa, Nick? Es mi pareja, vivo con él.
—Ya no. Vives aquí. Y... —Una pausa antes de que añadiera entre dientes—: Y no quiero que te acuestes con él.
En un primer momento, sus palabras me dejaron más pasmada que furiosa. Nick parecía haber sufrido una regresión al modo troglodita, cosa que jamás había presenciado en el caso de Joe. Ver ese arranque posesivo, saber que se sentía con derecho a decirme cuándo y con quién podía acostarme, me dejó totalmente alucinada.
—Tú no tienes nada que decir al respecto —repliqué.
—No voy a dejar que me quite lo que es mío.
—¿¡Tuyo!? —meneé la cabeza y solté un sonido a caballo entre una risa y un gemido de protesta. Me llevé los dedos a los labios lentamente, cubriéndomelos con la misma suavidad que un visillo cubriría una ventana abierta. Tuve que hacer un gran esfuerzo para encontrar las palabras adecuadas—. Nick, mi novio viene a verme. Puede que me acueste con él o puede que no. Pero eso no es de tu incumbencia. Y no me gustan estos jueguecitos. —Inspiré hondo y me escuché decir de nuevo—: No me gustan los jueguecitos.
La voz de Nick al replicar fue suave, pero con un deje tan salvaje que me puso los pelos como escarpias.
—No estoy jugando. Estoy tratando de decirte cómo me siento.
—Ya lo he pillado. Y ahora necesito un poco de espacio.
—Te daré todo el espacio que necesites. Siempre y cuando él haga lo mismo.
—¿Y eso qué significa?
—No lo dejes quedarse contigo en el apartamento.
Me estaba mangoneando. Me estaba controlando. El pánico me dejó sin respiración, de modo que abrí la puerta del coche en busca de aire.
—Déjame tranquila —dije.
Salí del coche y me encaminé hacia los ascensores con él pegado a mis talones.
Pulsé el botón del ascensor con tanta fuerza que estuve a punto de partirme el dedo.
—¿Ves? Por eso prefiero a Joe, o a los hombres como él, antes que a alguien como tú. Él no me dice lo que tengo que hacer. Soy una mujer independiente.
—Gilipolleces feministas —lo escuché murmurar. También parecía tener problemas para respirar.
Me volví para mirarlo, presa de la furia.
—¿¡Cómo!?
—Esto no tiene nada que ver con la puta independencia femenina. Estás asustada porque sabes que, si empiezas una relación conmigo, llegarás mucho más lejos de lo que has llegado con Joe. Él no te apoyará en nada, ya lo ha demostrado. Se ha rajado. ¿Y encima vas a dejar que te eche un polvo?
—¡Cállate!
Aquello fue el colmo. Yo, que nunca le había pegado a nadie en la vida, le golpeé el brazo con el bolso, que por casualidad pesaba bastante. El impacto resonó con fuerza, pero él no pareció notarlo.
En ese momento, se abrió la puerta del ascensor y la luz del interior iluminó el suelo gris del aparcamiento. No hicimos el menor ademán de entrar. Nos limitamos a seguir mirándonos echando chispas por los ojos, cada vez más cabreados.
Nick me agarró por la muñeca y me arrastró hasta un rincón oscuro situado en uno de los laterales de los ascensores, donde olía a aceite y a gasoil.
—Te deseo... —murmuró—. Échalo de tu vida y quédate conmigo. No vas a perder nada, porque de entrada no cuentas con él. Joe no es el hombre que necesitas, ________. Yo sí.
—Increíble —repliqué, asqueada.
—¿El qué es increíble?
—Tu ego. Es como un agujero negro, rodeado de... ¡Rodeado de arrogancia!
Nick me miró y, a pesar de la penumbra reinante y de que volvió un poco la cara, me pareció ver una sonrisa en su cara.
—¿¡Te estás riendo!? —exclamé—. ¿Qué coño te hace tanta gracia?
—Estaba pensado que, si echar un polvo contigo es la mitad de divertido que mantener una discusión, desde ya me considero un cabrón con suerte.
—No lo descubrirás en la vida. Porque...
Me besó.
Estaba tan furiosa que intenté volver a golpearlo con el bolso, pero se me cayó al suelo y perdí el equilibrio por culpa de los tacones. Nick me agarró con fuerza y siguió besándome, instándome a separar los labios. Su aliento tenía el fresco sabor de la menta... y su propio sabor. El de Nick.
Me pregunté desesperada por qué no sentía lo mismo con Joe. Sin embargo, la reacción que me provocaban la boca de Nick, sus húmedos besos y el delicioso roce de su lengua era demasiado intensa como para resistirme. Me pegó a su cuerpo y comenzó a explorar el interior de mi boca. A medida que la pasión se apoderaba de nuestras lenguas, mi cuerpo se iba derritiendo y se apoyaba en él, invadido por la lujuria.
Me acarició por encima de la ropa con delicadeza. Sentí que me acaloraba bajo la fina textura de la tela. Sus dedos llegaron a mi cara y siguieron por mi pelo. Sus manos temblaban por culpa del abrasador deseo. Yo también me estremecí al notar que me desabrochaba los tres botones de la chaqueta con la mano libre. Cuando lo logró, apartó la tela y dejó a la vista un top ajustado de color crema, sujeto únicamente por dos tirantes muy finos.
Le escuché susurrar algo, un taco o una exclamación, no estaba segura, antes de que metiera la mano por debajo del top para tocarme la cintura. A esas alturas, los dos temblábamos de la cabeza a los pies, demasiado excitados como para detenernos. Me levantó el top y dejó a la vista mis pechos, que me resultaron blanquísimos en la penumbra del lugar. Inclinó la cabeza hacia uno de ellos y buscó el pezón con los labios. Siseé al notar un húmedo lametón antes de que lo chupara. La combinación de su lengua y sus labios me provocó un placentero ramalazo en el abdomen. Apoyé la cabeza en la fría y dura pared, al tiempo que arqueaba las caderas hacia él sin poder evitarlo.
Nick se enderezó para volver a besarme los labios casi de forma agresiva mientras me acariciaba el pecho con la mano. El erotismo de la situación, los mordiscos, los roces de su lengua... Todo se me subió a la cabeza hasta que las sensaciones acabaron por embriagarme. Le eché los brazos al cuello y tiré de él, exigencia que Nick aceptó con un gruñido salvaje y fiero. En la vida había experimentado esa desesperación, ese deseo tan exigente que me dejaba al borde de la súplica.
«Hazme algo, lo que sea. Me da igual, pero hazlo ya», ansiaba decirle.
Le pasé la mano por el torso y acaricié su musculoso cuerpo por encima del traje. La idea de lo que había debajo de esa civilizada y elegante fachada me excitó todavía más.
Noté que agarraba mi falda y me la subía con brusquedad. El roce fresco del aire en las piernas, en contraste con el fuego que parecía quemarme desde dentro, me arrancó un jadeo. Introdujo la mano bajo el elástico de mis bragas, entre los muslos, en busca de la humedad de mi cuerpo. Noté la caricia abrasadora de su aliento en el cuello y sentí cómo se contraían los músculos de su brazo bajo mi mano. Me penetró con un dedo y luego con otro. Cerré los ojos, casi sin fuerzas cuando me pasó el pulgar por el clítoris mientras me penetraba con los dos dedos sin darme tregua. Cada movimiento de su mano estimulaba cierta zona interna tan sensible que la caricia resultaba desquiciante. Desconcertante... apabullante... enloquecedora.
Por primera vez en la vida, deseé algo más que seguridad. Deseaba a Nick con tantas ganas que no había cabida para el sentido común. Forcejeé con la hebilla de su cinturón antes de desabrocharle los pantalones y bajarle la cremallera. Lo acaricié y rodeé su miembro. Grande y duro.
Nick apartó la mano de mi cuerpo para librarse de las bragas y subirme la falda. Me levantó con una facilidad pasmosa. La demostración de fuerza me excitó muchísimo más. Me aferré con fuerza a su cuello y apoyé la cabeza en su hombro.
«¡Sí, sí!», exclamé para mis adentros.
Cuando me penetró, mi cuerpo protestó ante la invasión. Me besó el cuello y me dijo al oído que me relajara, que él se ocuparía de mí, que lo dejara hacer, que lo dejara hundirse en mí... Me fue bajando poco a poco, hasta que rocé el suelo con las puntas de los pies y la postura me ayudó a acogerlo poco a poco.
El erotismo del momento era casi insoportable. Echar un polvo totalmente vestidos y de pie... Me besó con ansia y respondí con un gemido. Nick impuso un ritmo lento con el que cada embestida hacía que mis músculos se tensaran de placer, que mi cuerpo se relajara para recibirlo cada vez más adentro. Me aferré con fuerza a su cuerpo, rodeándolo con brazos y piernas hasta que comenzaron los espasmos y experimenté un orgasmo increíblemente placentero y casi interminable. Nick me besó para acallar el grito que surgió de mi garganta. Embistió con fuerza y se quedó inmóvil, conteniendo la respiración cuando llegó también al orgasmo.
Pasó un buen rato antes de que nos moviéramos. Yo seguía aferrada a él, con la cabeza apoyada en su hombro, y nuestros cuerpos, unidos de la forma más íntima. Me sentía como si hubiera tomado alguna droga. Sabía a la perfección que, cuando mi cerebro comenzara a funcionar con normalidad, iba a experimentar ciertos sentimientos que me habría gustado evitar. Comenzando por la vergüenza. Lo que habíamos hecho estaba tan mal en tantos aspectos que me sentía asombrada de mí misma.
Y lo peor era que había estado genial, que era genial sentirlo en mi interior mientras me abrazaba.
Una de sus manos me dio un suave apretón en la coronilla, como si tratara de protegerme de algo. Lo escuché soltar un taco entre dientes.
—Acabamos de hacerlo en un aparcamiento —dije sin fuerzas.
—Lo sé, cariño —susurró.
Me levantó un poco para apartarse de mí y solté un quejido. Estaba empapada, un poco dolorida y me temblaba todo el cuerpo. Me apoyé en la pared y le dejé que me colocara la ropa y me abrochara la chaqueta. Cuando acabó de hacer lo propio con su ropa, cogió mi bolso y me lo dio. No podía ni mirarlo, ni siquiera cuando tomó mi cara entre las manos para obligarme a hacerlo.
—_______. —El olor a menta de su aliento se mezclaba con el del sexo y el del sudor, conformando una mezcla increíblemente erótica. Todavía lo deseaba. La revelación hizo que se me llenaran los ojos de lágrimas—. Voy a llevarte a mi apartamento —lo oí murmurar—. Nos daremos una ducha y...
—No, yo... necesito estar a solas.
—Cariño... no quería que fuera así. Es mejor en la cama. Déjame hacerte el amor como Dios manda.
—No hace falta.
—Sí que hace falta. —Hablaba en voz baja y urgente—. Por favor, ______. Esto no es lo que había planeado para nuestra primera vez. Puedo hacer que sea mucho mejor para ti. Puedo...
Lo silencié poniéndole los dedos en los labios. El suave roce de su aliento era abrasador. Iba a hablar, pero guardé silencio al escuchar el sonido de las puertas del ascensor al abrirse. Di un respingo. Un hombre salió del ascensor y se alejó en dirección a su coche. Sus pisadas reverberaron en las paredes de hormigón.
No hablé hasta que el coche salió del aparcamiento.
—Escúchame —le dije con voz titubeante—. Si de verdad te importan mis sentimientos o mis deseos, tienes que darme un poco de espacio. Ahora mismo no doy para más. Es la primera vez que lo hago con otro que no sea Joe. Tienes que dejarme un poco de tiempo para pensar. —Levanté una mano con cautela para acariciarle el mentón—. No hace falta que me enseñes más fuegos artificiales. En realidad —añadí—, la idea de que haya más me asusta un poco.
—__________...
—Tienes que retroceder un poco —le dije—. Cuando esté preparada para avanzar, te lo diré, si es que se da el caso. Hasta entonces... no quiero verte, no quiero hablar contigo. A quien tengo que ver ahora es a Joe. Con quien tengo que hablar y tomar decisiones es con él. Si después descubro que hay espacio en mi vida para ti, serás el primero en saberlo.
Era de suponer que ninguna mujer le había hablado de forma tan directa a Nick Jonas en la vida. Sin embargo, fue la única manera de pararle los pies que se me ocurrió. Porque, de no hacerlo, ya me veía desnuda en su cama en menos de un cuarto de hora.
Nick me cogió por las muñecas para apartarme las manos de la cara mientras me miraba con cara de cabreo total.
—Joder. —Tiró de mí y me abrazó con fuerza, respirando por la nariz—. Ahora mismo tengo una lista de diez razones para convencerte. Pero nueve de ella me harían parecer un psicópata.
Pese a la seriedad de la situación, sonreí.
—¿Y cuál es la décima? —le pregunté con los ojos clavados en la pechera de su camisa.
Nick se lo pensó un poco antes de contestar:
—Da igual —masculló—. Tampoco es que sea muy razonable que digamos.
Me instó a caminar hacia el ascensor y, una vez delante, pulsó el botón. Subimos en silencio, aunque no dejó de acariciarme los hombros, la cintura y los brazos, como si no pudiera mantener las manos alejadas de mí. Me habría gustado volverme, dejar que me abrazara y subir con él a su apartamento. En cambio, salí del ascensor en la sexta planta y Nick me siguió.
—No hace falta que me acompañes hasta la puerta —le dije.
Lo vi fruncir el ceño, de modo que no insistí. Estaba a punto de introducir la clave en el teclado numérico cuando me aferró por los hombros y me obligó a volverme. Su mirada hizo que me ardiera todo el cuerpo. Me colocó una mano en la nuca.
—Nick...
Me besó con ardor. Separé los labios, instigada por su insistencia. Fue un beso erótico y abrasador que me robó el sentido común... o más bien lo poco que me quedaba de él. Intenté alejarlo de un empujón para ponerle fin, pero Nick se resistió y al final acabé derretida contra él. Entonces fue cuando se apartó, aunque me miró con evidente deseo y un brillo triunfal innegablemente masculino.
Al parecer, creía haber puesto los puntos sobre las íes.
De repente, caí en la cuenta de que todo el episodio había sido una especie de demarcación territorial.
«Los hombres son como los perros», solía decir Stacy antes de añadir que, al igual que los perros, se apropian de casi todo el sitio en la cama y van directos a la entrepierna.
Para mi absoluta sorpresa, acerté a la primera con la combinación de la puerta.
—________...
—Estoy tomando la píldora, por cierto —lo interrumpí.
Antes de que pudiera decir nada más, le cerré la puerta en las narices.
—Hola, _______ —me saludó alegremente Tina, la canguro—. ¿Qué tal ha ido la entrevista?
—Bien. ¿Cómo está Jerry?
—Limpito y recién comido. Acabo de acostarlo.
Los ositos y los tarros de miel giraban lentamente al ritmo de la nana.
—¿Algún problema en mi ausencia? —le pregunté.
—Bueno, lloró un rato cuando te fuiste, pero acabó tranquilizándose —contestó antes de echarse a reír—. No les gusta ver que su mami se va.
Me dio un vuelco el corazón. «Mami.» Estuve a punto de corregirla, pero al final pensé que el esfuerzo no valía la pena. Le pagué, la acompañé hasta la puerta y me fui directa a la ducha.
El agua caliente me alivió y me tranquilizó. Los dolorcillos y los calambres mejoraron. Sin embargo, la culpa siguió tal cual. Por primera vez en la vida sentía un doble remordimiento. Remordimientos por haber engañado a otra persona y, además, por haber disfrutado tantísimo mientras lo hacía.
Me enrollé una toalla en la cabeza con un suspiro, me puse el albornoz y fui a echarle un vistazo a Jerry. El móvil se había detenido y todo estaba en silencio.
Me acerqué de puntillas a la cuna y me asomé, pensando que estaría dormido. Sin embargo, Jerry me miró con esa expresión suya tan seria.
—¿Todavía no te has dormido? —le pregunté en voz baja—. ¿A qué estás esperando?
En cuanto me escuchó, comenzó a moverse y a dar pataditas, y esbozó una sonrisa. Su primera sonrisa.
Me sorprendió muchísimo esa reacción espontánea a mi presencia. Parecía decirme: «Eres tú. Te estaba esperando.» Sentí una punzada agridulce que me llegó hasta el alma y que borró todo lo demás. Me había ganado esa sonrisa. Y quería ganarme un millón más. Sin pensar, lo cogí en brazos y le di un montón de besos a esa carita sonriente mientras aspiraba el olor inocente y dulzón tan característico de los bebés.
Nunca había sentido una felicidad semejante.
—Fíjate —murmuré, frotándole el cuello con la nariz—. ¡Te has reído! Eres el niño más guapo y más cariñoso...
Mi niño. Mi Jerry.
Espero les haya gustado, lo que tanto esperaban...
al fin llego...
Con amor,
Niinny Jonas
al fin llego...
Con amor,
Niinny Jonas
NiinnyJonas
Re: Buenas Vibraciones (Nick y tu) [Adaptación Terminada]
ay que diooooooos lo hicieron al fiin! :ttwissted: yy en uun aparcamiento! nick celosoooo
que tiernoo dejerry me ncanta
que tiernoo dejerry me ncanta
#Fire Rouge..*
Re: Buenas Vibraciones (Nick y tu) [Adaptación Terminada]
Awwwww que bonito jerry
Y nick.... Oh si
Jajaja te pasaste con lo del seguro de mentes traumadas hahaha
No hace falta que lo digas el titulo en rojo lo dice todo :twisted:
Sige pronto!!!
Y nick.... Oh si
Jajaja te pasaste con lo del seguro de mentes traumadas hahaha
No hace falta que lo digas el titulo en rojo lo dice todo :twisted:
Sige pronto!!!
Heaven.Foster
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