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Buenas Vibraciones (Nick y tu) [Adaptación Terminada]

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Buenas Vibraciones (Nick y tu) [Adaptación Terminada] - Página 4 Empty Re: Buenas Vibraciones (Nick y tu) [Adaptación Terminada]

Mensaje por NiinnyJonas Vie 19 Ago 2011, 1:58 pm

yayayaya ahora les dejo cap :D
NiinnyJonas
NiinnyJonas


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Buenas Vibraciones (Nick y tu) [Adaptación Terminada] - Página 4 Empty Re: Buenas Vibraciones (Nick y tu) [Adaptación Terminada]

Mensaje por NiinnyJonas Vie 19 Ago 2011, 2:12 pm

CAPÍTULO 10

A lo largo de los siguientes días, llamé a mis amigos para contarles lo que había pasado. Tuve la sensación de que repetí la historia de mi sobrino-sorpresa por lo menos unas cien veces antes de ser capaz de hacer una versión resumida. Aunque la mayoría de mis amigos se mostraron comprensivos; otros, como Stacy, no vieron bien la decisión de quedarme en Houston. Me sentía algo culpable porque sabía que Joe se estaba llevando más de un tirón de orejas. Claro que nuestros amigos parecían reaccionar según su sexo. Las mujeres me aseguraban que no me quedaba otra alternativa más que cuidar de Jerry, mientras que los hombres apoyaban la decisión de Joe de no responsabilizarse de un niño que no le tocaba nada.
De forma inesperada, la discusión acabó convirtiéndose en un referéndum para decidir si había hecho bien o mal en no obligar a Joe a casarse conmigo antes de haber llegado a ese momento, ya que de haber estado casados, las cosas habrían sido bien distintas.
—¿En qué sentido habrían sido distintas? —le pregunté a Danielle, una entrenadora personal cuyo marido, Ken, formaba parte del personal sanitario de la zona turística del lago Jonas—. Joe seguiría en contra de tener hijos aunque estuviera casado conmigo.
—Sí, pero estaría obligado a ayudarte con Jerry —replicó mi amiga—. A ver, un hombre no puede echar a su mujer de casa en estas circunstancias, ¿no te parece?
—Pero él no me ha echado de casa —protesté a la defensiva—. Y yo nunca obligaría a Joe a hacer algo que no quisiera hacer sólo porque estuviéramos casados. Incluso en ese caso, seguiría teniendo derecho a tomar sus propias decisiones.
—Eso es ridículo —me soltó Danielle—. La razón por la que nos casamos es para dejarlos sin opciones. Así son más felices.
—¿Ah, sí?
—Ya te digo.
—¿Y nosotras también nos quedamos sin opciones después de casarnos?
—No, al contrario, el matrimonio aumenta nuestras opciones y, además, nos da la seguridad necesaria. Por eso el número de mujeres a favor del matrimonio es mayor que el de los hombres.
El punto de vista de Danielle con respecto al matrimonio me tenía algo pasmada. Y llegué a la conclusión de que el matrimonio podía derivar en un acuerdo cínico si el amor no formaba parte de la ecuación desde el principio. Exactamente igual que una pared de ladrillo sin cemento: acababa desmoronándose.
Llamé a mi madre a regañadientes para contarle las noticias sobre Rachel y el bebé, y para decirle que había decidido quedarme en Houston para ayudar a mi hermana.
—Después de todos estos años haciendo el tonto en Austin, no tienes derecho a quejarte —dijo mi madre.
—No me estoy quejando. Y no he estado haciendo el tonto. He estado trabajando, estudiando y...
—Tiene problemas con las drogas, ¿verdad? Rachel siempre ha sido tan inocente... Se vio inmersa en este estilo de vida tan glamuroso, con esos amigos millonarios y... con toda la cocaína que se mueve por ahí, seguro que aspiró alguna sin querer, y claro...
—Mamá, es imposible aspirar cocaína sin querer.
—¡La obligaron! —exclamó mi madre—. No tienes ni idea de lo difícil que es ser guapa, _____. No tienes ni idea de los problemas que acarrea.
—Tienes razón, no tengo ni idea. Pero estoy segurísima de que Rachel no tiene ningún problema con las drogas.
—Bueno, tu hermana sólo quiere llamar la atención. Déjale bien claro que no pienso pagar ni un céntimo para que ella disfrute de tres meses de vacaciones. Yo sí que necesito unas vacaciones, vamos, hombre. ¡Menudo estrés estoy sufriendo por todo esto! ¿Por qué no se le ha ocurrido a nadie pagarme un tratamiento en un spa?
—Nadie espera que tú pagues nada, mamá.
—¿Quién va a pagarlo entonces, eh?
—Todavía no lo sé. Pero lo importante es ayudar a Rachel a recuperarse. Y cuidar a Jerry. Vamos a quedarnos en un apartamento amueblado muy mono.
—¿Dónde está?
—Por aquí cerca. No es nada del otro mundo. —Contuve una sonrisa mientras echaba un vistazo al lujoso apartamento, convencida de que, si mi madre se enteraba de que estaba viviendo en el número 1800 de Main Street, se plantaría en la puerta en menos de media hora—. Necesita una buena limpieza. ¿Quieres ayudarme? Mañana por la mañana me vendría...
—Me encantaría —se apresuró a interrumpirme—, pero no puedo. Tengo un día muy ocupado. Tendrás que hacerlo sola, _____.
—Vale. ¿Te apetece que me pase algún día por tu casa para que veas a Jerry? Estoy segura de que te apetecerá pasar un ratito con tu nieto.
—Sí, pero mi novio suele pasarse por aquí sin avisar. No quiero que lo vea. Ya te llamaré cuando tenga un día libre.
—Vale, porque me vendría muy bien que alguien me ayudara a cuidarlo para poder descansar y...
Mi madre colgó de repente.
Cuando llamé a Liza y le dije que iba a quedarme en el edificio de Main Street, mi prima pareció impresionada y extrañada.
—¿Cómo es posible que hayas conseguido algo así? ¿Te has acostado con Nick o algo?
—Por supuesto que no —le contesté, ofendida—. Como si no me conocieras.
—Bueno, pero es que me parece muy raro que los Jonas te permitan quedarte ahí así como así. Claro que, con tanto dinero como tienen, supongo que pueden permitirse ser tan generosos. Para ellos será como darte una limosna.


La persona que más me ayudó, no sólo emocionalmente sino también desde el punto de vista práctico, fue Destiny Jonas. Me ayudó con la tarea de abrir una cuenta para domiciliar los gastos mensuales de mantenimiento del apartamento, me dijo dónde comprar todo lo que necesitaba, e incluso me recomendó a una niñera recomendada a su vez por su cuñada.
Destiny no tenía prejuicios contra nadie ni se metía donde no la llamaban. Le encantaba escuchar a los demás y tenía un gran sentido del humor. A su lado, me sentía cómoda, casi tanto como con Stacy, algo extraordinario. Llegué a la conclusión de que la vida suele compensarte por la pérdida de aquellas personas con las que has dejado de tener contacto o con las que no puedes mantenerlo poniéndote en el camino a la persona adecuada cuando más lo necesitas.
Una mañana, salimos a comer fuera y a comprar cosas para Jerry, y en un par de ocasiones fuimos a dar un paseo a primera hora del día, antes de que el calor apretara. Mientras intercambiábamos los detalles de nuestras respectivas vidas con cierta cautela, descubrimos que la nuestra era una de esas extrañas amistades en las cuales la confianza se desarrolla al instante. Aunque Destiny no hablaba mucho sobre su fallido matrimonio, me dio a entender que había sufrido algún tipo de maltrato. Yo sabía que debía de haberle echado mucho valor a la cosa para ponerle fin a la relación y reconstruir su vida, con todo el tiempo que eso conllevaba. Y también tenía muy claro que, fuera la mujer que fue en el pasado, la Destiny que tenía delante había cambiado por completo en los aspectos fundamentales de su personalidad.
Su traumático matrimonio la había distanciado de sus antiguas amistades, algunas no se sentían cómodas con la situación, y otras se preguntaban qué había hecho para merecerlo. Y luego estaban las que no la creían en absoluto, ya que pensaban que una mujer rica no podía dejarse maltratar. Como si el dinero fuese un escudo protector contra la violencia o la brutalidad.
—Llegaron a decir a mis espaldas que, si mi marido me maltrataba —me confesó en una ocasión—, era porque yo se lo permitía.
Ambas guardamos silencio y nos limitamos a escuchar el traqueteo de las ruedas del cochecito sobre la acera. Aunque Houston no era una ciudad para pasear ni mucho menos, había ciertas zonas en las que se podía deambular con tranquilidad, como Rice Village, donde se podía disfrutar de la sombra de los árboles. Pasamos al lado de boutiques y tiendas de estilos muy distintos, de restaurantes y clubes, de salones de belleza, y de un establecimiento especializado en bebés. Los precios eran exorbitantes. Era increíble lo que costaba la ropa de bebé.
Mientras rumiaba lo que Destiny me acababa de contar, deseé poder decir algo que la consolara de alguna manera. Sin embargo, el único consuelo que podía ofrecerle era decirle que creía en su palabra.
—Nos asusta pensar que alguien pueda hacernos daño o maltratarnos sin motivo —dije—. Así que muchos prefieren pensar que de algún modo fuiste responsable, porque eso los consuela, los hace sentirse seguros.
Destiny asintió con la cabeza.
—De todas formas, creo que es mucho peor cuando se trata de un caso de abuso infantil. Porque el niño piensa que lo merece y esa herida lo marca para siempre.
—Ése es el problema de Rachel.
Destiny me miró con expresión astuta.
—¿No es tu caso?
Me encogí de hombros, incómoda.
—Yo he pasado unos cuantos años tratando el problema. Creo que he conseguido reducirlo hasta un tamaño manejable. Ya no sufro de la misma ansiedad que antes. Aunque... sigo teniendo problemas en el ámbito afectivo. Me resulta muy difícil crear vínculos con los demás.
—Pero lo has hecho con Jerry —señaló—. Y sólo has tardado unos días, ¿no?
Reflexioné al respecto y asentí con la cabeza.
—Supongo que los bebés son una excepción.
—¿Y Joe? Llevas mucho tiempo con él.
—Sí, pero últimamente me he dado cuenta de que... de que, aunque nuestra relación funciona, no va a ninguna parte. Como si fuera un coche que alguien ha dejado en marcha en la autopista con el piloto automático puesto.
Le conté que la nuestra era una relación abierta y repetí que Joe estaba seguro de que, si intentaba aprisionarme, yo lo abandonaría.
—¿Lo harías? —me preguntó Destiny al tiempo que abría la puerta de una cafetería para que pudiera pasar con el cochecito.
El agradable frescor del aire acondicionado nos envolvió nada más entrar.
—No lo sé —respondí con sinceridad, frunciendo el ceño—. Tal vez tenga razón. Tal vez sea incapaz de manejar otro tipo de relación. Podría ser alérgica al compromiso.
Dejé el cochecito junto a una mesita, bajé la capota y le eché un vistazo a Jerry, que estaba agitando las piernas, encantado con la agradable temperatura del interior.
Destiny, que seguía de pie, ojeó detenidamente la lista de cafés especiales. Su deslumbrante sonrisa me recordó a su hermano.
—No sé, ______. Podría ser un problema psicológico enraizado o... es posible que todavía no hayas encontrado al hombre adecuado.
—No existe el hombre adecuado para mí. —Me incliné sobre Jerry y murmuré—: Salvo en tu caso, tragoncete. —Cogí uno de sus diminutos pies y le di un beso—. Me tienes loquita y ahora mismo me comería estos piececitos un poco sudorosos.
Destiny me dio unas palmaditas en la espalda mientras rodeaba la mesa.
—______, ¿sabes lo que creo? Aparte del hecho de que voy a pedirme un mocachino con menta, nata montada y trocitos de chocolate, claro. Creo que, si se dieran las circunstancias apropiadas, podrías sacar ese coche de la autopista cuando te diera la gana.


Nick era el protagonista de muchas de las aventuras infantiles que me contó Destiny. Tal y como era lo normal con los hermanos mayores, alternaba el papel de héroe con el de villano. En su caso, el papel de villano salía ganando. Sin embargo, ya en la edad adulta y con una familia bastante compleja, se había formado un fuerte vínculo entre ellos.
Según Destiny, Kevin, que era el primogénito, había sido siempre el foco de las exigencias paternas, de sus alabanzas y de sus ambiciosas aspiraciones. Kevin era el único hijo del primer matrimonio de Churchill Jonas y se había esforzado mucho por complacer a su padre, por convertirse en el hijo perfecto. Siempre había sido un chico serio, motivado y exageradamente responsable, cuyos resultados académicos habían sido sobresalientes mientras estudiaba en un internado extranjero muy elitista, y después en Harvard, donde se licenció en Ciencias Empresariales. Sin embargo, Kevin no era un hombre tan rígido como lo había sido su padre. Tenía una naturaleza bondadosa y comprendía la fragilidad humana, rasgo del que Churchill Jonas carecía.
El segundo matrimonio del patriarca del clan duró hasta la muerte de su esposa, Ava, y de él nacieron tres hijos: Nick, Jesse y Destiny. Puesto que sobre los hombros de Kevin recaía la mayor parte de la responsabilidad y las expectativas paternas, Nick disfrutó de la oportunidad de jugar, experimentar, hacer locuras y tener amigos. Siempre iniciaba las peleas y siempre era el primero en tender la mano después. Había practicado todos los deportes, se había camelado a todos los profesores para que le dieran notas más altas de las que merecía y había salido con las chicas más guapas de la clase. Era un amigo leal que siempre pagaba sus deudas y nunca rompía una promesa. Nada lo enfadaba tanto como que alguien rompiera un acuerdo al que se había comprometido.
Cuando Churchill decidía que sus hijos menores necesitaban recordar lo que era el trabajo duro, los mandaba a cortar el césped bajo el abrasador sol de Tejas, o a levantar una valla en los límites de la propiedad hasta que los músculos amenazaban con explotarles y estaban renegridos por el efecto del sol. De los tres chicos, sólo Nick había disfrutado de esos trabajos tan arduos. El sudor, el polvo y el cansancio físico le parecían purificadores. La necesidad de medirse contra la tierra, contra la naturaleza, se manifestaba en su afición por la caza, la pesca y cualquier otra actividad que lo alejara de la climatizada opulencia de River Oaks.
Destiny no había sido víctima de ese particular afán aleccionador por parte de su padre. En cambio, se había visto sometida al estándar educativo que su madre creía adecuado para una dama. Como era de esperar, Destiny había sido un marimacho que se había pasado toda la vida detrás de sus tres hermanos. Debido a la gran diferencia de edad que había entre ella y Kevin, su hermano mayor había adoptado un papel vagamente paternal, y siempre que era necesario intervenía a su favor.
Sin embargo, Nick se había peleado con ella en muchas ocasiones, como por ejemplo cuando entraba en su dormitorio y se ponía a jugar con sus trenes sin permiso. Nick se vengaba pellizcándole los brazos hasta que le salían moratones y su padre acababa dándole una tunda con el cinturón, de modo que Destiny terminaba llorando. Nick, consciente de su virilidad como buen tejano, se enorgullecía de no derramar ni una sola lágrima. Churchill solía decirle después a Ava que Nick era el chico más testarudo del mundo.
—Se parece demasiado a mí —afirmaba, frustrado por no haber podido meter en cintura al rebelde de su hijo, como había hecho con Kevin.
Destiny me dijo que se entristeció mucho cuando enviaron a Kevin, su campeón, al internado. Sin embargo y en contra de todos sus temores, Nick no le hizo la vida imposible aprovechando la ausencia del hermano mayor. En una ocasión, Destiny llegó a casa llorando porque había un niño en el colegio que se metía con ella. Nick escuchó en silencio la historia y se fue con la bici para solucionar el problema. El niño nunca volvió a molestarla. De hecho, no volvió a acercarse a ella en la vida.
Perdieron el contacto cuando Destiny se casó con un hombre que su padre no aprobaba.
—Nunca le conté a nadie el infierno que estaba viviendo —confesó con tristeza—. Yo también soy muy testaruda. Además, era demasiado orgullosa como para admitir el tremendo error que había cometido. Mi ex marido había pisoteado mi autoestima hasta tal punto que me daba miedo, e incluso vergüenza, pedir ayuda. Aunque al final acabé cortando por lo sano, y Nick me ofreció trabajo para recuperarme. Nos hicimos amigos... colegas, vamos, como nunca lo fuimos de pequeños.
El comentario de que acabó «cortando por lo sano» me resultó curioso, porque comprendí que había sucedido algo gordo. Sin embargo, era mejor dejar esa conversación para cuando llegara el momento adecuado.
—¿Qué opinas sobre su vida amorosa? —quise saber—. ¿Crees que llegará a sentar cabeza?
—Desde luego. A Nick le encantan las mujeres. Quiero decir que las aprecia de verdad, no que se aproveche de ellas como si fuera un donjuán que lleva la cuenta de sus conquistas. Pero no sentará cabeza hasta que dé con alguien en quien pueda confiar.
—¿Por culpa de la mujer que se casó con su mejor amigo?
Destiny me miró con los ojos desorbitados.
—¿Te ha hablado de eso?
Asentí con la cabeza.
—Nick no suele hablar de ella. Lo pasó muy mal. Cuando un Jonas se enamora, cae con todo el equipo. Se entregan con toda el alma. Pocas mujeres están preparadas para una relación así.
—Yo no, la verdad —comenté con una carcajada forzada, espantada por la simple idea. No me apetecía ver a Nick Jonas entregándose a una mujer con toda su alma.
—Creo que se siente solo —dijo Destiny.
—Pero siempre está ocupado.
—Creo que la gente más ocupada es también la que siempre está más sola.
Cambié el tema en cuanto se presentó la oportunidad. Hablar sobre Nick me ponía nerviosa y me irritaba un poco, como siempre me pasaba con las cosas que sabía que podían perjudicarme.


Todas las noches hablaba con Joe por teléfono para contarle mi día a día en mi nuevo lugar de residencia y mis experiencias con Jerry. Aunque Joe no quisiera involucrarse directamente con el niño, no le importaba lo más mínimo escucharme hablar sobre el tema.
—¿Crees que algún día querrás tener hijos? —le pregunté en una ocasión.
Estaba tendida en el sofá con Jerry acostado sobre mi pecho.
—No puedo contestarte con un no categórico. Tal vez llegue a una fase en mi vida en la que lo desee... pero no me lo imagino. Los beneficios que podría obtener de esa experiencia son los mismos que me ofrece el trabajo con el medio ambiente y con las obras de caridad.
—Sí, pero ¿qué te parece poder criar a un niño que comparta esos mismos ideales? Sería una forma de mejorar el mundo.
—Venga ya, ______. Sabes muy bien que eso no pasaría en la vida. Cualquier hijo mío acabaría formando parte de un lobby republicano o siendo el director financiero de una empresa química. La vida siempre acaba dándote en las narices.
Reí entre dientes al imaginarme a un bebé, al hijo de Joe, vestido con un traje en miniatura y con una calculadora en la mano.
—Posiblemente tengas razón.
—¿Te estás planteando la idea de tener un hijo algún día?
—Por Dios, no —respondí sin pensar—. Estoy intentando manejar esta situación hasta que mi hermana pueda quedarse con Jerry. Daría mi vida por dormir una noche entera. O por comer sin interrupciones. Y me encantaría salir a la calle, aunque sólo fuera una vez, sin toda esta parafernalia. Es de locos. El cochecito, los pañales, las toallitas, los baberos, los muñequitos de goma, los biberones... Ya no recuerdo lo que era coger la llave y salir por la puerta sin más. Además, tengo un montón de citas que concertar con el pediatra para ponerle vacunas y hacerle no sé qué pruebas de desarrollo. Lo único bueno es que me alegro de no dormir, porque necesito todo el tiempo extra para trabajar.
—Tal vez la experiencia te sirva para descartarlo definitivamente con conocimiento de causa.
—Creo que es como comer ruibarbo. O te encanta o lo odias. Es imposible obligarse a aceptarlo si no se tiene una predisposición natural.
—Yo odio el ruibarbo —dijo Joe.


La primera semana de mi estancia en el número 1800 de Main Street llegó a su fin y yo seguía sin dominar el arte de hacer pasar el cochecito de Jerry por las puertas mientras llevaba las bolsas de la compra. Era viernes por la tarde. El tráfico estaba tan mal que, en vez de conducir, decidí que era mejor caminar medio kilómetro hasta el supermercado y volver. Jerry y yo acabamos casi asados después del paseo. Las asas de plástico de las bolsas se me clavaban en la palma de la mano, mojada por el sudor, y el bolso de los pañales amenazó con caérseme del hombro cuando intenté meter el cochecito en el vestíbulo. Además, Jerry comenzaba a hacer ruiditos extraños.
—Jerry —dije sin aliento—, la vida será muchísimo más fácil para todos cuando aprendas a andar. No, joder... no llores. Ahora mismo no puedo cogerte. Dios. Jerry, por favor, no llores... —Sudando y soltando tacos entre dientes, seguí empujando el cochecito hacia el mostrador del conserje.
—¿Necesita ayuda, señorita Varner? —me preguntó el susodicho al tiempo que se levantaba de su asiento.
—No, gracias. No hay problema. Lo tenemos controlado. —Dejé atrás las puertas de cristal y llegué al ascensor justo cuando se abría.
Salieron dos personas. Una pelirroja guapísima vestida con un escueto vestido blanco y unas sandalias de tiras doradas... y Nick Jonas, con un traje negro, una impecable camisa blanca sin corbata y unos relucientes zapatos negros de cordones. Le bastó un vistazo para entender mi dilema. Me quitó las bolsas de las manos al mismo tiempo que plantaba un pie entre las puertas del ascensor para que no. se cerraran. Sus ojos me miraron con un brillo burlón.
—Hola, _______.
Me quedé sin aliento. Y me di cuenta de que estaba sonriendo como una tonta.
—Hola, Nick.
—¿Vas a casa? Creo que no te iría nada mal un poco de ayuda.
—No, estoy bien, gracias. —Metí el cochecito en el ascensor.
—Te ayudaremos a llegar a tu apartamento.
—No, de verdad, puedo apañármelas...
—Sólo será un minuto —me interrumpió—. No te importa, ¿verdad, Sonia?
—Por supuesto que no. —La chica parecía simpática y agradable cuando me sonrió al volver a entrar en el ascensor. No podía ponerle pegas al gusto de Nick. Sonia era despampanante, con su piel perfecta, su melena roja y su cuerpazo. Se inclinó hacia Jerry y la combinación de su magnífico canalillo y su precioso rostro lo tranquilizó de inmediato—. ¡Ay, qué cosita más mona! —exclamó.
—Está un poco incómodo por el calor.
—Mira ese pelo tan negro... seguro que se parece a su padre.
—Eso creo —comenté.
—¿Qué tal estos días? —me preguntó Nick—. ¿Estás ya bien instalada en el apartamento?
—Estupendamente. Tu hermana se ha portado fenomenal. No sé qué habríamos hecho sin ________.
—Me ha dicho que habéis salido unas cuantas veces.
Sonia escuchó la conversación en silencio y me miró de reojo con recelo, como si estuviera comprobando qué tipo de relación me unía a Nick. Reconocí el momento exacto en el que me tachó de la lista de posibles rivales. Con la cara sin pizca de maquillaje, mi melena corta y mi cuerpo oculto bajo una anchísima camiseta de manga corta, era como si llevara un cartel en la frente que rezara: ACABO DE SER MAMÁ.
El ascensor se detuvo al llegar a la sexta planta y Nick sostuvo la puerta mientras yo empujaba el cochecito.
—Yo llevo las bolsas —dije al tiempo que intentaba cogerlas—. Gracias por la ayuda.
—Te acompañaremos hasta la puerta —insistió Nick, negándose a soltar las bolsas.
—¿Te has mudado hace poco? —preguntó Sonia mientras caminábamos por el pasillo.
—Sí. Hace una semana.
—Qué suerte tienes por vivir aquí —comentó—. ¿A qué se dedica tu marido?
—En realidad, no estoy casada.
—¡Ah! —exclamó, con el ceño fruncido.
—Mi novio está en Austin —expliqué—. Sólo estaré aquí tres meses.
El ceño fruncido de Sonia desapareció.
—Vaya, qué bien.
Llegué a la puerta e introduje la clave de acceso en el teclado numérico. Mientras Nick sostenía la puerta, yo empujé el cochecito hasta el interior y cogí a Jerry.
—Gracias de nuevo —dije con los ojos clavados en Nick, que estaba soltando las bolsas en la mesita del salón.
Sonia contempló el apartamento con admiración.
—Preciosa decoración.
—El mérito no es mío —aclaré—. Pero Jerry y yo hacemos lo que podemos para contribuir. —Y señalé con una sonrisa torcida hacia un rincón donde había una caja de cartón y una serie de listones de madera y piezas metálicas alineadas en el suelo.
—¿Qué estás montando? —me preguntó Nick.
—Una cuna con cambiador incorporado. La compré el otro día en Rice Village cuando salí de compras con Destiny. Por desgracia, el precio subía unos cuantos cientos de pavos si la quería montada, y de momento todavía estoy intentando averiguar cómo van las piezas. Creo que sería más fácil si entendiera el manual de instrucciones. Está en japonés, francés y alemán, nada más. Ojalá me hubiera gastado el dinero para que la trajeran montada. —Al comprender que estaba parloteando más de la cuenta, sonreí y me encogí de hombros—. Aunque me encantan los desafíos.
—Vámonos, Nick —dijo Sonia.
—Ahora mismo.
Sin embargo, en vez de moverse, siguió mirándonos a Jerry, a mí y al montón de madera y metal que era la cuna. El extraño silencio me aceleró el corazón. Después, me miró a los ojos y asintió de forma casi imperceptible con la cabeza, prometiéndome sin palabras: «Luego.»
No pensaba consentirlo.
—Marchaos —les dije con voz alegre—. Y pasadlo bien.— Sonia sonrió.
—Adiós. —Cogió a Nick del brazo y lo sacó del apartamento.


Tres horas después, Jerry, sentado en su hamaca, me observaba mientras yo intentaba ensamblar las partes de la cuna. Acababa de preparar unos espaguetis a la boloñesa. Cuando se enfriaran, tenía pensado guardarlos en recipientes individuales para congelarlos.
Puesto que estaba un poco harta de Mozart y las marionetas, había conectado mi iPod a los altavoces. El sensual ronroneo de la voz de Etta James llenaba el aire.
—Lo mejor del blues —le dije a Jerry mientras me detenía un momento para tomar un sorbo de vino— es que habla de sentimientos, de amor, de deseo desenfrenado. Nadie es tan valiente como para vivir de esa forma tan intensa. Salvo los músicos quizás. —Escuché que alguien llamaba a la puerta—. ¿Quién será? ¿Has invitado a alguien sin que yo me entere, Jerry?
Cogí la copa y fui descalza hasta la puerta. Me había puesto mi pijama de color rosa y me había quitado las lentes de contacto, así que llevaba las gafas. Me puse de puntillas para mirar por la mirilla. Se me aceleró la respiración nada más ver la silueta de una cabeza masculina.
—No estoy vestida para recibir visitas —dije sin abrir.
—Da igual, déjame entrar.
Abrí y allí estaba Nick Jonas, pero con vaqueros y camisa blanca, y con un macuto de loneta ajado por el uso.
—¿Ya has montado la dichosa cuna?
—Sigo en ello. —Intenté pasar por alto los fuertes latidos de mi corazón—. ¿Dónde está Sonia?
—Fuimos a cenar y acabo de dejarla en su casa.
—¿Ya? ¿Por qué has vuelto tan pronto?
Me miró y se encogió de hombros.
—¿Puedo pasar?
Quise decirle que no. Percibía que entre nosotros había algo. Algo que requeriría cierta negociación, un compromiso... para el que no me sentía preparada. Pero no se me ocurrió ninguna excusa para no dejarlo entrar. Retrocedí con torpeza.
—¿Qué llevas en el macuto?
—Herramientas. —Entró y cerró la puerta. Se movía con cautela, como si estuviera adentrándose en un terreno en el que tal vez hubiera peligros ocultos—. Hola, Jerry —murmuró al tiempo que se agachaba junto a la hamaca. La balanceó con suavidad, haciendo que Jerry comenzara a hacer gorgoritos y a dar patadas, entusiasmado. Sin apartar la mirada del niño, dijo—: Estás escuchando a Etta James.
Intenté aligerar la situación.
—Siempre escucho blues cuando la situación requiere un montaje. John Lee Hooker, Bonnie Raitt...
—¿Has escuchado a los chicos de Deep Ellum? Es blues tejano. Blind Lemon Jefferson, Leadbelly, T-Bone Walker...
Tardé en contestar, porque estaba alucinada por la forma en la que la camisa se le pegaba a los hombros y a la musculosa espalda.
—Me suena T-Bone Walker, pero los otros no.
Nick levantó la cabeza para mirarme.
—¿Has escuchado See That My Grave Is Kept Clean?
—¿Esa no es de Bob Dylan?
—No, eso es lo que la gente cree. Pero es de Blind Lemon. Te grabaré un CD. Es difícil de encontrar.
—No me imaginaba que un chico de River Oaks como tú supiera tanto de blues.
—________, cariño... el blues siempre habla de un buen chico que está en un mal momento. En River Oaks los hay a patadas.
Era una locura lo muchísimo que me gustaba su voz. Ese tono grave, de barítono, parecía colarse en mi interior y llegar a lugares recónditos, imposibles de alcanzar. Quería sentarme en el suelo a su lado, pasar una mano por ese pelo tan bien cortado y dejar los dedos sobre los músculos de su nuca.
«Cuéntamelo todo —le diría—. Cuéntame tus penas, cuéntame las veces que te han roto el corazón, cuéntame tus peores temores y dime todo lo que has deseado hacer en la vida pero que nunca has hecho.»
—Qué bien huele —lo escuché decir.
—He preparado espaguetis.
—¿Te han sobrado?
—Pero si ya has cenado...
Nick pareció ofendido.
—En un restaurante de esos pijos donde te ponen un trozo de pescado del tamaño de una ficha de dominó y una cucharadita de risotto. Estoy muerto de hambre.
Puso tal cara de pena que me eché a reír.
—Voy a prepararte un plato.
—Yo me pondré con la cuna mientras tanto.
—Gracias. He colocado las piezas según el esquema, pero sin entender las instrucciones...
—No hacen falta las instrucciones. —Nick le echó un vistazo al esquema, lo arrojó al suelo y comenzó a rebuscar entre las piezas de madera pintada—. Esto es facilísimo.
—¿Facilísimo? ¿Has visto la cantidad de tornillos diferentes que hay en esa bolsa de plástico?
—Ya nos las apañaremos.
Abrió el macuto y sacó un destornillador eléctrico con batería.
Fruncí el ceño.
—¿Sabes que el cuarenta y siete por ciento de las heridas en las manos se producen en casa por el uso de herramientas eléctricas?
Nick colocó una punta en el destornillador con indudable pericia.
—Y también hay muchísima gente que se pilla las manos con las puertas. Pero eso no significa que haya que dejar de usarlas.
—Como Jerry empiece a llorar por culpa del ruido —le advertí con voz seria—, tendrás que usar uno manual.
Me miró con las cejas enarcadas.
—¿Dane no usa herramientas eléctricas?
—Normalmente no. Salvo el verano que estuvo ayudando a construir casas en Nueva Orleáns con Hábitat para la Humanidad... y lo hizo porque yo estaba a quinientos y pico de kilómetros y no podía verlo.
Esbozó una sonrisa muy despacio.
—¿Qué problema tienes con las herramientas eléctricas, preciosa?
—No lo sé. Será que no estoy acostumbrada a ellas. Me ponen nerviosa. No crecí con un hermano ni con un padre que usara ese tipo de cosas.
—Bueno, pues te diré que desconoces una verdad universal. No puedes interponerte entre un tejano y sus herramientas eléctricas. Nos encantan. Cuanto más grandes sean y más electricidad consuman, mejor. Además, también nos gusta desayunar en las estaciones de servicio, cualquier vehículo que sea grande, los partidos de fútbol de los lunes por la noche y la postura del misionero. No bebemos cerveza sin alcohol, ni conducimos coches poco contaminantes y nunca admitiremos conocer el nombre de más de seis o siete colores. Y no nos depilamos el pecho. En la vida. —Levantó el destornillador—. Ahora, déjame hacer el trabajo de un hombre y vete a la cocina. Tal como debe ser.
—Jerry va a llorar... —le advertí, irritada.
—No lo hará. Le va a encantar.
Comprobé disgustada que mi sobrino no emitía ni una sola protesta, y se limitaba a mirar embobado a Nick mientras éste montaba la cuna. Calenté un plato de espaguetis con su salsa correspondiente y lo coloqué junto con los cubiertos en la isla de la cocina.
—Jerry, ven aquí —dije mientras lo cogía y lo llevaba a la cocina—. Entretendremos a ese cavernícola mientras cena.
Nick se puso a comer con ganas, encantado con los espaguetis a juzgar por los gruñidos de apreciación que soltaba, y sin respirar siquiera hasta que se hubo ventilado por lo menos un tercio del plato.
—Esto está buenísimo. ¿Qué más sabes cocinar?
—Lo básico. Unos cuantos asados, pasta y estofados. Domino el pollo asado.
—¿Y el lomo relleno?
—Ajá.
—________, cásate conmigo.
Al mirar esos maliciosos ojos oscuros, y aunque sabía que estaba bromeando, sentí una repentina punzada en mi interior y comenzaron a temblarme las manos.
—Claro —respondí sin más—. ¿Quieres pan?
Después de la cena, Nick volvió a sentarse en el suelo y siguió montando la cuna con una destreza que era fruto de una amplísima experiencia. Era bueno con las manos, seguro y diestro. Y tuve que admitir que disfruté de lo lindo al verlo con las mangas remangadas, arrodillado frente al armazón de madera. Su cuerpo era atlético y estaba muy en forma. Me senté cerca con una copa de vino en la mano para ir pasándole los tornillos. De vez en cuando, se acercaba lo suficiente como para que captara su olor: una mezcla incendiaria de sudor masculino y piel limpia. Soltó un par de tacos al destrozar unos cuantos tornillos, aunque no tardó en disculparse por las barbaridades.
Nick Jonas era toda una novedad para mí. Un caballero a la antigua usanza. Los chicos con los que había estudiado en la universidad eran sólo eso: chicos intentando descubrir quiénes eran y cuál era su lugar en el mundo. Joe y sus amigos eran sensibles, gente preocupada por el medio ambiente que iba a todos lados en bici y tenía perfil en Facebook. No me imaginaba a Nick Jonas actualizando un blog o haciendo una búsqueda para ver lo que decían de él. Además, seguro que le importaba un pimiento si su ropa procedía de una industria textil sostenible o no.
—Nick —dije, entre reflexión y reflexión—, ¿crees en la igualdad entre hombres y mujeres?
Me contestó mientras encajaba uno de los travesaños de la cuna.
—Sí.
—¿Alguna vez has dejado que una mujer pague la cena?
—No.
—¿Por eso no estaba incluida la cena en la factura del hotel?
—Nunca permito que una mujer pague mi comida. Dije que la comida corría por tu cuenta porque sabía que era la única forma de que me dejaras quedarme.
—Si crees en la igualdad entre hombres y mujeres, ¿por qué no me dejaste pagar la cena?
—Porque yo soy el hombre.
—Y si tuvieras que elegir entre un hombre y una mujer para dirigir uno de tus proyectos, pero supieras que la mujer está en edad de tener hijos, ¿te decidirías por el hombre?
—No. Me decidiría por la mejor persona.
—¿Y si estuvieran igualados en todos los aspectos?
—No rechazaría a la mujer por un futuro embarazo. —Nick me miró con curiosidad—. ¿Qué intentas descubrir?
—El nivel evolutivo que has alcanzado.
Colocó un tornillo en su sitio.
—¿Cómo voy de momento?
—Todavía no lo he decidido. ¿Qué opinas de ser políticamente correcto?
—No estoy en contra. Pero sin pasarse. Espera un momento. —Nick atornilló el soporte metálico del travesaño. Cuando acabó, me miró con una sonrisa expectante—. ¿Qué más?
—¿Qué buscas en una mujer?
—Lealtad. Cariño. Que le guste pasar tiempo conmigo, sobre todo al aire libre. Y no me importaría que le gustara la caza.
—¿Estás seguro que no te convendría más un perro, un retriever quizá? —le pregunté.
Acabó de montar la cuna en un santiamén. Yo le ayudé a sostener las piezas de mayor tamaño mientras las atornillaba.
Aunque no se contentó con eso, porque incluso reforzó algunas partes, añadiendo soportes extra.
—Creo que podría dormir un bebé elefante ahí dentro sin que la cuna se rompiera —comenté.
—¿La quieres aquí o en el dormitorio? —me preguntó él.
—El dormitorio es muy pequeño. Mejor dejarla aquí. ¿Es raro poner la cuna en el salón?
—Qué va. Este también es el apartamento de Jerry.
Con su ayuda, coloqué la cuna al lado del sofá y cubrí el colchón con una sábana. Como Jerry estaba medio dormido, lo dejé en la cuna con cuidado y lo tapé con un arrullo, tras lo cual encendí el móvil que habíamos colocado sobre la cuna para que los ositos y los tarros de miel se movieran al suave ritmo de una nana.
—Parece cómoda —susurró Nick.
—¿Verdad que sí?
Al ver lo seguro y cómodo que estaba mi sobrino, sentí una oleada de gratitud. En el oscuro exterior, la ciudad era un hervidero de coches y gente bebiendo y bailando, mientras el calor del día ascendía poco a poco del suelo. Sin embargo, nosotros estábamos resguardados en ese sitio tan fresco y protegido, perfectamente a salvo.
Todavía tenía que preparar los biberones de Jerry y dejarlo todo listo para la noche. Teníamos una rutina. El ritual de bañar al bebé y de acostarlo me resultaba increíblemente relajante.
—Hace mucho tiempo que no cuidaba de un niño —dije, sin darme siquiera cuenta de que había hablado en voz alta. Estaba aferrada al barrote superior de la cuna con una mano—. Desde que era pequeña.
Como respuesta, Nick colocó una mano sobre la mía y sentí cómo su calor me rodeaba. Antes de que pudiera mirarlo a la cara, se apartó y se alejó para guardar sus herramientas. De forma ordenada, colocó todos los trozos de cartón y de plástico en la caja que había sido el embalaje de la cuna. Después, la levantó con una mano y la llevó hasta la puerta.
—Sacaré esto para tirarlo.
—Gracias. —Lo acompañé al pasillo con una sonrisa—. Te lo agradezco mucho, Nick. Todo lo que has hecho. Yo...
El vino debía de haberme robado todo el sentido común que poseía, porque me puse de puntillas para darle un abrazo como si fuera Tom o cualquier otro amigo de Joe. Un abrazo amistoso. Sin embargo, todos los nervios de mi cuerpo lanzaron el grito de «¡Error!» en cuanto nuestros cuerpos se rozaron y se amoldaron el uno al otro como las hojas húmedas de un álamo.
Cuando Nick me rodeó con los brazos, me descubrí pegada a un cuerpo musculoso, tan grande y tan cálido que me asusté por lo mucho que me gustaba la sensación. El ardiente roce de su aliento en la mejilla me aceleró el corazón y el deseo invadió el silencio entre latido y latido. Jadeé e intenté alejarme, pero sólo conseguí apoyar la cabeza en su hombro.
—Nick... —Ni siquiera era capaz de hablar—. No ha sido una insinuación, de verdad.
—Lo sé. —Sentí una de sus manos en la nuca y la caricia de sus dedos en el pelo. Con suavidad, me obligó a levantar la cabeza para mirarlo—. Tú no tienes la culpa de que yo lo haya interpretado de esa forma.
—Nick, no...
—Me gustan —murmuró mientras pasaba un dedo por la montura metálica de mis gafas, antes de que aferrara una de las patillas—. Mucho. Pero están en medio.
—¿De qué? —Me tensé cuando me las quitó y las dejó a un lado.
—No te muevas, _______. —E inclinó la cabeza.

Eso es todo por hoy, las amo
Con Cariño...
Niinny Jonas
NiinnyJonas
NiinnyJonas


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Mensaje por Arii_089 Vie 19 Ago 2011, 3:11 pm

Que super hermoso enserio! Nick se estara enamorando de _____?? jmm supongo que luego lo descubrire! jajaja(: Gracias y sigue pronto!
Arii_089
Arii_089


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Mensaje por Heaven.Foster Vie 19 Ago 2011, 4:33 pm

QUEEE???????
Haha hoka! Nueva lectora me encanta tu nove sabes ?
Y me cae mal joe deberia la rayis ee darle una patada
Sube otro cap please!!!
Heaven.Foster
Heaven.Foster


http://Twitter.com/andsGH

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Mensaje por NiinnyJonas Vie 19 Ago 2011, 4:35 pm

Heaven.Jonas escribió:QUEEE???????
Haha hoka! Nueva lectora me encanta tu nove sabes ?
Y me cae mal joe deberia la rayis ee darle una patada
Sube otro cap please!!!

Gracias, que bueno que te guste :D hahahahhahahaha bueno pronto sabran con calma :D

Con Amor

Niinny Jonas
NiinnyJonas
NiinnyJonas


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Mensaje por chelis Vie 19 Ago 2011, 5:59 pm

nooooooooooooooooooooooooooooo

laaaaa

pueeeeeeeeeeeeeedeeessss

dejar ahiiiiiii

aaaandaaaaaaaa

porfa sube otrooooo
chelis
chelis


http://www.twitter.com/chelis960

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Mensaje por Bianca Sáb 20 Ago 2011, 1:44 am

oooooooooooooooooooooh

myyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy

jonaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaas...!!!!!!!!

me encanto el cap siguela

pronto saludos
Bianca
Bianca


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Mensaje por #Fire Rouge..* Sáb 20 Ago 2011, 12:42 pm

nueva lectora....v ay amo las de lisa kleypas
tengo unas cuantas pero todas las que tengo
son historicas!! :) escribe excelente
tmb plis siguelaa a mi tampoco me cae
bien del todo joe :/ y nick lo adoro
se esta enamorando de _____
plis siguelaaaaaaaaaaaaa
#Fire Rouge..*
#Fire Rouge..*


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Mensaje por NiinnyJonas Sáb 20 Ago 2011, 3:09 pm

Floopii.xoxo escribió:nueva lectora....v ay amo las de lisa kleypas
tengo unas cuantas pero todas las que tengo
son historicas!! :) escribe excelente
tmb plis siguelaa a mi tampoco me cae
bien del todo joe :/ y nick lo adoro
se esta enamorando de _____
plis siguelaaaaaaaaaaaaa

Hola, Bienvenida....
Ahora te dejo un cap :D

Con amor...

Niinny Jonas
NiinnyJonas
NiinnyJonas


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Mensaje por NiinnyJonas Sáb 20 Ago 2011, 3:14 pm

CAPÍTULO 11

Si hubiera estado pensando de forma racional, nunca lo habría permitido. Los labios de Nick acariciaron lentamente los míos antes de ejercer una suave presión. Me pegué contra su fuerte cuerpo hasta que encontré una postura perfecta, del todo inesperada, que me provocó una oleada de deseo. Se me aflojaron las rodillas, pero daba igual, porque Nick me sujetaba con fuerza. Una de sus manos me cogió de la barbilla con delicadeza.
Cada vez que intentaba dar por terminado el beso, Nick insistía un poco más, instándome a no cerrar los labios mientras me saboreaba a conciencia. Era tan distinto de aquello a lo que estaba acostumbrada que no se parecía en nada a un beso. En ese momento, me di cuenta de que los besos con Joe se habían convertido en una especie de signo de puntuación, en el cierre de una exclamación o en el punto final apresurado de una conversación. Ése era mucho más dulce, más apremiante e implacable. Era un reguero de besos desatados, novedosos y arrebatadores que me desestabilizó por completo. Me aferré a sus hombros y coloqué los dedos en su nuca.
Nick tomó aire mientras una de sus manos descendía y me agarraba por la cadera para pegarme a él. El contacto frontal fue sorprendente, electrizante. Todo su cuerpo era duro. Todo. Estaba al mando, era muchísimo más fuerte que yo, y quería dejármelo bien clarito.
Me besó hasta que las sensaciones desembocaron en algo que no podía permitir, abrumándome y dejándome indefensa. El doloroso anhelo que, se extendió por mi vientre me hizo comprender que, si me acostaba con ese hombre, arrasaría con todo. Todas las defensas que había erigido a lo largo del tiempo acabarían destrozadas.
Empecé a temblar y a debatirme hasta que conseguí apartar la cara el tiempo justo para decir:
—No puedo. No. Nick, ya vale.
Se detuvo al instante. Aunque me mantuvo pegada a su pecho, que subía y bajaba con rapidez.
Era incapaz de mirarlo a la cara.
—Esto no debería haber pasado —dije por fin con la voz ronca.
—Tenía ganas de hacerlo desde que te vi por primera vez. —Sus brazos me rodearon con fuerza y se inclinó sobre mí hasta que su boca me rozó la oreja. Me susurró con dulzura—: Y tú también.
—Ni hablar.
—Tienes que divertirte un poco, _______.
Solté una carcajada incrédula.
—No necesito divertirme, lo que necesito es... —Dejé la frase en el aire con un jadeo, al sentir que me acercaba aún más a sus caderas.
El contacto fue demasiado para mis saturados sentidos. Para mi vergüenza, me abracé a él antes de poder evitarlo, guiada por el deseo y el instinto, que le ganaron la partida al sentido común.
Al darse cuenta de mi respuesta instintiva, Nick sonrió contra mi mejilla sonrojada.
—Deberías aceptar. Te vendrá bien la experiencia.
—Te lo tienes un poco creído, ¿no? Lo único que estás haciendo es perjudicarme con tus chuletones, tus herramientas eléctricas y tu libido hiperactiva. Además... seguro que eres miembro de la Asociación Nacional del Rifle. Vamos, admítelo. Eres miembro.
Tenía la sensación de que no podía callarme. Estaba hablando demasiado, respirando demasiado deprisa, temblando como un juguete mecánico al que le habían dado demasiada cuerda.
Nick me acarició un punto sensible detrás de la oreja con la nariz.
—¿Qué más da?
—¿Eso es un sí? Seguro que es un sí. ¡Por Dios! Es importante... ¡Para ya! Es importante porque sólo me acostaría con un hombre que me respetara, a mí y a mis puntos de vista. A mis... —Dejé de hablar y solté un gemido cuando me dio un mordisco.
—Yo te respeto —murmuró—. Y también respeto tus puntos de vista. Creo que eres mi igual. Respeto tu cerebro y también todas esas palabrejas que tanto te gustan. Pero también quiero arrancarte la ropa y echarte un polvo, oírte gemir y gritar hasta que no sepas ni cómo te llamas. —Su boca trazó un lento recorrido por mi garganta. El placer me produjo un estremecimiento, mi cuerpo dio un respingo involuntario, y sus manos me agarraron por las caderas para que no me apartara—. Voy a hacer que te lo pases genial, _____. Y empezaremos con un buen polvo. De esos que te dejan con los ojos vueltos y sin poder moverte.
—Llevo cuatro años con Joe —conseguí decir—. Nunca podrás comprenderme como él lo hace.
—Aprenderé.
Tenía la sensación de que algo se había quebrado en mi interior, de que la debilidad empezaba a invadirme a medida que mi cuerpo se tensaba en respuesta. Cerré los ojos y contuve un gemido.
—Cuando me ofreciste el apartamento —murmuré—, dejaste caer que no lo hacías con la intención de conseguir algo a cambio. No me gusta la posición en la que me estás poniendo, Nick.
Levantó la cabeza y me besó la punta de la nariz.
—¿Qué posición te gusta más?
Abrí los ojos de par en par. De algún modo, conseguí zafarme de él. Medio sentada, medio apoyada en el brazo del sofá, señalé la puerta con una mano temblorosa.
—Vete.
Cuando me miró, reconocí que estaba para comérselo, todo desaliñado y excitado.
—¿Me estás echando?
Ni siquiera yo terminaba de creérmelo.
—Te estoy echando, sí.
Fui en busca de mis gafas, las cogí con cierta dificultad y me las puse.
Nick hizo una mueca malhumorada.
—Nos quedan muchas cosas de las que hablar.
—Lo sé. Pero si dejo que te quedes, me parece que no vamos a hablar mucho.
—¿Y si te prometo que no voy a tocarte?
Nuestras miradas se encontraron, y tuve la sensación de que la habitación se llenaba de una energía muy volátil.
—Estarías mintiendo —respondí.
Nick se frotó la nuca y frunció el ceño.
—Es verdad.
Ladeé la cabeza, señalando la puerta.
—Vete, por favor.
No se movió.
—¿Cuándo podré volver a verte? ¿Mañana por la noche?
—Tengo que trabajar.
—¿Pasado mañana?
—No lo sé. Tengo muchas cosas que hacer.
—¡Joder, _____! —Se fue hasta la puerta—. Puedes retrasar este asunto todo lo que quieras, pero tarde o temprano tendrás que enfrentarte a él.
—Me encanta retrasar las cosas —repliqué—. De hecho, incluso retraso el momento de retrasarlo todo.
Me miró echando chispas por los ojos y se fue, llevándose consigo la caja vacía de la cuna.
Recogí muy despacio la cocina y limpié la encimera antes de prepararle a Jerry unos biberones. No dejaba de echarle miraditas al teléfono (era la hora de mi charla nocturna con Joe), pero no sonó. ¿Estaba obligada a contarle lo que había pasado con Nick? ¿En una relación abierta había margen para los secretos? ¿Qué ganaba confesándole a Joe que me sentía atraída por Nick Jonas?
Mientras sopesaba la situación, decidí que sólo tendría motivos para contarle a Joe lo del beso si acababa llevando a algo más. Si me liaba con Nick. Cosa que no iba a suceder. El beso no significaba nada. Por tanto, lo más sensato (además de lo más fácil) era fingir que nunca había pasado.
Y retrasar la conversación hasta que todo estuviera olvidado.


La siguiente vez que llamé a mi hermana, terminé frustrada, aunque no sorprendida, por la reticencia de Rachel a darle permiso a la doctora Jaslow para hablar conmigo.
—Sabes que no voy a hacer nada que vaya en contra de tus intereses —le recordé—. Quiero ayudarte.
—De momento no necesito ayuda. Puedes hablar con mi médico más adelante. Ya lo pensaré. Pero ahora mismo no me hace falta.
El deje cortante de la voz de Rachel no era nuevo para mí. De hecho, yo misma había pasado por esa fase, más o menos durante el primer año de la terapia. En cuanto empezabas a darte cuenta de que tenías derecho a la intimidad, la protegías con uñas y dientes. Evidentemente, Rachel no quería que me inmiscuyera. Pero yo necesitaba saber qué estaba pasando.
—¿No puedes contarme nada, aunque sea un poco, de lo que has estado haciendo?
Hubo un silencio desganado hasta que Rachel respondió:
—He empezado a tomar antidepresivos.
—Bien —dije—. ¿Notas la diferencia?
—Se supone que empezarán a hacer efecto dentro de unas semanas, pero creo que me están ayudando. Y he estado hablando mucho con la doctora Jaslow. Dice que la forma en la que nos criamos no es ni normal ni saludable. Y que cuando tu madre está loca, cuando en lugar de cuidarte compite contigo, hay que analizar las secuelas que te provocó en la infancia y buscar la manera de paliarlas. O...
—O, de lo contrario, podríamos acabar repitiendo algunos de sus patrones de conducta —terminé por ella en voz baja.
—Eso mismo. Así que la doctora Jaslow y yo estamos hablando de algunas cosas que siempre me han molestado.
—Como, por ejemplo...
—Como, por ejemplo, que mamá siempre dijera que yo era la guapa, y tú, la lista... Eso no estaba bien. Acabé pensando que era tonta, que no podría ser lista nunca en la vida. Y he cometido muchos errores estúpidos por su culpa.
—Lo sé, cariño.
—Vale, nunca seré neurocirujana, pero soy más lista de lo que mamá cree.
—No nos conoce a ninguna de las dos, Rachel.
—Quiero enfrentarme a mamá, intentar que comprenda lo que nos hizo. Pero la doctora Jaslow dice que seguramente nunca lo entienda. Que podría explicárselo de mil maneras, y que ella lo negará o dirá que no lo recuerda.
—Yo pienso igual. Lo único que podemos hacer es solucionar nuestros propios problemas.
—Eso estoy haciendo. Y estoy descubriendo muchas cosas que no sabía. Estoy mejorando.
—Estupendo. Porque Jerry echa de menos a su mamá.
—¿De verdad lo crees? —me preguntó con un tímido entusiasmo que me emocionó mucho—. Lo tuve tan poco tiempo que no estoy segura de que me vaya a recordar.
—Lo llevaste en tu vientre nueve meses, Rachel. Reconoce tu voz. Tu corazón.
—¿Duerme toda la noche?
—Ojalá —contesté con sorna—. La mayoría de las noches se despierta por lo menos tres veces. Me estoy acostumbrando... He empezado a tener un sueño tan ligero que, al menor ruido que hace, ya estoy despierta.
—Quizás esté mejor contigo. Nunca se me ha dado bien despertarme deprisa.
Solté una carcajada.
—Enseguida se pone a berrear. De verdad, saltarás de la cama como si tuvieras un resorte debajo del colchón. —Hice una pausa antes de preguntar con cautela—: ¿Crees que Mark querrá verlo en algún momento?
De repente, la afectuosa comunicación se cortó. La voz de Rachel adquirió un tono seco y cortante.
—Mark no es el padre. Ya te lo he dicho. Jerry es sólo mío.
—Rachel, no me vengas con el cuento de que te lo trajo la cigüeña. Vamos, alguien tuvo que hacer su aportación. Y sea quien sea, está obligado a ayudarte. Y, sobre todo, está obligado a ayudar a Jerry.
—Eso es asunto mío.
Me costó bastante no recordarle que, dado que me habían obligado a cuidar de Jerry y a pagarlo todo de mi bolsillo, también tenía algo que decir al respecto.
—Hay muchas cosas de las que todavía no hemos hablado, Rachel. Si el padre de Jerry te está ayudando, si te ha hecho alguna promesa... Bueno, deberían estar puestas por escrito y firmadas. Y algún día Jerry querrá saber...
—Ahora no, ______. Tengo que irme... Ya voy tarde a una clase de gimnasia.
—Pero si por lo menos me dejaras...
—Adiós. —La llamada se cortó sin más.
Molesta y preocupada, me puse a revisar el montón de facturas y folletos que había en la isla de la cocina, hasta dar con el trozo de papel en el que Nick había escrito el número de la Confraternidad de la Verdad Eterna.
Me pregunté hasta dónde llegaba mi responsabilidad. Saltaba a la vista que Rachel no estaba todavía en condiciones de tomar decisiones respecto al futuro. Era muy vulnerable, y seguramente Mark Gottler la había engañado para que creyese que cuidaría de ella, que se ocuparía de ella y del bebé para siempre. Tal vez la hubiera seducido y se hubiera aprovechado de ella con el convencimiento de que sus actos no tendrían consecuencia alguna porque Rachel casi no tenía familia. Pero me tenía a mí.


Espero les guste
Besos

Con amor...

Niinny Jonas

NiinnyJonas
NiinnyJonas


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Mensaje por Heaven.Foster Sáb 20 Ago 2011, 5:31 pm

Wow que poderosa la rayis
Y no solo por enfrentar a mark ( tmbn x resistirse a nick)
Hahaha sube pronto ninny!!!!
Heaven.Foster
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Buenas Vibraciones (Nick y tu) [Adaptación Terminada] - Página 4 Empty Re: Buenas Vibraciones (Nick y tu) [Adaptación Terminada]

Mensaje por chelis Sáb 20 Ago 2011, 8:36 pm

wuuuaaauuu

que no ve que queremos estar con nick y nos hacemos las dificiles

jejejeje

y aaaaiii

siguela porfaaaaaaa
chelis
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http://www.twitter.com/chelis960

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Mensaje por #Fire Rouge..* Sáb 20 Ago 2011, 9:35 pm

gracias por la bienvenida!!!
me encanto el cap!!! no me
digas que joe la acaba de engañar
xq yo voy y lo mato!! reachel es malagradecida
plis siguelaa !!!
besoos
#Fire Rouge..*
#Fire Rouge..*


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Mensaje por NiinnyJonas Dom 21 Ago 2011, 1:45 pm

gracias chicas, ahora les subo cap :D
NiinnyJonas
NiinnyJonas


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Mensaje por NiinnyJonas Dom 21 Ago 2011, 1:49 pm

CAPÍTULO 12

Me pasé los dos días siguientes llamando a la Confraternidad de la Verdad Eterna para pedir una cita con Mark Gottler. Sólo conseguí evasivas, silencios y excusas imposibles.
Me había topado con un muro. Sabía que sería imposible conseguir una cita con Gottler por mi cuenta. Ocupaba un puesto importante dentro de la jerarquía administrativa de la iglesia, y eso lo protegía y lo alejaba del alcance de los simples mortales.
Cuando le hablé a Joe del problema, me dijo que tal vez tuviera algún contacto que pudiera ser de utilidad. La iglesia tenía una extensa red de organizaciones de caridad y conocía a un tío que trabajaba en la rama de la Verdad Eterna en América Central. Por desgracia, sus esfuerzos cayeron en saco roto, de modo que seguí estancada en el mismo sitio.
—Deberías pedirle ayuda a Nick —me aconsejó Destiny el viernes después de salir del trabajo—. Es el tipo de problema que mejor resuelve, porque conoce a todo el mundo. Y no le da reparo pedir favores. Si no me equivoco, creo que la empresa tiene un par de contratos con esa iglesia.
Estábamos tomándonos unas copas en el apartamento que compartía con su prometido, Hardy Cates. Destiny había preparado una jarra de sangría con vino blanco afrutado, trozos de melocotón, naranja y mango, aderezada con un generoso chorro de licor de melocotón.
El apartamento tenía tres dormitorios y uno de sus muros laterales estaba formado por un ventanal desde el que se admiraba una panorámica de Houston. Estaba decorado con tonos neutros y los muebles eran piezas grandes, tapizadas con cuero y telas de gran calidad.
Sólo había visto ese tipo de apartamento en las series de televisión y en las películas. El placer que me producía estar en un sitio tan bonito me resultaba un tanto incómodo. Y no porque tuviera prejuicios o envidia. Más bien porque tenía muy claro que mi presencia en ese ambiente era temporal y no quería acostumbrarme. Aunque nunca me había considerado una persona ambiciosa, estaba descubriendo el terrible magnetismo del lujo. Sonreí para mis adentros al llegar a la conclusión de que necesitaba a Joe para volver a ajustar mis prioridades.
Jerry estaba tumbado boca abajo en el suelo, sobre una mantita. Fascinada, lo observé levantar brevemente la cabeza. Cada día que pasaba estaba más espabilado y se fijaba más en todo lo que había a su alrededor. Me daba la impresión de que iba cambiando a ojos vista. Sabía que sus avances eran normales entre los bebés de su edad y que la mayoría de la gente me diría que era un niño como cualquier otro... pero para mí era asombroso. Y quería muchas cosas para él. Quería que disfrutara de todas las ventajas; el problema era que había llegado al mundo con más de una carencia. No tenía familia, ni casa, ni siquiera una madre.
Le di unas palmaditas sobre el pañal y medité sobre lo que Destiny me había dicho de Nick.
—Sé que podría ayudarme —dije convencida—. Pero prefiero no involucrarlo. Nick ya nos ha ayudado bastante a Jerry y a mí.
Destiny se acercó con su vaso de sangría en la mano y se sentó en el suelo a nuestro lado.
—Estoy segura de que no le importaría. Le gustas, ______.
—Le gustan todas las mujeres.
Mi comentario le arrancó una sonrisa torcida.
—No voy a discutírtelo. Pero tú eres distinta a todas esas lagartas de rodeo con las que suele salir.
Volví la cabeza para mirarla y abrí la boca para protestar.
—Ya sé que no estás con él —se apresuró a decirme—, pero salta a la vista que hay cierto interés. Al menos por su parte.
—¿De verdad? —Me esforcé por hablar con voz tranquila y sin que mi expresión me delatara—. No me he dado cuenta. En fin, ya sé que Nick se ha portado muy bien al ayudarme con lo del apartamento... pero sabe perfectamente que volveré con Joe y que no estoy disponible, y... ¿qué es una lagarta de rodeo?
Destiny sonrió.
—Antes eran las mujeres que pululaban alrededor de los participantes de los rodeos para ver si le echaban el lazo a alguno. Hoy en día, el término se aplica a las caza-fortunas que van detrás de los abueletes forrados.
—Yo no soy ninguna caza-fortunas.
—No, tú les das consejos en tu columna. Les dices que sean independientes y que reflexionen acerca de cuáles son sus verdaderas prioridades.
—La gente debería hacerme caso —dije, y Destiny soltó una estruendosa carcajada al tiempo que levantaba el vaso a modo de brindis.
Brindé con ella y bebí un sorbo de sangría.
—Bebe todo lo que quieras, por cierto —me ofreció—, Hardy ni siquiera va a probarla. Dice que sólo catará las bebidas afrutadas cuando estemos en una playa tropical y no nos vea nadie.
—¿Qué les pasa a los tíos de Tejas? —pregunté, desconcertada.
Destiny sonrió.
—No lo sé. Una de mis amigas de la universidad estuvo aquí hace poco, es de Massachusetts, y juraba y perjuraba que los tejanos pertenecen a una subespecie.
—¿Le gustaron?
—No sabes cuánto. Sólo tenía una queja: que eran muy callados para su gusto.
—Es evidente que no sacó el tema de conversación adecuado —señalé, y Destiny rio entre dientes.
—Y que lo digas. La semana pasada escuché a Hardy y a Nick discutir sobre todas las formas posibles que existen para encender fuego sin usar cerillas. Descubrieron siete.
—Ocho —matizó una voz ronca desde la puerta.
Me volví y vi a un hombre entrar en el apartamento. Hardy Cates tenía la complexión musculosa y ágil del los trabajadores de una plataforma petrolífera, más una sobredosis de atractivo sexual y los ojos más azules que había visto en la vida. Su color de pelo no era tan negro como el de Nick, sino que tenía reflejos castaños. Después de soltar un abultado maletín de cuero en el suelo, se acercó a Destiny.
—Al final nos acordamos de que se puede pulir el culo de una lata de Coca-Cola utilizando pasta de dientes —siguió— y usarlo para conseguir un reflejo que prenda la hojarasca.
—Pues que sean ocho —concedió Destiny entre risas al tiempo que levantaba la cara para recibir un beso. Cuando Hardy se enderezó, le dijo—: Hardy, te presento a _______. Es la chica que se ha instalado en mi apartamento.
Hardy se inclinó con el brazo extendido para saludarme.
—Encantado de conocerte, _______. —Su sonrisa se ensanchó en cuanto vio a Jerry—. ¿Qué tiempo tiene?
—Unas tres semanas.
Miró al bebé con satisfacción.
—Un chico muy guapo. —Se aflojó la corbata mientras le echaba un vistazo a la jarra de líquido claro que había sobre la mesa—. ¿Qué estáis bebiendo?
—Sangría. —Destiny sonrió al ver la cara que ponía—. Hay cerveza en el frigorífico.
—Gracias. Pero esta noche necesito algo más fuerte.
Destiny observó alarmada a su prometido, que se marchó hacia la cocina. Aunque Hardy parecía relajado, la pareja debía de estar muy compenetrada, porque Destiny percibía su malestar y puso cara de preocupación. Se levantó para acercarse a él.
—¿Qué pasa? —le preguntó mientras Hardy se servía un vaso de Nick Daniel's.
Él suspiró.
—La he tenido hoy con Roy. —Me miró antes de explicar—: Uno de mis socios. —Miró de nuevo a Destiny—. Ha estado analizando las muestras extraídas de un antiguo pozo, y cree que vamos a dar con algo bueno si seguimos perforando. Pero la calidad de las muestras indica que, aunque encontremos una buena reserva, la inversión no merecerá la pena.
—¿Y Roy no está de acuerdo? —preguntó Destiny.
Hardy negó con la cabeza.
—Quiere que los cheques sigan llegando. Pero ya le he dicho que se cierra el puto grifo hasta que... —Guardó silencio y me miró con una sonrisa de disculpa—. Perdona, _______. Se me va la lengua cuando me paso el día con los chicos.
—Tranquilo —le dije.
Destiny le pasó la mano por el brazo después de que él se bebiera el bourbon de un trago.
—Roy no debería discutir contigo a estas alturas —murmuró—. Tu olfato para encontrar petróleo es casi legendario.
Hardy soltó el vaso y la miró con una sonrisa tristona.
—Lo mismo dice de mi ego.
—Siempre salta un cojo. —Se acercó a él—. ¿Necesitas un abrazo?
Me incliné sobre Jerry y comencé a jugar con él, intentando pasar por alto lo que se estaba convirtiendo en un momento íntimo.
Escuché a Hardy decir en voz baja algo del estilo de que luego le diría lo que necesitaba, a lo que siguió un absoluto silencio. Los miré de reojo y vi que se estaban besando. Así que volví la cabeza al instante hacia Jerry. Deberían quedarse a solas.
Cuando regresaron al salón, comencé a recoger las cosas de Jerry y a meterlas en el bolso de los pañales.
—Hora de irnos —dije con voz alegre—. Destiny, es la mejor sangría que he...
—¡Quédate a cenar! —exclamó ella—. He preparado un montón de pollo en escabeche, es una ensalada mediterránea. Y además, tenemos tapas, aceitunas y queso manchego.
—Es una estupenda cocinera —señaló Hardy al tiempo que le pasaba un brazo por la cintura y la pegaba a él—. Como no te quedes, tendré que beberme la dichosa sangría con ella.
Los miré sin decidirme.
—¿Seguro que no queréis quedaros solos?
—No nos quedaremos solos aunque te vayas —contestó Hardy—. Nick está a punto de llegar.
—¿Ah, sí? —preguntamos Destiny y yo a la vez.
Sentí una repentina punzada de ansiedad.
—Sí, me lo he encontrado en el vestíbulo y le he dicho que subiera a tomarse una cerveza. Está muy contento. Acaba de hablar con un abogado experto en urbanismo y le ha dado muchas esperanzas sobre el proyecto de construcción en la propiedad de McKinney Street.
—¿Han conseguido sortear los obstáculos? —preguntó Destiny.
—Eso le ha dicho el abogado.
—Le dije a Nick que no se preocupara. Las leyes urbanísticas en Houston son un mito. No existen. —Me lanzó una mirada alentadora—. ______, será la oportunidad perfecta. Puedes hablarle a Nick sobre lo de la Confraternidad de la Verdad Eterna.
—¿Quieres llevar a Nick a la iglesia? —me preguntó Hardy con fingida seriedad—. Caerá fulminado por un rayo en cuanto traspase el umbral.
Destiny le sonrió.
—Comparado contigo, Nick es un monaguillo.
—Puesto que es tu hermano mayor —replicó él con amabilidad—, dejaré que conserves tus falsas ilusiones.
En ese momento, sonó el timbre y Destiny fue a abrir. Me molestó comprobar que se me aceleraba el pulso. El beso no significaba nada, me dije. El roce de nuestros cuerpos no había significado nada. La ternura del momento, la pasión...
—Hola, jefe. —Destiny se puso de puntillas para darle un abrazo a su hermano.
—Sólo me llamas «jefe» cuando quieres algo —replicó Nick mientras la seguía hacia el interior del apartamento. En cuanto me vio, se detuvo con una expresión inescrutable. Debía de haber pasado por su apartamento para cambiarse de ropa, porque llevaba unos vaqueros desgastados y una camiseta de manga corta recién planchada cuya blancura resultaba cegadora en contraste con su piel morena. Exudaba una combinación irresistible de vitalidad, confianza y masculinidad, como un cóctel con la cantidad exacta de cada ingrediente—. Hola, ______ —susurró al tiempo que me saludaba con una inclinación de cabeza.
—Hola —repliqué con un hilo de voz.
—_______ y tú os quedáis a cenar —le informó Destiny.
Nick la miró alarmado antes de volver la cabeza hacia mí.
—¿Ah, sí?
Asentí con la cabeza y cogí el vaso de sangría con éxito; toda una hazaña, porque no lo volqué por los pelos.
Nick se sentó a mi lado en el suelo y cogió a Jerry para acunarlo contra su pecho.
—Hola, chiquitín. —Jerry lo miró fijamente mientras él jugueteaba con sus deditos—. ¿Cómo va la cuna? —me preguntó sin dejar de mirarlo.
—Genial. Es muy resistente.
En ese momento, me miró a la cara. Estábamos muy cerca. Sus ojos eran de un sorprendente color castaño, como el del brandi mezclado con alguna especia exótica.
«Necesitas un desafío», me había dicho y lo encontré ahí mismo. En su mirada. Acompañado de la promesa de que no sólo iba a perder, sino que me lo iba a pasar en grande durante el proceso.
—________ tiene un problema que esperamos que nos ayudes a resolver —dijo Destiny desde la cocina al tiempo que abría el frigorífico.
Nick me miró fijamente y esbozó una sonrisa torcida.
—¿Qué problema tienes, ______?
—Nick, ¿te apetece una cerveza? —preguntó Hardy.
—Sí —contestó él—. En botella, con limón si tenéis.
—Estoy intentando concertar una cita con Mark Gottler —dije—. Para hablar con él sobre mi hermana.
La expresión de Nick se suavizó.
—¿Está bien?
—Sí, pero no creo que esté haciendo nada para asegurar sus intereses ni los de Jerry. Tengo que hablar con Gottler y dejarle claras unas cuantas cosas. Si piensa que pagando la estancia de Rachel en la clínica ya puede lavarse las manos con lo demás, va listo. Tendrá que hacer lo correcto con mi hermana y con Jerry.
Nick dejó a Jerry en la manta y cogió un conejito que comenzó a agitar sobre el niño, haciéndole mover las piernas de alegría.
—Así que quieres que te ayude a entrar —concluyó.
—Sí. Tengo que ver a Gottler en privado.
—Puedo concertar una cita, pero tendré que meterte...
—¡No pienso dejar que me metas nada aunque sea para ver a Gottler! —lo interrumpí indignada, sin acabar de creer lo que acababa de soltarle delante de su propia hermana.
—Tendré que meterte con alguna excusa. No me has dejado terminar, _______.
—Ah —dije, arrepentida—. Te refieres a que tendré que acompañarte.
Nick asintió con la cabeza mientras me miraba con sorna.
—Pensaré algún motivo para concertar una entrevista a la que pueda llevarte conmigo. Nada de sexo. Aunque si quieres agradecérmelo...
—No de esa forma. —Sin embargo, no pude evitar sonreír, ya que nunca había conocido a un hombre que pudiera ser tan sexy con un conejito de goma en la mano.
Nick siguió la dirección de mi mirada hasta el muñeco.
—Hay que ver los juguetes que le compras... Esto no es para niños.
—Le gusta —protesté—. ¿Qué tienen de malo los conejitos de goma?
Destiny se sentó en un diván cercano y sonrió con tristeza.
—Kevin es igualito —dijo—. Tiene las ideas clarísimas con respecto a lo que es apropiado para los niños y para las niñas. Aunque no creo que se quejara por el conejito, Nick.
—Tiene un lazo en el rabo —señaló él con seriedad. Sin embargo, siguió jugando con el conejito, al que hizo saltar sobre el pecho de Jerry antes de pasárselo por la cara.
Destiny y yo nos reímos al ver la expresión hipnotizada del bebé.
—Qué diferente tratamos las mujeres y los hombres a los niños —comentó Haven—. Kevin juega con Matthew haciendo un poco el bruto, lo tira por los aires, le da sustos y al niño le encanta. Supongo que por eso es bueno tener padre y m... —Se interrumpió y se puso colorada al recordar, demasiado tarde, que Jerry no tenía una figura paterna—. Lo siento, _______.
—No pasa nada —le aseguré de inmediato—. Jerry pasará un tiempo sin contar con una influencia masculina, está claro. Pero espero que mi hermana acabe por conocer en algún momento a un buen hombre para que mi sobrino pueda tener un padrastro.
—Jerry estará bien —nos aseguró Nick al tiempo que detenía los movimientos del conejito, ya que Jerry le había agarrado una oreja—. Nuestro padre no estaba nunca cerca, la verdad. Y cuando estaba, lo que queríamos era que se fuera. Se puede decir que prácticamente crecimos sin padre.
—Y mira lo bien que hemos salido —apostilló Destiny. Se miraron el uno al otro y se echaron a reír como si acabara de decir una tontería.
La cena fue muy relajada, y todos nos turnamos para coger a Jerry. Destiny me llenó el vaso de sangría varias veces, hasta que noté que estaba un poco achispada. Me reí como hacía semanas que no lo hacía. Meses. Sin embargo, me pregunté qué podía significar el hecho de pasármelo bien en la compañía de unas personas tan distintas a Joe y mis amigos de Austin.
Estaba segura de que Joe encontraría un sinfín de defectos dignos de crítica tanto en Hardy como en Nick, y en sus tejemanejes a la hora de salirse con la suya en los negocios. Eran mayores que los hombres a los que estaba acostumbrada a tratar, mucho más cínicos, y posiblemente se lanzaran sin contemplaciones a la hora de conseguir lo que querían. Eso sí, de todas formas, eran simpatiquísimos.
Ahí estaba el problema, concluí. Su simpatía y su amabilidad impedían ver lo que eran en realidad. El tipo de hombre capaz de controlar a una mujer, de llevarla de compromiso en compromiso y, para colmo, de convencerla de que lo hacía encantada de la vida. Hasta que descubría el error que había cometido cuando ya había caído en la trampa. Lo que me dejó pasmada fue el hecho de que, a pesar de saberlo, me sintiera tan atraída por un hombre como Nick Jonas.
Me senté a su lado en uno de los comodísimos sofás de terciopelo e intenté identificar el sentimiento que me invadía poco a poco. Al final, comprendí que se trataba de relajación. Nunca había sido una persona especialmente tranquila, siempre estaba tensa y a la espera de la siguiente crisis. Sin embargo, esa noche me sentía muy a gusto. Tal vez porque estaba en una situación en la que ni tenía que protegerme ni me sentía en la necesidad de demostrar nada. O tal vez fuera el efecto de tener en brazos a un bebé dormido y de sentir su calorcito.
Me acomodé con Jerry en el sofá y de repente noté la tibieza del cuerpo de Nick a mi lado. Había extendido un brazo sobre el respaldo. Cerré los ojos y me permití apoyar la cabeza sobre su hombro un momento. El me acarició la cara y el pelo.
—¿Qué le has echado a esa dichosa sangría, Destiny? —lo escuché preguntar con guasa.
—Nada —respondió su hermana a la defensiva—. Vino blanco en su mayor parte. Yo he bebido tanto como _______ y estoy bien.
—Yo también lo estoy —protesté, abriendo los ojos—. Sólo estoy un p... —Guardé silencio porque me estaba costando la misma vida formar las palabras. Tenía la lengua como si fuera de trapo—. Un poco cansada.
—________, guapa... —dijo Nick a punto de echarse a reír al tiempo que me acariciaba el pelo.
Sus dedos comenzaron a masajearme el cuero cabelludo con suavidad. Cerré los ojos otra vez y me quedé quietecita con la esperanza de que no se detuviera.
—¿Qué hora es? —pregunté al tiempo que bostezaba.
—Las ocho y media.
Escuché que Destiny preguntaba:
—¿Hago café?
—No —contestó su hermano antes de que yo pudiera hacerlo.
—El alcohol puede darte fuerte si estás cansado —comenzó Hardy como si se compadeciera de mí—. Nos pasaba mucho en la plataforma. Un par de semanas trabajando en el turno de noche te dejaban tan hecho polvo que una cerveza te tumbaba de espaldas.
—Todavía no estoy acostumbrada a los horarios de Jerry —les expliqué, frotándome los ojos—. No es muy dormilón que digamos. Ni siquiera para ser un bebé.
—________ —dijo Rachel con cara de preocupación—, tenemos un dormitorio de sobra. ¿Por qué no te quedas aquí esta noche? Yo cuidaré a Jerry para que puedas descansar.
—No. Uf, sería genial, eres muy... pero estoy bien. Sólo necesito... —Me detuve para bostezar y se me olvidó lo que estaba diciendo—. Necesito encontrar el ascensor —dije con voz distraída.
Destiny se acercó a mí y me quitó a Jerry de los brazos.
—Lo dejaré en la sillita.
En ese momento, deseé poder disfrutar de otros cinco minutos de descanso sobre Nick. Los músculos que ocultaba su camiseta eran la almohada perfecta sobre la que apoyar la mejilla.
—Un poco... —balbucí y me dejé llevar. Solté un suspiro y seguí escuchando a lo lejos la conversación que mantuvieron los demás.
—... es duro lo que está haciendo —dijo Destiny—. Hacer un paréntesis en tu vida...
—¿Qué le pasa a ese tío de Austin? —preguntó Hardy.
—No tiene lo que hay que tener —contestó Nick con un tono de voz evidentemente desdeñoso.
Aunque quise decir algo en defensa de Joe, estaba demasiado agotada como para emitir sonido alguno. A partir de ese momento, o bien me quedé dormida del todo o bien dejaron de hablar un rato, porque no escuché nada durante un tiempo.
—________ —escuché por fin, y meneé la cabeza, irritada. Estaba tan cómoda que quería que me dejaran tranquila—. _______. —Sentí algo suave y cálido contra la mejilla—. Voy a llevarte a tu apartamento.
Me sentí muy avergonzada al comprender que me había quedado frita delante de los tres y que prácticamente estaba sentada en el regazo de Nick.
—Vale. Sí. Lo siento. —Me incorporé como pude e intenté ponerme en pie.
Nick se acercó para sujetarme.
—Estás un poco borracha.
Colorada y medio dormida, lo miré con el ceño fruncido.
—No he bebido tanto.
—Ya lo sabemos —intervino Destiny con voz apaciguadora al tiempo que le lanzaba una mirada de advertencia a su hermano—. Habló el sonámbulo. Recuerda que eres la última persona que debería burlarse de ella.
Nick sonrió y me explicó:
—Me levanto a las siete todos los días, pero no me despierto hasta las doce más o menos. —Tenía uno de los brazos sobre mis hombros—. Vamos, ojos azules. Te ayudaré a llegar al ascensor.
—¿Dónde está Jerry?
—Acabo de darle el biberón y de cambiarle el pañal —contestó Destiny.
Hardy levantó la sillita y se la pasó a Nick, que la cogió con la mano libre.
—Gracias. —Miré a Destiny con cara de angustia mientras me pasaba el bolso de los pañales—. Lo siento.
—¿Por qué?
—Por haberme quedado dormida así.
Destiny sonrió y se acercó para abrazarme.
—No tienes que disculparte por nada. ¿Qué importancia tiene un episodio de narcolepsia entre amigos? —Sentí la cercanía de su cuerpo, delgado pero fuerte, mientras me daba unas palmaditas en la espalda. El gesto me sorprendió por su naturalidad y por su calidez. Le devolví el abrazo con torpeza—. Ésta me gusta, Nick —la escuché decir por encima de mi hombro.
Nick no contestó. Se limitó a empujarme suavemente en dirección al pasillo.
Eché a andar a trompicones, ya que apenas veía de lo cansada que estaba, y no paré de tropezar. Me costó un esfuerzo horrible poner un pie delante del otro.
—No sé por qué estoy tan cansada esta noche —dije—. Supongo que al final esto me está pasando factura. —Sentí la mano de Nick en la espalda, instándome a continuar caminando. Decidí que debía hablar para mantenerme despierta—. Ya sabes, cansancio acup... a...
—¿Acumulado?
—Sí. —Agité la cabeza para despejarme—. Te acarrea problemas de memoria y te sube la tensión. Es un factor de riesgo en el trabajo. Menos mal que el mío no es peligroso. A menos que me quede dormida y me dé un golpe con el teclado en la cabeza. Si alguna vez veo que llevo tatuado en la frente ASDFG ya sabes lo que me ha pasado.
—Ya hemos llegado —dijo Nick al tiempo que me hacía entrar en el ascensor.
Entrecerré los ojos para mirar la hilera de botones y extendí el brazo para pulsar el correcto.
—No —me detuvo él con paciencia—. Ése es el nueve. Pulsa el que está justo al revés.
—Están todos al revés —protesté, aunque al final conseguí localizar el seis. Me coloqué en un rincón y me abracé por la cintura—. ¿Por qué ha dicho Destiny: «Ésta me gusta»?
—¿Por qué no ibas a gustarle?
—Es que... Si te dice eso, está sugiriendo... —intenté razonar a pesar de que mis neuronas no andaban muy finas—, algo.
Nick rio entre dientes.
—No intentes pensar ahora, ______. Déjalo para luego.
Me pareció una idea estupenda.
—Vale.
La puerta del ascensor se abrió y salí dando tumbos con Nick a la zaga.
Más por suerte que por coordinación, logré introducir la combinación correcta en el teclado numérico de mi puerta, abrí y entramos.
—Tengo que hacer los biberones —dije, caminando hacia la cocina.
—Yo me encargo. Tú ponte el pijama.
Agradecida, me fui al dormitorio y me puse una camiseta de manga corta y los pantalones del pijama. Cuando terminé de lavarme la cara y de cepillarme los dientes, fui a la cocina. Nick ya había preparado los biberones, los había metido en el frigorífico y había acostado a Jerry en la cuna. Me sonrió al ver que me acercaba con cautela.
—Pareces una niña pequeña —susurró— con la cara lavada y reluciente. —Me tocó la cara con una mano y me acarició el párpado inferior, donde el cansancio había dejado su huella azulada—. Una niña cansada —añadió en voz baja.
Me puse colorada.
—No soy una niña.
—Ya lo sé. —Tiró de mí y sus brazos me resultaron cálidos y acogedores cuando me rodearon—. Eres una mujer fuerte e inteligente. Pero incluso las mujeres fuertes necesitan ayuda, _______. Estás agotada. Sí, ya sé que no te gusta que te den consejos, que lo tuyo es darlos. Pero me da exactamente igual. Necesitas hacer planes a largo plazo con respecto a Jerry.
Me sorprendió ver que era capaz de replicar de forma coherente:
—Esta situación no se alargará mucho.
—Eso no lo sabes seguro. Más que nada porque depende de Rachel.
—Sé que la gente puede cambiar.
—La gente puede cambiar sus hábitos. Pero no su esencia. —Comenzó a acariciarme los hombros y la espalda, y a masajearme los doloridos músculos del cuello. La placentera presión me arrancó un gemido—. Espero de verdad que Rachel sea capaz de resolver sus problemas y se convierta en una madre medio decente para que te quite este marrón de encima. Pero yo no apostaría por ella. Creo que esta situación es más permanente de lo que te gustaría. Te has convertido en madre de la noche a la mañana, aunque no estuvieras preparada para hacerlo. Vas a acabar quemada si no te cuidas. Necesitas dormir cuando el bebé descanse. Necesitas encontrar una guardería, una niñera, una canguro... lo que sea.
—No voy a quedarme aquí tanto tiempo. Rachel vendrá a por él y yo volveré a Austin.
—¿Para qué? ¿Vas a volver con un tío que te deja tirada cuando más lo necesitas? ¿Qué está haciendo Joe ahora mismo que sea más importante que ayudarte? ¿Luchando por los derechos de algún helecho en peligro de extinción?
Me tensé y lo aparté de un empujón, ya que la furia acababa de espabilarme de golpe,
—No tienes derecho a juzgar a Joe ni tampoco a juzgar la relación que mantengo con él.
Nick soltó un resoplido burlón.
—Tu relación con él, si se puede llamar así, acabó en cuanto te dijo que no llevaras el bebé a Austin. ¿Sabes lo que tendría que haberte dicho? «Joder, sí, ______, te apoyaré decidas lo que decidas. La vida es una mierda a veces. Pero ya saldremos de ésta. Ven a casa y descansa.»
—Es imposible que Joe pudiera hacer frente a esta situación porque tiene que estar volcado en su trabajo. Además, no sabes la cantidad de causas por las que luchan, el número de personas a las que ayudan...
—Su mujer debería ser su causa prioritaria.
—Déjate de frases hechas. Y deja de meterte con Joe. ¿Cuándo has puesto tú los intereses de una mujer por encima de todo lo demás?
—Precisamente ahora voy a ponerte a ti encima de todo lo demás, preciosa.
La frase podría interpretarse de unas cuantas formas diferentes, pero el brillo de sus ojos le dio un matiz inequívocamente soez. Perdí el hilo de mis pensamientos y se me aceleró el pulso. No era justo que se aprovechara de mí cuando estaba en ese estado de fatiga. Sin embargo, en la escala de prioridades de Nick Jonas, la justicia quedaba muy por debajo del sexo. Y el sexo nos traía de cabeza a los dos. Desde el principio. Era imposible que lo pasáramos por alto.
Me descubrí rodeando la mesita del sofá como si fuera una virgen ofendida recién salida de un melodrama Victoriano.
—Nick, éste no es un buen momento. Estoy muy cansada y no puedo pensar.
—Por eso es el mejor momento. Si estuvieras descansada y sobria, sería imposible discutir contigo.
—No hago las cosas de forma impulsiva, Nick. No... —Dejé la frase en el aire y jadeé en cuanto lo vi alargar el brazo para agarrarme la muñeca—. Suéltame. —Mi voz no sonó en absoluto autoritaria.
—¿Con cuántos hombres has estado, ______? —me preguntó en voz baja, al tiempo que tiraba de mí para que rodeara la mesita.
—No creo que haya que ir por ahí contándoles a los demás el número de personas con las que nos hemos acostado. De hecho, escribí una columna una vez sobre...
—¿Uno, dos? —me interrumpió mientras me acercaba a él.
Yo no paraba de temblar.
—Uno y medio.
A sus labios asomó una sonrisa.
—¿Es posible acostarse con medio tío?
—Estábamos en el instituto. En plena época de los descubrimientos. Tenía pensado llegar hasta el final con él, pero antes de que alcanzáramos ese punto, una tarde lo pillé en la cama con mi madre al llegar a casa.
Nick soltó un gruñido compasivo y tiró de mí para abrazarme. Su proximidad me resultaba tan segura y protectora que me resultó imposible resistirme.
—Ya lo he superado —le aseguré.
—Vale. —Siguió abrazándome.
—El sexo con Joe siempre ha sido genial. Nunca he sentido la necesidad de buscar nada en otro sitio.
—Vale.
—En realidad, no es un tema que me obsesione.
—Claro.
Me estrechó con fuerza contra su cuerpo y al final no me quedó otra opción que apoyar la cabeza en su hombro. Me relajé poco a poco. El dormitorio estaba tan silencioso que sólo se oían su respiración y la mía, además del zumbido del aire acondicionado.
¡Por Dios, qué bien olía!
No quería que pasara nada de lo que estaba pasando. Era como estar sentada en una montaña rusa, con las barras de seguridad en su sitio, a la espera de que comenzara el espantoso recorrido. Caídas que desafiaban a la muerte. Hematomas producidos por la fuerza de la gravedad...
—¿Alguna vez te has preguntado cómo sería si lo hicieras con otro? —me preguntó Nick en voz baja.
—No.
Sentí sus labios en el pelo.
—¿Nunca te has dejado llevar por un impulso y has dicho «¡Qué coño!» antes de lanzarte?
—No me dejo llevar por los impulsos.
—Pues éste es el momento de hacerlo, ______.
Sus labios buscaron los míos y los siguieron con insistencia al ver que intentaba alejarme de ellos. Me colocó una mano en la nuca y sentí la fuerte presión de sus dedos. Me recorrió una descarga que me aceleró el corazón y me puso a mil. Empezó a besarme de forma indecente, con besos largos, húmedos y ardientes. El roce áspero de su mentón me arrancó un jadeo, al igual que lo hizo el de su lengua.
Sin ser consciente de lo que hacía, busqué sus manos, una estaba en mi nuca y la otra en mi cintura, y lo agarré con fuerza por las muñecas. Mis uñas encontraron la dureza de sus músculos. En realidad, no tenía muy claro si intentaba apartarlo de mí o acercarlo más. Él siguió besándome, explorando mi boca con pericia y sin miramientos. Le solté las muñecas y me apoyé en ese cuerpo tan seductor. Nunca había experimentado un vínculo tan terrenal, tan pasional, que borraba la noción del tiempo y del espacio. Sólo existía el deseo. La pasión.
Nick me colocó una mano en el trasero y presionó para que sintiera la dureza de su erección. Comencé a jadear y a arquear el cuerpo para mantenerme en el sitio preciso. Sus besos se ralentizaron, como si estuviera bebiendo los gemidos que escapaban de mi garganta. Me tensé a medida que las sensaciones se acumulaban cuando su mano me instó a mover las caderas siguiendo el ritmo que él imponía. Nada me había parecido nunca tan delicioso como sus besos y la presión de esa mano que seguía pegándome a él mientras nuestras caderas se frotaban con una lenta cadencia.
La tensión se convirtió en la promesa de una fuerza arrolladora, y me vi asaltada por un espasmo incontrolado y brutal que supe que sería la causa de una horrorosa humillación si me dejaba llevar. Y todo por un beso y un abrazo, completamente vestidos.
«Ni de coña», pensé alarmada, al tiempo que me apartaba de su boca.
—Espera —le dije con dificultad mientras lo agarraba de la camisa. Mi cuerpo palpitaba de la cabeza a los pies. Sentía los labios hinchados—. Tengo que parar ahora mismo.
Nick me miró con los ojos entrecerrados. Tenía los pómulos y la nariz sonrosados.
—Todavía no —replicó con voz ronca—. Estamos llegando a la mejor parte.
Y antes de que yo pudiera protestar, volvió a besarme. En esa ocasión, con un ritmo insistente y mientras sus caderas se frotaban contra mí con toda premeditación. Me estaba obligando, tentando, seduciendo para que disfrutara del momento.
El placer que me proporcionaban sus besos y el sensual ritmo de sus caderas se acumuló en un lugar muy concreto. Di un respingo y solté un gritito. La sensación fue tan intensa que se me desbocó el corazón. Entre espasmos, me aferré con fuerza a su camisa. Nick prolongó el placer todo lo posible y siguió moviéndose lentamente hasta que mi cuerpo se relajó, derretido por las ardientes sensaciones. Casi sin fuerzas, me apoyé en él.
—No, no. ¡Dios! —gimoteé—. No deberías haber hecho eso.
Nick me mordisqueó la barbilla, una de mis acaloradas mejillas y la delicada piel del cuello.
—No pasa nada —susurró—. Tranquila, ______.
Guardamos silencio, a la espera de que yo recobrara el aliento. Puesto que estábamos pegados el uno al otro, era imposible no reparar en que seguía excitado. ¿Cuál era el protocolo a seguir en esos casos? Me tocaba corresponderle, ¿no?
—Que digo yo... —titubeé al cabo de un rato—, que debería hacer algo por ti.
Los ojos oscuros de Nick chispearon al mirarme.
—No hace falta. Ha sido un regalo de mi parte.
—Pero no es justo para ti.
—Descansa un poco. Ya me dirás en otro momento qué tienes en el menú.
Lo miré con inseguridad y me pregunté qué esperaría de mí. Mi vida sexual con Joe era normal y corriente, pero nunca habíamos explorado lo que cualquier otro llamaría «territorio exótico».
—Mi menú es bastante limitado.
—Teniendo en cuenta lo mucho que me ha gustado el aperitivo, no creo que vaya a quejarme. —Me soltó con cuidado, aunque mantuvo una mano sobre uno de mis hombros para ayudarme a guardar el equilibrio—. ¿Quieres que te lleve a la cama? —Su voz era burlona y tierna—. ¿Y que te arrope?
Negué con la cabeza.
—Pues hala, vete tú solita —murmuró antes de darme una palmadita en el culo.
Lo seguí con la mirada mientras salía del apartamento. Me daba vueltas la cabeza, estaba alucinada y me sentía muy culpable. Me mordí el labio para no pedirle que volviera.
Después de echarle un vistazo a Jerry, que estaba dormido como un tronco, entré en el dormitorio y me metí en la cama casi a rastras. Tendida en la oscuridad, mi maltrecha conciencia salió de la trinchera donde se había escondido y agitó una banderita blanca.
Caí en la cuenta de que no había hablado con Joe la noche anterior, ni tampoco esa noche. Los hábitos cotidianos de mi día a día comenzaban a desvanecerse como una calcomanía.
«Estoy metida en un lío, Joe. Creo que voy a meter la pata. Y me parece que no voy a poder evitarlo. Me estoy desviando del camino. Déjame volver a casa.»
Si no hubiera estado tan cansada, habría llamado a Joe. Pero sabía que no era capaz de hablar de forma coherente. Además, en un rincón dolorido y recalcitrante de mi corazón, deseaba que me llamara él.
Pero el teléfono no sonó. Y cuando me quedé dormida, Joe no apareció en mis sueños.

Espero les guste
Besitos

Con amor,

Niinny Jonas
NiinnyJonas
NiinnyJonas


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