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|メ| Cazadores de Sombras I: Ciudad de Hueso. |メ|
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Re: |メ| Cazadores de Sombras I: Ciudad de Hueso. |メ|
Capitulo Cuatro (Parte II) : Rapiñador.
A través de sus párpados se abría paso una luz azul, blanca y roja. Se oía un agudo gemido, que se tornaba cada vez más agudo, como el grito de un niño aterrado. Clary tomó aire y abrió los ojos.
Estaba tumbada sobre una hierba fría y húmeda. El cielo nocturno ondulaba en lo alto, el brillo peltre de las estrellas desteñido por las luces de la ciudad. Jace estaba arrodillado a su lado, con los brazaletes de plata de las muñecas lanzando destellos luminosos, mientras rompía a tiras el trozo de tela que sostenía.
-No te muevas.
El lamento amenazaba con partirle los oídos, así que Clary volvió la cabeza lateralmente, desobediente, y fue recompensada con una cortante punzada de dolor que le descendió veloz por la espalda. Estaba tendida sobre un trozo de césped, detrás de los cuidados rosales de Jocelyn.
El follaje le ocultaba en parte la visión de la calle, donde un coche de policía, con la barra de luz azul y blanca centelleando, se hallaba detenido sobre el bordillo, haciendo sonar la sirena. Un pequeño grupo de vecinos se había reunido ya, mirando con atención mientras la portezuela del coche se abría y dos oficiales en uniforme azul descendían de él.
La policía. Intentó incorporarse y volvió a sentir arcadas, los dedos se le contrajeron sobre la tierra húmeda.
-Te dije que no te movieras –siseó Jace-. Ese demonio rapiñador te alcanzó en la parte posterior del cuello. Estaba medio muerto, de modo que no fue un gran picotazo, pero tenemos que llevarte al Instituto. Quédate quieta.
-Esa cosa…, el monstruo…, hablaba. –Clary temblaba sin poderse contener.
-Ya has oido hablar a un demonio antes.
Las manos de Jace se movían con delicadeza mientras le deslizaba la tira de tela bajo el cuello y la anudaba. Estaba embadurnada con algo ceroso, como el ungüento de jardinero que su madre usaba para mantener suaves las manos, maltratadas por la pintura y la trementina.
-El demonio del Pandemónium…parecía una persona.
-Era un demonio eidolon. Un cambiante. Los rapiñadores parecen lo que parecen. No son muy atractivos, pero son demasiado estúpidos para que les importe.
-Dijo que iba a comerme.
-Pero no lo hizo. Lo mataste. –Jace finalizó el nudo y se recostó.
Con gran alivio para Clary, el dolor en la parte posterior del cuello se había desvanecido. Se incorporó para sentarse.
-La policía está aquí. –Su voz era como el croar de una rana-. Deberíamos…
-no hay nada que puedan hacer. Probablemente alguien te oyó gritar y los llamó. Diez a uno a que esos no son auténticos agentes de policía. Los demonios saben cubrir sus huellas.
-Mi madre –dijo Clary, obligando a las palabras a salir a través de la garganta inflamada.
-Hay veneno de rapiñador circulando por tus venas justo en estos momentos. Estarás muerta en una hora si no vienes conmigo.
Se puso en pie y le tendió una mano. Ella la tomó, y él la levantó de un tirón.
-Vamos.
El mundo se ladeó. Jace le pasó una mano por la espalda, sosteniéndola. El muchacho olía a polvo, sangre y metal.
-¿Puedes andar?
-eso creo.
Clary echó una ojeada a través de los rosales llenos de flores. Vio cómo la policía ascendía por el camino. Uno de ellos, una mujer delgada, sostenía una linterna en una mano. Cuando la alzó, Clary vio que la mano estaba descarnada; era una mano esquelética terminada en afilados huesos en las puntas de los dedos.
-Su mano…
-Te dije que podían ser demonios. –Jace echó un vistazo a la parte trasera de la casa-. Tenemos que salir de aquí. ¿Podemos pasar por el callejón?
Clary negó con la cabeza.
-Está tapiado. No hay salida…
Sus palabras se disolvieron en un ataque de tos. Alzó una mano para taparse la boca, y cuando la apartó estaba roja. Lanzó un gemido.
Jace le agarró la muñeca y se la giró de modo que la parte blanca y vulnerable de la cara anterior del brazo quedara al descubierto bajo la luz de la luna. Tracerías de venas azules recorrían el interior de la piel, transportando sangre envenenada al corazón y al cerebro. Clary sintió que las rodillas se le doblaban. Jace tenía algo en la mano, algo afilado y plateado. Intentó retirar la mano, pero él la sujetaba con demasiada fuerza. Sintió un punzante beso sobre la piel. Cuando el muchacho la soltó, vio pintado un símbolo negro como los que le cubrían a él la piel, justo bajo el pliegue de la muñeca.
Parecía un conjunto de círculos que se solapaban.
-¿Qué se supone que hace eso?
-Te ocultará –respondió él-. Temporalmente.
Deslizó la cosa que Clary había creído que era un cuchillo dentro del cinturón. Era un largo cilindro luminoso, grueso como un dedo índice y que se estrechaba hasta terminar en punta.
-Mi estela –dijo él.
Clary no preguntó qué era eso. Estaba ocupada intentando no caerse. El suelo se balanceaba bajo sus pies.
-Jace –dijo, y se desplomó contra él.
Él la sujetó como si estuviera acostumbrado a sujetar a jovencitas que se desmayaban, como si lo hiciera todos los días. A lo mejor así era. La cogió en brazos, diciéndole algo al oído que sonó parecido a “Alianza”. Clary echó la cabeza atrás para mirarle, pero sólo vio las estrellas dando volteretas laterales en el cielo oscuro sobre su cabeza. Entonces desapareció el fondo de todas partes, y ni siquiera los brazos de Jace a su alrededor fueron suficientes para impedirle caer.
Estaba tumbada sobre una hierba fría y húmeda. El cielo nocturno ondulaba en lo alto, el brillo peltre de las estrellas desteñido por las luces de la ciudad. Jace estaba arrodillado a su lado, con los brazaletes de plata de las muñecas lanzando destellos luminosos, mientras rompía a tiras el trozo de tela que sostenía.
-No te muevas.
El lamento amenazaba con partirle los oídos, así que Clary volvió la cabeza lateralmente, desobediente, y fue recompensada con una cortante punzada de dolor que le descendió veloz por la espalda. Estaba tendida sobre un trozo de césped, detrás de los cuidados rosales de Jocelyn.
El follaje le ocultaba en parte la visión de la calle, donde un coche de policía, con la barra de luz azul y blanca centelleando, se hallaba detenido sobre el bordillo, haciendo sonar la sirena. Un pequeño grupo de vecinos se había reunido ya, mirando con atención mientras la portezuela del coche se abría y dos oficiales en uniforme azul descendían de él.
La policía. Intentó incorporarse y volvió a sentir arcadas, los dedos se le contrajeron sobre la tierra húmeda.
-Te dije que no te movieras –siseó Jace-. Ese demonio rapiñador te alcanzó en la parte posterior del cuello. Estaba medio muerto, de modo que no fue un gran picotazo, pero tenemos que llevarte al Instituto. Quédate quieta.
-Esa cosa…, el monstruo…, hablaba. –Clary temblaba sin poderse contener.
-Ya has oido hablar a un demonio antes.
Las manos de Jace se movían con delicadeza mientras le deslizaba la tira de tela bajo el cuello y la anudaba. Estaba embadurnada con algo ceroso, como el ungüento de jardinero que su madre usaba para mantener suaves las manos, maltratadas por la pintura y la trementina.
-El demonio del Pandemónium…parecía una persona.
-Era un demonio eidolon. Un cambiante. Los rapiñadores parecen lo que parecen. No son muy atractivos, pero son demasiado estúpidos para que les importe.
-Dijo que iba a comerme.
-Pero no lo hizo. Lo mataste. –Jace finalizó el nudo y se recostó.
Con gran alivio para Clary, el dolor en la parte posterior del cuello se había desvanecido. Se incorporó para sentarse.
-La policía está aquí. –Su voz era como el croar de una rana-. Deberíamos…
-no hay nada que puedan hacer. Probablemente alguien te oyó gritar y los llamó. Diez a uno a que esos no son auténticos agentes de policía. Los demonios saben cubrir sus huellas.
-Mi madre –dijo Clary, obligando a las palabras a salir a través de la garganta inflamada.
-Hay veneno de rapiñador circulando por tus venas justo en estos momentos. Estarás muerta en una hora si no vienes conmigo.
Se puso en pie y le tendió una mano. Ella la tomó, y él la levantó de un tirón.
-Vamos.
El mundo se ladeó. Jace le pasó una mano por la espalda, sosteniéndola. El muchacho olía a polvo, sangre y metal.
-¿Puedes andar?
-eso creo.
Clary echó una ojeada a través de los rosales llenos de flores. Vio cómo la policía ascendía por el camino. Uno de ellos, una mujer delgada, sostenía una linterna en una mano. Cuando la alzó, Clary vio que la mano estaba descarnada; era una mano esquelética terminada en afilados huesos en las puntas de los dedos.
-Su mano…
-Te dije que podían ser demonios. –Jace echó un vistazo a la parte trasera de la casa-. Tenemos que salir de aquí. ¿Podemos pasar por el callejón?
Clary negó con la cabeza.
-Está tapiado. No hay salida…
Sus palabras se disolvieron en un ataque de tos. Alzó una mano para taparse la boca, y cuando la apartó estaba roja. Lanzó un gemido.
Jace le agarró la muñeca y se la giró de modo que la parte blanca y vulnerable de la cara anterior del brazo quedara al descubierto bajo la luz de la luna. Tracerías de venas azules recorrían el interior de la piel, transportando sangre envenenada al corazón y al cerebro. Clary sintió que las rodillas se le doblaban. Jace tenía algo en la mano, algo afilado y plateado. Intentó retirar la mano, pero él la sujetaba con demasiada fuerza. Sintió un punzante beso sobre la piel. Cuando el muchacho la soltó, vio pintado un símbolo negro como los que le cubrían a él la piel, justo bajo el pliegue de la muñeca.
Parecía un conjunto de círculos que se solapaban.
-¿Qué se supone que hace eso?
-Te ocultará –respondió él-. Temporalmente.
Deslizó la cosa que Clary había creído que era un cuchillo dentro del cinturón. Era un largo cilindro luminoso, grueso como un dedo índice y que se estrechaba hasta terminar en punta.
-Mi estela –dijo él.
Clary no preguntó qué era eso. Estaba ocupada intentando no caerse. El suelo se balanceaba bajo sus pies.
-Jace –dijo, y se desplomó contra él.
Él la sujetó como si estuviera acostumbrado a sujetar a jovencitas que se desmayaban, como si lo hiciera todos los días. A lo mejor así era. La cogió en brazos, diciéndole algo al oído que sonó parecido a “Alianza”. Clary echó la cabeza atrás para mirarle, pero sólo vio las estrellas dando volteretas laterales en el cielo oscuro sobre su cabeza. Entonces desapareció el fondo de todas partes, y ni siquiera los brazos de Jace a su alrededor fueron suficientes para impedirle caer.
Última edición por Abbi. el Jue 26 Sep 2013, 3:10 am, editado 1 vez
Abbi.
Re: |メ| Cazadores de Sombras I: Ciudad de Hueso. |メ|
AHHH AMO ESTE LIBRO Y ME ALEGRO QUE LO ESTÉS SUBIENDO YA QUE TODOS DEBERÍAN LEERLO!! NO PUEDO ESPERAR A QUE SALGA COHF 67Y7H9EDUJWQ9EQW FALTA MUCHO TODAVÍA!! cassandra clare stop murdering my soul
Porquería
Re: |メ| Cazadores de Sombras I: Ciudad de Hueso. |メ|
ahhhhhhhhhhhhh!abigailrocio escribió:
Te moris si te cuento esto, pero, YO ME LLAMO IGUAL QUE VOS, OMG OMG.
esta genial
Gracias :D.
Te moris si te cuento esto, pero, YO ME LLAMO IGUAL QUE VOS, OMG OMG.
tU nombre es igual q el mio podriamos HaBer sido hermanas en un tiempo muy lejanoahhhhhhhhhh!:corre: :jojojo:
abigailrocio
Re: |メ| Cazadores de Sombras I: Ciudad de Hueso. |メ|
Porquería escribió:AHHH AMO ESTE LIBRO Y ME ALEGRO QUE LO ESTÉS SUBIENDO YA QUE TODOS DEBERÍAN LEERLO!! NO PUEDO ESPERAR A QUE SALGA COHF 67Y7H9EDUJWQ9EQW FALTA MUCHO TODAVÍA!! cassandra clare stop murdering my soul
TENÉIS TODA LA RAZÓN.
TODO EL SER HUMANO DEBERÍA CONOCERLO.
Yo también estoy esperando, no aguanto mas.
TODO EL SER HUMANO DEBERÍA CONOCERLO.
Yo también estoy esperando, no aguanto mas.
Abbi.
Re: |メ| Cazadores de Sombras I: Ciudad de Hueso. |メ|
abigailrocio escribió:!abigailrocio escribió:esta genialGracias :D.
Te moris si te cuento esto, pero, YO ME LLAMO IGUAL QUE VOS, OMG OMG.ahhhhhhhhhhhhhENSERIO. Yo doy Rocio Abigail, solo una diferencia de lugares.
tU nombre es igual q el mio podriamos HaBer sido hermanas en un tiempo muy lejanoahhhhhhhhhh!:corre: :jojojo:
Abbi.
Re: |メ| Cazadores de Sombras I: Ciudad de Hueso. |メ|
Capítulo Cinco (Parte I) : Clave y Alianza.
-¿Crees que despertará alguna vez? Ya han transcurrido tres días.
-Tienes que darle tiempo. El veneno de demonio es algo potente, y ellas es una mundana. No tiene runas que la mantengan fuerte como a nosotros.
Los mundis mueren muy fácilmente, ¿no es cierto?
-Isabelle, ya sabes que trae mala suerte hablar de muerte en la habitación de un enfermo.
“Tres días –pensó Clary lentamente. Todos sus pensamientos discurrían tan densa y lentamente como la sangre o la miel-. Tengo que despertar.”
Pero no podía.
Los sueños la retenían, uno tras otro, un río de imágenes que la arrastraban como una hoja zarandeada en una corriente de agua. Vio a su madre yaciendo en una cama de hospital, los ojos como moretones en un rostro blanco. Vio a Luke, de pie sobre un montón de huesos. A Jace con alas de blancas plumas brotándole de la espalda, a Isabelle sentada desnuda con su látigo enroscado en el cuerpo como una red de anillos dorados, a Simon con cruces grabadas a fuego en la palma de las manos. A ángeles, que caían y ardían. Que caían del cielo.
-Te dije que era la misma chica.
-Lo sé. Es poquita cosa, ¿verdad? Jace dice que mató a un rapiñador.
-Sí. La primera vez que la vimos, me pareció que era una hadita. Aunque no es lo bastante bonita para ser una hadita.
-Bueno, nadie luce su mejor aspecto con veneno de demonio en las venas. ¿Hodge va a llamar a los Hermanos?
-Espero que no. Me ponen los pelos de punta. Cualquiera que se mutile de ese modo…
-Nosotros nos mutilamos.
-Lo sé, Alec, pero cuando lo hacemos, no es permanente. Y no siempre duele…
-Si eres lo bastante mayor. Hablando del tema, ¿dónde está Jace? La salvó, ¿verdad? Yo habría pensado que se tomaría algo de interés por su recuperación.
-Hodge dijo que no ha venido a verla desde que la trajo aquí. Supongo que no le importa.
-A veces me pregunto si él… ¡Mira! ¡Se ha movido!
-Imagino que está viva después de todo –Un suspiro-. Se lo diré a Hodge.
Clary sentía los párpados como si se los hubiesen cosido. Imaginó que notaba que la piel se desgarraba mientras los despegaba lentamente para abrirlos y parpadeaba por primera vez en tres días.
Vio un claro cielo azul sobre su cabeza, con nubes blancas rechonchas y ángeles regordetes con cintas doradas colgando de las muñecas.
“¿Estoy muerta? –se preguntó-. ¿Es posible que el cielo tenga este aspecto?”
Cerró los ojos con fuerza y volvió a abrirlos: en esta ocasión advirtió que lo que contemplaba era un techo abovedado de madera, pintado con un motivo rococó de nubes y querubines.
Se sentó penosamente. Le dolían todas y cada una de las partes del cuerpo, en especial la nuca.
Miró alrededor. Estaba acostada en una cama de sábanas de hilo, una de una larga hilera de camas parecidas, con cabezales de metal. Su cama tenía una mesilla de noche al lado con una jarra blanca y una taza encima. Había cortinas de encaje corridas sobre las ventanas, impidiendo el paso a la luz, aunque pudo oír el quedo y omnipresente sonido del tráfico neoyorquino llegando del exterior.
-Vaya, finalmente estás despierta –dijo una voz seca-. Hodge estará contento. Todos pensábamos que probablemente morirías mientras dormías.
Clary volvió la cabeza. Isabelle estaba encaramada en la cama contigua, con la larga melena negro azabache sujeta en dos gruesas trenzas, que le caían por debajo de la cintura. El vestido blanco había sido reemplazado por vaqueros y una ajustada camiseta sin mangas, aunque el colgante rojo todavía le parpadeaba en la garganta. Los oscuros tatuajes en espiral habían desaparecido; su piel aparecía tan inmaculada como la superficie de un cuenco de nata.
-Lamento haberos decepcionado. –La voz de Clary chirrió como papel de lija-. ¿Es esto el Instituto?
Isabelle puso los ojos en blanco.
-¿Hay alguna cosa que Jace no te haya contado?
Clary tosió.
-Esto es el Instituto, ¿correcto?
-Sí; estás en la enfermería, aunque ya te lo habrás imaginado.
Un repentino dolor punzante obligó a Clary a llevarse las manos al estómago. Lanzó un grito ahogado.
Isabelle la miró alarmada.
-¿Estás bien?
El dolor se desvanecía, pero Clary era consciente de una sensación ácida en las paredes de la garganta y de un extraño aturdimiento.
-Mi estómago.
-Ah, bueno. Casi lo olvidé. Hodge dijo que te diéramos esto cuando despertaras.
Isabelle alargó la mano para agarrar la jarra de cerámica y vertió parte del contenido en la taza a juego, que entregó a Clary. Estaba llena de un líquido turbio que humeaba ligeramente. Olía a hierbas y a algo más, algo sustancioso y oscuro.
-No has comido nada en tres días –indicó Isabelle-. Probablemente es por eso que te sientes mareada.
Clary tomó un sorbo con cautela. Era delicioso, suculento y saciante, con un regusto a mantequilla.
-¿Qué es esto?
Isabelle se encogió de hombros.
-Una de las tisanas de Hodge. Siempre funcionan. –Se deslizó fuera de la cama y aterrizó en el suelo arqueando la espalda como un felino-. A propósito, soy Isabelle Lightwood. Vivo aquí.
-Sé tu nombre. Yo soy Clary. Clary Fray. ¿Me trajo Jace aquí?
Isabelle asintió.
-Hodge estaba furioso. Dejaste icor y sangre por toda la alfombra de la entrada. Si Jace te hubiera traído estando mis padres aquí, ellos lo habrían castigado seguro. –Miró a Clary más de cerca-. Jace dijo que mataste a aquel demonio rapiñador tú sola.
Una imagen veloz de aquella cosa parecida a un escorpión, con su rostro huraño y malvado, pasó como una exhalación por la mente de la muchacha; se estremeció y aferró la taza con más fuerza.
-Supongo que sí.
-Pero eres una mundi.
-Sorprendente, ¿verdad? –dijo Clary, saboreando la expresión de apenas disimulado asombro del rostro de Isabelle-. ¿Dónde está Jace? ¿Está por aquí?
La otra muchacha se encogió de hombros.
-Por alguna parte –respondió-. Debería ir a decir a todo el mundo que te has despertado. Hodge querrá hablar contigo-
-Hodge es el tutor de Jace, ¿no?
-Hodge es el tutor de todos nosotros. –Señaló con la mano-. El baño está por ahí, y he colgado algunas de mis viejas ropas en el toallero por si quieres cambiarte.
Clary fue a tomar otro sorbo de la taza y descubrió que estaba vacía. Ya no se sentía hambrienta ni tampoco mareada, lo que era un alivio. Depositó la taza en la mesilla y arrebujó la sábana a su alrededor.
-¿Qué ha pasado con mi ropa?
-Estaba cubierta de sangre y veneno. Jace la quemó.
-¿Ah, sí? –inquirió Clary-. Dime, ¿es siempre tan grosero, o guarda eso para los mundanos?
-Bueno, es grosero con todo el mundo –respondió Isabelle con displicencia-. Es lo que le convierte en tan condenadamente sexy. Eso, y que a su edad es quien más demonios ha matado.
Clary la miró, perpleja.
-¿No es tu hermano?
Eso atrajo la atención de Isabelle, que lanzó una carcajada.
-¿Jace? ¿Mi hermano? No. ¿De dónde sacaste esa idea?
-Bueno, vive aquí contigo –indicó Clary-. ¿No es cierto?
Isabelle asintió.
-Bueno, sí, pero…
-¿Por qué no vive con sus propios padres?
Por un fugaz instante, Isabelle pareció sentirse incómoda.
-Porque están muertos.
La boca de Clary se abrió, sorprendida.
-¿Murieron en un accidente?
-No. –Isabelle se removió inquieta, echándose un oscuro mechón de cabello tras la oreja izquierda-. Su madre murió cuando el nació. A su padre lo asesinaron cuando él tenía diez años. Jace lo vio todo.
-Vaya –dijo Clary, con voz queda-. ¿Fueron…demonios?
Isabelle se irguió.
-Mira, será mejor que avise a todo el mundo de que has despertado. Han estado esperando durante tres días que abrieras los ojos. Ah, hay jabón en el cuarto de baño –añadió-. Tal vez quieras lavarte un poco. Hueles.
Clary le lanzó una mirada furiosa.
-Muchísimas gracias.
-Es un placer.
Las ropas de Isabelle resultaban ridículas. Clary tuvo que enrollar las perneras de los vaqueros varias veces para conseguir dejar de pisárselas, y el pronunciado escote de la camiseta roja sin mangas no hacía más que resaltar su falta de lo que Eric habría denominado una “repisa”.
Se aseó en el pequeño cuarto de baño, usando una pastilla de duro jabón de lavanda. Secarse con una toalla blanca de mano le dejó húmedos cabellos dispersos alrededor del rostro en aromáticas marañas. Entrecerró los ojos ante su reflejo en el espejo. Tenía un moretón en la parte superior de la mejilla izquierda, y los labios estaban resecos e hinchados.
“Tengo que llamar a Luke”, pensó. Seguramente habría un teléfono por allí, en alguna parte. Quizá le dejarían usarlo después de que hablara con Hodge.
Encontró sus deportivas pulcramente colocadas a los pies de la cama de la enfermería, con sus llaves atadas a los cordones. Se calzó, aspiró profundamente y marchó en busca de Isabelle.
El pasillo en el exterior de la enfermería estaba vacío. Clary le dirigió un vistazo, perpleja. Se parecía a la clase de pasillo por el que a veces se encontraba corriendo en sus pesadillas, oscuro e infinito.
Lámparas de cristal en forma de rosas colgaban a intervalos de las paredes, y el aire olía como a polvo y cera de vela.
A lo lejos oyó un sonido tenue y delicado, como un carillón de viento agitado por una tormenta. Avanzó despacio por el pasillo, arrastrando una mano por la pared. El papel de la pared, de aspecto victoriano, estaba descolorido por el tiempo, con restos de color Burdeos y gris pálido. Ambos lados del corredor estaban bordeados de puertas cerradas.
El sonido que seguía se fue tornando más fuerte. Podía identificarlo ya como el sonido de un piano tocado con desgana, aunque con innegable talento, pero no podía identificar la melodía.
Al doblar la esquina, llegó a una entrada cuya puerta estaba abierta de par en par. Atisbando al interior, vio lo que era a todas luces una sala de música. Un piano de cola ocupaba un rincón, e hileras de sillas estaban dispuestas ante la pared opuesta. Una arpa tapada ocupaba el centro de la habitación.
Jace estaba sentado ante el piano de cola, las manos delgadas se movían veloces sobre las teclas.
Iba descalzo, vestido con unos vaqueros y una camiseta gris, los cabellos leonados alborotados alrededor de la cabeza, como si acabara de levantarse. Al contemplar los rápidos y seguros movimientos de sus manos sobre el teclado, Clary recordó qué se sentía al ser alzada por aquellas manos, con los brazos sujetándola y las estrellas precipitándose alrededor de su cabeza, como una lluvia de espumillón plateado.
Sin duda debió de hacer algún ruido, porque él se volvió sobre el taburete, pestañeando en dirección a las sombras.
-¿Alec? –preguntó-. ¿Eres tú?
-No es Alec. Soy yo. –Penetró más en la habitación-. Clary.
Las teclas del piano emitieron un sonido metálico cuando Jace se puso en pie.
-Nuestra propia Bella Durmiente. ¿Quién te ha despertado por fin con un beso?
-Nadie; me he despertado yo sola.
-¿Había alguien contigo?
-Isabelle, pero se marchó en busca de alguien… Hodge, creo. Me dijo que esperara, pero…
-Debería haberle advertido sobre tu costumbre de no hacer nunca lo que te dicen. –Jace la miró con ojos entrecerrados-. ¿Esa ropa es de Isabelle? Resulta ridícula en ti.
-Permite que te recuerde que quemaste la mía.
-Fue puramente por precaución. –Cerró con suavidad la reluciente tapa negra del piano-. Vamos, te llevaré a ver a Hodge.
El Instituto era enorme, un amplio espacio grande y tenebroso, que más que parecer diseñado según un plano, daba la impresión de haber sido excavado naturalmente en la roca por el paso del agua y los años. A través de puertas entreabiertas, Clary vislumbró innumerables pequeñas habitaciones idénticas, cada una con una cama sin sábanas, una mesilla de noche y un gran armario de madera abierto. Pálidos arcos de piedra sostenían los techos elevados, muchos de ellos intrincadamente esculpidos con figuras pequeñas. Reparó en ciertos motivos que se repetían: ángeles y espadas, soles y rosas.
-¿Por qué tiene tantos dormitorios este sitio? –preguntó Clary-. Pensaba que era un instituto de investigación.
-Ésta es el ala residencial. Tenemos el compromiso de ofrecer seguridad y alojamiento a cualquier cazador de sombras que lo solicite. Podemos alojar hasta doscientas personas.
-Pero la mayoría de estas habitaciones están vacías.
-La gente va y viene. Nadie se queda mucho tiempo. Por lo general estamos sólo nosotros: Alec, Isabelle y Max, sus padres…, y yo y Hodge.
-¿Max?
-¿Conociste a la bella Isabelle? Alec es su hermano mayor. Max es el menor, pero está en el extranjero con sus padres.
-¿De vacaciones?
-No exactamente. –Jace vaciló-. Puedes considerarlos como… como diplomáticos extranjeros, y esto como una especie de embajada. En estos momentos se encuentran en el país de origen de los cazadores de sombras, llevando a cabo unas negociaciones de paz muy delicadas. Se llevaron a Max con ellos porque es muy joven.
-¿País de origen de los cazadores de sombras? –A Clary le daba vueltas la cabeza-. ¿Cómo se llama?
-Idris.
-Nunca he oído hablar de él.
-No tendrías por qué. –Aquella irritante superioridad estaba de vuelta en su voz-. Los mundanos no conocen su existencia. Hay defensas, hechizos de protección, colocados en todas sus fronteras. Si intentaras cruzar al interior de Idris, sencillamente te verías transportada de un extremo al siguiente al instante. Jamás sabrías qué había sucedido.
-¿De modo que no está en ningún mapa?
-No en los de los mundis. Para nuestros propósitos, puedes considerarlo un pequeño país entre Alemania y Francia.
-Pero no hay nada entre Alemania y Francia. Excepto Suiza.
-Exactamente –dijo Jace.
-Imagino que has estado allí. En Idris, quiero decir.
-Crecí allí.
La voz de Jace era neutral, pero algo en su tono le dejó saber que más preguntas en esa dirección no serían bien recibidas.
-La mayoría de nosotros lo hemos hecho. Existen, desde luego, cazadores de sombras por todo el mundo. Tenemos que estar en todas partes, porque la actividad demoníaca está por todas partes.
Pero para un cazador de sombras, Idris siempre es “el hogar”.
-Como La Meca o Jerusalén –repuso Clary, pensativa-. Así la mayoría de vosotros os criáis allí, y luego, cuando crecéis…
-Nos envían a donde se nos necesita –dijo Jace en tono brusco-. Y hay unos pocos, como Isabelle y Alec, que crecieron lejos del país de origen, porque ahí es donde están sus padres. Con todos los recursos que el Instituto tiene, con la instrucción de Hodge… -Se interrumpió-. Esto es la biblioteca.
Habían llegado a una pareja de puertas de madera en forma de arco. Un gato persa azul de ojos amarillos estaba enroscado frente a ellas. Alzó la cabeza cuando se acercaron y maulló.
-Hola, Iglesia –dijo Jace, acariciando el lomo del gato con un pie descalzo.
El gato entrecerró los ojos de placer.
-Espera –dijo Clary-. ¿Alec, Isabelle y Max… son los únicos cazadores de sombras de tu edad que conoces, con los que pasas tiempo?
Jace dejó de acariciar al gato.
-Sí.
-Debe de resultar un poco solitario.
-Tengo todo lo que necesito.
Jace abrió las puertas de un empujón. Tras un instante de vacilación, ella le siguió al interior.
La biblioteca era circular, con un techo que terminaba en punta, como si la hubieran construido dentro de una torre. Las paredes estaban cubiertas de libros, y los estantes eran tan altos que largas escalas colocadas sobre ruedecitas estaban dispuestas a lo largo de ellos a intervalos. Tampoco se trataba de libros corrientes; aquéllos eran libros encuadernados en piel y terciopelo, con cerraduras de aspecto sólido y bisagras hechas de latón y plata. Sus lomos estaban tachonados de gemas, que brillaban débilmente, e iluminados con letras doradas. Parecían desgastados de un modo que dejaba claro que aquellos libros no sólo eran antiguos, sino que se usaban con frecuencia, y que habían sido amados.
El suelo era de madera reluciente, con incrustaciones de pedacitos de cristal y mármol y trozos de piedras semipreciosas. La incrustación formaba un diseño que Clary no consiguió descifrar completamente: podrían haber sido las constelaciones, o incluso un mapa del mundo; sospechó que tendría que trepar a lo más alto del interior de la torre y mirar hacia abajo para poder verlo adecuadamente.
En el centro de la habitación había un magnífico escritorio. Estaba tallado a partir de una única tabla de madera, un gran y pesado trozo de roble que relucía con el apagado brillo de los años. La tabla descansaba sobre las espaldas de dos ángeles, tallados en la misma madera, las alas doradas y los rostros cincelados con una expresión de sufrimiento, como si el peso de la tabla les partiera la espalda. Tras el escritorio se sentaba un hombre delgado de cabellos entrecanos y larga nariz ganchuda.
-Una amante de los libros, veo –dijo, sonriendo a Clary-. No me dijiste eso, Jace.
Jace rió entre dientes. Clary tuvo la certeza de que se le había acercado por detrás y estaba de pie allí, con las manos en los bolsillos, sonriendo con aquella exasperante sonrisa suya.
-No hemos hablado mucho durante nuestra corta relación –dijo él-. Me temo que nuestros hábitos de lectura no salieron a relucir.
Clary se volvió y le lanzó una mirada iracunda.
-¿Cómo puede saberlo? –preguntó al hombre que había tras el escritorio-. Que me gustan los libros, quiero decir.
-La expresión de tu rostro cuando entraste –respondió él, poniéndose en pie y saliendo de detrás del escritorio-. No sé por qué, pero dudé que te sintieras tan impresionada por mi persona.
Clary sofocó una exclamación ahogada cuando él se levantó. Por un momento le pareció que era curiosamente deforme, con el hombro izquierdo encorvado y más alto que el otro. A medida que se fue acercando, vio que la joroba era en realidad un pájaro, cuidadosamente posado sobre su hombro; una criatura de plumas lustrosas con brillantes ojos negros.
-Éste es Hugo –presentó el hombre, tocando al ave posada en el hombro-. Hugo es un cuervo, y como tal, sabe muchas cosas. Yo, por mi parte, soy Hodge Starkweather, profesor de historia, y como tal, no sé ni con mucho lo suficiente.
Clary rió un poco, muy a pesar suyo, y estrechó la mano que le tendía.
-Clary Fray.
-Encantado de conocerte –respondió él-. Me sentiría encantado de conocer a cualquiera capaz de matar a un rapiñador con sus propias manos.
-No fueron mis propias manos. –Seguía resultando raro ser felicitada por matar-. Fue lo que Jace…, bueno, no recuerdo cómo se llamaba, pero…
-Se refiere a mi sensor –explicó Jace-. Se lo metió a esa cosa por la garganta. Las runas debieron asfixiarlo. Supongo que necesitaré otro –añadió, casi como una idea de último momento-. Debería haberlo mencionado.
-Hay varios de sobra en la habitación de las armas –repuso Hodge; al sonreír a Clary, un millar de pequeñas líneas surgieron como haces alrededor de sus ojos, igual que grietas en una pintura antigua-. Eso fue pensar de prisa. ¿Qué te dio la idea de usar el sensor como arma?
Antes de que ella pudiera responder, una risa aguda sonó a través de la habitación. Clary había estado tan cautivada por los libros y distraída por Hodge que no había visto a Alec tumbado en un sillón rojo junto a la chimenea apagada.
-No puedo creer que te tragues esa historia, Hodge –dijo.
En un principio, Clary no registró siquiera sus palabras. Estaba demasiado ocupada contemplándole fijamente. Como a muchos hijos únicos, le fascinaba el parecido entre hermanos, y en aquellos momentos, a plena luz del día, podía ver exactamente lo mucho que Alec se parecía a su hermana.
Tenían el mismo cabello negro azabache, las mismas cejas finas que se alzaban en las esquinas, la misma tez pálida y ruborosa. Pero donde Isabelle era toda arrogancia, Alec permanecía desplomado en el sillón como si esperara que nadie advirtiera su presencia. Sus pestañas eran largas y oscuras como las de su hermana, pero allí donde los ojos de ella eran negros, los de él eran del tono azul oscuro del vidrio de una botella. Contemplaban a Clary con una hostilidad tan pura y concentrada como ácida.
-No estoy muy seguro de a qué te refieres, Alec.
Hodge enarcó una ceja. Clary se preguntó cuántos años tendría; tenía una especie de apariencia sempiterna, no obstante las canas de su cabello. Vestía un pulcro traje de tweed gris, perfectamente planchado. Habría parecido un amable catedrático de universidad de no haber sido por la gruesa cicatriz que le recorría el lado derecho del rostro. Clary se preguntó cómo se la había hecho.
-¿Estás sugiriendo que no mató a ese demonio después de todo?
-Claro que no lo hizo. Mírala…, es una mundi, Hodge, y una niña pequeña, además. No hay modo de que pudiera acabar con un rapiñador.
-No soy una niña pequeñas –le interrumpió Clary-. Tengo dieciséis años…, bueno, los tendré el domingo.
-La misma edad que Isabelle –dijo Hodge-. ¿La llamarías a ella una niña?
-Isabelle procede de una de las dinastías más importantes de cazadores de sombras de la historia –replicó Alec con sequedad-. Esta chica, por otra parte, procede de Nueva Jersey.
-¡Soy de Brooklyn! –Clary estaba indignada-. ¿Y eso qué? ¿Acabo de matar a un demonio en mi propia casa, y tú te vas a portar como un imbécil porque no soy una repugnante niña rica malcriada como tú y tu hermana?
Alec pareció estupefacto.
-¿Qué es lo que me has llamado?
Jace rió.
-Tiene razón, Alec –dijo Jace-. Son esos demonios que utilizan el metro diariamente con los que tienes que tener cuidado realmente…
-No tiene gracia, Jace –interrumpió el otro, empezando a ponerse en pie-. ¿Vas a dejar que se quede ahí parada y me insulte?
-Sí –respondió Jace amablemente-. Te irá bien; intenta verlo como un adiestramiento de tu capacidad de resistencia.
-Puede que seamos parabatai –dijo Alec muy tenso-, pero tu falta de seriedad está acabando con mi paciencia.
-Y tu testarudez acabando con la mía. Cuando la encontré, estaba tendida en el suelo en un charco de sangre con un demonio moribundo prácticamente sobre ella. Contemplé cómo se desvanecía. Si ella no lo mató, ¿quién lo hizo?
-Los rapiñadores son estúpidos. Quizá se picó a sí mismo en el cuello con su aguijón. Ha sucedido otras veces…
-¿Ahora estás sugiriendo que se suicidó?
La boca de Alec se tensó.
-No está bien que ella esté aquí. A los mundis no se les permite entrar en el Instituto, y existen buenos motivos para eso. Si alguien supiera esto, podríamos ser denunciados a la Clave.
-Eso no es totalmente cierto –dijo Hodge-. La Ley sí nos permite ofrecer refugio a mundanos en ciertas circunstancias. Un rapiñador ya ha atacado a la madre de Clary…, ella podría muy bien haber sido la siguiente.
“Atacado.” Clary se preguntó si aquello sería un eufemismo de “asesinado”. El cuervo del hombro de Hodge graznó en tono quedo.
-Los rapiñadores son máquinas de rastreo y destrucción –continuó Alec-. Actúan siguiendo órdenes de brujos o poderosos señores demonios. Ahora bien, ¿qué interés tendría un brujo o un señor demonio en una casa mundana corriente? –Sus ojos, cuando miró a Clary, brillaron llenos de aversión-. ¿Alguna idea?
-Debió tratarse de un error –sugirió Clary.
-Los demonios no cometen esa clase de errores. Si fueron a por tu madre, debe de haber existido una razón. Si ella fuera inocente…
-¿Qué quieres decir con “inocente”? –La voz de Clary sonó sosegada.
Alec pareció desconcertado.
-Yo…
-Lo que quiere decir –intervino Hodge-, es que es sumamente raro que un demonio poderoso, de la clase que podría mandar a una hueste de demonios inferiores, se interese en los asuntos de los seres humanos. Ningún mundano puede hacer que acuda un demonio, carecen de ese poder, pero ha habido algunos, desesperados y estúpidos, que han encontrado a una bruja o un brujo que lo haga por ellos.
-Mi madre no conoce a ningún brujo. No cree en magia. –Una idea pasó por la mente de Clary-. Madame Dorothea…, vive abajo…, es una bruja. ¿A lo mejor los demonios iban tras ella y cogieron a mi madre por error?
Las cejas de Hodge se enarcaron veloces hasta la raíz de sus cabellos.
-¿Vive una bruja en el piso de debajo de la casa de donde tú vives?
-Es una bruja falsa…, una impostora –explicó Jace-. Ya lo he comprobado. No hay motivo para que ningún brujo estuviera interesado en ella, a menos que esté buscando bolas de cristal que no funcionan.
-Y volvemos a estar donde empezamos. –Hodge alargó la mano para acariciar al pájaro de su hombro-. Parece que ha llegado el momento de informar a la Clave.
-¡No! –exclamó Jace-. No podemos…
-tenía sentido mantener en secreto la presencia de Clary aquí mientras no estábamos seguros de que se recuperara –dijo Hodge-. Pero ahora lo ha hecho, y es la primera mundana que cruza las puertas del Instituto en más de cien años. Conoces las normas sobre que los mundanos conozcan la existencia de los cazadores de sombras, Jace. La Clave debe ser informada.
-Por supuesto –estuvo de acuerdo Alec-. Podría enviarle un mensaje a mi padre…
-No es una mundana –dijo Jace en voz baja.
Las cejas de Hodge volvieron a elevarse veloces hasta el nacimiento del pelo y se quedaron allí. Alec, pillado en mitad de la frase, se atragantó sorprendido. En el repentino silencio, Clary oyó el sonido de las alas de Hugo agitándose.
-Pero sí lo soy –replicó.
-No –dijo Jace-, no lo eres.
Se volvió hacia Hodge, y Clary vio el leve movimiento de su garganta al tragar saliva. Encontró aquel atisbo de su nerviosismo curiosamente tranquilizador.
-Esa noche… había demonios du’sien, vestidos como agentes de policía. Teníamos que pasar sin que nos vieran. Clary estaba demasiado débil para correr, y no había tiempo para ocultarse: habría muerto. Así que usé mi estela… y puse una runa mendelin en la parte anterior de su brazo. Pensé que…
-¿Te has vuelto loco? –Hodge descargó la mano sobre el escritorio con tal fuerza que Clary pensó que la madera se resquebrajaría-. ¡Sabes lo que la Ley dice sobre colocar Marcas en mundanos! ¡Tú… tú precisamente deberías saberlo!
-Pero funcionó –dijo Jace-. Clary, muéstrales el brazo.
Dirigiendo una mirada de perplejidad a Jace, la joven extendió el brazo desnudo. Recordaba haberlo mirado aquella noche en el callejón, pensando en lo vulnerable que parecía. Ahora, justo debajo del pliegue de la muñeca, distinguió tres tenues círculos superpuestos, las líneas tan débiles como el recuerdo de una cicatriz desaparecida con el paso de los años.
-Veis, casi se ha ido –indicó Jace-. No la lastimó en absoluto.
-Ésa no es la cuestión. –Hodge apenas podía controlar su enojo-. Podrías haberla convertido en una repudiada.
Dos brillantes puntos de color aparecieron en la parte superior de los pómulos de Alec.
-no me lo puedo creer, Jace. Sólo los cazadores de sombras pueden recibir Marcas de la Alianza…, éstas matan a los mundanos…
-No es una mundana. ¿Es que no me has escuchado? Eso explica que nos pueda ver. Sin duda tiene sangre de la Clave.
Clary bajó el brazo, sintiéndose repentinamente helada.
-Pero no la tengo. No podría.
-Debes de tenerla –dijo Jace, sin mirarla-. Si no la tuvieras, esa Marca que te hice en el brazo…
-Es suficiente, Jace –interrumpió Hodge, con la contrariedad patente en la voz-. No hay necesidad de asustarla más.
-Pero yo tenía razón, ¿verdad? También explica lo que le sucedió a su madre. Si ella era una cazadora de sombras exiliada, podría muy bien tener enemigos en el Submundo.
-¡Mi madre no era una cazadora de sombras!
-Tu padre, entonces –sugirió Jace-. ¿Qué hay de él?
Clary le devolvió la mirada con una clara expresión furiosa.
-Murió. Antes de que yo naciera.
Jace se estremeció de un modo casi imperceptible. Fue Alec quien habló entonces.
-Es posible –aceptó, vacilante-. Si su padre fuera un cazador de sombras, y su madre una mundana…, bueno, todos sabéis que está en contra de la Ley casarse con un mundi. A lo mejor se ocultaban.
-Mi madre me lo habría dicho –replicó Clary, aunque pensó en la falta de fotos de su padre, en cómo su madre nunca hablaba de él, y supo que no decía la verdad.
-No necesariamente. –repuso Jace- Todos tenemos secretos.
-Luke –dijo Clary-. Nuestro amigo. Él lo sabría. –Al pensar en Luke tuvo un repentino ramalazo de culpabilidad y horror-. Han pasado tres días…, debe de estar frenético. ¿Puedo llamarle? ¿Hay un teléfono? –Se volvió hacia Jace-. Por favor.
Jace vaciló, mirando a Hodge, que asintió y se apartó del escritorio. Detrás de él había un globo terráqueo, hecho de latón batido, que no se parecía a ningún otro globo terráqueo que hubiera visto; había algo sutilmente extraño en la forma de los países y los continentes. Junto al globo había un anticuado teléfono negro con un disco rotatorio plateado. Clary se llevó el auricular al oído, y el familiar tono de marcación la inundó como una relajante corriente de agua.
Luke descolgó al tercer timbrazo.
-¿Diga?
-¡Luke! –Se dejó caer contra el escritorio-. Soy yo. Clary.
-Clary. –Pudo notar el alivio en su voz, junto con algo más que no pudo identificar del todo-. ¿Estás bien?
-Estoy perfectamente. Lamento no haberte llamado antes. Luke, mi madre…
-Lo sé. La policía estuvo aquí.
-Entonces no has sabido de ella.
Cualquier rastro de esperanza de que su madre hubiera huido de la casa y se hubiese ocultado en alguna parte, desapareció. Era imposible que no hubiera contactado con Luke de haberlo hecho.
-¿Qué dijo la policía?
-Sólo que había desaparecido. –Clary pensó en la mujer policía con la mano de esqueleto, y tiritó-. ¿Dónde estás?
-Estoy en la ciudad –respondió ella-. No sé dónde exactamente. Con unos amigos. He perdido el monedero. Si tienes algo de efectivo, podría coger un taxi hasta tu casa…
-No –replicó él, tajante.
El teléfono le resbaló en la sudorosa mano, pero lo atrapó.
-¿Qué?
-No –repitió él-. Es demasiado peligroso. No puedes venir aquí.
-Podríamos llamar…
-Mira. –Su voz era dura-. Lo que sea en lo que tu madre se haya mezclado, no tiene nada que ver conmigo. Estás mucho mejor donde estás.
-Pero no quiero quedarme aquí. –Oyó el gemido en su propia voz, como el de un niño-. No conozco a esta gente. Ti…
-Yo no soy tu padre, Clary. Ya te lo he dicho otras veces.
Las lágrimas le ardían tras los ojos.
-Lo siento. Es sólo que…
-No vuelvas a llamarme para pedir favores –dijo él-. Tengo mis propios problemas, sólo me falta tener que preocuparme por los tuyos –añadió, y colgó el teléfono.
Ella se quedó allí de pie y contempló fijamente el auricular, con el tono de marcación zumbando en su oído como una avispa enorme y fea. Volvió a marcar el número de Luke y aguardó. En esa ocasión pasó directamente al buzón de voz. Colgó violentamente el teléfono, con manos temblorosas.
-Tienes que darle tiempo. El veneno de demonio es algo potente, y ellas es una mundana. No tiene runas que la mantengan fuerte como a nosotros.
Los mundis mueren muy fácilmente, ¿no es cierto?
-Isabelle, ya sabes que trae mala suerte hablar de muerte en la habitación de un enfermo.
“Tres días –pensó Clary lentamente. Todos sus pensamientos discurrían tan densa y lentamente como la sangre o la miel-. Tengo que despertar.”
Pero no podía.
Los sueños la retenían, uno tras otro, un río de imágenes que la arrastraban como una hoja zarandeada en una corriente de agua. Vio a su madre yaciendo en una cama de hospital, los ojos como moretones en un rostro blanco. Vio a Luke, de pie sobre un montón de huesos. A Jace con alas de blancas plumas brotándole de la espalda, a Isabelle sentada desnuda con su látigo enroscado en el cuerpo como una red de anillos dorados, a Simon con cruces grabadas a fuego en la palma de las manos. A ángeles, que caían y ardían. Que caían del cielo.
-Te dije que era la misma chica.
-Lo sé. Es poquita cosa, ¿verdad? Jace dice que mató a un rapiñador.
-Sí. La primera vez que la vimos, me pareció que era una hadita. Aunque no es lo bastante bonita para ser una hadita.
-Bueno, nadie luce su mejor aspecto con veneno de demonio en las venas. ¿Hodge va a llamar a los Hermanos?
-Espero que no. Me ponen los pelos de punta. Cualquiera que se mutile de ese modo…
-Nosotros nos mutilamos.
-Lo sé, Alec, pero cuando lo hacemos, no es permanente. Y no siempre duele…
-Si eres lo bastante mayor. Hablando del tema, ¿dónde está Jace? La salvó, ¿verdad? Yo habría pensado que se tomaría algo de interés por su recuperación.
-Hodge dijo que no ha venido a verla desde que la trajo aquí. Supongo que no le importa.
-A veces me pregunto si él… ¡Mira! ¡Se ha movido!
-Imagino que está viva después de todo –Un suspiro-. Se lo diré a Hodge.
Clary sentía los párpados como si se los hubiesen cosido. Imaginó que notaba que la piel se desgarraba mientras los despegaba lentamente para abrirlos y parpadeaba por primera vez en tres días.
Vio un claro cielo azul sobre su cabeza, con nubes blancas rechonchas y ángeles regordetes con cintas doradas colgando de las muñecas.
“¿Estoy muerta? –se preguntó-. ¿Es posible que el cielo tenga este aspecto?”
Cerró los ojos con fuerza y volvió a abrirlos: en esta ocasión advirtió que lo que contemplaba era un techo abovedado de madera, pintado con un motivo rococó de nubes y querubines.
Se sentó penosamente. Le dolían todas y cada una de las partes del cuerpo, en especial la nuca.
Miró alrededor. Estaba acostada en una cama de sábanas de hilo, una de una larga hilera de camas parecidas, con cabezales de metal. Su cama tenía una mesilla de noche al lado con una jarra blanca y una taza encima. Había cortinas de encaje corridas sobre las ventanas, impidiendo el paso a la luz, aunque pudo oír el quedo y omnipresente sonido del tráfico neoyorquino llegando del exterior.
-Vaya, finalmente estás despierta –dijo una voz seca-. Hodge estará contento. Todos pensábamos que probablemente morirías mientras dormías.
Clary volvió la cabeza. Isabelle estaba encaramada en la cama contigua, con la larga melena negro azabache sujeta en dos gruesas trenzas, que le caían por debajo de la cintura. El vestido blanco había sido reemplazado por vaqueros y una ajustada camiseta sin mangas, aunque el colgante rojo todavía le parpadeaba en la garganta. Los oscuros tatuajes en espiral habían desaparecido; su piel aparecía tan inmaculada como la superficie de un cuenco de nata.
-Lamento haberos decepcionado. –La voz de Clary chirrió como papel de lija-. ¿Es esto el Instituto?
Isabelle puso los ojos en blanco.
-¿Hay alguna cosa que Jace no te haya contado?
Clary tosió.
-Esto es el Instituto, ¿correcto?
-Sí; estás en la enfermería, aunque ya te lo habrás imaginado.
Un repentino dolor punzante obligó a Clary a llevarse las manos al estómago. Lanzó un grito ahogado.
Isabelle la miró alarmada.
-¿Estás bien?
El dolor se desvanecía, pero Clary era consciente de una sensación ácida en las paredes de la garganta y de un extraño aturdimiento.
-Mi estómago.
-Ah, bueno. Casi lo olvidé. Hodge dijo que te diéramos esto cuando despertaras.
Isabelle alargó la mano para agarrar la jarra de cerámica y vertió parte del contenido en la taza a juego, que entregó a Clary. Estaba llena de un líquido turbio que humeaba ligeramente. Olía a hierbas y a algo más, algo sustancioso y oscuro.
-No has comido nada en tres días –indicó Isabelle-. Probablemente es por eso que te sientes mareada.
Clary tomó un sorbo con cautela. Era delicioso, suculento y saciante, con un regusto a mantequilla.
-¿Qué es esto?
Isabelle se encogió de hombros.
-Una de las tisanas de Hodge. Siempre funcionan. –Se deslizó fuera de la cama y aterrizó en el suelo arqueando la espalda como un felino-. A propósito, soy Isabelle Lightwood. Vivo aquí.
-Sé tu nombre. Yo soy Clary. Clary Fray. ¿Me trajo Jace aquí?
Isabelle asintió.
-Hodge estaba furioso. Dejaste icor y sangre por toda la alfombra de la entrada. Si Jace te hubiera traído estando mis padres aquí, ellos lo habrían castigado seguro. –Miró a Clary más de cerca-. Jace dijo que mataste a aquel demonio rapiñador tú sola.
Una imagen veloz de aquella cosa parecida a un escorpión, con su rostro huraño y malvado, pasó como una exhalación por la mente de la muchacha; se estremeció y aferró la taza con más fuerza.
-Supongo que sí.
-Pero eres una mundi.
-Sorprendente, ¿verdad? –dijo Clary, saboreando la expresión de apenas disimulado asombro del rostro de Isabelle-. ¿Dónde está Jace? ¿Está por aquí?
La otra muchacha se encogió de hombros.
-Por alguna parte –respondió-. Debería ir a decir a todo el mundo que te has despertado. Hodge querrá hablar contigo-
-Hodge es el tutor de Jace, ¿no?
-Hodge es el tutor de todos nosotros. –Señaló con la mano-. El baño está por ahí, y he colgado algunas de mis viejas ropas en el toallero por si quieres cambiarte.
Clary fue a tomar otro sorbo de la taza y descubrió que estaba vacía. Ya no se sentía hambrienta ni tampoco mareada, lo que era un alivio. Depositó la taza en la mesilla y arrebujó la sábana a su alrededor.
-¿Qué ha pasado con mi ropa?
-Estaba cubierta de sangre y veneno. Jace la quemó.
-¿Ah, sí? –inquirió Clary-. Dime, ¿es siempre tan grosero, o guarda eso para los mundanos?
-Bueno, es grosero con todo el mundo –respondió Isabelle con displicencia-. Es lo que le convierte en tan condenadamente sexy. Eso, y que a su edad es quien más demonios ha matado.
Clary la miró, perpleja.
-¿No es tu hermano?
Eso atrajo la atención de Isabelle, que lanzó una carcajada.
-¿Jace? ¿Mi hermano? No. ¿De dónde sacaste esa idea?
-Bueno, vive aquí contigo –indicó Clary-. ¿No es cierto?
Isabelle asintió.
-Bueno, sí, pero…
-¿Por qué no vive con sus propios padres?
Por un fugaz instante, Isabelle pareció sentirse incómoda.
-Porque están muertos.
La boca de Clary se abrió, sorprendida.
-¿Murieron en un accidente?
-No. –Isabelle se removió inquieta, echándose un oscuro mechón de cabello tras la oreja izquierda-. Su madre murió cuando el nació. A su padre lo asesinaron cuando él tenía diez años. Jace lo vio todo.
-Vaya –dijo Clary, con voz queda-. ¿Fueron…demonios?
Isabelle se irguió.
-Mira, será mejor que avise a todo el mundo de que has despertado. Han estado esperando durante tres días que abrieras los ojos. Ah, hay jabón en el cuarto de baño –añadió-. Tal vez quieras lavarte un poco. Hueles.
Clary le lanzó una mirada furiosa.
-Muchísimas gracias.
-Es un placer.
Las ropas de Isabelle resultaban ridículas. Clary tuvo que enrollar las perneras de los vaqueros varias veces para conseguir dejar de pisárselas, y el pronunciado escote de la camiseta roja sin mangas no hacía más que resaltar su falta de lo que Eric habría denominado una “repisa”.
Se aseó en el pequeño cuarto de baño, usando una pastilla de duro jabón de lavanda. Secarse con una toalla blanca de mano le dejó húmedos cabellos dispersos alrededor del rostro en aromáticas marañas. Entrecerró los ojos ante su reflejo en el espejo. Tenía un moretón en la parte superior de la mejilla izquierda, y los labios estaban resecos e hinchados.
“Tengo que llamar a Luke”, pensó. Seguramente habría un teléfono por allí, en alguna parte. Quizá le dejarían usarlo después de que hablara con Hodge.
Encontró sus deportivas pulcramente colocadas a los pies de la cama de la enfermería, con sus llaves atadas a los cordones. Se calzó, aspiró profundamente y marchó en busca de Isabelle.
El pasillo en el exterior de la enfermería estaba vacío. Clary le dirigió un vistazo, perpleja. Se parecía a la clase de pasillo por el que a veces se encontraba corriendo en sus pesadillas, oscuro e infinito.
Lámparas de cristal en forma de rosas colgaban a intervalos de las paredes, y el aire olía como a polvo y cera de vela.
A lo lejos oyó un sonido tenue y delicado, como un carillón de viento agitado por una tormenta. Avanzó despacio por el pasillo, arrastrando una mano por la pared. El papel de la pared, de aspecto victoriano, estaba descolorido por el tiempo, con restos de color Burdeos y gris pálido. Ambos lados del corredor estaban bordeados de puertas cerradas.
El sonido que seguía se fue tornando más fuerte. Podía identificarlo ya como el sonido de un piano tocado con desgana, aunque con innegable talento, pero no podía identificar la melodía.
Al doblar la esquina, llegó a una entrada cuya puerta estaba abierta de par en par. Atisbando al interior, vio lo que era a todas luces una sala de música. Un piano de cola ocupaba un rincón, e hileras de sillas estaban dispuestas ante la pared opuesta. Una arpa tapada ocupaba el centro de la habitación.
Jace estaba sentado ante el piano de cola, las manos delgadas se movían veloces sobre las teclas.
Iba descalzo, vestido con unos vaqueros y una camiseta gris, los cabellos leonados alborotados alrededor de la cabeza, como si acabara de levantarse. Al contemplar los rápidos y seguros movimientos de sus manos sobre el teclado, Clary recordó qué se sentía al ser alzada por aquellas manos, con los brazos sujetándola y las estrellas precipitándose alrededor de su cabeza, como una lluvia de espumillón plateado.
Sin duda debió de hacer algún ruido, porque él se volvió sobre el taburete, pestañeando en dirección a las sombras.
-¿Alec? –preguntó-. ¿Eres tú?
-No es Alec. Soy yo. –Penetró más en la habitación-. Clary.
Las teclas del piano emitieron un sonido metálico cuando Jace se puso en pie.
-Nuestra propia Bella Durmiente. ¿Quién te ha despertado por fin con un beso?
-Nadie; me he despertado yo sola.
-¿Había alguien contigo?
-Isabelle, pero se marchó en busca de alguien… Hodge, creo. Me dijo que esperara, pero…
-Debería haberle advertido sobre tu costumbre de no hacer nunca lo que te dicen. –Jace la miró con ojos entrecerrados-. ¿Esa ropa es de Isabelle? Resulta ridícula en ti.
-Permite que te recuerde que quemaste la mía.
-Fue puramente por precaución. –Cerró con suavidad la reluciente tapa negra del piano-. Vamos, te llevaré a ver a Hodge.
El Instituto era enorme, un amplio espacio grande y tenebroso, que más que parecer diseñado según un plano, daba la impresión de haber sido excavado naturalmente en la roca por el paso del agua y los años. A través de puertas entreabiertas, Clary vislumbró innumerables pequeñas habitaciones idénticas, cada una con una cama sin sábanas, una mesilla de noche y un gran armario de madera abierto. Pálidos arcos de piedra sostenían los techos elevados, muchos de ellos intrincadamente esculpidos con figuras pequeñas. Reparó en ciertos motivos que se repetían: ángeles y espadas, soles y rosas.
-¿Por qué tiene tantos dormitorios este sitio? –preguntó Clary-. Pensaba que era un instituto de investigación.
-Ésta es el ala residencial. Tenemos el compromiso de ofrecer seguridad y alojamiento a cualquier cazador de sombras que lo solicite. Podemos alojar hasta doscientas personas.
-Pero la mayoría de estas habitaciones están vacías.
-La gente va y viene. Nadie se queda mucho tiempo. Por lo general estamos sólo nosotros: Alec, Isabelle y Max, sus padres…, y yo y Hodge.
-¿Max?
-¿Conociste a la bella Isabelle? Alec es su hermano mayor. Max es el menor, pero está en el extranjero con sus padres.
-¿De vacaciones?
-No exactamente. –Jace vaciló-. Puedes considerarlos como… como diplomáticos extranjeros, y esto como una especie de embajada. En estos momentos se encuentran en el país de origen de los cazadores de sombras, llevando a cabo unas negociaciones de paz muy delicadas. Se llevaron a Max con ellos porque es muy joven.
-¿País de origen de los cazadores de sombras? –A Clary le daba vueltas la cabeza-. ¿Cómo se llama?
-Idris.
-Nunca he oído hablar de él.
-No tendrías por qué. –Aquella irritante superioridad estaba de vuelta en su voz-. Los mundanos no conocen su existencia. Hay defensas, hechizos de protección, colocados en todas sus fronteras. Si intentaras cruzar al interior de Idris, sencillamente te verías transportada de un extremo al siguiente al instante. Jamás sabrías qué había sucedido.
-¿De modo que no está en ningún mapa?
-No en los de los mundis. Para nuestros propósitos, puedes considerarlo un pequeño país entre Alemania y Francia.
-Pero no hay nada entre Alemania y Francia. Excepto Suiza.
-Exactamente –dijo Jace.
-Imagino que has estado allí. En Idris, quiero decir.
-Crecí allí.
La voz de Jace era neutral, pero algo en su tono le dejó saber que más preguntas en esa dirección no serían bien recibidas.
-La mayoría de nosotros lo hemos hecho. Existen, desde luego, cazadores de sombras por todo el mundo. Tenemos que estar en todas partes, porque la actividad demoníaca está por todas partes.
Pero para un cazador de sombras, Idris siempre es “el hogar”.
-Como La Meca o Jerusalén –repuso Clary, pensativa-. Así la mayoría de vosotros os criáis allí, y luego, cuando crecéis…
-Nos envían a donde se nos necesita –dijo Jace en tono brusco-. Y hay unos pocos, como Isabelle y Alec, que crecieron lejos del país de origen, porque ahí es donde están sus padres. Con todos los recursos que el Instituto tiene, con la instrucción de Hodge… -Se interrumpió-. Esto es la biblioteca.
Habían llegado a una pareja de puertas de madera en forma de arco. Un gato persa azul de ojos amarillos estaba enroscado frente a ellas. Alzó la cabeza cuando se acercaron y maulló.
-Hola, Iglesia –dijo Jace, acariciando el lomo del gato con un pie descalzo.
El gato entrecerró los ojos de placer.
-Espera –dijo Clary-. ¿Alec, Isabelle y Max… son los únicos cazadores de sombras de tu edad que conoces, con los que pasas tiempo?
Jace dejó de acariciar al gato.
-Sí.
-Debe de resultar un poco solitario.
-Tengo todo lo que necesito.
Jace abrió las puertas de un empujón. Tras un instante de vacilación, ella le siguió al interior.
La biblioteca era circular, con un techo que terminaba en punta, como si la hubieran construido dentro de una torre. Las paredes estaban cubiertas de libros, y los estantes eran tan altos que largas escalas colocadas sobre ruedecitas estaban dispuestas a lo largo de ellos a intervalos. Tampoco se trataba de libros corrientes; aquéllos eran libros encuadernados en piel y terciopelo, con cerraduras de aspecto sólido y bisagras hechas de latón y plata. Sus lomos estaban tachonados de gemas, que brillaban débilmente, e iluminados con letras doradas. Parecían desgastados de un modo que dejaba claro que aquellos libros no sólo eran antiguos, sino que se usaban con frecuencia, y que habían sido amados.
El suelo era de madera reluciente, con incrustaciones de pedacitos de cristal y mármol y trozos de piedras semipreciosas. La incrustación formaba un diseño que Clary no consiguió descifrar completamente: podrían haber sido las constelaciones, o incluso un mapa del mundo; sospechó que tendría que trepar a lo más alto del interior de la torre y mirar hacia abajo para poder verlo adecuadamente.
En el centro de la habitación había un magnífico escritorio. Estaba tallado a partir de una única tabla de madera, un gran y pesado trozo de roble que relucía con el apagado brillo de los años. La tabla descansaba sobre las espaldas de dos ángeles, tallados en la misma madera, las alas doradas y los rostros cincelados con una expresión de sufrimiento, como si el peso de la tabla les partiera la espalda. Tras el escritorio se sentaba un hombre delgado de cabellos entrecanos y larga nariz ganchuda.
-Una amante de los libros, veo –dijo, sonriendo a Clary-. No me dijiste eso, Jace.
Jace rió entre dientes. Clary tuvo la certeza de que se le había acercado por detrás y estaba de pie allí, con las manos en los bolsillos, sonriendo con aquella exasperante sonrisa suya.
-No hemos hablado mucho durante nuestra corta relación –dijo él-. Me temo que nuestros hábitos de lectura no salieron a relucir.
Clary se volvió y le lanzó una mirada iracunda.
-¿Cómo puede saberlo? –preguntó al hombre que había tras el escritorio-. Que me gustan los libros, quiero decir.
-La expresión de tu rostro cuando entraste –respondió él, poniéndose en pie y saliendo de detrás del escritorio-. No sé por qué, pero dudé que te sintieras tan impresionada por mi persona.
Clary sofocó una exclamación ahogada cuando él se levantó. Por un momento le pareció que era curiosamente deforme, con el hombro izquierdo encorvado y más alto que el otro. A medida que se fue acercando, vio que la joroba era en realidad un pájaro, cuidadosamente posado sobre su hombro; una criatura de plumas lustrosas con brillantes ojos negros.
-Éste es Hugo –presentó el hombre, tocando al ave posada en el hombro-. Hugo es un cuervo, y como tal, sabe muchas cosas. Yo, por mi parte, soy Hodge Starkweather, profesor de historia, y como tal, no sé ni con mucho lo suficiente.
Clary rió un poco, muy a pesar suyo, y estrechó la mano que le tendía.
-Clary Fray.
-Encantado de conocerte –respondió él-. Me sentiría encantado de conocer a cualquiera capaz de matar a un rapiñador con sus propias manos.
-No fueron mis propias manos. –Seguía resultando raro ser felicitada por matar-. Fue lo que Jace…, bueno, no recuerdo cómo se llamaba, pero…
-Se refiere a mi sensor –explicó Jace-. Se lo metió a esa cosa por la garganta. Las runas debieron asfixiarlo. Supongo que necesitaré otro –añadió, casi como una idea de último momento-. Debería haberlo mencionado.
-Hay varios de sobra en la habitación de las armas –repuso Hodge; al sonreír a Clary, un millar de pequeñas líneas surgieron como haces alrededor de sus ojos, igual que grietas en una pintura antigua-. Eso fue pensar de prisa. ¿Qué te dio la idea de usar el sensor como arma?
Antes de que ella pudiera responder, una risa aguda sonó a través de la habitación. Clary había estado tan cautivada por los libros y distraída por Hodge que no había visto a Alec tumbado en un sillón rojo junto a la chimenea apagada.
-No puedo creer que te tragues esa historia, Hodge –dijo.
En un principio, Clary no registró siquiera sus palabras. Estaba demasiado ocupada contemplándole fijamente. Como a muchos hijos únicos, le fascinaba el parecido entre hermanos, y en aquellos momentos, a plena luz del día, podía ver exactamente lo mucho que Alec se parecía a su hermana.
Tenían el mismo cabello negro azabache, las mismas cejas finas que se alzaban en las esquinas, la misma tez pálida y ruborosa. Pero donde Isabelle era toda arrogancia, Alec permanecía desplomado en el sillón como si esperara que nadie advirtiera su presencia. Sus pestañas eran largas y oscuras como las de su hermana, pero allí donde los ojos de ella eran negros, los de él eran del tono azul oscuro del vidrio de una botella. Contemplaban a Clary con una hostilidad tan pura y concentrada como ácida.
-No estoy muy seguro de a qué te refieres, Alec.
Hodge enarcó una ceja. Clary se preguntó cuántos años tendría; tenía una especie de apariencia sempiterna, no obstante las canas de su cabello. Vestía un pulcro traje de tweed gris, perfectamente planchado. Habría parecido un amable catedrático de universidad de no haber sido por la gruesa cicatriz que le recorría el lado derecho del rostro. Clary se preguntó cómo se la había hecho.
-¿Estás sugiriendo que no mató a ese demonio después de todo?
-Claro que no lo hizo. Mírala…, es una mundi, Hodge, y una niña pequeña, además. No hay modo de que pudiera acabar con un rapiñador.
-No soy una niña pequeñas –le interrumpió Clary-. Tengo dieciséis años…, bueno, los tendré el domingo.
-La misma edad que Isabelle –dijo Hodge-. ¿La llamarías a ella una niña?
-Isabelle procede de una de las dinastías más importantes de cazadores de sombras de la historia –replicó Alec con sequedad-. Esta chica, por otra parte, procede de Nueva Jersey.
-¡Soy de Brooklyn! –Clary estaba indignada-. ¿Y eso qué? ¿Acabo de matar a un demonio en mi propia casa, y tú te vas a portar como un imbécil porque no soy una repugnante niña rica malcriada como tú y tu hermana?
Alec pareció estupefacto.
-¿Qué es lo que me has llamado?
Jace rió.
-Tiene razón, Alec –dijo Jace-. Son esos demonios que utilizan el metro diariamente con los que tienes que tener cuidado realmente…
-No tiene gracia, Jace –interrumpió el otro, empezando a ponerse en pie-. ¿Vas a dejar que se quede ahí parada y me insulte?
-Sí –respondió Jace amablemente-. Te irá bien; intenta verlo como un adiestramiento de tu capacidad de resistencia.
-Puede que seamos parabatai –dijo Alec muy tenso-, pero tu falta de seriedad está acabando con mi paciencia.
-Y tu testarudez acabando con la mía. Cuando la encontré, estaba tendida en el suelo en un charco de sangre con un demonio moribundo prácticamente sobre ella. Contemplé cómo se desvanecía. Si ella no lo mató, ¿quién lo hizo?
-Los rapiñadores son estúpidos. Quizá se picó a sí mismo en el cuello con su aguijón. Ha sucedido otras veces…
-¿Ahora estás sugiriendo que se suicidó?
La boca de Alec se tensó.
-No está bien que ella esté aquí. A los mundis no se les permite entrar en el Instituto, y existen buenos motivos para eso. Si alguien supiera esto, podríamos ser denunciados a la Clave.
-Eso no es totalmente cierto –dijo Hodge-. La Ley sí nos permite ofrecer refugio a mundanos en ciertas circunstancias. Un rapiñador ya ha atacado a la madre de Clary…, ella podría muy bien haber sido la siguiente.
“Atacado.” Clary se preguntó si aquello sería un eufemismo de “asesinado”. El cuervo del hombro de Hodge graznó en tono quedo.
-Los rapiñadores son máquinas de rastreo y destrucción –continuó Alec-. Actúan siguiendo órdenes de brujos o poderosos señores demonios. Ahora bien, ¿qué interés tendría un brujo o un señor demonio en una casa mundana corriente? –Sus ojos, cuando miró a Clary, brillaron llenos de aversión-. ¿Alguna idea?
-Debió tratarse de un error –sugirió Clary.
-Los demonios no cometen esa clase de errores. Si fueron a por tu madre, debe de haber existido una razón. Si ella fuera inocente…
-¿Qué quieres decir con “inocente”? –La voz de Clary sonó sosegada.
Alec pareció desconcertado.
-Yo…
-Lo que quiere decir –intervino Hodge-, es que es sumamente raro que un demonio poderoso, de la clase que podría mandar a una hueste de demonios inferiores, se interese en los asuntos de los seres humanos. Ningún mundano puede hacer que acuda un demonio, carecen de ese poder, pero ha habido algunos, desesperados y estúpidos, que han encontrado a una bruja o un brujo que lo haga por ellos.
-Mi madre no conoce a ningún brujo. No cree en magia. –Una idea pasó por la mente de Clary-. Madame Dorothea…, vive abajo…, es una bruja. ¿A lo mejor los demonios iban tras ella y cogieron a mi madre por error?
Las cejas de Hodge se enarcaron veloces hasta la raíz de sus cabellos.
-¿Vive una bruja en el piso de debajo de la casa de donde tú vives?
-Es una bruja falsa…, una impostora –explicó Jace-. Ya lo he comprobado. No hay motivo para que ningún brujo estuviera interesado en ella, a menos que esté buscando bolas de cristal que no funcionan.
-Y volvemos a estar donde empezamos. –Hodge alargó la mano para acariciar al pájaro de su hombro-. Parece que ha llegado el momento de informar a la Clave.
-¡No! –exclamó Jace-. No podemos…
-tenía sentido mantener en secreto la presencia de Clary aquí mientras no estábamos seguros de que se recuperara –dijo Hodge-. Pero ahora lo ha hecho, y es la primera mundana que cruza las puertas del Instituto en más de cien años. Conoces las normas sobre que los mundanos conozcan la existencia de los cazadores de sombras, Jace. La Clave debe ser informada.
-Por supuesto –estuvo de acuerdo Alec-. Podría enviarle un mensaje a mi padre…
-No es una mundana –dijo Jace en voz baja.
Las cejas de Hodge volvieron a elevarse veloces hasta el nacimiento del pelo y se quedaron allí. Alec, pillado en mitad de la frase, se atragantó sorprendido. En el repentino silencio, Clary oyó el sonido de las alas de Hugo agitándose.
-Pero sí lo soy –replicó.
-No –dijo Jace-, no lo eres.
Se volvió hacia Hodge, y Clary vio el leve movimiento de su garganta al tragar saliva. Encontró aquel atisbo de su nerviosismo curiosamente tranquilizador.
-Esa noche… había demonios du’sien, vestidos como agentes de policía. Teníamos que pasar sin que nos vieran. Clary estaba demasiado débil para correr, y no había tiempo para ocultarse: habría muerto. Así que usé mi estela… y puse una runa mendelin en la parte anterior de su brazo. Pensé que…
-¿Te has vuelto loco? –Hodge descargó la mano sobre el escritorio con tal fuerza que Clary pensó que la madera se resquebrajaría-. ¡Sabes lo que la Ley dice sobre colocar Marcas en mundanos! ¡Tú… tú precisamente deberías saberlo!
-Pero funcionó –dijo Jace-. Clary, muéstrales el brazo.
Dirigiendo una mirada de perplejidad a Jace, la joven extendió el brazo desnudo. Recordaba haberlo mirado aquella noche en el callejón, pensando en lo vulnerable que parecía. Ahora, justo debajo del pliegue de la muñeca, distinguió tres tenues círculos superpuestos, las líneas tan débiles como el recuerdo de una cicatriz desaparecida con el paso de los años.
-Veis, casi se ha ido –indicó Jace-. No la lastimó en absoluto.
-Ésa no es la cuestión. –Hodge apenas podía controlar su enojo-. Podrías haberla convertido en una repudiada.
Dos brillantes puntos de color aparecieron en la parte superior de los pómulos de Alec.
-no me lo puedo creer, Jace. Sólo los cazadores de sombras pueden recibir Marcas de la Alianza…, éstas matan a los mundanos…
-No es una mundana. ¿Es que no me has escuchado? Eso explica que nos pueda ver. Sin duda tiene sangre de la Clave.
Clary bajó el brazo, sintiéndose repentinamente helada.
-Pero no la tengo. No podría.
-Debes de tenerla –dijo Jace, sin mirarla-. Si no la tuvieras, esa Marca que te hice en el brazo…
-Es suficiente, Jace –interrumpió Hodge, con la contrariedad patente en la voz-. No hay necesidad de asustarla más.
-Pero yo tenía razón, ¿verdad? También explica lo que le sucedió a su madre. Si ella era una cazadora de sombras exiliada, podría muy bien tener enemigos en el Submundo.
-¡Mi madre no era una cazadora de sombras!
-Tu padre, entonces –sugirió Jace-. ¿Qué hay de él?
Clary le devolvió la mirada con una clara expresión furiosa.
-Murió. Antes de que yo naciera.
Jace se estremeció de un modo casi imperceptible. Fue Alec quien habló entonces.
-Es posible –aceptó, vacilante-. Si su padre fuera un cazador de sombras, y su madre una mundana…, bueno, todos sabéis que está en contra de la Ley casarse con un mundi. A lo mejor se ocultaban.
-Mi madre me lo habría dicho –replicó Clary, aunque pensó en la falta de fotos de su padre, en cómo su madre nunca hablaba de él, y supo que no decía la verdad.
-No necesariamente. –repuso Jace- Todos tenemos secretos.
-Luke –dijo Clary-. Nuestro amigo. Él lo sabría. –Al pensar en Luke tuvo un repentino ramalazo de culpabilidad y horror-. Han pasado tres días…, debe de estar frenético. ¿Puedo llamarle? ¿Hay un teléfono? –Se volvió hacia Jace-. Por favor.
Jace vaciló, mirando a Hodge, que asintió y se apartó del escritorio. Detrás de él había un globo terráqueo, hecho de latón batido, que no se parecía a ningún otro globo terráqueo que hubiera visto; había algo sutilmente extraño en la forma de los países y los continentes. Junto al globo había un anticuado teléfono negro con un disco rotatorio plateado. Clary se llevó el auricular al oído, y el familiar tono de marcación la inundó como una relajante corriente de agua.
Luke descolgó al tercer timbrazo.
-¿Diga?
-¡Luke! –Se dejó caer contra el escritorio-. Soy yo. Clary.
-Clary. –Pudo notar el alivio en su voz, junto con algo más que no pudo identificar del todo-. ¿Estás bien?
-Estoy perfectamente. Lamento no haberte llamado antes. Luke, mi madre…
-Lo sé. La policía estuvo aquí.
-Entonces no has sabido de ella.
Cualquier rastro de esperanza de que su madre hubiera huido de la casa y se hubiese ocultado en alguna parte, desapareció. Era imposible que no hubiera contactado con Luke de haberlo hecho.
-¿Qué dijo la policía?
-Sólo que había desaparecido. –Clary pensó en la mujer policía con la mano de esqueleto, y tiritó-. ¿Dónde estás?
-Estoy en la ciudad –respondió ella-. No sé dónde exactamente. Con unos amigos. He perdido el monedero. Si tienes algo de efectivo, podría coger un taxi hasta tu casa…
-No –replicó él, tajante.
El teléfono le resbaló en la sudorosa mano, pero lo atrapó.
-¿Qué?
-No –repitió él-. Es demasiado peligroso. No puedes venir aquí.
-Podríamos llamar…
-Mira. –Su voz era dura-. Lo que sea en lo que tu madre se haya mezclado, no tiene nada que ver conmigo. Estás mucho mejor donde estás.
-Pero no quiero quedarme aquí. –Oyó el gemido en su propia voz, como el de un niño-. No conozco a esta gente. Ti…
-Yo no soy tu padre, Clary. Ya te lo he dicho otras veces.
Las lágrimas le ardían tras los ojos.
-Lo siento. Es sólo que…
-No vuelvas a llamarme para pedir favores –dijo él-. Tengo mis propios problemas, sólo me falta tener que preocuparme por los tuyos –añadió, y colgó el teléfono.
Ella se quedó allí de pie y contempló fijamente el auricular, con el tono de marcación zumbando en su oído como una avispa enorme y fea. Volvió a marcar el número de Luke y aguardó. En esa ocasión pasó directamente al buzón de voz. Colgó violentamente el teléfono, con manos temblorosas.
Última edición por Abbi. el Jue 26 Sep 2013, 3:11 am, editado 1 vez
Abbi.
Re: |メ| Cazadores de Sombras I: Ciudad de Hueso. |メ|
:muere: :ilusion:
a dios esta genial sube capitulos
a dios esta genial sube capitulos
sarai yarleque
Re: |メ| Cazadores de Sombras I: Ciudad de Hueso. |メ|
sarai yarleque escribió::muere: :ilusion:
a dios esta genial sube capitulos
Cuando halla otro comentario mas, subo :_
Abbi.
Re: |メ| Cazadores de Sombras I: Ciudad de Hueso. |メ|
¡Hola!
adoro cazadores de sombras de verdad, me encanta!!
fui a ver la película al cine y quede encantada, probablemente valla a verla nuevamente :P
Sube pronto
por favor
Besos!
PD: Soy Susie :3
adoro cazadores de sombras de verdad, me encanta!!
fui a ver la película al cine y quede encantada, probablemente valla a verla nuevamente :P
Sube pronto
por favor
Besos!
PD: Soy Susie :3
~Susie ∞Wallflower∞
Re: |メ| Cazadores de Sombras I: Ciudad de Hueso. |メ|
~Susie ∞Wallflower∞ escribió:¡Hola!
adoro cazadores de sombras de verdad, me encanta!!
fui a ver la película al cine y quede encantada, probablemente valla a verla nuevamente :P
Sube pronto
por favor
Besos!
PD: Soy Susie :3
Hola nefilimmmmmmm <3
Yo por ver otras películas nunca la vi, moriremos todos por no verla :C
Subo ahora (me tengo que preparar para ir al colegio) o dsp a la tarde.
¡Besoootes!
PD: Y yo Abbi :3:3
Yo por ver otras películas nunca la vi, moriremos todos por no verla :C
Subo ahora (me tengo que preparar para ir al colegio) o dsp a la tarde.
¡Besoootes!
PD: Y yo Abbi :3:3
Abbi.
Re: |メ| Cazadores de Sombras I: Ciudad de Hueso. |メ|
abigailrocio escribió:!abigailrocio escribió:
Te moris si te cuento esto, pero, YO ME LLAMO IGUAL QUE VOS, OMG OMG.
solo es una diferencia de lugares yo conosco a una familia q tiene dos hijas yse llaman
milagros sandra y la otra sandra milagros
ASI Q PODRIAMOS SER HERMANAS OMG OMG:aah: :jojojo: :jajajaj: :omg: HERMANAS!!!!!!
esta genial
Gracias :D.
Te moris si te cuento esto, pero, YO ME LLAMO IGUAL QUE VOS, OMG OMG.
ahhhhhhhhhhhhh
tU nombre es igual q el mio podriamos HaBer sido hermanas en un tiempo muy lejanoahhhhhhhhhh!
ENSERIO. Yo doy Rocio Abigail, solo una diferencia de lugares.tU nombre es igual q el mio podriamos HaBer sido hermanas en un tiempo muy lejanoahhhhhhhhhh!
solo es una diferencia de lugares yo conosco a una familia q tiene dos hijas yse llaman
milagros sandra y la otra sandra milagros
ASI Q PODRIAMOS SER HERMANAS OMG OMG:aah: :jojojo: :jajajaj: :omg: HERMANAS!!!!!!
abigailrocio
Re: |メ| Cazadores de Sombras I: Ciudad de Hueso. |メ|
abigailrocio escribió:!abigailrocio escribió:
Te moris si te cuento esto, pero, YO ME LLAMO IGUAL QUE VOS, OMG OMG.
solo es una diferencia de lugares yo conosco a una familia q tiene dos hijas yse llaman
milagros sandra y la otra sandra milagros
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esta genial
Gracias :D.
Te moris si te cuento esto, pero, YO ME LLAMO IGUAL QUE VOS, OMG OMG.
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ENSERIO. Yo doy Rocio Abigail, solo una diferencia de lugares.tU nombre es igual q el mio podriamos HaBer sido hermanas en un tiempo muy lejanoahhhhhhhhhh!
solo es una diferencia de lugares yo conosco a una familia q tiene dos hijas yse llaman
milagros sandra y la otra sandra milagros
ASI Q PODRIAMOS SER HERMANAS OMG OMG:aah: :jojojo: :jajajaj: :omg: HERMANAS!!!!!!
abigailrocio
Re: |メ| Cazadores de Sombras I: Ciudad de Hueso. |メ|
Capítulo Cinco (Parte II) : Clave y Alianza.
Jace estaba recostado en el brazo del sillón de Alec, observándola.
-¿Debo entender que no se ha alegrado de saber de ti?
Clary sintió como si su corazón se hubiera encogido al tamaño de una nuez: una piedra diminuta y dura en su pecho.
“No lloraré –pensó-. No frente a esta gente.”
-Creo que me gustaría tener una charla con Clary –dijo Hodge-. A solas –añadió con firmeza al ver la expresión de Jace.
Alec se puso en pie.
-Excelente. Te dejaremos para que lo hagas.
-Eso no es nada justo –protestó Jace-. Yo fui quien la encontró. ¡Soy el que la salvó la vida! Tú quieres que esté ahí, ¿verdad? –pidió, volviéndose hacia Clary.
Ella desvió la mirada, sabiendo que si abría la boca empezaría a llorar. Como desde la distancia, oyó reír a Alec.
-No todo el mundo te quiere todo el tiempo, Jace –dijo.
-No seas ridículo –oyó decir a Jace, pero sonaba decepcionado-. Bien, pues. Estaremos en la sala de armas.
La puerta se cerró tras ellos con un chasquido definitivo. A Clary le escocían los ojos del modo en que lo hacían cuando intentaba contener las lágrimas durante demasiado tiempo. Hodge se alzó ante ella, un borrón gris que se movía nerviosamente.
-Siéntate –dijo-. Aquí, en el sofá.
Ella se dejó caer, agradecida, sobre los blandos cojines. Tenía las mejillas húmedas. Alzó la mano para secarse las lágrimas, pestañeando.
-No lloro demasiado por lo general –se encontró diciendo-. No significa nada. Estaré perfectamente en seguida.
-La mayoría de las personas no lloran cuando están disgustadas o asustadas, sino más bien cuando se sienten frustradas. Tu frustración es comprensible. Has pasado por algo muy duro.
-¿Duro? –Clary se secó los ojos en el dobladillo de la camiseta de Isabelle-. Ya puede decirlo.
Hodge sacó la silla de detrás del escritorio, y la arrastró hasta el sofá para sentarse de cara a ella. La muchacha vio que sus ojos eran grises, como los cabellos y la chaqueta de tweed.
-¿Puedo traerte algo? –preguntó él-. ¿Algo para beber? ¿un poco de té?
-no quiero té –dijo Clary, con apagada energía-. Quiero encontrar a mi madre. Y luego quiero encontrar a quién se la llevó, y quiero matarlo.
-Desgraciadamente –repuso Hodge-, nos hemos quedado sin venganza implacable por el momento, de modo que es o té o nada.
Clary dejó caer el borde de la camiseta, salpicado todo él de manchas húmedas.
-¿Qué se supone que debo hacer, entonces? –preguntó.
-Podrías empezar por contarme algo de lo sucedido –contestó Hodge, rebuscando en el bolsillo.
Sacó un pañuelo, doblado con esmero, y se lo entregó. Clary lo tomó con silencioso asombro. Nunca había conocido a nadie que llevara encima un pañuelo de tela.
-El demonio que viste en tu apartamento…, ¿fue ésa la primera criatura que habías visto nunca? ¿Antes de eso, no tenías ni idea de que tales criaturas existieran?
Clary negó con la cabeza, luego hizo una pausa.
-Una vez antes, pero no comprendí lo que era. La primera vez que vi a Jace…
-Claro, desde luego, qué estúpido por mi parte olvidarlo. –Hodge asintió-. En el Pandemónium. ¿Ésa fue la primera vez?
-Sí.
-¿Y tu madre nunca te los mencionó…, nada sobre otro mundo, quizá, que la mayoría de la gente no puede ver? ¿Parecía especialmente interesada en mitos, cuentos de hadas, leyendas sobre cosas de fábula…?
-No. Odiaba todas esas cosas. Incluso odiaba las películas de Disney. No le gustaba que leyera manga. Decía que era infantil.
Hodge se rascó la cabeza. El cabello no se le movió.
-De lo más peculiar.
-En realidad no –replicó Clary-. Mi madre no era peculiar. Era la persona más normal del mundo.
-La gente normal no acostumbra a encontrar sus hogares saqueados por demonios –repuso él, sin mala intención.
-¿No puede haber sido una equivocación?
-De haber sido una equivocación –indicó Hodge-, y si tú fueras una chica corriente, no habrías visto al demonio que te atacó, o de haberlo visto, tu mente lo habría procesado como algo totalmente distinto: un perro fiero, incluso otro ser humano. Que pudieses verlo, que te hablara…
-¿Cómo sabe que me habló?
-Jace me lo contó.
-Siseó. –Clary se estremeció, recordándolo-. Habló sobre querer comerme, pero creo que no tenía que hacerlo.
-Los rapiñadores están generalmente bajo el control de un demonio más fuerte. No son muy inteligentes ni competentes por sí mismos –explicó Hodge-. ¿Dijo que buscaba a su amo?
Clary recapacitó.
-Dijo algo sobre un Valentine, pero..
Hodge se irguió violentamente, con tal brusquedad que Hugo, que había estado descansando cómodamente en su hombro, alzó el vuelo con un graznido irritado.
-¿Valentine?
-Sí –dijo Clary-. Oí el mismo nombre en Pandemónium del chico… quiero decir, el demonio…
-es un nombre que todos conocemos –replicó Hodge en tono cortante.
Su voz era firme, pero ella detectó un leve temblor en sus manos. Hugo, de vuelta en su hombro, erizó las plumas inquieto.
-¿Un demonio?
-No. Valentine es… era… un cazador de sombras.
-¿Un cazador de sombras? ¿Por qué dice que era?
-Porque está muerto –dijo Hodge, categórico-. Lleva muerto quince años.
Clary volvió a recostarse contra los cojines del sofá. La cabeza parecía a punto de estallarle. A lo mejor debería haber aceptado aquel té después de todo.
-¿Podría ser alguien más? ¿Alguien con el mismo nombre?
La risa de Hodge fue un ladrido sin alegría.
-No, pero podría haber sido alguien usando su nombre para enviar un mensaje. –Se puso en pie y fue hacia su escritorio, con las manos entrelazadas a la espalda-. Y éste sería el momento de hacerlo.
-¿Por qué ahora?
-Debido a los Acuerdos.
-¿Las negociaciones de paz? Jace las mencionó. ¿Paz con quién?
-Los subterráneos –murmuró Hodge, y bajó la vista hacia Clary con la boca apretada en una fina línea-. Perdóname –dijo-. Esto debe de resultarte confuso.
-¿Le parece?
El hombre se apoyó en el escritorio, acariciando las plumas de Hugo distraídamente.
-Los subterráneos son los que comparten el Mundo de las Sombras con nosotros. Siempre hemos vivido en una paz precaria con ellos.
-Como vampiros, hombres lobos y…
-Los seres fantásticos –siguió Hodge-. Hadas. Y las criaturas de Lilith, que siendo medio demonios, son brujos.
-Entonces, ¿qué son ustedes, los cazadores de sombras?
-A veces nos llaman los nefilim –respondió Hodge-. En la Biblia eran los vástagos de humanos y ángeles. La leyenda del origen de los cazadores de sombras dice que fueron creados hace más de mil años, cuando los humanos estaban siendo aplastados por invasiones de demonios de otros mundos. Un brujo convocó a su presencia al ángel Raziel, que mezcló parte de su propia sangre con la sangre de hombres en una copa, y se la dio a esos hombres para que la bebieran. Los que bebieron la sangre del Ángel se convirtieron en cazadores de sombras, como lo hicieron sus hijos y los hijos de sus hijos. A partir de entonces, la copa fue conocida como la Copa Mortal. Aunque la leyenda puede no ser un hecho real, lo que es cierto es que a lo largo de los años, cuando se reducían las filas de los cazadores de sombras, siempre era posible crear más usando la Copa.
-¿Era siempre posible?
-La Copa ya no existe –explicó Hodge-. La destruyó Valentine justo antes de morir. Encendió una gran hoguera y se quemó a sí mismo junto con su familia, su esposa y su hijo. Todos perecieron. Dejó la tierra negra. Nadie quiere construir allí aún. Dicen que la tierra está maldita.
-¿Lo está?
-Posiblemente. La Clave pronuncia maldiciones de vez en cuando como castigo por contravenir la Ley. Valentine violó la Ley más importante de todas: se alzó en armas contra sus camaradas cazadores de sombras y los mató. Él y su grupo, el Círculo, mataron a docenas de sus hermanos junto con cientos de subterráneos durante los últimos Acuerdos. A duras penas se consiguió derrotarlos.
-¿Por qué querría él emprenderla contra otros cazadores de sombras?
-No aprobaba los Acuerdos. Despreciaba a los subterráneos y consideraba que había que masacrarlos, en masa, para mantener este mundo puro para los seres humanos. Aunque los subterráneos no son demonios ni invasores, consideraba que eran de naturaleza demoníaca, y que eso era suficiente. La Clave no estaba de acuerdo; consideraba que la colaboración de los subterráneos era necesaria si alguna vez queríamos expulsar a la raza de los demonios para siempre. ¿Y quién podría discutir, en realidad, que los seres mágicos no pertenecen a este mundo, cuando han estado aquí desde hace más tiempo que nosotros?
-¿Llegaron a firmarse los Acuerdos?
-Sí, se firmaron. Cuando los subterráneos vieron que la Clave se volvía en contra de Valentine y su Círculo para defenderlos, comprendieron que los cazadores de sombras no eran sus enemigos. Irónicamente, con su insurrección Valentine hizo posibles los Acuerdos. –Hodge volvió a sentarse en la silla-. Te pido disculpas, ésta debe de ser una aburrida lección de historia para ti. Ése era Valentine. Un activista, un visionario, un hombre de gran encanto personal y convicción. Y un asesino. Ahora alguien está invocando su nombre…
-Pero ¿quién? –preguntó Clary-. ¿Y qué tiene que ver mi madre con eso?
Hodge volvió a ponerse en pie.
-No lo sé. Pero haré lo que pueda para averiguarlo. Enviaré mensajes a la Clave y también a los Hermanos Silenciosos. Tal vez deseen hablar contigo.
Clary no preguntó quienes eran los Hermanos Silenciosos. Estaba cansada de hacer preguntas cuyas respuestas sólo hacían que confundirla más. Se levantó.
-¿Existe alguna posibilidad de que pueda ir a casa?
Hodge pareció preocupado.
-No, no…no considero que eso sea sensato.
-Allí hay cosas que necesito, incluso aunque vaya a quedarme aquí. Ropa…
-Te podemos dar dinero para comprar ropa nueva.
-Por favor –insistió Clary-. Tengo que ver… Tengo que ver lo que queda.
Hodge vaciló, luego le dedicó un corto asentimiento.
-Si Jace acepta, podéis ir los dos. –Se volvió hacia la mesa, rebuscando entre los papeles, luego echó una ojeada por encima del hombro como reparando en que ella seguía allí-. Está en la sala de armas.
-No sé dónde está eso.
Hodge sonrió torciendo la boca.
-Iglesia te llevará.
Clary dirigió una ojeada a la puerta, donde el gordo gato persa azul estaba enroscado como una pequeña otomana. El felino se alzó cuando ella fue hacia él, con el pelaje ondulando como si fuera líquido. Con un maullido imperioso, la condujo al pasillo. Cuando miró por encima del hombro, Clary vio a Hodge garabateando sobre una hoja de papel. Enviando un mensaje a la misteriosa Clave, supuso. No pensaba que fuera gente muy agradable. Se preguntó cuál sería su respuesta.
{Hodge}
La tinta roja parecía sangre sobre el papel blanco. Frunciendo el entrecejo, Hodge Starkweather enrolló la carta, con cuidado y meticulosidad, en forma de tubo, y silbó a Hugo para que acudiera.
El pájaro, graznando quedamente, se le posó en la muñeca. Hodge hizo una mueca de dolor.
Años atrás, durante el Levantamiento, había sufrido una herida en aquel hombro, e incluso un peso tan ligero como el de Hugo, o un cambio de estación, un cambio de temperatura, de humedad, o un movimiento demasiado repentino del brazo, despertaba viejas punzadas y el recuerdo de padecimientos que era mejor olvidar.
Existían algunos recuerdos, no obstante, que nunca desaparecían. Cuando cerró los ojos estallaron imágenes, igual que flashes, tras sus párpados. Sangre y cuerpos, tierra pisoteada, un estrado blanco manchado de rojo. Los gritos de los que agonizaban. Los campos verdes y ondulados de Idris y su infinito cielo azul, atravesado por las torres de la Ciudad de Cristal. El dolor de la pérdida le invadió como una ola; cerró con más fuerza el puño, y Hugo, aleteando, le picoteó los dedos furiosamente.
Abriendo la mano, Hodge soltó al pájaro, que describió un círculo alrededor de su cabeza, voló a lo alto hasta el tragaluz y luego desapareció.
Quitándose de encima su aprensión con un estremecimiento, Hodge alargó la mano para tomar otra hoja de papel, sin reparar en las gotas escarlata que embadurnaban el papel mientras escribía.
-¿Debo entender que no se ha alegrado de saber de ti?
Clary sintió como si su corazón se hubiera encogido al tamaño de una nuez: una piedra diminuta y dura en su pecho.
“No lloraré –pensó-. No frente a esta gente.”
-Creo que me gustaría tener una charla con Clary –dijo Hodge-. A solas –añadió con firmeza al ver la expresión de Jace.
Alec se puso en pie.
-Excelente. Te dejaremos para que lo hagas.
-Eso no es nada justo –protestó Jace-. Yo fui quien la encontró. ¡Soy el que la salvó la vida! Tú quieres que esté ahí, ¿verdad? –pidió, volviéndose hacia Clary.
Ella desvió la mirada, sabiendo que si abría la boca empezaría a llorar. Como desde la distancia, oyó reír a Alec.
-No todo el mundo te quiere todo el tiempo, Jace –dijo.
-No seas ridículo –oyó decir a Jace, pero sonaba decepcionado-. Bien, pues. Estaremos en la sala de armas.
La puerta se cerró tras ellos con un chasquido definitivo. A Clary le escocían los ojos del modo en que lo hacían cuando intentaba contener las lágrimas durante demasiado tiempo. Hodge se alzó ante ella, un borrón gris que se movía nerviosamente.
-Siéntate –dijo-. Aquí, en el sofá.
Ella se dejó caer, agradecida, sobre los blandos cojines. Tenía las mejillas húmedas. Alzó la mano para secarse las lágrimas, pestañeando.
-No lloro demasiado por lo general –se encontró diciendo-. No significa nada. Estaré perfectamente en seguida.
-La mayoría de las personas no lloran cuando están disgustadas o asustadas, sino más bien cuando se sienten frustradas. Tu frustración es comprensible. Has pasado por algo muy duro.
-¿Duro? –Clary se secó los ojos en el dobladillo de la camiseta de Isabelle-. Ya puede decirlo.
Hodge sacó la silla de detrás del escritorio, y la arrastró hasta el sofá para sentarse de cara a ella. La muchacha vio que sus ojos eran grises, como los cabellos y la chaqueta de tweed.
-¿Puedo traerte algo? –preguntó él-. ¿Algo para beber? ¿un poco de té?
-no quiero té –dijo Clary, con apagada energía-. Quiero encontrar a mi madre. Y luego quiero encontrar a quién se la llevó, y quiero matarlo.
-Desgraciadamente –repuso Hodge-, nos hemos quedado sin venganza implacable por el momento, de modo que es o té o nada.
Clary dejó caer el borde de la camiseta, salpicado todo él de manchas húmedas.
-¿Qué se supone que debo hacer, entonces? –preguntó.
-Podrías empezar por contarme algo de lo sucedido –contestó Hodge, rebuscando en el bolsillo.
Sacó un pañuelo, doblado con esmero, y se lo entregó. Clary lo tomó con silencioso asombro. Nunca había conocido a nadie que llevara encima un pañuelo de tela.
-El demonio que viste en tu apartamento…, ¿fue ésa la primera criatura que habías visto nunca? ¿Antes de eso, no tenías ni idea de que tales criaturas existieran?
Clary negó con la cabeza, luego hizo una pausa.
-Una vez antes, pero no comprendí lo que era. La primera vez que vi a Jace…
-Claro, desde luego, qué estúpido por mi parte olvidarlo. –Hodge asintió-. En el Pandemónium. ¿Ésa fue la primera vez?
-Sí.
-¿Y tu madre nunca te los mencionó…, nada sobre otro mundo, quizá, que la mayoría de la gente no puede ver? ¿Parecía especialmente interesada en mitos, cuentos de hadas, leyendas sobre cosas de fábula…?
-No. Odiaba todas esas cosas. Incluso odiaba las películas de Disney. No le gustaba que leyera manga. Decía que era infantil.
Hodge se rascó la cabeza. El cabello no se le movió.
-De lo más peculiar.
-En realidad no –replicó Clary-. Mi madre no era peculiar. Era la persona más normal del mundo.
-La gente normal no acostumbra a encontrar sus hogares saqueados por demonios –repuso él, sin mala intención.
-¿No puede haber sido una equivocación?
-De haber sido una equivocación –indicó Hodge-, y si tú fueras una chica corriente, no habrías visto al demonio que te atacó, o de haberlo visto, tu mente lo habría procesado como algo totalmente distinto: un perro fiero, incluso otro ser humano. Que pudieses verlo, que te hablara…
-¿Cómo sabe que me habló?
-Jace me lo contó.
-Siseó. –Clary se estremeció, recordándolo-. Habló sobre querer comerme, pero creo que no tenía que hacerlo.
-Los rapiñadores están generalmente bajo el control de un demonio más fuerte. No son muy inteligentes ni competentes por sí mismos –explicó Hodge-. ¿Dijo que buscaba a su amo?
Clary recapacitó.
-Dijo algo sobre un Valentine, pero..
Hodge se irguió violentamente, con tal brusquedad que Hugo, que había estado descansando cómodamente en su hombro, alzó el vuelo con un graznido irritado.
-¿Valentine?
-Sí –dijo Clary-. Oí el mismo nombre en Pandemónium del chico… quiero decir, el demonio…
-es un nombre que todos conocemos –replicó Hodge en tono cortante.
Su voz era firme, pero ella detectó un leve temblor en sus manos. Hugo, de vuelta en su hombro, erizó las plumas inquieto.
-¿Un demonio?
-No. Valentine es… era… un cazador de sombras.
-¿Un cazador de sombras? ¿Por qué dice que era?
-Porque está muerto –dijo Hodge, categórico-. Lleva muerto quince años.
Clary volvió a recostarse contra los cojines del sofá. La cabeza parecía a punto de estallarle. A lo mejor debería haber aceptado aquel té después de todo.
-¿Podría ser alguien más? ¿Alguien con el mismo nombre?
La risa de Hodge fue un ladrido sin alegría.
-No, pero podría haber sido alguien usando su nombre para enviar un mensaje. –Se puso en pie y fue hacia su escritorio, con las manos entrelazadas a la espalda-. Y éste sería el momento de hacerlo.
-¿Por qué ahora?
-Debido a los Acuerdos.
-¿Las negociaciones de paz? Jace las mencionó. ¿Paz con quién?
-Los subterráneos –murmuró Hodge, y bajó la vista hacia Clary con la boca apretada en una fina línea-. Perdóname –dijo-. Esto debe de resultarte confuso.
-¿Le parece?
El hombre se apoyó en el escritorio, acariciando las plumas de Hugo distraídamente.
-Los subterráneos son los que comparten el Mundo de las Sombras con nosotros. Siempre hemos vivido en una paz precaria con ellos.
-Como vampiros, hombres lobos y…
-Los seres fantásticos –siguió Hodge-. Hadas. Y las criaturas de Lilith, que siendo medio demonios, son brujos.
-Entonces, ¿qué son ustedes, los cazadores de sombras?
-A veces nos llaman los nefilim –respondió Hodge-. En la Biblia eran los vástagos de humanos y ángeles. La leyenda del origen de los cazadores de sombras dice que fueron creados hace más de mil años, cuando los humanos estaban siendo aplastados por invasiones de demonios de otros mundos. Un brujo convocó a su presencia al ángel Raziel, que mezcló parte de su propia sangre con la sangre de hombres en una copa, y se la dio a esos hombres para que la bebieran. Los que bebieron la sangre del Ángel se convirtieron en cazadores de sombras, como lo hicieron sus hijos y los hijos de sus hijos. A partir de entonces, la copa fue conocida como la Copa Mortal. Aunque la leyenda puede no ser un hecho real, lo que es cierto es que a lo largo de los años, cuando se reducían las filas de los cazadores de sombras, siempre era posible crear más usando la Copa.
-¿Era siempre posible?
-La Copa ya no existe –explicó Hodge-. La destruyó Valentine justo antes de morir. Encendió una gran hoguera y se quemó a sí mismo junto con su familia, su esposa y su hijo. Todos perecieron. Dejó la tierra negra. Nadie quiere construir allí aún. Dicen que la tierra está maldita.
-¿Lo está?
-Posiblemente. La Clave pronuncia maldiciones de vez en cuando como castigo por contravenir la Ley. Valentine violó la Ley más importante de todas: se alzó en armas contra sus camaradas cazadores de sombras y los mató. Él y su grupo, el Círculo, mataron a docenas de sus hermanos junto con cientos de subterráneos durante los últimos Acuerdos. A duras penas se consiguió derrotarlos.
-¿Por qué querría él emprenderla contra otros cazadores de sombras?
-No aprobaba los Acuerdos. Despreciaba a los subterráneos y consideraba que había que masacrarlos, en masa, para mantener este mundo puro para los seres humanos. Aunque los subterráneos no son demonios ni invasores, consideraba que eran de naturaleza demoníaca, y que eso era suficiente. La Clave no estaba de acuerdo; consideraba que la colaboración de los subterráneos era necesaria si alguna vez queríamos expulsar a la raza de los demonios para siempre. ¿Y quién podría discutir, en realidad, que los seres mágicos no pertenecen a este mundo, cuando han estado aquí desde hace más tiempo que nosotros?
-¿Llegaron a firmarse los Acuerdos?
-Sí, se firmaron. Cuando los subterráneos vieron que la Clave se volvía en contra de Valentine y su Círculo para defenderlos, comprendieron que los cazadores de sombras no eran sus enemigos. Irónicamente, con su insurrección Valentine hizo posibles los Acuerdos. –Hodge volvió a sentarse en la silla-. Te pido disculpas, ésta debe de ser una aburrida lección de historia para ti. Ése era Valentine. Un activista, un visionario, un hombre de gran encanto personal y convicción. Y un asesino. Ahora alguien está invocando su nombre…
-Pero ¿quién? –preguntó Clary-. ¿Y qué tiene que ver mi madre con eso?
Hodge volvió a ponerse en pie.
-No lo sé. Pero haré lo que pueda para averiguarlo. Enviaré mensajes a la Clave y también a los Hermanos Silenciosos. Tal vez deseen hablar contigo.
Clary no preguntó quienes eran los Hermanos Silenciosos. Estaba cansada de hacer preguntas cuyas respuestas sólo hacían que confundirla más. Se levantó.
-¿Existe alguna posibilidad de que pueda ir a casa?
Hodge pareció preocupado.
-No, no…no considero que eso sea sensato.
-Allí hay cosas que necesito, incluso aunque vaya a quedarme aquí. Ropa…
-Te podemos dar dinero para comprar ropa nueva.
-Por favor –insistió Clary-. Tengo que ver… Tengo que ver lo que queda.
Hodge vaciló, luego le dedicó un corto asentimiento.
-Si Jace acepta, podéis ir los dos. –Se volvió hacia la mesa, rebuscando entre los papeles, luego echó una ojeada por encima del hombro como reparando en que ella seguía allí-. Está en la sala de armas.
-No sé dónde está eso.
Hodge sonrió torciendo la boca.
-Iglesia te llevará.
Clary dirigió una ojeada a la puerta, donde el gordo gato persa azul estaba enroscado como una pequeña otomana. El felino se alzó cuando ella fue hacia él, con el pelaje ondulando como si fuera líquido. Con un maullido imperioso, la condujo al pasillo. Cuando miró por encima del hombro, Clary vio a Hodge garabateando sobre una hoja de papel. Enviando un mensaje a la misteriosa Clave, supuso. No pensaba que fuera gente muy agradable. Se preguntó cuál sería su respuesta.
{Hodge}
La tinta roja parecía sangre sobre el papel blanco. Frunciendo el entrecejo, Hodge Starkweather enrolló la carta, con cuidado y meticulosidad, en forma de tubo, y silbó a Hugo para que acudiera.
El pájaro, graznando quedamente, se le posó en la muñeca. Hodge hizo una mueca de dolor.
Años atrás, durante el Levantamiento, había sufrido una herida en aquel hombro, e incluso un peso tan ligero como el de Hugo, o un cambio de estación, un cambio de temperatura, de humedad, o un movimiento demasiado repentino del brazo, despertaba viejas punzadas y el recuerdo de padecimientos que era mejor olvidar.
Existían algunos recuerdos, no obstante, que nunca desaparecían. Cuando cerró los ojos estallaron imágenes, igual que flashes, tras sus párpados. Sangre y cuerpos, tierra pisoteada, un estrado blanco manchado de rojo. Los gritos de los que agonizaban. Los campos verdes y ondulados de Idris y su infinito cielo azul, atravesado por las torres de la Ciudad de Cristal. El dolor de la pérdida le invadió como una ola; cerró con más fuerza el puño, y Hugo, aleteando, le picoteó los dedos furiosamente.
Abriendo la mano, Hodge soltó al pájaro, que describió un círculo alrededor de su cabeza, voló a lo alto hasta el tragaluz y luego desapareció.
Quitándose de encima su aprensión con un estremecimiento, Hodge alargó la mano para tomar otra hoja de papel, sin reparar en las gotas escarlata que embadurnaban el papel mientras escribía.
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