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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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|メ| Cazadores de Sombras I: Ciudad de Hueso. |メ|
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Re: |メ| Cazadores de Sombras I: Ciudad de Hueso. |メ|
Capítulo Ocho (Parte III) : El alma preferida.
Maratón 3/?
Jace bajó de la barandilla del porche.
-¿Bueno, vamos a registrar la casa o no?
Simon se puso en pie a toda prisa.
Yo me apunto. ¿Qué estamos buscando?
-¿Estamos? –inquirió Jace con siniestra delicadeza-. No recuerdo haberte invitado a venir.
-Jace –soltó Clary en tono enojado.
El joven sonrió.
-Simplemente bromeaba. –Se hizo a un lado para dejar el aspo libre hasta la puerta-. ¿Vamos?
Clary buscó a tientas el pomo de la puerta en la oscuridad. Ésta se abrió, encendiendo automáticamente la luz del porche, que iluminó el vestíbulo. La puerta que conducía a la tienda estaba cerrada; Clary movió el pomo.
-Está cerrada con llave.
-Permitidme, mundanos –dijo Jace, apartándola a un lado con suavidad.
El joven sacó la estela del bolsillo y la presionó sobre la puerta. Simon le contempló con cierto resentimiento. Ni aunque le presentara un montón de despampanantes vampiros del sexo femenino, Jace conseguiría caerle bien a su amigo, sospechó Clary.
-Es una cosa seria, ¿verdad? –masculló Simon-. ¿Cómo lo soportas?
-Me salvó la vida.
Simon le dirigió una rápida mirada.
-¿Cómo…?
La puerta se abrió con un chasquido.
-Ahí vamos –anunció Jace, volviendo a guardar la estela en el interior del bolsillo.
Clary vio cómo la Marca en la puerta, justo por encima de la cabeza del muchacho, se desvanecía mientras entraban. La puerta trasera daba a un pequeño almacén, cuyas paredes desnudas tenían la pintura desconchada. Había cajas de cartón amontonadas por todas partes, los contenidos identificados con garabatos hechos con rotulador:”Narrativa”, “Poesía”, “Cocina”, “Interés local”, “Novela rosa”.
-El apartamento está pasando por ahí.
Clary se encaminó hacia la puerta que había señalado, en el extremo opuesto de la habitación.
Jace le sujetó el brazo.
-Espera.
Ella le miró nerviosamente.
-¿Sucede algo?
-No lo sé. –Se abrió paso por entre dos estrechos montones de cajas, y silbó-. Clary, quizá te interese acercarte aquí y ver esto.
Ella miró a su alrededor. Había muy poca luz en el almacén, la única iluminación era la luz del porche que penetraba por la ventana.
-Está tan oscuro…
Llameó una luz, bañando la habitación con un brillante resplandor. Simon volvió la cabeza a un lado, pestañeando.
-¡Uf!
Jace lanzó una risita. Estaba sobre una caja precintada, con la mano alzada. Algo le refulgía en la palma, la luz escapaba entre sus dedos ahuecados.
-Luz mágica –explicó.
Simon farfulló algo por lo bajo. Clary se encaramaba ya por entre las cajas, abriéndose paso hacia Jace, que estaba de pie detrás de un tambaleante montón de libros de misterio, con la luz mágica proyectándole un resplandor espectral sobre el rostro.
-Mira eso –dijo él, indicando un lugar situado más arriba en la pared.
Al principio, ella pensó que le indicaba lo que parecían un par de apliques ornamentales, pero a medida que los ojos se le ajustaban, comprendió que en realidad eran aros de metal sujetos a cortas cadenas, cuyos extremos estaban hundidos en la pared.
-¿Son esas…?
-Esposas –dijo Simon, abriéndose paso por entre las cajas-. Eso es, ah…
-No digas “pervertido”. –Clary le lanzó una mirada de advertencia-. Es de Luke de quien estamos hablando.
Jace alzó el brazo y pasó la mano por el interior de uno de los aros de metal. Cuando la bajó, los dedos estaban manchados de un polvillo marrón rojizo.
-Sangre. Y mirad.
Señaló la pared justo alrededor del lugar donde estaban hundidas las cadenas; el yeso parecía sobresalir.
-Alguien intentó arrancar estas cosas de la pared. Lo intentó con mucha fuerza, por lo que parece.
El corazón de Clary le había empezado a latir con fuerza dentro del pecho.
-¿Crees que Luke está bien?
Jace bajó la luz mágica.
-Creo que será mejor que lo averigüemos.
La puerta que daba al apartamento no estaba cerrada con llave y conducía a la salita de Luke. Aparte de los cientos de libros de la tienda misma, había cientos más en el apartamento. Las estanterías se alzaban hasta el techo, los tomos en ellas colocados en “doble fila”, una hilera bloqueando a la otra.
La mayoría eran de poesía y narrativa, con mucha fantasía y misterio incluidos. Clary recordaba haberse abierto camino a través de Las crónicas de Pridain allí, enroscada en el asiento empotrado bajo la ventana de Luke mientras el sol se ponía sobre el East River.
-Creo que todavía anda por aquí –gritó Simon, de pie en la entrada de la pequeña cocina de Luke-. La cafetera eléctrica está encendida y hay café aquí. Todavía caliente.
Clary miró al otro lado de la puerta de la cocina. Había platos amontonados en el fregadero, y las chaquetas de Luke estaban pulcramente colgadas en ganchos en el interior del armario de la ropa.
Avanzó por el pasillo y abrió la puerta del pequeño dormitorio. Tenía el mismo aspecto de siempre, la cama sin hacer con su cobertor gris y unos almohadones planos, la parte superior de la cómoda cubierta de monedas sueltas. Se dio la vuelta. Una parte de ella había estado absolutamente segura de que, cuando entraran, encontrarían el lugar destrozado, y a Luke atado, herido o peor. En aquellos momentos no sabía qué pensar.
Como atontada, cruzó el vestíbulo hasta el pequeño dormitorio de invitados, donde tan a menudo había dormido cuando su madre estaba fuera de la ciudad por negocios. Acostumbraban a quedarse despiertos hasta tarde viendo viejas películas de terror en el parpadeante televisor en blanco y negro.
Ella incluso guardaba una mochila llena de material extra aquí para no tener que acarrear sus cosas de una casa a otra.
Arrodillándose, la sacó de debajo de la cama arrastrándola por la correa verde oliva. Estaba cubierta de distintivos que, en su mayoría, le había dado Simon. “LOS JUGADORES LO HACEN MEJOR. CHICA OTAKU. SIGO SIN SER REY.” Dentro había algunas prendas dobladas, unas cuantas mudas de ropa interior, un cepillo e incluso champú. “Gracias a Dios”, pensó, y cerró la puerta del dormitorio de una patada. Se cambió a toda prisa; se sacó la ropa de Isabelle, excesivamente grande, y ya manchada de hierba y sudada, y se puso unos pantalones de pana pulidos a la arena, suaves como papel desgastado, y una camiseta azul sin mangas y con un dibujo de caracteres chinos en la parte frontal.
Metió la ropa de Isabelle en la mochila, tiró del cordón para cerrarla y abandonó el dormitorio, con la mochila rebotándole tranquilamente entre los omóplatos. Era agradable tener algo propio otra vez.
Encontró a Jace en la oficina repleta de libros de Luke, examinando una bolsa de lona verde que descansaba sobre el escritorio con la cremallera abierta. Estaba, tal y como Simon había dicho, repleta de armas: cuchillos envainados, un látigo enrollado y algo que parecía un disco de metal de bordes sumamente afilados.
-Es un chakram –explicó Jace, alzando la vista cuando Clary entró en la habitación-. Un arma sikh. La haces girar alrededor del índice antes de soltarla. Son raras y difíciles de usar. Es extraño que Luke tuviera una. Era el arma preferida de Hodge, en aquellos tiempos. O eso dice él.
-Luke colecciona cosas. Objetos de arte. Ya sabes –comentó Clary, indicando el estante de detrás del escritorio, que estaba cubierto de figuras de bronce hindúes y rusas.
Su favorita era una estatuilla de la diosa india de la destrucción, Kali, empuñando una espada y una cabeza cortada, mientras danzaba con la cabeza echada hacia atrás y los ojos entrecerrados, como rendijas. Al lado del escritorio había un antiguo biombo chino, tallado en reluciente palisandro.
-Cosas bonitas.
Jace apartó el chakram con delicadeza. Un puñado de prendas se derramó por el extremo sin atar de la bolsa de lona de Luke, cómo si hubiera sido una idea de último momento.
-A propósito, creo que esto es tuyo.
Extrajo un objeto rectangular oculto entre las ropas: una fotografía en un marco de madera con una grieta vertical a lo largo del cristal. La grieta arrojaba una red de finas líneas sobre los rostros sonrientes de Clary, Luke y su madre.
-Sí que es mío –dijo Clary, tomándolo de su mano.
-Está roto –comentó Jace.
-Lo sé. Yo lo hice…, la hice pedazos. Cuando se la arrojé al demonio rapiñador. –Le miró, viendo cómo la comprensión aparecía en su rostro-. Eso significa que Luke ha estado en el apartamento después del ataque. Quizá incluso hoy…
-Debe de haber sido la última persona en pasar por el Portal –dijo Jace-. Por eso nos trajo aquí. Tú no pensabas en ningún lugar, de modo que nos envió al último lugar en el que había estado.
-Qué amabilidad la de Dorothea al decirnos que estuvo allí –comentó Clary.
-Probablemente él le pagó para que callara. O eso o ella confía en él más de lo que confía en nosotros. Lo que significa que podría no estar…
-¡Chicos! –Era Simon, entrando como una exhalación en la oficina presa del pánico-. Alguien viene.
-¿Bueno, vamos a registrar la casa o no?
Simon se puso en pie a toda prisa.
Yo me apunto. ¿Qué estamos buscando?
-¿Estamos? –inquirió Jace con siniestra delicadeza-. No recuerdo haberte invitado a venir.
-Jace –soltó Clary en tono enojado.
El joven sonrió.
-Simplemente bromeaba. –Se hizo a un lado para dejar el aspo libre hasta la puerta-. ¿Vamos?
Clary buscó a tientas el pomo de la puerta en la oscuridad. Ésta se abrió, encendiendo automáticamente la luz del porche, que iluminó el vestíbulo. La puerta que conducía a la tienda estaba cerrada; Clary movió el pomo.
-Está cerrada con llave.
-Permitidme, mundanos –dijo Jace, apartándola a un lado con suavidad.
El joven sacó la estela del bolsillo y la presionó sobre la puerta. Simon le contempló con cierto resentimiento. Ni aunque le presentara un montón de despampanantes vampiros del sexo femenino, Jace conseguiría caerle bien a su amigo, sospechó Clary.
-Es una cosa seria, ¿verdad? –masculló Simon-. ¿Cómo lo soportas?
-Me salvó la vida.
Simon le dirigió una rápida mirada.
-¿Cómo…?
La puerta se abrió con un chasquido.
-Ahí vamos –anunció Jace, volviendo a guardar la estela en el interior del bolsillo.
Clary vio cómo la Marca en la puerta, justo por encima de la cabeza del muchacho, se desvanecía mientras entraban. La puerta trasera daba a un pequeño almacén, cuyas paredes desnudas tenían la pintura desconchada. Había cajas de cartón amontonadas por todas partes, los contenidos identificados con garabatos hechos con rotulador:”Narrativa”, “Poesía”, “Cocina”, “Interés local”, “Novela rosa”.
-El apartamento está pasando por ahí.
Clary se encaminó hacia la puerta que había señalado, en el extremo opuesto de la habitación.
Jace le sujetó el brazo.
-Espera.
Ella le miró nerviosamente.
-¿Sucede algo?
-No lo sé. –Se abrió paso por entre dos estrechos montones de cajas, y silbó-. Clary, quizá te interese acercarte aquí y ver esto.
Ella miró a su alrededor. Había muy poca luz en el almacén, la única iluminación era la luz del porche que penetraba por la ventana.
-Está tan oscuro…
Llameó una luz, bañando la habitación con un brillante resplandor. Simon volvió la cabeza a un lado, pestañeando.
-¡Uf!
Jace lanzó una risita. Estaba sobre una caja precintada, con la mano alzada. Algo le refulgía en la palma, la luz escapaba entre sus dedos ahuecados.
-Luz mágica –explicó.
Simon farfulló algo por lo bajo. Clary se encaramaba ya por entre las cajas, abriéndose paso hacia Jace, que estaba de pie detrás de un tambaleante montón de libros de misterio, con la luz mágica proyectándole un resplandor espectral sobre el rostro.
-Mira eso –dijo él, indicando un lugar situado más arriba en la pared.
Al principio, ella pensó que le indicaba lo que parecían un par de apliques ornamentales, pero a medida que los ojos se le ajustaban, comprendió que en realidad eran aros de metal sujetos a cortas cadenas, cuyos extremos estaban hundidos en la pared.
-¿Son esas…?
-Esposas –dijo Simon, abriéndose paso por entre las cajas-. Eso es, ah…
-No digas “pervertido”. –Clary le lanzó una mirada de advertencia-. Es de Luke de quien estamos hablando.
Jace alzó el brazo y pasó la mano por el interior de uno de los aros de metal. Cuando la bajó, los dedos estaban manchados de un polvillo marrón rojizo.
-Sangre. Y mirad.
Señaló la pared justo alrededor del lugar donde estaban hundidas las cadenas; el yeso parecía sobresalir.
-Alguien intentó arrancar estas cosas de la pared. Lo intentó con mucha fuerza, por lo que parece.
El corazón de Clary le había empezado a latir con fuerza dentro del pecho.
-¿Crees que Luke está bien?
Jace bajó la luz mágica.
-Creo que será mejor que lo averigüemos.
La puerta que daba al apartamento no estaba cerrada con llave y conducía a la salita de Luke. Aparte de los cientos de libros de la tienda misma, había cientos más en el apartamento. Las estanterías se alzaban hasta el techo, los tomos en ellas colocados en “doble fila”, una hilera bloqueando a la otra.
La mayoría eran de poesía y narrativa, con mucha fantasía y misterio incluidos. Clary recordaba haberse abierto camino a través de Las crónicas de Pridain allí, enroscada en el asiento empotrado bajo la ventana de Luke mientras el sol se ponía sobre el East River.
-Creo que todavía anda por aquí –gritó Simon, de pie en la entrada de la pequeña cocina de Luke-. La cafetera eléctrica está encendida y hay café aquí. Todavía caliente.
Clary miró al otro lado de la puerta de la cocina. Había platos amontonados en el fregadero, y las chaquetas de Luke estaban pulcramente colgadas en ganchos en el interior del armario de la ropa.
Avanzó por el pasillo y abrió la puerta del pequeño dormitorio. Tenía el mismo aspecto de siempre, la cama sin hacer con su cobertor gris y unos almohadones planos, la parte superior de la cómoda cubierta de monedas sueltas. Se dio la vuelta. Una parte de ella había estado absolutamente segura de que, cuando entraran, encontrarían el lugar destrozado, y a Luke atado, herido o peor. En aquellos momentos no sabía qué pensar.
Como atontada, cruzó el vestíbulo hasta el pequeño dormitorio de invitados, donde tan a menudo había dormido cuando su madre estaba fuera de la ciudad por negocios. Acostumbraban a quedarse despiertos hasta tarde viendo viejas películas de terror en el parpadeante televisor en blanco y negro.
Ella incluso guardaba una mochila llena de material extra aquí para no tener que acarrear sus cosas de una casa a otra.
Arrodillándose, la sacó de debajo de la cama arrastrándola por la correa verde oliva. Estaba cubierta de distintivos que, en su mayoría, le había dado Simon. “LOS JUGADORES LO HACEN MEJOR. CHICA OTAKU. SIGO SIN SER REY.” Dentro había algunas prendas dobladas, unas cuantas mudas de ropa interior, un cepillo e incluso champú. “Gracias a Dios”, pensó, y cerró la puerta del dormitorio de una patada. Se cambió a toda prisa; se sacó la ropa de Isabelle, excesivamente grande, y ya manchada de hierba y sudada, y se puso unos pantalones de pana pulidos a la arena, suaves como papel desgastado, y una camiseta azul sin mangas y con un dibujo de caracteres chinos en la parte frontal.
Metió la ropa de Isabelle en la mochila, tiró del cordón para cerrarla y abandonó el dormitorio, con la mochila rebotándole tranquilamente entre los omóplatos. Era agradable tener algo propio otra vez.
Encontró a Jace en la oficina repleta de libros de Luke, examinando una bolsa de lona verde que descansaba sobre el escritorio con la cremallera abierta. Estaba, tal y como Simon había dicho, repleta de armas: cuchillos envainados, un látigo enrollado y algo que parecía un disco de metal de bordes sumamente afilados.
-Es un chakram –explicó Jace, alzando la vista cuando Clary entró en la habitación-. Un arma sikh. La haces girar alrededor del índice antes de soltarla. Son raras y difíciles de usar. Es extraño que Luke tuviera una. Era el arma preferida de Hodge, en aquellos tiempos. O eso dice él.
-Luke colecciona cosas. Objetos de arte. Ya sabes –comentó Clary, indicando el estante de detrás del escritorio, que estaba cubierto de figuras de bronce hindúes y rusas.
Su favorita era una estatuilla de la diosa india de la destrucción, Kali, empuñando una espada y una cabeza cortada, mientras danzaba con la cabeza echada hacia atrás y los ojos entrecerrados, como rendijas. Al lado del escritorio había un antiguo biombo chino, tallado en reluciente palisandro.
-Cosas bonitas.
Jace apartó el chakram con delicadeza. Un puñado de prendas se derramó por el extremo sin atar de la bolsa de lona de Luke, cómo si hubiera sido una idea de último momento.
-A propósito, creo que esto es tuyo.
Extrajo un objeto rectangular oculto entre las ropas: una fotografía en un marco de madera con una grieta vertical a lo largo del cristal. La grieta arrojaba una red de finas líneas sobre los rostros sonrientes de Clary, Luke y su madre.
-Sí que es mío –dijo Clary, tomándolo de su mano.
-Está roto –comentó Jace.
-Lo sé. Yo lo hice…, la hice pedazos. Cuando se la arrojé al demonio rapiñador. –Le miró, viendo cómo la comprensión aparecía en su rostro-. Eso significa que Luke ha estado en el apartamento después del ataque. Quizá incluso hoy…
-Debe de haber sido la última persona en pasar por el Portal –dijo Jace-. Por eso nos trajo aquí. Tú no pensabas en ningún lugar, de modo que nos envió al último lugar en el que había estado.
-Qué amabilidad la de Dorothea al decirnos que estuvo allí –comentó Clary.
-Probablemente él le pagó para que callara. O eso o ella confía en él más de lo que confía en nosotros. Lo que significa que podría no estar…
-¡Chicos! –Era Simon, entrando como una exhalación en la oficina presa del pánico-. Alguien viene.
Abbi.
Re: |メ| Cazadores de Sombras I: Ciudad de Hueso. |メ|
Capítulo Ocho (Parte IV) : El alma preferida.
Maratón 4/?
Clary soltó la foto.
-¿Es Luke?
Simon volvió a mirar pasillo abajo, luego asintió.
-Lo es. Pero no viene solo; hay otros dos hombres con él.
-¿Hombres?
Jace cruzó la estancia en unas pocas zancadas, miró a través del marco de la puerta y escupió una maldición en voz baja.
-Brujos.
Clary le miró atónita.
-¿Brujos? Pero…
Negando con la cabeza, Jace se apartó de la puerta.
-¿Hay algún otro modo de salir de aquí? ¿Una puerta trasera?
Clary movió negativamente la cabeza. El sonido de pisadas en el pasillo era ya audible, causándole punzadas de temor en el pecho.
Jace miró a su alrededor con desesperación. Sus ojos se posaron en el biombo de palisandro.
-Colocaos ahí detrás –dijo, señalándolo-. Ahora.
Clary dejó la fotografía agrietada sobre el escritorio y se deslizó detrás del biombo, arrastrando a Simon tras ella. Jace iba justo detrás de ellos, con la estela en la mano. Apenas había conseguido ocultarse Jace, cuando Clary oyó cómo la puerta se abría de par en par, y el sonido de personas que entraban en la oficina de Luke…, luego voces. Tres hombres que hablaban. Miró nerviosamente a Simon, que estaba muy pálido, y luego a Jace, que había alzado la estela y movía la punta ligeramente, dibujando una especie de figura cuadrada, sobre la parte posterior del biombo. Mientras Clary observaba fijamente, el cuadrado se tornó transparente, como una hoja de cristal. Oyó tomar aire a Simon, un sonido diminuto, apenas audible, y Jace sacudió la cabeza mirándolos, mientras articulaba en silencio: “Ellos no pueden vernos, pero nosotros podemos verles”.
Mordiéndose el labio, Clary se acercó al borde del cuadrado y miró por él, consciente de la presencia de Simon respirando sobre su cogote. Veía la habitación del otro lado perfectamente: las estanterías, el escritorio con la bolsa de lona tirada encima… y a Luke, con aspecto desaliñado y ligeramente encorvado, con las gafas colocadas en lo alto de la cabeza, de pie cerca de la puerta. Resultaba aterrador incluso aunque sabía que él no podía verla, que la ventana que Jace había creado era como el cristal de una sala de interrogatorios de la policía: estrictamente de una sola dirección.
Luke volvió la cabeza, mirando atrás a través de la entrada.
-Sí, claro que podéis echar un vistazo –dijo, el tono de la voz profundamente cargado de sarcasmo-. Sois muy amables al mostrar tal interés.
Una risita sorda surgió de la esquina de la oficina. Con un impaciente movimiento de muñeca, Jace dio un golpecito al marco de su “ventana” y la amplió, mostrando más parte de la habitación. Había dos hombres con Luke, ambos con largas túnicas rojizas, las capuchas echadas hacia atrás. Uno era delgado, con un elegante bigote gris y barba puntiaguda. Cuando sonrió, mostró unos dientes cegadoramente blancos. El otro era corpulento, fornido como un luchador, con cabellos rojos muy cortos. Su piel era de un morado oscuro y parecía brillar sobre los pómulos, como si la hubiesen tensado demasiado.
-¿Ésos son brujos? –musitó Clary en voz baja.
Jace no respondió. Se había quedado totalmente rígido, tieso como una barra de hierro. “Tiene miedo de que huya, de que intente llegar hasta Luke”, pensó Clary. Deseó poder asegurarle que no iba a hacerlo. Había algo en aquellos dos hombres, en sus gruesas capas del color de la sangre arterial, que resultaba aterrador.
-Considera esto un seguimiento amistoso, Graymark –dijo el hombre del bigote gris.
Su sonrisa mostró dientes tan afilados que parecía como si los hubiesen limado hasta convertirlos en puntas de antropófagos.
-No hay nada amistoso en ti, Pangborn.
Luke se sentó en el borde del escritorio, inclinando el cuerpo de modo que impedía a los hombres ver su bolsa de lona y su contenido. Ahora que estaba más cerca, Clary vio que tenía el rostro y las manos llenos de magulladuras, los dedos arañados y ensangrentados. Un largo corte en la garganta desaparecía bajo el cuello de la camisa. “¿Qué diablos le habrá sucedido?”, pensó.
-Blackwell, no toques eso…, es valioso –dijo Luke con severidad.
El hombretón pelirrojo, que había levantado la estatua de Kali de lo alto de la estantería, pasó los rechonchos dedos sobre ella en actitud evaluativa.
-Bonita –dijo.
-Ah –repuso Pangborn, quitándole la estatua a su compañero-. La que fue creada para combatir a un demonio que no podía ser eliminado por ningún dios u hombre. “¡Oh, Kali, mi madre llena de gozo! Tú que hechizaste al todopoderoso Shiva, en tu delirante alegría danzas, dando palmadas. Eres el Motor de todo lo que se mueve, y nosotros no somos más que juguetes indefensos”.
-Muy bonito –dijo Luke-. No sabía que fueses un estudioso de los mitos hindúes.
-Todos los mitos son ciertos –declaró Pangborn, y Clary sintió que un leve escalofrío le ascendía por la espalda-. ¿O has olvidado incluso eso?
-No olvido nada –replicó Luke.
Aunque parecía relajado, Clary vio tensión en las líneas de sus hombros y boca.
-¿Supongo que os envió Valentine?
-Lo hizo –dijo Pangborn-. Pensó que podrías haber cambiado de idea.
-No hay nada sobre lo que tenga que cambiar de idea. Ya os dije que no sé nada. A propósito, bonitas capas.
-Gracias –repuso Blackwell con una sonrisa maliciosa-. Se las arrancamos a un par de brujos muertos.
-Ésas son túnicas oficiales del Acuerdo, ¿verdad? –preguntó Luke-. ¿Son del Levantamiento?
Pangborn rió por lo bajo.
-Trofeos de guerra.
-¿No teméis que alguien os pueda confundir con los verdaderos brujos?
-No –respondió Blackwell-, una vez que estuvieran cerca.
Pangborn acarició el borde su túnica.
-¿Recuerdas el Levantamiento, Lucian? –inquirió en voz baja-. Aquél fue un día magnífico y terrible. ¿Recuerdas cómo nos entrenamos juntos para la batalla?
El rostro de Luke se contrajo.
-El pasado es el pasado. No sé que deciros, caballeros. No puedo ayudaros ahora. No sé nada.
-Nada es una palabra tan general, tan poco específica –comentó Pangborn, en tono melancólico-. Sin duda alguien que posee tantos libros debe saber algo.
-Si quieres saber dónde encontrar a una golondrina en primavera, podría indicarte el libro de consulta correcto. Pero si quieres saber a dónde fue a parar la Copa Mortal cuando se esfumó…
-Esfumarse podría no ser la palabra correcta –ronroneó Pangborn-. Escondida, es más probable. Escondida por Jocelyn.
-Puede que sea así –dijo Luke-. ¿De modo que todavía no os ha dicho dónde está?
-Aún no ha recuperado el conocimiento –respondió Pangborn, cortando el aire con una mano de largos dedos-. Valentine está decepcionado. Esperaba con ansia su reencuentro.
-Estoy seguro de que ella no compartiría ese sentimiento –rezongó Luke.
Pangborn rió socarrón.
-¿Celoso, Graymark? Tal vez ya no sientes por ella lo mismo que sentías en el pasado.
Los dedos de Clary habían empezado a temblar, de un modo tan acusado que entrelazó con fuerza las manos para intentar detenerles.
“¿Jocelyn? ¿Es posible que estén hablando de mi madre?”
-Jamás sentí por ella nada especial –repuso Luke-. Dos cazadores de sombras, exiliados de los suyos; puedes figurarte que hiciéramos causa común. Pero no intentaré interferir en los planes que Valentine tiene para ella, si eso es lo que le preocupa.
-Yo no diría que estaba preocupado –indicó Pangborn-. Más bien sentía curiosidad. Todos nos preguntábamos si seguirías con vida. Todavía visiblemente humano.
-¿Y? –preguntó él, enarcando las cejas.
-Pareces estar muy bien –respondió Pangborn de mala gana, depositando la estatuilla de Kali en el estante-. ¿Había una criatura, verdad? Una chica.
Luke pareció desconcertado.
-¿Qué?
-No te hagas el tonto –dijo Blackwell con aquella voz que parecía un gruñido-. Sabemos que la zorra tenía una hija. Encontraron fotos de ella en el apartamento, un dormitorio…
-Pensaba que preguntabais por hijos míos –le interrumpió Luke con soltura-. Sí, Jocelyn tenía una hija, Clarissa. Supongo que ha huido. ¿Os envió Valentine en su busca?
-No a nosotros –respondió Pangborn-. Pero la están buscando.
-Podríamos registrar este lugar –añadió Blackwell.
-Yo no os lo aconsejaría –dijo Luke, y descendió del escritorio.
Había una amenaza fría en su mirada mientras clavaba la vista en los dos hombres obligándoles a apartar la suya, a pesar de que su expresión no había cambiado.
-¿Qué os hace pensar que sigue viva? Creía que Valentine envió a rapiñadores a registrar a fondo el lugar. Una cantidad suficiente de veneno de rapiñador, y la mayoría de la gente se desintegraría convertida en cenizas, sin dejar el menor rastro.
-Había un rapiñador muerto –explicó Pangborn-. Hizo que Valentine desconfiara.
-Todo le hace desconfiar –observó Luke-. Quizá Jocelyn lo mató. Desde luego era capaz de ello.
-Tal vez –gruñó Blackwell.
-Mirad –Luke se encogió de hombros-, no tengo ni idea de dónde está la chica, pero por si a alguien le interesa, imagino que está muerta. De lo contrario, ya habría aparecido a estas alturas. De todos modos, no representa ningún peligro. Tiene quince años, jamás ha oído hablar de Valentine y no cree en los demonios.
-Una chica afortunada –dijo Pangborn con una risita burlona.
-Ya no –replicó Luke.
Blackwell enarcó las cejas.
-Pareces enfadado, Lucian.
-No estoy enfadado, estoy exasperado. No planeo interferir en los planes de Valentine, ¿comprendéis eso? No soy un estúpido.
-¿De veras? –inquirió Blackwell-. Es agradable ver que has desarrollado un saludable respeto por tu propio pellejo con el paso de los años, Lucian. No fuiste siempre tan pragmático.
-Supongo que sabes –dijo Pangborn, en tono amigable-, que la intercambiaríamos a ella, a Jocelyn, por la Copa. Entregada sana y salva, en tu misma puerta. Es una promesa del mismísimo Valentine.
-Lo sé –respondió Luke-. No estoy interesado. No sé dónde está vuestra preciosa Copa, y no quiero tener nada que ver con vuestras intrigas. Odio a Valentine –añadió-, pero le respeto. Sé que se llevará por delante a cualquiera que se interponga en su camino. Pienso estar fuera de su camino cuando suceda. Es un monstruo…, una máquina de matar.
-Mira quien habla –gruño Blackwell.
-¿Imagino que éstos son tus preparativos para apartarte del camino de Valentine? –dijo Pangborn, señalando con un largo dedo la bolsa de lona medio camuflada que había sobre el escritorio-. ¿Vas a abandonar la ciudad, Luke?
El aludido asintió despacio.
-Me voy al campo. Planeo mantenerme fuera de circulación durante un tiempo.
-Podríamos impedírtelo –amenazó Blackwell-. Hacer que te quedaras.
Luke sonrió. La sonrisa transformó su rostro. De improviso, ya no era el amable intelectual que había empujado a Clary en el columpio del parque y le había enseñado a montar en un triciclo. De improviso; había algo salvaje tras sus ojos, algo despiadado y frío.
-Podríais intentarlo.
Pangborn miró a Blackwell, que negó con la cabeza una vez, despacio. Pangborn volvió la vista a Luke.
-¿Nos informarás si experimentas un repentino resurgimiento de tu memoria?
Luke seguía sonriendo.
-Seréis los primeros de mi lista a los que llamaré.
Pangborn asintió con brusquedad.
-Creo que nos despediremos ahora. Que el Ángel te proteja, Lucian.
-El Ángel no protege a los que son como yo –respondió él.
Tomó la bolsa de lona del escritorio y la cerró con un nudo.
-¿Os marcháis ya, caballeros?
Alzando las capuchas para volver a cubrirse el rostro, los dos hombres abandonaron la habitación, seguidos al cabo de un instante por Luke. Éste se detuvo un momento en la puerta, echando un vistazo hacia atrás como preguntándose si había olvidado algo. Luego la cerró con cuidado tras él.
Clary permaneció donde estaba, paralizada, oyendo cómo la puerta delantera se cerraba, y el lejano tintineo de cadena y llaves cuando Luke volvió a cerrar el candado. No dejaba de ver la expresión del rostro de Luke, una y otra vez, mientras decía que no estaba interesado en lo que le sucediera a su madre.
Sintió una mano sobre el hombro.
-¿Clary? –Era Simon, con voz vacilante, casi tierna-. ¿Estás bien?
Ella negó con la cabeza, sin hablar. Se sentía muy lejos de estar bien. De hecho, se sentía como si nunca fuera a volver a estar bien.
-Desde luego que no lo está.
Era Jace, la voz aguda y fría como fragmentos de hielo. Agarró el biombo y lo movió a un lado con brusquedad.
-Al menos ahora sabemos quién enviaría a un demonio tras tu madre. Esos hombres creen que tiene la Copa Mortal.
Clary notó cómo sus labios se afinaban en una línea recta.
-Eso es totalmente ridículo e imposible.
-Quizá –dijo Jace, apoyándose contra el escritorio de Luke a la vez que clavaba en ella unos ojos tan opacos como cristal ahumado-. ¿Has visto alguna vez a esos hombres antes?
-No. –La muchacha negó con la cabeza-. Jamás.
-Lucian parecía conocerlos. Parecían ser bastante amigos.
-Yo no diría amigos –indicó Simon-. Yo diría que era hostilidad contenida.
-Pero no lo mataron –replicó Jace-. Creen que sabe más de lo que dice.
-Es posible –dijo Clary-, o a lo mejor simplemente se sienten reacios a matar a otro cazador de sombras.
Jace lanzó una carcajada, un sonido estridente y casi feroz que erizó el vello de los brazos de Clary.
-Lo dudo.
Ella le miró con dureza.
-¿Qué te hace estar tan seguro? ¿Los conoces?
La risa había desaparecido por completo de su voz cuando contestó.
-¿Qué si les conozco? –repitió-. Podrías decirlo así. Ésos son los hombres que asesinaron a mi padre.
-¿Es Luke?
Simon volvió a mirar pasillo abajo, luego asintió.
-Lo es. Pero no viene solo; hay otros dos hombres con él.
-¿Hombres?
Jace cruzó la estancia en unas pocas zancadas, miró a través del marco de la puerta y escupió una maldición en voz baja.
-Brujos.
Clary le miró atónita.
-¿Brujos? Pero…
Negando con la cabeza, Jace se apartó de la puerta.
-¿Hay algún otro modo de salir de aquí? ¿Una puerta trasera?
Clary movió negativamente la cabeza. El sonido de pisadas en el pasillo era ya audible, causándole punzadas de temor en el pecho.
Jace miró a su alrededor con desesperación. Sus ojos se posaron en el biombo de palisandro.
-Colocaos ahí detrás –dijo, señalándolo-. Ahora.
Clary dejó la fotografía agrietada sobre el escritorio y se deslizó detrás del biombo, arrastrando a Simon tras ella. Jace iba justo detrás de ellos, con la estela en la mano. Apenas había conseguido ocultarse Jace, cuando Clary oyó cómo la puerta se abría de par en par, y el sonido de personas que entraban en la oficina de Luke…, luego voces. Tres hombres que hablaban. Miró nerviosamente a Simon, que estaba muy pálido, y luego a Jace, que había alzado la estela y movía la punta ligeramente, dibujando una especie de figura cuadrada, sobre la parte posterior del biombo. Mientras Clary observaba fijamente, el cuadrado se tornó transparente, como una hoja de cristal. Oyó tomar aire a Simon, un sonido diminuto, apenas audible, y Jace sacudió la cabeza mirándolos, mientras articulaba en silencio: “Ellos no pueden vernos, pero nosotros podemos verles”.
Mordiéndose el labio, Clary se acercó al borde del cuadrado y miró por él, consciente de la presencia de Simon respirando sobre su cogote. Veía la habitación del otro lado perfectamente: las estanterías, el escritorio con la bolsa de lona tirada encima… y a Luke, con aspecto desaliñado y ligeramente encorvado, con las gafas colocadas en lo alto de la cabeza, de pie cerca de la puerta. Resultaba aterrador incluso aunque sabía que él no podía verla, que la ventana que Jace había creado era como el cristal de una sala de interrogatorios de la policía: estrictamente de una sola dirección.
Luke volvió la cabeza, mirando atrás a través de la entrada.
-Sí, claro que podéis echar un vistazo –dijo, el tono de la voz profundamente cargado de sarcasmo-. Sois muy amables al mostrar tal interés.
Una risita sorda surgió de la esquina de la oficina. Con un impaciente movimiento de muñeca, Jace dio un golpecito al marco de su “ventana” y la amplió, mostrando más parte de la habitación. Había dos hombres con Luke, ambos con largas túnicas rojizas, las capuchas echadas hacia atrás. Uno era delgado, con un elegante bigote gris y barba puntiaguda. Cuando sonrió, mostró unos dientes cegadoramente blancos. El otro era corpulento, fornido como un luchador, con cabellos rojos muy cortos. Su piel era de un morado oscuro y parecía brillar sobre los pómulos, como si la hubiesen tensado demasiado.
-¿Ésos son brujos? –musitó Clary en voz baja.
Jace no respondió. Se había quedado totalmente rígido, tieso como una barra de hierro. “Tiene miedo de que huya, de que intente llegar hasta Luke”, pensó Clary. Deseó poder asegurarle que no iba a hacerlo. Había algo en aquellos dos hombres, en sus gruesas capas del color de la sangre arterial, que resultaba aterrador.
-Considera esto un seguimiento amistoso, Graymark –dijo el hombre del bigote gris.
Su sonrisa mostró dientes tan afilados que parecía como si los hubiesen limado hasta convertirlos en puntas de antropófagos.
-No hay nada amistoso en ti, Pangborn.
Luke se sentó en el borde del escritorio, inclinando el cuerpo de modo que impedía a los hombres ver su bolsa de lona y su contenido. Ahora que estaba más cerca, Clary vio que tenía el rostro y las manos llenos de magulladuras, los dedos arañados y ensangrentados. Un largo corte en la garganta desaparecía bajo el cuello de la camisa. “¿Qué diablos le habrá sucedido?”, pensó.
-Blackwell, no toques eso…, es valioso –dijo Luke con severidad.
El hombretón pelirrojo, que había levantado la estatua de Kali de lo alto de la estantería, pasó los rechonchos dedos sobre ella en actitud evaluativa.
-Bonita –dijo.
-Ah –repuso Pangborn, quitándole la estatua a su compañero-. La que fue creada para combatir a un demonio que no podía ser eliminado por ningún dios u hombre. “¡Oh, Kali, mi madre llena de gozo! Tú que hechizaste al todopoderoso Shiva, en tu delirante alegría danzas, dando palmadas. Eres el Motor de todo lo que se mueve, y nosotros no somos más que juguetes indefensos”.
-Muy bonito –dijo Luke-. No sabía que fueses un estudioso de los mitos hindúes.
-Todos los mitos son ciertos –declaró Pangborn, y Clary sintió que un leve escalofrío le ascendía por la espalda-. ¿O has olvidado incluso eso?
-No olvido nada –replicó Luke.
Aunque parecía relajado, Clary vio tensión en las líneas de sus hombros y boca.
-¿Supongo que os envió Valentine?
-Lo hizo –dijo Pangborn-. Pensó que podrías haber cambiado de idea.
-No hay nada sobre lo que tenga que cambiar de idea. Ya os dije que no sé nada. A propósito, bonitas capas.
-Gracias –repuso Blackwell con una sonrisa maliciosa-. Se las arrancamos a un par de brujos muertos.
-Ésas son túnicas oficiales del Acuerdo, ¿verdad? –preguntó Luke-. ¿Son del Levantamiento?
Pangborn rió por lo bajo.
-Trofeos de guerra.
-¿No teméis que alguien os pueda confundir con los verdaderos brujos?
-No –respondió Blackwell-, una vez que estuvieran cerca.
Pangborn acarició el borde su túnica.
-¿Recuerdas el Levantamiento, Lucian? –inquirió en voz baja-. Aquél fue un día magnífico y terrible. ¿Recuerdas cómo nos entrenamos juntos para la batalla?
El rostro de Luke se contrajo.
-El pasado es el pasado. No sé que deciros, caballeros. No puedo ayudaros ahora. No sé nada.
-Nada es una palabra tan general, tan poco específica –comentó Pangborn, en tono melancólico-. Sin duda alguien que posee tantos libros debe saber algo.
-Si quieres saber dónde encontrar a una golondrina en primavera, podría indicarte el libro de consulta correcto. Pero si quieres saber a dónde fue a parar la Copa Mortal cuando se esfumó…
-Esfumarse podría no ser la palabra correcta –ronroneó Pangborn-. Escondida, es más probable. Escondida por Jocelyn.
-Puede que sea así –dijo Luke-. ¿De modo que todavía no os ha dicho dónde está?
-Aún no ha recuperado el conocimiento –respondió Pangborn, cortando el aire con una mano de largos dedos-. Valentine está decepcionado. Esperaba con ansia su reencuentro.
-Estoy seguro de que ella no compartiría ese sentimiento –rezongó Luke.
Pangborn rió socarrón.
-¿Celoso, Graymark? Tal vez ya no sientes por ella lo mismo que sentías en el pasado.
Los dedos de Clary habían empezado a temblar, de un modo tan acusado que entrelazó con fuerza las manos para intentar detenerles.
“¿Jocelyn? ¿Es posible que estén hablando de mi madre?”
-Jamás sentí por ella nada especial –repuso Luke-. Dos cazadores de sombras, exiliados de los suyos; puedes figurarte que hiciéramos causa común. Pero no intentaré interferir en los planes que Valentine tiene para ella, si eso es lo que le preocupa.
-Yo no diría que estaba preocupado –indicó Pangborn-. Más bien sentía curiosidad. Todos nos preguntábamos si seguirías con vida. Todavía visiblemente humano.
-¿Y? –preguntó él, enarcando las cejas.
-Pareces estar muy bien –respondió Pangborn de mala gana, depositando la estatuilla de Kali en el estante-. ¿Había una criatura, verdad? Una chica.
Luke pareció desconcertado.
-¿Qué?
-No te hagas el tonto –dijo Blackwell con aquella voz que parecía un gruñido-. Sabemos que la zorra tenía una hija. Encontraron fotos de ella en el apartamento, un dormitorio…
-Pensaba que preguntabais por hijos míos –le interrumpió Luke con soltura-. Sí, Jocelyn tenía una hija, Clarissa. Supongo que ha huido. ¿Os envió Valentine en su busca?
-No a nosotros –respondió Pangborn-. Pero la están buscando.
-Podríamos registrar este lugar –añadió Blackwell.
-Yo no os lo aconsejaría –dijo Luke, y descendió del escritorio.
Había una amenaza fría en su mirada mientras clavaba la vista en los dos hombres obligándoles a apartar la suya, a pesar de que su expresión no había cambiado.
-¿Qué os hace pensar que sigue viva? Creía que Valentine envió a rapiñadores a registrar a fondo el lugar. Una cantidad suficiente de veneno de rapiñador, y la mayoría de la gente se desintegraría convertida en cenizas, sin dejar el menor rastro.
-Había un rapiñador muerto –explicó Pangborn-. Hizo que Valentine desconfiara.
-Todo le hace desconfiar –observó Luke-. Quizá Jocelyn lo mató. Desde luego era capaz de ello.
-Tal vez –gruñó Blackwell.
-Mirad –Luke se encogió de hombros-, no tengo ni idea de dónde está la chica, pero por si a alguien le interesa, imagino que está muerta. De lo contrario, ya habría aparecido a estas alturas. De todos modos, no representa ningún peligro. Tiene quince años, jamás ha oído hablar de Valentine y no cree en los demonios.
-Una chica afortunada –dijo Pangborn con una risita burlona.
-Ya no –replicó Luke.
Blackwell enarcó las cejas.
-Pareces enfadado, Lucian.
-No estoy enfadado, estoy exasperado. No planeo interferir en los planes de Valentine, ¿comprendéis eso? No soy un estúpido.
-¿De veras? –inquirió Blackwell-. Es agradable ver que has desarrollado un saludable respeto por tu propio pellejo con el paso de los años, Lucian. No fuiste siempre tan pragmático.
-Supongo que sabes –dijo Pangborn, en tono amigable-, que la intercambiaríamos a ella, a Jocelyn, por la Copa. Entregada sana y salva, en tu misma puerta. Es una promesa del mismísimo Valentine.
-Lo sé –respondió Luke-. No estoy interesado. No sé dónde está vuestra preciosa Copa, y no quiero tener nada que ver con vuestras intrigas. Odio a Valentine –añadió-, pero le respeto. Sé que se llevará por delante a cualquiera que se interponga en su camino. Pienso estar fuera de su camino cuando suceda. Es un monstruo…, una máquina de matar.
-Mira quien habla –gruño Blackwell.
-¿Imagino que éstos son tus preparativos para apartarte del camino de Valentine? –dijo Pangborn, señalando con un largo dedo la bolsa de lona medio camuflada que había sobre el escritorio-. ¿Vas a abandonar la ciudad, Luke?
El aludido asintió despacio.
-Me voy al campo. Planeo mantenerme fuera de circulación durante un tiempo.
-Podríamos impedírtelo –amenazó Blackwell-. Hacer que te quedaras.
Luke sonrió. La sonrisa transformó su rostro. De improviso, ya no era el amable intelectual que había empujado a Clary en el columpio del parque y le había enseñado a montar en un triciclo. De improviso; había algo salvaje tras sus ojos, algo despiadado y frío.
-Podríais intentarlo.
Pangborn miró a Blackwell, que negó con la cabeza una vez, despacio. Pangborn volvió la vista a Luke.
-¿Nos informarás si experimentas un repentino resurgimiento de tu memoria?
Luke seguía sonriendo.
-Seréis los primeros de mi lista a los que llamaré.
Pangborn asintió con brusquedad.
-Creo que nos despediremos ahora. Que el Ángel te proteja, Lucian.
-El Ángel no protege a los que son como yo –respondió él.
Tomó la bolsa de lona del escritorio y la cerró con un nudo.
-¿Os marcháis ya, caballeros?
Alzando las capuchas para volver a cubrirse el rostro, los dos hombres abandonaron la habitación, seguidos al cabo de un instante por Luke. Éste se detuvo un momento en la puerta, echando un vistazo hacia atrás como preguntándose si había olvidado algo. Luego la cerró con cuidado tras él.
Clary permaneció donde estaba, paralizada, oyendo cómo la puerta delantera se cerraba, y el lejano tintineo de cadena y llaves cuando Luke volvió a cerrar el candado. No dejaba de ver la expresión del rostro de Luke, una y otra vez, mientras decía que no estaba interesado en lo que le sucediera a su madre.
Sintió una mano sobre el hombro.
-¿Clary? –Era Simon, con voz vacilante, casi tierna-. ¿Estás bien?
Ella negó con la cabeza, sin hablar. Se sentía muy lejos de estar bien. De hecho, se sentía como si nunca fuera a volver a estar bien.
-Desde luego que no lo está.
Era Jace, la voz aguda y fría como fragmentos de hielo. Agarró el biombo y lo movió a un lado con brusquedad.
-Al menos ahora sabemos quién enviaría a un demonio tras tu madre. Esos hombres creen que tiene la Copa Mortal.
Clary notó cómo sus labios se afinaban en una línea recta.
-Eso es totalmente ridículo e imposible.
-Quizá –dijo Jace, apoyándose contra el escritorio de Luke a la vez que clavaba en ella unos ojos tan opacos como cristal ahumado-. ¿Has visto alguna vez a esos hombres antes?
-No. –La muchacha negó con la cabeza-. Jamás.
-Lucian parecía conocerlos. Parecían ser bastante amigos.
-Yo no diría amigos –indicó Simon-. Yo diría que era hostilidad contenida.
-Pero no lo mataron –replicó Jace-. Creen que sabe más de lo que dice.
-Es posible –dijo Clary-, o a lo mejor simplemente se sienten reacios a matar a otro cazador de sombras.
Jace lanzó una carcajada, un sonido estridente y casi feroz que erizó el vello de los brazos de Clary.
-Lo dudo.
Ella le miró con dureza.
-¿Qué te hace estar tan seguro? ¿Los conoces?
La risa había desaparecido por completo de su voz cuando contestó.
-¿Qué si les conozco? –repitió-. Podrías decirlo así. Ésos son los hombres que asesinaron a mi padre.
Abbi.
Re: |メ| Cazadores de Sombras I: Ciudad de Hueso. |メ|
Hola Abbi, me llamo Kate.
Acabo de encontrar la novela. Llevaba tiempo queriendo leer Ciudad de Hueso. Así que gracias por tomarte tiempo para subirla.
Me pongo a leer ahora mismo los capítulos que llevas.
Un saludo
Acabo de encontrar la novela. Llevaba tiempo queriendo leer Ciudad de Hueso. Así que gracias por tomarte tiempo para subirla.
Me pongo a leer ahora mismo los capítulos que llevas.
Un saludo
indigo.
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Re: |メ| Cazadores de Sombras I: Ciudad de Hueso. |メ|
Kathe. escribió:Hola Abbi, me llamo Kate.
Acabo de encontrar la novela. Llevaba tiempo queriendo leer Ciudad de Hueso. Así que gracias por tomarte tiempo para subirla.
Me pongo a leer ahora mismo los capítulos que llevas.
Un saludo
Hi, Kat. (te puedo decir así, ¿no? )
De nada, aun que no me tienes que dar las gracias. Lo único que me haría feliz es que comentes de ves en cuando.
Genial, pues.
Besossssss.
De nada, aun que no me tienes que dar las gracias. Lo único que me haría feliz es que comentes de ves en cuando.
Genial, pues.
Besossssss.
Abbi.
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