{America's Best Dance Crew} Only dreams are real

Paola me miró detenidamente, mientras dejaba la guía amarilla de Orlando con un golpe seco.

—¿Cuánto tiempo tenemos? —cuestionó, haciéndose una coleta con una goma para el pelo que había estado en su muñeca.

—Podrán entretenerla cuatro horas como mucho —contesté, colocándome unas deportivas blancas de Nike.

—Eso es suficiente —repuso Paola, cogiendo su teléfono móvil y dejando que el cable del cargador negro cayerá al suelo bruscamente.

Me sentía excitada, con la idea de hacerle una fiesta sorpresa a Coti. No todos los días se cumplían dieciocho años.

—¿A dónde iremos ahora? —pregunté, cogiendo los billetes de diez que se encontraban escondidos debajo del sofá.

Pao se giró, contemplándome con aire distraído durante un momento y después a la pantalla de su teléfono. Éste emitía un molesto zumbido que se encargaba de darme dolor de cabeza gustosamente.

—¿Quién te llama? —le dije, en cuanto cogí la llave de la habitación y me encargaba de revisar si llevaba todo lo imprescindible conmigo.

Pao dejó que el teléfono dejará de vibrar y lo guardó en su bolsillo.

—Se han equivocado —se limitó a decir, con las mejillas sonrojadas.

Asentí, sabiendo que si me dedicaba a pregúntarle el tiempo se agotaría rápidamente y Cassie nos mataría de manera realmente cruel. Nos dirigimos a la puerta de salida y salimos disparadas, procurando que nadie nos viera.

El pasillo estaba totalmemte vacío, sin ningún alma que divagará por el, tan sólo Pao y yo. Cerramos la puerta y nos dirigimos rápidamente al ascensor. Las puertas doradas mostraban nuestros reflejos borrosos, remarcando solamente el color del pelo que apenas se distinguía bien ya que el de ambas era rubio y el tono plateado de los ojos de Pao. Al entrar al ascensor, miré a Pao, y pregunté:

—¿Podriamos empezar por los globos de colores, por fa plis? —cuestioné, aleteando mis pestañas hacía la británica y poniendo cara de buena.

—Jum... —Pao se llevó una mano a lla barbilña, y la frotó, dibutano la pregunta.

—Venga,,, —rogué, mientras miraba a mi amiga, con un puchero en los labios.

Ella sonrió, achinando los ojos brevemente, y debatió:

—Pero yo quiero ir a coger las serpertinas de colores —maulló, con voz de niña de cinco años a la cual le habían prometido ir a Disneylandia y aún no la habían llevado.

—Pe... pe... pero... —pestañeé desconcertada— yo me lo he pedido primero y...

—Soy la mayor —me sacó la lengua, infantilmente— y como lo soy, yo mando e iremos a por las serpentinas primero y luego, quizas, las tartas.

Me giré, con los brazos cruzados, y gruñí, como una niña pequeña:

—Eres una tramposa —la señalé con un dedo acusador— y por te comportas como una cría.

Paola me miró, y se carcajeo, mientras salia del ascensor, con paso lento.

—¿Qué yo soy la infantil? Please bitch, eres tú la que tiene ahora mismo una rabieta por no ir a comprar primero blogos.

Salí del ascensor, y grité, con la vista clavada en Paola.

—!No estoy siendo...!

Entonces, tropecé con un cuerpo masculino. Me caí al suelo, de trasero y dibuje una mueca de dolor en mi cara.

—¿Estas bien? —me preguntó aquella voz ronca, con la que había soñado la noche anterior.

Me sonrojé, al ver su pálida mano ofeciéndose a levantarme. La tomé, y me limpié los pantalones, de polvo insivible y le dediqué una sonrisa pegajosa.

No me creía que el destino me había hecho volver a juntarme con él, a pesar de que nuestro primer encuentro no fuera necesariamente bueno.