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Mensaje por Invitado Dom 26 Dic 2010, 12:10 am

CAPITULO 3 PARTE (1 2 3 & 4)


Para______, que la semana anterior se había
cansado en el viaje de doce horas desde la finca de Kevin en Hampshire, el
trayecto de cuarenta y ocho horas a Escocia fue una tortura. Si hubieran ido a
un ritmo moderado, habría sido más soportable. Pero, a insistencia de ella
misma, irían directamente a Gretna Green y sólo se pararían para cambiar de
cocheros y de tiros. ______ temía que sus parientes hubieran averiguado su plan
y los persiguieran. Y, visto el resultado de la pelea de St. Jonas con lord Kevin
la semana anterior, tenía pocas esperanzas de que pudiera salir airoso de un
enfrentamiento a puñetazo limpio con su tío Peregrine.

Aunque el carruaje estaba bien equipado y
tenía buena amortiguación, viajar a una velocidad incesante sacudía sin pausa
al vehículo y ______ empezó a sentir náuseas. Estaba exhausta y no encontraba
una postura cómoda para dormir. Cada poco, la cabeza le golpeaba contra el
tabique. Y en cuanto conseguía dormirse, al parecer sólo pasaban unos minutos
antes de que el cambio de caballos la despertara.

St. Jonas no parecía pasarlo tan mal, aunque
también se le veía desaliñado y cansado. Hacía rato que los intentos de
conversar se habían acabado, y viajaban en un silencio estoico.
Sorprendentemente, St. jonas no se quejó de este duro ejercicio de resistencia.
______se dio cuenta de que tenía la misma prisa que ella por llegar a Escocia.
Le interesaba tanto como a ella estar casado legalmente lo antes posible.

Y así siguieron, mientras el carruaje daba
tumbos por el irregular camino, y en ocasiones casi lanzaba a ______ del
asiento al suelo. Ella se las arreglaba para dar alguna que otra cabezadita.
Cada vez que la puerta del carruaje se abría y St. Jonas bajaba para comprobar el nuevo tiro, una
bocanada de aire gélido entraba en el vehículo. ______, entumecida y dolorida,
se acurrucaba en el rincón.

Tras la noche, amaneció un día con
temperaturas glaciales y una lluvia helada. St. Jonas la condujo a una posada,
donde en una sala privada tomó un plato de sopa tibia y utilizó el orinal
mientras él iba a supervisar el cambio de caballos y de cochero. La imagen de
la cama casi le dolió en el alma. Pero ya dormiría más tarde, una vez estuviera
en Gretna Green y fuera del alcance de su familia para siempre.

Al volver al carruaje media hora después, ______
trató de quitarse los zapatos mojados sin ensuciar la tapicería de terciopelo.
St. Jonas subió al vehículo después que ella y se agachó para ayudarla.
Mientras le retiraba los zapatos de los pies acalambrados, ______ le quitó en silencio
el sombrero empapado y lo lanzó al asiento de enfrente. Tenía un pelo grueso y
suave, y sus rizos exhibían todos los tonos entre el negro y el cafe.

St. Jonas se sentó a su lado y, tras observar el aspecto
tenso de su rostro, le tocó la mejilla helada.

—Hay que reconocerte algo —murmuró—.
Cualquier otra mujer se estaría quejando a gritos.

—No... no pu... puedo quejarme —dijo ______
mientras se estremecía violentamente—. Fui yo quien pidió viajar di...
directamente a Escocia.

—Ya estamos a medio camino. Otra noche y un
día más, y mañana por la noche estaremos casados —comentó. Y añadió con una
sonrisa—: Seguro que nunca ha habido una novia tan ansiosa por llegar a la
cama.

Los labios temblorosos de ______esbozaron
una sonrisa por la ironía: ella ansiaba dormir, no hacer el amor. Al mirarlo a
la cara, tan cerca de la suya, se preguntó cómo las ojeras y los signos de
cansancio que mostraba podían resultar tan atractivos. Quizá porque así parecía
humano y no un hermoso dios romano sin corazón. Había perdido gran parte de su
altivez aristocrática, que sin duda reaparecería más tarde, cuando hubiera
descansado. Pero de momento estaba relajado y accesible. Durante ese viaje
horroroso parecía haberse establecido entre ellos un frágil vínculo.

Una llamada a la puerta del carruaje
interrumpió sus reflexiones. St. Jonas la abrió, y apareció una camarera
empapada bajo la lluvia.

—Aquí tiene, milord —dijo, y se sacó dos
objetos de debajo de la capa chorreante y se los entregó—. Un grog y un
ladrillo, como pidió.

St. Jonas buscó una moneda en el chaleco y
se la dio. La mujer le sonrió y volvió corriendo a refugiarse en la posada. ______
parpadeó sorprendida cuando él le entregó un tazón de barro lleno de un líquido
humeante.

—¿Qué es? —preguntó.

—Algo para calentarte por dentro. —Sopesó el
ladrillo envuelto en franela gris—. Y esto es para los pies. Pon las piernas en
el asiento.

En otras circunstancias, ______habría
impedido que le tocara las pantorrillas, pero guardó silencio mientras él le
arreglaba la falda y le ponía el ladrillo caliente bajo los pies.

—¡Oh, qué delicia! —Se estremeció de placer
al notar cómo el calorcillo le reanimaba los dedos helados—. ¡Oh! Es lo me...
mejor que he sentido nunca...

—Las mujeres suelen decirme eso —afirmó St. Jonas
con una sonrisa—. Ven, apóyate en mí.

Aprensiva y temblorosa, ______vaciló un
momento. Luego, obedeció despacio y se obligó a relajarse entre sus brazos.
Hasta entonces sólo la había abrazado su padre, y la sensación le suscitó
recuerdos de la infancia. St. Jonas la estrechó hasta que se recostó contra él,
y la firmeza de su sujeción contribuyó a contener los temblores de sus
doloridas extremidades. Su pecho era firme y duro, pero le servía de apoyo
perfecto para la parte posterior de la cabeza.

______ se acercó el tazón a los labios y
sorbió vacilante la bebida caliente. Era alguna clase de licor, mezclado con
agua y sazonado con azúcar y limón. A medida que bebía, el cuerpo le fue
entrando en calor. Soltó un largo suspiro de alivio. El carruaje arrancó de
golpe, pero St. Jonas se ocupó de mantenerla cómodamente apoyada en su pecho. ______
no alcanzaba a entender cómo diablos podía sentirse en el séptimo cielo tan de
repente.

Jamás había tenido esa cercanía física con
nadie. Y le parecía horrible tenerla con un calavera como St. Jonas. No
obstante, ahí estaba. La naturaleza había derrochado belleza masculina en
alguien que no la merecía. Contuvo el impulso de acurrucarse más contra él. Su
ropa era de una tela exquisita: una chaqueta de lana fina, un chaleco de seda
gruesa y una camisa de lino suave. El aroma de almidón y de colonia, mezclado
con la fragancia de su piel... Nunca se había imaginado que un hombre pudiera
oler tan bien.

Intuyendo que la apartaría de él cuando se
terminase la bebida, intentó que le durara lo máximo posible. Para su pesar,
vació por fin las últimas gotas dulces de la taza. St. Jonas le tomó el
cacharro de las manos y lo dejó en el suelo. ______ se puso tensa, esperando
que la devolviera a su asiento, pero sintió un enorme regocijo al notar que él
volvía a estrecharla entre sus brazos. Su cuerpo era firme y cálido, y muy
cómodo. Le oyó bostezar.

—Duérmete —murmuró Nicholas—. Tienes tres
horas antes del próximo cambio de tiro.

______ apoyó la planta de los pies con más
fuerza en el ladrillo, se volvió de costado y se acurrucó más contra él para
sumirse en el ansiado sueño.

El resto del viaje se convirtió en una serie
borrosa de movimiento, cansancio y despertares bruscos. A medida que el
agotamiento de _____aumentaba, dependía cada vez más de St. Jonast. En cada
posta, le traía una taza de té o caldo, y recalentaba el ladrillo en cada
chimenea disponible. Incluso encontró una manta acolchada en alguna parte.
Convencida de que, a esas alturas, se habría helado de no contar con St. Jonas,
_____ olvidó todas sus reservas sobre pegarse a él cada vez que estaba en el
carruaje.

—No me... me estoy insinuando —le dijo
mientras se sentaba en su regazo y se recostaba en su pecho—. Sólo eres una
fu... fuente de calor.

—Ajaa —respondió St. Jonas perezosamente
mientras colocaba bien la manta sobre ambos—. Pero el último cuarto de hora has
estado rozando partes de mi anatomía que nadie se había atrevido a tocarme
hasta ahora.

—Lo... lo dudo. —Se tapó aún más con la
chaqueta de St. Jonas y añadió con voz apagada—: Seguro que le han manoseado
más que a las cestas de comida de Fortnum and Masón.

—Y se me puede conseguir a un precio más
razonable —aseguró él antes de hacer una mueca y moverse para ponérsela bien en
el regazo—. No pongas la rodilla ahí, encanto, o tus planes de consumar el
matrimonio correrán peligro.

_____ dormitó hasta la siguiente parada, y
justo cuando se estaba sumiendo en un sueño profundo, St. Jonas la despertó con
delicadeza.

—________ —murmuró mientras le arreglaba el
pelo despeinado—. Abre los ojos. Estamos en la siguiente posta. Tienes tiempo
para entrar unos minutos.

—No quiero —se quejó ella.

—Tienes que hacerlo —insistió St. Jonas en
voz baja—. Nos espera un largo trecho al salir de aquí. Ve al baño ahora, ya
que no podrás hacerlo en un buen rato.

_____ iba a protestar que no necesitaba ir
al baño cuando, de repente, se dio cuenta de que sí. La idea de levantarse y
salir a la lluvia gélida de nuevo casi la hizo lagrimear. Se inclinó para
calzarse los zapatos húmedos y sucios, y se peleó con los cordones. St. Jonas
le apartó las manos y los ató correctamente. Después la ayudó a bajar del
carruaje. Una vez fuera, una ráfaga de viento glacial hizo que la muchacha
apretara los dientes. Hacía un frío terrible. St. Jonas le cubrió la cara con
la capucha de la capa y, tras rodearle los hombros con un brazo, cruzaron el
patio de la posada.

—Créeme —dijo—. Es mejor que vayas al
retrete aquí. Tener que bajar después junto a la carretera sería terrible. Por
lo que sé sobre las mujeres y su anatomía...

—Conozco mi anatomía —lo interrumpió _____
irritada—. No hace falta que me la expliques.

—Por supuesto. Perdona si hablo demasiado;
es que intento mantenerme despierto. Y a ti también.

_____se aferró a su cintura y, mientras
avanzaba por el barro helado, pensó en el primo Eustace y en lo contenta que
estaba de no tener que casarse con él. Nunca volvería a vivir bajo el techo de
los Maybrick. La idea le dio fuerzas. Una vez casada legalmente, dejarían de
tener poder sobre ella. Por Dios, cuánto ansiaba que todo terminase de una vez
para siempre.

Después de tomar una habitación, St. Jonas
tomó a _____ por los hombros y la observó para evaluar su estado.

—Pareces a punto de desmayarte —comentó—.
Tenemos tiempo para que descanses un par de horas, cariño. ¿Por qué no...?

—Ni hablar —replicó ella—. Quiero seguir
adelante.

St. Jonas la observó con ceño, pero repuso
con calma:

—¿Eres siempre tan terca? —La llevó a la
habitación y le recordó que cerrara la puerta con llave cuando él saliera—. E intenta
no dormirte sentada en el orinal —bromeó.

Cuando volvieron al carruaje, ______siguió
el ritual ya familiar: se quitó los zapatos y dejó que St. Jonas le pusiera el ladrillo caliente en los pies y
la situara después entre sus piernas separadas, con un pie cerca del ladrillo y
el otro en el suelo para mantener el equilibrio. A ______ se le aceleró el
pulso cuando él le tomó una mano y empezó a juguetear con sus dedos fríos.
Tenía la mano caliente y los dedos, suaves, con las uñas cortas y bien limadas.
Una mano fuerte, pero sin duda perteneciente a un hombre ocioso.

St. Jonas entrelazó sus dedos con los de
ella con suavidad, le dibujó un pequeño círculo en la palma con el pulgar y
después deslizó los dedos para que coincidieran con los de ella. Su piel
bronciada era de un tono cálido, de la clase que absorbe el sol con facilidad.
Al final, St. Jonas dejó de juguetear, pero no le soltó la mano.

No podía ser ella, la florero, ______Jenner...
Sola en un carruaje con un calavera irrecuperable viajando hacia Gretna Green.
«Mira la que has liado», pensó aturdida. Volvió la cabeza y apoyó la mejilla en
la camisa de lino de St. Jonas

—¿Cómo es tu familia? —preguntó con Ternura—.
¿Tienes hermanos?

St. Jonas le acarició los rizos con los
labios un momento antes de contestar:

—Sólo quedamos mi padre y yo. No recuerdo a
mi madre. Murió de cólera cuando yo aún era un bebé. Tenía cuatro hermanas
mayores. Como era el menor y único varón, me consintieron muchísimo. Pero tres
de mis hermanas murieron de escarlatina. Recuerdo que me enviaron a nuestra
casa de campo cuando enfermaron, y cuando volví ya no estaban. Más adelante, la
superviviente, mi hermana mayor, se casó pero, como tu madre, murió en un
parto. El bebé tampoco sobrevivió.

______, que no se movió mientras él contaba
su historia con naturalidad, sintió una enorme tristeza por ese niño. Una madre
y cuatro hermanas que lo adoraban habían desaparecido en un período
relativamente corto de tiempo. Habría sido difícil de comprender para un
adulto, mucho más para un niño.

—¿Te preguntas alguna vez cómo habría sido
tu vida si hubieras tenido madre? —quiso saber.

—Pues no.

—Yo sí. A menudo me pregunto qué consejo me
habría dado.

—Dado que tu madre se casó con un bribón
como Ivo Jenner —contestó él con ironía—, yo no le daría demasiado valor a sus
consejos. —Hizo una pausa socarrona—. Por cierto, ¿cómo se conocieron? Una
chica de buena familia no suele relacionarse con hombres como Jenner.

—Se conocieron en un accidente de tráfico.
Mi madre iba en un carruaje con mi tía. Era uno de esos días de invierno en que
la niebla de Londres es tan espesa que, a mediodía, la visibilidad es de apenas
unos metros. El vehículo hizo un giro brusco para evitar el carro de un
vendedor ambulante y atropello a mi padre, que estaba de pie en la acera. Ante
la insistencia de mi madre, el cochero se detuvo para preguntarle si se había
hecho daño. Sólo tenía unos rasguños, nada más. Pero supongo... supongo que mi
padre debió de interesarle porque al día siguiente le envió una carta para
preguntarle por su salud. Empezaron a escribirse, aunque mi padre debía hacerlo
a través de alguien porque era analfabeto. No conozco más detalles, salvo que
al final se fugaron juntos. —Una sonrisa de satisfacción le iluminó la cara al
imaginarse la ira de los Maybrick al descubrir que su madre se había escapado
con Ivo Jenner—. Cuando ella murió, tenía diecinueve años —añadió pensativa—. Y
yo tengo veintitrés. Me parece extraño haber vivido más que ella —comentó antes
de volverse parar mirarlo a la cara—. ¿Cuántos años tienes, milord? ¿Treinta y
cuatro? ¿Treinta y cinco?

—Treinta y dos. Aunque en este momento me
siento como si tuviera ciento dos. ¿Qué le ha pasado a tu tartamudez, cielo?
Desapareció en algún lugar entre Tessdale y aquí.

—¿De veras? —preguntó ______, algo
sorprendida—. Supongo que contigo me siento cómoda. Suelo tartamudear menos con
algunas personas. —Era extraño, porque no solía dejar de tartamudear por
completo salvo que hablara con un niño. Notó cómo el pecho de St. Jonas daba
una especie de respingo de diversión.

—Nadie me había dicho que le hiciera sentir
cómodo. Y no me gusta nada. Tendré que hacer algo diabólico para que cambies de
opinión.

—Estoy segura de que lo harás. —Cerró los
ojos y se apretujó más contra él—. Creo que estoy demasiado cansada para
tartamudear.

St. Jonas empezó a acariciarle el cabello y
la cara para terminar masajeándole la sien con la yema de los dedos.

—Duerme —susurró—. Ya estamos llegando. Como
nos encontramos en el quinto infierno, encanto, pronto deberías sentir más
calor.



Pero no fue así. Cuanto más viajaban al
norte, más frío hacía, y ______ llegó a pensar que no le vendría mal un poco de
fuego eterno. El pueblo de Gretna Green se encontraba en el condado de
Dumfriesshire, al norte de la frontera de Escocia. Centenares de parejas
viajaban por la carretera de Londres a Gretna Green, pasando por Carlisle, para
evitar la estricta legislación matrimonial de Inglaterra. Iban a pie, en
carruaje o a caballo y, una vez lograban pronunciar sus votos matrimoniales,
volvían a Inglaterra convertidos en marido y mujer.

Cuando una pareja cruzaba el puente sobre el
río Sark y entraba en Escocia, podía casarse en cualquier punto del país.
Bastaba con una declaración hecha ante testigos. Sin embargo, en Gretna Green
había surgido un próspero negocio casamentero, y muchos de sus habitantes
competían por celebrar bodas en hogares particulares, posadas o, incluso, al
aire libre. El sitio más conocido era la herrería, donde se habían efectuado
tantas ceremonias rápidas que a todos los matrimonios celebrados en Gretna
Green se los conocía como «bodas en el yunque».

El carruaje llegó por fin a su destino: una
posada situada al lado de la herrería. St. Jonas condujo a ______ rodeándola
con un brazo como si fuera a desplomarse de cansancio. El posadero, un tal
señor Findley, sonrió encantado al saber que se habían fugado para casarse, y
les aseguró con guiños exagerados que siempre tenía una habitación preparada
para situaciones así.

—No es legal hasta que hayan consumado la
boda, ¿saben? —les informó con un acento casi ininteligible—. En una ocasión
tuvimos que sacar a escondidas a unos novios por la puerta de atrás mientras
sus perseguidores aporreaban la de delante. En otra, entraron en la posada y
encontraron a los dos amantes en la cama; el novio todavía llevaba puestas las
botas, pero no había duda de que el acto se había consumado. —Soltó una
carcajada al recordarlo.

—¿Qué ha dicho? —murmuró ______, recostada
en el hombro de St. Jonas

—No tengo ni idea —le susurró
éste al oído. Levantó la cabeza y se dirigió al posadero—: Me gustaría disponer
de un baño caliente en la habitación cuando regresemos de la herrería.

—Muy bien, milord —confirmó el posadero, y
recibió con entusiasmo las monedas que St. Jonas le entregó a cambio de una
llave anticuada—. ¿Desea también que les subamos la cena, milord?

Nicholas dirigió una mirada inquisidora a ______,
que sacudió la cabeza.

—No —contestó St. Jonas—, pero espero que
podamos tomar un desayuno copioso por la mañana.

—Sí, milord. Van a casarse en la herrería,
¿verdad? Ay, caray. No hay mejor casamentero en Gretna que Paisley MacPhee. Es
un hombre culto. Hará las veces de clérigo y les emitirá un certificado.

—Gracias —dijo St. Jonas.

Salieron de la posada y se dirigieron a la
herrería, en la puerta de al lado. Una mirada rápida calle abajo les permitió
ver hileras de casas y tiendas bien cuidadas, con farolas encendidas para
mitigar la creciente oscuridad del atardecer. Al acercarse a la fachada del
edificio encalado, él murmuró:

—Aguanta un poco más, cariño. Ya casi
estamos casados.
______ esperó apoyada en él con la cabeza
medio hundida en su chaqueta mientras él llamaba a la puerta. La abrió un
hombre corpulento, rubicundo, con un atractivo bigote que se unía a sus tupidas
patillas. Su acento escocés no era tan marcado como el del posadero, y ______
pudo comprender lo que decía.

—¿Es usted MacPhee? —preguntó St. Jonas.

—El mismo.

Rápidamente, St. Jonas hizo las
presentaciones y explicó su intención. El herrero sonrió de oreja a oreja.

—Así que quieren casarse. Pasen, por favor —dijo,
y llamó a sus dos hijas, un par de muchachas rubicundas y morenas a las que
presentó como Florag y Gavenia.

Luego los condujo a la herrería, situada en
el mismo edificio. Los MacPhee mostraron la misma alegría constante que el
posadero, lo que desmentía lo que ______ había oído siempre sobre el famoso
carácter adusto de los escoceses.

—¿Les parece bien que mis dos hijas sean
testigos? —sugirió MacPhee.

—Sí —respondió St. Jonas a la vez que echaba
un vistazo alrededor; el local estaba lleno de herraduras, equipo para
carruajes y herramientas de labranza—. Como puede ver, mi... —Se detuvo un
momento como si dudara sobre cómo referirse a ______—. Mi novia y yo estamos
bastante cansados. Hemos viajado desde Londres a un ritmo endiablado, de modo
que nos gustaría acelerar el trámite.

—¿Desde Londres? —repitió el herrero, y
sonrió a ______—. ¿Por qué ha venido a Gretna, señorita? ¿No le dieron sus
padres consentimiento para casarse?

—Me te... temo que no es tan sencillo. —______
le devolvió la sonrisa lánguidamente.

—Casi nunca lo es —concedió MacPhee mientras
meneaba la cabeza sabiamente—. Pero tengo que advertirle algo, señorita. Si va
a casarse precipitadamente, el matrimonio escocés es un vínculo irrevocable e
indisoluble. Asegúrese de que su amor es verdadero para...

St. Jonas interrumpió lo que prometía ser
una retahila de consejos paternales.




—No es un matrimonio por amor —aclaró—. Es
un matrimonio de conveniencia, y la calidez que existe entre nosotros no llega
ni a la de una vela de cumpleaños. Proceda, por favor. Ninguno de los dos ha
dormido como es debido en dos días.

Se hizo el silencio, y la brusquedad del
comentario pareció horrorizar a MacPhee y sus dos hijas.

—No me cae usted bien —anunció con ceño.


—A mi futura esposa tampoco —replicó St. Jonas, exasperado—. Pero como eso no va a
impedir que se case conmigo, tampoco debería detenerlo a usted. Adelante.

MacPhee dirigió una mirada de compasión a ______

—La novia no tiene flores —advirtió, de
pronto decidido a que la ceremonia tuviese un aire romántico—. Florag, ve a
buscar un ramito de brezo blanco.

—No necesita flores —soltó St. Jonas, pero
la joven se marchó de todos modos.

—Que la novia lleve brezo blanco es una
vieja costumbre escocesa —explicó MacPhee a ______—. ¿Quiere que le cuente
porqué?

Ella asintió y contuvo una risita ahogada. A
pesar de su cansancio, o quizá debido a él, empezaba a sentir un placer
perverso al ver cómo St. Jonas se esforzaba por controlar su irritación. En
aquel momento, el hombre mal afeitado y malhumorado que tenía a su lado no
guardaba ningún parecido con el aristócrata petulante que había asistido a la
fiesta en casa de lord Kevin.

—Hace mucho, mucho tiempo... —empezó
MacPhee, sin prestar atención al gruñido de St. Jonas—, había una hermosa joven
llamada Malvina. Estaba prometida a Osear, un valiente guerrero que había
conquistado su corazón. Osear pidió a su amada que lo esperara mientras iba a
buscar fortuna. Pero un día aciago, Malvina recibió la noticia de que su novio
había muerto en combate. Descansaría para siempre en unas colinas lejanas...
sumido en un sueño eterno...

—Dios mío, cómo lo envidio —afirmó St. Jonas,
a la vez que se frotaba los ojos.

—Cuando las lágrimas de dolor de Malvina
empaparon la hierba como el rocío —prosiguió MacPhee—, el brezo púrpura que
había a sus pies se volvió blanco. Por eso todas las novias escocesas llevan
brezo blanco el día de su boda.

—¿Esa es la historia? —preguntó St. Jonas
con incredulidad—. ¿El brezo procede de las lágrimas que derramó una muchacha
por la muerte de su prometido?

—Así es.

—¿Cómo diablos puede considerarse entonces
señal de buena suerte?

MacPhee abrió la boca para contestar pero,
en ese momento, Florag volvió y entregó a ______ un ramito de brezo blanco
seco. Tras murmurarle las gracias, ______ dejó que el herrero la condujera
hacia el yunque, en el centro del local.

—¿Tiene un anillo para la señorita?
—preguntó MacPhee a St. Jonas, que sacudió la cabeza . Me lo imaginaba —dijo
con frialdad el herrero—. Gavenia, trae el estuche de los anillos. —Y
acercándose a ______ explicó—: Trabajo metales preciosos además de hierro. Es
un trabajo fino, hecho con el mejor oro de Escocia.

—No necesita ningún... —St. Jonas se detuvo
al ver que ______ alzaba los ojos hacia él. Soltó un suspiro—. De acuerdo.
Elige uno.

MacPhee retiró un trozo de lana del estuche,
lo extendió sobre el yunque y colocó sobre él con delicadeza una selección de
seis anillos. ______se inclinó parar mirarlos. Los anillos, todos ellos
alianzas de oro de diversos tamaños y motivos, eran tan intricados y delicados
que parecía imposible que los hubiera creado un herrero.

—Éste muestra cardos y nudos —dijo MacPhee,
y lo levantó para que lo viera mejor—. Este tiene un diseño de llaves, y éste,
una rosa de Shetland.

______ eligió el más pequeño y se lo probó
en el dedo anular izquierdo. Le iba perfecto. Se lo acercó para examinar el
diseño. Era el más sencillo; una alianza de oro pulido que llevaba grabadas las
palabras: Tha Gad Agam Ort.

—¿Qué significa? —preguntó a MacPhee.

—«Mi amor es tuyo.»

St. Jonas permaneció impertérrito y se
produjo un silencio incómodo. ______ se quitó la alianza lamentando haberse
interesado por los anillos. El sentimiento de aquella frase estaba tan fuera de
lugar en esa ceremonia impostada que realzaba la farsa de la boda.

—Creo que no quiero anillo después de todo
—masculló, y volvió a dejarlo en la tela.

—Nos lo quedamos —dijo entonces St. Jonas.
Anonadada, ______ lo vio coger la alianza de oro y, cuando lo miró con los ojos
desorbitados, él añadió con sequedad—: Son sólo palabras. No significa nada.

Ella asintió y agachó la cabeza.

MacPhee los observó con ceño y se tiró de la
barba incipiente.

—Niñas, cantad una canción —pidió a sus
hijas con resuelta alegría.

—Una canción... —protestó St. Jonas, pero ______
le tiró de la manga.

—Déjalos —murmuró—. Cuanto más discutas, más
tardaremos.

St. Jonas maldijo entre dientes y fijó la
vista en el yunque, mientras las hermanas entonaban en perfecta armonía.

Oh, mi amor es como una rosa roja, roja,

recién brotada en junio.

Oh, mi amor es como una melodía

que se entona dulcemente.

Mi amor por ti es tan inmenso

como tu belleza.

Y te seguiré amando, amor mío,

hasta que los mares se sequen...

El herrero escuchó a sus hijas con orgullo
hasta que acabó la última nota y entonces las alabó generosamente. Se volvió a
la pareja que estaba ante el yunque e indicó, dándose importancia:

—Y ahora les haré unas preguntas. ¿Son los
dos solteros?

—Sí —respondió St. Jonas.

—¿Tiene un anillo para la novia?

—Acaba de... —Nicholas se detuvo con una
imprecación entre dientes al ver que MacPhee arqueaba las cejas, impaciente.
Era evidente que si quería que la ceremonia concluyera, debía seguirle la
corriente. Así que gruñó—: Sí, lo tengo.

—Póngaselo a su prometida en el dedo y
tómele la mano.

______se sintió extraña y mareada cuando
miró a St. Jonas. En cuanto él le deslizó la alianza en el dedo, el corazón
empezó a latirle deprisa, y le recorrió el cuerpo algo que no era ni entusiasmo
ni temor, sino una emoción nueva que le agudizaba los sentidos. No tenía
palabras para definir ese sentimiento. La tensión la atenazó mientras su pulso
rehusaba calmarse. Su mano descansaba sobre la de St. Jonas, cuyos dedos eran
más largos y su palma suave y cálida.

Él inclinó un poco la cabeza para verle la
cara. Aunque estaba inexpresiva, una nota de color le cubría los pómulos y el
puente de la nariz. Y respiraba más rápido de lo habitual. Ella desvió la
mirada, sorprendida de que ya conociera algo tan íntimo como su respiración
normal. El herrero tomó una cinta blanca y se la entregó a una de sus hijas. ______
se estremeció un poco cuando la chica rodeó con ella las muñecas de los novios.

Notó que St. Jonas había acercado la mano libre a su cuello y se lo acariciaba
como si fuera un animal nervioso. El suave contacto de sus dedos hizo que se
relajara.

MacPhee terminó de rodearles las muñecas con
más cinta.

—Y ahora el nudo —dijo mientras lo hacía con
una floritura—. Repita después de mí, señorita: «Yo te tomo por esposo.»

—Yo te tomo por esposo —susurró ______.

—¿Milord? —lo animó el herrero.

St. Jonas la miró con unos ojos fríos y
brillantes que no revelaban nada. Aun así, ella sintió de algún modo que él
también sentía aquella tensión extraña, tan fuerte como la de un relámpago.

—Yo te tomo por esposa —dijo en voz baja.

—Ante Dios y estos testigos, yo os declaro
marido y mujer —dijo MacPhee con tono de satisfacción—. Que lo que Dios ha
unido, no lo separe el hombre. Son ochenta y dos libras, tres coronas y un
chelín.

St. Jonas apartó con dificultad la mirada de
______ y la dirigió hacia el herrero con una ceja arqueada.

—El anillo vale cincuenta libras —explicó
MacPhee en respuesta a su pregunta implícita.

—¿Cincuenta libras por un anillo sin piedra?
—replicó St. Jonas agriamente.

—Es oro escocés —dijo MacPhee, a quien
parecía indignarle que cuestionara el precio—. Es de los arroyos de las colinas
de Lowther.

—¿Y el resto?

—Treinta libras por la ceremonia, una libra
por el uso del local, una guinea por el certificado de matrimonio, que les
tendré preparado mañana, una corona por cada testigo... —Hizo una pausa para
señalar a sus hijas, que rieron e hicieron una reverencia—. Otra corona por las
flores...

—¿Una corona por un puñado de hierbajos
secos? —soltó St. Jonas, indignado.

—La canción es cortesía de la casa —concedió
MacPhee gentilmente—. Oh, y un chelín por la cinta, que no deben desatar hasta
que el matrimonio se haya consumado o la mala suerte les perseguirá.

St. Jonas abrió la boca para replicar, pero
tras una mirada a la agotada ______metió la mano en el bolsillo de la chaqueta
en busca del dinero. Se movía con torpeza, ya que era diestro y ahora sólo
podía usar la mano izquierda. Sacó un fajo de billetes y unas monedas y los
lanzó sobre el yunque.

—Tenga —dijo con brusquedad—. Quédese con el
cambio. Déselo a sus hijas. —Su voz adquirió una nota irónica—. Junto con mi
gratitud por la canción.

MacPhee y sus hijas dieron las gracias a
coro y los siguieron hasta la puerta mientras las muchachas repetían una
estrofa:Y te seguiré amando, amor mío,
hasta que los mares se sequen...
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Mensaje por Invitado Dom 26 Dic 2010, 12:20 am

Ahi sta niñas ya pude subir
les voy a subir otros 2 pero por si les habia dicho o no
la nove es un pokito HOT ..y el cap qe sigue es uno hot

asi qe se los dejo okz
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"El diablo En Invierno" (Nick & tu) - Página 2 Empty Re: "El diablo En Invierno" (Nick & tu)

Mensaje por Invitado Dom 26 Dic 2010, 12:25 am

CAPITULO 4 (PARTE 1,2,3&4)(HOT)






Cuando salieron de la herrería, la lluvia
arreciaba como una densa cortina plateada. _____reunió las fuerzas que le
quedaban para acelerar el paso en su regreso a la posada. Se sentía como si
caminara en sueños. Todo parecía desproporcionado, le costaba concentrar la
mirada y el suelo enfangado parecía moverse caprichosamente bajo sus pies. Para
su disgusto, su flamante marido la detuvo junto al edificio, a cubierto bajo un
alero chorreante.

—¿Qué pasa? —preguntó aturdida.

Él alargó la mano hacia sus muñecas atadas y
empezó a deshacer el nudo de la cinta.

—Voy a quitarnos esto.

—No. Espera. —La capucha de la capa le
resbaló hacia atrás al intentar impedírselo. Le cubrió la mano con la suya y él
la miró.

—¿Por qué? —preguntó St. Jonas con
impaciencia. Inclinó la cabeza para mirarla a los ojos, y el agua empezó a
resbalarle por el ala del sombrero. Había oscurecido y la única iluminación que
había era el brillo tenue de las farolas. Aunque la luz era poca, parecía
prender en sus ojos, que lucían como si poseyeran una luz interior.

—Ya has oído al señor MacPhee: trae mala
suerte desatar la cinta.

—¿Eres supersticiosa? —dijo St. Jonas en
tono incrédulo.

_____ asintió como disculpándose.

No costaba demasiado darse cuenta de que la
furia de St. Vincent podría desatarse mucho antes que sus muñecas. Ahí de pie,
juntos, en medio de la oscuridad y el frío, con los brazos extendidos en un
ángulo extraño, _____ sentía su mano sobre la de él. Era la única parte de su
cuerpo que experimentaba calor.

El habló con una paciencia exagerada que
habría impulsado a _____, en circunstancias normales, a retirar de inmediato
sus objeciones.

—¿De verdad quieres entrar así en la posada?

Era irracional, pero _____ estaba demasiado
exhausta para pensar con sensatez. Sólo sabía que ya había tenido toda la mala
suerte del mundo, y no quería buscarse más.

—Estamos en Gretna Green. Nadie le dará
ninguna importancia. Y creía que no te importaban las apariencias.

—Nunca me ha importado parecer depravado o
vil. Pero me niego a parecer idi*ota.

—No, por favor —insistió ella cuando St.
Vincent volvió a atacar el nudo. Forcejeó con él y sus dedos se entrelazaron.

De repente, St. Vincent le tomó la boca con
la suya y la empujó contra el edificio, donde la sujetó con su cuerpo. Con la
mano libre, le tomó la nuca por debajo del pelo mojado. La presión de sus
labios la aturdió. No sabía besar y no tenía idea de qué hacer con la boca.
Perpleja y temblorosa, le ofreció los labios cerrados mientras el corazón le
latía con fuerza y las piernas le flaqueaban.

St. Vincent quería cosas que ella no sabía
darle. Al notar su confusión, él cedió un poco y empezó a darle besos breves e
insistentes mientras le rozaba con suavidad la cara. Empezó a acariciarle la
mandíbula, el mentón, y, con el pulgar, le incitó a separar los labios. En
cuanto lo consiguió se los cubrió con la boca. _____ podía saborearlo: una
esencia sutil y seductora que la afectó como si se tratara de un elixir
exótico. Notó cómo le introducía la lengua, cómo le exploraba suavemente la
boca, cómo la deslizaba más y más adentro sin que ella opusiera resistencia.

Tras este beso exuberante, St. Vincent
redujo la presión hasta que sus bocas apenas se tocaban y su aliento, que el
frío de la noche convertía en vaho, se mezclaba de modo visible. La besó con
suavidad una, dos veces. Le recorrió la mejilla con los labios hasta el hueco
de la oreja. Entonces, al sentir cómo se la acariciaba con la lengua y cómo le
tomaba el lóbulo entre los dientes, Any soltó un gritito ahogado. Se estremeció
y una cálida sensación le invadió los pechos hasta sus partes íntimas.

Buscó a ciegas su boca, la caricia delicada
de su lengua. Y él se las ofreció con un beso tierno pero firme. _____ le rodeó
el cuello con el brazo libre para no caerse, mientras él mantenía la otra
muñeca contra la pared, lo que provocaba que sus pulsos latieran juntos bajo la
cinta blanca. Otro beso apasionado, rudo y dulce a la vez, con el que le devoró
la boca y le saboreó y lamió el paladar. Ella sintió un placer tan intenso que
casi se desmayó.

«No es extraño...», pensó atolondrada.

No, no era extraño que tantas mujeres
hubieran sucumbido a aquel hombre, echado a perder su reputación y su honor por
él. Habían incluso, si había que dar crédito a los rumores, amenazado con
suicidarse cuando las abandonó. Alfonso era la sensualidad personificada.

Cuando se separó de ella, le sorprendió no
desplomarse. Él jadeaba tanto como ella, más incluso, y su tórax se movía con
fuerza. Ambos guardaron silencio mientras él alargaba la mano para desatar la
cinta con los ojos totalmente fijos en ello. Le temblaban las manos. No la
miró, aunque no supo si era para evitar verle la expresión o para impedirle ver
la suya. Una vez retirada la cinta blanca, _____se sintió como si siguieran
atados. Su muñeca conservaba la sensación de estarlo.

Él, que por fin se atrevió a mirarla, la
retó en silencio a que protestara. Así que ella se contuvo y le tomó el brazo
para recorrer la corta distancia que los separaba de la posada.

La cabeza le daba vueltas y apenas oyó las
felicitaciones joviales del señor Findley cuando entraron. Al subir la
escalera, oscura y angosta, le pesaban las piernas.

El viaje concluía finalmente en un esfuerzo
titánico por poner un pie delante del otro. Llegaron a una puerta en el pasillo
de arriba. Apoyada contra la pared, vio cómo St. Jonas introducía la llave en
la cerradura. Cuando hubo abierto, se tambaleó hacia el umbral.

—Espera —dijo él, y se agachó para cargarla.

—No tienes que... —soltó ella.

—Por deferencia a tu naturaleza
supersticiosa, creo que será mejor que sigamos una última tradición. —Y la
levantó con la misma facilidad que si fuera una niña y cruzó de lado la puerta
con ella en brazos—. Trae mala suerte que la novia tropiece en el umbral. Y he
visto hombres caminar mejor que tú después de una bacanal de tres días.

—Gracias —murmuró _____ cuando la dejó en el
suelo.

—Será media corona —replicó St. Jonas, y el
recordatorio irónico de las tarifas del herrero la hizo sonreír.

Pero su sonrisa se desvaneció al echar un
vistazo a la habitación. La cama de matrimonio se veía mullida y limpia, y la
colcha, raída de incontables lavados. El armazón era de metal, con remates en
forma de bola. Un brillo rosado emanaba de una lámpara de aceite con tulipa de
cristal rojo que había en la mesita de noche. Manchada de barro, helada y
entumecida, _____ observó en silencio la bañera de cobre colocada delante de la
chimenea.

St. Jonas cerró la puerta, se acercó a ella
y le desabrochó la capa. Su rostro reflejó algo parecido a la lástima cuando se
percató de que temblaba de cansancio.

—Deja que te ayude —dijo en voz baja a la
vez que le quitaba la capa de los hombros, y acercó una silla al fuego.

_____tragó saliva y trató de tensar las
rodillas, que parecían querer doblarse. Al mirar la cama, un pavor frío le
golpeó el estómago.

—¿Vamos a...? —empezó con una voz que se le
volvió áspera.

—¿Vamos a...? —repitió St. Jonas a la vez
que empezaba a desabrocharle la parte delantera del vestido. Sus dedos se
movieron con rapidez por la botonadura del canesú—. No, por Dios. A pesar de lo
deliciosa que eres, mi amor, estoy demasiado cansado. Jamás había dicho esto en
toda mi vida pero, en este momento, me apetece más dormir que follar.

_____ suspiró aliviada. Tuvo que agarrarse a
él para no perder el equilibrio cuando le pasó el vestido por las caderas para
quitárselo.

—No me gusta esa palabra —dijo en voz baja.

—Pues más vale que te acostumbres a ella
—respondió él con mordacidad—. Es una palabra que se usa con frecuencia en el
club de tu padre. No entiendo cómo no estás acostumbrada a oírla.

—La he oído —replicó indignada mientras daba
un paso para salir del círculo que formaba el vestido en el suelo—. Sólo que,
hasta ahora, no sabía qué significaba.

St. Jonas se agachó para desabrocharle los
zapatos. Un ruido extraño, como de ahogo, se le escapó de los labios. _____
creyó, angustiada, que le había dado un ataque, pero luego comprendió que se
estaba riendo. Era la primera carcajada auténtica que le oía, aunque no sabía
qué le resultaba tan gracioso. De pie ante él, en camisola y culote, se cruzó
de brazos y frunció el ceño.

Sin dejar de regodearse, St. Jonas le quitó
los zapatos y los dejó en el suelo. Le bajó las medias con rápida eficiencia.

—Toma un baño, cielo —logró decir por fin—.
Esta noche no corres peligro conmigo. Podré mirar, pero no tocar. Adelante.

Como nunca se había desnudado delante de un
hombre, _____ se ruborizó de pies a cabeza mientras se soltaba los lazos de la
camisola. St. Jonas, con tacto, se volvió y se dirigió hacia el palanganero con
un aguamanil lleno de agua caliente que había en la chimenea. Mientras sacaba
los útiles para afeitarse, _____ se quitó con torpeza la ropa interior y se
metió en la bañera. El agua estaba deliciosamente caliente y, al sumergirse, sintió
un cosquilleo en las piernas, como si se le clavaran millares de agujitas.

En un taburete junto a la bañera había un
tarro con un jabón gelatinoso de color marrón y olor acre. Se vertió un poco en
los dedos y se lo extendió por el pecho y los brazos. Tenía las manos muy
torpes y los dedos se negaban a obedecer sus órdenes. Tras hundir la cabeza en
el agua, alargó la mano para tomar un poco más de jabón y casi volcó el tarro.
Se lavó el pelo, refunfuñó cuando empezaron a escocerle los ojos y con las manos
se vertió agua en la cara.

St. Jonas se acercó a la bañera con el
aguamanil. _____ le oyó hablar a través del agua.

—Echa la cabeza hacia atrás —ordenó antes de
verterle el resto de agua limpia sobre el pelo enjabonado.

Con destreza, le secó la cara con una toalla
limpia pero áspera, y le dijo que se levantara. _____ tomó la mano que le
ofrecía y lo hizo. Debería haberse muerto de vergüenza de estar desnuda ante
él, pero había llegado a tal límite de agotamiento que era incapaz de sentir
pudor. Temblorosa y agobiada, dejó que la ayudara a salir de la bañera. Incluso
permitió que la secara, sin hacer otra cosa que no fuera esperar lánguidamente
a que terminara, sin importarle ni darse cuenta de si la estaba mirando.

St. Jonas era más eficiente que cualquier
doncella, y le puso con rapidez el camisón de franela blanca que había
encontrado en su bolsa de viaje. Con la toalla le escurrió el agua del pelo y
después la condujo hasta el palanganero. _____observó, indiferente, que había
encontrado su cepillo de dientes en la bolsa y le había echado polvos
dentífricos. Se cepilló los dientes, se los aclaró con movimientos enérgicos y
escupió en la jofaina de cerámica. El cepillo se le escurrió entre los dedos
entumecidos y repiqueteó en el suelo.

—¿Dónde está la cama? —susurró con los ojos
cerrados.

—Aquí, cariño. Tómame la mano —respondió él,
y la guió.

En cuanto llegó, _____ se tumbó como un
animal herido. El colchón era mullido, y el peso de las sábanas y las mantas de
lana, secas y calientes, exquisito para sus extremidades doloridas. Hundió la
cabeza en la almohada y gimió suspirante. Sintió un ligero tirón en el cabello
y comprendió que St. Jonas le estaba peinando los mechones mojados. Aceptó
pasivamente sus atenciones y dejó que le diera la vuelta para hacer lo mismo
con el otro lado. Cuando hubo terminado, él fue a tomar su baño. _____ logró
mantenerse despierta lo suficiente para ver su cuerpo esbelto y dorado a la luz
del fuego. Cerró los ojos cuando se metía en la bañera y, cuando él se sentó,
ella ya estaba dormida.

Ningún sueño la perturbó por la noche. No
existía nada salvo la oscuridad dulce y densa, la cama mullida y la
tranquilidad de un pueblo escocés en una noche fría de finales de otoño. Sólo
se movió al alba, cuando los ruidos del exterior se colaron en la habitación:
los gritos alegres del vendedor de bollos y de un buhonero, los sonidos de
animales y carros que pasaban por la calle. Entreabrió los ojos, y en la luz
tenue que entraba a través de las burdas cortinas beige, vio con sorpresa que
había otra persona en la cama.

St. Jonas. Su marido. Estaba desnudo, al
menos de cintura para arriba. Dormía boca abajo, y rodeaba con sus musculosos
brazos la almohada en que apoyaba la cabeza. Las líneas de sus hombros y
espalda eran tan perfectas que parecían grabadas en dorado pálido del Báltico y
lijadas hasta lograr un acabado brillante. Su rostro parecía mucho más suave
que cuando estaba despierto. Tenía cerrados sus calculadores ojos, y la boca,
relajada, se veía sensual.

_____ cerró los ojos y pensó que era una
mujer casada, y que podría ver a su padre y quedarse con él todo el tiempo que
quisiera. Y, como era probable que a St. Jonas no le importara demasiado lo que
hiciera o adonde fuera, gozaría de cierta libertad. A pesar de que seguía
preocupada, sintió algo parecido a la felicidad y, con un suspiro, volvió a
dormirse.

Esta vez soñó que avanzaba por un camino
bañado por el sol y bordeado de áster y espigas doradas. Era un camino de
Hampshire que había recorrido muchas veces y que atravesaba campos húmedos
llenos de reina de los prados y hierbas largas de finales de verano. Andaba
sola hasta acercarse al pozo de los deseos donde ella y sus amigas habían
lanzado una vez monedas al agua y formulado sus deseos. Como conocía la
superstición local sobre el espíritu del pozo que vivía bajo tierra, _____ no
había querido acercarse demasiado al borde. Según la leyenda, el espíritu
esperaba capturar a alguna doncella inocente para que viviera con él en el
pozo. En su sueño, sin embargo, no tenía miedo y se atrevía incluso a quitarse
los zapatos y a meter los pies en el agua. Para su sorpresa, no estaba fría,
sino deliciosamente caliente.

Se sentaba en el borde del pozo, sumergía
las piernas en el agua y levantaba la cara hacia el sol. Sentía que algo le
rozaba los tobillos. Se quedaba muy quieta, sin sentir ningún miedo a pesar de
notar que algo se movía bajo la superficie del agua. Otro roce... una mano...
unos dedos largos le acariciaban los pies y le masajeaban con ternura los
doloridos arcos hasta que ella suspiraba de placer. Unas grandes manos
masculinas le iban ascendiendo por las pantorrillas y las rodillas mientras un
cuerpo corpulento y bien formado emergía de las profundidades del pozo. El
espíritu había adoptado la forma de un hombre para cortejarla. La rodeaba con
sus brazos y su contacto era extraño, pero tan agradable que seguía con los
ojos cerrados, temerosa de que, si intentaba mirarlo, pudiera desaparecer.
Tenía la piel cálida y sedosa, y los músculos de la espalda se le tensaban bajo
sus dedos.

Su amante soñado le susurraba palabras
cariñosas al abrazarla y le acariciaba el cuello con la boca. Notaba una
sensación agradable dondequiera que la tocara.

—¿Te hago mía? —murmuró mientras le quitaba
con cuidado la ropa y dejaba su piel expuesta a la luz, al aire y al agua—. No
tengas miedo, mi amor...

Y cuando ella se estremecía y lo abrazaba a
ciegas, él le besaba el cuello y los pechos, y le rozaba los pezones con la
lengua. Le deslizaba las manos cuello abajo para acariciarle los pechos
mientras con los labios medio separados le tocaba los pezones. La incitaba con
la lengua una y otra vez hasta que a ella se le escapaba un gemido de placer y
le hundía los dedos en el pelo. El espíritu del pozo le cubría con la boca un
pezón y tiraba con suavidad. Lo acariciaba después con la lengua y volvía a
tirar de él para lamerlo y chuparlo. _____arqueaba la espalda, gemía y no podía
evitar separar los muslos cuando él se situaba entre ellos, y entonces...

Abrió los ojos de golpe. Despertó confundida
y jadeante, llena de deseo. El sueño se desvaneció y comprendió, aturdida, que
no estaba en Hampshire sino en la habitación de la posada de Gretna, y que el
ruido de agua no procedía de ningún pozo de los deseos sino de la lluvia que
caía en ese momento. Tampoco había luz del sol, sino el brillo de un fuego
recién encendido en la chimenea. Y el cuerpo que la cubría no era ningún
espíritu del pozo, sino un hombre que tenía la cabeza en su vientre y le
recorría la piel con la boca. _____se puso tensa y gimoteó sorprendida al darse
cuenta de que estaba desnuda, que St. Jonas le estaba haciendo el amor y que
llevaba en ello varios minutos.

El alzó los ojos hacia ella. Con el ligero
rubor que le cubría las mejillas, sus ojos parecían más claros e impresionantes
de lo habitual. Sus labios esbozaron una sonrisa relajada pero picara.

—Es difícil despertarte —musitó con voz
ronca antes de volver a agachar la cabeza mientras le recorría furtivamente un
muslo con la mano.

_____, escandalizada, protestó y se movió
bajo su cuerpo, pero él la tranquilizó acariciándole las piernas y las caderas
y volvió a colocarla en la posición adecuada.

—Estáte quieta. No tienes que hacer nada, mi
amor. Deja que yo me encargue. Sí. Puedes tocarme si te... Mmm... Sí...
—susurró al notar los dedos temblorosos de _____ en su pelo, en su nuca, en la
curva de sus hombros.

Descendió, y _____ sintió cómo sus piernas
desnudas se deslizaban entre las de ella hasta que se percató de que él tenía
la cara justo en su vello íntimo. Avergonzada, alargó una mano para taparse.

La erótica boca de St. Jonas se deslizó
hacia su cadera, y notó que sonreía contra su piel suave.

—No deberías hacer eso —le susurró—. Si me
escondes algo, lo deseo más. Me temo que me estás llenando la cabeza de ideas
lascivas, así que será mejor que apartes la mano, cariño, o podría hacerte algo
realmente depravado.

Cuando _____ apartó la mano temblorosa, St. Jonas
paseó la yema de un dedo por el vello rizado para buscar con delicadeza su
tersura carnosa.

—Así me gusta, que obedezcas a tu marido —prosiguió
con picardía en voz baja mientras la acariciaba hasta separarle los rizos del
vello—. Especialmente en la cama. Qué bonita eres. Separa las piernas, cariño.
Voy a tocarte por dentro. No, no tengas miedo. Te irá mejor si antes te beso
aquí. No te muevas...

_____ sollozó al notar cómo la boca de su
marido le exploraba el pubis de vello rubio. Su lengua, cálida y paciente,
encontró el pequeño montículo medio oculto bajo el vulnerable capuchón. Sitió
un dedo, largo y ágil, en la entrada de la vagina, pero ella se lo descolocó al
moverse de repente, sorprendida.

St Jonas le susurró palabras
tranquilizadoras y volvió a deslizarle el dedo en el interior de su cuerpo, más
profundamente esta vez.

—Mi niña inocente —murmuró en voz baja
mientras le excitaba con la lengua aquel punto tan sensible.

_____se estremeció y gimió. A la vez, el
dedo le acariciaba el interior de la vagina siguiendo un ritmo lánguido. Ella
apretaba los dientes para no hacer ruido, pero no podía evitar gemir de placer.

—¿Qué crees que pasaría si siguiera haciendo
esto sin parar? —preguntó St. Jonas

Sus miradas se cruzaron y a _____ se le
nubló la vista. Sabía que tenía la cara contraída y ruborizada. Le abrasaba
hasta el último centímetro de piel. St. Jonas parecía esperar una respuesta, y
a duras penas logró que las palabras le salieran de la garganta.

—No lo sé —dijo débilmente.

—Vamos a probarlo, ¿te parece?

No pudo contestar, no pudo hacer nada salvo
observar asombrada cómo él le presionaba el vello rizado con la boca y la
acariciaba con destreza. _____ echó la cabeza atrás y su corazón se aceleró.
Notó un ligero ardor cuando él le deslizó un segundo dedo y los movió con
ternura a la vez que le chupaba la vulva, lamiéndosela despacio al principio y
aumentando el ritmo mientras ella se retorcía. Siguió así, efectuando
movimientos controlados con los dedos y tocándola de modo imperioso con la boca
hasta que el placer la invadió en oleadas cada vez más rápidas y, de repente,
se quedó paralizada. Arqueó el cuerpo en tensión, gritó, gimió y volvió a
gritar. St. Jonas suavizó el contacto con la lengua pero siguió su juego con
destreza para alimentar su climax y acariciarle el sexo mientras ella temblaba
violentamente.

De pronto la invadió un enorme cansancio y,
con él, una euforia física, como si estuviera borracha. Incapaz de controlar
sus extremidades, se retorció temblorosa bajo su cuerpo y no ofreció ninguna
resistencia cuando St. Jonas la volvió boca abajo. A continuación, le deslizó
una mano entre los muslos y volvió a introducirle los dedos en el sexo. Tenía
sus partes íntimas sensibles y, para su vergüenza, empapadas. Eso, sin embargo,
parecía excitar a St. Jonas, que le jadeaba en la nuca. Sin retirarle los
dedos, la besó y la mordisqueó espalda abajo.

_____ sintió el roce de su sexo entre las
piernas, duro, hinchado y ardiente. No le sorprendió el cambio, ya que
Annabelle le había contado bastante sobre qué le pasaba al cuerpo de un hombre
durante el acto amoroso. Pero Annabelle no le había dicho nada sobre las demás
intimidades que hacían que la experiencia no fuera meramente física, sino de
una clase que podía transformarte el alma.

St. Jonas, agachado sobre ella, la provocó y
la acarició hasta que elevó tentativamente las caderas.

—Quiero penetrarte —susurró, y le besó el
lado del cuello—. Quiero estar muy dentro de ti. Seré muy tierno, amor mío.
Deja que te dé la vuelta y... Dios mío, eres tan hermosa... —Se situó entre sus
muslos abiertos y le dijo con voz tensa—: Tócame, cariño... Pon la mano aquí.

Inspiró con fuerza cuando _____ le rodeó el
turgente miembro con los dedos y se lo acarició vacilante, reconociendo por la
aceleración de su respiración que le gustaba. St. Jonas cerró los ojos con las
pestañas temblorosas y los labios algo separados debido a sus jadeos.

_____ se colocó con torpeza el miembro entre
los muslos. Pero la punta se le deslizó por el sexo húmedo y St. Jonas gimió
como si le doliera. _____ volvió a intentarlo, insegura. Una vez en el sitio
adecuado, St. Jonas se lo introdujo con fuerza. A ella le dolió mucho más que
cuando la había tocado con los dedos y se puso súbitamente tensa. Él la rodeó
con los brazos y empujó con fuerza una y otra vez hasta que la penetró
totalmente. _____ se retorció para evitar la dolorosa invasión pero parecía que
cada movimiento suyo sólo servía para aumentar la profundidad de la
penetración.

Así que se obligó a permanecer quieta entre
sus brazos. Le coloco los dedos en los hombros y, aferrada a él, dejó que la
calmara con la boca y las manos. St. Jonas la besó con los ojos cerrados y, al
notar la calidez de su lengua, ella quiso introducírsela más con una succión
ansiosa. El soltó un sonido de sorpresa y se estremeció con una serie de
espasmos rítmicos de su miembro a la vez que un gemido le vibraba en el pecho y
soltaba el aliento entre dientes.

_____ le deslizó las manos por el pecho
cubierto de vello dorado. Con los cuerpos aún unidos, ella le tocó el costado,
el contorno de las costillas y la espalda suave. St. Jonas dejó que le
explorara el cuerpo sin moverse hasta que por fin se le desorbitaron los ojos y
dejó caer la cabeza en la almohada junto a ella con un gruñido mientras la
embestía con fuerza y se estremecía como extasiado.

La besó con un ansia primaria. _____ separó
más las piernas y le presionó la espalda para apremiarlo e intentar, a pesar
del dolor, que la penetrara más profundamente y con más fuerza. Apoyado en los
codos para no aplastarla, St. Jonas le puso la cabeza en el pecho y _____
sintió su aliento cálido y suave sobre el pezón. Su barba incipiente le rascaba
un poco y la sensación le contrajo los pezones. El seguía dentro de ella,
aunque su sexo se había suavizado. Estaba despierto, pero inmóvil.

_____ también permaneció quieta mientras le
rodeaba la cabeza con los brazos y le acariciaba el pelo. Notó que él movía la cabeza
y buscaba el pezón hasta rodearlo con los labios y seguir despacio con la
lengua el contorno de la aureola, una y otra vez hasta que ella se movió
impaciente bajo su cuerpo. Él le lamió el pezón suavemente y sin descanso, y el
deseo le abrasó los pechos, el vientre y la entrepierna hasta que el dolor
desapareció bajo una nueva oleada de deseo. St. Jonas pasó al otro pecho y se
lo mordisqueó y jugó con él, gozando, al parecer, con su placer. Levantó un
poco el cuerpo para deslizar una mano entre ambos y acariciarle su pubis húmedo
e incitarla con destreza. Le provocó un nuevo climax, y con su cuerpo frotó
voluptuosamente la entrepierna de _____

Luego, jadeante, levantó la cabeza para
mirarla como si fuera una variedad de ser vivo desconocida.

—Dios mío —susurró con una expresión que no
era de satisfacción sino de algo parecido a la alarma.

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Mensaje por Invitado Dom 26 Dic 2010, 12:26 am

Servido les deje estos caps como compensacion x haberme desaparecido pero gracias por preguntar x mi salud..ya stoy un poko mejor yo creo qe volvere en una semana mas si tengo alguna oportunidad de subirles cp lo hare grax x leer :D
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Mensaje por Invitado Dom 26 Dic 2010, 5:59 am

DIOS SANTO!!! este cap me dejo.... :affraid: "El diablo En Invierno" (Nick & tu) - Página 2 167695056 .wow estuvo increible pero me dejaste muy intrigada con el final q ha pasado?......quiero saberlo porfas un cap genial......o mejor dixo genialmente HOT :twisted: :risa: :¬w¬: :yonofui: baba "El diablo En Invierno" (Nick & tu) - Página 2 88550944 porfas sigue :hi:
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Mensaje por JaviOfJonas Dom 26 Dic 2010, 9:40 pm

OMJ!

POR MILES DEMONIOS.... BAHAHA XD

ME ALEGRO DE QUE TE ESTES MEJORANDO!

OJALA ESTES COMPLETAMENTE BIEN PRONTO..

GRACIAS POR LOS CAPS *_*

HAPPY NEW YEAR

XOXO

JAVI'S JONAS
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Mensaje por Invitado Jue 06 Ene 2011, 4:35 am

Ws ya volvi niñas ya me dejan andar por aqii! soy Feliz de nuevo!
xD Espero allan tenido un buen inicio de año! les dejo cap ok?
Grax x leerla!

ooohh si pueden pasar a leer Mi One Shot se le agradeceria mucho
;)



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Mensaje por Invitado Jue 06 Ene 2011, 4:37 am

CAPITULO 5 (PARTE 1,2,3&4)




Nicholas se levantó y se dirigió al palanganero con piernas
temblorosas. Se sentía aturdido, inseguro, como si fuera él quien acababa de
perder la virginidad. Después de tantas aventuras amorosas, creía que ya no le
quedaba nada por experimentar. Estaba equivocado. Para un hombre para quien
hacer el amor era una mezcla experta de técnica y coreografía, había sido toda
una sorpresa encontrarse a merced de su propia pasión. Tenía intención de
retirarse en el último momento, pero el deseo lo había cegado tanto que se
había olvidado. *******. Eso no le había pasado nunca.

Tomó con torpeza una toalla de lino para mojarla en el agua fría de la jofaina.
Para entonces, su respiración había recuperado la normalidad, pero no estaba
nada tranquilo. Después de lo que acababa de pasar, debería olvidarse del sexo
por unas horas. Pero no había tenido suficiente. Había tenido el orgasmo más
largo, persistente y espectacular de su vida, y aun así no había colmado su
necesidad de poseerla, de penetrarla. Era una locura. Pero ¿por qué? ¿Por qué
con ella?
Ella tenía la clase de figura que siempre le había gustado, voluptuosa y firme,
con unos muslos bien torneados que lo rodearan. Y su piel era tan suave como el
terciopelo, con pecas doradas esparcidas como chispas festivas. Pero las
bondades físicas de ______ Jenner no explicaban del todo el extraordinario
efecto que ejercía en él.

Excitado de nuevo, Nicholas se restregó bien con la toalla fría y tomó otra
para llevársela a ______, que yacía medio acurrucada de costado. Para su
alivio, parecía que no iba a haber lágrimas ni quejas virginales. Parecía más
pensativa que afectada. Lo miraba intensamente, como si intentara resolver un
misterio. El le musitó que se volviera boca arriba y le lavó la sangre y los
fluidos entre las piernas.
A ella no le resultaba fácil estar desnuda delante de él. Nicholas vio el
sonrojo que le subió a las mejillas en una rápida oleada. Había conocido muy
pocas mujeres que se ruborizaran por ese motivo. Siempre había elegido mujeres
expertas, ya que no le gustaban demasiado las ingenuas. No por una cuestión de
moralidad, por supuesto, sino porque las vírgenes eran, por norma, bastante
sosas en la cama. Aquélla era una notable excepción.

Dejó la toalla y apoyó las manos a cada lado de los hombros de ______. Se
estudiaron con curiosidad. Se percató de que a ella no le incomodaba el
silencio; no intentaba llenarlo como la mayoría de mujeres. Un punto más a su
favor. Se inclinó hacia ella sin dejar de mirarla a los ojos, pero al agachar
la cabeza, una especie de gruñido interrumpió el silencio. Era el estómago de
su flamante esposa, que protestaba de hambre. Más sonrosada aún, si eso era
posible, ella se cubrió el vientre con las manos como para acallar el terco
ruido.

Una sonrisa iluminó el rostro de Nicholas, que le besó el ombligo y anunció:

—Pediré el desayuno, cariño.
—______ —murmuró ______ a la vez que se tapaba con las sábanas hasta las
axilas—. Así es como me llama mi padre.
—Llámame Nick —repuso él con una sonrisa.

______ alargó la mano despacio, como si él fuera un animal salvaje que fuera a
echar a correr si se asustaba, y le toqueteó los rizos del pecho con suavidad.
—Ahora somos realmente marido y mujer.

—Sí. Que Dios te ayude —dijo Nick, bajando un poco la cabeza, encantado con sus
caricias—. ¿Salimos hoy hacia Londres?

Ella asintió.

—Quiero ver a mi padre.
—Será mejor que elijas las palabras con tacto cuando le expliques que soy su
yerno —dijo—. Si no, la noticia podría acabar con él.
—Démonos prisa —insistió ______ a la vez que le apartaba la
mano del pelo—. Si el tiempo mejora, quizá podamos ir más rápido. Quiero ir
directamente al club de mi padre y...
—Llegaremos pronto —dijo Nick con calma—, pero no viajaremos a la velocidad
endemoniada con que lo hicimos al venir. Pasaremos por lo menos una noche en
una posada de posta. —______ fue a protestar, pero él añadió—: A tu padre no le
servirá de nada que llegues a su club medio muerta de cansancio.

Era el inicio del ejercicio de la autoridad del marido, y de la obligación de
obedecer de la esposa. Era evidente que ______ ansiaba discutir, pero se limitó
a mirarlo con ceño.

—Te esperan tiempos difíciles, cariño —murmuró Nicholas—. Tenerme por marido ya
será bastante arduo. Pero cuidar de un tísico en la última fase de su
enfermedad... Necesitaras todas tus fuerzas. No tiene sentido que las malgastes
antes de llegar.

Ella lo observó con una intensidad renovada que le hizo sentir incómodo. ¡Qué
ojos tenía! Era como si alguien hubiera reunido capas de cristal azul para
hacer pasar por ellas un rayo de sol.

— ¿Te preocupa mi bienestar? —preguntó.
—Claro que sí, princesa. Me conviene conservarte viva y sana hasta que pueda
cobrar tu dote.

______ averiguó pronto que Nicholas se sentía tan cómodo desnudo como vestido.
Intentó actuar con naturalidad ante un hombre que se movía por la habitación
sin nada de ropa. Pero, siempre que pudo, le dirigió miradas discretas hasta
que sacó un traje del baúl. Tenía piernas largas y esbeltas, y amplias zonas
del cuerpo tonificadas mediante la práctica de ejercicios de caballeros como la
equitación, el pugilismo y la esgrima. Tenía la espalda y los hombros muy
desarrollados, con músculos que se flexionaban bajo la piel tensa. Por delante
era más fascinante aún, e incluía un pecho no lampiño como el de las estatuas
de mármol o bronce, sino ligeramente cubierto de vello. El vello pectoral, y el
de otros sitios, la había sorprendido. Era otro de los muchos misterios del
sexo opuesto que se le habían revelado, en sentido literal.
Incapaz de andar por la habitación desnuda, se envolvió con una sábana antes de
dirigirse a su bolsa de viaje. Extrajo de ella un vestido de lana marrón, una
muda y, lo mejor de todo, un par de zapatos secos y limpios. El otro par estaba
tan sucio y húmedo que se estremecía de sólo pensar en ponérselo. Mientras se
vestía, notó la mirada de Nicholas fija en ella. Se bajó con rapidez la
camisola para ocultar su torso.

—Eres preciosa, ______ —comentó él en voz baja.

Como había crecido rodeada de parientes que se lamentaban del color estridente
de su pelo y de la proliferación de pecas en su piel, le dirigió una sonrisa
escéptica.

—La tía Florence siempre me daba una loción decolorante para eliminar las
pecas. Pero no hay forma de librarse de ellas.

Nicholas se acercó a ella con una sonrisa. Le tomó los hombros y le recorrió el
cuerpo medio desnudo con una mirada apreciativa.

—No te quites ni una sola peca, cariño. He encontrado algunas en sitios de lo
más encantadores. Ya tengo mis favoritas. ¿Quieres saber dónde están?

______, desconcertada, sacudió la cabeza e hizo un movimiento para liberarse de
su sujeción. Pero él no se lo permitió. La acercó más hacia él, agachó la
cabeza y le besó el lado del cuello.

—Aguafiestas —susurró sonriente—. Voy a decírtelo de todos modos. —Le subió la
camisola despacio. Ella contuvo el aliento al notar cómo le acariciaba las
piernas desnudas mientras le decía con los labios en el cuello—: Como descubrí
antes, tienes unas cuantas en la cara interna del muslo derecho que conducen
hacia...
Los interrumpió una llamada a la puerta. Nicholas levantó la cabeza con una
exclamación de enojo.
—El desayuno —masculló—. Y no me atrevería a darte a elegir entre mis artes
amorosas o una comida caliente, ya que lo más probable es que la respuesta
fuera poco halagüeña para mí. Ponte el vestido.

Una vez ella lo hubo hecho lo más rápido que pudo, Nicholas
abrió la puerta a dos camareras con un par de bandejas llenas de platos tapados.
Al ver al atractivo huésped de rostro angelical y cabellos color trigo,
soltaron una exclamación ahogada y risitas picaras. No mejoró las cosas que
vieran que iba sólo parcialmente vestido, con los pies descalzos, el cuello de
la camisa blanca desabrochado y un pañuelo de seda colgando a ambos lados del
cuello. Las alteradas muchachas casi volcaron dos veces las bandejas antes de
lograr dejar los platos en la mesa. Observaron la cama revuelta y les costó
contener chillidos de regocijo al especular sobre lo ocurrido allí durante la
noche. ______, enojada, las despachó sin cortesías y cerró la puerta.

Miró a Nicholas para comprobar su reacción ante la admiración de las camareras,
pero parecía no haberse dado cuenta. Era evidente que el comportamiento de aquellas
muchachas le resultaba tan habitual que le pasaba inadvertido. Las mujeres
debían de contemplar y perseguir a un hombre de su atractivo y posición. ______
no tenía ninguna duda de que sería terrible para una esposa que lo amara. Ella,
sin embargo, no iba a permitirse nunca tener celos ni temer una traición.
Nicholas la hizo sentar a la mesa y le sirvió a ella primero. Había gachas
sazonadas con sal y mantequilla, ya que para los escoceses era un sacrilegio
endulzarlas con melaza. También había panecillos, lonchas de beicon hervido
frío, abadejo ahumado y un cuenco con ostras ahumadas, así como rebanadas de
pan tostado cubiertas de mermelada y té fuerte. ______ comió con avidez. Era un
desayuno sencillo, difícilmente comparable a los opíparos desayunos ingleses de
la finca de lord Kevin en Hampshire, pero estaba caliente y era abundante, y
ella tenía demasiada hambre para criticar nada.

Siguió desayunando un poco más mientras Nicholas se afeitaba y terminaba de
vestirse. Tras meter un estuche de piel con los útiles de afeitar en el baúl,
cerró la tapa y dijo:

—Haz el equipaje, cielo. Voy abajo a pedir que nos preparen el carruaje.
—El certificado de matrimonio del señor MacPhee...
—También me encargaré de eso. Cierra la puerta con llave cuando salga.

En aproximadamente una hora volvió para recoger a ______. Un muchacho musculoso
transportó el baúl y la bolsa de viaje hasta el carruaje. Nicholas esbozó una
leve sonrisa al ver que su mujer había cogido uno de sus pañuelos de seda para
recogerse el pelo en la nuca. ______ había perdido la mayoría de horquillas
durante el viaje desde Inglaterra, y no llevaba otras de recambio en la bolsa.

—Pareces demasiado joven para casarte —murmuró—. Eso añade una nota de
libertinaje a la situación. Me gusta.

Como empezaba a acostumbrarse a sus comentarios indecentes, ella le dirigió una
mirada resignada. Descendieron a la planta baja y se despidieron del señor
Findley. Cuando se dirigían hacia la entrada, el posadero soltó con alegría:

—¡Que tenga buen viaje, lady St. Jonas!

Sorprendida al darse cuenta de que se había convertido en vizcondesa, ______ le
dio las gracias tartamudeando.
Nicholas la ayudó a subir al carruaje, mientras los caballos piafaban y
soltaban vaho por los ollares ensanchados.

—Sí —comentó irónicamente—. A pesar de lo mancillado que está, el título
también es tuyo ahora. —La ayudó a poner un pie en el codillo y a entrar en el
vehículo. Una vez sentado a su lado, añadió—: Además, algún día nos elevaremos
aún más, ya que soy el primero en la línea de sucesión del ducado. Aunque has
de tener paciencia. Los hombres de mi familia son lamentablemente longevos, lo
que significa que no heredaré nada hasta que ambos estemos demasiado decrépitos
para disfrutarlo.

—Si tu... —empezó ______, y se detuvo sorprendida al ver un bulto en el suelo.
Era un recipiente grande de cerámica, con una abertura en un lado. Era
redondeado, pero plano por debajo. Miró desconcertada a Nick mientras tocaba
tímidamente el objeto con la suela del zapato y era recompensada con una ráfaga
de calor que le subió por las piernas—. ¡Un calientapiés! —exclamó. El calor
del agua hirviendo que contenía el recipiente de cerámica duraría mucho más que
el ladrillo caliente—. ¿Dónde lo conseguiste?

—Se lo compré a MacPhee cuando lo vi en su casa —respondió
Nick, a quien parecía divertirle su mezcla de agitación y desconcierto—. Como
es lógico, estuvo encantado de poder cobrarme el doble de su valor.
Impulsivamente, ______ medio se levantó del asiento para besarle la mejilla.
—Gracias. Es todo un detalle.

Nick le sujetó la cintura para impedir que se separara de él, hasta que
tuvieron las caras tan juntas que casi se tocaban. Ella notó su aliento cuando
le murmuró:

—Me parece que me merezco un agradecimiento mejor.
—Es sólo un calientapiés —protestó ______.
—Debo recordarte, cariño, que este trasto acabará enfriándose —comentó él con
una sonrisa—. Y entonces volveré a ser tu única fuente de calor disponible. Y
yo no comparto mi calor corporal indiscriminadamente.
—Según dicen, sí lo haces. —______ estaba descubriendo un placer desconocido en
aquel intercambio. Jamás había bromeado así con un hombre, ni se había
divertido negándole algo que deseaba, provocándolo con ello. Por el brillo de
sus ojos, vio que a él también le gustaba. Parecía querer desnudarla allí
mismo.
—Esperaré —aseguró Nick—. El maldito calientapiés no puede durar toda la vida.

Dejó que se sentara bien de nuevo y la miró mientras distribuía el vestido
sobre el calientapiés. Cuando el carruaje arrancó, ______ se recostó feliz en
el asiento mientras la deliciosa sensación de calor le ascendía por las
perneras del culote y se le colaba a través de las medias.

—Milord... Quiero decir, Nick...
—¿Sí, cielo?
—Si tu padre es duque, ¿cómo es que eres vizconde? ¿No deberías ser marqués, o
conde por lo menos?
—No por fuerza. Es una práctica relativamente moderna conceder varios títulos
menores cuando se crea uno nuevo. Por norma, cuanto más antiguo es el ducado,
menos probable es que el hijo mayor sea marqués. Mi padre lo convierte en una
virtud, claro. No se te ocurra sacarle el tema, en especial cuando vaya bebido,
o recibirás un discurso insoportable sobre lo fea que es la palabra «marqués»,
y cómo el título en sí es solamente un penoso escalón inferior al ducado.
—¿Es arrogante tu padre?
—Antes pensaba que era arrogancia —comentó con una sonrisa amarga—. Pero más
bien es que se mantiene ajeno a todo lo que no pertenezca a su mundo. Hasta
donde sé, nunca se ha puesto él mismo los calcetines, ni los polvos en el
cepillo de dientes. Dudo mucho que pudiera sobrevivir a una vida sin
privilegios. De hecho, creo que se moriría de hambre en una habitación llena de
comida si no hubiera un criado que se la llevara a la mesa. Para él no tiene
importancia usar un jarrón valioso como blanco para hacer prácticas de tiro ni
apagar el fuego de la chimenea cubriéndolo con un abrigo de piel de zorro. Y
siempre tiene antorchas y lámparas encendidas en los bosques que rodean la
finca por si le apetece darse un paseo nocturno.

—No me extraña que tenga deudas —soltó ______, horrorizada por tanto
despilfarro—. Espero que no seas igual de derrochador.
—Nunca me han acusado de gastar en exceso. Rara vez juego, y no mantengo
ninguna querida. Aun así, tengo varios acreedores pisándome los talones.
—¿Has pensado alguna vez en dedicarte a alguna profesión?
—¿Para qué? —repuso con una mirada perpleja.
—Para ganar dinero.
—¡Por Dios! ¡Cómo se te ocurre! Trabajar sería una distracción inoportuna en mi
vida privada. Pocas veces estoy en disposición de levantarme antes del mediodía.
—Eso no le gustará a mi padre.
—Si mi ambición en la vida fuera gustar a los demás, me preocuparía. Por
suerte, no lo es.

A medida que el viaje proseguía, ______ fue consciente de una mezcla
contradictoria de sentimientos hacia su marido. Aunque poseía un notable
encanto, no encontraba en él demasiadas cosas dignas de respeto. Era evidente
que tenía una mente muy despierta, pero no la usaba para nada útil. Además, el
hecho de que hubiera traicionado a su mejor amigo fugándose con Lissie, su
prometida, dejaba claro que no era de fiar. Aun así, de vez en cuando era capaz
de mostrar una amabilidad que ella valoraba.

En cada posta, Nick se ocupaba de sus necesidades y, a pesar de sus amenazas de
dejar enfriar el calientapiés, lo había hecho rellenar con agua hirviendo.
Cuando ______ se cansó, le permitió echar un sueñecito apoyada en su pecho para
sujetarla cada vez que las ruedas del carruaje encontraban un bache.

Mientras dormitaba entre sus brazos, se le ocurrió que aquello le permitía
forjarse la ilusión de algo que no había tenido nunca. Refugio. Le pasaba una y
otra vez la mano por el pelo con ternura y oyó cómo le murmuraba:

—Descansa, amor mío. Yo velaré por ti.


Última edición por YourBiggestFan el Jue 06 Ene 2011, 4:42 am, editado 1 vez
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Mensaje por Invitado Jue 06 Ene 2011, 4:40 am

Listo! ;)

waa casi no tengo lectoras...llorare "El diablo En Invierno" (Nick & tu) - Página 2 3619577255 ...pero grax a ustedes que si la leen
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Mensaje por lovely last Jue 06 Ene 2011, 8:58 am

nueva y fiel lectora siguela me enacanta
lovely last
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Mensaje por JaviOfJonas Jue 06 Ene 2011, 8:12 pm

MIRA!! TIENES UNA LECTORA MÁS! EHH!!

GENIAL, AMO ESTA NOVELA!!!

SIGUELA EN CUANTO PUEDAS,

CUENTAME QUE TAL TE FUE CON LA OPERACIÓN!

A PROPOSITO, FELIZ 2011!

XOXO

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Mensaje por Invitado Jue 06 Ene 2011, 8:53 pm

JaviOfJonas escribió:
MIRA!! TIENES UNA LECTORA MÁS! EHH!!

GENIAL, AMO ESTA NOVELA!!!

SIGUELA EN CUANTO PUEDAS,

CUENTAME QUE TAL TE FUE CON LA OPERACIÓN!

A PROPOSITO, FELIZ 2011!

XOXO

JAVI'S JONAS


Jeje si supongo qe hay qe tener pasiencia para qe haya mas lectoras :)

Mañana subo Cap :)

ya puedo estar x aqui. porqe ya estoy Bien!

ya puedo leer novezz! soy feliz! jeje

Grax x preguntar y el apoyo! ;) Enserio
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Mensaje por lovely last Vie 07 Ene 2011, 4:35 am

bkien mañana cap
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Mensaje por JaviOfJonas Vie 07 Ene 2011, 7:57 am

YourBiggestFan escribió:
JaviOfJonas escribió:
MIRA!! TIENES UNA LECTORA MÁS! EHH!!

GENIAL, AMO ESTA NOVELA!!!

SIGUELA EN CUANTO PUEDAS,

CUENTAME QUE TAL TE FUE CON LA OPERACIÓN!

A PROPOSITO, FELIZ 2011!

XOXO

JAVI'S JONAS


Jeje si supongo qe hay qe tener pasiencia para qe haya mas lectoras :)

Mañana subo Cap :)

ya puedo estar x aqui. porqe ya estoy Bien!

ya puedo leer novezz! soy feliz! jeje

Grax x preguntar y el apoyo! ;) Enserio

NO ES NADA (:

COMO TE DIJE, A MI TAMBIEN ME OPERARON D:

ENTONCES SE COMO ES... ASI QUE, TE ESPERE!

XD!!! OJALA QUE SUBAS PRONTO CAP!!!!

QUE ESTES MUUUUY BIEN!

XOXO

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Mensaje por Invitado Vie 07 Ene 2011, 4:58 pm

Thanks por leerla niñas ya les subo cap!! :D
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