The Driveway {Harry Styles}

Había algo que tenía que hacer primero.

Cuando entré al parque Reagan Country, estuve aliviada de encontrarlo vacío. Ciertos caprichos parecen ser dados para la gente de luto, pero éste probablemente no sería uno de ellos. Apagué el auto y miré a Harry, que estaba desmayado, cabeza atrás, boca abierta, en el asiento delantero. No se inmutó cuando me bajé y golpeé la puerta o cuando di la vuelta a cada una de las puertas traseras y abrí las ventanas hasta abajo para que él no apestara el auto. Luego de otra mirada alrededor para asegurarme de que no hubiera nadie mirando, caminé a través de la húmeda hierba donde el símbolo de la ciudad, la Santa Rita No. 1, se elevaba orgullosamente, coronada con cuerdas gruesas y enredadas llenas de suciedad y envejecidas.

No crecimos siendo religiosos, y no había muchas cosas de las que Louis no estuviera seguro, pero cuando se enfrentaba a una de ellas, siempre venía y sacaba un poco de la tierra de Santa Rita para la buena suerte. Si era para un juego que la necesitaba, lo metía dentro de su casco. Si había una chica que no estaba seguro de que diría sí, frotaba unas pocas motas en sus manos antes de invitarla a salir. Y nunca lo decepcionaba. Él creía en la santa patrona de lo imposible.

Era un tipo de chiste entre nosotros, pero esta mañana pensé que si había un momento en que la necesitara, era ahora. Saqué la carta de Louis de mi bolso y sostuve el sobre abierto con una mano mientras me inclinaba por un poco de tierra bendita con la otra. Lentamente, froté mis dedos arriba del sobre abierto hasta que las últimas pequeñas motas cayeron sobre las páginas que contenían sus palabras y deseos.

Ahora podía irme.

Cuando me puse de pie de nuevo, sentí un pequeño atisbo de algo en mí. Esperanza, o confianza tal vez, de que estaba haciendo lo correcto. Que no estaba completamente loca. Que Louis estaría orgulloso y lo imposible se volvería posible. Asentí un significativo gracias a Santa Rita y regresé al auto.
∞
El motor retumbó cuando apoyé mi pie en el acelerador, y el aire seco de agosto azotó a través de las ventanas abiertas, soplando mi cabello en un enredo alrededor de mí. Harry cayó contra la puerta del pasajero, roncando y fuera de juego, y recé para que se quedara de esa forma por un rato. Necesitaba estar a solas con el camino al frente de mí. Y con Kyra Kelley, la que estaba cantando sobre desear que nunca tuviera que crecer. Entendía, mucho más ahora que cuando había comprado el álbum.

Toda mi vida, he definido mi rumbo por Louis, dependiendo de él para guiarme, como los viejos marineros hacían con las estrellas. Él había sido el de las grandes ideas y la fuerza de voluntad para alcanzarlas, pero ahora se suponía que fuera yo. Sin él. Aun así, me dije que los kilómetros de desierto y los pueblos fantasmas que se esparcían en frente de mí estaban llenos con las posibilidades de hacerlo. Sin importar que sólo lo creía a medias.

Harry se removió en su asiento y tomó una respiración profunda y pesada de alguien que estaba mundos lejos de la conciencia. Con él así, podía casi actuar como si no fuera una horrible idea traerlo. Él tuvo, en un momento, sus buenos puntos. Desde que podía recordar, había sido el más leal y devoto amigo de Louis. Eran inseparables, a pesar de que eran tan diferentes, y Harry pasaba más tiempo en nuestra casa al crecer que en la de él. Lo que yo comprendía.

En su casa, eran sólo él y su papá, el cual bebía mucho y culpaba a Harry por la forma en que su vida había resultado. En sus momentos de sobriedad, que eran pocos, se obsesionaba con que Harry jugara fútbol y era el papá más orgulloso que había, convencido de que su niño iba a ser profesional. Pero, inevitablemente, cuando las noches de juego llegaban, se aparecía en las gradas ya en su apogeo, y yo esperaba que los chicos jugaran bien, especialmente Harry, para que su papá no montara una escena. A veces eran el otro equipo o el entrenador o los árbitros el objetivo, pero era más Harry… algo que no había hecho lo suficientemente bien o suficientemente rápido o suficientemente duro.

Así que él venía a nuestra casa, donde Gina nos hacía grandes cenas, adulaba a los chicos, y hacía lo mejor para suavizarlo. También salían mucho, especialmente en el último año. Luego del juego, dejaban la casa todos duchados y oliendo a Old Spice y chicle de menta, y entraban a la noche en el Impala, dejándome atrás preguntándome qué ocurría en la cancha o en el campo o cualquier fiesta a la que se dirigieran. Nunca pude ir con ellos sin importar cuánto rogaba, pero el siguiente lunes en la escuela, siempre escuchaba historias sobre las fiestas a las que habían asistido. Ellos eran la fiesta. Louis por su personalidad amistosa y contagiosa que podía gustarte en cinco segundos, y Harry por su bravuconería y habilidad para tragar una cerveza más rápido que todos alrededor.

Eran un equipo, dentro y fuera de la cancha, así que no fue sorpresivo cuando la Universidad Northern Arizona los reclutó a ambos con becas completas y ellos aceptaron. La única sorpresa vino justo antes de la graduación, cuando —de la nada— Louis rechazó su beca y se enlistó, y Harry se alejó de ambos tan rápido, que fue como si nunca hubieran sido amigos. Con Harry pasándonos de largo sin siquiera una mirada y Louis preparándose para el campamento de entrenamiento en lugar de la universidad, nada pudo haber sido más sorpresivo o más equivocado. Hasta ahora.

Alejé el pensamiento y puse mis ojos en el horizonte. Entre el calor del día y el calor atravesando el suelo del motor, mis pies se estaban quemando dentro de las botas que me había puesto sin pensar, así que tomé un trago de agua que ahora se había puesto tibia y me esforcé en quitármelas mientras manejaba. La izquierda no fue tan difícil. Sólo tuve que enterrar el tacón en el suelo y deslizar mi pie hacia afuera. El alivio fue inmediato. Miré a Harry y bajé la ventana el último poco. Mi pie del acelerador era más complicado. Lo moví hacia un lado y puse mis dedos descalzos en el pedal así mis dos pies estaban en él, luego con cuidado levanté mi pie embotado y usé una mano para quitarla.

El auto se sacudió bruscamente, y yo reaccioné mucho, empujando a Harry hacia la puerta.

—¿Qué demonios? —Se sentó rascando su cabeza y miró alrededor, intentando orientarse—. ¿Qué pasó? —No esperó mi respuesta, sino que olisqueó—. Ugh. ¿Nadie te enseñó a usar calcetines?

Lo miré por el rabillo del ojo, siendo cuidadosa en mantener el auto estable, y bajé la música. Él inclinó su cabeza hacia la ventana abierta.

—¿Tienes aspirinas?

—Nop —dije. Y me alegré.

—¿Agua?

Bajé la mirada hacia la botella casi vacía en el sostenedor de vasos a mi lado y lo señalé.

—Ahí está, justo allí. —La tomó sin pedir permiso y tragó el último sorbo—. No dije que podías beberla. Se suponía que debía durarme hasta la próxima parada.

Puso sus ojos en blanco, luego frotó su frente.

—Te compraré una nueva cuando lleguemos.

Suspiré y saqué un chicle, luego le tiré uno a él.

—Toma. Tu aliento apesta.

Lo desenvolvió, lo arrojó a su boca, luego echó su cabeza hacia la ventana de nuevo, ojos cerrados, masticando lentamente.

—Tus pies apestan.

—Te estás oliendo a ti mismo. —No dijo nada—. ¿Qué estabas bebiendo, de todas formas? —Puse mi pie descalzo debajo del asiento. Hizo una mueca y tiró un brazo sobre su cara, rechazando la pregunta.

Sip. Traerlo había sido una idea terrible.

Me estiré hacia la casetera y subí el volumen al máximo, determinada en ahogar todo lo demás que tenía para decir, y era perfecto que Kyra estuviera cantando una canción sobre un chico nada bueno de un pueblo pequeño que era simplemente malo. No podría haberlo indicado mejor.

Harry levantó su brazo de su cara y me dio exactamente el tipo de mirada que había esperado. Estuve satisfecha por menos de un segundo antes de que se inclinara y apretara el botón de expulsión y sacara el adaptador de casete. Lo sostuvo, mi iPod colgando como si fuera una cosa sacrílega, y yo lo quise agarrar.

—Oye…

Él lo sacudió.

—¿Un iPod? Este es un Chevy Impala de 1967. ¿Estás jodidamente bromeando?

Me estremecí mientras envolvía el cable alrededor y lo escondía en la guantera, sacudiendo su cabeza ante mi desprecio por las viejas reglas. Sabía lo que iba a decir antes de que lo dijera. En algún momento, él y Louis habían decidido que la única música que podía ser tocada en el auto era rock clásico. El tipo del que ellos subían y cantaban juntos y que yo asociaba con gente de la edad de mi tía pero que era probablemente más vieja que eso. Secretamente, me gustaban algunas de las canciones, pero nunca lo habría admitido.

—Nunca hagas eso de nuevo. —Harry se inclinó y encontró su antigua estación de radio inmediatamente, de lo que estaba sorprendida, ya que estábamos casi en el borde del estado de Nuevo México. La subió más fuerte de lo que la tenía, y reconocí la canción. Podía sentirlo mirándome, sonriendo como si me hubiera puesto en mi lugar. Puse los ojos en blanco, pero por un segundo se sintió como un destello de los viejos tiempos.

Luego de una ininterrumpida interpretación triple de REO Speedwagon, nos acercamos a una gasolinera que lucía como algo salido de una de esas películas donde algún viejo extraño con un diente menos está detrás del mostrador esperando que entre un cliente desprevenido. Me puse mis botas y corrí hacia el lado, donde había visto un cartel de baño. Cuando volví, Harry estaba parado junto al surtidor, tragando agua de un bidón. Lo colocó sobre el auto con un ruido sordo, luego abrió un frasco de aspirinas y tiró unas pocas a su boca, sin molestarse en tomarlas con algo de agua. Me acerqué a la bomba.

—¿Pagaste la gasolina?

—Sí. —Todavía se veía terrible, pero podía decir por sus ojos que estaba poniéndose sobrio.

—Gracias —dije, luego me quedé de pie incómoda por un segundo cuando no respondió—. Voy a buscar una golosina o cualquier cosa. ¿Quieres algo más?

Sacudió la cabeza mientras sacaba la boquilla del tanque y lo cerraba.

—Nop. Necesito dormir para quitarme esta mιerda. —Sin otra palabra, puso la manguera del surtidor en su lugar, caminó hacia su lado del auto, y entró.

Encantador.

Un conjunto de campanitas sonaron en la puerta cuando la empujé, y me golpeó un fuerte soplido de una nube de humo de cigarrillo y perfume.

—Hola —dijo una voz de niña detrás del mostrador. Era unos pocos años más joven que yo y linda: cabello del color de la miel, ojos azules, grueso delineador negro. El tipo de chica al que Harry probablemente le coquetearía tan pronto entrara. Nada como el tipo sin dientes que me había imaginado—. Tu amigo de allá afuera está muy mal. —Río—. Pero aun así es lindo. —No sabía qué responder, y se debe haber dado cuenta. Ella sonrió—. Lo siento. Me aburro, eso es todo. Ustedes dos son lo más interesante que ha pasado en todo el día.

Miré alrededor de la pequeña tienda, esperando una estantería de golosinas.

—Lo apostaría. —Reventó su chicle y volvió a su revista, y encontré lo que quería. Fui y tomé un par de bolsas de Skittles Ácidos, un paquete de chicles, y una caja de Red Vines, porque eso era lo que Louis siempre compraba en las paradas. En mi camino a la caja, me detuve en frente de un mostrador de pequeños ambientadores con forma de árbol. Prefería vainilla, pero Louis amaba la ironía de manejar en el Impala con fragancia a auto nuevo colgando del tablero, así que agregué el familiar árbol azul a mi botín y sonreí. Cuando lo llevé todo a la caja, la chica bajó su revista abierta en un collage de página completa con fotos, todas de Kyra Kelley.

—Oh, vaya, ¿puedo ver eso? —Ella asintió, y di vuelta la revista para que quedara frente a mí.

Ella asintió mientras empujaba las llaves y reventaba su chicle.

—Recién la conseguí en el correo hoy. Su primera entrevista en mucho tiempo, todo sobre cómo está renunciando a todo. Yéndose, sólo así. Loco, ¿sabes?

Miré las fotos, la mayoría espontáneas, por paparazis. Ella saliendo de un Starbucks, frapuccino en mano, entrando a un restaurante de sushi, ella en ropas de ejercicio y enormes lentes, cargando una botella de agua. En el patio trasero de su casa recién comprada, algún lugar “lejos del genérico lujo de las montañas de Hollywood” y más cerca a su familia… sus palabras.

—Sí —dije ausentemente—. Lo sé. —Miré alrededor por el estante de revistas—. ¿Tienes más copias de ésta?—No había revistas en la tienda.

—No, es mía. Pero ya la he leído cinco veces. Llévatela. —La sostuvo y la deslizó dentro de la bolsa café con mis golosinas.

—¿En verdad? Gracias… yo… ¡gracias!

Ella sonrió.

—No hay problema. Gracias a ti por venir con tu ardiente novio con resaca. Tengan un buen viaje ustedes dos.

Las campanas sonaron de nuevo mientras salía por la puerta, volteando a una foto de página completa de Kyra Kelley en el escenario, usando una sonrisa que era toda esperanza y luz. No importaba que Harry estuviera recostado en el asiento, inconsciente de nuevo, cuando abrí la puerta. Estaba eufórica. Tenía algo que seguir.

—¡Harry! Despierta. La chica dentro me acaba de dar esta revista, y muestra la nueva casa de Kyra y habla sobre su último concierto y todo. — Murmuró algo ininteligible, y yo entré—. No entiendes lo que esto significa. —Él no respondió, pero no me importó.

Se sentía como algún tipo de señal de que lo que estaba haciendo estaba bien y no loco. Deslicé la revista en mi bolso junto a la carta de Louis, amarré el arbolito en uno de las rejillas de aire acondicionado, y aceleré el motor, lista para manejar por tres días seguidos si eso era lo que se necesitaba para llegar al último concierto de Kyra Kelley.