The Driveway {Harry Styles}

Estaba sola.

Después de que el último auto se había ido del estacionamiento y mi tía Gina había envuelto un brazo alrededor de mis hombros, le dije que quería quedarme en el cementerio un poco más. Ella no discutió. No dijo nada. Sólo me atrajo hacia ella en un abrazo que estaba tan empapado de tristeza, que pensé que podría morir ahogada por mis propias lagrimas allí mismo sobre el asfalto todavía caliente. Me había desenredado tan delicadamente como pude y le dije que sólo necesitaba decir mi despedida, lo que estaba muy lejos de la verdad.

¿Cómo podría? Hacerlo significaría que tendría que renunciar a mi delgado hilo de esperanza, que todavía hubiera una posibilidad de que pudiera despertar a la mañana siguiente y encontrar a Louis sentado en el sofá viendo The X Factor o SportsCenter, vertiendo tazón tras tazón de Golden Grahams en la misma leche dulce y tibia. Significaría que tendría que hacer frente a la quietud de su dormitorio, sabiendo que la ropa colgada en el armario nunca sería usada de nuevo y que la pelota de fútbol en su tocador nunca sería lanzada distraídamente entre sus manos mientras fingía escucharme hablar.

Así que no dije ninguna despedida. Simplemente me quedé allí en nuestro banco, como habíamos hecho juntos tantas veces antes, hasta que las primeras estrellas titilaron en el cielo de color púrpura oscuro. Pero allí sola, en el despliegue de frescura de la noche, aquellos tiempos con Louis parecían imposiblemente lejanos. De todas maneras me quedé, observando estrella tras estrella titilar distante e impasible como si nada hubiese cambiado, y traté de decirme lo mismo que Louis me decía las noches que más extrañaba a nuestros padres. Él me había traído a este banco y me dijo que mirar las estrellas era una forma de ver el pasado, cuando nuestra madre nos arropaba cada noche y nuestro padre ahuyentaba los malos sueños y comíamos galletas y leche para el desayuno todos los domingos.

Él había dicho que era cierto porque la luz de aquellas estrellas que brillaban a lo lejos mirándonos, tenían miles de millones de años. Él suponía que cuando nos sentábamos lado a lado mirando el cielo nocturno infinitamente extenso y brillante sobre nosotros, nuestros padres también estaban ahí, porque era la misma luz que había brillado sobre ellos toda su vida. En ese entonces, yo lo había creído con todo mí ser.

Pero no esta noche. Esta noche estaba sentada allí sola, mirando las estrellas desdibujadas y dispersas, tratando de sentir algo además de la aplastante soledad del cementerio. Él no podía haberse ido. Lo necesitaba demasiado. Lo necesitaba por todas las pequeñas formas en las que él me hacía sentir mejor cada vez que estaba triste, enojada o perdida.

Él odiaba cuando yo lloraba, así que hacía lo imposible para distraerme cada vez que podía. Cuando éramos pequeños eso consistía en montar en bicicleta conmigo sobre el manubrio hasta el autoservicio por caramelos. A medida que fuimos creciendo, consintió en llevarme al garaje con una Coca-Cola, para que pudiera trabajar en su auto mientras que yo me apoyaba en él, entregándole herramientas y contándole cómo fulano de tal me dio una mirada fea o cuán segura estaba de que jamás iba a gustarle a un chico. Si era muy malo me dejaba ir con él y Harry por hamburguesas o me daba el auto a mí y a Jade por la noche, así podríamos ir a ver una película. Eran todas cosas pequeñas en realidad. Pero yo sabía que siempre lo tendría para indicarme qué decir o cómo hacer algo, o en qué dirección ir. Era mi contraste y mi guía. Sin él, estaba más que pérdida.
∞
Cuando llegué a casa, tía Gina estaba durmiendo en el sillón, todavía en su ropa fúnebre y la casa estaba en silencio. En la cocina, abrí la nevera, aunque no tenía ninguna intención de comer. Dentro, estaba repleta con guisos cubiertos con papel aluminio y lasañas que las personas habían traído, lo que era un gesto lindo pero no me había apetecido comer desde que el oficial de la notificación y el capellán habían llamado a nuestra puerta para informarnos que Louis había muerto en combate, que lo lamentaban profundamente y que se estaban haciendo arreglos para traer los restos a casa vía aérea. Sus restos. Uno pensaría que estarían capacitados para decir algo diferente.

Cerré la nevera y me puse en medio de la cocina, escuchando el reloj marcar la distancia de los segundos. El contestador automático parpadeaba con un nuevo mensaje. Sabía que sería Jade llamando para ver si podía venir una última vez antes de ir a la escuela. Ella había postergado su orientación de la universidad tan pronto como tuve noticias acerca de Louis, y había tomado posesión de su cargo como mi mejor amiga y cuidadora desde entonces.

Si quería compañía, ella venía y veíamos películas estúpidas u hojeábamos incontables números de Seventeen y People, hasta que pudiera conciliar el sueño. Si pensaba que necesitaba un poco de tiempo, hacía una visita corta con la cena que su madre había hecho, suficiente para la tía Gina y para mí, y luego volvía al día siguiente, lista para cualquier estado de ánimo en el que estuviera. A veces sólo se sentaba en mi cama y lloraba conmigo, pero en realidad yo sabía que ella estaba llorando por mí. Tenía un cierto tipo de empatía que no muchas personas poseen. Ella había hecho lo mismo cuando teníamos cuatro años de edad y acababa de perder a mis padres. Sentía mi dolor como si fuera el suyo propio, y yo hacía lo mismo por ella.

No tenía manera de decirle lo mucho que todo esto significaba y lo mucho que iba a echarla de menos cuando tomáramos rumbos opuestos en el mapa. Y no podía decirle cómo mi sueño de partir a la universidad de Austin de repente se sentía tan insignificante como los días que se extendían frente a mí, llenos y vacíos al mismo tiempo, con la muerte de Louis. Él había sido el que en primer lugar me mostró la Universidad Autónoma de Texas (UTA) cuando me colé en uno de sus viajes de reclutamiento de fútbol. No tenía idea de cómo me había enamorado perdidamente de esa universidad, pero lo hice. Ni siquiera me molesté en solicitar entrar en cualquier otro lugar, porque estaba tan segura de que esa escuela era donde debía estar. Sólo que ahora, no estaba segura de nada.

¿Cómo iba ir a la universidad y empezar una nueva vida, cuando la de mi hermano acababa de terminar de manera tan…? Me parecía mal.

Pero no podía decirle a Jade nada de esto, porque se supone que estás feliz cuando te marchas a la universidad: emocionada, eufórica, todas esas palabras que significan estar a punto de hacer algo grande y sorprendente. Y quería que al menos ella lo estuviera. Finalmente era el momento para nosotras de salir de la ciudad y empezar nuestras vidas de verdad, y merecía ser feliz por eso. No podía hablar con ella esta noche, antes de que se fuera. No sería capaz de mantenerlo unido. Me conocía lo suficiente para saber lo mucho que me preocupaba por ella, y yo la conocía lo suficiente para saber que lo entendería. Me prometí que cuando estuviera lista y ella se hubiera ido e instalado en la universidad, me sentaría a escribirle una buena y larga carta y le contaría todo.

Una carta.

Miré por encima de la pequeña mesa redonda en la esquina de la cocina, y todavía estaba ahí, sin tocar, lo que no era un milagro ya que éramos sólo mi tía Gina y yo.

Tres días después del golpe en la puerta, había llegado de una caminata con Jade, de hecho, riendo de una historia sobre Louis, y luego en un instante, todo el aire salió zumbando de mí. Sobre la mesa de la cocina había un sobre, dirigido a mí, con su letra. Lo observé fijamente. Jade puso su mano sobre mi hombro, indecisa.

—Oh, _______... —empezó ella—. Él debió haberla enviado antes... y probablemente nadie lo sabía...

Di un paso hacia éste como si fuera un animal dormido al que no quisiera molestar. Recogí el sobre. Deslicé el dedo sobre la dirección. Sobre la letra de Louis. Y luego la dejé exactamente en el mismo lugar y me alejé.

—No puedo... —Miré a Jade—. ¿Quieres salir un rato? Podemos conducir el Pala esta vez. —Asintió con la cabeza rápidamente, y se dirigió directamente hacia la puerta. No fui mucho a la cocina después de eso.

El asunto era que Louis no escribía cartas. Escribía correos electrónicos, una vez por semana. Y cada vez que recibía uno de él, lo molestaba con que me escribiera una carta real, con pensamientos reales, en lugar de decirme que todo estaba "bien" por allá y cómo el desierto polvoriento no era tan diferente del centro de Texas, y cómo los ejercicios de combate le recordaban al fútbol. Yo quería que me dijera la verdad, incluso si era una verdad dura, porque esas cosas son demasiado pesadas para soportarlas solo. Él siempre había sido esa persona para mí, al que podía contarle todo y me gustaba pensar que yo podía ser lo mismo para él. Pero una vez que tomó la decisión de enlistarse en vez de ir a la universidad y jugar fútbol, se sintió como si él decidiera que yo no podía.

Jade dijo que estaba tratando de protegerme y que debería dejarlo ir, pero esto se estableció como una piedra en mi estómago y traté de decirle a él lo mismo. Yo quería que supiera que no tenía que ser tan alegre y animado todo el tiempo, que estaba bien ser honesto, por una vez, sobre cómo estaba realmente, y si estaba asustado o si deseaba nunca haber ido.

Razón por la cual yo no había abierto la carta.

Tenía miedo, cuando la vi, de lo que encontraría. Y ahora, sobre todo después de lo sucedido, no quería saber que había estado asustado o se había sentido solo o nostálgico, porque cualquiera de esas cosas sería suficiente para romper lo que quedaba de mí. Ahora necesitaba seguir pensando que había sido feliz allí y que no era tan malo como me lo imaginaba.

Pero él la había escrito, una carta real. Debía leerla.